XX Articulo 21 Se entiende que es marca de comercio ó de fábrica, el signo, emble- ma 6 nombre externo que el comerciante ó fabricante adopta,¡Jal ex- pender sus mercaderías y sus productos para distinguirlos de los de otros empresarios que negocian en artículos de la misma especie. Pertenecen también á esta clase de marcas las llamadas dibujos de fá- brica ó labores que, por medio del tejido ó de la impresión, se estam- pan en el producto mismo que se pone en venta. Artículo 22 Las falsificaciones y adulteraciones de las marcas de comercio y de fábrica, se perseguirán con arreglo á las leyes del Estado en cuyo territorio se comete el fraude y se causa el daño. Montevideo, Octubre 24 de 1888. Guillermo Matta. Benjamín Aueval. M. II. Gálvez. GUILLERMO GODIO . CONFERENCIA DESCRIPTIVA TERRITORIO DE MISIONES DADA EN EL TEATRO COLON EL 2! UE ENERO DE 1886 BUENOS AIRES ARNOLDO MOEN, LIBRERO EDITOR Nuca Librería Europea, calle Florida 138 1386•GUILLERMO GOBIO P—S una figura varonil y una cara simpática porque á ella aponían sus buena* condiciones de alma. . Todas sus aptitudes son firmes, resueltas y llenas de energía; Ja falta de toda pretensión en su toilete res- ponde á la falta de toda afectación en su espíritu. Es un hombre natural, franco, abierto y hecho á la tocha ruda con la naturaleza. AI mismo tiempo que hace el judío errante del de- Bietío, tiene toda la distinción y el trato fino de la per- sona culta, porque esa misma acusación vigorosa de su persona física está en perfecta armonía con las acusa- ciones vigorosas de su persona moral. Es todo un carácter tallado de una sola pieza y con el rumbo sólido que traza una inteligencia clara y rica. Su tez morena de viajero, destaca la barba rubia do italiano culto, terminada en una punta, bajo su bigote de hombre entro el que hay todas las suavidades de una sonrisa buena; su nariz desenvuelta, su frente ám- plia y su mirada vivísima acentúan ia criatura inteli-gante, así como lá presión de su mano revela al que observa, qne posee un carácter noble y espontáneo. Gran enastar, tiene él Capital de sus viajes numerosí- simos, de su espíritu estudioso y de su vasta instrnc- oion; toca en el piano toda la rapsodia originalísirna hecha en sus escursiones, y es artista como hombre de ciencia. Esta amable y útilísima persona, se encuentra en Bueno* Aires de regreso de su viaje á Misiones, cuyos territorios ha cruzado con toda la fatiga ó el encanto del que se interna á la buena de Dios y sin mas que su riñe y su cuchillo. Allí ha encontrado un cuadro inmenso ante sus ojos, á cuyo estudio se dedicó con fe, inspirándole tanta ri- queza la idea de una obra muy seria, uno de aqnellos trabajos que hacen positivamente bien al país en que se producen. Como una esposicion previa, un aperrá sintético de sus estudios é impresiones, lo que será lleno de interés por los elementos reunidos, (Jodio anuncia una confe- rencia para el 21 en el Teatro Colon. Un hombre como él hará valer este trabajo de impor- tancia, y el estudio completamente desapasionado y des- vinculado de todo interés que no sea el bien general, no dudamos que llevará allí mucha gente. Godio tiene ya su nombre y el tema está lleno de atractivos. (La Crónica). Vi sonó dei nomi attraentí: quello di Guglielmo Go- dio é del bel numer'uno. 11 Godio ha saputo circondare di bell'aureola il euo nonio coi rischiosi viaggi d'Africa, coi brillanti scritti sulle eseguite esplorazioni tn quella térra misteriosa, colle sue applaudite conferenze. colla sua onesta vita di publicista, col suo carattere aperto, co' suoi capricci di viaggiatore incorreggibile. (La Patria Italiana). SUMARIO—La razón de esta confcrencia—El par qu Y el profesor Peyret en sus apreciables Cartas so- bre Misiones, se expresa así: «Las riberas no son mas que amontonamientos de pedazos enormes de piedras, de rocas colosales, tiradas confusamente una sobre otras, que deben haber rodado de la barranca en alguna convulsión de la naturaleza, ó haber sido arrastradas por la fuerza irresistible de las aguas. Aquello es un verdadero caos.» Y mas abajo agrega: «Qué camino horrible! No queda mas camino que las piedras y las rocas amontonadas una sobre otra, piedras de todos tamaños, de todas formas, de todas dimensiones. Diríase que los gigantes han dado allí una batalla. «Era preciso trepar, agarrarse de las anfractuosidades de las rocas, arrastrarse, deslizarse, introducirse en las concavidades, debajo de las bóvedas formadas por las piedras, asirse de las ramas para no caer, subir y ba- jar continuamente. Cualquier desliz nos exponia á — 25 — rompernos un miembro sino la cabeza, ó caer en el torrente que rujia á nuestros pies. «Para pasar por allí es preciso ser cabra, gato mon- tes ó explorador.» Y como el óptimo profesor Peyret no era ninguna de estas tres cosas, sino simplemente un ilustre sabio, así él mismo confiesa, que, después de haber probado este modo de caminar por un par de horas, en las cuales avanzó cerca de mil metros, cuando mas, y hallando un obstáculo insuperable, sufrió, como él mismo confiesa, las penas de Tántalo,. ... y describe el gran salto por el enor- me rumor que de él sintió, y con los datos que le proveyó su guia Dutrc, y la lectura del inmortal libro de Azara! Oh! no crea el egregio señor Peyret que en mis palabras ó en mi pensamiento habia un asomo de burla. Oh! por el contrario, con qué ardiente deseo envidié su canoa, y sobre todo las buenas cajas de conservas alimenticias y las res- tauradoras botellas que llevaba dentro de ella!.... En aquellos dos tremendos dias en que con un pesado é incó- modo remington al hombro, que mil veces habría tirado al rio si hubiera sido mió y no prestado, con los piés en- sangrentados, casi desnudo, y con un sol que abria las pie- dras, y con el estómago que ladraba, adelanté tres leguas, —digo tres leguas en dos dias de marcha, ó para mejor decir de gimnasia, por aquel desastroso camino! Cuando mis fuerzas llegaron á su extremo, Lucchesi, noble corazón, y físico de bronce, me dejó con un indio sobre un banco de arena, y él con los otros dos indios con- tinuó el descenso para venir mas tarde á mi encuentro con la canoa. El dia qué estuve allí descansando, el indio lo empleó en buscar miel en la selva que teníamos sobre nuestras ca- bezas. En mi libro de apuntes, bajo la fecha de aquel dia no encuentro otra cosa sino estas líneas suficientemente significativas:— 26 — «Esta noche tuve aun un poco de fiebre. Hoy va mucho mejor. Tengo hambre; y no tengo otra cosa sino un poco de miel en el cuerpi, y abejas (eiratatá, abejas del fuego) que me muerden». Repuesto en fuerzas por virtud de una lluvia torrencial, que me hizo el benéfico efecto de una ducha fria, continué el descenso, hasta que encontré, mucho antes de lo que lo esperaba, al buen Lucchesi con la canoa, pudiendo probar así la potente emoción de pasar sobre los remolinos traido- res y la peligrosa voluptuosidad de pasar cuatro rápidas correderas, emoción poderosa que jamás olvidaré. Cuando llegué á la barra del Iguazú, y puse el pié sobre la orilla brasilera, no estaba por cierto en un traje como para presentarme á dar una conferencia. Por fortuna me dicen que D. Pedro es un emperador democrático, y creo que me disculpará haya entrado en calzoncillos y con los piés descalzos en sus estados, tanto mas cuanto que los numerosos mosquitos, de toda orden social, que aparte de los guerreros salvajes, tupis, son los únicos habitantes de aquellos lugares,—me hicieron festi- vas acogidas, dándome punzantes pruebas de su aprecio por mi persona. Otra vez en mi bote á vela, comencé el viaje de descen- so, y ayudado por las fuertes corrientes del alto Paraná, en cinco dias volví á ver á Posadas, que se me apareció como el Edén de todas las delicias. Vuelto á Corrientes permanecí allí algunos dias para ver algunas plantaciones de los alrededores. En Corrientes tuve la rara fortuna de descubrir algunos documentos iné- ditos sobre Garibaldi. Los publicaré dentro de pocos dias, ilustrándolos con una monografía que intitularé : — Gari- baldi : — Brown. Pasé el gran Chaco Austral visitando la Colonia Resis- tencia. Me interné hasta el rio Saladillo á visitar la ex- pedición del coronel ingeniero Host, que está explorando y trazando un camino hasta Salta. Volví á Corrientes, des- cendí de nuevo el Paraná, y héme aquí de nuevo en Bue- nos Aires, después de haber recorrido un itinerario de cerca de 400 leguas de ida y otras tantas de vuelta, sin contar las numerosas excursiones. Aliora comprendereis, señores, que necesitaría no del espacio de una sino de diez conferencias, para contar to- das las aventuras que me ocurrieron, para describir los ter- ritorios visitados, y para exponer todas las observaciones lu c has en este viaje; comprendereis esto cuando penséis que mi viaje duró poco menos de tres meses, y que en ellos no hubo dia que no estuviera dedicado al estudio, no ahorrando incomodidad, molestia, ni fatiga para obser- var de cerca, y para que nada de lo interesante se me es- capase. He viajado en la estación mas ardiente del año, sobre el rio, en un bote angosto, descubierto, espuesto al sol tórri- do del dia, á los abundantes rocíos de la noche; por tierra, á caballo, á muía, á pié, ágnado, según lo permitía la na- turaleza del terreno. Fué mi lecho la tierra desnuda, fué mi tienda el firmamento: no puedo alabarme de haber co- mido todos los dias, salvo que se me quieran computar como dias de banquete, aquellos en que me alimenté con miel silvestre, con cabezas de palma, ó á veces con lom- brices tambú. No puedo decir que he empleado mal mi tiempo, ni que no he cosechado ningún fruto, puesto que tengo cinco ijruesos cuadernos de anotaciones tomadas dia por dia, que me darán el material para la parte del libro que consagraré al territorio de Misiones, y que desde ahora puedo poner á disposición de aquellos que tengan intención de intentar algo útil y serio para la prosperidad de aquel fecundo país. Si yo quisiera desarrollaros aquí todo este material, ma- ñana de mañana estaríamos aún aquí, yo sin aliento y vosotros anegados en sudor.— 28 — Puesto en l¡i alternativa de hacerme atenacear por los críticos, los qne dirán qne apenas he desflorado el argu- mento, ó de abusar de vuestra cortés atención, prefiero afrontar á los críticos. El látigo del crítico lo he empleado tantas veces por el mango, que ahora bien puedo esperi- mentarlo en mis espaldas por la punta! Diré, pues, brevemente y á saltos, algo sobre Misiones, como el sumario de la conferencia lo indica. Seré breve. Valga esta promesa para conciliarme aún un poco de vuestra paciencia. SEGUNDA PARTESUMARIO—El territorio do Misiones—Lo que fué, lo que es, lo que puede ser—Las Bajas Misiones—El verdadero Eldorado— Las maravillas de la Tierra Prometida — Posadas y las antiguas reducciones jesuíticas — Las Altas Misiones — El alto Paraná—Yerbales y yerbadores—Los misterios de las selvas vírgenes—La vida de los bosques—El gran Salto do la Victoria—El rio Iguazú—Los pionneer.t de la civilización — Los dramas do las exploraciones — El Robinson de las florestas misioneras—Una terrible aventura—Entro la vida y la muerte—La tribu de los maracayú—El cacique de los Caingué—Civilización y barbarie—Conclusión—Consejos y votos—Las visiones del Paraná. ESPUESde haber conocido un país de cerca, es bello confrontar la impresión recibida de la realidad con la idea que del mismo país se formaba la imagi- nación antes de haberlo visitado. Veamos cómo se me aparecieron las Misiones á través de las lecturas. Habia leido en Alejo Peyret: « Todo allí está preparado (para el mas espléndido porvenir). Tierra fértilísima, bos- ques inmensos, obras preciosas, maderas variadas é inago- tables, arroyos y vertientes numerosos, pastos abundantes en toda estación, yerbales vírgenes y sin fin, clima inmejo- rable, ausencia de plagas y epidemias, la vecindad de los pueblos del Brasil,—los cuales consumirían sus productos —puede decirse que nada comparable posee el país para — 32 — realizar con menos costo la mas grande y poderosa coloni- zación que pudiera emprender el Gobierno Nacional.» Y Ramón Lista dice: «Ningún país mas naturalmente preparado para la colo- nización que las Misiones. A las grandes arterias hidrográ- ficas que lo riegan, agrégase la bondad del clima, y la imponderable fecundidad de su suelo, donde brota el al- godonero, el arroz, el café y el tabaco................. Todo lo posee Misiones: maderas de construcción y de ebanisteria, plantas tintóreas y medicinales como el cu- rupai, el añil, la quasia, el vinal y la zarzaparrilla, resi- nas y vegetales textiles como el ñandopá y el estoraque, el algodonero, la ortiga gigante, el güembé y el caraguatá; estensos yerbales; metales como el cobre y el hierro; abun- dante y riquísimo pescado en todos sus rios, y en sus sel- vas, animales muy estimados por su hermosura.» El señor Del Vasco dice : «Los favores que la naturaleza ha prodigado al jardín de Europa, Che il capo in Alpi posa E stende all'Etna il pié, Misiones los tiene todos. Con Italia comparte el aire salubre, el espléndido cielo y la temperatura de Nápoles, las llanuras lombardas, las colinas de Brianza, las sierras Etruscas, los naranjales de Sicilia, las aguas cristalinas de sus frecuentes arroyos, la furia de sus torrentes, la magestuosidad de sus rios y la fertilidad de sus tierras.» Martin de Moussy dice, en sustancia, que es un país del cual basta decir la verdad para incurrir en la hi- pérbole. Ahora bien, no solo la idea preventiva que me habia — 33 — formado de Misiones no fué modificada por mí en presen- cia de la realidad, sino superada, si esto es posible. Los límites de una conferencia me impiden tocar, si- quiera sea de paso, en la riqueza de las tradiciones his- tóricas, en la singularidad de las costumbres, en las natu- rales bellezas de los paisajes. Una sola cosa tengo fija en la mente, y me preocupa y me asombra: es la fertilidad del suelo. Pienso desde ya en qué serio embarazo me hallaré cuando deberé contar lo que vi á tal respecto: me preocu- po desde ya del modo cómo podré vencer la incredulidad contra la cual deberé luchar. Y en verdad, cómo podré hacerme creer en mi país, donde la vid fructifica recien después del quinto año, que he visto con mis propios ojos uva, pendiente de los sar- mientos plantados un mes antes, que vi colgar uva de las ramas ingertadas, hacía un mes, que de un solo pié de vid se recogieron veinte arrobas de uva, que la viña fructifica abundantemente dos veces por año, que he visto en Po- sadas un huerto plantado de uvas no mas grande que la platea de este teatro, del que su dueño, un francés, habia recogido en un año unos tres mil francos de vino, sin con- tar el producido de los estupendos ananás, de las bananas, de los duraznos y de las soberbias legumbres plantadas en una huertita vecina ? ¿ Quién me creerá cuando diga que he visto mandioca de mas de tres metros de alto Y ¿Quién me creerá, cuando diga que del suelo de Misio- nes se obtuvieron batatas de treinta libras, que los tomates y agíes son plantas perennes que dan todo el año? ¿Quién me dará fe cuando diga que la caña de azúcar y t— 34 — el arroz se cultivan allí sin necesidad de irrigación, dados los abundantes rocíos de la noche? Que vi matas de las cuales se levantaban hasta 30 gruesas cañas de azúcar, que dos libras de maíz sembrado produjeron quince arrobas? Que un alqiier ó sea 64 libras de maíz dan un producto de 800 á 1000 arrobas? ¿ Qué una hectárea plantada de caña, rinde, término me- dio, quince mil arrobas? ¿Qué el maíz da dos cosechas por año? ¿Qué los porotos dan tres cosechas por año? ¿ Qué el arroz á los cuatro meses de sembrado ya se reco- je, y que después de cortada la primera cosecha, la misma planta produce en el año por segunda vez? La gente del país tiene un solo adjetivo para significar la feracidad de su suelo: dicen: asombrosa! He visto propietarios espantarse al hacer los presupues- tos de sus plantaciones, porque daban un resultado asom- broso. Cuando diré todo esto, y otras cosas mas, incurriré en la suerte que les cupo á los judíos que volvieron de la exploración de la Tierra Prometida, que no fue- ron creidos hasta tanto no trajeron el famoso racimo de uva que encorvaba las espaldas á dos hombres, lo que no puedo esplicarme diversamente sino suponiendo que los dos portadores fueran ya jorobados por naturaleza. Yo no he traído el racimo, ante todo, porque no he hallado á los dos jorobados, y después por temor de que los empleados me lo comieran por el camino. . . ¡con estos calores!»..... Pero Misiones no está lejos como la Tierra Prometi- da : y cualquiera puede con toda facilidad controlar la veracidad de mis asertos con un pequeño viaje que le será útil bajo todo concepto, ameno é instructivo. • » « — 35 — Y sin embargo, ¿quién diria ? con tanta feracidad d<> suelo por todos reconocida, hay que hacer empeños en Posadas para tener un poco de fruta ó un poco de ver- dura ? ¿ Cómo se esplica esto ? Antes que todo, los indígenas guarany son ignorantes é indolentes. Cuando tienen una raíz de mandioca y algunas docenas de naranjas silvestres que hallan gra- tuitamente en la selva, no piden más. En segundo lugar, la colonia inteligente de Posadas, compuesta de argentinos, de brasileros, de paraguayos, de orientales y de europeos, entre los cuales hay doscien- tos italianos, está toda dedicada al comercio, siendo Posadas el gran emporio de la yerba mate, que baja de la parte oriental del Paraguay, de una parte del Brasil y de las Altas Misiones. Por último, aquellos que tuvieran la buena intención de cultivar, no hallan absolutamente brazos de agri- cultores. He conocido un mediocre horticultor piamontés, cu- yo trabajo es tan buscado y disputado, que gana mas que un abogado en alguna ciudad de Europa. * * Y sin embargo este estado de cosas tiene que cesar; el gran secreto del porvenir de Misiones está en la agricultura. Es merced á la agricultura que Misiones está destinada á probar que el famoso Eldorado, detrás del cual corrió la fantasía de los primeros, descubrido- res, no es una quimera, y esto renovando sobre vasto terreno la moral de la fábula que por cierto conocéis. No recordáis la fábula del padre que, viendo cerca-— 30 — na la muerte, llamó á su lecho á sus hijos? Él les dijo: «Hijos mios, no os dejo mas que un campo, pero dentro de ese campo hay un tesoro, con tal que sepáis hallarlo. » Muerto el padre, los hijos removieron tan- tas veces el campo con la azada para descubrir el inen- contrable oro, que el campo dió un producto inmenso: y así comprendieron toda la finura del testamento pa- terno. Tanto mas Misiones debe dirigirse á la agricultura, cuanto que el comercio de la yerba, por múltiples cau- sas, vá cada aüo disminuyendo y pereciendo. * • * Posadas, que gracias á su estupenda posición está destinada á un inmenso porvenir, es un milagro de iniciativa privada. Oh ! ¿ por qué no me es dado narraros aquí sus oríge- nes ? Deciros como lo que quince años atrás era un bosque salvaje, es ahora un centro animado de cerca seis mil habitantes ? Oh ! ¿ por :jué no me es dado describiros la lucha curiosa que se combate allí diariamente, entre la civi- lización que se adelanta con sus ventajas y sus moles- tias, y la barbarie que se aleja con sus inconvenientes, pero también con sus queridas libertades ? Oh! ¿ por qué no me es dado deciros aquí qué ale- gre pequeña ciudad es Posadas ? Figuraos que hasta hay un teatro .... seguro .... y yo fui á él. Habia un teatro con sus respectivos pal- cos. Pero faltaban, ¿ sabéis qué ? ... las sillas! . . . . Y cada uno de los espectadores estaba obligado á traer de su casa su silla, y llevársela otra vez, concluida la función ! Figuraos qué bello y original espectáculo á — 37 — la salida del teatro, ver á un señor, de una parte dar el brazo á su señora y de la otra llevar de bracero una silla! . . . # Cuando os hablo de posibilidad de colonización eu- ropea y de los resultados asombrosos que se obtendrían, entiendo hablar siempre de las Bajas Misiones. Para evitar aparentes contradicciones, como se hallan en otros escritores, para evitar fatales errores, es necesa- rio hacer una profunda distinción. Colonizables, esto es, habitables para estranjeros, y susceptibles de fácil y pronto cultivo solo lo son las Bajas Misiones, esto es, los territorios que desde el rio Ytambé, se estiende hasta el rio Nacanguazú, es decir, el terreno en que existían las antiguas reducciones jesuí- ticas, terreno rico de campos de pastoreo, diseminado aquí y allá de penetrables manchas de bosques ricos de maderas preciosas. Las Altas Misiones del Nacanguazú al Iguazú, cons- tituyen aquella inmensa, espesa, impenetrable estension de selvas vírgenes, que los jesuítas pusieron de por medio entre sus nuevas colonias correntinas y sus per- seguidores Paulistas y Mamelucos, cuando fueron arro- jados de la Guaira. En aquellas selvas interminables no hallareis un cua- drado de terreno raso sobre el cual se pueda acostarse un buey ó un caballo. Allí la humedad de los bosques genera fácilmente las fiebres. Allí los mosquitos no son ya una molestia sino una tortura. Allí se van las ures, terribles moscas que deponen sus huevos en la epidermis, desarrollando moscas entre la carne y la piel, y dando lugar á inflamaciones ini- maginables.— 38 — Allí están los piques que escavan pequeñas galerías en la planta de los piés, produciendo algunas veces el tétano y por consiguiente la muerte. Allí están en bandadas los audaces beriguy, que mor- diendo, inyectan un veneno inflamador. Allí se ven los jejenes, los carachay, que se alternan con aquellos en las diversas horas del dia. En el crepúsculo y en la aurora, nubes de polvori- nes, tanto mas encarnizados y molestos cuanto mas pequeños. De noche los mosquitos, propiamente dichos, que no muerden sino molestan zumbeando, y los biguy, que no zumban pero que vice-versa muerden. No hablo de las serpientes y de las vívoras vene- nosas. No de los fáciles encuentros con los tigres y otros animales, sino feroces, temibles cuando toman de sor- presa. Pero el obstáculo mas serio es el que opone la fuer- za de la vegetación. La lucha del hacha y del mache- te contra ella tiene que ser continua. Para fabricar el rancho, para hacer una plantación, es necesario desmon- tar, es decir, destruir la vegetación forestal, y formar lo que allí llaman un rosado. Ahora bien, después de dos meses el terreno limpiado vuelve á poblarse de exhuberantes arbustos : á los seis meses ya necesita de nuevo el hacha, sino se ha tenido el cuidado de lim- piarlo de tiempo en tiempo. • « * Francamente, yo creería cometer un delito, si, en el estado actual de las cosas me propusiera invitar á mis compatriotas á que colonizaran las Altas Misiones, ó — 39 — incitára á los grandes capitales á fundirse en hipotéti- cas especulaciones. Por el momento, lo digo con toda sinceridad, yo no envidio á los grandes propietarios de centenares de le- guas en aquellos remotos parajes, tanto mas cuanto que las propiedades fueron distribuidas sobre mapas com- pletamente imaginarios, no habiendo sido exploradas aquellas inmensas selvas ; y el dia que se procediera á la mensura de aquellos terrenos, estoy seguro que mu- chos se quedarían con un puñado de moscas, puesto que se ha de haber vendido ó cedido muchas mas le- guas de las que existen. Lo mas curioso es que los mismos propietarios, que en su mayor parte no se han movido nunca de Buenos Aires, no saben siquiera de qué naturaleza son sus famosas tierras. Sé de uno que escribió á su agente en Posadas, pi- diéndole le indicara el presupuesto para introducir la cria de las cabras en sus posiciones de las Altas Misio- nes. El agente, ex-yerbatero, que no deja de ser hom- bre espiritual, le contestó, que la única calidad de ca- bras que podían criarse en las Altas Misiones, eran los monos. A otro que preguntaba, si se podían poblar los cam- pos, notad bien, los campos de las Altas Misiones con vacas, contestó : «Sí, con tal que las vacas tengan alas!» Oh! seria necesario que esos señores se incomodaran, y fueran allá á visitar sus bienes .... ¿ Visitar sus bienes ? Pero ¿ cómo penetrar á ellos ? Este es el busilis. Puesto que apenas habéis bajado del bote y puesto el pió sobre la arena, os halláis frente á una inmensa, interminable muralla impenetrable:—la selva virgen.— 40 — # * La selva virgen ! ¿ Queréis qué penetremos en ella ? ¿ Estáis prontos á renunciar á todas las comodidades á que os ha acostumbrado la civilización, á nutriros esclusivamente de lo que os dé el bosque, á volver á lo que eran nuestros antiquísimos padres, salvajes, ó si mejor os place, monos ? ¡ Estáis preparados á todo gé- nero de peligros y privaciones ? ¿ Estáis aguerridos con- tra las intemperies ? Tenéis el pulso robusto y los músculos de acero, el cuerpo elástico y probada resis- tencia á las fatigas ? Pues bien, coraje ! Tomad vos el hacha, tomad vos el fusil..... vos que camináis el primero, tomad la brú- jula..... Arriba todos! armad vuestra mano del tajante ma- chete !..... Tenemos tres enemigos que combatir, tenemos tres selvas en la misma selva; la vegetación arbórea, secu- lar, gigantesca, de la que hay que jirar á su alrededor ó abatirla con el hacha;—los árboles jóvenes, los arbus- tos, los cañaverales, las malezas, las lianas entrelazadas y colgantes, contra las cuales debemos usar el mache- te; tenemos finalmente los jigantescos herbáceos, las plantas lacustres de los bajos fondos, el cresimal cerra- do en los lugares húmedos, las plantas grasas punzan- tes, las hojas tajantes, que nos envuelven á cada mo- mento, que nos cierran el camino y nos condenan á cada paso á hacer el movimiento de quien asciende un enorme peldaño de una interminable escalera. Es una gimnasia continua de los brazos, de las pier- nas, de la cabeza, del dorso. Aquí, os veis obligados á dar un salto para pasar por sobre un colosal árbol caído por decrepitud, que os intercepta el camino: allá, á deslizaros como una ví- vora : aquí, el pié se hunde, allá tropieza: ahora os halláis con un tronco entendido á lo largo, que estáis forzados á pasar en equilibrio, con el fusil llevado á modo de balancín, como los bailarines de cuerda! Finalmente habéis hallado un pequeño espacio abier- to, casi limpio ; aprovecháis de él para acelerar el paso, cuando hé aquí que una liana traidora os envuelve el cuello: Zás! un machetazo ! El golpe de machete hace que la liana se deslice por vuestro cuello, y os deja en él un collar sanguinolento; sobre él cae el polvo menudo de los árboles sacudidos por el machete, lo que hace acrecentar la delicia!..... Si camináis adelante, doble trabajo, doble fatiga, y la responsabilidad de la dirección : si camináis detrás del primer picador, las cañas y ramas cortadas, á modo de plumas, os entran traidoramente en las carnes, como lanzas en ristre, enmascaradas por los follajes, y aun- que retiréis hacia atrás el cuerpo á la primera embes- tida, sacáis siempre una mancba negra por equimosis. He aquí otro tronco jigante de árbol caído malamente al sesgo, mitad colgante, mitad en tierra, que os inter- rumpe el paso. Salvarlo ? . . . . No ; se puede pasar por debajo en cuatro patas. De súbito os sentís tirar por la espalda. Creéis que es un viejo acreedor; os volvéis con inquietud. El acreedor no os deja andar, y entonces le pagáis con un robusto golpe de machete, dado hácia atrás, con el cual poco falta para heriros á vos mismo. Aquí un espeso cañaveral, por entremedio del cual Be vé que ya ha pasado un animal grande, os presenta un pequeño túnel. Os internáis en él con la espalda encorvada por varios minutos, hasta que sentís la mú- sica crugiente de las ramas que se deslizan por vuestrodorso...... La música cesa .... Oh! podéis en- derezaros y levantar los ojos .... Alzáis los ojos y un palito agudo os embiste y poco falta para que perdáis un ojo .... Adelante, pionneer, siempre adelante ! Y lié aquí que el bosque se clarea, hé aquí un andrajo de cielo descubierto .... Ah ! caminaremos mas libre y rápidamente! . . . . No, señores, porque la escasez de grandes árboles, á causa de la mas activa y directa ac- ción del sol, ha dado mayor desarrollo á las pequeñas vegetaciones ! Y entretanto, el sudor ardiente os ciega los ojos, y corre sobre las heridas de los mosquitos como gotas de fuego. Un profundo y caudaloso torrente os trunca brusca- mente el camino. ¿ Qué hacer ? Se derrumba con el hacha un árbol vecino á la orilla, de modo que la punta caiga sobre la orilla opuesta, y el grueso del tronco quede de este lado. El puente ya está improvisado.. Se pasa por él triunfalmente ! Y adelante I adelante ! El bosque se ralea otra vez. Una anchísima corona de cielo se descubre. ¿ Será el límite de la selva ? No; es una laguna. Se jira á su alrededor, se sondea donde el fondo no sea traidor, puesto que el pantano también podría tragaros .... Se jira, se jira, se cor- tan cuerdas de arco para enganchar .... Zapato bajo ? . . . Hay el peligro de las vívoras ! . . Botas altas ? . . . . Se llenan de agua y pesan como el plomo! . . . . El fusil, que al principio era simplemente incómodo, ahora parece haberse convertido en un cañón de 100 toneladas!---- — 43 — El machete se desploma sin cortar..... creéis que ha perdido el filo.... no, el filo está todavía en muy buen estado: es el brazo el que ya no tiene vigor.... son las piernas las que ya no pueden levantarse!. . . . El sol declina.... se ha marchado todo el dia.... ¿Habremos andado mucho camino....—Sí; una legua ¡Solo una legua!... y haber caminado tanto, y haber trabajado tanto !... Bueno, ahora descansaremos : aquí hay un lugar á propósito para hacer nuestro pequeño vivac. Hay un fresco arroyuelo que se vuelca con dulce rumor á nuestro lado. Ahora, ved que cortesía ! ya los habitantes del lugar, abejas, mosquitos y hormigas, como buenos huéspedes, vienen á darnos la bienvenida, á hacernos compañía y á refrescar las punzadas que el sudor habia lavado y cica- trizado! .. . Os recostáis para descansar. .. ¿ Qué hay ? El indio que os acompaña os grita, espantado, que os levantéis. Ha descubierto una enorme serpiente que os mira con los ojos llameantes!—Arriba de pié ! El cansancio ha pasado como por arte de encanto. Se afila un palo á modo de orquilla, se asesta bien el golpe, y se pincha en el medio del cuerpo del peligroso reptil, que se retuerce y lanza espantosamente hácia adelante la cabeza, moviendo en toda dirección su terrible len- gua de saeta, que parece la lanceta de un cirujano..., y que cirujano! Es un cirujano que da la muerte con el bálsamo que derrama sobre la herida!... Ahora un buen golpe de machete !... Pero cuidado, por caridad, no cortéis demasiado debajo de la cabeza. Ha habido caso, dice el indio, «en que la vívora ña lan- zado la cabeza tronchada contra el rostro del hombre...» Será una fábula vulgar y tonta, pero. .. quién sabe? bien pudiera suceder... r— 44 — Así!... eso es. . por el lomo... asi.... Respiramos! Ahora podemos descansar ! No, señores. .. porque donde hay una serpiente siem- pre se hallan otras !____ Entonces, otra vez mano al machete!... . A buscar otro lugar mas seguro !. . . . Mientras tanto el hambre punza. A propósito, qué comemos esta noche? E qui comincian le dolenü note! « « Pero es absolutamente imposible que continúe en esta descripción, aunque sintética, puesto que tendría millaren de impresiones que referir ; y no me quedaría tiempo para desarrollar otros puntos del programa. Esta vida, señores, la he llevado solo durante diez días, que me parecieron bien largos!.... Y eso, que yo hice mi aprendizaje en Africa !... . Pero, ¿qué decir de esos jtimmeers, hijos de la civili- zación europea, que de muchos años atrás viven en las selvas, atraídos y encadenados por ese instinto de libertad, de esa sed de lo desconocido, de aquel deseo de vida aventurera, que hace que viviendo apartados de la civili- zación, preparan inconscientemente la via á la civili- zación ? Pronto está dicho lo que de ellos se dice : se dice que son locosl.... Oh ! que gloriosa pléyade de locos atraviesa la huma- nidad ! Uno nace con el instinto de la poesía, y mientras escu- cha el lenguaje de las musas, tropieza con las realidades — 45 — de la vida. ... y el mundo lo apellida loco : pero ese loco se llama Shakespeare, se llama Dante Alighieri ! Uno nace con el instinto de las matemáticas y mien- tras, pobre y solitario, se abstrae en el cálculo sublime, el negociante que con el solo uso de la adición, ó á veces solamente de la sustracción, se enriquece, le llama loco : pero el nombre de ese loco es Pitágoras, es Plana ! Uno nace con el instinto de la astronomía, y mientras tiene los ojos levantados al firmamento, olvida los bienes de la tierra : el mundo lo proclama loco, pero ese loco se llama Galileo Galilei ! Uno nace con el humanitario instinto de la medicina, y mientras se encierra en su gabinete para arrancar á la naturaleza el secreto de nuevos remedios, sus colegas, que de los dolores humanos hacen escalera para su ri- queza, lo burlan como á un loco: pero ese loco se llama Jenner ! Un loco muere pobre regalando un hemisferio á otro hemisferio: pero ese loco se llama Cristóbal Colon. Un loco muere sobre un jergón de paja, en una bohardilla, legando al mundo los principios de una cien- cia nueva : pero ese loco se llama Juan Bautista Vico. Un escuadrón de locos abandonan la familia, *los in- tereses, los honores, y dejan sus huesos blanqueando en los desiertos africanos: pero esos locos se llaman Li- vingstone, Piaggia, Gessi, Antinori, Bianchi, Mateucci ! Estos son los grandes locos de chaleco, ante quienes la humanidad se inclina y á quienes la posteridad eri- ge estát uas! Hay locos menores. A ellos se debe que el mundo camina.— 4G — Volvamos á la selva. También allí quiero haceros conocer locos. Voy á presentaros uno : el mas impenitente: Adam Lucchesi. Es un hombre simpático, altivo, nervudo, que apenas pasa los treinta años. Partido á los quince años de la casa paterna, vino á encerrarse en las selvas americanas; no conoce de la Europa sino el pueblito de la provincia de Lucca en que ha nacido. Encerrado por su padre en un seminario y destina- do á la vida eclesiástica, manifestaba desde entonces sus instintos de viagero, privándose de todo pequeño placer, economizando su peculio y empleándolo en com- prar libros de viages que leía á hurtadillas. Usaba hasta de la argucia de poner clavos en vez de sueldos en el cofrecito de las ánimas del purgato- rio, para no disminuir su peculio, destinado esclusiva- mente á satisfacer su pasión de leer. Esta fué la causa por que se le expulsó del semi- nario. Llegado á América, casi sin medios, siguiendo su es- píritu aventurero, se internó en las selvas brasileras, paraguayas, argentinas, dedicándose á la vida del explo- rador, enriqueciendo á los demás con el descubrimiento de riquísimos yerbales, sin guardar nada por sí, puesto que no aprecia el dinero, y no se ocupa de los inte- reses, (como lo prueba el hecho de haber cedido á su madre, su parte hereditaria de treinta mil francos), realizando dificilísimas exploraciones, como la de los Marecayú, de las selvas de Curitiba, del rio Acaray, abriendo picadas de internacional importancia, como la de Campo Eré, y siempre sin pedir para sí una partí- cula de gloria. A este respecto su modo de pensar está explicado en el epígrafe que antepuso en su diario de la expedición — 47 — al Campo Eré, publicado en parte por Peyret. El epí- grafe es el siguiente: «Aunque la mayor parte de los hombres lo ignore, es agradable trabajar para la hu- manidad.» Su noble orgullo de debérselo todo á sí mismo y á su propio trabajo, está impreso en la bandera que fla- mea sobre su solitario rancho, en la costa del Alto Paraná, y que adoptó como símbolo heráldico:—una hacha y un machete. Cuando baja á Posadas, Lucchesi se halla en la so- ciedad como un pez fuera del agua. Él, ese soberbio rey de la selva, es tímido, está turbado, especialmente con las mujeres, sobre las cuales tiene ideas completa- mente infantiles. Puede decirse que no conoce á la mujer europea, sino por los retratos en las cajas de fósforos. Tiene aspiraciones sentimentales. Pobre Lucchesi, si tuviera que hacer una declaración tal como él lo entiende y ofrecer un corazón y una cabaña á ciertas señoras de mi relación!..... Una vez me decia confidencialmente en un momento de melancólico desencanto : —Las mujeres no saben que hacerse de mí—Algunas veces he ido á aquella toldería de salvajes de levita que se llama Posadas, y no me he hallado bien en ella. Yo soy un salvaje que no he hecho mas que alguna exploración en el mundo civilizado, y sé lo que es la mujer. Las mujeres escuchan con mayor gusto á un jovencito almidonado en la camisa y reblandecido en los huesos que el hablar sincero de los hombres de corazón!..... Y sin embargo, á un hombre como Lucchesi, las mujeres debieran esparcirle flores por donde pasa. Por desgracia no brotan flores en el camino del hom- bre que se entrega á una áspera misión sobre la tier-— 48 — ra: ni la sonrisa de la mujer ilumina el severo hori- zonte del explorador, ya sea explorador en el campo de la ciencia, en el campo del arte ó en el campo de la naturaleza! Un poeta silvestre, aquel mismo que cantó la yerba, escribió una oda á Lucchesi. La esculpió grosera, pero verídicamente en estos ver- sos, que bien pueden ser robados: Con su corazón de niño y su aliento de jigante! • # tt La vida de Lucchesi es todo un romance: un roman- ce noble y terrible, lleno de acciones generosas y de épicas aventuras. Esta me dará una de las mas intere- santes páginas para mi libro. Cuando escribí el sumario de esta conferencia, impo- niéndome el ingrato é ímprobo trabajo de restringirlo todo, de comprimirlo todo, de rozar sobre todo, creia que me hubiera quedado tiempo y espacio para narrar alguna de las notables aventuras de este Robinson de las selvas misioneras. Me proponía narrar por lo menos la mas conocida, y además la mas tremenda: aquella que le ocurrió, cuan- do, después de un mes de navegación, de exploración sobre el rio Acaray, tripulando una canoa, con solo un peón indio, un perro, un fusil, un machete y un ha- cha, se halló de improviso envuelto por impetuosísima corriente, que después de haberle buscado la canoa, lo arrastró hasta el borde del abismo en que el rio, for- mando una enorme catarata, se precipita de una altura de cerca de 30 metros. Narrar el modo milagroso como se salvó; narrar con que audacia salvó al indio enloquecido de terror: nar- rar como, aferrado á la orilla, después de haber lin- chado desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tan le contra la corriente ; narrar como, sin armas, sin machete, sin hacha, desnudo, vivió durante ocho dias arrastrándose en la selva y después á lo largo de la orilla del Alto Paraná, hasta Tacurupncú, no es cosa que pueda hacerlo en menos de media hora, qno por cierto no estáis dispuestos á acordarme, ni yo me siento con el coraje de estropear y sacrificar, restrinjiéndola, aho- gándola, como he hecho con lo demás, una historia tan potentemente dramática, en la cual cada paso es una aventura que supera á las mas imaginativas creaciones de las novelas, en la cu 1 cada detalle es por sí solo un drama que hace estremecer. Y así estoy ohligado á renunciar á describiros algu- nos de los mas curiosos hechos que le ocurrieron en la atrevida exploración de las tribus Marecayú. • a Pero Adam Lucchesi, no es solamente el hombre de las aventuras: no es solamente el hombre de las auda- ces exploraciones. Es también el hombre del trabajo rudo y perseve- rante. A la cabeza de sus peones indios, de quienes se hace temer y obedecer con su resolución, se hace respetar con la superioridad de su inteligencia y de su atlética fuerza, se hace amar con bu bondad, y á quienes dá el ejemplo de la sobriedad, de la templanza y del trabajo, explota yerbales descubiertos por él—que le dan por otra parto poco provecho, á cansa de la escasez de ca-— 50 — pítales, y la decadencia del comercio de la yerba;—y cultiva pequeñas áreas de tierra sobre la despoblada y salvaje orilla del Alto Paraná. Cansado do sn vida nómade, él—que huye de las co- modidades y de loe b<•neficios de la civilización, amante, como es, de la vida libre de los bosques, y aclimatado á aquellas inclementes regiones,—él sueña ahora con otro modesto, cuanto noble ideal. Su ideal efl poseer un pedazo de tierra de su propie- dad, del que nadie tenga derecho de arrojarlo, y agru- par á su alrededor á los indios nómades que infestan las orillas del Alto Paraná, haciendo que tomen amor á la vida estable de la familia y amaestrándolos en la agricultura. Y sin embargo, doloroso es decirlo!..... con tantos y tantos centenares de leguas cuadradas que existen en las Altas Misiones, Adam Lucchesi no tiene un cuadra- do de tierra, en que pueda levantar una casa que pueda llamar suya. Sobre un terreno que por ahora no tiene valor nin- guno, por sí mismo, pero que únicamente puede adqui- rir algún valor para aquel, que con una lucha perseve- rante contra todo género de obstáculos, dificultades, do peligros, de molestias, con sacrilicio de su persona, con áspero trabajo, consiga arrancarle, un fruto, hay propie- tarios que se alaban de poseer, y poseen en efecto títulos legales, derechos, y que no pudiendo sacar por sí pro- pios un centavo de sus tierras, impiden también (pie otros saquen el mas mínimo provecho. De donde resulta que los pocos animosos yerbateros, los trabajadores de maderas, que habian en algunos puntos levantado un rancho, haciéndolo centro de una pequeña plantación, amenazados de verse de un momen- to á otro arrojados y despojados de un producto que es «delusivamente fruto de su propio trabajo, abando- — 51 — nan la costa argentina, dejan que el rancho se caiga, dejan qne la selva virgen se cierre de nuevo allí don- de su mano inteligente habia dado los primeros ata- ques de la civilización contra el salvajismo, y van :í habitar y á atraer población de peones, ya sobro las mas hospitalarias orillas paras,'nayas, ya sobre las costas del Brasil, que utas astuto, con leyes bastante ven- tajosas para el colono piotOUter, ofrece apoyo y terrenos gratuitamente. Y fué este uno de los espectáculos que me oprimieron el corazón, navegando por el Alto Paraná, el ver las hue- llas de este ésodo que aleja cada vez mas ese porvenir en qne también las Altas Misiones deben dar abundante contingente de riqueza al país! ¿ Por qué el Gobierno no interviene, para que los pro- pietarios no continúen haciendo el mal común sin ven- tajas para si mismos ? ¿Por qué no obtiene del reconocido patriotismo del mas grande propietario de las Altas Misiones la cesión de una S, punta de terreno, tres ó cuatro leguas bastarían, para establecer en ella una colonia de indígenas de aquellos que ahora vagan sin domicilio estable, agrupándolos al- rededor de alguna persona que, aclimatada á aquellos lugares, conocedora de las cual ¡dales buenas y malas de aquellos silvestres habitantes, sepa al mismo tiempo ha- cerse obedecer y amar ? Puedo indicar un lugar á propósito. La punta que presenta el territorio argentino entre el Alto Paraná y la Barra del Iguazú. Y aun más ; no comprendo con qu¿. criterio deja el gobierno que un punto estratégico como aqnei, que es límite de tres Estados y domina comer- cial y militarmente el pasaje del Paraná y las costas brasilera y paraguaya, esté en poder de un ciudadano. Lo repito. En el estado en que se hallan actualmen- te las altas Misiones, seria un engaño para los capita- *— 52 — listas, seria un engalló para los trabajadores, atraer allí inmigración europea. En vez del soñado Eldorado hallarian nn cementerio. Las primeras luchas contra las asperezas de la natu- raleza, deberían ser sostenidas por los indígenas. Un primer centro de población indígena en la Barra del Iguazú, atraería movimiento sobre el rio Alto Paran;!, animaría el comercio de Posadas, procuraría un manantial directo de riqueza al país, y valorizaría poco á poco los terrenos circunvecinos, con evidente provecho de los propietarios. Un gobierno previsor debería establecer al mismo tiempo un embrión de colonia en la Barra de] l'iray, punto del cual comienza la grandiosa picada de Campo- Eré que pone en comunicación con el Brasil, del que podrían venir brazos, y establecerse comercio. Al mis- mo tiempo, un fuerte impulso «lado á la colonización del fértilísimo territorio de las Bajas Misiones, baria que la población europea, por fuerza de elasticidad, se estenderia poco á poco hacia arriba. Las poblaciones indígenas del Iguazú y del Piray ba- jarían basta confundirse en un abrazo civil, dando lugar al mismo tiempo á provechosos intercambios. El problema de Misiones es complejo y debe ser re- suelto por fuerzas complejas, tendentes sin. embargo á una unidad de programa, animada de unidad de. miras. Aplicar á Misiones la ley común de tierras y colonias seria no sojo un error sino una cosa imposible, como puedo probar dónde y cuándo sea oportuno. Así también los esfuerzos aislados, aunque hechos coxt lógica preparación, fracasarían. — 53 — i A qué conduciría fomentar el comercio sin fomen- tar la producción ? Corno es posible el comercio sin productos! ¿A qué conduciría fomentar la producción sin preo- cuparse del comercio ? De qué sirven los productos sino hay mercados donde venderlos ? Favorecer el comercio y no estimular la navegación, abrir nuevas vias, aumentar los medios de transporte, seria obra inútil. Como también seria obra insana establecer líneas sin contemporáneamente no se piense en que aumente la población, se multipliquen los productos, acresca el con- sumo, se aviva el comercio. Repito otra vez que si el gobierno, sí algún particular tiene intenciones serias de hacer algo por el porvenir de Misiones, me será grato poner á su disposición desde ahora el no escaso capital de datoá positivos y de cono- cimientos que he recogido sobre el terreno. Declamar, ya se ha declamado bastante: escribir, se ha escrito mucho. De hoy en mas hasta los sordos, hasta los ciegos saben que Misiones es una de las mas preciosas joyas de la diadema Argentina. Lo que ahora se necesitan son hechos: iniciativa pri- vada bien inspirada, múltiple, concorde: acción bené- fica del gobierno. • Solamente así también las Misiones, las tan injusta- mente olvidadas Misiones, concurrirán á realizar en un porvenir no lejano el hermoso sueño de Miguel Cañé con cuyas palabras, á las que me asócio de corazón, pláceme cerrar esta conferencia: «En mis momentos.de duda amarga, cuando mis faros- 54 — simpáticos se oscurecen, cuando la corrupción yankee me subleva el corazón, ó la demagogia de media calle me enluta el espíritu en París, reposo en una confianza, y me dejo adormecer por la suave visión del porvenir de la América del Sur; paréceme que allí brillará de nuevo el genio latino rejuvenecido, el que recogió la herencia del arte en Grecia, de Gobierno en Roma, del que tantas cosas grandes ha hecho en el mundo, que hit fatigado la historia ! » Yo, cuando leí estas líneas do Miguel Cañé, me ha- llaba sentado sobre una piedra, en uno de los mas hermosos golfos formados por el Alto Paraná. En el aislamiento solemne de un rio que pudiera ser recorrido por flotas, y no es atravesado sino por algu- nas canoas silenciosas y traidoras como es silencioso y traidor el paso dol indio, entre dos compactos muros de interminable* selvas en que reina la soledad, y que po- drían dar asilo y bienestar á todos loa desheredados de la tierra ; en Ja quietad solemne «leí crepúsculo, rápido y magestuoso en aquella* latitudes tropicales, el hermo- so sueño de Cañé me atrajo en sus seductores lazos y poco á poco mi espíritu se sintió trasportado ai reino de las visiones____ Me parecía estar solo en una barquilla rápida.... rá- pida como el pensamiento .....lijera.. . . lijera como la fantasía y remontar el Paraná. El cielo estaba sombrío y el color negrusco do la bóveda que se estendia sobre el rio, se confundía con el color negrusco de la selva. Ambas orillas estaban pobladas de salvajes que comba- tían entre sí y de cuando en cuando lanzaban contra mí fle- chas que no alcanzaban á herirme . .. En el iuterior hu- meaban sacrificios humanos . . .Sobre las aguas, de vez en cuando se vcian desordenadas flotas de canoas entre las cuales parecía vibrar la lueha mas encarnizada. A VMOfl alguna canoa tripulada por hombres armados trataba de seguirme,. ... pero no me alcanzaba. — 55 — La visión cambió de improvisos Descendía el majestuoso rio con la misma fantástica barquilla. Qué mágica transformación! A la selva densa se ha- bían sucedido pampanosos viñedos, de los que pendian racimos de bellísima uva, árboles frutales de los que colgaban,—delicia de los ojos, tentación del paladar,— duraznos, dorados damascos, almendras, manzanas, naran- ja3..... sonriente campiña era interrumpida á menudo por amenos villorrios hormigueantes de población alegre y festiva, y por inmensas ciudades, ou medio de las cua- les resaltaban suntuosos palacios, espléndidos monumen- tos, humeantes chimen cus. El rio era recorrido en todo sentido por esbeltos va- pórenos, por veloces barcos á vela, por soberbios va- pores. A tanto encanto en la tierra respondía un nuevo en- canto en el cielo. La mágica escena era iluminada por una sola fulgi- dísima constelación. Y las estrellas de aquella constelación, en el calen- dario de mi profóücauiente exaltada imaginación, lle- vaban por nombre: Paz, fraternidad, trabajo ! —