RTAD ÓE LA ENSEÑANZA DISCURSOS DE D. FELIX FRIAS PRESIDENTE DE IA CAMARA NACIONAL DE DIPUTADOS PRONUNCIADO? En las Sesiones del 31 de Julio y 7 de Agosto de 1878 BUENOS AIRES Imprenta de La Amjírica dkl Scb, Potosí 111. 18 78 iLIBERTAD DE LA ENSEÑANZA DISCURSOS DK D. FELIX FRIAS fe PRESIDENTE DE LA CAMARA NACIONAL DE DIPUTADOS PRONUNCIADOS En las Sesiones del 31 de Julio y 7 de Agosto de 1878 BUENOS AIRES Imprenta de La América del Sur, Potosí 111. 18 7 8 LIBERTAD DE ENSEÑANZA CAMARA DE DIPUTADOS DE LA NACION Discurso pronunciado por el Sr. D. Félix Frías (Sesión del 31 de Julio de 1878) Si: Presidente: La República Argentina no tiene intereses mas altos que los que se retieren á la instrucción pública. En un pais regido por instituciones como las nues- tras, la primera de todas las necesidades es derramar en el pueblo la luz: todas las luces; la luz de la mo- ral, la luz de la ciencia, la luz de la filosofía. Y uno de los instrumentos mas eficaces para hacer esta propaganda necesaria y saludable, es la enseñanza. ¿De qué manera ha de organizarse la enseñanza en un pais libre? ¿Quiénes deben enseñar? ¿Cuáles son los límites y las reglas de la enseñanza pública? Hé aquí, Sr, Presidente, una de las cuestiones mas graves del siglo en que vivimos; cuestión que ha preo- cupado á todas las naciones del mundo civilizado; cuestión que en todas ellas ha tenido una solución. Esta solución ha sido la que yo quiero para mi patria: la solución de la libertad. En el tiempo de mi emigración, tuve la dicha de encontrarme durante siete años en Francia. Llegué— 4 — allí en los momentos en que caia una monarquía libe- ral, servida por hombres eminentes, que adquirieron en el mundo gran reputación. Llegué en los momentos en que esa monarquía era reemplazada por una re- pública, y en que fueron llamados á gobernarla es- tadistas de gónio, de vasta y probada ilustración, que se propusieron ajustar las nuevas leyes á la forma de gobierno que la Francia se habia dado. La constitución de la nueva república establecía la libertad de enseñanza. La constitución del año 30 habia contenido igual disposición; pero durante todo el reinado de Luis Felipe, los liberales, los que así se llamaban, resistieron las exigencias de los que, encabezados por un ilustre católico, el conde de Mon- talembert,' pedían para la Francia la libertad de enseñanza, es decir el cumplimiento de la promesa que la carta contenía. Cuando estalló la revolución de Febrero, la Francia se aproximó a los bordes del abismo. Apareció de- lante de ella un mónstruo, que hoy mismo vuelve á presentar en Europa su aspecto repugnante: ese móns- truo era el socialismo. En presencia de los peligros que amenazaban la sociedad, los que hasta entónces se habían combatido, los defensores del monopolio, entre los que figuraba en primera línea uno de los hombres mas renombra- dos de este siglo, Thiers,y los defensores de la libertad, se dieron la mano: hicieron una ley de paz, y de con- ciliación. Hicieron una ley de paz y de conciliación, porque hicieron una ley de libertad. ¿Quiénes deben enseñar, en una república, señor? Todo el mundo. Debe enseñar el Estado, deben ense- ñar los particulares, deben enseñarlas asociaciones. ¿Con qué restricciones? Con ninguna; con ninguna que importe una traba puesta al derecho común. Esto es lo que se sostuvo en Francia por M. Thiers y por Montalembert. Creyeron ellos que los dos grandes poderes de toda sociedad cú^JUzada, que se llaman la religión, por una parte, y la filosofía por otra, lejos de rechazarse mutuamente, debían entenderse una con otra; que era muy fácil la concordia en el terreno de la república. Decia Thiers que esos dos poderes, que él llamaba dos hermanas inmortales, no podían desapa- recer en ninguna sociedad civilizada; que la religión no podía destruir la filosofía; que la filosofía no ar- ruinaría jamás la religión. Son dos hermanas inmortales, aunque de origen muy distinto, destinadas á vivir constantemente, la una enfrenta de la otra. Es preciso que vivan en paz, es decir, en libertad. La antigua universidad francesa, obra de un gran déspota, obra de Napoleón I, se resentía de su origen. Era un cuerpo sumiso y despótico á la vez, que go- bernaba la enseñanza, y sin cuyo permiso á nadie era permitido enseñar Ese cuerpo debia desaparecer. Cuando el año 1850, se alcanzo la libertad de que antes se carecía, el cuerpo despótico fué reemplazado por otro muy diferente. Se mantuvo la universidad como cuerpo docente; pero despojada de la facultad de gobernar la instrucción en todos sus grados y ra- mos. A este respecto recibió modificaciones conside- rables. La universidad de Napoleón I fué sustituida por el Consejo Superior de Instrucción Pública, en el cual están representadas todas las influencias sociales, todas las doctrinas, todas las opiniones, que tienen derecho á existir unas enfrente de las otras, unas y otras libres. Ese Consejo está compuesto de arzobispos, de minis- tros de las comuniones protestantes, (puesto que en Francia reina, como en nuestro país, la libertad de cul- tos) — está compuesto de consejeros de Estado, de miembros del Instituto, de jueces de la Córte de Cas- sation, y de representantes de la enseñanza libre, de manera que,como deciaMr. Thiers, la parte gobernada fuéra gobernante á la vez. Asi se advierte, señor Presidente, que el gobierno dela instrucción del pueblo, está confiado en Francia á un gran jurado, y que en su presencia tenia que desa- parecer todo monopolio. A semejanza de ese jurado, puesto al frente de la na- ción,se estableció uno á la cabeza de los departamen- tos, compuesto de la misma manera. ¿Qué queda del monopolio de la antigua universi- dad? No queda nada. Hubo libertad para enseñar,—(me refiero á la edu- cación primaria y á la secundaria, objeto de la ley), hubo garantías para todos: hubo libertad para las materias, los métodos, los programas, los textos, y se suprimió el certificado de estudios. De manera que la ley deciaal estudiante:—Cuando os presentéis ante los examinadores, no os pregunta- rán de donde venis, en donde aprendisteis; lo que se os preguntará únicamente es lo que sabéis; y esta nre- §unta no sera hecha por profesores oficiales, tratándose e los alumnos de una escuela libre. Las escuelas libres se han creado enfrente de las ofi- ciales, en Francia,como en toda la Europa civilizada, para despertar y estimular una emulación, necesaria, indispensable, como que es ella la base y el agente productor de todo progreso. Y es evidente que, si hade haber emulación, si ha de haber competencia, es menester que esta compe- tencia se haga en condiciones de igualdad. Si por una parte hay monopolio, y por otra parte hay gentes excluidas de los beneficios de la libertad; si poruña parte, como decia Laboulaye, — hombre muy competente en esta materia, y que na contribuido grandemente á la propagación de las mejores doctri- nas,—si poruña parte se ha de combatir con espadas de acero, y por otra con sables de palo, la igualdad desaparece. Se quiso, pues, ante todo, que la igualdad ante la ley fuera concedida á todos los establecimientos libres de instrucción. ¿Qué límites se puso á esta libertad? Ninguno. Digo ninguno, porque ¿qué significa la inspección que la le.y francesa reservaba al Estado? No significaba nada. Significaba algo que los doctores en medicina, que se sientan en esta cámara, pueden apreciar, pero que en manera algunas restringía la libertad de la enseñanza. La inspección tenia que hacerse únicamente para averiguar si los alumnos de los colegios particulares estaban en casas sanas, si habia salubridad en esas casas. Se hacia también para saber si habia moralidad en ellas. Pero respecto de la enseñanza, respecto de las ma- terias, respecto de los métodos, respecto de los textos, la libertad era completa, porque era necesario que la competencia fuera libre. La inspección nada tenia que hacer respecto de la enseñanza misma. La primera de las garantías que necesitaban y re- clamaban en Francia, como en todas partes, los defensores de la libertad de la enseñanza, era la garantía que debia asegurarse á los alumnos de los colegios particulares en los exámenes. «El que dispo- ne del exámen, se ha dicho con razón, dispone de Ja enseñanza.» Este exámen no debia darse por lo mismo ante personas sospechosas para los colegios libres. Era menester que el examinador no alarmara por su parcialidad á los padres de familia. En todo Estado hay padres que piensan de distinta manera; y eso que se ha dicho el otro dia entre noso- tros, de que debia unificarse la enseñanza, amoldarla á una sola doctrina, á un solo principio, es precisa- mente lo que no se quiere, lo que no se puede, lo que no se debe querer en una república,—puesto que en una república hay de todo: libre-pensadores y católicos, literatos 3'filósofos, y la libertad es hecha ?ara todos. También hay frailes en la república, señor residente, y la libertad es hecha hasta para ellos. I'Se decía, pues, en Francia: conviene que los exa- minadores ofrezcan á los padres de familia, las mas serias garantías de imparcialidad. El ministro Duruy, uno de los hombres que en aque- lla nación han contribuido mas al desenvolvimien- to de la instrucción pública, ha dicho esto:—"Si se me obligara á colocar mi hijo en un escuela que no fue- ra de mi confianza, bajo la dirección de un maestro sospechoso, se me impondría lamas inicua de las tira- nías". Y agregaba el ministro de instrucción pública, en medio de los aplausos de la asamblea, que lo es- cuchaba: "Compréndase bien en Francia, que lo que Í'O no he de querer para mis hijos, no he de querer- o tampoco páralos hijos de nadie". Ahí está toda la cuestión que hoy debatimos. Cuando un señor diputado nos decia, el otro dia: lo que se quiere, en realidad, es que no sean los pro- fesores oficiales los que examinen, (como si nosotros ocultáramos nuestro pensamiento,) nos decia la ver- dad: es eso lo que queremos. Es eso lo que ha habi- do derecho para querer en todas partes; es lo que se ha querido y conseguido en todas partes; que los pro- fesores oficiales no examinen á los discípulos de los colegios libres, que les hacen competencia. El principio de equidad y de justicia en que se fun- da la libertad de la enseñanza, ha recorrido victorio- so la Europa, entera. Ha sido aceptado en Francia, lo mismo que en Bélgica y en Holanda; en España lo mismo que en Austria, y en Alemania. En todas par- tes ha llevado una marcha triunfante, y donde hizo su última conquista fué en Italia. Véase bajo que inspiraciones se han dictado las le- yes que rijen aquel país en esta materia, (y téngase presente que no son fanáticos en el dia los hombres que gobiernan la Italia) y se notará que esos prin- cipios son los que Thiers y Montalembert proclamaron 6n las cámaras francesas. Esos son los que han triun- fado. ¿Con qué resultado se ha practicado en Francia esta gran reforma, esta gran mejora, tan en vano reclamada durante la época de Luis Felipe? Con los mas benéficos resultados. Ellos han sido tales, que hoy la obra está coronada y la libertad de la enseñanza ha ganado su última batalla. Existia en Francia una amplia y completa libertad de enseñanza primaria, existia alli una amplia liber- tad de enseñanza media, ó secundaria, como la lla- man los franceses; pero faltaba coronar el edificio con otra libertad, con la libertad de la enseñanza superior, y esa libertad se ha fundado. Y bueno es no olvidar que no han sido los católicos solamente los que han abogado por la libertad de enseñar, cumpliendo con un deber de su conciencia, porque la necesitaban todos, la necesitaba el país. No; han sido además hombres muy liberales, pero consecuentes con su liberalismo, como Julio Simón y Laboulaye; fueron en 1850 los hombres mas eminentes de la Francia, y Mr. Thiers al frente de ellos. No sé que el mundo moderno, que la Europa civilizada haya tenido un hombre menos sospechoso á los ojos de los republi- canos que Thiers. Los liberales mismos han querido coronar el edificio con la única libertad que le faltaba; la de las universi- dades, la de la enseñanza superior. Decia el señor Diputado por Buenos Aires, que la libertad de la enseñanza superior pasó en las cámaras francesas por poco número de votos. Puedo asegurarle que la ley, que á esa enseñanza se referia, no pasó por escasa mayoría; nó, fué considerable la que la san- cionó. Después, es cierto, se propuso una modificación en un punto importante. El ministro Waddington que lo era en 1876 de Instrucción Pública, y hoy de Relaciones Exteriores, pensó que se había ido muy— 10 — lejos, concediendo á las universidades libres la cola- ción de grados;—Estoy de acuerdo, dijo, con la li- bertad de la enseñanza superior; pero eso es dema- siado; es la colación de grados prerogativa inherente al Estado, de que no puede desprenderse. La cámara de diputados votó, es verdad, la supre- sión de los artículos relativos á la colación de grados. El senado insistió por una pequeña mayoría. Pero, después vino el año 77 y el actual, en que los republi- canos, como se sabe, cuentan con considerable ma- yoría; y ya no se ha querido tentar nuevamente el ensayo de despojar á la enseñanza superior de una atribución necesaria para su libertad. ¿Con qué beneficios para la Francia se ha practica- do allí la libertad de la enseñanza? Con beneficios inmensos. Han ganado los establecimientos oficiales, han ganado los establecimientos libres. Esos que se han llamado aquí retardatarios, los hombres que en Francia profesan las doctiinas que yo profeso, han contribuido de la manera mas eficaz, al progreso y á la difusión de la instrucción pública en aquel pais, y seles ha hecho j usticia plena en los mismos establecimientos oficiales. Las pruebas de esto se producen todos los años en Francia. Todos los años hay concursos para distribuir gran número de becas entra las escuelas primarias. Se presentan á ese concurso las escuelas de París, y los que mas becas obtienen son los alumnos de los Her- manos de la Doctrina Cristiana. Los colegios libres enseñan algo mas que la religión y la moral: enseñan las ciencias también. En Francia existen la Escuela Politécnica, la Escuela Naval, la Escuela Militar de Saint Cyr; existen otras Escuelas dondé se dá la alta enseñanza científica. Para entrará todas ellas concurren los alumnos de los establecimientos públicos y de los establecimientos libres; y la estadística nos muestra todos los años que la mayor parte de los que ingresan en ellas, salen precisamente de las escuelas llamadas allí congrega- nistas. Ese es el beneficio que ha hecho la concurrencia en Francia; ese es el beneficio que la competencia está llamada á producir entre nosotros. He dicho antes de ahora, que estoy muy distante de creer que la ley que discutimos, sea una ley com- ?leta, una ley orgánica de la libertad de la enseñanza, b he tenido conocimiento de ella, cuando lo han tenido todos los Sres. diputados;—antes me había sido del todo desconocida. Pero he visto en este pro- yecto de ley una garantía séria para la instrucción pública, es decir, para su libertad; y por eso, desde el primer momento, he simpatizado con él. Yo sé cuáles son las cosas que distraen el espíritu público entre nosotros y lo preocupan; yo sé que cada mes hay revolución de Corrientes que absorve la atención de todo el mundo; y sé por lo tanto que entre nosotros es muy difícil hacer leyes orgánicas sériamente meditadas. Si esto no fuera tan difícil, por la anarquía perpétua que desgraciadamente rei- na en nuestro pais, tiempo ha que se hubiera dictado otra de las leyes orgánicas: la relativa á las interven- ciones, y ella nos habría quizá ahorrado la sangre, que se derrama tan abundantemente en tantas partes! Sin embargo, esa ley no se ha dictado aun, y transcurrirá mucho tiempo probablemente, antes que ella se sancione, como tardará el dia en que tengamos una ley orgánica de la libertad de la enseñanza. Pero aquí, eu este proyecto, hay á mi juicio, una garantía real para los establecimientos privados; es el principio que yo acepto y el que creo debe la cá- mara aceptar. Una vez que ese principio se adopte, la lucha será igual entre los establecimientos públicos ú oficiales y los establecimientos particulai'es; enton- ces los colegios nacionales, acerca de los cuales pu- diera trazar una rápida reseña para mostrar á la cámara cuanto han dejado que desear, cuantos es- 2— 12 — cándalos gravísimos han tenido lugar en ellos; en- tonces los colegios nacionales en presencia del colegio rival, ten-lrian que mejorarse ciertamente; y llegaría tal vez el dia en que fuese innecesario también el mi- nistro mismo de instrucción pública, cosa á que debe tender él: á hacerse inútil. No lo digo, para inferir ofensa alguna al señor ministro que me escucha;—lo digo porque esto mismo se ha dicho ya á un gran mi- nistro en Europa, como el mayor de los elogios que se le pudiera tributar. En efecto, si es verdad, como afirma Goethe, que el mejor gobierno es el que enseña al pueblo á gobernarse a sí propio, cuando se ha di- cho á un célebre ministro: «Vd. ha 'empleado diez años en hacerse inútil», se le ha hecho el mayor de los elogios. Los ministros de instrucción pública son inútiles en Inglaterra y en los Estados Unidos: allí no se sabe lo que es un ministro de instrucción pública, y allí es donde reina la verdadera libertad. Me consta que el actual ministro de instrucción pú- blica hace todos los esfuerzos posibles para mejorar los establecimientos, que están confiados á su direc- ción; me consta que se propone corregir los abusos ó irregularidades que en ellos ha encontrado; pero yo le direque, en obsequio de los establecimientos que de él dependen, no puede hacer nada mas acertado que fo- mentar la libre competencia. Ella será el mejor es- tímulo, ella conducirá el país al mejoramiento de la instrucción pública, al adelanto de los colegios de en- señanza secundaria existentes en toda la república; y porque yo deseo vivamente que en todas las provin- cias se difunda la instrucción, que se difunda por todos los medios, con todas las armas, que se difunda por la enseñanza oficial y por la enseñanza libre, es que apruebo este proyecto.—Este proyecto tiende á eso. Sr. Presidente: yo no quisiera hacer de esta cues- tión un debate irritante en manera alguna: no quisie- ra examinar si realmente hay, como yo lo entiendo, — 13 — monopolio en la República Argentina, es decir si existe el monopolio oficial. Me encuentro en este debate enfrente de un antiguo amigo. Mis opiniones, en las materias que se relacio- nan con las convicciones mas íntimas de mi alma, están separadas de las suyas por la distancia que se- para el polo ártico del antartico. Hace cincuenta años que nos conocemos, y durante este largo tiem- po nuestros corazones no estuvieron separados jamás por ninguna distancia. Yo no quisiera hacer recriminaciones, no quisiera hacer cargos á nadie; pero el cólega, á que me refie- ro, me permitirá citar algunas palabras suyas, ante- riormente pronunciadas en este mismo recinto. El año 1876 el Sr. diputado, con el talento superior que le distingue, fijaba su atención, en presencia del señor ministro de instrucción pública, en los colegios nacionales; y él que no gusta de los papas, decia al se- ñor ministro, creyendo hacerle un reproche muy se- vero: "El presidente es un papa, vd.es un Antonelli; vdes. quieren concentrar en sus manos un poder des- pótico de instrucción; vdes. sofocan todo espíritu de espontaneidad, de actividad social, no dejan que las provincias se gobiernen á sí propias.» El señor minis- tro de instrucción pública de entonces, se manifestaba inclinado en efecto á la centralización en materia de enseñanza. Yo no gusto de ella tampoco, y estoy muy distante de poner en manos de un hombre toda la ins- trucción publica de mi pais. Aunque partidario de los papas, y abrigando respecto de ellos la veneración que les debe todo católico, me sentía poco dispuesto á entregar toda la enseñanza á la dirección de un pa- pa tan falible como el Dr. Leguizamon. El señor diputado por Buenos Aires nos hablaba entónces, y nos ha hablado después, de cosas que realmente, debo confesarlo, no he comprendido bien. Nos ha hablado mucho de la universidad de Berlín, de esa gran autonomía que ha regenerado á la Ale- — 14 — manía; y él sostenía que la universidad de Buenos Ai- res era una autonomía también, en la que nadie po- día poner la mano. Señor Presidente: por lo que hace á la universidad de Berlin, yo no comprendo qué relación tenga ella, cualquiera que su organización sea, con la libertad de la enseñanza secundaria. Laboulaye ha dicho, que lo que ha hecho la fortu- na de las universidades alemanas, es que ellas han reemplazado la libertad por la servidumbre:—la li- bertad délos profesores, la libertad de los estudiantes. Pero ¿en qué sentido la universidad de Berlin ha contrariado la libertad de enseñanza? ¿En qué sentido ha ejercido jamás monopolio alguno? Yo no sé. Lo que sé es que la enseñanza secunda- ria, que es de la que tratamos aquí, no está enco- mendada á la universidad de Berlin. Lo que sé es que los consistorios délas provincias son los que la dirigen, con completa independencia de aquella universidad. Contestando, sin embargo, al doctor Leguizamon, el Sr. diputado á quien me estoy refiriendo, decia esto:—Los colegios nacionales son, y no pueden ser otra cosa, que sucursales de la universidad de Buenos Aires. Esta es una casa, este es un taller, en que no se puede entrar, sino sujetándose á los reglamentos que en esa casa existen. Como nosotros dictamos los reglamentos, y los colegios nacionales tienen que so- meterse á ellos, Jos colegios nacionales son sucursales de la universidad de Buenos Aires. Confieso ingenuamente, Sr. Presidente, que no com- prendo que un establecimiento, que un colegio su- cursal sea un colegio libre. Un colegio sucursal es un establecimiento subordinado al monopolio; la palabra sucursal significa eso ó no significa nada. Es un colegio sucursal aquel en que los profesores oficiales examinan á los alumnos de los colegios que les hacen competencia. Yo no averiguaré en este momento, Sr. Presidente, aunque sea esta cuestión que, bajo cierto aspecto, puede caer bajo la competencia del legislador na- cional, si realmente la universidad de Buenos Aires es una autonomía en que nadie puede poner la mano. Diré sin embargo, que esa casa, ese taller, tiene un inconveniente: es que el dueño de la casa no la ha pagado, es que el taller no tiene fondos propios y se sostiene con el dinero del pueblo. Si se tratara de universidades como la de Oxford ó Cambridge, en Inglaterra, de universidades que de siglos atrás existen con inmensos capitales, debidos á la piedad de 106 que han concurrido á su fundación, comprendería que se me dijera que había allí una autonomía, que nadie podia tocar; pero esta autono- mía, que hace de los otros colegios sucursales, pienso que no ha tenido poder el legislador de la provincia para crearla; pienso que en esa casa habría que po- ner este letrero: Esta escasa de monopolio. Y pasando el legislador de la provincia delante de ella, ha debido preguntarse, si puede haber una casa de monopolio en Ta República Argentina; si la legislatura de la provincia ha podido sancionar eso, sin violar la constitución nacional, superior á todas las constituciones locales. Los colegios nacionales, señor Presidente, en reali- dad no son sucursales de la universidad de Buenos Aires. La doctrina del señor diputado, que hoy com- bato, por fortuna no se ha puesto en práctica; los que si son sucursales de la universidad de Buenos Ai- res, son los colegios particulares. Decia, Sr. Presidente, que en Francia, y en todas partes, se entiende por escuela libre, aquella que po- see la libertad de su enseñanza, la libertad de eleiir sus maestros, sus métodos y sus textos; y sobretodo, la garantía de la imparcialidad en los exámenes. De- cia, que en todo país se entiende siempre, y no hay un solo hombre público, que de esta materia se haya ocupado, que no haya pensado que es una manifies-— 16 ta violación, la mas flagrante, de la libertad de ense- ñanza, que profesores oficiales examinen á alumnos de los colegios que les hacen competencia. Eso es lo que sucede en Buenos Aires; eso es lo que quisié- ramos que no sucediera en adelante. Y aquí, señor Presidente, permítaseme hacer notar algo que es injusto á todas luces. El Sr. diputado por Buenos Aires, nos decia tam- bién hace dos años: «La universidad de Buenos Aires, inteligente, ilustrada, con hidalguía en el corazón, forma libres pensadores.» Yo me dirijo á esa hidalguía del corazón, para preguntar á la Cámara entera, si es justo que colegios que existen en Buenos Aires hace veinte años, dan do pruebas de que merecen y han merecido siempre la confianza de las familias, se encuentren en infe- riores condiciones á los colegios de Catamarca, de la Rioja ó de Jujuy; que colegios donde el presidente y vice-presidente de la república educan sus hijos, val- gan menos á los ojos de la universidad que aquellos colegios tan distantes. Y sin embargo, es así! Aquellos son privilegiados, desde que el certificado de los colegios de Jujuy v de Catamarca es válido á los ojos de la universidad de Buenos Aires, y no lo son los de los colegios á que me estoy refiriendo. Observo en esto algo que me pa- rece poco conforme con esos sentimientos de hidal- guía, que nos elogiaba ahora dos años el señor diputa- do por Buenos Aires. No quiero entrar mas en elexámen de loque con- sidero un monopolio en esta ciudad; solo diré esto; es preciso, si se quiere que haya enseñanza libre, ofrecer sérias garantías á los profesores de los cole- gios libres. Esas garantías las contiene el artículo que estamos discutiendo. ¿Qué medio se ha buscado, señor Presidente, para que el exámen se dé en condiciones de justicia, en condiciones d« equidad, en condiciones de honor, como decia el obispo Dupanloup en las cámaras fran- cesas? Hay un medio sencillo de conseguirlo, se ha dicho, es este: el examinador no será juez y parte al mismo tiempo; el profesor oficial no examinará á los alumnos de colegios particulares: el jurado exa- minador estará compuesto de representantes de la instrucción libre y de representantes de la enseñan- za oficial. Esto es lo que se ha hecho en Bélgica des- de 1835, con justicia y con provecho. La misma composición del jurado se ha aplicado en Francia á las universidades libres; es la que ha aceptado la Italia últimamente, y la adoptada por la España, según un decreto reciente. En Francia no se compone el jurado de esa manera para la enseñanza secundaria-, pero ¿quiénes son los examinadores? En primer lugar, téngase presente,— como decia Julio Simón, partidario muy decidido de la libre enseñanza; téngase presente que la Universi- dad no hace los programas, lo que podia ser ya una traba para los establecimientos particulares; el que hace los programas es el Consejo Superior de Instruc- ción Pública, que es cosa muy diferente, donde están representados los colegios libres y los oficiales. Tén- gase presente también que en Francia se deja la mas completa libertad en la elección de los métodos, sin la cual la enseñanza libre es imposible. Esto no sucede aquí. En Buenos Aires, por ejemplo, hay colegios á los que se les imponen ciertos métodos; hay otros cuyos certificados de exámen se aceptan, y que no están obli- gados á seguir iguales métodos. Pero volviendo al fondo de la cuestión, que es lo que se refiere á los examinadores. ¿Quienes examinan en Francia?—En Francia exa- minan jurados compuestos de profesores de las facul- tades. Pero ¿qué son estos profesores de las facultades?— Profesores que no enseñan; que no enseñan, de nin- guna manera; que. por consiguiente, no pueden tener jamas por rivales a los profesores libres, cuyos discí- pulos rinden ante ellos su exámen. Son profesores inamovibles, que ofrecen todas las garantías de un juez, que nada tiene que temer ni esperar; de tal manera, que el duque de Broglie ha podido decir: el jurado formado con los profesores de las facultades no ofrece menos garantías, á los alumnos y á los padres de familia, que las que ofrece á las partes liti- gantes la Corte de Casación en Francia. ¿Por qué no aceptar el jurado, señor Presidente, compuesto tal cual lo propone la comisión en su pro- yecto? ¿Porqué no aceptar este principio de equidad, que consiste en formar una especie de tribunal, en el que se encuentran dos examinadores de los colegios nacionales y dos de los colegios privados? Los examinadores de los colegios naciouales son mas competentes, que los que antes nombraba el mi- nisterio ele instrucción pública. El mismo Sr. Ministro lo ha comprendido asi, puesto que, el año pasado, dictó un decreto disponiendo que, en adelante, sean los profesores de los colegios nacionales los que exa- minen á sus discípulos. Eso es justo. Ese principio de justicia yo deseo que se estienda á los demás colegios; la comisión pide que estos cole- gios tengan el derecho de estar representados en los jurados por dos profesores también; y pide que esta elección de los jueces sea hecha por los interesados mismos, á fin de que no haya parcialidad; á fin de que en este país, donde se mudan tan amenudo los ministros, y con los ministros lo8 sistemas de instruc- ción pública, tengan los establecimientos privados una garantía sólida y permanente. En Bélgica, se dirá, los jurados no son compuestos de esa manera; los jurados son nombrados por el gobierno. Pero allí la cosa es muy diferente, señor Presiden- te. Allí los jurados no son creados, como lo hace esta ley, para examinar loa discípulos de los colegios e libres; allí los jurados examinan, como en Francia, todos los alumnos, de cualquiera parte que \engan, 3 sin preguntarles donde aprendieron; allí los juraíl os examinan á la vez á los discípulos de los colegios oficiales y de los colegios libres. Por consiguiente, los representantes de unos y otros se vigilan mutua- mente, y hay garantía de imparcialidad en ellos, precisamente por la rivalidad que existe entre los es- tablecimientos, que unos y otros representan. Las provincias argentinas necesitan luz, Sr. Presi- dente; necesitan civilización; necesitan libertad de enseñanza, para que pueda llevarla todo el mundo, inclusos aquellos para quienes se pide el certificado de persona jurídica. ¡Novedad singular, de que no hallo ejemplo en país alguno! Cuando la Francia ha dicho que todos pueden en- señar, ha dicho que todas las asociaciones pueden enseñar: las seglares y las religiosas, las reconocidas por el Estado, y las no reconocidas por el Estado. Todo el mundo puede enseñar. Y precisamente, el beneficio, (— asi lo confiesa Julio Simón, haciendo justicia a bus propios adversarios, porque es un ene- migo leal é ilustrado,—)ula ventaja de la existencia de las asociaciones católicas, dice él, que yo admi- ro, está, en que ellas pueden formarse fácilmente. En vez de hacer oposición á esas asociaciones, lo que nosotros debemos procurar es imitarlas; no -ponerles obstáculos, que nuestro propio interés condenaría.» Esto es lo que queremos; que los profesores de los colegios, donde se dice que se forman libres- pensadore?, nO vayan á juzgar á los discípulos de los católicos, porque no puede haber imparcialidad en ellos; lo que queremos es que los que piensan de distinto modo que nosotros, respeten el alto principio que proclamaba uno de los primeros oradores de Inglaterra, Burke, cuando decia: «He pasado toda mi vida defendiendo la libertad de los demás.» 3 a — 13 — No quisiera, Sr. Presidente, cansar mas la atención de la Cámara. Recuerdo que causaron sensación en las cámaras francesas, las palabras de Thiers, cuando decia:—En presencia de los peligros que amenazan esta socie- dad,yo pongo mis manoaen las de mi amigo el conde de Montalembert. Estoy persuadido que los hombres que pensamos de distinta manera, cuando nos acer- camos, unos á otros, cuando nos tratamos, advertimos que podemos vivir en buena armonía, sin sacrificar ninguno sus propias convicciones: «viviendo un año entero con los representantes de los diversos intereses, leyendo en su corazón y en su inteligencia, he visto que es posible entenderse». Inspirados por los nobles sentimientos de un pa- triotismo elevado, arribaron los legisladores de Fran- cia en 1850, á hacer en materia de enseñanza, una ley de paz y ¿de conciliación, como dije al empezar. Yo soy partidario muy decidido, Sr. Presidente, de la conciliación en todo. Lo soy en política, y ¡oja- lá que los consejos que yo y otros hemos dado,hubiesen sido escuchados! No habría corrido la sangre que se ha derramado en la provincia de Corrientes! Yo estoy convencido de que, dado el grado, no muy alto, de la civilización argentina, este país corre el riesgo de caer en los abismos de la anarquía, de los que solo saldría arrancado por la mano de un déspo- ta, si no viene en nuestro auxilio ese principio salva- dor, ese principio cristiano, ese principio altamente patriótico que se llama la conciliación de los partidos. ¿En qué terreno? En el de la libertad, en el de la constitución, leal y sinceramente observada. Yo soy también partidario de la conciliación en el órden intelectual y moral. Estoy cierto que podemos entendernos con los hombres que piensan de manera muy distinta de la nuestra; que podemos y debemos entendernos en el terreno de la libertad, que es hecha para todos. Y porque veo un principio de concilia- — 19 — cion y de paz en la ley que ahora discutimos, porque veo en ella una garantia para la libertad de la ense- ñanza, he de votar por el artículo 2 ° del proyecto de la Comisión. )CAMARA PE DIPUTADOS DE LA NACION Discurso pronunciado por el Sr. D. Félix Frías (Sesión del 7 de Agosto de 1878) Señor Presidente: Después del discurso que tuve el honor de pro- nunciaren esta cámara, habia pentado no tomar mas parte en este debate; pero el del señor diputado que me ha contestado, sobre ser un ataque tan directo, ha sido una diatriba tan larga y violenta contra todo lo que creemos y veneramos los católicos, que no es posible dejarlo sin respuesta. Mi silencio habria parecido, señor presidente, un acto de cobardía, y yo no acostumbro ser cobarde, cuando se trata de defender mis creencias religiosas. El discurso del señor diputado por Buenos Aires me ha sorprendido tanto mas, cuanto que, la cámara me hará la justicia de reconocerlo, en el que yo he pronunciado, no habia una palabra ofensiva para nadie. No tuvo ese discurso, c*pelo al testimonio de la cámara entera, ningún carácter agresivo. Yo dije esto: en una sociedad hay muchas doctrinas, hay li- lósofos de muchas escuelas, ha}' hombres que piensan de distinta manera. Cuando esa sociedad es una re- pública, es preciso que exista la libertad-, verdadera, amplia libertad para los hombres de todas las opi- 21 — niones; y en seguida mostré lo que es. á mis ojos, la li- bertad de enseñanza; lo que ha sido ella á juicio de hombres eminentes, que son la honra de la humanidad en la época en que vivimos. Mostrando e60 entonces, agregué, que en nuestro país habia necesidad de establecer esa libertad; y creo que estaba en mi derecho y cumplía con un deber de legislador, fijando mi vista en la universidad de Bue- nos Aires, y diciendo: Hé ahí un monopolio. Hice algo mas que decirlo, lo probé; y estoy dispuesto á probarlo nuevamente, para lo cual el mismo señor diputado, á quien voy á contestar, me ha presentado en su largo discurso preciosos materiales. Yo habia dicho: en una república es menester der- ramar toda luz: la luz de la filosofía, la luz de la mo- ral, la luz de la ciencia. El señor diputado ha empezado por contestarme, afirmando muchas veces que yo no quería la libertad déla enseñanza, que yo no podia querer la libertad de la enseñanza; que no sabia lo que era la luz de la filosofía, ni la luz de la ciencia, y que no podía pe- dir la libertad para mi país, sin que cayera sobre mi cabeza el Syllabus y mé aplastara. Según el señor diputado, 6olo hay en el mundo unos hombres que saben lo que es filosofía, lo que es ciencia, lo que es libertad-, y esos son los libre-pen- sadores, son los hombres de razón emancipada. A los ojos de él los que no hemos emancipado nuestra ra- zón, los que no la emanciparémos jamás de los dog- mas, somos hombres muy atrasados, somos retarda- tarios, no sabemos lo que es la civilización del mundo, no sabemos lo que son los progresos del siglo en que vivimos. Hace pocos dias, señor presidente, que yo leia un pobre discurso en una reunión de amigos, sin prever que el tema de que entónces me ocupaba, habia de tener que tratarlo en medio de los legisladores de mi pais. Yo decia esto: se nos acusa á los católicos de— 82 — abdicar la dignidad y los derechos de la rtieon; el racionalismo nos acusa de ser irracionales. ¿Hay fundamento en esta imputación? ¿Hay incompatibili- dad entre el dogma de Dios y la inteligencia del hombre? Entonces, señor presidente, consultando álos ge- nios de todos los tiempos, he creido poder demostrar, entre aquellos amigos, que la religión católica era una filosofía; era la grande, la verdadera filosofía, esa filosofía que el señor diputado por Buenos Aires niega, á los que profesamos creencias distintas de las suyas, la capacidad de comprender y profesar. Contra mi costumbre, señor presidente, que fué siempre la de hablar en este recinto sin leer ningún papel, esta vez voy á rogar á la cámara, me permita leer mas de uno. Es necesario que en este país, donde tantas preo- cupaciones reinan, donde tantas preocupaciones se atizan en la pobre inteligencia de la juventud, se oiga alguna vez, por lo menos, en el recinto de los legisladores, la voz de los génio3, la voz de los ver- daderos pensadores, que no son los libre-pensadores, como el señor diputado lo comprende. Señor presidente: no he necesitado traer ningún volúmen m folio para hacer ver lo que es la filosofía del catolicismo. Hay un librito que se desprecia mucho entre noso- tros: es el catecismo. Oigamos respecto de él la opinión de un filósofo: "Existe un librito, que se hace aprender á los niños, y sobre el cual se les interroga en la iglesia; leed ese libri- to, que es el catecismo: hallareis en él una solución á todas las cuestiones, á todas sin escepcion. Preguntad al cristia- no de donde viene la especie humana, él lo sabe; adonde ya, él lo sabe; cómo va, él lo sabe. Preguntad á ese pobre niño para que existe en la tierra, y lo que será de él después de su muerte, y os dará una respuesta sublime. "Origen del mundo, origen de la especie, cuestión de raza, destino del hombre en esta vida y en la otra,, relaciones del — 29 — hombre con Dios, deberes del hombre hácia sus semejan- tes, derechos del hombre sobre la creación, ese niño no ignora nada; y cuando sea grande no vacilará tampoco respecto del derecho natural, del derecho político, del dere- cho de gentes; todo esto emana con claridad y como de su propia fuente del cristianismo. Hé ahí lo que yo llamo una gran religión; la conozco en esta señal, que ella no deja sin respuesta, ninguno de loa problemas que intere- san á la humanidad". El que esto decía, señor presidente, no era un cle- rical, era un hombre de alma nobilísima, que si enseñó alguna vez la filosofía separada de la reli- gión, ha pintado mas tarde en páginas elocuentísimas, las angustias del alma que ha perdido la fé; era un hombre que en sus últimos años, cuando se aproxi- maba por su edad á esa región en que todos tienen que dar cuenta á su creador de lo que hicieron en este mundo, decia al confidente de sus dolores: 4'Un buen acto de fé cristiana vale infinitamente mas,señor. que todos esos sistemas, que no conducen á nada.' Era Jouffroy. El señor diputado nos ha citado á Cousin, el mas ilustre de los filósofos de nuestro tiempo, para con- tarnos que habia él analizado uno de los dogmas del catolicismo, el de la trinidad, y lo habia convertido en polvo. ¿Sabe el señor diputado lo que ese filósofo, que no pretendo hacer pasar por clerical, sabe lo que ese filósofo decia del catolicismo, de esta religión que rechaza la razón emancipada?—Estas son sus pala- bras. "Yo profeso la creencia que el cristianismo es la filosofía del género humano, y que la expresión mas completa y mas alta del cristianismo es la religión católica". La Francia, entre los grandes hombres que honra- ron en gran número en todo tiempo sus anales, po- seía, no ha mucho, un historiador que habia perdido la vista; pero que escribió libros admirables, ilumi-— 24 — nando las oscuras regiones de los tiempos pasados. Ese historiador era Thierry. Veamos cual era, á juicio de él, el uso que debia hacer el hombre de su razón; veamos si la filoso- fía puede vivir en paz con la fé: "Yo soy un racionalista fatigado, que busca el reposo en el seno del catolicismo, porque una larga observación me ha convencido que cuanto mas se aleja la filosofía del catolicismo, tanto mas se aleja de la verdad". De Thierry son también estas palabras: "El oficio de la razón es demostrarnos que Dios ha ha- blado á los hombres por medio de Jesu-Cristo; y una vez demostrado este hecho por la historia, la razón no tiene de- recho de discutir, su deber es aprender en el Evangelio lo que Dios ha dicho, y creerlo: e3te es el mas noble uso que ella puede hacer de sus facultades". Lamartine, grande inteligencia también, ha llama- do al catecismo: cCódigo vulgar de la mas alta filo- sofía». Julio Simón, libre pensador, pero no tanto como el Sr. diputado por Buenos Aires, decia que el cate- cismo es superior por sus enseñanzas al Timeo de Platón y á la metafísica de Aristóteles, obras maravi- llosas; y ha agregado esto: «Nosotros tenemos el ca- tecismo, y la doctrina que él contiene es una doctrina santa y admirable; por medio de ella se ha realiza- do casi todo lo que hay de bueno en las sociedades modernas.» El señor presidente y los señores diputados con- sagrados, como él, á la noble profesión del abogado, saben lo que vale Troplong entre los jurisconsultos modernos. Troplong ha dicho esto: «Después de habsr leido mucho, estudiado mucho y vivido mucho, cuando se aproxima el momento de la muerte se reconoce, que la única cosa verdadera es el catecismo.» Guizoty Laboulaye han dicho lo mismo que Thier- ry, respecto del uso que el hombre debe hacer de su — 26 — razón, y de los auxilios que le presta la fé para la adquisición de la verdad. Podemos, pues, los católicos decir: nosotros somos filósofos también-, nosotros empezamos á ser filósofos desde la infancia, cuando se nos enseña el catecismo, y no tenemos nada que aprender de ningún libre- pensador, nada que interese á la dignidad de la inte- ligencia, ni a los derechos de la razón. Esto, señor presidente, por lo que respecta á la fi- losofía. Pasemos ahora a la ciencia. El señor diputado nos ha dado á entender que la ciencia es cosa cuyo dominio nos está vedado. Según él no puede darse un paso en la via de la ciencia, sin que una luz católica se apague; estamos con- denados los creyentes á ser enemigos de la ciencia y de sus progresos. El señor diputado nos contó la historia, que no 6é en que libro habrá leido, de un jesuíta, celebre as- trónomo, que habia necesitado la protección especial del Papa Pió IX, para estudiar con libertad el sol y las estrellas; y que después, cuando llegó á definir los resultados de sus investigaciones habia dicho: Esto es loque dice la ciencia-, no sé, sin embargo, si la teología dirá otra cosa. Le habia temblado la mano, según daba á entender el señor diputado, al jesuíta al describir los frutos de sus investigaciones en la re- gión de los astros. Pero el señor diputado que nos llama retardata- rios, ¿cómo es que se ha olvidado de hacerse esta pregunta tan sencilla? ¿Los sabios del tiempo en que vivimos, son todos libre-pensadores? Los sábios tienen miedo de Roma, los anatemas de los papas les caen encima apenas levantan la vista hácta el cielo, según el señor diputado. Si él hubiera querido hacerse aquella pregunta, ha- bría sabido, señor presidente, que los sábios mas afa- mados de nuestro tiempo son católicos, que no ha necesitado ninguno de ellos emancipar su razón para 4— 26 — conquistar el respeto y la admiración del mundo, y Í)ara elevar 6us nombres á las alturas en que brillan os génios. Permítaseme leer, señor presidente, otras palabras. Entre los hombres que descuellan por su espíritu pri- vilegiado y por su vasto saber, entre los sabios que al mismo tiempo son consumados literatos, se distingue ho}' en Francia el primero de sus químicos, Dumas, que fué llamado poco tiempo ha á la academia fran- cesa, para ocupar en ella el lugar de Guizot. Este sabio ha sobrevivido á dos génios, y ha tributado á su memoria homenages dignos de sus grandes mereci- mientos. Hé aquí, señor presidente, lo que l>umas decia en el entierro de Élie de Beaumont, uno de los pri- meros geólogos de nuestra época. "Después de sus maravillosos trabajos sobre la forma- ción de la cadena de las montañas y el orden de su apa- rición, este gran geólogo recitaba el salmo 113, antigua y poética expresión del pensamiento científico moderno de pasmosa exactitud......Observador infatigable, perseve- rante y seguro, poeta á su manera y poeta apasionado por todas las ideas elevadas; cristiano siempre y cristiano convencido, tal se mostraba en esa obra admirable de su juventud, tal se conservó durante toda su vida". Pero el nombre que hubiera debido tener mas pre- sente el señor diputado, al asegurar que se necesitaba permiso especial de Roma para estudiar la astrono - mía, es el de Leverrier. Es sabido, señor presidente, que Leverrier, es el f>rimer astrónomo de su siglo. La ciencia se cubrió de uto poco há, cuando tuvo lugar su fallecimiento, y asistieron á su entierro en Paris los representantes de todas las academias del mundo. Leverrier era un beato, era un clerical también, no menos piadoso en manera alguna que el Padre Sechi; Leverrier había hecho clavaren el observatorio una gran cruz, al pié de la cual iba á descansar y á orar, antes de — 27 — levantar la vista á las estrellas, entre las cuales des- cubrió un nuevo planeta. Véase, señor, lo que en nombre del Consejo cien- tífico del Observatorio, decia el miembro que fué en- cargado por él para pronunciar algunas palabras en el acto de eu entierro. "El fin de este sábio, que fué ¡lustre desde edad muy tem- prana, no hará saber sin emoción que el estudio del cielo y la fé científica no habían hecho mas que consolidar la fé viva del cristiano; es este un ejemplo que será dado de muy arriba á la conciencia pública y á la moralidad de nuestra época." El mismo Dumas ha dicho esto, refiriéndose al céle- bre astrónomo: "Por medio de una labor perseverante, perseguida du- rante 30 años y de la que nada ha podido separarlo, Lever- rier nos ha dado el código definitivo y completo de los cálculos astronómicos, las tablas del movimiento aparente del sol, la teoría y las tablas de los planetas, tanto inte- riores como exteriores, abrazando así el sistema solar en su conjunto, escribiendo la última palabra de la última pá- gina de su obra inmortal en la última hora de su vida, y murmurando piadosamente entóneos: Nunc dimittis seroum tuum Domine. Ahora, señor, dejareis partir en paz á tu servidor." "M. Leverrier miraba en efecto el cielo como un dominio, cuya guarda le estaba encomendada, y cuyo órden y belleza habia sido llamado á proclamar. Intendente fiel se esforzó en mostrar que todo estaba en su lugar, y no ha cesado de vi- vir sino después de haber adquirido la certidumbre de ello. El monumento que ha elevado pone á un lado las alteracio- nes físicas de los astros; él no se ocupa sino de las leyes que señalan su marcha en el espacio. El afirma la es- tabilidad mecánica del sistema solar, y después de haber servido para dírijir todos los cálculos astronómicos de nuestros contemporáneos, él podrá durante siglos prestar el mismo servicio á sus sucesores. Un poder de abstrac- ción verdaderamente extraordinario; una geometría sagaz y penetrante, ayudada con todos los recursos del cálculo in- finitesimal, le han permitido conducir á su término esa obra inmensa, que parecia exijir el esfuerzo de toda una acade-28 — mi a..... Testigo afectuoso de su vida, vengo con el co- razón conmovido á decir un último adiós al gran astrónomo, que elevó'á la mayor altura la dignidad de la academia y el honor científico de la Francia. Esa verdad que había buscado con tanta pasión, durante su residencia en la tierra, al trá- vés de tantas agitaciones y trastornos, él la conoce hoy toda entera en la serenidad de la vida eterna: ninguno ha sido mas digno que él de contemplar sus esplendores infi- nitos". Dumas por fin, cuyas palabras me parecen, por las que he leido, dignas de ser escuchadas en esta asamblea, decia en una distribución de premios á los jó\enes que le escuchaban: "Creed á un amigo que ha reflexionado mucho en una vida ya larga.....Cuántos de esos temerarios he visto, 3ue, .negando la Providencia en nombre de la razón, han esaparecido como el polvo, dejando á sus familias presa del dolor y de la duda, el peor de los doloresl "Vosotros los que no creéis, respetad á lo menos las creencias de los que amáis. Vosotros los que dudáis, acor- daos que la evidencia de la razón y la evidencia de la fó reunidas, han alumbrado con su doble é irresistible luz las mas bellas almas y las mas grandes inteligencias de este mundo; y vosotros á quienes se quiere seducir, esperad 1 Cuando la edad ó la desgracia hayan aleccionado á esos apóstoles que os predican la incredulidad, por ellos mis- mos sabréis que todo lo que dobla nuestras frentes hácia la tierra, eleva nuestro pensamiento al cielo." Otro gran genio acaba de extinguirse, el fundador de la fisiología moderna, Claudio Bernard, espíritu prodigioso, cuyo nombre será tal vez, de los que han sobresalido en este siglo, el que mas repetirán las generaciones venideras. No era libre-pensador, es decir, enemigo de la religión revelada. ¿Ha caido acaso sobre él algún rayo del Vaticano por haber estudiado, sin permiso del papa, aquel ra- mo tan importante de las ciencias humanas? Algunos días antes de su muerte decia: «Grande ha- bría sido mi pena, si mi ciencia hubiera podido perju- dicar en lo mas mínimo ó combatir nuestra íé. Jamás — 29 — tuve la intención de inferir la menor ofensa á la reli- gión. El positivismo y el materialismo, que la nie- gan, son doctrinas insensatas é insostenibles.» Pasando á otro ramo de las ciencias humanas:— la medicina,—el doctor que se sienta al lado del amigo, á quien á pesar mió, estoy combatiendo, po- drá decirle lo que eran Dupuytren, Velpeau y Nela- ton. Por él sabrá que esos hombres han sido los tres pri- meros cirujanos de la Francia, y de nuestra época. Otros médicos ilustres, como Recamier, Cruvellier, Andral, Barthe, el honor de la medicina moderna, según Dumas, no fueron libre-pensadores tampoco, eran clericales. Y puesto que esta palabra está de moda para injuriar á los católicos, yo la recojo como un honor, señor presidente. El señor diputado nos ha hablado de los papas, de los conventos, de las cofradías y de muchas otras cosas, ha llegado hasta el sebo de Santo Domingo y el agua de Lourdes; todo ha caido bajo los golpes re- petidos de sarcasmos que no qjiero calificar, pero que me parecen 6in embargo, señor presidente, un anacronismo en nuestros dias, son en todo caso de mal gusto. Yo pienso además que no hay cordura en arrojar á los otros esas piedras, que pueden caer de rebote en la propia casa, y lastimar en ella á las ma- dres, las esposas y los hijos. Yo no hablaré, señor presidente, de los papas ni de los conventos. Ranke, Macaulay, Bancroft, Pre6cott y Guizot, protestantes todos, historiadores de gran mérito, les han hecho la justicia á que eran acreedo- res. Ellos han pagado el tributo del respeto á los papas y los conventos, confesando que la civilización universal les debe servicios valiosísimos. Y si fuera necesaria mayor justicia, bastaría leer las pastorales que, antes de ahora, dio á luz el ac- tual Romano Pontífice; obras admirables de elocuen- cia y de verdad, que han sido aplaudidas hasta por los enemigos mas declarados de la Santa Sede.Se nos ha hablado también de esa cosa tan mons- truosa, llamada el poder temporal de los papas. Pues bien, señor presidente, Cousin era partidario del poder temporal; Cousin, que ha llamado al papa «el representante en el mundo de todo órden inte- lectual y moral». Y después, todos los hombres céle- bres de Francia, Guizot y Thiers, Tocqueville y Odillon Barrot, Dufaure y Berrier, Lamartine y Vi- llemain, Montalembert y Rossi, todos esos grandes hombres fueron siempre partidarios del poder tempo- ral. De modo que, sin ser muy atrasado se puede creer que ese poder es necesario á la independencia del gefe espiritual de la Iglesia católica. El señor diputado nos deciaque nosotros no po- demos ser liberales, que no podemos ser filósofos, que no podemos amar la ciencia: Roma y el Syllabus lo prohiben. Si el Syllabus lo prohibe, no es esa cuestión que atañe á los libre-pensadores. Si los católicos pecamos contra el Syllabus, no es á los piés de un libre- gensador donde hemos de confesar nuestras culpas abemos á donde debemos dirijirnos, á donde debe- mos ir á pedir perdón, si es un pecado amar la filo- sofía, amar la ciencia y el progreso de nuestro país. Lo que yo puedo asegurar al señor diputado, es que los católicos, tanto en Bélgica como en Francia, en Inglaterra lo mismo que en los Estados Unidos, 6on hijos tan fieles de la Iglesia, como ciudadanos ce- losos del bien público y amantes de las instituciones libres. Hombres de la talla de Monlaiembert, Lacor- daire y Dupanloup, conocidos en el mundo, no han sido heridos por ningún rayo del Vaticano, por haber defendido, con elocuencia admirable, los grandes prin- cipios de la civilización, á la vez que la doctrina y los derechos de la Iglesia católica, madre de la mis- ma civilización. Nosotros, sí, tenemos que pedir á los liberales que sean consecuentes, que se respeten á sí mismos. Te- — 31 — nemos que pedirles, ya que nuestras creencias son á sus ojos tan despreciables, el respeto de sí mismos, y de la constitución del pais en que viven. Sostenemos la libertad con entera buena fé, señor presidente; y pedimos á los liberales, si la aman de veras, que tengan el valor de Littré, cuando se trataba esta misma cuestión en Francia. El año 73 empezó á debatirse la cuestión de la enseñanza superior en las cámaras francesas. La iglesia no tiene un enemigo mas encarnizado que Littré El decia sin embargo: "La ley va á protejer á los jesuítas; pero yo quiero ser lógico; yo votaré por esa ley. Esa lógica es la que echamos de menos entre los libre-pensadores de nuestro pais. Pero ¿qué es al fin el libre pensamiento? Vale la pena de averiguarlo, y para ello voy á consultar á dos protestantes, á los dos hombres mas eminentes de Inglaterra, á los gefes de los partidos que allí están en pugna. Voy a consultar á Gladstone, primero; después consultaré al gefe del partido conservador, Disraeli, que acaba de cubrir su nombre de tanta gloria. ¿Qué dice Gladstone, enemigo muy conocido del papa y del catolicismo, qué dice del libre pensa- miento? "El libre pensamiento, de que tanto se habla en nuestros dias, no es á menudo, sino el pensamiento errante y vaga- bundo en vez de libre, como Délos flotando en los mares de la Grecia, sin raiz, dirección ni hogar". Disraeli ha dicho esto: "Dos partidos están en presencia; el uno abraza á todos los hombres de las distintas comuniones cristianas, sea cual fuese la diversidad de sus símbolos, el otro á los que en n ada creen. Este último, sustituyendo á la fó una nécia credulidad, á los títulos y tradiciones de la verdad el des- bordamiento de las pasiones humanas, tiene ya señalado su paso con las revoluciones. Pero, cuando las aguas de este nuevo diluvio se han retirado, se ha visto reaparecer — 32 — las cimas sagradas del Sinaiydel Calvario; y en medio de las ruinas de los tronos y de la justicia, de las nacio- nes y de las leyes, la humanidad ha vuelto á inclinarse delante délas verdades divinas. Este partido ha producido cuanto podia producir; el despotismo, la destrucción, la muerte. El otro, cuya base es el cristianismo, es el único capaz de dar con la libertad religiosa, la libertad política, con la vida de las almas, la vida de los pueblos. "Fuera de él llegaremos á una disolución délas costum- bres y de la moral, sin ejemplo en la historia de la humani- dad, á una de esas disoluciones que son como el sepulcro de las naciones." Puesto que el señor diputado se ha creído con de- recho á examinar, en presencia de esta cámara, mis creencias religiosas, y a combatirlas; puesto que se ha creído con derecho á mostrar lo que vale el catolicis- mo, que es por otra parte, la religión del pueblo ar- gentino, que la constitución nacional nos obliga / sostener, me será lícito, según creo, sin quebrantar ninguna regla parlamentaria, examinar a mi turno su liberalismo. Ha habido de parte del señor diputado una habili- dad, que no quiero calificar, porque no quiero faltar á las reglas de la cultura, que él mismo ha reconocido en mi lenguaje; ha habido una habilidad que no des- conozco: la de hacer de esta cuestión, una cuestión religiosa, y de la cuestión religiosa,una cuestión de je- suítas. Yo no vengo á defender á los jesuítas; no necesitan ellos de mi defensa. Lo único que es justo afirmar, f>orque es la verdad, como los señores miembros de a comisión de legislación lo saben, es que los jesuí- tas no han tenido nada que hacer con esta ley. Yo, que estoy condenado por mi enfermedad á vivir reti- rado de la sociedad, hace mas de un año que no hablo con ninguno de ellos. No han tenido ellos nada que hacer con esta ley, repito, aunque á creer las insi- nuaciones del señor diputado ha sido confeccionada por su inspiración y para complacerlos. La verdad es que han sido extraños completamente á la ley. — *3 — Decia, señor presidente, que no necesitan ser de- fendidos los jesuítas; sus mejores defensores son en el mundo civilizado los padres de familia, cuya con- fianza merecen. En Bélgica como en Francia, en Inglaterra como en Estados-Un idos, esa confianza es plena. Hace muchísimo tiempo que los padres de familia les confian la educación ele sus hijos; y no han tenido jamás que arrepentirse, porque no han visto nunca que la enseñanza de ellos acarree el me- nor mal ni a las almas de sus hijos, ni á las institu- ciones de su pais. Cuando se pretende que las doctrinas de los jesuí- tas son retrógradas, que vienen á enseñar lo que condena el espíritu de nuestra época, se hace una aseveración que otros podrán contestar mejor que yo. Ciudadanos muy distinguidos de nuestro pais, muy dignos de la estimación pública, fueron sus dis- cípulos. Ahí están los señores Rawson, Costa, Escala- da y Martínez entre otros. Ellos podrán decir qué institución republicana les enseñaron los jesuítas á detestar, de qué luz del siglo presente les ensenaron á ser enemigos. El testimonio de estos señores basta- rá, me parece, para probar cuán gratuita y ofensiva es la imputación que á ese respecto se les dirije. Juzgo inútil, señor presidente, remontar á ese tiem- po tan lejano, á que se fué el señor diputado, á la época de Cárlos III, para saber si hubo derecho para expulsarlos. Es esa cuestión, que no estamos noso- tros llamados á resolver. Está resuelta ya por el fallo de la historia; historiadores de primer órden, protes- tantes los mas, les han hecho la justicia que les era debida. '• Pero, en la república, tienen los jesuítas derecho á algo mas; tienen derecho á la libertad. Cuando el señor diputado no3 decia, antes de aho- ra, que solamente las persogas jurídicas podían ense- ñar, nos decia una cosa que me causó rara sensa- ción. Nadie, ni el jesuíta, ni nadie está obligado á 5— 54 — exhibir semejante prueba en la República Argentina. Lo único que el jesuíta tiene que probar, y para ello no le fallarán abogados, es que e6ta es en realidad una república: que todos los ciudadanos, que todos sus habitantes tienen igual derecho á todas las liber- tades. No es permitido en una república castigar á na- die por los crímenes de sus antepasados, dado que sean ciertos los crímenes de que el señor diputado acusa á los jesuítas. A nadie, tir. presidente! En esta tierra hay justicia, hay un código penal. Unicamente por los delitos que en ella cometan, pueden los que pisan nuestro suelo ser arrastrados ante los tribuna- les, para ser juzgados de conformidad con esas leyes. Perú ¿qué delitos han cometido entre nosotros los je- suítas? ¿Han incendiado algún templo? ¿Han prendido fuego á algún colegio? La conciencia pública contes- ta que tuvieron lugar en esta ciudad, no ha mucho tiempo, dos grandes crímenes, dos grandes atentados; el crimen de que ellos fueron víctimas, y el escándalo mayor de la impunidad que alcanzó atentado tan hor- rendo. Tengo derecho, decia, á examinar el liberalismo del señor diputado por Buenos Aires. El nos ha dicho que es liberal y que es regalista; que es liberal y que es partidario del patronato real de Indias. ¿Pero ha pensado, un minuto siquiera, en lo que nos decia, al afirmar tales cosas? ¿Ha creído posible que esa arma del regalismo, que esa arma del patronato real de Indias, pueda ser manejada por la mano de un libre- pensador? ¿Cómo no se ha dado cuenta de que se- mejante arma es, para el libre-pensador, una arma de suicidio antes que nada? ¿Cómo no se ha pregunta- do si es competente para hacer cumplir los cánones de la Iglesia, que no ama, de la manera que lo ha • cían los reyes absolutos de España? ¿Cómo no ha reflexionado que el regalismo y el patronato real son cosa9 viejas, muertas, que no pueden subsistir un so- lo dia en una república delante de la libertad de conciencia? ¿Qué es el regalismo, sef or presidente? Una de las formas de la tiranía espafi ila, que penetraba en las conciencias, con mano opi\ sora, como en todo. Esa tiranía ha tenido que mori. el dia que este país pasó de la colonia á la república, el dia que se vió constitui- do conforme á las instituciones republicanas. Hay un patronato, es verdad, en la constitución; pe- ro de este patronato al de Cárlos III, que quisiera el señor diputado tener en sus manos, la distancia es inmensa. Ese patronato ha tenido que ser modificado; y lo está en realidad, en todo lo que es incompatible con la libertad de cultos. Yo soy partidario, nos decia el sefior diputado, de la libre enseñanza, y lo soy también de los exa- minadores oficiales, loque es la negación déla liber- tad de la enseñanza. También es partidario de la enseñanza filológica. En la penúltima sesión, yo hablaba, en el cuarto in- termedio, con algunos señores miembros de esta cá- mara, que creyeron poder repetir al señor diputado á quien estoy contestando, las palabras que me ha- bían oido. Hubiera deseado,señor presidente, que le hubieran trasmitido la expresión fiel de mi pensamiento. Lo que yo decia, era esto, que me parecia una obser- vación juiciosa y sensata. No hay justicia en que la universidad tenga una vara para medir á los esta- blecimientos nacionales, que es la de la libertad, y otra vara para medir á los establecimientos particu- lares, que es la del monopolio. No es justo que á estos últimos establecimientos se les imponga la obli- gación de enseñar la filología, y que de ella estén exentos los colegios nacionales, cuyos certificados, sin embargo, son aceptados como válidos en la universidad de Buenos. Aires. Esto decía, señor presidente, y esta observación me— 36 parece justa y sensata; pero yo me felicito de esa in- discreción; creo que alguna hubo en los diputados que creyeron deber comunicar..... ¿ir. Gallo—Si el señor diputado se refiere á noso- tros, debo prevenirle que está en un completo error. óY. Frias—No he nombrado á nadie; permítame continuar. Yo me felicito, digo, que mis palabras se hayan comunicado al señor diputado por Buenos Aires á quien estoy contestando, porque él nos ha hecho sa- ber lo que es la filología. £1 nos ha dicho: esta es una ciencia que tiene su origen en la garganta, lo que la hace ya sospechosa, Euesto que pasan por ella cosas que no estamos ha- ituados á digerir los que no hemos emancipado nues- tra razón. Esta es una ciencia sumamente importante, y comprendo perfectamente porque no la quieren los jesuitás; y en seguida agregó: el que estudie esta cien- cia, por el conocimiento de las raices de las palabras aprende á conocer la falsedad de los dogmas; y nos esplicó á su manera la creación del primer hombre. Ahora, señor, yo invoco el testimonio de Ja cámara toda, para que conteste en su conciencia esta pre- gunta: ¿Obligar á los colegios católicos á aprender una filología, cuyo resultado tiene que ser la negación de los dogmas, es un proceder leal? ¿Hay en esto algo de esa hidalguía del corazón que, según se nos ha ase- gurado, distingue á la universidad de Buenos Aires? La filología asi enseñada, es una bomba que se pone en manos de los niños, diciendo al maestro: en- séñeles vd. á manejarla, y el dia que la manejen bien estallará, y caerán por tierra los dogmas, los miste- rios y todos los errores que han aprendido; vendrán hechos pedazos al suelo lodos los santos de la córtc celestial, de que también nos habló el señor diputado por Buenos Aires. Yo pregunto; ¿hay monopolio en esta enseñanza? Un profesor de filología examinando al discípulo de Ja escuela católica, es evidente que lo reprobará como mal filólogo, mientras continúe siendo creyente, mien - tras la nueva ciencia no haya apagado en su alma todas las verdades de la religión revelada. ¿Puede con- cebirse abuso mas odioso del monopolio? La concien- cia de la cámara lo dirá. Y cuando asi hablo de la filología, estoy muy lejos de criticar una ciencia que no conozco. Lo que sé es que la filología, como otras cosas, es un instrumento que vale, lo que vale la mano que lo maneia; loque sé es que cuando Humbolt, Muller,Farran, Wiseman y otros filólogos han estudiado con ojo certero esa cien- cia, no han deducido de sus investigaciones que contradiga ella la tradición bíblica; al contrario han aseverado que la confirma. Pero lo que sobre todo ha llamado mi atención y me ha sorprendido, es que el señor diputado después del discurso que le hemos oido, haya podido decir: Yo soy libre pensador y católico, es decir: yo soy la luz y las tinieblas;>yo soy las dos cosas mas contra- dictorias del mundo:—yo soy la razón emancipada y la razón no emancipada. Y en efecto, señor presidente, para probar que era á la vez libre-pensador y católico, sena presentado entre nosotros con dos máquinas en las manos: la una de demoler dogmas, la otra de crear dogmas. Ha creido ponernos en grandes apuros á los que profesamos la creencia católica, diciendo esto: ¿Cómo es que de dos papas infalibles, el uno de ellos suprimió á los jesuítas, mientras el otro llamó á los jesuítas? Queria deducir sin duda, de esas palabras, que la infalibilidad no existe; pero para que la infalibilidad no existiera, era menester que el señor diputado in- ventara un dogma, y es el que en efecto inventó; era menester que pretendiera que la existencia de las co- munidades religiosas, es un dogma de la Iglesia Ca- tólica, de tal manera que sale de su seno el que no cree en el nuevo dogma. Pero este no fué dogma nun- — 38 — ca; y, por consiguiente, no ha habido contradicción alguna entre loa dos papas, de los cuales el uno su- primía á la compañía de Jesús y el otro la llamaba al servicio de la Iglesia. Yo entiendo, señor Presidente, que para regenerar la sociedad, es necesario el principio religioso-, en- tiendo que sin ese principio toda civilización se per- vierte; pienso, como Bacon, que la religión es el aro- ma que impide á la ciencia corromperse. El señor Wilde, diputado por Buenos Aires, (me permitirá que lo nombre), cuando se trataba en esta cámara de la intervención en Corrientes, hacia una observación muy exacta. Todos convenían en ese debate en que en el fondo de esta sociedad había algo que correjir; había un gran vacío que llenar, y que eso qne faltaba era nada menos que la moral. El señor diputado decia, y decia con razón: no bas ta que las ciencias prosperen, no bastan las ciencias para disminuir los crímenes en las sociedades moder- nas; lo contrario de esto sucede, la estadística enseña que en las nacicnes donde se derrama mas instruc- ción, 6e cuentan, sin embargo, mas crímenes. Esees, señor presidente, el resultado déla instruc- ción incompleta. Instruir sin educar, lo han dicho hombres de Estado muy acreditados, entre ello6 Saint Marc Girardin, instruir sin educar es preparar para los pueblos la peor de las barbáries: la barbárie científica. La sociedad regular necesita apoyarse en doctrinas conservadoras. Si se quiere que no haya revoluciones, es preciso que la atmósfera no esté impregnada de ideas revolucionarias; porque, como se ha dicho con mucha razón también, de no creer nada, á destruirlo todo, la distancia no es grande. Importa que haya un freno en la conciencia de los hombres, sobre todo cuando aspiran ellos á ser li- bres. Si ese freno se rompe, viene el yugo á humi- llarlos. — 39 — MEi despotismo puede prescindir de la fé, ha dicho Tocqueville, pero no la libertad. 8i el hombre quiere ser libre, es menester que crea, sino cree, tiene que ser esclavo." Sí, señor presidente, hay que elejir entre el freno de la religión ó el yugo de la dictadura. Mi elección está hecha mucho tiempo ha. Porque quería la libertad para mi patria, he sido católico. Mucho me ha sorprendido, señor presidente, que el señor diputado por Buenos Aires haya descendido á recoger una calumnia contra los católicos de Francia, en un escrito del menos respetable de los hijos de aquella nación: el príncipe Napoleón. Este príncipe Gerónimo Bonaparte, en un escrito reciente, ha dicho que han sido los clericales los que han perdido la Francia; que ellos, únicamente ellos, con sus intrigas estorbaron que se celebraran alian- zas que hubieran podido salvarla. El príncipe Napoleón ha tenido la mala costumbre de enfermarse, siempre que se encontraba enfrente del enemigo, de una enfermedad cuyo remedio no está descripto en ningún libro de terapéutica, y que sus paisanos llamaban la enfermedad del miedo. Al fin se enfermó tan gravemente, que vino á cu- rarse á París, donde fué el objeto del ludibrio general; vino á curarse á París, cuando los franceses se batian heróicamente en los campos de la Crimea, cuyo ejér- cito habia abandonado. Y este es el que hoy calumnia á los católicos fran ceses; á esos católicos que se encontraron últimamente en todos los campos de batalla; que cumplieron no- blemente su deber, y que gozaron de excelente salud, siempre que fué necesario presentar el pecho delante de las billas que partían de las filas prusianas. Yo creo saber, señor presidente, apesar de que se me llama retardatario, creo saber lo que pasa en el mundo en el tiempo en que vivo; creo saber cuales son los fundamentos de las sociedades civilizadas y libres; creo saber cuales son las causas que engendran lacivilización, y que levantan á grande altura á las na- ciones en el siglo presente. Y permítaseme aquí hacer otra lectura: será la últi- ma; no molestaré mas la atención de la cámara. Entre los hombres, señor presidente, de nuestra épo- ca mas dignos del respeto general, no conozco ninguno de carácter mas noble, de inteligencia mas clara y de servicios mas distinguidos prestados á la causa de la libertad y del bien, que Tocqueville. Tocqueville ha pintado como nadie las instituciones de los países mas adelantados del globo; y puesto que se ha querido cubrir de tanto lodo a la religión católica, veamos lo que ha pensado de ella. "Tengo una admiración profunda, mas grande do lo que podría decirlo, por esa admirable potencia, moral, la mas grande que se haya visto jamás^ que se llama la Iglesia católica. Estoy convencido que las sociedades que han sa- lido de su seno, no vivirán largo tiempo tranquilas sin ella. Deseo ardientemente su conservación, y no solo su conservación, sino que ella mantenga su poder de gobierno y de expansión en el mundo". Beaumont, el mas íntimo de sus amigos, ha escrito esto: "Tocqueville no cesó nunca de ser profundamente cristia- no; llevaba hasta la pasión este sentimiento que hacia parte de su fé política, porque entendía que no hay libertad posi- ble sin buenas costumbres, ni buenas costumbres sin reli- gión. El cristianismo y la civilización eran a sus ojos la misma y única cosa. Creia firmémente que nada era mas de desear para el bien de la humánidad, que ver intimamen- te unidas lafé religiosa y el amor de la libertad: y no veia nunca sin profundo dolor una de estas dos cosas separada de la otra". Mi voto mas íntimo es que se establezca y se estre- che cada dia mas en nuestro pais, esa alianza del espí- ritu religioso y el espíritu liberal, á que deben su colosal grandeza los Estados Unidos. Esto es lo que yo quiero para mi pais. Estoy per- suadido de qué. si se hostiliza á la religión en la prensa, en las cámaras, en las universidades, en los — 41 — colegios, esta república no irá á la democracia, sino á la demagogia y la decadencia. Si tal cosa sucede, no sé donde, pero en alguna parte está creciendo el gaucho argentino, que ha de venir á convertir á esta sociedad en lo que fué en dias muy calamitosos para ella. Si se propaga la incredulidad, si se extingue la fé si no se difunde la moral, serán mentira las institucio- nes republicanas entre nosotros. Partidarios del órden social, queremos ponerlo al abrigo de todas las opresiones. Somos tan enemigos del despotismo, que, en nombre de la autoridad, apa- ga toda luz, como déla anarquía que, en nombre do la libertad, solo alumbra á la sociedad aterrada con las teas incendiarias de la Comuna. Puede ser que vayamos un dia á Roma, á esa ciu- dad de donde, según la opinión del eefior diputado, á quien he contestado, han salido todas las plagas; de la que, como lo han demostrado los historiadores de mayor nombradla, han emanado bienes inmensos para la prosperidad y la grandeza de las naciones. Irémos á Roma á llevar al ilustre Pontífice el home- naje filial de nuestra profunda veneración: pero es seguro, señor presidente, que los católicos argentinos no tendrémos jamás necesidad de ir á Roma para pe- dir perdón al Papa por haber amado y servido la civi- lización, el progresoy las libertades de nuestra patria.