CARTAS / DEL PRESBITERO MANUEL TOVAR AL 8BÍÍOR DOCTOR ÍMP. DE «LA SOCIEDAD», NüfÍKZ 38. DIRIGIDA POH J. B. MONTE MAYOR. 187ÜAccediendo á los deseos de algunos católicos; reimprimimos, en este folleto, las cartas que he- mos escrito al señor Doctor D. Francisco de Pau- la González Vigil, con motivo de la que este se- ñor escribió al Sume Pontífice. Ojalá que produzcan algún bien.1DEL SR. D. D. FRANCISCO DE P. GONZALEZ VIGIL AL BEATISIMO PAPA PIO IX. ¿Hasta cuando, Beatísimo Pió, continuareis llenando de angustia á los católicos, y dando materia de murmu- ración á los estraíios? ¿Cuánto tiempo todavía seréis víctima de los que os alucinan con extraviados consejos, presentándoos como causa de religión un sistema de par- tido? ¿Qué aguardáis para cumplir el cristiano deseo del padre S. Bernardo de ver antes de morí?; la iglesia de Dios como en los tiempos antiguo^ cuando los apósto- les echahan redes pa?'a cojer almas, y no plata y oro? ¿O de entonces para acá creéis que ha habido reformas y mejoras, y no mas bien motivos para repetir esas sen- tidas palabras? No lo creéis, Beatísimo Padre. Frecuentemente os quejáis, como en herencia recibi- da de vuestros inmediatos predecesores, os quejáis de la calamidad de los tiempos, por la corrupción de las costumbres, por la propagación do los errores, y cuantomas os aflije y llamáis malo. Por eso de vuestra parte, al tiempo de desahogar vuestro dolor en encíclicas, en breves, en alocuciones, en cartas, habéis tomado medi- das, piadosas ciertamente en vuestras intenciones, para curar los males, atraer las gentes á la devoción, y avi- var la fe*. Habéis concedido á los fieles cristianos mu- chedumbre de jubileos, proclamando un nuevo dogma en 1854 y convocado á concilio general, en que se ar- bitrara un medio eficaz, una palabra omnipotente y creadora, que esparciera luz para disipar las tinieblas, que restaurara las buenas costumbres y ella sola destru- yera todas las herejías en el mundo. Y ¿eréis. Beatísi- mo Padre, que esa palabra poderosa sea la proclama- ción del dogma de vuestra infalibilidad? Créanlo otros, vos no lo creéis ni podéis creerlo. Sa- béis muy bien, qué aun los dogmas y preceptos clarísi- mos del Soberano Autor de todas las cosas, del único infalible, disimulad esta palabra, no han sido bastan- tes á reunir todos los ánimos en una misma doctrina, en una sola iglesia, y á reformar las costumbres, de lo que han dado solemne testimonio vuestros predecesores, y vos mismo lo habéis dado repetidas veces. Y lo que no ha hecho la infalibilidad de dios, ¿podrán alcanzar- lo las infalibilidades humanas? Sabéis perfectamente, Santo Padre, que en vano se recetan curativos, cuando se ha descuidado averiguar las causas del mal. Muchas son por cierto las que tie- nen actualmente trabajada la especie humana; pero hay algunas mas determinadas y trascendentales, tanto mas peligrosas, cuanto lejos de ser reconocidas por origen ó fomento del mal que se sufre, son calificadas de buen método, de ejercicio de un derecho, quizá de virtud. Por desgracia, una de las principales eausas de males- tar de los pueblos católicos «stá muy cerca de vos. Hay objetos que son mejor vistos y calificados de distancia y también en la distancia se tiene el mayor peso. Vuestra curia, Santo Padre, vuestra curia es una de las principales causas de ese malestar en lo que enseña y en lo que practica. Lejos está Roma de la República Peruana; pero aquí llegan libros, que refieren lo que— 7 — ■ allí pasa, fuera de las noticias verbales de los que lian visitado la santa ciudad. ¡Santa ciudad!...... Lujosos purpurados, cardenales de la santa iglesia romana, que hacen contraste con la turba de mendigos que atravie- san las calles y obstruyen la entrada á los templos. Un Papa-Rey, vos no lo habéis hecho, Beatísimo Pió, lo ha- béis recibido: un Papa con reino en este mundo, y sin embargo, vicario de aquel que dijo—mi reino no es de este mundo; vicario del que tuvo una corona dé espinas reemplazada en su vicario por tres coronas de brillantes en su tiara, como rey del ciclo, de la tierra y de los in- fiernos, según se lee en las ('Decisiones de la Sagrada Rota Romana.» Ahí también se leen las proposiciones siguientes—Si todo el mundo 'pensase de un modo dife- rente del Paya en alguu negocio, deberia estarse mas bien d la opinión del Papa, que d la de todo ú mundo —El Papa no es puro hombre sino casi Dios—.Race un tribunal con Dios—Puede todo lo que Dios puede—Es todo y está sobre todo—Puede modificar, declarar é in- terpretar las leyes divinas. Tales doctrinas iban prepa- rando el camino á la infalibilidad. ¡Triste origen, tris- tes medios! Diréis sin duda, que tales exageraciones no pueden perjudicar d la realidad de vuestro primado ni á sus de- rechos'consiguientes; y diréis muy bien; asi como los abusos de los ministros del evangelio en obras, en pala- bras y en doctrinas no menguan ni desvirtúan la divina institución de Jesucristo. Pero no es eso, Santo Padre: esquelas exageraciones que escandalizan en todo el mundo, no escandalizan en Roma; es que ahí i se toman no pocas veces por testos de pretcnsiones para fundar derechos; es que los libros en que están ellas consigna- das, corren libremente sin temor á las congregaciones del santo oficio y del índice expurgatorio; mientras que otros libros en que se impugnan esas exajoraciones, tie- nen ahí su lugar; es que a doctrinas cristianas se sosti- tuyen derechos pontificios antes desconocidos, califican- do de herejes y cismáticos á los que recuerdan esas doc- trinas para desacreditar estos derechos: es que se olvida á J. G por el Papa.Pero hay otra consideración mas grave y trascenden- tal que las exajoraciones de la Rota y de sus anotadores, y es el acopio de sentencias y ejemplos de varios prede- cesores vuestros, que sirvieron de apoyo y fundamento á tales exageraciones. No habéis sido vos, Beatísimo Pió, sino Gregorio Vil quien dijo, que «San Pedro, es de- »cir, el Papa, podia quitar y conceder imperios, princi- pados, ducados, marquesados, condados, y las posesio- nes de los hombres, según sus méritos.)) Fué el Papa Inocencio II quien presidiendo un concilio general, se espresó de esta manera.—«De licencia del romano pon- tífice se reciben las dignidades eclesiásticas como á tí- )>tulo de feudo.» Fué Inocencio III quien comparando el papado con el sol y la real potestad con la luna, aña- dió que «asi como esta recibia su luz del sol, asi el rey «recibía del Papa el esplendor de su dignidad; y que la «diferencia que habia entre el sol y la luna, habia entre «los pontífices y los reyes.» Fué Bonifacio 8? quien di- jo—«Al romano pontífice le corresponde, sentado sobre »su excelso y elevado solio, disipar todos los males con »su mirada.» Fué Clemente V quien declaró que «en la «vacante del imperio pertenecía el gobierno al Papa, «porque á él venían á parar todos los negocios, como los «rios al mar.» Fué Nicolás V quien «fortalecido por el «amor divino, y estrechado por el deber de su oficio pas- «toral, concedió á los reyes de Portugal plena y libre «facultad de invadir á los sarracenos y otros enemigos «de Cristo, de apropiarse sus reinos, y reducir las per- donas á perpetua servidumbre.» Fué Alejandro VI quien «donó á los reyes de Castilla y de León una parte «del nuevo mundo, con la autoridad de Dios omnipoten- »te concedida al Papa en la persona de Pedro.» Otros Papas os dejaron mas sentencias y ejemplos se- mejantes, predecesores de feliz recordación, varios de ellos doctos y algunos santos, cuya conducta os servia de garantía y de modelo, pues no era creíble que varo- nes concienzudos, santos, se hubiesen apropiado un po- der que no les correspondía, y que vos no os reputabais autorizado (i amenguar, sino mas bien obligado á tras- pasarlo íntegro á vuestros sucesores como un depósito— 9 — sagrado. Vuestra buena fe rio os dejaba advertir, que en la condición de la humana miseria, no es difícil con- vencernos de que es nuestro aquello cuya posesión nos interesa y lisonjea; y que los derechos de los pastores de la iglesia no deben buscarse en los hechos de la his- toria, sino en las lecciones y ejemplos del Señor Jesús. Desgraciadamente, otra vez por la miseria humana, se creian compatibles esos hechos con estas lecciones y ejemplos; se hacia alarde del poder que Pedro recibiera de Jesucristo, y con ese poder se repetían los decretos y condenaciones délos predecesores. ¡Que" no daríamos Beatísimo Padre, porque no hubiérais repetido esos de- cretos y condenaciones! ¡Pluguiera al ciclo que en ho- nor de la Santa Sede, jamás hubiera aparecido vu-estra encíclica con su adjunto syllabus, y lo demás que ha se- guido! Y tanto mas sensible, cuanto los curialistas del mundo católico os han hecho creer, que los pueblos di- rijidos todavía por ellos, han aceptado todo gustosa- mente. No tal, Santo Padre: la parte pensadora lo re- chaza y os compadece, principalmente por el engaño que habéis sufrido, y por la temeridad de los que apo- yados en ese engaño, os han sujerido el pensamiento de aspirar al dogma de la infalibilidad, para que nadie en adelante, ni escritores, ni gobiernos, ni congresos se atrevan á contradecir lo que tengáis á bien definir Y no solo lo que defináis y condenéis para después, sino todas vuestras bulas anteriores y los breves y el isyliabiix. con todas las definiciones y condenaciones de vuestros predecesores. Porque si la infalibilidad del romano pon- tífice es dogma cristiano, es decir, doctrina revelada por Dios, que en el concilio del vaticano no se habria hecho mas que declarar, la infalibilidad ha existido desde el principio, y entonces queda divinizado el absolutismo en la iglesia, y humillada, vilipendiada la dignidad de las naciones y de sus gobiernos. Por fortuna no será asi: será que poniéndose en lucha abierta con el siglo y su progreso, se recordará la pala- bra de la Biblia hablando de Ismael—«él estará contra todos y todos contra él,» y la pretendida infalibilidad, acabará de perderos, cuando se juzgaba consolidar con— 10 — ella vuestra autoridad. Pero no, no os perderéis vos; se perderá para siempre vuestra curia y sus doctrinas, cumpliéndose el deseo del padre San Bernardo, yendo vos por el camino de los apostóles, siendo Pedro, nada mas que Pedro, despojándoos de la pompa mundanal en presencia del desnudo y crucificado Jesús, de quien os llamáis vicario, y diciendo al pié de la cruz, como decia el mártir á la vista del patíbulo—yo soy cristiano. En otros tiempos la palabra de un Papa conmovia á los pueblos y derribaba los tronos: del humilde sucesor de Pedro se compuso una divinidad tempestuosa y tre- mebunda, que hacia temblar con un gesto el Olimpo y sus deidades; y hubo emperador que despojado de las insignias de su dignidad y con los pies desnudos, per- maneció tres dias en la segunda muralla de un castillo, aguardando la sentencia del Papa. Entonces el pensa- miento de infalibilidad habría sido una ocurrencia afor- tunada, un elemento poderoso do dominación. Pero en nuestros dias, en un siglo que se maldice por corrompi- do, y se acusa de materialismo é indiferentismo, ¿qué importaría, qué efecto podia causar una voz fuerte, aun- que infalible, cuya definición sonára como un anarco- nismo? La voz fuerte quedaría desairada, causando un sentimiento que no seria el respeto. ¡Dogma revelado por Dios y definido por el Papa, en honor y obsequio de sí mismo! Esto no puede ni debe sor, Beatísimo Padre; recordad que pertenecéis al si- glo XIX, y que Jesucristo es de ayer, de 7wy y de todos los siglos, según la palabra de San Pablo. El evangelio del Sr. Jesús no condena la razón, ni el empleo de los varios medios de progreso, para la prosperidad y en- grandecimiento de las naciones, que marchan, marchan, á pesar de la contradicción. Sabéis muy bien que las reformas y mejoras de las instituciones no se hacen pre- cisa y esclusivamente aumentando la estrictez y severi- dad, sino también reduciendo el paso, condescendiendo, consolando, para que medidas que en gran parte solo existen en el papel,..sá.conviertan en otras suaves y de no difícil ejecución. Si en vez de encíclicas y syllabus y pretensiones de infalibilidad, hubierais convocado con-—11 — cilio general, para rebajar la tirantez de ciertos- manda- tos, que no se han hecho cargo de la debilidad humana, y de que no es posible desnaturalizar la obra de Dios, habríais merecido los aplausos de todos. Por ejemplo, eximido á los párrocos de los pueblos de la dura y difí- cil obligación del celibato, y reducido á un año la emi- sión de los votos monásticos, que podrían repetirse su- cesiva y voluntariamente. ¿No podría decirse entonces, que con menos decantada perfección había mas mora- lidad? Podia estenderse la suave y racional reforma á otros muchos puntos, como la reducción de los días en que se prohibe como pecado el trabajo, este elemento morali- zador; y dejar de contradecir á los gobiernos en el es- tablecimiento del contrato civil del matrimonio, este contrato suyo, como lo era antes de Jesucristo. Si esto y mas hubierais hecho en concilio 6 fuera de él, nadie os habría disputado entonces poder, y en vez de infali- bilidad hubierais obtenido las bendiciones de todos los pueblos con su profunda gratitud. Y ¿tan laudable pro- cedimiento no habría sido útil al crédito é intereses de la iglesia? mientras que ahora......... Beatísimo Padre, quizá es tiempo todavía. Consultad vuestro corazón; desmentid, avergonzad con vuestras obras las encíclicas y condenaciones, y el reciente dog- ma de la infalibilidad. ¡Qué otros no os arrebaten la santa obra de la regeneración de la iglesia cristiana! Permitidme copiar de vuestra encíclica las palabras que dirijiais á los obispos—«No os canséis de inculcar, que «toda verdadera felicidad para los hombres dimana de «nuestra augusta religión, de su doctrina, y de su prác- «tica, y que es bienaventurado el pueblo que reconoce á «Dios por se Señor.» Beatísimo Padre, soy vuestro adicto servidor. (De el comercio, número 10,732.)— 26 — esa malhadada carta, con la que habréis quizás sellado vuestra perdición? El espíritu de error, de soberbia, de discordia y de rebelión, que hace mucho tiempo guia vuestros actos en relación con la Iglesia; el espíritu que os dictó la Defensa de los G-obiernos, la Defensa de los Obispos, los Diálogos sobre la existencia de Dios y otros libros detestables; el espíritu que os hace vivir en abier- ta oposición con -la santidad de vuestro carácter y los deberes que os impone; el espíritu que fomenta y atiza vuestro odio á la Curia Romana, como si fuera el fan- tasma aterrador de vuestros sueños. Ese es el espíritu malo, de que habla el Evangelio, que, con otros siete espíritus peores que él, ha tomado posesión de vuestra alma, y tiene su morada en ella. Ya comprendereis por que os dije al principio que en mala hora habíais citado el nombre de San Bernardo. Es peligroso unirse con los hombres grandes; viene involuntariamente la tentación de las comparaciones, y ya veis lo que sucede. Creo haber demostrado V- que la situación actual de la Iglesia no es la del siglo XII, y que, por tanto, vues- tro cargo, fundado en las palabras de San Bernardo, es, á un mismo tiempo, una injuria y un desatino; 2" qne, aun suponiendo la presencia de ese mal en la Igle- sia, vos no tenéis título de ninguna especie para llamar sobre él la atención del Sumo Pontifico; y 8? que, aun concediéndoos el mejor título para ello, jamás podríais hacerlo, en la forma y manera que lo habéis hecho. No quiero concluir esta carta, sin contaros un ejemplo y daros una lección. III. Hé aquí el ejemplo: El Venerable Padre Alloza de la Compañía de Jesús, que floreció en esta ciudad, en el siglo XVII, reprendió una vez al Virey, porque se habia permitido conversar en el templo, mientras él predicaba. 11 izólo el bendito Padre, movido de santo celo por el respeto, que se debe á la casa del Señor. Sin embargo, los superiores reputa-— 27 — ron indiscreta la acción y le impusieron una penitencia. Súpolo el Virey, y vino en persona al Colegio máximo de San Pablo, no solo á encomiar la libertad apostólica del santo predicador, sino también á suplicar que se . le suspendiese la pena y que fuera íí predicar á su propio palacio, permitiéndolo nsí Dios para mayor hon- ra y gloria de su siervo. Otro predicador, mas dado al regalo que d la peni- teheia, viendo el éxito que habia tenido la conducta del Padre, quiso imitarlo, pero con adversa fortuna. Apro- vechó de la primera ocasión para reprender y zaherir al Virey en el templo; indignóse el Príncipe, y el im- prudente padre fué justamente castigado por su temeri- dad, á petición del Virey, que dijo á los superiores: NO TODOS SON EL PADRE ALLOZA. (Vida del Pa- dre Alloza cap. XVIII). A mí me toca deciros ahora: NO TODOS SON S. BERNARDO, SEÑOR VIGIL. Después del ejemplo viene la lección. Para injuriar á la Santa Sede habéis llamado en vues- tro auxilio á San Bernardo; justo es que el Santo Doctor castigue vuestro atrevimiento y os afrente ignominiosa- mente, ensenándoos qué cosa es la Iglesia Romana y cuales son sus prciwativas. Debíais oirlo de rodillas, con una soga al cuello, y puesta la frente en el polvo. Así sería, si tuvierais verdadero respeto á la persona y tí las palabras del Santo Doctor; así sería, si el haber mezclado su nombre con vuestras injurias, no fuera efecto de una hipocresía y de una malicia refinada. Vos, diciendo á Pió IX: Beatísimo Pío ¿que aguar- dáis para cumplir el cristiano deseo del P. S. Bernar- do? sois el fariseo del Evangelio, diciendo á Jesucristo: Maestro, sabemos que eres Veraz, y que enseñas el cami- no de Dios conforme d la verdad (S. Math. cap. XII v. 16). •;AH! FARISEOS HIPOCRITAS!! Siempre, y en todas partes, sois los mismos. El impio y el incrédulo nos injurian con cierta no-— 28 — bleza, porque se indignan; Vosotros nos injuriáis con la sonrisa en los labios, con la cabeza inclinada, y con las manos cruzadas. Por eso, he oido decir á, muchas gentes que vuestra carta era MODERADA y hasta HUMILDE. Pero, sabed que loa publícanos y las meretrices entra- ran al reyno de los cielos, primero que esa MODERA- CION Y ESA HUMILDAD. (S. Math. C. 21 v. 31.) De todos modos, oid. Dice asi el S. Doctor: «PLENITUDO SIQUIDEM POTESTATIS SU- PER UNIVERSAS OREIS ECCLESIAS SINGU- LARIPREROGATIVA APOSTOLICAE SEDI DO- NATA EST. JtórQUI IGITUR HUIC POTESTATI RESISTIT, DEI ORDINATIONI RESISTIT~@& ......POTEST A FINIBUS TERRAE SUBLIMES QUASCUNQUE PERSONAS ECCLESIASTICAS EVOCARE ET COGERE AD SUAM PRAESEN- TIAM, NON SEMEL AUT BIS SED QUOTIES EXPEDIRE VIDEBIT.» En castellano es, como sigue: LA PLENITUD DE POTESTAD SOBRE TODAS LAS IGLESIAS DEL ORBE HA SIDO CONCEDI- DA A LA SANTA SEDE, POR UN PRIVILEGIO SINGULAR, jvsr QUIEN RESISTE, PUES, A ES- TA POTESTAD RESISTE A LA ORDENACION DE DIOS™e& .........LA SANTA SEDE PUEDE LLAMAR ASU TRIBUNAL A TODAS LAS PER- SONAS ECLESIASTICAS, POR SUBLIME QUE SEA SU DIGNIDAD, NO UNA O DOS VECES, SINO CUANTAS LO CREYESE NECESARIO. (S. Bernardo. Epist. 181 ad Mcdiol.) Meditad, si Dios os dá licencia para ello, esta lección de S. Bernardo. Yo, por mi parte, no debo agregar ni una palabra mas. Vuestro atento scrvrdor- Seminario de Lima, Octubre l^1 de 1870.CARTA TERCERA. Muy respetado sexor: I. Si alguna duda pudiera quedar acerca de la aprecia- ción, que lie lieclio de la tercera injuria del primer acápi- te de vuestra carta, quedaría enteramente desvanecida, poniendo la atención en las palabras de que os servís para justificar vuestra increpación, tan atrevida como inoportuna, al Padre Santo. Helas aquí: «¿O, de entonces para acá, creéis que ha habido re- «formas y mejoras, y no mas bien motivos para repetir «esas sentidas palabras? No lo creéis Beatísimo Padre». Esto quiere decir que, por el espacio de siete siglos, la Iglesia ha permanecido estacionaria. Y, entonces, ¿que* han hecho los Papas? ¿De qué se han ocupado los Concilios? ¿Para qué han servido las ordenes religiosas? ¿Qué influencia ha tenido la ciencia de los mas eminentes doctores? ¿Qué fruto ha cosecha-do la Iglesia ele la prodigiosa santidad de tantos y tan esclarecidos varones? Basta, Señor. En este punto, me confieso, francamente, vencido por vos. Hay inépeias que son absolutamente incontestables. De la misma manera que los axiomas no se pueden de- mostrar, hay disparates que no se pueden combatir. Yo no tengo que decirle á un hombre, que encierra siete siglos de la historia de la Iglesia, en estas pala- bras: «¿O, de entonces para acá, creéis que ha habido «reformas y mejoras, y no mas bien motivos para rc- »petir estas sentidas palabras?» II. Continuáis vuestra carta, en estos términos: «Frecuentemente os quejáis, como en herencia recibi- da de vuestros inmediatos predecesores, os quejáis de »la calamidad de los tiempos, por la corrupción de las «costumbres, por la propagación de los errores y cuan- »to mas os aflige y llamáis malo. Por eso, de vuestra «parte, al tiempo de desahogar vuestro dolor en encicli- «cas, en breves, en alocuciones, en cartas, habéis toma- «do medidas, piadosas ciertamente en'vuestras intencio- nes, para curar los males, atraer las gentes á la devoción «y avivar la fé\ Habéis concedido á los fieles cristianos «muchedumbre de jubileos, proclamado un nuevo dogma «en mil ochocientos cincuenta y cuatro y convocado á «Concilio General, en que se arbitrara un medio eficaz, «una palabra omnipotente y creadora que esparciera luz «para disipar las tinieblas, que restaurara las buenas «costumbres y que ella sola destruyera todas las herc- «jías en el mundo. Y ¿creéis Santísimo Padre que esa «palabra poderosa sea la proclamación del dogma do «vestra infalibilidad?» Lo primero que hago-een este acápite es entregarlo, como se entrega un cadáver á los estudiantes de medi- cina, á los escolares de Gramática y Retórica, bienseguro ele que no quedará de 61 sino su memoria. No necesito deciros que este es, sin embargo, uno de los mejores acápites de vuestra carta. Vos mismo lo habréis creido así. Si el tiempo me lo permitiera, tendría gusto en de- mostraros que vuestra carta debia proscribirse, no solo por contener proposiciones falsas, escandalosas, injurio- sas á la Santa Sede, impías y heréticas, sino también, por violar todas las reglas de la Lógica, de la Retórica y de la Gramática, por lo cual debería encargarse, sobre este punto, especialmente, la conciencia de los maestros y escolares, á fin de libertarlos, como de una irrupción de bárbaros, de los estragos que vuestros escritos pue- den causar en el buen gusto y en el recto modo de ha- blar y de escribir: Muchas cosas vuestras son detestables, pero vuestra manera de escribir es asquerosa. Si este juicio fuera únicamente mió me abstuviera de decíroslo; pero piensan lo mismo muchos de vuestros admiradores. Si supierais servir vuestros propios intereses, debe- ríais romper vuestra pluma; porque, vuestros escritos no os atraen adeptos, sino que os hacen perder los pocos que os quedan. Creedlo Señor; respecto de vos comienzan á desvane- cerse muchas ilusiones. Quizá tendré ocasión de demostrároslo". Entre tanto, debo ocuparme, ya no de las injurias, sino de los disparates y mentiras, que contiene este segundo acápite de vuestra carta. Que los tiempos son calamitosos, que hay mucha cor- rupción de costumbres y que los errores se propagan con espantosa rapidez, gracias al libertinage de la imprenta, es cosa que todo el mundo sabe, sin mas diligencia, por su parte, que abrir los ojos y los oidos para mirar y oir á la sociedad contemporánea. Aquí, por ejemplo, en esta cara patria, vos sois una calamidad viviente, que nunca deploraremos bastante los católicos.— 32 — Vuestros libros, vuestros opúsculos, vuestros folletos, vuestros artículos y vuestras cartas, nunca debieron tener fin mas honroso que ser consumidos por las lla- mas, y, sin embargo, por obra y gracia del maldito li- bertinage de la prensa, lian envenenado muebos enten- dimientos y pervertido muebos corazones. Y los nombres de esas almas, heladas por el soplo gla- cial de la indiferencia, 6 consumidas por el fuego devo- rador de las pasiones 6 ébrias de odio contra la Iglesia, el Pontificado y el Sacerdocio, escritos están, por la mano de la Providencia, en el libro de vuestra cuenta. Vuestra tranquilidad me espanta. Pero me aterra veros, inclinado ya sobre el sepulcro, derramar, todavía, con mano trémula, en el seno de la sociedad, las últimas gotas del mortífero veneno de vues- tros errores. Prosigamos. Generales, como son, los estragos que la Revolución ha hecho en las sociedades modernas, es muy natural que el Supremo Pastor de nuestras almas, en cuyo co- razón se dan cita todas las miserias de la humanidad, los lamente, no solo, en la presencia de su Dios, sino también en presencia de su pueblo. Esto lo comprendo perfectamente. Pero lo que no comprendo es cómo ni cuándo se ha quejado el Papa de todos estos males, como en herencia recibida de sus inmediatos predecesores. Me parece que tengo derecho de colocar en la cate- goría de los disparates esa herencia, álo menos, mien- tras que vos no presentéis el testamento. Vamos adelante. Que el Papa desahogue su dolor en encíclicas, en alocuciones, en cartas; esto puede pasar, aun que está muy mal expresado. Pero, ¡en breves! eso, nunca, señor bibliotecario. Me da vergüenza enseñaros estas cosas; pero vos me forzáis á ello inevitablemente. El breve es una carta que el Papa dirige á los Sobe- ranos, á los pueblos, á las ciudades 6 á las personas,— 33 — ja públicas ya privadas, para concederles dispensas o indulgencias, ó, también, para demostrarles su afecto. Este es el valor técnico de aquel término de la Curia. Se vé pues claramente, que los documentos de esta naturaleza, tanto por su carácter particular, cuanto por lo limitado de su objeto, están mal comprendidos en vuestra enumeración. ¿Y qué decir de la extravagante ocurrencia que ha- béis tenido, al señalar el objeto del Concilio gene* \|? Estas cosas no se inventan, señor; los hechos /'os documentos, que los comprueban, son muy reciente*. J están á la vista de todo el mundo, para que os sea lícito esparcir mentiras de esa especie. ¿Cuándo ha dicho el Padre Santo, en la Bula de In- dicción del Concilio Ecuménico, que la santa asamblea tenia por objeto arbitrar un medio eficaz, una palabra omnipotente y creadora que....... SOLA destruyera las herejías en el mundo? ¿Ignora acaso el Papa que Nuestro Señor Jesucristo anunció que no faltarían los escándalos sobre la tierra, y que el apóstol San Pablo dijo, que convenia la exis- tencia de las heregías, en el seno de la Iglesia? (1) Y, aun cuando no fueran tan claras y decisivas las profecías del Salvador y de los Apóstoles, la historia de 19 siglos, que la herejía y el cisma han emponzoñado con su aliento, ¿no bastaría para persuadir de que jamas se conseguirá en la tierra arrancar de raiz el árbol mal- decido del error y del mal? La Iglesia, Señor, no profesa doctrinas paradisiacas; sabe y nos enseña que nacemos manchados, y que nun- ca se extingue en nosotros ese principio de pecado y de muerte, tan propiamente llamado: fornes peccati. En vista de lo que habéis escrito, apreciando el obje- to del Concilio, no sé si habréis querido burlaros de vuestros lectores, ó que éstos se burlen de vos. Veamos el tercer acápite. (1) S. Math. c. 18, v. 7.-8. Pablo. I ad Corinthios c. 11, v. 19. 6— 34 — III. Dice así: «Créanlo otros, vos no lo creéis ni podéis creerlo. Sa- »beis muy bien que aun los dogmas y preceptos clarísi- mos del Soberano autor de todas las cosas, del UNICO «infalible, disimulad esta palabra, no han sido bastan- tes á reunir todos los ánimos en una misma doctrina, »en una sola Iglesia y á reformar las costumbres de lo «quehan dado solemne testimonio vuestros predecesores, »y vos mismo lo habéis dado repetidas veces. Y lo que »rib ha hecho la infalibilidad de dios. ¿Podrán alcan- »zarlo las infalibilidades humanas?» Si no hubierais escrito este acápite, pudiera tacharse de excesivamente severa la apreciación que he hecho del anterior. Para que no quede duda de que quisisteis atribuir al Papa el descabellado propósito de destruir, por medio del Concilio, todas las herejías m el mundo, argumen- táis á fortiori, deduciendo la ineficacia y esterilidad de las infalibilidades humanas para reunir todos los ánimos en una misma doctrina, en una sola Iglesia y y reformar las costumbres de la inejicacia y esterili- dad para alcanzar ese fin de los dogmas y preceptos clarísimos del Soberano autor de todas las cosas, del úni- co infalible. Sois, pues, reo, ante el tribunal del sentido común, de haber escrito este gran desatino: El Papa quiso, convocando un Concilio general, excogitar un medio, que, POR SI SOLO, destruyese todas las heregías en el mundo. Y, para que todos lo¿ lectores rechazasen hasta la tentación de dar á vuestras palabras un sentido, en el que pudieran expresar, aunque con violencia, alguna verdad; y, para que no se atribuyese á 'parcialidad de polemista el tomarlas en su sentido extracto, os encargas- teis de demostrar, en este tercer acápite,—y os protesto que lo habéis hecho victoriosamente—quehabiais que- rido decir, precisa y exclusivamente, el gran dispa-rate, que vuestras palabras encierran, tomadas en senti- do literal, y que, por tanto, torcería vuestro pensamiento, quien se permitiese, por respeto d vuestro juicio y si- guiendo las reglas comunes de interpretación, darles otro, distinto de aquel que arroja el disparate y el desatino. Esto se llama Vigil contra Vigil. Y ahora, pregunto yo; si asi corre vuestra pluma, ¿cómo andará vuestra cabeza? Ved, Señor, la dura condición á que reducís á vues- tros adversarios. Estas humillaciones de vuestro entendimiento deben seros demasiado amargas, para que yo me complazca en afrentaros con ellas; pero me impone este penoso debél- ese AIRE DE DOGMATISMO, con que vos, que no sois Papa, decís vuestros disparates. Pocas cosas exacerban tanto, como UN DESATINO CON PRETENSIONES DE ACIERTO. Creo que vos no disentiréis, en esto, del sentir común de la humanidad. Continuemos. A mayor abundamiento de pruebas, y para contenta- miento de los mas exigentes, y para que no subsista ni siquiera una sombra de duda, acerca del contra-sentido de vuestros acápites segundo y tercero, habéis pregun- tado al Papa si creia que \^ proclamación del dogma de, su infalibilidad fuese la panacea universal de los males de la humanidad; luego habéis afirmado que el Papa no creia tal cosa, ni podia creerla; á continuación, le habéis demostrado que la infalibilidad pontificia no po- dia tener esa prodigiosa virtud; y, por último, habéis concluido, en estos términos: «y lo que no ha hecho la «infalibilidad de dios. ¿Podrán alcanzarlo las infa- libilidades HUMANAS?» Quiero poner esto bien claro para que lo entiendan toda clase de gentes, y, especialmente, Vos. Comenzáis por dudar de que el Papa crea en el dis- parate de que el dogma de la infalibilidad sea la pala- bra creadora y omnipotente, que renueve, por decirlo .así, la faz de la-tierra; disparate, que, primero, le atri-— 36 — buisteis, al decir que habia convocado á Concilio para arbitrar esa palabra; Continuáis afirmando que el Papa ni cree, ni puede creer, un disparate semejante; Luego, proseguís, demostrándole que ese disparate es tal disparate; Y, por último, concluís, diciendo, como quien infun- de convicción al que duda: «Y lo que no ha hecho la «INFALIBILIDAD de dios ¿podrán alcanzarlo las infali- bilidades humanas?» Ahora quisiera yo congregar á todos los muchachos de escuela, que no bajasen de siete años y que no pa- sasen de doce, para que pronunciaran sentencia sobre vuestra manera de pensar y de discurrir; y hasta les diera el encargo de aplicaros la condigna pena. Ya supondréis la que los muchachos pueden dar. Eso seria una especie de compensación indirecta del martirio, que me habéis hecho sufrir, obligándome á se- guir vuestro discurso. Pido escusas á mis lectores, que no son vos, por la parte do tormento que les haya tocado. Ya es tiempo de que analize vuestras ideas. En este terreno, tendré, á lo ménos, un poco de liber- tad, no estando encadenado por Informa de vuestro pensamiento, que—yo os lo aseguro—es cadena muy dura de llevar. El pensamiento que domina, en este tercer acápite de vuestra carta, es la distinción entre la infalibilidad do Dios y lo que llamáis las infalibilidades humanas, dejan- do entrever al lector que, siendo la infalibilidad de Dios la única aceptable, á los ojos de la razón y el buen sen- tido, las otras son una absurda pretensión de la soberbia humana. Y, como aquí no se trata sino de la definición dog- mática de la infalibilidatí pontificia, ese plural, mal traido y peor empleado: infalibilidades humanas, se resuelve en este singular, bien concreto y bien preciso: INFALI- BILIDAD DEL PAPA. Esto me obliga á demostraros 19 que solo Dios es— 37 — infalible, por si mismo, 2?; que, estrictamente hablando, no hay infalibilidades humanas y 3?; que la INFALI- BILIDAD DEL PAPA ES LA MISMA INFALI- BILIDAD DE DIOS. Dios es el único infalible. Vos también lo habéis escrito; pero, al decir al Padre Santo, disimulad esta palabra, habéis dejado entender que el Papa y, con él, todos los católicos creen que la infalibilidad pontificia deriva de otro principio, que no es Dios. Habéis supuesto que la infalibilidad de Dios hacia sombra á la infalibilidad del Papa y, luego, habéis teni- do la mezquindad de decirlo. Solo Dios es infalible. Cierto; pero, absohita é in- condicionalmente; y, en este sentido, su infalibilidad es incomunicable, por la misma razón que es incomunicable su propio Ser. Mas, de la misma manera que Dios puede crear; esto es, dar ser á lo que carece de él, sin que, por esto, se diga que comunica su Ser; asi, también, puede comu- nicar infalibilidad (i los entendimientos creados y á la palabra humana, sin que, por esto, se diga que trasmite su propia Infalibilidad. Es duro tener que repasar á un hombre de 70 años, que ha pasado gran parte de su vida, en una biblioteca, y que es autor de muchos libros, estos rudimentos de filosofía y de teodicea natural. No hay infalibilidades humanas. Cierto; absolutas 6 incondicionales, como la de Dios, no las hay. ¿Quién lo ha dudado nunca? Pero, comunicadas por Dios, limitadas d su objeto propio y condicionadas, ¿quién ha dudado nuncarde que las hay? ¿No son INFALIBLES los sentidos la conciencia, la razón y el testimonio hum an oí Vos mismo, Señor, ¿no sois infalible, cuando decis que la tinta es negra, queun acto de entender no es un acto de querer, que un triangulo no puede ser cuadra- do, y que existieron César, Alejandro y Napoleón?— 38 — . Vuestro furor anti-infalibilista ¿os hará no respetar estas infalibilidades? No puedo creerlo. Pero, esta infalibilidad de vuestros ojos, de vuestra conciencia, de vuestra razón, y del testimonio humano ¿tienen en vos su principio, su explicación, su razón de ser? NO; porque no sois Dios. Aqui estaria bien puesta, no donde vos la habéis es- crito, la proposición: DIOS ES EL UNICO INFA- LIBLE. Permitidme, ahora, que os haga una especie de cate- cismo de estas ideas, por preguntas y respuestas. Se me figura que este método tan provechoso para los niños, lo será también para vos. Pregunta. Pero, entonces; ¿aquellas infalibilidades no son verdaderas? Respuesta. Si que lo son, y hasta el fundamento de la verdad, en cuanto es objeto de nuestro entendimien- to; pero solo, en cuanto comunicadas, relativas, condi- cionadas. P. Luego, mis ojos, mi conciencia y mi razón no son infalibles, por virtud propia, sino por cierta virtuddivina, que les es perpetuamente comunicada, y los constituye órganos de verdad? R. Precisamente es asi. P. Luego la infalibilidad de los criterios del conoci- miento coexiste con la infalibilidad de dios, de la misma manera, en el mismo sentido, y con la misma ver- dad, que los seres creados coexisten con el ser in- creado. R. Exactamente. P. Luego es un desatino negar la infalibilidad limi- tada, en las criaturas, fundándose en que solo existe una infalibilidad infinita, en Dios. R. Perfectamente bien. P. Tanto valdría negar la realidad, de los seres, fun- dándose en que dios es el ser ¿No es verdad? R. Asi es.— 39 — No sé, Señor, si me habréis comprendido. Asi mismo explico estas ideas á los alumnos de íní curso y me entienden perfectamente. Vamos ahora á la infalibilidad del Papa. En gracia de la variedad, voy á discurrir, en la forma de un diálogo entre vos y yo. (2) Hélo aqui. El SEftoR vigil ¿El Papa es infalible? Yo. Si, Señor. El se^or Vigil. ¿Cómo? Yo. La mismo que mis ojos. El seítoii Vigil. Pero los ojos de IT. no son infalibles, si están enfermos. Yo. Asi, el Papa no es infalible, si está amenté, 6 está loco, 6 es victima del miedo ó la violencia. El seííor Vigil. Los ojos de U. tampoco son infali- bles^! se sirve de ellos para apreciar los sonidos y los olores; concedo que lo sean, si los emplea 0. solo para ver, que es su objeto 'propio. Yo. De la misma manera, el Papa no es infalible, si enseña Matemáticas, ó Astronomía, ó Terapéutica; so- lo lo es, cuando ENSEÑA LA FE O LA MORAL, que es el objeto propio de su infalibilidad. El seXtor Vigil. Ni aun usando los ojos solo para ver son infalibles, en el caso de que no haya luz 6 de que el objeto no esté á la distancia conveniente. Yo. Asi mismo el Papa, ni aun enseñando la fd o la (2) Proponiéndome, por medio de estas cartas, no solo impugnar al señor Vigil, sino también enseñar la verdadera doctrina católica sobre la infalibilidad del Papa, separándola de todas las inexactitudes y errores con que la han mezclado y contundido la ignorqmtft de unos, la mata fé de muchos y \& preocupación del mayor número, me hs parecida conveniente argumentar, en forma de interrogatorio y de diálogo, aunque esta forma no corresponda al estilo general de estas cartas, á fin de adaptarme á los menos inteligentes de mis lectores. Deseo vivamente que se extienda, en el seno del pueblo, la verdade- ra idea de la infalibilidad del Papa; por eso, me valgo para expli- carla de comparaciones sencillas, y hasta vulgares. Deseo también que se ponga de manifiesto la indignidad y la infamia de los que, en tan delicado punto, han explotado la ignorancia del pueblo, con el ini- cuo fin de extraviar su Jé.— 40 — moral es infalible; necesita para serlo ENSEÑARLAS A TODA LA IGLESIA, EJERCIENDO EL OFI- CIO DE SU MAGISTERIO SUPREMO. . El señor Vigil. Pero, la historia demuestra que mu- chos Papas han errado. Yo. Lo mismo que la historia de las enfermedades demuestra que muchos ojos, han visto, y ven, hoy mis- mo, sombras, moscas y hasta culebras. El señor Vigil. Y ¿que tiene que ver lo uno con lo otro? Yo. Es muy sencillo. Que asi como estos ojos yer- ran, porque no están en las condiciones de la visión in- falible, asi, aquellos Papas erraron, porque estaban fue- ra de las condiciones de la enseñanza infalible. El señor Vigil. Entonces, nada prueban contra la infalibilidad del Papa los muchos casos, verdaderos ó supuestos, en que han errado los Pontífices, y que, con tanto afán, he acopiado eu mis artículos de «El Co- mercio». Yo. Nada, Señor. Eso es lo mismo que presentar el catálogo de las enfermedades de los ojos para demostrar que no sirven para ver, ó que nos engañan, cuando vemos. El señor Vigil. U. me vuelve loco. Yo. Será contra mis intenciones, porque lo que yo quiero es volveros cuerdo. El señor Vigil. Pero ¿como ha de ser el Papa infa- lible, SÍ DIOS ES EL UNICO INFALIBLE, Como Se lo digo, EN MI CARTA, al mismo Pontífice? Yo. No hay que incomodarse, Señor. Basta aplicar el argumento á los ojos, y que me contestéis á esta pre- gunta. ¿Cómo pueden ser los ojos infalibles, siendo DIOS EL UNICO INFALIBLE? El señor Vigil. Miren que gracia. Los ojos no son infalibles, por virtud propia, sino por virtud que Dios les ha comunicado, al hacerlos órganos de la visión; y repugnaría á su Bondad y á su Providencia que nos hubiera dado un medio engañoso. Yo. Aqui la gracia y hasta la simpleza es la vuestra.— 41 — Pues, asi mismo, el Papa no es infalible, por virtud propia, sino por VIRTUD DE LAS PROMESAS QUE DIOS LE HIZO, AL CONSTITUIRLO OR- GANO DE SU PALABRA Y DE SU VOLUNTAD; y repugnaría á su Bondad y á su Providencia que nos hubiera dejado un medio engañoso. El señor Vigil. Pero, yo no acepto la paridad, por- que todos tenemos ojos*> y yernos con ellos, y, natural- mente, no nos engañan: mientras que no todos son in- falibles, como el Papá, y, menos, en materias superiores á la razón. Yo. Mas lógica, Sr. Dr. De alii no se deduce que no haya paridad, sino que la infalibilidad de los ojos y la infalibilidad del papa son de un género muy dife- rente; la primera es natural y universal, la segunda es sobrenatural y esclusivá, como decimos los católicos. El señor Vigil. Y ¿porque no hemos de ser todos infalibles, si el papa lo es? A lo menos, yo y los sa bios, como yo, debemos serlo. Yo. Y ¿porque no ha de decir misa el Cardenal An- tonelli, siendo el político mas distinguido de Europa? El señor Vigil. Hombre, no sea U. majadero. ¿Có- mo ha de decir misa, si no es sacerdote? Ni, que tiene que ver la política con la potestad de consagrar. Yo. Pues, ¿cómo vos queréis que seamos infalibles, si no somos Papas? Y, en cuanto álos sabios, ¿qué tiene que ver la sabiduría con la infalibilidad? El señor Vigil. Quiere decir que todo lo que he escrito en mis artículos de «El Comercio» y en mi últi- ma carta al Papa son disparates. No me conformo con eso. Yo. No quisiera decíroslo, en vuestra cara......pero ......aunque os enfadéis, y no os conforméis......{incli- nando la cabeza, y entre dientes), sí son SEÑOR. El señor Vigil. ¡Vaya con la lisura del muchacho! (Yéndose). Olvida que soy un sabio; lo desprecio. Yo. ¡Gracias á Dios que se acabó este diálogo! Y"a me tenían la cabeza en prensa los desatinos de este señor. 7No obstante ía argumentación de qué iHe he serví Jo, creo haber demostrado los tres puntos que me pro puse probar. Basta, por hoy, para no fatigaros demasiado* Vuestro atento servidor. Seminario de Lima, Octubre 7 de >870.CARTA CUARTA. ¿& ®. &. $W«Uc« de T®. <§™zJcz Oftyf. Muy respetado señor: Después de las injurias y de los disparates vienen las lecciones. T. Herido vuestro corazón por los males, que afligen á la humanidad, lamentáis sobre manera la incuria de los llamados á averiguar sus verdaderas causas y deploráis muchísimo la incurable ceguedad de los que miran, como remedio saludable, lo que es veneno pestilencial. Sin decirlo claramente, dejais entender que esa incu- ria y esa ceguedad son de la Santa Sede, atribuyéndo- le, así, dos enormes y gravísimas faltas. Quiero que vos y todos los lectores de estas cartas se persuadan de tfllo. 116 aquí vuestras palabras: «Sabéis perfectamente, Santo Padre, que en vano se «recejan curativa, cuando se ha descuidado averiguar— 44 — »las causas del mal. MucAas son, por cierto, las que tie- »nen actualmente trabajada la especie humana; pero «hay algunas mas determinadas y trascendentales, tanto «mas peligrosas, cuanto lejos de ser reconocidas por «origen ó fomento del mal, que se sufre, son calificadas »de buen método, de ejercicio de un derecho, quizá de «virtud. Por desgracia, una de las principales causas del «malestar de los pueblos católicos está muy cerca de «vos. Hay objetos que son mejor vistos y calificados de «distancia, y también, en la distancia, se tiene el mayor peso». A flPU / / rV' Í i fi Zurciendo este acápite con los anteriores, ya que otra cosa no permite vuestra manera de escribir, pónese de manifiesto que ese curativo vanamente recetado, es la defi- nición dogmática déla infalibilidad pontificia y que la Iglesia, al señalar este remedio á la humanidad enfer- ma, no ha hecho sino descubrir su punible descuido en averiguar las verdaderas causas del mal, que nos aque- ja, y hasta la deplorable confusión, que ha hecho de lo bueno y de lo malo, de lo saludable y de lo nocivo, calificando lo que es origen ó fomento del mal, como buen método, ejercicio de un derecho y hasta virtud. No he podido, por mas violencia que me he hecho, tomar á lo sério este acápite de vuestra carta. Todas mis potencias y sentidos se han negado á pres- tar ayuda á mi voluntad, enteramente decidida á des- vanecer este nuevo cargo, que habéis hecho á la Iglesia; lo cual me habria sido fácil, demostrándoos que nadie, como ella, tiene el conocimiento de los tiempos y la in- tuición médica de las enfermedades morales de la hu- manidad, y que las dos grandes afirmaciones católicas, que encierra el dogma de la infalibilidad pontificia; á saber: la soberanía doctrinal de la Autoriclad religiosa y la necesaria dependencia de la razón humana, son el remedio mas adecuado para la gran enfermedad del siglo: el racionalismo. Pero, os lo repito, no he podido hacerlo; sentía torpe la mano, y hasta me imaginaba que la pluma se escapa- ría de mis dedos.— 45 — Me ha parecido soberanamente ridículo veros apre- ciando las causas de los niales de la humanidad y los remedios que deben curarlos, en contraposición á la Santa Sede y al Concilio General; y ya comprendereis que, bajo la influencia de este pensamiento, no he podi- do tener alientos para contestaros seriamente. Para que comprendáis toda la indignación mezclada de lástima, que me inspira vuestra conducta, fruto de vuestra soberbia, de vuestra osadía y de vuestras pre- tcnsiones á la infalibilidad doctrinal, quiero poneros un ejemplo. Si hay gentes, que no aciertan á comprender ni á explicarse como he tenido el atrevimiento de diri- girme á vos, con aire de enseñaros y de reprenderos, siendo yo un pobre jóven, que debiera inspirar su pen- samiento en vuestras palabras y su pluma en vuestros escritos; Si hay gentes á quienes esta soberbia onia, solo expli- cable, y hasta excusable, por un lastimoso fanatismo, ha causado cierta indignación mezclada de pena, como la que suele producir una gran desgracia, voluntariamente incurable; Si hay gentes, que no pueden concebir cómo he teni- do la incalificable osadía de escupir al ídolo, fabricado por sus manos, en el momento mismo en que le hacían re- verencias y le tributaban adoraciones: decidme ¿qué cosa me parecerá á mí, que he visto y he sentido de cerca toda la magostad del Papa y del Concilio, y que he caído anonadado ante esa grandeza sobrehumana, ve- ros á vos, desde un rincón de vuestra biblioteca, levan- taros, como si no fuerais quien sois, para enseñar y reprender á la venerable Asamblea y á su augusto Jefe? Si mi soberbia y mi osadía y mis pretensiones de en- señaros, de humillaros y de arrancaros la máscara, con que estáis cubierto, han exitado en ciertas gentes in- dignación, y luego lástima, y también desprecio: calcu- lad vos que especie de sentimientos producirá en nos- otros los católicos vuestra conducta respecto del Papa y del Concilio.— 46 — Pero, principalmente, nos inspiráis una profunda lástima, porque es inmensa la magnitud de vuestra des- gracia. En cuanto á despreciaros, no somos capaces de ello. Sois un hombre, como nosotros, y, además, lleváis impreso en la frente el signo del cristiano y, en el alma, el carácter del sacerdote. Empeñado en señalar á la atención del Padre Santo las principales causas del malestar general de la huma- nidad, le designáis una, á vuestro juicio, de las mas graves y que está muy cerca de su Sagrada Persona. Antes de que vos la hubierais escrito y antes de que yo la repita ahora, todo el mundo comprenderá que os referís 4 la Curia Romana, que es, según vos, el verda- dero origen de la decadencia de la Iglesia cristiana. Por via de transición de este cuarto acápite de vues- tra carta al quinto, indicáis el motivo de que el Papa no se dé cuenta de la gravedad del mal, que lo rodea y de que vos lo conozcáis, apreciéis y ponderéis mejor que 61; ese motivo es muy curioso; todo queda reducido á decir que el Papa está en Roma y vos á cuatro mil leguas de la eterna ciudad. Es preciso convenir en que tenéis una manera muy extraña de ver las cosas. Todo el mundo sabe que los viajeros, los historiadores y los críticos, merecen mayor crédito, si conocen perso- nalmente y han estudiado, por sí mismqs, los lugares, los hechos y los carácteres históricos, que son el objeto de su trabajo. A vos estaba reservado escribir que estas cosas se ven mejor de lejos, y que también, en la distancia, se tie- ne el mayor yeso. Vamos al quinto acápite; con él empiezan los cargos. ~—•- II. Helo aquí: «Vuestra Curia, Santo Padre, vuestra curia es una «de las principales cau»sas de ese malestar, en lo que47 «enseña y en lo que practica. Lejos está liorna de la «República peruana; pero aquí llegan libros, que refie- «ren lo que allí pasa, fuera de las noticias verbales de «los que han visitado la santa ciudad. ;Santa ciudad! »......Lujosos purpurados, cardenales de la santa iglesia «romana, que hacen contraste con la turba de mendigos «que atraviesan las calles y obstruyen la entrada de los templos. Un Papa-rey, vos no lo habéis hecho, Beati- «simo Pió, lo habéis recibido: un Papa con reino en este «mundo, y, sin embargo, vicario de aquel que dijo:—mi «reino no es de este mundo; vicario del que tuvo una co- «rona de espinas, reemplazada en su vicario por tres «coronas de brillantes, en su tiara, como rey del cielo, «de la tierra y de los infiernos, según se lee en las «De- «cisiones de la Sagrada Rota Romana». Ahí también se «leen las proposiciones siguientes.—Si todo el mundo «pensase de un modo diferente del Papa, en algún ne- «gocio, debería estarse mas bien á la opinión del Papa, «que á la de todo el mundo. El Papa no es puro hom- «bre, sino casi casi Dios.—Hace un tribunal con Dios. «Puede todo lo que Dios puede.—Es todo y está sobre «todo.—Puede modificar, declarar 6 interpretar las le- «yes divinas. Tales doctrinas iban preparando el ca- rmino á la infalibilidad. ¡Triste origen, tristes medios«! Decididamente, Señor, vuestro entendimiento vive en el seno de las contradicciones, como los pájaros en el aire y los peces en el mar. Terminabais vuestro acápite cuarto, diciendo que la gran distancia á que os halláis de la ciudad eterna era una garantía de acierto en vuestras apreciaciones, por- que hay objetos, que son mejor vistos y calificados de distancia, y también, en la distancia, se tiene el mayor peso, y, luego, comenzáis el acápite quinto, proponién- doos, como una dificultad para formar juicio cabal so- bre la curia romana, la gran distancia, que hay entre Roma y la República del Perú; dificultad, que no do- mináis, sino recurriendo al medio del testimonio oral 6 escrito de los testigos oculares. Esto, Señor, es mas verdadero que creible.— 48 — He necesitado verla, con mis propios ojos, y tocarla, con mis propias manos, para persuadirme de la realidad de esta monstruosa contradicción. No hay que dudarlo; para muchas cosas habréis na- cido, pero no para escritor. Llegamos ya al punto principal de vuestra carta; aqui está todo el meollo y tocia la sustancia de este docu- mento, que tiene piel de cordero y entrañas de lobo •¡¡LA CURIA ROMANA!!! Ella es, según vos, el verdadero enemigo de la Santa* Sede; no los impios, ni los herejes, ni los revoluciona- rios, ni vos, tampoco. Ella es, para la Iglesia, lo que el pecado original pa- ra la humanidad; el principio de todos sus males y de todos sus desastres; no lo es el espíritu de cisma y rebe- lión, que fermenta, en el corazón de los hombres y en el seno de los pueblos. Ella es la que, con sus artificios, hábilmente maneja- dos, ha explotado la palabra de Dios y la tradición de la Iglesia, en favor de su Omnipotencia, don mengua de los derechos y prerogativas de los Obispos, á quie- nes ha reducido á la condición de sus vasallos. Ella es el enemigo inplacable de los gobiernos tem- porales á quienes adula, cuando pueden servir á sus proyectos de dominación, y á quienes condena, cuando intentan poner un dique á su desordenada ambición. Ella es, en fin, el eterno obstáculo que encuentran, en su camino, la civilización, las luces y el progreso del siglo. Veinte años de vuestra vida habéis consumido en ha- ceros el propagandista de estas viles y groseras calum- nias, cien veces repetidas por los enemigos de la Iglesia y mil veces refutadas victoriosamente; pero, vosotros sois asi; no hacéis caso de las contestaciones y conti- nuáis mintiendo y—ealumniando, seguros de que la men- tira y la calumnia siempre manchan, corrompen y matan algunas almas, lo cual, á juzgar por el empeño que po- néis en ello, forma quizá la delicia de vuestra vida.Con una hipocreria, solo igual á vuestra perfidia, aparentáis acatar y defender á la Santa Sede, mientras qué atacáis y vilipendiáis á la Curia romana. Ese es el recurso de los revolucionarios de todos los tiempos, en todos los lugares y en todas las esferas. Eso hizo Luzbel, vuestro jefe y vuestro maestro; no negó á Dios, pero atacó su mandamiento. Eso hizo la revolución parlamentaria, cuando inven- tó la fórmula maldita: el rey reina, yero no gobierna. Eso hacen las turbas amotinadas, cuando gritan, por medio do sus órganos de la tribuna, de la prensa ó de la plaza: ¡Viva el rey! ¡abajo el ministerio! Siempre el mismo sistema hipócrita y cobarde; herir al enemigo, aparentando cubrirlo y defenderlo. Sin salir del rango de los revolucionarios comunes, siguiendo sus huellas é imitando sus ejemplos, eso es lo que vos hacéis. Separáis, por una abstracción, tan ridicula como im- posible,^! Papa de la Curia romana; hacéis del primero una especie de divinidad inactiva ó impasible, que solo sirve para1 recibir homenajes y adoraciones, y, luego, hacéis de la segunda el objeto cscojido de vuestras in- jurias y de vuestras calumnias. Mas os valdría exhibiros, francamente, como enemi- go del Pontificado y de la Iglesia Católica. Pasó el tiempo de engañar con semejantes farsas. Ya que os faltan tantas cosas, siquiera tuvierais la nobleza del enemigo descubierto. Veamos, sin embargo y apesar de todo, cuales son vuestras principales acusaciones á la curia romana. Creo que puedo reducir á cuatro las contenidas, en este quinto acápite de vuestra carta; el lujo de la corte de Roma; 2? el pauperismo de la ciudad eterna; 3? el poder temporal del Papa y 4? las doctrinas de la Sagrada Rota, acerca de la potestad pontificia. Me parece que no oculto ni el número ni la gravedad de vuestros cargos. Esta vez, tampoco ha faltado el sarcasmo y la iro- nía; sin duda, para mavor deleite, regalo y contenta 860 miento de vuestros hermanos, en el ódio d la curia ro~ mana i Esas dos admiraciones, entré las cuales habéis escrito: «Santa ciudad», están diciendo á voces que mejor debe- ría llamarse: Babilonia la grande; y esos puntos sus- pensivos, que siguen después, dicen claramente que sabéis mucho y mucho, con que poder afrentar á la cu- ria romana, pero que tenéis la generosidad de reservar- lo, limitándoos á hacerle las acusaciones mas ligeras y los cargos menos graves. NO; no quiero, no puedo agradeceros semejante con- ducta. Decid cuanto sepáis ó sospechéis de malo y de indig- no de la curia romana, en orden al gobierno de la Igle- sia, y yo me comprometo á replicaros y á reducir á la nada vuestras acusaciones. No dejéis entre sombras todo un mundo de cargos hi- potéticos y finjidos, que solo pueden servir para enga- ñar á los tontos. Ya es tiempo de que os conteste los que habéis for- mulado de un modo claro y preciso. Para formar juicio acerca del lujo de la corte de Roma, creo que no haya medio mas á propósito que tener á la vista el cuadro de las rentas de sus diferentes dignatarios. El presupuesto pontificio de 1857, que tengo á la vis- ta, señala la suma de 600,000 escudos (1) parala decen- te manutención del Sumo Pontífice y del Sagrado Cole- gio de Cardenales, para las Congregaciones eclesiásti- cas, para el auxilio y asignación especial á la de Pro- paganda Fide, para la Secretaria de Estado, para el. Cuerpo diplomático de la Santa Sede, en el extrangero, para el mantenimiento de las guardias pontificias pala- tinas, paralas Sagradas funciones, parala conservación ordinaria y custodia de los palacios apostólicos, de sus dependencias y de los museos y bibliotecas, anexos á ellos, para las asignaciones, jubilaciones y pensiones de 1 El escudo romano equivale á un sol, poco mas ó menos.— 51 — los empleados de la corte pontificia y para gastos even- tuales (2). He aqui ahora la distribución de esta suma, en sus diferentes partidas. Escudos. Manutención del Padre Santo.................... 4,110 Guardias de los palacios apostólicos............. 54,733 Personas de la corte y Secretaría de Estado... 82,760 Capillas papales y funciones sagradas.......... 14,345 Conservación y restauraciones de los palacios apostólicos ........................................ 27,000 Sagrado colegio de Cardenales................... 134,232 Cuepo diplomático y consular..................... 65,126 Congregaciones eclesiásticas...................... 32,736 Empleados de los museos públicos............... 6,000 Adquisición de nuevos objetos páralos museos. 5,000 SüikA total............... 426,042 La diferencia entre los 600,000 escudos, destinados en el presupuesto, y esta suma se aplica á la biblioteca vaticana, al hospicio de San Miguel, á una parte de los proventos de los auditores de la sagrada Rota romana y á otros gastos eventuales. (3) ¡V;4,110 ESCUDOS PARALOS GASTOS PER- SONALES DE SU SANTIDAD!!! ¡¡¡ 4,000 ESCUDOS PARA CADA UNO DE LOS EMMOS. CARDENALES!!! Yo pregunto ahora, si puede reprocharse el vicio del lujo á una corte, en la que su Augusto Príncipe y sus principales dignatarios tienen una asignación semejante. Muchos empicados, de segunda escala en la Repúbli- ca, tienen una renta mayor. 2e Presupuesto pontificio de 1857. Pág. 86. D proposito liemos tomado un presupuesto anterior al atentado de la anexión ¡1 la Italia de algunas provincias de los Estados ponti- ficios. 3 Pelice Peraldi. Del civile Princípatn He la Chiesn rommin, Pastia, 1851, pág. 326.Hagamos ahora algunas comparaciones. La dotación de la corona de Francia, según el sena- tus, consulto de 1852 es de 25,000,000 de francos, con mas, millón ymedio parn la familia imperial. La Inglaterra paga á la reina la fabulosa suma de 100,000 libras esterlinas, fuera de distintas asignacio- nes á los miembros de la familia real. (4) En Baviern la dotación de la corona es de 2.-350,380 11 orines. En Suecia y Noruega esta fijada en la suma de cuatro millones quinientos mil francos (f. 4.500,000). (5) Inútil seria proseguir esta enumeración, que solo he- mos comenzado para que no se creyese páradógica nues- tra aseveración de que el Papa y su corte se encuentran, no solo modesta, sino pobremente dotados. Y es preciso tener en cuenta que, íí pesar de la nota- ble diferencia, que existe entro la asignación para la lista civil del Papa y la dotación de la corona de los otros países de Europa, estas sumas no se aplican, en ningu- na nación, á los múltiples objetos á que se destinan en el presupuesto pontificio y que hemos señalado mas arriba. ¿Qué os parece esto, Señor? ¿Resistirá vuestra acusación la invencible elocuencia de estas cifras? Los hombres de vuestra edad y de vuestra posición deben respetarse un poco mas á sí mismos, para abste- nerse de hacer cargos tan graves y tan directos á perso- nas tan distinguidas y eminentes. Habréis leido en esos vuestros libros, que cuentan lo que allí pasa, y habréis píelo á algunos de esos viageros d<> ta santa eiwaa, los viejos y manoseados lugares co-» muñes de que el lujó de la. corte ' Roma es expléndido, asiático^ oriental; y vos, Señor, siguiendo la corriente de esas vulgaridades despreciables, lns habéis repetido, sin crítica, ni discreción alguna. 1 The Times, 23 de Mayo de J 8">7. ó Estos datos están tomados de la interesante obra