KMOPIMION DE CIBJLLOS DISÍXKSO l'KOM S' llIlO POR EL SEÑOR DON FELIX FRIAS K.V KL SKNADO MCIONÁL .S'.'hion Ati i; de julio «le IM& Sueños .Afires Imj'Uk.vta ,»kl Skíj.o, VieitafefA 131 1866.LA EXPROPIACION DE CiBALLOS DISCURSO PHOSrJfCIADO POR EL SEÑOR DON FELIX FRIAS EX F.L SENADO NACIONAL Sesión del 21 de julio de 18G6. Sueños Aires TiípnEXTA dkl Siglo, Vk torta 151 1866.La expropiación de caballos IrtStTRSO l'ItONCXClADO POR EL SEXOR DON FELIX FRIAS EX LA SESION' OKI. SENADO XACIONAL del 21 do julio de 1866. Señor Presidente : Cuando hice oso de la palabra cu una sesión anterior, para pedir que se nos comunicaran los documentos relativos á la* reclamaciones, que se decían hechas por algunos ajentes estranjeros, con motilo del decreto sobre la expropiación de caballos; manifesté á la cámara cuanto importa- ba al país, que ella se colocara, en una actitud permanente de vijilancia respecto de todos los actos del poder ejecutivo, ya fueran del orden interno ó del eaterior. .Dije que para conocer la marcha que llevaban los negocios políticos, era necesario muchas veces que la cámara se prove- yera de los documentos referentes á esos mismos negocios, pidiéndolos al poder ejecutivo.Agregué que respetaría en el señor ministro de relaciones os tenores el derecho de contestar como lo ha hecho, á mi requerimiento, que no era oportuna la presentación de esas piezas; que no las comunicaría al congreso, sino cuando de ello no resultara perjuicio alguno para el interés público. Como vá á verse, señor, al pedir esos docu- mentos mi intención no era crear dificultades al poder ejecutivo, cosa inconveniente en las cir- cunstancias porque pasamos. Mi intención era muy diferente, era precisamente la do ayudar al señor ministro de relaciones esteriores á salir de una situación muy embarazosa. El. 8K. MINISTRO DE BELAOIOMUi K8TEBIOKE*- Así lo ha entendido el gobierno, debo declararlo El Su. Fbias—Era la de ayndar. por medio déla intervención lejislaüva, al 6eCor ministro de relaciones osteriores á salir de la situación, á mí juicio, muy embarazosa, en que ha debido colo- carlo, en presencia do los ministros estranjeros, el decreto relativo á la expropiación de caballos. Un publicista de ios mas distinguidos, señores, hablando del secreto de Estado, ha dicho que él no es indispensable, sino en circunstancias raras y momentáneas; para alguna espedícion militar, por ejemplo, ó para alguna alianza decisiva en una época de crisis: que en todos los otros casos, la autoridad no quiere el secreto sinó para obrar sin contradicción; y casi siempre, después de haber obrado, siente que le haya faltado la con- tradicción qne lo hubiera ilustrado. Dije también en la sesión, á que antes aludia, que me había sentido movido á sacudir mi pere- za, [usaré esta espresion] á sacudir un poco mi pereza, como miembro de esta cámara, en presencia de los actos del poder ejecutivo, cuan- do había leído loe escelcntes discursos pronuncia, dos en estos mismos momentos en las cámaras del Brasil, donde, con motivo de la guerra on que somos aliados, se interpelaba á menudo al go- bierno, se le pedian documentos de todo jéncro; se le pedia cuenta de todo, de la política y de los gastos, de los abusos de lo* proveedores como de las operaciones del ejército y los resultados de la alianza. Entendía que el crédito del congreso arjentino, no menos qne 1>>s intereses confiados á su guarda, reclamaba j de nosotros que imitáramos el ejemplo de nuestros aliados. Ellos se baten con bravura en el campo de batalla, nuestros soldados rivalizan con cllo.í en denuedo y en heroísmo. Nosotros so- mos soldados también, de otra causa es verdad y manejando distintas armas; pero somos los sol- dados de las instituciones libres; y es bueno que en las luchas de la tribuna, no nos dejemos aven- tajar tanto en celo y en ilustración: es bueno qne la patria defienda ála vez las fronteras y los prin- cipios. Este último es el deber que he venido por mi— % — parte á cumplir en esta sesión, sefior presidente. T por lo que hace al señor ministro de rela- cione» csteriore-, para que nojístrañe la enerjia eon que suelo espresarrne, [cada uno habla con el calor de sus convicciones]; para que uo se crea que me mueve solo el deseo de criticar y de mostrarme en demasía severo; para que se sepa que si hablo con franqueza en esta ocasión, como me propongo hacerlo, es porque tengo deberes sagrados que cumplir, diré al señor ministro que me complazco mucho en que sea él el que haya asistido hoy á contestar mi interpelación; pues reconozco, sin querer por esto inferir ofensa algu- na a sus colegas, reconozco que él ha sido el que ha hecho mas de una vez aquí mismo las declara- ciones nías respetuosas de maestras preroga- tivas. ",'■ Efectivamente, señor, en la sesión del 11 de Junio, en la que el señor ministro de relaciones esteriores vino á pedir autorización al senado para denunciar el tratado con Portugal, pro- nunció algunas palabras, que voy á permitirme recordar; porque son ellas como el tema de todo rai discurso. Contestando á uno de los miembros de esta cámara, segim el cual era innecesario solicitar tal autorización del congreso, dijo lo siguiente: "Importa mucho quo el congreso arjentino in- tervenga directamente en la dirección de las re- laciones esteriores; porque esas relaciones se convierten fácilmente en complicaciones y en guerras. * Al pronunciar tales palabras el sefior ministro aceptaba la responsabilidad, que no todos sns colegas reconocen, la responsabilidad de los ajen- tes del poder, qne ejecuta la ley,ante el poder que la dicta. Acataba el derecho nnestro de tiscali- aar los actos todos del poder ejocutivo. Y si debemos aprobar esos actos,cuando son ajustados ala ley y á los principios, claro es que nos asiste el derecho y tenemos la obligación de censurar- los, cuando asi no suceda. Pero esta injerencia, señores, del poder legis- lativo jen los asuntos encomendados al otro poder de que hace parte el señor ministro de relaciones esteriores, para que sea eficaz, es menester míe sea oportuna. Asi decía yo en la sesión anterior. ¿Qué me importa que los ministros vengan todos los años aqui á darnos cuenta de lo que han hecho? No me bastan esas historias anuales del movimiento político y admistrativo del país. Somos algo mas que simples curiosos, que desean conocer lo pa- sado. Somos los representantes del país, y como tales es deber nuestro examinar los negocios públicos en su oríjen, en su primer desenvolvi- miento, á fin de contribuir, dentro de los límites de nuestras atribuciones, á imprimirles el impul- so mas acertado. En apoyo de este principio citaba el nombre de uno de los mas eminentesoradores, que el mando admira, el de Mr. Thiors, que decía no ha mucho á loe ministros del empe- rador en Francia: Es una triste satisfacción la de venir á deplorar las faltas que ustedes han come- tido; los represen tantee de la opinión pública, reunidos aquí, es menester que puedan oponer en tiempo oportuno una útil fiscalización á todos los actos del poder. Es menester que esta fisca lizacion no llegue tarde, cuando la falta es irre- parable. Eu esto consiste la libertad de la repre- sentación nacional." Otro publicista, renombrado ya aunque joven, ha escrito estas otras palabras, que voy a permi- tirme leer al senado: "El freno de un presidente de los Estados Unidos esta en las manos del con- greso, y principalmente del senado. Esta asam- blea no está destinada á que se le sometan úni- camente hecbos consumados para pronunciar sobre ellos nn juicio tardío é inútil. El senado americano toma una parte directa, y cnando lo quiere, eficaz en el gobierno y en la admistra- ciou del pais." Y el ilustre Toequeville que, como so sabe ha estudiado con penetración tan profunda las ins- tituciones de Norte América, ha dicho: "el sena- do es el gran consejo ejecutivo de la nación." Decia, señor presidente, qne la acción del lo- jislador debía ser oportuna, porque en política, como en todo, vale mas precaver que tener que remediar; y llego aquí á un punto delicado de mi — 9 discurso, en el qae debo ser franco y reservado á !a vez. ' Xo me será hoy posible hacer oír todo el grito de mi concioncia, vine pesa en el alma qne los sucesos se hayan desenvuelto de tal mano- ra, que me haya faltado la ocasión ante9 de mani- festar todas mis convicciones acerca de los aconte- cimientos políticos de los últimos tiempos. Es preciso sin embargo que haj?a alguna mención aquí de la historia reciente del pais; es preciso qne recuerde á los miembros de esta cámara y á la porción del público que me escucha, cual fué el oríjen de lagnerra en que estamos empeñados; y que para hacer resaltar la importancia de la doctrina qne e>toy defendiendo, les pregunte sí no habría convenido á los intereses del país, á su honra y á sus progresas, si no habría conveni- do que la intervención del congrego, realizada á tiempo, bebiera evitado la guerra. Las tormentas políticas, señores, no so forman en un instante; empiecen ciertas nubes á apare- cer en el horizonte; y de causas muy pequeñas, insignificantes en la apariencia,nacen muchas ve- ces para los pueblos grandes calamidades. Lord Palmerston había dicho que esos ducados del Elba,quc recien ahora,con motivo de la guer- ra que amenaza al viejo mundo, empiezan á nombrarse en estas rejiones de América, serian el fósforo que prendería el fuego á la Europa. Y cuando se vive, señores, como nosotros sobro un terreno que la3 revoluciones interminables hanhecho ta» inflamable, cuando estamos rodeados de pólvora por todos lados, es bueno no jugar con las chispas; es bueno apagarlas en el primer ins- tante de su aparición; porque después, es muy difícil apagar el incendio. [Aplanóos.] ITn dia, señores, nos levantamos en esta ciu- dad, y como de costumbre preguntamos: ¿Que hay de nuevo?—Nada, un jefe refnjiado en este pais, acompañado de dos mas, ha ido á libertar la república vecina.—Esa fué la chispa. El in- cendio vosotros lo conocéis! [Aplausos]. Su. presidente—Un poco de silencio. No son permitidos los aplausos, ni las reprobaciones. La barra se espone á un desalojo. Sr. Frías—El incendio todos lo conocemos, señor presidente. ¿Y quién podrá calcular cuánto han perdido todos estos paises, desde el Brasil hasta el Paraguay, onoro, en la sángrenle sus hi- jos, mas preciosa que el oro,en el desarrollo de sn crédito y su comercio, en el bienestar jeneral; y donde ■parará el retroceso inmenso que nuestras instituciones tienen qvie sufrir, por no haber apa- gado á tiempo esa chispa, por no haber contenido á ese hombre que partia de aqui para libertar á su pais? Voy á permitirme citar á mis honorables cole- gas una anécdota histórica. A fines del afio de 1840 el jeneral Lavalle sitiaba la ciudad de Santa Fé, defendida por el jeneral Garzón. Los santa- íecinos eran nuestros amigos, y después de una — 11 — •corta resistencia la plaza se rindió. Nuestros soldados impagos, desnudos, desprovistos de todo, entraron en ella; y no todos fueron escrupulosos en el respeto de la propiedad. Al dia siguiente, cuando los que no hablan tomado parte en ol ata- que ni en el pequeño botín, fueron á las pulpe- rías y pedían en ella una libra de azúcar, de yer- ba, de arroz; ios pulperos les contestaban: "No hay, lo libertaren ayer." Esa libertad fué la que se llevó á la república Oriental, señor presidente. Se la fué á libertar de sus instituciones, se fué á derrocar en olla todo lo que esta provincia de Buenos Aires, enemiga de los caudillos, habla levantado después de Pa- vón. [Bravos] Sí, se la fué á libertar de sus le- yes.—La nube empezóá crecer; y oscureciéndose el cielo cada vez mas de aquel lado del Pinta, la revolución arrojó sus rayos sobro todo lo que hay de mas sagrado en la sociedad: echó al suelo al gobierno mas honrado, lo declaro en voz alta, que haya jamás conocido el Estado Oriental. Sí. señor, la autoridad cayó, y las instituciones cave ron con ella. . . . Jloy se nos dice que el libertador viene á oonstitucionaligar ese pais. Si tal es la obra que se intenta reconstruir, valiera mas no haber empezado por arruinarla. ¿Cuál era el deber de la república arjentina en presencia de aquel incendio?—Nuestro deber nos estaba trazado por los priucipios que profe- samos, nos estaba marcado por el derecho. Erala neutralidad, que nos prescribía no soplar ese fuego, é impedir que él se estendicra á este lado de las fronteras. i Lo hicimos así, señor presidente? No, no fue esa nuestra conducta; y aquí como leal servidor de mi país, y para no traicionarla conciencia, debo decir la verdad no solo al gobierno, sinó al pueblo mismo que me ha clejído; me cumple cen- surar la indigna cooperación que muchos compa- triotas, que pretenden ser liberales, prestaron á una empresa, que debieron condenar desde el primer momento, para ser consecuentes con sus principios. La política que convenía al gobierno arjenti- tino era clara. Hay un derecho público, sefinres, un derecho de jentes, que nos manda respetar al gobierno vecino que no nos ofende. El gobierno oriental no nos habia ofendido, no supimos res- petarlo ' sin embargo. La neutralidad no fué cierta, apeaar de haberlo así prometido solemne- mente el gobierno arjentino á los de las otras naciones. El fuego de la sedición fué atizado por nosotros; y como nadie lo ignora, de otro lado también. Por no haber intervenido á tiempo, para decir al poder ejecutivo: "obremos de manera qua esa neutralidad sea cierta, seamos fieles al dere- cho y a nuestras promesas/'el mal ha tomado la gravedad y las proporciones qne hoy tiene. Si la neutralidad hubiera sido leal; si todo el mun- do, nacionales y estranjeros, hubiesen estado per- suadidos que no tomábamos parte en esa guerra civil, habríamos preservado á nuestro pais de la guerra. Véase, pues, señores, si es de vital interés que el congreso participe de los negocios de trascen- dencia, que pida informes verbales, y los dato3 escritos; que recomiende al gobierno no envuelva tanto su política en loa misterios de los secretos de Estado; puesto que á la sombra de esos secretos se sacaba pólvura arjeutina de nuestro parque pa- ra quemarla en los cationes que destrozaron una ciudad oriental. Deseando introducir en nuestros hábitos una práctica parlamentaria, de cuyos beneficios no puede dudarse, ha sido indispensable que al de- fender nuestras prerogativas, luciera sentir al senado, poniendo ante sus ojos los frutos amar- gos de una dolorosa esperiencía, las ventajas considerables que debe prometerse de su adop- ción. Enemigo declarado, como me conocen mis compatriotas, enemigo declarado, y al parecer de algunos fanático, de las revoluciones, que solo contra los tiranos son permitidas, me felicito de que esta nueva ocasión se me haya ofrecido de anatematizar aquí la que ha dado orijen á la de- plorable guerra que tantos sacrificios nos cuesta. Ahora paso á otra cosa. . Me ha parecido notar en el poder ejecutivo, no— 14 diré quesea este un propósito ni un sistemado su política; me ha parecido notar que, apeaar de que nos tiene muy cerca y somos bus vecinos, se olvi- da á mentido de que existimos; y por esta razón he creído conveniente que diéramos de vez en cuando señales de vida. El poder ejecntivo olvida que hay cosas que no puede hacer solo, y para lasque necesita con- sultarnos. El poder ejecutivo es un poder limi- tado por la constitución; y en muchos casos, sin perjuicio del país, no puede obrar por sí solo y debo buscar la sanción lejislativa para sus actos. Esto es lo que, á mi juicio, no ha hecho, al es- pedir el decreto del 11 de este mes; y para que se vea que no carezco de oscelentes razones para presentar, como miembro del congreso, mis que- jas respetuosas al gobierno, voy á referir tres he- chos de los tres últimos anos, que muestran de una manera incontestable que ha traspasado él sus atribuciones, invadiendo las miestras. Al hacer mención de uno do estos hechos, señor presidente, tengo, en cumplimiento de mi deber, que atacar á un ministro ausente, por cuyos talen- tos, por cuyas luces, por cuyo patriotismo, tantas veces elocuentemente acreditados en esto recinto,, abrigo las mas sinceras simpatías. Leía últimamente los discursos do un orador francés de los primeros-tiempos déla restaura- ción, do los que mns contribuyeron a fundar en su país esas libertades políticas, que dospues han — 15 — sido tan rostrinjidas: y entre las opiniones suyas que llamaron mi atención, una de ellas es esta:— "La libertad es la perpetuidad de la Incha." Si el sefior Rawson estuviera presente, no igno- rando él que estamos obligados á luchar siempre para ser libros, á luchar loe amigos mismos unos con otro*, pu«6 si la amistad liga los corazones, no hace desaparecer la diversidad de las opiniones, estoy cierto que nada perdería en su estimación después de oirme. Digo esto, sefior, porque no dudo que él piensa como yo, que para merecer la estimación de los otros, es menester empezar por respetarse á si mismo; y un hombre público no se respeta, sino cuando dice lo que siente y obra co- mo piensa. El afio lStí3 se nos trajo un proyecto de con- trato para el establecimiento do una colonia de ingleses del país de Gales en Patagonia. Apelo á los recuerdos de los miembros todos del senado que lo componían entonces. Nadie eutró en el examen de los artículos de aquel contrato: una consideración superior á todos los detalles res- pecto de la porción de terreno, de los instrumen- tos de labranza, de los animales que debían repartirse á esos imigrantes; una consideración superior influyó en el ánimo del senado para que rechazara en jcneral el proyecto y dijera al poder ejecutivo: "en la costa patagónica no queremos ingleses." Y esa razón capital era esta, sefiores. Yo decia— 16 y otros de mis colegas lo decían también: ¿los i ngleses poseedores de territorios vastísimos, y ann no bien poblados, en todas las latitudes del orbe, nos piden á n-isotros terrenos? El d»a que aumenten sn niímero y puedan bastarse á sí mismos, á tanta distancia del centro de nuestras autoridades, y protejidos por el mar del que son señores, el suelo que ocupan cesa de ser arjenti- no. Vengan en hora buena pobladores a esos lugares desiertos, vengan de todas partes; pero no asi, en grupos compactos de una sola nació nalidari, no hijos todos de una sola potencia ma- rítima: no se ha visto hasta el din, ni esperamos ver que los ingleses hayan sido jamas subditos, colonos- de países de raza distinta á la suya. Al año siguiente de haber sancionado el sena- do nacional tal resolución, los colonos estaban en Patagónia. ¿Es esto respetar nuestra auto- ridad, señor presidente? Confío qne no se me reprochai-á mía ciega an- tipatía liácia el estranjero, hoy sobre todo que vsngo a manifestar al señor ministro de relacio- nes esteriores que son los estranjerosy no él, los que tienen razón en las cuestiones suscitadas de resultas de la medida dictada para la expropia- ción de caballos: hoy que vengo á decirle: "estoy por los estranjeros y contra usted; porque cuan- do el estranjero defiende en mi tierra con nn tra- tado en la mano el derecho, no es mi enemigo, es mi aliado." Pero cuando declarábamos al señor* ministro del interior que no queríamos ingleses sobre aquellas lejanas costas del mar, ¿oran acaso pue- riles nuestros temores, eran prevenciones exaje- radas y vanas contra la acción europea en Amé- rica las que nos preocupaban? Bastará, señores, para probarlo contrario, traer á la memoria hechos históricos que todo el mun- do conoce. ¿Las dos visitas, que los ingleses nos hicieron en esta ciudad á principios del siglo, fueron por ventura visitas do amigos? En tal caso nuestros padres liahrían sido muy descorte- Res: puesto qne los recibieron á balazos. Mas tarde los mismos ingleses [usaré la expre- sión del día] nos expropiaron la* isla-; Malvinas; las tomaron, quiero decir, contraía voluntad dé sn dueño: y ahí está, señor presidente, flameando la bandera británica en suelo arjentiuo. en frente precisamente del lugar en que esos colonos so es- tablecieron. No diré m:is á este respecto; pero me parece que he dicho lo bastante para hacer ver, que nos hizo agravio el poder ejecutivo en aquella oca- sión; pues no solamente obró como no podía sin nuestro consentimiento, sino déla manera con- traria á lo que habíamos declarado ser nuestra voluntad. Mas tarde, el año pasado, se celebró un trata- do secreto, el de la triple alianza que subsiste hoy. Un ministro raro, permítaseme valerme— 18 de esta espresion, un ministro raro del Estado Oriental,que Jo había firmado, reveló el secreto al gobierno ingles, qne á sn vez lo reveló al par- lamento; y el tratado fué conocido. Ese 6cñor ministro, sin «mbargo, dirijió lleno de indigna- ción y en tóno muy levantado una carta á lord Russell, cjue no lmbia jurado á su reina guardar los secretos del gobierno oriental, en la que se quejaba ¿do qué cosa, sefíores?—De que lo hubie- ra imitado—[Risas.] El tratado se publicó; y nosotros los represen- tantes del pueblo arjentino, que creíamos tener esta vez el honor de ser depositarios de todo un secretó de Estado, supimos recién entonces que eolo poseíanlos parte de él, que la confidencia no habíaeido perfec ta; pues el tratado contenia arú- culoe ádiéiortaletl; ^ Hé aqui la segunda ocasión m que el poder ejecutivo se ha olvidado de que existimos. Se ha dicho qne esc era un protocolo. Protocolo ó ar- ticulo* adiciónalos, como en realidad lo son, el gobierno no tiene facultad do contraer compro- miso de ningún jénero, de celebrar pacto alguno con las naciones estrafias sin consultarnos. El gobierno lo hizo raí sin embargo; y en la ilegali- dad do ese acto se funda mi segunda queja, sefior presidente. Lleguemos ahora al asunto del día. El decreto del 11 os un decreto, á mi juicio, arbitrario, de todo ponto arbitrario; pues si hay — 1* — un articulo claro en nuestra constitución, cuya intelijencia está al alcance de todo el mun do, y no necesita ser interpretado por los lejistas, es el articulo 17 que prescribe la autorización del con- greso y la justa indemnización, como condicio- nes indispensables para la expropiación. Y es esto lo que no se ha hecho en ese decreto, que ofende por lo mismo el derecho de propiedad. La propiedad, seflor, es una de las bases funda- mentales del orden social. Hay casos con todo en qne el interés público exije que se reclame Sil- gan sacrificio del interés privado. Hay que*abrir una vía necesaria, hay una fortaleza que cons- truir, un establecimiento de utilidad comuu qué edificar. Entonces el Estado tiene el derecho de expropiación; esto es, puede forzar á la ena- jenación al dueño del terreno que se debo o cupar, previa la justa indemnización. Y los autores que he consultado, sostienen qne casi nunca tie- ne objeto ni aplicación la expropiación de otros bienes que los raices, por la sencilla razón de qne es fácil la adquisición de los muebles por medio de la compra. Tratemos ahora do las requisiciones. Vienen los momentos difíciles para el Estado, los momear tos de guerra. ¿Es permitido entonces al Esta- do apoderarse por la expropiación de los bienes muebles ó semovientes, como dicen los abogados, le es permitido tomar los caballos? Yo sostengo que no, que no es permitido haceilo do la mane-— m — raque el gobierno lo ka hecho. Sostengo que en nuestro país sobre todo no se debe introdu- cir falea escepoiones en la regla, que proteje el derecho común, por el poderoso argumento de que el ns o de las escepciones es tan frecuente entro nosotros que acaban ellas al fin por matar la regla. Sí, señores, toda propiedad os inviolable y sa- grada; hé ahí ol gran principio protector do las civilizaciones nacientes. Toda propiedad es sa- grada, la pequeña y la grande, sea del tamaño de un alfiler ó de la oasa del señor Mníioa. Sos- tengo que debe la propiedad ser relijiosamente respetada, precisamente porque vivimos en países perpetuamente convulsionados, en países donde lo* deieclius civiles están hollados, vejado-» á ca- da paso y en todas partes; y tanto mas cuanto mas nos alejamos de Buenos Aires. Que lo di- gan los representantes de las provincias.... Sr. Rojo—No os exacto. Sr. Frías—Tal es mi convicción, y ahora ve- remos si es eso exacto. Cuanto mas léjos de Buenos Aires, tanto menos garantidas están las libertades civiles. Y no es únicamente por este motivo, que yo quiero acabar con las escepciones, sino porque asi lo manda quien puede mandarlo con mayor autoridad que la mia; asi lo manda la ley.—La constitución dispone que no haya requi- siciones, conforme on esto con los tratados que son leyes del país también. Yo pregunto al señor ministro si querría hacer él una oscopeion parecida á la que en España so ha hecho, cuando so han empleado las requisicio- nes, mandando que los caballos de los subditos franceses no fuerau comprendidos en ellas con arreglo álos tratados. No, no habrá ministro arjentino que á tanto so atreva; y al que sea me- nester rogar, que nos haga el favor de tratarnos como á los estranjeros mas favorocídos. . Voy á sorprender talvez á algunas do laa per- sonas que me oyen, al decir con motivo de la r&juisi'sicm, que el inventor do la palabra y de la cosa fué Washington. Cuando Washington com- batía por la independencia de su patria, no cons- tituida todavía, téngase esto presente,' formaba una lista de todos los artículos quo necesitaba para su ejército; los pedia á los que los poseían, amí^-^ ó enemigos, y cuando de grado no se los daban, los tomaba por fuerza. Hé ahí el onjen de la palabra requisición. Vino la revolución de 17S0; y los faccioso* de Francia, los miembros de la convención, encon- traron escelente el ejemplo que los americanos les habían ofrecido poco antes. En 1» maldecida época del terror, cuando tantos héroes brillaban en las fronteras, y tantos verdugos desgarraban el seno de aquella gran nación, se hacia requisi- ción de i odo, de los hombres y de sus bictus Pero en nuestra época, pregunto ¿dónde se ha- ce eso? ¿lian usado de las requisiciones los uor-— 23 — te-americanos en la última guerra? ¿La lian em- pleado la Inglaterra ó la Francia para la guerra de la Crimea? ¿Sabemos ahora que en Alemania pc hayan hecho requisiciones? Ño, señores, esa es cosa pasada de moda. Lo que el siglo pre- sente aconseja hoy á los gobiernos, es que defien- dan la civilización con las arma? de la civilización, y que cuando quieran caballos, los paguen. Ah! yo comprendo, señores, perfectamente que el ministro norte-americano, negociador del tratado que nos liga á su pais, y del que, aunque no he tenido el honor de conocerle, no vacilo en afirmar que debía ser un hombre entendido, com- prendo que él se dijera: Estos arjentinos son tan admiradores de Washington, que son capaces de imitarlo sin discreción, y sin tener en cuenta la diferencia de las circunstancias. Comprendo que esa reflexión se hiciera al pedir que en ese trata- do se insertara la cláusula, que exime á sus con- ciudadanos de toda requisición y anxilio mi- litar. Todofa nuestros tratados contienen una dis- posición semejante. Los de Chile, de Ccrdefia> del Brasil, de Prnsia y de la Inglaterra; y es sabi- do que los de Francia y España nos obligan á considerará los subditos de ámbas naciones como lo sor los de la mas favorecida. Y si el señor ministro me dijera que el decre- to del 11 de este me* no importa una requisición, le contestaría que sí; y puesto que la palabra se — 23 —- ha hecho española, ¿quién puede decirnos cuál sea la significación de ella, mejor que ht España misma? Ahí están las leyes dictadas por ella en los año 1837 y 1831», ordenando la requisición de caballos, no como un simple despojo, sinó pre- via la ley que la autoriza y el precio jueto que la indemniza, dos diferencias que manifiestan la doble arbitrariedad del decreto nuestro. Allí se nombraba una coinisiou, de la que dos veteri- narios hacían parte, y se justipreciaban los uaba- llos requisados, según la esprosion de la ley. Otra diferencia con nuestro decreto en favor de los pro- pietarios; pues es evidente que no siendo los ca- ballos todos do igual calidad, no pueden valer lo mismo, lia faltado, pues, á eso decreto de es- propiacion la indemnización justa, sin la cual, dice Mr. Dupin, hay espoliaeiom ' Me cuentan, señores, que el otrodia hablaban do» niños en la calle de este, que ha sido el asnnto de la conversación jeneral. Uno de ellos decia: "¿Entonces el gobernador es dueño de todos los caballos?1''—Y el otro le contestaba: MN6, mi papá dice que á él no le quitarán sub caballos, ei no se los pagan.'" Ese padre ha leído la constitución de su pais, y conoce el camino que conduce á la corte fede- ral de justicia. ís ó, todos los caballos no 6on del gobernador; *y conviene que lo sepan desde ni- ños los ciudadanos. Eso era bueno en tiempo de Rosas, pariente inmediato de Robespierre en¡a íamilía