DISCURSO SOBRE LA CONSTITUCION DE LA IGLESIA. A pesar del desden con que nuestro siglo afecta ver las cuestiones religiosas, el hecho es que se ocupa en ellas, y tal vez demasiado. Cierto es que sobre algunos%e los dogmas que entran en el depdsito de la revelación, guarda silencio; plegué al cielo que la paz en que se les deja, sea un home- naje de respeto que se les tribute, y no mas bien una mues- tra de que hemos llegado á aquel periodo, aquella madurez de irreligión en que ya no se razona, sino que se desprecia. Mas en cambio, otras verdades, otro drden de principios -que no interesan menos á la causa cristiana, como la constitución de la Iglesia, el poder que le did Jesucristo, los derechos rea- les d supuestos de la potestad civil en lo que mira al culto, son materia de continua y empeñada discusión, que tal vez en ninguna parte se cierra todavía. También Mdxico por su mal ha entrado en el torbellino; los negocios eclesiásticos, d mas bien, el espíritu y principios que dominan en su resolución, parecen ser la marca carac- terística del periodo que vamos atravesando; y nadie creo que desconozca que con las medidas ya acordadas la sociedad se iM¿ttsihalla profundamente conmovida. Los que escriben para el público, en especial los periodistas, casi no hablan de otra cosa: pero con dos ó tres honrosísimas excepciones, los demás siguen la corriente de la época, y forman unidos una grita apasionada (mejor habria dicho, frenética) en que no se per- ciben sino acusaciones, vituperios, increpaciones contra el clero, y mil y mil proyectos no de reforma, sino de subver- sión. En medio de todo se ha levantado una voz, que se dice ser de persona caracterizada, por los talentos que todo el mun- do le confiesa, y por los puestos que ha ocupado; pero voz que habla ahora en loor del poder, no en defensa de quien sufre. 1 Esto me mueve á decir algo sobre la constitución de la Iglesia, y sus relaciones con los gobiernos. Si después de eso la plúma se desliza alguna ocasión hacia lo que está pasando, ¿habrá quien pueda estrañarlo? En materia de li- bertad de imprenta se conciben bien dos sistemas opuestos; el que á sola la autoridad permite hablar, y el que deja la discusión libre entre los ciudadanos: cada uno de esos siste- mas puede tener sus razones y sus ventajas. Pero autorizar á un bando para que acuse y zahiera, y quitar á los demás hasta el derecho de negar, hasta la manifestación del disen- so, es un tercer sistema al que la justicia no encontraría nom- bre que poner; sistema que reuniria en sí todo lo que tiene de odioso la servidumbre, y todo lo mas peligroso que puedo haber en la libertad. Como no se ha declarado que esa sea la condición legal del pueblo mexicano, entiendo que aun me es permitido publicar este papel. Al trabajarlo, no me he propuesto impugnar directamente al escritor mencionado arriba; pero es probable que mas de una vez me le encuentre al paso; lo cual nada tiene de estraflo, cuando los dos vamos por un camino, aunque llevemos distintas direcciones. Toda persona que haya leido con atención el Nuevo Tes- tamento, me parece que ha de haber quedado persuadida de esta verdad: el designio del fundador del cristianismo no fud simplemente difundir entre los hombres ciertos conocimien- tos, como pudiera hacerlo un filósofo, un escritor público; si- no establecer una sociedad (tomada esta palabra en su sentido 1 Apuntamientos sobre el derecho público eclesiástico. El nombre del autor anda en boca de todo el mundo. No sé por qué no estamparlo en la portada del libro. Rousseau me parece que tenia razón: Ningún hombre honrado debe desconocer sus obras.— 5 — preciso) que durara perpetuamente, y que se estendiera por toda la tierra. Así se le oye anunciar á sus discípulos que han de formar Iglesia, esto es, comunidad, congregación; y que cada individuo ha de estar sometido al cuerpo, de suerte que la desobediencia segrega de él al transgresor. Si tu hermano no escucha d la Iglesia, ténle como gentil y publicano. 1 No solo enseña nuevas y profundas verdades sobre el ser de Dios, sobre la condición de la naturaleza humana, &c, sino que impone preceptos, y da leyes. Dentro de la comunidad insti- tuye una magistratura, el sacerdocio cristiano, al cual confie- re de sí propio el poder necesario para regirla y gobernar- la. En su plan esa sociedad es universal, y por consiguiente una: para hacer comprender esto á las gentes con quienes hablaba, usa de una imagen tomada de las ocupaciones que ellos mejor conocían; llámase á sí mismo Pastor, les dice que tiene otras ovejas fuera de Israel, y que debe reunirías todas, para que ha}ra un solo redil, y un pastor solo. 2 Final- mente, ante el Pontífice 3 que lo condena, y ante el magis- trado 4 que lo envia al patíbulo, declara sin embozo que el «8 Cristo, el ungido, que es Rey, y que tiene un reino, si bien no mundano. Por mil títulos el Mesías es Rey, y lleva escrito en sus vestiduras: Rey de reyes, y Señor de señores. 6 Pero su reino por excelencia es esa sociedad que vino á fun- dar entre los hombres, el pueblo aceptable que él se purificó, la Iglesia que ganó á precio de su sangre. Los que oyeron sus lecciones, y recibieron de ¿1 la prime- ra misión, quedaron tan penetrados de la idea de hacer cuer- po, y plantear en el mundo una verdadera comunidad, que no emplearon en otra cosa todo el resto de sus vidas; y en sus palabras, sus obras y sus escritos no respiran sino eso. Los Apóstoles llevaron el Evangelio hasta las extremidades del mundo entdnces conocido, y en todas partes pusieron Igle- sias. Pero estas comunidades parciales se consideraron siem- pre como miembros del gran todo, como secciones de la Igle- sia universal, unidas entre sí por los lazos de una fe común, unos mismos sacramentos, una constitución uniforme, y un 1 S. Mateo, cap. 18, vers. 17. 2 S. Juan, cap. 10, vera. 16. 3 S. Míírcos, cap. 14, versos 61 y 62. 4 S. Juan, cap. 18, versos 36 y 37. 5 Apocal., cap. 19, vers. 16.— 6 — régimen general. Así desde los primeros tiempos encontrar mos donde quiera á los Diá<¡oiW)s separados de los simples fieles, ó sean los legos; á los Presbíteros sobre los Diáconos; á los Obispos sobre los Presbíteros; cada Apóstol rigiendo por medio de los Obispos las Iglesias que babia fundado; y al frente de todos á S. Pedro, centro de la unidad, Vicario en la tierra del Pontífice eterno que asiste en los cielos. Cuan- do se presenta un negocio de extrema gravedad, que da mar- gen á variedad de juicios, los Apóstoles y Presbíteros se reú- nen en Jerusalem bajo la presidencia de Pedro á celebrar el primer concilio; allí deliberan en común, y autoritativameníe expiden decreto, que bacen saber á la Iglesia particular don- de la controversia se agitaba, y que pone término á la dis- puta. Este hecbo bastaría para demostrar cuál era la creen- cia y el espíritu de los que asentaron en el mundo el cris- tianismo. Y así ba subsistido hasta nosotros (me contraigo aquí á la rama central, á la que sube de eslabón en eslabón basta los tiempos apostólicos), formando una gran sociedad, que todo el mundo ve y conoce, con un nombre inequívoco y altamente significativo: Iglesia católica, sociedad universal. Esta palabra encierra todo un sistema, y es el resúmen de una teoría. Y en verdad no podia ser de otro modo, supuesto el plan original del cristianismo; es decir, no podia dejar de organi- zarse en cuerpo á sus seguidores. Según ese plan, entré en la economía de Dios que la reparación del género humano se hiciese no por la simple creencia de los dogmas, sino por la aplicación visible y continua, á cada individuo, de los me- dios expiatorios y de reconciliación que atesoré en su muer- te el Salvador. Ciertamente cabia en la divina omnipotencia ejecutar de mil otros modos la restauración de la raza caida, y aun podría haberla hecho ignorándola nosotros; pero la sa- biduría del Altísimo preíirié á los demás medios el que queda indicado, por razones dignas de El, y que nosotros mismos podemos en parte entrever. 1 Mas es evidente que la aplica- ción individual y continua de los merecimientos legados por Jesucristo, exigia la organización de una sociedad, como la que en efecto se planteé, donde esa aplicación se hiciera dia- 1 Sobre las razones en que se funda el plan de la redención, me parece que contiene excelentes pensamientos el libro que escribió el difunto Lord Erskine.—Evidencia intrínseca del cristianismo.ñámente según reglas establecidas. La idea fundamental, la traza primitiva del cristianismo habria quedado incompleta, ó mas bien no habria llegado á desenvolverse, si no hubiera Iglesia. ¿Pero cuál es el carácter, cuál la naturaleza y objeto de esa sociedad? Cuando se fija la consideración en este punto, la idea que luego se ofrece, arrebata por su grandeza: ja- mas en el mundo se hizo anuncio mas alto y excelente, que el del establecimiento de la comunión cristiana. El género hu- mano fuera de ella ha presentado, y presenta todavía hoy un espectáculo que perturba al entendimiento, y desgarra el co- razón. La razón es sin duda el mas bello constitutivo de nues- tro ser, la ejecutoria de nuestra hidalguía, el primer elemento de poder que Dios nos ha dado, y el título de nuestro seño- río en la tierra. ¿Pero que* es la razón? Destinada según pa- rece á mostrarnos la verdad, y guiar nuestros pasos en los caminos de la vida; guía fiel, y aun oficiosa y diligente en cierto genero de conocimientos; luego que la interrogamos sobre otras verdades, y deseamos saber de ella qué" somos, de dón- de venimos, addnde vamos, cuál es la verdadera regla de nues- tras acciones, y cuál la razón de esa regla; en fin, luego que le pedimos alguna solución sobre las cuestiones de la alta filo- sofía; ó calla cuitadamente, 6 no sabe presentarnos mas que dudas, oscuridad y confusión. El celebre Bayle se aplicaba á sí propio el dictado que alguna vez da Homero á Júpiter: junta-nubes, el que condensa las nieblas: Bayle no era sino la personificación de la razón, dejada á sí mismo, en la ma- teria de que vamos hablando. Hoy, como ahora diez y ocho 81glos, repite la pregunta que hacia Pilato á Jesucristo; ¿qué" es la verdad? y su último y mas noble esfuerzo es llegar á reconocer su propia impotencia, y aguardar con sumisión la luz de lo alto. A este punto se elevó Sócrates, el mas recto atendimiento de la antigüedad, cuando decia á sus discípu- los que era necesario esperar á que alguno bajase á ense- barles cómo habían de conducirse con los dioses y los hom- bres; que' oración habían de hacer á aquellos, que les fuese acepta; y en el entretanto abstenerse hasta de ofrecerles ple- garias y sacrificios, temiendo presentarles votos impíos. 1 ¡Triste ignorancia, no saber el hombre cómo dirigirse al au- 1 Véase á Platón en el segundo Alcibiades.— 8-=r tor de su existencia, al arbitro de su destino, al Ser con quien tiene eternas y mas íntimas relaciones! ¡Triste ignoran- I cia, repito; pero al mismo tiempo insigne confesión, digna del padre de la filosofía! Y lidíese que no basta mostrar la luz de j la verdad al hombre, sino que ademas es necesario luego res- guardarla y ponerla á cubierto de los esfuerzos de su inquieta sabiduría. Porque es cosa prodigiosa cuántos recursos tiene j el entendimiento para reducirlo todo a* disputa, y volver cues- i tionable aun lo mas averiguado. Es una potencia desatenta- j da y estragosa, que si la deja suelta y sin gobierno, después \ de arrasarlo todo, acaba por intentar destruirse á sí misma, ¡ pues el tdrmino final adonde siempre llega, es al escepticismo tedrico, es decir, al suicidio de la inteligencia. Testigo la his- toria de la filosofía en Grecia, en Roma, en Francia corrien- i do el siglo pasado, hoy en Alemania y donde quiera que ha : cundido el racionalismo. Si de la región de las ideas bajamos á otro drden de cosas, i el espectáculo que presenta la humanidad, no es menos des- > consolador. Por todas partes la encontramos dividida en ra- zas antipáticas entreoí, y en mil sociedades distintas, cons- tituidas sobre principios opuestos, enemigas unas de otras, j buscando cada una sus creces y medras á costa de las veci- \ ñas, regidas por gobiernos, que nacen, se levantan y desapa- , recen como las olas del mar. Todo división, aislamiento, ins- ! tabilidad. Los intereses materiales, los goces de los sentidos, } las satisfacciones del orgullo y la vanidad no solo buscados • con ansia y promovidos con ardor, sino convertidos en vir- tudes, y casi preconizados como el soberano bien. Esto es lo que se ve, echando una ojeada sobre la raza humana, y á la verdad que no era eso lo que se quisiera ver. Consideremos en contraposición el plan del cristianismo. Formar de los hombres de todos los orígenes, de todas las condiciones, de todos los pueblos una comunidad, d mas bien una familia, unida por el vínculo santo del amor, y á la ca- beza de ella el Dios que se hizo hombre para hacernos á nosotros partícipes de la divinidad, y que desde los cielos preside eternamente como gefe al cuerpo de los asociados: di- fundir por todo este cuerpo los torrentes de expiación, de virtud y de merecimientos que de tal cabeza se derivan, y ¡ comunicarle una vida espiritual é interna, tan enérgica co- mo la fuente de donde procede: ilustrar á esa sociedad con [luminosas reglas de conducta, y con el conocimiento de nue- vas doctrinas sobre Dios y sobre el hombre, sobre nuestro des- tino presente y futuro, sobre todo lo que mas nos importa saber: dar á esas verdades el carácter de revelación, es de- cir, de una comunicación inmediata de la Divinidad con la in- teligencia criada, y ponerlas así fuera de todo exámen y to- da duda: erigir en medio de la sociedad una potestad tra- dicional y permanente, dispensadora de la gracia vivificante del fundador, depositaría de su doctrina para enseñarla en todas las edades á todas las gentes, y mantenerla limpia de las nieblas con que pudiera empañarla el licencioso saber del mundo: comunicar á esa potestad (que es la Iglesia docente) el don sobrenatural de la infalibilidad; y asegurar por últi- mo á la obra toda una duración igual á la de los siglos, no obstante que desde el primer momento haya sido, como su autor, signo de contradicción, 1 blanco de todo ge'nero de ata- ques- tal es el plan del cristianismo, la idea generatriz de la Igles a, el designio que está llamada á realizar entre los hom- bres. Guando á la razón humana se mostró esto, cierto que se la levantó hasta la región de las concepciones divinas. La Tglesia cristiana es una sociedad santa, por su autor, que es el mismo Dios; por el ge'nero de culto que le tributa; por la doctrina que enseña; por los sacramentos que usa; por las virtudes que engendra, y que en ella resplandecen. Es universal ó católica, porque llama á su seno á todos los hom- bres sin distinción, y porque está destinada á propagarse y existir en toda la tierra. Es una, porque es universal, y de- be en consecuencia mantener unidad en su fe, estrecho enla- ce entre sus partes, uniformidad en su régimen. Es en fin, visible, porque lo son sus miembros; porque se gobierna por Una gerarquía patente á todo el mundo; y porque son sensi- bles bus ceremonias, sus ritos, su culto y sus sacramentos. (.Quien deja de conocer y distinguir sobre la tierra la congre- gación católica, el cuerpo de mas bulto y mas luminoso que existe entre los hombres? Y nótese que parece tal, aun vis- to por de fuera y en sus formas externas; pero ól tiene ade- las una vida interior, la vida del espíritu, que no se mues- tra á los ojos del mundo y que es sin embargo de mas valía. Pidcrior intus. 1 S. Lucas, cap. 2, vers. 34.— 10 — El gobierno y dirección de este cuerpo se confié todo al sacerdocio cristiano, que es una derivación, ó mas bien, la continuación en la tierra del sacerdocio eterno de Jesucristo, puesto que como ha dicho alguno, al crear el Salvador los ministros de la nueva ley, lo que hizo fué multiplicarse á sí propio y perpetuarse en aquellos hombres á quienes confirió su poder. Pocas cosas hay tan notables en el Nuevo Testa- mento como la institución del sacerdocio, que anda allí in- separablemente unida á la institución de la Iglesia, porque en el plan de Jesucristo ésta no existe sin aquel. Reuniendo los varios lugares del Evangelio en que se habla de la mate- ria, especialmente después de la Resurrección, hajlamos que Jesucristo dijo á los Apésteles: 1 Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Como me envió ámí el Padre, yo os envío á vosotros. Recibid el Espíritu Santo: y soplé sobre ellos. Id j)or todo el universo: doctrinad á todas las naciones: predicad el Evangelio á toda criatura: enseñadles á guardar cuanto os he comunicado: quien á vosotros oye á mí oye: bautizadlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: el que creye- re y fuere bautizado, se salvará; el que no creyere, se condenará; á quien perdonareis sus pecados, le serán perdonados, á quien los retuviereis, le serán retenidos. Haced en memoria mia la misteriosa consagración del pan, que es mi cuerpo, del cáliz de mi sangre, que es el sello de la nueva alianza entre Dios y loa hombres. Y he aquí, yo estaré con vosotros hasta la consu/na- cion de los siglos. Esto fué dicho á los Apóstoles todos, y en ellos á sus su- cesores. Pero habia uno entre los demás, el primero que hi- zo la confesión de la Divinidad de Jesucristo, que es el ci- miento de todo el edificio de la Religión: á este, después de haberse asegurado por tres veces de que le amaba mas que ningún otro, constituyó el fundador, cabeza y jefe de toda la sociedad. Tú eres la piedra sobre que voy á edificar mi Igle- sia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. He roga- do por tí para que tu fe no falte: confirma en ella á tus herma- nos. Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. A tí confio las llaves del reino de los cielos; cuanto atares en la tierra, que- 1 S. Mateo, cap. 28, versos 18, 19 y 20.—S. Marcos, cap. 16, versos 15 y 16.—S. Lúeas, cap. 10, vérso 16, y cap. 22, versos 19 y 20.—S. Juan, cap. 20, versos 21, 22 y 23.—11 — dará atado en los cielos; lo que desatares en la tierra, se desata- rá en los cielos. 1 Así fué instituido el sacerdocio cristiano, y el pontificado católico. Esta es, hablando en el lenguaje de noy, lacarta cons- titucional de la Iglesia, porque la constitución de todo cuer- po moral consiste principalmente en la erección y organiza- ción de la magistratura que lo rige. Hagamos ahora algunas observaciones sobre ella. Lo primero que hay que notar es que el poder con que se dio", no es poder de los hombres, ni viene del cuerpo de la sociedad, como en las constituciones políticas de los pueblos modernos; sino que es un poder comunicado inmediatamen- te de Dios. Esto importan las palabras de Jesucristo: Se me ha dado toda potestad en los cielos y en la tierra. Aquí no se consulta la voluntad de los asociados, ni se les pide comisión; la sabiduría divina traza la obra, y su autoridad suprema la mtima. Esa obra pues es tan firme, tan inmutable, como el Dios que la hizo. Los imperios se levantarán y caerán unos tras otros; se darán los hombres nuevos gobiernos, nuevas leyes, nuevas instituciones, mostrando en todo ó los adelan- tos de su saber, ó los caprichos de su liviandad. Mie'ntras tan- to, la Iglesia, testigo de incesantes revoluciones concluidas á su lado, caminará por entre ellas imperturbable, llevando en su mano la carta de su divina institución, que ha de estar viva y entera hasta la consumación de los siglos. En segundo lugar el poder que se confiere al sacerdocio para gobernar la sociedad religiosa, tampoco viene del cuer- po de los asociados, ni pende de ninguna autoridad huma- na. Es un poder que se engendra y nace todo en el funda- dor, que se comunica inmediatamente de el á los Apóstoles, y que se perpetúa desde los Apóstoles hasta nosotros, pasan- do de un obispo á otro por virtud de la consagración. El poder sacerdotal se contiene todo en la misión que did Jesucristo ¿ sus primeros discípulos, y esa misión, la explicó él mismo con las palabras eminentemente significativas que copió arri- ba: Como me envió á mí el Padre, yo os envió á vosotros. Del mismo gónero, de la misma naturaleza que la misión que trajo Jesucristo al mundo desde el seno del Padre, es la mi- sión del sacerdocio, y los poderes que ella incluye. Para me- 1 8. Mateo, cap. 16, versos 18 y 19.—S. Lúeas, cap. 22, vers. 32.—S. Juan, cap. 20, versos 15, 16 y 17.— 12 — jor dar á conocer esto, se valió* de una acción simbólica. Co- mo en los dias de la creación sopló Dios sobre el rostro del primer hombre para inspirarle el aliento de vida, así ahora para conferir á los Apóstoles el sór sacerdotal, que es una participación del poder de la Divinidad, sopló sobre ellos, di- ciendo: Recibid al Espíritu Santo. Aquí nada hay que quepa en las facultades humanas: y si llegara por imposible á extin- guirse el sacerdocio, si acabase el último obispo que hubie- ra recibido el carácter de tal en la ordenación, todos los hom- bres que habitan el globo, no podrian crear un solo sacerdote, y seria necesario que volviese á bajar de lo alto la misión ce- lestial. Id por todo el mundo, doctrinad á todas las naciones, predi- cad el Evangelio á toda criatura. Nótese el empeño con que se inculca la universalidad de la misión, ó sea la catolicidad de la Iglesia que iba á fundarse, como si fuera ese su signo distintivo; por tod,o el mundo, á todas las naciones, á toda cria- tura. Pero veamos en detal los poderes que la misión en- cierra. La primera función del sacerdocio es la enseñanza de la doctrina, que en la ciencia eclesiástica suele llamarse potes- tad de magisterio. Al sacerdocio, y solo á él corresponde mos- trar autoritativamente al pueblo cristiano que' es lo que de- be creer acerca de las cosas reveladas, y quó es lo que tiene que guardar; en otros te'rminos, la fe y la moral. Toda de- claración, toda decisión sobre esas materias es de su compe- tencia. El que de cualquier modo traba la libre enseñanza de la Iglesia sobre ellas, impide la palabra de Dios; el que pre- tende subrogarse á la Iglesia en la enseñanza, usurpa poder que Dios no le ha conferido. Y obsérvese que la garantía que Jesucristo da á la enseñanza de la Iglesia, es suprema, no cabe otra mayor: Quien á vosotros oye, á mí me oye.... Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos. Esta pro- mesa, como observa bien un escritor protestante, no podia tener verificativo sino en los sucesores de los Apóstoles, pues ellos no habían de vivir hasta la consumación de los siglos. Identificada así la enseñanza de la Iglesia, en todo el espacio de su duración, con-la enseñanza de Jesucristo, no se estra- ñará la terrible sentencia con que concluye: Doctrinad.... Enseñad.... El que no creyere, se condenará. Jesucristo prosigue: Bautizadlos en el nombre del Padre, ydel Hijo, y del Espíritu Santo.... A quienes perdonareis sus pecados les serán perdonados; á quienes los retuviereis les queda- rán retenidos. No solo toca al sacerdocio ilustrar los entendi- mientos con la predicación de la doctrina, y guiar los pasos de los fieles con los preceptos de moral; sino que se le en- carga ademas la dispensación de la gracia del Redentor en la administración de los sacramentos. Incapaz la raza caida de levantarse á Dios, sin los merecimientos del que era al mismo tiempo Dios y hombre, 1 quiso éste vincular la aplica- ción de esos merecimientos, al uso de ciertos medios sensi- bles que confió* al sacerdocio. Sin I03 sacramentos la gracia de la redención, es decir, el misterio de misericordia seria es- téril. Son por otra parte los sacramentos una de las partes mas bellas, mas humanas (permítaseme hablar así) de la Re- ligión; que derraman consuelos y paz y esperanza sobre el hombre, que es infeliz porque ha sido delincuente; pero son al mismo tiempo un tesoro sellado que solo pueden dispen- sar las manos ungidas. ¡Ay del sacrilego que ose tocarlo! 3 Haced en memoria mia la consagración del pan que es mi cuerpo, del cáliz de mi sangre, que es el sello de la nueva alian- za. La acción que caracteriza el culto religioso, es el sacrifi- cio, por que sacrificio no puede ofrecerse sino í la Divinidad. Para los cristianos un solo sacrificio hay, que es la Eucaris- tía. Su consagración, y el ofrecimiento al Padre de la vícti- ma expiatoria y de reconciliación, es ministerio exclusivamen- te sacerdotal. Lo es también cuanto concierne al culto, repre- sentado aquí por su acción principal y mas eminente, pero que encierra ademas la adoración, la alabanza, el nacimien- to de gracias, la oración suplicatoria, en una palabra, la ex- presión de todos los sentimientos con que el corazón humano debe dirigirse al Criador. Encierra, por último, la liturgia, 1 ¿Qual mai fra i nati alT odio, Qual era mai persona Che al santo inaccessibile Potesse dir; Perdona! Far novo patto eterno, Al vincitore inferno La preda sua strappar? Manzoni. 2 La exactitud obliga á advertir que el bautismo en caso de necesidad puede ser administrado por cualquiera; y que respecto del matrimonio opinan algunos que los contrayentes mismos son los ministros.— 14 — ó sea el sistema de ritos, de ceremonias, de actos simbólicos que sirven para excitar ó para mostrar esos mismos senti- mientos. Toda sociedad de hombres, pero especialmente la que ha de durar por todos los siglos y derramarse en toda la tierra, necesita una potestad permanente de régimen, que dicte, mo- difique, derogue ó renueve las reglas administrativas, que según la variedad de los tiempos y lugares se han menester para que la sociedad alcance los objetos de su institución. También esa potestad cumple al sacerdocio cristiano; y á ella hacia referencia S. Pablo cuando decia á los Obispos de la Provincia de Éfeso: Mirad por vosotros y por la grey toda, en la cual el Espíritu Santo os constituyó Obispos, para regir la Iglesia de Dios, que ganó con su sangre. Este poder de régi- men ha producido toda la disciplina de la Iglesia: en virtud de él los Apóstoles, en el Concilio de Jerusalem, quitaron la observancia de los legales, manteniendo la prohibición de las carnes sofocadas, que mas adelante cesó también co- mo punto de mera disciplina; de él usaban, cuando para cubrir el puesto que habia tenido Judas en el apostolado, pusieron por primera manera de elección el sorteo entre de- terminadas personas, 1 y para el nombramiento de los siete diáconos la presentación de los fieles: * de él usaba S. Pablo cuando daba reglamentos á la Iglesia de Oorinto sobre las asambleas de los fieles,3 y sobre sus matrimonios con los gen- tiles, 4 reservándose dar otros de palabra á su llegada; Lo demás lo arreglaré cuando vaya: 5 de él, en fin, cuando pres- cribía á su discípulo Timoteo las cualidades que habian de tener las viudas que se eligiesen para los ministerios, y los varones que fuesen escogidos para Diáconos, Presbíteros y Obispos, excluyendo, por ejemplo, de todos estos grados al viudo que hubiese pasado á segundas nupcias. 6 Con el mis- mo poder la Iglesia siguié formando su disciplina después de la muerte de los Apóstoles, y dictando cuantos cánones juzgó convenientes, algunos de los cuales se encuentran citados tex- 1 Hechos, cap. 1, verso 21 y siguientes. 2 Ibid., cap. 6, versos 2 y 6. 3 Primera epístola á los corinth., cap. 11. 4 Ibid., cap. 7. 5 Ibid., cap. 11, verso 34. 6 Primera Epístola á Timoth., capítulos 3.° y o.° — 15 — tualmente eu los antiguos Padres. 1 Por el mismo poder, en fin, cuando Constantino, bien entrado ya el siglo IV, dió á los cristianos paz y protección, y empezaron á existir entre el sacerdocio y el imperio otras relaciones que las que hay entre el mártir y el verdugo, la Iglesia tenia ya una discipli- na completa, obra propia suya, de que aun quedan bastan- tes restos. Egregiamente dice Bossuet en uno de sus gran- des rasgos oratorios: "La Iglesia comienza por la cruz y " por los mártires. Como hija del cielo, es preciso que se " muestre que ha nacido libre é independiente en su estado " esencial, y que no debe su origen sino al Padre de los cie- " los. Cuando después de trescientos años de persecución, " perfectamente establecida y perfectamente gobernada duran- " te tantos siglos sin ningún auxilio humano, será ya claro " que nada tiene de los hombres; entdnces venid, oh Césares, " ya es tiempo.'' a Sí, la magistratura cristiana no recibid de estos, sino de su divino Institutor, el poder de regir la so- ciedad á que preside, y de darle las leyes disciplinares que en la serie de los tiempos fuesen convenientes: ese poder, esencial en su constitución, lo tuvo desde su primer origen, 10 ha tenido siempre, y en derecho lo conserva hoy ileso y entero, como el patrimonio todo con que la dotó* Jesucristo. Compete por último á la Iglesia la potestad coercitiva es- piritual, que consiste en la imposición de penas hasta el ana- tema 6 excomunión. Cuando S. Pablo escribía á la Iglesia 1 Por ejemplo, en la Epístola 66 de S. Cypriano, martirizado el año 258, es decir, más de medio siglo antes del primer edicto de Constantino en favor de los cristianos. Un Geminio Víctor, al otorgar testamento, habia nombrado por tutor de su familia á su pariente el Presbítero Faustino. Con ocasión de esto S. Cypriano escribe a la Iglesia furnitana, á ia cual pertenecia el clérigo: " Hace ya algún tiempo que en Concilio de Obispos se estableció que nadie " en su testamento instituya por tutor y curador a ningún clérigo y ministro " de Dios____" " Por lo mismo, habiéndose atrevido Víctor á constituir tutor 11 al Presbítero Faustino contra la forma asentada en un Concilio por los sa- " cerdotes, no hay que hacer oblación por su muerte entre vosotros, ni deben " repetirse oraciones en su nombre en la Iglesia, á fin do que todos guarden " el piadoso y necesario decreto hecho por los sacerdotes."—Yo no sé lo que ciertos escritores de la escuela regalista pensarán de esta y las otras dispo- siciones disciplinares de los tres primeros siglos, dictadas sin acuerdo de la potestad civil. Lo que á mí toca es llamar la atención hácia la severidad con que la Iglesia en aquellos tiempos hacia guardar á los cristianos su discipli- na, hasta negar sus oraciones públicas al que habia muerto violándola. 2 Sermón sobre la unidad de la Iglesia, en la apertura de la Asamblea del clero en 1682.de Corinto, hablando del que se habia unido incestuosamente con su madrastra: Aunque ausente en el cuerpo, pero presente en espíritu, he dado ya esta sentencia como presente contra quien tal hizo: En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y con su po- der, sea entregado ese á Satanás, para tormento de la carne; y que el espíritu sea salvo en el dia del Señor: 1 cuando á Timoteo le decia: Hymeneo y Alejandro son de los que han hecho nau- fragio en la fe: yo los he entregado en manos de Satanás, para que aprendan á no blasfemar: 2 entonces desplegaba todo el poder coercitivo y judicial de la Iglesia, tan propio de ella, y tan independiente de toda autoridad humana, como lo es la enseñanza de la doctrina, la administración de sacramen- tos, el culto y la disciplina. La plenitud del sacerdocio está en el Episcopado; pero la plenitud del poder y la jurisdicción constituye el pontificado, ó llámese Primado, institución que señala y distingue de to- das las otras á la comunión católica, y la parte de nuestro sistema religioso que mas atacan cuantos con embozo ó sin di disienten de la verdadera fe de la Iglesia. Que Jesucristo hizo diferencia de S. Pedro respecto de los demás Apóstoles, y que le dic5 superioridad sobre ellos, es cosa que los pro- testantes mismos, al menos los mas ilustrados, reconocen; pues está tan clara en el Evangelio y en la historia apostó- lica, que no puede negarse, sino borrando estas primeras fuentes de la enseñanza cristiana. Pero pretenden que esas prerogativas fueron personales, y no pasaron á sus suceso- res. Como yo no hablo ahora con quienes hagan profesión de luteranismo, y como es un dogma católico que el Primado tanto en su creación como en su continuación es obra del Hijo de Dios, ó en otros tórminos, es de derecho divino, no repetiró las razones que destruyen la pretensión de los reformados. So- lo diró de paso, que si Jesucristo cometió á S. Pedro las pre- rogativas de que se trata, porque la Iglesia debia ser una, y ellas eran necesarias para la unidad, el plan babria quedado imperfecto, limitando las mismas prorogativas á la vida de un hombre, cuando la duración de la Iglesia habia de ser eterna. "Que no se diga, exclama Bossuet, que no se pien- " se que el ministerio de S. Pedro terminó en ól. Lo que " debe servir de sosten á una Iglesia eterna, no puede tener 1 Epístola 1? á los corintios, cap. 5. 2 Primera á Timotheo, cap. 1?— 17 — '* fia. Pedro vivirá siempre en sus sucesores: Pedro hablara " siempre en su silla. Eso dicen los Padres: eso confirman " 630 Obispos en el Concilio de Calcedonia." 1 Veamos, pues, cuál fué la porción, cuál la suerte de este Apóstol en los dones de Jesucristo, y qué es lo que ha transmitido á sus sucesores. Leemos en el Evangelio que fué constituido piedra fun- damental y cimiento de la Iglesia, y precisamente lo fué por razón de la fe, y con relación á la manifestación de la doc- trina, pueblas célebres palabras, Tú eres Pedro, y sobre esta piedra levantaré mi Iglesia, las pronuncié el Salvador á con- secuencia de la confesión de su divinidad, que antes que ningún otro hizo el Apóstol. Leemos que Jesucristo, cuya oración es siempre eficaz, * y cuyas palabras hacen lo que dicen, oré porque la fe de Pedro no faltase. Leemos, en fin, que se le dié comisión especial de confirmar en la fe á sus hermanos; y el Hijo de Dios no daria tal comisión á quien supiese que habia de faltar en la fe. Descansando en esto la Iglesia catélica, ha creido siempre que su cabeza visible, el Primado, el sucesor de Pedro, es el primer maes- tro de la fe, y tiene la primera voz en la enseñanza de la doctrina; que le compete en grado eminente la potestad de niagisterio en toda la Iglesia; y que son de su resorte cuan- tas cuestiones se suscitan, relativas á la fe y la moral, en todo el orbe cristiano. La Iglesia sostiene esto como punto funda- mental de su constitución, y sobre ello no hay divergencia entre catélicos. Tampoco la hay en que por virtud de las promesas de Jesucristo la Iglesia central, la Silla Apostólica es indesqui- ciable en la fe; que conservará siempre la doctrina del pri- mero de los Apésteles, y tendrá hasta la consumación de los siglos las calidades necesarias para llenar las funciones que por el Todopoderoso le están confiadas, de centro de la uni- dad religiosa y cabeza de la Iglesia universal; que nunca le sucederá lo que á tantas Iglesias de Oriente y Occidente que han caido en el error, y viven sentadas en tinieblas de muerte; y que la serie de sus Pontífices presidirá perpetua- 1 Sermón citado antes. 2 Él mismo lo asegura: Yo sé que tú siempre me oyes, decia al Padre de- lante del sepulcro de Lázaro. S. Juan, cap. 11, verso 42. 3o pue- mente la congregación de los hijos de Dios, de la qi de ni ser miembro el que abandona la fe. Después de esta explicación, la cuestión que alguna vez se trató en las escuelas sobre la infalibilidad pontificia, casi no tiene aplicación práctica. Lo que he escrito en los párra- fos anteriores, es lo que se deduce del sistema mas libre que en dichas escuelas se conoce; del sistema que niega la infa- libilidad; del sistema que abrazaron los Obispos y Presbíte- ros franceses que suscribieron la Declaración de la asamblea del clero de 1682; del sistema, en fin, á cuya defensa con- sagró Bossuet una obra rica en ciencia, y que anda en manos de todo el mundo. 1 De esa obra y del nombre justamente respetado de su inmortal autor, se hac,e un abuso horrible, propasándose á excesos que nadie condenara con mas severi- dad que ¿1 mismo si viviese. Contra las bulas dogmáticas mas precisas, contra los mas solemnes juicios pontificios en materias de fe y costumbres, se oye á veces decir: "Pero esto todavía nada concluye, porque el Papa no es infalible; así lo ha declarado el clero galicano en 1682; así lo sostiene Bossuet." Si hay alguna cosa anárquica en la sociedad reli- giosa, si hay algo que deje á la Iglesia realmente acéfala, y destruya la constitución que le dio su divino Fundador, es esto. Los que así se explican, dan ademas á entender, ó que^ no conocen á fondo, ó que alteran maliciosamente la doctrina galicana. En primer lugar, según los términos mismos de la Declaración, al Papa toca la principal parte, es el primer juez en puntos de fe y moral, y su decisión abraza á todas y cada una de las Iglesias particulares. El mismo Bossuet no sometió á otra autoridad la cuestión que tuvo con el Arzo- bispo de Cambray sobre el quietismo; ni invocó otra jurisdic- ción cuando en unión de los Arzobispos de Reims y Paris, y de los Obispos de Arras y Amiens pretendió que se conde- nara la doctrina del cardenal Sfondrato sobre la predestina- ción. Cierto es que conforme á los términos de la Declaración 1 Para conocer bien la doctrina galicana, hay que ver con atención la letra del art. 4.° de la Declaración; los libros 9 y 10 de la Defensa de la mis- ma por Bossuet; la disertación de Fenelon, De Summi Pontificis avctoritate, especialmente el cap. 7* donde se refiere la disputa que hubo entre Bossuet y el Obispo de Tournay al redactarse la Declaración; y las notas manuscri- tas que dejó Fleury sobre la historia de la Asamblea, y publicó el venerable Abate Emery en los Nuevos opúsculos de Fleury, Paris, 1807, páginas 135 y siguientes.— 19 — el juicio pontiticio puede ser reformado; pero según el autor y defensor de la Declaración, solo puede serlo por un Conci- lio ecuménico, legítimamente congregado. Miéntras tal cosa no sucede, la decisión Pontificia conserva la calidad de deci- sión del primer juez. ¿Con qué derecho un particular, tal vez un simple lego, se atreve á repelerla? En segundo lugar, según los te'rminos de la Declaración, el juicio pontificio es irreformable, y hace regla de fe, si se le allega el asenso de la Iglesia. Pero nótese que no es necesario que ese asenso se preste en un concilio general. La Iglesia es tan infalible dispersa, como unida en concilio: su estado habi- tual es el primero, y suelen pasar largos siglos para que salga de e'l por el breve espacio que dura un sínodo ecuménico. Mues- tra, pues, la Iglesia su asenso á los decretos dogmáticos del Pontífice, por su simple aquiescencia, por el hecho de no con- tradecir. 1 Ella no podría guardar silencio, si viese levantarse en su seno un error, si viese á su primer Maestro y Gefe en- señar una doctrina que no fuese la suya. Siempre, pues, que la Iglesia calla, téngase por seguro que lo que ha decidido el Pontífice, es lo que ella decide. En tercer lugar, aun cuando contra la decisión pontificia se levante alguna contradicción, si la Iglesia central, la Igle- sia de Roma, lejos de desechar la decisión (como lo haría sin demora, 8 si fuese errónea), la abraza é insiste en ella; si los Pontífices siguientes la inculcan y proclaman, entonces aque- lla no es ya decisión particular de un Papa, es la doctrina de la Santa Sede, fiel depositaría de la enseñanza de Jesucristo, uidefectible en la fe, donde nunca echará raices el error, y que servirá perpetuamente de fanal al cuerpo de los fieles para distinguir la sana fe. Los verdaderos sentimientos ga- licanos, unísonos en esta parte con los de todo el orbe católico, los esplicaba así Bossuet: "¡Qué grande es la Iglesia de Roma, sosteniendo á todas las Iglesias, llevando el peso de todos los 1 Bergier, Dictionnaire theologique: verb. Infaillibilistes. Lo mismo en- seña Bossuet en los primeros capítulos del Libro 9 de la Defensa. 2 Cuatro 6 cinco veces repite Bossuet el statim en solo el cap. 5 del Libro 10 de la Defensa.—Para evitar toda equivocación advierto que cito esta obra conforme á la edición de Amsterdam de 1745, que es la que ordi- nariamente se sigue. En ella los Libros 9 y 10 corresponden al 14 y 15 de la edición de Luxemburgo de 1730. Sobre la historia de la Defensa, y su publicación, pueden consultarse las piezas justificativas del Libro 6 de la his- toria de Bossuet. por el señor cardenal Bausset.— 20 — que sufren, manteniendo la unión, confirmando la fe, atando y desatando á los pecadores, abriendo y cerrando el cielo! ¡Qué' grande es también, cuando llena de la autoridad de S. Pedro, de todos los Apóstoles, de todos los concilios, ejecuta con tanta fuerza como discreción los saludables Decretos! ¡Santa Iglesia romana, madre de las Iglesias y de todos los fieles; Iglesia escogida de Dios para unir á sus hijos en una misma fe y una caridad, nosotros sere'mos siempre fieles á tu unidad en el fondo de nuestras entrañas! ¡Olvídeme yo á mí mismo, Iglesia romana, si alguna vez te olvido! ¡Séquese mi lengua, y quede muda en mi boca, si tú no eres siempre la primera en mis recuerdos, si no te pongo por primer tema en mis cantos de regocijo!" 1 1 En el sermón citado sobre la unidad de la Iglesia.—La Asamblea del clero de 1682, á la que empujaba violentamente la corte, trató la cuestión de la potestad pontificia (bien á pesar de Bossuet, que hizo cuanto pudo por estorbarlo) con ocasión del malhadado negocio de la Regalía. Así llamaban específicamente en Francia al derecho que tenia el soberano, durante la vacante de los obispados, para percibir la ronta del Obispo, y conferir los beneficios no curados de nombramiento episcopal. Los juris- consultos franceses confiesan que el origen de tal derecho es uno de los puntos mas oscuros de la historia de Francia: solo parece cierto que lo usa- ron desde temprano los reyes de la tercera raza (véase á Hericourt, Loix ecclesiastiques de France-F. VI). Habia sin embargo varias Iglesias exen- tas de la Regalía, ya porque hubiesen adquirido la exención por títulos one- rosos, ya porque estuviesen libres de tal servidumbre cuando las provincias ó estados á que pertenecían, vinieron á incorporarse en la monarquía. El segundo concilio general de Lyon celebrado y presidido por el Sr. Gre- gorio X en 1274, prohibió que se extendiese la regalía á las Iglesias donde . no existiera entonces: y esta prohibición se trasladó al cuerpo del derecho (cap. 13 de Elect. et elect. potestate in 6?) Eso no obstante, cerca de cuatro siglos después los parlamentos y los ministros comenzaron á hacer esfuerzos para someter á ella las Iglesias exentas. Entre las razones que alegaban para destruir la exención, decian enfáticamente: La corona de S. M. es redonda. Ya se ve que con semejante lógica podía irse bien lejos., Pero ¡cuántas de las regalías no tienen mejor título quo la rotundidad de la corona! En 1673 se expidió un edicto real ampliando la regalía á todas las diócesis, lo cual fué causa de recios disturbios, y de los desabrimientos que mediaron entre la corte de Francia y la Santa Sede. Convocada de resultas de todo la Asam- blea del clero de 1682, aceptó el edicto, modificando el gobierno el uso de la regalía en todo el reino, de suerte que no tendría lugar en las dignidades que ejerciesen alguna jurisdicción espiritual. Como este era el punto que mas pugnaba con el espíritu y disciplina de la Iglesia, los Obispos creyeron quo las ventajas que la modificación ofrecía, compensaban suficientemente la irregularidad de la extensión. Sin embargo, la Silla Apostólica improbó siempre cuanto so habia hecho en aquel negocio. En juicio de los juriscon- sultos franceses del siglo XVII la regalía de que vamos hablando, era unAun después de todas estas explicaciones, yo no me atr veré todavía á sostener la doctrina francesa, no solo porqu en sí misma parece sujeta á graves objeciones, sino también porque, como dice el digno Monseñor d'Affre, Arzobispo de Paris: "Basta que tal doctrina afecte á la potestad del " Padre común de los fieles, para que no convenga á hijos " sumisos asignar los lindes en que deba contenerse la au- " toridad de ese Padre venerado." No me adelantare7 tam- poco á condenarla, porque ningún particular debe proscribir lo que la Iglesia no ha proscrito aún, lo que ella á lo mimos tolera. Pero si la doctrina galicana en su pureza original es tolerable, ciertamente no lo es la aplicación, 6 mejor dicho, la adulteración que de ella se hace, cuando á su sombra se desestiman las decisiones dogmáticas de los Pontífices, y de hecho se reduce á nada su potestad de magisterio. Personas hay que pretenden ser católicos, y para quienes sin embargo esas decisiones no tienen mas valor que el que puede tener la opinión de un doctor, de un sabio, si se quiere, que á na- die liga, y que deja á cada uno en su libertad natural de creer ó disentir. ¡Equivocación gravísima, 6 por mejor decir, error indisculpable! En el sistema mas libre que se conoce dentro del catolicismo, en el sistema de Bossuet, los decretos ponti- ficios sobre fe y costumbres, desde el momento que se expi- den, son decretos de la autoridad á quien toca la parte prin- cipal en la enseñanza; se hacen irreformables si se les agrega el asenso de la Iglesia, que se presta por la simple aquies- cencia; y si no los repele la Iglesia de Roma, si los siguien- tes Papas insisten en ellos, son actos de la Silla Apostólica, que es indefectible en la fe. Ténganse presentes estas condi- ciones para juzgar en todo caso acerca de las decisiones dog- máticas de Roma. Si de la potestad de magisterio pasamos á las otras prero- gativas del Pontificado, ellas ofrecen ménos dificultad. Todas derecho inenajenable, imprescriptible de la soberanía. Pero hace mas de me- dio siglo que nadie se acuerda de él en Francia sino como de cosa históri- ca. Tal vez será necesario exceptuar á Mr. Dupin, quien reimprimiendo anos pasados el opusculito sobre Libertades de la Iglesia galicana que pre- sentó Pitheo á Enrique IV, cree todavía encontrar la Regalía en el hecho de Que el Gobierno, que del tesoro público sostiene ahora el culto y los Minis- tros, deja de pagar en el tiempo de la vacante, el sueldo del Obispo (pág. 188). Por este principio habrá Regalía en todo empleo civil y militar de la nación. No era eso lo que se habia entendido.se contienen como en germen en el texto del Evangelio: "Apa- " cienta mis corderos, apacienta mis ovejas. A tí confio las " llaves del reino de los cielos. Todo lo que atares sobre la " tierra, será atado en los cielos. Todo lo que desatares so- " bre la tierra, será desatado en los cielos." El Evangelio no está concebido en artículos compasados y laboriosos, como nuestras leyes de hoy. Grandes máximas, vivas imágenes que producen impresión profunda en el oyente, que forman su es- píritu, y lo impelen fuertemente en cierta dirección ¡ ese es su carácter, esa su manera de proceder. Cuando S. Pedro y los Apóstoles oyeron de boca de Jesucristo las palabras que he copiado, seguramente no se pusieron á analizar y deslindar la suma de facultades que en ellas se incluían; pero debieron creer que se cometía al primero un poder de régimen seme- jante al que tiene el Pastor sobre la grey; un poder que se ex- tiende á toda ésta, á los corderos y á las ovejas; un poder tan amplio como el que puede usar quien tiene en sus manos las llaves con que se abre y se cierra; un poder que comprende todas las cosas espirituales, todo lo de la Iglesia, pues las lla- ves son las del reino de los cielos; un poder, en fin, tan se- guro, que seria confirmado por el Todopoderoso lo que en uso de él hiciera su depositario en la tierra. Esta, vuelvo á decir, fué naturalmente la idea que excité en los Apóstoles el lenguaje del Salvador, y la que pasé de ellos á sus suce- sores. Indefinida y como patriarcal al principio la potestad del Primado, siempre una misma en la esencia, ha ido desen- volviéndose en los accidentes, y presentando distintas faces, según las circunstancias de los tiempos, y las necesidades de la sociedad religiosa. Universal fué siempre porque eso mira ¡x su esencia. "Todo está sujeto á estas llaves, decia Bos- " suet ante la Asamblea de 1682; todo, reyes y pueblos, pas- " tores y rebaño; con gusto lo publicamos, porque nosotros '' amamos la unidad, y nos gloriamos de nuestra obediencia. " A Pedro se ordené gobernarlo todo; ovejas y corderos, hi- " jos y madres; á los pastores mismos; pastores respecto de " los pueblos, ovejas respecto de Pedro que honran en él á " Jesucristo." 1 Y no solo es universal la potestad del Pon- tífice, sino que es la única potestad universal permanente que hay en la Iglesia, puesto que los Concilios ecuménicos no se 1 En el mismo sermón.— 23 — reúnen, ni pueden reunirse, sino de tarde en tarde. Única y universal, se ejerce, fuera de los puntos dogmáticos, en las Materias siguientes. En primer lugar dicta leyes disciplinares que obligan á toda la Iglesia. La disciplina es inmutable en su espíritu y sus fines, pero mudable en sus formas, según una multitud de circuntancias que el curso de los siglos y de los sucesos ha- cen aparecer y desaparecer. La justa apreciación de esas cir- cunstancias, y de las medidas generales que ellas exigen, no puede hacerse sino por quien está á la cabeza de la sociedad cristiana. Ademas, solo él puede dar á tales medidas fuerza obligatoria en toda la comunidad, como que es el único po- der reconocido en toda ella. Por eso desde los tiempos mas antiguos encontramos establecido el uso de las epístolas de- cretales de los Papas, y de ellas en los siglos siguientes fué formándose en su mayor parte el derecho por el cual se go- bierna la Iglesia. En segundo lugar toca al Pontífice velar en toda ella sobre la conservación de la fe y la disciplina. Ninguna función mas propia de la solicitud pastoral; ninguna mas necesaria. ¿Para qué se habria erigido en la Iglesia una autoridad general, si habia de ser pasiva espectadora de la violación de sus leyes, de la extinción ó amortiguamiento de su principio vivificante putantur, eflugerit. Cicero,