Ce EXAMEN DE CONCIENCIA SOBRE LOS DEBERES DE LA DIGNIDAD REALi Metilo C»» |t<%»l««,J POll £Ii ABlfl; FEWELOM, Y TRADUCIDO AL CASTELLANO QUIEN LO DEDICA AL EXMO. Sr. MINISTRO DE GOBIERNO v Relaciones Exteriores de la Repúhliüa Oriental BJEí- ID). soA&mR ma/QinutJb MONTEVIDEO. IMPRENTA DE LA NACION. Calle ve Zavala No. £»0, waukmtmm »k comciemcia 1 Escrito en francés por W. Malígnete «le la üflotlie rónclou, ARZOBISPO DE CAMBRAY, p\ea la. instruccion i1e lltis de francia, Duque de Borgoña, y traducido m3l español por el Antiguo Profesor de Humanidades y Filosofía en el Liceo del Plata, y actual Catedrático de Historia Moderna y Contemporánea en esta Universidad y Miembro db Número del Instituto Histórico, y dedicado á su amigo i0l JQr. £H\ JD. 3onqum ÍUqunta, actual Ministro de Gobierno y Relaciones Esteriores de la República Oriental del Uruguay. ESTfi KX.A]»IKHr debería ser la guia de conducta de todos los que GOBIERNAN- MONTE VIDEO. 4 8 5 7.y ¿RcbxcicniiM t>Atextoreá De ío. íRepubTúvi, Oitcttla-l'. SI) AMIGO MARTIN AVEL1N0 PINERO- Amigo mió; mi predilecto amigo : Sabéis que os amo, como yo se que vos me amáis. Sabéis que soy vuestro verdadero amigo en todo el sentido que la antigüedad con- sagró a esta palabra veneranda, espresion de la unión estrecha de dos almas perfectamente iguales, como yo se que vos lo sois mió. ¡Con cuantas pruebas me habéis confirmado vuestra amistad sincera! Vo no os be dado otras, que las de la efusión de mi corazón en nues- tro trato y en nuestra correspondencia y la de haberos dedicado una humilde producción mia. ¡ Oh si tuviera como daros pruebas tan grandes de mi amistad como es ella misma! Voy á daros otra, pobre también, como todo lo que yo puedo daros. Pero no dudo que os será grata : porque como yo á vos, vos me conocéis á mí : conocéis perfectamente mi corazón. Ademas, por la elevación de vuestros sentimientos, sabéis apreciar no tanto lo material de un presente, cuanto el afecto con que se os hace. Una traducción será acaso un dou muy corlo, pero el afecto con que se ofrece puede ser muy grande. Así es el mío.Os dedico pues, querido amigo, la traducción de este breve pero interesantísimo trabajo de uno de los jénios de la edad clasica para la Francia, de esta obra grande que tantos encomios de los políticos, de los filósofos y de los literatos lia granjeado á sn autor, de esta obra del evanjelizador de los Reyes, digna de ser grabada en el co- razón de los que gobiernan. La Providencia os lia elevado á un puesto de que sois tanto mas digno, cuanto que nunca lo habéis procurado, que antes lo ha beis rehusado y que, á no ser por una heroica abnegación en obse- quio de vuestra Patria, jamas hubierais aceptado. En fin, formando ahora como formáis una parte muy principal en el Gobierno de vuestra Patria, creo que mi trabajo, .aunque humilde, os podra ser útil, y tanto mas útil, cuanto que las ideas del orijinal son tan conformes á vuestros instintos de rectitud y de justicia. Fcnelon, el amable, el inmortal Fcnelon, compuso el Examen de conciencia sobra los deberes de la dignidad real, para su querido Prín- cipe, yo, ya que incapaz de hacer una obra parecida, siquiera lo traduzco para mi querido amigo. Su autor lo trabajó para un Príncipe cristiano y temeroso de Dios, yo lo vierto para un Ministro igualmente católico y virtuoso. Buenos Ayres, Enero Tí de 1857. l INTRODUCCION DEL TRADUCTOR. I^JJEÍaN VIRTIENDO el orden délo justo, hace tanto que nos ocii- éP&iiñ&Z. pamos constantemente en mirar por el cuerpo de la República, ¿no habrá llegado todavía el tiempo de que miremos por su espíritu? ¿No sera ya tiempo en que, despertando del letargo en que babemos estaco desde la Independencia, abramos en fin los ojos á la luz déla verdac? ¿No será ya tiempo que la lección importante que nos da la historia de la elevación y de la caída de los imperios y Repúblicas, nos instruya también á nosotros, como ha instruido a otros Estados? ¿No será ya tiempo que el grito de nuestra concicticia, superando el eco del trueno espantoso de nuestras revoluciones y de nuestras guerras fratricidas, se haga oir por nosotros mismos para hacer alto en la carrera de nuestros estravíos ? La paz, la dulce, la abundante paz, este don del cielo con que la Providencia nos regala, me parece que nos dice que ya es tiempo; que ya debemos volver sobre nosotros mismos, que ya debemos reconocer el ünico principio y la única base de la pros- peridad de los pueblos : que ya nos debemos arrojar en los brazos de la Rejjion. Esta vuelta, este reconocimiento, este filial abrazo á nuestra madre tierna será el mejor testimonio de nuestra gratitud á la Divinidad por el beneficio de la paz, y la garantía ¿de nuestro porvenir. Ya es pues tiempo que moralizemos las masas, que moralicemos la juventud, que moralizemos las tropas, que moralizemos el comer-r — ix — cío, que moralizamos la prensa, que so morahzen los Gobiernos. Nuestros pueblos no han nido, hasta ahora muy poco, sino odio, ren- cor, venganza; que en adelante no escuchen sino olvido, perdón, fra- ternidad. Nuestros jóvenes en gran parte, no han aprendido sino á olvidarse de Dios y á mirar con indiferencia cuanto concierne á la Refijíoo; que en adelante procuren especialmente el conocimiento del Criador y la práctica de sus creencias. Nuestras tropas han creído que les era permitido poner en almoneda su sangre y su honor en medio de las plazas de los partidos; que cu adelante, abjurando estas sujeslio- nes inmorales, reserven su sangre para los campos do batalla en las guer- ras justas, guarden su puesto para sostener las leves y las autoridades lejílimas, desprecien el oro y prefieran la pobreza para salvar con dignidad la Patria. Nuestro comercio, en alguna parte, ha pensado que con tal de hacer ganancias, aun cuando vendiese su conciencia, aun cuando usase de fraude y engañase a todo el mundo; que sepa en adelante sacrificar ledas las fortunas a un solo acto de virtud, que prefiera la mendicidad honrada á las riquezas arrebatadas. Nues- tra prensa no ha sido, jeneralmcnte, sino un grito continuo, y muy l'uerte, de intolerancia política, de ideas subversivas y de pasiones exaltadas: que en adelante, no se separe un punto de los límites de su misión: «pie no haga sino moralizar e instruir. Nuestros gobiernos no han explotado hasta ahora el elemento rclijioso, antes lo han pos- tergado: nó han aspirado sino á perpetuar su mando, á distinguirse en las intrigas, á suscitar y fomentar partidos, á atacarlos derechos y hollar las leyes, á despreciar el mérito _\ prcíeiir las pasiones, h no urtf de otra política que las parcialidades, los odios, las venganzas; <¡ue tía adelante sea la líelijion el astro que loa guie y su apoyo piin- cipaljj que en adelante depongan el bastón ante la ley, que corlen los Landos, que respeten !a propiedad, que eleven la virtud, que pro- tejan al hombre honrado, que pongan h un lado a los aspirantes, que sean tolerantes, que procuren de todos modos la paz interior y csterior. Los l.uenos i» los malos Gobiernos son el elemento principal de la icliridud ó de las desgracias de los pueblos, de su moralidad ó de su corrupción,do su ilustración ó de su ignoranc a, de su riqueza ó de su po- breza, de su honor ó de su abyección, de su elevación ó de su humi- llación. rtVstl vida ó 'de su muerte. Poroso todos debemos ayudar á — III — los que tienen un cargo de tanta responsabilidad y de tanta transcen- dencia para la sociedad. Esü es el objeto que me propongo en la traducción del Exámen de conciencia sobre los deberes- de la dnjnidad real, compuesto por el gran Ecnelon para el heredero de LuisXIV: me propongo ayudar á los dos gobiernos de las Repúblicas del Plata especialmente. Eti este tra- bajo-interesante del autor del Telémaco encontrarán los qne gobiernan la regla de conducta que deben observar para desempeñar su misión según las exigencias de los pueblos, de su deber y aun de su interés. En el verán la ciencia de que deben estar adornados, la política que deben seguir, la armonia interior y csterior que deben procurar, las personas quedeben emplear, los ministros quedeben elejir, los sujetos de que se deben rodear, el conocimiento del hombre quedeben tener, el modo de adquirir este conocimiento; las declaraciones de guerra, los tratados de paz, las alianzas que deben hacer y el modo como de- ben realizar todo esto. Si moralizando el Telémaco, como dice el Cardenal Maury, vemos desenvueltos los deberes de los gefes de los pueblos asi por las si- tuaciones como por los preceptos; el amor de la justicia en el gobierno de Sesostris; la constancia en medio del infortunio, en la esclavitud de Telémaco en Egipto; el castigo de la tiranía en los remordimientos de Pygmalion,- la protección que exige el comercio, en la historia de Tyro; el respeto denido á la verdad, cu la resolución del hijo de Ulyses, que prefiere a ules la muerte que pronunciar una mentira; las causas de la felicidad pública en la interpretación de las leyes de Minos; el amor de la patria, cu la renuncia que hace Telémaco del trono de Creta y de ras regiones de Arpi por el pequeño reino de Itaca; los estragos de la guerra en la derrota v muerte de liocoris; las ventajas de la paz en la reconciliación de Idomeueo con los Manduríenses; las leyes de comer- cio fundadas sobre la libertad; los inconvenientes del lujo; los regla- mentos de una buena policía; los beneficios inmensos déla agricultura reconocida por el fundamento de la grandeza de los estados, en la des- cripción de Sálenlo; el carácter de un mal ministro en el retrato de Protésilas; los peligros do las prevenciones, en el destierro de ltalcazar y en el llamamiento de Filocles; en fin, la humanidad debida á los vencidos, en la conducta de Telémaco con Elides, Hipias y Adraste Si moralizando, digo, vemos todo esto en la estensa obra que ha iiunoi -9 — IV — talizado á r'cnclon, moralizando también el Examen de conciencia sobre los deberes de la dignidad real, vemos, como compendiadas en él, todas las máximas y doctrinas del Telémaco. • Ojala que, cuando nuestros hombres de estado lean este Examen pongan la mano sobre su conciencia, para ver el estudio que han hecho a fin de desempeñar bien su misión .' ¿ Pero lo leerán siquiera ? ¿ no se alarmará SU ilustración solo con el título de Examen de conciencia ? Y si lo leen, y no se alarman, se escandalizarán al ver quea los hom- bres que gobiernan se les exige la lectura de los libros santos y el re- curso á Dios por medio de la oración ? Mirarán con indiferencia la responsabilidad que pesa sobre ellos por delecto de esta practica ? Yo no losé, pero espero que aun tengan conciencia, y teniéndola, no «lesatenderán á un sabio como Fcnelon, que se ha granjeado el afecto y la admiración de los políticos y aun délos mismos filósofos, precisa- mente por este Examen. 1 ADIE, Monseñor (1) desea mas que yo, que estéis por mu - chos años lejos de los peligros inseparables de la dignidad real. Lo deseo por zelo de la conservación de la sagrada persona del Rey, tan necesaria á su reiuo, y por el de la de Monseñor el Delfín (2): lo deseo por el bien del Estado: lo deseo por vuestro propio bien; porque una de las mayores desgracias que os podría sobrevenir seria la de ser señor de otros en una edad en que aun lo sois muy poco de vos misino- Mas es necesario prepararos desde lejos á los peligros de un citado de que yo pido a Dios os preserve hasta la edad mas avanzada de la vida. El mejor modo de hacer conocer este estado h un Príncipe que teme á Dios y que ama la relijion, es el de hacerle un examen de conciencia sobre los deberes déla dignidad real. Este es el que voy á procurar hacer. (1) . Luis deFrancia, duque de Borgoíía, nielo de Luis XIV, nacido en Versalles el 6 de Agosto de 1682, y muerto XX ° Dclfin de la casa de Fran- cia, en Marli el 18 de Febrero do 1712. (2) . Luis do Francia, hijo do Luis XIV, nacido en Fontainebleau el piimero de Noviembre de 1CG1, y muerto en Mcudonel 11 de Abril de 1711. 4IITIÍ1I.O I»EKI**l<:ilO Dli LA INSTUCCCION NET.KS AHI A 1 mi PHÍ.NCIPK. I. ^MgsJ|3tO>iOCElS bástanle todas las verdades del Cristianismo Vos seréis juzgado por el Evanjclio, como el último de vuestros subditos. Estudiáis vuestros deberes en esta ley divina ? Sufiiríais que un majistradojuzgase los pueblos en vuestro nombre lodos ios días, sin saber vuestras leyes y vuestras ordenanzas, que deben ser la regla desús juicios? Esperáis que Dios sufrirá que vos ignoréis su ley, según la cual é' quiere que viváis y gobernéis su pueblo:' Leéis el Evanjélio sin curiosi- dad, con una docilidad humilde, con un espirita de practica, y volvién- doos contra vos mismo, para condenaros cu todas las cosas queesla ley o» reprende ? II. Os habéis imaginado que el Evangelio no debe serla regla délos reyes como osla de sus subditos; (píela polílica los dispensa de ser humildes, justos, sinceros, moderados, compasivos, prontos h perdonar las injurias ■? Algún ruin y corrompido adulador no os ha dicho, y vos no habéis sido gustoso en creer que los reyes no deben manejarsexm sus Estados, sino ñor ciertas máximas de arrogancia, de dureza, de disimulación, elevándose sobre las reglas comunes déla justicia y de la humsmidad ?— * — III. En todo género, no habéis buscado los consejeros mas dis- puestos a lisonjearos en vuestras máximas de ambición, de vanidad, de fausto, de molicie y de artificio ? Habéis escachado ú los hombres firmes y desinteresados, que, no deseando nada de vos, y no dejándose deslumhrar por vuestra grandeza, cuando por ventura os habrán di- cho la verdad, y os habrán contrariado para impediros el cometer faltas ? JNo os habéis escondido en los mas ocultos pliegues de vuestro corazón, por no ver el bien que no habíais procurado hacer, porque os habría costado mucho ei practicarlo; y no habéis buscado razones para esc usar el mal á que vuestra inclinación os llevaba ? v. No habéis descuidado la oración para pedir á Dios el conocimiento desús designios sobre vos? Habéis solicitado en ella la gracia p?ra aprovechar en vuestras lecturas ? Si os habéis descuidado en la ora- ción, os habéis hacho culpable de todas las ignorancias en que ha! -ís vivido, y de que el espíritu de oración os habria sacado. Es poco leer las verdades eternas, si no se ora para obtener el don de entenderlas bien. No habiendo orado como se debe, habéis merecido las tinieblas en que Diosos ha dejado, sobre la corrección de vuestros defectos, y sobre el cumplimiento de vuestros deberes. Asi la negligencia, el tedio y la distracción voluntaria en la ( '-ación, que pasan de ordinario como las mas ligeras de todas las falla;-, son nada menos que el verdadero origen de la ignorancia y déla c ^jedad funesta en que viven la ma- yor parle de los Príncipes. VI. Habéis escojido para vuestro consejo de conciencia los hombres mas piadosos, los mas firmes y los mas ilustrados, Como se hnsca£ les mejores generales de lo»egercitospara mandar las tropas durante la — » — guerra , y los mejores médicos cuando sobreviene una enferme- dad ? Habéis compuesto este consejo de muchas personas, á fin que el uno pueda preservaros de las prevenciones del otro; porque todo hombre, por recto y hábil que pueda ser, es siempre capas (¡epreví li- ción ? Habéis temido losjinconvcnieiites que hay en entregarse á un solo hombre? Habéis dado á este consejo una entera libertad de manió festaros, sin ningún cumplimiento, toda la estension de vuestras obli- gaciones de conciencia f VII. Habéis trabajado por instruiros en las leyes, costumbres y usos del reino ? El Rey (í) es el primer juez de su Estado: él os quien hace las leyes; él es quien las interpreta en casos DCi n ios; él es quien juzga frecuentemente en su consejo, según las leyes ¡ue ha establecido ó que ha encontrado establecidas desde antes de su reinado; él esquíen dt&e dirijir á lodos los otros jueces: en una palabra, su misión es estar á la cabeza de toda la justicia en tiempo de paz, como estara la cabeza de los egércilos en tiempo de guerra; y como la guerra no debe hacerse sino con desagrado, por el menos tiempo que sea posible, y con la mira de una paz constante, se sigue que la misión de mandar los ejércitos no es sino una función pasajera, forzada y triste para los buenos Reycs¿ en vez que la de juzgar los pueblos, y velar sobre todos los jueces, es su función natural, esencial, ordinaria é inseparable de la dignidad real. Juzgar bien, es juzgar según las leyes; paia juzgar según las leyes, es necesario saberlas. Las sabéis vos, y estáis en estado de encaminará los jueces que las ignoran ? Conocéis bastante los principios de la ju- risprudencia, para estar fácilmente en el caso cuando se ofrezca uu asunte ? Eslais en estado de discernir entre vuestros consejeros, cuales son los que os lisonjean, y cuales los que no lo hacen; cuales los que siguen religiosamente las leyes y "cuales los que quisieran acomodarlas (i) Entre nosotros demócratas, en donde la soberanía del pueblo esta representada y ejercida, no por un solo hombre como en las monarquías, sino por los tres poderes lcjislati vo, judicial y ejecutivo, so aplicará ¡o quo en esle párrafo concierne solo al rey, á cada poder respectivo según sus atribuciones, Fenelon habla asi, porque so dirigía á un Principe que podría ser algún di* «1 monarca de la Francia.— * — — . — 111. Ed todo género, no habéis buscado loa consejeros mas dis - pueblos a lisonjearos en vuestras máximas tic ambición, de vanidad, de fausto, de molicie y de artificio ? Habéis escuchado á los hombres firmes y desinteresados, que, no descando nada de vos, y no dejándose deslumhrar por vuestra grandeza, cuando por ventura os habrán di- cho la verdad, y os habrán contrariado para impediros el cometer faltas ? IV. ' IS'o os habéis escondido en los mas ocultos pliegues de vuestro corazón, por no ver el bien que no habíais procurado hacer, porque os habría costado mucho ei practicarlo; y no habéis buscado razones para escusar el mal á que vuestra inclinación os llevaba ? V. No habéis descuidado ¡a oración para pedir á Dios el conocimiento desús designios sobre vos? Habéis solicitado en ella la gracia p?ra aprovechar en vuestras lecturas? Si os habéis descuidado en la ora- cíod, os habéis herbó culpable de todas las ignorancias en que ha! as vivido, y de que el espíritu de oración os habría sacado. Es poco leer Us verdades eternas, si no se ora para obtener el don de entenderlas bien. No habiendo orado como se debe, habéis merecido las tinieblas en que Diosos ha dejado, sobre la corrección de vuestros defectos, y Sobre el cumplimiento de vuestros deberes. Asi la negligencia, el tedio y la distracción voluntaria en la oración, que pasan de ordinario como las mas ligeras de todas las falta», -nn nada menos que el verdadero origen de la ¡gaorancia y de la ceguedad funesta en que viven la ma- yor parte de los Principes. Habéis escojido para vuestro consejo de conciencia los hombres mas piadosos, los mas firmes y los mas ilustrados, como se liuscjj los mejores generales de losegercitospara mandar las tropas durante ta guerra , y los mejores médicos cuando sobreviene una enferme- dad ? Habéis compuesto este consejo de muchas personas, á fin que el uno pueda preservaros de las prevenciones del otro; porque todo hombre, por recto y hábil quepueJj ser, es .siempre capaz de*prevín- cion ? Habéis temido losjinconvcnieutes que hay en entregarse á un soio hombre? Habéis dado á este consejo una entera libertad de mani- festaros, sin ningún cumplimiento, toda la ostensión de vuestras obli- gaciones de conciencia ? Vil. Habéis trabajado por instruiros eu las leyes, costumbres y usos del reino? El Rey (i) es el primer juez de su F.st.ado: él es qt.ien hace las leyes; él es quien las interpreta en casos necesarios; él es quien juzga frecuentemente cu su consejo, según las leyes ,ue ha establecido ó que ha encontrado establecidas desde antes, de SU reinado; él esquíen dt.be dirijir á todos los otros jueces: en una palabra, sumisión es estar ala cabeza de toda la justicia en tiempo de paz, como estar i» la cabeza de los egereilos en tiempo de guerra; y como la guerra no debe hacerse sino con desagrado, por el menos tiempo quesea posible, y con la mira de una paz constante, se sigue <]uela misión de mandar los ejércitos no es sino una función pasajera, forzada y triste para los buenos Reyes¿ e» vez que la de juzgar los pueblos, y velar sobre lodos los jueces, es su función natural, esencial, ordinaria é inseparable de la dignidad real. Juzgar bien, es juzgar según las leyes; paia juzgar segun las leyes, es necesario saberlas. Las sabéis vos, y estáis en estado de encaminar á los jueces que las ignoran ? Conocéis bastante los principios de la ju- risprudencia, para estar fácilmente en el caso cuando se ofrezca un asunto ? Estáis en estado de discernir entre vuestros consejeros, cuales son los que os lisonjean, y cuales los que no lo hacen; cuales los que sigucu relijiosaincnle las leyes y "cuales los que quisieran acomodarías (1) Entre nosotros demócratas, en donde la soberanía del pueblo esti representada y ejercida, no por un solo hombre como en \as monarquías, sino por los tres poderes lejislati vo, judicial y ejecutivo, so aplicará ¡o quo en este párrafo concierne solo al rey, á cada poder respectivo segun sus atribuciones. Fenelon habla asi, porque so dirigía a un Príncipe que podría ser algún di« «d monarca de la Francia.de una manera arbitraria según sus miras ? Ni digáis que vos seguid la mayoría de los volos, porqué, aun en el caso de sufragios, en vues- tro consejo, donde vuestra opinión debe decidir, no hacéis parte de él sino como un presidente de un consejo, vos sois el único juez verda- dero; vuestros consejeros de Estado o ministros no son sino simples consultores; vos solo sois ol que decidís efectivamente. El voto de un solo hombre de bien é ilustrado debe ser preferido rauclias veces al de diez jueces timidos y débiles, ó preocupados y corrompidos. Este es el caso en que mas vale pesar, que contar los volos. WMME- Habéis estudiado la verdadera forma del gobierno de vuestro Reino ? No es bastante saber las leyes que reglan la propiedad do las tierras y otros bienes entre los particulares; esta es por cierto la menor parte de la justicia: se trata de la que debéis guardar entre vos y vues- tra nación, entre vos y vuestros vecinos. Habéis estudiado seriamente lo que se llama Derecho de gentes ? derecho que es tanto menos per- mitido que lo ignore un Rey, cnanto que es el derecho que regla su con- ducta en sus mas importantes funciones, y cuanto que este derecho se reduce á los principios mas evidentes del derecho natural para todo el género humano. Habéis estudiado las leyes fundamentales y las cos- tumbres constantes que tienen fuerza «le ley para el gobierno general de vuestra nación particular .1 Habéis procurado conocer, sin lisonjea- ros, cuales son los ¡imites de vuestra autoridad ? Sabéis por cuales formas se ha gobernado el reino bajo las diversas razas; lo que eran los antiguos Parlamentos, y los Estados generales que les han su- cedido; cual era la subordinación de los feudos; como han pasado las cosas al estado presente; sobre que eslá fundado este cambio; lo que es la anarquía; lo que es el poder arbitrario, y lo que es la dignidad real reglada por las leyes, medio entre los dos estrenaos ? Sufriríais que un juez juzgase sin saber la ordenanza, y que un general de ejercito man* dase sin saber el arle militar ? Creis que Dios sufra que vos reinéis, si reináis sin estar instruido de lo que debe limitar y reglar vuestro poder? No es pues conveniente mirar el estudio de la historia, de las costum- bres y de todos, los pormenores de la antigua forma de gobierno, como una curiosidad indiferente, sino como un deber de la dignidad real. I 1 . No es bastante saber lo pasado; es necesario Conocer lo presente. Sabéis el número de habitantes que componen vuestra nación, cuantos hombres, cuantas mugeces; cuantos labradores, cuantos artesanos, cuantos comerciantes; cuantos sacerdotes y religiosos, cuantos nobles y militares ? Qué se diria de un pastor que no supiese el número de sus ovejas? Le es tan fácil á un Rey saber el número de su pueblo.- no hay sino que él lo quiera. El debe saber si hay suficientes labradores; si hay, en proporción, mayor número «le otros artesanos, de oficiales, de mi- litares á cargo del Estado. El debe conocer el natura] de los habitan- tes de sus diferentes provincias, sus usos principales, sus franquicias, su comercio, y las leyes do sus diversos Iniíicos dentro y fuera del rei- no. El debe conocer los diferentes tribunales establecidos en cada provincia, los derechos de impuestos, los abusos de estos impuestos, etc. De otro modo no sabrá el valor de la mayor parte de las cosas que pasaran por delante de sus ojos; sus ministros le impondrán fácil- mente a todas horas; él creerá ver todo, y no verá nada sino á medias. Un rey ignorante sobre todas las cosas, no es sino medio Rey: su ig,- norancia lo pone en estado de no poder enderezar lo que vá torcido: su ignorancia hace mas mnl <]iie la corrupción de los hombres que go- biernan con dependencia de él.* DíX UMffM Ql'E UN MUMCtPE DBBK i si s $UBMTOiS. Edie.c ordinariamente á los Heves que olios no tienen que te- mor tanto los vicios dolos [(articularos, como los defectos á que ellos se abandonan en las ('unciónos reales. Por m:, yo digo resuel- tamente lo contrario y sostengo que lodas sus fallasen la vida mas priva- da son de una consecuencia infinita para la dignidad real. Examinad pues vuestras costumbres una poruña. Los subditos son unos serviles imi- tadores de su Principo, sobre todo en las cosas que lisonjean sus pa siones. Les habéis dado el mal ejemplo de un amor indonesio y crimi- nal ? Silo habéis hecho, vuestra autoridad há puesto en honor la in- famia; habéis roto la barrera «leí pudor y déla honestidad; habéis he- cho triunfar el vicio y la impudencia; habéis ensoñado á vuestros subdi- tos á no ruborizarse yá de lo que es vergonzoso: lección funesta que ellos no olvidarán jamas! Valdría rnas, dice Jesucristo, ser arrojado con una piedra de molino al cuelloy al fondo de los abismos de la mar, que haber escandalizado al menor de tos pequeños. Cuanto es pues el es- cándalo de un Rey que muestra el vicio sentado con él sobre su trono, no solamente á todos sus subditos, sino también a lodas las corles y a todas las naciones del mundo conocido ! El vicio es por sí mismo un veneno contagioso; el genero humano esl.iiempre propensoá reci- bí t ésté contagio; no tiende por sus inclinaciones, sino á sacudir el yugo de lodo pudor. Una chispa causa un incendio, una acción de un— ÍO — Rey se reproducé frééáemúsóá¿íüa y forma mía cadena de crímenes, que se estimule 4 muchas naciones y í muchos siglos. No habéis dado estos mortales ejemplos ? Puede ser que creáis que vuestros desordenes es- tán ocultos. No, el mal jamas está secreto en los Principes. El bien puede estarlo, por qucdífícílmeutc se cree que en ellos sea verdadero, mas para el mal, se le adivina, se le cree por las menores sospechas. El publico penetra lodo; y frecuentemente, cuando el Principe se lison- jea que sus fhquezas son ignoradas, él es el único que no sabe de cuan- tas criticas malignas son ellas el blanco. En él, lodo trato equivoco y sugeio á esplicacion, toda apariencia de galantería, todo aire apasiona- do ó divertido causa un escándalo, y conduce mucho á alterar las cos- tumbres de toda una nación. No habéis autorizado una libertad inmodesta en las muge-es ? no las admitís en vuestra corte sino por verdadera necesidad i' no están ellas sino cerca de la Reyna ó de las Princesas de vuestra casa ¿ Ele- gís para estos puestos mugeres de una edad madura y de una virtud probada? Escluis de estos puestos á las jóvenes de una belleza que se- ria un lazo para vos y para vuestros cortesanos ? Seria mejor que tales personas ge conservasen en una vida retirada en medio do sus familias, lejos de la Corte. Habéis escluido de vuestra corte todas las damas que no son necesarias para la asistencia de las Princesas ? Habeit cuidado proceder de tal suerte que las Princesas mismas sean modestas, reti- radas y de una conducta, regular en todo ? En disminuyendo el núme- ro de mugeres de la corte, y eligiéndolas lo mejor que os baya sido posible, habeos tenido cuidado de separar lasque introducen liberta- des peligrosas, o impedir que los coi tésanos corrompidos no las vean en particular, fuera de las horas en que se reúne toda la Corte ? Todas estas precauciones parecen no obstante escrúpulos y severidades exa- geradas: mas, si se remonta á los tiempos que han precedido a Eran- cisco I. ° , se encontrará qjje antes de la licencia escandalosa introdu- cida por este Principe, las mugeres de la primera clase', sobre lodo las que eran jóvenes y bellas, no iban á la corte: raras veces comparecían a lo mas para ¡r a prestar sus deberes á la Reyna; fuera de eslo su ho- nor estaba en permanecer en el campo con sus familias. Este gran — 11 — humero de mugeres que andan libremente por todas partes en la corta es un abuso monstruoso, á que han acostumbrado la nación. No ha- béis autorizado esta perniciosa costumbre ? No habéis traído, ó con- servado por alguna distinción en vuestra corte, alguna muger de una conducta actualmente sospechosa, d que al menos haya otras veces des- edificado el mundo ? No es cu la corle que estas personas profanas deben hacer penitencia. Que vayan ú hacerla en los retiros si son libres 0 en sus familias si son casadas. Mas separad de vuestra corte todo lo que no ha sido regular, pues que vos debéis elegir entre todas estas mujeres de calidad de vuestro Reino; para llenar los puestos. XI*. Habéis tenido cuidado de reprimir el lujqy contener la rariedad rui- nosa de las modas? Eslo es lo que corrompe á la mayor parle de las mu- geres: ellas se presentan en I» Corte haciendo gastos que no puedeu sostener sui crimen. El lujo aumenta en ellas la pasión de agradar; y esta pasión por agradar se dirige principalmente á tender lazos al Rey. Era necesario que él fuese insensible é invulnerable, para resistir á todas estas mugeres perniciosas que tiene al rededor de sí: esta es una ocasión siempre próxima en que él se pone. Habéis tolerado que per- sonas las mas vanas y las mas pródigas hayan inventado nuevas mo- das para aumentar los gastos? Habéis contribuido vos mismo á un tan grave mal, por una magnillcencia excesiva ? Aun cuando vos seáis Rey, debéis evitar lodo lo que cuesta mucho, y que otros querrian tener co- mo vos. Es inútil alegar, que ninguno de vuestros stibdit ís debe per- mitirse un eslerior que no conviene sino á vos: los Principes que os tratan de cerca querrán hacer casi lo mismo que vos hiciereis; los grandes señores se estimularan á imitará los Principes; los gentiles hombres querrán ser como los señores; los hacendistas escederan á los señores mismos; los de la clase media querrán seguir los vestigios de lo¿ hacendistas, que los inri visto salir del cieno. Nadie se mide, ni se arregla. De vecino en vecino el lujo pasa, como por un tamiz imper- ceptible, de la mas alta condición hasta la hez del pueblo. Si vos te- neis bordados, los ayudas de cámara los llevarán. El único medio de cortar el lujo, es dar vos mismo el ejemplo que San Luis daba de una gran simplicidad. Lo habéis dado eu todo, este ejemplo tan necesario ?— ñW — Pío es bastante darlo en los vestidos, es necesario dafdtf en machia,, en boato, en raesas, en edificios. Recordad como estaban alojados y amueblados los Reyes vuestros predecesores, recordad cuales eran sus comidas y sus carruages; quedareis pasmado riel lujo en que noso- tros habernos caído. Hay hoy dia mas carrozas de á seis caballos en Pa- rís, que muías habia ahora cien años. No tenia cada uno ni ima cámara; un solo aposento bastaba, con muchas camas, para muchos personas: ahora ninguno puede jasarlo sin hileras de vastos departamentos; cada uno quiere tener jardines en donde se le revuelva toda la tierra, chor- ros de agua, estatuas, cercas inmensas, casas cuya conservación exce- de las rentas de las tierras en que están situadas. De donde viene todo esto ? Del ejemplo de uno solo. El ejemplo solo puede enderezarlas costumdres de toda la nación. Vemos lambien nosotros que la locura de nuestras modas es contagiosa para lodos nuestros vecinos. Toda la Europa, tan zelosa de la Francia, no puede por menos que someterse seriamente á nuestras leyes en lo que nosotros tenemos de mas frivo- lo y de mas pernicioso. Tal es pues la fuerza del ejemplo del Princi- pe: él solo puede, por su moderación, volver á traer al buen sentido á sus propios pueblos y a los pueblos vecinos; pues que él lo puede, él lo debe sin duda: lo lrabeis hecho ? iumm* No habéis dado algún mal ejemplo, ó con palabras demasiado libres, d con chanzas picantes, ó con maneras indecentes de hablar «obre la religión ? Los cortesanos son imitadores serviles, que se glo- rían en tener lodos los defectos del Prineipe. Habéis reprimido la irreligión aun en las menores palabras con (pie se haya querido insinuar? Habéis bocho sentir vuestra sincera indignación contra la impiedad ? No habéis dejado que se trasluzca alguna duda ? No, habéis sido nunca impedido por-una mala vergüenza, que os haya hecho avergonzaros del Evangelio ? Habéis mostrado, por vuestros discursos y por vuestras- acciones, vuestra fé sincera y vuestro celo por el cristianismo ? Os ha- betsservido de vuestra autoridad para hacer callar a la irreligión? Habéis rechazado con horror las chanzas inmodestas, los discurso» equívocos, y todas Jas otras demostraciones de libcrlinage? ARTICULO TERCERO. f D« LA JUSTICIA Qt7» HK8K PRKSIDIR Á TODOS I.OK ACTOS »RI (¿OBIRRNO. XIV. ^sR!3S5'() halieis tomado onda á ninguno de vuestros subditos por pura ayan sido verdadera- mente libres? Es cierto que los pueblos están obligados á la defensa del Estado; pero no es sino en las guerras justas y absolutamente ne- cesarias: y aún en este caso seria necesario que se escogiesen en cada pueblccillo los jóvenes solteros cuya ausencia no perjudicase en nada a la labranza, ni al comercio, ni a las otras artes necesarias, y qne no tuvieran familia qne sostener: y seria necesario una fidelidad inviola- ble para darles su licencia después de un corto numero de años de ser- vicio, de suerte que viniesen otiosá relevarlos y servir á su vez. Pero dejar tomar los hombres sin elección, y contra su voluntad; hacer su- frir y muchas veces perecer á toda una familia abandonada por su gefe; arrancar al labrador de su arado, tenerlo diez, quince años en el ser- vicio, donde él perece frecuentemente de miseria en hospitales despro- vistos délos socorros necesarios; romperle la cabeza, ó cortarle la na* riz si deserta: esto es lo que nada puede escusar ni delante de Dios, bí delante de los hombres Habéis tenido cuidado de dar la libertad a cada uno de los que están en galeras inmediatamente después del termino prefijado por la justicia para su castigo ? El estado de estos hombres es horroroso; nada mas inhumano q.ue prolongarles su situación mas allá del ter- mino. Y no digáis que faltaran hombres para las galeras, si so observa esta justicia; la justicia es preferible á las galeras. No debe contarse por verdadero y real poder, sino el que tenéis sin faltar a la justicia y sin tomar lo que no es vuestro. XXV. Dais á vuestras tropas el sueldo necesario para vivir sin el pillaje ? Si no lo hacéis las ponéis en una necesidad evidente de cometerro- bos y violencias que al parecer vos prohibís. Las castigareis por haber hecho lo que sabéis que no podrían por menos de hacer, y falta sin la cual vuestro servicio seria abandonado ? Por otra parte, las dejareis de castigar cuando ellas cometan publicamente latrocinios contra vues- tras prohibiciones ? Vo» mismo hacéis las leyes despreciables, y tole- rareis no obstante quesea burlada tan indignamente vuestra autoridad? Estaréis en contradicción con vos mismo; y sin embargo vuestra auto- ridad no será sino un juego engañador para parecer reprimir «el desor- den y para serviros de él á cada momento? Que disciplina ni que orden hay que esperar en unas tropas cuyos oficiales no pueden vivir sino robando á los subditos del Rey, violando ii todas horas sus ordenanzas, toma mi o por fuerza y con engaños á los hombres para enrolarlos; cu-r yos soldados se mueren de hambre, sino se hacen acreedores diaria^- mente á ser colgados ? XXVI. No habéis hecho alguna injusticia á las naciones estrangeras ? Se prende á un pobre infeliz por tomar un doblón en un camino, en sunecesidad es trema; y se Ufela de héroe á un hombre que hace conquis- tas, es decir, que subyuga injustamente los painel de un estado veci- no! La usurpación de iin prado ó di- una viña es considerada como no pecado irremisible en el juicio d« Dios, a no ser que se restituya, y se tiene en nada la usurpación de ciudades y provinciss! Tomar un campo a un particular es un gran picado: tomar un gran pais á una nación es una acción ¡nocente y gloriosa ! x\ donde están pues las ideas de justicia ? Dios juzgará asi ? E.¿istiniasti ¡ñique quud ero tui stfiiilis. So debe ser menos justo cu lo grande que en lo pequeño ? La justicia uo"es justicia cuando so trata de grandes interese» ? Los millones de hombres que componen una nación son menos nuestros hermanos, que un solo hombre!' La injusticia que no se osaria hacer por un campo á un hombre solo, no se tendía escrúpulo de hacerse a millones de hom- bres en un pais entero!' Todo cuanto se toma por pura conquista es pues tomado muy in • justamente, y debe ser restituido; to lo cuanto se toma en una guerra emprendida sin justa causa, es también lo mismo y está sujeto a ia misma obligación. Los tratados de paz no os escusan de nada, cuando vos sois el mas fuerte y habéis- reducido á vuestros vecinos h firmar- los para evitar mayores males; entonces ellos los firmo», como cuan- do un particular entrega su bolsa á un ladrón que 1»: pone la pistola al cuello. La guerra que habéis comenzado sin justos títulos, y que ha- béis sostenido con resultado, lejos de poneros en seguridad de con- ciencia, os obliga, no solamente á la restitución de los paises usurpa- dos, sinó también á la reparación de todos los daños causados sin ra- zón á vuestros vecinos. Los tratados de paz deben considerarse nulos, no solamente en las cosas injustas que Fa violencia ha hecho pasar, sinó también en todo aquello en que podéis haber mezclado algún artificio y algún tér- mino ambiguo, para prevaleres de él en ocasiones favorables. Vuestro enemigo es vuestro hermano; vos no podéis olvidar esto sin olvidar fa humanidad. Jamas os es permitido hacerle mal, cuando podéis evitarlo sin ofenderle; ni jamas podéis reportar ninguna ventaja contra él, sinó por medio de las armas en la esti gma necesidad. En los arreglos de paz, no se trata de armas ni de guana; no se trata sinó de paz, de justicia, de humanidad y de buena f'é. Ls aun mas infame y mas rn- Miail engañaren ua tratado de paz á un pueblo vecino, quecagntrar — K% — en un contrato a un particular. Poner en un tratado lórniinos ambi- guos y capciosos, es preparar simientos de guerra para el porvenir, es colocar barriles de pólvora en la casa que se habita- Cuando ha habido cuestión de guerra, habéis desde luego exa- minado y hecho examinar vuestro (brocho por las personas mas inteli- gentes y menos capaces de lisonjearos ? Habéis desconfiado de loa consejos de ciertos ministros, que tienen interés en comprometeros en la guerra, 0 q'al menos procuran lisonjear vuestras pasiones, para así conseguir el comentar las suyas? Habéis buscado las razones que pueden estar en contra de vos? Habéis escuchado con aceptación á los que oslas han profundizado? Os habéis tomado el tiempo nece.sai¡o para sa- ber los sentimientos de todos vuestros mas sabios consejeros, sin pre- venirlos? * No habéis mirado vuestra gloria personal como una razón para emprender alguna cosa, por no pasar la vi.il a sin distinguiros de los otros Príncipes ? Como si los Príncipes pudiesen obtener ninguna glo- riasólida perturbando la felicidad de los pueblos, de que ellos deberían ser los padres ! Como si un padre pudiese hecerse estimable por las acciones con que hace desgraciados á sus hijos ! Como si un Rey tu- viese que esperar ninguna gloria sinó por su virtud, es decir, por su justicia y por el buen gobierno de su pueblo ! No habéis creído que la guerra sea necesaria por conseguir algunos puntos que os serian venta- josos, y que asegurarían vuestra frontera? Cslraña regla! Por ¡as conve- niencias se irá poco á poco basta la China. La segundad de una frontera puede conseguirse sin apoderarse de los bienes de otro: fortificad vuestras propias plazas y r.o usurpéis las de vuestros vecinos. Ouerriais q' un vecino vuestro os lomase todo lo que él creyera cómodo paca su seguridad ? Vuestra seguridad no es un título de pro, reáad sobre los bienes de otro. La verdadera seguridad para vos, es ser justo; es conservar buenos aliados por una conducta recta y moderada, es tener un pueblo pode- roso bien nutrido, bien afecto y bien disciplinado. Pero qué puede haber, de mas contrario n vuestra seguridad quehacer esperimeDtar á vuestros vecinos que ellos no la podrán tener jamas con vos, y que vos estáis siempre dispuesto á lomr.:!es cuanto os acomode?Habéis examinado bien si la guerra de que se trataba era necesaria a Vuestros pueblos ? Por ventura no se trataba sino de alguna preten- sión sobre una sucesión que vos mirabais personalmente; vuestros pue- blos no teman ningún ínteres real. Que les importa á elki9 que vos tengáis una provincia de mas? Ellos pueden por alecto que os profe- sen, si vos los tratáis como padre, bacer algún esfuerzo para ayuda- ros á recoger las sucesiones de Estados que os son debidos legítima- mente: mas podréis vos abrumarlos de impuestos á pesar suyo, á fin de conseguir los fondos necesarios para una guerra *que no les es útil en nada? Afín mas, suponed todavía (pie esta guerra mire precisamente al Estado, ves habéis debido mirar si es mas útil que perjudicial : es necesario comparar los frutos que se podrían reportar, d los menos males que se podrían temer si ella no se hiciese, coa los inconvenien- tes que resultarían si se hiciese. Aún hechas todas las compensaciones con la major exactitud, casi no hay guerra por mas felizmente que termine, que no haga mucho mas mal que bien al Estado. No hay siiní que considerar cuantas fa- milias arruina, cuantos hombres sacrifica, cuanto devasta los países, cuanto desordena «ti Estado, cuanto trastorna las leyes, cuanto auto- riza la licencia, cuantos año? serian necesarios para reparar los males contrarios á la buena política de un Estado que ocasionan dos años de guerra. Ningún hombre sensato, y que tratase sin pasión, preferiría el pleito mas bien fundado según las leyes, si estuviese cierto que es- te pleito, aún ganándolo, haria mas mal que bien á la numerosa fa- milia que debia sostener! Esta justa compensación de los males y de los bienes de la guerra determinaría siempre a un buen Rey a evitar la guerra, á causa de sus funestas consecuencias: porque en donde están los bienes que podrían equilibrar tantos males inevitables, sin hablar de los peligros de un mal suceso? No puede haber sino un solo caso en que la guerra, no obstante todos sus males, se haga necesaria: y es cuando no podría evitarse sin dejar de dar grandes ventajas á un enemigo injusto, in- trigante y poderoso. Entonces queriendo por cobardía evitar la gue- rra, se caería todavía mas desgraciadamente; se haria una paz que no sena paz, y que no tendría sino una apariencia engañadora. Eutonccs — es — á pesar propio, es necesario hacer vigorosamente la guerra, porel .le- seo sincero de una buena y constante paz. Pero este caso único es mas raro délo que se imagina; y frecuentemente se le cree real, cuando no es sino muy quimérico. Cuando un Rey es justo, sincero, inviolablemente fiel á lodos sus aliados, y poderoso en su pais por un Gobierno sabio, hay con que re- piimir lo bastante a los vecinos inquietos e injustos que quieren ala - car: hay el amor desús pueblos y la confianza de sus vecinos; todo el mundo está interesado en sostenerlo. Si su causa es justa, no hay sino que servirse de todos los medios mas suaves antes de comenzar la guerra. El puede, estando ya poderosamente armado, presentar cier- tos vecinos neutrales y desinteresados para que se les oiga, tomar al- guna cosa sobre si en obsequio de la -paz, evitar ledo lo que puede agriar los espíritus, y tentar toda* las vías do un arreglo. Si todo esto no sirve de nada, se hará la guerra con mas confianza en la protec- ción de Dios, con máscelo de sus subditos, con mas recursos de sus aliados. Mas será muy raro que se vea obligado á hacer la guerra con tales medidas. Las tres cuartas partes de las guerras no se han hecho sino por arrogancia, por delicadeza, por ambición, por precipitación. Habéis sido fiel en guardar la palabra á vuestros enemigos en las ca« {titulaciones, en los tratados, ele ? Hay las leyes de la guerra, que es necesario guardarlas no menos religiosamente que las de la paz. Aún en tiempo de guerra, queda un cierto derecho de gentes que es el fondo de la humanidad misma: este es un vínculo sagrado é inviolable entre los pueblos, que ninguna guerra puede romper; de otro modo la guerra no seria masque un pillago inhumano, una sucesión perpetua de traicio- nes, de asesínalos, de abominaciones y de barbaries. 1 os no debéis ba- cer á vuestros enemigos sino lo que vos eréis que ellos os deben hacer ii vos. Hay violencias y astucias de guerra que son recíprocas, y á las «uales cada uno se atiene. En una palabra, es necesaria buena fe y hu- manidad entera. No es permitido volver fraude por fraude. No es per- mitido, por ejemplo, dar su palabra con la mira de faltar i) ella. Ademas de esto, durante la guerra entre dos naciones independien- tes la una de la otra, la corona mas noble 6 la mas poderosa no debo v— »« — tli>¡.cnsarso «le llevar con igualdad lodas las leyes comunes de la gue- rra, lín Príncipe que juega con un hombre vulgar no debe observar menos que él las leyes del juego: desde quejuega con él, viene á que- dar su igual, para el juego solamente: Un Príncipe el mas elevado y el mas poderoso debe preciarse de ser el mas bel en seguir las reglas respecto de las contribuciones, que ponen á sus pueblos á cubierto del pillaje, de los des) rozos y de los incendios; respecto de los tratados, de las capitulaciones, etc. xxx. No es bastante guardar las capitulaciones con los enemigos; es ne- cesario ademas guardarlas con los pueblos conquistados. Gomo de- béis guardar vneslra palabra á !a guarnición enemiga que se retira de una ciudad lomada, y no serviros de ninguna superchería con términos ambiguos, del mismo modo debéis guardar vuestra palabra al pueblo de esta ciudad y de sus dependencias. Que importa con respecto al pueblo que hayáis prometido á este ó aquel las condiciones:1 que sea a él á á ia guarnición, todo es igual. Lo que es cierto es que habéis pro- metido condiciones relativas a este pueblo; á vos corresponde guar- darlas inviolablemente. 0u'<-'r' podra liarse de vos, si falláis? Que cosa •sagrada podrá haber, si no lo es una prcmesa tan solemner Es por un contrato que habéis hecho subditos vuestros á estos pueblos; co- menzareis por violar vuestro título fundamental ? Ellos no os deben obediencia, sino según este contrato ; y si vos lo violáis, no merecéis que ellos lo observen. XXXI. Durante la guerra no habéis hecho males inútiles á vuestros ene- migos i' Estos enemigos son siempre hombres, son siempre vuestros hermanos, si vos mismo sois verdadero hombre. Vos no les debeú hacer sino los males de que no podéis prescindir para poneros a. salvo de los que ellos os preparan, y para reducirlos á uoa paz justa. No habéis iuvenlado ó introducido, solo por hacer mal, y por pasión ó por arrogancia, nuevos géneros de bostilidad ? No babeis auto rúa do las matanzas, los incendios, los sacrilegios, los atentados que no bao ■ decidido de nada, sin los cuales podíais haber defendido vuestra causa, y los cuales no obstante vuestros enemigos han continuado del mismo modo sus esfuerzos contra vos ? Vos debéis dar cuenta á Dios, y re- parar, según toda la ostensión de vuestro poder, lodos los males que 1.abéis autorizado y que se han hecho siu necesidad. Habéis ejecutado puntualmente los tratados de paz ? No los ha- béis violado junas bajo prelestos especiosos ? Con respecto á los artí- culos de los antiguos tratados de paz que son ambiguos, en vez de sa- car motivos de guerra, se deben interpretar por la práctica que les ha seguido inmediatamente. Esta práctica inmediata es la interpretación infalible de las palabras .- las partes, inmediatamente después del tra- tado, se entendían entre sí perfectamente; ellas sabían mejor entóneos lo que habían querido decir, y lo que no se puede saber después de 50 anos. De este modo la posesión es decisiva á este respecto; y que- rer oscurecerla, es querer eludir lo que hay de mas cierto y de mas inviolable en el género humano. Respecto de los tratados contra los cuales se intenta proceder con razones de jurisprudencia particular, es necesario observar tres cosas. 1. 50 Desde que se admite la sucesión para los Estados, deben someterse las costumbres y jurisprudencias de países particulares al derecho de gentes, que les es infinitamente superior, y á la fé inviola- ble de los tratados de paz, que son el único fundamento de la seguri- dad déla naturaleza humana. Sería justo que una costumbre particu- cular impidiese la paz necesaria á la salud de toda la Europa ? Como la policía de una ciudad debe cederá las necesidades esenciales de todo el Estado, del cual ella no es sino un miembro; del mismo modo las jurisprudencias de provincias deben desaparecer, desde que se trata de este derecho de las naciones y de la segundad de sus alianzas. 2." Dos Principes soberanos, que hacen sus tratados solemnes, los hacen en nombre de sus naciones enteras, y con las formasen uso de sus tiempos, para darles toda la auloridaJ mas suprema délas leyes. Asi, a este respecto, ellos-derogan las leyes particulares de las provincias. 3." Si una vez se permite,J>ajo algún pretesto, por mas especioso que pueda ser, aun de las leyes particulares, alterarlos tratados de— *« — paz, se hallarán todos los días sutilezas tic jurisprudencia para anular toilos los canges, cesiones, donaciones, compensaciones y otros pac- tos, sobre los cuales están fundadas la seguridad y la paz del mundo. La guerra vendrá á ser un mal sin remedio. Los tratados no srsran actos válidos, sino hasta que se tenga una ocasión favorable de volver a co- menzar la guerra. La paz no será sino una tregua, y aún una tregua de una duración incierta. Todos los limitas de los Estados estarán co- mo en el ai re. Paia dar alguna consistencia al mundo, y alguna seguridad á las naciones, es necesario suponer, con preferencia á lodo el resto, dos puntos que son como los dos polos de la tierra entera: el uno, que lodo tratado de paz jurado entredós Principes es inviolable con respecto á él, y debe ser lomado siempre simplemente en su sentido el mas natu- ral, e interpretado por la ejecución inmediata; el otro, que loda pose- sión pacífica y no interrumpida, desde los tiempos que la jurispruden- cia determina para Ijs proscripciones las menos favorables, debe ad- quirir una propiedad cierta y Ieji lima quien tiene esta posesión, aun cuando haya podido tener algún vicio en su origen. Sin estas dos re- glas fundamentales, no puede haber ningun reposo ni seguridad en todo el genero humano. Las habéis seguido siempre p XXXIII. Habéis hecho justicia al mérito de todos los principales subdi- tos á quienes habéis podido colocar en los empleos? Cuando no habéis hecho justicia á los particulares respecto de sus bienes, como sobre sus lienas, sus rentas, etc., no habéis hecho mal sino á estos particulares y á sus familias: mas no teniendo en nada en la elección de los hombres, ni la virtud ni los talentos, es á vuestro Estado que habéis hecho una injusticia irreparable. Los que no habéis elegido para los empleos nada por cierto han perdido, porque estos puestos uo habrían sido para ellos sino ocasiones peligrosas para su salud y para su reposo temporal; pero á quien habéis privado de un socorro que Dios le había preparado es á vuestro reino. Hombres de un es- píritu elevado, y de un corazón recto son mas raros de lo que se po- dría creer, seria preciso sála los á buscar hasta en los conünes del mundo: l'rocul el de uitimia finibus prclium ejus, como el sabio dice de la muger fuerte. Porqué habéis privado al Estado del auxilio do eslos hombres superiores á los otros? Vuestro deber no era el de es- coger, para los primeros puestos, A los primeros hombres? No es esla vuestra principal funciou? Un rey no desempeña las funciones de rey arreglando los detalles que oíros que gobiernan bajo de él podrí in arreglar: su función esencial es hacsr lo que ninguno sino él puede hacer; es la de elegir bien á los que ejercen su autoridad con dependen- cia de é!; es la de ponerá cada uno en d puesto que le conviene, y de hacer todo en el Estado, no porsí mismo (loquees imposible), mas haciendo que lodo se haga por hombres que él escoji, que él anime, que él instruya, que él dirija: he ahí la verdadera acción del Rei. Habéis dejado todo lo demás, que otros pueden hacer bajo de vos, para apli- caros vos á este deber esencial, que solo vos podéis llenar? Habéis tenido cuidado de ponerlos ojos en cierto numero de gentes sensa- tas y bienintencionadas, por quienes podríais ser advertí lo de todos los sujetos do cada profesión, que se elevan y que se distinguen? Les habéis interrogado á todos separadamente, para ver si sus juicios sobre cada sujeto están uniformes? Habéis lenido la paciencia tic examinar por estos diversos conducios, los sentimientos, I33 inclinaciones, las habitudes, la conduela do cada hombre á quien podéis colocar? Ha- béis vislo vos mismo á estos hombres? Desmenuzar detalles en un gabinete en donde uno se encierra con frecuencia, es defraudar su mas precioso liempo al Estado. Es menester que un Itei vea, hable, oiga mucho de las genles; que él aprenda por la esperiencia, á estu- diar los hombres; que él los conozca por un trato frecuente y por un acceso libre. Hay dos maneras de conocerlos hombres. La una os la conversa- ción. Si estudiáis bien los hombres, sin parecer estudiarlos, la con-» versación os sera mas útil que muchos esfuerzos que se creerían im- portantes: advertiríais la lijereza, la indiscreción, la vanidad, el artífi- cio de lo» hombres, sus lisonjas, sus falsas máximas. Los Príncipes tienen un poder infinito sobre los que se les acercan, y los que se les acercan tienen una debilidad infinita acercándoseles. La presencia de los Principes revela toda las pasiones, y descubre todos los pliegues del corazón. Si un Príncipe sabe aprovecharse de este ascendiente, conocerá muy luego los pi¡nopales flacos de cada hombre. La otra manera de esperimentar los hombres es colocarlos en empleos subaU 5— 99 — tornos, para ensayar si ellos serán propios para los superiores. Seguid á los hombres 80 los empleos qué les confiáis; no los perdáis jamas de vista: lijaos en lo que hacen; tacedle» rendir cuenta de lo que les ha- béis i nesgado, liéis sobre lo que les podréis hablar cuando los veáis; jamás os faltará materia de conversación. Vos veréis su natural por los partidos que ellos han tomado por sí mismos. Alguna vez es con- veiiiente que les ocultéis vuestros verdaderos sentimientos, para des- cubrir los suyos. Pedidles consejo; vos no seguiréis sino lo que os pa- recerá mas justo. Tal es la verdadera función de un Rey: la habéis lle- nado? ... Habéis descuidado conocer los hombres, por pereza de espíritu, por un humor que os hace particular, por una arrogancia que os aleja de la sociedad, por menudencias que no son sino fruslerías en com- paración de este estudio de los hombres, en lin por entreteni- mientos en vuestro gabinete, bajo el prelesto de trabajo secreto? No habéis temido y separado a los sujetos de espíritu y notables? No habéis temido que ellos os viesen de bastante cerca, y penetrasen vues- tros flacos si los aproximabais á vuestra persona? No habéis temido que ellos no os lisonjeasen, que contrariasen vues'.ras pasiones injus- tas, vuestros malos gustos, vuestros móviles bajos é indecorosos? No habéis querido mas serviros de ciertos hombres que os halagan, que aparentan no ver jamas vuestros defectos, y que aplauden todos vues- tros caprichos; ó bien de ciertos hombres mediocres y manejables, a. quienes domináis fácilmente, a quienes esperáis deslumhrar, que ja- mas tienen el valor de resistiros, y que os gobiernan tanto mas, cuanto que no desconfiáis de su autoridad, y que no teméis que aparezcan de UQ genio supei ior al vuestro? No habéis, por estos motivos tan cor- rompidos, llenado los principales puestos de hombres débiles y depra- vados, alejando de vos lodo lo mejor que hay para los grandes negó- cios? Tomar las tierras, las contribuciones y el dinero de otro, no es una injusticia comparable con esta que acabo de esplicar. ^ V ^ ■ V . No habéis acostumbrado 'a vuestros criados á un gasto superior á su condición, y á recompensas onerosas al Estado? Vuestros ayudas de cámara, vuestros guarda ropa, etc., no viven como señores, mien- tras que los verdaderos señores se consumen en vuestras aute-camaras — *» — sin ningún beneficio, y que muchos otros de las casas mas ilustres, es- tán comfinados en las provincias por ocultar su miseria ? No tafeéis autorizado, bajo el prelesto de adornar vuestra Corle, el lujo cu los ves- tidos, en los muebles, cu lus comitivas y en las habitaciones de todos estos oficiales subalternos que no tienen ni nacimiento, ni mérito sóli- do, y que se creen superiores á la gente de calidad, por hablaros fami- liarmente y por obtener gracias con facilidad? No teméis mucho su importunidad? No habéis temido mas disgustarlos que fallar á la jus- ticia? No habéis sido demasiado sensible á sus demostraciones vanas de celo y de tierno aféelo por vuestra persona, que hacen para hala - garos y acrecentar su fortuna? No los habéis hecho desgraciados, ha- ciéndoles concebir esperanzas desproporcionadas á su estado y á vues- tro afecto para con ellos ? No habéis arruinado su familia, dejándolos morir sin recompensa sólida que quede para sus hijos, después de haber- los vos dejado vivir en un fausto ridículo que ha consumido ios grandes beneficios que os han sacado durante su vida? No ha sido lo mis- mo con los otros cortesanos, cada uno según su grado? Kilos, du- rante su vida, sacan el jugo al rteino entero ; en cualquier tiempo que mueren dejan sus familias arruinadas. Vos les!: ginon de prevenir en su vecino este engrandecimiento de poder, que arruinaría su pueblo, y todos los otros pueblos vecinos, con un peligro próximo de servidumbre sin remedio. Por ejemplo, Felipe It, Rey de España, después de haber con quistado a Portugal, quiere hacerse señor de Inglaterra. Yo so bien que mi derecho estaba mal fundado, por que él no lo tenia smo por (a Reina Maria su hermana, muerta sin hijos. Isabel, depitima, no debía — s* — reinar. La corona pertenecía á Maria Stuart y a su luje. Mas en fin, supongamos que el derecho de Felipe II hubiese sido incontestable. la Europa entera hubiera tenido razón de oponerse no obstante á so es- tablecimiento en Inglaterra; porque este reino tan poderoso, reunido a sus Estados de España, do Italia, do Flaudes, de las Indias Orienta- les y Occidentales, lo ponia en estado de imponer la ley, sobre todo por sus fuerzas marítimas, a todas las otras potencias de la cristiandad. Entonces, summum jus, summa injuria. On derecho particular de sucesión ó de donación debe ceder á la ley natural de la seguridad de tantas naciones. En una palabra, todo lo que trastorna el equilibrio, y que da el golpe decisivo en favor de la monarquía universal, no puede ser justo, aun cuando estuviese fundado en leyes escritas en un pais particular. La razón es, que estas leyes escritas para un pueblo, no pueden prevalecer sobre la ley natural de la ttbertad y de la segundad común, gravada cu los corazones de todos los otros pueblos del mun- do. Cuando un poder llega á tal punto, que todos los otros poderes reunidos no pueden resistirle1, todos estos otros están en el derecho de aliarse para prevenir tal engrandecimiento, después del cual ya no ha- bría tiempo de defender la libertad comuu. Mas, para hacer legíti- mamente esta especie de ligas, que tienden a prevenir el demasiado engrandecimiento «le un Estado, es necesario que el caso sea verdade- ro y presente: es necesario contentarse con una liga defensiva, ó al menos no hacerla ofensiva, sino en cuanta que la justa y necesaria defensa se contenga en los designios de una agresión; aun entonces mismo deben ponerse siempre en los tratados de ligas ofensivas loa términos precisos, para no destruir jamás una potencia bajo el pro- testo de moderarla. Esta atención á mantener una especie da igualdad y do equilibrio entre las naciones vecinas, es lo que asegura el reposo común. A es- te i especio, todas las naciones vecinas y aliadas por el comercio for- man nn gran cuerpo y una especie de comunidad. Por ejemplo, la cristiandad forma una especie de república general, que tiene sus in- tereses, sus temores, sus precauciones que guardar: lodos los miem- bros que forman este gran cuerpo, deben los unos a los otros por el bien común, y auná si mismos, por el bien de la patria, prevenir to- do progreso de cualquiera de los miembros que trastornaría el equili- brio y que vendí ¡a á ocasionar la ruina inevitable de todos li s otre»miembros tic! mismo cnerpo. Todo lo que cambia <> altera osle siste- teina general de la Europa es demasiado peligroso, y trae consigo males infinitos. Toii^s las naciones oslan de tal suerte aliadas por sus intentes las unas á las otras, y la Europa principalmente, que los mas peque- ños progresos particulares puedeu alterar este sistema general que forma el equilibrio, y que solo puede dar la seguridad publica. Qui- tad una piedra de una bóveda, todo el edificio se despluma, poique todas las piedras se sostienen mientras que se contrapesan. La humanidad pues impone un debei mutuo de defensa de la salud pública, entre las naciones vecinas, contra un Estado vecino que se hace demasiado poderoso; como hay deberes mutuos entre los ciu- dadanos por la libertad de la patria. Si el ciudadano debe mucho é su patria, de la cual es miembro, cada nación, con mayor razón, debe mucho mas al reposo ó á la salud de la república universal de la cual ella misma es miembro, y en la cual están contenidas todas las pa- trias de los particulares. Las ligas defensivas son pues justas y necesarias, cuando se tra- ta verdaderamente de prevenir un poder demasiado grande que estaría en estado de invadirlo todo. Este poder superior no es por consiguiente un derecho para romper la paz con los otros Estados inferiores, preci- samente por haberse ellos aliado; pues que oslan en el derecho y en la obligación de hacerlo. Con respecto á la liga ofensiva, ella depende de circunstancias; es necesario que esté fundada solire infracciones de paz, ó sobre la detención de algún país de los aliados, ó solire la certeza de algún otro fundamento parecido. Aun entonces mismo, es necesario siempre, como he dicho antes, limitar los tales tratados :'t condiciones que im- pidan lo que se ve frecuentemente; que una nación se prevale de la necesidad de lebalir á otra que aspira a la tiranía universal, para as- pirar ella también á su vez. La habilidad, como la justicia y la buena fé cuando se hacen los tratados de alianza, consiste en haeerlos muy precisos, muy distantes de todo equivoco, y osadamente limitados ii un cierto bien me vos mismo querréis sacar muy tue¡;<>. Si no pro- curáis esto, las ventajas que obtendréis abatiendo demasiado á vuestro enemigo, se volverán contra vos mismo, elevando mucho á vuestro aliado: os será preciso, 6 sufrir que él os arruine, ó faltar á vuestra palabra; cosas casi igualmente funesta i. — 39 — Continuemos raciocinando sobre estos principios, tomando el ejemplo particular de la cristiandad, que es el mas sensible para no- sotros. No hay sino cuatro suertes de sistemas. El primero es de ser absolutamente superior á todas las otras potencias, aun reunidas: tal es el estado de los Romanos y el de Carlomagno. El segundo es de ser en la cristiandad la potencia superior a las otras, que baceu no obstante el contrapeso, reuniéndose. El tercero es de ser una poten- cia inferior á otra, pero que se sostiene por su unión con todas sus ve- cinas, contra esta potencia predominante. En fin, el cuarto es de una potencia (toco masó menos igual á otra, que tiene lodo en paz por esta especie de equilibrio qué ella guarda sin ambición y de buena fé. El estado délos Romanos y de Carlomagno no es, un estado que os sea permitido desear: 1. ° porque para an illar á él, es nece- saiio cometer loda especie de injusticias y de violencias; es necesaiio lomar lo que no es vuestro, y hacer guerras abominables por su dura- ción y por su estension. 2. ° este designio es muy peligroso: frecu- entemente los Estados perecen por estas locas ambiciones. 3.° Es- tos imperios inmensos, que causan tantos males para formarse, ocasio- nan muy luego otros to la\ ia mas horrorosos, en viniendo por tierra. La primera minoridad, ó el primer reinado débil, conmueve las masas demasiado grandes, y separa los pueblos aun no acostumbrados ni al yugo ni á la unión múliia Entonces, cuantas divisiones, cuantas confusiones, cuantas anarquías irremediables ! No hay sino que acor- darse de los males que han causado en Occidente la caída tan pronta del imperio de Carlomagno, y en Oriente el trastorno del de Alejan- dro, cuyos gefes hicieron todavía mayores males para repartirse sus despojos, que cuando asolaron el Asia, Heis pues el sistema mas des- lumbrador, mas lisongero, y mas funesto para los misinos que lo han practicado. El segundo sistema es de una potencia superior á todas las otras, que |ioco mas ó menos la equilibran. Esta potencia superior tiene contra las olías ta ventaja de estar toda reunida, toda simple, toda absoluta en sus órdenes, toda cierta en sus medidas. Pero, a la lar- ga, si cesa de reunir contra sí a las otras en exitando los zelos, es pre- ciso que sucumba. Ella se agola; está espuesta á muchos accidentes internos é imprevistos, ó los ataques de afuera la pueden derribar re-pentinameutc. Ademas, se debilita por momentos, y hace esfuerzos ruinosos por una superioridad que no le dá nada de efectivo, y que la espone á toda suerte de deshonras y de peligros. De lodos los Es- tados este es por cierto el ppor; y tanto mas, cuanto que no puede in- tentar otra cosa, en si» mayor prosperidad, que pasar al primer siste- ma, que habernos ya reconocido injusto y pernicioso. El tercer sistema es de una potencia inferior á otra, mas de suerte que asi inferior, unida al resto de la Europa, equilibra á la su- perior, y asegura á lodos los otros Estados menores. Este sistema tiene sus dificultades y sus inconvenientes; pero corre menos riesgo que el precedente, porque se está sobre la defensiva, porque se debi- lita menos, porque se tienen aliados, y porque no es lo ordinario en este estado de inferioridad, incurrir en la ceguedad y en la presunción insensata que amenaza raí lia á las que prevalecen. Se ve casi siem- pre, que con un poco de tiempo, los que habian prevalecido se debili- tan y comienzan a decaer. Mientras qur. este Estado inferior es pru- dente, moderado, firme en sus alianzas, cauto para no hacerles som- bra ninguna, y para no hacer nada sino por su consejo y por el inte- rés comun, ocupa esta potencia superior hasta que ella baja. El coarto sistema es una potencia poco mas ó menos igual a otra, con la cual ella forma el equilibrio para la seguridad pública. Estar en esta ¿situación y no querer salir de ella por ambición, es el estado mas prudente y mas dichoso. Vos sois el arbitro común ; to- dos vuestros vecinos son vuestros amigos; al menos, los que no lo son por eso mismo ee hacen sospechosos ;i todos los otros. No ha- céis nada (pie no parezca hecho asi para vuestros vecinos como para vuestros pueblos. Os consolidáis cada dia; y si llegáis, como es ca- si infalible, á la larga, por un gobierno prudente, á tener mas fuer- zas interiores y mas alianzas citeriores, que la potencia celosa de la vuestra, entonces es necesario afirmarse mas y mas en esta sabia mo- deración que os limita á conservar el equilibrio 3 la segundad común. Es preciso acordarse siempre de los maleo que cuestan dentro y fuera de su Estado las graneles conquistas; que ellas son sin fruto; y del riesgo que hay en emprenderlas; en fin, de la vanidad, de la inutilidad, de la poca duración de los grandes imperios, y de los estragos que cau- san en su caída. Mas, como no se puede esperar que una potencia superior á to- das las oirás permanezca por mucho tiempo sin abusar de esta superio- ridad, un príncipe bastante prudente y bástanle justo no debe nunca desear dejará sus sucesores, que serán, según todas las probabilidades, menos moderados que él, esta continua y molesta tentación de una su- perioridad demasiado declarada. Por el bien mismo desús sucesores y de sus pueblos, debe limitarse a una especie de igualdad. Es verdaJ que hav dos suertes de superioridad .- la una estenor, que consiste eu estension de tierras, en plazas fortificadas, en pasos para entrar á las tierras de sus vecinos, etc. Ella no hace sino esusar tentaciones tan funestas para sí mismo como para sus vecinos, < vitar el odio, los celos y las ligas. La otra es interior y sólida : consiste en un pueblo mas numeroso, mejor disiplinado, mas aplicado a la cultura de la tier- ra y á las arles necesarias. Esla superioridad, de ordinario, se con- sigue fácilmente, es segura, está a cubierto de la envidia y de las li- gas, y es también mas á propósito que las conq.iislas y que las plazas, para hacer a un pueblo invencible. Se debería pues saber procurar mucho esta segunda superioridad, y no descuidar enteramente la pn- primera, que no lieue sino un falso brillo.■ II. Principios fundamentales de ÜH gobierno PRUDENTE. ODAS las naciones ríe ta tierra no son sino las diferentes familias de ima misma República de la cual Dios es el padre común. La ley natural y universal, segun la cual él quiere que cada familia sea gobernada, es : preferir el bien público al bien particular. Si los hombres siguiesen exactamente esta ley natural, cada uno baria por razón y por amistad, lo qne no hace al presente mas que por interés ó por temor. Pero las pasiones desgraciadamente ñus ciegan, no corrompen, y de este modo nos impiden conocer y amar esta gran- de y prudente ley. Ha sido necesario esplicarla, y hacerla ejecutar por leyes civiles; y por consiguiente establecer una autoridad suprema, que juzgue en última instancia, y á la cual todos puedan tener recurso como á la fuente déla unidad política y del orden civil; de otro modo habi ia tantos gobiernos arbitrarios, como cabezas existen. « El amor del pueblo, el bien público, el interés general de la so- ciedad es pues la ley inmutable . universal de los soberanos. Esta ley es anterior 'a todo contrato : ella está fundada sobre la naturaleza misma; ella es la fuente y la regla segura de todas las otras leyes. El que gobierna debe ser el piimcro, y el mas sumiso á esta ley primiti- va : él puede todo sobre los pueblos, mas esta ley debe poder lodo so- bre él. El ¡.adre común de la gran familia no h: ha confiado sus hi- jos, sino para (pie los haga felices : él quiere que un solo hombre sirva por su prudencia á la felicidad de tantos hombres, y no que tantos hombres sirvan por su miseria á lisonjear el orgullo de uno solo. No es para sí misino que Dios lo ha hecho líes, no lo es sino para ser el — 44 — hombro de los pueblos; y no es digno de la dignidad real, sino en cuanto que él se olvida de sí mismo por el bien púMico. El despotismo tiránico de los soberanos es un alentado contra los derechos de la fraternidad humana: es trastornar la grande y sublime ley de la naturaleza, de quien no deben ser ellos sino los conservado- res El despotismo de la multitud es una potencia loca y ciega que se vuelve contra si misma: un pueblo lisonjeado por una libertad esee- siva es el mas insoportable de todos los tiranos. La prudencia de to- do gobierno, cualquiera que el sea, consiste en encontrar el justo me- dio entre estos dos terribles estremos, en una libertad moderada por la sola autoridad de las leyes. Pero los hombres ciegos y enemigos de sí mismos, no sabrán contenerse en este justo medio. Triste estado de la naturaleza humana! los soberanos, zelosos de su autoridad, quieren siempre estenderla: los pueblos, apasionados por su libertad, quieren siempre aumentarla. Es mejor no obstante sufrir, por amor del orden, los males inevitables en todos los Estados, aún los mas arreglados, que sacudir el yugo de toda autoridad abandonán- dose continuamente á los furores de la multitud que obra sin regla y sin ley. Cuando pues la autoridad soberana es una vez fijada, sea en uno solo, sea en algunos, sea en muchos, es necesario soporta r los abusos, si no se pueden remediar por las vías compatibles con el orden. Toda especie de gobierno es necesariamente imperfecta, pues que no se puede conliar la autoiid id suprema sino á los hombres; y lodos los gobiernos son buenos, cuando los que gobiernan siguen la gran ley del bien público. En la leona, ciertas formas parecen mejores que las otras; pero, en la práctica, la miseria 0 la corrupción de los hombres, sujetos á las mismas pasiones, esponen todos los Estados á inconvenientes poco mas ó menos iguales. Dos ó tres hombres arras- tran casi siempre al ¡Monarca ó al Senado. IS'o se encontrara pues la felicidad de la sociedad humana cambiando ó trastornando las formas ya establecidas, sino haciendo comprender á los ¡soberanos, que la seguridad de sus Estados depende de la felicidad de sus subditos-, y á los pueblos, que mi sólida y verdadera felicidad exige la subordinación. La libertad sin orden es un Hberlinage que atrae el despoliino; el Orden sin la libertad es una esclavitud que se pierde en la anarquía. Por una parte, se debe enseñar a los Principes que el poder sin lí- mites es un frenesí que arruina su propia autoridad. Cuando los so- beranos se acostumbran a no conocer otras leyes que sus voluntades absolutas, ellos mismo.-» minan su poder por los fundamentos. Vendrá derrepente una revolución violenta, que, lejos de moderar simplemen- te su autoridad escesiva, la echará por tierra sin remedio. Por otra parte, se debe enseñar a los pueblos, que los soberanos estando ospueslos á los odios, á los zelos, b descuidos involuntarios, que tienen consecuencias funestas, poro imprevistas, es necesario com- padecerlos y escusarlos. Los hombres, á la verdad, son desgraciados por tener que ser gobernados por un gefe que no es sino un hombre como ellos, por «pie seria necesario dioses para dirigirá los hombres: mas los gefes no son menos desgraciados, no siendo sino hombres, es decir, miserables é imperfectos, la multitud de mortales, corrompidos y falaces que deben gobernar Por estas máximas, igualmente convenientes a todos los Estados, es, que se puede conciliar la libertad «leí pueblo con la obediencia de- bida á los soberanos, hace á los hombres todo a la vez, y buenos ciu- dadanos y fieles subditos, sumisos sin ser esclavos, y libres sin ser desenfrenados. El puro amor del orden es la fuente de todas las vir- tudes políticas. Considerad atentamente cuales son las ventajas que podéis sacar de la forma de gobierno de vuestro pais, y de las relaciones que de - béis tener j^ara con vuestro Senado. Este tribunal no puede nada sin vos: no sois bastante poderoso? Vos no podéis nada sin él: no sois di- choso por ser libre para hacer todo el bien cpie queráis, y por tener las manos atadas para hacer el mal:' Todo Principe prudente debe pro- curar no ser sino el ejecutor de las leyes, y tener un consejo supremo que modere su autoridad. La autoridad paterna es el primer modelo de los gobiernos: todo padre debe proceder de coucierto con sus hijos mas prudentes y mas esperimentados.