Hacen diez y seis años que tuvieron lu- gar en Buenos Ayres los sucesos que se refieren en el presente folleto. No es una novela la que ofresco á mis compatriotas, porque no poseyendo la poética y f cunda ímajinacion de un Marmol, nunca podría hacerlo ni mediocremente siquiera, y solo me he concretado a hacer una narración con algunos detalles particulares, emplean- do para ello el estilo natural y sencillo, siéndome difícil usar de esas flores de re- tórica con que suelen dar colorido á sus obras los literatos del diaj por cuanto mis facultades intelectuales se hallan b;tj<> una esfera muy limitada. Es mi objeto únicamente recordar loa hechos - crimina- les que dejó parala historia la administra- ción del célebre Rosas, cometidos bajo su patrocinio. F. Si Buenos Ayres—1858.DE LA Sociedad Popular Benlaoradora de la Mas-horca. En la calle de Chacabuco entre las de Estados Unidos y Europa, estabá situado un corralón que servia de cuartel á un es- cuadrón de Vigilantes de á Caballo, cuyos gefes eran Ciríaco Cuitiño y su segundo Andrés Parra, ambos Coroneles innoniine, hechos por ei héroe del desierto. Eran las siete de la noche del 26 de Setiembre del año de 1840. Cuitiño, se ha- llaba sentado frente á una mesa que conte- nía varios legajos en los cuales descollaba la Gaceta mercantil, la cual momentos an- tes estaba leyendo el famoso decreto de confiscación. Vestía esa noche d i pantalón azul de paño, franja punzó chaqueta de paño de grana, distinguiéndose en el cuello una palma bordada de oro, sombrero de felpa negro, y un poncho de paño azulr -o- forrado de otro de grana le cubría todo el cuerpo. Parra, se hallaba vestido del mismo modo, con la diferencia de tener un r añue- 3o punzó atado en la cara. El primero de estos dos celebres personages tenia un mate en la mano izquierda, y con el dedo meñique do la derecha quitaba Ta ceniza de su cigarro cuya blancura justificaba su procedencia. En los lados laterales de la misma habi- tación voianse sentados los individuos siguientes: Manuel. Troncoso Silvei io Badia Bernardino Cabrera, Santos Pérez, Juan Merlo , Leandro Alen, Víctor Martínez y varios otros cuya descripción y numero creo supéi fluo detallar. Lo que diré, es que estos individuos eran colaboradores del gran club mashorquero, cuyo primer pre- sidente fué D. Pedro Burgos, coronel y compadre de Rosas; después lo subrogó Cuitiño en tan digno empleo. Todos es- taban emponchados y con las caras cubier- tas, dejando apenas visibles los ojos. Un soldado vestido de chiripá y camise- ta punzó, armado de carabina y sable es- taba de centinela en la puerta principal. Entrando por el zaguán y á la mano dere- cha se encontraba una ñabitacion que ser- via para cuerpo de guardia. Varios solda- dos se hallaban sentados al rededor de un fuego cuya llama, á veces opaca, reflejaba en los rostros de esos hombres máquinas que obraban movidos por la fuerza motriz de Ciriaco Cuitiño. De vez en cuando algunos arrebatados de licores báquicos pronunciaban un brindis á la salud del Ilus- tre: el que era saludado con fuertes palma- das y aclamaciones. Después que Cuitiño concluyó de tomar mate, se levantó y dirigiéndose á Parra, le dijo: "¿Que horas son compadre? —Serán las siete y media según creo, poco mas ó menos, repuso Parra, y seria bueno, agregój que tomásemos algún cor- dial antes de marchar, que según informes tengo, querido compadre, los pájaros cae- rán en la jaula después de las ocho: bien podemos emplear media hora sin perjuicio del servicio, en vaciar una docena de esas mglesas que tiene Vd. —Siempre jovial y de buen humor com- padre. Apropósito: ¿cree Vd. que echare- mos el guante á esos jilgueros? —No veo ninguna dificultad, á no ser que Vd. se arrepienta.....— 8 — —Voto á sanea compadre, y que mal me conoce. Vd. sabe qne la mitad de mi cuerpo se halla inservible; pues bieu con la otra mitad puede Vd. contar como tres y dos son cinco. En efecto, la moción de Parra, fué apro- vada ó inmediatamente se dispuso mandar por la cerveza. Los demás individuos hablaban en voz baja, y Troncoso era el único que toma- ba parte aunque en silencio en el diálogo de los dos compadres. Cuando estuvo la cerveza en la mesa, sirvió á los dos Coro- neles y á sus cólegas, los que antes de apu rar el contenido pronunciaron sus federales brindis. Cuitiño estaba sufriendo horribles dolo- res á juzgar por su semblante, y no pudo menos que esclamar dirigiéndose á su com- pañero: —Sabe Vd. compadre que mi maldita enfermedad se complace en atormentarme? ¡Cuánto siento no poderla degollar! Toda- vía conservo los dolores que experimenté la noche del 4 de Mayo en el bajo de la residencia: ¿se acuerda compadre? —Turna si me acuerdo; uunca crei que un puñado de hombres se defendiesen tan — 9 — bravamente como aquellos energúmenos de unitarios. —Es que eran militares; el uno Coronel Ít el otro subalterno; y que bien manejaban as armas. —Oh! en cuanto á eso compadre, los unitarios nos llevan ventaja. —Si; pero el caso es que José el surdo se limpió á uno de ellos. "Señor Cororel" dijo el individuo cono., cido por el nombre de el surdo "permítame que no ande con alusiones: lo que es del Cózar al Cézar, y lo que ha hecho este fiel servidor merece l«s honores de una pública declaración por parte de V. S. de haber sido yo quien degolló al salvage unitario Ignacio Oliden, según es de pública y no- toria fama, y que harto trabajo me dió para hacerlo pasar a mejor vida." —Amigo, dijo Troncoso desde su asien- to, todos hemos tenido que hacer esa noche malhadada, y asi es que es inútil que Vd. quiera individualizarse. —Lo cierto es, repuso el surdo, picado sin duda de la observación de su co-asesino que á mi no se me escapó el pájaro; mien- tras que á Vd., que tanto decanta su des- treza, se le evaporó de las manos.— 10 — —Conveugo en que se voló; pero no sin haberle enterrado dos pulgadas de mi fa- cón en el cuadril y en la muñeca [1] —En fin, señores, dijo el gefe de los asesinos, yo e3toy satisfecho que todos Vds. se han portado como unos héroes, y que siempre que se ofrezca se distinguirán. —Dice bien el señor Coronel, repuso Bernardino Cabrera, que hasta entonces habia guardado silencio, limitándose á llenar y vaciar seis ó siete vasos de cerve- za: "puede V. S. estar seguro que cuando llegue el caso hemos de verter la última gota de sangre por sostener la santa causa de la federación. Un bravo prolongado fué la contestación que se le dió a este discurso improvisado. Levantóse Cuitiño, y tomando la palabra espuso lo siguiente: —Antes de salir, señores, debo advertir tan selecto auditorio, lo que tenemos que acer. Yo debia mandar, señores, y Vds. obedecerme : pero quiero darles esta prue- ba de confianza. "Herrarum humanun est" [1] Alude al Sr. D. José Maria Salva- dores, que resultó heridoen la noche del su- ceso á que se refiere el dogollador. — 11 — dice un célebre latino, y tomando una ór. den que estaba sobre la mesa, leyó lo si- guiente: "En la calle de Lujan número 14, casa "que alquila Da. Josefa González, viven ".os individuos salvages unitarios Clemen- "te Sañudo y Pedro Echenagucia. La ho- "ra mas cierta para la captura es á las ocho "de la noche.--Una hora después deben ha- "ber dejado de existir." Aqui habia unaM. Conluida la lectura, el reloj del Cabildo dió ocho campanadas. —"Las ocho acaban de dar," dijo, el ca* bo de guardia, parándose en el dintel de la puerta de la oficina. —Está bien, añadió Cuitiño, dirijióndose á la puerta seguido de los asesinos. Salieron del cuartel y entraron en casa de éste, el cual se armó de su puñal y un par de pistolas. Cuando hubo concluido es- clamó: he dicho antes que quiero comunicar- les lo que debemos hacer ahora y en lo ul- terior: esta reunión tiene por objeto el es- terminio de ios salvajes unitarios, que ven- didos al estranjero tratan de borrar del catálogo de las uaciones libres el nombre del pueblo Arjentino. Los unitarios, que- ridos amigos, trabajan con infatigable celo— 12 — y actividad para desprestigiar al Restau- rador, á nuestro Pudre, romo dice D. Bald.... La emoción n> sostenedores, y allí por consiguiente se esparcieron cual plaga de destructora langosta. Millares de cabezas de ganado pertene- cientes á honrados ciud danos que no se adherían al sistema de sangre, fueron á acrecentar las estancias del hombre que poseía casj la mitad de la campaña, parte como patrimonio, parte como usurpación, fuera del ganado que servia para abastecer al ejército estacionado en Santos Lugares; y cuyo cuerambre se convirtió en dinero que por varios canales corría á los bolsillos del célebre autócrata de Santos Lugares. • En la ciudad la mayor parte de los em- pleados fueron agraciados por el pródi- go Juan Manuel, dándoles en propiedad casas con todo el amueblado correspon- diente, y hubieron familias á quienes se coníiscarou sus bienes, muebles ó inmue- bles, que el mismo día en (pie se les notifi- có el embargo fueron arrojadas á la calle—30— ignominiosamente, teniendo qne pernoctar fuera de sus casas, sin encontrar hogar ni auxilios; ¿y por qué? pon ¡un eran salvajes unitarios, y cual panas tenían que andar vagando y errantes hasta que la caridad de algunas almas piadosas les tendiese una mano amiga. Desde entonces las familias qne se halla- ban'vinculadas á los patriotas de la causa noble y santa de la libertad, solo pensaron en abandonar el suelo patrio en que un dia nacieron, y buscar un asilo y el pt*n de la ^amargura-en el estrangero. En esos aciagos dias, el populacho faná" tico lanzaba en las calles de la patria de Moreno, Beruti," Belgrano, Castelli, el terrL ble anatema de: j Mueran los Salvages Unitarios! a ¡degüello inuch icho>! paseán- dose con banderas desplegadas precedidos de algunos personages que les gustaba par- ticipar de lo que llamaban "entusiasmo fe- deral ó federal entusiasmo.1* ¡Contraste raro! Mientras esa horda de facinerosos, verdaderos ñ1 ájelos de la huma- nidad se entregaba al beberaje en las pla- zas y lugares públicos, celebrándolos triun- fos que obtenía el ejército de liosas, en las Provincias del iuterior, las familias residen- —Si- tes en Buenos Aires, sumidas en la mayor aflicción se encerraban en sus hogares, ó donde la caridad les hubiese prestado asilo, y allí agrupadas con recogim ento ante la imagen del crucificado, imploraban su di- vina protección para que cesasen t-sas esce- nas de sangre y degüellos consecutivos. El tirano h-ibia agotado los recurso* qne ■su diabólico ingenio ie sugería para vincu- lar en las m¿sas ignorantes del pueblo, el odio á los «pie no eran sus adeptos. Las delaciones se pusieron á la orden del dia. Los criados delataban á su* amos, diciendo que eran un'tarios, que t >do e! menage in* terior de sus casas era celeste, qne en altas y determinadas horas de la noche se reu- nían diversas personas con el fin de maqui- nar coutrael gobierno y mil otras sandeces de esa jaez, concluyendo que no querían volver á casa de sus amos. A todos esto* delatores públicos y priva- dos, el Ilustre Restaurador les daba sumas considerables de dinero, para estimularlos á q'ejercieran tan detestable oficio; decimos oficio, porque para algunos era una profe- sión legal, creyéndose favorecidos con de- •cir: soy espía de Rosas. Como consecuen- cia inmediata de sistema tan maquiavélico,—32— la sociedad qnedó'dívidída, las relaciones de familia, interceptada* entre el puñal del asesino y la delación de sus criados. No satisfecho aun el Ilustre con la sangre que se vertía, le era preciso manifestar compla- cencia á la vista de una cabeza dividida del cuerpo, como la del m ilogrado Selarayan, 6 de una raager flajelada. En las plazas de la Victoria, Monserrat y varias otras, dio á la canalla bailes pú- blicos, y al retirarse paseaban su inmundo retrato, ora en la estremidad de una ban- dera, ó bien en un carro triunfal, tirado á pió por las negras y «sé/Í0A/ido el Grain Rosas el géoio fecundo, el Apolb luminoso, que no sol© hubiese hecho esta metamorfosis, sino que hasta las pie- dras microscópicas del mar, hubieran salido & vestir el color encarnado, perdiendo su natural celeste. No es estraño que serviles aduladores le hicieran concebir tamaños absurdos, cuando hemos visto profanar el Santuario de Dios, colocando al lado del Omnipotente, el re- trato de ese tirano abominable, recibiendo el incienso que solo debe tributarse á la Divina Magestad. ¡Sangre! ¡Sangre! El súbdito francés D. Juan Pedro Va- rangot, vivia con su familia en la calle de Chacabuco. Esta víctima del puñal de la mas-horca, animado por un sentimiento de noble generosidad y grandeza de alma, solía visitar con frecuencia á varios ciuda- danos á quienes Rosas hacia sufrir todo géne- ro de torturas en la prisión denominada la Ouna; y alli por consiguiente les participa- ba noticias desús familias, siendo conductor de sumas de dinero que estos mandaban para subvenir á sus necesidades. Uno de los presos en la cuna, persona de mucha respetabilidad, y cuyo nombre es muy conocido en nuestro pais, le habia dicho á Varangot varias veces, que por él no espusiera su vida, que estaba demasiado persuadido délos sentimientos humanita- rios que lo distinguían, y que mirara que tenia familia, á la cual era muy factible le sucediese algo, si sospechaban que él man- tenía relaciones con los llamados unita- rios. Pero este señor cuyo celo y amor por servirá sus amigos, y aun á aquellos que le eran desconocidos era proverbial, no tenia fundamento para creer atentasen contra una vida que se habia consagrado á hacer bien y socorrer á los necesitados. Por otra parte, su calidad de estrangero lo garantía, según él lo creia, contra toda tentativa de violencia hácia su persona y familia. Muchos estrangeros residentes en Buenos Aires, en la época aciaga de los degüellos, habian simpatizado con la causa de la libertad bajo cuya bandera combatía dig- namente el General D. Juan Lavalle. Esta conducta tan noble como patriótica, trajo sobre ellos el ódio del Tirauo,* y los puñales de sus asalariados asesinos fueron á embotarse mas de una vez en el corazón deesos ilustres eatrangeros, en los que se contaban á Tiola y varios otros sacrificados bárbaramente por el defensor del continente americano. Era el 9 de Octubre de 1840. Ese dia , el Sr. Varangot acompañado de su esposa habia salido á dar un paseo, y cerca de la oración regresaba para su casa, muy ageno de lo que momentos después le iba á pasar. La señora traia en la mano un magnífico ramillete de flores, y venia consultando con su esposo repetir el paseo al dia siguiente, cosa que al Sr Varangot le complacia sobre manera. Era exelente esposo y buen padre, como también leal y generoso amigo. En la boca-calle antes de llegar á su casa, se hallaban apostados varios indivi- duos emponchados y con las caras cubier- tas, notándose entre ellos a Ciríaco Cuitiño, que era el gefe principal de los bandidos. Cuatro asesinos vinieron siguiendo á la conyugal pareja, y en los fondos de la casa permanecieron en acecho los demás sal- teadores. Llega Varangot á la puerta de su casa, abre, y tras él y su señora entra la mas- horca, y lo primero que hace es apoderarse —43— de Varangot, atarlo y conducirlo á las piezas interiores. A la señora también la ataron y la encerraron en un cuarto sin luz, amenazándola con la muerte si proferia la menor palabra. No pudo menos esta infeliz que accidentarse, pero ni esta circunstancia ni las lágrimas de la familia fueron sufi- cientes para ablandar esos duros ó insacia- bles corazones de caribes. Creo que ni en los Hotentotes, Cafres ni Antropófagos, se podrían encontrar hombres tan malvados como aquellos facinerosos. Dejemos á la señora encerrada en el cuarto, separada de su esposo é hijos, y véamos la escena que tenia lugar en el interior de la casa. Cuitiño con una mirada imponente con- templaba al desgraciado Varangot, que bañados sus ojos de lágrimas, preveía el desgraciado fin que le esperaba, y se acor- dó de las palabras que su amigo el preso le habia dicho dias antes; pero ya era tarde. —Dónde está el dinero, gringo salvage; dijo el monstruo Cuitiño al desgraciado Va- rangot. —Desáteme señor, y le entregaré todo el que poseo, no reservando ni las alhajas de mi esposa. —Nada de eso: asi atado diganos el pa-— 44 — 'raje, que hemos de dar con él. Estos grin- gos suelen esconder las onzas y patacones hasta en las letrinas. —Creo que en esa cómoda hay algunos billetes que he cambiado en el banco; dijo Varangot, señalaudo al mismo tiempo una que estaba en la habitación en que se halla- ban los asesinos. Inmediatamente se lanzó Bernardino Cabrera y sus compañeros, y estrajeron cuanto hallaron al paso, revolviendo como hurones todos los departamentos de la casa. Robaron todas las alhajas y objetos de ropa, no dejando ni las parrillas que uno de los soldados encontró en la cocina. Varangot permanecía atado, y de vez en cuando llegaban hasta él, los ayes lastimeros que el dolor de las ataduras arrancaban á su señora. El por su parte no sufría menos; pero creia que el cuadro que se ofrecía á su vis* ta no era mas sino un robo con violencia, y esperaba que la justicia de su .patria adop- tiva investigase y castigase á los perpetra- dores. Desgraciado Varangot! La justicia ó por mejor decir, Rosas que la pisoteaba, y solo la invocaba para escarmiento, era preci- — 45 — sámente el que ordenaba su muerte. Desde que se le confirió la suma del poder público en 1835, ya la justieia perdió su fuerza, y la razón el derecho. Concluido el saqueo, salieron los asesi- nos llevándose á Varangot, llenándolo de improperios y apostrofándolo con las pala- bras de: gringo sal vage unitario. La esposa de este desgraciado, habia recobrado el sentido y lloraba amargamente pidiendo le dieran á su esposo, al padre de sus hijos. Creia como él, que todo no era sinó un robo, no figurándose que dos horas después vestiría el luto del dolor. Solo Dios sabe las reflexiones á que se entregaría esa desgraciada señora, á quien no le habían dejado en su casa ni una silla en que sentarse. Dos cuadras antes de llegar al cuartel, Cuitiño que iba detrás de los asesinos, apre- suró el paso, y llegando donde iba Varan- got, le dijo: —Me dá Vd. cien mil pesos y lo dejo libre? —-Pero señor; que he hecho para que se me trate asi, y luego se me exija esa enor- me cautidad por mi libertad; cuando no he— 46 — dado el menor motivo para que se me con- duzca atado como un malhechor? Repare Vd. que mi señora queda encerrada y ata* da, necesitando probablemente de mi ayuda para que vuelva en í. ¡Oh señor, esto es terrible! compadézcase Vd. de un pobre estrangero que no se mezcla en mas nego- cios que buscar un pan para su familia. -—Nadie se muere por otro. Me dá Vd. el dinero ó no? —Le daré á Vd. lo que tengo. —Y á cuanto^sciende la suma? —No lo se; Vd. tome esta cartera y guárdese el contenido. Cuitiño, lijero como un lince, se echó al bolsillo la cartera, y luego esclamó: "ade- lante." Un instante mas corto que el tiempo que ha sido preciso para narrar el diálogo, fué lo suficiente para que llegasen al lugar del suplicio. (1) Un soldado que estaba en la puerta de la famosa oficina del célebre gefe de los (1) El cuartel de Cuitiño era verdad 3- rameute un suplicio, alli se castigaba, se mataba y se cometian toda clase de escán- dalos. " 4 —47— bandidos, recibió la órden de este para qne se retirase y se pusiese por la parte de afuera á esperar órdenes. —Donde ha quedado S antos Pérez, señor Cabrera? —Ahí en el cuerpo de Guardia, señor. —Que venga inmediatamente. Al instante se presentó el individuo, cu- ya misión era cortar cabezas, y cuadrándo- se delante de su gefe esclamó: —A la órden de V. S. —Ese hombre que esta ahí, y señaló á Varangot, degüéllelo y en seguida lo lleva al hueco de la Concepción, arroje al aire un cohete-volador, y véngase al cuartel. Cui- dado eh! —Muy bien, señor, asi lo haré. La noche estaba tan oscura que apenas se distiuguian los objetos mas voluminosos á un palmo de distancia, y como era nece- sario encender luz para efectuar el asesina- to, Pérez pidió su linterna y la puso debajo del poncho. Provisto de esta, y armado de una cuchilla de dascarnar, la contempló, y probándola en su callosa mano, esclamó: Está como para cortar un pelo. En seguida salieron del cuerpo de Guar- dia y cruzaron un pequeño pasillo oscuro— 48— lnego pasaron al corralón y al llegar á los corredores que había en este, el soldado que , iba de acompañante tomó la linterna que le entregó Pérez, mientras que él echaba á tierra á su víctima. Varangot se sorprendió á la vista de semejante hombre, cuya mirada satánica, imprimía miedo, pero haciendo un esfuerzo sobrehumano, esclamó: —Justo y misericordioso señor; piedad para un desgraciado. Tomen vdes. cuanto me ha quedado y déjenme libre para ir á mi casa. Les. prometo embarcarme mañana sin falta, palabra de caballero. —No hay piedad, repuso el degollador. Los despojos de la víctima pertenecen al verdugo, y acabando de decir ésto lo agar- ró por la cintura y lo arrojó al suelo. El cómplice aplicó la luz al cuello de Varan- got........Un minuto después cayó su cabeza bañada en sangre. Entre los dos degolladores despojaron al desgraciado, y atándolo á la cola de un caballo, fué arrastrado por la calle y tirado -en la plaza de la Concepción. — 49 — lia casa de B««M. La casa morada de D. Juan Manuel Ro- sas, en el año de 18(40, es la misma que noy sirve para las oficinas públicas de la actual Administración; con la diferencia que en ese tiempo era un vasto edificio de arquitectura antigua, habiendo sido construido años des- pués el famoso que hoy existe. Era el 15 de Noviembre de 1840. llosas se hallaba en su habitación, y vestia de chaqueta azul, pantalón de paño con un vivo encarnado y su gorra con vicera. Estaba sentado en un sillón enorme, en el cual cuando quería recostarse tiraba na resorte y quedaba al momento hecho ca. ma. Dos hombres hablaban con él, uno era Cuitiño y el otro Parra; el que tenia la palabra era el primero. Un sirviente aguardaba en el dintel de la puerta á que su1 amo lo llamara para que tomaseel mate. —Que se dice de bueno, querido coro- nel, dijo Rosas mirando con atención á su brazo derecho, como él llamaba á Cuitiño. —Lo que se dice es que V. E. es muy mi- sericordioso con esos perros sulvajones. —Ya lo veo, mi fiel amigo, mi política ea demasiado tolerante. —Pues Señor, permítame V. E. que le 4— 50 — diga: que esa política es la que menos com viene en las actuales circunstancias. Es preciso sangie, Señor. Nosotros hemos ju- rado sostener á V. E. en el puesto que ocu. pa, porque de la conservación de V. E., en . él pende la salvación de la patria. —Y Vd. no sabe que para verter sangre, y para asegurar el porvenir de las familias es preciso apoyarse en las bayonetas, fieles .guardianes de mi poder? —Lo sé, Señor; lo sé. V. E. está plena- mente convencido como lo estamos todos, que no hay un solo habitante de nuestro Í>ais que no se halle animado y deseoso de lamarse soldado de Rosas. Hombres son los que sobran; lo que falta es que S. E. nos autorice para obrar ampliamente y sin piedad, á fin de deflorar nuestra tierra de esos vichos venenosos de uuitarios. —r-Y Vd. los aborrece de veras, coronel? —Tan los aborrezco Señor, que bien lo sabe S. E. Las pruebas recientes de mi odio las he manifestado a S. E., presentán- dole las orejas del salvage aquel que dego- llé por orden que me dió. —Si, ya me acuerdo. ¿Y el dinero que camino tomó? —Lo he repartido á los muchachos, y 4 — 51 — los que se han enrolado en el regimiento. |Y cuales son los individuos que forman, sn regimiento? , —Los abastecedoras, carretilleros y de otros grómios, pero en Jos que tengo plena confianza es en los primeros, por ser hom- bres que lo entienden. V. E. ha visto no ha mucho, que apenas invadió la provincia el asesino La valle, al momento se reunieron mas de mil milicianos, equipadosá su costa. Sosas se sonrió maliciosamente al oir el discurso de su coronel, viendo que se avi- vaba cada vez mas. Farra como no era orador no hacio mas que sorberse mate tras mate, aprovechan- do mientras su colega hablaba. Cuitiño iba á proseguir, pero Rosas le interrumpió diciéndole: ¡Cuantos se han enrolado en la sociedad. No traigo la lista nominal, Exmo. -Señor, pero el número es muy crec.do. —r-Bien, es preciso que Vd. meinforme lo que han hecho las diversps comisiones. —Guitiño toció, escupióen seguida, y luego se espresó en estos términos; —Si la relación que tengo el honor de hacer á V. E. verbalmente, la hubiese he- cho redactar con mi ayudante Troncos©,« — H — . seguro estoy que habría sido del gusto de V. EL; pérb dtei nléjor modo que me ¿ea posible me espediré en el asunto. V. E. disimulará si ü» éstitó oratorio no es como él lié cierto* diputados que V. E. tiene ásu ladé én la Sala de Representantes. —Üésdé él ines de Mayo del presente «fio [mes de América] han sido dados de baja 6 barrados dé ía lista viviente los in- dividuas qué á continuación se espresan: Ignacio Oliden, francisco Linch, N. Me- són, N. Riglos, Clemente Sañudo, Pedro Echanagucia, Juan Pedro Varangot, Sieto Quesadas, Juan Barragan, Santiago Ama- rillo, Miguel Yanó, A. Romero, N. Gán- dara, N. Zapata [á] Jorobado, Mariano Lamadrid, Antonio Dunoyó, Juan Nobre* ga y su peón, Manuel Fernand. Estos son Señor, mas ó menos los traba- jos que na hecho la .comisión de Sangre; unas veces presidiéndola Cabrera, otras yó y las demás mi compadre Parra, asociado del Secretario Troncóse Por fin, Señor, .todos loe individuos qué constituyen la co- misión, son dignos del aprecio ydestingui- d» consideración de V. E. Recomiendo en particular á Juan Merlo por sns importan- tos delaciones que hace diariamente-. * — *3 — Rosas, ínterin Cuitiño hacía la relación de los degüellos, leia la gaceta, y cuando hubo concluido de informarle, se levantó, tiró de un cajón de sir escritorio y sacó unos billetes de banco que repartió á sns servidores dándoles las gracias* El Castigo de MH&m. Vamos a pasar diez años, en cuyo lapso de tiempo, han ocurrido diversos aconteci- mientos políticos que no se relacionan con el asunto que motiva este imperfecto y hn. milde trabajo. La historia dé los crímenes de Rosas es muy vasta. Compuesta en su mayor parte de elementos heterogéneos, seria muy difícil presentar un trabajo aca- bado: no obstante, dia llegará en que debi- do á la paciencia y laboriosidad de los hombres de letra9, se reúnan esos elemen- tos dispersos, que sérvirán para el comple- mento de la historia.............. El 3 de Febrero de 1852, quedó sepuK tada en Monte Caseros, la tiranía mas es- pantosa de que haya ejemplo en la historia. Allí fué la tumba del despotismo y la cuna de la libertad. Una nueva era de paz y de ventura se abrió para el pueblo deJBue- nos Aires, y con ella entró en el uso