4f w OBKAS DEL MIS3&0 A UTO II. 4 «2* I )3 üknaiiaís dt.- los ¡Métodos de '>.':tnra conocidos i practica- dos en t'iiiK 1842. Memoria leida en la üftíviwiiad de Chile, sobro On. grutía. 1 CiT-?ií«acion i Barbarla ¡ aapoct*.^100» coaum-?».' - hábitos tío lá U: pdblicg Arjeniiua, 1 vo!. 1<^** Apunte.' Biografíeos, Vida 8-»8 X.a conciencia de un nifto, rroduci le La Cron!ta, Fwíodíco amnanal, pi;bl;<% ha*»» 1860—rttt sjtneao vídiímoH. Sud- Am«;r£ea- Periódico ieirmnal,ír NOTICIA BIOGRAFICA DÉ POR Mr. DE Aü'OElvls. BUENOS AIRES. Impronta de la "Revista." 1855*OBRAS I)ET. MISMO A UTO A Análisis de los Miétodos de Cectóa conocidos i practica- dos en Chile,1842. f JVZemoria leida en la UfcívgMiiad de Chile, sobre Orto- grafía. 1843. t Civilización i Barbarie i j»»poct«.físioo, cortuir.h.v^ i Apunte.? Biografieos, Vida de.AMiwfc|S45. "Wietodo gradual de lectura* adoptadoVor ,e Uid | validad de Chile, i mandudo seguir por el Gc'krno On la* j ea-jueian focal»». 184í«. : Educación popular. 1 yol. 1846 | Recuerdos de Provincia. 1 vol. £ * ArjiropOlis, o la Capital de los T T del Bio de Ta Plata. ! Viajes »or Eurona, Africa 1 J Viaje de í>: TX a Cirila, trsdi rido. k Vida de Jesii-4 , fradno^i}.. >- oí i: k y, <<■ .... ^'v.^-v ,v.'' Extractos de la REVISTA DEL PLATA, redacta- da y publicada en Buenos Aires por el ingeniero U. ilarlos E. Pellegrini.—números de noviembre y diciembre de 1854 y enero de 1855. PRIMER EXTRACTO. Debemos al Sr. de Angelis la comunicación de la carta siguiente, escrita hace poco en francés por el Néstor de los naturalistas á su antiguo compañero el solitario de San Borja del Uruguay. Su lectura no dejará de proporcionar una grata emoción á quienes consideran como una gloria para estos países cual- quier incidencia que hace resaltar el afecto que le de- dican sabios de la mas encumbrada reputación. "Mi querido y tierno amigo! Aunque tenga muy poca esperanza que estos renglones, y el libro que los acompaña (la hermosísima traducción francesa de la nueva edición de mis "Tableaux de la Nature") lleguen á tus manos, trato sin embargo, estando muy cerca de mi 84.mo aniversario, de darte una pequeña señal de vi- da, lo que quiere decir, de amistad, de afectuosa adhe- sión, de viva gratitud. He sabido con gran placer que te conservas en una feliz é iuteligente actividad. Un americano que meII es desconocido, Mr. John Torrey, profesor de botánica en Nueva York, ha tenido la delicadeza de enviarme un tesoro: tu retrato en fotografía. He reconocido en 61 tus nobles facciones, alteradas sin duda por la edad, pero tales como las he visto en la Esmeralda, Tchui- lotepec, en la Malmaison! Tu has dejado (como en to- das partes) gratos recuerdos en Berlín, y hé mostrado tu retrato á todos los que se interesan en tu nombre y tus excelentes trabajos. Mi salud se sostiene por la asiduidad misma del trabajo. El último 4. ° tomo del Cosmos saldrá á luz en este mismo invierno. Tus importantes ma- nuscritos botánicos, trabajados durante nuestro viage, se hallan depositados, con mucho cuidado, y muy com- pletos, en el Museo de historia natural del Jardín de las plantas, como propiedad tuya, de los que puedes disponer. Te ruego de rodillas, querido Bonpland, que los dejes en París, en el Jardín de las plantas, en don- de tu nombre es venerado. Es un monumento de tu inmensa actividad. La muerte inesperada de Adriano de Jussieu ha debido afligirte mucho. El Rey de Prusia, hace 4 á 5 años, te nombró ca- ballero de su real orden del águila roja. Se anunció en todos los diarios, pero aun no habrás recibido la no- ticia oficial y la decoración. Sé tu catecismo filosófico, pero hemos creído que, en tus relaciones con el Bra- sil, (si las tienes) esto podría serte útil. No he vuelto á Paris después de 1848. Las re- laciones íntimas que he tenido con la Señora Duque- sa de Orleans me impiden presentarme á las Tullerias, III asi como el calor que me conoces por las instituciones libres. Nunca he sido de los que han podido creer que te dejarías tentar, mi querido y excelente amigo, por el aspecto de la Europa actual, de abandonar un clima magnífico, la vegetación de los trópicos, y la fe- liz soledad en medio de aficiones domésticas que aprue- bo mucho. Tal vez estos renglones, que confio á un jóven médico polaco [del nombre algo bárbaro de Chrzes- ciusqíí] quien vá á Buenos Aires, podrán llegarte! Quisiera ver tu letra antes de mi muerte próxima. Todo tuyo de corazón y de alma, con la gratitud de un amigo tierno y fiel compañero de trabajos. ALEJANDRO HUBOLDT, Berlin 1. ° de Septiembre de 1853. El pobre Arago, casi ciego, se halla en el mas tris- te estado de salud. Sé que tú continúas, con el mismo laudable ardor, en aumentar tus inmensas colecciones." SEGUNDO EXTRACTO. EL NATURALISTA A ¿HADO «O.YPI,\IVI>. (*) En momentos en que la prensa llama la atención (*) Ya digimos, en el anterior número de la Revista, que acompañaríamos este con copias litografiadas del retrato de Bon- pland, que 17 años há sacamos en un rato de ocio, en casa del Sf.IV del mundo sobre las riquezas y preciosidades ocultas en el seno de esta América, nos ha parecido oportuno traer á su espectacion una de aquellas rarezas que no es dado á todas las naciones ostentar, y que sin em- bargo permanece ignorada en algún rincón de nuestro hermoso Plata. Para hacerla mejor admirar, se nos ocurrió pedir aclaraciones al individuo que mejor la conoce, porque mejor la estudió. Acabaremos la me- táfora diciendo que este señor no solo se prestó á ser- virnos, aplaudiendo la idea de escribir la biografía de Amado Bonpland, sino que manifestó el deseo de en- cargarse él mismo de esta agradable tarea. Nada po- dia convenirnos mas; y hoy nos estimamos felices de poder brindar á nuestros suscriptores con el sabroso fruto de esta promesa del Sr. D. Pedro Angelis. Como podrá juzgarlo el lector, el destierro no ha enervado el toque firme y elegante, que en su debut, se desplegaba en la gran série de cuadros históricos llamada tíiographie Vniverseille. Y si de paso com- Angelis. Hoy cumplimos con nuestra promesa, pidiendo se nos dis- culpe lo desaliñado de sus accesorios. En cuanto é semejanza, se nos ocurre para garantirla, reproducir aquí los testimonios que él mismo original lleva á su pié, y son dos renglones escritos por aquellos Señores. Hélos aquí: "jé]m'étais chargé de diminuer l'en- "nui d'une longue sáance, et j'ai été tout surpris de voir le visage "de mon ami Bonpland reproduit por Mr. Pellegrini de la maniere "la plus frappante au bout de trois heures de travail. Buenos A y res "ce 3 jauvier 1837.—Pedro de Angelis." "Ce qu'il ya de plus surprenant pour moi, c'est que Mr. Pe- "llegrini ait su tirer un si bon partí d'un si triste modele en aussi "peu de tcinps.—Aimh Eo7ipla?id." V paramos la naturaleza de esta producción, con la cor- respondencia de esos sectarios de baja ley que acaban de provocar á Buenos Ayres á una lucha desoladora, no podrá desconocerse la inmensa distancia que separa aquellos nimios perturbadores, de los hombres de alto juicio, quienes, resignándose á las consecuencias de una situación política, nada hacen para agravarla, y se vengan de su desgracia, ora trazando las peregrina- ciones de un gran naturalista, ora cubriendo con una palma elocuente el féretro de un héroe, ora buscando en el retiro, y el cultivo de plantas útiles á su pais, un lenitivo á la amargura de no haber conseguido pacifi- carlo. Cuando, al poner de manifiesto el contraste entre los períodos extremos de la vida que describe, el autor del ensayo que pasamos á referir, pinta al sábio, su amigo, descendiendo, desde la posición brillante que le hizo la amistad de una emperatriz ilustre, al calabozo que halló al lado de un tiranillo obscuro, sin duda no pensaba en sí mismo; ó tal vez su modestia le detuvo de aplicar á su propia suerte esta rara fórmula de las vicistiudes humanas. No se acordó que el letrado que en un tiempo recibia, en medio de una corte lujosa, pruebas del cariño régio de una hermana de Napoleón, cuyos hijos educaba, está ahora contemplando, desde la roca del ostracismo, la disolución de su fortuna, la dispersión de sus valiosas colecciones, y, lo que es mas sensible, el frió desden de una tierra á cuyo bienestar fué llamado, como Bonpland, á cooperar con sus luces. ¿Ah! ¡hubiera pendido de él el poder llenar, sin fatalesVI condescendencias, tan sagrada misión!----Mas el so- plo de la pampa, levantado por una mano atrevida, un dia amenazó apagar el antorcha de nuestra naciente civilización. Vimos entonces acercarse á ella á un hom- bre desconocido; y como aparentase, con semblante do- lorido,reanimar su trémula llama,nos dejamos todos se- ducir; todos tuvimos fé por un instante en la mas asom- brosa de las vocaciones. Este rato de imprudente con- fianza se prolongó en algunos. Hé ahí como el extran- gero de que hablamos, contrajo, sin sentirlo, compro- misos crueles, los que hoy purga con la serenidad del filósofo, y la resignación del mártir, que, sin pedir gra- cia, respira, anhela, trabaja por la felicidad y la mayor gloria de su patria adoptiva. Persuádase sin embargo que sus opositores mas terribles, mas acérrimos, son nobles y generosos; y que tan luego como la Providen- cia disípelos restos de la horrible tempestad que anu- bló la República, le tenderá una mano amiga para re- cibir el rico contingente de sus luces, y trabajar de con- suno al engrandecimiento de la tierra que ama. Res- pondemos por ellos, porque los conocemos. Pero, volviendo al gran naturalista que nos ocupa, séanos lícito dirigir un reproche á los hombres emi- nentes que tienen en sus manos los destinos de estos países. ¿Cómo es que jamas han pensado, cuando es tanta la necesidad que tenemos de las simpatías euro- peas, servirse del nombre y de la persona prestigiosa de un Bonpland, para promulgar, en los círculos de la mas culta sociedad, el deseo que nos anima de fomen- tarlas? ¿Se mide bien todo el alcance que tendria, en VII el mundo moral, en favor nuestro, un abrazo que se diesen, después de medio siglo de separación, los dos grandes exploradores de la América, esas dos figuras que descuellan sobre el trono augusto de la ciencia? Pero si por miramientos á una edad avanzada, debie- ra renunciarse á esta idea ¿por qué no adoptarse si- quiera la de atraerse á ese botánico sobresaliente, pa- ra levantar, á la sombra de una reputación colosal, un establecimiento de horticultura, un jardin en que se cultivasen cien útiles especies de árboles adaptables á nuestro clima? ¿Quién se atrevería á avaluar el monu- mento que mas tarde encerrase las cenizas de este hombre, y atrajese de todas partes, á nuestro Edén; á los adoradores de la naturaleza. Pero basta: salgamos de estas visiones consoladoras, para oir la voz severa de la historia.AMADO BOKPLAMD, Amado, Jacobo, Alejandro Goujaud, mas conocido hajo el nombre de Bonpland, (1) nació' el día 29 de Agos- fu de 1773 en la Rochela, donde su padre ejercía con dis* tinción la profesión de médico. Destinado é reemplazarle, fué enviado á Paris á recibir una instrucción mas esmera- da que la que podia procurarle una ciudad de provincia. Estudio bajo la dirección de los mas hábiles maestros, que poseía entonces la Escuela de Medicina de aquella gran capital, y fué uno de los mas aventajados discípulos de Dessault, y el mas intimo amigo de Bichat, tan prematu- ramente arrebatado por la muerte á la admiración y á los aplausos de sus contemporáneos. Un instinto secreto, una propensión innata, lo llevaba en sus horas de descanso al Jardin Real de las plantas, donde observaba con atenta curiosidad los tesoros acumu- lados en aquel vasto deposito de las producciones natura- les de todos los climas. Ofuscado por la vista de tantos objetos, su espíritu se quedo por algún tiempo indeciso en la elección de los que debían mas particularmente ocu- parlo. Admiraba el o'rden que reinaba en las colecciones geológicas y zoológicas debido al genio de Buffon y de Daubenton; esa asombrosa variedad de organización, de forma y de colores que presentaban, por todas partes, las series no completas, pero copiosas de los seres animados 6 inanimados de la creación. Pero lo que mas capto sus sentidos, fué la reunión de tantas plantas, que la mano experta de Jussieu había distribuido en familias, hacien- do mas sencillo y perfecto el sistema de Linneo. Este es- (1) Este nombre le flié dado por el padre, viéndolo tan ocu* pudo en cultivar las plantas de su huerta. De Bon—plant, se hizo después Bonpland, que reemplazó su nombre de familia.tudio, que era genial y segundario en Bonpland, formo' desde entonces su principal ocupación; y si continuo á asistir á la Escuela de Medicina, fué solamente por no faltar á las órdenes de su padre, pero sin fervor y sin afec- to; y como un acto de resignación á una voluntad inexo- rable. Un incidente inesperado vino á sacarlo de esta posi- ción ambigua. £1 gobierno francés, en medio de los. aza- res del espíritu revolucionario que se habia apoderado de la Francia, y de los ejércitos estrangeros que se prepara- ban á invadirla, habia decretado la salida de una expedi- ción, destinada á explotar las colonias españolas desde el Istmo de Panamá hasta el Rio de la Plata. El capitán Baudin, investido del mandó de los. buques,, llevaba á su bordo dos naturalistas que debían llenar la parte mas im- Eortante de su misión. El uno era el Sr. Michaux, que abia visitado la Persia y que acababa de regresar del os Estados-Unidos, cuyas principales producciones natura- les habia descrito en una obra acreditada: el otro, el Sr. Bonpland» que aunque joven fué considerado como el mas digno de serle asociado. El Sr. Humboldt, que se hallaba en Paris, solicitó* y obtuvo de ser su colaborador. La guerra que estallo poco después en Europa, y en la que intervino la Inglaterra coo todo su poder marítimo, impidió la salida de la expedición, y dejo en libertad á los Sres. Humboldt y Bonpland, unidos ya por el doble vínculo déla amistad y de la ciencia, á buscar otros arbi- trios para satisfacer su deseo de visitar alguna, parte poco conocida, o ignorada del globo. Aceptaron la oferta que les hizo un cónsul de Sueciatde embarcarse abordo de una fragata, que llevaba al bey de Argel los ricos presentes que le enviaba el rey de su nación. Convinieron en visi- tar la inmensa cadena que se extiende desde las arenas del desierto hasta el límite de las nieves eternas que cu- bren las cimas mas altas del Atlas, y de reunir después es- tos trabajos a los de la grande expedición, que bajó las alas de la victoria, exploraba los olvidados monumentos del poder y del genio de los Faraones. El buque que debía trasportarlos á Argel, tuvo que arribar al puerto de Cádiz, para reparar las fuertes ave- rias que habia sufrido en su viage. Esta nueva contrarie- dad los decidid' á pasar á España, que mantenía entonces frecuentes relaciones con sus colonias. El aislamiento, á que las habia condenado la política suspicaz de la metro- poli, no habia. permitido penetrar en aquellas msteriosas regiones, y las noticias inexactas de algunos viageros ex- citaban aun mas la curiosidad de los que podían satisfa- cerla. Esta vez no quedaron burladas las esperanzas de nues- tros naturalistas. El Sr. Urquijo, ministro ilustrado de la corte de Madrid, les acordó toda su protección, y no sola- mente les permitió tomar pasage á bordo de la corbeta de guerra el Pizarro, que acababa de regresar del Rio de la Plata, sino que les dio órdenes y recomendado íes para todas las autoridades de las posesiones españolas del N ne- vo-Mundo. En los días que precedieron su salida, visitaron los establecimientos científicos de Madrid, y trataron á los hombres mas distinguidos, que, por conformidad de incli- nación y de estudio, les inspiraban mas simpatías. Tuvie- ron largas entrevistas con Ortega, escritor infatigable, y director de los museos reales; con Ruiz y Pavón, autores de la Flora del Perú ¡con Nee, que habia acompañado á Hsenche en la expedición desgraciada de Malaspina, y so- bre todo con Cavanilles, el Néstor dé los botanistas espa- ñoles, cuyas obras son aun lo que existe de mas importan- te sobre la Flora de España (1). Llegó al fin el momento deseado de poner término ú estas demoras. Después de una feliz travesía, llegaron á las playas del Nuevo-Mundo, que tanto han ilustrado con sus trabajos. Los que quisieran seguirlos en su peregri- nación, y admirar sus descubrimientos, pueden consultar sus obras. ¿Quién se atreveria á retocar ese gran cuadro delineado con tanta maestría, por los Sres. Humboldt y Bonpland? Quién podría elevarse á su altura para juzgar de su mérito? Todos los ramos del saber, en sus mas vas- tas proporciones, en sus mas recónditos arcanos, han ocu- pado la mente de estos incansables viageros, que, librados a sus propios recursos, arrostraron la árdua tarea de exa- minar y describir las. riquezas, escondidas hasta entonces (1) Icones et descriptiones plantarían, quee aut sponte in IIU- pania crescunt, aut in hortis hospitantur. Madrid, 1791—99, 6 vol. i ¡i El _Hortus regius Matritensis; que quedó incompleto por In muerte del autor.¿ las investigaciones de los sábios. Hechos históricos, de* talles estadísticos, observaciones etnológicas, colecciones abundantes de geología, mineralogía, zoología, botánica, nada fué desatendido, y todo entro en el plan asombroso de sus tareas, que puede considerarse mas bien como la enciclopedia, que como una simple descripción de los pa- rages que visitaron. Al Sr. Bonpland le cupo la parte de la botánica, en la que era maestro. Cualquier otro hubiera desmayado al aspecto de una naturaleza tan variada y exótica. La mayor parte de las plantas no se hallaba en los catálagos mas completos que existían. No se trataba solamente de reco- gerlas; sino que habia que describirlas y clasificarlas: tra- bajo ímprobo que requería toda la práctica y el acierto de un observador consumado. Esta sección del "Viage al in- terior de la América Meridional," no es la menos conside- rable [1]. La coordinación de tantos materiales útiles ocu- po exclusivamente á los Sres. Humboldt y Bonpland, á su regreso á Europa, y solamente al cabo de algunos años pudieron empezar á comunicar al público el fruto de sus afanes. La aparición de una obra tan monumental y clásica despertó un sentimiento general de admiración, no sola- mente en las clases ilustradas, sino en las personas mas agenas de las materias que abrazaba: porque á los detalles científicos, se agregaba la descripción de usos y de costum- bres, que los pueblos primitivos de aquellas regiones ha- bían conservado sin alteración, desde la época de la con- quista. (1) Transcribimos aquí los titulos délas obras de que se compone:— 1. ° Plantas equinoxiales recueillies au Mexique, et dans l'ilc de Cuba. 2. 8 Monographie des mélastómes et uniros genrcs du méme. 3. ■ Nova genera et species plantarum quas in peregrinatione ad plagan» equiiioctialem orhis nobi collegerunt, descripserunt et adumbraverunt Am. Bonpland et Al. Humboldt. 4. ° Mimoses ct autres plantes légumineuses du nouveau con» tinent. 5. ° Synopsis plantarum quas in itinere ad plagam equinoc* tialem orbis novi collegerunt Humboldt et Bonpland. 6. ° Revisión des graminées publiées daus les Nova genera et species plantarum de MM. Humboldt et Bonpland. II. En aquel tiempo, la Emperatriz Josefina prodigaba sus tesoros, para hacer de su morada de la Malmaison, una de las residencias mas espléndidas de la Francia. El Sr. Bonpland fué convidado á dirigir los trabajos de sus jardines y de su parque. ¡Quién mejor que él podía satis- facer tan generosos anhelos! En pocos años hizo de Mal- maison una mansión deliciosa. Las plantas.mas raras, las flores mas esquisitas, los árboles mas singulares, adorna- ban aquellos sitios encantadores» donde, en sus momentos de descanso, iba á buscar algún alivio el genio infatigable que tenia en sus manos los destinos del mundo. El Sr. Bonpland tuvo muchas veces la ocasión de ha- blarle de sus viages, y la satisfacción mas grata para él de iniciar é la Emperatriz en los estudios que él cultivaba. Dotada de un gusto esquisito, y de una memoria prodigio- sa, Josefina ht-tbia aprendido á distinguir las plantas reuni- das en sus invernáculos, y á llamarlas no con los nombres vulgares, sino con los que la ciencia les habia dado. Pa- ra dar á su maestro una prueba de sus progresos, solía preguntarle, con una gracia singular.—"Eh bien, mon- sieur Bonpland, comment se porte la bonplandi.a germini- flora? No porque iuese la flor mas hermosa de sus verge-- les, sino porque llevaba el nombre que le había dado Ca-. vanilles, en honor del Sr. Bonpland. No era esta lasóla muestra de aprecio que le dispen- saba la Emperatriz. El Sr. Bonpland ocupaba en su corto una posición distinguida. No solamente era el director, sino uno de los administradores de la Malmaison y de Na- varra, que eran consideradas como las mas valiosas pro- piedades de la Francia. En las recepciones y fiestas tan frecuentes como magnificas, en las dos residencias, las flo- res deslumhraban por su hermosura y sus variedades. Los que eran admitidos á estas reuniones, después de haber contemplado las obras de los grandes artistas de todas las épocas, y de todas las escuelas, y de haber admirado la riqueza de los muebles, y el gusto de los adornos, se ex- tasiaban á la vista de tantas flores, cuyos perfumes des- pertaban en el alma las mas agradables sensaciones. En aquellos dias venturosos todo respiraba seducción y gran- deza al rededor de la muger predestinada, que abría las8 — puertas de su alcázar á la sociedad la mas escogida de Europa. Pronto debía anublarse el cielo en que brillaba su estrella. El hombre extraordinario á quien había consa- Í'rado su existencia rompió violentamente los lazos que o ligaban á la que lo había acompañado en su gloria y en sus triunfos. Josefina expió en un día todos ios hala* gos de la fortuna, y descendió'del alto puesto á que se ha- bía elevado, como si lo hubiese abdicado voluntariamente. Oyó con frente serena el anuncio de su descenso del tro- no, y, por un esfuerzo de que solo una alma grande es ca- paz, refrenó' el llanto para ocultar su dolor al mensagero de su infortunio. "No es la pérdida de la corona que me " aflige, dijo aquel mismo dia al Sr. Bonpland, sino la del " hombre que mas he amado en mi vida, y que no dejaré " de amar hasta la tumba." Muchos años hjtbian pasado después de estas escenas lúgubres, y el Sr. Bonpland re- petía estas palabras con ojos humedecidos, con voz tré- muía y alterada. Después de una larga interrupción, Napoleón hizo prevenir á la Emperatriz que iría á visitarla al dia siguien- te. La idea de ver otra vez á su lado al que, aunque in- grato, ocupaba el primer lugar en sus afecciones, revivó' todas sus impresiones. El poco tiempo que medió' entre el anuncio y el arribo del Emperador; fué empleado en dar á esta entrevista el carácter de un memorable aconte- cimiento. Muchas fueron las disposiciones, muchos los preparativos que se hicieron para festejarlo. Lo que mas ocupo á la Emperatriz fué el aparato de las flores. "Ma- " ñaña, dijo al Sr. Bonpland todo debe ser gozo y alegría " al rededor de nosotros. Aguardo al Emperador: ponga " Vd. flores en todos los ángulos de mi morada. Quisiera " tener el poder de hacerlas brotar debajo de sus pisadas." En aquel dia Josefina olvido todas sus amarguras; no re- cordó sino su felicidad pasada. Por una delicadeza que es fácil comprehender, recibió' al Emperador en el piristilo de su palacio, y conversó' con él á la vista de sus cortesa- nos. No ignoraba la oposición que había encontrado Na- poleón para visitarla; y realmente, lo que lo había aleja- do de la Malmaison, no era la indiferencia, sino los zelos de su nueva consorte. Napoleón no quiso retirarse de la Malmaison, sin vi- sitar las ricas colecciones de plantas que había reunido ei fc»r. Bonpland en sus magníficos jardines de invierno'. Elogio su disposición, admiro sus nuevas conquistas, y lo felicito por los resultados que había obtenido de sus en- snyos de aclimatación. Estimulado por tan altos sufra- gios, el Sr. Bonpland emprendió y publico la "descripción " de las plantas raras que se cultivan en Navarra y en la " Malmaison," una de las obras mas espléndidas que han salido de las prensas de París, y adornada de muchas lá- minas, debidas á los mejores artistas de la Francia. La caída de Napoleón despedazo el corazón de Jose- fina. Nada había de egoísta en este sentimiento: su posi- ción personal no había variado. En medio de las grandes mudanzas que se operaban en Francia, en los hombres, en las cosas, en las opiniones, en el gobierno, los principales instrumentos de esta catástrofe se complacían en rodear de atenciones á la que fué la compañera afortunada de su víctima. El Emperador de Rusia, el rey de Prusia, los que ocupaban los mas altos destinos en la diplomacia y en los ejércitos, fueron á ofrecerle sus homenages en el silen- cioso retiro de la Ma'maison. Una guardia de honor cus- todiaba su persona, y hacia respetar sus propiedades. Na- die se hubiera atrevido á profanarlas: pero el interés que tomaban en su conservación los que habían invadido la Francia, era una manifestación elocuente del respeto que le tributaban. La Emperatriz reconcentrada en su dolor, hubiera querido sustraerse á estas visitas oficiales. "No " es este mi lugar, decia un dia al Sr. Bonpland, que había " llegado á ser el confidente mas íntimo de sus penas. El " Emperador está solo y abandonado. Desearía estar á su " lado, para ayudarle á soportar sus amarguras. ¿Pero " puedo hacerlo?----Nunca he sentido mas haber perdi- " do el derecho de llenar estos deberes. He podido resig- " narme á vivir separada de él, cuando era feliz: ahora " que es desgraciado, me es muy gravoso permanecer en " este aislamiento. Pero ya se acercaba la hora que debía hacer eterna esta separación. La Emperatriz fué atacada de un mal de garganta que no tardó' en tomar el carácter de Una esquinancia cancerosa. Todos los auxilios del ar- te fueron inútiles para combatirla:' espiro' el 29 de Mayo de 1814¿ en medio de sus hijos, el principe Eugenio y la reina. Horténeia, con quienes confundió' sus lágrimas el Emperador Alejandro, que asistió á sus últimos momentos. El Sr. Bonpland presencio' esta escena de luto, que- 10 - hizo en su ánimo la buM profunda impresión. Lloro, no la pérdida de su fortuna, sino la de Fa muger incompara- ble que lo alentaba con su protección, y sus sufragios. III. La Malmaison perdió prontamente todo su brillo: su decadencia fué tan rápida como había sido lenta la crea- ción. El Sr. Bonpland tuvo el dolor de ver malogrado el fruto de sus cuidados, de tan costosos é imponderables sa- crificios. Su permanencia en Francia ya no tenia ningún encanto: nada podía llenar el vacío que dejaba en él la muerte de la Emperatriz, y la destrucción de su morada. Estos recuerdos eran dolorosos, y le hicieron sentir la ne- cesidad de buscar algún alivio en la actividad y el trabajo. •Su espíritu se reporto á los tiempos pasados cuando recor- ría las mas ricas provincias de la Nueva-España, en com- pañía de su ilustre amigo el Sr. Htrifihofdt. Le pareció que quedaba aun mucho que hacer para llenar el programa que sé había trazado, sobre todo en la parte botánica, que podía recibir grandes incrementos. Alas plantas equino- xiales que crecen en la región de las palmeras, y en las cumbres nevadas de los Andes, debían haberse agregado lasque se producen en la zona templada, tan imperfecta- mente descritas por el P. Feuillée, y tan rápidamente ob- servadas por Commerson; y él Sr. Rivadavia, que se ha- llaba entonces en París, lo animo á no desistir de este in- tento. Se embarco pues el Sr. Bonpland en un buque pron- to á dar la vela para el Rio de la Plata, y llego á Buenos Vyres á fines de 1816. El estado del pais no era el mas á proposito para em- prender esta tarea. La independencia de estas provincias, - tan animosamente proclamada por el Congreso de Tucu- •_ man, tenia aun muchos obstáculos que vencer, y poderosos enemigos que combatir. Artigas mantenía en la anarquía lo que lleva ahora el nombre de República Oriental del Uruguay, de cuya agi- tación participaban las provincias de Entrerios y Corrien^ •íes: el dictador Francia reinaba despóticamente en el Pa- raguay, cerrado del todo al comercio extrangero. San Mar- tin organizaba su ejército para llevar la libertad á Chile; la espada de Bolívar no había todavía afianzado los desti- nos de Colombia, y el alto y el bajo Perú permanecían bá- 7T- n jf» ln tioi!i.n,ii-ion d." la llspaiia, cuyos cjéivií'oj oc.ipaban los puntos principaíes de aquellas colonias. Todo era de- sasocíelo y peligro en la yusln extensión del continente americano. El Sr. Bonpland, contrariado en sus proyectos, acep- to la oferta que le híeoel gobierno, de ocupar una cátedra de medicina en la Universidad de Buenos Ayres: pero arrastrado de su amor á sus estudios predilectos, abando- no las aulas, y se fué á fundar un establecimiento agrícola en una de las antiguas misiones del Uruguay, donde había tranquilidad, porque reinaba la soledad, y el desierto. Muy penososos fueron sus preludios, pero ya había conseguido vencer las dificultades que siempre acompañan á las em- presas de esta naturaleza, cuando el genio suspicaz de! dictador Francia se alarmo de sus progresos. Aunque fun- dado en una provincia limítrofe, y separada del Paraguay por un rio caudaloso, se propuso destruirlo. Un dia que el Sr. Bonpland descansaba en su aposento, fué desperta- do por la gritería de sus peones, que habían sido sorpren- didos por una fuerza considerable de paraguayos. Se aso- mo á la puerta, y viendo gente desconocida, empuño una arma para oponerse á lo que creyó, y era efectivamente una agresión. Pero en el primer encuentro recibió* un sa- blazo en la cabeza, que lo puso en la imposibilidad de de- fenderse. Atado como un malhechor, fué arrastrado á los botes en que las tropas del dictador habían atravesado e! Paraná, y bajo buena escolta fué conducido á Itapuá. De este punto fué trasladado á otro mas retirado, con orden de no alejarse por mas de una legua al rededor de su ha- bitación. Su establecimiento fué completamente arruina- do: nada quedo de lo que había hecho para fundarlo. Privado de su libertad, agredido en sus intereses, con- denado al silencio y al aislamiento, el Sr. Bonpland hallo en su estoicismo, consuelos y motivos para reir de los ca- prichos de la fortuna, comparando los dias pasados en la edYte de la Emperatriz Josefina,con su dependencia actual de un tirano obscuro del Paraguay. Resignado á su suer- te, se puso á observar las producciones naturales del pe- queño trecho que le había sido designado. Dejaremos que él mismo refiera las demás ocupaciones que le ayudaron á pasar, sin privaciones, los nueve años de su cautiverio. "He pasado, escribía á un amigo á quien anunciaba nn próxima llegada á Buenos Ayres, una vida tan feliz, «u-— 12 — mo es posible pasarla cuando un hombre se halla privado de toda relación con, su ,patria, su familia y sus amigos. El ejercicio de 'la medicina me ha servido como un me- dio de existencia, y como no exijia todo mi tiempo, me en- tregué, por gusto y necesidad, á la agricultura, en qué he hallado muchos goces. Formé también una fábrica de aguar- diente y de licores, y un taller de carpintería y un aserra- dero que suplían no solamente é las necesidades de mi es- tablecimiento, sino que me procuraban algún lucro por los trabajos que me eran encomendados. De este modo había adquirido una posición cómoda y ventajosa. El día 12 de Mayo de 1829 el delegado de Santiago me intimo la orden del Director Supremo de salir del Paraguay; etc." IV. i La liberación del Sr. Bonpland excito en Europa un entusiasmo universal. Las circunstancias de su cautiverio, el lugar de su destierro, la persona de su agresor, todo contribuía á dar á su reaparición el carácter de una visión fantástica. Haber vivido en la dependencia de Francia; ha- ber pasado tantos años en un pais impenetrable como el Paraguay; poder hablar de sus producciones, de sus habi- tantes, de sus costumbres, de su gobierno, eran títulos no comunes para despertar la curiosidad pública. Luis Felipe, que acababa de subir al trono, mando ordenes á sus agen- tes, y al gefe de la estación naval francesa en el Rio de la Plata, de franquear al Sr. Bonpland todos los auxilios que le fueren necesarios para regresar á sus hogares; y el Sr. Humboldt fué á anunciar al Instituto de Francia la próxi- ma llegada de su antiguo compañero y amigo, como un acontecimiento de que debían alegrarse todos los que culti- vaban las ciencias. Estas muestras tan lisongeras de aprecio; este home- nage espontáneo de la parte mas culta y elevada dé Euro- pa, y el deseo tan natural en los hombres de volver al seno de su familia, para olvidar las desgracias pasadas, no bas- taron á decidir al Sr. Bonpland á cambiar los hábitos de una vida tranquila, con los deberes y la agitación de una existencia mas acomodada. Hubiera hallado ciertamente en París recuerdos, distinciones, comodidades; ni le hubie- ran faltado admiradores y aplausos: pero cuántos sacrifi- cios le hubieran costados. estos goces! Un dia que nos ha- — 18 — biaba con expansión de su proposito de no alejarse de es- tos parages, nos decia: "Acostumbrado á vivir á la sombra " de árboles seculares; á oir el canto de las aves que se " anidan en sus ramas; á ver deslizarse á mis pies las aguas " cristalinas de un arroyo, con qué compensaría estas pér- " didas en el barrio mas ruidoso y aristocrático de París? " encerrado en un desván, tendría que trabajar por cuenta " de un librero, que quisiera encargarse de la publicación " de mis obras, sin tener mas consuelo que ver brotar dé " cuando en cuando alguna rosa en la ventana de mi apo- " sentó! Perdería lo que mas aprecio—la compañía de las " plantas con las que me he criado." Estas razones, muy poderosas en el ánimo de un natu- ralista,son las que han prolongado, por una resolución volun- taria, el destierro, que había empezado por un acto violen- j. El Sr. Bonpland vive ahora en San Borja, el punto mas poblado de las antiguas misiones del Uruguay, como vivía antes en su deportación en tiempo de Francia, y nada nos parece arrancarlo al género de vida que ha adoptado, y de que se muestra muy contento. Su constitución robusta le hace sobrellevar con gallardía el peso de los años, y su viva imajinacion lo alimenta con la esperanza de poder llevar al cabo grandes proyectos que revuelve en su mente siempre activa y ocupada. "De aquí á uno o dos años" esr cribia hace poco, á un amigo "podré ocuparme de una cha- " era, y hacer una gran plantación de árboles para hermof " searla. Cuando estará concluida mi choza, le convidaré " á venir á pasar conmigo los últimos años que nos quedan!" Estas ilusiones son envidiables. Lo que no lo es menos, es la amistad que le conserva el Sr. Humboldt, una de las grandes ilustraciones de este siglo, que tantos nombres cé- lebres lega á la historia. Hemos tenido en nuestro poder la carta que le ha escrito, desde Berlín, para anunciarle su nombramiento de caballero de la orden real del Aguila roja de Prusia: carta tan llena de Cariño y aprecio, que imposi- ble hubiera sido hallar palabras mas expresivas para acre- ditar estos sentimientos. Ni la edad, ni el aislamiento han entibiado en el Sr. Bonpland su amor al estudio y á la contemplación de la naturaleza. Cuando se hallaba privado de su libertad en el Paraguay, su única diversión era herborizar, y recoger cristalizaciones, petrificaciones y minerales en los campos que lo rodeaban. Estos objetos, que llenaban cerca de cin- cuenta cajones, fueron embarcados á bordo de un buque— u — de guerra, y enviudo* ti ios museos de Parin, conro »« cer- tificado de tñda del ilustre naturalista. Ultimamente, el Sr. de Maillefer, encargado de nego- cio» de Francia en Montevideo, recibió orden de su gobier- no de comunicar al Sr. Bonpland una lista de algunos ár- boles del Paraguay, que la comisión de agricultura creía que podrían introducirse y aclimatarse en Argelia. El Sr. Bonpland que se hallaba accidentalmente en esta ciudad, Heno este encargo del modo mas satisfactorio. No se con- tentó con aumentar el número de las plantas, sino que á los nombres científicos agrego los que llevaban en el idioma guaraní, acompañando estas noticias con las instrucciones necesarias para su mejor cultivo y conservación. Este tra- bajo ha merecido los mayores elogios de los que estaban en estado de apreciarlo. En su corta permanencia en Montevideo, el que escri- be este artículo tuvo el gusto de volver á ver y abrazar á su antiguo y honorable amigo el Sr. Bonpland, después de una larga separación, de mas de veinte años: no diremos que estos años hayan pasado impunemente sobre su cabe- xa, pero nos fué de suma consolación el ver cuan pocos ras- tros habían dejado de su pasage. El retrato que acompaña esta noticia nada ha perdido de su semejanza; y la mirada fina é inteligente del original manifiesta que ha conservado toda la vivacidad de su espíritu, con el carácter bondadoso é ingenuo de su corazón. Montevideo, 12 de Noviembre de 1854.