[218] 291 En su relación, articulo ¡ntitulado=Dt«ersos casos de protección real. 292 Lo que hornos eximido de la relación del Sr. Amat se encuentra en ¡os títulos 3 y 4. 293 T. 3, cart. 27, pág. 38. 294 Luis Guerra epitome del Biliario t. 3, pág. 35(i— Arte de verif. las datas, part. 2.» tom. 7, pág. 37. 295 Véase la Bula de Clemente XIV=Sobrc la Constitución de Clemente V, véase á Natal Alejandro siglo 13 y 14, diserlac. 10, cuest. 2.» art. 1, N. 42. 296 Tratados de legislación traducidos al castellano, t. 2, pág. 227 y 250. 297 La Europa y la Amériea por M. I'radl. cap. 20, tom. 2. 298 Ferraris votum art. 3, N. t¡7. 299 Caracciolo vida de Benedicto XIV, y Arte de verif. las fechas, part. 3, t. 4, pág, 258. 300 Ferraris ibid. N. 68, y verbo impedimentamatrimonii art. 3, N. 4. Se dice que Constancia tuvo de cincuenta años á su hijo Federico, y que quiso pa- rirlo en público, para que nadie sospechase de su parto. Véase á Fagnano in cap. 6 de statu monacliorum, N. 66 y 09. 301 Año joíi, N 11. 302 Arte de verif. las datas part. 2.« t. 8, pág. III, 12 y 13, y 127 y sig. 303 Sánchez, de matrimonio lib. 7, di'sp. 37, N. 19. 304 Cuestión 319: véase también la cuest. 202. 305 In lib. I." decretal, t. de bi$ qua¡ vi, metuscé causa fiunl c. I, N. 52 y 55. 306 Ts 3 de religione lib. 7, cap. 4, N. 6 y 9. 307 T. 2, pág. .472. 308 ln lib. 3, decretal, t. 31, N. 302. 309 Compendio de. Cóncina disc. 5 del estado religioso cap. 5 y sig.—Ferra- ris verbo annus probationis, vita communis professioregularis, regulares. 310 De voto cap. 3, N. 13, li y 17, disert. I.a 311 In 1 decretal, de hit qum vi etc. cap. 1, N. 35 y sig.=cuest. canon. 542. 312 Benedicto XIV cuest. 220. 313 Lib. 2 de las decret. tít. 27, cap. 19. 314 Benedicto XIV en la citada Bula, si dalam hominibus tom. 2, N. 47. 315 Del estado religioso cap. II, N. 3 ea el compendio. 346 Ibid. N. 41, 42 y 43. 317 Fagnano ibid. N. 17. 318 Fagnano in 3 decretal, de regularibus cap. 2, N. 20 y sig.—in 1 decret. tit. de hi's qum vi etc. cap. 1, N. 50 v 55=Sanchcz, de matrimonio lib. 7, disp. 37, N. 19 y 20. 319 Lezana y otros en Cuníliati, t. 2, cap. 6. De statu religioso §3.o 320 Fagnano' ubi supra in 3 decretal. N. 37 y sig. 321 Navarro en Fagnano in 3 decret. N. 34 y sig.=Véasc á Ferraris professio regularis N. 81. Puede valer también contra el consentimiento natural de que hace mérito Fagnano, lo definido por la Sagrada Congregación, que preguntada sobre si los matrimonios nulos por razón de su clandestinidad, tendrían por lo menos fuerza de esponsales, respondió que no, porque un contrato nulo por de- recho no produce efecto alguno. (Véase la teología de Bailli, tom. 6 Üe matri- monio cap. 4, art. 4 Quceres 5.0 pág. 163;. 322 Cód. Theod. tom. 6, en las Novel, líb. 4, tit. 2, pág. 449. 323 Sesión 25, cap. 22, de regularibus. 334 Bulario Romano, volúm. Í3, pág. 124, ano de 1613—Novísima lib. 1.o tit. 26, lci t.n 323 Historia de Italia por Carlos Botla t. 1, cap. 1, pág. 35 v sig. 326 Memorias para servir á la hist. ecles.del siglo 18, t. 3, p. 149,150 y 201- 327 Vida de José II traducción castellana t. 2, lib. 4 y 5. 328 Potter, vida y memorias de Scipion Bicci t. 4, pág", 72, § 29. 329 T. 2, opuse. y, pág. 71;r=t. 3, tarta 36, pág. 354 y 355. .'¡30 Luis Guerra, t. 3, pág. 356.DE LOS FUEROS DEL PENSAMIENTO, Ó DE LA INVIOLABILIDAD DE LA CONCIENCIA. Como no solo hai orden físico en el universo, sino también Orden moral, por donde reglan su conducíalos seres dotados de razón; hai por eso mismo en el corazón del hombre un sentimien - to religioso,q' no fuá creado por la política,aunque de él se sirvie- se como de instrumento; que no imitaron los pueblos unos de otros, y que todos recibieron de la naturaleza, ó de una lei del Creador, promulgada á cada individuo pór el órgano de su conciencia. No entendemos pues esta palabra en un sentido ideológico, por el conocimiento y advertencia que tiene el alma de sus operaciones, y de cuanto pasa dentro de ella, sino que la empleamos,para expresar el juicio que forma de la justicia ó in- justicia de las acciones, de su bondad ó malicia, y de los oficios que cumplen al hombre con el Supremo Ser, consigo mismo, y con los individuos de su especie. Pero este juicio no es arbitrario y sin fundamento; él se apo- ya en una regla dada, que el entendimiento aplica á los casos- ocurrentes, y cuya deducción hace la conciencia, que equivale al dictamen que dá la razón de lo que debe hacerse en tales ca- sos,'según la definición de los teólogos con Santo Tomás—;jndi- cium quo aliquis applicat suam scientiamp'aciica?n,sen dictamen ra- tionisad aKquid agendum. Dictamen que ha merecido el segun- do lugar, después de la lei eterna en el orden de la moralidad, y ser considerado como la regla próxima délas acciones humanas; y de tal suerte, que aun* cuando se desvíe el hombre de la senda de la verdad, nunca jamás lees lícito obrar contra la conciencia errónea, y quien tal haga comete un pecado—dicendum, quod simpliciter omnis voluntas discordans á rationc, sive recta sive er- rante, semper est mala (1). Mas fuera de los casos particulares y ordinarios de la vida,, en que el dictamen de la conciencia sirve de regla á las acciones humanas, hai un asunto grande y principalísimo, á que se refie- ren todos ó la mayor parte de los asuntos de la vida, que deter- mina la creencia y la conducta de los hombres, y respecto del cual no puede ser inocente, es crimiual la indiferencia. Porque, si para consuelo del corazón humano existe un Dios, cuya glo- ria publican las obras de sus manos; si le deben culto sus eriutu-ras racionales; y si el mismo se ha dignado ensenar la naturaleza y los dogmas de este culto; es ciato que el hombre está obligado á emprender un examen serio y detenido para buscarlo y encon- trarlo, lejos de quedar á su arbitrio la invención de uno nuevo, ó de una religión humana con que adorar á Diosa su modo; y si errase en el discurso del examen, omitiendo los pasos que debie- ra, ó introduciendo principios extraños al fin que se ha propues- to, será por ello responsable ante Dios; pero ¿lo será igualmente ante los hombres? ¿Tendrán éstos derecho de corregir á los que se extravían en dicho examen, ó hacen mal uso del sentimiento religioso, y de castigar de cualquier modo, y con penas corpora- les, y aun la de muerte,á los que se apartan de su Iglesia, induci- dos de una conciencia errónea? Por otra parte, no hallándose en las facultades de un Go- bierno, pronunciar acerca de la verdad de alguna entre muchas religiones, por ser tal derecho mui superior á la índole particular que lo distingue, y sobre manera extraño á su objeto y atribucio- nes naturales; pues si cada Gobierno tuviera este derecho,resul- tarian pronunciamientos encontrados, ó muchas religiones verda- deras, lo que sería establecer la tolerancia teológica ó religiosa; ¿puede no obstante consentir el que haya en sus Estados profeso- res de cultos diferentes, con sus ministros y templos respectivos, componiendo todos una sola familia en el orden político, ó mas li- geramente, pueden los Gobiernos establecer lo que se llama to- lerancia civil? Ademas, supuesta la armonía, y suspirada concordia entre ei Sacerdocio y el Imperio, en virtud de la cual uno al otro se han auxiliado reciprocamente, con el fin de mantenerse en paz; ¿será conveniente á dicha paz y concordia este recíproco auxilio, y mutua intervención, y lo será á los individuos particulares, ya sean considerados como ciudadanos ó como cristianos? ¿Será lau- dable, será justa y racional,-y evangélica esta decantada alianza entre el Sacerdocio y el imperio? La Historia responde á estas preguntas con millares de do- cumentos que presenta, para comprobar la mui severa y terrible conducta, que por largos siglos se hubo tenido con los hombres en materia de religión. Apenas apareció sobre la tierra el Hijo de Dios, para predicar una doctrina sublime, y decir á los hom- bres que eran hermanos, cuando los sacerdotes y doctores de la lei Mosaica le declararon horrible persecución.hasta hacerle con- denar á muerte, muerte de cruz. Sus Apóstoles y demás discí- pulos experimentaron igual persecución: San Pedro y San Juan fueron aprisionados várias veces y aun azotados: el diácono Este- ban fué muerto á pedradas, y en aquel dia se movió dice el Tex-pp tó sagrado, una grande persecución en la Iglesia de Jerusalen, y fueron todos esparcidos por las Provincias de la Judéa, y la Sa- maría, á excepción de los Apóstoles: el Rei Herodes trataba mal á los fieles, hacia quitar la vida á Santiago hermano de Juan, y viendo que en ello cornplacia á los judíos,mandú prender á Pedro (2). Los escribas y fariseos arrojaron á Santiago el menor de lo mas alto del Templo, porque predicaba el nombre de Jesús (3): el mismo Saulo que, valiéndonos de las palabras de San Lucas, asolaba la Iglesia, entrando por las casas, y sacando con violen- cia hombres y mujeres, los hacia poner en la cárcel, convertido después en Apóstol de las gentes, es perseguido el mismo en An- tioquía de Pisidia, en Yconio, Listra, Filipos, Tesalónica. Berea y Efcso; y es acusado por los judíos ante los gobernadores roma- nos (4): el propio, haciendo mención de sus trabajos y persecu- ciones dice,que fué apedreado, y azotado [5]. Los historiadores eclesiásticos, que han recogido de los mas antiguos escritores los documentos que acreditan el encono y fie- reza de los judíos contra los cristianos, nos hacen saber que cuando destruida su Ciudad y Templo se rebelaron contra el Em- perador Adriano, su Jefe Barcochebas se valia de los mas inhu- manos suplicios, para obligará los fieles á blasfemar de Jesucris- to; que en sus mismas sinagogas apedreaban, atrepellaban y azo- taban á las mujeres cristianas que podían tomar: que arrojaban de sus pueblos á los cristianos, siempre que les era posible: que tres veces al dia los maldecían públicamente en sus sinagogas: q' los Rabinos prohibían hablar con ellos: que no contentos los ju- díos de perseguir ellos mismos á los cristianos, procuraban ha- cerlos odiosos con las calumnias que esparcían por toda la tierra; que de común acuerdo enviaban diputados con el encargo de pu- blicar en todas partes, que se habia levantado una nueva secta llamada de los cristianos, que abrazaba el ateísmo, destruía to- das las leyes y predicaba una doctrina impía, detestable y sacri- lega; que todas las calumnias que se han publicado después con- tra los cristianos, eran dimanadas de las primeras que esparcie- ron los judíos; que éstos eran los autores de la mala idea que los paganos tenían de la Religión Cristiana; que las ficciones inven- tadas por ellos desde el principio de la Iglesia, habian hecho tanta impresión, que aun no estaban del todo borradas doscientos años después, y que al figurarse ellos que persiguiendo de muerte á los cristianos, y procurando difamarlos, hacían un particular ob- sequio á Dios, y obraban por puro celo de conservar su leí,crecía continuamente su ceguedad y dureza, y provocaban mas y mas ¡adivina venganza (f5). Los gentitiles á su vez ejercieron no menos furiosa persecu-[4] fcion contra la Santa Religión de Jesucristo; y los Romanos, íx pesar de su proclamada tolerancia, hicieron la guerra á los pre- dicadores y secuaces del Evangelio. La Historia ha conserva- do la memoria de diez principales persecuciones en tres siglos, y de los millones de mártires que, con menosprecio del inviolable derecho de la conciencia, fueron sacrificados á los ídolos (7). También los gentiles acusaban de crímenes á los cristianos, los llamaban desobedientes á las leyes, observantes de unas costum- bres opuestas á las recibidas en el Imperio, antropófagos, liberti- nos hasta la disolución en sus asambleas; les echaban en cara el odio general de los pueblos, que según ellos, pedían á grandes gritos su destrucción, y les imputaban todos los males físicos y morales que afligían á la tierra (8). Después que Constantino dio la paz á la Iglesia, se cambió la suerte de los perseguidores y los perseguidos. Al principio pu- blicó á nombre suyo y de su colega Liciniouu Edicto en Milán el año ds 313, que entreoirás cosas así decia: "hemos mandado, que anadie se quite la libertad de seguir ni de abrazarla Reli- gión cristiana, siendo libre á cualquiera seguir la Religión que le parezca conveniente, para traer sobre sí la propicia- ción y benignidad de Dios Soberano. En adelante todos los que resuelvan observar la Religión cristiana , lo harán con libertad, sin que jamás se les ponga el mas pequeño emba- razo , ni se les ocasione ninguna molestia; pero tienen los demás permiso de seguir sus observancias y cultos; pues para la tranquilidad de nuestros tiempos es conveniente permitir, que cada uno dé culto á la Divinidad como quisiere" (9). "En 319 prohibió á los aruspices, agoreros y adivinos, son palabras de un historiador, el abrir y consultar las víctimas en las casas parti- culares. Y aun prohibió á los sacerdotes de los ídolos, y minis- tros de los sacrificios, el entrar en ellas con cualquier otro pre- texto, bajo la pena de ser ellos quemados, y los que consultasen ó admitiesen en sus casas, desterrados á alguna isla y confisca- dos sus bienes; pero hemos de creer que después llegó á prohibir en general todos los sacrificios, aún los públicos: de modo que, según dice Eusebio, ya nadie se atrevía á erigir estatuas de Dio- ses, á consultar los adivinos, ni á matar ninguna víctima. Mas puntualmente se observaban las órdenes, con que sucesivamente iba quitando á los Templos sus riquezas, para distribuirlas á los pobres, y las estatuas ó ídolos mas bien hechos para hermosear las calles y plazas públicas de Constantinopla, y las salas de su palacio, donde se veian expuestas á la vana admiración de los cu- riosos, y á la risa de los prudentes, los célebres Apolos de Pitia, y de Esrninta, las Trébedes del Oráculo de Delfos, las Musas de Helicón, el famoso Pan, y todo lo que mas habia venerado la an-[5] tigüedad gentil. En fin aunque Constantino por lo general no arruinase los Templos, con todo mandaba quitar á unos los pór- ticos, á otros las puertas ó el tejado con que se iban inutilizando, y algunos los mandó derribar hasta los cimientos" [10]. Tam- bién los judíos llamaron la atención de los protectores del cris- tianismo. En la vida de Constantino escrita por Eusebio se en- euentra,que dió una lei para que "los cristianos no sirviesen íi judíos; pues los que habian sido redimidos por el Señor,no debían estar sujetos al yugo de la servidumbre de los asesinos de los Pro- fetas y del Señor: en caso contrario, el cristiano quedaba en li- bertad, y el judío sufría una multa pecuniaria" [11]. En el Có- digo Teodosiano se habla varias veces de los judíos, y en una de ellas vemos una lei de Teodósio y Honorio, donde se manda que ."ningún judío compre esclavos cristianos; porque los reli- giosísimos siervos no deben mancharse en el dominio de amos impíos" (12): mayores afrentas les aguardan. Está por demás referir los numerosos favores que hizo Cons- tantino á la Iglesia cristiana, de algunos de los cuales hemos he- cho memoria en las disertaciones anteriores; y para ponerla á cubierto de las persecuciones particulares, mandó qne cualq uiera que tuviese la temeridad ds hacer alguna violencia á los cristia- nos en cosas de religión, fuese azotado publicamente, ó pagase una gruesa multa siendo noble; pero declaró al mismo tiempo q' los privilegios concedidos por respeto á la Religión, eran peculia- res de los católicos; y en varias ocasiones tomó severas provi- dencias contra los herejes, especialmente contra los novacianos, valentinianos, marcionitas, paulianistas y montañistas. Teodó- sio í ordenó, que en las cinco grandes regiones de Levante, se diesen á los católicos las Iglesias de los herejes; privó á éstos de hacer otras nuevas, tanto en las ciudades como en la campa- ña; prohibió á los maniqueos dejar ó recibir cualesquiera bienes en testamento, y en algunos casos les impuso pena de muerte; estableció contra ellos pesquisidores, animando á los jueces á q' los contuviesen y castigasen, y á los particulares á que los dela- tasen. También prohibió á los herejes el juntarse, y recibir cualquier órden clerical, bajóla pena de diez libras de oro, y aun amenazándolos con mayores castigos si, perturbaban la pú- blica quietud (13). Valentiniano y Marciano mandaron q'fue- sen muertos los que intentasen enseñar cosas malas, y que quie- nes las oyesen, pagasen una multa de algunas libras de oro. Jus- tiniano expelió á los herejes de los fines de su imperio, concedién- doles tres meses para su conversión, y el Emperador Miguel fulminó contra ellos la pena capital. Constantino Magno habia impuesto la misma pena á los donatistas, y después la conmutofin destierro y privación de sus basílicas (14). Algunas son és- tas de las muchas leyes, que los Ehnperadores promulgaron con- tra los herejes; y para quitar Arcadio toda duda acerca de la pa- labra, declaró que dehian ser llamados herejes, y someterse á las [penas impuestas contra éstos, aquellos de quienes se hubiese descubierto, que se desviaban del juicio y camino de la Religión cristiana, en algún punto ó artículo, aunque leve (15). Advier- ten los eruditos, que al principio no hubo pena determinada por Derecho civil contra toda clase de herejes, y que alguna vez dis- pusieron los Emperadores, que fuesen castigados con penas ar- bitrarias: que después se les negó el poder ser testigos, hacer tes- tamento, y cosas semejantes: que cuando por las circunstancias y atrocidad de la herejía, era impuesta la pena de deportación, y en consecuencia la pérdida de los bienes, quedaban éstos confis- cados, ó se adjudicaban á los parienter ortodoxos; y que cuando la perversidad de los herejes era de tal manera atroz, que pocha reputarse por crimen civil, estaban sujetos al último suplicio (16). Si los herejes experimentaron el rigor de las leyes, departe de los antiguos protectores de la Religión de Jesucristo, no esta- ban libres entre sí. Arríanos, semiarrianos, donatistas, mani- queos, pelajianos, nestorianos, cutiquianos, monotelitas, icono- clastas, wiclefitas, husitas, luteranos, calvinistas y muchos mas, unos contra otros, ó contra los católicos; y si éstos nada mas hu- bieran hecho, que negarse á la promiscua comunión de dogmas,, ó sostener la intolerancia religiosa, la crítica y el Evangelio tendrían por intachable su conducta; pero el corazón humanóse halla en todos revestido de las mismas pasiones, y la prosperidad hizo olvidar los tiempos antiguos. Un Concilio de Zaragosa de 380 condenó á los priscilianistas; y como éstos no dejasen sus Iglesias, ni hiciesen caso de la sentencia del Concilio, comisionó éste al Obispo Itacio para que recurriese al Emperador Gracia- no, á fin de que desterrase á los Obispos contumaces, como suce- dió. Condenados otra vez los priscilianistas en un Concilio de Burdeos, y entendiendo en el asunto por apelación el Emperador Máximo, y sirviendo de acusador el Obispo Itacio, San Martin de Tours no cesaba de inceparle su procedimiento; y de exortarle á que desistiese de la acusación; así mismo rogaba al Empera- dor, que norderramase la sangre de esos infelices, debiendo ser bastante ia sentencia de los Obispos y la excomunión. Obtuvo de Máximo la palabra que deseaba, pero en ausencia suya los Obispos Magno y Rufo, corrompieron el ánimo de Príncipe, y fueron condenados á muerte, y ejecutados Prisciliano y seis de sus secuaces. No contento Itacio y los demás Obispos católicos, eme se hallaron cerca del Emperador, le pidieron que arrojasem de la España a todos los partidarios de lajierejía; y estuvo á pun - lo de mandar tribunos autorizados para privar de sus bienes, y aun de sus vidas, á todos los priscilianistas (17). A quien rejis- tra la historia eclesiástica, se le presenta con frecuencia ese ter- rible espíritu de persecución ó intolerancia, de que se encuen- tran multiplicados ejemplos: refiramos algunos. A principios del siglo llRoberto Rei de Francia juntó un Concilio en Orleans contra los herejes predecesores de los que se llamaban maniqueos, y condenó á Lisoyo, Heriberto y otros á morir en las llamas, y se refiere de ellos, que iban ale- gres al suplicio, confiados de que el fuego no les haria daño: la misma clase de muerte sufrieron otros en Tolosa y diferentes lu- gares. El tercer Concilio deLetran presidido por Alejandro III en 1Í79, después de invocar la máxima del Papa S. León, de q' aunque la Iglesia aborrece los castigos sangrientos,no deja de ser auxiliada con las leyes de los principios cristianos; pues el temor del suplicio corporal á veces mneve á buscar el remedio espiri- tual; y después de emplear las armas espirituales contra los he- rejes cataros, patarinos, ó públicanos que se habian fortificado en la Gascuña y otros territorios, y de dirigirse principalmente, contra aquellos que en cuadrillas lo talaban y saqueaban todo sin respetar Iglesias ni monasterios,dice así en el Canon 27: "man- damos que aquellos qUe los tengan asalariados ó que los manten- gan ó protejan,sean publicamente excomulgados; y cualesquiera personas que les deban fidelidad, homenaje ú obsequio, entien- dan que quedan libres de toda obligación respecto de ellos.mien- tras que permanezcan en tal iniquidad. Asi mismo encargamos ' á todos los fieles,que en remisión de sus pecados se armen para defender á los cristianos de tales estragos. A quienes los cau- san, confisquénseles los bienes, y puedan los Príncipes reducir- los á servidumbre. Los que mueran peleando y estén verdade- ramente arrepentidos, recibirán el perdón de sus pecados y la re- compensa eterna. A todos los que tomen las armas contra ellos, concedemos dos años de indiligencias." El Papa Lucio III con- gregó el Concilio de Verona en 1184 donde en presencia del Em- perador Federico I hizo una constitución contra los herejes; en lo que, como dice un escritor, se hizo el concurso de las dos po- testedespara extirpar las herejías(18). Al empezar su Pontificado Inocencio III en el fin del siglo 12, y con motivo de los progresos que hacian los albigenses, ó nuevos maniqueos, y los valdenses en las provincias meridiona- les de la Francia, nombró comisarios suyos á dos monjes del Cister' autorizándolos para excomulgar á los herejes, y también para compeler cen censuras á los Príncipes y Señores á q; con-[8] ¡flscasen los bienes de los herejes excomulgados y los desterra, sen de sus dominios. Progresábala he reja en Langüedoe bajo la protección de Raimundo Conde de Tolosa, de quien nada pu- dieron alcanzar los Legados del Pontífice, antes bien uno de ellos fué herido mortalmente por la mano de un hereje, de cuyas re- sultas fulminó el Papa censura contra el asesino y sus cómpli- ces, publicando en Francia una Cruzada contra tales herejes, excomulgando de nuevo al Conde, y absolviendo á sus vasallos del juramento de fidelidad. Siguió una guerra larga y cruelísi- ma, y la herejía hizo grandes progresos, desde que el nuevo Con- de Raimundo sucedió á su padre. El Legado pontificio dio el condado de Tolosa á Luis VIÍI Rei de Francia, quien puesto al frente de los cruzados se apoderó de la Provenza, y tuvo que so- meterse el Conde á la voluntad del Rei y del Pontífice, tomando después severas providencias contra los herejes, á consecuencia de haber prometido erigir un tribunal contra ellos en sus Esta- dos, acabar con los albigenses, y mantener al clero en la pose- sión de sus bienes y libertades (19). Cuando el lector pasa la vista por los sucesos de esa época, no puede menos de interesarse en la suerte de Raimundo. Se le vé presentarse en el Concilio de Valencia en el Belfinado, á don- de habia sido citado por el Legado Milon, para aceptar las con- diciones que le impuso, y obtener la absolución: en otro Concilio de S. Gil en Langüedoe, donde fué absuelto estando en camisa, y desnudo hasta la cintura; en otro del mismo nombre, en que de nuevo es perseguido por no haber llenado sus compromisos; en otro de Narbona, donde los Legados le proponen restituirle sus dominos,con tal que echase de ellos á los herejes, á lo que se ne- gó el Conde; y en otro de Arlés, ,en que se le hicieron proposi- ciones ignominiosas, que Raimundo desechó con burla y menos- precio, prefiriendo á ellas la muerte. He aqui algunas de estas condiciones: "que expelería á todos los herejes; que entregaría al Legado y al Conde Monfort todos y cada uno délos que se le indicasen, para hacer de ellos lo que les pareciere; que nadie comería en sus Estados sino dos especies de carnes, ni usaría de vestidos preciosos, sino negros y viles; que sus castillos y for- talezas debían destruirse; que todo jefe de familia pagase anual- mente al Legado cuatro denarios; que cuando el Legado viaja- se por las tierras del Conde, ninguno de su comitiva tendría que pagar los gastos, no se les exigiría cosa alguna, ni se les haria la menor contradicción; y que cuando hubiese cumplido todo esto iría á hacer la guerna contra los infieles, y no podría regresar sino cuando el Legado se lo prescribiese" (20). Tal importancia se daba á los negocios del Conde de Tolosa, que en el registro ele[9] las epístolas de Inocencio III está el proceso de Raimundo con la fórmula del juramento que debia hacer, y los mandatos que se le imponían antes de la obsolucion, y los nuevos que se le repetían después de ella, y otros juramentos, y otros mandatos, en cuya lectura pueden entretenerse los curiosos (21) El Cardenal de Santa María, Legado pontificio, con el pa- recer de varios Obispos reunidos en Verona, determinó que los herejes no pudiesen ser admitidos á las dignidades y consejos, ni tener voto en las elecciones los Cónsules y demás autoridades de laLombardia; debían prestar juramento de observar este decreto y quedaban excomulgados los inobedientes: Inocencio III confir- mó estas disposiciones. El mismo Pontífice en un breve dirigi- do á los fieles habitantes en el patrimonio de San Pedro, ordenó, que se echase mano á todo hereje, y en especial al que fuese pa- tareno, y se le entregase á la Curia secular,para que esta le cas- tigase con arreglo á los Cánones; que sus bienes fuesen confisca- dos,asignandose una parte al que hiciese la captura, otra para la Curia, y la tercera para construir muros en la Ciudad donde hu- biese sido tomado; que se destruyese la casa del hereje; que quien le recibiese ó favoreciese, sufriese en pena la confiscación de la cuarta parle de sus bienes, para las gentes de la República; que no se prestase oido á las apelaciones de tales personas, los abogados y notarios no los auxiliasen con sus oficios, y los cléri- gos les rehusasen los sacramentos, quedando privados de sus car- gos todos aquellos que procediesen de otro modo; que los herejes, y los que á estos acogiesen,fuesen privados de sepultura eclesiás- tica,y que Jos Cónsules y demás rectores de las ciudades presta- sen juramento de practicar lo mandado (22). El propio Inocencio en un Concilio general de Letran así dijoen el Cánon 3. ° : "condenamos á todos los herejes de cual- quier nombre que sean, que aunque de rostro diferente, están to- dos unidos por las colas, y mandamos que sean entregados á las potestades seculares, para que se les aplique la pena merecida, confiscándose sus bienes á los legos, y aplicándose los de los clé- rigos á las Iglesias de que reciban su estipendio. Amonéstese á las potestades seculares, y si fuese necesario obligúeseles con censuras, á que presten juramento de exterminar de buena fé y con todas sus fuerzas, del territorio de su jurisdicción á los here- jes denunciados por la Iglesia; y si rehusasen hacerlo, sean exco- mulgadas por el Metropolitano y demás Obispos de la provincia; y si dentro de un año no diesen satisfacción, dése cnenta al ¡ Ro- mano Pontífice, para que este absuelva á los vasallos del jura- mento de fidelidad,)' ofrezca dichos Estados á Príncipes católicos, que después de exterminar á los heréjes, los posean sin contra-[10] dicción en la pureza do la fé. Los fieles que se alisten en las cruzadas pava exterminar herejes, gozarán de las mismas indul- gencias y privilegios que si fuesen á la tierra santa: los fautores de herejes serán excomulgados, y por eso mismo serán infames, sin facultad de elegir y ser elegidos, ni de dar testimonio, ni de hacer testamento, ni de suceder en la herencia. Nadie estará obligado á contestar las demandas de un tal hombre: sus senten- cias serán nulas si fuese juez: si abogado, sus defensas nulas, y si escribano, nulos serán sus instrumentos, que deberán conde- narse con su autor. Los Arzobispos y Obispos por si ó por per- sonas idóneas, cuidarán de visitar una ó dos veces al año la par- roquia en que hubiese fama de haber herejes, y exigirán jura- mento de dos ó tres vecinos, y de todos si fuese necesario, de que avisarán al Obispo que hai en ella herejes: los que se resistieren á prestar el juramento, serán ellos mismos reputados por he- rejes." El siglo Xlll es famoso por la persecución de los herejes; y de ello tenemos documentos en las actas de los Concilios, como acabamos de verlo, en las Bulas de los Papas, y las leyes de los Príncipes; sobre todo lo cual abundan los ejemplos en la historia. En el Concilio 19 de Paris de 1201, Octaviano Legado pontificio, y los Obispos del Reino de Francia condenaron por hereje á Evrard de Nevers,que fué quemado publicamente con contento del pueblo. Otro de la misma ciudad celebrado en 1210 por el Cardenal Roberto de Courou, proscribió los errores de Amauri, y catorce de sus discípulos fueron condenados al fuego: enton- ces fué también cuando se destinaron á la misma pena los libros de la Metafísica de Aristóteles (23). El Legado Valterio cele- bró en 1223 váriosConcilios en Francia, y particularmente man- dó que los varones y caballeros, gobernadores de pueblos y de- mas vasallos del Conde de Tolosa, procurasen con eficacia bus- car, prender y castigar á los herejes; que cada pueblo en que fuese hallado un hereje,pagaría en pena un marco de plata por cada hereje al que le prendiese:que serian derribadas todas las ca- sas en que se hallase, ó hubiese predicado un hereje, y se confis- casen los bienes del dueño: que se pondría fuego á todas las cavernas en que se dijese haber herejes ocultos: que todos los bienes de los herejes fuesen confiscados sin pasar á sus hijos par- te alguna, y lo mismo los de sus fautores, ocultadores y defenso- res: que cualquiera sospechoso de herejía hiciese profesión de fe con juramento, bajóla pena de ser castigado como hereje: que los reconciliados llevasen dos cruces en el vestido exterior,ba|0 la pena de confiscación ó de otra conveniente; y que los excomulga- dos omisos por-el espacio de un año en solicitar su absolución se[11] compeliesen á ello por medio de la sustracción de bienes (24). Del Llei D. Ramiro I refiere con agrado el P. Mariana, q' % los nigrománticos y hechiceros castigo con pena de fuego;" y de S. Fernando dice "era tan enemigo de los herejes, que no contento con hacellos castigar á sus ministros, el mismo con su propia mano les arrimaba la leña, y les pegaba fuego:" antes que Ma- riana habia referido lo mismo D. Lucas Obispo de Tuy escri- tor contemporáneo—ipse vice famulorum ignem et ligna in eis comburendis núnisirabat (25). Cuando Felipe II asistió al auto de fe, celebrado en la plaza de Valladolid el 4 de Octubre de 1559, uno de los que iban á ser entregados á las Uamas,y era D. Carlos Sesé, hombre de distinción, se quejó al Rei, quien le res- pondió, que "si su hijo fuese hereje impenitente, el mismo le en- tregaría á las llamas, llevando en sus hombros la leña necesa- ria" (26). El Emperador Federico II á quien tanto humillaron los Ro- manos Pontífices, mandó en persecución de los herejes, por leí dictada el dia mismo de su coronación en Roma, que todos ellos fuesen castigados con las debidas penas; que los que adjurasen la herejía, sufriesen cárcel perpetua en penitencia saludable; q' fuesen igualmente castigados sus fautores, cómplices, abogados, y otros semejantes, y los que por evitar la muerte fingían adju- rar la herejía reteniéndola en su corazón; que no se les conce- diese ningnna apelación; que sus hijos, nietos y demás descen- dientes, quedasen privados de los oficios, beneficios, y posesio- nes de sus padres para memoria del crimen; que los hijos que no siguiesen la herejía desús padres, y por el contrario los denun- ciasen, pudiesen conservar sus bienes y posesiones; que los go- bernadores de las ciudades y lugares jurasen antes de recibirse, que defenderían la fé y perseguirían á los herejes patarenos; y si amonestados no quisiesen expeler á dichos herejes, pasado un año perderían sus bienes, qne serían dados á los católicos: el Papa Inocencio IV confirmó estas y otras terribles leyes del Em- perador Federico contra los herejes (27). El mismo Pontífice ha dejado muchedumbre de Bulas so- bre la materia que tratamos: Bula para los gobernadores de la Lombardía y otros lugares de la Italia, donde en treinta y ocho artículos que llama leyes, previene que la casa en que fuese tomado un hereje se derribase, y aun las vecinas, si pertenecie- sen á un mismo dueño, el cual debia quedar infame, confiscár- sele los bienes muebles, y las casas no poder ser reparadas ja- mas: que los hijos, nietos y fautores de los herejes no puedan ser admitidos á los oficios; y otras muchas disposiciones, cuya ob- servancia debían jurar los gobernadores, v si se atrevían á ha- TOMO 6. ÓV[12] cer alguna invocación sin licencia de la Santa Sede, eran rept?, tados por herejes. Bula para los inquisidores de dicho Estado de Lombardía, que preguntaron al Pontífice, si asi como habían de ser destruidas las casas, en que fuesen tomados los herejes, deberían serlo igualmente las torres, y recibieron respuesta afir. mativa.Bula ordenando que á los herejes convertidos se les exi. giese una caución pecuniaria.Bula en q'se prevenia,q'si los here- jes, sus cómplices y fautores no cumplían su promesa,fuesen te- nidos por relapsos, y se les exigiese la caución pecuniaria. Bu- la en fin, para no hablar de todas, concediendo á los inquisidores la facultad de interpretar los estatutos eclesiásticos, con el objeto de que tengan mas libertad en el ejercicio de sus funciones. También Alejandro IV respondía á las consultas de los inquisi- dores acerca de las leyes de Inocencio IV: les encavba que silos herejes se resistían á pagarlas cauciones pecuniarias,los obliga- sen con censuras: mandaba al inquisidor de la Povineia romana que vendiese los bienes de los herejes, y reservase su precio á la Santa Sede; autorizaba á dichos inquisidores, para que com- peliesen á los gobernadores de las ciudades por medio de censu- ras^ dar cumplimiento á sus sentencias: regístrense en el Bula- rio mas documentos de este y otros Papas del siglo 13 [28]. En el siglo 14 mandó Gregorio XI á la Universidad de Oxford, que hiciese tomar á Wiclef, y le pusiese en manos del Arzobispo de Cantorberi ó del Obispo de Lincoln; y en el 15 tu- vieron lugar los ruidosos castigos de Juan Hus y de Jerónimo de Praga. El primero habia obtenido salvo condncto del Empe- rador Sigismundo, y fué oido y exortado por los Padres del Con- cilio de Constanza, annque sin efecto, permaneciendo en sus er- rores; por lo cual el Concilio condenó al fnego sus libros, ordenó á los inquisidores,que procediesen contra los fautores y defenso- res de su doctrina, con toda la severidad de los Cánones, y de- claró á Juan Hus hereje pertinaz é incorregible, y que fuese en consecuencia degradado. Verificado este paso, dispuso el Con- cilio que Hus fuese entregado á la Curia secular, en cuyas ma- nos fué puesto, llevando en la cabeza una mitra de papel,con demonios pintados y esta inscripción Heresiarca, y la Curia se- cular lo entregó al fuego, donde dicen que se dirigió con paso firme y rostro sereno: obtuvo después Jerónimo de Praga salvo conducto del Concilio para presentarse, y reprobó los errores de Wiclef y de Juan Hus; pero habiéndose retractado posteriormen- te,fué condenado por el Concilio como hereje y relapso en here- jía; y entregado á la Curia secular sufrió el mismo castigo con igual serenidad f29]. En el siglo 10 se hallan multiplicados los ejemplos de perse-H3] cuciones religiosas, con motivos do las herejías de Lulero, Zuin- glio y Calvino; y el interés de la Religión, unido muchas veces al de la política, sirvió de ocasión á guerras crueles y prolonga- das. Los herejes mismos, á quienes convenia la tolerancia, no supieron guardarla. "Miguel Serveto, copiamos las palabras de un historiador, publicó un libro intitulado Errores de la Trinidad, del cual extractaron los ministros de Ginebra mas de treinta pro- posiciones heréticas ó blasfemas. Calvino sabiendo que Serveto se hallaba en Ginebra, le acusó al Senado, que le hizo prender y meter en la cárcel. Y en fin,por sentencia del mismo Senado de Ginebra, y á instancias de Calvino, fué Serveto quemado vivo á 27 de Octubre de 1553. Antes en el de 1550 había sido casti- gado con pena capital un tal Grueto, acusado de negar la divini- dad de la Religión cristiana. Era Grueto de la secta llamada de los libertinos de Ginebra, contra los cuales procedió siempre Cal- vino con el furor con que perseguía, y á lo menos desterraba de Ginebra, á cuantos se oponían á sus errores particulares, y á las sentencias comunes de los cristianos, que él reputaba importan- tes. Con motivo de este rigor de Calvino, se disputaba en Suisa y Ginebra del castigo de los herejes, pretendiendo muchos que debían ser abandonados al juicio de Dios, y otros, que debía cas- tigárseles con reclusión ó destierro, y de ningún modo con pena capital. Calvino al año siguiente publicó una larga impugnación de los errores de Serveto, y emprendió probar que los herejes de - bian ser castigados con la pena de muerte, con tal que el proce- so se siguiese con formalidad. Un discípulo de Serveto escribió con el fingido nombre de Martin Belio contra Calvino, en defensa de ios herejes;pero Teodoro Beza publicó un libro con el título— de que los Jierejes han de ser castigados for el magistrado-, y lo prueba no solo con testimonios de la sagrada Escritura, y la au- toridad de la Iglesia antigua, esto es de la católica, sino también con claros testimonios de Lutero, de Melancton, de Urbano Re* gio,de los luteranos de Sajorna, de Brencio, de Bucero, de Capi- toa, de Bulingero, de Músculo, y en fin de lo que él llama la Iglesia de Ginebra, que es del partido ó facción de Calvinistas de aquella Ciudad y cercanías. Decían Calvino y Teodoro de Beza, que los discípulos de Serveto, clamando contra los herejes,defen- dian su propia causa &a" (30). Enrique VIH Rei de Inglaterra merece ser contado entre los perseguidores: "varios religiosos fueron las primeras víctimas de su furor, seguimos copiando las palabras del propio historia- flor, y para conservarlas apariencias de católico, condenó tam- bién á muerte á muchos sectarios de la nueva reforma. Enton- ces lloró la Europa el suplicio de los dos mas grandes hombres[14] que tenia la Inglaterra, Tomas Moro, y Fischer Obispo de Rí- ehester. Habia algunos meses que estaban presos en la torre ete Londres, por no haber querido prestar el juramento,en que se re- conocía al Rei por cabeza suprema de aquella Iglesia....Por la misma resistencia de prestar el juramento habían sido ajusticia- dos tres cartujos, un sacerdote secular, y un graduado de doctor, se les arrancó el corazón y fueron descuartizados....Un grande número de religiosos franciscanos, después de mucho tiempo de calabozo, fueron muertos. A uno de ellos,que habia sido confe- sor de la Reina Catalina,le tuvieron colgado en la plaza de Lon- dres, y le hicieron morir á fuego lento." También la Católica Reina María, no contenta de haber restablecido la religión anti- gua sobre las ruinas de la Iglesia protestante, exigió de todos los subditos que abjurasen todas las prácticas y opiniones opuestas; nombró al efecto una terrible inquisición, y vió el pueblo ingles con indignación y espanto á sugetos distinguidos, y venerables por su ancianidad, condenados á tormentos que jamás se habían imaginado, aun para castigar los crímenes mas atroces. Por aquel tiempo fue, cuando el Papa Paulo III excomulgó al Rei de Inglaterra, y le privó de su Reino, absolvió á sus vasallos del ju- ramento de fidelidad; prohibió álos extranjeros el hacer comer- cio con Inglaterra; mandó á todos los fieles tomasen las armas contra Enrique y sus partidarios, y concedió sus Estados y pro- piedades al primer ocupante, pudíendo ser reducidas las perso- nas á esclavitud" [31]. Paulo IV declaró en una Bula terrible,que todos los Prela- dos, Príncipes, Reyes y Emperadores que cayesen en herejía, quedasen en el mismo hecho decaídos de sus beneficios, Esta- dos, Reinos é Imperios, los cuales pertenecerían al primer cató- lico que se apoderase de ellos; sin esperanza de que los Prelados y Príncipes herejes pudiesen ser rehabilitados jamás, y por gra- cia especial de la Santa Sede fuesen encerrados en un monaste- rio, ayunando á pan y agua hasta la muerte. Los Papas mismos son penados en esta Bula; pero si en algún tiempo apareciese, q' ántes de su asunción al pontificado se hubiese desviado de la fe católica, y caido en herejía, su promoción es declarada nula, írri- ta y sin ningún efecto, aun cuando hubiesen sido elegidos por unanimidad, y consagrados, y entronizados, y recibido de todos obediencia: esta Bula está firmada por todo el Sacro Colegio [32]. Cuando Paulo IV era todavía Cardenal,inspiró á Paulo III el es- tablecimiento de la inquisición en Roma, y miraba este Tribunal como el nervio y principal resorte del poder Pontificio. Luego que subió á la Santa Sede, le concedió autoridad mas amplia que la que habia tenido en su origen: mandó construir prisiones, quem ílenó de personas de toda condición, por el crimen de ser sospe- chosos de herejía. Aun no habia exhalado este Papa el último suspiro,cuando el pueblo puso fuego al Palacio inquisitorial, dan- do libertad á los presos, y destruyendo los archivos (-33). Pió IV citó á Roma en 1563 á Juana de Albert, Reina de Navarra, por crimen de herejía, só pena de que si no comparecía la privaría de su Reino. El Rei de Francia Carlos IX se opuso á la citación, y herido de la mengua hecha á esla Reina, y en su persona á todos los Reyes, tomó á su cargo la defensa. Sixto V publicó en 1588 una Bula, en la que trata al Rei de Navarra y á un pariente cercano suyo de herejes relapsos, favorecedores y protectores de los herejes, y enemigos de los católicos; y como á tales declara al Rei de Navarra despojado de su Reino, y del Principado de Bearne, y ú los dos Príncipes inhábiles para suce- der en algún Principado, y señaladamente en la Corona de Fran- cia [34]. El mismo Sixto empleó su autoridad contra Isabel Reina de Inglaterra, á imitación de sus predecesores: Pió V. la habia declarado hereje, y como tal digna de ser privada del Tro- no, absueltoá sus vasallos del juramento de fidelidad, y entrega- do los bienes de sus fautores tí quien los despojase de ellos [35]. Este Pontífice, San Pío V. confirmó en su Bula de 1556 la terrible de Paulo IV, de que ántes hicimos mención, y en ella es llamado el Tribunal de la Inquisición—Sagrado Oficio de la San- tísima Inquisición [36], Fué Inquisidor antes de su Pontificado; cuando ejerció este cargo en Bergamo, citó ante su Tribunal al Obispo de la Ciudad, Víctor Soranzo; y por el rigor con que ejer- ció su oficio, recibió el sobrenombre de Tirano eclesiástico, por cuyo motivo causó temores su exaltación, que el tiempo no tardó en justificar. Hizo proceder al Santo Oficio con un rigor, de q' hasta entonces no se tenia idéa en Italia, según dice un escritor, y para extender mas sus funciones, se hizo entregar todos los he- rejes detenidos en Toscana, Venecia, Milán y otros Estados: hizo buscar á los que eran sospechosos de herejía; muchos fueron lle- vados á Roma y quemados allí por órden suya, entre ellos Julio Zanneti y Pedro Carnesechi. Palcario que se habia atrevido á de- cir, que la Inquisición era una espada aguzada para cortar el cuello á los literatos, fué una de sus principales víctimas, y án- tes de ser arrojado á las llamas,se le forzó á escribir una retracta- ción, en la cual reconocía que el poder secular tenia facultad de quitar la vida á los herejes; que la Iglesia podía entregarlos sa- biendo el destino que habia de dárseles; que el Papa puede insti- tuir ministros para ejecutar sus órdenes en este respecto, y aun matar á los herejes con su propia mano, á imitación de Samuel y de San Pedro—quod ipsentet doclrinam usumqne amplecíere, kozrel¿cos....ígnis supplicio consume/idos (12)? ¿Por qué, antes dedecir que "el intento de Santo Domingo fué castigar las herejías ejemplarmente, y con tantas demostraciones, que asombrasen y espantasen al mundo," se puso por fundamento^' "el vulgo pien- sa que la caridad no tiene hiél, ni manos para herir, ni hrios pa- ra castigar;" por qué se recuerdan las acciones de "Finés que dió de puñaladas á un hombre, por verle entrar en casa de una mujer de otra lei; de Moisés que hallando en el campo de los católicos la inaudita maldad de adorar el becerro, matú casi veintitrés mil hombres; y de Elias, que degolló ochocientos y cin- cuenta Profetas idólatras, porque lo eran, y tenían engañado al pueblo;" por qué se añade luego—"todo esto se compadece con la caridad y amor de Dios y del prógimo....Como el Rei de los pecados sea la herejía, y los herejes sean la total destrucción de la Iglesia, tódos los Santos se hacen Icones siendo ovejas: para esto tienen ánimo, constancia, fortaleza y pecho, y á Santo Do- mingo no le habia de faltar, pues era su oficio particular perse- guirlos....No autoriza Dios maldades ni tiranías; ni los Concilios generales, donde él asiste, pueden aprobarlas: por donde la con- fiscación de bienes, la infamia, el destierro, las galeras, los azo- tes, y la muerte misma con que son punidos y castigados los here- jes, con tanta aprobación de sagrados Concilios, y el derivarse las penas á sus hijos y descendientes, son evidente testimonio"......... por qué,#volvemos á decir una y mil veces,, porqué todo esto y mucho mas? (73). Y sea cual fuere el origen del mal, ¿acaso se dirige nuestro empeño á explorar los autores de tan bárbara costumbre, ó á re- probarla en cualquier parte que hubiese tenido su principio? Re- probamos la falsa piedad, que de un lado con ridiculas y tristes razones hacia fuerza al Evangelio, poniéndolo en contradicción consigo mismo, y de otro combinando la política con la Religión, prestaba auxilios terrenos para oprimir á la coneiencia:repioba- mos el uso de la fuerza en materias exclusivamente sujetas al convencimiento, sin que los buenos resultados puedan justificarla algunas veces,como se pretende; porque medios injustos no pue- den jamás adquirir mérito, como no lo adquieren las medidas em- pleadas por los déspotas para poner á los pueblos en silencio: re- probamos esos mandatos destructores de las nobles y dulces afec- ciones del corazón humano, que se complace en proteger al opri- mido, y en dar acogida al desgraciado: reprobamos la unión de los poderes en la inhumana é irracional Inquisición, abominable monumento de la humillación del hombre,y q' pasará acompaña- da de horror á todas las generaciones: reprobamos los procedi- mientos de ese odioso Tribunal, que bajo pena de pecado mortal y excomunión, obligaba á que fuesen viles denunciantes, la es-m posa del esposo, y el hijo de su padre; que aplicaba á los enjuicia» dos la pena del tormento para que confesasen quizá lo que no eran; que inventaba maneras exquisitas para añadir aflicción al afligido, se burlaba del hombre al castigarle, y le mandaba guar- dar en el secreto sus propias humillaciones, y la barbaridad del Tribunal, só pena de excomunión: reprobamos que hayan sido declarados mártires del Evangelio los mártires de la Inquisición, como si el ódio á ésta fuera odio, y no amor y respeto á la santa Religión de Jesucristo (74): reprobamos, en fin, dejando á nues- tros lectores muchas mas observaciones de las que hemos hecho, reprobamos la oculta mira de los que pretenden distraer la aten- ción de estos recuerdos, para impedir el saludable horror q' ellos inspiran, y las lecciones útiles que de ahí pueden tomarse; como si con semejante empeño dejasen de haberse cometido tan horri- bles atentados, y no se hubiesen sacrificado millares de víctimas, ¡Víctimas desventuradas! la Inquisición está abolida; pero voso- tras no existís. ¿Y cual es el derecho que pudieran alegar á estas felices mudanzas, para hacer de ellas un mérito? ¿Tuvieron parte los postreros Inquisidores, cuya conducta fué mas moderada ó menos cruel que la de sus antecesores, tuvieron parte en el principio de donde procedió la lenidad del Tribunal? Y los que no fueron In- quisidores, rebajaron su primera severidad por el convenci- miento, de que no debia obrarse de este modo en materia de fé, por algún sentimiento generoso y expontáneo de los q5 brotan na- turalmente en los nobles corazones en pro de la humanidad, 6 por cualquiera otra razón tomada del fondo de sus doctrinas? ¿Qué principio acaba de influir en el espíritu del P. Lacordaire, para apartar á Santo Domingo de la batalla de Maurel, donde otros le hacían marchar á la cabeza de los combatientes con la cruz en la mano, y dejarle mas bien en la Ciudad, rezando con los Obispos y los Religiosos? ¿Por qué, á diferencia de antiguos escritores, se empeña en mostrar al lector,que nunca se nombra á su Patriar- ca en los actos de la guerra, de los sitios, de los triunfos, y que las armas de Domingt) contra la herejía eran la predicación, la controversia, la paciencia, la pobreza, la caridad, el don de los milagros, y la institución del Rosario? Cuando el filósofo se ocu- paba en ilustrar con provecho á los Gobiernos,para que aboliesen la bárbara pena de confiscación, y redujesen siquiera, yaque no fuese dado abolir, la otra mas bárbara pena de muerte, circula- ban con ostentación, y regían las escuelas los libros donde está escrito—hai derecho para castigar aun con pena de muerte á los herejes; y en las Decretales se hallaban estampadas y están toda- vía las órdenes para castigar con pena de confiscación y otrasm temporales a los mismos herejes. El P. Muzarelli ostentando buen uso de la lógica en materias de Religión, ha dicho á fines del siglo pasado que "el Tribunal de la Inquisición es lícito, y nada contrario al Evangelio; que puede ser útil, útilísimo á los Estados católicos; q' Padres santos, doctos y Pontífices aprobaron el castigo de los herejes; que lo reprueban hombres no doctos, ni santos ni Pontífices; que el espíritu de mansedumbre tuvo lugar en los primeros siglos, mas no siempre en los posteriores; y que la Iglesia misma tiene aprobado el castigo de los herejes,y el Tri- bunal de la Inquisición." Así pone este Autor una arma terri- ble en manos de los enemigos de la Iglesia católica, convirtien- do la persecución en derecho de perseguir. Por último,Pió VII se ha lamentado en nuestros dias de que se permitiese á los here- jes la adquisición de bienes eclesiásticos, cuando el Derecho Ca- nónico les confiscaba los propios suyos por el delito de here- jía (75). Otro fué el origen de esos cambios obrados á pesar del deseo, por miramiento á las luces, y respeto á las doctrinas de hombres distinguidos, que aunque mal vistos, y quizá perseguidos por la misma razón que los hacia ilustres, comunicaban á otros sus co- nocimientos, é iban formando una nueva opinión, q' aunque poco ostensible para servir de regla,lo era bastante para ser considera- da. La filosofía dictó tan provechosas lecciones, y á ella se le debe este servicio importante; y no porque fuese incapaz de ha- cerlo el Evangelio; pues ¿cual es la máxima benéfica y sublime de cualquier género en el orden moral, que no tenga derecho de que se le atribuya, y cual el bien que no pueda producir una re- ligión, que manda amar á los propios enemigos? sino porque pre- tensiones absurdas fueron sostituidas á las preciosas sentencias de Jesucristo, comentadas arbitrariamente con espíritu terreno y anti-evangélico, propagadas por los doctores y entrometidas en las conciencias de los fieles. Fué preciso invocar otro principio, y traer nueva luz que hiciese visibles los despropósitos, y pusie- se á los hombres camino derecho del Evangelio, en que sin co- mentario se leyesen las santas lecciones que allí están escritas. Lecciones de caridad q' infunden otro espíritu, como no es el del antiguo Testamento, donde mandatos y ejemplos terribles hacen estremecer á los hombres, que se ven precisados á refugiarse en el corazón de Jesucristo,para adorar en él los arcanos de su Padre. Y sin embargo de todas estas lecciones de caridad, y de este dulce espíritu del nuevo Testamento; hai quienes olvidándolo co- mo que no existiera, recurren al antiguo, toman del Deuterono- mio las órdenes de quitar la vida á los falsos profetas, y aprenden de Nabucodonosor á derribar la casa del que blafemase del Diosde Daniel, copian este modelo para prescribirlo como reglado procedimiento contra los herejes, y buscan biel en la caridad cris- liana para justificar sus crueldades. El castigo, y la matanza de esos infelices eran reputados como obra laudable, y digna de .ser ofrecida á Dios, y de presentarse en espectáculo á los Reyes, que veian insensibles consumirse en las llamas á sus propios sub- ditos, y se hacian sordos á sus clamores; obra meritoria á que es- taban concedidas indulgencias, y que se contaba entre las vir tu- desde los santos (76); obra ilustre que provocaba la envidia de los Soberanos, que pedían al Papa Inquisidores, creyendo desai- rada la Provincia q' carecia de ellos (77); q' empeñaba el patrio- tismo délos historiadores, para disputar el honor del primer esta- blecimiento de la Inquisición en estas 6 aquellas ciudades(78), y que llenó de entusiasmo al P. dominicano Malvenda para excla- mar así—"¡Cuanta gloria, explendor y dignidad tiene la urden de predicadores, por haber nacido en ella,siendo su autor Santo Domingo, el Sacrosanto oficio de la Inquisición! Invención divi- na, con que la Religión dominicana há dado importancia y vigor á la Iglesia; pues con su auxilio se reprime la audacia de los he- rejes, los católicos quedan contenidos, se mantiene la pureza de la f¿ cristiana, y se extingue con hierro, y fuego á los herejes, ó se les aterra, y pone en fuga y desbarata. Obra ilustre han prac- ticado los religiosos predicadores, con admirable integridad, in- dustria y prudencia, de lo que dan copiosos testimonios nuestros anales (79). Iguales ó mayores testimonios, decimos ahora noso- tros, sería fácil encontrar en los innumerables encomios,que por escrito y de palabra se han hecho de la Inquisición, en presencia á veces de los mismos Inquisidores, para ensalzar una institución de que se ha dicho,q' Jesucristo fue el Supremo General y Divino Inquisidor (80); y la cual en el exceso del fanatismo recibió el nombre de Sanio Oficio. En las primeras páginas de esta diser- tación oimos decir á San Pió V—el sagrado oficio de la Sajilisima Inquisición. Que los conquistadores sacrificasen á los hombres, apoyados sobre el derecho que tenían en la punta de la espada, y que Ma- homa dijese desenvainando su Cimitarra—creer ó morir, á nadie debe espantar, pues procedían con la fuerza; pero que á nombre de Jesucristo, que murió por salvar á los hombres,se quite á és- tos la vida, y se convierta en instrumento de muerte el signo de la redención, es el apuramiento del delirio, y la mas monstruosa de todas las contradicciones. Siquiera los que solo se han conten- tado con escribir en favor del bárbaro derecho que combatimos, ahí pararon, extraviados ciertamente por la opinión de su tiempo, aunque causando para después males horrendos, en que ellos nom pensaron; mas llevar al cabo estos horrores, multiplicarlos, hacer alarde deeliosy presentarlos en obsequio á la Divinidad........no atinamos á expresar cuanto sentimos. Un corazón recto y bien {orinado, cuando llega el caso de obrar, modera los impulsos, y enmienda los extravíos de una conciencia errónea: Santo Tomas y Berlamino no habrían hecho lo que Torquemada.pero este In- quisidor y sus sucesores consumieron millares de hombres en sus hogueras. ¿Por qué entonces se ha censurado tanto á los gentiles, de que hubiesen ofrecido á sus Divinidades víctimas humanas? ¿Cuál es la diferencia sustancial entre uno y otro caso? Estos creían á lo menos, que el hombre no podía ser sacrificado sino ú Dios, en señal de adoración; mientras que el sistema inquisitorial le ha hecho perecer, y de una manera atroz, en obsequio á los de- mas hombres, para que no corriese peligro su salud espiritual. Por último, la causa que impugnamos, ella misma lleva has- ta el extremo su descrédito; puesá mas de ostentar su oposición á las máximas del Evangelio y de horrorizar al universo con sus reglas y autos de fé, añade, no sabemos porqué extraña combina- ción, lo ridículo á lo trágico; y sublimes ingenios que fueron lumbreras de sus siglos, así dijeron en sus escritos—los monede- ros falsos merecen la muerte; luego también los herejes: la mere- cen los lobos rapaces; luego también los herejes: es digna de muerte la muger adúltera; luego también el hereje: puede éste ser excomulgado; luego también muerto. Y al fin de todo, aña- diendo el insulto á la dureza, é irritando la humillación con el sarcasmo, echan en caraá los herejes, que si niegan á la autori- dad el derecho de quemarlos, es porque en ello se defienden á sí mismos. Sin embargo, herejes han defendido, en esta parte, la causa del Evangélio y de la humanidad contra católicos Cardena- les ¡que vergüenza! Hablemos ya con mas decencia y miramiento de la dignidad del hombre,y sus sagrados derechos, y procuremos demostrar, que los fueros de la conciencia deben ser respetados por los Gobier- nos, por la Iglesia, y por los particulares,unos á otros respectiva- mente. 1. ° Los Gobiernos deben respetar los fueros de la conciencia. Algunas veces hemos tenido que recurrir en nuestras disertacio- nes álos principios que sirven para explicar el origen y la eco- nomía de la sociedad civil, y tenemos que hacerlo de nuevo. Im- pedidos los hombres por el poderoso estímulo de la necesidad, y del deseo de asegurarse un porvenir feliz ó menos desgraciado, tuvieron que reunirse para vivir en paz bajo de ciertas condicio- nes. Desconociendo cada individuo otra jurisdicción que la[50] paterna, y careciendo por lo mismo de lodo auxilio en sus nego- cios peculiares, se veia precisado á defenderse á sí propio, y re- peler la fuerza con la fuerza, donde perdía el débil, y noel in- justo. Convino pues renunciar esa ilimitada independencia y libertad, para procurarse en adelante una vida quieta, a mas de segura, obedeciendo á los magistrados, llevando ante ellos sus demandas, estando prontos á exponer su vida en defensa de la Patria, dejándose uncir al yugo de las leyes, y sacrificando una parte de sus propiedades para conservar el resto, y mantener el cuerpo de la sociedad. Tales fueron las bases sobre que los individuos de nuestra especie levantaron el edificio político, y tales las razones que a ello los movieron-el interés individual y el del Estado. Ahora bien: ¿alguno de estos títulos exige que cada hombre haya puesto su conciencia en el depósito común, que forma el poder público, ó menguado siquiera sus derechos en beneficio de los otros y de la sociedad? Porque, si en esa suma de cesiones individuales no ha sido puesta la conciencia, no hai de donde puedan tomar sobre ella los Gobiernos la mas pequeña autoridad. ¿Exige el interés de cada individuo el sacrificio de su concien- cia.? Poner la conciencia en el depósito común del poder públi- co, sería convenírselos particulares en pensar y creer como sus gobernantes, en materias de Religión. ¿Y será racional este pac- to, ó habría derecho para hacerlo? La conciencia es el íntimo convencimiento, y el asenso firme que presta el ánimo á estos ó aquellos puntos de doctrina: es un acto mental que pertenece á cada hombre, que aunque convenga con otros en los objetos de su culto y en la certidumbre de ellos, se distingue por él del asen- so y convencimiento de todos los demás, por donde cada cual tiene su conciencia propia. ¿Podrá decirse que los ciudadanos particulares están siempre y en todo caso convenidos acerca de un punto, como pudieran estarlo las personas de sus gobernantes? No: y si no obstante la confesión fuese uniforme, reinaría en mu- chos la hipocresía; pero es absurdo aquel sistema, conforme al cual quedarían obligados los hombres á ser hipócritas. Por otra parte, siendo diferente la creencia de los Gobiernos en toda la redondez de la tierra, debería serlo también la de los particulares, y 'resultaría una desigualdad y una contradicción monstruosas en materias de Religión, pues se trata de verdades y no de intereses civiles de los pueblos, y sus Gobiernos, en que puede ser útil y aun necesaria la discrepancia. En fin, el ciu- dadano no ha de mirar únicamente por sí en el momento de aho- ra, sino en todos los momentos de su vida, asi corno lo hace en[51] negocios menos importantes que el de la conciencia; y si pudie- se ligar á ésta para siempre en el primer instante, sometiéndola á la conciencia del Gobierno, que no puede darle garantía de acierto, tendria que renunciar al influjo de las luces, á la pose- sión de la verdad, y quedar obligado á permanecer en el error; propósito absurdo respecto de sí mismo, y mas que absurdo res- pecto de la posteridad: no tienen pues interés en entregar su conciencia al poder público. ¿Y lo tendrá la sociedad en que tal cosa suceda? Interesa sin duda á los Estados, que los ciudadanos tengan religión, ó es- ten sujetos á ese freno,único capaz de contener al hombre,euan- do obra en secreto ó piensa mal; mas por extraviadas que sean las doctrinas de una falsa Religión, mientras ellas no sean per- turbadoras del reposo público, ni atenten de cualquier modo con- tra los fines por los cuales se hallan los hombres reunidos en so- ciedad, no tiene ésta motivo justo de queja, ni derecho para inter- venir. ¿Importará á la tranquilidad pública, que los ciudadanos piensen de este ó aquel modo sobre un punto dogmático? Si tal cosa importase, dependería del Gobierno la definición,que supo- ne el privilegio de la infalibilidad,la cual no le fué concedida ni aun en las materias propias de su competencia, y que no podria llevarse á cabo, sino empleando los medios que están á su alcance, es decir, la fuerza para convencer. No tiene pues in- teres,ni puede tenerlo el Estado, en que los Gobiernos dispongan de la conciencia de los individuos; y si éstos no lo han tenido considerados separadamente, como lo hemos visto, tampoco lo tendrán reunidos componiendo el cuerpo de la sociedad; y las razones que entonces alegamos, para demostrar la inhabilidad de los Gobiernos respecto de los particulares, conservan todo su vigor al tratar del Estado. Luego los Gobiernos nada tienen q' hacer con la conciencia, y solo con las armas deldepotismo pue- den atropellar su inmunidad, y por consiguiente están obligados á respetar sus inviolables fueros: en la tercera disertación deja- mos sentada mas brevemente esta verdad. Según estos principios, podemos formar juicio de la siguien- te leí de Teodosio el Grande—"Es nuestra voluntad, que todos los pueblos de nuestro dominio vivan en la religión, que el Após- tol San Pedro enseñó á los Romanos,y en ellos se ha conservado hasta ahora, la cual se vé que siguen el Pontífice Dámaso, y Pe- dro Obispo de Alejandría, varón de una santidad apostólica; pa- ra que conforme á la tradición de los Apóstoles y á la doctrina del Evangelio, todos creamos en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, una sola Divinidad con igual magestad y con una santa Trinidad. Y mandamos que los que sigan esta fé, se TOMO 0. úo[52] llamen cristianos, y que los demás, á quienes tenemos por locos é insensatos, sufran la infamia de ser tenidos por herejes, y sus conciliábulos no puedan llamarse Iglesias. En fin, á mas de ser castigados por Dios, lo serán también por Nós, según Dios nos inspire." El Cardenal Baronio insertó con júbilo esta lei impe- rial en sus anales eclesiásticos. También Justiniano publicó al principio de su imperio una constitución, que contenia su profe- sión de fé sobre la Trinidad y Encarnación, y condenaba á todos los herejes, en especíala Nestorio, Eutiques y Apolinar, mandan- do que incurriesen en las penas impuestas contra los herejes,to- dos los que se opusiesen á dicha profesión (81). Pasemos á otro punto. 2. ° Los fueros de la conciencia deben ser respetados por las autoridades eclesiásticas. En otra parte hemos dicho,que la Igle- sia recibió de Jesucristo el encargo de ser garante y protectora de los derechos de la conciencia. Mas si los Gobiernos están obligados á respetarla, por cuanto no es ella uno de los elemen- tos que forman el depósito público, única fuente legítima déla autoridad civil, la Iglesia que ha sido encargada del cuicladode la conciencia, debe esmerarse en que nadie la oprima, y en que conserve su libertad, esa libertad que le fué restituida por Jesu- cristo: por consiguiente,está obligada á dar ejemplos de lo mismo que exige délos demás, á que sús Pastores no la opriman, le guarden su libertad, la respeten,y digan lo que San Pablo á los Corintios, y en ellos á todos los cristianos—"hermanos mios, no- sotros no ejercemos dominio sobre vuestras conciencias" non do- minamur Jidei vestro. (82). Es verdad que la Iglesia también di- rige las conciencias; pero esto se entiende únicamente por el uso de los medios que recibió de Jesucristo, es decir, sin coacción, de grado y expontánea voluntad de los dirigidos, sin sacrificar el bien espiritual de algunos al bien espiritual del mayor número, y al fin de todo, valiéndose del sufrimiento y la paciencia, lejos de ejercer en ningún caso la tiranía reprobada por el Apóstol -non dominamurfidei vestra. No hai duda,que en esta dirección se incluye la enseñanza de los dogmas, que propone y manda creer so pena de censuras; pero una cosa es la declaración de los dogmas revelados, y el mandato consiguiente de reconocerlos por tales, lo cual supone el establecimiento de la autoridad que tales cosas declara y or- dena, y otra mui diversa el juicio que resulta de las averigua- ciones hechas para descubrir la Religión, y llegar á conocer q' es la verdadera ésta y no aquella, y se encuentra en esta y no en esotra Iglesia. Ha tenido la Iglesia suficiente autoridad para decir—"quien negare que los sacramentos de la nueva lei son[53] siete, queda excomulgado''' pero no ha dicho, ni dirá jamas, ni le toca decir—"quien negare que la Religión de Jesucristo es la única verdadera, sea excomulgado," sin emhargo de enunciar una verdad; pues su conocimiento es obra de la razón, ó del exa- men que se haga de los motivos que llaman de credibilidad, y no de la sentencia pronunciada por la autoridad, cuya voz, aun no lia llegado. Bien puede la razón extraviarse en este examen por motivos indiferentes, y aun culpables; el hombre responderá á Dios de su negligencia, de su culpa, y de su error; pero nadie absolutamente, nadie tiene facultad de avocar á su tribunal una causa que se versa entre Dios y el hombre, sin ningún interme- dio magisterio; porque si respecto de Dios, es rigorosa obligación la de buscar el camino trazado por 61 para encontrarle, respecto de todos los demás es un derecho el de buscar ese camino, cuan- do cree ó duda el hombre hallarse en otro, y es la libertad de emprender en tal caso un examen serio y detenido. Asi pues, el dictamen de la razón, ó la conciencia, errado que fuera, es respetable; y asi como lo es el derecho de propiedad, aun cuando de él se abusa, lo es igualmente el sagrado derecho de la con- ciencia, aunque ésta yerre. El error no puede merecer sino el desprecio; mas el juicio equivocado de lo que se presenta como si fuera la verdad, obliga al hombre á no faltar á los respetos que le son debidos: en adelante insistiremos sobre este pensamien- to, y lo ampliíicarémos. Tan cierto y seguro es lo que estamos diciendo, que á una enseñan todos los teólogos, que nunca jamas es permitido obrar contra la conciencia, aun cuando sea errónea, y el error sea culpable, adelantando el Cardenal Gotti la aserción en estos tér- minos, citando á Santo Tomas — hai obligación de seguir la conciencia errónea, aun cuando sea vencible—conscientia errónea etiam vincibiUler, obligat ad eam scquendam; üa D. Tilo- mas (83). El mismo Santo Tomas proponiéndose la cuestión de, si será mala la voluntad que se aparta de la conciencia errónea, y después de referir la opinión de algunos, que convenían en que era mala dicha voluntad, cuando no se conformaba con el dicta- men de la razón, haciendo lo que ésta le proponía como prohibi- do en cosas indiferentes, pero no en aquellas que eran buenas ó malas por su naturaleza, dice el angélico Doctor, que es irracio- nal tal opinión—sed hoc irralionabiliier dicilur; pues en las cosas indiferentes ó en las buenas ó malas por su naturaleza, puede tener lugar el fundamento por donde es mala la voluntad, á saber, porque obra en contradicción del concepto que ha formado la conciencia, ó de la manera con que la razón aprehende la bondad ó malicia de las cosas: que aunque es una cosa buenaen sí misma el abstenerse de la fornicación, si la razón propone á la voluntad como mala esta abstinencia, la voluntad se hará mala pues quiere un mal, que no loes sino per acc/dens, ó por la aprehensión de la conciencia: q' bueno como es y aun necesario para la salud creer en Jesucristo, si la razón propone como ma- la esta creencia, y la voluntad la sigue, abraza ésta una cosa ma- la per accidens,6 por aprehensión de la conciencia: q' aunque el juicio de la conciencia errónea no se derive de Dios, proponién- dolo ella como verdadero,lo presenta como derivado de Dios, del cual procede toda verdad; y en tal caso lo mismo es despreciar el dictamen de la conciencia que el mandato de Dios, que supo- ne aquella, aunque erradamente—quando ratio errans proponü nliquid utprceceptum Dei, tune idemesl contemnere dictamen ratio- nis et Deipreceptum (84). Frecuentemente hacen valer losteólogos,al tratar de la con- ciencia, aquellas palabras de San Pablo, que escribiendo á los Romanos les decia, que aquel que haciendo distinción de vian- das, las comia contra su conciencia, era condenado, pues todo lo que no es conforme á su dictamen, ó según la fe, es pecado—om- ne quod non esl exjide, peccaium est; y en el cuerpo del Derecho Canónico se halla inserto un pasaje de Inocencio III,en que des- pués de traerá propósito el citado texto del Apóstol, estampa la sentencia de que, cuanto se hace contra la conciencia sirve para la condenación—quidquídjit contra conscientiam,03dijicat adgehen- nam (85). Tal doctrina es de las que tienen uso mui frecuente en la vida cristiana, y que se repite á cada paso en los libros y conferencias de moral, en los confesonarios y en los pulpitos, co- mo que la Iglesia quisiera dar un testimonio solemne de los res- petos que le merece la conciencia. ¿Y estos respetos serán de- bidos únicamente á la conciencia de los fieles? También los de- mas tienen conciencia, ó hai en ellos ese dictamen de la razón, q' concibe como verdadero y derivado de Dios lo que realmente no viene de este origen, lo que es falso y malo, aunque per accidens es bueno por la aprehensión de la conciencia, como tantas veces lo hemos oido decir al Angélico Doctor.Tiene sin duda la Iglesia medios, que pueden emplear con buen suceso sus Ministros para llegar á una conciencia errónea, prestando al individuo el impor- tante servicio de que consiga deponerla, y sea sostituida por un juicio recto; pero de cualquier modo ha de prestarse homenaje á la conciencia, y guardarse las consideraciones y respetos que le son debidos. 3. ° Los hombres deben respetar unos en otros los fueros de la conciencia. Cuando el derecho de qué goza un individuo,ama- ga la seguridad de otro, puede éste tomar las medidas convenien-íes pava precaverse, oponer derecho á derecho, y la fuerza á la fuerza en caso necesario; pero si los abusos de un derecho en nada perjudican á un tercero; si el propietario, por ejemplo, des- perdicia sus bienes, ó los emplea en bagatelas ó necedades, de donde ni á él mismo ni á los otros les resulta ninguna utilidad, el derecho del propietario debe ser respetado. Censúrese enhora- buena su mala conducta, no sea que otros quieran tomarla por modelo, y antes sirva su reprobación de castigo al pródigo, y de lección saludable á los demás; pero el pródigo será siempre due- ño de lo suyo, y á nadie será permitido desconocer el derecho de que abusa. Es de tanta mayor importancia lo que decimos, cuanto que pudiendo ser cada uno el término de la comparación que hemos traído, es de conveniencia mutua el respeto que' unos ú otros se deben en sus derechos. Hagamos ahora aplicación de este principio á nuestro asun- to. ¿Me resulta algún perjuicio de que otro no piense de la ma- nera que yo en punto de doctrina? No; como no me resulta ninguno, de que en las ciencias físicas sea este peripatético,aquel gasendista, esotro cartesiano, y yo neutoniano. Todo es obra del convencimiento, ó llámese alucinación, que pasa allá dentro del cerebro, en el gabinete del filósofo, en los libros, y en las cá- tedras, sin que los artesanos abandonen por eso sus talleres, el la- brador su campo, el padre los negocios de la familia, y los ma- gistrados sus ocupaciones: no me redunda pues ningún perjuicio de que otro no piense como yo en materia de doctrina. El mal que pueda causarle su error para él será, y mientras tanto per- manezco yo firme en mi creencia. Y ¿será justa mi queja, de que otro no respete mi conciencia, cuando yo no he querido res- petar la suya? No; pues aunque su conciencia sea errnóea, y recta la mia, el dictamen de ja razón en uno y otro es regla próxima de los actos humanos, según la enseñanza de todos los teólogos, es un juicio, una sentencia, á la cual no es permitido desobedecer sin cometer un pecado, como enseñan ellos mismos, y es la aprehensión del alma, que proponiendo alguna cosa como verdadera y buena y derivada de Dios, debe ser tan respetada, según Santo Tomas, para el efecto de no obrar contra ella, como si de Dios mismo procediera—idem est contemnere dictamen ra- ¿ionis, ei Dei prcecepium. Por consiguiente, menospreciar la con- ciencia de otro hombre que no piensa como yo, es tenerle á mal que no proceda contra el dictamen de su razón, que sea fiel on la observancia de una regla de moral, y provocarle á que tenga conmigo la misma conducta, igual deseo, lo que ciertamente me sería indecoroso y ofensivo. Luego no hai razón que me autor i- ze á rehusar mis respetos á su conciencia, y por el contrario, es[56] interés mió que yo haga con 61, lo que quisiera que hiciese con. migo, 6 que respetase mi conciencia. Quien se halla satisfecho de la verdad de su Religión, no siempre es justo cuando juzga á los que siguen otra, sino que con- fundiéndolo todo en la conciencia ageua, mira por un solo aspecto lo que pasa ahí,habiendo dos en realidad. Una cosa es el dicta- men de la razón de parte del objeto sobre quien recae, y otra de parte del principio de donde procede; acción y efecto á un mismo tiempo, aunque en sentido diferente. Si pues separamos estas dos cosas que están unidas dentro del espíritu, tendremos—razón que discurre—concepto que ella forma: y si nos contraemos al caso de extraviarse la razón en su concepto, así diremos—error— conciencia. Bien puede estar el error en la conciencia, pero el error no es la conciencia, ó no es el dictamen de la razón, que importa el pensamiento ó el acto de una facultad que ennoblece al hombre, y conserva por tanto todo su mérito y respetabilidad. Así también, la libertad, que con la razón nos distingue de los brutos, es un bien precioso, aunque muchas veces tengamos que sentir las malas consecuencias de su ejercicio. Sin faltar al res- peto debido á la conciencia, hai copiosa materia en que puedan ocupar su celo los buenos espíritus; impugnando los errores, fuente funesta y fecunda de desgracias para nuestra especie, y declamando contra los vicios, y haciendo verá los hombres que su interés consiste en huir de ellos; pera así como podemos diri- girnos contra el vicio sin atacar al hombre, asi también contra el error respetando la conciencia; no perdiendo de vista que sí ei crimen procede siempre de una raiz infecta y maligna, el error es conciliable con la buena íe, nuevo título de respeto al dicta- men de la razón, ó á la conciencia. De suerte que, para resu- mir lo que elejamos dicho, la conciencia es respetable en todos los casos, y ante cualquiera clase de personas, con autoridad ó sin ella. El lenguaje del convencimiento es el que debe emplear, quien quiera hacerse oir de la conciencia; porque todas las fuer- zas de la tierra no son capaces de doblegar el pensamiento: la violencia y la injusticia arrancarán alguna vez una confesión hi- pócrita; pero no infundirán en el ánimo la convicción—Religio- nem iníel/igentia magis quanjussione firmar i; deciaun Emperador á un Obispo [86]. Así pues,los Gobiernos y la Iglesia,y los par- ticulares tienen que detenerse á los umbrales del Templo de la conciencia, y pedir el permiso de la entrada. A fuera, y para otros queden los castigos, las censuras y esamala mirada de la opinión, que es la pena con que castigan los que carecen de po- der. Injurioso sería prometerle consideraciones, suavizando los procedimientos y las penas que se empleasen contra ella: el en-m men consiste en castigarla: decimos mal; no basta no atropellar sus fueros, es preciso respetarlos, y acatar profundamente el santuario donde habita la conciencia. Pero "hubo épocas, diremos con un elocuente escritor, al concluir este punto, hubo épocas en que el hombre degollando al hombre, cuya creencia era distinta de la suya, se persuadía ofre- cer en ello un sacrificio agradable á Dios. Abominad esos exce- crables homicidios. ¡Cómo la muerte del hombre puede agradar á Dios, que ha dicho al hombre—no maíarásl Cuando la sangre del hombre se derrama sóbrela tierra, como una ofrenda á Dios, los demonios acuden para bebería, y se introducen en el que la ha vertido. No se comienza á perseguir hasta que se ha perdido la esperanza de convencer, y el que pierde la esperanza de convencer ó blasfema en sí mismo del poder de la verdad, ó no tiene confianza en la verdad de la doctrina que anun- cia, j Qué mayor insensatez, que la de decir á los hombres creed ó morid....! La fé es hija del Verbo} penetra en los cora- zones con la palabra, y no con el puñal. Jesús vivió haciendo bien, atrayendo á sí por su bondad, y conmoviendo á las almas duras con su suavidad y blandura. Sus labios divinos bende- cían y nunca maldecían, sino á los hipócritas. No escogió verdugos para Apóstoles. El espíritu de Jesús es de paz,de mi- sericordia y de amor. Aquellos que persiguen en su nombre, y escudriñan las conciencias con el acero, que martirizan el cuer- po para convencer el alma, y hacen verter lágrimas en vez de enjugarlas; éstos no poseen el espíritu de Jesús. ¡Desgraciado el que profana el Evangelio, presentándole á los hombres como un objeto de temor! Desgraciado el que escribe la buena nueva en una hoja ensangrentada" [87]. Prosigamos nuestra taréa. Las consecuencias que naturalmente podrían deducirse de los principios que dejamos sentados, serían en todo sentido favora- bles al derecho de cada hombre en la materia que tratamos; pero los amigos de la intolerancia salen al paso,y no pudiendo negar la inviolabilidad del pensamiento, la reducen á los actos interiores, mas no á su manifestac¡on,ó permitiéndola en su indulgenciad los actos privados, la excluyen enteramente de los públicos, á fin,co- mo es fácil entender, de impedir que tenga lugar en los Estados el culto público de muchas religiones. Dejemos hablar por todos á un moderno pseritor que así se expresa: "si bien en ningnn ca- so se podrá violentar la opinión, que sería un imposible, ni los ac- tos privados del individuo,'de los cuales en cuanto á culto no es responsable mas que á Dios; no puede sin embargo permitirse una tolerancia pública de irreligión ó de actos contra la religión del Estado, que sería un desacato á la leí, un atentado contra el or- den público y un insulto á la creencia del pueblo, de cuyos derc-[58] chos se muestran por otra parte tan celosos la mayor parte de loa íilósofos [88]. Esto argumentónos ábrela puerta á la ruidosa cuestión de la tolerancia, sobre la cual es bien conocida la opinión de núes- tros pueblos. Para evitar todo escándalo, fijemos el estado de la cuestión, repitiendo lo que sobre el particular dijimos al princi- pio. No cumple á los Gobiernos políticos decretarla tolerancia religiosa; porque es mui extraño á sus facultades declarar que todas las religiones sean agradables á Dios, y mucho menos que le son indiferentes. Se trata únicamente de si pueden consentir y establecer en sus Estados la tolerancia civil de muchas reli- giones, y que los individuos que las profesan tributen un culto público, cada cual según su modo, á la Divinidad. Semejante cuestión está mui lejos de ser escandalosa, pues los mismos ene- migos de esta tolerancia suponen y designan casos en que pueden permitirla los Gobiernos, y sostienen que la tolerancia civil es diferente de la tolerancia teológica ó religiosa, contra Juan San- tiago Rousseau que pretendía lo contrario,ó que una y otra eran inseparables [89j. Tampoco nos contraemos á considerar este 6 aquel pais determinado, y las circunstancias en que se encuen- tre actualmente; sino que miramos la cuestión en general, de- jando para después las aplicaciones como se fueren naturalmente presentando. Preguntemos pues ¿pueden los Gobiernos consen- tir en sus Estados el culto público de dos ó mas religiones, y decretaren favor de los individuos que las profesan la tolerancia civil? Las razones que hemos dado para fundar el respeto que se debe á la conciencia, no han valido solamente para poner en guárdala inviolabilidad del pensamiento. No es el hombre pura inteligencia, ni cuando se halla reunido á sus semejantes, limita el ejercicio de sus derechos á los actos privados; es miembro de la sociedad, y en ella puede ostentar relaciones exlernas y visi- bles. Si el deísmo fuera la única religión, excusado sería el tra- bajo que hemos emprendido, y el de nuestros adversarios; pero en la variedad de religiones que tienen culto externo, no hai ra- zón para rehusar á cada uno el derecho que tiene de practicarlo en compañía de los demás que lo profesan igualmente, para sacar de ahí todas las ventajas que se propone de la celebración de los oficios, de la predicación de los Ministros, y del ejemplo de unos á otros. Errada que sea su creencia, y vanos y aun ridículos los ritos y ceremonias que se emplean, como todo ello proviene del derecho de la conciencia, hai obligación de respetarla en sus propios extravíos. Incompleto sería tal derecho, si hubiese de reducirse al pensamiento y á los actos privados: el derecho es uno mismo en el que yerra y el que acierta, y la diferencia se en-m oue'ntra en oü'a parte, en el objeto del culto, y en la verdad ó el error que lo acompaña. ¿Cual sino será la prueba poderosa de convencer, que la conciencia debe detenerse en su interioridad, que puede salir de ella dentro de las paredes domésticas, y que no le es permitido manifestarse en público? ¿Quien tiene auto-* s-idad para ponerle semejante restricción? ¿No debe ser respeta- da la conciencia por los particulares, los Gobiernos y la Iglesia? Si los primeros carecen de poder, ¿lo tendrán acaso los Gobiernos y la Iglesia, y no deberán detener sus pasos al llegar á los um- brales del templo de su residencia? ¿Es conciliable el respeto con la licencia de allanar su santuario, ó con el tono de quien in- tima órdenes, y así le diga—no pasarás de aquí? Las considera- ciones y respetos de que antes liemos hablado, no han sido para que se tributen á la conciencia en general, que es una pura abs- tracción, sino á la conciencia de cada individuo, que juzga agrá- dar á Dios de este y no de aquel modo, y que convenido con los otros de su culto, se congregan por motivo de religión en un lu- gar determinado y visible, reconociendo el derecho de hacer otro tanto en los que sigan distinta religión. ¿Quien hai, pregunta- mos otra vez, en el seno de la sociedad, que tenga legítimo y jus- to poder para dispersar esa congregación de ciudadanos religio- sos, y arrojarlos del templo, donde la conciencia se halla en ejer- cicio, y en el pleno goce de sus inviolables fueros? Si estas re- flexiones no tienen la fuerza de una demostración, es preciso con- fesar, que los fueros de la conciencia no deben ser respetados, ó que han de serlo únicamente cuando no es posible atrepellarlos, ó llegar hasta la interioridad del pensamiento, y que se concede una gracia al padre de familia, que practica en oculto los actos de su religión, cuando los ministros de Policía no invaden su do- micilio para perturbarle. El hombre piensa para obrar, y de- lante de los hombres si fuese necesario, así como quiere para obrar también. ¿Podrá decirse que era respetada la libertad de aquel, á quien las leyes ó los hombres le impidieron hacer lo que queria? y se le dejaba querer. El caso es igual respecto de la conciencia; y si cuantos gozan de autoridad, tienen la obligación de respetarla, subsiste este deber aun en la pública manifesta- ción. Silaconciencia.se presentara armada de terrible poder, amenazando á la magestad de los Gobiernos, la quietud de los pueblos, los derechos de los individuos, los principios de la justi- cia, y los sentimientos mas naturales del corazón, entonces sí, q' habría necesidad de resistirle y contenerla, como al furioso am- enté á quien es preciso encadenar; pero cuando no hace mas q* defenderse, reconociendo igual derecho en las demás conciencias, no hai ni sombra de razón para hacerle fuerza. tomo b\[60] Huí pues un título, un solo título para restringir el derecho de la conciencia corno el de la libertad, y es cuando 61 redunde en mengua de derecho ajeno, ó se oponga á los fines de la socie- dad, de cuya conservación están encargados los Gobiernos. Di- gan enhorabuena los enemigos de-la tolerancia, que ella causa disturbios en la sociedad; quiere decir, que habremos de descen- der al examen de este punto, y averiguar si verdaderamente es causa de ellos, pero mientras tanto la regla queda establecida -pueden algunos ó muchos ciudadanos practicar en la Repúbli- ca, aquello que no perjudica á tercero, ni está en contradicción con los fines de la sociedad civil. Si pues los Gobiernos creye- sen convenir á los intereses do esta, la introducción de estranje- ros de diferente Religión que la del Estado ¿habría justa razón para no consentirles el ejercicio público de su culto? Tales ex- tranjeros son hombres, y como tales tiene cada uno el derecho de conciencia, q' no sujetó á la inspección del Gobierno de su Pa- tria; que conservó en absoluta independencia de los hombres, y como en el estado de naturaleza: asi pues lo trae al nuevo terri- torio en que se propone morar. ¿Podrá el Gobierno imponer á estos extranjeros la condición de no ejercer publicamente su cul- to propio? Pero si el derecho de éstos es respetable en sí mis- mo, y no por merced de ninguna lei política, fKdebe ser respetado en todas partes; pues la mudanza de clima no puede quitar su virtud á las razones que probaron su independencia ó inviolabili- dad. Menos chocante sería en nuestra humilde opinión, vedar á los extranjeros la entrada en un territorio, que dejarlos entrar exigiéndoles la renuncia de su culto público; y solo hallamos comparable esta conducta, á la de imponerles la condición de so- meterse á la esclavitud, todo el tiempo que permanezcan en el suelo en que no hubieron nacido; porque si es precioso el derecho de la libertad, no lo es menos el de la conciencia, que es también de libertad, y mui duro é intolerable el sacrificio en uno y otro caso. Esto de parte de los individuos; que por lo que hace á los GobiernoSjComo el único objeto del poder de q' se hallan revesti- dos, consiste en procurar la felicidad temporal de sus Estados, conocida que ella sea, no puede haber obstáculo racional que les impida proceder conforme á sus atribuciones naturales. Son ciertamente mas importantes y caros los intereses de la concien- cia; pero semejante cuidado no les pertenecen,y deja al individuo la responsabilidad que tenga por usar mal de su derecho, y que exijirá algún dia aquel único que juzga las conciencias. No hai autoridad sobre la tierra con derecho de decir á losGobiernos, que su poderse halla limitado en tales casos; pues según hemos[61] visto en otra disertación, la admirable economía con que Jesu- cristo arregló los negocios de su religión, aparta hasta la sombra de temor, de que sirvan de embarazo á la marcha de las potesta - des seculares, y sería injurioso al Evangelio pretender,que algu- nas de sus máximas estuviesen en contradicción con la prosperi- dad de las Naciones. Resulta de lo dicho, que el derecho de la conciencia es res petable,no solo en su interioridad, donde no alcanza ningún poder humano, aun cuando quisiera, para sojuzgarlo, sino también en su ejercicio privado ó público; pues nada hai de diferencia sus- tancial entre el hombre humillado en sus adentros, 6 privadamen - te en su domicilio ante la Divina Magostad, y el mismo hombre cuando cumple con este deber á la faz pública; y que por el con- trario, quien le prohibe el público ejercicio, vulnera los fueros del pensamiento, y atropella la inmunidad de la conciencia. ¿ El q' vedase á un ciudadano discurrir de palabra ó por escrito, no me- recería con razón que se le llamase enemigo y perseguidor del pensamiento? Bien pudieran hacerlo los que • tienen autoridad sobre los pueblos, de lo que presenta la Historia varios ejemplos; pero así como de que hubiesen atacado los tiranos la libertad de la palabra y de la imprenta, no se sigue que para ello tuvieron derecho; de igual manera,porque los Gobiernos y la opinión han decretado la intolerancia, no debe convertirse en prueba su vo- luntad, ni decirse que la permisión de la tolerancia pública, sería la de los actos contrarios ala Religión del Estado, desacato á la lei,é insulto á la creencia del pueblo,cuyos derechos se deben res- petar. Pero ¿quien ha dudado que la opinión y las leyes sean contrarias á la tolerancia, y que ésta sería mirada en un pais in- tolerante como desacato á la lei, é insulto á la creencia del pue- blo? Nosotros discurrimos todavía en general, y no nos propo- nemos referir hechos, que demasiado están hablando por sí mis- mos: tratamos del derecho, de los fueros del pensamiento, de la inmunidad de la conciencia; y no sobre nuestra palabra hemos sostenido, que tales fueros deben ser respetados por los Gobiernos y por la Iglesia y por los particulares;}- que la conciencia es res- petable,ora resida en ocu]to,ó'se manifieste á la luz pública. Am- plifiquemos estas idéas,al tiempo de considerar de uno en uno los argumentos que hacen los defensores de la intolerancia, con lo que cobrará mas briosel discurso, para llegar al término que nos hemos propuesto. Argumento \ .° "La multitud de religiones en un Estado conduce á la irreligión: porque cuantos elementos pueden formar la irreligión,todos influyen en el pais de muchas religiones. El hombre que reconoce Ú rededor de sí centenares do sectas distin-[G2j ías, naturalmente concibo cierta especio do ansiedad y descon- fianza sobre la certidumbre de la suya, siendo una afección tan» general que el asenso cresca ó disminuya, á proporción de la conformidad ó divergencia de las-opiniones que nos rodeen, espe- cialmente en puntos en que una demostración sensible y eviden- te no puede cautivar nuestro corazón....Lejos de ser la toleran- cia de las sectas un remedio de la incredulidad; no harta sino ex- tenderla, fortificarla, y hacerla para siempre incorregible. El corazón del hombre se ve naturalmente tentado á dudar de su propia creencia, por mas bien fundada q' sea en sí misma, cuan- do tiene a la vista otras diversas, especialmente si llega á persua- dirse, que los que las profesan son hombres de talento y de ins- trucción....La s.uma libertad religiosa de Inglaterra, decia Mon- tesquieu debe traer por consecuencia, que cada uno tenga mu- cha indiferencia por toda suerte de religión en general. Voltai- re, juez nada sospechoso á favor de la intolerancia, decia con un célebre ingles, que todas las religiones nacían en Asia y se se- pultaban en Inglaterra, porque es el pais mas tolerante.....Confe- semos también, que el verá tantos hombres adovar á Dios de dis- tintos modos, y excecnmdose mutuamente, infunde desprecio y aun aversión á los caprichos religiosos. El deseo de evitar la amargura doméstica que necesariamente oprime, cuando una so- la familia abraza distintas religiones, hace que el marido, la mujer, los hijos, por libertarse de la ansiedad do considerarse mu- tuamente reprobados, busquen en la incredulidad de sus propios dogmas el consuelo á esta congoja...También induce á la irreli- gión la falta de una respetabilidad preventiva. En objetos so- brenaturales, a quienes falta demostración, el espíritu humano solo puede apoyarse en la verdad 6 prestigio de una revelación, ó_siquiera en el respeto y confianza que inspira la moral sublime del fundador; nada de esto concurre en las religiones moder- nas" (90). Respuesta. Admira la satisfacion con que los enemigos de la tolerancia reputan la irreligión, por consecuencia necesaria de la multitud do religiones en un Estado. Discurramos no- sotros sobre la suposición de hecho, es decir, sobre la multitud de religiones, y veamos lo que de ella pudiera resultar, atendida la índole del corazón humano, y la experiencia. Recordemos antes la muchedumbre de sistemas, que en diferentes siglos in- ventaron los filósofos antiguos y modernos, y las varias doctri- nas que predicaron en sus escuelas, y esparcieron por el univer- so. Cada secta sostenía sus opiniones propias á vista de sus ad- versarios; y si el transcurso del tiempo, que todo lo trastorna, hizo desaparecer algunas ó muchas, no puede decirse que sucoexistencia las hubiese destruido, ó que por haber en un pais multitud de escuelas filosóficas, resultó que desapareciese todo sistema de Filosofía. Acerquémonos mas á nuestro asunto, y sostituyamos a las escuelas de los filósofos las de nuestros teó- logos. Agustinianos, tomistas, escotistas, motinistas, y cuan- tos mas han existido, enseñaban en las cátedras, componían libros, disputaban en privado y público, y todavía enseñan y disputan, aunque no con el antiguo empeño; y su concurren- cia á nadie dio margen para predecir la destrucción de las opi- niones teológicas, por la razón de haber muchas. Al contrario, la presencia de un antagonista parece que estimula á estar pre- venido, á meditar en la mejor manera de defenderlas de los tiros extraños, y ademas asegurarlas sobre fundamentos propios. Las Religiones tienen sobre los sistemas de la escuela la ventaja particular, de que infunden en sus adictos la certidum- y firmeza del asenso,que no pueden tener las opiniones, por fun- dadas que ellas sean, y mui decididos sus secuaces; pues lo que se cree revelado por Dios, cautiva el espíritu llenándolo de tal seguridad y convicción, que la muerte misma no es poderosa de hacer titubear á un verdadero creyente. Aun hai mas: quien profesa una Religión, no escomo el escolar qne lee, aprende de memoria una lección, y habla y disputa acerca de su contenido; el hombre religioso, despnes de aprender su catecismo, de ir al templo con otra disposición,que la del estudiante á su colegio, y deoir la exposición de la palabra divina, con mejor espíritu con que los discípulos escucharían las lecciones de su maestro, obran ademas, practican oficios sagrados, toman parte en las ceremo- nias y ritos religiosos, observan ciertos mandamientos, que tien- den al arreglo del corazón, y todo ello aguijoneados por la espe- ranza del premio, y el temor del castigo, que según las obras de cada uno, recibirán del Dios q; los aguarda después déla muer- te. Hai pues en el ejercicio del culto, mayores atractivos que apegan al hombre á su creencia propia, y vínculos mas fuertes q' le estrechan á los individuos de su religión, como no pueden ha- cerlo las opiniones teológicas ni las filosóficas. Si pues en ellas no hai razón para decir,que la multitud de escuelas conduce á su destrucción, mucho menos podrá sostenerse, que la multitud de religiones en un Estado conduce á la irreligión. El común de los creyentes, en cualquiera religión, ñola profesan ciertamente por haberla comparado con las demás, examinando sus fundamentos, penetrándose de la poca solidez de los contrarios, y deduciendo de ahí la divinidad de su ori- gen; pero se atienen por lo regular, á la doctrina y pre- dicación de su Pastor, y al ejemplo de sus hermanos que profe-[04] san la misma religión; y estas razones unidas al hábito de obrar de una manera, producen en su ánimo la conciencia necesaria, para resistir á la tentación, que pudiera venirles déla simple mi- rada de hombres de otro culto, cuya conciencia desconoce, y con los cuales no se versa religiosamente. ¿Cual es entonces el mo- tivo fundado de esa ansiedad y desconfianza sobre la certidumbre de su propia religión? ¿'El ver hombres de talento y de instruc- ción que siguen otras? Mas prescindiendo de que en la suya los haya también, lo que bastaría para neutralizar la tentación, ¿no encontrará antídoto mas que suficiente, en las advertencias de su Cura, que aun suponiendo que no sea docto, para contrarrestar por esto solo,el influjo de los instruidos y de talento de otras sec- tas, se habrá puesto en este caso, y dicho á sus oyentes que Dios castiga en aquellos algún orgullo,nacido de su propia ciencia, de- jándoles seguir camino extraviado? Para esto y mas estarán pre- venidos los individuos de cada religión, que con mas fundamento podemos decir, miran con mal ojo á los que profesan otra: "el ju- dío se presenta en el Templo á llenar de maldiciones á los profa- nos que no forman el pueblo de Dios, ni observan las creencias del Levítico. El mahometano solo tiene un paraiso para los ver- daderos musulmanes, y crée dignos de excecracion ó de despre- cio al resto de los hombres. El católico crée que el único y ex- clusivo medio de salvarse, es la fé y la práctica de su catecismo, compadece y ruega por los demás hombres, como destinados á eternos suplicios. El 1-uterano insulta al anabaptista, y el zuin- gliano, implora con Lutero la maldición de Dios por toda la eter- nidad, para el que proponga una reconciliación con los calvinis- tas. Calvino declara por los mas profanos é idólatras á los que siguen la doctrina de Lutero.''' Estas palabras no son nuestras, sino de uno de los autores de quienes hubimos tomado el argu- mento (91), y de ellas nos vamos á valer para discurrir así: los religionarios de distintas sectas, que viven en un pais,se miran mal, se rcprueban, se aborrecen y se excecran; pero estos amar- gos sentimientos, son incompatibles con cualquier juicio favora- ble,que pudiera formarse respecto de unas religiones bastante de- testadas, con aquellos que las profesan, para que hiciesen nacer alguna idea, capaz de balancear la firmeza del asenso,y del res- peto que se presta á la propia; luego no hai fnndamento racional para esas pretendidas ansiedades, dudas y desconfianzas; y por el contrario, ese mismo odio y excecracion,que cada cual profesa á las otras religiones, parte de un principio que suponela certi- dumbre de la suya. x Y no por eso negamos, que se haya propagado el espíritu de irreligión, sino que él procede de otra causa que aquella que le[65] atribuyen los enemigos de la tolerancia ¡ es causa venida de otra parte que del ejercicio de ninguna religión , ni del sentimiento religioso, que desconocen y procuran sofocarlos autores y propagadores de la irreligión. Bien pueden estos apurar su crítica á la vista de tantos y tan diferentes cul- tos, y de sus varias y á veces extravagantes ceremonias, su mor- daz censura se burla de la verdadera como de las falsas religio- nes, y pretende sostituirlo con otro espíritu, que no es tomado de ninguna de ellas, ó hablando mas propiamente, levantar sobre sus ruinas la irreligión. Pudo ser éste el sentido de las citadas sen- tencias de Montesquieu y Voltaire; y si el último dijo que todas las religiones se sepultaban en Inglaterra, porque era el pais mas tolerante, también dejó escrito, que dos religiones en un Estado se hacen la guerra, poro que muchas vivían en paz (92). Tan diferentes eran las opiniones de Montesquieu, que no dudaba decir, que la multitud de sectas no harían daño á un Estado,pucs no hai una que no prescriba la obediencia y la sumisión: que si las Historias están llenas de guerras de religión, esto no ha naci- do de la multiplicidad de religiones, sino del espíritu de intoleran- cia,que animaba á la que se creía dominante;del espíritu de pro- selitismo, que los judíos tomaron de los egipcios, y comunicaron á las otras Naciones,como una enfermedad epidémica y popular; de ese espíritu de vértigo, cuyos progresos no pueden mirarse si- no como un eclipse total déla razón humana; y que aun cuando no hubiera inhumanidad en aflijir la conciencia de otros, ni de ello resultase muchedumbre de malos efectos, sería preciso estar loco para no advertir lo que se hace; pues el que quiere hacer- me CAMBIAR DE RELIGION, NO LO HACE SIN DUDA, SINO PORQUE EL NO CAMBIARIA LA SUYA CUANDO SE LE QUISIESE FORZARj Y TIENE POR EXTRAño QUE YO NO HAGA LO QUE EL NO HARIA QUIZA POR EL IMPERIO DEL MUNDO (93). Sobre todo; la experiencia de lo que pasa en dicha Inglater- ra, y principalmente en los Estados Anglo-americanos, es la úl- tima y mas convincente prueba de que, la multitud de religiones en un Estado no conduce á la irreligión. Los independientes, los presbiterianos, los qüaqueros, los episcopalistas y los católicos, practican su respectiva religión, lejos de degenerar ni extinguir- se el sentimiento religioso. Los mismos autores del argnmento, en la propia página donde se proponen demostrar el tema que es- tamos impugnando, dicen, que los anabaptistas, anglicanos, inde- pendientes, presbiterianos &a, se hallan en boga en Inglaterra; y en otro lugar presentan documentos de donde consta,que en los Estados Unidos, el número de los católicos ha subido á cerca de un millón y doscientos mil, lográndose cada-dia nuevas conver-[60] alones, y habiendo muchos centenares de ellos en los lugares donde ahora cuarenta años no existia ni uno solo; y quienes así proceden y se expresan, tienen valor de decir que la libertad de cultos en los Estados Unidos equivale á la independencia de reli- gión, ó al ateísmo político. Los mismos habían dicho "que el espíritu y tendencia general de nuestros dias, no se dirijía, como en el siglo 15, á variar de religión; que exceptuando una parte de los ingleses de uno y otro emisferio, nada se miraba con mas indiferencia y aun ridiculez, que las controversias teológicas, y que el espíritu de crítica, y de libertad intelectual, manía del si- glo, era la que producía la incredulidad, tanto en países toleran- tes como en intolerantes" (94); y sin embargo reconociendo un principio tan generalizado de irreligión, se empeñan en mirarla como consecuencia natural de la multitud de religiones, cuando en ellas cada cual cultiva á su modo el sentimiento religioso. Contestemos á las otras partes del argumento. "El ver tantos hombres adorando á Dios de distintos modos, excecrándose mutuamente, infunde desprecio y aun aversión á los caprichos religiosos." Cada uno, según hemos dicho, practica su culto,que cree verdadero, y menosprecia y excecra los demás, lo que sirve para mantenerlo en su creencia lejos de conducirlo á la irreligión. ¿Y acaso quien tiene cerca de sí á los profesores de distintos cultos, los ve 61 solamente? ¿No los ve también el filósofo desde el retiro de su gabinete, cuando con el libro en la mano está mirando todas las religiones que se encuentran sobre la superficie de la tierra? ¿Y se inferirá por ello la consecuen- cia fatal del argumento? Bien pueden los diversos objetos, que se presentan á nuestra alma de cualquier modo, servirle de mate- rial á sus reflexiones, buenas ó malas, favorables ó desventajo- sas; pero la presencia de los objetos, nada dice todavía de por sí; el error puede hallarse al lado de la verdad, y de la virtud el vi- cio. Lleno está el universo de esta dolorosa concurrencia, y el error y el vicio nada hacen perder de su propio valor á la virtud y la verdad: no obstante el incrédulo que discurriese á sus solas, mirando multitud de religiones sobre la tierra, apenas encontra- ría palabras mas acomodadas á su propósito, que las de la obje- ción—"el ver tantos hombres adorando á Dios de distintos modos, y excecrándose mutuamente,infunde desprecio y aun aversión á los caprichos religiosos." Se pinta también la amargura doméstica de los que en una familia profesan muchas religiones, y se pretende que, "el mari- do, la mujer, y los hijos por libertarse de la ansiedad de conside- rarse mutuamente reprobos, buscarían en la incredulidad de sus propios dogmas el consuelo á esta congoja." Nos parece que elm kiosco de hacer cesar la amargura, doméstica de que se traía, Vio inspiraría la incredulidad como consuelo á la congoja sino el examen detenido del mérito de cada religión, para conocer la verdadera, y seguirla en consecuencia toda la familia. En las cosas que proceden de una resolución que es obra de la voluntad, pueden hacerse mudanzas á placer; pero en aquellas que depen- den de la convicción, es indispensable instruirse primero, y abra- zar aquello que dicta la razón,aunque lo repugne el albedrío. Por otra parte,el inconveniente de que se habla, no tendria lugar res- pecto de los profesores de aquellas rcligiones,que excluyen á los que siguen otra, de la esperanza de la salvación. En fin, el marido y la mujer que buscasen en la incredulidad de sus propios dogmas el consuelo á su congoja, habrian inventado un modo co- mún de perpetuarla; y si el incrédulo pusiese en ello la mano pa- ra acallar las conciencias de estos acongojados; el origen de su nueva situación estaría en los principios de la incredulidad, y n© en la diferente religión de los consortes. Tampoco hai razón para decir en contra de la tolerancia, q' induciría á la irreligión la falta de respetabilidad preventiva, pues <íen objetos sobrenaturales, el espíritu humano solo puede apoyar- se en la verdad 6 prestigio de una revelación, ó siquiera en el respecto y confianza que inspira la moral sublime del fundador." Semejante circunstancia, tan lejos está de presentarse como in- conveniente, que al contrario es un hallazgo feliz para descubrir el error-, y facilitar el camino que conduce á la verdadera reli- gión; pues las nuevas religiones no pueden vanagloriarse de te- ner esa respetabilidad preventiva, como lo confiesa el principal autor del argumento á que hemos contestado. Argumento 2. ° "Cuando los Estados solo comprehenden dos Religiones, entonces peligra la tranquilidad social, y á cada momento se vé expuesta la República á" una guerra civil. Es verdaderamente admirable la uniformidad con que la historia desde que aparece al mundo, constantemente nos presenta este peligro en los pueblos, sin que las leyes de tolerancia y la mas absoluta libertad de conciencia y de culto, hayan podido salvar- lo de este desorden. Tolerantísimos eran los Asirios y Persas, y siempre sufrieron sublevaciones de ios Egipcios y judíos,que pro- fesaban distinta Religión, hasta que se determinaron aquellos Monarcas á destruir el templo de Jerusalen, y á degollar al Dios Apis de los egipcios. Mui tolerantes eran los Romanos, espe- cialmente coti los municipios,á quienes dejaban todas sus leyes y costumbres. Solo la Religión judaica era diametralmente opues- ta al politeísmo del imperio, y jamas existió una sublevación mas sangrienta y obstinada que la de lo¿ judíos, cuya nación fué pre-[08] ciso dispensar, como también lo hicieron los Asirios. La abso- luta tolerancia de los árabes no pudo naciolanizar la dominación de cerca de 800 años que tuvieron en España, principalmente por la diferencia de Religiones, que siempre sirvió de estandar- te y punto de apoyo á los cristianos en sns guerras. Los turcos, por mas de tres siglos que fijaron su residencia en las provincias griegas, no han podido nacionalizar su dominación en el peque- ño pais de la Grecia, por la diferencia de Religiones, á pesar de la mas condescendiente tolerancia. Tolerantísimos eran los Ho- landeses, y no pndieron evitar los patíbulos, y la ilustre sangre derramada entre gomaristas y arminianos por disputas religio- sas. Atroces fueron las resultas de la tolerancia en Francia con los hugontes, y en España con los moriscos y judíos. En In- glaterra se han derramado arroyos de sangre en los reinados de Carlos I y II, á pesar de la tolerancia establecida de hecho y de derecho por la Reina Isabel y Jacobo I" (95). Respuesta. Nada mas fácil que tomar de la historia hechos aislados, presentándolos sin la conexión que los liga á sus ante- cedentes, y en especial á las causas que les dan existencia. Pro- curemos llenar este vacio, y pasar en revista los varios sucesos á que se refiere el argumento. Amasis Rei de Egipto, se habia sometido voluntariamente, en los últimos años de su vida, al gran Ciro Rei de Persia, sepa- rándose luego de la obedencia de su hijo y sucesor Cambises,con el motivo siguiente. Pidió por esposa al Rei de Egipto una hija suya, por consejo de Tañes General de Egipto; y Amasis en lu- gar de mandarle á su propia hija, á quien amaba ternísimam en- te le envió á la hija de Aprias su antecesor, único vastago de este Príncipe; lo que ofendió en extremo al Rei de Persia, que desde ese momento solo pensó en vengarse, sin que sirviese de obstáculo la muerte de Amasis, á quien sucedió su hijo Psamme- nito. Se dirigió pues al Egipto con un ejército considerable, y fué vencedor, ejerciendo á consecuencia espantosas crueldades; porque irritado de que los egipcios hubiesen destrozado á losdi- putados,que envió á Menfis para intimarles rendición, exigió seis víctimas por cada uno de ellos, y quiso que Psammenito fuese testigo de la ejecución, en la cual estaban comprehendidos los hijos de este Príncipe, que al cabo de tiempo fué muerto también. Hechos los persas señores del Egipto pasaron á cuchillo todos los objetos de su culto: los templos fueron profanados con abomina- ciones, los sacerdotes ignominiosamente azotadas, y el mismo Buey Apis polpeado, arrastrado y degolkrífo á la vista de sus adoradores (00). , Amenazado Acaz Rei de Judá por los Reyes de Siria y de[69] ísrraélimploró y obtuvo el auxilio del Rei ele los Asirios, loque le valió para libertarlo del peligro en que se hallaba. Entre los elogios que hace la Escritura de Exequias, hijo de Acaz dice, que sacudió el yugo del Rei de los Asirios, y no le sirvió; y re- fiere á continuación que en el año décimo cuarto de su reinado, vino Sennacherib Rei de los Asirios contra las ciudades fuertes de Judá, y las tomó; que Exequias le envió embajadores oTeien - dolé—he pecado, retírate, y me cargaré con todo lo que me im- pusieres: que el Rei de los Asirio impuso al de Judá trescientos talentos de plata, y treinta de oro, y que Exequias dió toda la plata que se encontró en la casa del Señor y en el real tesoro;y que continuando Sennacherib en su pretensión de someter el Rei - no de Judá, fué librado éste por la mano de un Angel del Señor, que mató en una sola noche ciento ochenta y cinco mil soldados del Rei de los Asirios, que huyó vergonzosamente: que por las impiedades de Manases hijo de Exequias, dijeron al pueblo los Profetas del Señor,que Jerusalen serí raida como suelen raerse las tablillas: que en los dias del Rei Joaquín vino á Judá Na- bucodhnosor Reí de Babilonia, y se llevó cautivo al de Judá con los tesoros del templo y del palacio, con los principales de Jeru- salen, dejando por Rei á Sedecias: que años después tuvo que volver Nabucodonosor por habense revelado Sedecias contra él, puso sitio á Jerusalen,tomó prisionero á Sedecias, mandó matar á sus hijos en presencia snya, hizo sacarle á él' los ojos, atarle con cadenas, y llevarle á Babilonia con el resto del pueblo, de- jando cierto número para que labrasen las tierras; y que des- pués de haber hecho arder el templo y todos ios principales edi- ficios dejó un gobernador (97). Por lo que hace á la otra destrucción del Templo y de Je- rusalen en tiempo de los Emperadores romanos, la Historia dice lo siguiente. Entre las locuras de Cayo Calígula fué la mayor, la de que los pueblos le reconociesen y adorasen como á un Dios; y consiguió que en honor suyo se levantasen templos, y se jurase por su nombre. La Nación Hebréa fué la única que se resistió á semejante pretensión, lo que indispuso á Calígula centra ella, y habiendo maridado el Emperador que se pusiese su estatua en el Templo de Jerusalen, determinaron los judíos morir antes que consentirlo: la muerte del Príncipe vino en auxiliode los judío?. El Emperador Claudio expelió de Roma á los Hebréos,y aun los cristianos de esa Nacion.que entonces eran reputados por Israe- litas. En la Palestina sufrían también por sus discordias con los Samaritanos,y chocaron en varias ocasiones,lo que puso á Numi-. dio Cuadrato, Gobernador de Siria, en la necesidad de enviar á Homa á los principales caudillos de unos y otros. Antes hizoim crucificar á los hebreos, que so hallaban presos en la Aerábate— na, por haber tomado las armas contra los romanos, y cortar la cabeza á cinco q' movian al pueblo á la rebelión, y á diez y ocho mas que habían tenido parte en la de Acrabatena. Entre los males que reinaban entonces en la Judéa, era el de los seducto- res y profetas que engañaban á los pueblos, lisonjeándolos de una vana libertad, é inspirándoles el espíritu de rebelión. Uno de los principales era un egipcio de nacimiento, y hebreo de religión: éste habiendo ido á la judéa bajo el reinado del Empe- rador Nerón, juntó cerca de sí en el desierto hasta treinta mil hombres, seducidos por sus engaños y prestigios. Entre otros secuaces suyos habia cuatro mil asesinos, prontos á emprender cualquiera cosa en defensa de su impostor. Este prometió lle- varlos todos al monte de los olivos, para que viesen desde allí de- cía él, caer los muros de Jerusalen,que debían ser destruidos coa su palabra; después debiaentrar por fuerza, arrojar la guarnición romana, y hacerse dueño de la Ciudad. Pero Félix marchó contra él con las tropas romanas, seguidas de los hebreos de Je- rusalen, le mató cuatrocientos hombres, le cogió docientos, y au- yentó los demás. Entre los males que oprimieron entonces al pueblo Hebreo, se contaba la división de los diferentes Sumos Pontífices, la crueldad de los poderosos del pueblo, que tenían con- sigo muchos soldados,que los hacían formidables en el pais, los gastos superfluos de Agripa, por lo cual exigía grandes sumas; todo este conjunto de calamidades hicieron al pueblo víctima de las facciones. Albino,despues de haber gobernado mal á la Ju- déa por espacio de dos años, fué reemplazado por Gecio Floro, cuya conducta insolente borró los delitos de su antecesor, y le hi- zo en cierto modo ser deseado. Arruinaba Ciudades y países- enteros, y obraba, no como un magistrado sino como un verdugo: en vista de todo lo cual,noes de admirar que los judíos oprimidos hasta la extremidad por los Romanos con tantos males, se hubie- sen rebelado finalmente contra ellos. Llegaron las cosas al ex- tremóle que los facciosos entraron al castillo de Masada, y ma- taron á todos los Romanos que en él estaban de guarnición, y se apoderaron de él. Tras esto siguieron multiplicados los actos de rebelión, y los horrores. Los mas juiciosos del pueblo procura- ban mitigar, aunque en vano, el furor de los sediciosos, para no atraer sobre sí la ira de la República, y una guerra, que no podía menos que causar su ruina y destrucción. Si los judíos se ven- gaban de los Romanos, éstos á su vez practicaban lo mismo, y de nuevo se vengaban los judíos, encarnizándose unos contra otros sucesivamente, hasta el sitio de Jerusalen, y su destrucción, é in- cendio del Templo, contra la voluntad de Tito, Jeneral de los ro- manos, que hizo todo lo posible para conservarlo (98).m La expulsión de los judíos de los Reinos de España se cuen- ta así: "los Reyes D. Fernando y Da. Isabel luego que se vieron desembarazados de la guerra de los moros, acordaron de echar de todo su Reino á los judíos. Con esta resolución en Granada, do estaban, por el mes de Marzo del año de 1492 hicieron pregonar un edicto, en el que se mandaba á todos los de aquella Nación, q' dentro de cuatro meses saliesen de sus Estados y señoríos, con li- cencia que se les daba de vender en aquel medio tiempo sus bie- nes, ó llevarlos consigo. Luego el mes siguiente de Abril Frai Tomas de Torq uemada, primer inquisidor Jeneral, por otro edic- to y mandato vedó á todos los fieles, pasado aquel tiempo, el tra- to y conversación con los judíos, sin que á ninguno fuese lícito darles de ahí en adelante mantenimiento, ni otra cosa necesaria, so graves penas al que hiciese lo contrario" (99). Otros refieren este acontecimiento de la manera siguiente: "se les imputaba que fomentaban la apostasía de los bautizados, y se les atribuyeron muchos crímenes, no solo contra los cristianos viejos, sino tam- bién contra la religión, y aun contra la tranquilidad pública...No- ticiosos los judíos de lo que les amenazaba, y persuadidos de cortar su peligro con dinero, prometieron á los Reyes Fernando é Isabel contribuir con treinta mil ducados, para gastos de la guerra de Granada, ofreciéndose conducirse á satisfacción del Gobierno, y arreglarse á las leyes del Reino, sobre habitar bar- rios separados y cercados, y retirarse antes de anochecer, y abs- tenerse del ejercicio de ciertos destinos con los cristianos. Los Reyes se inclinaron á condescender: lo supo Torquemada, y éste fanático tuvo la osadía de ir al cuarto de los Reyes con un cruci- fijo y decirles: Judas vendió una vez al hijo de Dios por treinta dineros de plata; vuestras Altezas piensan venderlo segunda vez por treinta mil: ea, Señores, aquí le tenéis, vendedlo.'"' Los Reyes promulgaron á consecuencia una lei, para que todos los jndíos de ambos sexos salieran de España, bajo pena de muerte y confisca- ción de bienes; y que ningún cristiano los ocultase pasado el tér- mino, bajo de igual confiscación (100). Hablando de la expulsión de los moros por Felipe III dice la historia, que el Arzobispo de Valencia D. Juan de Rivera pro- puso al Rei, como cosa necesaria á la pureza de la Religión y tranquilidad del reino, la total expulsión de los moros de Espa- ña: que noticiosos los caballeros dueños de pueblos, representa- ron el daño enormísimo que debia resultar, despojándolos de los vasallos mas útiles en sus respectivos señoríos, y que la narra- ción del Arzobispo estaba exajerada; pues el tribunal de la In- quisición que no pecaba de omiso, dejaba en la mayor parte tran- quilos á los moriscos: que el Rei después de muchos informes,* m consultas y conferencias, decretó por lin la expulsión, primero respecto del reino de Valencia, y poco después para los demás de España; y que ios inquisidores tuvieron grande influjo en aquella resolución, reputaron por sospechosos en la fé á los contradictores, y persiguieron particularmente al Duque de Osuna (101). La simple relación de estos sucesos manifiesta las verdade- ras causas de doude procedieron-la ambición, el despotismo, el espíritu de rebelión; Príncipes menos poderosos, empeñados en sacudir el yugo de los Reyes grandes; orgullo ofendido de éstos*, que toman medidas fuertes y aun crueles para contenerlos; pue- blos oprimidos, exasperados, sublevados, y castigados; miras po- líticas, y puramente profanas, donde si para algo entra la dife- rencia de cultos, no es como elemento principal,ó como si no hu- biese acaecido ningún escándalo, si iodos hubiesen profesado la misma Religión. ¿Creería acaso Cambises al subyugar el Egip- to, y tomar venganza de Amasis en su desventurada familia, q' era preciso profanar los templos, humillar á los sacerdotes, y de- gollar á los Dioses de los Egipcios, y al mismo Buei Apis, para que hubiese tranquilidad en sus Estados:? ¿Fué la Religión, lo que se propusieron destruir en el reino de Judá los Monarcas asirios, á fin de que no corriese peligro su imperio, ó castigar la conduta que con ellos tuvieron Joaquin y Sedecias? ¿Habría concedido el gran Ciro libertad á los judíos, restituyéndoles los vasos de su templo, y dándoles licencia de levantar uno nuevo, si fuera verdad, que cuando hai dos Religiones en un Estado, peligra la tranquilidad social, y á cada momento se vé expuesta la República á una guerra civil? (102). ¿La extravagancia de Caligula, que quería ser tenido por Dios, limitaría su ambición á que su estatua fuese colocada en el templo de Jerusalen, y lo cegaría hasta el extremo de no advertir, que dejando dos Religio- nes en un vasto imperio, lo exponía á su destrucción? ¿Y el Ge- neral Tito no sería responsable ante su padre el Emperador Ves- paciano, por haber procurado impedir el incendio del templo, ó lo que es lo mismo, dejar una semiila funesta de disturbios, que á cada momento expondría la República á una guerra civil? No hai duda que, supuesta la enemistad de los pueblos, es invocada con próspero suceso la Religión, y se enarbola su es- tandarte para atraer la concurrencia, como poco ha lo hicieron los griegos contra el Turco, y mucho tiempo los cristianos espa- ñoles contra los árabes en su larga dominación de la Península; no hai duda, de que dos religiones se miran peor que si hubiera muchas, porque supuesto el principio de desazón, un objeto solo parece que reconcentra la mala voluntad, y que se debilita cuan-[73] do repartida; y en la existencia de muchos cultos, algunos de los cuales pueden convenir en la aversión particular á uno de ellos, pone naturalmente el corazón desigualdad en sus senti- mientos; ni hai duda, en fin, de que son vanas las leyes de tole- rancia, cuando ésta no reside en el ánimo de los Príncipes y de las naciones; pero ¿que importa todo esto, ó cual es el sentido de estas palabras—"las leyes de la tolerancia, y la mas absoluta libortad de conciencia y de culto, no han podido salvar á los Es- tados, en que existian dos religiones?" Si quien dijo tales pala- h/as, las hubiese vertido en desahogo del dolor, y para lamentar- se del funesto poder de la opinión, que sobreponiéndose á las le- yes, hace perseguir á los que éstas mandan respetar, enunciaría un pensamiento filosófico, y un sentimiento de filantropía; mas traerlas al intento de probar la intolerancia, reputar los distur- bios religiosos por efectos funestos de la tolerancia (103), y for- mar de todo un argumento, para que no consientan nuestras Re- públicas mas de una Religiou en sus territorios, es intimidar con los horrores de la historia, para sacar de ello ventaja, en vez de ilustrar la opinión, y convencerla de su extravío. ¡Como! ¿las leyes de tolerancia, los mandamientos de paz, tuvieron alguna parte en las persecuciones de Enrique Vlll.de su católica hija Maria, de su otra hija protestante Isabel, en los reinados próxi- mos, y en el gobierno del Protector? ¿La libertad de conciencia, que concedió Carlos IX á los hugonotes, fué la causa de S. Bar- íoloméy y de que ese inhumano Rei arcabuzease á sus propios subditos? ¿Y la tolerancia de los hugonotes suscitó las discor- dias, y las disputas religiosas de los gomaristas y arminianos, le- vantó patíbulos, é hizo derramar ilustre sangre? ¡como si se atri- buyeran al Evangelio las atrocidades de la Inquisición! En el edicto de expulsión de los judíos, se decia entre otras cosas que, "cuando una sociedad ó corporación llegaba á ser convencida de algún crimen grande y detestable, era justo que perdiese todo sus cerechos, sufriendo los grandes con los peque- ños, y los inocentes con los culpables; y si esto era asi en los asuntos temporales, tenia mayor lugar en los pertenecientes ála salud ejerna de las almas." En la expnlsion de los moros se reconocía "la obligación de gratitud que tenian los castellanos, de arrojar á los enemigos de Dios de la tierra, que en sazón con- veniente había puesto el Cielo en su poder" (104). Nuestros lectores no necesitan hacer indagaciones, para atinar con el ver- dadero principio, de donde procedian tales medidas. Porque los hombres no podiansufrir, que los otros profesasen doctrinas di- versas en materias de religión; porque los Gobiernos mezclaron en su política la intolerancia; porque sus consejeros y directoresIes presentaban como un deber de conciencia la expulsión de los ciudadanos, que no creían lo que el Monarca y ellos; porque la opinon, para decirlo todo, no consentía la tolerancia de los erro- res ágenos, y el vivir en paz con todos, aunque de distinta Reli- gión, por eso nos ha transmitido la historia tantos horrores, fru- tos naturales de la intolerancia: la razón y la humanidad tornan contra nuestros adversarios sus argumentos. Argumento 3. ° La uniformidad de Religión consolida los Estados. El mejor remedio que encuentra la política, ha sido uniformar la Religión; y con esta han tomado los Imperios una larga y sólida consistencia: la masa de la Nación se ha manteni- do tranquila y en perfecta armonía, sin otros ataques que los ex- teriores, ó las usurpaciones de los Príncipes y Jefes. Todas las conquistas romanas se hicieron nacionales, uniformada en ellas la Religión del Estado....habiéndose comenzado á debilitar, entre otras causas, con la división de religiones pagana y cristiana. Los godos y los francos afirmaron y nacionalizaron su domina- ción en España y Francia, abrazando y uniformándose con la religión del pais....Los políticos romanos no emprendían conquis- ta, en la que previamente no adoptasen el culto de la Deidad que reverenciaba el pais conquistado, á fin de consolidar su domina- ción con la unión de religiones....Es tal la influencia de la reli- gión sobre el civismo,)' la permanencia de las leyes y costumbres, que entre los indios, los persas, los turcos y los judíos, que tienen establecido su sistema civil sobre principios religiosos, no ha po- dido el despotismo de Asia destruir sus costumbres y leyes fun- damentales en tantos siglos, y todo el poder de Roma y el odio de la tierra no pueden acabar con las costumbres y civismo de los judíos, después de hallarse dispersos el universo....Al contrario, Europa que se halla bastante débil en la Religión, y que casi en todo y por todo quiere separar de ésta el civismo, hace tiempo q' no tiene patriotismo, ni aun costumbres. Sin religión uniforme se formará un pueblo de comerciantes, pero no de ciudadanos. Cicerón juzgaba que el poder y patriotismo de Roma, lo debia á su mayor religiosidad; y la España, que era en Europa la monar- quía mas religiosa, ha manifestado mayor patriotismo contra Na- poleón....Desengañémonos: sin religión uniforme no puede haber civismo concorde" (105). Respuesta. Sea enhorabuena, que la uniformidad de Reli- gión consolide los Estados; discurramos sobre esta suposición. Tienen los Gobiernos el derecho, por no decir la obligación, de emplear en beneficio de sus Estados todos aquellos medios, que sirven para consolidarlos, y por consiguiente, cumple á los de- más respetar este derecho, y no poner obstáculos al desempeño defesfa obligación. Reinaba en la inmensidad del Imperio Romano ta única Religión del politeísmo: debieran pues los Emperadores protcjer su conservación, ó impedir que cualquiera otra viniese á disputarle sus dominios; y así, cuando los Apóstoles empezaron á predicar el Evangelio, tocaba al Soberano imponerles silencio, mandarles retirarse, y aun corregirlos en caso de desobediencia. ¿Teníanlos predicadores signos manifiestos de su divina misión? Para conocerlo, era preciso antes darles acogida, y oir su doctri- na; pero esto supondría alguna trepidación en el Monarca, ó que tuviese menos confianza en el seguro principio de que, la unifor- midad de Religión consolida los Estados, y no se hallase como de- bía, en la firme resolución de conservar esta uniformidad, y de cortaren su raiz, sin dar espera, cuanto sirviese para perturbar- la. Su previsora política debió alcanzar hasta donde llegó la in- dagación del autor del argumento, según el cual, el imperio Ro- manóse comenzó á debilitar, entre otras causas, con la división de Alejandría, pasó por Antioquía, donde se hallaba el Emperador. Su Magostad lo recibió con mucho agrado, y ú instancias de los Arríanos le pide que les ceda una de las Igle- sias de Alejandría, para que pudiesen celebrar en ella los divinos oficios, los que no quieran comunicar con él. Es justo,respondió San Atanasio, dar gusto á V. R. M.—Par est ut Ecgix Majesta- timosgeratur. Y añade—pero yo deseo igualmente hacer á V. M. un súplica. Y contestando el Emperador, que haría de bue- na gana cuanto le pidiese, el Santo prosiguió. Como también aquí en Antioquía hai muchos, que no quieren comunicar con los que poseen las Iglesias, y han de reunirse en casas particulares, parece justo que se les ceda igualmente alguna de las iglesias de la Ciudad. Concedióselo al instante el Emperador, parecién- dole inui equitativa la compensación. Así lo refiere Teodoreto en el lib. 2. ° de la Historia eclesiástica cap. 12." El docto S. Amat, de quien hemos tomado literalmente esta narración, se propone explicar y conciliar la varia conducta de estos dos Padres de la Iglesia; y después de distinguir la toleran-[82] cia cívl ó secular de la teológica ó religiosa, y de asegürar que* la Religión cristiana no es incompatible con la tolerancia civil de sectas falsas, y que es mui fácil que la tolerancia civil de alguna secta falsa sea útil al bien público, dice entre otras cosas: "que la cesión 6 contrato en que consintió San Atanasio, era un mero contrato civil entre el Obispo y católicos de Alejandría, y el Obispo y Arríanos de Antioquía, á saber, un cambio de una de las Iglesias de esta Ciudad con una de aquella; que en suma, el asunto que se trataba entre San Atanasio y Constancio, era un contrato civil sobre cosas eclesiásticas, y así relativo á la toleran, cia civil, que en aquellos tiempos no se disputaba por lo común entre arríanos y católicos; pero que la contienda entre San Am- brosio y Valentiniano II no era negocio civil sino teológico, por intentar el Emperador, que los Arríanos fuesen tenidos por San Ambrosio como partes ó miembros de la verdadera Iglesia; era asunto de tolerancia teológica, en la que á ningún católico es lí- cito ceder; que Valentiniano declaraba siempre, que quería la Iglesia para Auxencioy demás Arríanos; solía fundar sus órde- nes meramente en su voluntad, y por eso le decía el Santo, que sin justa causa ó meramente por su gusto, ni siquiera le era lícito tomar la casa ó finca de un particular, cuanto menos la casa de Dios y de la Iglesia; y que las fundaba sobre todo, en la prefe- rencia que daba al Concilio de Rimini sobre el de Nicéa, y en la falsa idóa de que Auxencioy los suyos no eran menos verdaderos cristianas, que Ambrosio y los demás católicos, ni tenian menos derecbo que éstos para celebrar los Oficios Divinos en las Iglesias cristianas; los cuales puntos siendo claramente religiosos ó teoló- gicos, no pertenecía su decisión al Emperador sino al Obispo" [111]. En obsequio á los lectores, que no se den por satisfechos de la anterior explicación, vamos á hacer las reflexiones si- guientes. Pudiéramos decir, que la cesión hecha por San Atanasio de la Iglesia de Alejandría, no provino de un cambio celebrado en- tre él y el Obispo de Antioquía, sino de la consideración que tu- voá la solicitud del Emperador, por los miramientos y respetos que le eran debidos: es justo, le dijo, complacer á la R. M.—far est ut Regice Majeslati mos geratur. Nohaiduda, que el Santo hizo á consecuencia una solicitud semejante en favor de los ca- tólicos; pero esto nada mas quiere decir, sino que supo aprove- charse de la oportunidad para sacar ventaja, obligando al Empe- rador, y los Obispos arríanos, á que en retorno le hiciesen una cesión igual á la que él acababa de hacerles, ó que advirtiendo éstos, que se per judicaban en el cambio,c!esistiesen de su preten- sión. Mas permitamos que procediese dicha cesión de un cam-m bio riguroso, ó de un contrato civil, que el Obispo y los católicos de Alejandría celebraran con el Obispo y los Arríanos de An- tioquía, para cambiar éstos y aquellos dos Iglesias, traspasándose recíprocamente el dominio de ellas; y en tal suposición discur- ramos así—-Si era absolutamente necesaria la cesión de S. Ata- nasio.y se habia únicamente menester el beneplácito del propie- tario del Templo de Alejandría, para que pudiesen ocuparlo los Arrianos,y celebrar en él sus oficios,pudo S. Ambrosio haber he- cho igual traslación de dominio á los Arríanos de una de las Igle- sias de Milán,, ya q' no por cambio,por tantosotros modos, pidien- do por ejemplo, una indemnización para repartir el precio á las viudas y huérfanos necesitados, 6 donándola al Príncipe, cuyos antepasados fueron quizá los fundadores de algunos de esos Tem- plos; y que poniendo ahora su empeño de por medio, merece iguales miramientos y respetos, que Constancio mereció á San Atanasio. Si pudo este Santo ceder la Iglesia de Alejandría á los Arríanos) porque iba á reportar igual ventaja para los católicos de Antioquía, lo que no sucedió respecto de San Ambrosio en Mi- lán, siendo aquí justa causa de resistencia para entregar la Igle- sia, el que ella era Iglesia de Dios, y nodebia darse á la secta adúltera de los Arríanos, esta razón teológica, este motivo reli- gioso, lejos de perder su mérito y virtud en Alejaudría, debía conservarlo sin relajación, no obstante la utilidad que en favor de los católicos iba á resultar en Antioquía, pues sabia mui bien S. Atanasio, q' no deben hacerse males de donde provengan bie - nes. Si por el contrario, fué lícita la cesión hecha por este San- to Obispó á los Arríanos de Alejandría, porque sin prestarse á comunicar con ellos, ni tolerarlos teológica ó religiosamente, te- nia por único objeto el de complacer á la R. M. ó dígase verificar un cambio, de donde resultaría que los A rríanos celebrasen sus oficios en la Iglesia que se les cedía, iguales consideraciones pu- dieran hacer lícita en Milán la cesión de San Ambrosio, sin ser él responsable de los sacrificios, que la adúltera ofreciese á Jesu- cristo en el Templo recien adquirido. ¿No los celebraban los Ar- ríanos en sus casas particulares? ¿No predicaban en público? Y al principio no pedían al Emperador sino la Iglesia Porciana, que estaba fuera de los muros, quedando San Ambrosio en pose- sión de todas las demás, y sin perder ni una sola oveja de su re- baño. ¿Se veía precisado á perder un Templo? También lo es- tuvo San Atanasio, quien habría deseado conservarlos todos; pero tuvo que ceder á los respetos del Emperador y complacerle, sin que por ello sufriese perjuicio la fé católica, ni adquiriese crédi- to el error de los Arríanos. Era tolerancia civil, que dejaba se- parados unos de otros á los católicos y á los Arríanos de Alejan- TOMO 6. ov[84] dría,como estuvieron antes déla cesión del Templo,ni mas ni me- mos que lo estaban en Milán, cada cual con sus dogmas propios, sus ceremonias, sus ritos y su culto, y donde para que estuviese mas caracterizada la separación, querían altar aparte, y pedían una iglesia para ellos, mui lejos de mezclarse y confundirse con los católicos en las que éstos celebraban los divinos Oficios. Sin embargo, el Señor Amat para el fin de sostener, que la contienda entre S. Ambrosio y Valentiniano II no era negocio civil sino teo- lógico, creyó necesario decir que "el Emperador intentaba, que los Arríanos fuesen tenidos porS. Ambrosio como partes ó miem- bros de la verdadera Iglesia;" circunstancia que, permítasenos decirlo, parece no constar de la relación de los sucesos, según se hallan referidos por el mismo escritor. Y en verdad,deseosos los Arríanos de tener un Templo en q' celebrar sus oficios, interpusieron los respetos del Emperador, para conseguir que S. Ambrosio dueño de todos los de Milan,les cediese uno. Se fundaban en el derecho de su conciencia, aun que errónea, para ejercer su culto pública y privadamente, y decían á Valentiniano lo que S. Atanasio á Constancio-"aquí hai muchos que no quieren comunicar con los que poseen las iglesias, y han de recurrir á sus casas particulares; parece jus- to que se les ceda alguna de ellas." El Emperador debia res- petar este derecho, sin considerar el ejercicio del falso culto que reprobaba desde luego, pues era católico: "estaba obligado por Derecho natural, valiéndonos de las propias palabras de nuestro escritor, á proteger las sociedades religiosas, ó dirigidas á dar á Dios el culto que se le debe; al modo que debia proteger las de- mas sociedades naturales, como las de marido y mujer, de pa- dres é hijos, y de amos y criados; atendiendo al Derecho natu- ral no debia proteger mas ó menos á alguna sociedad religiosa, aunque conociese que era falsa, si no perjudicaba al bien tem- poral del Estado: podia, en fin, y debia por Derecho natural, to- lerar una sociedad religiosa, aunque conociese que era en algo perjudicial al bien del Estado, y temía con fundamento, que de su intolerancia se seguirían al Estado peores males que de la tolerancia." Razones todas que vienen en apoyo de Valentinia- no para defender su petición de una iglesia para los Ardanos; porque cualquiera que sea la creencia de los individuos de la so- ciedad, el derecho de la conciencia empieza desde el homenage que presta á Dios en su oculto recinto, hasta el que le ofrece so- lemnemente en los altares. Cualesquiera que fuesen las circunstancias que se hubiesen atravezado en esta contienda, eran accesorias, y puramente ac- cidentales: porque ni las comedimientos de Constancio con SanAtanasio, ni las violencias de Valentiniano, ni su capricho y me- ro antojo, ni las intenciones de su madre Justina, pudieron des- naturalizar el asunto, ó hacer que la cesión del templo, tuviese un objeto diferente del que consta manifiestamente de la relación. Si tenia razón S. Ambrosio en resistirse á su entrega, "porque sin justa causa ó meramente por su gusto, ni siquiera era lícito al Emperador tomar la casa ó finca de un particular, cuanto me- nos la casa de Dios ó de la iglesia," bien pudiera la acción del Príncipe merecer el nombre de atentado en el orden civil, ó de sacrilegio también, por usurpar una cosa sagrada ó eclesiástica; pero nunca jamas el ser acusada de tolerancia religiosa, que se- gún nuestro escritor asi se define: '-la tolerancia de los teólogos 6 ministros de una secta religiosa, que admiten como socios en sus juntas del culto de Dios álos que son de la otra secta, cre- yendo que en ésta, por mas que sea falsa, puede conseguírsela vida eterna, aunque no tan fácilmente como en laque tienen por verdadera." Si pues no se trataba de tolerancia religiosa, no habia mas que tolerancia civil, y por consiguiente el caso de S. Ambrosio era idéntico en sustancia al de S. Atanasio. Pero el santo Obispo de Milán juzgaba ilícita la entrega del Templo á los Arríanos,y quien habia dado tantas pruebas de celo y fortaleza, no era capaz de hacer traición á su conciencia; por donde los católicos de esa ciudad fueron llevados, como era na- tural,por el poderoso influjo de su ejemplo. También Benévolo, Ministro de Valentiniano, se resistió abiertamente á extender una leí que autorizase las juntas de los Arrianos;y sin embargo tal autorización no excedía las facultades del Príncipe, como lo hemos demostrado anteriormente, y lo reconoce el Señor Arriad que asi define la tolerancia civil:"la conducta de la Potestad ci- vil ó suprema de un Estado ó pais, que concede los derechos de ciudadano á los que profesan una secta que tiene por falsa, y los de defensa á las juntas y ejercicios de la tal secta." Mas, creía benévolo que cometia un pecado, prestándose á tener parte en dicha leí, y rehusó los premios que la Emperatriz leofrecia, des- pojándose ante ella délas insignias de su dignidad, y diciéndole -"Más quiero que me quitéis el empleo que tengo, y me dejéis íntegra la fé." Para que se vea, que no siempre la conducta de los varones fuertes, puede servir de modelo para reglar nues- tros juicios. 'Dos siglos después de S. Ambrosio, encontramos otra clase de ejemplos,que la Historia nos ha conservado del Papa S. Gre- gorio Magno. So presentó á él un judío, quejándose de que el Obispo de Janasina los habia despojado de los lugares en que solían celebrar sus juntas: el Obispo fué advertido por el Santom Pontífice, do que hicieso cesar ol motivo de la queja. Los judías de Caller se quejaron igualmente, de que varios cristianosse fea* bian apoderado de una sinagoga,y puesto en ella la imagen de la Santa Virgen y una cruz: San Gregorio escribió al Obispo para que hiciese quitar la imagen y la cruz con la debida reverencia, y repusiesen las cosas en el estado anterior. Con el mismo espí- ritu escribió el Santo Papaá Pascasio Obispo de Nápoles, man- dándole que les dejase libremente hacer sus fiestas, y practicar cuanto habían acostumbrado los actuales y los antepasados. Le dolia ciertamente á San Gregorio, que hubiese juntas religiosas en que se ofreciese á Dios otro culto que el cristiano; habría querido que la cruz fuese adorada en todas partes, y que perma- neciese para siempre en la sinagoga de Caller; pero conocía igualmente que hai consideraciones justas, y respetos de otro gé- nero, que sirven de obstáculo al cumplimiento de nuestros buenos deseos, y que,segun decia en una de estas ocasiones, las leyes no permitían turbar á los judíos en la posesión de sus antiguas sina- gogas. El Señor Amat ha consignado estos pasages en sus es- critos, y al terminar las máximas acerca de la tolerencia dice así: "la Potestad civil debe reconocer, que es de la competencia de la Potestad eclesiástica, el decidir si debe ó no tolerarse alguna sec- ta con tolerancia religiosa; y la Potestad eclesiástica debe reco- nocer, que compete á la autoridad secular ó civil, si debe ó i¡c concedérsele en sus Estados la tolerancia civil" (112). Si pues los sucesos de Milán no tenían por objeto la tolerancia religiosa, como consta de la Historia, la cuestión se versaba sobre la tole- rancia civil, y la resolución pertenecía al Emperador Valeu- tiniano. Argumento 6. ° "Si pudiera mirarse alguna cosa como ri- dicula, cuando la suerte de las Naciones se halla expuesta al mayor peligro, sería el ver á estos absurdos despreciadores del sentido común, prodigando su protección á todas las extravagan- cias llamadas religiosas, y formando colecciones de cultos, como se pudiera hacer de cuadros y pinturas en un museo. Gracias á esta nueva invención; la Religión pública no es mas que la aso- ciación de todas las religiones particulares. ¿Nos admiramos de que los Romanos admitiesen en su Capitolio las estatuas de todos los Dioses vencidos de las Naciones que iban conquistando, para que la protección de todos los ayudase al engrandecimiento del Imperio? Pues lo que merece considerarse como una extrava- gancia del pueblo gentil, cuya ambición le movia á echar mano á todas las Divinidades juntas, para encadenar mejor el mundo, se vé renovado en nuestra época en aquellos pueblos, que á pesar de haber conocido la unidad de Dios, y la necesidad de su verda-dero culto, admiten sin embargo la pluralidad de cultos y adora- ciones, altares y sacerdotes, lo cual viene á ser una especie de politeísmo todavia mas monstruoso. Se pagan ministros que en- señan, que Jesucristo es el Salvador del mundo, y se pagan otros que lo niegan" (113). ResjmesUi. Dijimos poco há, y lo repetimos ahora, que los Gobiernos no protegen las extravagancias religiosas, sino el de- recho individual de la conciencia, aun cuando ésta cometa extra- vagancias, de las que prescinde absolutamente, siempre que no comprometan en algún modo la pública tranquilidad. ¿Se querria que luciese otra cosa? El mérito de una religión y su verdad, no depende, para lo menor, del juicio que de ella formen los Go- biernos; pero si á estos se les reprueba su tolerancia, y para ridi- culizarla, se les dice, que con ella protegen las extravagancias religiosas, y hacen colección de cultos como pudieran de cuadros y pinturas, tomará la palabra el gobernante, se picará de la irri- sión, y respetando, como es regular, la religión dominante que será la suya, reputará por extravagancias religiosas todas las de - mas; y para no formar colecciones de cultos en un Estado, como se harían de cuadros y pinturas en un muséo, prohibirá el ejerci- cio público de cualquiera otra; y el Sultán de Constantinopla y el de Marruecos, respetando el principio invocado por el autor del argumento, prescribirán en sus dominios el culto cristiano, para no exponerse algún dia á incurrir en la contradicción de pagar ministros que enseñen, que Jesucristo es mas que humano Profe- ta, y que el mismo Mahoma. Principio que puede ser favorable á las falsas religiones, no honra ciertamente á la única verdade- ra. Ademas, hai materias á las cuales no es fácil acomodar con buen suceso la ironía: no hai sobre la tierra objeto mas serio y formal que la conciencia; y si en cualesquiera otros se puede condescender, la conciencia es siempre inexorable, y su modo de hablar es ordenando; nadie hasta ahora pudo desobedecerle im- punemente. La conciencia pues, volvamos á decirlo, es lo úni- co que respetan los Gobiernos, dejando al individuo la responsa- bilidad del error ó extravagancia en que llegare á estar en vuelta; conciencia de cada uno, independiente de las otras conciencias, lejos de refundirse unas en otras para formar una conciencia pú- blica, ni deque la coexistencia de muchas religiones compongan una religión común, que en tal caso sería ninguna. Si el erario público mantiene á los ministros de vários cultos, será porque los ciudadanos que los profesan, contribuyen igualmente para los gastos nacionales, y tienen por consiguiente igual derecho; y los Gobiernos en tal caso, sin pensar para nada en el mérito o de me- rito de esta ó aquella religión, reparten únicamente el sustento ám quienes lo necesitan, y están de antemano dotados por los que se aprovechan de su ministerio. Argumento 7. c "Es imposible mirar con respeto 6 interés, un objeto, y dejar que se la contradiga 6 ultraje. Todos los pue- blos antiguos y modernos han tenido una Religión pública, y han obligado á los particulares á respetarla, y á conformarse con ella, y han castigado ó vengado los^iusultos que se le han hecho. Lo mismo sucede aun con las opiniones políticas: el interés que los hombres toman por ellas, los obliga á ser intolerantes con los q' las contradicen ó menosprecian....Aun cuando un pais tuviese q' mendigar su prosperidad temporal á puertas agenas, si esto hu- biese de ser á precio de su fe y de sus virtudes cristianas, debe- ría decir únicamente con el Profeta—bienaventurado llaman al ■pueblo que tiene sus arcas llenas de oro, y rebosa de alegría en la plenitud de todos los bienes de la tierra; mas yo digo bienaventurado al pueblo que tiene al Señor por su Dios. Los hombres y las ri- quezas pasan; Dios permanece; y no es lícito por todo el oro del mundo trocar la herencia que nos dejó Jesucristo" (114). Respuesta. Bien puede ser que una Religión, sea la de las personas que tienen en sus manos las riendas del Gobierno, y es- tá declarada leí del Estado/ en cuyo caso se tendrá derecho dé exigir de cualquiera clase de personas, aunque sean de distinta profesión, todos aquellos respetos que son debidos á las leyes, y si éstas hubiesen establecido penas contra sus menospreciado- res, los magistrados cuidarán de su ejecución, ó como dice el ar- gumento, de que sean vengados los insultos cometidos contra la Religión pública; pero semejante disposición es compatible con la existencia de una 6 mas religiones, á cuyo ejercicio público tienen derecho quienes las profesan, sin que ninguna de ellas go- ce de la singular prerogativa de estar declarada por lei del Esta- do; y ademas es cosa mui diversa decir, que todos están obliga- dos á respetar la que se halla favorecida con este privilegio, y por consiguiente á no hacer contra ella algún insulto, y que lo estén á conformarse con ella, cuya palabra importa un sentido muí impropio, y falta de respeto á la conciencia. Es falso que todos los pueblos antiguos presenten ejemplos de esta protección. Los Monarcas Asirios y después los Romanos, no subyugaron al pueblo judío en diversas ocasiones por el empeño de hacerlos con- formarse con la Religión del Gobierno y del Estado; y nuestros propios adversarios han referido cual era la conducta, que res- pecto de los Dioses guardaba la República Romana en los países conquistados: otros han sido los que después forzaron á seres racionales á conformarse con la Religión del Estado; só pena de muerte. ¿Y cual habrá sido el propósito del autor de la objeción,m al recordar que el interés que toman los hombres por sus opinio- nes políticas, los obliga á ser intolerantes? No era menester bus- car en otra parte un término de comparación, para dar á los lec- tores una idea cabal del celo perseguidor de las conciencias. Es verdad, que quien mira con interés algún objeto, no pue- de sufrir á sangre fría que sea éste insultado; mas por justo y lau- dable que sea nuestro sentimiento, no siempre podemos ni debe- mos destruir la causa que lo motiva. Nada mas sensible á los cristianos de los primeros siglos, que ver levantadas en diferentes puntos, estatuas destinadas al culto de las gentes; y no obstante, los Pastores reputaban por acción imprudente la de aquellos fie- les, que derribaban tales ídolos. Lleno está el universo de mo- tivos de angustia y de dolor en todos sentidos, y no es dado al q"' padece, reformar las cosas, y hacer que todos caminen por la sen- da de la verdad y de la virtud. Dios mismo así los deja estar, y "los Gobiernos á imitación de la Divina Providencia, según di- ce el Angélico Doctor Santo Tomas, deben abstenerse de prohi- bir en sus Estados ciertos males, para evitar otros mayores,y pa- ra que con ellos no se pierdan muchos bienes" (115). ¿Por qué pues no ha de llevarse en paciencia, que fuera déla Religión del Estado haya en él otras mas, aunque sean falsas? Esas mismas con muchas mas, tienen su asiento en diferentes puntos de nues- tro globo, y Dios las mira, las tolera, y en ellas hace nacer milla- res de criaturas racionales, que allí se educan, pasan la vida y la acaban: los que pretenden obrar de diferente modo son mas ce- losos que Dios mismo de su gloria. Del empeño de tener por im- posible, que se mire con interés un objeto, y se permita que sea contradicho ó ultrajado, ó de la falsa creencia de que ellos pien- san que sostienen la causa de Dios o de la Iglesia, nace la exal- tación que los ofusca.sin dejarles reparar en lo que dicen y hacen; y porque Jesucristo, es decir, el Hombre Dios llamó á los fari- seos- hijtácritas, raza de vívoras y sepulcros blanqueados, puros hombres se tomaron la misma libertad, y pasaron á insultar á sus hermanos, sin acordarse de la palabra de la Escritura—la Cari- dad es pacienle. Es mui laudable decir, que es bienaventurado el pueblo que tiene la dicha de reconocer y adorar al verdadero Dios, que si careciendo de ella, abundase en plata y oro, y rebo- sase de alegría en la plenitud de todos los bienes de la tierra. Na- die tiene que trepidar en la elección, ni los ciudadanos particula- res, ni los Gobiernos, ni las Naciones, si pudieran encontrarse en esta alternativa; pero ¿se encuentran acaso? ¿Porque se toleren muchos cultos en un pais, dejan de adorar al verdadero Dios los que profesan la Religión del Estado? Y si ésta no fuese la ver- dadera, aunque ella se creyera tal ¡que muchedumbre de incon-[00] venientes y de absurdos! Digámoslo muchas voces, pues á ello se nos precisa: los Gobiernas no piensan en el mérito de las reli^ gionesque consienten en sus Estados, y solo tienen que marchar por una senda—prolejer los derechos individuales, y respetar la inmunidad de la conciencia- Detengámonos un poco mas en ha- blar de ese menosprecio de las prosperidades temporales, de las que se pretende formar un embarazo al bien espiritual. Ya lo hemos dicho, y lo repetimos, las relaciones mas dulces y nece-^ sariasde la vida deben posponerse á la justicia, y nunca jamán pueden entrar en competencia con ella, y cuanto con verdad pue- de llamarse causa de Dios; mas este santo nombre ha servido tantas veces de pretexto á pretensiones y miras mundanales,que se hace preciso considerar esta materia,para que sepamos distin- guir las sombras de la realidad, ■ El hombre ha nacido pava trabajar, y en el estado mismo de la inocencia quiso Dios que tuviese ocupación; por lo cual pu- so á nuestros primeros Padres en el Paraíso, para que lo cultiva* sen y guardasen. Las necesidades de nuestra naturaleza exijen y suponen los medios de satisfacerlas, y para conseguirlos es in- dispensable, que la industria se aplique á tantos objetos como son aquellas, aparte de las comodidades que tiene derecho de propor- cionarse el hombre, y de los placeres honestos y racionales, á fin de que todo junto constituya el bienestar temporal, y esa men- guada felicidad que existe sobre la tierra. Si tal es la condición humana, y tales los fines del Supremo Autor, no puede haber razón para inspirar al hombre el fastidio de aquellas cosas que ha menester, y que conducen á la prosperidad de las Naciones. Tantos y tan variados caminos que el progreso ha abierto á las mejoras, están diciendo en alta voz, que la perfectibilidad del hombre, y del lugar en que pasa el corto tiempo de la vida, aun no ha llegado á su término, 3' que por el contrario, le faltan mu- chas cosas; que hai grandes desiertos sin habitantes ni cultivo, enfermedades estacionarias, 6 de tránsito que menguan las pobla- ciones, necesidades y carestías que le impiden su aumento, mi- serias que claman por alivio, y lágrimas que es preciso enjugar. No basta el buen deseo, ni la propia caridad cristiana, cuando reduciéndose á una estéril y triste compasión, no pueden crear en un momento los recursos que se necesitan para poner remedio, si de antemano no los han proporcionado el arte y los sudores del trabajador, desdo el sabio que sienta el principio, 6 inventa la me- jora, hasta el artesano que de mil modos hace su aplicación á los usos comunes, cambiando y hermoseando la faz de la tierra. ¿Y este cambio y hermosura, y orden y armonía de admirables arte- factos, que manos de hombres alzaron en las Ciudades y en latm campaña, y de los que con su ayuda ha formado la madre común no inspiran ideas de lo bello, de lo grande y de lo bueno? Los misinos Romanos Pontífices que saben y enseñan á todos los fie- les, que antes de todo debe buscarse el Reino de Dios y su justi- cia, creyeron también, que sin faltar á esta sagrada máxima, po- día componerse y aliñarse la morada de destierro, el valle de lá- grimas,)' desaguaron lagunas,levantaron estatuas,formaron y en- riquecieron bibliotecas, adornaron museos, y construyeron obras magníficas de arquitectura. Ahora bien; si los pueblos nacientes deben aprender de los civilizados lo que á ellos les falta, recibir brazos, capitales 6 in- dustria para asemejárseles é igualarlos después, no puede soste- nerse sin mucha razón, que para ello hayan de ponerse requisi- tos impertinentes, y condiciones exóticas, que no dicen bien con el fin que se intenta. ¿Es necesario ser católico para ser bue;i agricultor, buen artesano? Se formará juicio de los grandes bie- nes q' pueden hacer en un pais hombres laboriosos,aunque de otro culto, cuando se eche la vista á los inmensos daños que su- frieron los Reinos católicos, de donde fueron expelidos ju- díos, mahometanos, y hugonotes. Con vergüenza oímos refe- rir á los viageros la diferencia que han notado en la Sui- za, por ejemplo, entre los cantones católicos y los de herejes. ¿No es insultar gravemente á la verdadera religión y á la verdadera Iglesia, hacerlas aparecer como si el descuido y el desaliño fueran de su elección, y como accidente ligado á ellas? ¿Y esos mismos, á cuyo argumento contestamos, no deben su comodidad y bienandanza á la laboriosidad é industria de esos propios, cu- yos frutos ostentan menospreciar? delicatus magister est,qui pleno ventre dejejunüs disputat, ha dicho San Gerónimo, escribiendo á Nepociano. Argumento 8. ° "Cuando se dice, que la libertad de adorar ú Dios según lo dicta la conciencia de cada uno, es uno de los de- rechos mas nobles de la naturaleza humana, se habla inexacta- mente, ó por mejor decir, semejante proposición se apoya en un error inexcusable, y en una equivocación manifiesta. Todo hombre tiene el deber de seguir la verdadera religión, el deber de buscar la verdad y de huir de la mentira: así es como debe hablarse, para hacerlo en términos propios y precisos. La re- ligión no es un sistema, ni una filosofía en que cada uno puede seguir lo que le pareciere, sino una obligación esencial, que solo puede llenarse cautivando su entendimiento en obsequio de la pa- labra de Dios, desde que ella es conocida por sus propios o im-" permutables caracteres....Es verdad que el hombre, libre por la naturaleza de su condición, puede sin duda abrazar según su al- TOMO 6 W[92] bodrio el ágna 6 el fuego, la verdad ó el error, la virtud 6 el vicio, el bien ó el mal; pero si abraza el error ó el mal, no es por un derecho, sino por un extravío de su corazón, y por un abuso de su libertad moral. Luego es preciso concluir, ó que no tiene derecho alguno á seguir y mucho menos descubiertamente, la Religión que mejor le parezca, sino precisa y únicamente la ver- dadera,la q' Dios ha revelado; 6 q' en cualquiera creencia se sal- va la verdad de la doctrina revelada por Dios, y con cualquiera culto se le reverencia dignamente, y se le dá el homenaje que él exige de sus criaturas....El derecho pues de seguir y profesar cada uno la religión de su gusto, tan pregonado por los toleran-» tistas, no es otra cosa que el abuso de libertad en punto de reli- gión, ó la indiferencia respecto á todas, perfectamente semejante al derecho de matar á un hombre, ó de robarle sus bienes"(110). Respuesta. Desde el principio de nuestra disertación he- mos dicho, que en materias religiosas no es permitido al hombre ocurrir á invenciones, y forjarse un culto, sino que por el contra- rio, esta obligado á seguir la verdadera religión, y en consecuen- cia á buscarla: palabras equivalentes á estotras del argumento— todo hombre tiene el deber de seguir la verdadera religión, el deber de buscar la verdad, y el de huir de la mentira—lo que se- gún el autor, es el modo propio y preciso de hablar en el asunto. No es pues arbitro el hombre para seguir la religión de su gus- to, sino que debe seguir la revelada por Dios. Mas para seguir- la es indispensable conocerla, y para conocerla, buscarla por la via del examen, ú otra que haga sus veces, á fin de llegar al acierto; y valiéndonos de las palabras del escritor, de cautivar el entendimiento en obsequio de la palabra de Dios, desde que ella es conocida. Pero, si en el discurso del examen se equivoca al- guno, y tiene por verdadera una religión que no lo es en reali- dad; ¿qué decir de tal hombre? Si su error es invencible, está obligado, no solamente á no obrar contra el dictamen que ha for- mado, sinc-tambien á conformarse con él; y si fuere vencible el error, por lo menos á no contradecir dicho dictamen; y todo esto á presencia del mismo Dios, á quien está reservado el juicio, de si tal error es vencible ó invencible. Luego son dos cosas dife- rentes decir del hombre, hablando en general, que está obligado á seguir la verdadera religión, y decirlo de este 6 aquel hombre, en cuyo caso, para que la proposición sea aprobada, deberá sos- tiluirse con estotra—el hombre debe seguir la religión que le parezca verdadera; ó para evitar cuestiones ponerla así—"el ^hombre está obligado á no seguir aquella religión, que sea dife- rente de la que le parece verdadera:" todo lo cual está fundado sobre las reglas que copiamos ántes de los teólogos, que á unam nos enseñan—Cínunca jamás es permitido proceder contra el dic- tamen de la razón, ó la conciencia." Fuera de esto, como el deseo de buscar la verdadera reli- gión, supone la existencia de la que ha sido establecida por Dios, para conducir á los hombres á la felicidad, por el ejercicio del culto qne les prescribe y ordena, sigúese que hai un precepto di- vino, de donde nace la dicha obligación, á cuyo cumplimiento ninguna autoridad humana puede poner obstáculo; es decir, que cada hombre tiene derecho y libertad de emprender aquel exa- men, para buscar la verdadera religión, y llenar el deber que Dios le ha impuesto; y por eso dijimos desde el principio, que lo que respecto de Dios es obligación, respecto de los hombres es de- recho y libertad. Según estos principios, necesita de explica- ción la cláusula siguiente—"El hombre no tiene derecho alguno á seguir, y mucho menos descubiertamente, la religión que me- jor le parezca, sino precisa y únicamente la verdadera." Es cierto que el hombre no tiene derecho de seguir la Religión que quiera de lasque existen, ó de inventar una á su antojo; pero es falso, que este ó aquel hombre estén obligados ¡í seguir la verda- dera religión, siempre y cuando sea contraria al dictamen de su conciencia: triste y fatal posición,que sin embargo es consecuen- cia natural de las conocidas y comunes reglas que sirven de pauta á las acciones humanas. Es falso también, con igual ex- plicación, que el derecho de seguir y profesar cada uno la reli- gión de su gusto, no es otra cosa que el abuso de la libertad. En punto de religión, el abuso supone un acto desarreglado de la vo- luntad, que á sabiendas puede abrazar lo erróneo y malo. Se dice de la libertad que abusa, y que hace mal uso de un derecbo, al que de intento se le ha dado una mala direccion;pero la razón, bablando propiamente, no abusa sino que se extravía; pues en la cuestión que ventilamos, solo se trata del concepto que forma el alma, del dictamen de la razón, déla conciencia, independiente- mente de los motivos morales que hubiesen intervenido, ó de la parte que en ello hubiese tomado el corazón. Nadie, por cicrlo, tiene derecho para errar; pero lo tiene para discurrir aun cuan- do yerre, como nadie tiene derecho de obrar mal, sin que pueda disputársele el derecho de obraren los negocios de la vida; y de- cir que el derecho de seguir una religión de su gm\o, es perfec- tamente semejante al derecho de robar y matar, es llamar con el mismo nombre el abuso mas funesto de la libertad, y el ejercicio de la razón, que aunque errónea y culpable no puede merecer jamás tan horrenda comparación. ••; Resulta de todo, que los dere- chos de la conciencia quedan ahora mas asegurados, á pesar del empeño de los intolerantes en vulnerarlos.