■MI i «■s'-1*í3ace pocos años que el nombro de Silvio Pellico, lia llama- do la atención adquiriéndose la trias honrosa popularidad en Eu- ropa por su obra titulada: Mis prisiones, traducida á casi todos los idiomas, y considerada como una Odysea cristiana en que brillan las ideas mas sublimes de religiosa resignación. Hace seis años publicó otra admirable composición titulada: Los debe- res del hombre, en que al interés dramático de la primera, lia sa- bido unir todo el interés filosófico que demanda su título. Si- guiendo la carrera humana desde la juventud, le traza sus obli- gaciones durante todos los años de la vida y le indica, por de- cirlo así, las reglas que es preciso observar para no desviarse de la senda de la virtud en el difícil siglo en que vivimos. Los edi- tores del Almacén religioso de París en 837, dicen: que en la li- teratura sagrada y profana, solo encuentran dos obras á quienes pueda compararse el nuevo libro de Silvio Pellico: la Imitación de Jesucristo y las epístolas 4e Cicerón, á las que acaso iguala por la gracia y dulzura de su estilo. Al dar principio al tercer tomo del Semanario de Señorita? Mexicanas, he creido por lo mismo, que no podria desempeñar mejor el título de este artículo que traduciendo en su obsequio lo» tres capítulos siguientes de esta preciosa obrita. TOM. III.-C. I. I2 SEMANARIO I. „Desde que ha llegado á establecerse que la naturaleza huma- na es superior á los brutos, y que tiene en sí misma algo de di- vino, debemos estimar altamente todos los sentimientos que con- tribuyan á ennoblecerla mas, y á aspirar á su perfección, á su fe- licidad, en una palabra, al mismo Dios; es indispensable recono- cer la exelencia de la religión, y la necesidad de practicarla. Es preciso no dejarse alucinar (mis amables lectoras) ni por el número de los hipócritas, ni por las burlas de los que os lla- man hipócritas, porque os ven religiosas. Sin fuerza de alma no se adquiere ninguna virtud, ni se cumple ningún deber de un órden elevado: la piedad jamás ha sido la conquista de un cora- zón pusilánime. Ni menos os espante el veros asociadas en vuestra calidad de cristianas á una multitud de espíritus vulgares, poco capaces de comprender todo lo sublime de la religión, porque las personas mas vulgares también deben y pueden ser religiosas, supuesto que aun la mas ignorante está igualmente obligada á ser honrada. ¿Y podrá la instruida por esto, avergonzarse de serlo? Vuestra educación, vuestros estudios y vuestro talento, os han hecho conocer que no hay religión mas pura que el cristianismo, ni mas esenta de errores, ni mas profundamente impresa con el carácter de la divinidad: ninguna que haya contribuido mas á fomentar y estender la civilización, á destruir ó á endulzar la es- clavitud y á hacer comprender á todos los mortales su fraterni- dad delante de Dios y con el mismo Dios. Pero es necesario estar firmes en la fé y atender en particu- lar á la solidez de las pruebas históricas de la religión, pues que ellas son de una naturaleza capaz de resistir á todo examen des- interesado, y para no dejarse preocupar de los sofismas dirigidos contra la legitimidad de estas pruebas, basta recordar esa multi- tud de hombres superiores que han reconocido toda su fuerza, comenzando desde esos grandes pensadores que pertenecen á nuestra época, y remontándose hasta Dante, hasta S. Agustín, hasta los primeros Padres de la Iglesia. Todas las naciones ofre- cen multitud de nombres ilustres que ningún incrédulo se atre- vería á despreciar. El célebre Bacon, aunque tan alabado en la eBcuela empírica,DE LAS SEÑORITAS. 3 bien lejos de ser incrédulo como sus mas acalorados panegiris- tas, constantemente hizo profesión del cristianismo. Grocio era cristiano, y aun cuando haya estado engañado sobre muchos puntos, escribió un tratado sobre la Verdad de la religión. Leib- nitz fué uno de los mas sabios apologistas del cristianismo. New- ton compuso un libro sobre la Concordancia de los Evangelios. Locke ha sostenido la racionalidad del cristianismo. Volta, uno de los físicos de primer orden y de la ciencia mas vasta, se mos- tró en toda su vida como el mas virtuoso de los católicos. Estas grandes almas y tantas otras atestiguan muy bien, que el cristia- nismo está en la mas completa armonía con el sentido común, es decir, con aquel sentido que estiende á todas las cuestiones sus conocimientos y sus investigaciones, que no se limita ú mi- rar las cosas bajo un solo aspecto, y que no se deja corromper ni por el capricho de la mofa, ni por la furia de la irreligión." II. „Entre los hombres de nombradía en el mundo se encuentran algunos irreligiosos y muchos que han caido en errores é incon- secuencias con respecto á la fé; pero ¿qué resulta de esto? Que tanto contra el cristianismo en general como contra el catolicis- mo en particular, se han afirmado aserciones que no han podido probarse; cuando por otra parte los principales de ellos no han podido evitar en sus escritos rendir un justo homenage á la sabi- duría de esa misma religión que aborrecían y que no practicaban. Juan Jacobo Rousseau escribe en su Emilio estas memorables palabras: „Yo confieso, que la magestad de las Escrituras me ad- mira y la santidad del Evangelio habla á mi corazón. Los li- bros de los filósofos con toda su pompa me parecen muy peque • ños á su lado. ¡Podria creerse que un libro tan sublime á la vez que tan sencillo fuese obra de los hombres! ¡Y podría concebir- se, que el que ha hecho aquella historia sea un hombre! Los he- chos de Sócrates, de los que nadie duda, están menos atestigua- dos que los de Jesucristo. En el fondo esto es eludir la dificul- tad sin destruirla; seria mas difícil de concebir, que muchos hom- bres se hubiesen puesto de acuerdo para fabricar este libro, que lo es, que uno solo lo haya formado.... Y el Evangelio tiene ca- ractéres tan grandes de verdad, tan notables y tan inimitables, que el inventor seria mas admirable que el Héroe"....•1 El gran Byron, ese genio prodigioso que desgraciadamente se deja arrastrar hasta divinizar un dia al vicio y otro á la vir- tud, una vez á la -verdad y otra al error, pero que después de to- do, estaba atormentado por una sed ardiente de la virtud y de la verdad, ha testificado la veneración que le inspiraba, mal de su grado, la doctrina católica. Quiso que su hija fuese criada en la religión católica, y hablando de esta resolución, ha dicho en una carta: que así lo quería, porque en ninguna Iglesia habia en- contrado una luz tan grande de verdad como en esta. El amigo de Byron, el gran poeta inglés Tomás Moore, des- pués de haber vivido muchos años incierto en cuanto á la reli- gión que debia seguir, hizo un estudio profundo del cristianismo y conoció que no podia ser buen cristiano ni buen lógico, sin ser católico, y escribió la historia de su convencimiento. „Yó te saludo, decia, Iglesia una y verdadera: tú eres el único camino de la vida y el único de los tabernáculos donde no se co- noce la confusión de las lenguas. ¡Que mi alma repose á la som- bra de tus altos misterios! ¡Lejos de mí tanto la impiedad que insulta su santa obscuridad, como la fé imprudente que quiero sondear sus abismos! Parece que contra una y otra habia es- crito San Agustín estas palabras: „Raciocina, mientras que yo admiro; disputa, mientras que yo creo: yo veo la altura, aunque no me sea dado llegar á los límites de la profundidad." III. „E1 cinismo insultante y vil de los hombres vulgares, va der- ramando calumnias por todas partes contra el género humano para hacerlo reír de la virtud y hollarla con los pies____¿Cómo pues ese genio desvergonzado que aborrece todo lo exelente po- dría dejar de ser el enemigo mortal de las virtudes de la muger? En todos los siglos se ha empeñado en pintarla como despre- ciable, sin querer ver en ella sino la envidia, el artificio, la in- constancia, la vanidad, avanzándose hasta negarle el fuego sa- grado de la amistad y la incorruptibilidad del amor. Desde lue- go á toda muger virtuosa ha pretendido considerarla como una ex- cepción. Pero los generosos instintos de la humanidad protege- rán á la muger. El cristianismo la ha elevado proscribiendo la pluralidad de esposas y los amores doshonestos, y presentandoDE LAS SEÑORITAS. 5 ante el Hombre Dios á una muger como la primera de las cria- turas humanas, superior á los santos y aun a los mismos ángeles. La sociedad moderna ha sentido circular en sus venas este noble espíritu: en el seno de la barbarie la caballería se ha em- bellecido con el culto depurado del amor, y nuestros cristianos civilizados, hijos de la caballería, no han tenido por bien educa- do sino al que honra al sexo de la dulzura, de las virtudes do- mésticas y de las gracias." «Despreciad á todo aquel que en la muger no sabe honrar á su madre, pisad aquellos libros que la degradan, predicando el li- bertinage. Nada hay mas digno de estimación que reconocer la dignidad de la muger, proteger á quien nos ha dado la vida, y sostener á quien tal vez un dia tendrá el título sagrado de ma- dre de vuestros hijos." jg§gJoDAS las definiciones que se han dado hasta ahora de la in- dependencia, son tan semejantes á las de la libertad, que podriau creerse idénticas ó considerarse como sinónimos. En efecto, las6 SEMANARIO dos se derivan igualmente de esta idea de libre albedrio y de ese poder de hacer ó no hacer, de que está dotada la naturaleza hu- mana. Mas esto-no quiere decir que los visos que separan á la independencia de la libertad, no den á una y á otra un carácter enteramente distinto, y una fisonomía especial que es importan- te designar. La libertad es el poder de hacer ó no hacer; pero en la independencia hay algo mas de reflexivo y algo menos de instintivo; hay una idea de voluntad unida á una idea de poder: así podemos decir, que una persona libre puede obrar, hacer, ó no hacer, y que una independiente tiene la voluntad de aprove- charse de esta facultad, cuyo uso se le ha arrebatado momentá- neamente. No hay pues un pleonasmo, como se ha intentado suponer, en decir que un individuo, por ejemplo, es libre é inde- pendiente. Establecida una vez esta distinción, puede aplicarse lo mismo á las naciones que á los particulares. Un pueblo á veces es in- dependiente por sí mismo, bien que se le haya arrebatado la li- bertad, ó por alguna opresión: puede igualmente ser libre y no ser independiente por estar privado de dirección ó de luces saluda- bles. Los Estados-Unidos de América fueron considerados co- mo independientes desde el dia en que comenzaron á sacudir el yugo de la Gran Bretaña: la guerra que sostuvieron para conse- guir la emancipación á la que dirigían sus votos y sus esfuerzos, se llamó guerra de independencia; porque en el hecho de soste- nerla habían manifestado la firme voluntad de conquistar una existencia nacienal. Otro tanto sucedió en nuestro pais desde que el inmortal Hidalgo dió en el pueblo de Dolores el diez y seis de setiembre de 1810 el grito de independencia de la Espa- ña. Pero cuando solo se trata de algunas franquicias ó de aque- llas libertades que un pueblo puede exigir de su gobierno, seria muy impropio decir que quería su independencia, cuando solo se trata de su libertad como la guerra actual de los circasianos que reclaman á los rusos la mejora de su suerte social, ó libertarse de la esclavitud que los subyuga. Si de las naciones descendemos á los cuerpos políticos, nota- remos la misma diferencia, pues que un consejo legislativo, por ejemplo, ó un tribunal, pueden ser libres sin ser independientes,DE LAS SEÑORITAS. 7 y vice-versa. La independencia del hombre en el estado de so- ciedad, es el resultado ó ya de su carácter, ó ya de su posición en la sociedad, y consiste en no necesitar de ningún socorro es- traño en todos los casos posibles y en sobreponerse á ciertas preocupaciones ó necesidades, que otro hombre de un temple menos enérgico sufriría maquinalmente. Para los pueblos la independencia es la fuerza nacional. Regir- se como les parezca, escoger el modo de gobierno que crean mas conveniente á los intereses generales del pais, y hacer res- petar su nacionalidad contra todos los que quisiesen violarla, es todo lo que'constituye su independencia. No esperéis, mis amables suscritoras, ver en estas líneas una lección de política tan distante de vuestra posición social, como agena del plan que nos hemos propuesto y hemos seguido hasta ahora en los dos tomos anteriores del Semanario: nuestro objeto al indicaros estas ligeras ideas de independencia, no es otro que infundir en vuestra alma nociones exactas que transmitidas de vuestros labios á la tierna niñez, hagan crecer con ella el amor á nuestra independencia. Si al par que la leche de vuestros pe- chos, maman desde sus primeros años nuestros tiernos hijos el suave néctar de la moralidad y de los principios sociales, nutri- dos con tan sólidos elementos, no solo conservarán intacto el sa- grado depósito que nos legaron nuestros padres, sino que amaes- trados por la experiencia de los errores pasados, podrán consoli- dar la independencia nacional y disfrutar los inapreciables bie- nes que reportan de ella otras naciones mas cautas ó mas afor- tunadas que México, haciendo desarrollar los gérmenes de ven- tura y de felicidad de que la ha dotado pródigamente la natu- raleza. Creeriamos agraviar vuestro amor patrio, si no nos detuvié- semos en demostrar ya las ventajas de ella, ó ya lo sagrado de este deber nacional-, pero cuando acaba de pasar el aniversario de la época en que México se constituyó en el rango de las na- ciones, creeriamos faltar á nuestros deberes patrios si no exitáse- mos en el Bello Sexo mexicano los grandiosos recuerdos del 16 DE SETIEMBRE DE 810.—/. G.8 SEMANARIO Ai i tcratura.—Pocsia. EE 16 DE SETIEMBRE.. „"3ST"A no mas desunión, la Patria clama, El cuello virginal en llanto ahogado; Ya no mas desunión, que otro atentado En mengua eterna al despotismo llama. Y de santa amistad en dulce flama Todo pecho se sienta hoy abrasado, Tornando así al camino abandonado Podrá mis glorias publicar la Fama." Así la Patria hablaba en este dia Recordando a sus hijos sus deberes, Y un poeta hace seis años les decia: „Para gozar la paz y los placeres, Demos pues íí la Patria esta alegría: Cese de reinar Marte, reine Ceros." Enfrena tu furor y tu osadía ¡O mexicano pueblo! y apiadado Ve con tu propia sangre mancillado El tierno seno de la Patria mía. ¿No recuerdas tu lustre; la hidalguía Con que libre, triunfante, alborozado, Mostraste al mundo antiguo derribado, El solio en que imperó la tiranía? Quita la niebla á tu esplendente fama. Alza d la unión tus férvidos clamores Y luz y vida en Anahuae derrama: Depon en esto dia mutuos rencores Que es el solo homenaje que reclama La memoria del Héroe de Dolores.í 22 Al'Oí) jcufíe. efe ¿a- Taima, n ERNESTINA.DE LAS SEÑORITAS. 9 - .........■ ■ - ]||||n una pequeña casa de la capital de uno de los Departamen- tos de la república vivían tranquilamente doña Martiniana, viu- da de un estrangero que vino á México con la cspedicion de Mi- na, y Ernestina su hija, joven de diez y seis años, que aunque no era una hermosura perfecta, al examinarla, cualquiera notaba desde luego la vivacidad y la inteligencia de sus miradas. Aun- que sus trages anunciaban que esta familia pertenecía á aquella clase que considera una buena educación como la primera de sus necesidr les, á pesar de su aseo y limpieza, desde luego manifes- taban en su sencillez la severa economía á que estaba reducida. Un sombrero de paja, un vestido bien cortado y una mascada al cuello componían el trago de gala de Ernestina. Reducidas á servirse en lo interior de su casa, el hijo de una vecina Ies pro- porcionaba lo que necesitaban para su reducida cocina. Terminadas las taréas domésticas del dia, entretenían las pri- meras horas de la noche en algunas lecturas instructivas. La na- turaleza habia dotado á Ernestina de un entendimiento claro y de un gusto muy marcado á las bellas artes, las que cultivaba con placer y aun á veces con utilidad, siendo un recurso precioso en su situación, así es que muchas veces, interrumpiendo la lec- tura solía entregarse á los desvarios do una imaginación crea- dora ó quedaba abismada en medio de fantásticas ideas. Una noche en que su distracción se hizo mas notable, doña Martiniana le instaba que lo confiase lo que la ocupaba tan pro- fundamente. Reflexionaba, le dijo Ernestina, sobre la visita que hemos hecho á casa de doña Macaria, y calculaba que no nos conviene frecuentarla. Son demasiado ricos y los recuerdos y las comparaciones no suelen sernos gratas. —Las privaciones, le contestó doña Martiniana, son la heren- cia de las personas, que como nosotras, han bajado de una t. ni. 210 SEMANARIO suerte mas elevada. ¿Podría sostenerte tu valor con la descrip- ción de una fiesta á que tu situación no te permite concurrir? Yo lie llorado por tí'hija mía, lo confieso; pero me he consolado re- flexionando en la razón de que te ha dotado el cielo. —Y ha pensado vd. muy bien, replicó Ernestina, teniendo co- mo tiene el derecho de leer lo que pasa en mi alma, habrá nota- do que si por un momento he dejado correr mi imaginación pót- ese teatro de los placeres de mi edad, si he recordado que hace dos años iba con vd. y con mi padre á algunos bailes, si he pen- sado que las flores de gaza y los fígaros mas preciosos embelle- cerían á vuestra hija, la severa razón ha pasado su esponja por estos risueños cuadros. Abandonadas de la fortuna, yo acepto con resignación mi parte de la amarga bebida que participamos. —-^Ah querida hija mia, esclamó doña Martiniana abrazando á su hija, tú soportas noblemente un destino que no mereces!.... pero ¿no seria posible reponer al menos por una vez lo que has perdido? ¿Costaría tanto un trage con que pudieses presentarte en el baile que se prepara en casa de doña Macaría? —Pero no seria bastante un vestido para mí, seria indespensa- blc otro para vd., que no tiene ninguno con que poderse presentar decentemente. Pero ¿qué digo? ¿podría yo ser la causa de un gasto que solo podríamos sufragar, pidiendo prestado, cuando pa- ra evitar semejante compromiso se ha reducido vd. a despedir hasta la última criada y á servirse á si misma? —Pero en casa de doña Macaría tú podías muy bien ir sola. —Cuando yo me separe de mi madre querida, no será cierta- mente para ir á buscar léjos de ella vanos placeres. No pense- mos en ese baile que no merece la pena de ocuparnos mas de él. Mal me habría aprovechado de las lecciones de vd. y de sus ejem- plos, si no me resignase muy gustosa á tan ligera privación. —¿Pues por qué advierto en tí ese aire melancólico y distraído? —Voy á decírselo á vd. La hija de doña Macaría no solo em- plea su fortuna en sus diversiones; en la visita de hoy me ha ha- blado del baile y de su trage, pero me ha enseñado también la lista de los desgraciados á quienes socorre, y con este motivo no he podido menos de volver la vista hacia mí, y he reconocido con dolor que no siendo rica no puedo hacer bien á mis seme-DE I-A.S SEÑORITAS. 11 jantes, y que apenas puedo dar un medio real ;i un pobre que roe pide limosna en la calle, cuando conozco que todos los pla- ceres son inferiores al de procurar la felicidad de otra persona.... —¡Una lista! la interrumpió doña Martiniana, ¿pues qué esa señorita tiene apuntadas sus caridades? Es preciso que tenga rouy poca memoria ó mucha ostentación. Yo querría mejor fa- vorecer á los infelices que acordarme de haberlo hecho. Pero vamos á tus reflexiones. ¿Acaso el ejercicio de la beneficencia solo está al alcance del rico? También al del pobre. Los con- suelos de éste pueden endulzar los males de sus semejantes, que no siempre necesitan del dinero para curarse. Toda acción vir- tuosa, hi ja mia, lleva consigo su recompensa, nuestra propia con- ciencia nos paga con usura aun los menores esfuerzo? en favor de la humanidad doliente, y á los ojos de Dios, ese miserable ¡nedio real que das á un mendigo sintiendo no poderle propor- cionar mayor socorro, tiene mas valor que la onza de oro que arranca á un rico la miseria, tal vez á fuerza de importunidad. La conversación se prolongó entre la madre y la hija, y ésta quedó convencida de que aprovechando las ocasiones, encontra- ría aun en medio de su precaria situación mil medios capaces de satisfacer su generosidad. La mañana siguiente amaneció tan hermosa que convidaba á pasear, y doña Martiniana condujo ú Ernestina á los deliciosos alrededores de la ciudad. Sentadas en una pequeña altura y descollando á su frente la mas encantadora perspectiva, la joven se entregaba á su gusto por la poesía, y ensayaba ligeras des- cripciones de las bellezas esparcidas á su derredor, cuando perci- bió á una muger anciana que penosamente seguía el sendero que guiaba de la ciudad á la colina. A pesar del apoyo de un bas- tón sobre el que se sostenia, se detenia con frecuencia para po- der respirar. Ernestina recordando la conversación de la noche- anterior, se dijo á sí misma. „IIe aquí una ocasión de poder hacer un beneficio, no la dejaré escapar: prestaré las fuerzas de roí juventud á la debilidad de esa anciana desconocida."—Y corre al momento á su encuentro y con afectuosa política le ofrece el brazo: la muger se detiene admirada: su trage. parecía el de una artcsana bastante pobre: sin embargo, el pañuelo Man-12 SEMANARIO co que cubria su pecho, y el paño de rebozo que aunque bastan- te usado era de seda, indicaban que pertenecia á otra clase. —Gracias, nüia, le dijo, pero me perdonareis os mire con tan- ta atención, porque no puedo recordar quien sois. —Yo lo creo, señora, jamas me habéis visto; pero que esto no impida á vd. aceptar mi brazo, os lo ofrezco de todo corazón. —Pues que así lo quieres, niña mia, perdona la libertad que me tomo en apoyarme, porque á la verdad esta subida cada dia está mas penosa. Cuando llegaron á la altura la anciana se sentó un momento á descansar, mirando siempre á Ernestina con una sorpresa que testificaba lo poco acostumbrada que estaba á semejantes aten- ciones. El principio de su conversación se dirigió naturalmente á satisfacer la curiosidad que tenian una y otra de conocerse, y cuando Ernestina respondió la primera con discreta reserva á las preguntas de su anciana compañera, esta le dijo llamarse la viuda Genoveva Abarca, agregándole: ¿no os han hablado de mí? —No, á la verdad, señora. —Tanto mejor; porque los habitantes de estas cercanías no se ocupan de sus vecinos, sino para hablar mal de ellos, sobre todo cuando son pobres é inútiles á sus placeres, como yo. —Los juzgáis con mucha severidad. —Pero no sin razón. Estoy enferma, me veo sola y un nego- cio me obliga á subir y bajar con frecuencia esta colina: nadie hasta hoy habia tenido la caridad de ofrecerme el socorro que acabo de recibir de tí, amable joven: la viuda Genoveva, dicen, ¡vá! es una vieja loca: ella tenia sus proporciones en otro tiempo y se ha arruinado por querer hacer de su hijo un cabal lero. —Pero yo conozco algunas personas demasiado caritativas en la ciudad, tales como por ejemplo, la hija de doña Macaria, es- posa del juez de letras que..... —No m-; la mentéis, interrumpió la anciana, si ella acaso ha- ce bien á otras personas que le piden, la viuda Genoveva nunca mendigará su pan; por otra parte, no carezco de lo necesario pa- ra mi sustento, y no me falta lo bastante para una muger de mi edad, pero padezco fuertes y frecuentes dolores, y si alguna vez me falta el alimento, es solo por no poderme levantar de la ca- ma á sacarlo de mi armario." La pobre muger lloraba.I)B LAS SEÑORITAS. 13 —¿Pues no tenéis un hijo para el cuidado de vuestra vejez? le replicó Ernestina tomándole la mano con ternura. —Tengo un hijo: si, espero al menos tenerlo todavía y un hi- jo que jamas me ha causado otro pesar que el verlo desdeñar la profesión de sus padres. Después de la muerte de mi marido yo seguia un giro, que aunque no muy considerable, era seguro y lu- crativo, y que esperaba se aumentaría en las manos de mi hijo; pe- 10 su antipatía al comercio me obligó á renunciar á mis proyectos: él ansiaba por estudiar la medicina, y ¿qué madre en mi lugar no habría hecho todos sus esfuerzos por contentar su inclinación? Lo envié á México, donde al cabo de seis años ejercia con aplau- so su profesión. Yo habia hecho por él grandes sacrificios que ignoraba; mis fondos habian sido consumidos, si bien habia paga- do todas mis deudas, mas yo estaba contenta, bien segura de que vendría al socorro de su madre; sin embargo, hoy no se de él. —Acaso se habrá casado y esto lo aleja de V. —No, no, el estudio de su arte y el afecto á su madre es lo único que lo ocupaban: vino á establecerse aquí, pero tuvo la desgracia de encontrarse con un envidioso. En las enfermeda- des peligrosas de dos ricos de cuya curación se habia encarga- do, no tuvo la suerte de sanarlos, y el envidioso aprovechó la ocasión para quitarle la confianza pública. Inconsolable mi po- bre hijo se dejó persuadir de un amigo que marchaba para Cali- fornias, donde le aseguraba una pronta fortuna. Yo era una igno- rante y me hicieron creer que este viage no sería sino una au- sencia de dos á tres años, y ademas indispensable, para hacer ol- vidar las desagradables impresiones que habian causado los des- graciados ensayos en su profesión. Hace cinco años que mar- chó, y cada seis ú ocho meses que viene correo me habla de su vuelta: sus negocios me dice que van bien. Sin embargo, el temor de morir sin volver á verlo deshace mi corazón, hasta que últimamente le he escrito mi verdadera situación y el decadente estado de mi salud, y no dudo que muy pronto venga á cerrar mis ojos, pues no quiero que otra persona alguna lo haga. Mas como los correos de Californias no tienen período señalado, ven- go á la estafeta los dias que llega el semanario de México, con la esperanza de encontrar una carta que me anuncie su próxima11 SEMANARIO llegada. lío aquí mi historia, señorita. Si mi hijo hubiese se- guido el comercio, no seria esta mi situación; pero las madres nada rehusan, (¡uando se trata de la felicidad de sus hijos. —¿Quién lo sabe mejor que yo? csclamó Ernestina. Ningún sacrificio les es costoso cuando se interesa su dicha. —En el tono cu que pronuncias estas palabras, conozco que tienes madre, una buena madre.... ¡Que Dios te la conserve! Genoveva se levantó. Ernestina obtuvo el permiso de acom- pañarla hasta su casa, en la que solo un cuarto suficientemente adornado de muebles, componía la habitación de la anciana. Er- nestina sin aguardar mas permiso, aprovechó la ocasión para prestarle desde el primer dia algunos servicios que fueron acor- dados y recibidos con franqueza y con placer, separándose co- mo dos amigas que se hubiesen tratado de muchos años atrás. Ai escuchar doña Martiniana la anterior relación de la boca de su hija, no cabia en sí de gozo, y no solo aprobó su noble dedi- cación á favor de la infeliz anciana, sino que le proporcionó cuanto pudo para que pudiese disminuir en algo las penalida- des de Genoveva, que se aumentaban mas y mas en virtud del rehumatismo que á muy pocos dias le impidió levantarse de la cama. Ernestina desempeñaba sus funciones de enfermera, con aquella inteligencia que la caracterizaba, mezclando á sus tareas una alegría dulce y consoladora tan necesaria para aliviar la en- fermedad y la miseria, ó iba los dias correo á la estafeta. Do- ña Martiniana acompañaba algunas veces á su hija, y desde su mesa separaba la porción de la viuda. Un dia se encontró Ernestina con la hija de doña Macaría, que echándole los brazos le estrañó su ausencia, preguntándole poi- qué se hacia tan rara como las violetas en el rigor del invierno, é instándole se fuese con ella á comer á su casa. Ernestina se cscusó lo mejor que pudo, manifestando que le era imposible aceptar, por tener que ocurrir á casa de una amiga enferma. —Tú vas sin duda, le replicó sonriéndosc, á casa de la viuda Genoveva. Ya sé que la visitas diariamente, y á la verdad es- toy celosa de tanta predilección, y comienzo á creer que tiene mas mérito del que yo suponía, cuando una joven como tú pue- de encontrar placer en acompañarla.DE Í.AS SEÑORITAS. 15 1—La viuda Genoveva es una anciana enferma y abandonada: rois cuidados pueden serle agradables y acaso útiles, y tú que crcs tan bondadosa no me criticarás se los franquee. —Sin duda que no: pero el abandono de esa muger solo es efecto de su ambición. En lugar de conservar ú su hijo á su la- do de comerciante, ha querido hacerlo un doctor bastante igno- rante, según se asegura......Y puesto que Genoveva ni es tan pobre corno te la supones, pues nunca ha pedido un socorro, so- lo por avaricia se encuentra sola. —Nada me importa la causa de su aislamiento; me basta pa- ra irla á ver, estar segura de que mi presencia la consuela. —Yo venia á convidarte á una tertulia que voy á dar a mis amigas, y creo que tu madre y tú no dejarán de concurrir. —Mi madre está dispuesta; pero yo no debo abusar de su ter- nura. Su salud está muy delicada, y las desveladas no pueden menos de serle nocivas, y como yo estoy resuelta á no ir sin ella á parte alguna, no puedo admitir tu convite. Te lo agradezco. —No tienes que agradecerme, la interrumpió, saludándola con cierta irónica frialdad, es preciso ceder á la señora Genoveva. La hija de doña Macaría no tenia bastante delicadeza para adivinar el verdadero motivo do la conducta de Ernestina, quien se apresuró á llevar el bálsamo del consuelo á la cama de su an- ciana amiga. La viuda le tendió los brazos como al ángel de la Providencia, nombre con el cual solia saludarla. Después de mil esfuerzos para sentarse, que hacia inútiles lo agudo de sus dolores, Ernestina no tenia bastantes fuerzas, hasta que subida á la cama y poniendo los brazos de Genoveva al rededor de su cue- llo, vino á conseguir situarla de modo que padeciese menos. Con- movida la anciana por tanta complacencia, antes de desatar sus brazos del cuello de su bienhechora, le besaba la frente. ¡Qué espectáculo! ¡Oh Dios mió! ¿Madre mia? esclamó una voz estraña. Las dos mugeres se estremecieron al oir tal esclamacion y al ver un hombre vestido de negro y con el rostro tostado por el sol.... pero Genoveva lo reconoció al punto. —¡Ya puedo morir! gritó á su vez, he vuelto á ver á mi hijo. El doctor Abarca, su hijo, corrió hácia ella; el júbilo casi le ¡m-16 SEMANARIO pedia el uso de sus sentidos. Engañado por las apariencias tu- vo á Ernestina por una criada y le dió algunas órdenes, las que ella obedecía sin atender al tono con que las dictaba, y habria permanecido mas tiempo en su error, si Genoveva reanimada al fin por sus cuidados no le hubiese dicho:—Hijo mió, si amas á tu madre, híncate de rodillas delante de esc ángel, sin el cual no me habrías encontrado con vida. —¿Qué oigo? ¿Esta joven no es una criada de V? —Su caridad ardiente y mi reconocimiento son los únicos la- zos que nos unen: su educación y clase es superior a la mia. —Señorita, perdón, dijo el doctor, yo me avergüenzo de ha- beros tratado con tan poco miramiento. —En nada me habéis faltado, y vuestro equívoco por otra par- to seria muy disculpable en semejante ocasión. Pasados aquellos primeros instantes de sorpresa y enajena- miento entre la anciana madre y su amante hijo, Ernestina se despidió y fué á contar á doña Marti níana la feliz llegada del hi- jo de su respetable amiga. La decencia no le permitía desde entonces continuar sus visitas, sin ir acompañada de su madre, cuando por otra parte el doctor proporcionó al momento criadas que atendiesen á la enferma; pero este acontecimiento que inter- rumpió sus relaciones, no tardó mucho en cambiar su destino. El doctor Abarca que habia hecho en Californias una fortuna tan rápida como brillante, se apresuró á indemnizar á su madre de sus dolorosos sacrificios proporcionándole una vejez descan- sada en medio de la abundancia, y quiso poner el colmo á su fe- licidad fijando cerca de ella á la joven que amaba, pidiendo á doña Martiniana la mano de su hija, bien persuadido do que la consoladora de los desgraciados no podia menos de ser la espo- sa mas tierna y fiel: doña Martiniana aceptó su oferta después de consultar la voluntad de Ernestina, sin atender á su riqueza, sino á su amor filial y después de haber palpado que era capaz de apreciar la virtud, laborioso y por consiguiente honrado. A poco tiempo marcharon á México,donde se establecieron ambas familias unidas, y Ernestina repetía con frecuencia á su madre: „Tenia vd. razón de sostener que no siempre es necesario ser ri- ca para ser caritativa, y que hay mil medios de socorrer á nues- tros semejantes; pero yo debo agregar que á mas del júbilo se- creto inseparable de toda buena acción, también puede ser la fuente de la felicidad de toda la vida."—/. G.I I 2 2 Al' 6 n ^3* II)E LAS SEÑORITAS. 17 l^j^O hay asunto, por frivolo que sea, que no pueda dar algu- na instrucción ó producir alguna luz. ¿Y el arle de la compos- tura y del adorno, que cuenta un número tan considerable de amables discipulas, seria acaso una escepcion de esta regla? ¿Y merecerá el desden un arte que seduciendo los ojos cautiva con frecuencia el corazón? La compostura presidida por el buen gusto, es el auxiliar de la belleza, y quien dice belleza, dice lo mas grato, á la vez que lo mas poderoso del mundo. Pero ¿qué participio podrá tener la filosofía en un arte que stí burla de todas las reglas, que no obedece otra ley que su capri- cho, y que no ejerce su influjo sino sobre las nimiedades y sobre creaciones fugitivas que varian á cada paso de objeto, y que des- aparecen de un dia á otro? ¿Quién podrá analizar las curvatu- ras de un arroyo que se desliza en la llanura, los movibles con- tornos de una nube que flota en el aire, los rayos del sol que se abren paso por entre el follaje, ó las undulaciones de una palma cuyas ramas hace balancear el viento? En una palabra, el buen gusto en el adorno, es tan indefinible como el buen parecer de las personas. Sin embargo, aun cuando no sea fácil encontrar un camino en el que puedan darse algunos pasos tomando por guia á la observación ó la espericncia, veamos si ellas nos sugie- ren algunos cálculos verdaderos, algunas nociones satisfactorias. La compostura ó aderezo de las personas, me parece que pue- de considerarse de dos modos; ó como medio ó como fin; la compostura en sí misma ó la persona compuesta. El primero comprende la finura de los tejidos, el brillo de los bordados, la riqueza do las joyas: el segundo el buen efecto de los colores, su t. ra, 318 SEMANARIO concordancia con las proporciones del talle, con el aire del ros- tro, con la habitud del cuerpo, con la espresion de las miradas, lie aqui la distinción del espíritu y la materia aplicada al tocador. De esta sencilla distinción se deriva, si no me equivoco, la pri- mera ley del gusto en la compostura. Pero es preciso notar des- de luego, que las personas mal puestas no lo son en general, sino porque en su compostura se ocupan mas de su trage, que de su persona. Esto es tan cierto que podría establecerse como un principio que el buen gusto y el lujo en la composición de las partes, están en razón inversa. Así pues, regla general: ¿Quie- re una señorita adornarse con gusto? Que atienda mas á su per- sona que á sus adornos, porque ella, y no estos, tiene que parecer hermosa. La compostura no es el objeto, sino el medio de agra- dar: el adorno solo es un accesorio que no tiene valor, sino por el objeto á quien acompaña. Una muger que oye decir al sos- layo: ¡Qué ricos diamantes! ¡Qué soberbia mantilla! En lugar de: ¡Qué lindos ojus! ¡Qué rostro tan encantador! sabe bien que componerse no es tener tápalos de cachemira, ni hilos de perlas, pues que esto quiere decir únicamente, que una muger es rica, pero que componerse es hacer decir que es hermosa. Las personas que en su compostura en lugar de hacer valer sus ventajas naturales, solo tratan de brillar con aderezos raros y preciosos, me parecen á aquellos músicos que usan de la armo- nía no para acompañar un canto melodioso, sino para manifes- tar que conocen lo que es una armonía. Pero esta aberración del gusto que conduce á tantas personas á su ruina, ¿de dónde puede provenir? ¿De qué depende que tantas jóvenes se muestren mas sensibles al placer de hacer admirar sus trages, que al de hacer- se admirar á sí mismas? Yo no veo en esto sino dos propensio- nes del corazón humano, el coquetismo y el orgullo, el deseo de agradar y el de brillar. Si la compostura es un medio de em- bellecerse, lo es también de dar una alta idea de nosotros, del rango y de la fortuna en que nos hallamos; bajo el primer punto de vista, coopera á nuestro gusto; bajo el segundo, aumenta nues- tra importancia: y hay personas que quieren mas hacerse impor- tantes que agradables. Este modo de pensar, es preciso confe- sarlo, es mas común ú las inteligencias limitadas, á los espíritusDE I,.\S SF.ÑOltITAS. ífl débiles y las almas vanas, que son la mayor parte; pero es preci- so observar también, que á medida que la inteligencia se desar- rolla y rectifica, ya por la edad ó ya por la educación, el buen gusto recobra sus derechos, de manera que la compostura es tan- to mas natural, cuanto es mas justo é ilustrado el espíritu. El niño y las mugercs del pueblo se componen para estar guapas: el hombre y la señorita bien educada, para parecer bien. Esta reflexión importante puede generalizarse todavía. Si ob- servamos la marcha de la civilización, vemos al buen gusto cu la compostura seguir siempre á la inteligencia, y sus procedi- mientos se aproximan á la naturaleza á medida que las artes se acercan á su perfección. Entre los salvages el hombre se en- cuentra tan modificado que apenas puede reconocérsele: en la enfermedad de su entendimiento cree hermosearse, mientras mas se desfigura, y se empeña en hacerse otra cara, otras formas y otro color, que los que ha recibido de la naturaleza. Ya alarga la cabeza del recien nacido oprimiéndola entre dos planchas, ya prolonga sus orejas; á veces se pinta el rostro y el cuerpo, y otras introduce colores en su cutis para pintarse llores ó ani- males. Cuando sale del estado de la barbarie ya no aspira á tranfor- marse y se contenta con disfrazarse: su compostura no es ya con- tra la naturaleza, sino solo fuera de ella, y busca la hermosura en lo que no tiene y oculta su forma natural bajo un cúmulo de adornos estrangeros. En la India las mugen» tienen la singu- lar manía de cubrirse de braceletes y anillos en los brazos, en las piernas, en los dedos de las manos y de los pies, en las orejas y aun en la ternilla de la nariz. Pasando á los pueblos donde comienza, aunque imperfecta, la civilización, como en las naciones de Europa, en la edad media ya la compostura tiene algo de menos facticia, aunque sin ser toda- vía completamente natural; y aunque ya no vemos las orejas pro- longadas ni la piel pintada, observamos sin embargo las pelucas, blondas, el polvo blanco y rojo y los lunares artificiales, los gran- des tontillos ó guarda-infantes, las batas de grandes ramages y los disformes aretes y ahogadores de perlas y corales. Todo es- te ajuar se conformaba maravillosamente con la estructura de20 S1SMANAUIO los muebles embutidos de historiados adornos y con las formas mas confusas y disparatadas de los monumentos de arquitectura. Si este no era ya el reinado de la barbarie, distaba todavía mu- cho de el del buen gusto. Pero siguiendo nuestro viage, lleguemos á la Grecia, al pais clásico de los poetas y artistas, al pueblo mas sensible de todos los pueblos ú la belleza. Aquí la compostura no consiste en el lujo de los accesorios, ni en e! aparato de los atavíos, sino en la pu- reza de las líneas, en la suavidad de los contornos, en la elegan- cia y ligereza de los ropages. Aquí no hay nada de facticio, ni hay el oro, las perlas y rubíes de que se recargan algunas per- sonas á fin de parecer hermosas; y sin embargo, aquí es donde se encuentra la belleza. Casi estoy por confesar que sobre este punto la exactitud mo- derna no me satisface, y que de algunos años acá principalmen- te, me parece que vamos retrogradando hácia el gusto de la edad media. Me disgusto cuando veo á las jóvenes tan agraciadas y hermosas romper con una cadena aunque sea de brillantes, las líneas puras y suaves de su frente, ó bien alargar su rostro con desmesurados aretes. ¿Por qué querer cambiar la belleza que se encuentra tan bien en un rostro naturalmente largo como en otro redondo? Ese medallón ó Cupido suspendido sóbrela fren- te de Lucía, es de gran precio; yo lo creo; pero me agradaría mucho mas contemplar esa frente en su gracia nativa. Ese dia- mante que brilla en el dedo de Tita, confieso que deslumhra; pero su mano sin él mostraría mejor sus hermosos contornos. Las perlas de ese collar de Juliana, no hacen mas que robarme las undulaciones de ese cuello elegante, mas blanco que la nieve. Pero no me creáis á mí, consultad á los artistas que son los me- jores jueces en materias de gusto. ¿Qué pintor ha imaginado jamas retratarnos á Venus con diadema ó con fígaro, á Ilebc con rizos que le cubran las orejas, ó á Diana cubierta la frente de pedrería. Concluyamos: el pueblo mejor organizado para las artes, y el mejor juez sobre la verdadera belleza, no estaba por esos vanos atavíos, en que se quiere hacer consistir la compostura. «Aquel que se detiene, decia un filósofo, en los diamantes que adornan á una muger hermosa, no es digno de verle el rostro."DE LAS SEÑORITAS. 21 ¿Qué nos importa en efecto todo esc falso brillo de adornos? Si queremos ver alhajas, en lugar de ir á los teatros ó bailes, iremos mejor á las tiendas de los diamantistas y joyeros. Una sencilla observación bastará para acabar de convencer- nos de la vanidad de esta falsa compostura. Desde el principio del mundo se ha adornado el Bello Sexo de todos los modos ima- ginables: todas las modas han reinado á su vez: todos los ador- nos desde los mas sencillos hasta los mas ridículos han estado en boga en sus diversas épocas; pues á pesar de todas esas vi- cisitudes de trages y de adornos, una sola cosa no ha podido cambiar: que un rostro feo deje de serlo. Todas las jóvenes parecen hermosas ó al menos agradables. ¿Y esto solo proviene del encanto inherente á la frescura y á las gracias de la adolescencia? Sin duda hay algo mas. Es tam- bién un efecto de aquella feliz sencillez que les impone su edad v su posición en el mundo. Esa contrariedad saludable que mal- dicen acaso muchas de ellas, es en parto la fuente de sus gracias. Las jóvenes pobres no tienen el permiso de afearse, están con- denadas á quedarse hermosas. De todo esto infieren algunos, que !ns mugeres no se compo- nen por los hombres, sino por las otras mugeres; y malas lenguas agregan: ((quo la vanidad sola es la que las adorna con tan bri- llantes arreos, porque saben bien, que los hombres las aman mas sin ellos; pero que prefieren tener menos atractivos, á ceder á otras en lujo y brillantez, y que se engalanan en Paris, co- mo se queman en el Malavar; por vanagloria." Yo me guar- daré mucho de adoptar una sospecha que acusaría de una estra- vagancia tan pueril á un sexo al que tengo tanto placer en elogiai* y estoy por admitir mas bien la osplicacion, dada por no se qué autor, de ese gusto general por los excesivos adornos. El preten- de que las feas han inventado las modas para asemejarse á las hermosas. La burla no seria mala y muy semejante á la fábula de la zorra que queria, que todas sus compañeras so hiciesen cor- tar la cola. A la verdad que no podrá menos de sorprender á nuestras ele- gantes bellezas que si se remonta cualquiera al origen de todo e! lujo de su tocador, venga á parar en el resto de las plumas y pin-22 SEMANARIO turas de los indios bárbaros ó á la herencia de los tontillos y eri- zones que tanto hemos ridiculizado en nuestra niñez. Si queréis aprender de una vez, ¡oh Sexo hermoso! cual es la compostura que forma vuestro mejor adorno, no dudéis que consiste en la mayor sencillez y naturalidad, sin ser las primeras en seguir las modas ya generalizadas, aunque tampoco siendo las últimas en adoptarlas.—Berville. [Traducido para el Semanario del nuevo Kepsake francés.] PERFECCION --innr tren i mu - Da Va á wsa %qz. emos dicho que uno de los medios para perfeccionar el en- tendimiento es la instrucción verbal, y en efecto, hay pocas per- sonas de tanta perspicacia y despejado juicio que puedan apren- der las artes y las ciencias sin auxilio de maestro, y aun con ta- les calidades y los mejores libros, no aprenderán tan pronto ni tan bien, si no tienen quien las dirija. La proporción de tener la respuesta al pie de la pregunta y la solución al lado de la dificul- tad, no la suplen los libros, es privativa de la voz del maestro. Pero al mismo tiempo hay pocas personas que reúnan las cua- lidades necesarias para enseñar, y casi ninguna que pueda dar lecciones de muchas distintas ciencias, pues un cscelente profe- sor, acaso será malísimo maestro si carece de aquel arte, méto- do y paciencia que se requieren para enseñar. El arte de enseñar lo que se sabe, exige cierto don particular. Hombres muy instruidos no pueden lograr buenos discípulos si no poseen tino y destreza. Unos se confunden y perturban con las esplicaciones, otros se abruman y fastidian, estos se descui- DE LAS SEÑORITAS. 23 dan y atrasan, aquellos se encumbran y cstravian; producirse con claridad, sin mal gastar el tiempo, conciliando una marcha pro- gresiva en la ciencia con los alcances de los discípulos, no es tan fácil como muchos creen. Después de la habilidad para comunicar á otros lo que se sa- be bien á fondo, se necesita en quien enseña, que su*carácter,y conducta no puedan servir de mal ejemplo á sus discípulos, que no tenga genio altanero, ni un venal apego al sórdido interés, ni cualidad alguna que le esponga al desprecio ó aborrecimiento de los que de él aprenden, ó que engendre resentimientos ó preocu- paciones contra su persona; antes bien, el candor, la afabilidad y una autoridad suave, unidas á las ventajas de la instrucción, de- ben ser las que transmitan la ciencia del maestro á los alumnos con una dulce insinuación mezclada de cierta grata simpatía, que produce, como por instinto, la mejor perfección del entendimiento. En estas ligeras indicaciones no es nuestro ánimo seguramen- te dar las reglas de la pedagogia, ni formar un curso normal de maestros; pero como no hay madre que no tenga que dar algu- nas lecciones á sus hijos, y muy pocas de quienes no dependa la elección de los maestros de primeras letras para su enseñanza es- tas ideas podrán ser útiles á muchas de nuestras amables suscri- toras, único objeto de este periódico. Pero habrá otras que en vez de enseñar se encuentren en el caso de aprender; pues bien. La discípula, ante todas cosas, debe ganar el afecto de la per- sona que la enseña y acreditar el provecho que saca de sus lec- ciones; porque á proporción de su empeño será el que tome el maestro y su aplicación comprometerá y estimulará los desvelos de quien esté encargado de su instrucción. Cuando hay afecto y aplicación se establece cierta confianza provechosa para el dis- cípulo, que hace sus preguntas y consulta sus dudas aun cuan- do se ha terminado la lección. Suele incurrir con facilidad la juventud aturdida en la petu- lancia. El que todavía va á empezar á estudiar una ciencia ó un arte, quiere de una sola ojeada conocer el grado de instruc- ción que en ella tiene la persona que va á enseñársela. Al usar de la facultad de juzgar de las cosas por sí mismas, suelen olvi- dar algunas jóvenes la necesidad de entenderlas para juzgar bien24 SEMANARIO tom. m¡ 66 SEMANARIO violencia la facultad de cambiar su organización, la muger ad- quirió un poder inmenso en la sociedad y esta hubo de esperi- mentar una revolución completa, porque la fuerza absoluta y ti- ránica del hombre en esta parte sufrió una modificación saludable. La prueba irresistible de la importancia estraordinaria del ma- trimonio, es que ningún pais en que no se halla establecido, y donde la poligamia se consiente, ha podido conseguir las venta- jas de la civilización. Hacemos esta indicación para demostrar cuanto ha ganado la sociedad con la emancipación de la muger, y qué grandes resul- tados pueden sacarse aun de este progreso. Y ¿cómo desconocer el influjo de la muger colocada al frente de la familia tal como se halla esta organizada? Desde el punto en que el hombre nace está encomendado á los cuidados de la muger. Ella le alimentadle asiste, le causa las primeras impresiones, y sienta la base primordial de su educación. Y no se pierda de vista que estas quedan muy íntimamente grabadas en el corazón y en el entendimiento. El hombre bebe disueltas en la leche de su madre las semi- llas que han de germinar en su alma y determinar la dirección de su espíritu, y este primer desarrollo de las facultades intelec- tuales ó de los sentimientos pueden hacer la felicidad ó la des- gracia del hombre. Y ¡sin embargo la sociedad ha prescindido de este poderoso elemento, y le ha dejado obrar enteramente á su albedrio!.... Para conocer la influencia de las primeras sensaciones ó ideas imbuidas en este periodo de la vida humana, basta hacer algu- nas observaciones. A falta de otros conocimientos y reglas de sana moral y prin- cipios de religión, suelen las madres inculcar á sus niños ideas de especial devoción á algunos santos ó á la Virgen. Pues bien: esta especie de respetuoso cariño y predilección adquiere tal consistencia, que no han dejado de verse delincuentes desalma- dos y sacrilegos, que han cometido atroces actos de inaudita profanación, y sin embargo, no solo han escluido de sus crimina- les atentados á aquel santo ó virgen de su particular devoción, sino que no han dejado por eso de tributarle las mismas oracio-DE LAS SEÑORITAS. 87 ncs que con piadoso fin aprendieran en la infancia. De este mo- do una mezcla de sentimientos religiosos y bárbara impiedad presenta los mas raros fenómenos, que no son otra cosa sino re- sultados de las impresiones de la infancia. De la misma manera se ven repetidos ejemplos de personas, que llegan á alcanzar un grado mas que ordinario de probidad y virtud, y sin embargo no pierden tal cual residuo do mezquina venganza ú otra innoble pasión, que se les exitó, quizá sin saber- lo, en la edad primera. Porque las mugeres imprimen ideas y sentimientos á sus ni- ños sin apercibirse de ello. Ignora absolutamente una madre que cuando pone la mano á su hijo le hace rencoroso y vengati- vo, rebajándole insensiblemente de su dignidad. No conoce que la subordinación verdadera ha de resultar de la convicción, no de la fuerza y violencia. Así los hijos de la clase baja del pue- blo y una parte de la mas elevada, respeta ó teme, mas bien ú los padres mientras son fuertes y jóvenes y los desprecia ó mal- trata cuando llegan á viejos y débiles. Y es que han adquirido el hábito de estar sometidos á su influencia por el temor de la fuerza y del castigo material, y cuando dejan de ser fuertes creen que ha concluido la obligación de respetarlos. La equivocada educación que reciben ordinariamente las mu- geres, la hipocresía, el fingimiento, el disimulo, la afectación, la estudiada reserva y una carencia absoluta de instrucción y de principios de verdadera moral, ocasionan la inmensidad de ma- les, que la sociedad llega á deplorar mas tarde, cuando coloca- das al frente de las familias tienen bajo su cuidado otros seros á quienes dirigir. Un error gravísimo en nuestro juicio ha cundido en este punto entre el común de las gentes. Así como por una exageración im- practicable se ha establecido que iodos los hombres deben ser ins- truidos; por una estravagancia inconcebible, se ha creído que ellas no necesitan ninguna clase de instrucción, y así se las priva de los mas sencillos rudimentos, y no se les comunican aquellos prin- cipios elementales, que forman la baso de una regular educación. Crecen las niñas esclusivamente dedicadas á las materiales faenas domésticas, y cuando llegan á verse esposas y luego ma-08 SEMANARIO dres, cncuéntranso precisadas á seguir ciegamente sus propias inspiraciones erróneas las mas veces y capaces de imbuir perni- ciosas preocupaciones á los hijos infortunados, que se hallan ú su cuidado. Y hasta tal grado se ha llevado esta equivocada creencia, que aun en las escepciones que se han hecho de la re- gla general, se han desviado las gentes del objeto que se debia aspirar á conseguir. Con efecto, si tal cual padre de familia, separándose de la a- sentada^rutina, ha dado á sus hijas instrucción, ha sido en lo gene- ral incurriendo en uno de dos estremos; á saber, ó las ha dedica- do solo á las tareas propias del servicio doméstico, ó las ha faci- litado conocimientos elevados de una erudita instrucción. Pero de las lecciones morales, y saludables consejos para el orden y feli- cidad de las familias, nada les ha dicho ni enseñado. Por el contrario, se ha formado un estudio llevado á la afecta- ción para ocultar á las jóvenes toda clase de nociones y consejos encaminados á que puedan llegar á ser buenas esposas y madres, temiendo que su anticipada noticia podria perjudicarles, sin co- nocer que por no proporcionarles en este punto ideas justas y morales, se han adquirido por conductos perniciosos errores de gran perjuicio. Los inmensos daños que semejantes preocupa- ciones ocasionan, merecen ser reflexionadas para que se les opon- ga el remedio conveniente por las personas ilustradas. Preciso es que en los planes y sistemas de educación popular se tome en cuenta la influencia que ejerce la muger en la socie- dad, para encaminarla á un fin moral y de utilidad pública; que ge reconozca que á la muger está encomendado esclusivamente el imbuir á los hombres las primeras y mas profundas impresio- nos; que la primera base de la moral y la prosperidad existe en el hogar doméstico, y que en este sagrado asilo ejerce la muger un poderío incontrastable. El hombre domina al mundo; la muger domina al hombre. Quo cuide la sociedad de perfeccionar ese ser angelical que la hace oncantadora; que se esfuerze en conseguir que la mitad del género humano á quien distingue por la cualidad de la hermosu. ra, sea tan bella en las cualidades intelectuales y morales como lo es en las físicas; que proporcione á la muger los medios nece-DE LAS SEÑORITAS. 69 garios para que esa influencia irresistible que sobre el hombro ejerce, se encamine á la felicidad y á la virtud, y la humanidad habrá adelantado considerablemente en la carrera de la civiliza- ción.—El Corresponsal. VWVV\WV***^V"V\*\W*\VV\^-l\V-VV*\VV\v»^VVVWXVV\VV\XV"VVVXV»'.\WW\W\VVXVV\ era curioso saber, como se esplicaba un griego sobre lo bello hace mas de dos mil años. „E1 hombre estasiado en los misterios sagrados, cuando ve un rostro hermoso, decorado con una forma divina, ó bien alguna especie incorpórea, siente primeramente un estremecimiento se- creto, y yo no sé que temor respetuoso; y mira esta figura como una divinidad.... Cuando entra en su alma por los ojos la in- fluencia de la belleza, se enardece: las alas de su alma se hume- decen, pierden la dulzura que detenia su jérmen, y se liquidan; y estos jérmenes inflados en las raices de las alas se esfuerzan ú salir por toda la especie del alma, (porque el alma tenia alas en otros tiempos.) &c." Yo quiero creer que nada es mas bello que este discurso do Platón; pero no nos da ideas bien claras de la naturaleza de lo bello. Pregúntese á un negro de Guinea ¿qué es la belleza? y respon- derá que para él lo bello es una piel negra y aceitosa, unos ojos undidos, y una nariz aplastada. Pregúntese al diablo; dirá quo lo bello es un par de cuernos, cuatro garras y un rabo. Consúl- tese, en fin, á los filósofos; y responderán con un galimatías; es- tos necesitan alguna cosa conforme al arquetipo de lo bello. Yo asistí á una trajedia al lado de un filósofo, que decia con- tinuamente; ¡qué bello es esto! ¿Qué encuentra vd. de bello? le pregunté. Que el autor, me respondió, ha llenado sn fin. Al dia siguiente tomó este filósofo un purgante que le obró bien. El purgante ha llenado su fin, le dije; ¡he aquí un hermoso purgan-70 SEMANARIO te! El comprendió que no se puede decir que una purga es her- mosa, y que para dar á alguna cosa el nombre de belleza, es ne- cesario que cause admiración y placer. Convino en que esta tragedia le habia inspirado estos dos sentimientos, que es en lo que consiste lo bello. En seguida fuimos á Inglaterra donde se representó la misma pieza traducida perfectamente; que hizo bostezar a todos los es- pectadores. ¡Oh, oh! dijo el filósofo, lo hermoso no es lo mismo para los ingleses que para los franceses: y concluyó, después de muchas reflexiones, que lo bello es con mucha frecuencia rela- tivo, como lo que es decente en el Japón, es indecente en Roma, y lo que es de moda en Paris, no se estila en Pekín; con lo que se escusó del trabajo de componer un largo tratado sobre lo bello. Hay acciones que todo el mundo encuentra hermosas. Dos oficiales de César, enemigos mortales uno de otro, se desafiaron, no al que derramaría la sangre del otro detras de un zarzal en tercera ó cuarta, como se usa entre nosotros; sino al que defen- dería mejor el campo de los romanos, que los bárbaros iban á atacar. Uno de los dos, después de haber rechazado á los ene- migos, estaba cerca de sucumbir; y el otro vuela á su socorro, le salva la vida, y concluye la victoria. Un amigo se entrega ú la muerte por su amigo; un hijo por su padre.... El algonquino, el francés, el chino, todos dirán que esto es muy hermoso; que estas acciones les causan placer y que las admiran. Lo mismo dirán de las grandes máximas de moral; de la de Zoroastro, por ejemplo: „En la duda de si una acción es justa, abstente de ella".... de la de Confucio: „01vida las injurias, y no olvides jamas los beneficios." El negro de ojos redondos y nariz aplastada, que no dará á nuestras señoritas el nombre de bellezas, se lo dará sin duda á estas acciones y á estas máximas. Hasta el hombre malvado reconocerá la belleza de las virtudes, que no se atreve á imitar. Lo bello que no hiere mas que á los sentidos, á la imaginacion> y á lo que se llama comunmente el ingenio, es pues generalmen- te incierto; pero lo bello que habla al corazón no lo es. Se en- contrará una multitud de gentes que digan, que no han encon-DE I.AS SEÑORITAS. 11 trado nada bello en las tres cuartas partes de la Iliada; pero na- die negará, que el sacrificio de Codrus por su pueblo, es muy be- llo, suponiendo que sea cierto. \_Amigo del pueblo de Goatcmala.~\ tá^fOS naturalistas, que consideran como animales á todos los seres vivientes, y casi ven en el hombre una bestia, llaman á la muger hembra del hombre. Dios la dió un nombre mas delica- do, supuesto que dijo, hablando de la muger.... Esta es la com- pañera del hombre. Un marido llama á su muger su mitad: un amante la llama su lodo, su alma, su vida. Suponiendo que la nobleza pertenezca á la antigüedad, el hom- bre que ha nacido antes que la muger, es de consiguiente mas noble que ella. Esto no quita que el hombre siempre le ceda el paso y le conceda la preferencia. La coquetería nació con la muger. Allá en los tiempos en que no habia en el mundo mas que un solo hombre y una sola muger, ésta, por no dejar, dió oidos á la fatal serpiente. La pri- mera muger hizo rabiar mucho á su marido; las que han venido después al mundo han imitado su ejemplo. Desde el origen del mundo la muger fué aficionada á la fruta prohibida. Esta afición se ha perpetuado y convertido en moda. La muger del Paraíso no tenia rivales; sin embargo, quiso obte- ner la manzana, y desde entóneos, por espíritu de imitación, las mugeres no han dejado de disputársela entre ellas. Los primeros momentos que conoció el amor, se pasaron en el mismo Paraíso, entre el hombre y la muger. Vino después el infierno, y esta es la imágen de todos los amores. Moliere ha dicho que en las barbas está el soberano poderío; ro esto no quita que las mugeres sean las reinas del mundo; ellas suelen gobernar á los que mandan, y los dueños de la tier- ra no son por lo regular mas que los ministros de las mugeres. Puede decirse de las mugeres lo que Esopo decía de la len- gua: no hay cosa mejor ni peor.72 SEMANARIO Los antojos de las mugercs preñadas son materia tan delica- da, que no nos atrevemos á hablar de ella. Las mujeres son naturalmente tímidas; el amor las hace va- lientes. Su cariño no tiene límites cuando se apasionan de ve^ ras. Son aficionadas á brillar, á las modas, á llamar la aten- ción, y si gustan del espejo, es porque en él se reflejan su talen- to, sus virtudes y su gracia. De todos los atractivos de una muger, los de una educación cultivada son los mas seguros. Si á la buena educación, á la finura y al talento reúne una joven interesante las seducciones de cantar con alma, y los hechizos de unos ojos celestiales, in- tentar resistirla es empresa de un loco ó de un tonto. Las mugeres forman el encanto de la vida. Lo mas pruden- te es hablar siempre bien de ellas; porque hacer lo contrario es dar una prueba de que nos han dado motivo de quejarnos, [Pigmeo de Durango.~\ 3&m&& mwk a>¡&> ¡morosas», - m—imOQQ II I - ^^|[empi,anza; comer sin hartarse; beber con medida; guardar silencio; hablar solo lo que pueda ser útil á los demás y á sí mis- mo; escusar conversaciones frivolas. Guardar orden en todo; se- ñalar sitio á todas las cosas; dar á todos los negocios su parte de tiempo y de atención; tomar una resolución en todo después de haber reflexionado bien; resolverse á ejecutar lo que se deba; eje- cutar lo que se haya resuelto. Ser frugal; no hacer gastos su- perfluos, pero hacer aquellos que sean en bien de otros que lo ne- necesitcn, ó de sí mismo, esto es, no malgastar nada; ser indus- trioso; no perder el tiempo, pues él es, cuando se aprovecha, el primer elemento para enriquecerse, y ser tan feliz como es posi - ble serlo en el mundo. No ocuparse sino en cosas útiles. Guar- dar uniformidad en el trabajo y en la acción; no acostumbrar ar- terias ni engaños; no pensar mal de nadie sin justos motivos, an- tes bien, juzgar de sus acciones con justicia bien estricta y aun con benevolencia. Ser sincero y justo con el prójimo como uno quisiera que lo fueran con él en igualdad de circunstancias. No agraviar tan solo por hacer injurias ú omitir los beneficios que son de su deber; ser moderado y evitar los estreñios en todo: abstenerse de resentirse por las injurias. Ser aseado y no con- sentir suciedad ni en su individuo, ni en su vestido, ni en su ha- bitación. Tener tranquilidad. No incomodarse por vagatelas ó acontecimientos ordinarios ó inevitables. Ser humilde, y por último, imitar á Jesucristo. [El Iris de paz.]IR dé las BRSoRrrAs. CUADERNO 4, OCTUBRE 12 DE 1841. PLANTAS CJÉLERKES.—JLa Rosa. ¡§«gj§o hay objeto alguno en la naturaleza que no lleve la mar- ca del espíritu de la divinidad. El esplendor de los astros, la inmensidad de los mares, no hacen mas patente su magnificen- cia que el plumage del pavo real, el canto del cenzontli ó el per- fume de la rosa. Cuando en el seno de la tierra estremecida se desarrollan los gérmenes de los frutos que bajo tantas formas deben acudir á las necesidades del hombre, Jehová en su incon- mensurable bondad, ha querido también proveer á los placeres de sus criaturas, y la tierra ha producido llores. Ingeniosa la Providencia ha escogido la mas perfecta de las formas, la esfé- rica, y el mas rico de los colores, el rojo mezclado con el blanco, para que entre todas esas formas tan variadas y entre todos esos colores tan brillantes, resalte el emblema de la belleza y de la juventud. La rosa recuerda sobre todo á una joven que es el or- gullo de su madre, el amor de su padre, el gozo de su familia, de que la forma, la felicidad, y asegura la esperanza. El placer de mirar una rosa y de respirar el suave olor que exhala, ha sido concedido á toda la raza humana, y no hay p^a te del mundo donde no se desplegue variada al infinito esta flor" destinada á regocijar nuestros sentidos; se la encuentra cerca de Borneo y en las ruinas del Parthenon, lo mismo en Kamtsehat- ka que en Bengala, y tanto en las cercanías de la Bahía de Hud« son como sobre las montañas de México, llumboldt y Bqmplatid han encontrado en nuestra república á la altura de mas de do» mil quinientos metros (*) sobre el nivel del mar, nuevas espe- cies de rosales. La rosa aromatiza el palacio y la cabana, ador- na el altar del Santuario y sirve de juguete al niño que rompe contra su frente una hoja que ha inflado con un soplo, (*) Metro, la unidad principal del sistema métrico tic medidas, la diez millón^ sima parte del arco del meridiano terrestre comprendido entre el polo boreal y el ecuador, tiene cerca de tres pies, once líneas y media. tom, m.—c. 4. 10 74 SKHANAKIO Los hebréos formaban coronas de rosas, y en las solemnida- des su soberano pontífice llevaba una en la cabeza. Inspirado Salomón por el Espíritu Divino, haciendo el elogio de Simón, decia: Ha aparecido como el arco del cielo que bri- lla entre luminosas nubes y como las rosas que se abren en la primavera. Cuando la reina Sabá vino á visitarlo, empleó di- ferentes medios para asegurarse no solo de su sabiduría, sino también de la sagacidad de su alma. Un dia hizo colocar á al- guna distancia del rey dos rosas, una natural y otra artificial pero tan bien imitada, que lo desafió á que decidiese cual era entre ellas la producida por la naturaleza. Salomón hizo le tra- jesen una abeja que voló sobre la flor natural, y sin aproximarse á ella pudo responder á la reina. La Mitología da á la rosa el mas ilustre origen. En el mo- mento en que Palas habia salido del cerebro de Júpiter en los cielos, la tierra habia producido por la primera vez una rosa, co- mo si las delicias debiesen ser la consecuencia de la sabiduría. Blanca esta flor en un principio, debia, según la Fábula, su color purpurino, á dos circunstancias sobre las cuales no están los poetas de acuerdo. Habiendo Adonis, gran cazador, herido a un javalí, este animal furioso se echó sobre él y le hirió mor- talmente: la sangre que virtió la herida cayó sobre unas rosas y les dió color para siempre. Según otros, Venus que protegía á Adonis, habiendo oido sus gritos, corrió á socorrerlo atravesan- do las espinas y abrojos, la sangre de la Diosa que escurrió so- bre un rosal, dió el color actual a la rosa. Venus y el amor se representaban coronados de rosas, lo mis- mo que la Diosa de las flores y la divinidad de I03 festines. Aglae, la mas joven de las Gracias, tenia un botón de rosa en la mano como un atributo de la belleza y de la juventud al salir de la infancia. Las Gracias, las Musas, Baco, recibían también en homenage coronas de rosas; sus altares se decoraban con guirnaldas de es- tas flores, y los dioses domésticos, los penates, estaban corona- dos muchas veces. La rosa era de todas las flores la que mas se dedicaba á sus divinidades. Rhodanta, reina de Corinto, por escusarse de las pretensionesDE LAS SEÑORITAS. 75 de muchos príncipes que aspiraban á su mano, se ocultó en un templo dedicado 4 Diana. Sus perseguidores habiendo descu- bierto el retiro de la princesa, sitiaron el templo y obligaron á Rhodanta á que llamase al pueblo á su socorro; pero este vién- dola tan hermosa, quitó la estatua de Diana y la declaró Diosa del templo; mas Apolo indignado del insulto hecho á su herma- na, la convirtió en rosa. La primera hora del dia siembra rosas al paso de la aurora que á la vista del sol vierte lágrimas de júbilo sobre estas flores. Así esplicaban los antiguos poetas las gotas del rocío que vemos centellar muy de mañana sobre las rosas. Esta flor bañada de rocío es el emblema de la piedad filial. En el banquete de los siete sabios de Grecia, Solón dijo: Los dioses no han hecho mas que dos cosas perfectas, la muger y la rosa. Los traductores que refieren este pasage, están de acuer- do en que el sabio Solón cuando habló así estaba de sobremesa. La isla de Rodas debió su nombre á la cantidad de rosas que producía, y al cuidado con que sus habitantes las cultivaban. La paz se figuraba con un manojo de espigas, de rosas y de ramos de olivo, y la musa Erato que presidia á la poesía lírica, estaba coronada de rosas y de mirto. Desde la mas remota antigüedad se ve nombrada la rosa. Ho- mero habla de un aceite de rosa antes de la destrucción de Tro- ya. Herodoto dice que en los jardines de Midas, hijo de Gordio, había rosas de sesenta hojas, con un olor superior al común. A- nacreon y Sapho hicieron dos odas á la rosa. El consumo de rosas que hacían los antiguos debia ser inmen- so. Los templos, los sacerdotes y las víctimas, tenian coronas de ellas en casi todas las fiestas públicas. En los matrimonios se ponia una corona de rosas sobre la estátua de Himeneo y sobre la cabeza de ambos esposos. No podia asistirse á las fiestas sino co- ronados de rosas, y la mesa estaba por lo común cubierta de los pétalos de estas flores á modo de tapiz ó de carpeta, y el suelo de la sala sembrado de ellos. Los Sibaritas dormían sobre ca- mas de hojas de rosas, y uno de ellos, Smindrido, se quejaba un dia de que el doblez de un pétalo no le había dejado dormir. No contentos los antiguos con emplear la rosa en todos sus regoci-7Ü SEMANARIO jos, se servian de ellas también en las circunstancias mas tristes. Mezclaban rosas á las cenizas de sus muertos en la urna funera- ria y una rosa deshojada era el emblema de la muerte. No eran menores los homenages que rendían á las rosas los romanos. Plinio dice que la tierra de Labour le importaba mas que las otras, porque producia por sí misma rosas silvestres d6 un olor mas suave que las cultivadas, y atribuye á estas flores una multitud de cualidades medicinales, entre otras, la de curar de la rabia. Muchas especies de rosas eran ya conocidas en Roma cuando Pünio escribió su historia natural. Desde el tiem- po de César se pretendia que las rosas de cien hojas esparcían poco perfume y no tenían gracia sobre una corona ó un sombrero. Estos sombreros ó casquetes de rosas no eran hechos de guir- naldas como las coronas de flores de nuestros dias; las rosas de- bían estar enlazadas, de manera que cubrían algunas veces la cabeza entera, como'la corona de los reyes, y por eso Plinio ha- bla de una moda que exigía no hacer caso de una corona, si no estaba únicamente hecha de pétalos de rosas, y agrega también el modo con que las flores estaban cosidas y perfectamente en- lazadas con listones de seda, oro y plata, que caian por delante. Hasta tres veces se cambiaba de corona en un festin, preten- diendo que una corona de rosas refrescaba la cabeza y la preser- vaba de los vapores del vino, pero se amontonaban tantas flores en las salas de comer, que su olor corrompía el aire y no turba- ba menos las cabezas que los escesos de las bebidas espirituosas: se hacían servir también en los banquetes copas llenas de vino de Falerno y de Siracusa, sobre las que se deshojaban rosas. Cicerón reprocha al Pretor Verres de la molicie con que re- corría la Sicilia acostado sobre rosas en una litera. Al morir Marco Antonio pidió á Cleopatra esparciese perfumes sobre su tumba y la cubriese de rosas. Heliogábalo encontró el secreto de aumentar un espantoso recuerdo á una de las mas encantado- ras producciones de la naturaleza. Habiendo reunido en una sala un buen número de hombres y mugeres, frecuentes compa- ñeros de sus indignos placeres, hizo caer sobre ellos una lluvia do rosas, que no cesó, hasta que los infelices se vieron sofocados ba- jo el peso de mas de veinte carros de flores.BE I>A§ SEÑORITAS, 77 Era un lujo que costaba mucho en Roma tener rosas en todas estaciones; pero era indispensable se sometiesen á él todos los que pretendían seguir la moda, mas los jardineros tenían bastan- te tiempo para la multiplicación de las rosas, porque en los jardi- nes solo se cultivaba esta flor y las violetas. El filósofo Apule- yo en su Asno de oro hace que el héroe de su cuento convertido en asno, no pueda volver á la forma de hombre sino después de haber comido rosas. Parece un culto el gusto de los orientales por la rosa: los in- dios creen que Pagoda-Siri muger de uno de sus dioses, fué ha- llada en una rosa, y los musulmanes la hacen nacer del sudor de su profeta Mahoma. En una historia del Mogol se lee: que Nourmahal, príncipe célebre por su belleza y talento, hizo llenar de agua de rosa un canal sobre el que se paseaba con el empe- rador. El calor del sol ostrajo del agua de rosa el aceite esen- cial y así se descubrió la esencia de rosa. En la India se con- tentan con poner los pétalos en un vaso de agua espuesta al sol y recoger con algodón el aceito que sube á la superficie. Este aceite se guarda mucho tiempo sin alterarse, y basta con lo po- co que puedo fijarse en la punta de un alfiler para embalsamar una sala, pero es demasiado cara, porque se necesitan muchas rosas para conseguir un poco de aceite. Esta esencia que se vende al peso de oro, solo permanece líquida en los grandes ca- lores, tiene la consistencia de la manteca. La mas estimada es la de Kachmyr, lado Persia, y por último la de Constantinopla. El poeta Saadi hizo un poema sobre la rosa en lengua persa, y muchos poetas orientales le han dedicado su lira, celebrando algunos los amores del ruiseñor y la rosa. Se refiere que en Amadan, ciudad de Persia, habia una Aca- demia cuyos estatutos estaban concebidos en estos términos: „Los académicos pensarán mucho, escribirán poco y hallarán lo menos posible." El doctor Zeb, célebre en todo el Oriente, llegó un poco tarde para obtener una plaza de académico que ya ha- bia provisto el presidente. Fie! observador éste de la regla, hizo traer delante del doctor un vaso tan exactamente lleno de agua, que una gota mas le habría hecho derramarse. El solicitante com- prendió al momento que no habia lugar y se retiraba tristemen.78 «JSMANARIÓ te cuando percibió una hojilla de rosa en el suelo.... La toma prontamente y la coloca sobre el agua, en la que quedó nadan- do sin derramarla. Este ingenioso modo de probar que él no es- taría de mas, decidió á la asamblea, y Zeb fue académico. En Turquía se coloca una rosa en la tumba de los jóvenes. Cerca de Ispahan el naturalista Olivier ha visto rosales arbóreos que tenian mas de treinta pies de elevación. La religión cristiana ha honrado dignamente á la flor que en- tre todas parece la mas bella y admirable. San Medardo obis- po de Noyon, quiso que cada año se diese una corona de rosas, como premio de virtud, á la joven á quien sus compañeras esco- jiesen como la mas sabia, modesta y sumisa. El prelado tuvo la dicha de ver designar por la primera rosera a su hermana, á quien coronó en 1532. Esta costumbre que se ha perpetuado en Saloncy, ha conservado entre las jóvenes una piedad y dulzu- ra tan notables, que las distinguen de las de los pueblos vecinos. Un antiguo mosaico que se encuentra en la iglesia de Santa Susana en Roma representa á Carlo-Magno de rodillas reci- biendo del Santo Padre un estandarte sembrado de rosas. El papa bendice en Roma el día llamado el Domingo de la rosa, que es el cuarto de cuaresma, un rosal con flores todo de oro y !o envia á algún soberano ó á la persona mas calificada que se encuentra en Roma. Los soberanos reciben este obse- quio que se llama la rosa de oro, y regularmente dan al que se las lleva cincuenta luises; pero el rosal vale doble de esta suma por su peso solamente. Se llama también en Roma Domingo de las rosas á la dominica dentro de la octava de la Ascensión por- que en esta época florecen las rosas, y se echan en la iglesia. El nombre de Rosa mística ó misteriosa, se da á la Madre del Salvador en las letanías en que se invoca su intercesión. Una Señora de Verona que bajo el nombro de Clizia celebró la primera en un poema el triste fin de Romeo y Julieta, dice: que en el baile dado por los Capuletos la sala estaba alfombrada de rosas y violetas; probablemente quiso decir que estaba ador- nada ó decorada: porque seria difícil y peligroso bailar sobre flores. Pocos poetas podrán citarse que no hayan cantado á Jas ro- sas. El célebre Torcuato Tasso da de ellas esta descripción en-DK LAS SEÑORITAS. 78 cantadora. „Mira, mira salir á la rosa de su verde botón, mo- desta como una joven doncella, brillante á la vez que oculta, mientras menos se muestra es mas hermosa." Este último verso fué la divisa de Luis XIV cuando se presentó con el trage de an- tiguo caballero llevando pintado en su escudo un botón de rosa. El cultivo de las rosas durante muchos años fué un derecho que se compraba en Francia y de que no gozaban sino los que hacían coronas, casquetes, sombreros ó capacetes de rosas. En un antiguo romance de Perceforet se ve una reina que después de un torneo da al caballero vencedor un sombrero de rosas co- mo el presente mas hermoso que podia recibir un caballero de las damas. En la leyenda caballeresca de Amadis de Gaula se lee que Oriana prisionera no pudiendo hablarle ni escribirle, le arrojó desde lo alto de una torre una rosa bañada en sus lágri- mas. Los antiguos franceses llamaban caperuza ó bonete de rosas un don pequeño que se hacia á las recien casadas, y en al- gunos departamentos se dice todavía para espresar que una no- via no lleva dote: su padre no le ha dado ni un gorro de rosas. El rey de Inglaterra Enrique V, hizo que el collar de la orden de la Jarreteria se compusiese de rosas enlazadas con nudos. Durante la guerra civil bajo el reinado de Enrique VI, un des- cendiente de Eduardo III que llevaba el nombre de Duque de York pintó en su escudo una rosa blanca mientras que Enrique tenia una roja, y de aquí tomaron su nombre los diversos parti- dos que desolaron á Inglaterra en 1453. Durante mucho tiempo estuvo en uso llevar á los bautismos grandes vasos llenos de agua de rosa. Juan Bonefons célebre poeta envió á una dama dos rosas acompañadas de unos versos en que decia: „Os envío dos rosas una blanca y otra de vivo escarlata: aquella ¡mita la palidez de mi rostro, la otra la ardiente llama de mi corazón, puedan ambas recordaros mi infortunio." El abad de Chassagne espuso sobre un ramillete de rosas los siguientes pen- samientos tan morales como melancólicos. „0 rosas, á pesar de vuestra viva y dulce brillantez, yo me parezco á vosotras: mo- rís muy pronto, y acaso yo moriré aun antes. La muerte quo nos amenaza puede llegar instantáneamente. Vosotras moris, es cierto, en un dia; pero yo puedo morir acaso en un momento."SO SEMANARIO Aunque la rosa no goce hoy como en la antigüedad, de una reputación de utilidad estraordinaria, siempre se usa en la com- posición de conservas, miele?, ungüentos, vinagres, jarabes, aguas, pastillas, helados, cremas, y otras preparaciones que proporcio- nan mil recursos á los farmacéuticos, perfumadores y dulceros. No hay flor alguna que haya sido mas multiplicada por los horticultores que la rosa. Desde la rosa pompón hasta la de los pintores, que suele tener cuatro pulgadas de diámetro, y desde el grueso rosal de Castilla hasta la débil multiflora que cubre las fachadas enteras y las paredes de lo? jardines. En una palabra, se conocen ya mas de cien especies de rosas, y de su nombre se deriva una inmensa familia de plantas, las rosa- ceas. Casi todos los árboles frutales son de esta clase, es decir, que sus flores son compuestas de cinco pétalos como la flor del rosal silvestre, tipo primitivo de la rosa. Hay una singularidad notable en el cáliz verde que sirve de cuna á la rosa, y es, que de sus cinco divisiones dos tienen barbas en sus bordes, dos ca- recen de ellas y una las tiene á un lado, siendo lisa del otro.—• Madama de Bradi." Para terminar esta miscelánea sobre las rosas, que hemos tra- ducido y estractado del Diario de las Jóvenes de París del año pasado, darémos á nuestras suscritoras dos métodos sencillos para hacer una excelente agua y un jarabe de rosa sin alambique. 1." Sobre un lebrillo de barro se estiende una servilleta ó un pedazo de tela cualquiera, no muy tirante, para que quede un po- co hueco en el medio, en donde se ponen los pétalos de rosa lim- pios de los estambres y cualquiera otra cosa; sobre ellos se colo- ca una hoja de papel bastante grueso, y sobre él un bracerito, estufilla ó escalfador lleno de cenizas calientes que tienen que mantenerlas en tal estado. A medida que se marchitan los péta- los, se aprietan y se cubren con otras hojas frescas. Este apara- to sostenido con cenizas calientes y pétalos durante un dia, deja por la tarde en el fondo de un lebrillo cerca de medio vaso de agua de rosa. Es preciso no olvidar al divertirse con esta des- tilación, que el perfume de las rosas es tan peligroso como el de las demás flores, y que es necesario hacer la operación en unaI DE LAS SEÑORITAS. 31 pieza bien ventilada. En la época en que el emperador Napoleón habitaba en Saint-Cloud, un joven farmacéutico que había ve- nido al palacio para hacer la agua de rosa, tuvo la imprudencia de acostarse á dormir en un cuarto cerrado donde habia echado los cálices de las flores que habia limpiado, y á la mañana si- guiente se le encontró muerto. 2.° En el momento en que las rosas están en su plena eflores- cencia, se recogen las mas frescas, se deshojan y se echan un poco en un vaso de vidrio, se pone encima de ellas una capa de azúcar en polvo, en seguida vuelve á colocarse una segunda ca- ma de hojas y otra de azúcar, y se continúa así hasta llenar el vaso: se cubre después y se espone al sol durante algunos dias. cuyo número no es fácil fijar, pero que puede conocerse por el licor que se habrá formado en el fondo del vaso: entonces se echa encima un poco de aguardiente refino, se deja macerar el todo cerca de una media hora y se cuela por un género de lana: cuan- do habrá acabado de gotear, el aceite estará terminado y podrá embotellarse. Si se quiere darle color, puede introducirse un poco de cochinilla envuelta en una muñequilla hecha de género muy fino mas ó menos tiempo, según S3 quiera subido 6 bajo e! encarnado.—/. G. HEROINA m i. DRAHA DE SHAKESPEARE» TITULADO! aa <2> a o* cx> «(*) ¿HH«ÍELLA Cressida, qué objeto ha sorprendido tu atención? ¿A dónde vagan tan dulcemente tus miradas? ¿Sueñas en Dio- medes ó en Troilo? ¿Dirijes tu vista á la mansión de Troya ó (*) Troilo, hijo de Priarao, es el amante de Cressida hija de Chalcas, «aeerdo. te troyano, que se ha pasado al partido de los niego*. Cressida quedó en Troya bajo la vigilancia de su tio Pandaro, y Troilo lo encuentra dispuesto a servirle. Los dos amantes se ven, so oyen y so creen felices: pero su felicidad no dura mucho tiempo. Chalcas obtiene el cange de su hija por un prisionero troyano. Adiós de Troilo y Cressida. Esta vuelve al cam¡K> de los griegos conducida por Diomedes, que se declara también su amante. Troilo, á, favor de una tregua, pasa una noche al campo de los griegos y se venga de su rival Diomedes, con quien combate, míen, tras que Héctor lucha con Ajax, pero la victorm queda indecisa. La mañana si- guiente, Andromaca, Casandra, Helena y Priamo, espantadas por siniestros presa, gios, se esfuerzan en vano en disuadir á Héctor del combate de Aquiles, y al fin ambos mueren. TOM. III. 118 '2 SEMANARIO dejas correr tus pensamientos hacia el campo de los griegos? ¡Ay! Parece que uno y otro al mismo tiempo. Tu corazón palpita con nueva inquietud. La víspera Troilo ha oido tus juramentos de amor, y el sol del dia inmediato te presenta como no indiferente al mismo que te separa de Troilo. ¿Quién te obligaba á dar al hijo de Priamo tantas prendas de felicidad? ¿Para qué le de- cías: „Si fuese pérfida alguna vez, que en los siglos mas remotos llcmie la memoria hasta mi nombre al recorrar la lista de las mu- geres falsas?" Tales fueron la víspera tus palabras ¡oh Cressi" da! y aunque tan preciosas á los oídos de Troilo, no fueron la primer prenda que recibió de tu ternura. Bella, ingeniosa y viva, nada perece falta á las perfecciones de Cressida; ha pasado sus primeros años bajo la tutelado los maes- tros mas hábiles; guiada por su consejo, ha penetrado los secre- tos de la melodía, sabe unir á su voz la armonía de los instru- mentos; sus manos han aprendido el arte de reproducir la natu- raleza en sus formas y colores, sus pasos siguen en mil difíciles combinaciones los bailes de Terpsychore. ¡Cuántos hermosos y suaves versos conserva en la memoria, y cuántos acentos de las doncellas amantes de Lesbos no repite su lira con mucha mas ternura! ¡Afortunado Chalcas! vos habéis penetrado á vuestra hija en todos los tesoros de la poesía, de las artes y ciencias: si la naturaleza le ha acordado la belleza, vos le habéis rodeado el ceñidor de las gracias. Nada tenéis que desear para ella: nada sin duda de hermosura, de gracias y talento, pero sí mucho de virtuosa sencillez y de séria retentiva: á tantos atractivos de- bería acompañar mas pudor. ¿Vos sabéis lo que sabe vuestra hija? Pero aunque el pudor no sea una ciencia, si se olvida su enseñanza, no se aprende jamas. ¡Y cuán fatales podrían ser tantas impresiones risueñas en esajalma tan joven, tan funestas á los semtimientos innatos de candor y pureza! Atenta al recita- do de las pasiones imaginarias, Cressida mira los caprichos de las invenciones poéticas como la imagen de los acontecimientos or- dinarios, y al volver á la tierra, no encuentra sino la simple rea- lidad, no reconoce los objetos favoritos de sus pensamientos, de sus miras y deseos. Sin embargo, la pasión de Troilo tiene á sus ojos un verdadero encanto: ella cree ver en la espresion de esteDE LAS SEÑORITAS. 83 amor exaltado la sombra de su imaginación y de sus sueños, pe- ro Troilo tenia un defecto que no podia disimular por largo tiem- po; era un mortal y no reunia aquellas perfecciones ideales que exigia la imaginación de Cressida. Diomedes debia por lo mis- mo reemplazar bien pronto á Troilo, quien no tardó sin duda en maldecir la inconstancia y la frivolidad de su amante. Pero Cressida, lo repetimos, nos representa la víctima de una educación superficial y esterior. Shakespeare al trazar sus lineas características, se muestra justo para con las mugeres. Cressi- da no tenia una madre a su lado, sino un tio descuidado que muí tiplicaba los peligros ba jo sus pasos, que cubría con flores los mas fangosos precipicios y que no dudaba, en fin, arrastrarla al sa- crificio de su felicidad. Admirable efecto de estas creaciones de talento! Cressida sin duda no ha existido sino en la imasma- m D cion de los poetas, y he aquí que el nombre de Pandara eterni- zado por el interés que el amante de Cressida hace nacer, es hoy la mayor injuria que los ingleses pueden hacer á los que se atre- ven á socabar el trono de la inocencia, el alma de una joven. Por lo demás Shakespeare no es el inventor de esta historia dos siglos antes que el Pedro de Beuvan Senescal de un rey de Sicilia la habia contado y á lo menos en este punto fué el maes- tro del trágico ingles. Bocacio habia consagrado su Filostrato, al mismo asunto, y antes de él un prosador francés que floreció bajo Felipe Augusto, la habia tomado del célebre italiano Guido de Colonna. En fin, antes del escritor vulgar el pseudónimo Da- rés se habia apoderado de los nombres de Troilo y Cressida que habia encontrado en la Iliada. Así, pues, el origen de esta re- lación interesante, siempre parece se ha perdido en la noche de los tiempos, cuando la historia no habia nacido todavía. Shakespeare se contentó con seguir el romance. Su autor el Sr. de Beauveau fué largo tiempo el amante apasionado de una hermosa y noble señora; después vió al objeto de sus esperanzas desdeñar la espresion de sus votos, y conceder su mano al deno- dado Enguerrando, señor de Amboise. Este murió joven: el se- ñor de Beauveau que no habia olvidado la causa de sus pesares, concibió la esperanza de que Juana de Craon le acogiera, en fin, con ternura haciéndole dichoso. Para recordar mejor una cons-81 SEMANARIO tancia, que acaso se echaba en cara la señora de no haber imi- tado osadamente, se puso á escribir en romance la historia de Troilo, quien como él fué juguete de una ingrata y mas tarde feliz por el arrepentimiento de Cressida. Muchas veces al es- cribir bañó el pergamino con sus lágrimas. Sea que su lectura liquidase el hielo del corazón de J uaná, óque el Sr. de Beauveau no hubiera nunca desaparecido de su memo- ria, lo cierto fué que consintió en someterse por segunda vez á las leyes del himeneo, y que su unión con el Sr. de Beauveau dió origen á esta larga posteridad de los Beauveau-Craon de que lanío derecho lia tenido la nobleza francesa para envanecerse. Shakespeare, cuyas miras eran diferentes, no nos ha dado á reconocer la reconciliación de Troilo y Cressida. Su tragedia termina con una carta de arrepentimiento que vuelve á abrir to- das las heridas que el corazón del hijo de Priamo habia recibido: pero es fácil de adivinar que la jóven preparaba una amable son- risa para hacer que Troilo olvidase todo, menos su primer amor. [Tauducido de la Galería de mugeres de Shakespeare.'] .l\llUVll.l.\UVVU..IUUllVVUlH"»\UVV\ia\UWVV\M.\lUUUUVl\ll EDUCACION DEL RELLO SEXO. omo uno de los resultados de la revolución de Julio del año de 830 en Paris, se trató en las sesiones parlamentarias de inves- tigar los medios mas adecuados para adaptar la instrucción que reciben las mugeres, á la posición que les designan hoy en el mundo y en las diversas clases de la sociedad, el progreso de las luces y el adelanto de las artes industriales. Madama Sauvan, recomendable por sus talentos, carácter y esperiencia, compuso en 832 un curso normal para el uso de las profesoras de educa- ción primaria, del que solo hemos podido ver algunos fragmentos» que Madama Luisa Voyart ha publicado en el Diario de las mu- jeres, después del siguiente PREAMBULO. ¿Cuál «cria el mejor modo de educación para los jóvenes? Es- DE LAS SEÑORITAS. 85 ta cuestión que hace tanto tiempo ocupa á lo» mejores talentos y cuya resolución demanda especiales conocimientos, es muy su- perior para una muger que solo puede aplaudir desde lejos los generosos esfuerzos de los que se han dedicado á tan importan- te objeto. En cuanto á la educación que conviene á las muge- res, á los estudios que deben seguir y á las artes que pueden cul- tivar de preferencia, fiada en mi esperiencia podré aventurar al- gunas ideas, dirigiéndome á mis compañeras, á las mugeres que así como yo, al atravesar la vida se han esforzado en adivinar su objeto desconocido y misterioso, á aquellas cuyos ojos se han fa- tigado en perseguirlo ya con un generoso entusiasmo, ya con decidida constancia á proporción que luces mas ó menos vivas les hacían divisarlo de un modo mas distinto. Todo lo que la Providencia ha colocado sobre la tierra, ha si- do creado con un fin y conforme á las miras que concurren á la armonía del universo. Nuestra inteligencia nos ha hecho descu- brir mas 6 menos estas maravillosas relaciones: cuando vemos en el orden de la naturaleza encadenarse tantas cosas invaria- blemente la una á la otra, es preciso pensar, que el hombre no ha de haber sido echado al mundo únicamente como una ano- malía, ni colocado sin objeto ni relación alguna en medio de to- da la creación, para ser solo un eterno enigma. Hay condi- ciones activas y destinos pasivos: el hombre participa de unas y otros; pero mas que el resto de las criaturas ha recibido una misión del cielo. El que comprende mas claramente esta misión, es también el que mejor la cumple. Y es dal mayor interés pa- ra nosotras conocer la nuestra; porque todo destino bien cumpli- do concurre al orden general, y el orden casi es la felicidad. Voy á reunir las ideas que me he formado sobre nuestro ver- dadero destino en este mundo; procuraré probar, que la mavor parte de nuestras faltas y desgracias, vienen de que no lo com- prendemos. Mi obra se dirige sobre todo á las mugeres que á consecuencia de su aislamiento ó de su posición en la socie- dad, esperimentan la entera falta de sus deberes, cuyo ejercicio produce las virtudes mas notables de la muger, falta que hace muchas veces tan miserables á algunas de ellas, obligándolas á preguntar con frecuencia en medio de la amargura de su cora- zón ¿Para qué es bueno vivir? ó ¿para qué he nacido yo?86 SEMANARIO La carrera que yo abriré á esas almas tiernas y apasionadas, la dirección que les invitaré á dar á su actividad hasta ahora tan infructuosa para la Ciencia de la vida, el blanco útil y glorioso que asignaré á sus esfuerzos, apagará acaso muchos sufrimientos secretos, reanimará muchos corazones semi-frios por el egoisrno ó el desaliento, y borrará de la vida de estas desgraciadas, mu- chas horas de aniquilamiento, tan frecuentes como tan dolorosas. Mas sea cual fuere el objeto especial que me propongo, me atrevo á esperar que las esposas, las madres, las mugeres en fin, mas venturosas que aquellas de quienes he hablado, verán en mis sencillos cálculos, en vez de un deseo presuntuoso de ins- truirlas, los mas vivos y tiernos conatos de serles útil; y esta per- suasión de su parte dando mas importancia á mis avisos, no de- jará de producir en ellas algún fruto. Escribo, pues, para todo mi sexo; solo por las mugeres entro, no sin miedo y timidez, en una carrera donde lucen ya tantos nombres tan queridos como brillantes: ¡Campan, Guizot, Remu- sat, vosotros todos á quienes ha inspirado también un celo ar- diente por la felicidad de las mugeres, dignaos auxiliar mis es- fuerzos! Semejante al obscuro y humilde operario empleado en la construcción de esos gigantescos monumentos, destinados á marcar en las edades futuras el tránsito del hombre sobre la tier- ra yo llevo una pequeña piedra para tan grande y duradero edi- ficio, pero si todas las almas nobles y celosas por el bien, hacen otro tanto, la pirámide se verá terminada bien pronto. Ideas relativas á la educación f ísica, moral ó intelectual en las escuelas primarias. En las artes y las ciencias, cualquiera que sea su naturaleza, siempre el primer paso es el mas importante y difícil. Esta ver- dad, que á fuerza de serlo ha llegado á hacerse trivial, se siente especialmente, cuando se trata de destruir inveterados abusos, de poner en circulación algunas ideas útiles aunque nuevas, ó de es- tablecer esas instituciones de utilidad pública, generalmente re- clamadas por las necesidades de la época. De medio siglo á es- ta parte se habla de mejorar el estado del pueblo, se buscan los medios de darle su parte en el foco de las luces, que los progre-DE LAS SEÑORITAS. 81 sos de la civilización han amasado para el uso de todos y que ya no es el patrimonio de un pequeño número de individuos llama- dos á gozar. Existen sin duda algunas instituciones populares; las escuelas de las parroquias y conventos, las escuelas mutuas, las de dibujo y demás artes, en las academias y algunas cátedras gratuitas, en algunos colegios. Pero es preciso decirlo, el es- píritu que preside á la mayor parte de estos establecimientos, á escepcion de los de enseñanza mutua y algún otro en que la mo- ral marcha de frente con la instrucción, no estando siempre de acuerdo con las intenciones de sus fundadores, desempeñan muy imperfectamente el objeto deseado, que es el de hacer al hombre del pueblo no solo mas instruido sino mejor y mas feliz. Esta idea, á la verdad, ha ocupado plumas muy filantrópicas; pero de tantos generosos esfuerzos hasta ahora no han resultado sino vanas teorías. Los que se han encargado de ponerlas en planta se han visto detenidos en los medios de la ejecución, unas veces por demasiado zelo y otras por no comprender bien la su- blimidad de su humilde misión, no habiendo obtenido resultados satisfactorios, porque en la mayor parte de sus benéficas tentati- vas se confunden comunmente dos cosas bien distintas, la instruc- ción y la educación. Al ilustre autor de la Perfección moral to- ca señalar la diferencia que existe entre estos dos modos de en- señanza y llenar el intervalo que les separa, colocando en el orden que les conviene, á la educación, la instrucción y la moral. Para llegar á este fin de un modo eficaz y cierto, es indispensa- ble tomar las cosas de lejos y comenzar á formar maestros antes de hacer discípulos. La antigua escuela normal de Francia te- nia por objeto formar hábiles profesores en las letras y ciencias; el curso normal del Barón Gerando, mas importante en su obje- to, aunque menos elevado en la apariencia, en sus aplicaciones, tiende, no á la instrucción propiamente dicha, sino á la moral, ba- se inmutable del orden social que justifica perfectamente su títu- lo. Curso de educación física, moral é intelectual. La solicitud de su fundador debia estenderse igualmente al uno y al otro sexof y las mugeres á nuestra vez, nos habríamos gloriado de ver un verdadero filántropo descender de las alturas de la filosofía para instruir á las mas humildes de nosotras en sus deberes; y como88 SEMANARIO estos deberes son comunes á todas las mugeres, sea cual fuere su rango en la escala social é intelectual, habria sido para nosotros tan grato como honroso recibir de él sus preciosas instrucciones. Mas como las inmensas tareas de Mr. Gerando no le hayan per- mitido emprender esta doble carrera, la señorita Sauvan, invita- da por él y conocida por sus honrosos antecedentes, su larga espe- riencia y su buen éxito en la ciencia de la educación, fué escogi- da para llenar este interesante vacío. Al publicar el resumen de sus lecciones, la señorita Sauvan ha prestado el servicio mas útil. Hacer públicos y accesibles á to- dos la enseñanza y los consejos de la esperiencia, es servir á la humanidad. En efecto, habia un triste vacío en esta parte de la instrucción pública, y á escepcion de algunas profesoras forma- das en buenos métodos y animadas de un verdadero zelo, era muy deplorable el sistema rutinero por donde caminaban las mu- geres dedicadas á la instrucción de la niñez. Miéntras mas no- bles por su objeto estas funciones y mas importantes por sus re- sultados deberían atraerles el respeto y el reconocimiento, se ven con indiferencia ó con injurioso desprecio: teniendo necesidad de ser animadas á los ojos del público, para hacer resaltar su im- portancia, era preciso alentarlas con ejemplos, exitar entre ellas una loable emulación y distinguir á las que se destinan á ejercer una carrera que les impone tan interesantes obligaciones. En otro artículo hablaré con mas detención sobre la escuela normal de profesoras dirigida por la señorita Lelievre, que tan dignamente ha succedido á la señorita Sauvan, manifestaré el origen y progresos de estas escuelas, protegidas por las mugeres mas notables, pues tengo una elevada opinión de mis paisanas, para temer que hablándoles de los intereses de su sexo pueda fas- tidiarlas jamás, y si entre mis lectoras hay una sola madre, una sola muger á quien puedan ser útiles mis indicaciones, su sufra- gio me basta. Seame permitido al ménos llamar su atención á esta obra de un génio tutelar de nuestro sexo. El curso de la señorita Sauvan, aunque emprendido con el ob- jeto particular de la instrucción de profesoras de la clase pobre, se distingue por una reunión de principios puros y verdaderos espuestos con tanta gracia como sencillez. Se conoce que sontofi LAS éiJÑoniTÁé. las lecciones de la esperiencia dadas con aquella autoridad que se apoya en sucesos incontestables, al mismo tiempo que se en- cuentra en ellas aquel calor que encanta, que persuade y que hace la ejecución de los preceptos tan dulce como fácil. La obra está dividida en tres partes: la primera consagrada á las disposiciones que debe tener la profesora ó maestra que se dedica á la enseñanza popular, contiene una juiciosa distinción entre la educación y la instrucción, y establece con mucha sa- gacidad las relaciones que debe haber entre la profesora y los niños confiados á su cuidado. La segunda parte conviene en mi concepto, á la vez á las madres de familia sea cual fuese su con- dición, y á las discípulas que por su edad y circunstancias son llamadas á ejercer las primeras funciones de instructoras de sus hermanas mas pequeñas, y en fin, á todas las mugeres cuyo co- razón se interesa en todo lo que puede hacer feliz esa edad é in- clinarla dulcemente á la virtud. Para dar una idea de estas preciosas lecciones, sirva de mues- tra la siguiente: fíe la decencia. „Hay una virtud que es al misino tiempo la herencia, la mar- ca y el adorno de nuestro sexo, que da valor á todos los otros, que hermosea á la belleza misma, que quita la fealdad, que con- serva á la muger anciana algunos de los encantos de su juven- tud, y sin la cual la muger casi dejaría de serlo; una virtud que todo hombre delicado desea encontrar en el corazón de su her- mana, de su esposa y de su hija; una virtud que haciendo nacer el amor, desviando el riesgo, se atrahe el respeto. La timi- dez, la reserva, la modestia, el pudor, todas estas bellas cua- lidades, todas estas amables seducciones de nuestro sexo están designadas bajo esta sola palabra, Decencia." „Nada hay mas atractivo que una joven decente. Si se la si- gue en todas las habitudes de su vida, se verá corno busca la so- ciedad de las mugeres que por su edad y sus virtudes pueden servirle de modelo y garantía: sigue sus consejos, y apela á su esperiencia en auxilio de su juventud: es* modesta, y desconfia de sí misma. No tiene conato en hablar; pero le agradan las con- versaciones sensatas y se mezcla en ellas con reserva. El tono •r. m. 1290 SEMANARIO de su voz no es elevado porque solo habla á la persona á quien responde y no aspira á mas; no se rie á carcajadas, no cuchi- chea, se muestra alegre, pero su alegría es la de la inocencia y la bondad, es una alegría que no inquieta ni hace jamas sufrir á nadie, ni ponerse encarnado ningun rostro. Si por contingen- cia se encuentra sola una joven que tiene decencia en medio de algunos hombres, se aleja de ellos sin afectación y va á reunirse con su madre ó su familia cerca de la cual únicamente se siente sin fatiga; un instinto secreto le advierte que á su edad es indis- pensable evitar las miradas de los hombres, y que les agradará mas cuanto menos procure agradarles: ni es gazmoña, ni ridicu- la, y sin embargo nadie se permite usar con ella de ninguna es- pecie de familiaridad; la atmósfera del pudor que la rodea, es bastante para garantizarla de la licencia y del libertinage.*' „Cuando está en un lugar público procura no hacerse notable; la atención que llamase, la embarazaría, y es muy modesta para que pudiese confundirla con la aprobación. Al pasar, quisiera que nadie la percibiese, y de este modo se hace amigas á todas las mugeres; las unas aman en ella una modestia que poseen, las otras alaban una modestia que no va sobre los pasos de sus pre- tensiones; las madres ven con placer á sus hijas cerca de ella, y ¡ojalá viesen á sus hijos con tanta seguridad! La jóven decente toma su parte en los honestos placeres que se presentan, pero con moderación, y esta moderación garantiza su buena disposi- ción para renunciar á ellas y entregarse á ocupaciones mas se- rias. Su porte es esmerado pero sencillo, nada de brillante, na- da de estraordinario, nada que atraiga las miradas y jamás hará á la moda el sacrificio de su pudor: ella no se empeña en mos- trar ninguna de sus ventajas, y cubre sus encantos así como ocul- ta su talento; se muestra estraña á todos los secretos, á todos los artificios, á todos los tormentos de la coquetería; y ella será por último algún dia lo que debe desear ser toda muger, amada de uno solo, estimada de todos...." La tercera parte de esta obra, especialmente consagrada á ios deberes de las profesoras de escuelas en el campo, ofrece exce- lentes instrucciones á las personas que se dedican por profesión á la enseñanza de la niñez.—Madama Elisa Voyart. [Traducido para el Semanario de SeTiorilas.]DE LAS SEÑORITAS. 1)1 ¿£2*!sas innumerables estrellas en continuo movimiento, esos orbes radiantes que constantemente mudan de lugar, esta tierra que se desliza en el espacio como • un débil bajel en medio del Occeano, no pueden menos de causar la admiración de cualquier genio reflexivo, ni de llenar el alma de la mas profunda sorpre- sa, ni de cxitar por último el mas ardiente deseo de comprender el poder y magnitud de aquel, que ha colocado á nuestra presen- cia espectáculos tan magníficos como variados. Al hablar á mis amables suscritoras sobre el movimiento que es el estado de un cuerpo cuando se trasporta de un lugar á otro, yo admiro tanto la traslación de uno á otro punto de los grandes mundos, como la ocupación que hace de diversos espacios el in- secto mas imperceptible, y contemplo así los planetas que mar- chan en el vacío, sin variar jamas su camino, como al animal ro- deado de resortes interiores que le ayudan á arrastrarse á dis- creción; v mis reflexiones me hacen distinguir diversas clases de ' ni O movimiento: absoluto y relativo, sencillo y compuesto, rectilíneo y curvilíneo, reflecto y rarefrácto. El movimiento absoluto es la variación ó mudanza de situa- ción de un cuerpo con respecto á todos los que le rodean, y mo- vimiento respectivo es la misma mudanza de situación con rela- ción á ciertos cuerpos, pero no á todos. Movimiento sencillo es el de un cuerpo que solo se dirige á un cierto punto, y compuesto el de un cuerpo determinado á mo- verse por muchos motores que obran sobre él á un mismo tiem- po y en diferentes direcciones. Movimiento rectilíneo es el que se hace en línea recta, y cur- vilíneo el que se verifica en línea curva. Movimiento reflecto ó reflejo, es ei de un cuerpo que encuen- tra un obstáculo invencible para el, y que le hace resallar des-02 SEMANAKIO pues del choque, y movimiento raref'racto es el de un cuerpo cu- ya dirección varía en su paso succesivo por dos fluidos de dife- rente densidad. Los dos movimientos de la tierra uno sobre su eje y el otro al rededor del sol, son seguramente uno de los mas grandes bene- ficios del Criador. La atracción atrae y sostiene los cuerpos, mas no les da el impulso y movimiento, ¿Y quién no admirará las relaciones que hay entre esos movimientos y las necesidades del hombre y de la naturaleza. Inclinándose la tierra sobre su eje, presenta alternativamente sus dos lados al sol á quien debo la agradable distribución de sus dias y sus noches, mientras que el movimiento que la conduce en el espacio, la hace gozar alter- nativamente de las cuatro estaciones del año. Antes de entrar en otros permenores sobre los fenómenos del movimiento, es indispensable conocer las leyes que le ha im- puesto la naturaleza enseñadas por la esperiencia, es decir, las reglas constantes conforme á las cuales se mueven todos los cuer- pos. Hablamos de las que pertenecen al movimiento sencillo. 1.a Un cuerpo en quietud permanecerá siempre en reposo, mien- tras una cansa estraña no lo ponga en movimiento. 2.a Todo cuerpo puesto en movimiento, continuará moviéndose con el mis- mo grado de velocidad y en la misma dirección, siempre que aque- lla no se disminuya ó esta no se varié por alguna nueva causa ú obstáculo. Sobre estas dos proposiciones está fundada la cien- cia toda de la mecánica, y partiendo de tan sencillos principios, el genio del hombre ha podido conseguir los resultados mas sor- prendentes. Esplicaremos estas dos leyes. Todos los cuerpos, dice Euler, están en reposo ó en movi- miento. Por evidente que parezca esta proposición, es muy di- fícil conocer cuando un cuerpo se encuentra en uno ú otro esta- do. El papel que veo sobre mi mesa me parece que está quie- to-, pero como la tierra entera se mueve con gran viveza, es pre- ciso absolutamente que mi papel, mi mesa y la casa se muevan con ella: así todo lo que nos parece en reposo tiene el mismo movimiento que la tierra, y verdaderamente no está sino en una quietud aparente. Un cuerpo está en verdadero reposo cuando permanece en el mismo lugar, no con respecto á la tierra, sinoDE LAS SEÑORITAS. s>;¡ con relación al universo. El sol estaría en verdadera quietud si no diera vueltas sobre su eje. Para comprender la diferencia entre el movimiento verdadero ó absoluto, y el aparente ó rela- tivo, podemos reflexionar sobre un pescador que se abandona en su barquilla á la corriente del rio: á él le parece que está quieto y que la orilla es la que se le acerca: esto es lo que se llama movimiento aparente. Sin embargo, el físico sentado sobre la ribera, contempla el barco que se desliza rápidamente con un movimiento verdadero ó absoluto. Solo sobre este último mo- vimiento están fundados los principios de la ciencia. Así pues, si á la vista de un cuerpo en reposo se pregunta si permanecerá en quietud ó comenzará á moverse, como no tenga fuerza alguna que lo impela al movimiento, debe concluirse que quedará quieto mientras no obre sobre él alguna causa estraña. Algunos oponen á esta ley de la naturaleza, el ejemplo de una piedra suspendida de un hilo. Es cierto que está quieta y que si se corta el hilo, la piedra cae sin que se necesite de una fuer- za para moverla; pero es bien sabido que la gravedad ó pesan- tez es la causa de su caida. Si se pregunta ademas si un cuerpo puesto en movimiento de- berá conservar siempre la misma viveza y la misma dirección, y como no podria concebirse porque variaría do camino ó cam- biaría de velocidad, sin razón alguna debe concluirse que el cuerpo continuará moviéndose eternamente á monos do que no sobrevenga alguna causa esterna capaz de turbar su estado. Es verdad que cuando so impele una bola sobre un villar, su movi- miento va disminuyéndose poco á poco, y al cabo de algún tiem- po viene á ponerse en quietud; pero si atendemos al roce de la bola sobre el paño, y si consideramos que el aire 1c opone tam- bién una ligera resistencia, comprenderemos fácilmente que sin todos estos obstáculos, el movimiento de la bola duraría siem- pre. Tales son las pruebas de esta segunda ley del movimiento. Conocidos estos principios, tratemos de descubrir los benefi- cios que nacen de estas dos leyes generales. El depósito de los mares fué dispuesto en las partes mas bajas del globo, á fui de que todos los nos bajasen á ellas por una pendiente suave y ar- reglada. Los rios recibieron su movimiento, no solo para grabe04 SEMANARIO llcccr la tierra, sino también para que sus aguas se conservasen en toda su pureza; estando inmóviles se corromperían y lleva- rían la muerte á la habitación del hombre. Dios les dió un po- co de movimiento y ellos conducen la frescura y la fecundidad. ¡Cuánta previsión en la forma de los mares y cuánta en la incli- nación de los ríos y el movimiento del aire que conduce las aguas á la altura de las montañas! Las fuentes que abastecen los ríos, jamás llenarán los mares, y del seno de esas aguas amargas y saladas agitadas por el flu- jo y reflujo, hace producir el Eterno aguas dulces y puras que refrescan nuestras campiñas. El movimiento no contribuye menos á la belleza de la natu- raleza, un campo, un paisaje, un bosque, un árbol sin movimien- to se presentan tristes, aparecen cual muertos. Si sopla suave el dulce céfiro al través del follaje, si se ve voltejear un pajari- 11o sobre las ramas de un árbol ó bien zambullirse los patos en las aguas tranquilas de una laguna ó de un estanque, ó correr un venado en lo intrincado de un bosque, al punto la naturaleza se llena de vida, y un poco de movimiento cambia completamente el cuadro. ¡Tanto así anima al hombre el encontrar por todas partes ese sentimiento de la ecsistencia que hace su fuerza y su grandeza! Y todavía nada hay mas dulce que el encanto que el hombre encuentra al rededor de sí mismo. Si consideramos los fenómenos del movimiento en los anima- les, admiraremos la facultad que tienen de trasportarse de un lu- gar á otro según su capricho ó sus necesidades. Es dil CUADERNO 6, OCTUBRE 2G DE 1841. Stf¡5á§RA la estación en que multitud de personas llegan a las aguas de Brighton, unos para curarse, y para divertirse otros. Entre los primeros estaba el duque Villamonti, señor napolitano cuya edad de cerca de sesenta años, no le habia impedido dejar el bello cielo de su pais, resuelto á seguir el consejo de muchos ingleses que le persuadían lograría algún alivio á sus dolores por medio de aquellos baños. La multitud de concurrentes obligó al duque á tomar una vi- vienda, única habitación que habia vacia en una casa, donde se hallaban alojadas familias, cuya poca fortuna no les permitía alo- jarse mas cómodamente. M. Madisson, su muger y su hija, compo nian una de ellas, de noble cuna, aunque de escasa suerte. M. Ma- disson, no se lamentaba de su pobreza sino cuando pensaba en los dos seres queridos que participaban de ella; por su parte el es- tudio ocupaba en sus goces el lugar que habría podido obtener la fortuna, pero la señora Madisson sentía mas vivamente todo lo amargo de su situación, sufría por sí y por su hija, hasta el pun- to de que su salud comenzó á alterarse de una manera alarman- te, y el médico la recetó los baños de IJrigthon a donde la con- dujo su marido que la adoraba, aunque á fuerza de mil sacrificios. Muy pronto M. Madisson entabló relaciones con el duque, quien no teniendo otras distracciones que la de ir á tomar su ba- ño quedándose el resto del dia en su cuarto, buscaba cotí ahinco la sociedad de su vecino ingles, cuya instrucción y buenos modales apreciaba cada dia mas: no tardó en invitar á la señora para que le hiciese el honor de ir á comer á su habitación, y una vez aceptado el convite, lo repetia con frecuencia. La señora Madisson no obstante su escasa fortuna, conocía bastante el to- no del gran mundo en que se habia educado; había criado á su hija con el mayor esmero, y Evelina poseia talentos y habilida- des no comunes á la edad de diez y siete años; la sencillez de su TOM. III.-O. (>. 11>122 IEHANARIO tragc no impedia que su belleza se liiciese notable, y el viejo du- que no pudo ver sus poblados cabellos, que caían en bucles so- bre sus blancas espaldas, sin soñar en sus vírgenes de Rafael que habia dejado en su galería de Ñapóles. Pero la figura de Evelina no era lo que mas le seduciarsu ad- mirable voz y la bondad con que se ponia á leerle cuando se es- trechó mas la amistad con su familia, penetraba hasta su cora- zón, lo mismo que su canto, en términos de que el duque olvida- ba al escucharla sus dolores y se creía volver á la edad de trein. ta años. De todo ello resultó, que aun no terminaba la tempora- da de los baños, cuando el duque pidió la mano de Evelina. Por brillante que fuese bajo muchos aspectos semejante ma- trimonio, no hablaron de él sus padres ú Evelina sino temblando y teniendo cuidado en decirle que ello3 nada habian prometido y que la dejaban en entera libertad de rehusar este enlace. A la primera palabra de una demanda que jamas habia ocurrido á Evelina, para quien el duque solo habia sido un objeto de respe- to y compasión, se puso pálida y trémula; pero al volver los ojos ¡i su madre, cuyo semblante manifestaba de un modo inequí- voco los padecimientos de la miseria, se esforzó á sonreirse y di- jo, que consentía gustosa en casarse con el duque. Tres semanas después partía el duque de Villamonti con su jóven esposa para Nápoles, habiendo establecido á los padres de Evelina en una casa de campo que les habia comprado cerca de Londres, habiéndoles además asegurado una renta anual de cua- trocientas guineas (dos mil pesos). La pobre Evelina no podia consolarse al tener que dejar á aquellos tiernos padres por cuya felicidad acababa de sacrificarse, teniendo que ir á habitar á un pais distante del suyo y á vivir entre estrangeros al lado de un anciano, cuyos sufrimientos alteraban á veces su carácter natu- ralmente bueno y humano, pero muy lejos de murmurar contra la suerte, siempre pensaba en la casa y en la renta que habian puesto á sus padres al abrigo de las necesidades, y que queda- ban bendiciendo diariamente á su hija. El duque se aprovechó tan bien de los baños de Brigthon, que á su llegada á Nápoles pudo presentar ú su muger á la corte, en donde la jóven duquesa fué recibida con mucho aprecio. Eve-DE LAS SEÑORITAS. 123 lina conocía bien que un marido de sesenta años no era el mas propio para desviar á los adoradores de una muger de diez y sie- te, y comprendió, que solo por la rigidez de su conducta podia ha- cerse estimar en la sociedad. Jamás quiso salir de su casa sin el duque, quien raras veces podia acompañarla; pero la vida seden- taria á que estaba habituada, satisfacía completamente sus gus- tos. Tenia antipatía á las grandes reuniones y tertulias, y no se detenia en su tocador sino una que otra vez, para satisfacer el de- seo de su marido, que gustaba de verla brillantemente adornada. Le habia dado todos los brillantes de su primera muger, que va- han cerca de medio millón de pesos; pero ella los usaba muy po- co, á escepcion de un brazalete que tenia el retrato del duque á la edad de veintiocho años. Este retrato escitaba en ella la idea mas encantadora del joven á quien no habia podido conocer sino en su vejez, aunque se parecía ya tan poco al original, que Eve- lina decía alguna vez al mirarlo á sus solas; ¡Qué desgracia que haya cambiado tanto! Si la joven duquesa hacia tan poco caso de los placeres que con tanto empeño se buscan en el mundo, disfrutaba sin embar- go de los que proporciona una rica y brillante existencia: habi- taba en el invierno un magnífico palacio, y en el estío una her- mosa casa de campo, poseyendo con profusión todo lo que podia satisfacer su gusto por las artes. El duque, á quien los cuidados y la sociedad de esta amable criatura prolongaban la vida, se complacía en adivinar todos sus deseos y en rodearla de todos los goces que da una gran fortuna, franqueándole con abundan- cia tof'-is los medios de entregarse á la beneficencia, que ejercía con delicia. Así es, que cuando Evelina, colmada de las bendi- ciones y la gratitud de los infelices, volvia i\ tomar su lugar de enfermera cerca de su marido, tenia el rostro placentero, su co- razón estaba satisfecho, y bie¡« lejos de entregarse á ideas tris- tes, sentia la necesidad de probar á su anciano amigo su apre- cio, su ternura y su reconocimiento. Habían pasado diez y ocho meses desde su casamiento y al. gunos días de haber llegado á su casa de campo á dos leguas de Nápolcs, cuando una tarde le anunció el duque que al (lia siguien- te vendrían á visitarlos SU hermana y su sobrino, de quienes le121 SEMANARIO habia hablado, pero á los que no conocía porque residían en Pa- rís hacia tres años. Llegaron en efecto. La condesa Molza conservaba todavía su belleza, pero su cabeza elevada y su mirar altanero, anuncia- ban todo el orgullo de su carácter. En cuanto á Luis, su hijo, que tendría sus veinticinco años, Evelina, cuando se presentó apenas pudo contener un grito de sorpresa, viendo la semejanza de aquel joven con el retrato que llevaba al brazo. Abrazaron al duque con júbilo, mas al presentarles éste ú su muger, la es- presion de su rostro cambió completamente, y saludaron á la du- quesa con tal frialdad, que el corazón de Evelina no pudo dejar de resentirse dolorosamente. Después de lomar asiento, se entabló una conversación íntima entre el hermano, la hermana y el sobrino. El duque preguntó á Luis lo que habia visto de mas notable en Francia, y el joven contestó sobre todo con talento y con gracia. Sus ojos se ani- maban al contar á su tio las diversas impresiones que habían exi- tado en él varias circunstancias. Evelina, acostumbrada á la conversación lenta y monótona de un viejo, no dejaba de escu- charlo con agrado, apesar del ligero resentimiento que sentía en el fondo del corazón. Este resentimiento se justificaba mas cada dia por el modo ofensivo con que los dos parientes la trataban: á mas de no diri- girle nunca la palabra, cuando por contingencia decia ella algu- na cosa nada le respondían, y si Luis le dirigía algunas miradas, habia en ellas cierto desden, que no se escapaba y que hería pro- fundamente á la duquesa. Apesar de que Evelina hacia los honores de la mesa con tan- ta gracia como urbanidad, no lograba cambiar los modales de sus convidados. Una política glacial correspondía siempre á su dulce benevolencia. Por la nocta la condesa y su hijo se retira- ban sin dirigir ni un saludo á la inocente criatura, á quien juz- gaban tan indignamente habia vendido su juventud y su belle- za al interés del oro. Elfprímer cuidado del duque desde que llegaron, fué pregun- tar á Evelina si estaba satisfecha de las considerraciones de su familia, pero Evelina, demasiado prudente para quejarse, pacu-DE LAS SEÑOMTAS. 125 ró persuadirle de que su porte hacia ella era, cual debia ser. El duque le elogiaba con frecuencia á Luis, no solo por su talento, sino por las cualidades de su corazón, contándole algunos rasgos de su vida. Cuando Evelina retirada en su cuarto reflexionaba sobre esta época que le parecía la mas interesante de su vida, sin poder ver en Luis un objeto de resentimiento, á cada paso tenia que dis- traer de su imaginación la amable figura de un joven, que solo á ella no se había manifestado risueña. Incapaz de viles cálculos, ella esplicaba naturalmente la frialdad de los parientes de su ma- rido por el disgusto que debían resentir, al encontrar colocada cerca de su hermano ó de su tío, á una persona estraña, cuyos cuidados y esmero habia preferido el duque á los de su familia. ,.Cuando ellos me conozcan mejor, se decia ú sí misma, me per- donarán el empeño que tengo de alargar la. vida á aquel hombre á quien debo nada menos que la felicidad de mis padres." Al hablar de este modo, Evelina se disponía á meterse en la cama' y al desatar su brazalete, sus ojos quedaron fijos sobre el retrato^ En otras cien ocasiones acabó de conocer Evelina que su vis- ta siempre era desagradable á la condesa y á su hijo, y desde entonces tenia cuidado de quedarse en su cuarto muchas horas, mientras venían ellos á su casa de campo. Esta conducta y la causa que la motivaba, no impedían sin embargo, que la presen- cia de Luis dejase siempre de causarle una emoción de que no era dueña: ya guardase silencio, ó ya oyese su voz, siempre te- nia necesidad de llamar en su auxilio á su herido orgullo para no dirigir con frecuencia una tierna mirada hacia él. Cuando se veia obligada á dirigir la palabra, se ponia encarnada y tem- blorosa. En fin, apesar de su calma habitual, su corazón se en- tregaba á la tristeza ocupado de una imúgen que la perseguía sin cesar á despecho de todos aus esfuerzos. Muchas noches des- pués de haber dejado á su marido, se iba á un'pcqueño salón de música que tenia, y asomada á una ventana que dejaba en- trar el aire y el perfume de las flores del jardín, se entregaba á los mas tristes pensamientos; la memoria de Luis que no po- día borrar, llenaba su alma de sentimientos tan confusos de ternura y de cólera, que no pudiendo soportar su pena, se pasea"126 SEMANARIO ba á lo largo con una agitación estraordinaria, hasta que las lá- grimas venían á servirle de alivio y se caia de rodillas suplican- do al cielo le devolviese la paz que habia perdido. El invierno habia retirado á Ñapóles al duque y á su muger. Esta alimentaba la idea de que en la casa de campo volveria á ver á Luis todos los dias; mas como ella habia cuidado siempre de ocultar las penas que devoraban su corazón á los ojos de su marido, cuya debilidad se aumentaba diariamente, redoblaba sus cuidados hacia él, encontrando cierta dulzura á su mal en el cum- plimiento de sus deberes. Un dia acompañando al duque que se hallaba en cama hacia una semana, recibió una carta de Milán que se apresuró á leer á su esposo: la abrió con mano trémula al momento que co- noció la letra de Luis, y mucho mas cuando leyó la noticia que este comunicaba á su tio de la muerte de su madre. Cada pa- labra estaba escrita con tal emoción que penetrada de dolor é inundada de un torrente de lágrimas no pudo concluirla. El duque no lloró; pero sea que tan triste noticia daba el último golpe á su decadente existencia, ó sea que su hora habia llegado, dió el último suspiro en los brazos de su muger, pidiendo reca- yese sobre ella la bendición de Dios. El dolor de Evelina al perder á su mejor amigo y bienhechor, fué tan grande, que en muchos dias no pudo distraerla ningún otro pensamiento, y solo cuando su abogado le manifestó que era preciso escribiese al conde de Molza para que viniese á presen- ciar la apertura del testamento pudo despertar de la especie de sueño en que yacia. Llegado el dia en que se presentó el conde, Evelina pálida y temblorosa, entró á la sala donde debia verificarse esta ceremo- nia. En ella se habían reunido algunos parientes lejanos del du- que y Luis, cuyas facciones alteradas por el dolor, la conmovie- ron vivamente. Fuese efecto de una circunstancia tan solem- ne ó del trage de duelo que cubría á la duquesa, el saludo del conde fué mas respetuoso y menos frío que el de costumbre. Sentados todos se abrió el testamento. El duque dejaba á su viuda todos los diamantes de la primera duquesa de Villamonti, su palacio de Ñapóles y cuarenta mil pesos de renta, es decir laDE l.AS SEÑORITAS. 127 cuarta parte de sus bienes, dejando las otras tres cuartas á Luis. Los términos en que el duque anunciaba sus disposiciones con respecto á su muger, eran tan tiernos y honrosos que Evelina no pudo menos de conmoverse. Todas las miradas se dirigían ha- cia, ella sin esceptuar las de Luis. Terminada la lectura, cada uno se levantó de su asiento y acercándose la duquesa al notario le suplicó fuese á su cuarto por la tarde, y saludando á la concur- rencia con aire dulce y noble, salió del salón. La mañana siguiente el conde Luis recibió esta carta: „Sin renunciar, señor conde, al eterno reconocimiento que conserva- ré siempre á mi amado esposo por los dones que ha querido ha- cerme, rehuso aceptarlos. Decidida, como lo estoy, á reunirme con mis amados padres, los beneficios que deben al que yo lloro son bastantes para satisfacer mis modestos deseos. Adjunto por lo mismo, mi renuncia en forma a la parte que podria reclamar del caudal del duque de Villamonti, que debe perteneceros todo entero. Os remito igualmente el escritorio que contiene los dia- mantes, sin haber tomado de él sino un brazalete que lleva el retrato de mí bienhechor, y que no tengo bastante valor para ha- ceros el sacrificio de él.—Evelina, duquesa de Villamonti." A la lectura de esta carta, penetrado Luis de un sentimiento el mas vivo de remordimiento, sus ojos se llenaron de lágrimas. La dejó caer sobre una mesa, y la imágen de aquella hermosa criatura á quien había condenado tan injustamente al desprecio, se le representó con un encanto inesplicable, y reflexionando la tris- te soledad en que la duquesa había querido pasar tres de los mas bellos años de su vida, reconoció en el objeto que se habia atre- vido á despreciar, un ángel de resignación, víctima de su amor filial. „Yo soy el mas culpable de los hombres, esclamó, cuando he querido borrar de mi memoria mil pormenores de la conducta de Evelina y de la mia, y no seré feliz sin obtener su perdón." Al momento montó en su coche y á todo galope se dirigió al palacio de Villamonti; pero la duquesa había salido la noche an- tes para Inglaterra, después de haber prevenido á sus criados recibiesen las órdenes del conde de Molza. Luis en medio de su desesperación, investigaba á los criados para saber el camino que habia tomado, sin que nadie pudiese128 SEMANARIO darle razón. Se dirigió en seguida al departamento de la duque- sa, y ávidamente observaba el piano y los hermosos dibujos que cubrían las paredes, reflexionando el desden con que su madre se habia desdeñado de observar los talentos y aplicación de Eve- lina. Ignorando el lugar de Inglaterra en que vivían los padres de esta, nada omitió por averiguar su paradero; pero duran- te dos meses no pudo adelantar cosa alguna en sus investiga- ciones, hasta que escribió á un banquero de Londres, encargán- dole se informase del lugar en que habitaba la familia Madisson. Evelina de vuelta á casa de sus padres, fué recibida por ellos con trasportes de júbilo. A fin de no afligirlos con una triste- za que no podia vencer, se empeñaba en distraerse. La peque- ña casa que habitaban estaba situada en un lugar encantador, y su mayor placer era recorrer las cercanaís. Su pincel, la lec- tura y la música la ocupaban el resto; mas sin embargo, la me- moria de Luis venia á perseguirla cada dia con mas viveza. Sen- tada algunas veces bajo una encina fijaba los ojos sobre el re- trato que no podia resolverse á quitar de su brazo, y permane- cía muchas horas en la mas triste contemplación. Después de cuatro meses al entrar una vez en su casa, su pa- dre le dijo que acababa de tener una visita de un jóven, que ha- bia sentido mucho no encontrarla. „E1 conde de Molza, agregó su madre, ha estado una hora aguardándote y va á volver luego." Mientras que su madre hablaba, Evelina cayó sobre una silla sin fuerzas, sin color y casi sin sentido. „¡EI conde! gritó. ¿El conde de Molza, decis?—Sin duda, replicó la madre. Éste es el nombre con que se ha anunciado." „No es posbile, madre mía, replicó Evelina, cuyo rostro se cu- brió de rubor. ¿El conde de Molza ha venido á buscarme?.... _¿Y por qué no, gritó Luis, entrando precipitadamente en la sa- la. El mismo es quien viene á implorar vuestro generoso perdón.'' La emoción de Evelina era tan grande, que le fué imposible responder absolutamente una palabra. El conde puso en sus ma- nos el documento por el que ella se despojaba de sus bienes, y le aseguró cien veces su mas tierno respeto. Fácil será adivinar que Luis obtuvo su perdón. Durante el tiempo que debia tardar todavía el duelo de la duquesa, venia to- dos los días de Londres á visitarla, y cuando llegó de Roma la dispensa del Santo Padre, Luis fué el esposo dichoso de su jó- ven madrastra.—Madama de Bawu. [Traducido para el Semanario, del Keepsake francés de 1838.]('¿ÜAtGVDE J,\S SI2A0JIITAS. 219 A moda puede llamarse la parte movible de las costum- bres. Los usos nacen de las necesidades: las costumbres son el resultado de las habitudes sociales políticas ó religiosas que ri- gen á los pueblos. La moda tiene sus cambios mas sutiles y to- ma su origen de los caprichos del gusto que procura oponer la variedad de sus goces como un remedio al fastidio. Desco- nocida en las clases de la sociedad que trabajan y sufren, la mo- da es una contribución impuesta á los ociosos, á los grandes y ¡i los acaudalados, para enriquecer con el producto de sus fantasías, á los fabricantes ó á los operarios industriosos. En efecto, esas perpetuas variaciones en los trages, en los equipages y en los muebles, sirviendo ú la vanidad de los que los pagan, alimentan á multitud de artesanos que sin este recurso se verían condena- dos á la miseria. La moda no es solamente la reina y el arbitro supremo de los trages y de los adornos: esta definición de la Enciclopedia me- tódica siempre me lia parecido incompleta. El imperio de la moda se estiendü á todos los objetos y es como dice Gretry, el reflejo de las costumbres, reflejo movible, variable, é incierto. La moda se apodera de las mas graves discuciones y aun de las cuestiones mas altas de política y de interés social, y la me- dicina ha sido una de las ciencias mas sujetas á su capricho. Las artes que no tienen otro objeto que divertir ú los hombres están por consiguiente mas espuestas á su despótico dominio. Con solo mencionar la música convendrán mis amables suscri- toras en la esactitudde esta idea. Pero la moda no tiene un reinado tan universal en el mundo: hay naciones inmóviles, sobre las que el tiempo no ejerce influ- jo alguno, y que miran como indigno de una persona no solo el capricho de los trages, sino la mas ligera alteración en las cos- to \r. ni. I"130 SEMANMUO tumbres. La mayor parte del Asia vive bajo esta ley inmuta- ble. Lo pasado decide allí siempre de lo presente; y si caen los tronos, y si las batallas se ganan ó se pierden, nada cambian las costumbres en las ¡deas ni en las habitudes de la sociedad. Los asiáticos tienen mas bien pasiones que gustos, mas bien volun- tad que capricho. Este principio conserva las instituciones an- tiguas; pero conserva también al mismo tiempo la tiranía, el vi- cio, la ociosidad y la ignorancia. Las pirámides de Egipto con- servan también sus cadáveres embalsamados; pero careciendo de vida no conservan al pueblo laborioso que las formó. Mas á escepcion de la Asia, en todo lo restante del mundo civilizado las modas saliendo por lo regular de Francia, recorren toda la Euro- pa y aunque con algún retardo, vienen á recalar en el nuevo continente. Una sucesión de impresiones rápidas y ligeras que siguen unas á otras, una multitud de caprichos y de fantasías que vienen á apoderarse de los espíritus mas superficiales, producen esa perpetua movilidad en las habitudes sociales y esas variacio- nes continuas de trages y de adornos. Con todo, puede asegu- rarse que de algunos años á esta parte, la moda ha perdido mu- cho de su antiguo poder. Los vestidos en lo general son unifor- mes, sencillos, graves, y distinguen por su misma uniformidad, á las diversas clases del orden social. Solo los trages del bello sexo mantienen todavía su esclava sujeción al poder de la moda, y pertenecen á su privilegiado dominio. Ya en otro artículo hemos hablado bastante sobre esta mate- ria, y por ahora nos reduciremos únicamente á presentar á nues- tras amables suscritoras algunos de los objetos pertenecientes á las últimas modas de París, tales como una pelerina, una falla ó gorro, una doblonera, un lazo para el cuello, y dos bolsas ó ridí- culos para la mano. El número 1, manifiesta el frente y la espalda de una peleri- na ó pañoleta de musolina ó de cambray batista. El rasgo inte- rior que forma un diente, indica el dobladillo cortado que cae en puntas truncadas sobre el género trasparente. Hay que observar que los delanteros deben caer muy derechos é iguales, y que el centro no debe quedar sino sobre el borde esterior do la falda del vestido. Al rededor del cuello hay un listón hecho en cara-nr. LAS SEÑORITAS. 131 2<22:-!/i¡f lili' £2W<3W£S* á^í>N todas las regiones bárbaras, gimen las mugeres bajo la mas dura opresión. El salvage, ocupado únicamente de sus ne- cesidades, no cuitla mas que de su subsistencia y seguridad. No es atraído á los placeres del amor, sino por el voto de la natura- leza que vela en la perpetuidad de su especie. La unión de los sexos, por lo común fortuita, raras veces tendría solidez en los bosques, si la ternura paternal y maternal no inspirase ú los es- posos la conservación del fruto de su unión. Pero antes que el primer hijo llegue á edad de bastarse á sí mismo, nacen otros á los que no pueden negarse idénticos cuidados. Llega, en fin, el momento en que esta razón social deja de existir; mas entonces Ja fuerza de un largo hábito, el consuelo de verse rodeado de una familia mas ó menos numerosa, las esperanzas de recibir socor- ros de su posteridad en sus últimos dias, todo quita el pensamien- to y la voluntad de separarse. Los hombres son los que sacan mayores ventajas de esta habitación común. Entre pueblos que no conceden su estimación sino á la fuerza y al valor, cuesta muy caro á la debilidad, la protección que se le dispensa. Las mugeres viven allí en el oprobio: son obligadas á desempeñar los trabajos que se reputan por mas infames. Las manos acos- tumbradas á manejar el arco ó el remo, se creerían envilecidas por ocupaciones sedentarias, aun cuando fuesen las de la agri- cultura. Las mugeres son menos desgraciadas entre pueblos pastores, á quienes una existencia mas segura permite ocuparse en hacer á aquellas la vida mas agradable. En el bienestar y ocio de que gozan, pueden formarse una imagen de la belleza, tener elección en el objeto de sus deseos y añadir ú la idea de los placeres físi- cos, la de un sentimiento mas noble. Tan luego como comienzan las tierras á ser cultivadas, las re- laciones de los dos sexos se van perfeccionando. La propiedadDE LAS SEÑORITAS. 133 que no existia entre los pueblos salvages, y á la que los pueblos pastores daban muy poca importancia, comienza á tenerla entre los agricultores. -La desigualdad que no tarda en introducirse en las fortunas, debe también producirla en las consideraciones. Entonces los nudos del matrimonio ya no se forman á la ventu- ra y tampoco se desea que se desaten. Para tener buena aco- gida, es preciso agradar, y esta necesidad produce miramientos hacia las mugeres y las da dignidad. De la creación de las artes y del comercio, reciben nueva im- portancia. Entonces los quehaceres se aumentan, las relaciones se complican. Los hombres de grandes negocios que tienen mu- chas veces que ausentarse de su taller ó de su hogar, se ven en la necesidad de asociar á sus talentos, la vigilancia y cuidados de las mugeres. Estas, á las cuales ni el hábito de la galantería, m el lujo, ni la disipación, hacen fastidiosas ocupaciones oscuras y senas, se entregan sin reserva y con el mejor suceso ú las fun- ciones, que les han sido encomendadas. El retiro que exige este género de vida, les hace amable y familiar la práctica do las vir- tudes domésticas. La autoridad, el respeto, la afición de cuanto las rodea, son la recompensa de una tan apreciable conducta. Llega al fin el tiempo en que el aumento en las fortunas hace que se comience á sentir hastío por el trabajo, y que sea uno de los primeros cuidados el alejarle, multiplicando las diversiones, estendiendo los goces. Esta es la época en que las mugeres son solicitadas diligentemente, ya por las amables cualidades que re- ciben de la naturaleza, ya por las que adquieren con la educación. Se estienden las relaciones: ya no conviene la vida retirada: es preciso un puesto mas brillante. Una vez colocadas las muge- res en el teatro del mundo, se hacen el alma de todos los place- res y el móvil de los mas importantes negocios. La soberana felicidad de la vida consiste en agradarlas, y la mas glande am- bición en obtener preferencias. Renace entonces entre los dos sexos la libertad del estado de naturaleza, con esta notable dife- rencia, do que en ¡a ciudad las afecciones entre marido y mu- ger, no son tan puras y sinceras como en el interior de los bos- ques; que los hijos confiados á manos mercenarias, no forman, como debieran, un vínculo de la unión conyugal; y que la incons-181 RBMANABIO tancia que ninguna fatal consecuencia tuviera en la mayor par- te de los pueblos salvages, influye sobremanera en la tranquili- dad doméstica y en la felicidad de las naciones civilizadas, en las que es uno de los principales síntomas de una general cor- rupción y de la estincion de todas las afecciones honestas. La tiranía ejercida sobre las mugeres en las riberas del Ori- noco, debe ser una de las principales causas de la despoblación en aquellas comarcas tan favorecidas de la naturaleza. Las ma- dres han contraído allí el hábito de hacer perecer á las hijas que dan á luz. Ni aun el cristianismo ha podido desarraigar este uso abominable. Así lo rectifica el jesuíta Gumila, quien advertido de que una de sus neófitas acababa de cometer un infanticidio de esta clase, fué á buscarla para echarle en cara su crimen en los términos mas enérgicos. Ella le escuchó pacificamente, y cuando hubo acabado su discurso, le pidió permiso para contes- tarle, y lo hizo en los términos siguientes: «Pluguiese á Dios, padre, pluguiese á Dios que en el momen- to de echarme mi madre al mundo, hubiese tenido bastante amor y compasión hacia mí para librarme de los males que he sufrido y de los que aun me resta que sufrir. Si mi madre me hubiese ahogado luego que nací, habría muerto; pero al fin, no habría sentido la muerte, y sí escapado de la mas desgraciada de todas las condiciones. ¡O cuánto lie padecido y quién sabe cuanto inc queda que padecer! „Ilepresentaos, padre, las penas que están reservadas ú una india entre estos indios. Nos acompañan al campo con su arco y su flecha; nosotras vamos cargando á uno de nuestros hijos en una cesta, y llevamos otro pendiente de los pechos. Se van los hombres á cazar una ave ó á pescar; nosotras trabajamos las tierras y después de haber soportado toda la fatiga del cultivo, sobrellevamos también la de la cosecha. Vuelven ellos por la tar- de sin cosa alguna; nosotras tenemos que ir á traer raices para su alimento y niaiz para su bebida. De regreso se vienen ellos á entretenerse con sus amigos; nosotras tenemos que buscar leña y agua para preparar la comida. Luego que han comido, se echan á dormir; nosotras pasamos la mayor paite de la noche moliendo el maiz que ha de servir para la chicha. ¡,Y cual es laDI3 I,AS SEÑORITAS. 135 recompensa de nuestras vigilias? Que cuando se ponen á beber y se embriagan, nos arrastren del pelo y nos den de patadas. „Ah padre! pluguiese á Dios que mi madre me hubiera hecho perecer en el momento de haber nacido! Tú sabes si nuestras quejas son justas. Diariamente eres tú testigo de lo que refiero; pero aun no conoces en qué consiste nuestra mayor desgracia. „Es demasiado triste para la infeliz india servir como esclava á su marido en el campo, bañada en sudor en fuerza de las fati- gas, y en la habitación estar privada de todo reposo. Sin em- bargo, es aun mas horrible ver que después de veinte años toma el marido una muger mas joven que carece de juicio. Luego le da la preferencia. Ella maltrata á nuestros hijos: ella nos manda: ella nos trata como á sus sirvientas, y ú la menor queja que se nos escapase, una rama de árbol levantada.... ¡Ah, padre! ¡có- mo quieres que soportemos semejante estado! ¿Qué cosa mejor puede hacerse para una india, que sustraerla desde su infancia de una servidumbre mil veces peor que la muerte? ¡Pluguiese á Dios, padre, lo repito, que mi madre me hubiese amado bastan- te, para haberme sepultado desde que nací! Mi corazón no ten- dria tanto que sufrir, ni mis ojos tanto que llorar." [Traducidopara el Semanario, por Marcelo Molina.] LITERATURA.—POESIA, r. - * ella es la luz de la naciente aurora Que iluminando al mundo se derrama, Bella es de esc fanal la inmensa Huma Cuando mucre apagándose en el mar. Bello es el mundo en su agitar violento Con sus pueblos inmensos y sus mares, Con sus régios festines y cantares Ahogando entre sus risas el pesar. Bello es vivir, y entre placeres ciento Ver deslizarse el aura de la vida Con el placer el alma adormecida, Sin mirar el lejano porvenir. Pero en breve á la vista desparece Cual humo leve la ilusiou mundana, Y el lúgubre clamor de una campana Nos recuerda la hora del morir. EntónccB nuestra imbécil fantasía Con la imagen de un Dios tal vez se asom- O nos dibuja entre la oscura sombra (bra, Fantasmas mil de uterrador poder. V al seno de los báquicos festines A que se entrega el indolente mundo,130 SEMANARIO Lleva el eco el clamor de un moribundo Para quien cena el terrenal placer. Y el ruido de la tumba que se cierra Es el paso primero del olvido, Y ahoga tal vez el postrimer gemido Del que llorar en rededor pensó, Y vuelve el mundo á su agitar violento, Y torna su placer tras su pesar Cual de una nave el surco sobre el mar Borra otra nave que después pasó. II. Será ver llegar un dia En que al son de una trompeta Levanten los muertos hombres La descamada cabeza. En que abiertos los sepulcros, En que las tumbas abiertas Rueden rotos los trofeos De la terrenal grandeza. En que aparecen iguales A los grandes de la tierra Los que arrastraron su vida Entre el lodo y la miseria. Será ver á los tiranos, Entre sombras que los cercan, Con roja sangre manchada La mal ceñida diadema. Será ver 6. los guerreros, Que asombrarán á la tierra, Con los vencidos alzarse Confundidos de la huesa. Será ver los hombres todos Del Señor en la presencia Sentir el fatal instante De la divina sentencia: Y el justo Dios en el cielo. Cercado de gloria inmensa, Juzgando de tanto crimen Y tanta humana flaqueza. Y será, en fin, ver al mundo Tocar en su hora postrera Moribundo, sin festines, Sin sol, sin luna, ni estrellas. III. Brfve resbala la vida Sobre la frente del hombre, Dejando solo su nombre Por recuerdo del vivir. Que cada aurora que pasa Y que ilumina su frente Viene á robarle inclemente Una parte de existir. Y aunen su arrogancia loca El hombre mísero ansia Que breve resbale un dia Tras otro dia quizá. Y maldiciendo del tiempo Y su tardanza importuna Ve sin esperanza alguna Pasar la vida fugaz. Y cuando llega la muerto Con su rostro descarnado Se revuelve acongojado En su lecho de dolor. Y llora el tiempo perdido Como perdido tesoro, Llora el avaro su oro. Llora la virgen su amor. Lloran reyes las coronas Que se ciñeron apenas, Y los siervos sus cadenas Lloran perdidas también: Que tollos mientras vivieron Entre el llanto y el placer Se acordaron del nacer, Mas ninguno del morir; Hasta que la mano helada De. la muerte al hombre avisa Que en polvo como el que pisa Se tiene que convertir. Que es el mortal leve sombra. Que formándose en el cielo. Se retrata sobre el suelo Con misterioso color. Y cual de nada formado, Cuando en el inundo aparece Se dibuja y desparece Con el soplo de] Señor. J, 1!. Dkmudo.DE LAS SEÑORITAS. 137 N el número 18 del segundo tomo terminamos la tercera época de la Historia sagrada: compendiaremos todo lo posible, la que comprende la cuarta, que comienza en la salida de los Is- raelitas del Egipto, y termina en la construcción del templo de Jerusalem, dividiéndola en dos partes: 1.* Los jueces de Israel. 2.* Sus dos primeros reyes. La salida de Egipto del pueblo de Israel, acaeció 430 años des- pués de la Vocación do Abraham, el año de 1513 del mundo. Miéntras Faraón y los egipcios perecian en las olas, y Moisés y María entonaban himnos eucarísticos, el pueblo de Dios camina- ba hacia un vasto y árido desierto, precedido de una nube que lo protegía contra los ardores del sol durante el dia, sirviéndole da un faro por la noche hasta que llegó á un lugar llamado Mará, cuyas amargas aguas no le permitían saciar su sed, y olvidando inmediatamente el poderoso brazo que lo conducia, dió principio á las continuadas murmuraciones á que se entregó después con tanta frecuencia como injusticia. Moisés, por orden de Dios, echó en las aguas unos ^trozos de madera que tuvieron la virtud de endulzarlas: pero saciada su sed, comenzó su hambre, y la falta de pan originó nuevos clamores. Moisés recurrió á Dios, y el Todopoderoso manifestó sus glorias: á la tarde, una multitud de codornices cayeron en el campo, y á la mañana siguiente to- da la tierra se encontró cubierta de aquel celestial maná con que se alimentó el pueblo de Israel durante su prolongada peregrina- ción. Todas las mañanas se recogía aquel alimento antes de sa- lir el sol, porque al punto que este astro comenzaba á esparcir sus rayos, el maná se deshacía á la manera que el rocío. Esta- ba designada la cantidad que cada uno debia tomar de aquel alimento y prohibido el guardarlo para el dia siguiente, bajo la seguridad de que los que contravenían á este precepto encontra- ban el maná corrompido. Pero el sesto dia de la semana, que era entonces el viérnes, «e recogía cantidad doble, poique al si' T. m, 1* 138 SEMANARIO guíente, que era el sábado, no caia del cielo. El pueblo molia este alimento en un mortero ó almirez, en seguida lo porfía á co- cer y hacia unas tortas superiores, mucho mas esquisitas que to- do lo que ha podido inventar después el arte de la pastelería mo- derna; pues que este manjar divino se acomodaba al gusto de cada uno y se cambiaba en el sabor de aquellos alimentos que le agradaban mas. Al acampar en Raphidim se encontraron sin agua; y siempre ingratos y rebeldes, se levantaron los israelitas contra Moisés hasta el estremo de querer apedrearle. Dios le mandó (pie to- case una peña con su milagrosa vara, y al momento salió á bor- botones un torrente de agua viva. Aun permanecía en aquel lu- gar cuando el rey de los Amalecitas, alarmado ;de su proximidad á sus estados, vino á atacarlos con tropas numerosas. Josué puesto á la cabeza de los hijos de Jacob, marchó contra los in- fieles, los atacó y combatió con valor, mientras que Moisés, au- xiliado de Aaron, hincado de rodillas y con las manos elevadas al cielo, oraba sobre una montaña vecina. Tres meses después de la salida de Egipto llegaron al monte Sinai destinado por Dios para darles su ley. El Señor llamó á Moisés á la cúspide de la montaña, y le dijo: „Decid á los hijos de Jacob, que si escuchan mi voz y guardan mi alianza, serán mi reinó y la nación santa." Moisés obedeció y los isrraelitas unánimes respondieron: „Harémos lo que el Señor nos mande." Durante dos días se purificaron, y al tercero la altura de la montaña apareció llena de fuego y cubierta de una espesa nube de donde salian relámpagos y rayos. Entonces se oyó un soni- do de trompetas y en medio de un gran ruido una \oz pronunció estas palabras: „Yo soy el Señor tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto y do la casa de la servidumbre." Y en seguida esta- bleció los diez mandamientos ó lo que se llama el Decálogo. El no es una nueva ley; porque estos mandamientos estaban ya gra- bados por el Ser Supremo en todos los humanos corazones y no contienen sino los primeros principios del culto de Dios y de la sociedad humana. Si el Eterno quiso renovarlos entonces, fué porque la ignorancia y las pasiones los habían casi borrado de la memoria de los mortales.I)K LAS SEÑORITAS. 139 Después de haber dado el Señor sus preceptos á Moisés para que los comunicase á su pueblo, le anunció también la venida de un profeta semejante á él, que es Jesucristo, legislador como Moi- sés, mediador entre Dios y los hombres, gefe y libertador de su pueblo aunque de un modo infinitamente mas excelente. Le dic- tó también otras leyes para el arreglo de los negocios tempora- les, la administración de justicia, las ceremonias religiosas, la guarda del sábado y las tres grandes festividades que debían ob- servar, la Pascua, la de Pentecostés y la de las tiendas. Habiendo escrito Moisés por orden de Dios estas leyes las le- yó al pueblo, quien prometió cumplirlas ó inmolando algunas victimas de animales, se renovó la alianza que había hecho el Eterno con Abraham. Volvió Moisés á la montaña y permane- ció allí cuarenta dias conferenciando con Dios, quien le ordenó le elevase el primero de todos los templos, eligiendo á Aaron por soberan© pontífice. Pero mientras que el Legislador Supremo descubría á Moisés sus adorables voluntades, los hijos de Jacob, viendo que su gefe no volvia se atumultaron contra Aaron y reu- niendo las alhajas de oro de sus mugeres, fundieron un ídolo se- mejante á los que adoraban los egipcios para tributarle adora- ciones, haciendo sacrificios y bailando á su derredor. Irritado el Eterno por tan abominable ingratitud iba á des- truirlo, cuando Moisés prosternado pudo conseguir su perdón y cuando descendía con las tablas de la ley, las rompió al pie de la montaña, lomó el becerro de oro y lo redujo á polvo, hacien- do beber sus restos en el agua á todo el pueblo, al mismo tiem- po que la tribu de Levi labó con la sangre de multitud de vícti- mas la enormidad de su crimen. Después de esta sangrienta ejecución, volvió Moisés á la montaña y Dios grabó por segun- da vez los diez mandamientos sobre dos tablas de piedra y rati- ficó de nuevo la promesa de poner á los israelitas en posesión del país de los cananeos. Al bajar Moisés tenia el semblante tan lleno de rayos de luz que nadie se atrevía á acercársele y tuvo que cubrirse de un velo, para templar el celestial brillo con que el Señor había decorado su frente. Desde luego4comenzó á trabajarse en la construcción de la Ar- ca de la Alianza y del Tabernáculo: es decir, la tienda de cam-140 nSHilfAItIO paña que debia encerrar las tablas de la ley. Los operarios mas hábiles, escogidos por el mismo Dios, y llenos de su espíritu so apresuraron á terminar estas obras santas, y muy pronto fueron ejecutadas con religiosa esactitud todas las órdenes que el Divi- no Legislador Ies habia prescrito, así en lo moral, como en lo ci- vil y en los preceptos de la ley ceremonial. Muy luego tuvieron una prueba sensible de la severidad con que el Eterno castigaba la transgresión de sus leyes. El fuego debia arder continuamente sobre el altar de los holocaustos y los sacerdotes estaban obligados á mantenerlo de dia y de noche. Nadabjy Abiu, hijos de Aaron, pusieron un fuego profano, y Dios para castigarlos, lanzó sobre ellos llamas que los devoraron. Un israelita blasfemó del nombre de Dios, y al punto fué sacado fuera del campo y apedreado por todo el pueblo. Otro tanto su- cedió á un hombre que cortaba leña un dia sábado. Fatigado Moisés de las murmuraciones de su pueblo, por lo largo de su peregrinación y los frecuentes recuerdos que hacia hasta de las cebollas y melones de Egipto, pidió al Señor que lo descargase del cuidado de conducir á aquella multitud sediciosa 6 indócil, y Dios le dió para que le ayudasen sesenta y doshomr bres. Aaron y María, celosos de la grande autoridad de su her- mano Moisés se revelaron también contra él; pero en justo cas- tigo de Dios, María se vió toda cubierta de lepra, y tuvo que permanecer siete días fuera del campamento, separada de todos los^otros isrraelitas. Por fin, al acercarse ya á las fronteras de la tierra prometida, Moisés envió doce exploradores para reconocer aquel hermoso país, yendo á su cabeza Josué y Caleb. Después de cuarenta dias de ausencia, volvieron cargados de los frutos de su fértil terreno, entre los que se notaba un racimo de uvas que con gran trabajo era conducido por dos hombres. A pesar de esto, algu- nos de los esploradores exageraron la fuerza de los habitantes del pais, y la altura de las murallas que rodeaban sus poblaciones, esparciendo, tal terror, que muchos israelitas se rebelaron, que- riendo mas bien volverse á la sujeción de Egipto, que perecer en los desiertos por donde habían caminado hacia ya dos años, intentando apedrear a Josué y Caleb que se esforzaban en reani-DI LAS SEÑORITAS. 141 mar su valor: entonces Moisés inspirado de Dios, aseguró á los rebeldes que ninguno de ellos entraría en la tierra prometida. De este modo esta nación perversa, fué condenada á permane- cer errante por el espacio de cuarenta años en el desierto, por donde Moisés la condujo, sin otra esperanza que la muerte por término de su destierro. Castigos tan visibles parece que deberían acallar sus murmu- raciones; pero todo lo contrario, Coré, Dathan y Abirón, se su- blevaron contra Moisés y Aaron, aspirando el primero al ponti- ficado; pero abriéndose la tierra cerca del tabernáculo, fueron tragados vivos con todos sus secuaces y pertenencias. Enton- ces el Señor quiso confirmar con un nuevo milagro la elección que liabia hecho de Aaron. Los doce gefes de las doce tribus tomaron sus varas en las manos y las pusieron en el tabernáculo. A la mañana siguiente la de Aaron sola habia florecido. Ya al fin de tan largo viage llegaron los Israelitas á un lugar donde les faltó el agua. Moisés repitió el prodigio de la piedra de Horeb; pero habiendo tenido alguna desconfianza, fué casti- gado por Dios á morir sin entrar en la tierra de Canaan, deján- dole únicamente la satisfacción de conducir á su pueblo hasta las fronteras (1). Para cumplir esta última función de su ministerio, después da [1] El pais que habitaron los hijos de Israel ha tenido mu- chos nombres: se le ha llamado tierra de Chanaan porque fué ocu- pada por los descendientes de Chan,hijo de Noe. Tierra prome- tida porque Dios habia ofrecido darl á la posteridad de Abrahan, Jsac y Jacob. Judea, después de la cautividad de Babilonia, por- que la mayor parte de los que vinieron á establecerse entónces en ella, eran de la tribu de Judá. Palestina, á causa de los pa- lestinos ó fdisteos á quienes Jos griegos y los romanos conocie- ron antes de los judíos. En fin, los cristianos la llamamos Tierra Santa á causa de los misterios que Jesucristo ha obrado en ella para la redención del género humano. Su estension es de cer- ca de sesenta leguas de Mediodía á Norte y ochenta de Orien- te á Poniente: está limitada al Mediodía por grandes monta- ñas que contienen el aire abrazador de los desiertos de Arabia.142 SEMANARIO haber enterrado á Aaraon y puesto en su lugar á su hijo Eleazar, pidió al rey de los Idumeos, descendientes de Esau, el permiso de pasar por sus tierras, el que no solo le fué negado, sino que se preparaba á atacar con sus tropas al pueblo de Israel; pero éste hizo un gran rodeo para evitar un encuentro. Un nuevo tumul- to fué el resultado de esta prudente medida y el castigo no tardó en venir sobre él. Multitud de serpientes lo destrozaba; pero Moisés, por orden del Señor, puso una [serpiente de metal sobre una pica, y todos los que dirigían ú ella sus miradas.se veian sa- nos al momento. Al llegar á los confines del pais de los Amorheos, pidieron per. miso á su rey para pasar; pero la contestación de éste, fué po- nerse á la cabeza de sus tropas para impedirlo. Un triunfo de- cisivo fué el resultado de su temeridad. Og, rey de Basan, tuvo la misma suerte, y poco después Bala, rey de los Moavitas. Después de esta espedicion, Moisés, cercano ya á la muerte, reunió á las tribus y declaró á Jossué por su sucesor en el man- do, las bendijo y rindió el último suspiro. Dócil el pueblo á la El mar Mediterráneo la favorece también al Occidente con sus frescos vientos, y al Norte el monte Líbano que es una cadena de montañas divididas en seis órdenes que forman una especie de gradería, opone una barrera impenetrable á los vientos fríos del Septentrión. El interior del pais en otros tiempos tan fecun- do está dividido por gran número de montañas y colinas, ía., mas propias para viñas y árboles frutales con muchos arroyos que van á unirse al rio Jordán. Las lluvias son raras, pero arre- gladas y bastante abundantes en la primavera y el otoño, aun en el cstio los copiosos rocíos suplen á la escasez de las aguas. Para juzgar de su fertilidad, aun cuando hoy no presenta sino miserables pueblos en ruinas, es preciso reflexionar sobre la mul- titud de sus habitantes en otros tiempos. Cuando los hebreos en- traron ú aquel pais, su número pasaba de cien mil hombres capa- ces de tomar las armas desde la edad de veinte años hasta la de sesenta. Si se computan las ?nugeres, los niños, los viejos, los es- clavos y los naturales del pais que no fueron esterminados; por un cálculo moderado, su población debía ésceder en mucho á dos mi- llones de habitantes. Este número se aumentó mucho, después, porque á los seis arios de haber muerto Josué en una guerra que las once tribus declararon á la de Benjamín esta última, la menor de todas, puso sobre las armas veinte cinco mil hombres, y el restQ de la nación aprestó cuatrocientos mil.DE LAS SEÑORITAS. 14S voz de Josué, el rio Jordán retiró sus aguas para abrirles paso, como lo habia hecho el mar Rojo, y los prodigios se multiplica- ron desde su entrada á la tierra prometida. Los muros de Jeri- có cayeron milagrosamente al sonido de sus trompetas, y sus- pendiendo el dia su carrera para hacer mas completa su victoria, dió á conocer á sus enemigos la mano poderosa que los conducía. Al cabo de seis años de guerra, casi toda la tierra prometida reconoció las leyes de los hijos de Jacob, quienes la dividieron en doce provincias con el nombre de las respectivas tribus; pero apenas la nación se vió instalada en el pais, cuando murió Jossué, á quien succedió Caleb, bajo cuyo mando, olvidados los Israeli- tas de los beneficios del Señor, participaron de la idolatría de los Moavitas, y el Eterno los entregó al yugo de Chuzan, rey de Mesopotamia; mas arrepentidos de sus crímenes, Othoniel los li- bró de la esclavitud. Otra vez volvieron á sus iniquidades y otra vez á la servidum- bre de Eglon, rey de los Moavitas; pero otra vez igualmente les envió el Señor para libertarlos á Aod, quien administró la repú- blica de los judíos por el espacio do ochenta años. A su muerte volvieron á caer en los mismos crímenes. Ja- bín tornó á reducirlos á la cautividad por veinte años. La pro- fetisa Debora juzgó al pueblo, y Barac, tercer juez, destruyó á Sisara, general de los Chananeos. Una cuarta caida les produ- jo una cuarta servidumbre, de la que los libró Gcdeon, destruyen- do á los Madianitas. Abirneleck, hijo de Gedeon, usurpó tiránicamente el mando, y Thola, después de muerto aquel, fué el quinto juez de Israel. A este siguió Jair, Jephté fué el séptimo juez, Abesan el octavo y gobernó siete años, Ahialon gobernó diez, y Abbon ocho; muer- to el cual, cayó el pueblo en su sesta servidumbre bajo los filis- teos, que duró cuarenta años. Mas esta cautividad no les impidió tener dos jueces, Sansón y Heli. El primero, nacido milagrosamente al segundo año de la servidumbre, recibió del cielo una fuerza desconocida. Desde la edad de diez y ocho años cogió de la melena á un león peque- ño que corría hácia él, para devorarle, y sin otras armas que sus manos, lo hizo pedazos; pero muy pronto comenzó á ejercerlas144 SEMANARIO contra los filisteos. Quemá sus mieses y sus viñas, y dio muerto á una multitud de ellos, á veces sin mas arma que la quijada d<» un borrico. Encerrado en la ciudad de Gaza, donde los enemi- gos de Israel lq vigilaban para matarlo cuando saliera, á la mitad de la noche arrancó de sus quicios las pesadas puertas y cargán- dolas sobre sus hombros, las llevó hasta la montaña inmediata. Pero al fin, vencido por su afición á Dalila, muger filistea, le des- cubrió que sus fuerzas consistían en sus cabellos, y la pérfida, cortándoselos cuando dormia, lo entregó á sus paisanos, quienes le sacaron los ojos y poniéndolo en una prisión, le hacían dar vueltas á la rueda de un molino. Algún tiempo después, con mo- tivo de una fiesta que daban los principales magnates de los fi- listeos, lo condujeron á la sala del festín para divertirse con él, pero Sansón, habiendo podido asirse de dos columnas que soste- nían el templo, las sacudió con tanta fuerza, que el techo vino abajo, cubriendo con sus escombros á mas de tres mil filisteos que murieron con él. Heli juzgó al pueblo durante toda esta sesta cautividad: irre- prensible en sus costumbres, hizo que cayesen sobre él y su fa- milia, los castigos del Señor, y débil para contener los desórdenes de sus hijos Ophi fy Phinees, atrajo sobre Israel muy rigorosos castigos. En un combate contra los filisteos, quedaron treinta mil nombres en el campo, y entre ellos, los hijos de Heli; el Ar- ca santa cayó en poder de los enemigos, y Heli, al recibir tan fa- tales noticias, cayó de la silla en que estaba, y se desnucó. Muy pronto se vieron obligados los filisteos á volver el Aarc de la Alianza, mandándola en un carro tirado por dos bueyes que la dirigieron por en medio de los Betsamitas á Israel. Samuel, profeta, fué finalmente el último de los jueces del pue- blo, haciéndole sacudir el yugo de los filisteos y volviendo el cul- to divino á su primera pureza. Hasta Samuel, los jueces de Israel no fueron sino los magis- trados de una república de quien Dios era el Monarca, pero dis- gustados los israelitas de esta administración, y á ejemplo de los pueblos cercanos, quisieron tener reyes para gobernarse. El pro- feta resistió largo tiempo á sus pretensiones, mas al fin se rindió ú ellas, y Saúl, de la tribu de Benjamín, fué escogido para su rey. Los reinados de Saúl y de David, serán el objeto do la siguien- te lección, hasta la construcción del templo de Jerusalem, perio- do de tiempo, que como dije al principio, forma la cuarta época de la historia sagrada,—/. G.DE LAS BEÑOIIITAS. 145 CUADERNO 7—NOVIEMBRE 2 DE 1841. ecientemente llegado ú una ciudad populosa, la primera que veia en mi vida, quiso visitar su célebre cementerio, y para hacerlo, escojí uno de aquellos dias en que el cielo está turbio y nebuloso, y en que el alma sombría, como las nubes, y combatida por el choque de los huracanes de la vida busca en el recogimien- to y la soledad un pensamiento de paz, el pensamiento grande y consolador de la eternidad. Triste, pero con aquella tristeza vaga que se sufre sin poderla esplicar, sentía en mí mismo la necesidad de emociones mas fi- jas, y no podia encontrarlas ciertamente sino en el asilo de la muerte. Sin embargo, al entrar en el fúnebre recinto sentí una especie de enagenamiento que me oprimía el corazón. Jamás habia visto sino los cementerios de los pueblos en que los despojos mortales de los que han vivido en ellos reposan ba- jo un humilde montón de verdura que sirve de peana á una rús- tica cruz de madera; en que el silencio jamás se turba sino por las lágrimas del desgraciado que acompaña A su última morada á un padre, ó aun hijo, ó por la voz lenta y grave del cura. Allí todo es calma y todo invita á la meditación y á ¡a plegaria; allí todo habla de Ja nada y de las vanidades del mundo. Ningún acento sacrilego hace vibrar el aire de ese santuario de las tum- bas, y ninguna mirada curiosa profana sus misterios, porque na- die iría á buscar allí los monumentos del orgullo del hombre. Yo contemplaba, pues, con penosa admiración los diferentes objetos que me presentaba aquel suntuoso cementerio, aquel grandioso palacio de la muerte. Aturdido con una escena tan llena de movimiento y de con- traste, devoraba el conjunto sin detenermo en los pormenores, y cediendo á los prestigios de una imaginación naturalmente viva, tom. m.—c. 7. 19 148 SEMANARIO me creía trasportado á uno de aquellos jardines magníficos de los que mis amigos de colegio me habian hecho tan pomposas des- cripciones en sus cartas. Observaba desde luego la uniformidad de las hileras de árbo- les alternados con bosquecillos de arbustos, que se elevaban en anfiteatro sobre un plano dulcemente inclinado, ó que limitaban una larga calzada; por otro lado veia algunos hueco? sombríos en que se mezclaba al follaje del sauz llorón, el brillante tallo de las acásias y la sombría verdura del álamo y del sabino, y Anal- mente percibia por todas partes ¡as emanaciones balsámicas do la rosa, la lila y el naranjo que aromatizaban deliciosamente el olfato. Multitud de mausoleos de un estilo elegante y variado vesti- dos de flores y de coronas como para un dia de fiesta habrían po- dido completar la ilusión de cualquiera. Ademas, ningún grito de desesperación llegaba á mis oídos, y en mi egoísmo yo habría querido oírllorar á mi lado; mi tristeza reconcentrada en mi alma, tenia necesidad de un estímulo para exhalarse fuera, y yo esta- ba sofocado bajo su peso. „¡Oh! me decia, pasando la mano so- bre mis ardientes pupilas. ¿Dónde deben correr las lágrimas me- jor que aquí?" Olvidaba entonces que la aflicción tiene también su vergüenza y pudor, que se oculta á la sombra, se desahoga en silencio, y se ruboriza de presentar sus secretos á las miradas de los indiferentes. Fatigado bien pronto de vagar sin destino, me puse á leer al- gunos epitafios grabados sobre las tumbas. Aquí la joven repo- saba al lado del anciano: allí el espléndido cenotafio del rico, do- minaba la piedra tumular del pobre; bajo este jarrón las cenizas del hombre de ingenio se mezclaban acaso con las del ser priva- do de inteligencia; tal vez la misma bóveda encerraba los miem- bros de una sola familia á quien la ambición, los odios y las ri- validades de gloria y de grandeza, habian dividido durante su vida. Mas lejos se divisaba el monumento erigido á la memo- ria del hombre ilustre, cuya poderosa voz había resonado desde lo alto de una tribuna, y cuya elocuencia después de haber com- batido tantas pasiones, habia venido á apagarse bajo la piedra fria de una tumba, y esa piedra faustosa no cubría, como la delnr. LAS SEÑORITAS. sepulcro del indigente, mas de algunos granos de polvo, en quo se confunden el rango, la fortuna, la edad, el sexo. En vano la vanidad humana habia querido llevar sus pompas hasta aquel asi- lo funerario; el equilibrio se habia restablecido; la muerte lo ha- bia nivelado todo. ¡Así, de tantos seres, de los que unos dur- mieron su último sueño sobre la pluma y la seda de la cama im- perial y los otros sobre la paja y el heno en el duro suelo, todos se levantarán á la voz del Eterno y al sonido de la trompeta de la justicia suprema! ¡De cuánto júbilo me inundó este sublime recuerdo! El justo que ha sufrido el hambre y el frió sobre la tierra, ¡con qué res- plandor debe brillar su alma cuando se escape de su túmulo pa- ra recibir la palma de las recompensas celestiales! Estas reflexio- nes produjeron gradualmente en mí una deliciosa calma. Mo sorprendí al ver que succedian en mi alma á la amargura que me devoraba, las ideas de paz y de benevolencia. Todo lo que antes habia chocado á mis ojos, tomó un nuevo aspecto; todo lo que habia visto como obra del orgullo, ya no me parecia sino un tributo de respeto y de veneración, rendido á la memoria de un pariente ó de un amigo, y al momento esclamc: , ¿Por qué pre- sentar á la muerte bajo imágenes tétricas y lúgubres? ¿No es ella la que nos abre las puertas de la eternidad? ¿No es la vida la única barrera que separa á la criatura del Criador? Yo quer- ría que se representase á la muerte bajo la figura de un querubin, desplegando sus azuladas alas para recibir el alma que va á to- mar su vuelo hácia los cielos, y que dice á los mortales: ^Vues- tra peregrinación está terminada, la copa amarga se ha agotado, la muerte se aproxima: Dios os tiende sus brazos: os espera la eternidad! [Gracias. Señor, gracias! llágase vuestra voluntad. Esta esclamacion pronunciada en tal momento y ú algunos pasos de mí me hizo volver la cabeza, y vi con sorpresa á un jó- ven arrodillado sobre los escalones de un cenotafio con los bra- zos levantados al ciclo; parecia abismado en un éxtasis que lo aislaba completamente de los objetos que lo rodeaban; sus for- mas graciosas y sus notables rasgos que so perfilaban sobre ol verde oscuro do un ciprés, y su hermoso cabello que vagaba al148 SEMANARIO capricho de la brisa, le ciaban cierto aspecto seráfico. Inmóvil como la figura esculpida sobre el mausoleo, lo habria tenido por una estatua de mármol, si sus labios no hubiesen dejado escapar de cuando en .cuando algunas palabras, y si su pecho agitado no marcase sus palpitaciones. Nada indicaba en su rostro la desesperación: una dulce sere- nidad sombreaba su frente, y su boca sonreía sin esfuerzo. En fin, se levantó, arrancó una rosa blanca del único arbusto, que se elevaba en lo interior de la balaustrada que rodeaba la tumba, la puso en su seno y después de haber aspirado su perfume, di- jo con lenta voz: „¡Adios Cecilia, hasta mañana!" Yo buscaba en vano un pretesto para hablarle, cuando le ví dirigirse de pronto á mi lado con los ojos bajos. Un momento después vaciló y habria caido, ú no haberle, presentado mi brazo para sostenerlo. „¿Estais malo? le dije. No es nada, me repli- có, sufro á veces estos bahidos. Y una sonrisa asomó á sus pá- lidos labios. Yo le hice sentar sobre un banco, y me puse junto á él: des- pués tomando su mano en las mias, le contemplaba en silencio. Nuestros ojos se habian encontrado y nuestras almas se enten- dían. „¿Por qué lloráis? me dijo, como si hubiese adivinado mi pen- samiento: ya veis, que yo no lloro ya." Involuntariamente retro- cedí, dirigiendo una nueva mirada á aquel semblante, que aunque joven, presentaba todos los rasgos de un prolongado dolor. ¿Por qué sufrís tanto? le repliqué, después de una ligera pausa.—Acaso mi cuerpo padece; pero yo no lo siento. „Ya comprendo, le dije, señalándole la tumba que acababa de dejar: hay males delante de los cuales todos los demás enmu- decen." —¡Oh! me replicó, mientras apoyaba con fuerza la mano sobre su corazón, este mal me habria matado; pero debo resignarme á Dios, ó mas bien, debo darle gracias, porque me le ha enviado, pues que él solo es capaz de purificarme de mis faltas, y él solo podrá hacerme digno de una alianza eterna con aquel ángel que me aguarda allá. —¿Era,.. .vuestra querida?PE LAS SEÑORITAS. 149 —Era mi mugcr.... Al menos he podido darle este nombre por un dia entero. Su cabeza se inclinó hacia el pecho y una furtiva lágrima se deslizó por su megilla. —Perdón, le dije, yo os aflijo con una pregunta indiscreta. —¡ Afligirme cuando me habláis de ella! No, no lo temáis, se- ñor: hablarme de Cecilia es el único gozo que puedo tener en el mundo, y puesto que parece iiaberos causado algún interés, voy a contaros nuestra historia, que es tan corta como sencilla. Al ménos, si mas tarde la contingencia os volviese ú conducir á esto lugar, podréis venir á orar sobre este fúnebre sepulcro, que pro- bablemente encerrará ya dos corazones, á los que si Dios ha se- parado aquí abajo, solo ha sido para unirlos mas estrechamente en una mejor vida. Nací el mismo dia quo Cecilia; criados por nuestros parientes como los hijos de una sola madre, nuestras almas se confundie- ron con un afecto fraternal que se formó hasta cierto punto desdo la cuna. Destinados el uno para el otro, todo parecia reunirse pa- ra afianzar nuestros lazos, y había entra nosotros tal semejanza, que frecuentemente se nos tenía por gemelos. Lo mismo que yo, Cecilia era blanca, rubia y afectuosa; como ella, yo era melan- cólico ysério, y mis pensamientos procuraban lanzarse mas allá de los límites de este mundo. Podría decirse que un mismo impul- so dirigía nuestros movimientos, que una misma sensación hacia latir nuestros corazones; porque yo no tenia otros gustos que los suyos, y ambos no disfrutábamos sino de los mismos goces y do las propias penas; oran en fin dos existencias que estaban pen- dientes de un solo hilo. No nos habíamos separado todavía, cuando se habló de poner- me en un colegio. A este anuncio Cecilia no profirió una sola queja, pero cayó sin movimiento á los pies de su madre. Ignoro lo que pasó por mí, y recuerdo únicamente el grito de terror que dió mi padre, al verme. Desde entonces convinieron ambas fa- milias en que ni aun se soñaria en separarnos. Quedt pues en la casa paterna y mi educación se confió á un preceptor tan pia- doso como ilustrado. Cecilia asistía á todas las lecciones, imi- tando su dedicación hacíamos progresos rápidos, y en nuestras horas de recreo, la acompañaba á las habitaciones de lasfami-150 SEMANARIO lias pobres do la vecindad que llamaban á mi hermana adoptiva íu buen ángel; frecuentemente íbamos también á la parroquia, en donde tributábamos juntos nuestros debidos homenages á la Divinidad. Así llegamos hasta la edad de diez y ocho años, sin conocer todavía otras satisfacciones que las de una vida inocente y pue- ril. Nuestro matrimonio se habia fijado á la época en que cum- pliésemos veinte años; pero esta demora no nos disgustaba, por- que no creiamos que llegando, pudiese aumentar nuestra felici- dad; mas estaba designado que esperimentásemos bien pronto la triste verdad de que nada hay estable en esta vida y que: El llanto asienta sus pesados pies Sobre las huellas todavía recientes Del fugitivo, del veloz placer. Bien pronto, aunque sin causa reciente ó conocida, se escitó en el fondo de nuestros corazones un pensamiento que procu- rábamos disipar mútuamente, y con frecuencia después do ha- bernos estado mirando algunos minutos en silencio, volviarnos la cabeza para ocultar nuestras lágrimas; la palidez de nuestras frentes y nuestra mutua tristeza nos presagiaba un secreto terri- ble, el de una próxima separación. Este convencimiento era tan- to mas doloroso cuanto que cada uno de nosotros ignoraba su propio riesgo y solo temia el del otro. El mal, bajo el que su- cumbía Cecilia, hizo en poco tiempo espantosos progresos, hasta que se vió obligada á mirar el estado de su salud. Una tos seca y tenaz, y una opresión escesiva, indicaban bastante que estaba atacada de una tisis pulmonar. Un dia en que quitaba de su boca su pañuelo lleno de sangre, no pude ya contener el dolor que me sofocaba. ,.¿Qué será pre- ciso dejarte, hermana mia?,J le dije apretándole convulsivamente al mano. Muy conmovida me enseñó con la.otra al cielo, y cayendo ambos de rodillas, nuestras frentes se inclinaron á la tierra. Des- pués de una corta y fervorosa plegaria, la ayudé á levantarse; una resignación divina brillaba en sus facciones. „¿Y qué te mostrarás mas débil que yo?" me dijo. —No, Cecilia, no tendrá» que avergonzarte de tu hermano.DR l.\S SEÑORITAS. 151 Dios reclama lo quo lo pertenece. ¡Quo se haga su voluntad su- prema! La mañana siguiente, Cecilia se encontraba mas débil. En vano se llamaron en su auxilio á los mas célebres médicos; se vió obligada á no levantarse de la cama del dolor. Estaba de- cretado que solo la dejase, para reposar en el féretro. Durante el curso de sus largos sufrimientos, su dulzura angelical no se desmintió por un instante, y su conformidad inalterable le impi- dió proferir ni la menor queja, ni la mas ligera murmuración. Yo no la abandoné ni de dia ni de noche; mi madre misma iiq tenia valor de obligarme ú tomar algún reposo ó á separarme de ella. Una mañana me hizo seña para que me acercase a su cama y con débil voz, esclamó: „E1 momento se aproxima.... No pue- do aguardarlo mas tiempo; pero aquel que sondea los corazones, ha leido en el tuyo que tu resignación será el premio do tu virtud, y que me imitarás." -.-¿Qué quieres decir? La interrumpí. —Que tú sucumbirás bajo el mismo mal que yo____Debia hacerte esta confianza en premio de tu amor y tu valor. ,.Entre- tanto, agregó enseñándome un anillo que tenia en el dedo, os- la prenda es para el otro mundo." No pude sufrir mas, lanzándome en los brazos do mi madre, le dije al oído la revelación que acababa de escuchar; ella se son- rió tristemente y salió apresurada para llamar al venerable ecle- siástico que habia asistido á Cecilia durante su enfermedad. A su llegada, reunida la familia, pronunció sobre nosotros dos la bendición nupcial. ¡Alianza de duelo á la que la muerte iba á po- ner su sello!.. ..A la noche, Cecilia recibió el Sagrado Viático. Al amanecer se puso peor.... A las siete.... su corazón y su pulso dejaron de latir. Seis meses hace tuvo lugar esta terrible escena. Desde en- tonces yo vengo aquí todos los días.... A este lugar donde todo me habla de Cecilia, donde todo me aproxima á la Divinidad. Sentado con frecuencia á la sombra del ciprés y de los sauces, cuando el viento suave agita su follaje, me parece escuchar sus- piros armoniosos, que derraman en mi alma toda la poesía del152 SEMANARIO cielo, y oir una voz que me dice: ,,¡Valor, esposo mió! ¿Qué son los sufrimientos de un dia al lado de una felicidad sin límites?" Entonces yo repito: ..¡Gracias, Señor, gracias: todo lo que vos hacéis está bien, hecho!" Un violento acceso de tos interrumpió al joven, y su cabeza se inclinó á su espalda como un hermoso lirio arrancado violenta- mente de su tallo. Pasó la mano sobre su frente: estaba helada, sus miembros adquirían una tensión estraordinaria. Asustado de su situación, lo tomé en mis brazos y lo llevé como pude al coche que estaba en la puerta del campo del reposo, de donde lo conduje á su habitación. Dos semanas después acompañaba el entierro de su cadáver, que fué depositado al lado del de Cecilia. ¡La eternidad los ha reunido!—/. G. LITERATURA,—POESÍA. EL DIA DE DIFUNTOS. Noviembre empezaba, la tarde era fría, Las nubes se alzaban cual negro vapor, Por entro los pinos el viento gemia, Al lejos silbando con grito de horror. Las hojas marchitas que arranca la bri- Ruedan entro polvo con triste gemir, (Ba Y mágicas danzas, fantástica risa, Imitan sus vueltas, su duro crujir. Por los quo murieron la Iglesia rogaba, Al viento se une bu triste cantar, Un túmulo negro al medio se alzaba, Un cráneo corona bu fúnebre altar. La puerta del templo rechinando gira, El preste camina.... la fúnebre cru» Abrazan sus manos.... el cántico espira.. La cera i. lo lijos esparce su luz; Y el pueblo le sigue la frente inclinada Pensando en sus muertos que posan en De tristes recuerdos el alma llagada (paz, De fúnebre llanto cubierta la faz. El sol se ocultaba allá en occidente Cercado de nubes en medio del mar; Ya pálida, muerta su luz esplendente, Cual entre cenizas la luz del hogar. Cuando al cementerio la gente llegara Y ante los sepulcros reza con dolor; Y pálida cera confusa brillara Ardiendo delante cual signo de amor.153 II. Mas yo que en la amarga vida Con un viento do borrascas Navego solo agitado Por tempestades y calmas; En el triste cementerio Distraído me paseaba, Cual camina un estrangero Perdido en tierra lejana. Porque solo, abandonado Como en isla solitaria, Ni un lazo solo me unia Con los que me rodeaban. No tenia un solo amigo Que al paso me saludara, Y de tantas sepulturas Ninguna me interesaba. Y al ver algunas desiertas, De alta yerba rodeadas, Sin luz amiga encendida Y sin nadie que rezara, Una dolorosa pena Sentí dentro de mi alma, Por las pobres sepulturas Tan duramente olvidadas. Una entre todas, cubierta De blanco marmol, se alzaba, Nueva, sus letras de oro Traidoramcnte brillaban. ..Memoria eterna," decia'n, „üe una esposa desgraciada." Y la yerba la cubría Y ni una flor la adornaba. Un terrible pensamiento Que el mismo infierno abortara, Nació dentro de mi pecho Y aun le destroza y desgarra. Si fuese cierto, me dije, Que allí los muertos pensaran....! III. Si fuese cierto que en la tumba Ha Convulsivos los muertos se agitasen, Y en continuos esfuerzos noche y dia, Noches y dias de furor pasasen....! T. ni. Tal vez alguno con sus secos brazos La losa empuja que resiste quieta, Y pugna triste por romper los lazos Que á su lecho de muerte le sujeta. IV. Quizás en amargo llanto Pasa la noche serena, Quizás recuerda con pena Su pasada humanidad! No encuentra ¡triste quebranto! El olvido que buscaba, Aquel no ser que esperaba Por toda una eternidad! Quizás horrible desvelo En su lecho le atormenta, Y aburrido cuenta y cuenta Largas horas de dolor; Filtra del húmedo suelo Ancha gota de rocío, Y tiembla el triste de frió Sin peder buscar calor. Solo, inmóvil, acostado, Llora por un compañero, ¡Cuánto el sudario ligero Es pesado para él. Si un soplo aunque fuese helado Algún pliegue levantara, Si sus formas variara, No seria tan cruel! Y que fuera si la muerte Abrigase allá en su seno Todo el acerbo veneno De algún gusano roedor! Maldita, maldita suerte,....! La memoria descarnada De alguna vida enlazada A nuestra vida de amor! Pues sin duda habrán tenido Aunque del mundo olvidados Seres liemos, adorados Con quien sus almas mezclar. Si ven tan ingrato olvido Desde su tumba apartada, Nunca de llanto regada, ¡Av cuánto deben llorar*. 20151 Conocer, ay, que pasaron En la hueca tumba helada, Como el surco de la quilla () de la lluvia pesada Que deja pobre barquilla El compasado caér. Sobre la espuma del mar! Conocer que le olvidaron, ¡Y el gran frió con paciencia Sufrir triste y solitario, Que brilló solo un momento, Sin mas pliegues «pie un sudario Sufrir tan duro tormento Para sus huesos cubrir. Y no poderse quejar! ¡Sin calor, á la inclemencia Oye por solo ruido, Sufrir tan crudo delirio; En medio do su quebranto, Noche eterna de martirio, Del ave nocturna el canto Y tenerla que sufrir! De tan siniestro gemir. Y si (¡cruel pensamiento!) Oye tan solo el silbido Los muertos también amaran. Del ciprés que el viento inclina, Si memoria conservaran Y la hoja que rechina Poeten celosos allí.....'. Con triste duro erugir. Amanto que tal tormento ¡Si al menos cuando la luna, Recuerdas triste y medroso, Sobre las tumbas riela. De ese cadáver celoso. Y de incierto vapor vela ¿Comprendes el frenesí? La fúnebre blanca cruz: ¡Estar quieto, mientras ella, Pudiera sin pena alguna La muger que se adoraba. Dejar la asquerosa huesa Por quien el alma se daba, Y pisar la yerba espesa De tu nombre se olvidó! Para bañarse en su luz! ¡Verla amante, siempre bella. ¡Si pudiera cuando todos De amor roja en otros brazos, Duermen con sueño profundo, Y repetir los abrazos Volver solitario al mundo Que en otro tiempo te dió! Donde la vida gozó! ¡Escuchar sobre otro pecbo ¡Apoyar los secos codos Alguna palabra amada, En la mesa carcomida Que en el tuyo reclinada Del cuarto donde su vida Solo pudiera decir: Por tanto tiempo pasó! Y desde tu oscuro lecho ¡Abrir el libro empolvado Mirar con rabia impotente Que tanto lo entretenía, Que mueve su lábio ardiente El cajón donde tenia Y no poderlo impedir! Mil objetos que mirar; Y no poder una noche, • Llegar trémulo y helado. Cuando lejos silba el viento. Avivar el muerto fuego, Aguardarla en su aposento Sentarse cómodo luego, Mientras al baile se fué, Y calentarse al hogar! Y cuando baje del coche Mas ni este triste consuelo Entre risueña y causada. Viene á interrumpir su pena, Y desate descuidada Solo del gusano suena Los lazos de su corsé: DI tardo duro roer; Cuando sola ante el espejo De un insecto el ronco vuelo Tire las gasa» y florea; TU; TjKS SENOIHTAS. Y en las palabrea de amores Piense i|ue acaba de oír, Del cristal en el reflejo Mostrarse en rayo luciente, Esqueleto traspálente Con sardónico reir....! Y con largo mirar frió Devorar convulsamente Su seno duro y ardiente Y sus labios de coral. Apretar con rabia y brío Su blanda mano de rosa Con mano dura, huesosa Que apretó la desleal. Y después con ronco acento Del pecho buceo y profundo, Suspiro de moribundo Poderle decir así: „¡Qué se ha hecho el juramento Que antes de morir me hiciste, < 'uando falsa prometiste Que vendrías tras de mí! „Muy pronto lo has olvidado, Mientras yo solo gemia Y allá en esa tumba fria Te aguardaba con amor: ,,Vengo de esperar cansado A reclamar tu promesa; Lecho común es la huesa, Ven, alivia mi dolor." V. En lo profundo de] pecho, (lomo dolorosa herida, Este estraño pensamiento Cual cáncer me martiriza, Y corroe uno á uno Eos resortes de mi vida. Se hunden mis cansados ojo» Y se ahuecan mis mejillas! Pues nada mas horroroso Ni mas terrible seria Que velar en el sepulcro En una noche continua. No fuera entonces la muerte Una solitaria orilla En medio de la tormenta lio los mares de la vida. El hombre contra el destino, Ningún asilo tendría, Ni aun las sombras del sepulcro Seguro puerto serían. No pudiera consolarle, Cuando la tormenta silba, La esperanza de la calma Que sigue al fin do los dias. r. I.AS SEÑOKITAS. 15- de no existe la envidia, y en donde el poderoso no puede opri- mir al desgraciado; ¿por qué? me preguntaba á mí mismo, ¿poi- qué el hombre teme el morir? ¿por qué se engríe tanto con una vida, que no es mas que una débil llama que se apaga al impul- so del viento mas ligero? ¿Es acaso porque toda ella no es mas que un continuo goce de placeres y de felicidad? No, cierta- mente; la vida es solo un camino de punzantes espinas y de ásperas malezas: tal cual vez se suele presentar algún prado de menuda yerba y de hermosas y delicadas flores; pero á continua- ción se encuentran infinidad de lugares casi intransitables. Al- gunos hombres procuran, según su carácter, divertirse para sen- tir menos la incomodidad en los malos paragcs, al paso que otros los atraviesan atropelladamente, sin ver antes en donde ponen la planta del pie, y no pocas veces caen estos miserables en preci- picios de donde jamas vuelven á salir, y si salen es después de mil penalidades y trabajos: otros hay que en lugar de procurar salir del primer precipicio en que han caido, se dejan rodar á otro mas profundo y lleno de inmundicias, en donde rinden su última jornada llenos de angustias y cubiertos de miserias, tal vez en lo mas florido de su juventud. Para distraerse en el camino tienen los hombres diferentes medios. El poeta, por ejemplo, se forma en su acalorada imaginación, un mundo ideal, un mundo lleno de ilusiones: todos los objetos á su vista toman distintas formas. Las montañas coronadas de perpetua nieve son á sus ojos gigantes cuyas cabelleras se hallan emblanquecidas por su mucha edad; pero que sin embargo estos ancianos decrépitos se hacen temibles porque desolarían la tierra al primer bostezo que dieran: la luna siempre les inspira ideas melancólicas y sublimes: el so! los llena de ardor y los hace prorrumpir impetuosamente en espresiones llenas de fuego y de entusiasmo. Pe esta mane- ra caminan sin haber sentido el tiempo que ha pasado ni piensan en el que va a venir. El político, siempre ocupado en negocios que tienden á conser- var la paz de la república, al aumento del comercio, al de la in- dustria, ó tal vez empeñado en guerras justas ó injustas, con otras naciones, para adquirir nombre á costa de la sangre de sus conciudadanos.158 SUMANAltIO El guerrero no anhela sino por los combates, por hacerse te- mible á sus contrarios, y de esta manera adquirir gloria y una nombradla que lo hagan para siempre inmortal. El labrador y el artesano no aspiran á otra cosa que ú vivir tranquilos en sus hogares gozando de las caricias de sus hijos y de sus esposas: para estos la senda es mas transitable y mas igual el terreno; por lo regular llegan al término de su viage sin haberse fatigado, y vuelven al seno de la madre tierra, sin haber observado en todo el curso del camino otra cosa, sino la salida y puesta del sol, y la creciente y menguante de la luna, que hay meses de un excesivo calor y meses de un frió crudísi- mo, sin meterse á indagar la causa de estas mutaciones. En este momento hirieron á mis oidos algunos acentos lasti- meros: levanto la frente y veo á una muger sentada ú poca dis- tancia de mí; tenia á un hermoso niño en los brazos, el cual la acariciaba pasándole las tiernas manecitas por las mejillas; otro chiquillo como de unos cinco años estaba muy entretenido jugan- do con un perrito. ¡Inocentes criaturas! esclamé tristemente, aun no han bebido el cáliz de hiél que el mundo ofrece á todos los que lo habitan; y esta pobre muger que espresa su dolor con tanta vehemencia, tal vez ha perdido su único apoyo, á su espo- so, á su mas tierno amigo, al que le ayudaba á sobrellevar la existencia, y la única esperanza de estos dos parbulitos. Me aparté enternecido y con los ojos arrasados de lágrimas, de aquel espectáculo de dolor, y me dirigí maquinalmente hácia los sepulcros. Por un grande espacio de tiempo recorrí sus ins- cripciones, sin poner atención en ninguna, cuando de repente acierto á fijar la vista en un epitafio. ¡Dios mió! ¿qué es lo que veo? esclamé involuntariamente, este es el sepulcro del gran poe- ta cubano, de D. José María Ileredia. ¡Será posible que la muerte no respete á los grandes genios! Leamos su epitafio. Su cuerpo cubre del sepulcro el velo, Pero le hacen la ciencia, la poesía, Y la pura virtud que en su alma ardia. Inmortal en la tierra y en el cielo. Una profunda melancolía se apoderó de mí, ya no pude sopor- tar permanecer por mas tiempo en aquel lugar, y me retiré con el corazón angustiado por tantos y tan lúgubres recuerdos. A. RODRIOUEZ.DE LAS SEÑORITAS. ü, MWmMA. MIC (SWJHEHD A MAMES. kn tí ijadas ilusiones de la vida, Miserables abortos del destino, No coloréis mi sien ya desteñida, N i volváis á brotar en mi camino. No ya turbéis mi fúnebre sosiego Con vuestros dulces cantos de sirenas, No ya encendáis el mortecino fuego, Ni confortéis la sangre de mis venas. No brilléis como espléndidos fanales. Que mas se alejan cuanto mas se avanza Del mundo en los desiertos arenales Moribunda en el seno la esperanza. No acariciéis el curso de mis horas Con ráfagas de gloria y de fortuna, Pues venís en tropel engañadoras Y faltándonos vais una por una. Con vosotras soñé y os vi hechiceras, Llamasteis a mi albergue solitario Y en él os acogí por compañeras Y os di mi corazón por santuario. Mas ([uebrantasteis tan solemne asilo Y por señal de nuestra alianza rota, Lágrimas engendrasteis hilo 4 hilo Y con ellas caísteis gota á gota. Ya ni esperar podéis de mi quebranto Esos que apetecéis mustios despojos, Arido y seco el manantial del llanto Niega tributo a los cansados ojos. Mucho vuestros engaños ay¡ me cuestan Mucho vuestra inconstancia me fatiga. Llevadme las memorias que me restan Y así conseguiréis que no os maldiga. Una tan solo vivirá en mi seno Y aunque le roa como vil gusano, Y en él derrame su mortal veneno, Que intentéis arrancarla será en vano. Ha de crecer á mi existencia asida Y ciñendo mis dias en conjunto, Conmigo los umbrales de la vida Traspondrá sin dejarme un solo punto. ;Cómo olvidar el maternal cariño, Cuando á los mismos ángeles encanta, Si ven objeto al candoroso niño De esa pasión arrobadora y santa!KiO KEMANAIIIO Bajo velos magníficos oculto Al ídolo de amor tenéis de lodo, Mas si á una madre consagrareis culto En su tierno mirar lo hallareis todo. Si algún dolor nuestra megilla empaña Muestra su rostro en lágrimas desecho. Antes de ver la luz, nos da su entraña, Después de ver la luz, nos da su pecho. Si rojo el sol nuestra pupila ofende, Nos envuelve afanosa en su ropaje; Con su próvido instinto nos comprende Y hasta descifra nuestra voz salvaje. Ella nos vela y nuestro sueño guarda Y mientras con su sangre nos sustenta Ni el bramido del viento la acobarda, Ni la contrista el son de la tormenta. Antes de que nazcamos nos adora; Cuando niños nos vé, nos acaricia. Jóvenes alcanzarnos la enamora Y siempre somos su única delicia. Del mundo en el confuso laberinto Si nuestra débil planta se estravía, Vemos en torno el resplandor distinto Del rostro de una madre que nos guia. Yo la perdí ;oh dolor! mi voila nombra Y el eco mismo permanece mudo, Ya no descanso á su tranquila sombra Fáltame ya su protector escudo. Yo soy del mundo en los revueltos nía- Bajel perdido sin timón ni vela, (res Con quien luchan sañudos los azares Y en vano, en vano salvación anhela. ¡Ilusiones! ¿vendréis claras y vivas Otra vez en la mente á presentaros? ¿Lograreis que si os miran fugitivas Gocen los ojos do ilusión avaros? ¿Bulliréis con la música del viento Vagando inciertas y en revuelto giro Por mentir & mi oído en vuestro acento Dulce sonrisa ó celestial suspiro? ¿Brotareis del capullo de las flores Alhagueñas de olor, ricas de galas, Para adornar alcázares de amores Yá ellos llevarme en vuestras tiernas alas? ¿Brillará vuestra luz en las estrellas O en el diáfano disco de la luna, Brindando á mis placeres horas bellas Henchida de riqueza y de fortuna? ¿Probareis á nacer en la mañana Con las amenas gotas de rocío, O vendréis ilusiones entre grana A seducir el pensamiento mió? Si no resucitáis los corazones Ya'estraños al placer y a! mundo muer- Huid ya de uha vez, mis ilusiones, (tos No me estorbéis el paso en mis desiertos. Páramos tristes de angustiosas horas Donde ruge el volcan, la catarata... Donde no lucen ya blancas auroras Envueltas en vapores de escarlata. Arenales sin fin, dó no hay reposo Ni manantial que su tributo rinda, Dó pretende mi ardor un bosque umbroso Y ni un mustio ciprés sombra me brinda. Vastas llanuras donde nunca mavo Ni flores ni verdor lleva en su seno, Anhela el ojo luz y brilla el rayo. Pide son el oido y brama el trueno. Tan solo tumbas marcan el camino Y tumbas y no mas serán mi guia Hasta que llegue el vencedor destino ' Y el lugar me señale de la mia. Y la cárcel del alma hecha pedazos Tal vez allí su porvenir se encierra; Si vive unida con perpetuos lazos Al dulce objeto que adoró en la tierra. Morir es mi ilusión; ruede mi vida Hácía ese abismo que la mente alcanza. Pues de este mundo la ilusión perdida Solo allí se encamina mi esperanza.DE LAS SEÑORITAS. 161 oí m* sefbicro 3»É su esposo, (*) na inuger llorando delante de una tumba sombreada por un sauz llorón, solo es comparable al ángel de la muerte que el poeta Dante, vió un día vogar sobre sus negras alas volviendo sus ojos hácia el oriente, y ni Shakespeare, ni Young, ni Cadal- so, ni los mas sublimes poetas, han podido añadir un rasgo solo al sublime cuadro que presenta una viuda regando de flores un sepulcro, y elevando sus ojos hácia el cielo en favor de su difun- to esposo muerto en la flor de juveniles años. Sus ojos medio cerrados por el llanto, su pecho comprimido del dolor, su trage de medio luto agitado por el viento lo mismo que su pelo suelto, indican de un modo el mas patético, que su alma en medio de la aflixion, llora la pena mas irremediable, la muerte de un esposo. Sobre un follaje verde y con el corazón agitado de vagos pre- sentimientos exhala su triste y plañidor acento, que en vano pro- cura esforzar diciéndose á sí misma. „He aquí la tumba cubier- ta por el sauz cuyos largos cabellos verdes y temblorosos caen sobre mi espalda valancéandose al impulso del viento. He aquí deshojadas y marchitas ya las flores que con tanto empeño he recogido esta mañana, semejantes á mis tiernos años y á mis mas bellos dias, disecados al fuego de mi funesto dolor. Mis ho- ras han terminado clesde que terminó la vida del que alimentaba la mía, la que apenas puedo sostener. Llora, sauz amigo, llora sobre este túmulo, ya que las lágrimas secándose en mis ojos no me permiten ni este débil consuelo. Su alma descansa en paz, la mía irá pronto á buscarle." (*) Nos hemos valido de la cópia de una lamina que ha sido grabada con otro objeto artístico y político; pero queremos dejar en la duda á nuestras suscritoras hasta el siguiente número, á fin de cscitar su perspicacia por si advierten, exami- nándola de espacio, los objetos que contiene ocultos, aunque á la vista. TOM. III. 21 102 SEMANARIO No pudo decir mas. Cayó sobre la mullida yerba y habria terminado sus dias á impulsos de su dolor, si el ángel del con- suelo y la conformidad no la hubiese levantado; esparciendo so- bre su tierno corazón las ideas religiosas y los sentimientos de caridad cristiana. „Puesto que Dios no me llama todavía para unir mi alma en la otra vida con la de mi esposo, conservaré mis penosos dias dedicándolos únicamente á sus tiernos recuerdos, y al ejercicio de la caridad y la benevolencia. Tales fueron los sentimientos viuda modelo del amor mas puro, del sentimiento mas noble, y de la mas tranquilo conformidad.—/. G. LA CONMEMORACION DE LOS FIELES DIFUNTOS. A antigüedad pagana en su respeto y veneración á los muertos antecedió á esta devoción cristiana generaliza ya en la iglesia desde el año de 827; pero nuestras lúgubres festividades, son cien veces mas notables que las del paganismo, porque ha- cen de los mortales mediadores entre Dios y los hombres, y ar- rojan una arca de salvación entre el purgatorio y el cielo. La creencia que hace recordar la memoria de un padre, de una ma- dre, un hijo ó un amigo, en la última mansión donde reposan sus1)12 LAS SEÑORITAS. 1G3 huesos, es una de las mas dulces y características del dogma del cristianismo. En este dia destinado á tributar tan justos recuer- dos, una multitud muda y recogida visita los cementerios, lle- vando luces ó flores para colocarlas en las tumbas: tristes jardi- nes nutridos con nuestras cenizas y regados con nuestras lágri- mas. Cuando el pálido sol de otoño cae sobre el horizonte, las tristes florestas de la muerte reúnen á la multitud y le advierten que tiene un año mas de vida. De estos lugares sagrados sacan los vivos, grabados en su corazón, al menos por algunos dias, los rasgos, la voz y la fisonomía de sus amigos ó parientes, que en ninguna parte se formula mas admirablemente que sobre las tumbas. A su derredor nuestras ideas se esplayan, y nuestras reflexiones sobre la sensación de la vida se fijan é ilustran mas que en ningún otro lugar. La muerte se presenta á nuestra vista con toda su descarnada faz, para poderla comprender en su debida estension, haciéndo- nos reconocer esa ley irrevocable á la que está sometido cuanto hay en la naturaleza, cualquiera que sea su forma ó su destino. Todo lo criado llega por modificaciones succesivas é insensibles, á cierto grado de desarrollo, cuyos límites determinados no pue- de traspasar: cuando toca á este término, todas las criaturas co- mienzan á destruirse, su forma, su altura, pierden sus fuerzas, y en fin, se rompe de un golpe aquel lazo que unia entre sí las par- tes de que se compone. Que el fénix renazca de sus cenizas, que cada una de aquellas partes que contribuyen á formar un todo determinado, tome una dirección nueva, entrando en la composición de un nuevo ser, siempre se ve sujeto á la misma ley de crecimiento, desarrollo y destrucción; de esta verdad se deduce que nada se aniquila en la naturaleza y que la muerte no es sino un sencillo accidente que solo ataca á la materia en su forma y jamas en su esencia.—/. O. Nos proponíamos publicar algunas de las inscripciones fune- rarias del Panteón de Sania Paula, cuando heñios visto un cua- dernito que acaba de publicarse, en que se inserían (odas, y se vende en la calle de los Medirías número V> al precio de uno y de dos reales.164 SEMANARIO espues de liaber manifestado á nuestras amables suscrito- ras en el cuaderno primero de este tomo, el modo con que se puede perfeccionar el talento por medio de la instrucción da- da por los maestros ó profesores á viva voz, hoy nos toca in- dicar cuáles son las ventajas que podemos adquirir por la conver- sación. Por regla general y segura, debe buscarse siempre la conver- sación de las personas que poseen mayor instrucción y conoci- mientos, así como también emplear lo ménos posible el tiempo en hablar sobre cosas frivolas ó de ninguna importancia. Sin em- bargo, aun de las conversaciones y pasatiempos con los niños, se puede sacar partido observando con oportunas preguntas el des- arrollo de su razón naciente y observando el modo con que bon- dadosa naturaleza corresponde álos acertados esfuerzos del arte; siendo de notar que al tiempo mismo que se nutre la tierna in- teligencia con útiles é instructivas conversaciones, se la suele ar- raigar en errores y preocupaciones cuando son necias, viciosas ó inútiles. Poned siempre cuidado, si queréis instruiros, de hablará cada uno de cosas relativas á su profesión, porque cada cual está mas adelantado en su facultad proporcionalmente, que en estudios ge- nerales. De un labrador sacareis mejores observaciones en agri- cultura; de una buena madre de familias, en educación; y de un filósofo, en ciencias. Por este medio adquiriréis nociones espe- rimentadas en todas las conversaciones. No os limitéis jamas á una sola clase de sociedad, ni estrechéis el círculo de vuestras conversaciones con personas de una mis- ma opinión. Es menester que sean diferentes los pareceres, las costumbres y los países, si puede ser de las personas con cuya conversación queréis instruiros, para que después á solas, medi- tando y comparando diferencias, razones y principios, podáis pro- DE LAS SEÑORITAS. 105 fundizar la verdad y desterrar los errores y preocupaciones por desgracia harto frecuentes. La conversación de personas de otros paises es de grande in- fluencia para avivar el talento y disipar errados conceptos de algunas cosas. El labrador Titiro nunca habia entrado en Roma, y pasando aislado su vida en el campo se habia figurado que no habia mas que una población, la cercana á su lugar; y quedó sorprendido cuando por primera vez vió los palacios, las calles y los tesoros de la floreciente capital del mundo: tuvo que confesar su equivocación y su descuido; pero si sin haber estado en Roma hubiera cultivado útiles conversaciones, no viviera tan atrasado é ignorante. Cuéntase que un rey de Siam en la primera entrevista que tuvo con comisionados europeos, deseosos de entablar comercio con aquel imperio, les hizo varias preguntas sobre el estado de la atmósfera en Europa, ya en verano ya en invierno. Cuando le dijeron que á veces el agua de los rios se ponia tan dura que hasta caballos y carruajes cargados pasaban por encima de ella; que la lluvia caia á veces blanca y ligera como plumas, otras pe- sada y fuerte como piedra, nada quiso creer de cuanto le refirie • ron; se persuadió de que iba á ser engañado en el comercio como en aquellas narraciones; porque hielo, nieve y granizo eran para él cosas desconocidas; y terminó negándose á la solicitud dicien- do que no queria entrase su pueblo en relaciones con tan solemnes embusteros. ¡He aquí los efectos de la ignorancia! Por desgracia tiene imitadores el rey de Siam! Jamas os irritéis contra la opinión contraria á la vuestra: el mayor absurdo que puede cometer una señorita, es persuadirse de tal modo que tiene razón, que no quiera oír hablar de otras ideas que de las suyas. Esto es medir la ostensión de los cono- cimientos humanos por la de los suyos propios; es tomar por pauta de todo el universo el reducido plano de la ciudad en que se habita; es suponernos el poder de impedir que los demás nos aventajen en talento y en juicio. ¡Cuánto absurdo! Al contrario: persuadios de que siempre hay quien pueda enseñaros algo, y que tal vez su modestia hará pareccros inferior á alguno á quien podéis tomar por maestro. Si envanecidas con vuestra opinión,166 SEMANARIO miráis siempre las cosas desde un solo punto de vista, si siempre recorréis un mismo círculo ¿no conocéis, que es una contradic- ción afrentosa el suponer que no han podido ver mas, y saber otras muchas diferentes cosas los que tomaron otra senda, y mas elevados puntos de vista? , Es costumbre dejarse llevar de las bellezas, mas bien que de la pura fuerza de la razón: así en las conversaciones solemos in- clinarnos mas, sin notarlo, al que nos divierte con agudezas, que al que nos instruye con la verdad; al que nos encanta con pri- mores oratorios, que al que nos dilucida familiarmente la cues- tión. Convénceos de que valen mas las cosas que las palabras, y que mas provechosa os será media hora de oír un lenguaje or- dinario, con tal que os revele lo que ignorabais, que un dia en- tero de estar atentas á una pomposa y hueca fraseología, de la cual después del ilusorio recreo, acaso no sacareis un conocimien- to, una idea nueva, ni un vestigio siquiera de utilidad en vues- tro provecho. No siempre tachéis de confuso y oscuro al que os habla, por- que tal vez no será oscuridad suya sino incapacidad vuestra. En conversaciones importantes es menester medir las palabras para no disgustar á los que escuchan, ni dar una idea poco favorable de vosotras; porque quien quiere hacerse esclusiva en la conver- sación, acaba por quedarse sola. Muchas personas á pesar de sus buenas disposiciones, nunca llegan á perfeccionarse en una ciencia ó en un arle, ó porque creen que les basta lo que saben, ó porque se avergüenzan de confesar que saben poco. El recto juicio evita estos defectos; la que quiera adelantar de mis lectoras, es indispensable que aventure á veces algunas preguntas, aunque denoten su poco sa- ber, segura de que no equivale la mortificación que puede darse á la vanidad con la utilidad de la instrucción fácil de adquirir á tan poca costa. Muchas veces habréis advertido, lectoras mias, que un char- latán ó una necia presumida, sostienen un error ó un absurdo con mas energía y audacia que podría defender un matemático la demostración mas palpable. Es indispensable por lo mismo observar el camino que conduce al charlatanismo y á la presun- 9DE LAS SEÑORITAS. 167 cion. A él nos conduce la costumbre de querer dar nuestro vo- to en todas materias, y fallar sin reflecsion ni inteligencia, dan- do cierto aire decisivo á nuestras opiniones; pues que destruidas estas por la razón y la verdad, no queriendo corregir nuestra li- gereza, contestamos con palabras dando lugar á la desvergüenza en vez de la lógica para acallar las pruebas que se nos dan en con- tra de nuestro parecer. Evitad sobre todo, señoritas, el espíritu de contradicción en las conversaciones, si no queréis que nadie haya que pueda sufrirlas; ni incurráis tampoco en la necedad de lucir vuestro ingenio sos- teniendo el pro y el contra en una misma cuestión. La buena lórnca no tiene razones contradictorias. Así os acostumbraríais á desfigurar la verdad, de modo que no seria fácil encontrarla cuando quisierais. Es preciso abstenerse de querer brillar en las conversaciones mas que los otros concurrentes, ni de querer atraeros con prefe- rencia la atención y el aprecio: la sociedad rara vez perdona estas pueriles faltas. Así como os he dicho que debéis hacer preguntas para ins- truiros sin tener á mengua confesar la inferioridad de vuestros conocimientos, por el contrario, cuando conozcáis que alguna persona no está muy instruida en materia que sabéis, podéis con finura resolverle algunas de sus dificultades, sin que parezca por esto que os dais toda la importancia de un maestro, sino mas bien la solicitud de un amigo. Jamas os persuadáis de que las demás personas están mas es- puestas á equivocarse que vosotras mismas; la mejor esperiencia que podéis hacer de vuestra dificultad en preocuparos, será la de escuchar con atención todas las contradicciones que se hagan contra vuestro modo de pensar. En las conversaciones no debe tener lugar alguno la persona- lidad ni las pasiones: desterrad de ella toda aplicación, todo sar- casmo y toda indirecta injuriosa. Ni hay que desfigurar los con- ceptos ágenos ni aprovecharse de los ligeros descuidos para ha- cerlos objeto de burla; porque todas estas faltas enervan la amis- tad y destruyen la buena sociedad. La indagación de la verdad168 SEMANARIO y de la razón, requieren, especialmente hablando de ciencias y de artes, la mayor calma y serenidad, pues que los conocimientos humanos no progresan sino con sangre fria y ú mucha distancia del tropel de las pasiones. De nada os aprovecharán las conversaciones de aquellas per- sonas, que avaras de su talento, todo lo quisieran para ellas so- las, con el objeto de dominar á las demás; ni tampoco la de los altaneros y vanidosos que solo quieren convencer por la superio- ridad de su orgullo en vez de la razón; menos la de aquellos que quieren eclipsar con su brillo á los demás y que solo se escuchan á sí mismos; ni de los que mudan á cada instante de parecer, ni de los iracundos que no aspiran sino á chocar, ni de los que toman por oficio el manifestarse graciosos y hacer reir á los otros; til finalmente, de los que buscan compromisos en ^sta ó a- quella espresion para sus miras particulares. Al daros estas re- glas de las conversaciones que debéis evitar, podréis deducir fá- cilmente que no debéis incurrir en las faltas que indican, á fin de que otras personas no se vean precisadas á evitar tomar parte en la vuestra. Es muy útil, por último, después de una conversación intere. sante, tomar apuntes de todo lo útil que se haya aprendido en ella: en seguida reflexionar sobre lo bueno ó malo que mas haya llamado vuestra atención, y advertir el efecto que haya causado en los circunstantes la aspereza ó sequedad de uno, la ligereza de otro, la afable sensatez de este, la ingenuidad y franqueza de aquel; ¿cómo se ha recibido lo pesado de algunas narraciones? ¿Cómo se ha deslizado alguna persona en adulaciones ó lisonjas y cómo se ha intrincado otra en un asunto en que no tenia las luces necesarias. Pero al mismo tiempo examinad también, mis bon- dadosas lectoras, vuestros errores y descuidos comparándolos con los demás para no repetirlos, y sacar de este modo de las con- versaciones la instrucción necesaria para perfeccionar vuestro entendimiento.—/. G.Liria..nr, I.AS SEÑOIUTAS. 109 CUADERNO 8—NOVIEMBRE 9 DE 1841. ¿sÜHuien es aquel jóven que tiene una figura tan estraña, una frente tan pálida, y unos ojos tan lijos y tan brillantes como dos estrellas? ¿Qué es lo que mira en aquella hermosa casa de cam- po que parece lo tiene estático y abismado en la contemplación? Inmóvil apenas respira como si estuviese bajo el encanto de una celestial visión que un soplo puede desvanecer, permanece en frente de una ventana cerca do la cual está apoyada una muger de cabellos negros y de ojos morenos. ¿Quién se pasca también en la sala donde está la joven y le habla de sus especulaciones de comercio y de los asuntos de la casa que tanto la fastidian? Porque hay imaginaciones de fuego que encontrándose estrecha- das en el pequeño círculo de las minuciosidades de la vida, se lanzan siempre mucho mas allá colocándose en lo ideal en lugar de lo positivo. Desde su mas tierna edad, los cuentos de las encantadoras - que le habia referido su abuela habían exaltado la cabeza de Li- na; á cada paso crcia encontrar á una hechicera en su carroza do concha nácar, á las sílfidas en sus jardines de flores, y con frecuencia tomaba el bastón de su padre con el que como si fue- se una varita de virtud heria la tierra para hacer saltar palacios ó producir alhajas y diamantes. Cuando por su edad comenzó á salir al mundo viendo todas las cosas como al través de un vi- drio de color de rosa, empezó á percibirlas tales cuales son, pro- saicas y frías, suspiraba estrañando una ilusión que iba desva- neciendo sus poéticas ideas. Muerta su madre en los primeros años de su niñez, no tenia otra compañía que la de su padre, que ocupado en dirigir su fá- brica y reñir á sus operarios, apenas estaba con ella una ó dos horas al dia, en las que después de revisar los periódicos solia tom. ni.—c 8. 22UUMANAIÍU) leerle algunos (rozos de Víctor Hugo ó de Dumas. Lina que no veía en lo que se llama felicidad en este inundo, sino una si- tuación cansada y monótona, deseaba con ardor algún grande acontecimiento, alguna aventura dramática que viniese á arran- carla del círculo ordinario de la vida, y procuraba realizar en su imaginación una pasión á la española, figurándose un amante que cantaba al pié de su balcón acompañado de la guitarra, y cuyo sonido se interrumpía por el choque de las espadas: se figu- raba un joven moreno y de cabellos negros, y puntualmente aca- baba de aparecérsele ese joven misterioso tal como ella lo desea- ba, estrangero, desconocido de todos, y que venia hacia ocho días con frecuencia al pié de su balcón, al que contemplaba con éxtasis verdaderamente novelesco. Su padre, en el momento en que supone el principio de esta historia, observando á su hija, se detuvo un instante, y dirigién- dose á ella, le dijo: ¿Qué significan esos suspiros? Yo advierto que estás disgustada en esta casa de campo: si quieres haremos mañana un paseo á caballo con mis amigos.—Tus caballos, pa- dre, lo contestó, son demasiado briosos, y tus amigos muy vulga- res para que puedan divertirme.—¿Prefieres acaso un baile? Pre- cisamente estoy convidado á uno.—¡Qué tristes son los bailes? Yo encuentro mayor magia en mi imaginación, que en esas fasti- diosas diversiones, y necesito de otra distracción. Estoy bien así. Y volvió la cabeza hácia la ventana. Media hora se pasó en el mas profundo silencio; su padre que habia tomado un libro, parecía haber olvidado que existia su hi- ja: en fin, se acercó á ella, y al verla esclamó. ,.¡Cómo se han erizado tus cabellos! Tú estás pálida, ¿tienes frió? voy á cerrar la ventana.—No, no, gritó ella, hace un calor sofocante, siento que el aire respira fuego, y cuando un viento fresco vivifica mi fren- te, quieres cerrar las vidrieras. En verdad que tienes ideas muy singulares.—Tus gustos lo son todavía mas. ¿Quieres pasar tu vida contando desde este balcón las hojas de los árboles ó las es- trellas del cielo? ¿Pero qué estás mirando con tanto empeño?— Yo.... miraba reflejarse la luna sobre el agua del estanque.— Con todo, siguiendo la dirección de tus ojos, creería mas bien que estudias el efecto de la luna en la cara de aquel hombre. ¡Oh!ni: las sf.ñoiutas. 171 qué bizarro personage, continuó el padre, él está siempre inmó- vil. Lina se puso encarnada temiendo que su padre hubiese sospechado algo; pero este estaba muy lejos do adivinar cosa al- guna, y así le dijo:—„Yo estoy perdiendo mi tiempo en exami- nar este original y olvido que mis negocios me llaman. Vol- veré dentro de una hora." Luego que salió, Lina se acercó al barandal contra el que sen- tía latir su corazón; el estrangero no hacia ningún movimiento; sus ojos centelleantes como rayos, permanecían siempre fijos so- bre ella; pero de improviso se puso pálido, su rostro tomó un as- pecto terrible y salvage y sus cabellos se erizaron. Lina espan- tada iba á dar un grito; pero ya todo había cambiado; una sonri- sa de felicidad se pintaba en los labios del desconocido. Lina encontraba cierta felicidad en estos misterios y se sentía atraída hacia aquel hombre, que no venia como un amante vul- gar á decirle su nombre y su amor, y esperaba encontrar una pasión á la manera de las que había leído que se escitan en Es- paña ó Italia, tan abrasadora como un cielo de fuego y tan ter- rible como los volcanes. ¡Débil criatura que quería jugar con una arma afilada, sin advertir el riesgo de herirse con ella! ¡Pobre mariposa que se aproximaba á la llama, sin soñar que podía en ella quemarse las alas. Cuando ella vió al misterioso estrangero, todos sus pensamien- tos se pintaban en su rostro. El joven se puso de rodillas y la con- templó estático; sus labios se entreabrieron; por la primera vez iba ú hablar, pero de improviso se levanta bruscamente y se pre- cipita en la casa cercana á la de Lina cuya puerta cerró con vio- lencia. Una hora después, Lina sola en su recámara se desnudaba con negligencia: su padre aun no volvía. Antes de meterse á la ca- ma quiso abrir de nuevo la ventana para admirar el cielo, se cu- brió con un peinador, y á la luz de la pulida luna observó la casa donde había visto entrar al jóven misterioso, cuando al momen- to escucha grandes gritos que salían de aquella habitación, dis- tingue después unos agudos quejidos, á los que siguieron tristísi- mos sollozos. Súbitamente cesaron las quejas y las lágrimas y se escuchó una lisa de carcajada, pero una risa seca y clara que172 SEMANARIO parccia salir de un pecho hueco, una risa de desgracia mas bien quede sentimiento ó de placer, de aquellas que con las lágrimas en los ojos si tienen el acento humano, se parecen á los gritos de un júbilo infernal. Las risas terminaron dando lugar á un baile estrepitoso á veces convulsivo y á veces débil Lina se figura- ba estar escuchando las danzas de las hechiceras de Macbeth en medio de un círculo mágico. El ruido cesó y quedó un silencio tan profundo, como si nada lo hubiese turbado; porque parece (pie lodo en la naturaleza se desdeña de guardar las memorias del hombre; las huellas se borran sobre la tierra, el agua pierde el rasgo de la quilla del buque, y los cantos mas alegres así como los gritos mas atroces, no dejan recuerdo alguno en el aire. Lina permanecía inmóvil preguntándose que personas podrían venir de este modo á perturbar la tranquilidad de la noche, for- mando tales danzas y dando tales gritos en aquella casa. ¿Era tal vez una orgia? Pero no habría querido acusar tan ligeramen- te al joven que habia visto entrar por su puerta. Un pequeño ruido le hizo advertir que alguno salia de la casa vecina, y muy pronto notó á un hombre envuelto en una capa y cubierto con un gran sombrero: marchaba lentamente sin fijar en la tierra mas de la punta de los pies, como si temiese ser es- cuchado, volviéndose hácia atrás de cuando en cuando con mo- vimientos bruscos. Cuando estuvo tan lejos que Lina apenas podia distinguirlo, retrocedió un poco mas, después continuó su marcha precipitadamente hasta que se despareció en las sombras de la noche que hacen ocultarse á las estrellas. Durante algunos dias, el recuerdo solo de aquella noche hacia temblar á Lina, y en todas las que la siguieron veia en sueños demonios que bailaban al rededor, sin poder fijar sus ideas ni ar- reglar sus conjeturas. Cuando el estrangero venia bajo su ven ■ tana investigaba su rostro, temiendo descubrir en él algún terri- ble secreto, pero aquel rostro singular era siempre un enigma. En fin, llegó á amar ú aquel desconocido con ardiente pasión. Ninguna palabra, sin embargo, se habian hablado, pero sus mi- radas cada dia mas. tiernas ocupaban el lugar de las espresiones. Una tarde vió brillar un puñal en sus manos que lo blandía de- lante de ella con aire sombrío y que parecía decirle: „Tú eres1)K LAS SEÑORITAS. 173 liermosa y yo estoy celoso, guárdate, porque la lámina de mi pu- ñal es demasiado buena." Los cuidados del padre de Lina no fueron bastantes para pe- netrar el corazón de su hija, quien notó cierto disgusto en su semblante, que apenas le hablaba, que se ausentaba con mayor frecuencia que antes, y que al entrar á su cuarto parecía mas pensativo. Lina temió que acaso hubiese podido sorprender una señal ó una mirada hacia el joven desconocido. Para debilitar sus sospechas se asomaba ménos á la ventana, y cuando por con- tingencia delante de él percibia al joven, procuraba tener mudo su semblante. Un dia que habia estado ausente por mas largo tiempo del ordinario, entró ménos triste. Ella creyó entonces que se habia engañado y que su padre jamás habia sospechado de ella, sino que tal vez algún negocio que lo habia ocupado vi- vamente acababa de terminar á su satisfacción. En vano, sin em- bargo, le preguntó su secreto, él lo ocultó en su alma y solo res- pondió con generalidades. Una mañana, el criado del joven es- trangero preguntó á la recamarera si podía hablar á su señorita. „¿Qué me quiere?" gritó Lina levantándose precipitadamente, co- mo para ir á encontrarlo; que entre, agregó con tono mas cal- mado. El criado le entregó una carta que abrió temblando y que contenia estas palabras: ..Dentro de una hora____en vuestra ca- sa.... voy a hablaros de rodillas. Sois tan hermosa como los ángeles del cielo, y yo os dirigiré dulces palabras de amor. Ten- go un puñal con hoja nueva.—El que te ama." Lina dejó caer la carta, puso su mano sobre su enardecida frente y se quedó re* flexionando un momento. Veinte veces estuvo por devolverla, y aunque habría apreciado la cita, no se resolvía á aceptarla por no cometer la infamia do faltar á su padre al mismo tiempo que á su decoro. „¿Aguardo la respuesta?" le dijo el criado. Esta voz la hizo temblar, y tomando una resolución impremeditada, escri- bió temblando: „Yo estaré aquí." Cuando se quedó sola, mil pensamientos asaltaron su alma, tan pronto se ruborizaba de vergüenza como se enrojecía de placer; soñaba con una ardiente curiosidad aquel misterio que el joven oeultaba como una nube; después sentia su corazón penetrado del ansia de oír hablar ú su desconocido y escuchar de su boca174 SEMANARIO las espresiones de amor que solo hahia visto en sus ojos. En se- guida mil remordimientos se levantaban como una sombra oscu- ra en medio de aquel júbilo indiscreto. Por fin, corrió á su to- cador para adornarse, y mil flores y mil adornos fueron ensaya- dos y arrojados'succesivamente, sin que obtuviese por último la preferencia, sino solo una larga cadena de oro y un sencillo ador- no de rizos que hizo caer sobre sus ojos y sobre su cuello de ala. bastro, un trago sencillo de musolina blanca y un brazalete de filigrana terminó toda su compostura. Cuando se creyó bastante hermosa apoyó la cabeza sobre su mano, y fijos los ojos en la ventana, se sentó en un sofá aguar- dando el momento de la cita. Pero el tiempo pasaba y el mis- terioso amante no venia. Impaciente iba alternativamente del relox á la ventana, hasta que por fin tocaron á la puerta y bien pronto oyó algunos pasos en la pieza inmediata. Entonces se sentó afectando un aire de calma que desmentía su precipita- da respiración. El estrangero entró, jamás su semblante moreno habia pareci- do tan poético. Al momento se puso de rodillas delante de Li- na, y largo tiempo la contempló en silencio. Ella no se atrevía á hablar la primera, pero lanzaba sobre él aquellas finas y rápidas miradas que las mugeres saben emplear tan bien. En fin, él es- clamó. „Mi bella hechicera, mi encantadora, yo vengo á trae- ros palabras que queman y frases que palpitan para espresar lo que siento. ¡Yo te amé y te amo todavía! ¡Tú no sabes cuan hermosa eres, ni cuan hermosos son unos ojos morenos! Puedo contemplar tu frente blanca y tus cabellos negros. Me gusta el pelo negro, y daria diez años de mi vida por uno de tus rizos." Lina escuchaba sin poder responder. „Pero tú callas, continuó, ¡Oh si tú no me amases! y todas sus facciones tomaron una es- presion terrible." „Yo no me atrevo á responderos, le dijo Lina, porque estoy confusa al miraros, y vos debéis tenerme por una jóven muy imprudente.—¡Imprudente! ¿Por qué?—¿No consi- deráis que es una imprudencia, una falta á mi padre el haberos concedido esta cita tan agena de mi decoro?—Decoro... .Vues- tro padre.... Vos os empeñáis en atormentarme... .Tienes una alma de demonio en un cuerpo angelical.... No me hables musDE IiAS SEÑOIIITAS- 175 (le tu padre, agregó llorando... .|Estos padres!—¿Y esto es lo que se entiende por amor? dijo entre sí Lina.—Tu amor me es tan necesario como el roció á las plantas, como á la primavera el sol." El desconocido se puso á pasear ú grandes pasos por el salón, diciéndose á sí mismo: „¡Cuán dulce será nuestra existen- cia; ocuparemos los dias en mirarnos; escucharé su dulce voz; nuestra vida se pasará así y después nos iremos al cielo." „Yo no conocía la felicidad, le contestó Lina; pero ya la he en- contrado.—Pero dime que me amas: dímelo Natalia, Natalia mia.—Mas yo no me llamo Natalia: me llamo Lina.—Lina ó Natalia, querida mia, llámate como quieras. No me rehuses tu amor.—Pues bien, gritó ella: yo te amo." El cubrió su rostro con sus manos y parecía morir de júbilo: levantó al fin la cabeza y la miró con unos ojos y un gesto tan horribles que destruían toda la hermosura de sus facciones. Lina dió un grito penetrante y quedó aterrada en su asiento fijando en él los ojos sin poder hablar y aun sin poder pensar. Por fortuna la puerta se abre bruscamente y su padre se presen- ta delante de ella. „Muy bien, señorita, le dijo al entrar, las horas que pasáis lejos de mí, las ocupáis grandemente á lo que veo, y sin permiso de vuestro padre os atrevéis á recibir á un amante." Lina se estremeció. El terror que acababa de apoderarse de ella, el miedo, la vergüenza que le causaba la vista de su pa- dre, se mezclaban en su alma de tal modo, que nada veia ni sentia. ..Permitidme que os dé un consejo, agregó el padre; otra vez escojed mejor vuestros amantes: ¿no os acordáis de haber ido conmigo al hospital de los locos? Pues poco habéis adelantado, continuó con ironía. Allí podíais haber conocido á este persona- je misterioso. ¿Queríais saber si venia del Antiguo ó del Nuevo mundo, si era un príncipe ó un proscripto, y faltando á la con- fianza de vuestro padre y á los deberes filiales, habéis alimenta- do una pasión que me habéis ocultado? Pues bien, es un pobre loco que se ha escapado de su prisión en una casa de Orates." Lina sin movimiento, pálida y descompuesta, repetía con un aire de estupidez. .Un demente, un loco, .ese gesto. .¡Oh Dios mió! No hay duda, es un hombre sin juicio. El joven que hasta en-176 SEMANARIO tónces había permanecido impasible, vino cerca de ella, hizo una pirueta y se puso ú cantar. „Yo habia sorprendido, dijo entonces su padre á Lina, seña- les de inteligencia entre los dos, y después de muchas investiga- ciones acabé de descubrir que el objeto de tu pasión era este desgraciado insensato. El amaba una muger que olvidándolo se casó con otro y desde entonces perdió la razón, y luego que ve una jóven de ojos morenos y de cabellos negros como los de su querida, se renueva su pasión. Verdaderamente te felicito por tu singular gusto, de ir á buscar á las jaulas de los locos á tus novios, y que las palabras de delirio te parezcan espresiones de amor. No se atrevia á mirar á su padre la infeliz Lina, bajaba la ca- beza, y la vergüenza no le permitió por mucho tiempo arrojarse á sus pies. Al fin hizo un esfuerzo. ¡Perdón, esclamó, perdón, padre mió! El loco, que se habia sentado en el suelo en medio del salón dando una grande carcajada, se salió de un brinco. Entre tanto su padre dijo ú Lina: „Tu culpa en sí misma ha llevado el castigo. Yo te perdono, y creo que nunca olvidarás esta terrible lección. Tú has alimentado una pasión insensata, has profanado el hogar paterno, introduciendo en 61 con olvido de todos tus deberes á un hombre estraño, y necesitas mucho tiempo para lavar tus faltas.—Cada palabra que sale de vues- tros labios, contestó Lina inundada en lágrimas, es un remordi- miento que despedaza mi corazón." El loco volvió á entrar y se colocó entre los dos. El padre lo rechazó con viveza, y des- pués agregó: Demasiado ha estado aquí, mírale Lina á fin de que te acuerdes de'este suceso toda tu vida, no volverás á verlo: el pobre loco va á marchar á su jaula. A estas palabras entró un hombre que lo tomó del brazo, y á pesar de su resistencia marchó con él. Lina contempló por última vez aquel rostro pá- lido, aquellos ojos negros, y no pudo contener sus lágrimas; pero este terrible acontecimiento le servio infinito cuando algunos años después se aprovechó de los sabios consejos de su padre en la feliz elección que hizo de un esposo á quien debió una suerte venturosa. [{Tomado del Keepsake frunces de 1838, por I. G.]LAS SEÑORITAS. 177 1Ü1Í«nque al fío de la última lección de Historia sagrada en el cuaderno sesto de este tomo, dijimos que para terminar la cuar- ta época en que está dividida, daríamos desde luego la historia de los reinados de Saúl y David; reflexionando en la rapidez con que nos hemos visto obligados á recorrer tanto la peregrinación del pueblo de Israel por el desierto, como su establecimiento en la tierra prometida, hasta que dejando de ser gobernado por jue. ees se erijió en reinado, eligiendo por monarca á Saúl, hemos creído que nuestras amables suscritoras retrocederán con gusto ú la misma época de que se han ocupado en la anterior lección, siempre que sin repetir hechos idénticos, puedan adquirir una idea mas esacta de la nación hebrea, verdaderamente admirable y digna de llamar la atención, no solo por las simpatías religio- sas que inspira, sino por la verdad do sus documentos históricos, su empeño en conservarlos y su prodigiosa permanencia hasta nuestros días, á pesar del trascurso de los siglos y de las innume- rables vicisitudes y persecuciones que ha sufrido. Por otra par- te, la historia de las naciones no debe reducirse á la cronología de sus gobernantes ni aun á la narración de sus hechos naciona- les, por decirlo así: sus costumbres, sus usos y sus trages, sus cien- cias, artes y oficios, su educación, fiestas, ceremonias y culto, con otras mil observaciones, son tan indispensables, que sin un me- diano conocimiento de ellas, podrán adquirirse cuando mas, no- ciones tan vagas, que ni aun sus mismos acontecimientos podre- mos comprenderlos con esactitud. En tal concepto, y deseando que las nociones que adquieran de la Historia sagrada en nuestro Semanario las señoritas mexicanas que no hayan adquirido otras, no incurran en la tacha de superficiales, diremos algo sobre los puntos indicados con respecto á los hebreos, bien persuadidos de que aquellas de nuestras lectoras que posean nías vastos cono- cimientos, nos disimularán en obsequio de las que carezcan de ellos, á la vez que este resumen podrá servirles de lijar sus ideas en la memoria. T. ni. 2:í178 En general, las costumbres de los israelitas fueron siempre puras, porque un pueblo laborioso debe estar necesariamente menos corrompido que el que está entregado á la molicie: ni el juego, ni la caza, ni otras diversiones de lujo arruinaban sus propiedades. No tenian espectáculos profanos, las ceremonias de la religión y el aparato de los sacrificios eran para ellos el espec- táculo mas digno de ocuparlos. Las jóvenes antes de casarse no se presentaban en público, y aun dentro de su casa vivian en departamentos separados de los de los hombres: y aun las casadas, cuando habia algunos estran- geros no comían en las mesas de sus maridos. En los festines de regocijo, se reunían todas para divertirse unas con otras sin mezclarse con el otro sexo. La política de los israelitas no era tan buscada como la nues- tra: entre ellos, las señales de amistad y de estimación eran siem- pre sinceras. Llenos de respeto hácia sus semejantes daban el tratamiento de señores á los que querían íionrar. En vez de descubrir la cabeza como nosotros en los lugares sagrados, por el contrario, se la cubrían al entrará ellos. Ningu- na nación ha observado mejor que los israelitas las leyes de la hospitalidad: recibían á sus huéspedes con el mas vivo empeño y les prodigaban todas las consideraciones de que eran capaces. La vida quieta y tranquila de que disfrutaban, la belleza de su pais y la dulzura del clima, los atraia naturalmente ú los place- res; pero estos eran siempre sencillos, honestos y fáciles de con- seguir. Aunque su continua aplicación al trabajo del campo no les" daba mucho lugar á los festines, sin embargo, no dejaban de tenerlos en los sábados y en los dias marcados por la ley. Los matrimonios, la división del botin después de una victoria, las trasquilas del ganado y Ias|cosechas de las viñas, eran para ellos otros tantos dias de regocijo y recreación. Sus matrimonios.—Las alianzas eran libres entre los israelitas y solo estaba obligada la muger a casarse con un individuo de su misma tribu, cuando era la única heredera de su padre, á fin de impedir que el dominio de una tribu no se confundiese con el de otra. Ninguna ceremonia religiosa acompañaba á los casa-DE LAS SEÑORITAS. 170 inientos, todo pasaba entre los parientes y los amigos. Los es- posos magníficamente vestidos y coronadas las cabezas en señal de regocijo, recibían la bendición del gefe de la familia: se les conducía al son de instrumentos de música, y todos los concur- rentes tenían en la mano ramos de mirto y palmas. Las bodas duraban siete dias ocupados en festines y diversiones. El re- cien casado tenia consigo cierto número de jóvenes que se lla- maban los amigos del esposo, y la muger otras tantas amigas de la esposa. Como las hebreas eran demasido laboriosas, el ma- trimonio era un alivio para los hombres en vez de un embarazo. Lejos de temer la abundancia de hijos, la miraban como una fe- licidad, y se tenia por dichoso el que se veía á la cabeza de una numerosa familia, pronta toda ú recibir sus órdenes. Su vida frugal los ponia en estado de sostener su casa por crecida que fuese su prole. Cuando los niños eran chicos les costaba poco alimentarlos y menos vestirlos, porque en los países calientes se dejan frecuentemente desnudos, y cuando eran grandes ausilia- ban el trabajo de la casa y las labores del campo. Toda su am- bición consistía en dejar á sus descendientes la heredad que ha- bían recibido de sus padres, mejor cultivada y con mas ganado. Educación.—La educación de los niños se veia entre los israe- litas como el primero y el mas dulce de los deberes impuestos al hambre. Comenzaba en cierto modo desde el nacimiento, pues que las madres no se dispensaban de alimentar por sí mis- mas ú sus hijos. Luego que el niño podia andar y articular al- gunas palabras, se formaba su cuerpo para el trabajo y los ejer- cicios, y su alma para las letras y la música. Sus padres lo acos- tumbraban á levantar pesos de consideración, á tirar el arco, á lanzar la honda y á combatir con los animales feroces. Se le enseñaba todo lo perteneciente á la agricultura por medio de una práctica continua; de manera que un joven al salir de la casa pa- terna sabia ya proporcionarse todo lo necesario para la vida: co- nocía perfectamente las diferentes calidades de las tierras y de las plantas; ¿qué precauciones debia tomar contra los diversos accidentes que destruyen los frutos;*cómo se debian recojer y conservar; cuál era el alimento propio para los animales do- mésticos, sus enfermedades y los remedios para curarlos?180 SHMANA1UO La madre enseñaba ú su hija todas las funciones económicas de la casa, 8 dirigir y á hacer por sí misma todas las tareas de la cocina; á hilar, coser y hacer las telas para sus vestidos. Estos eran los principios que solian darles, tanto para enseñarles sus deberes, como 'para manifestarles los medios de llegar ñ conse- guir sobre la tierra la felicidad verdadera. „Mi hija, decia una muger de edad, aplicada á la dirección de su casa, constante y laboriosa, hará el júbilo de su marido, y pasará con él en paz todos los años de su vida, merecerá su corazón y su confianza, y su casa disfrutará siempre de la abundancia. Buscará la la- na y el lino, y los labrará con manos hábiles, sacando de sn tra- bajo alguna cantidad para comprar un campo ó para plantar una viña. Abrirá su mano al indigente y la estenderá para asistir al pobre: no temerá en su casa ni el frió ni la nieve, porque todos sus domésticos estarán bien vestidos: cubirá sus muebles de tapi- cerías y bordados que ella misma haya hecho: dirigirá sus mira- das á todo lo que suceda en la casa, y jamas comerá su pan en la ociosidad. Sus hijos publicarán que es feliz y su marido no cesará de alabarla. Nada hay comparable á una muger bien instruida y apoyada en sólida virtud. „La muger celosa es una fuente de dolor, y la descuidada un perpetuo origen de disgustos. La muger sabia y modesta causa la gloria de su marido, y hace florecer su casa; pero la insensata destruye lo que tenga mas apreciablc. Las gracias del rostro desaparecen y la belleza lio es mas que un falso brillo; pero la muger que teme al Señor, es la única que merece las alabanzas y los elogios." Tales eran las sábias máximas con que las muge- res hebreas formaban el corazón de sus hijas, desde la edad mas tierna. Ciencias y artes.—Muy poco hablan adelantadócn las prime- ras los hebreos al establecerse en la tierra prometida, sin embargo, su larga permanencia en Egipto no pudo menos de haberles pro- porcionado algunas nociones en los primeros conocimientos hu- manos. Otro tanto podemos decir con respecto á las artes, á escepcion de la música, á la que tenían una decidida afición, y á la platcria en que habian hecho algunos progresos. Solo la tri- bu de Zabulón se dedicaba al comercio por su situación cerca-DE LAS SEÑORITAS. 181 na al mar, y todos los israelitas se dedicaban sin distinción á las artes y oficios mas comunes. Sus adelantos no comenzaron n hacerse notables hasta el reinado de David. Vestidos.—Tanto como eran sencillos los de los hombres, eran esmerados los de las mugeres. Las túnicas eran casi semejantes en ambos scesos y no se distinguían sino en ser mas largas y en los adornos y finura de la tela, pintada ordinariamente de colo- res. Las mugeres las ataban con ceñidores de seda, usaban pen- dientes en las orejas y braceletes en los lagartillos, en los pul- sos y en los tovillos. Tcnian collares, tumbagas, cadenas de oro, cajas de perfumes y adornos de pedrerías que les caian sobre la frente y sobre las espaldas, alfileres de cabeza adornados de per- las y de piedras preciosas. Cubrían su cabeza con una mitra, es- pecie de bonete que se ataba con listones, cuyas estremidades al- guna vez eran de oro ó de diamantes. Los cabellos negros se miraban como uno de los mayores presentes de la naturaleza, y las que no los tenían se los pintaban de este color, observando mucho cuidado en perfumarlos con aceites olorosos, dividiéndo- los en la mitad do la cabeza y tejiéndolos en trenzas. Por últi- mo, llevaban un gran velo que les servia al mismo tiempo de manto ó capa; jamas se presentaban al público sin este adorno que inventó la modestia a los principios, y del que después hizo el lujo un objeto de coquetería. Culto. A mas de lo que he dicho sobre este punto al referir la historia de la peregrinación del pueblo de Israel, agregaré que el objeto visible de sus adoraciones era el Arca de la Alianza, re- verenciando en ella al Supremo Autor de todo lo criado. Ella se conservaba en una tienda de campaña ó tabernáculo cubierta de preciosas telas, enriquecidas de bordados, sobre las que había una cubierta de otra tela hecha do piel de cabra, y otras encima propias para resistir á las injurias de las estaciones. Este tem- plo era portátil, y conducido en hombros por los levitas, camina- ba en el centro de todas las tribus. En medio de él estaba colocada el Arca do la Alianza. Esta era un cofre de maderas preciosas, revestido por dentro y por fuera de oro puro, encima sé Encontraba el propiciatorio, y h las dos estremidades de él, dos querubines, viéndose el uno al otro,182 SEMANARIO los que cstcndian sus alas á lo largo del Arca como para servir de trono á la Magostad y á la Santidad de Dios. La Arca en- cerraba las dos tablas de la ley, un vaso lleno del maná y lava- ra de Aaron que habia florecido en señal de su elección al sobe- rano pontificado. En frente de la Arca habia una mesa de oro sobre Ja que se ponían doce panes sin levadura, que se llamaban panes de pro- posición, y se renovaban cada ocho dias, no permitiéndose comer de los que se quitaban sino á los sacerdotes y dentro del taberná- culo. Habia tamb;en un candelabro de oro de siete luces, que el sumo sacerdote debia tener siempre ardiendo. Entro la me- sa de oro y el candelera, sejencontraba igualmente altar sobre el que se quemaban á tarde y á mañana escelentes perfumes. Finalmente, á la entrada del tabernáculo estaba colocado otro al- tar llamado de los holocaustos, sobre el que se quemaban las víc- timas, y una gran bandeja ó perol lleno de agua en que se lava- ban los sacerdotes antes de comenzar á ejercer las funciones de su ministerio. Para dar una idea de la Arca de la Alianza, hemos escogido la adjunta lámina, que recuerda el célebre pasage que nos conser- va la Historia sagrada, y de que hablamos hace quince dias, cuan- do habiendo sido vencidos los israelitas por los filisteos, cayó la Arca en su poder; pero amedrentados estos por la multitud de plagas y enfermedades que sufrían, determinaron volverla al pue. blo de Dios, á cuyo efecto construyeron un carro donde coloca- ron el Arca y uncieron dos vacas para que la llevase, como en efecto se verificó.—/. G. |sta vuelta del Arca de los hebreos después de la cautividad que sufrieron bajo el yugo de los filisteos, se encontraba en la colección de pinturas de Sir Joshua Reynolds, quien la estima- ba en muy gran precio. A su muerte la legó á Sir Jorge Beau- mont como un homenage á su gusto y á su talento en la pintura de paisage, y con el resto de la colección de éste pasó á la Gale- ría real de Londres. Puede conocerse que este es el cuadro favori- to de Joshua, por solo el hecho de haberlo designado ú los discípu-DE LAS SEÑORITAS. 183 los de la Academia real como un modelo digno del estudio y de la imitación de los que aspiran á distinguirse en el paisage poético. Su autor Sebastian Bourdon nació en Francia en el siglo XVII: llogó á ser primer pintor de la reina Cristina de Succia y presidente de la Academia real de Paris. Era un hombre que poseia vastos conocimientos teóricos y prácticos, á la vez que una alma profunda y reflexiva dotada de la mas rara virtud. Como una prueba irrecusable de su desinterés, rehusó aceptar el regio donativo de una magnífica colección de pinturas que le ofreció la reina Cristina el año de 1G52. Sabia que la reina ig- noraba el escesivo valor del presente que je ofrecia y esta fue la causa porque no quiso aceptarlo. En uno de sus discursos, el presidente dirigiéndose á sus alum- nos se espresa en estos términos: „Yo no sabría terminar este asunto (la poesía del paisage), sin hacer mención de dos mode- los que se ofrecen siempre á mi memoria y en los que el estilo poético del paisage está unido á la mas feliz ejecución. El uno es la sombra de Jacob por Salvator Rosa y el otro la Vuelta del Arca después de su cautividad por Sebastian Bourdon. Con aquella dignidad con que se nos presentan estas historias en el lenguage de la Escritura, el estilo de su pintura conserva todo el poder de'sentimientos nobles y sublimes y la fuerza de comuni- carlos á unos asuntos que á primera vista no parecían los mas propios para recibirlos. Una escala aplicada contra el ciclo no parecía ofrecer una imagen que pudiese exitar en el alma ideas demasiado heroicas; y el Arca en manos de un artista de segun- do órden no produciría acaso mayor efecto que el de un senci- llo carruage en un camino ordinario. Sin embargo, estos dos asuntos están trazados de una manera tan poética y las partes del cuadro tienen entre sí una correspondencia tan perfecta, que el conjunto y todos los pormenores de la escena producen tal ilusión, que es imposible contemplarlos, sin probar hasta cier- to punto el mismo entusiasmo de que estaban inspirados sus pintores." He aquí en pocas palabras la historia que forma el asunto de este cuadro. Los filisteos uncieron dos vacas lecheras al nuevo carruaje que habían construido para colocar en él el Arca, y ere-184 yendo con razón que Ins vacas serian guiadas milagrosamente, las dejaron á su natural instinto. Caminando de este modo, lie. garon al fin al territorio de lo:< hebreos. „Los de liutli—sheuiish liacian entonces la cosecha del trigo y levantando los ojos vieron con regocijo el. Arca. La que entró en el campo de Josué y-se detuvo en un lugar en donde había una gran piedra." Esta piedra que so llamaba la Roca de Abel forma uno de los rasgos precio- sos y prominentes del cuadro de Iiourdon. Su largo es de vara y tercia y seis pulgadas: su altura do una vara cinco pulgadas [Traducido de la Galería nacional de Londres.] elisií] fiim i ti'V,-f:o :>l vtm OÍAS* tci bi ís - • ■■•) lo wím , \V\W,i«\V*VV* VVlVV»\VVVi'VVV\\V\VVVVv\Vi\VV\VWW»tVl\H\VV\V>.1,M.VVV\V\1\V i A educación de Jas mugeres suele tener por objeto su en- tendimiento, cuando debiera aplicarse al corazón, porque no sa- ben mas que lo que el corazón las enseña. De aquí provienen sus grandes virtudes como sus grandes estravjos. Si se cultiva- se el corazón, quedarían solo las virtudes, y en vez de mugeres tendríamos ángeles. A este vicio de la educación deben realmente atribuirse las ma- yores desgracias do las mugeres. La ternura maternal, por ejemplo, está llena de decepciones, cuyo único origen es el írio egoísmo, y que.suelen atribuirse al amor. Ilustrad el alma de esa pobre madre, y haréis que emanen sus mayores goces del sentimiento mismo que la despedaza. Envejece una niugcr y los hombres la abandonan; pero tiene hijos, los cuida, los educa, y su alma se rejuvenece, por decirlo así, al lado de aquellas olmas tiernas que han nacido para amar- la. Hay sin embargo una época señalada por la naturaleza y el Evangelio, en quo los hijos deben separarse de su madre, el joven para tomar muger, y la jóveu para seguir á su marido. El nido paternal ya uo es bastante capaz; los pájaros vuelan y la cria se dispersa; necesita el águila de otras rocas, la paloma de otras sombras, y á todo; ,un juccisos otros amores.nn las señoritas. 185 Entonces es cuando la pobre madre mira finalizada su tarca, ve su aislamiento, el vacio que la aguarda en el porvenir, y no sabe que hacer ya de su vida. Esta es ciertamente una enfermedad profunda del alma que aun no han señalado los moralistas. Este sentimiento que la devora y que no tiene nombre; este senti- miento que la contrista al considerar ú su hija disfrutando una felicidad en laque ella no entra para nada, no puede ser la de los celos, ni egoísmo, ni pesar de lo pasado, y sin embargo, tiene la apariencia de todo esto. Sabida es la historia de aquella madre jo- ven, ángel por sus virtudes y caridad, y muger encantadora, que corrió ú meterse en un claustro, por no presenciar la felicidad de sus dos hijas recien casadas, y cuya educación liabia dirigido ella misma. „¡Qué! decia, ¿me arrebatarán estraños el afecto de mis hijas? ¡Veinte años de desvelo y de ternura quedan borra- dos por unos instantes de delirio! Vcdme ya sola, y mis hijos me olvidan, y el mundo se ric de mis penas, y yo misma no me atrevo á preguntar á mi corazón, porque mis sentimientos se pa- recen á los de la envidia y me asustan: ¿Podré tener yo celos de mis hijas?" Pregunta terrible es esta que pueden hacerse ca- si todas las madres en el momento fatal en que llega un marido á separarlas de sus hijas. Dejemos que las almas indiferentes acusen á la naturaleza de una monstruosidad, cuya causa cstú toda en nuestra educación. 'Hemos señalado el mal, y conviene aplicar el remedio. El mal consiste en creer que la misión do una madre termina cuando un cstraño la quita los cuidados que dedicaba á su hija; el remedio es el descubrimiento de la verda- dera misión de la abuela, es decir, de las satisfacciones que pue- de proporcionar y de todo el bien que puede hacer. Es indudable que el matrimonio afloja á lo menos en la apa- riencia los vínculos tan dulces que unen para siempre á una hi- ja con su madre, y ¿qué remedio tiene? ¡Pobres madres! antes de quejaros de la naturaleza, preguntaos lo que habéis hecho pa- ra preparar esta mudanza tan completa en la existencia de una débil criatura. Ayer era todavía vuestra hija una joven tímida que no pensaba mas que en su madre, hoy es una muger que da la felicidad, y cuyos caprichos diviniza el amor. La doncella obedecía, la muger manda; y en esta rápida transición de la ino- TOM. III. 2118G cencía ¡i la malicia, y de la sumisión al imperio, ¿os asombráis de que el delirio de los sentidos, la vanidad, el orgullo, y sobre todo, el amor, hayan producido sus efectos? Pero este mal que tanto deploráis y que tan fácil os hubiera sido prevenir» no es mas que una efervescencia fugitiva; pronto la madre recobrará á su hija, y la hallará dichosa ó desdichada; pero como quiera que sea, la recobrará para consolarla, ilustrar- la y amarla. Los consuelos y el amor son la vida del corazón maternal. Lejos, pues, de convertirse la madre en un ser inútil y pasivo después de casados sus hijos, llega á ser el ángel tutelar de su nueva familia. Descuidada de los encantos que aun pueden ha- berla quedado, libre del cuidado de su casa, y desempeñada para con el mundo y sus frivolidades, se encuentra en medio de los suyos, á quienes enriquece con los tesoros de su esperiencia. Sola ella conoce debidamente los atentos desvelos y cuidadosas previsiones. Ella sola posee aquella bondad incansable, aquel tacto delicado que tiene origen en el amor, y que sabe compren- der y adivinar todos los dolores. ¡Vedla junto á la cama de su hija en los primeros meses de su preñez, como prevee los acci- dentes que la amenazan, sus dolores é incomodidades! ¡Qué de tiernas confianzas, qué de eeshortos consolatorios! ¡Qué de dis- posiciones, cuya oportunidad ella sola adivina! Llegan en fin los primeros dolores que auyentan al joven esposo y atan á la madre con el lecho de su hija. Es cierto que hay allí otra mu- ger, una asistenta que guardaba al recien nacido, y le maneja con indiferencia; pero la abuela con qué alborozo no recibe á la inocente criatura ¡cómo la fomenta y abriga! ¡cómo fija en ella la vista incesantemente! Ella es dos veces su madre, y acaba de recobrar las emociones de su juventud y las alegrías de la ma- ternidad. Vedla ya ocupada toda con el tierno ser, admirando su sueño, comprendiendo sus menores anhelos, adivinando todos sus instintos y previendo todas sus necesidades. La jóven ma- dre, fatigada y falta de esperiencia, apenas se atreve á tocar á la frágil criatura; pero cuando la abuela se levanta alborozada, la acerca al pecho maternal, la aplica á aquel manantial de vi- da, y vuelve á la presencia de su hija á un esposo lleno de te-DE LAS SEÑORITAS. 187 mor, de ternura y de satisfacción; cuando entusiasmada de júbi- lo eclia su bendición ú aquellos tres seres queridos, se olvidan todos los dolores, y como en los primeros dias del mundo, la fa- milia se santifica y alegra ante Dios. Síguense los cuidados necesarios para la salud de la madre y la vida de la criatura, misión de prudencia y de aplicación que exige una larga esperiencia, ayudada de mucho amor, y que una hija recien casada no puede aprender sino de su madre. No hay inuger que junto á la cuna de su hijo no se entregue sin cesar á todo género de inquietudes, y á quien el mas ligero accidente no cause calentura, y no asuste el menor grito; pero no sucede esto con la abuela. Esta se asusta ménos porque tie- ne mas esperiencia; conoce los síntomas, sabe secretos para apla- carlos, y además, sabe aguardar y tener paciencia; siendo cosa digna de notarse, que en los males de la infancia, la naturaleza invoca mas bien nuestra paciencia que nuestros remedios. La paciencia es el verdadero médico de los niños. Citemos otro caso. Sucede muchas veces que los dolores de la lactancia intimidan á una madre joven, disuadiéndola el dar de mamar á las criaturas. Se cree suplir á esta falta con bebi- das, y como estas la sacian en algún modo, tiene ménos ansia por mamar y su acción ocasiona dolores mas vivos. Aquí es donde la esperiencia de la abuela es muy provechosa. Ella ma- nifiesta ú su hija que la leche es el enemigo mas cruel de las mu- geres, que los medios artificiales para desocupar los pechos son insuficientes, arriesgados, y acarrean males interminables: la di- ce que el tormento que causa la leche á las madres es una pró- bida acción de la naturaleza para obligarlas á dar de. mamar á menudo á la criatura; que la digestión en ésta es pronta, para precisarla ú renovar con frecuencia su alimento: armonía admi- rable, que dispone que las necesidades de la criatura constituyan la salud de la madre, y que la salud de ésta sea la prosperidad de aquella. Ella le señala, en fin, la felicidad en el cumplimien- to de sus deberes, resultando de todas sus advertencias esta gran lección, á saber: que así la esperiencia como la virtud, nos con- ducen siempre á la naturaleza. Tal es la misión casi divina de una abuela: para cumplirla, he188 SUMANAIHO dotado Dios ú la muger en su edad adelantada, de tanto valor y sensibilidad; y tanto cuanto es desgraciada la muger que lia per- dido el brillo de su juventud, se empeña en conseguir los vanos homenages que huyen de ella; nos encanta aquella que, hermosa todavía, se nos presenta rodeada de sus hijos y sus nietos. De este modo la muger, desde los cuarenta y cinco á los sesenta años, lejos de marchitarse en el abandono, llega á ser el alma de una nueva sociedad. No esperimenta mas que un pesar, y es el de no poder multiplicar sus cuidados cuanto quisiera, pues su vida es mas grata á proporción del mayor número de hijos que tiene- Cada nueva familia que se forma la reclama y desea tenerla en su compañía, pues por donde quiera que va lleva en pos de sí la fuerza moral y los consuetos. Así es como las familias que si- guen fielmente las leyes de la naturaleza encuentran en sí mis- mas sus placeres, su gloria, su instrucción y apoyo. Todo está encadenado en el mundo moral como en el inundo físico, y la abuela no solo es la alegría de la infancia, sino también su cons- tructora. Ella hace que las hijas se parezcan á su madre, y que los hijos lleven al matrimonio las virtudes que han visto practi- cadas bajo el techo materno. Cuando el inmortal ltichardson se propuso trazar en el carác- ter de Euriqueta, el tipo ideal de la muger perfecta, le dió por maestra á madama Berley su abuela, advirtiendo también que la madre de miss Byron, ya muerta, habia sido una escelento mu- ger. De este modo quiso darnos á entender aquel admirable in- genio, que la abuela es una segunda madre, y que su influencia vi- vificadora puedo ejercerse sobre dos generaciones succesivas. So- bre este piuito, solia decir madama Campan, que de todas las jó- venes confuidas ú su cuidado, la mejor educada lo habia sido por su abuela. No porque aquella amable criatura, que apenas contaba once años de edad, fuese muy instruida, sabia cuando mas leer y escribir; pero llamaba la atención por su piedad, su- misión y dulzura, que si no es la primera virtud de una muger, es acaso la cualidad que mas influye en su dicha. No establece- remos como principio que la educación que dé una abuela sea mejor que la que dé una madre; pero si no es mejor, puede su- plirla, inspirarla y aun dirigirla en todos los cuidados que exigeDE LAS SEÑORITA?. 189 la infancia y juventud, cuidados gratos que previenen los peligros y conducen á la virtud por la senda del placer y del ejemplo; cuidados encantadores, que todas las mugeres conocen, y cuyo atractivo y secreto no es dado comprender á ningún hombre. No entraremos en pormenores sobro esta parte de la educación. Hay autores que lo han dicho todo; pero no dejaremos de re- petir que un [corazón de mugcr,un corazón de madre, es lo que hay mas enérgico, desinteresado y atractivo sobre la tierra, y que es capaz de soportarlo todo, ménos el verse reducido á la impo- tencia y al olvido, ménos el aislamiento, el abandono y la indife- rencia. De todo lo dicho deben inferirse dos cosas: primera, que las mugeres no son desgraciadas cuando envejecen, sino porque des- conocen su noble misión de madre y de abuela; segunda, que la sociedad desquiciada hasta sus cimientos ne puede restablecerse sino por las familias, y que estas mismas familias no pueden mo- ralizarse sino por la influencia maternal. [Semanario pintoresco espaftol.'] 'LITERMÜRA—POESÍA. 4 ®£ 411111% C^ON sonrisa angelical Rqxjsa, niño inocente, En il seno maternal; Y acaricie tu alba frente Y tus labios de coral El mas balsámico ambiente. ¡Niño infelicc! Llora ya; llora cuando apenas naces De la Injusticia la opresión sangrienta, Y el desprecio, el baldón, y tantos males, Preludios ;ay! de los !.. < isiaai suaj .1 • ••• ¡v%&* nrnoraA ¡os la wovsla de gualtexuo bcott, tithl&da: i t hoI.'SUÍAUO : Uto,, ;itj.;:j> i; iailpUf &b tVlíiaani-'JSil b .¡¡üUü'U» -.......——-— sta jóvcn es la virtud personificada en su mas dulce senci- llez al mismo tiempo que en todo su vigor; porque de todas las fuerzas que pueden lucliar contra la desgracia, la resignación es acaso la que triunfa mejor cansándola ó fatigándola. Así es que cuando Isabel se encuentra al pie de esa roca contra la que el Océano se lanza con furor y golpea á cada paso con impe- tuosos botes, Isabel llora; no sobro sí misma, porque está resig- nada, sino sobre su padre que va á morir. Cuando el saludo se oye, lo escucha con júbilo, pero no se ocupa de él sino por su padre á quien le falta ya el valor. Y sin embargo, tal vez le valdría mas morir en ese instante; porque Isabel no puede per- tenecer ú quien aprecia con amor y á quien le será preciso amar por reconocimiento, por haber salvado del. peligro su vida y la de su padre. Mas ese amor que apela á la muerte en lugar de la felicidad, esc amor frenético y egoísta no es ciertamente el que arde en el corazón de la señorita Wardour: el suyo tiene algo de mas sagrado que su propia felicidad, porque encierra el cumpli- miento de su deber. Este deber le ordena no dejar que su pa- dre sea presa de la astucia de un miserable que lo arrastra ú especulaciones que deben arruinarlo. Ella lo sabe, lo ve, y sin embargo» ninguna murmuración, ni la mas leve crítica salen de su boca y se cree en la obligación de sufrir un error que le amenaza con la miseria, y cuando ésta venga, la aceptará con resignación. Su razón firme y tranquila le muestra el escollo; poro su sumisión le impide evitarlo, porque para hacerlo seria preciso separar su vida do la de su padre. tom. itr.—c 0. 25 194 SEMANARIO Por otra parte, ¿de quién se confiará? De Lobel á quien ama; pero se dice que tiene que avergonzarse de su nacimiento, y que no podria dar una familia á la muger á quien hubiese llevado á !a suya. ¿Foresta razón la joven orgullosa de los títulos de sus abue- los prefiere acaso el brillo de su sangre al interés mismo de su amor? No sin duda, su alma recta y sincera no se mueve por tan vanas y frivolas preocupaciones, y no podria calificar de un crimen, el nacimiento de aquel á quien sus nobles cualidades re- comiendan en la estimación de todos; pero Sir Arthur, so padre, reuniendo al brillo del nombre que lleva, una alianza desigual, sentina una verdadera desgracia, y su hija no quiere aumentar este disgusto ú los que ya le amenazan por su imprudente con- fianza. ¿Será acaso débil el amor que siente? ¡Ah! no* lo creáis; la pasión que sobrepuja a todos los obstáculos, no es la mas fuerte; ese amor calmado y sereno que no quiere mancharse con ningu- na falta, es seguramente el afecto mas santo y mas durable; por que en todas las cosas, la duración, mas bien que la violencia, es ja señal segura de la fuerza. No es bastante llevar al tálamo un cuerpo puro, es preciso tam- bién conducir á él una alma llena de castidad, y el revelarse con- tra la autoridad paterna, y el olvido de los deberes filiales, es una falta, que ensucia el corazón aun á los ojos de aquel por quien se ha hecho culpable. ¿Serán sagrados los deberes de esposa pa- ra aquella que ha desconocido las obligaciones de hija? ¿Y qué marido se atreveria á esperarlo? Pero dejad que se ilumine ese horizonte sombrío de una vida condenada á la penosa felicidad de no haber jamas faltado; que un punto luminoso de esperanza disipe la oscuridad, y que im- previstos acontecimientos salven una fortuna casi destruida y es- pliquen noblemente el misterio del nacimiento de aquel á quien ama, y entonces, la joven será feliz. Entonces podrá estender confiadamente la mano á la felicidad sin haber ocasionado las lágrimas de nadie, porque no la habrá conquistado, sino espera- do con resignación. Y aquel á quien ama y á quien ha resistido ¡cuán satisfecho se encontrará entonces! Acaso ma3 de su re- sistencia, que de su amor; porque ha llegado la hora en que le195 va á confiar el honor de su nombre y la dicha de su vida, y nadie mejor que él sabe que Isabel es la guardia fiel del honor y la fe- licidad que se le han confiado. Joven pura, muger honesta, este es el privilegio de la virtud, y ya es inútil decir buena madre, porque por una previsión indefinida, Dios ha puesto este sentimiento en el corazón de las mugeres, único que escapa á toda especie de cor- rupción: ser buena madre es la ley común de todas. He aquí lo que será Isabel. Y si al lado de ella vienen á adornar su noble na- turaleza la hermosura infantil, la gracia risueña, el espíritu elegan- te y el talento bien cultivado, ¡cuan larga y dulce felicidad acom- pañará á la señorita Wardour cuando sea la señora Gueraldin! Ella marchará en medio de todos los que la aman, como el astro que brilla é ilumina; y aun aquellos que pasan su vida entre los huracanes de las pasiones violentas, confesarán á su pesar, que querrían tener una muger como ella es, y mas tarde una hija co- mo ella lo ha sido. ¿Qué otra cosa podríamos agregar á seme- jante elogio? ¿Qué otro modelo podríamos presentar con mas gusto á nuestras jóvenes lectoras?—Federico Sotjlie. (Traducido para el Semanario, de la Galería de mugeres de Walter Scoil.) LITERATURA,—POESÍA. MEDITACIÓN POÉTICA. ¡Íístrella deliciosa! ;Qué KCrcna Alzas la frento en la mitad del cielo, De suave encanto y do misterio llena Brilla tu luz en el desierto suelo! To da su aroma la campiña amona, Y el viento do la tardo con su vuelo, Con su blando perfumo to embalsama, Y en la rogion del airo so derrama. Bañada de csplondor con lumbre pura Tu magostad divina centellea, Y resplandece entro la sombra oscura La aureola inraorlaA r¡uo te rodea,100 SEMANARIO Imagen do la Cándida hermosura, Uaángel invisible te pasea, ,. ; , (¡l f>j!,;í, ; , ..„.,.¡n; Y silenciosa rige» un momento, La vasta inmensidad del firmamento. ¡Qué paz tan melancólica y sublime! ;Quó cuadro el quo á los ojds bc desniega! ¡Como la hermosa creación imprima El acento do Dios quo al alma llega! Ya en la selva magnifica quo gimo, Ya en el lujo del campo y do la vega, Del' DOfqtté en las inmensas soledades, O al bramar con furor las tempestades. A lo lejos el mar do azul teñido Halaga con su lánguido murmullo, Reflejando del sol el colorido Y besando las playas con bu arrullo, Sobro el escelso monte confundido Rompen algunas flores el capullo, ¿Su ramage los árboles remecen, Y los leves vapores desvanecen. ¡Estrella misteriosa! Un bello encanto Presta tu resplandor á aquesta escena, Cuando la augusta noche con su manto Do silencio y quietud la tierra llena, El pajarillo con su triste- canto Las alas tiendo en la región serena, Y azotando los aires, vuola al nido En pos do su descanso apetecido. En la atmósfera pura y trasparente El grupo dé las nubes tornasola, El rayo con que el sol en Occidente Con variado matiz las arrebola, Cuando sepulta la cansada frente Y pinta con su luz la inquieta ola, Do púrpura y de nieve reteñidas Flotan sobre los cielos esparcidas. Allá forman un lago, una montaña Quo deshace la brisa, con su vuelo Un negro pabellón quo e) ojo engaña, AHÍ un peñasco, un trasparente velo, Aquí á la estrella do la tarde empaña El alcázar que fingen en el cielo, Y disueltas ya vuelven, ya á lo lejos .Se pierdeú entre mágicos reflejos.DE LA.S SEÑORITAS. 197 ;Quó elocuente y sublimo es el misterio Do aquellas horas en quo muero el dia, Cuando la noche ol silencioso imperio Tiendo do sombra y do tiniobla umbría, Cuando reina la paz del cementerio Dondo el rumor do la existencia hervía, 50 entrega el alma a meditar d solas Al silencio solemno do las olas. Y a la vista aparecen las naciones Quo borraron los siglos con su vuelo, Coronadas ayer con sus blasones Cubiertas hoy de lamentablo duelo, Y la mente sin gloria ni ilusiones Muda contempla sobre el yermo suelo, Pórticos, plazas, templos y pilares, Escombros de loa lóbregos hogares. Tébas, Corinto, Ménfis y Falmira, Cubren do ruinas la abrasada arena, liorna soberbia compasión inspira Desnuda y pobre do siloncio liona; 51 su pasada gloria nos admira, Despierta su presente la honda pena, Quo al vuelo do las rápidas edades Polvo son los imperios, las ciudades. . ¡Estrolla do la tardo! Tú me ofreces Graves y melancólicas lecciones, Que también do improviso desvaneces Do mi pocho las dulces ilusiones, Entro negros celagos to oscureces Como suelen las míseras naciones, V el astro do las nochos que te oculia, En niebla espesa tu esplendor sepulta. Y ella con magostad enseñorea Revestida de visos y coloros, En medio de los cielos se pasea Coronada de magia y do fulgores La tíorra con su lumbre centellea Derramando el deleito y los amores, .Mientras pálida, triste y olvidada Yaces entro las nubes apagada. ¡Estrella do la tarde! El alma mu Bañada per tu luz medita ahora, No tiempro imperios que do niebla fría Cubrió el tiempo con planta vencedora,198 SEMANARIO Llena de inspiración mi fantasía En cuta soledad la mano adora, Que levantó e>to vasto íinuamcntb Do su grandeza colosal portento. Que con bu dedo agita la tormenta, Y habla en los huracanes tempestosos, Quo calma el mar «nando invisible ostenta En las nubes los Iris luminoso*; Que la tierra en sus sonos alimenta, Que entreabrió los abismos tenebrosos, Y dió a los monte» el ropage y flores, Alas al viento, al ciclo sus coloree. Que en esta inmensidad su genio inspira Con tu mágica luz y tu belleza, A quo entone en las cuerdas de mi lira Himnos á bu poder y a «u grandeza, A que revele al hombre que delira Con la horrible impiedad y la fiereza, Quo él nos abre la cuna con su mano, Y cierra el atahud con hondo arcano. ¡Estrella de la tarde! Tu presides Un bello instante esta sublimo escena, Y una apaciblo suavidad despides Y ol Ser Supremo de esplendor te llena, Inspirada tal vez á soliis mides Tu breve imperio en dolorosa pona, Si las sombras tns rayos desvanecen Al morir mas brillantes resplandecen. Abrió el Señor la fuento de la viija Disipó las tinieblas de la nada, Y á su voz inmortal la tierra henchida So vid do pompa y magostad ornada, Con su secreta mágía conmovida La raza virginal se vid tocada, Y un destello de luz sobre su frente La hizo igual 4 su Dios Omnipotente. El Ser Supremo al contemplar su hechura De magentad y gloria so cubría, Y fijando los ojos por la altura En la extensión del aire se perdía, Pasó volando el monte y la llanura, El Océano le abrió segura via, Y en su carro fugaz con presto vuelo Tendió las alas, remontóse al ciólo.DE LAS SEÑORITAS. 199 Pobló lo» oampos de la inculta tiorra, La coronó con árboles y fuentes. Alzó los montos, encumbró la sierra, Y soltó las cascadas y torrentes. Cuantos tesoros en su seno encierra Derramó sobro pueblos diferentes, Y prestó on la tjniebla confundida A la hoguera del sol, górnien do vida. Sobro un trono do arcángeles paseaba Y un riquísimo manto lo cubría, En la gloriosa frente centellaba. La diadema inmortal que la ceñía, Al eco da su voz el mar callaba, Y la ñora tormenta so estinguia, Y era una imágen del Edén la tierra, Sin cstraña ambición, ni horrible guorra. Bello jardín con sombras y colores Quo adorno do riqueza y de verdura, Dondo fuentes y arroyos bullidores Dibujan su cristal en la espesura; Donde naturaleza sus primores Ostentó entre el deleite y la frescura, Palacio quo labró la Omnipotencia, Morada dol plaoor y la inocencia. Pero el hombre feroz abrió linderos, Midió la tiorra, persiguió á su hermano, Tendió los pensamientos altaneros, Desconoció su Dios, so hizo tirano, Ordonó las legiones do guerreros, La fratricida lanza alzó su mano, Y de sangro y de lágrimas un rio Derramó con injusto poderío. Dios indignado lovantó su diostra Los vientos irritáronse sin frenos, Fué el rayo de su saña viva muestra, Revelaron su cólera los truenos, El mundo criminal fuá su palestra, Rasgó á las nubes sus profundos senos, Y llevó las borrascas en sus alas, Quemando al bosque sus vistosas golas. Rodó por los espacios: vacilaron Los derrumbados montes encendidos, Y las hondas fíerisimas bramaron Dol sañudo huracán ¿ los rugidos,200 SEMANARIO En las huecas cavernas retumbaron Los vientos con furor embravecidos Y del orbo el firmísimo cimiento So desquició do su profundo asiento. Abrid las cataratas do eso ciclo Y" los mares su límite cstendian La vasta sombra do su negro velo Las gigantes montañas abatían, Sorprendidas las aves en su vuelo Atónitas las alas recogían, Y en espesas tinieblas confundido Cubrió el mundo el silencio del olvido. Ven, y al abrigo del mortal pomposo Quo un verde pabellón forma en el suelo, El astro de la tardo misterioso Con blanda luz to ofrecerá el consuelo, Verás el melancólico reposo , ti Con quo esliendo la noche el negro velo, Las lánguidas estrellas aparecen, Y en el desierto cielo resplandecen. Que aquí sobre el peñasco reclinado Cubierto con el musgo y la maleza, Del roció nocturno salpicado Canto tu resplandor y tu bolleza. Del mundo y sus horrores olvidado Me revelan los campos sus riquezas, Y errando 4 la ventura sin reposo Bendeciré tu aspocto mistorioso. Y aunquo el tiempo veloz con fuz erguida Encanezca el cabello do mi fronte, En la vejez desierto de la vida Cantaré tu hermosura reverente. La luz de la mirada ya ostinguida, • Trémulo el pié, lloroso penitente, Me volverás del tiempo ya pasado El recuerdo de un sueño ya olvidado. ¡Estrolla de la tarde! el arpa mia To consagra en la nocho el puro acento, Que en la tiniebla y soledad umbría Con tu bollo esplendor me das aliento, Serás mi inspiración, mi luz, mi guia, Clavada en el inmóvil pensamiento, Y cual fija esperanza en tni memoria, Tú me abrirás las puertas do la gloria.—Ramón Vei ez.1)K LAS SEÑORITAS. 201 ESTUDIO DE CABEZAS DE CORREGIO, ¿gí&|N la traducción que hizo el profesor Púceli de las reflec- ciones del abate Winkelmann sobre la pintura de los griegos, se encuentra el pasage siguiente. „Se sabe que en la rendición de Praga en 1648, fueron transportadas á Suecia las pinturas mas preciosas del emperador Rodolfo II. Entre ellas se encontraban algunas de Corregió que habia regalado al emperador su primer propietario el duque Federico de Mantua. Una de ellas repre- sentaba la famosa Leda, otra un cupido manejando su arco. Cris, tina, la célebre reina de Suecia que abdicó su corona, y que en seguida quería volver á tomarla, poseída mas bien que de gusto, de aquella erudición escolástica propia de su época, trató aquellas admirables pinturas como el emperador Claudio habia tratado á un Alejandro de Apeles, haciéndole cortar la cabeza, para sustituirla con la de Augusto. Asi es, que de las cabezas, las manos y los pies cortados de los mas soberbios cuadros, se cubrió todo un tapiz entero, y se agregaron á los troncos mutila» dos nuevas cabezas, manos &c. Los que por fortuna escaparon de esta mutilación y entre ellos muchos de Corregió, pasaron después con otros cuadros que la reina habia comprado en Ro- ma á la posesión del duque de Orleans, siendo por todos dos- cientos cincuenta; once de ellos de Corregió, por los que dió la suma de nueve mil escudos romanos." Es probable que Winkelmann estaba mal informado, cuando da á entender que todas las figuras de Corregió escaparon de la decapitación. Mr. Angersten escojió en la colección del duque de Orleans, dos grupos de esas cabezas que se hallan actualmen- te en la Galería nacional de Londres. Según todas las aparien- cias, ellas fueron arrancadas de algunos grandes cuadros que se presume con razón haberse pintado para que se vieran á una distancia considerable. Acaso fueron también maltratados por autoridad real; porque algunas de esas cabezas, aunque caracte- rizadas por cierto aire de nobleza y de suavidad muy distante de la pobreza de estilo, lo que prueba que son obra de un gran T.iu. 26202 SEMANARIO maestro, sin embargo no están muy bien proporcionadas y por otras consideraeibtíés no se parecen absolutamente en su estilo á las de Corregió. Su carácter y .espresion no están bastante pronunciadas para podernos dar ú conocer los personages que deben representar, ignorando pues á qué cuerpos ó á qué almas hayan pertenecido estas grandes cabezas, nos abstendrémos de ocupar á nuestros lectores con vanas conjeturas. No seremos menos severos con respecto á la mutilación de las pinturas, por- que sabemos que el presidente West data el principio de la ena- genacion mental de nuestro buen Jorge III, desde la época en que este príncipe propuso se recortasen uno ó mas cartones de Rafael, para ajusfarlos á ciertas pinturas del palacio de Windsor. Las dimensiones de estos fragmentos reunidos son de cinco pies de largo sobre tres y seis pulgadas de ancho. [Traducido de la Galería nacional de Londres.] _ - _ A en otra vez hemos ocupado á nuestras amables lectoras con algunas nociones sobre este arte du diversión y utilidad tan conocidas, cuyo estudio es la base de casi todas las ciencias y las artes, pero al leer el Manual del dibujante, dedicado á la juven- tud mexicana, que se está publicando en México en la imprenta de este Semanario, hemos creído no poder satisfacer á nuestros deseos en obsequio de la instrucción del bello sexo, sí no llamáse- mos vivamente su atención hacia una publicación tan importante y tan análoga al plan que nos hemos propuesto en este periódico. Pensamos al principio hacer un estracto de la obra en obsequio de nuestras suscritoras; pero desde luego conocimos la corta uti- lidad que podrían sacar de un diminuto estracto, cuando por otra parte, las láminas indispensables para su inteligencia, deberían ocupar algunos números de nuestro periódico, y cuando por últi- mo, el módico precio del Manual del dibujante lo pone al alcan- ce de las personas menos acomodadas. 8R ' .m .TDli tAS SEÑOlllTAP. Nos alegramos sobremanera de que una obrita tan útil á to- das las clases de la sociedad, se haya dado á luz entre nosotros. Hace mucho tiempo que se ha conocido lo indispensable que es el estudio del dibujo en toda educación un poco esmerada, y era lástima ciertamente que careciésemos de obras deméntalos co- mo la de que se trata. Arreglada como esta á los mejores prin- cipios, bajo un orden tan sencillo y natural, ycon la claridad con que se pone al alcance de todas las inteligencias por cortas que sean, no puede ménos de producir los mejores resultados. Solo al leerla, queda uno convencido de que el estudio del dibujo no exige la dilatada serie de años que hasta nuestros dias ha estado en uso para quedarle las mas veces sin aprenderlo. Sus princi- pios, fundados en la rigorosa esactitud de la geometría, son tan útiles á toda clase de personas, que estamos seguros de que por poco que se dedique cualquiera á su estudio, sacará de ellos es- traordinario fruto. En el establecimiento do educación de I). José Ignacio Ser- rano, en que estudia el dibujo el traductor del Manual, se han ob- tenido resultados muy satisfactorios con su doctrina, y al ver lo que dibuja el citado traductor, se creeria que habia estudiado el arte por mas de dos años, cuando solo hace seis meses que se de- dicó á él: y como ya en otros discípulos se han visto iguales ade- lantos, se tiene comprobada la diferencia que hay entre apren- der bajo estos principios fundamentales, y bajo el método de co- piar los modelos sin reglas que guien al discípulo, ni mas princi- pios que su ojo y la costumbre. Nuestras amables suscritoras, adquiriendo esta apreciable obri- ta, hallarían en ella un manantial inagotable de recursos, va con- tra el fastidio del ocio, ya para quedar airosas en sus obras de bordado, y ya'para lucir con la perfección que deben obtener su? ideas por medio de los principios que inculca. Guiados por los deseos que nos animan en favor de los adelantos de nuestras apre- ciabas compatriotas, nos tornamos la libertad de recomendarles el citado Manual. Pensamos después hacer un compendiado análisis de los cin- co cuadernos que se han publicado ya; pero nos disuado de tal intento la obvia reflexión de que nuestras puede uno servirse de papel común y lápiz negro ó carboncillo, ó de una pizarra que consiste en una tabla ó lienzo pintado de negro, y un gis blanco ó un pedazo de tiza; pero sea cual fuere el medio que se prefiera, es necesario desde luego trazar con lim- pieza y no tener miedo de borran los ojos y la mano se acostum- brarán poco á poco á estar de acuerdo, se borrarán menos las lí- neas, serán mas finas, mas correctas, y los dibujos mas compií- dos se ejecutará sin esfuerzo, y siempre en una proporción con- veniente. .sncfí cris; oo Y B{_•>*> oiuj «¡susitm Btraurunt kBni e.-.. u¡-•.. < •• SEGUNDA PARTE. v (iioítiéfmdjni boiibUj «oí, u» ►./.•«. . wheo i .•« u*lq • •••»••>. Dibujo natural. Aunque el dibujo geométrico y sus aplicaciones al ornato sea realmente, en Ios-ejercicios que preceden, un estudio de dibujo natural, se ha convenido en reservar, especialmente el nombre de dibujo natural, al estudio de la figura y del paisage, aun cuan- do este estudio se aplique á copias de simples dibujos. El método que se sigue generalmente en el estudio del dibujo de la figura, y cuyo origen parece que se debe ú Juan Cousin, consiste en comenzar copiando el dibujo de una nariz, de una boca ó de una oreja, después el de una cabeza entera, y por úl- timo el de un cuerpo entero ó estudio académico. El método que se atribuye á Gerardo do Lairesse, y que parece que vuelve á comenzar á estar en boga hoy en Francia, consiste en acos- tumbrar al discípulo desde los principios á copiar líneas en todas direcciones; después se ejercita en la copia de objetos sencillos, de los que se hallan frecuentemente á nuestra vista, como vasos ó muebles cuya configuración consta siempre de líneas rectas, curvas y oblicuas, y por último se le hacen imitar líneas forma- das por las diferentes partes del cuerpo humano. En uno y otro método se acierta el contorno después de apun- tar y trazar el todo, y lo último es indicar las sombras: el dibu- jo del yeso (copiar una estatua do yeso ó de mármol) se sigue á \«08 SUMAXAUIO la cópia du simples dibujos, y precede al estudio del natural, exi- j;e mas destreza de parte del dibujante. Por una perfecta analogía con estos métodos, regularmente se comienza el estudio del paisage, copiando dibujos de fragmentos aislados de arquitectura, de árboles, &c; se continúa ejercitán- dose en el dibujo de la naturaleza muerta, frutas y flores, y se termina por el estudio de la perspectiva y de los sitios naturales. Ya hemos dicho, y no nos cansarémos de repetir, que el ma- yor inconveniente de esta rutina, es el acostumbrar al discípulo á una multitud de detalle? que va escalonando con mucho tra- bajo sin lograr siempre hacer un conjunto pasable. En efecto, ¿cómo se persuadirá á un niño que lia estado dos años dibujan- do hasta los mas mínimos detalles de una oreja y de una nariz, que necesita olvidar estos pormenores en las figuras de los úl- timos planos, indicarlos apenas en los planos intermedios, y no espresarlos en los primeros planos hasta después de ha- ber acertado el conjunto? Una marcha mas racional es la que hemos seguido, ejercitando desde el principio el ojo y la ma- no del discípulo en el dibujo de delincación, en los trazos de la regla y el compás, y después en sus aplicaciones al dibujo del ornato y de los órdenes de arquitectura: ahora el discípulo es ca- paz de estudiar con fruto las líneas de la perspectiva con las mo- dificaciones de luz y de sombra que son tan indispensables al dibujo del paisage como al de la figura, en el que la osteología y el juego de los músculos son estudios preliminares, sin los cuales es imposible copiar el natural. Supongamos que el dibujante ha ejercitado suficientemente su ojo y su mano para comprender inmediatamente las formas y su relieve, y espresarlas por medio de un contorno correcto y som- bras bien entendidas, y que nada en la naturaleza puede escapar en adelante á su ojo investigador y á su lápiz obediente. En este estado, para dibujar del natural, en la verdadera acepción de es- ta palabra, su primer cuidado debe ser el de señalar el cuadro de lo que se propone imitar, y fijar la escala de proporción en- tre el modelo y su dibujo: hecho esto y establecidos los planos perspectivos, indicará el todo con puntos de señal, y se ocupará de las masas que se hallan en los diferentes planos: esta primeraDE LAS SEÑOIUTAS. 209 operación no contendrá ningún detalle, sino las grandes divisio- nes del dibujo; y cuando esté concluido satisfactoriamente, pa- sando siempre del todo á las masas, se llegará en cada una de estas á los puntos de señal de los detalles; y después cuando to- das las masas hayan adquirido su carácter distintivo, los puntos de señal servirán para estudiar los detalles. Para el estudio do estos pormenores es para lo <|iie vamos á dar las nociones mas sencillas de los huesos, de los músculos, y do las proporciones de la cabeza y del cuerpo humano: estas no- ciones deben estar siempre présenles á ¡a imaginación del dibu- jante cuando copia el natural, quien por otra parte se las recuer- da constantemente; pero son indispensables para la composición de un dibujo ó de un cuadro, creación del ingenio del artista, imi- tación de una naturaleza que él se imagina, que anima con sus pasiones, y á la que imprime su genio: así es como la antigüedad produjo esas obras maestras de belleza de que tan raras veces nos ofrece la naturaleza modelos acabados, que han adquirido el glorioso renombre de helio ideal. Este bello ideal es el que el dibujante debe apropiarse en cierto modo por un estudio cons- tante de las proporciones y de las formas de las esculturas anti- guas y de los grandes maestros de los tiempos modernos. El l'usino, en sus escrupulosos estudios del antiguo, parece haber seguido la marcha que indicamos aquí al dibujante, para quien no hay escollo mas positivo que esos grabados que seducen á pri- mera vista por la brillante ejecución de un buril bien manejado, por una oposición sistemática y amanerada en su aparente aban- dono do luz, de sombras y de claro oscuro, pero (pie por su dibu- jo descorrecto y chocante en sus proporciones, no pueden sopor- tar el menor exámen, ni la menor comparación, no ya con el be- llo ideal, pero ni aun con la naturaleza pobre y degradada que algunos célebres maestros de las escuelas modernas han copiado demasiadas veces con una exactitud desconsalora. Después de haberse ejercitado el discípulo en el estudio del natural copiando primero seres humanos en los planos retirados en que no se perciben mas formas que una cabeza, un cuerpo y brazos y piernas para cada individuo, llegará después fácilmente á copiar en los planos intermedios el todo del cuerpo con la for- ma del rostro, y la posición del cuerpo y de los miembros: des- pues, en fin, en los primeros planos, el conjunto de las facciones, de la cara, de la forma del cuerpo y de los miembros, con todos los detalles de configuración y proporciones que la posición del todo determina: y después de esto el dibujante sabrá espresar la fisonomía y el aspecto que las pasiones dan á las facciones de la cara v al cuerpo humano. T. m. 27210 SEMANARIO NA muger de casa, en otro tiempo en México era una ama de llaves ó una cocinera en gefe, encargada de cuidar de los criados y la despensa, era un mayordomo que llevaba la eco- nomía de la familia sin pasar mas allá, y sin poder salir de este papel como una consecuencia necesaria de la idea que se te- nia generalmente de la inferioridad de las mugeres. Si alguna de ellas á pesar de la limitación de sus ocupaciones, sentia ele- varse su alma, y si una voz elocuente le gritaba que tenia que cumplir una misión mas noble, muy pronto nuestros desdeñosos abuelos la hacían reducir á las funciones de muger de casa que ella quería estender mas allá de la intendencia de la cocina, ocu- pándose también de la felicidad de toda su familia; porque tales á la verdad la idea que se debe tener de una muger de casa; mas para esto seria necesario que el gefe de la familia se persua- diese de la utilidad que puede prestar en ella una muger de go- bierno. Cuando vé que se tiene una preocupación anticipada de su inutilidad, el alma de una muger se abate bajo el peso de su impotencia y rara vez se acostumbra á luchar contra ella, pero por el contrario si se ve sostenida, comprende fácilmente todo lo que puede haber de apreciable en el manejo de la eco- nomía doméstica. Ingeniosa como no lo puede ser ningún hom- bre en adivinar los gustos de todos los .individuos de la familia, nadie como ella sabe encontrar los medios de satisfacerlos. La economía doméstica es uno de los cuidados mas importan- tes y de los elementos de educación mas necesarios para una se- ñorita, especialmente en un país como el nuestro, en que á pesar de su abundancia, es tan corto el número de las familias acau- daladas, que puedan sostener una ama de gobierno ó de llaves encargada de la administración interior de la casa, y que aun en México son pocas aquellas en que la muger ó la madre no tengan que ocuparse de esta tarea, acaso la mas importante pa- ra el bien estar y la felicidad do la familia. Mis amables lecto- ras entenderán desde luego que no hablo de aquella economía /DE LAS SEfiOHITAS. 211 rastrera, minuciosa y cansada que quita la vida á los infelices criados para desperdiciar los miserables ahorros que produce en goces superfluos de un ridículo lujo; sino de aquella que con- siste en un sabio orden y método que evita los despilfarras. El manejo de la casa lo considero yo como el imperio de una mu- ger; pero cuya soberanía no se le ha delegado sino con la condi- ción de que todos los subditos de la familia sean felices; ella de- be por consigdiente velar por lo mismo sobre la felicidad de ca- da uno, y darles la mejor asistencia con el menor gasto; tal es el problema que debe resolver una buena madre de familias, una muger de gobierno. Tara resolverlo no necesita en mi concep- to otra cosa que un poco de observación. Si tiene una noticia csacta del valor de los efectos de consumo que corren á su cui- dado y procura no emplear sino los proporcionados al gasto de que puede disponer, ya con solo esto tiene mucho adelantado. Es verdad que esas ocupaciones son frias y monótonas en sí mismas; pero no pueden menos de hacerse tolerables y aun de- liciosas á aquella muger que encuentra en su ejercicio un medio de aumentar la comodidad y el bienestar de su familia: mucho mas si reílecsiona que á escepcion de algunos goces muy raros en la vida, y que parecen bajados del cielo, la felicidad de! hom- bre se compone siempre de pequeneces, y animada por lo mismo con el imperio de la casa que se le lia confiado no se desdeñará de usar de todos los medios y arbitrios que le ocurran para mul- tiplicar esos pequeños goces en la mesa, en el vestido, en los muebles, en todas las menudencias de la casa, Lo que nos hace comunmente la vida desagradable y fastidio- sa, no es acaso sino la sequedad que observamos en las realida- des que la componen; sin embargo, ¡cuánta poesía no contienen para aquellos que saben comprenderlas! Y si hay una alma que pueda internarse hasta el fondo de esas minuciosidades, la mu- ger es la única que puede aspirar á esta gloria, y la sola que puede proporcionarles un encanto y una gracia que ninguna como ella puede adivinar. El instinto de la muger le revela casi todo lo que hay de íntimo en el pensamiento del hombre. Mas hábil en satisfacer los gustos de su marido ó de sus hijos que ellos mismos en comprenderlos, sabe darles tal armonía con su gusto212 SEMANARIO que adivina, que aumenta doblemente el placer, no solo de ver satisfechos sus deseos sino de verlos ú veces anticipados. La feli- cidad doméstica disfruta entonces de aquella calma serena y sin nubes que proporciona el acuerdo perfecto en que está nuestro interior con todo lo que nos rodea. La religión de una rnuger dichosa, está toda entera en su amor: su templo es la casa en que habita con él. Nada, pues, de- be serle mas grato que presidir á su arreglo con una especie de ceremonia mística. Un aposento risueño, limpio y bien ilumina- do, revela el júbilo y la satisfacción de los que lo habitan. Una casa adonde al fin del dia viene el gefe de la familia como á un lugar de reposo después de las cotidianas fatigas, debe ser el objeto de los cuidados y esmeros de aquella que lo aguarda con impaciencia para disfrutar de su grata compañía. Para la rnuger todo puede proporcionar una ocasión de ejer- cer sobre el hombre la influencia del placer, influencia que repeti- da, hace la felicidad. Su tocador tiene un lenguagc mudo que ha- bla á veces con la mayor elocuencia. Aquel trage de joven con que antes de casarse agradó tantas veces á su marido, sue- le á veces producir recuerdos demasiado gratos. Después de largos años de felicidad, el marido que levanta sus ojos de los que se escapa una lágrima de júbilo al ver al niño que juega de- lante de él, suele encontrar en la madre de su hijo una memoria de aquella vida de felicidad que se prometía al ofrecerle su en- lace, y ella le recordará sin cesar aquella feliz época lan llena de ilusiones y de bellas esperanzas, haciéndolo todavía mas feliz; porque el hombre rico y dichoso en su estado actual, quiere sin embargo retroceder á la felicidad pasada, y le gusta comparar aquellas promesas pasadas con la realidad presente. En la conversación, sobre todo, es donde el Bello Sexo puede ejercitar todo su poder sobre un marido. Hay multitud de memorias deliciosas que contienen todo el secreto de nuestros tiernos años y que vienen ú encerrarse en el corazón de la rnu- ger; ella es quien las conserva religiosamente y quien tiene cui- dado de registrar esos tiernos recuerdos para aprovecharlos con oportunidad. En la ausencia, en los momentos en que la sole- dad no puede soportarse, sino ocupándose de un ser amado, laDE LAS SEÑORITAS. 213 muger prepara sus conversaciones floreadas de memorias capa- ces de arrancar al marido de sus mas tristes y fatigantes refle- xiones y del tétrico disgusto de las inconsecuencias del mundo- La hija joven, descosa de agradar, ¡cuántas veces sueña y prepa- ra con anticipación lo que tiene que decir á su padre querido á quien aguarda! y ¡cuán anticipadamente prepara su pequeña im- provisación hacia el amante á quien espera! Nada hay frió ni fútil para una muger empeñada en hacer feliz la mansión de su familia: conserva en su memoria y recojo de lo que ha leido ó escuchado todo lo que puede contar; procura elevar su alma para hacerse digna de escuchar los proyectos del marido ó del padre, y consolarlos,y reanimarlos en sus contratiempos, por- que nada hay ni puede haber sino un solo pensamiento en el co- razón de la muger, el amor: todo se reduce á esta palabra, y de este punto parten los actos de su existencia. Por consiguiente, ella ve en todas las cosas un medio de felicidad, y cada una no adquiero importancia para ella, sino en cuanto puede conducir a su objeto. De este modo, al llegar el marido, el padre ó el hijo á su casa, todo lo encuentran preparado para recibirlos, y faltará tiempo á la muger en la ausencia de su marido para ocuparse de aquellos trabajos necesarios á la economía de una casa, pero que tienen un aspecto, aunque poco gracioso en sí misma, que lo ofrecen en recompensa imágenes tan agradables. Seria necesario pasar mucho mas allá de los límites que nos hemos fijado para no fastidiar en los artículos de este .Semana- rio, si quisiésemos recorrer todos los puntos á que debe estender- se, en nuestro concepto, el influjo de una madre de familias ó de una muger de gobierno: asistencia, felicidad, diversión, nada hay que no se comprenda en sus atribuciones; pero no podemos omi- tir algunas palabras sobre el esmero de consolar á los que su- fren. Este cuidado abraza los padecimientos del espíritu: la mu- ger llora con el marido sus desengaños, dándole una garantía an- ticipada de que la encontrará dispuesta para consolarlo en sus penalidades físicas: cu medio del mayor regocijo y de la mejor salud, so prepara para el día de la calamidad y del sufrimientu, y habiendo estudiado los medios do endulzar el dolor, cualquiera que sea el que sobrevenga, la encontrará' amaestrada. Ella no214 SEMANARIO vendrá con la cabeza liona de recetas viejas á ofrecer al enfer- mo de su familia, una bebida que podria matarlo; pero estará bastante instruida para dar algún alivio en una dolencia vio- lenta: i\o querrá hacer las veces de médico, pero ilustrada por las observaciones que nadie puede hacer mejor que la persona (jue vive con nosotros habitualmente, aplicará los remedios que es preciso administrar de pronto, especialmente en la infancia, y el padre y el marido, fiarán de la muger de gobierno el cuidado de vigilar á sus hijos, sin temer se encuentre en ella aquel char- latanismo de ciertas mugeres, que dándose por demasiado ins- truidas en la medicina, perjudican mas que sirven á la humani- dad doliente. Hay otro objeto que toca muy inmediatamente á la muger de casa, la higiana ó la salubridad que mira á los alimentos y á todas las habitudes que pueden ejercer su influjo en la salud. La higiana es acaso la parte mas importante de la medicina y la que mira mas especialmente á la muger, porque casi toda ella depen- de de precauciones que nadie como ella es capaz de tomar. De- be vigilar, sobre todo, de la limpieza en las habitaciones, del buen estado de los alimentos, la pureza del aire y todos los demás por- menores que constituyen los elementos principales de la conser- vación de la salud. Pero hay otro empleo mas sagrado para la muger, que es el de madre. Se ha dicho á la muger: „Tú darás á luz y el primer alimento á tu hijo; pero no acaba aquí tu tarea. Ni creas que la sociedad reconocida á este primer servicio te quede agradeci- da, si habiendo aumentando su población en vez de seres vigoro- sos y robustos la recargas con entes débiles é inútiles." ¿Cuáles son los tristes resultados de esas educaciones verificadas fuera del hogar doméstico? Cuando la madre no pueda alimentar por sí misma á sus hijos, nadie podrá escusarla al ménos del mas minu- cioso cuidado con respecto á la persona que hace sus veces. Aca- so esta es una de las mayores dificultades que tiene que vencer una muger de casa, pues ella es tal, que debe colocarla en un medio esacto entre la severidad exigente que se observa en al- gunas madres con respecto á las amas de leche, y la nimia con- descendencia que les prodigan otras. Sobre todo, la perpetua iDE I-AS SF.Ñ0MTAS. 215 vigilancia respecto de ellas, es tan de absoluta necesidad, que por desgracia, la mayor parte de las enfermedades de los niños no tienen otro origen que la falta de cuidado hácia las mugeres que las crian. En conclusión, la administración pecuniaria de la casa, la pro- visión de la despensa, el cuidado de los criados, la hermosura y limpieza de las habitaciones, el aseo de los muebles, el tocador las conversaciones, el trabajo, la higiana, la crianza, la educa-* cion, todo es del resorte de la muger de casa: todo pertenece al reinado pacífico de la madre de familias que muchas ven con tanto desprecio, y que demanda para su esacta cumplimiento, una inteligencia y una instrucción tan empeñosa como variada. Manos ú la obra, Señoritas mexicanas, dedicad vuestro empe- ño, emplead vuestros conatos en ser verdaderas mugeres de go- bierno, verdaderas amas de casa, dignas de ser llamadas con es- te nombre. Ya es tiempo de salir de esa situación ignorante y limitada que no os permitía ser consideradas compañeras inteli- gentes del hombre, y como una mitad del ser social: el mundo y nuestro pais mismo, se trasforman al rededor de vosotras y to- do clama por otra organización en favor de los progresos socia- les. No aguardéis á que los hombres os vengan á ofrecer vues- tro lugar en este nuevo estado de cosas. Si vuestra alma ha ha- blado con la fuerza que ella os da, venid á sentaros al lado del hombre, obligadlo á que os confie su felicidad, y á que os vea con gusto ejercer el imperio doméstico, acaso con mas propiedad que él ejerce el político. ¡Cuántas de vosotras que otras veces se sentían amilanadas á la sola idea de tener que emitir su opi- nión, si no era delante de una de sus mas íntimas amigas; retira- das muy léjos de un mundo del que apenas oíais un vago rumor, os sentíais como si no perteneciéseis ú una misma sociedad; pe- ro en el siglo en que vivimos, una voz lia gritado en vuestro cora- zón y os ha hecho saber que tenéis un destino que cumplir, que es nada menos, que desempeñar la mitad de la grande obra de la felicidad social. Feliz yo si una sola señorita al leer estas lineas, se convence de la necesidad que tiene de cultivar su educación y de perfeccionar su inteligencia para llegar á ser verdadera- mente una muger de casa.—/. G.210 SEMA.\AUIO |demás del decreto del gran Sultán de Constantinopla que insertamos en nuestro número anterior, ha publicado últimamen- te el que sigue: „Alá es grande y todopoderoso y ha sabido poner límites á ca- da cosa. Siendo público y notorio que han sido numerosísimos los infieles que se han dedicado á hacer el comercio en Pera, y que estos han atestado sus tiendas de mil objetos seductores, in- venciones verdaderas de Satanás, los cuales esponen á las espo- sas ó hijos de los creyentes á los actos de la mas culpable estra- vagancia, turban la felicidad doméstica además de causar graves perjuicios en los bienes, y siendo igualmente cierto que no con- tentos con llenar sus tiendas de esas peligrosas invenciones dol infierno, los mismos agentes de corrupción ponen en sus mostra- dores jóvenes de interesante figura para embriagar y cautivar los sentidos de las mugeres de los verdaderos creyentes, y de po- ner de este modo en peligro sus almas y sus bolsillos; por consi- guiente, y en el nombre del vengador de toda impudencia, se pro- hibe á las mugeres musulmanas que frecuenten jamas esas tien- das estrangeras, parajes de perdición. (Diario de la Habana.) EDUCACION DE LAS MUGERES EN LA INDIA, ^^^esplta de la ultima relación presentada á la sociedad de fo- mento de la instrucción en Calcuta que las escuelas que hoy tiene bajo su dirección en aquella ciudad y sus cercanías llegan á doscientas, y que los hijos de los hindous que se instruyen on los conocimientos europeos no bajan de quinientos. Una circustancia indica el gran cámbio que se nota ya en las preocupaciones de los hindous, y es que muchos de ellos hacen educar á su3 hijas en los institutos ingleses. En la última reu- nión anual de la sociedad protectora de escuelas para la instruc- ción de mugeres en Calcuta se leyó un informe que manifiesta que estas escuelas se ven frecuentadas por niñas hindous de todas clases, aun de las primeras castas de la India. El informe agre ■ ga que un sabio del pais había publicado un escrito en lengua bengala con el objeto de probar que antiguamente se usaba en- tre los hindous instruir á sus mugeres, y que la educación de éstas, lejos de ser dañosa ó deshonrosa, como se suele suponer, podrá llegar á ser muy útil si se dirige convenientemente. [Traducido de la Revista Británica, Tomo /.]T>T. L/VS SEÑORITAS. 217 CUADERNO lO.-JiOVIÜírBRE 23 DE 1841. I1U JE U lUtBU DE SUBSRiBI TITÜIADAi ENRIQUE VI. (*) -.m»oi>» i...... - íáH^-^ ideas sobre las cuales es tan grato reposar como bajo el techo paternal; la que nos representa esta heroína como una de las gloriosas figuras de su siglo, sin duda es una de ellas. ¿Pe- ro de dónde viene esa necesidad de encontrar en Juana de Arcos el tipo sagrado del patriotismo inspirado? Es que el afecto ú la sublime pastora que salvó el suelo francés, es sobre todo lo que nos ofrecen en este género los anales de la historia, y que en nada se parece á los acontecimientos humanos. En efecto, la abnegación de Juana es completa; la jóven doncella no espera nada en premio de su heroísmo; ella ha salvado el reino y pide llorando que se olviden de ella. Después espira su gloria en la hoguera, y sus últimas palabras son una plegaria en favor de la Francia, y un perdón á sus verdugos. Tal es la Juana de Ar- (*) Análisis de la primera parte de Enrique VI.—Acababa de morir Enrique V, y en medio de loa preparativos que se hacia» para BU9 funerales sobrevino una disputa entro Ira duques de York y de Sommcrset que dio origen á dos facciones co- nocidas bajo el nombro de la Rasa roja y la llosa blanca. Al mismo tiem|>o se reci- ben de Francia las noticias mas desastrosas: el Delfín se liabia hecho coronar en Reims y Juana do Arcos había hecho levantar el sitio de Orlcans. El duque de Gloscestcr habiendo llevado i Francia al jóven Enrique VI le habia hecho coronar en París; pero el duque de B-orgoña ganado por la doncella, abandonó el partido do los ingleses. Dedfort muere delante de Ilogüen y Salisbury enfrente de Orlcans. Bieh pronto la causa de los ingleses estaba perdida en Francia, y Carlos liabria re- conquistado la mayor parto de su reino. Sin embargo, el duque de York triunfa en Compiegne; la doncella y Margarita do Anjou, hija del rey Rene', fueron hechas prisioneras. El rey Enrique prendado de ¡os encantos de Margarita, rompió el con- trato de matrimonio concluido con la hija del conde de Armañac, hizo la paz con ('arlos VII. En cnanto í Juana Sé Arcos fué" conducida nnte fus jueces y que* mada en Uogíien como hechicera- tom. ni.—r. 10. 28218 SEMANARIO eos de !a historia; pero no es tal la que nos presenta el drama de Enrique VI, atribuido á Shakespeare. Mucho tiempo ha que se dice que la virtud y la verdad son perseguidas en la tierra; los anales humanos ofrecen sin embar- go algo de consolatorio y es que hacen un trabajo secreto y con- tinuo las edades siempre en provecho de lo justo y de lo ver- dadero. Cuando una grande iniquidad se comete en el mundo, se ven los rayos y la verdad lucir y brillar poco á poco á medi- da que se alejan de la época en que la iniquidad ha sido come- tida. Cuatro siglos han pasado desdo el suplicio de Juana de Arcos, y estos cuatro siglos han purificado su memoria de todos los sortilegios que fueron la obra de las pasiones y de la ignoran- cia. Digámoslo al estilo de los ingleses, la doncella de Orleans hace mucho tiempo se ha rehabilitado en su espíritu y se ha obrado en su favor una trasformacion de opinión semejante á aquella de que Napoleón nos ha dado un ejemplo en estos últi- mos tiempos. Objeto del odio apasionado del pueblo infles mien- tras fué emperador; se ha visto cambiar ese aborrecimiento en un sentido de admiración en favor del noble desterrado de San- ta Elena. Las maravillosas y notables aventuras de la doncella de Or- leans, están ligadas con una de las épocas mas importantes de la historia de Inglaterra, y debian hacer sonreír al genio poético de un autor trágico. ¿Por qué pues en el retrato que nos ha tra- zado de esta heroina Shak espeare ha consultado menos á la his. toria que á las pasiones y á las preocupaciones populares? ¿Y por qué ha ultrajado tan groseramente el carácter de Juana en el desenlace del drama inglés? Pero por otra parte, si en la tragedia de Enrique VI está re- tratada Juana de Arcos con colores tan falsos, tenemos la fortu- na de haber encontrado en el poeta ingles Southey, un noble ven- gador de la doncella de Orleans, que emprendió la noble mi- sión, á fuer de escritor inspirado, de rehabilitar la virtud en su poema publicado en J795, como el mas bello homenage que ha- ya podido tributarse á la memoria de Juana de Arcos, tanto por la gran poesía que se encuentra cu su obra, como por ser un ingles que canta las alabanzas de una enemiga y de una víctima de Inglaterra.UU LAS SEÑORITAS. 219 El drama de Juana de Arcos, de que forma Shakespeare la pri- mera parte de Enrique VI, comprende un periodo de treinta años. Nosotros nos limitaremos á citar un fragmento de la escena del tercer acto entre Juana y el duque de Horgoña, que en el fondo es enteramente histórico; esta escena es una de las mas bellas y mas patéticas de la tragedia. Juana.—..¡Valiente duque de Borgofia! contempla tu pais, con- templa á la fértil Francia, y mira sus ciudades y pueblos presa de la desolación destructora de un enemigo cruel. Cual una madre, contempla en la cuna á un hijo cuyos ojos va á cerrar la muerte, ve tú los males que consumen á la Francia. Mira las llagas con que tu mano desnaturalizada ha desgarrado su infeli- ce seno.... [Ahí Vuelve contra otras víctimas el fierro de tu es- pada, hazla blandir sobre los que te ofenden; pero no hieras á los que te aman. Una sola gota de sangre estraida del seno de la patria, deberia causarte mas dolor que rios de sangre estran- gera. Expía, pues, esa sangre con tus lágrimas y cura las heri- das de tu país desgraciado!" El duque.—„Es preciso que haya en sus palabras un encanto sobrenatural que rao subyuga. ¿O acaso es la naturaleza la que me inspira este enternecimiento?" Juana.—„Toda la Francia y todos sus hijos se asombran de tí.... Vamos, vuelve, resuélvete. ¡Príncipedesgraciado! Carlos y toda su corte están prontos a recibirte en sus brazos." El duque.—,,Estoy vencido; la fuerza de las palabras de esta admirable ¡oven han domado mi voluntad como e! cañón bate las murallas de una fortaleza, y me siento obligado á. doblar las ro- dillas. ¡Perdóname ó patria mía! ¡Perdonadme, mis caros com- patriotas! ¡Y vos, príncipe, aceptad la emoción de un corazón sincero; mis fuerzas, mis soldados, son vuestros!" No tenemos lugar para seguirá Shakespeare; desgraciadamen- te, lo repetimos, solo hay ultrajes en la pintura de los últimos mo- mentos de la virgen de Domzemy. Si Shakespeare se hubiese contentado con referir la sencilla verdad histórica, nos habria dado un cuadro interesante. Concluiremos haciendo una ligera mención do las tragedias inspiradas por Juana de Arcos a MM. do Aurigny y Soumct, asi220 SEMAXVKIO como do la Messeniana de M. Casimiro Delavigne, estos tres poetas han vengado la memoria de la gloriosa libertadora de Or- leans. Un gran poeta trágico de Alemania ha* compuesto tam- bién en 1801 una tragedia de Juana de Arcos. Schiller ha di- señado noblemente el carácter de la doncella de Orleans; pero convirtiéndola en esclava de la pasión y víctima del amor, en lu- gar de presentarla como víctima del patriotismo, ha cometido en nuestro concepto, un grande error de juicio y de sentimiento, y nadie podria adoptar su defensa, aunque haya emprendido ha- cerla madama de Stael misma.—F. jje Ciiateeain. (Traducido de la Galería de maceres de Shakespeare.) ADA hay comparable ni entre los antiguos ni entre loa modernos, ni en la fábula, ni en la historia, á la doncella de Or- leans. Si se diera á la epope}a que eligiese la invención mas sorprendente y maravillosa, si se investigasen las tradiciones mas imponentes que los siglos de heroísmo y de virtud han dejado en la memoria de los hombres, no se encontraría nada semejante á la sencilla y auténtica vendad de este fenómeno del siglo XV. La Francia después del reinado mas infeliz de que hacen mención sus anales, invadida por sus enemigos, no podía oponer sino una vana resistencia á sus destinos. Paris se veia ocupado por el duque de Bedfort, regente de un rey ingles. El desgracia- do Carlos VII vagaba de ciudad en ciudad sin esperanza y sin reino, y muy cercano á buscar un asilo en una corte estrangera, dirigió una mirada, una postrer mirada de desesperación sobre la hermosa Francia, que no ofrecía á su vista mas que disensio- nes civiles y un pequeño número de valientes que morían sin ven- ganza sobre las ruinas de ciudades incendiadas. Apenas se con- servaba una antigua profecía de que una jóven libraría el reino cuando todo él iba ú perecer y la jóven no paiecia. Esta era una paisana de diez y seis á diez y siete años, de unaDE LAS SEÑOMTAS. 221 talla noble y elevada, de una fisonomía dulce pero seria, y de un carácter notable por cierta mezcla de candor y de fuerza, de modestia y de autoridad que jamás se habia visto en ninguna otra; de una conducta en fin, que causaba la admiración de to- das las personas que la conocían. Las madres no deseaban una hija mas perfecta, y los hombres no ambicionaban por un cora- zón mas digno de ser amado; pero desde la infancia renunció á la felicidad de ser esposa y madre. Llamada á la vida del he- roísmo y del sacrificio, habia ofrecido á Dios su virginidad desde la edad de catorce años. Dedicada á la vida pastoril solo se ocu- paba en cuidar su rebaño y en hilar la lana que trasquilaba de él. En ciertas festividades cantaba con hechicera voz las ala- banzas de los santos. Tal fué la joven que Dios preparaba para levantar el sitio de ürleans, hacer consagrar al rey en una ciudad ocupada por los ingleses, y reducir ú susejércitos tantas veces triunfantes, á aban- donar la Francia. A pesar de las objeciones de la incredulidad, esta joven vestida de guerrero se lanzó en la nueva carrera á que la destinó la Providencia, como el perfecto modelo del caba- llero cristiano; intrépida, infatigable, sobria, piadosa, modesta, há- bil en domar los mas briosos caballos, y tan versada en la cien- cia de las armas, como un viejo capitán, dió á conocer en todas sus acciones la mas alta y sublime inspiración. Los elementos mismos parecían dispuestos á obedecerla. Obligada á atravesar para llegar al punto donde estaba el rey Carlos, un camino de ciento cincuenta leguas cortado por copio- sos y profundos rios en la peor estación del año y en un pais sem- brado de tropas enemigas, concluyó su viage en once dias sin accidente alguno. Conducida después á la habitación del rey, lo distinguió á la primera ojeada entre todos los grandes de su corte, y se dió á conocer de él con un signo y con una confian- za, que no dejaron á Carlos dudar un momento de su misión. Desde entonces todos los dias eran otros tantos brillantes he- chos de armas. Objeto de amor, de esperanza y de veneración para los pueblos, así como de terror para el ejército ingles, com- batió en Dunois y en otras mil partes, llevándose siempre la pal- ma del valor. El estandarte de Juana de Arcos, como ella mis-222 SEMANAIlin nía decia, estaba siempre donde se encontraba el riesgo; pero a- vara de sangre, conducía á los soldados al combate, sin matar jamas á nadie. Herida en la defensa de Orleans por una flecha que le atrave- só la espalda, se la arrancó con sus manos y volvió algunos mi- nutos después en medio de los combatientes; concluyó la derro- ta de los ingleses y salvó aquellas murallas que liabia prometido librar. Carlos debia consagrarse en la ciudad de Reíros y ella le abrió el camino, y los pueblos que se encontraban á su tránsito, se ren- dían sin defenderse. Desde entonces el poder de los ingleses va- ciló y dió por tierra, y la misión heroica de Jua:ia de Arcos es- taba terminada; pero le restaba todavía verse coronada por ci martirio. Después de algunos prodigios de valor, cayó en ma- nos de sus implacables enemigos, y subió al cadalso con la resig- nación de una santa. S:j asegura que en el instante en que las llamas que la rodeaban la solo carón, se oyó de su boca inocente el nombre de Jesús, y»que una paloma subió desde el cadalso di- rigiendo su vuelo al cielo. Tal fué al menos la ilusión que causaron sus remordimientos á los miserables que la habían condenado. Solo agregaré un pequeño rasgo á este bosquejo imperfecto, y es que el cuadro que he trazado, nada debe á la imaginación, y que la historia me- nos adornada no seria mas sobria de bellezas poéticas (¡tic ¡este rápido sumario sacado de las deposiciones de ciento cuarenta y cuatro testigos oculares. Cualquiera confosará que nada falta en esta relación de todo Uj que recomienda la fama á la posteridad. En ella se ve el in- terés de la virtud, el de la gloria y el de la desgracia que para las almas tiernas es el mas impórtame de todos. ¿Cómo es pues que el nombre de la doncella de Orleans con- serva tan pocos recuerdos en Francia donde se conservan tan- tos indignos de ella? ¿Me atreveré á decirlo? Un poeta, el ho- nor de la nación por su génio. el oprobio de la nación por el uso que ha hecho de él con frecuencia, Voltaire, que ha querido ha- cer de esta joven que había librado a la Francia, e! principal per- sonage de un romance de prostitución.DE LAS SEÑORITAS. 223 ¿Pero quién era en realidad esta célebre Juana de Arcos? Hay cuatro suposiciones sobre este punto. La primera es la de los ingleses del siglo XV que atribuían todos los sucesos de la don- cella de Orleans ú las maravillas de la magia; pues semejante idea no merece combatirse, y es probable que aun en la época de Juana de Arcos solo sirvió de protesto á una venganza y á un horrible asesinato. La segunda es la de aquellos que miran á la doncella de Orleans como una muger ambiciosa, diestra y valien- te, á quien el deseo de la gloria militar, á la vez que una grande influencia política sobre su signo, arrancó de la oscuridad de la vida del campo, cubriendo sus proyectos con una falsa aparien- cia de inspiración para engañar á un corazón crédulo. La ter- cera suposición la presenta como una joven ignorante y fanática, aunque desinteresada y virtuosa, de la que una política hábil se sirvió como de un instrumento para introducir el terror en el ejército ingles, reanimar el valor de los franceses y levantar la monarquía de sus mismas ruinas. Por último, otros autores la consideran como una heroína suscitada por Dios para la conser- vación del reino francés y la salvación de su pueblo: á tan diver- sas conjeturas, yo agregaré otra qne es infinitamente ménos dig- na de consideración, pero que puede ofrecer muchos recursos al romance histórico y aun á la epopeya, y es la que hace nacer á Juana de Arcos de sangre real, haciéndola hermana del valiente bastardo de Orleans.—Carlos Nodier, de la Academia fha.v- CESA. (Traducido del Diccionario de la conversación y la lectura). 224 SEMANARIO HISTORIA DEL TOCADO DE LAS HÜGERES EN FRANCIA, N sabio bibliotecario del rey, Mr. Gheerbrant, cuyos estu- dios y trabajos son bastante conocidos, ha hecho un curioso ar- tículo sobre la historia del tocado de las damas romanas, mani- festando que las modas variaban entre los antiguos con tanta ó mas frecuencia que entre nosotros. Según él, cada moda tenia probablemente su nombre, pero de todos los de los tocados solo nos quedan los siguientes: la Calan- tida: la Calyptra: la Mitra: el Flameo y el Caliendro. Las dos primeras eran de aquellas obras maestras cuya forma no se co- noce bien; la mitra en su origen era un listón ó banda de que las mugeres se servian para ceñir la cabeza ó para contener y adornar el pelo. Ella hacia parte del tocado de Andrómaca. El flameo servia á las recien casadas el dia de sus bodas, y tam- bién ú las matronas. Las mugeres cristianas usaban de él en tiempo de Tertuliano: consistia en un velo de amarillo subido ó color de fuego y algunas veces púrpura, El caliendro era un lazo de pelo que anadian las señoras ú su cabellera para figurar unas trenzas muy largas. Las mugeres se servian de agujas ú horquillas para separar sus cabellos sobre la parte superior de la cabeza, ó para fijarlos después de haberlos reunido en nudos, ri- zos ó trenzas por la parte posterior. Entre los antiguos romanos, el dia de la boda se separaban con la punta de una lanza los cabellos de la novia para indicar que tendria hijos valerosos. Llamaban cirros ¡i los bucles ó ri- zos, ó anillos de pelo que caian detras de las orejas. Los ate- nienses llevaban también en el pelo cigarras ó insectos atados como los cacayos, perfectamente trabajados en oro, y anillos de lo mismo que caian sobre la frente. El Apolo de Belvedere y la Venus de Médicis, tienen un peinado en que se ve reunido el pelo en un nudo sobre la parle superior de la cabeza en figura ( 22AP6Í1nn las senoiutas. de un copo. Las bandas, listones ó cordones que sostenían el peinado ó le servian de adorno, tenían tantos nombres cuantas diversas formas. El uso de los cabellos postizos ú do las pelu- cas, estuvo mucho tiempo en Roma de moda. Las romanas, que en lo general tenían el pelo negro, para hacerlo castaño emplea- ban pomadas compuestas de ciertas yerbas de Alemania. Las ricas y algunos hombres afeminados, cubrían s.is cabellos con polvo de oro. Las coronas ó guirnaldas de llores se usaban tam- bién al rededor del cuello y sobre las espaldas, compuestas ordi- nariamente de mirto y de violeta. En la época de los primeros reyes de Francia, el cabello, tan- to entre los hombres como entre las mugeres, era un signo de nobleza y de libertad; las hijas y las esposas de los esclavos y de los paisanos, se veian obligadas á tener corto el pelo, y cuando alguna señora de alta gerarquía se lo cortaba, era una manifes- tación de humildad y una prueba de que renunciaba á las vani- dades del mundo ó de que iba á entrar en un claustro á consa- grarse á la vida religiosa. Las reinas y las princesas llevaban los cabellos largos, riza- dos y cayendo sobre las espaldas, perfectamente perfumados con preciosos cosméticos; pero á esto estado llegaron poco á poco, pues que las primeras reinas desde Clotilde hasta Carloniagno, la única pomada de que usaban, era la manteca de vaca batida con leche de yegua. El primero y único modelo auténtico de tocado de muger que hay en Francia, remonta al siglo Vil y se encuentra en un ma- nuscrito del año de seiscientos sesenta. Los cabellos están atiza- dos en la parte superior de la cabeza y caen de cada lado en dos largos rizos muy gruesos que llegan hasta las espaldas. Un cír- culo de oro largo y separado de distancia en distancia con mu- cha sencillez, forma la corona. (Véase la figura I.*). Esta cabeza no tiene velo, lo que es muy digno de notar, por- que el velo caracterizó el tocado do las mugeres hasta el siglo XIII; sostenido unas veces por la corona, echado otras sobre la cabeza y la espalda, ó envolviendo la cabeza estendido sobre la frente, y formando por este medio una especie de peinado que usan las aldeanas de Francia. El velo, pues, era al mismo tiem- T. m. 29220 SÍMANAMO po el tocado tic las mugeres que no se habian consagrado al claustro, pero que se habían cortado el pelo, para pasar el resto de sus dias en las bóvedas silenciosas de algún monasterio. Es muy probable que en aquella época no liabia ningún trago par- ticular designado á las órdenes religiosas. El velo era unas veces blanco, otras de púrpura ó de azul, co- mo se ve en una Biblia que se conserva de Carlos el Calvo. Caia misteriosamente sobre los cabellos, que no parecían rizados, sino por el contrario, echados atrás de las orejas y sin ningún nudo ni lazo. (Véase la figura 2. a). El velo de que hablamos, está bordado al salteo con puntillas de oro, es muy ancho y de un género tupido y un poco ordina- rio, y era el tocado del siglo IX. En el X se ve todavía el velo y la corona; pero el primero es- tá colocado con un esmero particular: los pliegues, formando ele- gantemente hondas, dejan ver los cabellos rizados y con una es- pecie de calabrote en cada lado; la corona, maravillosamente trabajada, parece compuesta de perlas y pedrería. Una estatua del retrato de nuestra señora de Corbeil, que se cree representa á Clotilde, muger de Clobis I, pero en la que el artista ha puesto evidentemente el peinado del siglo X, presenta los caracteres que hemos descrito y se ven en la figura 3. *. No se nota ningún cambio considerable hasta fines del sislo XI, es decir hasta el reinado de Luis el Gordo, en cuya época el velo forma un nudo á cada lado de las sienes, haciendo armonía y dando mas gusto á la corona, que es mucho mas sencilla, co- mo se ve en el retrato de Blanca, la valiente é imperiosa muger del rey Roberto, que es la que representa la figura 4. rt . En el siglo XII, una bóveda de piedra que parecía haber sido hecha en los tiempos de la segunda cruzada, y que servia de ar- co á un armario que contenía las reliquias de la abadía de Ven- dóme cerca de Chartres, muestra el velo que forma un casquete cerrado que designa- rigorosamente el tocado del siglo XII, y se representa en nuestra figura 5* rt . El velo es corto y no deja ver el pelo, que seguramente estaba cortado, sea por moda ó por devoción, y así se ve también en un sello de Juana, condesa de Tolosa en 1270, cuya cabeza está completamente rapada.Di; LAS SEÑORITAS. 227 Si todas las nobles damas del siglo XIII no imitaron una mo- da tan poco graciosa, no es menos cierto que desaparecieron en ese siglo los largos rizos, las coronas y los velos, para dar lugar á una especie de toca y de bonete, que presenta un carácter oriental, que es una imitación evidente de los tocados con que los caballeros franceses habían admirado la gracia voluptuosa combatiendo con los sectarios de Mahoma. Un manuscrito de la biblioteca del rey de Francia, procedente de la abadía de San Germán, reproduce uno de esos turbantes plegados, de los que baja una banda sobre las orejas y los carrillos, que deja escapar por detras algunos rizos ó anillos de pelo. (Véase la figura 6, " ). [Se continuará.'] [Traducido para el Semanario del Museo de Familias de Paris, año de 1837.] ógica es la ciencia que dirige los actos del entendimiento para descubrir la verdad, y evitar el error. Lus actos del en- tendimiento son cuatro: aprender, juzgar, discurrir y ordenar- Aprender es conocer alguna cosa, sin afirmar ni negar. Júzgal- es afirmar ó negar algo de la cosa conocida. Discurrir es sacar una verdad, de otra mas conocida. Ordenar es colocar las ideas ó conceptos, do modo que fácilmente se aprendan y retengan. Estas son las operaciones llamadas intelectuales. También tie- ne el alma cinco operaciones sensitivas, que son: ver, oir, oler, gustar y tocar, con otros tantos órganos corporales, por donde el alma las ejercita. El órgano de la vista son los ojos: el del oído las orejas: el del olfato son las narices: el del gusto el paladar y la lengua: el del tacto todas las pai tes carnosas. Cada una de las opera- 2->8 SEMANARIO ciones sensitivas ó sentidos corporales tiene su objeto propio. El objeto de la vista es la luz y sus varias modificaciones, que se lla- man colores. El objeto del oído son los sonidos. El del olfato, son los olores y fetores. El del gusto, son los sabores buenos ó malos. El del tacto, es lo blando y lo duro, lo húmedo y lo se- co, lo áspero y lo suave, lo caliente y lo frió. El alma no puede ejercitar las operaciones intelectuales, sin ejercitar primero las sensitivas, porque nada llega al entendi- miento, sin que pase primero por algún sentido. Idea es la re- presentación ó imagen de alguna cosa percibida por los sentidos. Descartes afirmó que el alma tiene ciertas ideas impresas por Dios desde el momento en que la crió; pero otros sabios juzgan que todas las ideas son adventicias, esto es, adquiridas por el uso de los sentidos. El entendimiento las compara entre sí, las aumenta, las disminuye, las coloca de varios modos, y va for- mando otras ideas que se llaman facticias. Por la vista percibo el oro y el monte, y juntando en mi entendimiento las dos ideas, formo un monte de oro: esta idea se llama facticia por combina- ción. Con la vista percibo una torre que tiene cien varas de altura, y reduciendo esta idea, formo en mi entendimiento una torre del tamaño de una pulgada, que se llama idea facticia por diminución. Las ideas intelectuales se demuestran por medio de algunos signos esteriores. Signo es un objeto sensible, que manifiesta otra cosa distinta de sí. Se divide en natural y arbitrario. Natural es aquel que significa alguna cosa por la misma naturaleza, como el humo que naturalmente significa el fuego. Arbitrario es aquel que sig- nifica alguna cosa por la voluntad de Dios, ó de los hombres; co- mo cierto sonido de la campana denota la celebración de la misa. El signo se divide en especulativo y práctico. Especulativo es aquel que denota alguna cosa sin causarla, como la imágen sig- nifica su original y no la causa. Prático es aquel que significa alguna cosa y la produce, corno una semilla denota el árbol, y puede producirlo. También se divide el signo en rememorati- vo, demostrativo, y pronóstico. Rememorativo es el que de- muestra lo pasado. Demostrativo el que indica lo presente. Pronóstico el que anuncia lo futuro; aunque también puedenPE LAS SEÑOKITAS. ¿20 concurrir las tres circunstancias en un mismo signo, como el ar- co Iris, es rememorativo del diluvio pasado, demostrativo de la lluvia presente, y pronóstico de que no habrá otro diluvio. Las ideas se manifiestan con palabras: los juicios y discursos con pro- posiciones. Proposición es una oración que afirma, ó niega. Se compone de tres parte.*, que son: sugeto, verbo y atributo. Sugeto es aquel de quien se afirma ó se niega alguna cosa. Verbo es el medio para afirmar ó negar. Atributo ó predicado es aquello que se afir- ma ó se niega. Cuando digo, el sol es brillante, el sol es el sugeto: es, el verbo: y brillante el atributo. La proposición se divide en universal y particular. Universal es la que afirma ó niega de mu- chos, como decir: los astros son admirables. Particular es la que afirma ó niega de uno solo, como decir, el mundo es redondo. También se divide en simple y compuesta. La simple que lla- man categórica, es la que solamente tiene un sugeto, un verbo y ín atributo. Compuesta ó hipotética, es la que se compone de los simples, como decir: Pedro es bueno y también es sabio. La >roposicion compuesta puede ser causal, disyuntiva, copulativa, / condicional. Proposición causal es la que se compone de dos ¡imples, y entre ellas una partícula causal, v. g.: Pedro es rico; lorque que es laborioso. Disyuntiva es la que se compone de los simples, y entre ellas una partícula disyuntiva, v. g.,el tiem- >o es bueno ó es malo. Copulativa es la que se compone de dos imples, y entre ellas una partícula copulativa, v. g., el sol es meno y es caliente. Condicional es la que se compone de dos ¡imples, y entre ellas una partícula condicional, v. g., Pedro será íábio, si fuere estudioso. Hay tres medios para descubrir la verdad que se llaman modos de saber: definición, división y argumentación. Definición es una oración que esplica la esencia de alguna cosa. Esencia es aque- llo sin lo cual no se puede imaginar la cosa, v. g., el tener tres ángulos es la esencia del triángulo, porque sin ellos, no se puede imaginar. Para que la definición sea buena, debe componerse de género y diferencia, debe ser mas clara que la cosa definida, y debe convenir á todo y solo su definido. Se llama género aque- llo en que la cosa definida conviene con otras de distinta espe-230 SEMANARIO cié. Se llama diferencia aquello en que la cosa definida se dis- tingue de todas las que no tienen su misma esencia. La defini- ción es esplicacion, y por eso no debe ser redundante ni diminu- ta, esto es, no debe tener mas ni menos palabras que las que basten para esplicar la cosa definida. En esta definición de hombre: animal racional, lo animal es el género, porque en eso conviene el hombre con los brutos, que son distinta especie: lo racional es la diferencia en que se distin- gue de todos ellos. División es una oración que distribuye el to- do en sus partes. Para que sea buena, es menester que las par- tes divididas se distingan entre sí de tal modo, que la una no se incluya en la otra: que cada una sea menor que el todo, y que todas juntas igualen al todo. Dividiendo el animal en racional é irracional, es buena la división, porque ambos son distintos; pe- ro seria mala si el animal se dividiera en irracional y caballo; porque este se comprende en la clase de irracional. Argumen- tación es un acto del entendimiento con que rectamente se saca alguna verdad de otra mas conocida. Se cuentan siete espe- cies de argumentación, contenidas en esta clase. Sil. En. In. Par. Epi. Sor. Di!., esto es, Silogismo, Entimema, Inducción, Paridad, Epicherema, Sorítes y Dilema. Silogismo es un discurso compuesto de tres proposiciones, de las que la tercera se saca de las dos primeras, v. g.: Toda virtud es buena, Todo lo bueno es amable; Luego la virtud es amable. Las dos primeras proposiciones se llaman premisas, y la tercera conclusión. La primera premisa se dice mayor, y la segunda menor. Todo silogismo debe componerse de tres términos que son, mayor estremo, menor estremo y medio. Mayor estremo es el término que está en la mayor y en la conclusión. Menor estremo es el término que está en la menor y en la conclusión. Medio es el que está en ambas premisas, y nunca entra en la conclusión. El silogismo tiene cuatro figuras ó colocaciones del medio con los estremos. Cuando el medio es sugeto en la ma- yor y atributo en la menor, el silogismo forma la primera figu- ra, v. g.: IDE LAS SEÑORITAS. 231 Todo hombre es racional, Pedro es hombre; Luego Pedro es racional. Cuando el medio es atributo en ambas premisas, el silogismo es- tá en la 2.a figura, v. g.: Todo hombre es discursivo, Pedro es discursivo; Luego Pedro es hombro. Cuando el medio es sugeto en ambas premisas, el silogismo está en la 3.a figura, v. g.: Todo cuerpo es divisible, Todo cuerpo tiene partes; Luego todo lo que tiene partes es divisible. Cuando el medio es atributo en la mayor, y sugeto en la menor, el silogismo está en la 4.a figura, v. g. El oro es bueno, Todo lo bueno es amable; Luego el oro es amable. Reglas de la conclusión. Si las premisas son universales, la conclusión es universal. Si las dos premisas son particulares, no puede haber conclusión. Si las dos premisas son afirmativas, la conclusión es afirmativa. Si las dos premisas son negativas, no puede haber conclusión. Si una premisa es particular, la conclusión es particular. Si una premisa es negativa, la conclusión es negativa. Entimema es un discurso compuesto de dos proposiciones, en el cual la segunda se saca de la primera: esta se llama antecedente, y la segunda consiguiente, v. g.: Todo hombre es animal; Luego todo hombre es sensitivo. Todo silogismo puede ser entimema, quitándole una premisa: y todo entimema puede ser silogismo, añadiéndole una premisa. Para saber si el entimema está bien formado, se reduce á silogis- mo; y se examina según las reglas de conclusión arriba dichas. Inducción es un discurso en que se saca una conclusión uni- versal, de muchas proposiciones particulares; pero suficiente- mente contadas, de modo que no falte alguna de las que están comprendidas en la generalidad de la conclusión, como decir:SEMANARIO La prudencia es buena, La justicia es buena, La fortaleza es buena; La templanza es buena, Luego todas las virtudes cardinales son buenas. Paridad es un discurso en que se comparan algunas proposi- ciones, y se conoce la verdad del consiguiente, por la verdad del antecedente, como decir: Dios perdonó á Pablo, porque bizo penitencia; Luego me perdonara si hago penitencia. Epicherema es un discurso en que se espone la causa de las premisas ó de alguna de ellas, y de ahí se saca la conclusión co mo decir: Este libro es mió porque lo compré: De lo que es mío puedo disponer, porque tengo dominio en ello, Luego de este libro puedo disponer. Sórites es un discurso en que se saca una conclusión de tres ó mas premisas dispuestas de modo, que el atributo de la pri- mera es sugeto de la segunda, el atributo de la segunda es suge- to de la tercera, y el atributo de la tercera también lo es en la última, como se ve en este ejemplo: La muger es sensible, Quien es sensible so compadece de las desgracias, La que se compadece de las desgracias procura remediarlas; Luego la muger procura remediar las desgracias. La misma colocación se observará cuando el sórites tiene mas de tres premisas, como se ve en el siguiente: El pecado ofende á Dios: Ijo que ofende a Dios, hace al hombre infeliz; Lo que hace al hombre infeliz le quita el sumo bien; Lo que le quita el sumo bien, es abominable; Luego el pecado es abominable; Dilema es un discurso compuesto de dos proposiciones disyun- tivas, que son la primera y la cuarta, y las otras dos, que son la segunda y la tercera condicionales. Supongamos que un hom- bre en la sociedad quiere hablar y juntamente agradar á los bue- nos y a los malos, á un mismo tiempo, y sobre un mismo asunto moral, se le puede probar su error con este dilema: O hablas bien, ó hablas mal, Si hablas bien te aborrecen los malos, SI habla» mal te aborrecen los buenos; Luego, 6 no puedes bablar, 6 no puedes agradar á todo».DE LAS SEÑORITAS. 233 Nadie puedo discurrir sin juzgar. Para que ei discurso sea recto, debe serlo también el juicio, y para que este lo sea, es in- dispensable que se forme sobre cosa que primero se tenga bien conocida. Conocer bien una cosa, es observar muy cuidadosa- mente todo lo que ofrece en su estenor y lo que liay en su in- terior, lo que pertenece á su propia sustancia y circunstancias antecedentes concomitantes y subsecuentes. Algunos confunden el error con la ignorancia, como si fuera lo mismo; pero se distingue en que la ignorancia es nada, es ca- rencia ó falta de conocimientos, y el error es un juicio contrario á la verdad, v. g., un niño recien nacido, no decimos que está lle- no de errores, sino vacio de conocimientos; porque todavía no ha formado ideas, no puedo hacer juicios ni sacar discursos. Pero si un hombre juzgara que la tierra es cuadrada, que la luna es de plata ó el sol de palo, diriamos que sus juicios estaban errados; porque juzgaba de dichas cosas, de un modo contrario á la verdad. Para evitar los errores, conviene conocer y quitar su origen en cuanto sea posible. Generalmente hablando se puede afir- mar que el origen de los errores está en las pasiones. Estas son unos impulsos ó turbaciones interiores que aumentándose hasta cierto punto, oscurecen el entendimiento y no le dejan conocer con claridad la cosa sobre que ha de formar el juicio. Para co- nocer con claridad alguna cosa, es necesario mirarla por todos sus lados. El que no quiere detenese en observarla todo el tiem- po necesario para conocerla bien, precipita el juicio que forma, y por eso le yerra. Esta precipitación, es efecto del amor propio, el cual en sien- do desordenado, nos finge nuestra capacidad mayor de lo que es ensimisma. De que resulta, que creyéndonos capaces de co- nocer á primera vista cualquier objeto, no queremos detenernos en considerar maduramente su naturaleza, causas y efectos, pro- piedades y demás circunstancias necesarias para concebir una idea clara de la cosa sobre la cual se ha de formar el juicio. Todas las noticias que pueden llegar á nuestro entendimien- to, pertenecen al orden natura! ó sobrenatural. En esto se colo- can todas las verdades que Dios ha manifestado, por medio de T. iii. 30234 SEMANARIO la revelación. Para darles un crédito firmísimo, indubitable y seguro, basta saber que lian sido reveladas por Dios, y que la santa Iglesia católica, las propone como tales, aunque sean in- comprensibles á nuestra limitada capacidad. En el orden natu- ral se contienen todas aquellas verdades que nuestro entendi- miento puede conocer por la luz de la razón como sucede con las proposiciones evidentes, eternas é inmudables, que se llaman primeros principios. También pertenecen al orden natural, todas aquellas conclu- siones que por medio de un discurso recto, se pueden sacar de las proposiciones cuya materia está contenida en el ámbito de la naturaleza, es decir, aquellas proposiciones cuyo sugeto y atri- buto se pueden percibir por alguno de los sentidos corporales. Cuando el atributo conviene esencialmente al sugeto, aunque este se ponga en singular, la proposición equivale á universal, v. g., esta proposición: el hombre es discursivo, equivale á esta otra: todo hombre es discursivo, porque el serlo es propiedad esencial de! hombre; pero esta proposición, el hombre es médico, equiva- le á esta: algún hombre es médico; porque el serlo, es cosa que accidentalmente conviene al hombre. La repugnancia entre dos proposiciones, una afirmativa y otra negativa, que tienen un mismo sugeto y atributo, se llama con- tradicción, y es de tres modos: contradictoria, contraria y sub- contraria. Contradictoria es la repugnancia entre una proposi- ción general, y una particular, de las cuales una afirma lo que otra niega, y ambas tienen un mismo sugeto, v. g., todo hombre es bueno; algún hombre no es bueno. También es contradicto- ria la repugnancia entre dos proposiciones particulares, que te- niendo un mismo sugeto y atributo, la una es afirmativa y la otra negativa, v. g., Pedro es justo: Pedro no es justo. Las proposi- ciones contradictorias nunca pueden ser ambas verdaderas, ni ambas falsas á un mismo tiempo,.y en un mismo sentido. Opo- sición contraria es la repugnancia entre dos proposiciones uni- versales, que teniendo ambas un mismo sugeto y atributo, la una es afirmativa y la otra negativa; v. gM todo hombro es justo; nin- gún hombre es justo. Las proposiciones contrarias no pueden ser ambas falsas, v. g., todo hombre es blanco, ningún hombre esDE LAS SEÑORITAS. 235 blanco. Oposición subcontraria es la repugnancia entre dos pro- posiciones particulares, que teniendo un mismo sugeto y atribu- to, una es afirmativa, y otra es negativa, v. g., algún hombre es justo: algún hombre no es justo. Las proposiciones subcontra- rias nunca pueden ser falsas á un mismo tiempo, pero sí pueden ser verdaderas. Los verbos que sirven para componer todas las proposiciones son ser y estar, pues en realidad, cualquiera otro verbo que ten- ga la proposición, se puede reducir á estos dos. Lo mismo es decir el agua corre, que decir el agua está corriente: el ave vue- la que el [ave [es volante. Las voces que sirven para significar cualquiera sugeto ó atributo, se llaman términos. De estos hay una grande multitud; pero los que tienen uso mas frecuente, son los que siguen. Positivo, negativo, propio, común, colectivo, abs- traído y contraído. Positivo es el que significa alguna entidad, esto es, alguna cosa que tiene ser, v. g., piedra, caballo. Nega- tivo es el que significa negación ó carencia de alguna cosa, v. g., oscuridad, ceguedad, silencio. Término propio, es el que con- tiene una sola cosa, v. g., Aristóteles. Común es el que convie- ne á muchas, v. g., estrella. Colectivo es aquel que aun estan- do en singular significa multitud, v. g., pueblo, nación, ejército. Abstraido es el que significa alguna cosa sin determinar sugeto que la tenga, v. g., bondad, justicia, santidad. Contraído es el que significa alguna cosa como existente en algún sugeto, v. g., bueno, justo, santo. El silogismo se divide en demostrativo, pro- bable, y sofistico. Demostrativo es el que consta de proposicio- nes indudablemente ciertas, y se llama científico [jorque produ- ce ciencia. Probable es el que consta de proposiciones proba- blemente ciertas, y se llama opinativo, porque produce opinión. Sofístico es el que consta de proposiciones que parecen verdade- ras, y en realidad son falsas. Este se llama engañoso porque produce error. Reglas generales para conocer la falacia de los discursos. i El entendimiento humano siempre fué mas fecundo en cavila- ciones para oscurecer la verdad, (pie en caminos para descubrir- la: y aunque se han establecido muchas reglas para conocer el error, aquí solamente se esplican las mas usuales, y son las que230 SEMANARIO siguen. Primera, el abuso de las palabras cuando se toman en diversa significación; por eso es falso este discurso: El quo tiene pies puede aDdar; La mesa tiene pies, Luego la mesa puedo andar. A primera vista, se conoce que la palabra pie, en la proposi- ción mayor, se toma en su sentido natura!, para significar la par- te inferior del cuerpo animado que le sirve para andar; y en la menor se toma la misma palabra pie para significar la parte in- ferior en que estriba la mesa. Segunda causa: pasar del sentido copulativo al distributivo, afirmando de una ú otra cosa, tomada en singular, lo que solamente conviene á muchas tomadas en plu- ral. Por esta razón es falso este discurso: Todos los apóstoles son doce; Luego san Pedro es doce. Porque el número duodenario, de que habla el antecedente, no puede convenir á un solo individuo de que habla el consiguiente. Tercera causa: atribuirá muchas cosas, lo que accidentalmen- te conviene á una ú otra: por esta razón es falso este discurso: Algún médico es ignorante, Luego todos los médicos son ignorantes. Este 'nodo de discurrir es muy frecuente en personas vulgares que no han tenido educación literaria. Cuarta causa, es confundir el ser con el tener: por eso es falso este discurso. Yo tengo sueño; Luego yo soy sueño. Quinta: confundir la casualidad con la existencia de las cosas afirmando que la una es causa de la otra, porque ambas existen á un tiempo: por esta razón es errado este discurso. Juan convaleció de la fiebre al tiempo do oler un clavel; Luego convaleció porque olió el clavel. Método Ordenar es colocar las ideas de modo que se puedan aprender y retener fácilmente. Parece increible la diferencia que hay en- tre la enseñanza metódica y la confusa; pero es indudable que el método, el orden y concierto producen tan ventajosa utilidad, que si esta se hubiera llegado á conocer plenamente, quizá se hubieran escrito mas libros metódicos de los que tenemos. ElDE LAS SEÑORITAS. 237 método sirve para aproximar entre sí, las ideas que parecen mas retiradas: encadenar las mas inconecsas: asemejar las mas diver- sas: allanar los caminos mas fragosos: desenredar los laberintos mas intrincados: facilitar lo mas difícil: aligerar lo mas pesado: suavizar lo mas duro; y finalmente, proporcionar la consecución de todas las ciencias y las artes, evitando mucho tiempo y trabajo. El método analítico ó resolutivo, consiste en esponer primera- mente las razones mas generales, descender á las mas particula- res, colocando estas de manera, que el conocimiento de las unas facilite el de las otras, para lo cual, es absolutamente necesario observar las reglas que ya quedan establecidas, acerca de la de- finición, división y argumentación: esplicar el sentido en que se toman las palabras, para evitar la confusión que resultaría sin es- ta previa diligencia, y cuando ocurran ideas que por su multitud y variedad, dificulten su retención en la memoria, tomar las pri- meras sílabas ó letras de sus nombres, y colocarlas de modo que todas ellas formen una dicción arbitraria: v. g. quiero fijar en mi memoria los nombres de los siete vicios capitales: tomo las siete primeras letras con que ellos comienzan, y formo esta palabra, SALIGEP; la S denota soberbia, la A, avaricia, la L, lujuria, la I, ira, la G, gula, la E, envidia, la P, pereza. El mismo compendio en verso, para retenerse mas fácilmente en la memoria. La Lógica es facultad, Que de la humana razón Dirijo toda la acción l'ara encontrarla verdad. El simple conocimiento. El juicio, y discurso, son, Con recta disposición, Actos del entendimiento. Aprensión es percibir, Sin afirmar ni negar: VA juicio es, afirmar O negar, sin discurrir. El discurso es, deducir Uní verdad, contenida En otra mas conocida. Lo cual so llama, inferir. El saber encadenar Las verdades conocidas, Para que sean retenidas, Se llama metodizar. Todas las operaciones Del sentido corporal. Propias del ente animal, »Se llaman las sensaciones. Estas son las iniciales Que al humano entendimiento Le sirven de fundamento l'ara las intelectuales.238 SEMANAIUO Toda perfecta oración Que sirve para afirmar, Ü también para negar, Se llama proposición. Sus partes, según observo, Son sujeto y predicado, Y entre ellas va colocado Parajuntarlos, el verbo. Proposición general Para afirmar ó negar, Sujeto debe llevar En el número plural. Pero !a particular Lo contrario verifica, Pues siempre el svgelo aplica Al número singular. Proposiciones causales Se encuentran, y disyuntivas, También hay copulativas Y muchas condicionales. Aquella recta oración, Que manifiesta la esencia Por género y diferencia. Se llama definición. Aquella distribución, Que las partes de algún todo Separa con diestro modo, Se llamará división. La discursiva oración, Que verdades escondidas Saca de otras conocidas, Se dice argumentación. Primeros principios son Verdades muy evidentes, Que no tienen precedentes De que ser derivación. Ejemplos to voy á dar, Y son estos que aquí ves: Cualijuiera cosa es ó no. es. Nadie lo podrá dudar. Si dos cosas advertí iguales á otra tercera, Por esa misma manera Son igualo» e»tre sí. Sin valerme de las artes, Entiendo con claro modo. Ser siempre mayor el todo, Que cualquiera de sus partes. Según dialéctica norma, Cuando tres proposiciones Enlazas y bien dispones, El silojismo se forma. Con esta colocación. La primera es la mayor. La segunda es la menor. La tercera conclusión. Si ambas singulares son, Aunque ciertas se suponga», Y comoquiera se pongan, No producen ilación. Si negativa cualquiera De las primeras se ofrece, Así también ser merece La proposición tercera. Si una y otra general El silojismo te dá, De las dos también saldrá Conclusión universal. Si vieres universal La segunda ó la primera, La proposición postrera Debe ser particular. Tan solo términos tres, Variamente colocados, Sujetos ó predicados, En el silojismo ves. En el silojismo vemos Hallarse cuatro figuras, Y son las varias postura» Del medio con los estremos. El medio, cuando se pone De sujeto en la mayor, Predicado en la menor, Primer figura compone. Según el uso lo funda, Si el medio está colocad* En ambas de predicado, ÜGttfigW* segunda. Inr. ias señoritas. 239 Si c) medio lleva ]>osüira De sujeto en la mayor Y también en la menor, Dará tercera figura. Si en la mayor, predicado Y en la menor sugeto es (De la primera al revés), Cuarta figura te lia d.ulo. Proposición precedente Al Entmema conduce, Si de aquesta se deduce Otra, que es la consiguiente. Puedes hacer inducción, Si de muchos singulares Infieres universales Por buena numeración. Si conoces igualdad Entre las proposiciones, En que hay las mismas razones, Formarás la paridad. Discurso, que causa esplica De alguna proposición, Sacando de hay conclusión. Epicherema te indica. Sorites un discurso es En que sacas conclusión, Que es cuarta proposición Deducida de otras tres. De cuatro proposiciones El Dilema so compone, Y por orden se dispone Según estas condiciones. Dos disyuntivas tendrá, Otras dos condicionales, Con el órden de las cuales La demostración se hará. Signo es objeto sensible, Inventado ó natural, Por ministerio del cual Otra cosa es conocible. Uno es rememorativo, Que lo pasado propone; El que lo presente espolie Se llama demostrativo. Pronostica se asegura Aquel quo puede indicar En cualquier tiempo ó luj;ar Alguna cosa futura. Entre signo* son contadas Por humana convención, Y sábia disposición, Las voces articuladas. Humana voz es dicción, Que por significativa, Es también compositiva Parte de una oración. Oración es agregado De voces articuladas, Que sirven, bien ordenadas, Para mostrar lo pasado. El nombre, pronombre, verbo, Participio, adverbio, son, Preposición, conjunción, Las mas usadas que observo. El nombre y el verbo son Sin duda las principales onentes, sin las cuales No puede haber oración. Para hacer juicio perfecto De las cosas, es preciso No formarlo de improviso. Pues asi no será recto. Conocer bien una cosa Es observar su csterior, Y asimismo su interior Con atención cuidadosa. Iteconocer la substancia, Mirar sus antecedentes Anexos, y consecuentes, En cualquiera circunstancia. Método resolutivo Comienza por lo total, Y desciende ú. lo parcial, Por el órden discretiro. Según dice la esperiencia, Resolutivo camino Lleva seguro destino Para alcanzar una ciencia. El que empieza por las partes, Para acabar en el todo, Es sin duda el mejor modo De proceder, en las artes.—Soria.240 slmanauiu ARTICULO DE COSTUMBRES, j^^^E me ha asegurado que algunas do mis amables suscritoras al Semanario, y de mis suscritores bondadosos, cstrañan que en los números próximamente anterio. res haya perdido la costumbre de trazar cuadros en que se pinten nuestras costum- bres ó las agenas. Desde luego preveo que algunas y algunos creerán tal vez que los recursos de la imaginación del editor ec. han agotado, y que á pesar de su cono- cimiento del mundo, no le es tan fácil pintar á lo vivo las ridiculeces de los hom- bres ó las preocupaciones do las mugeres. Pero si tal han pensado, me permitirán unos y otros, les diga que me ultrajan inhumanamente, por que en el dia, para ha- cer cuadros de costumbres, no se necesita mas de saber leer 6 traducir mediana- mente el francés; mas con la misma ingenuidad les confesaré también que de me- dia docena de artículos do esta especie, frangollados un dia uno y otro dia otro, no he podido resolverme á publicar ninguno, porque los unos están muy frios, como es- critos en dia de ayuno, pues las suscriciones no dan lo bastante ni para un taza de café; los otres están demasiado calientes, merced al mal humor con que han si- do escritos al ver la inesactitud de los repartidores, la falta de cumplimiento en los deudores, la abundancia de cobre y la escasez de pesetas en el pago, al mismo tiem- po que la carestía del papel, la tinta y todos los demás menesteres quo se requieren para sostener un periódico de lujo y de moda, á la vez que en él se proclaman prin- cipios de economía doméstica, y que la moda va pasando. Oíros artículos son os- cesivamente largos y no hay hueco para ponerlos; porque no se diga se quiere lle- nar con paja los huecos que podría ocupar alguna cosa útil. Los hay sutiles en es- tremo, metafisicos en demasía, enfáticos, románticos y altisonantes, y por último, hay algunos tan verdaderos, que no podrian pasar, sin que se creyeran retratadas en rl cuadro, no nutslras buenas ó malas costumbres, sino la de aquella ó esta perso. na, las de la familia A... ó las de la casa B... Además, si digo, por ejemplo, que es una costumbre ridicula que las señoritas me- xicanas monten á caballo á la estrangera, olvidando la segura y cómoda manera de montar á la mexicana ¿les parece á vds.^jue no habría quien quisiera sacarme los o- jos ó taparme la boca? ¡Dios que me defienda! Por algo he dejado yo de concluir uno de esos artículos de costumbres que tenia escrito solo sobre esa costumbre. Pues no digo nada de otro do ellos en que se me antojaba esgrimir la pluma con- tra la costumbre do imitar las últimas mHas de París, que como llegan siempre á México con tres ó cuatro meses de atraso, presentan algunas de ellas el contraste mas ridículo; y mientras que en Francia, por ejemplo, se corta el pelo un romántico muy á punta de tigera en medio do los vapores del otoño, en México se hace otro tanto en el rigor del invierno, porque el último figurín que acaba de llegar por el pa- quete, viene tan escaso de pelo como lo estaría de mollera el que no acordándose de las estaciones, trasquilase su ganado en invierno dejándolo cargado de pelo en ve- rano. En una palabra, los seis artículos hechos no valen una cuartilla, que es cuanto puede decirse; pero ofrezco, sea tomo fuere, uno nuevo para el número entrante.— i.a.0DE LAS SEÑOHITAS. 241 CUADERNO 11.—JTOVIEMBBE 88 DE 1S41. DIALOGO ENTRE UNA SUSCRITOM Y EL EDITOR, --«e^><$®.g>n LAS SEÑORITAS. 251 tra la fuerza opresiva, y toma partido en favor del débil, y aña- damos también la superioridad intelectual de muchas mugeres, obligadas á buscar un recurso y un porvenir en el cultivo del es- píritu y del talento, todas estas causas han modificado notable- mente en las clases medias y superiores la acción de una legisla- ción brutal. Es verdad que ha pesado y pesa todavía sobre las mugeres de las clases mas bajas, de las cuales (según se dice en una infor- mación mandada hacer por el parlamento sobre los nacimientos ilegítimos) „se entregan á un desenfrenado libertinage." Con efecto, en los arrabales de Londres, de Billinsgate y de Bow- ditch, se encuentran una porción de seres que no se parecen á na- da. Vestidos la mayor parte del tiempo con trago de hombre, cubiertos con andrajos de todas clases, con la pipa y la blasfemia en la boca, con las facciones descompuestas, entregados casi siempre á la embriaguez y al robo, ásperos y duros en toda es- pecie de trabajos, codiciosos de ganar, y ocupados en sisgar los barcos y trasladar fardos de un punto á otro, no tienen ni edad, ni sexo, ni forma humana; y sin embargo, son mugeres. Inmediatamente sobre este último rango, se encuentran la ma- yor parte de las profesiones lucrativas que exigen poca fuerza y alguna inteligencia, ocupadas por los hombres, de manera que las mugeres que naturalmente deberían ocuparse en ellas, se encuen- tran en la espantosa alternativa de luchar heroicamente contra la miseria ó aceptar la infamia como profesión. Si nos elevamos hacia las clases superiores, encontramos menos visibles las seña- les de esta dolorosa organización, porque como hemos dicho, el espíritu de familia, fortalecido por el religioso, conduce á un equi- librio menos inicuo la posición respectiva de los dos sexos; sin embargo, de tiempo en tiempo, algunos ejemplos notables de in- justicia y opresión, vienen á revelar la insuficiencia de la legis- lación inglesa con respecto á las mugeres. En todos los periódicos apareció el pleito de mistris Norton, hija del famoso Sheridan, muger de talento, y estraordinariamen- te herniosa; y después ha publicado algunos pormenores mas acerca de él, M. Pearce Stevenson, autor de la Caria sencilla al eran canciller. Antes del pleito, irritada y fntisada por las vio-252 SKMANAKIO lencias conyugales, habia buscado dos veces Mrs. Norton, un asi- lo en el seno de su familia, y dos veces habia venido su marido á suplicarla que volviese á ocupar su puesto en el hogar domés- tico, á lo cual ella habia cedido. Una mañana que se estaba dis- poniendo á marchar con sus hijos á la casa de campo de uno de sus hermanos, M. Norton se apoderó de los niños, conservándo- los sin duda como en rehenes de la vuelta de su madre, y hasta mes y medio después no intentó el pleito relativo á la supuesta amistad de lord Melbourne. M. Pearce Stevenson asegura de- cididamente que considera dicho pleito como un artificio desti- nado á vencer la resistencia opuesta por Mrs. Norton, resuelta á separarse de su marido, pero no abandonar á sus hijos; y en prue- ba de este artificio y de la poca formalidad del pleito, alega la propuesta hecha por M. Norton á su muger, rogándola, después de los debates públicos, que volviese a su casa, asegurándole que el pleito se habia entablado contra su voluntad y por instigación agena. La composición no pudo verificarse; M. Norton envió sus hijos á Escocia á casa de una persona de su famila, y desde entonces no volvió á verlos mas la madre, á quien no quedaba ni aun el camino de una separación legal, porque habia existido de su parte lo que la ley inglesa califica de condonación, ó am- nistía de lo pasado, pues Mrs. Norton habia consentido en recon- ciliarse con su marido, á trueque de ver á sus hijos. Si, como han asegurado los señores Aubrey Beauclerc y Leicester Stan- hope, es cierto que algunos testigos sobornados por un enemigo personal de Mrs. Norton, han confesado después su prevarica- ción, habiendo girado todo el proceso sobre aquellas declaracio- nes falsas, es preciso convenir en que puede haber pocas suer- tes mas desgraciadas y crueles que la de una muger tan distin- guida, arrojada repentinamente de su trono de riqueza, poesía y elegancia; herida de muerte civil por la misma sociedad inglesa á quien dominaba, cubierta de oprobio en la flor de su edad, del talento y de la belleza; convertida en objeto de la censura uni- versal; sola, y sin tener siquiera en su terrible aislamiento el con- suelo de estrechar á sus hijos contra su corazón materno. Fuertemente conmovidas por esta tragedia doméstica se ha- llaban todavía en Londres la atención y la compasión pública,LAS SHÑORITAS. 253 cuando se presentaron á un mismo tiempo otros dos hechos de igual naturaleza. Mrs. Norton, aunque absuelta por la declara- ción del jurado, había quedado, sin embargo, bajo el psso de acusaciones, tal vez calumniosas, mas no destruidas; pero al con- trario, nada puede haber mas claro ni mejor probado que el in- justo trato que sufrieron las señoras Grenhill y Mannerville. Una noche del invierno último, M. Mennevillc abandonó á su muger, llevándose ú un niño pequeñito, y aunque se dirigió a los tribu- nales para reclamar su hijo, nada pudo conseguir. M. Greenhill lo hizo todavía mejor; arrebató de la casa de su esposa tres niñas pequeñas que tenia de ella, consiguió repudiarla, quitarle sus hijas, y hacerla entender que no volvería nunca, bajo la pe- na de prisión perpetua. El abogado de quien se valió en es- te asunto, fué precisamente M. Talfourd, quien cumplió en con- ciencia con su oficio, abogó en favor de M. Greenhill y ganó el pleito. Pero M. Talfourd, como otros muchos hombres, tenia dos conciencias, la de su oficio y la de la probidad interior; así es que su conciencia moral se escitó luego que hubo con- cluido su deber de abogado, y tres meses después vino á leer en la Cámara de los comunes un proyecto de ley que conce- día á las madres, aun separadas de sus maridos, la tutela de sus hijos pequeños, derogando la legislación existente. Lord Lyn- dhurst, lord Sutherland y lord Holland, se declararon fuertemen- te en favor del proyecto de ley sobre la tutela de los niños pe- queños combatido por lord Brougham. Las tres cuartas partes de la Cámara votaron en favor: pero la Cámara, por una mayoría de solo dos votos, desechó el proyecto, y algunos pares se apre- suraron á firmar una protesta contra su desaprobación definitiva. En estos debates no debe verse una cuestión puramente do- méstica, sino una que toca á los fundamentos de la sociedad, á la asociación primitiva, que es el matrimonio, y al problema, á un mismo tiempo insoluble é importante del poder respectivo de los dos sexos. Los legisladores ingleses conocieron la gravedad del asunto, y lord Brougham y lord Wynford alegaron contra el nue- vo proyecto varios argumentos muy especiosos. „En un pais en que el divorcio es fácil (dijeron), seria multiplicar las separacio- nes y relajar el lazo conyugal, el prometer á las madres la tute-254 SEMANARIO la de sus hijos, aun después de un rompimiento escandaloso. Es muy temible que se debilite en ellas el sentimiento del deber, si la sociedad les conserva en todos los casos los objetos, que las mas veces obtienen su mayor afecto; la decisión de los tribuna- les mezclados en las querellas interiores será mas difícil, por cuanto se multiplicarán mas y mas las aserciones falsas, y no te- miendo la pérdida ó la ausencia de los hijos, el deseo de la inde^ pendencia aumentará la rebelión y dará mayor acritud al des- contento femenil. No serán tan fáciles las reconciliaciones, y cuando el padre, por decisión de un tribunal, se haya encargado de la educación de su hijo, las comunicaciones de este con la ma- dre podrán destruir, ó cuando menos, debilitar el respeto que de- berían unirle á su padre. En una palabra, donde quiera que el matrimonio no es un vínculo para toda la vida, donde quiera que está admitido el divorcio, no deben activarse por medio de leyes disolventes los resultados de la inconstancia natural del hombre; es preciso que la cuna de los hijos, punto central de la familia, cadena fortísima que reúne las voluntades, no pueda llevársela el ser mas débil, sustrayéndose á la ley del fuerte. En respuesta á estos argumentos, los promovedores del pro- yecto se apoyan en los hechos y motivos que hemos espuesto al principio, y dicen que este modo de considerar la cuestión pro- viene de la bárbara costumbre de mirar á la muger como á una esclava, y no como á una compañera; que no hay ninguna ley especial que autorice al padre para abrogarse la tutela esclusiva de los hijos y despojar de sus derechos á una madre á quien na- da se imputa; que es una práctica cruel y atroz; que es tan ab- surdo como infame cerrar todo camino de salud, todo asilo de reposo, á una muger ultrajada ó maltratada, y obligarla á sepa- rarse también de sus hijos, y á romper los lazos que mas ama si quiere sustraerse á una insoportable tiranía. De esta manera, por un camino tortuoso, pero inevitable, llegan á la cuestión de la emancipación de la muger, cuestión suscitada últimamente en Francia con una violencia estéril y una elocuencia admirable, pe- ro impotente. Esta analogía de movimiento en dos direcciones que parecen encontradas, este esfuerzo de la muger inglesa y de la francesa hacia la nueva posición, tienen seguramente causasDE LAS SEÑORITAS. 2S5 comunes y muy profundas. Para averiguarlas seria necesario interrogar a lo presente y á lo pasado, y esta no es fácil tarea; sin embargo, vamos á intentarlo. La destrucción de la antigua sociedad no solo trastornó los abuso9 que la carcomía, sino que también echó por tierra ¡as ga- rantías mas ó menos efectivas que se habían buscado para cor- regirlos y amortiguarlos. La antigua muralla tenia sus puntos de refugio, y sus almenas de defensa, y aunque muy arruinada, cuartaeda y peligrosa, todavía ponía una resistencia al enemigo y un dique á las inundaciones. El espíritu de gremio protegía al artesano, el espíritu de religión protegía al eclesiástico, y el es- píritu caballeresco protegía á la débil muger y al huérfano, á quien tomaba bajo su protección. Nótese que no trato aquí de formar causa ú la época actual en beneficio de las pasadas, no; no quiero cometer la injustia de comparar una sociedad consti- tuida bien ó mal, pero poderosa como la de otro tiempo, con la sociedad de hoy que trata de constituirse por medio de las leyes, y aun no lo ha conseguido, porque las costumbres no son análo- gas á la legislación. Digo sí que nuestros padres habían palia- do de diversos modos el reinado brutal de la fuerza, y que debe- mos honrarlos por ello, pues eran hijos de un pueblo guerrero reunidos en nación por medio de la espada y poseedores del ter- reno que ocupan por el derecho de la fuerza. La adopción del cristianismo determinó la noble y lógica contradicción que se lla- mó caballería, y consiste en proteger al débil, compadecer a la muger, y defender al oprimido; estas máximas no siempre llega- ban á ponerse en acción, sin duda alguna, pero el orgullo del guerrero fuerte, mezclado con la fé del cristiano, los convertia en un principio que, como una vena de oro, circula atravesando todos los crímenes de la edad media. Desde Carlomagno hasta Luis XI la cortesía y el valor, es de- cir, la lucha contra el fuerte y las consideraciones y miramien- tos contra el débil constituyeron la suprema belleza ideal de las naciones, y hacia ese punto se dirigían las almas, como hoy se encaminan á la independencia política y á las conquistas de la industria. Tal era la inspiración; el tipo de la muger, un tipo san- to, en que se verificaba una mezcla de platonismo y cristianis-25fi SüMANAlUO iiiü (|uc cubria con suaves vapores y con diamantes de mil ca- ras las virtudes y aun las debilidades femeninas. El hombre de armas cristiano, no se atrevía á matar á una muger arro- dillada á los pies de la Vígen María, sosteniendo en sus brazos al niño Jesús. La filosofía ideal y la verdad eterna adquirieron bien pronto en la imaginación do los poetas, los caractéres y fac- ciones de una muger: Beatriz y Laura, figuras etéreas y traspa- rentes, dejaron llegar hasta los hombres los rayos del sol divino. Mas no paró todavía aquí. A esta deferencia hacia la muger vino á unirse cierta voluptuosidad, y se convirtió en galantería; y esta fué la última transformación y la degeneración de aquellos estraordinarios influjos que habían cambiado la suerte de las mu- geres, si bien bajo el reinado de la galantería se reconocen toda- vía los antiguos principios, la deferencia á la debdidad, y la ado- ración de la muger. Los resultados materiales de este estado moral, cuyas fases acabo de bosquejar, merecen atención. Entonces la joven pobre podra servir con bajeza, porque la caballería reunía al rededor de la mesa y del hogar á todos los criados de la familia, humildes, pero honrados, porque se les con- sideraba como individuos de aquel grupo; las viudas hallaban el monasterio abierto á su aislamiento, y detras de la reja encon- traban consideración, honra y respeto. Conozco los abusos, las debilidades, las faltas, y los vicios de que no puede desprender- se la humanidad, y de que no estaban exentas la monarquía feu- dal ni la absoluta; pero digo que proporcionalmente, bajo el in- flujo del cristianismo en primer lugar, del espíritu caballeresco después, y por último de la galantería, se habían puesto barreras contra la pobreza, la esclavitud, el aislamiento y el envilecimien- to de las mugeres, y que estas barreras han ido desapareciendo á medida que se ha debilitado el espíritu cristiano, se ha borrado el caballeresco, y la galantería ha desaparecido. AI llegar á este punto, el rápido instinto de las mugeres, Ies ha advertido, no que se hallan envilecidas y esclavas, porque eso se- ria absolutamente falso, sino que pudieran llegar á serlo, porque han perdido sus antiguas garantías. La deferencia para con el débil no reposa hoy sino sobre un sentimiento moral muy va- go, muy incompleto y muy frágil, porque Bonaparte reinstaló elDE LAS SEÑORITAS. 257 reinado de la fuerza y de la fuerza sin contrapeso, y permanece- mos aun y permaneceremos por mucho tiempo sujetos á este po- der único. Si nos atreviésemos, no sacaría gran partido de no- sotros el débil, pero queremos mejor discutir y especular que ma- nejar la espada; así el hombre rico es el señor feudal de una épo- ca de comercio y especulación, solo que su carro tiene ruedas de oro que no están esangrentadas. Toda la sociedad, hombres y mugeres, caminan hácia el lujo, el aumento de goces y el bienes- tar material, que es fruto del trabajo. Mas este movimiento social ¿elevará entre nosotros la condi- ción de las mugeres, ó la hará bajar aun mas de lo que está? El trabajo es el desarrollo de la fuerza por medio de la industria, y si la muger tiene mucho de la una, tiene muy poco de la otra. El lujo multiplica los placeres en beneficio del fuerte, y por es- tos dos motivos si no se inventan nuevas barreras contra una si- tuación inesperada, una parte del sexo débil se verá reducida á la penuria, que es la servidumbre moderna, y á una degradación moral. La educación femenina, dirigida enteramente por el gus- to del lujo, carece de unidad, de valor y de objeto; la sociedad no tiene en el dia asilos ni medios para proporcionar el sustento á las jóvenes indigentes ó á las viudas pobres; unas y otras tie- nen que reducirse á ganar un jornal miserable al dia cosien- do guantes ó iluminando estampas, y como á la pobreza va hoy mas que nunca unida la vergüenza, es muy común el preferir á las privaciones el bienestar y el placer. La prostitución, esa le- pra de las grandes ciudades, acerca de la cual acaba de escribir un grave doctor dos volúmenes tan gruesos como poco conclu- yentes, no tiene reclutadores mas activos que el hambre y la ocio- sidad. Esos lábios que quieren vender el amor, son labios ham- brientos, y apenas se halla en ellos el vicio, como observa muy bien el mismo doctor. I'ero basta; no tenemos, como él, bastan- te valor para remover ese fango, que tanto han hecho aumentar en Londres el lujo y el comercio de Inglaterra. Acabamos de indicar los dos únicos medios de que puede va- lerse la Francia actual para proteger la condición do las muge- res contra males, no tanto presentes como futuros, á saber, una educación pública mejor y mas severa, y recursos do trabajo, así T. ra. 33258 SEH.VSAHIO como asilos honrosos para las mugeres pobres. En cuanto á la educación popular, falta absolutamente en Francia, y á nadie es tan indispensable como á las muchachas del pueblo, para poder- les dar una dirección y pan. Las dificultades del legislador se aumentan á la vista del ejem- plo materno ó sea de la lección de la familia, que es el fondo ver- dadero de la educación femenina. ¿Cómo es posible evitar el círculo vicioso de la educación de las hijas por medio de lasma. dres, y la educación de las madres que no puede verificarse ya? Es preciso empezar salvando los inconvenientes que han indica- do, las tentaciones de la miseria y las malas preparaciones que ofrece la educación insignificante y frivola que se da á las niñas. Un poco de geografía, la lectura de novelas, un poco de música» una mezcla ascética y mundana del confesonario y de la reli- gión; unos mentirosos dibujos acabados por el maestro, algunos trozos de historia aprendidos de memoria y olvidados inmediata- mente, una miserable hipocresía que se quiere hacer pasar por pudor, y en fin, una falsa instrucción y nna moral mas falsa, que es preciso desechar para ser buena madre de familia, á eso so reduce la educación actual, ridicula, teatral y sin principios, aña- diéndole un poco de ingles y de italiano. Destruyase ese siste- ma, reúnanse algunos hombres ricos y buenos, y algunos podero- sos previsores, para formar instituciones do refugio, trabajo y vi- da honrada destinadas á las mugcrcs á quienes abandona la for- tuna; sepan quitar á tales instituciones toda apariencia de ver- güenza, y conseguirán hacer bajar á la clase de las mugeres que mas probablemente han de tener que luchar con la mala suerte, principios seguros, fuerza moral y seguridad de un trabajo lucra- tivo. Inglaterra se encuentra en una posición diferente. Ha inten- tado ya debilitar por medio de instituciones do caridad y por una educación mejor, los vicios de la situación hacia la cual marcha- mos; pero no lo ha conseguido sino á medias, pues la pobreza y la degradación de las mugeres en las clases inferiores de la so- ciedad, han caminado á la par y progresivamente. El divorcio le opone hoy una nueva dificultad, pues so detiene admirada an- te la gran cuestión de saber, si los hijos han de quedar con el pa-DE LAS SEÑORITAS. •¿5!) dre ó con la madre, cuando llega ú disolverse el matrimonio. No dudamos que la Icy-Talfourd llegará a triunfar algún dia, y se encargarán á la madre los primeros cuidados físicos que reclama la infancia como lo exige la misma humanidad; pero en este caso habrá que imponer ciertas restricciones á la facilidad del divor- cio. Así como el cambio ó alteración de la rueda mas pequeña de la máquina política produce consecuencias inesperadas, del mismo modo cuando se debilitan las antiguas costumbres, se des- quician por sí mismas las leyes viejas, {• .'f. De la discusión.—Bajo el titulo general de conversación para cultivar el talento, se comprende la discusión que se efectúa cuan- do dos ó mas personas, sosteniendo proposiciones encontradas, trata cada una de defender su opinión, hablando por turno y ob- servando cierto sistema de razonamiento. Las discusiones son serias é ingenuas, cuando realmente los que las sostienen profesan por convicción su opinión respectiva. En las conversaciones ordinarias las discusiones suelen seguirse sin forma alguna regular, y producen buen ó mal efecto según el carácter de las personas que discuten y deben siempre contri- buir á indagar la verdad; pero muchas veces las discusiones son solo una escena de combate en que cada uno aspira á ser el úl- timo que quede hablando y hacer callar á su antagonista, sin cui- dar de la instrucción, de la verdad y del buen juicio. Como sobre muchas cosas hay tantas opiniones como perso- nas que hablan de ellas, las discusiones serán eternas é inútiles, ■si no se tiene el cuidado de fijar algunos principios y proposicio- nes, que aunque generales, sirvan á lo menos de base común úl;\ disputa y no permitan a! que quede vencido en puntos acceso- rios volver á cm¡>czar, negando los primitivos.2G0 SUMANAUIO Puestos de acuerdo los pareceres en bases ó principios, aun- que parezcan distantes del objeto de la disputa, se van avanzan- do las proposiciones inmediatas á fin de poner en claro el punto verdadero de la disputa, reduciéndolo á su estrecho círculo; por- que toda cuestión que se divaga con frecuencia y en que no se marcan los puntos que han de sufrir el examen, se hace insopor- table, no puede lograr su verdadero objeto, el que no debe ser otro en las discusiones, sino el de descubrir la verdad en mate- rias dudosas, y es muy importante no perder de vista, que el obs- táculo mas terrible que se opone á este descubrimiento, es el de- seo inmoderado de triunfar en la disputa. En todas las edades y en ambos sexos, sea cual fuere la materia de la cuestión, es tan difícil como conveniente desprenderse do esa preocupación fatal, de ese vano deseo de la victoria. Por lo mismo, es muy útil no comenzar discusión alguna, par- tiendo del errado principio de que la razón está de nuestra par. te, y de que vamos á convencer sin remedio á las personas que opinan en contra, cuando no podemos saber todavía, si sus razo- nes son mas decisivas que las nuestras: es preciso abordar la cuestión con ánimo de fijar la verdad y disipar todas ¡as dudas ya sean las nuestras ó ya las opiniones agenas las que deban ob- tener la preferencia; pero también es indispensable no perder el terreno, cuando la destreza del contrario nos separa del verdade- dadero punto de la cuestión, admitiendo ó desechando la propo- sición que se ha fijado antes de pasar á otra. Requiere mucho tino el evitar que las pasiones tornen parte en la discusión. Cuando el adversario, con demasiado acalora- miento hiere mortalmente una opinión de que nos hemos pro- nunciado defensores, nuestras opiniones se recienten del golpe y corren luego á la defensa, y como el egoismo se mezcla con tan- ta finura en las ideas que adoptamos; y es tan cosquilloso, que á la mas ligera resistencia que sufre, al momento apela a las quejas personales por auxiliares de su opinión, entonces todo se em- brolla, y al grito de la locura é insensatez, huyen la verdad y la razón. Estos avisos generales son comunes á toda especie de discu- sión, ya sea en las conversaciones casuales ó ya en las que senr. las señoritas. 261 efectúan en tiempo y lugar determinado. Hay tres especies de discusiones, sin embargo que tienen su forma particular y se lla- man socráticas, ó según el método de Sócrates, forenses ó que sir- ven para los tribunales, y por último, académicas. El método de Sócrates consiste en emplear preguntas y respuestas, y la forma de diálogo con que se ejecuta, los hace mas amenos y atratievos, porque el que enseña, parece que tiene la condescendencia de buscar las respuestas del discípulo para instruirse. CONCLUSION. En las páginas 161 y 387 del primer tomo, en las 177, 377 y 424 del segundo, y en las 22 y 164 de este tomo, hemos procu- rado reunir todo lo mas importante para la perfección de las fa- cultades intelectuales, que forma un pequeño curso de lógica práctica. Hemos probado que con la observación, la lectura, las lecciones á viva voz y la conversación, no habremos llegado todavía á la necesaria perfección del entendimiento, si no ejerci- tamos nuestra razón recorriendo, examinando y meditando lo que hemos observado, leido y oido, para juzgar con sano juicio de los hombres y de las cosas. La señorita que con buenos maes- tros y feliz memoria, pueda reunir á conversaciones instructivas y escogidos libros, la habitud y actividad en el estudio y medita- ción, tendrá todo lo necesario para elevarse al mas alto grado del saber. Lo que hay que observar para no divagar y perder tiempo en el estudio es: no dar la misma importancia á las palabras que á las cosas, y presentarse á sí mismo la idea clara y limpia de la cuestión que va á ser objeto de la meditación y del estudio, pa- ra no confundirla con otras. No adelantarse sin preceder los necesarios estudios prelimina- res al exámen de materias, que sin esto se presentaran oscuras y profundas. La precipitación y la impaciencia en el saber, son el origen de la instrucción superficial, y á veces del error y de la pérdida de tiempo; pues se suele empezar á estudiar una ciencia, por la mitad mas avanzada de ella, y se levanta un edificio sin cimientos. La pereza y el descuido suelen presentar á las jóvenes las di- ficultades como insuperables, y el ánimo que decae y se acobar-202 RBHAKAEIO !< cu, da sus descargos; Percy, la defiende eon Bitérgiá; pero ;il fin es condenada á la pena de muerte en la sentencia. Tal es el título de este acto. Ana Bolena, acusada injustamente de crímenes horrendos, in- famada y próxima ú morir, está en la torre de Londres entrega- da ú una especie de delirio propio de su situación. Kinston, el gobernador de la fortaleza, entra á hacerle saber la sentencia: Smeton, que lia seguido los pasos de Kinston, se arroja á los pies de Ana á pedirle perdón de haberla acusado por temor de la muerte................................. ¡Oh! perdonad mi flaqueza, Perdonadme, reina mia.- Si manchó mi lengua impía Vuestra celestial pureza, Yo me arrepentí. Ana, ¡Traidor! Os arrepentisteis tarde. Vos me amabais, ¡ah cobarde! No conocéis el amor: tY piensas que a mi deber i'or vos hubiera faltado? ¡Ah! si á un hombre hubiese amado, Mas hombre habia de ser. Percy, el amante despreciado, viene en seguida á consolar u la reina cuando está abandonada del mundo entero, y á ha- cerle saber que ha sido su defensor y no su juez, su amigo y no su verdugo. Ana delira entonces con la muerte, con el ca- dalso, con los recuerdos de los dias felices de su juventud, en que era amada de Percy. Percy. Calla, infelice; Alza tus ojos: ¿Qué, nada te dice Aquel Dios que por tí murió en la cruz? Una gota de llanto es suficiente Para borrar las culpas de la vida: Recobra tu razón, Ana querida, Oremos juntos: Dios te escuchará.SI.'M.V.V.UUO Ana. Recuerda la canción que me cantabas En el pais de Kent? Con qué ternura! Yo era entonces tan cundida, tan pura.... Percy, Qué recuerdos-, gran Dios! Ana. Aquí, aquí están. Parece que despierto de un gran sueño, ¡Sueño brillante á un tiempo y espantoso! Y que vuelvo á encontrar aquel reposo, Aquella dulce paz que antes gocé. En mi sueño también me parecía Que era en brillantes himnos celebrada. ¿Pero qué puede compararse? ¡Nada! Con lo que tú cantabas á mis piés? Ni el incienso que mandan ú los reyes Con aquellos gratísimos olores Que despedían las hermosas flores Con que ornabas mi frente virginal. Yo era entonces hermosa: cuando el aura De mi semblante separaba el velo, Ves, me decías, ese hernioso cielo? No puede compararse á tu beldad. Pera/. Infelice! A lo menos un instante Roban á tu dolor las ilusiones! &c. Percy sale de lo prisión con la esperanza de obtener del rey un perdón; pero el rey cínico, el rey insensible, el rey cruel, oye con calma las súplicas de Percy, de Lady Preston, y de Kinston, que bañando sus pies con lágrimas, le ruegan pronuncie una pa- labra para salvar á la reina. En esto se oye un cañonazo. Rey. ¿No existe Ana Bolena! Juana es mia. babel ¡Ah! Percy. Confúndate Dios en el infierno! Esta conclusión deja en el ánimo una impresión profunda de disgusto al ver triunfante ei vicio; pero en este punto, si el poeta hubiera dádole otra, habría trazado imperfectamente á Enri- que VIII. En general el plan del drama está ajustado a la historia, hastaI)F. I.AS SENOIMTAS. VÍ* 1 en las mas insignificantes pequeneces. Y este es un mérito que realza mas el que tiene en sí esta bellísima composición. Lin- gard, que es el autor que hemos tenido presente, no nos cuenta que Enrique Percy, conde de Nortliumberland, viniera de su condado ú consolar á su primera amante cuando estaba conde- nada al suplicio; pero creemos que el autor hizo muy bien de traer á la vista del espectador este personage interesante, y ver- daderamente dramático, así como para conservar la unidad de acción, hacer aparecer en iguales fechas la muerte de Catarina de Aragón y el suplicio de Ana. Es preciso salirse un poco de! reducido cartabón histórico, para dar á los asuntos de esta clase interés dramático, y repetimos que el Sr. Calderón dió muchísi- mo á su Ana Bolena, sin destrozar la historia, como Alejandro Dumas en Catalina Howard. La acción corre con ligereza á su fin, y es llena de naturalidad, de animación y de viveza. Los tribunales y las fórmulas forenses, no hacen el mejor efecto en el teatro; pero ya que era indispensable poner delante del espec- tador el tribunal que juzgó á Ana Bolena, hubiéramos querido una poca de mas animación en el cuadro. La historia dice que respondió uno á uno á todos los cargos que se le hicieron; y al Sr.Calderon, que versifica con tanta ternura y naturalidad, no le habría sido difícil poner en boca de su heroína, frases mas senti- mentales y enérgicas, que patentizando su inocencia, hicieran in- teresarse al público por ella. Hay en contra del poeta, la cir- cunstancia de que esta ido en conocimiento, de casi todo el mundo, que Ana Bolena fué condenada á muerte, el público sabe desde el princio de la escena el resultado, y no hay lugar á esa alternativa de duda, que nace de los sucesos cuyo desenlace se ignora. Pero de esto ninguna culpa tiene el poeta. Algunos han opinado que Juana Seymur no debia salir á la escena, para que no se dividiera con esos episodios el interés; pero nosotros creemos que no hay un motivo razonable para pensar así, y que al contrario, el contraste que forma en el acto 3. ° el rey reque- brando á Juana, con la desgracia de Ana que está ya presa, es magnífico, y hace muy buen efecto en la escena. En cuanto á los caracteres, diremos lo que nos parece. En- rique VIH está perfectamente dibujado. Esa insensibilidad, esa272 sanare fria, ese carácter versátil ó inconstante, se hacen dema- siado sensibles; y cualquiera reconocerá en el personage del Sr. Calderón, al rey católico, al rey cismático, al rey lúbrico que en- viaba á sus mugcres y á sus amigos al cadalso, mientras reia y bailaba. Cromwell aparece aun mas vil y rastrero de lo que en sí era. Artificioso, audaz, atrevido para conseguir sus fines, era natural tuviese el talento perspicaz que debe adornar á un polí- tico de esa clase. En el drama solo vemos su venganza y su im- pudencia, y ninguna muestra de su talento; pues los amores del rey con Juana, y su carácter inconstante, fueron los elementos, que según el drama, sirvieron para la caida de Ana Bolena. y no la astucia y fina intriga del cortesano. Smeton, que tanto ín- teres causa cuando canta unos apasionados versos á la reina, apa- rece en seguida disculpándose frivolamente cuando el rey le ar- ranca el retratf), acusando después como un follón á la reina por escapar de la muerte. Este no es el carácter de un trovador del siglo XV. Ana Bolena conducida desde los brillantes salones de Westminster, á los oscuros calabozos de la torre, caida súbita- mcn'e desde la cumbre del poder y la riqueza al seno de la mi- seria y del abandono, está dibujada con toda la delicadeza, con toda la melancolía que sabe dar á sus cuadros el autor del Tor- neo; pero donde resalta mas su habilidad, donde se conoce toda la espresion de los colores, toda la valentía del claro osuro, es en Enrique Perey. Es el sentimiento, es la acción, es en una pala- bra, el drama, ese noble, ese valiente personage que olvida sus resentimientos de amante para entregarse á sus emociones de amigo; que olvida injurias de hombre para consagrarse á su ge- nerosidad de caballero. Es el ángel bueno, el espíritu de virtud; el soplo celestial que anima la composición del Sr. Calderón. Lo felicitamos sinceramente por esta poética y feliz creación. El diálogo entre él y Ana, presa en la torre, excede á toda pondera- ción. Aquellos recuerdos de los primeros amores en el árbol de la vida, cuando el alma está llena de candor, y el corazón de sencillez, es lo mas natural, lo mas patético, lo mas hermoso que puede presentarse en el teatro. A propósito haremos aquí una observación. A los dramas históricos es imposible darles mas moral y mas filosofía que la que resulta de la historia misma; así111; LAS sKÑoulTAS. 273 es que quien los haya recorrido coa atención la inglesa, deducirá fácilmente que e! suplicio de Ana Bolena no fué sino un castigo merecido a una muger cuya funesta hermosura causó un cisma y largas contiendas civiles; pero como en el drama no se desen- vuelven estos acontecimientos, parece ¡i primera vista que no puede dejar en el ¡minio otra impresión mas que la que inspira el infortunio. Examínese la escena entre Enrique Percy y Ana, y se encon- trará la filosofía y la moral. Apelamos en esto á algunas espec- tadoras, que al oir los recuerdos que hace Ana de sus primeros amores, no han podido menos de enternecerse y llorar. ¿Cuál será la lección profunda (pie sacarán de esta escena.' E) conven- cimiento de que una vida tranquila es preferible á una llena de fausto y esplendor: de (pie un corazón noble es preferible al ¡co- razón de un rey, cuando no lo es: de que los frutos de la ambi- ción son la desgracia, el abandono, y la muerte. Estas reflexio- nes serán origen de otras muchas, He aquí desempeñada la mi- sión del poeta. Por ultimo, la versificación toda es fácil, rotun- da, armoniosa, y algunos pensamientos tan felices, tan acomoda- dos al gusto del publico, que arrancaron ruidosos aplausos. Si nos hemos estendido algo en este análisis, es porque es un drama nuevo, y obra de un mexicano: y creemos una obligación nuestra darle teda la popularidad debida. El autor nos dispensa- rá si nos hemos aventurado á pretender representar el papel de críticos. Es oficio que de buená fé detestamos, pues no somos de la clase de aquellos que, desdeñando los trabajos y estudios de un artista mexicano, muerden y burlan sus obras, dejando so. lo á los estrangeros el privilegio de hacer alguna cosa buena. Por otra parte, la reputación del Sr. Caldenju está tan bien sentada, y su obra abunda en tales bellezas, que no se disminuyen con las ob- servaciones que con desconfianza de nuestras luces hemos hecho. ¡Ojalá que el claro ingenio de nuestro compatriota siga brillando para honor de México, y que otros jóvenes se lancen en pos de él á la poesía dramática, (pie si bien tiene escollos, es un peguro camino á la inmortalidad.SKMAHAUK) li A célebre Madama Neeker se ha hecho acreedora á los mas justos elogios por su preciosa obra titulada: Estudio de la vida de las muge- res. La Biblioteca universal de Ginebra hace de ella un análisis que con gusto daríamos íntegro á nuestras amables suscritoras, si á su de- masiada estension no se opusiesen los estrechos límites del Semanario: no obstante, siendo su objeto el mas adecuado acaso al plan que nos he- mos propuesto en este periódico, y del que no podemos prescindir unien- do a lo útil lo agradable, insertaremos en varios artículos lo que ha. liemos en él de mas importante. El sistema que se propuso Madama Neeker en su Estudio de la vi- da de las raugeres, no fué otro mas que el de buscar la verdad, espre- sarla en términos sencillos y hacerla amar de sus lectores. Así es que no empeñándose en conseguir un triunfo, ni en hacer esclusivas sus ideas, combate á veces sus mismas pretensiones, presenta la objeción al lado de la ventaja, y desprendiéndose de todo amor propio, prepara armas á la opinión contraria, y aun cuando alguno no esté con forme en todo con sus principios, los mira tan colocados en el justo medio, que no sabe por donde atacarla. Todos los tratados de educación tienen el defecto de no poderse aplicar á todas las circunstancias que suponen, y que apenas se en- cuentran rara vez; pero son demasiado útiles si de ellos resulta una dirección general de que puedan valerse los padres 6 madres de fami- lia, pues encontrando este fin, se hacen mas fáciles los pormenores. Esta dirección general en la obra de Madama Neeker, está simen- tada en este bello principio del evangelio:—Que la única educación verdadera, es la educación del alma: que no concluye jamas, ó mejor dicho, que siempre comienza; que los conocimientos y los talentos no deben ser sino los vehículos; que el mundo, las pruebas, el matrimo- nio, el celibato, todas las circunstancias, no son sino escuelas sucesi- vas, por las que Dios nos hace pasar,- y que aun nuestros mismos hi- jos son á veces nuestros preceptores. Este principio es tan verdadero como hermoso; pero tiene necesi- dad de complementarse por otro. Hay en el hombre dos seres: uno inmortal, que'es preciso ante todo formarlo para el cielo; y otro ter- 274DE 1AS SF.ÑOIUTA*. 275 restro que tiene un destino anterior que llenar, menos importante, pe- ro indispensable, y que es asimismo en la intención del Altísimo el ca- mino trazado para llegar al otro. Debe pues haber una doble educa- ción, originada de estas dos naturalezas, de estos dos destinos. La pri- mera tiene por objeto hacer al hombre capaz de llenar su vocación terrestre, por el desarrollo do sus conocimientos y facultades; esta es- la instrucción- La segunda se dirige á hacerle digno de su vocación celeste por el desarrollo de sus afecciones y sentimientos morales; es. ta es la educación propiamente dicha. Sin duda confinan ambas por todas ¡¡artes: las afecciones y los sentimientos tienen también su ejer- cicio en la tierra, así como las facultades contribuyen igualmente á conducirnos hacia la divinidad. Pero si nunca deben separarse en un todo estos géneros de educación, ni permitir sobre todo, que se con- traríen, es evidente también, que no pueden confundirse sin una espe- cie de sutileza, y que las artes, por ejemplo, que no tienen ya sino una ventaja secundaria con relación á este mundo, no se enlazan por pun- to alguno á la educación del ser inmortal. Es preciso, pues, hacer aquí una distinción esencial: como seres inmortales, todos, hombres y mugares, teniendo la misma vocación, deben ser educados en el mis. rno sentido, y sí se puede, con los mismos cuidados; pero teniendo unos y otros con relación & este mundo una carrera especial, v por consi- guíente necesidades y deberes muy diversos, deben también desarro, liarse de diverso modo. El destino terrestre probable debe pues, ser el punto de partida de la educación, á lo menos, en su parte instructiva. Apliquemos al bello sexo lo que acabamos de decir, y preguntemos ¿qué es la muger?—Balzac y otros hombres grandes de la época res- ponderían que ei alguna cosa, como un compuesto vaporoso, arroba- dor é indefinible do bellezas, de gracias, de talentos esquisitos. de cin- tas, razos y caprichos, y A la vez de cualidades encantadoras y de vicios mas encantadores aún. Sí, señores renovadores de la li- teratura, del arte, de la moral y de todas las cosas, ellas existen como mugerea vuestras, lo sabemos, ellas mismas lo han signado: sus escri- tos mismos nos lo han revelado mucho mas de lo que nos habían he- cho comprender vuestras adulaciones. Pero estas mugeres no son las criaturas que Dio9 formó, son las vuestras: las pintáis como las habéis hecho, y decis—„ved la muger." Creía haberlo visto todo, y habéis olvidado a la muger según la naturaleza y según Dios: vuestra imaginación no ha llegado hasta allá.—270 SEMANARIO La muger do Mad. NT., es decir, la verdadera muger, tal como lo «son muchas y lo serian casi todas, si vuestros libros no las corrompie- sen, „es un ser, cuya debilidad está al abrigo de las pasiones hostiles, mientras que una firmeza, un pudor nativo vigilen en guardia á su corazón. Es un ser que vive de afecciones, y cuya inclinación algu- nas veces heroica es asimismo tan desinteresada, que su objeto mas constante es un pequeño hijo que no paga sus desvelos. Es un ser que parece formado para completar en la tierra la imagen de Dios: así como la magestad celeste se pinta en la frente elevada del hombre, el amor universal, la caridad compasiva, la acción penetrante de la gra- cia divina, se espresan en el dulce mirar y en los razgos escitantes de la muger." Aplaudimos á una muger, que ha rehabilitado á su sexo, tan frecue n- temente ultrajado por sus pretendidos adoradores y por los odiosos tránsfugos escapados de su seno, y que ha demostrado á estos pesqui- zadores de efectos que la casta verdad es todavía mas poética que la mentira; y que no en vano el Criador después de haber acabado la úl- tima y la mas admirable de sus obras, dijo: que todo lo t/ue él había he- cho era bueno Pero ¿cuál es el destino terrestre reservado á las mugeres y que de be servir de medida á su educación?—Aquí es donde encontramos las pretensiones de Mad. N"., no falsas, sino escesivas y tal vez peligrosas de enunciarse, á lo menos bajo una forma directa y absoluta. Para ella las mugeres son los instructores natos, ó los maestros de la humani- dad; su vocación terrestre es la perfección de las almas. Por lo que toca á nosotros, nos ponemos por esta vez al lado de Rousseau, nos atenemos á la antigua preocupación, ó mejor dicho al antiguo buen sentido de los pueblos, y persistimos en no ver en las mugeres masque madres do familia de la humanidad. Esperamos que esto hará compren- der con una palabra cuál) cerca y cuán lejos estamos de entendernso. La muger, sin duda como ser inmortal tiene los mismos derechos, los misinos deberes, la misma vocación religiosa que el hombre: ha si- do hecha como él en la consideración de Dios. No solamente lo con- cedemos sino que agradecemos á nuestra autora haber puesto en re- lieve una verdad fácilmente concedida en la teórica y por lo regular desechada en la práctica por los padres, por el mundo y por el esposo mismo, que á porfía parecen gozarse de tratar á la muger como un ju. guote mas ó menos útil, como una chanza mas ó menos sória. PeroDE LAS SEÑORITAS. 877 por el lado de la divinidad la muger, como tal, lia sido formada con destino al hombre y á la familia. Su vocación terrestre es toda re- lativa y subordinada: sus deberes principales tienen por fundamento esta relación, y solo llenándolas camina mejor á su vocación celeste. La carrera humana del hombre es mucho mas larga; cuando ha pro. visto las necesidades de su familia, tiene otras que le llaman; cuando ha arreglado sus negocios, tiene todavía facultades, que le enseñan co- mo con el dedo, otros intereses y otros deberes: su necesidad de moví- miento, su incesante deseo de ver, de saber, de descubrir, su genio fe- cundo en obrar, su ímpetu en buscar y su tenacidad en la ejecución; su voluntad que se detiene á los obstáculos, su amor de gloria, todo en su naturaleza indica que ha sido hecho para esparcirse y para influir ú lo lejos, y que á él pertenece el reino de la tierra, la ciencia y la au- toridad. Todo, por el contrario, indica en la muger, que es un ausilio y no un agente. Esto es tan verdadero, que aun las mas ilustres por su carácter y poder, como María Teresa, la gran Catalina, no han sido á veces mas que los hilos de alambre que tiraba una mano mas fuerte. La movilidad de espíritu y de nervios de este sexo, su falta de ener. gía, y sobre todo, de constancia en la voluntad, demuestran que no debe emprender obras de tan alta consideración ni de largos esfuerzos, Su reserva, su timidez, su indecisión natural, su falta general de con. sistencia, comprueban que no ha nacido mas para lo esterior que pa- ra lo interior; que tiene necesidad de un refugio y de un apoyo, una encina que sostenga á la tierna yedra. Su encanto, sus gracias, su a- grado, su fácil comprensión, su flexibilidad de carácter, su complexi on de amar, de complacer, ostentan que ha sido formada para unirse, pa- ra confundir y absorber su vida con la de otro, y para prestar aque- lla de que abunda, en cambio de lo que le falta; en una palabra, que las mugeres son en la tierra lo que los ángeles en el cielo, espíritus destinados á servir. Todo el destino de la muger se revela á los que quieren conocer- la en los instintos de una niña. Para conocer el sexo de Aquiles, U- lises le presentó jma espada: para reconocer la vocación de una mu- ger futura, presentadles una niña, es decir, una muñeca; al punto se apoderará do ella, lo tomará cariño, la llevará á su pecho, la curará, la consolará, la corregirá; pero, observadla, raras veces hará el papel de profesor con ella, no le ocurrirá hacer alarde de su pequeño saber»278 SEMANARIO no hablará mas idioma que ni maternal, aun cuando supiese otro. En estos indicios hay lamas grande prueba. Así la naturaleza ha trazado en torno de la inuger un círculo de Pompilio; todo lo que él encierra es de su dominio; pero no se le pro- ponga nada mas allá. Debe obrar inlra muros, encerrarse en su pe- queña esfera, perfumarla, ser grande incógnito. Yo no diria, pues, absolutamente á las mugeres que ellas tienen la misión de perfeccio- nar la humanidad, porque las engañaría este fin remoto, les exageraría su importancia, las pondría en peligro de disgustarse de su útil y mo- desto destino, y de hacerles faltar á él, mudando sus proporciones. Pe- ro les diría que tienen la misión de hacer dichosos á los que las ro- dean, á sus esposos primero, y luego á sus hijos si llega el caso, y siem- pre á sus padres, á sus inmediatos, á todo lo que Dios coloca delante de ellas: me apoyaría en los sentimientos de su corazón y los auxilios del evangelio para enseñarles que perfeccionándose, se hacen dichosas, y que el mejor modo de amar es ejercer una buena y cristiana influen- cia. He aquí lo que seria fácilmente comprendido y obtenido, y el fin de Mad. N. no se conseguiría menos, aunque fuese indirectamen- te. Las mugeres obrarian como reunidas, obrando simultáneamente en sus pequeñas partes, y la perfección de la humanidad resultaría in- faliblemente dfl concurso de todos estos esfuerzos esparcidos, que ha- rían una grande obra común con solo estar seguras que hacen una o- bra, así como I03 renuevos de la primavera echando cada uno su im- perceptible plumula, no sospechan en manera alguna que tejen su par- te respectiva de un vasto y espléndido tapiz, y que van á cambiar la faz de la tierra. Por lo demás, lo mismo sucede con todas las influen- cias que el evangelio ejerce y hace ejercer en ei mund i: no hace mas que imponer á cada uno deberes particulares y circunscritos, pero es- ta impulsión oculta, indefinidamente multiplicada por el número de almas que la sienten, llega á ser un poderoso agente, que civiliza, en- grandece, ilumina y renueva la humanidad. Esta estrecha concentración de una vida interna y toda objeti- va que aconsejan á la muger su propia organización, sus necesidades, sus facultades y su instinto, la confirma la escritura y se la desea co. mo un bien: „Tus deseos se referirán á tu rmirido, déria la ley anti- gua.—El hombre no ha sido creado para la muger, sino la muger pa- ra el hombre, dice la nueva ley.—Yo no permito que enseñe la muger —Quiero que las jóvenes se casen, tengan hijos, y que sean madresde Las señoritas. 27» Jo familia.—La muger se salvará si da hijos al mundo, y si estos por sus cuidados, permanecen en la fe, en la caridad, en la santidad y en la modestia."—El mejor voto que Noe encontró con que favorecer á sus nueras fué estc:?„El Eterno os conceda el descanso á cada una en la casa de un marido." Lo que ha desviado a Mad. N. de este punto de vista y le hace considerarlo muy esclusivo y limitado, es su viva simpatía por aquella porción, siempre muy numerosa de mugeres que permanecen en el ce- libato, multitud preciosa 6 interesante, que merece muy bien que se le asigne un lugar y so contribuya á su bienestar. Pero se ha engaña, do, á nuestro juicio, al incluir esta previsión del celibato en sus prin- cipios de educación, y permitir que la casualidad modifique la regla. El celibato, esta confiscación de los derechos y del voto de la natura, leza por los abusos déla civilización, es y será siempre una cscepcion y no es ciertamente á las escepciones á quienes se dirigen las leyes generales. Yo no sé que haya habido padres que hayan enviado sus hijos al instituto de ciegos, con la idea de que algún dia puedan lle- gar á este estado: si sobreviene este accidente, habrá tiempo de acu- dir al recurso. Yo no quiero seguramente mas que Mad. Necker, que la madre se deje arrastrar del deseo de casar á su hija, ni sobre todo, que le transmita aquella dañosa preocupación de proponerle el matri- monio como condicicion indispensable de la felicidad, como punto de vista, como palma que ha de arrebatar, porque esto sería ahogar todas sus buenas cualidades, hacerla astuta y coqueta, constreñir el espíri- tu y prepararle tal vez un cruel desencantamiento. Quiero solamen. te que se proponga este tema de conducta, tan sensato cuanto que es condicional: segun toda'verosimilitud, y á menos que Dios no nos re- vele por acontecimientos una voluntad contraria, mi hija está reser. vada para el matrimonio; mi primer deber humano es, pues, preparar- la para,este puesto, hacerla apta para proporcionar la felicidad de o- tro y digna de encontrarla. Si ella es verdaderamente capaz para el matrimonio, lo será también para el celibato, en caso que Dios la lla- me á él: los talentos que haya adquirido para el encanto de un esposo, halagarán también su soledad: las virtudes que le haya infundido, con relación á la familia, sabrá ejercitarlas en provecho de los que la ro- dean y de la sociedad. Yo le enseñaré, pues, si se puede, todo lo que le sea necesario para conseguir el destino probable de esposa y madre do familia, pero nada mas; la ocupación es demasiado grande,—Vie-280 SEMANARIO ne después para mi hija la edad en que no acuden maridos; y como en imposible que haya dejado de ocuparla esta idea y albergarse en su corazón, así como ha estado en el mió, habrá necesidad de variar su ruta y la mia. Sin embargo, no habiendo jamas alimentado esta es- peranza, ni avivado en mi hija este pensamiento, no habrá opinión que rectificar ni destruir. Yo le diria, pues, muy naturalmente: Hija mia, muchas mugeres á tu edad ya han contraído matrimonio; pare- ce que tú no lo harás nunca, porque te faltan ciertas ventajas. Tal vez puede considerarse esto como una pérdida bajo de algunos aspec- tos, pero acaso puede ser algún bien considerable; sin duda Dios tie- ne sus proyectos sobre tí; pero para ser dichosa en la tierra, son pre- cisos deberes que llenar y algún fin provechoso. Tu destino no está reducido á tener esposo é hijos; será ménos directo, menos preciso: serás la ayuda del pobre, la compañía del anciano, el asistente del en- fermo, la madre de los huérfanos; y si no te incumbe el encargo per- sonal de formar la juventud, á lo ménos facilita á otros los medios v contribuye al progreso general de la educación. Pero para este efec- to necesitas conocimientos y talentos mas estensos que los que debitas adquirir, que á la vez sean tu instrumento en cuanto á otros; tu re- curso y tus goces en cuanto á tí misma: debes ensanchar tu alma pa • ra prepararla á esta nueva carrera: hazlo, y tu suerte será feliz. Este dicurso de una madre sabia, quisiera yo que la hija que pa- sa de la edad nubil, y por consiguiente llega á la de la reflexión, se lo dirigiese á sí misma, y que entónces ella se impusiese aquella alta ¡ns. truccion que Mad. N. aplica indistinta y prematuramente para todas las mugeres. Aquí podría colocarse todo lo que no hubiera sido hasta entóneos sino utopia ó superficialidades: las lenguas estrangeras, las ciencias exactas, las naturales, los trabajos literario?,y mas aún si se puede. La rnuger célibe, no estando del todo en la línea natural, tiene el permiso debidamente adquirido de usurpar, aunquepoco, algodel otro sexo. Si no quiere, no hay un deber forzoso que la obigue: se debe á Dios, á todos, pero no se debe á nada, ni á nadie: la sociedad no tiene que exigir de ella el amable abandono de la muger, ni el recogimiento de la jóven nubil: ella puede producirse esteriormente sin quebrantar otros deberes y sin comprometer el carácter femenino. Para ella, pues, están abiertas las reuniones, las instituciones de todo género, 6 agre- gándose á los hombres, puede emplear las cualidades distintivas de su sexo para morigerar ó completar las frágiles 6 astutas del nuestro. Digo lo mismo de la viuda, y hasta cierto punto de aquella á quien la Providencia no ha concedido hijos. Entónces la muger entra en el derecho común; solo el mal lo está vedado, y la inutilidad ú ociosidad que camina al mal. (Se continuará.)ve Las seRoiutas. 281 A moda es la costumbre, el uso ó el diverso modo con que pueden combinarse los trages, los peinados y adornos de las per- sonas y todos sus adyacentes. En vano se ridiculiza esta ó la otra moda: por impropia ó cho- cante que parezca, ella adornó y embelleció á las personas que la usaron todo el tiempo en que no se levantó otra con el impe- rio y produjo en su época todas las ventajas de su institución, la de agradar. Lo que es mas digno de admiración, es ver la in- constancia y la ligereza con que los hombres elogian y aplauden la succesion de modas tan opuestas, pareciéndoles boy admirable lo que hace pocos años habrían calificado de ridículo, y que em- pleen ahora como risible en el foro y en las máscaras, los trages y adornos que en otro tiempo servian para los usos mas graves y serios; y por último, es también muy digno de notarse nuestra pequeñez y miseria cuando de tal modo nos sujetamos á la mo- da, que la hacemos intervenir, no ya solo en lo que pertenece al gusto, sino aun en el modo de vivir, en la salud y en el ejercicio de nuestros conocimientos. Por consiguiente, creemos que la mo- da podria definirse mejor, diciendo que es cualquiera invención ó cualquier uso introducido en la sociedad por la fantasía de los hombres, aunque también es cierto que por modas se entienden igualmente los trages, los vestidos y adornos de uno y otro sexo, que se destruyen y se succeden continuamente sin la menor apa- riencia de razón, y cuyo único mérito á veces solo consiste es» elusivamente en su novedad. Uno de los caracteres mas notables de la moda es aquel de- seo que supone de imitar el trage ó los modales do las perso- nas que se empeñan en singularizarse. La opinión y el ejemplo pueden dictar ciertos usos; pero ni aquella ni este tienen autori- dad alguna sobre la moda; la opinión supone al menos un prin- cipio de raciocinio bueno ó malo; pero la moda no recibe coinn* tom. m. 86 282 SEMANARIO jos sino del capricho, no se toma el trabajo de raciocinar, ni quie- re discutir, sino que se obedezca su imperio despótico. El ejem- plo es el único ministerio de su voluntad, por medio del cual da á conocer sus antojos, sin otra formalidad y sin otro preámbulo que los justifique. Por falto de razón que parezca á los ojos del bello sexo el des- potismo de la moda, y por poco respetables que se conceptúen sus decretos, así como el gabinete ó el tocador en que se dictan, siempre se cree que hay pocos inconvenientes en dejarle gozar en paz de su ridículo poder, con tal de que no se estienda mas allá de sus justos límites. La vagatela, la frivolidad, y si se quiere todas las cosas indiferentes en sí mismas, son de su dependencia esclusiva; y querer turbar en ellas su ejercicio y autoridad, seria cuando menos inútil. Los filósofos mas austeros le han conce- dido la autoridad de fijar la altura de los trages, la forma de los peinados, el color y adornos de los vestidos: que presida enho- rabuena en el tocador de las damas, que arregle la finura de los muebles de los salones, y aun que ordene también el comedor y la cocina, y que el peluquero, el bordador, el tapicero, la cama- rista, el repostero, y desde el primer cocinero hasta el último galopín con todos los demás dependientes que han inventado el lujo y la fantasía formen otros tantos de sus vasallos; pero nadie podrá permitir que se entrometa en dirigir las opiniones ó en dar reglas á las costumbres. Que pronuncie sus decisiones entre el trage del turco y el vestido europeo; pero que no se mezcle en la religión ni en la moral, y que decida enhorabuena sobre la en- cuademación de un libro, sobre sus viñetas y guarniciones; pero que no quiera mandar sobre las ideas y cuestiones que en él se hallan escritas. Si el imperio de la moda se hubiese limitado á este reducido círculo, no venarnos tantas máximas absurdas introducidas por ella todos los días, ni tantos sistemas estravagantes, ni tantos mo- dos de pensar tan opuestos al buen sentido, que no tienen otro apoyo absolutamente que el suyo, y que solo deben su existen- cia á la protección de la moda. Como la locura es la potencia mas aliada de la moda, no es estraño que se apoyen tan frecuentemente, ni que se presten tanUL LAS SEÑORITAS. 283 recíprocos como frecuentes auxilios; por lo mismo la discreción aconseja al bello sexo no apresurarse á seguir las huellas de la moda, ni demorarse tanto en obsequiarla, siempre que reine en el campo de su poder y dentro de sus límites designados. Por áridas y demasiado sérias que parezcan estas reflecciones, no las creemos menos esactas ni menos útiles, cuando necesita- mos disculparnos con la misma moda al insertar en nuestro pe- riódico artículos y modelos de modas. La estampa que damos hoy presenta las últimas modas de Paris en el mes de Octubre. Las batas ó peinadores, como di- ce la Hesperia, han salido de la oscura é insignificante posición en que se hallaban de mucho tiempo atrás , para sobreponerse con orgullo á los túnicos y á los demás tragos y vestidos, y han dejado el humilde destino que ejercían solo en el tocador y en lo interior de las habitaciones, para brillar con lujo bajo mil formas y colores en los teatros y en los paseos. Usanse de seda, de musolina y de groz; de formas ajustadas con mangas estrechas de dos costuras, y han venido algunas á México con costosos adornos de alamares, botones, borlas y otras lavores de pasama- nería. Se usan hoy también el albornoz antiguo que comienza á sustituir á la indispensable capa y al vetusto tápalo, con la ven- taja de no desairar el talle ni ocultar la cintura, dejando descu- bierta una parte del trage. La manteleta sigue en boga, con borlas que designan en ella el punto que debe ocupar el cuello, y comienzan á adquirirla los corpinos de distinto color que el túnico y hechos muy comunmente de terciopelo. Se habla tam- bién de unos corees de nueva invención compuestos casi en su totalidad de fino acero, á la manera de la cota do malla ó de las armaduras de la época de la conquista; y por último, comienzan ya las mantillas á verse forradas por su parte interior, de groz labrado de medios colores. Finalmente, el Carnaval se acerca, y las calles de Plateros y el Portal de Mercaderes, especialmen- te, se ven inundadas de caretas, dóminos, disfraces y figurines para servir en los bailes de máscaras particulares y en los salo- nes que se preparan en los teatros Principal y de Nuevo México para las carnestolendas,—/. G.284 SEMANARIO ^g^ISITABA con frecuencia una familia, cuyos individuos tie- ne/] un modo particular de contar los años de su vida. El gefe do ella, D. Juan, nació en 1780, y dice que tiene setenta y dos años, es decir, que agrega diez, porque pasando de los sesenta los viejos, creen aumentar con los años el respeto y las considera- ciones debidas ú la ancianidad. Matilde, su hija única, hermosa niña á la verdad, cuando tenia trece años, decia que tenia diez y seis, y hace dos que se fijó en los diez y siete; sin que nadie la haga saür de aquí sino ese maldito tiempo, con el cual no vale aquello de „aquí me planto." La hermana de D. Juan, que según este es una viuda cotorro- na, decia ú su médico cierto dia: ..doctor, hoy cumplo treinta y cuatro años." Hace siete que me lo está vd. diciendo, le contes- tó este; y en efecto, su hermano, que es la fé de bautismo ambu- lante de la familia, dijo al médico sonriéndose: „m¡ hermana es una señora ilustrada porque marcha con el siglo." Pachita, sobrina de Juan, dice que tiene veintitrés años; pero ha olvidado la aritmética, porque nos ha dicho la otra noche, que su hermana Circuncisión le lleva dos años, y que tenia diez y nueve cuando murió su papú en la revolución del año de 28. ¡Atenme vds. estos cabos! Circuncisión tuvo que presentar su fé de bautismo cuando iba á casarse, y en la fecha de ella habia un borrón que me hizo reir. Solo consta por aquel documento que se bautizó en la parroquia de la Soledad, quiénes fueron sus padrinos, y que nació en 1." de enero de 1800____No se puedo leer mas, pues lo que sigue so ha variado sin duda tantas veces, que ya solo presenta un denso é indeleble borrón. Resulta, pues, que todas las señoras que componen la familia de D. Juan, han nacido después de que las diera á luz su señora madre.DE LAS SKSOIUTAS. 285 Pero no para aquí la singularidad de esta familia; tienen ado- rnas sobre ella una influencia estraordinaria las edades, aun de los que no son de casa. Para Matilde, el hombre de mas gallar- da figura, de talento ó riqueza, es un ente despreciable, si no le obliga el ayuno ó si pasa de los treinta, término fatal fijado por ella irremisiblemente para la admisión de memoriales; para lo que ha hecho un estudio profundo de los efectos del tiempo en la fisonomía humana. Donde otras ven un gracioso pliegue del cutis, Matilde ve designada una próxima arruga; y donde el ojo mas lince solo ve un cabello rubio, ella divisa una cana. Como D. Juan no tiene mas hijos que Matilde, desea verla casada cuanto antes, y así se lo manifiesta con frecuencia; mas aunque á veces provoca su elección, jamás violenta su voluntad. Hombres del siglo pasado, jóvenes, niños, subtenientes, genera- les, meritorios, cesantes, mercaderes, artistas, todo ha pasado re- vista; pero Matilde, firme en su mínimum de 21 años y en su máximum de '30, declara implacable guerra á todas las demás edades, sin que en obsequio de la verdad se contente solo con el examen de las fechas, pues requiere también las tiernas cir. cunstanejas recomendables, como la bella figura, el talento, las buenas costumbres'y una suerte independiente. En resumen, la niña es como quien dice, un poco dificil. El siguiente pasage liara ver á mis lectoras si me equivoco. —Si no pones otro pero á D. Luis que ol de la edad, ya pue- des decidirte, dijo el papá á Matilde, porque acabo da saber que no tiene mas de veintisiete años. —Menos tienen sus dientes, que se los puso el dentista de la calle de S. José el Real el año pasado. —Pues no tendrá mas de veintisiete, dijo entrando en la sala la hermana de D. Juan, que habia oido la conversación, no ten- drá mas ciertamente. —Pero tia, si me dijo vd. ayer que cargaba á Luisito cuando vd. tenia cuatro años, y que es de la edad de mi prima Pa chita dice vd. que tiene treinta y cuatro y pico.... con que.... —¿Cómo se entiende, prima? di jo Pachita acudiendo al eco de su nombre. Eso es decir que yo tengo treinta años, y es una fal- sedad, porque tú bien sabes: que mi hermana Circuncisión me286 SLMANA1UO lleva dos años y que tenia diez y nueve cuando la revolución del año de veinte y ocho en que murió papá. —Eres una tonta, gritó Circuncisión, desde la pieza inmediata. Según eso tendría yo treinta y dos años: mentira, mentira, aun no soy tan vieja gracias á Dios. —Pues yo con mis setenta y uno del pico, dijo D. Juan. —Si no tienes mas de sesenta, ¿porqué aumentarte los años... así nos haces viejas á todas.... A mí me importa poco.... yo no ten^o pretensiones. Con mis treinta y cuatro del pico.... —Pues yo no quisiera salir de mis diez y siete. —Y pico, niña; si naciste el año de 22: puntualmente estaba tu mamá embarazada de tí cuando la entrada del Sr. Iturbide á México. —Jesús, papá, me quiere vd. hacer una vieja. —¡Vieja de diez y nueve años! ¡Si tuvieras la edad de tu pri- ma Circuncisión! —¿Cómo, tio? ¿Qué ha dicho vd.? ¿Vieja yo? —El viejo eres tú, Juan. —Pues ya se vé que lo soy. —Me hace vd. llorar; yo no soy tan despreciable.... le pa- rece á vd..... —Ni yo tampoco, tio; tengo mi cutis bien liso. Con mis veinti- siete y pico no me cambio por las de quince. —¿Yo treinta y dos?—¡Decirme á mí vieja!—A mí cuarenta! —¿Yo diez y nueve?—¡Mal hermano!—¡Jesús, qué tio! —¡Vaya una conversación! A este punto llegaba la disputa, cuando entré yo en la sala por ver si mi presencia la cortaba. „A tiempo llega vd., me dijo la hermana de ü. Juan. Este bendito hermano tiene sus papeles muy mojados. ¿Qué edad me echa vd. á mi? francamente. —Vd., señora, no baja de los veinticinco. Apostaría cual- quiera cosa. —¿Lo ves, hombre, lo ves, Juan? —Ja, ja, ja. Pues yo lo creo: dice vd. bien: mi hermana no hoja de los veinticinco, sino que sube de los cuarenta.... ja, ja.... ;Y mi sobrina Circuncisión? A estas palabras de D. Juan, todas salieron de la sala. „Dé-rm r,\s señoritas. 287 jelas vd. ir, me dijo. Me alegro; porque tenia que hablar con vd. Siéntese vd. aquí, á mi lado. Amigo, con mis setenta y pico de años es preciso pensar en dejar la vida, y quisiera antes ver casada á mi hija y después de esplorar su voluntad he pensado en vd..... ¿En mí Sr. D. Juan?—Sí señor. Ella misma me ha di- cho que era vd. el hombre mas apreciable de los que frecuen- tan la casa. Por otra parte, las edades de vdes. son proporcio- nadas. Vd. con sus treinta y pico y ella con sus diez y siete, pueden ser felices. Ahora bien: yo he notado que mi niña no desagrada á vd., pero es preciso que vd. se lo diga.... Mas aquí viene ella.... Yo me encargo de lo mas difícil. Decía yo, hija mia, á nuestro amigo, que seria un escelente es- poso, porque sus treinta y pico de años son una garantía de jui- cio, y luego.... en fin, yo tendría un placer en llamarle mi hijo, y que tú le dieses la mano de esposa. No bien acabó de hablar D. Juan, me dejó solo con Matilde. Es preciso salir del paso dije yo para mí. Puede ser que tenga fortuna.... ella elogia mi carácter, me mira con cariño.... tal vez por un capricho.... ¡Manos á la obra! —Entonces le dije: ¿Con que vd., Matildita, piensa como pa- pá?—Si señor; pero....—Ese pero es una calabaza redonda. Sea vd. franca. ¿Me rehusa vd. su mano por mi figura? —No señor.—¿Por mis costumbres?—De ninguna manera. —¿Por mi fortuna?—Menos.—Ya sé, ¡que tonto! Por mi edad- Yo no soy Matildita un niño; pero tampoco soy un viejo. A los treinta y pico de años está un hombre en lo mejor de la edad. ¿Vd. calla? ¿Me rehusa vd. su mano por los treinta años?... No es eso.... No señor.... no es por los treinta.... sino por el pico.—P. (Adoptado del Lucero de la Habana.)288 SEMAN.UUO A nuestras Suscritoras. EL siglo de hierro para la literatura mexicana habia durado por tantos años que parecía interminable; pero la independencia de nuestra patria y los progresos de la civilización comenzaban á crear en ella el siglo de plata, cuando de improviso se ve sor- prendida por el siglo de cobre, y todas las empresas literarias se encontraron invadidas de pronto por la irrupción vandálica de ese pestífero metal. Mientras que el papel, la tinta, los caracte- res de imprenta, y aun la asignación de los repartidores y ope- rarios tenia que satisfacerse con plata flamante, la mayor parte de las suscriciones solo se satisfacía con enmohecido y falsifica- do cobre, cuyo resultado indefectible era una pérdida de cerca de la mitad del capital invertido en la empresa del Semanario, la que como anunciamos en uno de nuestros números anteriores, se hallaba próxima á fracasar; sin embargo, aventuramos los dos últimos cuadernos por si acaso estas poderosas consideraciones hacian que nuestros suscritores satisfaciesen su importe en mo- neda de plata; y aunque muchos lo verificaron así, otros anun- ciaron con su retirada la imposibilidad en que se encontraban de acceder á nuestros deseos. Nos vimos, pues, en la precisión de esperar el término de la crisis monetaria. Ha llegado esta felizmente, y volvemos á nuestras acostumbradas tareas, con- fiando en que las suscriciones que se han retirado, volverán de nuevo, al menos hasta la terminación de este tercer tomo, ó lo que es lo mismo, de los ocho números que restan para concluir- lo, pues que el lujo de su edición no nos permitirá continuar otro tomo, disminuidas las suscriciones; sino acaso tal vez bajo otro plan mas económico que pueda sostenerse con menor número de ellas. Por lo demás, en los mencionados ocho números, continua- remos la marcha de los primeros, fiados en la benevolencia de nuestras suscritoras, y en el aprecio que so han dignado hacer de nuestras humildes producciones, sin omitir sacrificio alguno en obsequio de su aprovechamiento y diversión.—/. G.sisal© oJ1K I.AS SEÑORITAS. 2S¡> CCADEBSO 13.—JUEVES 3 BE FEBRERO BE 1648. Uwcñua ¿e, Va comiAm en c/uvco txdos, \\Vu\oAa-. ^lucAvo \j ■nota* f||||sTE drama de Shakspeare comprende dos asuntos bien distin- tos y dos piezas contrapuestas que nada tienen de común, sino el título y el nombre de los personages (#). La primera de ellas es una comedia muy placentera y muy espiritual, cuyos héroes son Beatriz y Benedick que se detestan de todo corazón, y que en los dos actos se hacen una guerra de epigramas muy divertida. Sus hostilidades se hacen proverbiales y parece no debian termi- nar sino con ellos, cuando un estratagema ingenioso y sencillo hace succeder de un golpe el afecto mas tierno á aquella mutua aversión. Se les asegura á cada uno por separado, que su con- (*) La escena pasa en Messina. Claudio, rico joven Florentino, se halla muer, to de amor por Hero, hija encantadora de Leonato gobernador de aquella ciudad; D. Pedro, principe de Aragón, de quien era favorito, le presta todos sus buenos ofi- cios para ayudarle á cautivar el corazón de la jóven. D. Juan, hermano natural de D. Pedro, celoso del afecto que el príncipe de Aragón prodigaba a Claudio, y an. cioso de dañar al futuro esposo de Hero, encuentra medios para persuadir al joven Florentino que su desposada lo ha engañado, y Claudio se decide a aguardar el mo- mento en que esté al pié del altar para confundir a la hija de Leonato. El dia da la boda, cuando el sacerdote pregunta á Claudio si quiere á Hero por su esposa, Claudio declara á Leonato que no puedo casarse con una vil cortesana y que por lo mismo le devuelve a su hija. Beatriz, sobrina de Leonato jura que se calumnia i su prima, miéntraa Hero había caído desmayada al pié del ara; y corre el rumor de que ha terminado su vida. Miéntras que los parientes de la infeliz novia la hacen pasar por muerta, se descubre que D. Juan ha manchado la memoria de Hero con una horrible impostura. El príncipe calumniador toma la fuga: Claudio Hora á tu esposa tan cruelmente ultrajada; Leonato en falta de su hija le ofrece por mugei i una hija de su hermano. Claudio no pudíendo ya ser bu yerno, se consuela al vaé. nos con poder ser su sobrino. ¡Pero cuál es el excesivo júbilo del jóven Florentino, cuando vé que es la misma Hero á quien se lo presenta por esposa! Ultimamente, D. Juan sorprendido en su fuga, recibe el merecido castigo por su calumnia vil. Sh&kspeare ha tomado la idea ó el título que bien 6 mal ha aplicado á tu come- dia de una historia de Bandullo. TOM. tu. 37trario no manifiesta aquel ódio y enemistad tan marcada, sino para ocultar mejor su amor, á la manera que aquellas personas que cantan mal cuando tienen miedo, lo hacen mejor si se les dice lo hacen bien, y esta doble mentira tiene por resultado una reali- dad. Desde entonces todo cambió de aspecto, Ies dos enemigos se aproximaron, las palabras mas tiernas succedieron a los epigra- mas, y el tratado de paz concluyó con un feliz himeneo. La segunda pieza y la única de que vamos á ocuparnos, es un drama lúgubre, aunque suavizado con dulces escenas. La hija de Leonato amaba á Claudio y era de él amada. Leonato ha- bía consentido en unir á los dos jóvenes y fijado el dia de la ce- lebración de su matrimonio; pero el génio del mal espiaba este tierno amor; un personage infernal, uno de aquellos hombres que solo el génio de Shakspeare ha tenido el secreto de pintar, D. Juan de Aragón, sin otro motivo que el ódio diabólico contra la felicidad humana, jura perder á los dos novios. Sedujo en primer lugar á precio de oro al amante de la camarista de Hero, y le exigió que en lo mas oscuro de la noche se colocase encubierto al pié del balcón de su jóven ama, y prodigase á Margarita los juramentos mas espresivos y las caricias mas tiernas, miéntras que él maliciosamente condujo por allí cerca al desgraciado Claudio, para que oyese aquellos amorosos coloquios y maldijese á la inocente Hero, ú quien tan traidoramente quiso calumniar. Entre tanto la ciudad entera se ocupaba del brillante matrimo- nio que iba á solemnizarse, el templo brillaba adornado de guir- naldas, todo estaba pronto y el sacerdote se hallaba en el altar, cuando en lo mas interesante de la ceremonia y en medio de una inmensa concurrencia pide el párroco su consentimiento á Hero preguntándole si aceptaba por su esposo á Claudio: ella respon- de que sí, con todo el placer de la felicidad y la dicha; pero in- terrogado a su vez Claudio, no, dice con voz atronadora, prodi- gando en seguida á su novia los nombres mas indecorosos y las espresiones mas denigrantes.....En el momento la ceremonia se turba, el sacrificio se interrumpe, la agitación se estiende por el templo, vivas esplicaciones tienen lugar entre los concurren- tes, y Hero se defiende con la dulzura y sencillez de la inocen- cia; pero con la timidez propia do la debilidad de su sexo.DE LAS SEÑORITAS. 201 "¿Qué hombre conversaba anoche cerca de las. doce con vos bajo vuestra ventana, y cuyos juramentos recibíais? Responded, si podéis, á un testigo presencial de vuestro delito.—A esa hora' señor, ni á ninguna otra de la noche, yo no he hablado con nin- gún hombre.—En vano quieres desmentir á mis propios ojos. Tú habrías sido la muger mas amada, si en tu pensamiento y en tu corazón hubiese la mitad de las gracias y de la belleza que ador- na tu físico; pero tu conducta es tan vil, como hermosa tu perso- na.... ¡Adiós para siempre! La joven Hero no pudiendo sos- tener un combate tan cruel como inesperado é injusto, cayó al suelo desmayada. Esta escena tan bien presentada por Shaskpeare, tan impre- vista y tan completamente nueva, es una de las mas bellas con- cepciones del poeta ingles. El dolor de! padre sobre todo, des- troza las entrañas del espectador mas frió. „¡0 muerte! grita entusiasmado, no retires tu pesada mano de su frente humillada. La muerte es el único velo, que puede vas- tar á cubrir su vergüenza.... No vuelvas á abrir los ojos. Ellos temerían ver la luz.... Porque todo lo que hay sobre la tierra, solo esparciría infamia y deshonor sobre ella. Ni cómo podria negar un crimen que revela su sangre toda agitada, la contorsión de todos sus miembros? ¡Oh! No tornes á la existencia, Hero, cierra tu3 ojos; porque si pudiese pensar que no escogieses mas bien el morir, si yo creyese tu vida mas fuerte que el sentimien- to de la afrenta, me uniría yo mismo á tus remordimientos, para arrancar el hilo de tus días. ¡Ay! Yo me afligía de no tener mas de una hija. Yo reprochaba á la naturaleza el haber sido para mí demasiado avara. ¡Cuánto mejor me hubiera sido no haber tenido ninguna!...." Después vuelve á esclamar: ¿Por qué siempre has aparecido tan amable á mis ojos? ¿Por qué con mano caritativa no he re- cogido en mis puertas y adoptado al hijo de un pordiosero? Si ella hubiese nacido en la infamia, pudiera acaso consolarme y decir; ¡este oprobio no viene ciertamente de mi sangre! Pero mi hija, aquella que sin cesar me envanecia; mi hija, por quien estaba tan orgulloso que olvidándome de mí mismo, roe contaba por nada y tenia amor propio solo por ella!.... ¡Oh! Hero ha293 SEMANARIO caido en el abismo que solo parecía destinado á los mas negros corazones. Estas esclamacionos paternales tan vivas como ingenuas, ha- cían la situación de Leonato estremadamente patética, y lo ha- bría sido mucho mas todavía, en nuestro concepto, si ia figura de Hero tan interesante en aquel momento se le hubiese presentado antes de aquella escena bajo un punto de vista el mas propio, pa- ra preparar sus efectos. En seguida de esta escena tan dramática un religioso propone á Leonato deje creer al público la muerte de su hija, y mande celebrar susjfunerales. No podemos resistir al placer de copiar este trozo encantador. „Cuando el bien llega á faltarnos es cuando mas ecsageramos su valor, y un bien perdido nos hace descubrir el mérito, que su po- sesión misma no nos dejaba conocer bastante. Esto es lo que sucederá puntualmente á Claudio. Cuando él llegue á entender que el efecto de tus palabras ha sido la muerte de su querida es- posa, la imágen de Hero viva y penetrante se deslizará dulce- mente en todos los delirios de su imaginación, y cada rasgo de su belleza vendrá á presentarse á su alma mas gracioso, mas sor- prendente, y mas animado que cuando vivia. Entonces se inun- dará en lágrimas, y cual nunca, el amor se hará sentir en su corazón destrozado: desearia no haberla acusado jamas y apete- cería, no haber creído nunca él mismo la verdad de su acusación. Dejemos llegar este momento y no dudemos que el éxito recibi- rá de los acontecimientos y de las circustancias una forma mu- cho mas feliz, mucho mas halagüeña. Pero aun cuando toda mi previsión se engañase, al menos la muerte de vuestra hija sofo- cará el rumor de su infamia, y vos podréis, como un remedio el mas conveniente á su reputación vulnerada, ocultarla toda su vi- da en un monasterio, lejos de las miradas maliciosas, de las len- guas maldicientes y de los reproches injustos de los hombres." Esta interesante alocución en que Shakspeare se ha mostrado como un maravilloso observador del corazón humano, no es si- no el brillante programa de las escenas que debían terminar su comedia; pero continuemos nuestra relación. El complot de D. Juan contra la joven Hero había sido des-DE LAS SEÑORITAS. cubierto por los jueces en turno. Leonato supo de ellos la ver- dad y la hizo ver palpable á su vez á Claudio, proponiéndole co- mo una reparación el que se casase con su sobrina. Claudio acep- tó pero en el momento mismo de separarse de Leonato le dice enternecido. «Permitidme al menos vaya esta noche a derra- mar mis lágrimas sobre la tumba de Hero." El desenlace se acerca. Una muger enmascarada se presenta, y al escuchar las tiernas plegarias de Claudio, cae la máscara, y se descubre Hero. Esta escena, cuya concepción es tan cómica, produciría mu- cho mayor efecto si no se viese detenida por la vuelta de Bene- dick y de sus amores, y sobre todo, si los acontecimientos no se previesen tan fácilmente por el espectador, quitándoles el mérito de la sorpresa. Hoy, que el arte dramático se halla tan perfec- cionado, el poeta mas mediano supliría este defecto. Shakspeare no lo i ha hecho; el genio no podia adivinarlo todo.—Casimiro Buendia.—[Traducido para el Semanario de la Galería de Mu- geres de Shakspeare.~\ LA MARQUESA DE MERLI. i. seis leguas de Bruselas vivía la marquesa de Merli, joven dotada de una hermosura sin igual y adornada de las gracias mas seductoras, pero llena de orgullo tanto por su nobleza, cuan- to por los cuantiosos bienes que poseia. Todos aspiraban á la mano de la marquesa, y todos disputaban su cariño; cuantas ve- ces se presentaba en Bruselas, ya en los bailes, ya en los teatrosi siempre su hermosura descollaba entre las demás; los jóvenes la tributaban mil obsequios, y el orgullo de la marquesa se hacia insoportable; á todos despreciaba, solo deseaba unir su mano á la de un príncipe. Un jóven de hermosa presencia, que hacia tiempo dirigía sus cariños á la marquesa, y que vivia en una fonda de la ciudad, era el que habia logrado alguna mirada de esta hermosa muger; este jóven no era conocido de nadie, y se ignoraba su proceden-SEMARARin cía, su clase y su familia. En las principales tertulias se presen- taba y se hacia apreciar de las damas por su gallarda figura; pe- ro él solo suspiraba por la marquesa. Cuatro meses habia pasado este desconocido obsequiando a aquella hermosa muger, sin que durante este tiempo hubiera con- cebido esperanza alguna. Una noche que se dió un gran baile en casa de uno de los principales de la ciudad, acudió toda la aristocracia; el salón estaba magníficamente adornado, quinien- tas bugías ardian sobre esquisitas arañas de cristal de roca, ricos candelabros, elegantes colgaduras de terciopelo, alfombras á la oriental, gran número de hermosas ricamente prendidas, forma- ban un contraste seductor con el armonioso son de una encan- tadora orquesta. Lajóven marquesa llamaba la atención, por su elegante figu- ra, y por sus vestidos, al paso que su orgullo la daba un realce que la hacia superior á todas. Viston, que así se llamaba el joven desconocido, no tardó en bailar con ella, ponerse á su lado, y declararla su pasión; la mar- quesa le correspondió; fuese porque las demás la envidiasen, ó porque en aquel instante tocase en su coorazon la tea incendia- ria de amor. A las tres de la mañana se retiró la marquesa; su enamorado joven la acompaña en su coche, le ofrece su casa, y se despide con las espresiones mas tiernas del dulce objeto de su pasión. A la mañana siguiente, el jóven Viston se presenta en casa de la marquesa, recibe los mayores obsequios y se considera el hom- bre mas feliz. No llevaban un año de amores, cuando dispusieron la boda con la mayor solemnidad; el arzobispo de la ciudad les echó las ben- diciones nupciales, y Viston se halló esposo de una muger her- mosa, dueño de cuantiosas bienes, y marques de Merli. II. Dos años hacia que en Bruselas so habia abolido la pena do muerte por considerarla bárbara é inhumana, pero la maldad del hombre es tanta, que llena Bruselas de criminales, hubo que res- tablecerla con mas rigor; el primero que debía sufrir ¡a pena de muerte era un parricida; la sentencia se iba á ejecutar sin pér-UE LAS SEÑORITAS. tflfc dida de momento para satisfacer la vindicta pública justamente irritada; pero'tuvo que suspenderse la ejecución porque el ejecu- tor de la justicia habia desaparecido: la sala del crimen manda requisitorias en su busca, y el verdugo es hallado. Una noche que el marqués de Merli y su esposa celebraban sus dias con un concierto, donde lució toda la nobleza de la ciu- dad, fué sorprendida su casa por una guardia y agentes de poli- cía: todos los convidados se sorprenden y una confusión comple- ta reina en el salón: el comisario de la ronda pregunta por el marqués, se presenta, é inmediatamente le arresta; la multitud quiere saber la causa; el comisario no quiere dar esplicacion nin- guna, pero la marquesa le pone en el mayor compromiso, y ha- bla. ¡Gran Dios! cual fué el horror de todos y la vergüenza de la marquesa al reconocer en su esposo al verdugo de Bruselas, que bajo el nombre supuesto de Viston se habia disfrazado en aquella ciudad. El marqués de Merli fué á ejercer su oficio; el rey dió un de- creto para que el título de marqués pasase ú otra familia, y el orgullo de la marquesa, que solo deseaba unir su mano á la de un príncipe, quedó humillado: á poco murió esta desgraciada, no como marquesa de Merli, sino como esposa de un verdugo. —Pedro Pérez Juana. (Correo de Madrid.) a dieron principio a los bailes de disfraces, y yn ha llegado la época en que todos se entregan a esta diversión. ¡Qué de cosas nos han dicho y dirán en estos dias, relativas al carnaval, y bailes de máscaras! Uno, que si observó á N. y sus intrigas amorosas la primera noche en el teatro: otro, que si no puede irse á esta clase de di- versiones, porque á cada paso se vé uno en compromisos causa- dos por su escesiva curiosidad: otros, que si la concurrencia no es de lo mejor: el de acá, que no puede absolutamente tomarse na- da, pues los precios del.café son demasiado caro»: el otro, quo no •JD8 SUMAN YUIO hay orden, que falta un bastonero, que debiera haber un trans- parente que indicase !o que debia bailarse para que las señoras tuviesen este aviso.... y que sé yo que otras cosas he oido de- cir. Yo como soy en estremo curioso, no he dejado también de ver como uno de tantos, pero nada diria que fuese nuevo para el público. Una ocurrencia que ciertamente ha podido ser la mas interesante, fué la de un tio que creyendo hallar una de las muchas hijas de Eva que concurren á estos bailes, topó con una másca- ra, á la que galanteaba estando muy distante de que fuera su so- brina. El desenlace fué felicísimo: echar á correr, cuando ca- yó la careta á la sobrina. Otras muchas cosas han podido verse y......en realidad se han observado; pero que, unas no pueden trasladarse al papel sin temor de que se susciten sospechas, y otras que no debe hacerse mérito de ellas, pero que se parecen á la que á continuación co- piamos y que puede servir de aviso á los maridos. Una joven casada con un marido celoso, (sin duda porque co- nocía el buen hombre del pié que cojeaba su costilla) tenia sus ciertas relaciones con un oficialito. Las ocasiones eran pocas, la inclinación mucha, y el carnaval cerca. El marido se prestó á llevar á su esposa á un baile, disfrazada, y la muger aceptó porque vió abiertas las puertas del cielo. De acuerdo con una amiga que tenia su estatura y carnes, discurrieron hacerse dos vestidos y ponerse caretas perfectamente iguales, y que la servi- cial amiga estuviese en acecho para aprovechar la ocasión en me- dio de la confusión y gentío del baile. El marido entró también en él disfrazado, pero sin soltar del brazo á su infiel y astuta mi- tad: esta aprovechó la ocasión de uno de los muchos apretones que ocurren en semejantes casos, y con pretesto de atarse la cinta de la careta que se le caia, soltó el brazo de su esposo. La diestra amiga, que estaba inmediatamente detras, se interpu- so entre ambos, y pasó su brazo por el del inocente marido, que creia de bonísima fé que tenia asida á su esposa; pero esta iüé entre tanto á tomarse de otro brazo. Al cabo de algunas vueltas preguntó el desdichado á su nueva consorte no sé que cosa, y la tercera no contestó, porque aunque en la figura eran semejantes las dos esposas, en la voz se dife- renciaban bastante. Repite el hombre la pregunta, y repítese el silencio. Tercera pregunta: tercer silencio. Sospechando enton- ces el marido la verdad, arranca violentamente la careta á su compañera y.. • • aquí fué Troya. Alborotó el baile, se impusie- ron todos los concurrentes, y el pobre hombre sirvió de burla á todos. El resultado de este lance fué funesto. Al dia siguiente no quiso recibir mas en casa á su muger, desafió al amante, y se vió precisado á espatriarse. {Observador.)nr I.AS SEÑORITAS. A muger soltera es un complemento esencial de la máquina so. cial; entra en las miras providenciales; le corresponde hacer lo que las mugeres por sí solas tienen derecho de ejecutar; pero que no seria arreglado que emprendiese la jóven, y que la casada no tiene tiempo de practicar. Pero hemos hablado de la ecepcion; entremos ahora en la regla. En la regla, lo hemos dicho, la muger humanamente hablando, es un ser antes de todo, doméstico: Mad. Neker hace de ella un ser social antes de todo. De este punto erróneo, según nuestro juicio, debian sa- lir conclusiones forzadas en cuanto á la educación intelectual de las mugeres. ¿Qué espera, ó á qué tiene derecho de esperar de una jóven el hom- bre á quien sus padres la entregan en matrimonio? Espera primero una compañera inteligente y activa, que tome su parte en la carga cotidiana, la parto á cuyo desempeño está menos preparado; sobre la cual pueda desembarazarse con confianza de todas las menudencias del vivir, de todo el cuidado material, de la inversión honrosa, pero prudente y entendida de aquellos bienes que el marido está encargado de ganar y acrecentar, del esmero en la salud, del sostenimiento, co- modidad y elegancia de todo lo que constituye e! bienestar interior. No es solo una compañera carnal la que e! marido ha tomado, es un ensanche para su alma, una esposa para sus afeccionas y pensa. mientos la que ha creido encontrar: su consejero nato, su consuelo en los disgustos, su estímulo en sus desalientos, su confidente en los proyectos, y su ayuda, si es preciso, en la ejecución. Espera asi- mismo que sea la amiga de sus amigos, el adorno y la alegría de su casa, el punto de atracción al que se dirija todo su círculo. En lin, y sobre todo, espera que sea para con sus padres una hija respetuosa, para sus hijos una madre de carácter, tierna y prudente, una madre completa, que no confie á nadie el cuidado de amarlos, que los alimen- te en la cuna, que dó también á su inteligencia esta primera leche maternal, siempre mejor que la estraña que desenvuelva poco & poco *u alma para elevarla á Dios y á las nociones del deber, y que mas T. m. 38 tos SEMANARIO adelante enseñe á sus hijas 6 ser rnugeres que se parezcan á su ma- dre; encargo santo y magnífico, pero que no exige, según creo, tanto aparato y tan sublime ciencia. ¿Se necesita tanto para servir á los suyos, para amarlos y serles amables? Todo esto supone instrucción, convengo en ello, pero mucho menos que desarrollo interior, aptitud general, agilidad de espíritu, y sobre todo afectos en el corazón. Una muger que solo ha recibido una educación común, pero que compren, de sus deberes y quiere llenarlos, bien pronto se pone al corriente de todo lo que corresponde á su marido y al nivel de lo que él quiere que sea. ¿Qué exige Mad. N. de nuestras pobres hijas?—Sobre ciencias exactas; la aritmética práctica y razonada, el cálculo, el álgebra, la geometría, la agrimensura y el dibujo lineal, es decir, todo, menos el cálculo diferencial.—Sobre ciencias naturales: la botánica, la historia natural, la física y la química estudiada por principios y después la astronomía.—Sobre estudios conmemora! i vos; la historia, la cronolo- gía, la mitología, la geografía, el dibujo de mapas y la esfera.—Sobre las ciencias del lenguaje; la lengua nativa, la gramática profundizada, la teoria y la práctica de la composición, el latin, á lo menos en sus elementos, el ingles aprendido de rutina á causa de su originalidad, el aloman ú causa de su riqueza, el italiano á causa de su armonía, en fin, a] estudio de memoria de las obras maestras poéticas en diversos idiomas. Agregúense á este algunas nociones de higiena, la teneduría de libros, el estudio de las leyes mas usuales, la música, el dibujo, las artes gimnásticas y tendréis el progama de nuestras futuras rnugeres. Yo no puedo en verdad esplicarme el fenómeno de una idea seme- jante en un escritor de esta categoría, sino por el impulso de la épo. ca y tal vez por la inclinación de todos los hombres á generalizar sus circunstancias personales y á reproducirse involuntariamente bajo la forma de sistema: ¡tan difíciles aun á los espíritus mas excelentes abs. traerse enteramente! Yo le pregunto en efecto, aunque no se trato sino de la clase acomodada, ¿qué reunión inaudita de condiciones no seria preciso para hacer practicable esta instrucción? ¿Qué hijos y qué padres (porque para seguir tales procedimientos no seria preciso contar solo con los maestros), qué aptitud, qué ciencia, qué método y qué disposición en estos últimos? ¿Dónde encontrar esas manos siem- pre prontas á sembrar y aquel terreno siempre dispuesto á recibir? Mad. N. quiere con razón que los estudios intelectuales no ocupen mas quo cuatro horas al dia en los cinco ó seis años años que dura taDE LAS SUKORITAS. 209 «ducacíonde los jóvenes; pero basta haber enseñado, aunque sea poco, haber podido formar una idea práctica de la capacidad media y do la disposición estudiosa entre los niños, de la perseverancia infatigable con la cual es preciso decir y repetir antes de imbuir en estos jóvenes cerebros lo que se creia haber hecho entrar, y de la pequenez tle los resultados obtenidos comunmente por ocho ó nueve horas de estudio diario durante una porción de años, basta esto para asegurar que no se conseguiría sino una tintura de educación con estas cortas horas interrumpidas, divididas en tantos objetos, porque, para mí, considero estas lecciones de cinco, diez y aun quince minutos, de quo hablan algunos autores, como lances de juegos manuales capaces de admi. rar, pero que nada producen. Yo no conocía mas que á las abejas que hubieran resuelto el problema de construir las mas numerosas cel- das en el edificio mas sólido posible, y con menos materiales; pero el maestro que las dirige no nos ha transmitido su fórmula. Pero admitamos que todo esto sea posible no se arriesgaría en una educación demasiado cintífica, obstruir otras adquisiciones, sacar de su terreno á las mugeres, hacerlas impropias á las pequeñas particu- laridades, desdeñosas do ocupaciones manuales, estrenas á los nego- cios domésticos, torpes*cuando quisiesen por deber mezclarse en ellos? Aun la rouget acomodada, es preciso que conozca por práctica todo lo quo está en el caso de hacer ejecutar. Así recomienda la misma Mad. N. muchas veces en la educación, este departamento interior; pero desgraciadamente no ha sido muy esplícita: ha consagrado al la- tín páginas enteras en su libro y para estos cuidados solo algunas pa- labras como de paso: esto no es bastante. ¿Pero, so dirá, la educación de los hijos no exige de la madre esta estension de conocimientos? Yo no lo creo así. Ademas, para los varones la educación pública es la mejor y provee á todo; el oficio do la madre es vigilar ¡ñas bien que hacer animar y espiritualizar la edu- cación mas bien que darla. En cuanto á las hijas, la madre podrá siem- pre enseñarles mas de lo que ella misma aprendió; pero ¿con qué fin? Piadosa, inteligente, amable, que haga de sus hijas lo que ella es, y no podrá exigírsele mas. ¿Lo diré? Yo temería que una muger rica- mente abastecida para este empleo de madre no se creyese demasiado superior para asociarse y que faltase el objeto sobrepasándolo. Na. poleon preguntaba un diaá Mad. Campan, ¿qué es lo que falta á nuoj. tras hijas?—Madres, respondió ella con tanto espíritu como profun- didad. Pero yo no pienso que las mas eruditas sean las mejores. ¿8*300 SKMAJTÁItlO contentarían con dones ignorados? No es de temer que el espíritu y la ciencia no fuesen para ellas una necesidad de parecer bajo otra for- ma? Querrán la celebridad de los salones 6 de la prensa, se lanzarán á la vida literaria, cosas todas antipáticas á los mil pequeños cuidados que constituyen la maternidad y no tomarán interés á sus hijas sino cuando comiencen á descubrir talentos. ¿Por que los padres se ocu- pan tan poco de estos pormenores de educación? No es por falla de aprecio, es porque no saben descender hasta allá. Y bien; la hija de tal madre se pondría en riesgo de no tener sino un padre de mas. Yo temería aun que la muger muy instruida no perdiese por esto algo de esposa y de muger. Como esposa debe corresponder y ayu- dar á su marido, pero no sobrecargarle; porque entonces el superior en derecho no lo seria en el hecho; 6 haria valer en otra partesu preroga- tiva humillada. Yo quiero que la muger sepa lo que baste para tomar interés en las ideas de los hombres, para ejercer sobre estas ideas una influencia patente; pero no que ella las forme, discutiendo y decidien- do; en una palabra, que represente el primer papel. Mad. Ni no lo desea mucho, pero coloca á las mugeres en un rango en que pue- de pensarse que lo harán así. La muger sábia no es de todo pun- to una muger; tampoco es un hombre, es un intermediario doblemen- te desposeído. Por aquel tono afirmativo muy familiar á la ciencia, pierde sus atributos característicos, la gracia y atractivos, y aun pier- de su espíritu; testigo de esto los tiempos antiguos en que las muge- res sabian menos y hablaban mejor; porque obligadas á sacarlo todo de sí mismas, y menos abrumadas con lo adquirido, eran mas natura- les, mas originales, por decirlo así. Una parte del espíritu de las mu- geres debe acostumbrarse á esperar á la otra, dice ingeniosamente Mad. N.—Seguramente, la observación es sábia; pero no sé si lo es en mucho, cuando se trata, no de la conducta, sino del sostenimiento de la familia. En resumen: la muger es una orquesta en que todo debe estar ma- ravillosamente acorde; si subís ta instrucción á un tono muy ele- vado, quebrantareis la armonía, destruiréis el acorde, desaparecerá la muger. Quiero elevar su espíritu á la aitura de su alma, quiero quo nuestra discípula se coloque sobre lo común por su capacidad; pero quo también ella lo dude cuanto posible sea. Renunciaré pues en su educación todo lo que contribuya á distinguirla demasiado de las otra» mugeres á los ojos de estas y á los suyo.», todo lo que la coloque mani- fiestamente fuera He sus semejante.».DE LAS SEÑORITAS. 301 Ademas; concediendo que no podría insistirse sobre el estudio pro- fundo de su idioma, yo escluiria aquellos ejercicios prematuros de composición, que con mas esactitud podrian llamarse ejercicios de amor propio, puras amplificaciones, únicamente buenas para apren- der el arte de espresarse cuando no hay nada que decir, esto es, el abuso ó la hipocresía del lenguaje. Enseñemos á nuestras hijas mas cosas que frases, y no les facillc- mos mucho un instrumento, que no sabrán manejar. Por lo demás, en el libro de Mad. Necker no hay rasgos de semejantes prescripciones: ella está á cien leguas de esta miseria humana. Volviendo á la asignación de materias que deben comprenderse en la enseñanza del bello sexo, rechazaría sin piedad el latin, y no les concedería mas que un idioma estrangero. Desecharla la álgebra, y mucho mas la agrimensura. La facultad de proceder matemáticamen- te en sus ideas puede adquirirse por medio de conocimientos mas co. muñes; se puede enseñar razonablemente la ortografía, la aritmética; y esto es todo lo que se necesita; porque presumo que no es el álgebra lo que se pide al álgebra, sino solo el hábito de poseer las premisas pu- ras y sacar de ellas rigorosas consecuencias. Separaría á la quími- ca, y reduciría la física á algunos esperimentos razonados: desecha- ría con sentimiento la astronomía, que no será nunca para las muge- res otra cosa que la esfera con algunas palabras científicas. Y en ge- neral me guardaría mucho de llenar á las jóvenes de fórmulas, nom- bres abstractos, de estractos, apuntaciones, cursos, de todo aquel apa- rato académico que es cosa espantosa, cuando no ridicula. Pero en recompensa le» daria con gusto algunas nociones de psyeo- logia porque esto es eminentemente del resorte de las mugeres. To. das tienen necesidad de nnalizar las facultades, y todas saben hacer- lo; solo quisiera introducir mas método y mas rigor en sus observa, ciones. El estudio comparativo de los animales y del hombre, de los instintos y la razón, de los sentidos y sus relaciones, fortificaría su atención, aguzaría su perspicacia y seria para ellas de mucho atrae, tivo. Pero evitaría con cuidado las palabras técnicas, ni aun le nom- braria la psycología; querria que, como Mr. Jourdain, empleasen la prosa sin saberlo. Les concedería mas latitud en la literatura, que con razón dice Mda. Necker es tan accesiblo á las mugeres. Pero, ¿por qué solo ha- bla de este punto tan ligeramente? ¡Por qué no ha designado nominal- mente mas que las cartas, las memorias, las biografías, estas piecesi-302 SEMANARIO lias literarias que pueden tener su precio como recreaciones, como su- plementos á los libros dañosos, pero que esterilizan el espíritu en vea de cultivarlo? ¿Por que no ha llegado hasta la parte mas selecta de la literatura? Felizmente á falta de preceptos ha predicado con el ejem. pío; su libro misino es un compendio literario que podia dispensarlo de la teoría sobre la importancia de este estudio. Esto me obliga á decir que ella misma es una de aquellas altas es. cepciones, para quienes todo lo considero bajo su dominio. Si les cir- cunscribimos la ciencia y aun el talento, es claro que les permitimos el genio. Este es un don que no escepciona sexos y que los nivela. Pero no pretendáis crearlo ni eduquéis á vuestras hijas con estas mi- ras, porque por un genio que favorezcáis, y que probablemente lo se- ria sin voz, suscitareis mil contrariedades al génio: por una Staél, una Necker, una Marcet, tendréis una turba de sublimidades, de román, ceras de todo calibre, una escuela de Sand que arrostraría el desho- nor para llegar á la gloria, veinte aprendices de Sapho qm harían in- sípida á la poesía por su frío entusiasmo. Si algún génio que des- ciende del cielo, trae aquellas señales con que pronto se hace conocer, que sea enhorabuena; lejos de contrariársele, que se le ayude, esto no producirá consecuencias. Lo mas reservado para él, no es demasía, do; abridle francamente las puertas del templo, á fin de que no se es- travíe fuera, por no haber hallado la entrada. Pero, yo os lo digo, desgraciada la muger que sufre el peso de este privilegio; porque tie- ne dos cargas en vez de una: la de simple muger y la del génio, quo no le dispensa de la otra, ni le autoriza para desdeñar sus mas vulga- res deberes. Por la generalidad con que me espreso podrá creerse que Mda. N. es un adversario á quien deseo convertir; nada ménos que eso: y si estuviese seguro de que su libro fuese aceptado en toda su ostensión y con el admirable espíritu que lo ha dictado, suprimiría todas mis ob- jeciones; porque no hay uno de sus consejos, cuyo abuso no haya te- nido el cuidado de prevenir; porque al lado del riesgo ha colocado las advertencias. De esto modo dice, que las mugeres son llamadas á perfeccionar la humanidad; pero agrego quo solo debe entenders! pa- ra la vida privada, y que están libres de toda obligación con respecto á las masas: les aconseja el talento, pero las separa de la gloria; las anima á asociarse, pero les prohibo intentarlo; quiere que aprendan el latín, pero proscribo la palabra do los sábios; quiero que cultiven las artes, pero no que sean artista». Con tales escudos nadie podrá ata-Vlt LAS SEÑORITA!. 8Ü3 car sus opiniones. Desgraciadamente estas sábias restricciones, po- co desarrolladas, tienen el carácter de toques de conciencia, de pre- cauciones para todo acontecimiento, como para responder: no es esto lo que yo había dicho; y entre tanto el principio dañoso, cstensamente presentado, hace su efecto. Cuando el globo aereostático se ha lan- zado a tanta altura perdiéndose en los aires, el paracaida es un recur- so débil. He dicho una palabra de las artes y de la opinión de Mda. N. que admito gustoso en los límites á que ella se reduce; es decir, preservan- do á las jóvenes del profesorado artístico que aproxima los dos sexos hasta confundirlos, separándolas de un trabajo sedentario muy prolon. gado, que enervaría su constitución, llamando las fuerzas vitales á la región inferior de un cuerpo que tiene necesidad de todo su ejercicio. Acerca de esto no es cierto que las artes corrompen; pero no estoy muy creído de que producen tinturas delicadas de sentimientos, quo sin ellas no se hubieran conocido. Yo no suscribo ni á la aprobación ni al anatema. No; las artes no crian ni comunican ideas 6 senti- mientos, no hacen mas que acompañarlas y proverlas de un ropage que ya conocemos. La música en particular, aun la mas espresiva, nada espresa por sí misma; pero tiene la propiedad de asimilarse, de aplicarse al estado del alma, triste ó alegre, dulce ó amarga de aquel que la escucha. Lo que no era sino una cosa vaga toma precisión y adquiere una forma; de suerte que es mas natural decir que nosotros somos los que comunicamos á la música una significación y le presta- mos los sentimientos que pretendemos recibir de ella. Estad seguros de que vuestra hija no adquirirá tintura alguna; si tiene buenos y dul. ees pensamientos, no encontrará mas que esto en su música; pero si habéis permitido que respire el aire do las pasiones, de todo sabrá ha- cer un alimento dañoso. La música es pura para los puros: es lo que se quiere hacer de ella. Cerrad al mal todas las otras puertas que no es por esta por donde entrará en vuestra casa. Hemos llegado pues muy naturalmente á la parte moral de la edu- cación progresiva. Aquí concluye mi carácter de crítico pues quo comienza el de apasionado. No sé en que consiste; pero para mí es- te libro es algo mas que un libro; es mi producción, mi asunto, el com- pendio de mis máximas. ¡Tan nbundanle está del principio al fin do todo cuanto deseo encontrar! Es un ser inteligente y amigo, con quien hago lejanas escursiones, quo me habí a, y a quien respondo, y que tie- ne, como la» alma» nobles, el arto do extraer de la mía, lo poco que en304 SEMANARIO ella puede encontrarse de bueno. Es mas que un bello libro, es una obra buena, estimable á los ojos de Dios, porque producirá el bien. Como el Evangelio, de quien está todo impregnado, es un libro esci- tante que da valor á lo mas pequeño con tal que tienda á la perfec- ción; es un libro que presentando el modelo acabado de la muger, no molesta ni desanima diciendo, "todo ó nada," sino representándola co- mo un punto capital, aun cuando no haya puesto mas que un pié en la ruta. Para cada deber prescribe medios; tjene socorros para cada debilidad; una promesa para cada esfuerzo. Cuda cual puede decir al leerlo; he aquí lo que me falta, he aquí lo que necesito. Pasaré rápidamente los pormenores por no hacer desagradable la lectura. Así como en la consideración de Mda. Necker se trata mé- nos en la educación intelectual, de dar conocimientos que facultades; asimismo en la educación moral se dirige, ménos á enseñar ó á de- mostrar cada una de las obligaciones particulares que á formar un al- ma, un carácter, un individuo que sea moral. A este efecto quiere primero plantar y dar solidez á los principios y sentimientos morales en la jóven: el amor de Dios, la justicia, la be- neficencia y la veracidad. Después de esto no tiene ercrúpulo algu- no en que se desarrollen en ella las cualidades distintivas de su sexo: la imaginación, la sensibilidad, la perspicacia, el amor de lo bello ba- jo todas sus formas. En la esposicion de estas ideas es donde Mda. N. desplega un tino de percepción, un conocimiento de la especie y del género, que no se encuentra en otra parte. Se diria que tiene un lente que penetra el corazón humano, permitiéndole ver fácilmente todo lo que pasa en él. No hay una observación que no hiere los sentidos, como una de aque- llas figuras que mas de una vez habéis encontrado de paso y que os alegráis de ver cara á cara. Ninguna reconvención que no parezca estractada de un registro de vuestras faltas, llevado fielmente y dia por dia. No designa defecto alguno ó carácter sobre el cual no podaÍ9 hacer aplicaciones comenzando por vos ó vuestros hijos. „Ved, dice ella, esta jóven tan medida, que parece esforzarse para cumplir los deberes mas simples de la política, y como la sensitiva retraerse cuan- do se la aproxima; sin duda se le ha hecho temer las miradas de I09 hombres. Esta otra mas confiada, queriendo llamar la atención, rio sin motivo, se hace alternativamente viva, ingenua,-sensible y mira con disimulo y cuidado para asegurarse de si es notada. La primera no agrada del todo, la segunda disgusta por los esfuerzos que la con- ducen á la falsedad: se ha escitado demasiado el amor propio en la educación de ambas." ;Y conocéis á estas dos personas, no es verdad? (Concluirá.)ES ¿a Hl ¿£L oW: LAS SEÑORITAS. EL CARNAVAL EN FRANCIA. E dá el nombre de carnaval al tiempo destinado á las di- versiones que comienzan el dia de Reyes y terminan el miérco- les de ceniza. El origen de esta especie de fiesta popular es muy antiguo aun- que en ninguna parte se ha observado con mas solemnidad que en Italia, especialmente en Venecia. Algunos autores dicen que su nombre viene de la palabra italiana carnavale, pero nosotros creemos tiene su origen del nombre latino caro, carnis (carne), porque todo el tiempo que duran la fiesta y los regocijos se co- me mucha carne para indemnizarse de la abstinencia de ella en la cuaresma, y por eso entre nosotros se le dá el nombre de car- nestolendas (se van á quitar las carnes.) El carnaval puede considerarse como una imitación de las fies- tas populares conocidas en Egipto, Grecia, Roma y Francia, ba- jo los nombres de bacanales, saturnales, supercales; fiestas de los locos y otros muchos. La.s fiestas de Osiris en Egipto y las de Baco "en Grecia pasaron á Roma donde fueron celebradas en la época de sus emperadores con mayor pompa y licencia acaso, que lo habian sido jamas en Egipto y Grecia. En Athenas los Archontes mismos redactaban las ordenanzas de estas fiestas y arreglaban su ceremonial. En Francia se lia celebrado el carnaval desde muy remotos tiempos; y aunque se interrumpió en París en la época de la re- volución, e! pueblo que necesitaba de fiestas de esta clase, lo re- novó en febrero de 1805. El prefecto de policía arregla la ce- remonia llamada del buey gordo, que se pasea por las calles de la ciudad durante tres dias. Un bando solemne fija el orden del acompañamiento, designa el número de los individuos que deben formarlo, y determina detalladamente sus tragos. En los doce artículos que contiene, previene que un niño, imitando á Cupido ó el hijo de Vénus, debia ser conducido por un buey ricamente enjaezado y con los cuernos dorados, rodeado de doce jóvenes T.ra. 39 300 SEMANARIO baqueros que llevaban en las manos los atributos todos de la cria y cuidado del ganado vacuno. Es evidente que este niño montado sobre un buey, es la ima- gen de Florus sentado sobre el Tuurus celeste, y per consiguien- te no puede menos de verse en la ceremonia popular del buey gordo la procesión del buey Apis, observada regularmente por les egipcios en el equinoccio de la primavera. En efecto, este pueblo, considerando al buey Apis como la imagen viva de su Dios, no quería un ídolo de mármol, de piedra ó de madera co- mo los que adoraba en su templo, sino un toro vivo que hacia colocar sobre los altares de Memphis y de Thebas. He aquí la principal ceremonia del carnaval en Francia que hace parte de la gran fiesta equinoccial de la primavera de los egipcios. La única diferencia que existe entre los egipcios y los franceses, es que aquellos no comian del buey Apis, y que los franceses se comen al buey gordo. Apis era conservado en el templo bajo la vigilancia de los sacerdotes que tenian la facultad y el cuidado de renovarlo cuando era viejo. Las fiestas lupercales, instituidas en honor del Dios Pan entre los romanos se celebraban, según Ovidio, el tercer dia después de los idus de febrero. Los jóvenes que participaban de esta fiesta, se teñian la fíente con sangre de las cabras que habían ma- tado antes de comenzar su procesión. Las fiestas saturnales se practicaban en Roma en el mes de diciembre, en medio del júbilo y el placer, y comiendo buena car- ne como en nuestro carnaval. Tertuliano se queja de que entre otras fiestas paganas, los cristianos solemnizasen las saturnales. Esta costumbre efectivamente les estaba prohibida por el cánon 39 del concilio de Laodicea; sin embargo, les era tan difícil dejar la costumbre de celebrar las fiestas de placeres y regocijos, que no pudieron menos de sustituir otras nuevas á las que se les ha- bían prohibido, y de aquí tuvo origen acaso la fiesta de los locos. Las saturnales, el carnaval y la fiesta de los locos tuvieron tal vez un mismo origen. La fiesta de los locos se celebraba todavía en Francia en el siglo 14, y especialmente en París, en la iglesia de Nuestra Se- ñora, el dia de la Epiphanía y durante la octava. Un asno eraDL I.AS SEÑORITAS. 307 el corifeo de la fiesta, por lo que se denominaba la fiesta de los locos ó del asno. Después de muchas ceremonias, de himnos que se cantaban y de honores que se hacian al burro, que figura- ba en el coro de la iglesia para completar esta locura, todo el concurso se dirigía á un teatro, que se elevaba delante de la puer- ta de la iglesia y en presencia del pueblo; cada uno hacia su pa- pel en esta farsa singular, ejecutando las acciones mas indecen- tes, que se terminaban echando sobre los actores una gran canti- dad de cubos de agua. Es fácil creer, que esta fiesta singular pa- recida hasta cierto punto á nuestro carnaval, y que se practica- ba á principios del año, seria en celebridad de la luz nueva que iba á iluminar á las naciones, y que se manifestaba por la prime- ra vez después del solsticio tenebroso del invierno. La segunda fiesta de los locos que se llamaba también de los inocentes, se celebraba igualmente en la iglesia de Nuestra Se- ñora el dia de la Circuncisión ó del año nuevo. Los sacerdotes y clérigos del cabildo se vestían de una manera grotesca, y se cu- brían los rostros con máscaras. Corrian las calles de París dis- frazados de este modo, haciendo toda especie de contorsiones, en- traban después á la iglesia, trepaban sobre los altares y cometían mil indecencias. El carnaval seria todavía uria consecuencia de estas eslrava- gancias y de estos disfraces, que el génio de los italianos ha varia- do tan felizmente; esceptuarémos, sin embargo, los disfraces ca- racterizados con ¡os nombres de polichinela y de arlequín que son una imitación de los autores burlescos que aparecían en los teatros de Athenas y de Uoma. Polichinela, cuya figura se ha descubierto en las ruinas de Pompeya, nos parece una imitación de aquellos actores griegos que se inflaban el vientre y el estó- mago á manera de joroba para hacerse mas ridículos, así se ven pintados sobre los vasos griegos, vulgarmente conocidos bajo el nombre de vasos etruscos. La etimología de la palabra polichi- nela viene de dos palabras griegas que significan moverse mucho. El Arlequín es una perfecta repetición de aquella especie de comediantes que llamaban mimos los romanos. La mayor par- te de estos bufones no estaban calzados como los otros cómicos. Jamás se presentaban sobre la escena sino con el rostro teñido308 SEMANARIO en parte de negro, y uno de ellos traia ordinariamente un vesti- do compuesto de trozos y retazos de géneros de diferentes colo- res, mezclados sin órden ni armonía, precisamente del mismo mo- do que se usa hoy en el trago de Arlequín. Tenían la cabeza rasurada y envuelta en un gorro de tela del color de su másca- ra, de modo que figurase una cabeza negra sin cabellera, y en todo semejante á la de los mimos de la antigüedad. Así es co- mo encontramos entre los antiguos la fiesta popular del carnaval y los principales disfraces; los otros trages de máscara y fanta- sía son una invención de los italianos modernos. Tal es la idea que nos dá sobre las antigüedades, relativas al carnaval de Francia, el célebre anticuario Mr. Alejandro Lenoir. Por lo demás los disfraces y trages de fantasía en el carnaval de París, son de una admirable esactitud con los recuerdos históri- cos de su3 diversos trages conservados con tanto cuidado en los antiguos cuadros. La estampa que presentamos á nuestras ama- bles suscritoras, es una brillante fantasía imitativa del trage de un soldado en tiempo de Luis XV", con cuyo disfraz llamó la atención de los salones de baile de París una bella parisiense en el carnaval del año pasado.—I. G. LITERATURA.—POESÍAS. i Por qué ere rostro, juvenil belleza, Negro antifaz oscurecer procura, Si tus ojos, tu cuello, tu cintura Desmienten rio tu labio la aspereza? ¡Ohl ¿y eres til? Perdona su torpeza A quien tu vista, angélica, asegura; Vrn conmigo, mi bien: ya no rae apnm Tu falto honor, tu pérfida tristeza.DB LAS SEÑORITAS. 309 Así cuando la noche aterradora La ettensa esfera cubre cristalina. Todo calla en la tierra, todo llora: Mas luego el horizonte se ilumina, Y el vago carro de la blanca aurora Fresca revela el aura matutina. Salvador Bermudez dt Cattro. ****** VVfcVV».VWWVVWW*VW**%* UN BAILE DE MASCARA. verde acicalada, Retrato de Lucifer En que Shackspeare pensaba Cuando escribió su Macbeth. Haciendo del distraído La espalda a! punto la eché, Alas no me dejó por eso Aqueilc harpía cruel. Porfió en charlar conmigo, Y yo en callar porfié; Yo mono-süabizante, Eiia mico-pesadez. —¿No bailas, máscara?—No. —Pues es muy cstraño__Es. —¿Estás fastidiado?—Sí. —¿Pues qué es lo que tienes?—Hiol, —¿Has venido tarde—¡Oh! —¿Cuantas horas hace?—Diez. —Te se han figurado..... ;Ah! —No habrás encontrado.....—Pues. —Vuelve aquí la cara.—¿Por'..... —Por si me conoces.—¡Qué! —Hablas tan poquito.....—Ps! —¿Has cenado algo?—Te. Y aeí en un cuarto do hora Mas espantos soporté Que á San Antonio hizo el diablo, Sin ser santo como él. En esto un majo maldito, Que en lugar de calañés Llevaba una alta coraza, En pie se quiso poner. Y dando aquel picorucho Con grande fuerza á un quinqué, Me ungió con aceite sucio Sin ser obispo ni rey. Yo que estaba hecho un vinagra, Y vi el aceito llover; Convertido en ensalada Por ensalmóme juzgué. Con esto el volcan de rábia Llegó su erupción á hacer, Y furioso como un tigre A la calle me lanzé. Llego á mi casa cansado; Llamo una y otra vez, Mas ni por esas despierta Mi bruto criado Andrés. Aeí me tuvo en la calla Hasta que al amanecer, Porque un vecino salia, Quiso Dios que yó me entré. A. M. Si (Scmanai-io Pintoresco español.)310 SEMANARIO íl^jOLO una semana en todo el discurso del año es la que reúne en Roma á la nobleza, al vecindario y al pueblo, haciendo iguales á todos en un común delirio, así como otra semana igua- la también á todas las clases por medio de los ejercicios de pie- dad: esta es la semana santa, y aquella la semana de carnaval. Esta época atrae á Roma tantos estrangeros como la semana san- ta, y desde la una festividad hasta la otra dura la concurrencia en todo el tiempo de la Cuaresma. A las inmediaciones del carnaval una agitación general cunde por toda la ciudad. Multitud de personas de todos sexos, eda- des y condiciones, recorren desde la mañana á la noche los al- macenes y las tiendas para comprar y alquilar diferentes disfra- ces para cada uno de los dias de tan bulliciosa semana. Mas de un pobre vende su cama para poder comprarse una careta. Los mendigos mismos, que realmente no son pobres, se disfrazan de marqueses. La máscara es rigurosamente necesaria para el populacho porque lo pone bajo la protección de la policía, y por- que quiere divertirse cueste lo que cueste. El Corno se trasforma de repente en un gran paseo en donde por todas partes se enta- pizan los edificios con colgaduras de todos colores guarnecidas de oropeles, y se levantan tablados, cuyos asientos se alquilan pa- ra ver las fiestas. Los balcones de palacio se adornan igualmen- te con esquisitos tapices y alfombras de terciopelo con franjas de oro ó plata, y en el palacio Ruspoli se preparan palcos elegantes para lo mas selecto de la sociedad; en fin, llega el dia feliz en que se abre el carnaval, y toda Roma anhela entregarse á los place- res y recreos, aguardando á que suene la Patarina, campana de Viterbo, que solo se toca en la elección y muerte de los papas, y en la apertura del carnaval. A las dos de la tarde está el Corso lleno, los balcones y ven- tanas de todos los pisos resplandecen con las colgaduras y tra- ges diversos, y la gente de á pié circula entre el espacio que de- jan tres hileras de coches, de las cuales la del medio so compo-DE LAS SEÑORITAS. 311 ne de carrozas, tiradas por seis caballos, y llenas de príncipes ro- manos, y de comparsas de músicos y de máscaras, que ostentan alegremente sus alegorías ó pantomimas, arrojándose mutuamen- te dulces y confites de todas clases. Es propio de la galantería romana no perdonar en estos combates á las damas, las cuales sufren impávidas, y como verdaderas heroínas del Tíber, descar- gas cerradas de estos proyectiles, sin darse de ningún modo por ofendidas vengan de donde vengan. Allí, como en todas partes, se ocultan nobles intrigas bajo máscaras vulgares, y los amantes contrariados en todo el discurso del año, disfrutan de deliciosas vacaciones. En un año son de moda los vestidos de muger lla- mados pagliacette, que tanto favorecen al buen talle; en otro campean las rústicas villanellas, y en otro el trage de judías. Por medio de las scaletti, escaleras de resorte, se hacen subir á los pisos mas altos los ramilletes ó billetes, y estas escaleras las lle- van máscaras vestidos de jardineros. En medio del mayor bu- llicio y algazara, y del general movimiento en la calle y en las casas del Corso, se oyen cánticos religiosos, y se ven llegar altos pendones que preceden á una ó mas cofradías de penitentes, de diferentes colores, que acompañan ú la gran iglesia de San Cár- los el cuerpo de uno de sus hermanos. Entonces los carruajes se paran, callan las máscaras, se arrodillan hasta que pasa el acompañamiento, y vuelven inmediatamente á su algarabía y sus juegos. El pueblo romano está muy acostumbrado á estos con- trastes que serian tan violentos para cualquier otro. A las tres muda de aspecto el Corso: suenan cajas en ]apla. za de Venecia y en la plaza del Pueblo, avisando á los carruages. A la media hora se repite esta señal, y abandonan el puesto to- dos los carruages de máscaras ó sin ellas, no quedando sino la gente de á pié y los soldados que rodean el Corso. Entran en- tonces á galope y con sable en mano los dragones que vienen desde el Palacio de Venecia á la plaza del Pueblo, alineando con tan brusco ataque á todos los peatones para abrir paso á los nue- vos actores que van á recorrer la carrera. Inmediatamente se cierra la calle con un grueso cable, detrás del cual se colocan en fila doce ó quince caballos con sus respectivos palafraneros. Van los caballos empenachados con cintas y plumas de diferentes co-312 SEMANARIO lores, con ricas gualdrapas, pero llenos de balas de plomo colgan- tes y pinchos por todo el cuerpo, y estimulados ademas con me- chas de yesca encendida en las partes mas sensibles del animal- Así los pobres llegan furiosos, acoceándose y mordiéndose mu- tuamente, queriendo salvar la barrera puesta delante de ellos, porque saben que van á correr y ser rivales. Pero la lucha mas encarnizada es entre ellos y los palafraneros, que tirados al sue- lo, mordidos y acoceados, se levantan furiosos; y deseando domar á animales que se han hecho indomables por las espuelas que los hieren y el fuego que les abrasa.se cuelgan de sus crines, de sus orejas y nances humeantes en medio de las aclamaciones del público. Este terrible combate de hombres y caballos, tosco re. cuerdo de los gladiadores con los leones, en que corre la sangre, y en que muchas veces perecen hombres, produce en los roma- nos la violenta emoción, de que no se saciaban jamas sus ascen- dientes. A cierta señal se baja el cable, y parten disparados los caba- llos rivales hasta dar al fin déla carrera en la meta formada por un gran lienzo que cierra la calle entre el palacio Torlonia y el de Venecia. Desde un balcón de este proclama un juez al ca- ballo vencedor. Suena el Ave Maria, los máscaras se santiguan, los balcones y ventanas se desocupan, y cada uno se retira á cenar mientras llega la hora del festino. Se llama así el baile de máscaras del teatro Alberti, suntuosamente alumbrado en toda su circunferen- rencia, y adonde concurro toda la alta sociedad ya de disfraz, ya sin él. Reina en dicho teatro un trato y conversación animada, picante, íntima y propiamente italiana. En el último dia de car- naval, al anochecer, el corso brilla con millares de luces que se mueven, tropiezan, desaparecen y vuelven á aparecer en balco- nes, ventanas y carruages, producidas por candelillas (mocoli) que cada uno procura apagar en la del que está mas próximo. El ataque y la defensa son igualmente vivos, y producen los efectos mas imprevistos. Parece que la calle no tiene fin con esta pers- pectiva, y por todas partes se oye gritan ¡Ammazzato quello che non lia el moccoleíto! (muera el que no tiene candelilla) y poco después con voces lúgubres: ¡E morto il carnavale! (Semanario Pintoresco español.)DE I.AS SEÑORITAS. 313 CUADERNO 14.—MIERCO&ES 9 DE FEBRERO DE 1812. „De la vida la frivola carrera sin nuestras faltas deliciosa fuera." ¡HUfuiEN lo creyera, dijo Carlos Wharton, luego que se sentó ú almorzar, impaciente con la tardanza de su muger, quién cre- yera que una sola falta oscureciese tantas buenas prendas! Y apo- yó su cabeza sobre su mano, echando una rápida ojeada, que le causó mortificación y disgusto, á la servilleta toda arrugada, á los cubiertos mal limpios y á las manchas que cubrían el mantel- La entrada de Mrs. Wharton interrumpió su penosa reflexión; pero estaba' de tan mal humor que ocupado en examinar con so- vero ceño el vestido que ella traja puesto, no reparó la sonrisa que vagaba en sus labios ni la alegría de su rostro. En verdad aquel no era nada elegante; pues ella no acostumbraba compo- nerse, sino cuando se acercaba la hora de recibir visitas; una ba- ta suelta, y sus hermosos cabellos recogidos solamente detras de la cabeza y sujetos con papelillos, formaban el adorno de la es- posa de Carlos. —Quisiera mas decencia en tí, María, le dijo después que ella se hubo sentado; la bata solo puede tolerarse cuando una mala salud no permite otra cosa. —No he tenido tiempo para peinarme ni vestirme mejor. —Cuando estábamos en Lebauon, el verano pasado, te ves- tías con primor. —Sí, la gente en tales lugares obliga á presentarse así; pero es lástima llevar en casa vestidos tan bonitos, y los he guardado. —Está bien; ¡un marido no es gente' dijo Cárlos mordazmen- te, tomando al mismo tiempo su taza de café. —¿Qué tienes, Cárlos? le preguntó su esposa, poco ántes de acabarse el triste almuerzo. Nunca te he visto de tan mal hu- mor; no has cesado de regañar desde que bajé. Ella hablaba con suma alegría, y su placentero semblante TOBf, III. 40314 sumanakio hacia un contraste singular con la seria mirada de su marido. No era fácil que un hombre de tan buen genio como Carlos Whar- ton replicase á su muger con aspereza; y se contentó con decirle: —Me he molestado por una bagatela, pero ú veces estas cau- san mas incomodidad que una cosa de importancia. Tenia que ver aun sugeto á las nueve,y cuando veniste á almorzar faltaban diez minutos solos, y he quedado mal con él; tu tardanza ade- mas ha hecho enfriarse el café, ponerse los huevos como piedra, y perderse las tostadas. —Mrs. Wharton miró á su marido: siento todo eso, mas me quedé dormida después que me llamaron. —Y la consecuencia de tu sueño, María, es que yo me vaya sin almorzar y que haya perdido mil pesos por lo ménos. —¿Por qué no me dijiste que estabas de prisa? —Porque estoy cansado, contestó él, de suplicarte diariamen- te y á cada instante, hagas lo que debes; y ya es tiempo que co- nozcas tu mal manejo, María. —De veras que no te comprendo; yo hago cuanto puedo, y sin embargo, nada te complace; casi todo el tiempo lo empleo atendiendo á los criados. —Si la mitad de ese tiempo lo dedicaras á enseñarlos un siste- ma regular, tendrías menos trabajo y las cosas irian mejor. —¿Qué quieres que haga, Cárlos? —Cabalmente eso es lo que yo no sé; a tí te toca saberlo; yo no soy ama de llaves. —Pues alquila una, murmuró Mrs. Wharton. —Si estuvieras instruida d§ tus obligaciones, no so necesitaría de ella. —Eres muy descontentadizo. Estoy segura que la mayor parte de mis amigas saben menos que yo gobernar una casa. —Eso lo que quiere decir es que sus maridos son mas dignos de lástima, dijo entre dientes Cárlos; y retirando la silla, tomó el sombrero, y salió de allí con señales de enfado. María permaneció suspensa por algunos minutos después de la ida de Cárlos, y cuando salió de este estado, sus ojos se anegaron en lágrimas. Sentía que él se hubiera manifestado serio á cau- sa de su demora, mucho mas cuando hubiera renunciado gusto-DE LAS SEÑORITAS. 315 8a á dormir la mañana, cosa que le era tan agradable, si le hubie- se advertido su empeño.—„¿Por qué no me lo dijo? ¿Cómo quie- re que haga lo que ignoro? decia entre sí; y aun le desagrada cualquier descuido de que no tengo la culpa." Pobre María! con las mejores intenciones, con la mayor bon dad, v con el afecto mas vivo á su esposo, ella desconocía esos deberes pequeños, pero sin los cuales no se alcanza la dicha. Educada como pensionista en un convento no habiajaprendido na- da útil para la vida, concluyó su enseñanza y adquirió algunas ha- bilidades, y á la edad de diez y seis años fué introducida en el mundo; dos años después dió su mano al mas agradable, mas bien que al mas rico de sus pretendientes, prefiriendo el amor de Carlos Wharton en una choza, á la indiferencia de un amante rico en un palacio. María era sencillamente viva, cariñosa y de. genio alegre; su talento, sí lo tenia, no había sido cultivado; y su carácter, blando todavía, no había sufrido el efecto de las circuns- tancias. Su marido habia crecido en el seno de una familia cor- tada á la antigua. Había observado á sus hermanas, quienes no obstante de haber adquirido todos los adornos de una cumplida educación, habían aprendido con el ejemplo mas bien que con el precepto, los deberes de una muger. Estaba tan acostumbrado á la limpieza y al orden, que donde faltaban, su disgusto era ma- nifiesto. En una palabra, hijo de una buena y sensible madre, estaba formado para ser esposo de una sensible y buena muger. Isa belleza y sencillez de María Lee le sedujeron; su jovialidad que realzaba aquellas prendas, y el buen sentido que percibió en ella, aunque necesitaba de un completo desarrollo, le decidieron á darle su corazón y su mano. Durante la embriaguez de un ju- venil amor, no advirtió ningún defecto en su carácter ni una man- cha en el sol de su existencia: su plácida sonrisa, su hermosura, la melodía de su voz, todo era un embeleso para él; y con un en- tusiasmo, que por lo común acal>a por un chasco, la convirtió en un objeto de adoración. El tenia diez años mas que ella, y la festiva doncella recibió su homenage con una altivez que acre- centó en vez de disminuir la ligereza de su genio. Yo me admiro de que no haya ocurrido á un esposo descon- tento que mucha parte del fastidio que esperimenta en su matri-31G sumanauu» monio, es debida á esaescesiva estimación tan general en la épo- ca del galanteo. Para un hombre el amor es un intermedio en los actos de una vida agitada; los negocios, ó ¡as graves medita- ciones de una profesión cualquiera, son los deberes de su existen- cia, miéntras los obsequios que rinde al ser hermoso, que ha ele- gido para participar de su destino, son los placeres reales de su vida: él viene á su lado, fatigado de la sórdida ansiedad ó del tra- bajo intelectual, y no ve en ellas sino un ángel de consuelo que, en medio de una atmósfera de pureza y paz, le despierta á gozar de la felicidad. ¿Qué mucho pues, que la haga el dolo de sus ensueños y ,la ensalce como el genio bueno de su vida? En su ceguedad no. le descubre ningún defecto, y mirándola por el pris- ma de su pasión solo percibe los dulces contornos de su persona. Mas llega la, hora del desengaño, y cesa entonces de ser el ado- rador de su idolo. El amor existe, acaso aumenta su ardor, pe- ro sin aquella ciega adoración; ahora el objeto de ella es su com- pañera de viage por la áspera senda de la vida, y es menester que sufra con él la fatiga y peso del trabajo. Sin embargo, sucede frecuentemente que la vida anterior de la muger ha maleado la presente. Sacada de entre sus compañeras, y elevada hasta re- cibir adoración; acostumbrada á ver humillado al hombre y obe- diente á sus caprichos, como si fueran leyes, ¿será estraño que se resista á abdicar su corona, resolviéndose á ser nada mas, que una apacible, paciente y sumisa dama? ¿Será estraño que la censura y fria reprensión del que la llamaba una perfección, sue- ne desagradablemente en su oido y llene de amargura su pecho? La mudanza que se verifica en las maneras del que no fué novio, es difícil de concebir. ,,Yo no puedo describir, decia una seño- ra, notable por su penetración; yo no puedo describir, cuan des- graciada me consideré la primera vez que, después de mi matri- monio, salió ú sus negocios mi marido sin decirme adiós. Estu- ve pensando en esto toda la mañana, y hasta que no supe (lo que me fué igualmente sensible) que habia sido una distracción, no me sosegué. „Muchas de las desavenencias entre los consortes no han tenido otro origen que una bagatela como la anterior; pues es muy duro á una muger, alucinada con las protestas de que ella sola formaba el objeto de los pensamientos de su amante,1>E LAS SEÑORITAS. 317 creer que el acto que la pone bajo la protección de este, le exi- me de las atenciones, con las cuales lia contribuido tanto á sus gozos. No me engaño, ni quiero decir lo que algunos se han aventurado á afirmar, „que el galanteo es el paraíso de las mu- geres, y el matrimonio el purgatorio;" pues mi propia y feliz es- periencia desmiente tal teoría; y únicamente preguntaré si esa exaltación de una amante en algo mas que muger no produce una reacción que la reduce después á menos que los demás individuos de su sexo, y si el que no vió faltas en su novia, continuará no viéndolas en su esposa. Carlos Wharton habia cometido este error común.... Amaba con estremo á su madre y hermanas, y las miraba como unos mo- delos de gracia y de virtud, bien que habia algo de sombrío y grave en su carácter que no se ajustaba perfectamente á su be- llo ideal de la muger. „Para agradar y deslumhrar formada." El por consiguiente se rindió á los atractivos de la alegre y fes- tiva María, y encontrando en ella la cualidad que faltaba á su fa- milia, le atribuyó por un error natural las otras que esta poseia en tan alto grado. Así crió un ser fantástico que unia las gra- cias mas ligeras á las mas nobles virtudes, y deslumhrado por la belleza de María Lee, no tuvo inconveniente en encarnar su ainada ideal en la figura de ella. Esta ilusión duró algún tiem- po; pero el trato descorrió el velo: algunos defectos se notaron en la joven esposa, y Cárlos se impresionó tanto, como sucede „Cuando las gracias de adorada amante Caen en fatal instante," que casi pensó se le habia engañado. Mas en esto era tan injus- to, como cuando su fantasía se la presentó como una beldad per- fecta. María poseia todo cuanto puede hacer estimable una muger, á pesar de ser joven, descuidada é inesperta. Ella per. tenecia á una familia circunspecta solo esteriormente, y cuya conducta era un vivo -ejemplo de la máxima:—la familiaridad engendra el desprecio. El amor propio que aconseja la decen- cia como un deber, y la consideración hácia á los otros, y que con tatito cuidado lia de fomentarse entre fos hermanos, pues el cariño sin ella no duraría mucho tiempo, eran desconocidos en-SEMANAIUO tre ellos. En sociedad podían servir de modelo por su compos- tura; masen su casa todo era desorden y abandono. Quizá me equivoque si digo que el desaliño influye en el ejercicio de las facultades intelectuales; para el entendimiento el orden esterno es tan necesario como su claridad misma, y no hay equilibrio sin duda cuando el cuerpo, vehículo de las ideas, es mirado con des- cuido y espuesto mas bien á imágenes repugnantes que agrada- bles. Pero cualquiera quo sea su efecto en el carácter del indi- viduo, su vista es perniciosa sobre los demás. Ningún hombre que desde su niñez se ha familiarizado con el desaliño, respeta la muger delicada, pues para él este sentimiento no existe. Es verdad que Mrs. Wharton no era desaseada en su cuerpo, cuyo feo defecto muy pocas mugeres lo tienen; pero era descui- dada en su adorno y en el manejo de la casa; se portaba con su marido como con sus hermanos; y solo cuando concurria á al- guna sociedad ó recibía visitas, se esmeraba en su compostura. Así es que si llovía ó alguna otra circunstancia le anunciaba que nadie vendría á verla, andaba con el pelo y el túnico suelto. La casa indicaba por todas partes su falta de arreglo; en lugar de dirigir los criados, se contentaba con regañarlos cuando algu- na cosa estaba mal hecha; aquellos, conociendo su ignorancia en las menudencias del gobierno doméstico, trataron de aprovechar- se y descuidaron sus obligaciones, de modo que la indolencia v la dejadez se posesionaron de la casa. La escena que he descrito no fué sino el principio de la dis- cordia doméstica. Cárlos molesto y desengañado no se digna- ba decir á su muger la clase de defecto que le disgustaba, ni el modo de evitarle: entretanto sufria ella diariamente su mal hu- mor; había una falta de confianza, que amenazaba con los mas tristes resultados á su felicidad futura; pues haciendo esfuerzos por agradar á su esposo, quien siempre se mostraba mas descon- tento, vino á persuadirse que ya no la amaba. La voluntad de María se decidía á obrar bien: pero por desgracia necesitaba de una mano generosa que le guiase por la verdadera senda; y re- sultaba de esto, que poseyendo en un grado estraordinario los elementos para ser dichosa, el puñal de la desconfianza traspa- saba el corazón de entrambos. Cárlos trató de buscar fuera deDE J.AS SEÑORITAS. su casa los placeres que echaba de menos en ella, y María por su laclo juzgándose olvidada y menospreciada, se entregó al des- aliento, y llegó á ser todavía mas abandonada en su adorno. Desapareció la belleza de su rostro, y era difícil reconocer en la muger que, con los ojos tristes, hundidas las megillas y desaliña- da, pasaba horas enteras en un sillón hojeando una novela, la hermosa y jovial novia en otro tiempo de Carlos Wharton. Tal era el estado de las cosas al cumplirse los dos años de su matrimonio. Desanimada María tomaba poco interés en las ocupaciones domésticas, y Carlos acostumbrado á no gozar, sino en la calle, todo lo de su casa era un motivo de censura.—Por fortuna sus buenos principios le libraron de entrar en las guari- das del vicio, y do ser contado en el número de los que huyendo del desorden de su hogar, han ido en solicitud de orden á una taberna ó á un villar. Su madre había notado su desazón, y aun- que lo sentia, no hallaba la causa; temia ciertamente mezclarse en las interioridades de otros, pero no podia soportar la situación en que estaban puestos ambos consortes. ¿Qué tienes, Carlos? le dijo un dia la anciana hallándose solos; ¿no me dirás la causa de tus penas? ¿van mal tus asuntos? —No, madre mia, mis negocios están prósperos como nunca! —¿Te incomoda algo en tu casa, hijo? Confiámelo. —No, señora; María es tan buena, pero....—¡Qué, Carlos! —Tiene un defecto, el peor que pudiera tener. —El peor, Cárlos! Es áspera de genio? ¿corre loca á las di- versiones y tertulias? ¿no te ama7 —Nada de eso. —Luego, Cárlos! —Estoy desconsolado; en ini casa no hay gobierno, estoy mal servido; no hallo en ella una compañera. María sabe tanto como un niño, ignora los deberes de una madre de familia, y la casa está á merced de un hato de criados perezosos. —María es desgraciada por no haber aprendido semejantes cosas al lado do sus padres, pero tú puedes instruirla. —Que lo enseñe yo el manejo de la casa: entonces debería tam- bién enseñarle á vestirse; y ¿quién ha oido nunca esto? —No quiero decir que lo hagas materialmente; pero tú arre-320 SEMANARIO glado y metódico, puedes comunicarle tus principios y hábitos, sin que aparezca que te mezclas en sus quehaceres. —Pero una muger no debe casarse hasta que no sepa sus obli- gaciones, y sus padres que lo consienten engañan al infeliz marido. —Quieres que un padre descubra los defectos de su hija? El hombre elige la muger y ve bien. —No, señora, él ofuscado por una cara bonita, y luego ella y sus amigos le echan garra antes de que abran los ojos. —Estás irritado, y temo hayas empleado espresiones duras, mas bien que reflexiones, con la pobre María. Es verdad, madre mia, soy un desgraciado; amo á mi esposa y el buen manejo, y no veo en ella sino el desaliño y desorden en la casa; entonces me enfado y disgusto. En la primavera desba- rato la casa; yo no puedo sufrir eso. —Yo remediaría semejantes males si María no se molestase con mi intervención. Molestarse! no señora, ella no se molesta con nada; la he ofen- dido tantas veces y jamas he oido de su boca una palabra de có- lera. Mrs. Wharton tenia clavados los ojos en su hijo, cuando él hizo esta confesión, y se sonrió prometiéndole hacer la prueba. No habia pasado mucho tiempo de esta conversación, cuando cayó enfermo de gravedad Carlos; y su madre vino á vivir con su familia hasta su restablecimiento. Nada templa mejor un ca- rácter colérico, ni borra un desafecto como una enfermedad: cuando la muerte se sienta junto al lecho del dolor, la enemistad parece un pecado, y mas feas aparecen las riñas de los que e' amor ha unido. Ya no vió Carlos en su atenta y afectuosa en- fermera, la muger abandonada; y esta se sintió mas consoladai no obstante los recelos, que de su desamor abrigó unos meses antes. Su madre política observó las causas que perturbaban'el sosiego doméstico, y apenas se puso bueno Cárlos, cuando se re- solvió á combatirlas. Afortunadamente para su plan, María no se exasperaba con esta intervención. En las Recuentes conversa- ciones que ellas tuvieron durante la enfermedad de Cárlos, Ma- ría se impuso de los gustos y hábitos de este, los cuales ha- bia ignorado completamente hasta entonces; ella oyó nociones de órden y. sistema, sin que. llevasen el aire de reconvención, y ha-1HJ LAS HESOKITAS. 321 biendo adquirido el hábito nra su ejecución. Siguiendo sus consejos, lo primero que desterró fué el dormir la mañana: levantándose temprano le sobraba tiempo para ador- narse y vestirse con gusto y esmero, pa«ar lucero á ver el estado de la cocina y disponer el almuerzo. Tenia que luchar seria- mente con el mas duro tirano, la indolencia; y bien pronto reco- noció sus malos hábitos,—Una por una fueron corregidas todas sus faltas. No solamente era menester resolución, sino perseve- rancia para realizar sus intenciones; así pasaron algunos meses an- tes que pudiese arreglar el mecanismo de sus negocios domés- ticos. No es pequeño trabajo recular una casa; proporcionar como- didad á cada individuo de la familia; dividir las obligaciones de los criados de modo que se ejecuten en su oportunidad, y tengan descanso cuando se concluyan, tener presente y prover á las ne- cesidades de todos, estudiar los gustos peculiares de cada uno, con- servar el orden y el aseo por todas partes, y hacerlo (odo sin do- jar de cumplir con las exigencias de la amistad, y sin omitir el cultivo del entendimiento y de los sentimientos morales. Esta no es fácil tarca, pero puede desempeñarse: el primer paso es muy dificultoso; haya sistema y todo está hecho. En una hermosa mañana de primavera, Cárlos estaba leyen- do un Diario, mientras una criada muy limpia ponia el almuerzo en un mantel blanco como nieve. Poco después vino Mrs. Whar- ton tan bella como de ordinario y se sentó á la mesa; bajóse los puños de su bien ajustado túnico, al tiempo que un plato de tos- tadas que fué traido, manifestaba la reciente ocupación de ella, Cárlos soltó el papel y se dirigió á ¡a mesa con aire de satisfac- ción. El grupo no era pintoresco, era mraesecna solamente de contento y felicidad. En los momentos -que Carlos celebraba las tostadas y sorib'á á intervalos una taza de fragante café, se anunció un caballero que deseaba verlo; salió á recibirle, y á po- co volvió. —¿A quemo sabes, María, (pié quiere ese individuo, le dijo sen. tándo*e otra vez á la mesa.—No sé, Cárlos. Tom. in.—C. 14. 41SEMANARIO —Venia á saber cuánto pedia yo por la casa. - —Vender la casa, Carlos! tú no piensas en ello, ¿no es verdad? dijo María, con no disimulada agitación. —En el verano le manifesté que iba en la primavera á quitarla. —¿Y qué le has dicho? preguntó su esposa toda sobresaltada. —Que habia pensado otra cosa. —Desearías cambiar nuestro modo de vivir? —No, no, querida esposa, la felicidad que ahora gozo no la tro- cara por todas las riquezas del mundo; bajo mi propio techo es- toy á gusto, y en otra parte esclamaria con el Dante. „¡Cuánto no amarga el pan de mano agena! Y en estraña morada dulce pena, El corazón quebranta." —Me alegro, pues yo lo sentiría mucho, dijo María. —Pero en una casa de huéspedes estarías mejor.... —Oh! no, los cuidados en la vida doméstica son semejantes ¡i los placeres; puedo asegurar que el gozo de una muger, cuando logra contribuir al contento y dicha de quien ella ama, compen- sa cualquiera incomodidad. —Qué lástima que todas las mugeres no piensen así, María. —Qué lástima, contestó ella, que no se enseñe á las mugeres esta verdad untes de casarse. Yo no olvidaré jamas mis erro- res, ni la bondad de tu madre, á cuyos prudentes consejos soy deudora de la presento dicha. —Ni menos yo, bien miOj tu paciencia y tu abnegación, con las que has logrado destruir los malos efectos del descuido, —¡O Cárlos! Qué mal hace la madre que, por no causar al- guna molestia á su hija, la deja crecer en la ignorancia de aque- llas cosas que mas tarde son tan esenciales á su bienestar.—(Tra- ducido del ingles.) Coudwjt tV a,uaV\%\* so\rci d íaUví'vo Ai V<\, \\L¡ LAS SEÑORITAS. .171 Tantos y tan reiterados sucesos decidieron por fin á Madama Tastu á reunir las poesías que había compuesto después de su matrimonio, ya inéditas ó ya diseminadas en muchas coleccio- nes, y en Octubre de 826 aparecieron impresas por su marido con gran lujo de tipografía y de viñetas, con tal úcsito, que á la fecha se han hecho ya seis ediciones de ellas. Al ladc de las piezas, de que hemos hablado, se notan las Hojillasdel sauzja Jo- ven madre, la Libertad,la Cámara déla caslellana,y aquellas be- llas imitaciones de Shakspeare, las únicas acaso que han podido dar á Francia una idea del original. La música se apoderó á la competencia de estos felices cantos; y la pintura.de la que la poe- tisa se habia visto inspirada felizmente, le proporcionó á su vez Jas mas tiernas inspiraciones. La antigua escuela, ú la que se habia dedicado en sus primeros ensayos, recibió esta nueva obra con entusiasmo, aunque también es preciso decirlo, su mérito fué reconocido por la pureza casi irreprochable del estilo; y la crítica moderna cimentada sobre las nuevas doctrinas filosóficas y litererias, no podia dejar de aplaudir un sentimiento delicado de la misión de la muger en la sociedad actual, sentimiento, que no esc¡uía la valiente y la libre inspiración, frutos nuevos de una regeneración social. Los hombres aseguraron: que el autor era muger en sus versos; á la vez que las mugeres se mostraron orgu- llosas, viendo que una de ellas se elevaba á veces con acentos de una energía completamente varonil. Este doble carácter se en- cuentra sobre todo en las poesías de Madama Tastu, que tan bien sabe conocer los acentos, que hacen latir á nuestro corazón. En vez de ambicionar palmas efímeras De un largo porvenir mí orgullo cifro En que mis cantos á la esposa ó madre Causen dulce penar, ó tierno alivio. Dejadme la esperanza de este triunfo, Mis cantos formarán lazos secretos, Vea, á nombre de la patria, en las francesas. . Unísonos al mió latir sus pechos. Tres años después de la publicación de las primeras poesías, Madama Tastu dió á luz ¡as Crónicas de Francia en 1829. Esta obra comprende la pintura poética de cinco épocas: el siglo cuar-372 SEMANARIO to ó los tiempos bárbaros, el siglo catorce ó los tiempos caballe- rescos, y así en seguida hasta la que conprende el reinado de los cien días de Napoleón, Si las Crónicas de Francia nada agre- garon á la reputación poética de la autora, testificaron al menos, así como las Lecturas sobre la historia de Francia, que aparecie- ron algunos años después, un estudio bastante profundo de las fuentes de nuestra historia, y un sentimiento justo del color conve- niente á la pintura de cada época. La continuación de Una fa- milia, obra comenzada por Madama Guizot, las novelas espar- cidas en diversas colecciones, tales como el libro de las mugeres, el libro de los cuentos, la ciento y una novelas, que reunió después en dos volúmenes en prosa, la ocuparon hasta el año de 1835 en que aparecieron sus nuevas poesías, las que supieron sostener la reputación de las primeras, haciendo notar en ellas un progreso muy marcado. A pesar de que no se encuentra siempre la mis- ma serenidad de pensamiento, hay en ellas algo de mas atrevi- do y de mas nuevo, tanto en la concepción como en la forma. El Canto y la Piel del asno fueron especialmente señaladas en este nuevo volumen, al que siguió después la Educación maternal, ó colección de lecturas para el uso de las jóvenes, que ha obtenido un aprecio tan merecido por la brillante elección de los trozos que reunió, como por la ecselente moral que respira en todalaobra.(*) Hasta entonces Madama Tastu no había compuesto en prosa sino novelas agradables, una elegante traducción de Robinson y algunas coleccciones, que no presentaban otro mérito, que el de su utilidad. El elogio de Madama Sevigne propuesto por la academia francesa, le proporcionó la ocasión de agregar una nue- va palma á sus antiguos laureles académicos. El primer premio se le acordó en la sesión de 11 de Junio de 1840. No podrémos terminar mejor esta noticia biográfica de tan célebre literata que con las palabras pronunciadas en esta oca- sión por el secretario perpetuo de la academia, palabras que pintan tan digna como sencillamente el carácter y el talento de Madama Amable Tastu: „La muger que llegó á ser un gran [*] La introducción á ceta» Lecturas es la que publicamos arriba bajo el lí. tolo da Literatura.—/. O.VE LAS SEÑORITAS. 373 escritor en el siglo de Bossuet, sin escribir olra cosa que cartas á su hija, merecía justamente ser elogiada en nuestros dias por otra muger; por aquella, que en las poesías célebres sustraídas de su puro y modesto retiro ha dado tantos encantos á la espresion poética de los sentimientos de familia, sin apartar jamas la ima- ginación de la virtud."—Víctor Ratier. (Traducido para el Semanario, de la Galería de la Prensa ds la literatura y de las bellas artes, por Huat. Tercera Serie, Pa- rís año de 1841.) CONDICION DE LA MUGER SALVAJE, A condición del Bello Sexo es un brillante espejo en que vie- ne á reflejarse en sus diversas fases el movimiento de las socie- dades. Si estudiamos á ¡a muger en la vida errante y precaria de las tribus salvajes; sí la seguimos hasta el seno de ese mundo oriental que señala con una marca tan profunda la civilización en su preludio; si pasamos de aquí á aquellas ciudades de Grecia, Inglaterra é Italia, teatros del movimiento en que los peligrosos debates de la política, la actividad de las empresas y los peligros siempre crecientes de la guerra se atraen y absorven la vida to- da entera de los hombres; veremos que, fácilmente el carácter y la vida de las mugeres reproduce con rasgos muy notables la in- fluencia del clima, de la religión y del gobierno de las diversas épocas y naciones en que han vivido. Los contrastes se harán mas patentes todavía si pasamos á ec- saminar la era de los pueblos modernos regenerados y purifica- dos por el cristianismo. La niebla fria y obscura que entristece nuestros mas crudos dias de invierno, comparada con la luz que centellea el azulado y hermoso cielo de México, no ofrece dife- rencias mas palpables, que las que presenta la condición de las mugeres en los tiempos antiguos y en la época de la barbarie( puesta en paralelo con la suerte que disfruta en nuestros tiem- pos modernos, en la época de la civilización. Víctimas ó escla- 374 f RMAXAKI» vas, compañeras ó ídulos del hombre, son los objetos que nos re- tratan á su vez estos opuestos cuadros. A la vuelta de la primavera, cuando un verde césped tapiza nuestros valles, y cuando ya el cenzontli anima con sus acentos nuestros bosques y jardines embalsamados con el perfume del jazmin y la rosa, el corazón comienza á abrirse á las primeras emociones del amor: ¿No ha ocupado alguna vez vuestra ima- ginación el recuerdo de aquellas bellezas apenas entrevistas, cu- ya conversación modesta, cuya tierna mirada tan pura como tí- mida y cuya voz armoniosamente modulada os han penetrado del mas dulce encanto? ¿Bajo la influencia de ese prestigio, no hacia temblar vuestros sentidos y conmover vuestro corazón el aspecto solo aunque distante de una muger? ¡Cuántas ve- ces os habréis complacido en embellecer y rodear de todas las perfecciones imaginables este ideal idolatrado! Pues bien, tal era la disposición de mi alma cuando observador novicio por la primera vez iba paseando en mis vacaciones mi curiosidad al través de las costumbres de los pueblos cercanos á México. Yo querría haber fijado para siempre en mi imaginación, aquellas primeras ilusiones, con su primitivo é inimitable colorido. ¿Pe- ro cómo reconocer la obra maestra, el mas delicado producto de la naturaleza, bajo la espesa y desagradable cubierta de nuestras indias miserables con su acento tosco y grosero, con su color bronceado, su tez renegrida, su áspera cutis y aun su mal olor? Mis ideas platónicas desfallecían á un aspecto tan desagradable, y en vano acudia á las virtudes sencillas, ocultas bajo aquel es- teríor poco grato, y hacia traer á mi memoria las églogas que conservaba recientes de Theócrito y Virgilio, ó las pastorales de Gesner, de Florian, de Cervantes y Salas, que no se cansan de cantar las bellezas de la vida campestre, ni de encontrar de- tras de cada mirto ó arrayan sus Amarilis y Calateas. Pero un nuevo escollo se presentaba á mi vista, cuando reflecsionaba so- bre las costumbres de mis campesinas; yo no observaba sino un sórdido imeres, que arreglaba todas sus afecciones, y en los ma- trimonios de! campo la sequedad de los sentimientos establecía una consonancia completa mas que con la sencillez de ¡a ino- cencia, con la estupidez de la ignorancia, y aquella especie dorvn i,as SEÑOIUTA5. 375 abandono con que dejaban morir los maridos á sus esposas ó las madres á sus hijos, si les faltaba con qué pagar un médico. En- tonces mi jóven y romanesca admiración perdia todo el brillo de su entusiasmo, y me decia á mí mismo tristemente: la obra maes- tra, lo mas bello de la naturaleza no puede, pues, resistir á la lar- ga degradación del estado semibrutal de estas mugeres infelices del campo, y de los bosques. Pocos años después vi pasearse en México al capitán Sandia y á otros gefes de las tribus comanches con algunas mugeres que los acompañaban. Su tez cobriza y rayada de colores, sus for- mas alléticas, sus escudos, armas y vestidos, sus penachos y plu- mas aunque presentaban un aspecto bizarro, me ocuparon muy poco; porque mis ojos se dirigieron de preferencia á la muger del gefe. Inmóvil, muda, con todo el aspecto de la humillación retratado en su semblante y sus ojos bajos á la vista de su ma- rido ó mas bien de su amo, no se atrevían á levantar sino una que otra mirada vaga de indiferencia sobre nuestra sociedad, á las manifestaciones de aprecio que recibia cordialmente su ma- rido, apretándonos la mano, y sin dirigirle una sola palabra. Ella era una princesa, ó al menos la muger del gefe de una tribu nu- merosa. ¿Cuál seria la condición de las mugeres de su pais des- cendiendo á las últimas clases? Si alguna de mis lectoras ha dejado correr su imaginación por las ficciones de los poetas al describir la edad de oro, ó si ha oído hablar del entusiasta Rousseau y de sus paradojas sobre las vir- tudes del estado salvaje, yo le aconsejaría que leyese sobre sus costumbres á Charlevoix, Lafitau, y Volney, ó cualquier otro vía gero verídico que haya trazado los rasgos característicos de los salvajes colocados en los últimos límites de la barbarie. ¡Pobres mugeres! ¿Quién no se sentirá conmovido de disgusto, de horror é indignación al ver vuestro destino en aquella época, y en aque- llos paisesí No hablemos de las dulces emociones de la ternura, ni de aque- llas miradas delicadas, que forman el encanto de la vida. Estas palabras son desconocidas, donde la civilización no ha llegado á cierto punto, y ni aun se tiene idea de ellas. Si concurrís al con- vite de un g efe de apaches ó comanches, su muger no vendrá á3C2 SEMANARIO sentarse á la mesa. Criada y no compañera, preparará los ali- mentos, los traerá y los servirá; mas sin atreverse á tocarlos, y hasta que el último de los criados no haya comido, y que su vo- racidad haya dejado algunos restos, hasta entonces no podrá sa- tisfacer su hambre: de otra manera el peso de una mano brutal le haria al momento arrepentirse. En sus fiestas tienen que con- servar una distancia respetuosa: y escluidas del recinto en don- de se celebran las ceremonias religiosas, deben permanecer á lo lejos. En las reuniones en que reina la alegría, no pueden mez- clarse en los bailes de los hombres. Si se Ies permite disponer y llevar las bebidas fermentadas, no pueden beber de ellas: un hombre se creería deshonrado si bebiese en la copa, á la que hu- biesen tocado los labios de su muger: á sus ojo3 ella no es sino una criatura inferior y aun impura. Cuando llega á ser madre, ese niño que conduce en su seno y á quien alimenta con su le- che, no le atrae ninguna consideración de parte de los hombres; por el contrario, la costumbre la rechaza de la habitación co- mún y deben pasar treinta dias para purificarse ,si ha dado luz á un varón, y cuarenta si á una niña. Cuando la población está en marcha, la infeliz recien parida debe seguirla á lo lejos y es- tar separada de toda persona por un largo intervalo. Todos los dias en los mas insignificantes pormenores de la vi- da se hace notable esta desagradante desigualdad, y los trabajos gravitan con todo su peso sobre la muger. Ella es la que cul- tiva la tierra, la que prepara los alimentos, la que mantiene y cuida de los hijos, entretanto que su marido fuma su pipa acos- tado sobre su hamaca ó se divierte y se embriaga con sus com- pañeros. En sus viajs marcha libremente, cargado cuando mas de sus armas y bien montado á caballo; pero su muger camina lentamente encorbada bajo la carga, en que lleva á sus espaldas el vagaje y las provisiones, y por delante á sus hijos. La pre- ñez no interrumpe sus trabajos, y la desdichada no es para su marido sino una bestia de carga. Si él la ha escogido y prefe- rido entre otras, esta elección se ha debido solo á su mejor apti- tud para servir y para conducir los fardos. Insensible á su apre- cio, no se muestra conmovido por sus afectos maternales, y cuan- do sus lágrimas ruedan por su semblante después de la muerteDE LAS SEÑORITAS. 377 del hijo, á quien alimentaba, la obliga á que ocupe su lugar tal vez un oso pequeño, á quien acaba de cazar, hasta que haya ad- quirido la gordura conveniente para comérselo. Disgustado con estos fastidiosos pormenores, no me siento con valor para acabar de trazar este ominoso cuadro. Ni cómo po- dría describir aquella agonía sucesiva de la muger, que vé des- aparecer la flor de su belleza, de la gracia y finura que le dió el Creador para encontrarla ofuscada en un momento y aniquila- da por el soplo destructor. Yo no podria seguirla en esas lar- gas caminatas, donde espira abandonada, ni escuchar los gritos de aquel hijo á quien se entierra vivo en la misma fosa, donde se ha arrojado el cadáver de la madre.—i. tí, LITERATURA.—POESÍA. cspende el rápido vuelo, Oh tiempo csterminador; Piadoso mínaos, ciclo, Y al consuelo No se suceda el dolor. Y estas horas De delicias Sean propicias Al amor; Y las penas Arrojemos, Y burlemos Su furor. „Que la dicha dura un dia, Y es eterna la aflicción.— Tras la calma de un instante Brama cierzo asolador." El desgraciado te implora, Tiempo veloz, vuela fiel; Y el crudo pesar que ahora Le dehora Lleva, y susdias con él. T. ni. Pero deja A los amantes Sus instantes Disfrutar, Los momentos Largos sean: No los vean Terminar. ,,Quc la dicha dura un dia, Y es eterna la aflicción.— Tras la calma de un instante Brama cierzo asolador." Pero en vano unos momentos Pide anhelante mi voz; Que mientras lanzo á los vientos Mis acentos, El tiempo corre veloz. Dulce noche, Sé mas lenta, No violenta Huyas de mí.— Mas la aurora 48378 SEMANARIO i ¡i se avanza. Que ni el hombro 1 ienc puerto, i-.l'JS, IK 1 lili Aunque incierto ,,Que leí dicha dura un dia, Lo buscó; Y es eterna la aflicción.— Ni ribera Tras la calma de un instante Al tiempo hallamos, Brama cierzo asolador." Pues pasamos, Apresurados gocemos Y él voló. De este tiempo que nos resta; ,,Que la dicha dura un dia, Amemos, amiga, amemos; Y es eterna la aflicción.— No esperemos Tras la calma de un instante Del dolor la hora funesta, Brama cierzo asolador." 1837.—/. Rodríguez Galran. mm miTACIOX DEL I.IGLESi A MI AMIGO DON IGNACIO RODRIGUEZ GALYAN, 1Pintan hermoros los ciclos Si con cariño materno Y muy lindas las estrellas, Me acaricias, y perdona» Madre mía. Mi locura. En medio de mis desvelos En la mansión del Eterno Te comparo yo con ellas Me parece que coronas Noche y dia. Mi ternura. Pulpar los cielos distantes, Mas, cual tú, madre adorada, Sentir esos astros bellos ¿Querrá el .Señor perdonar Yo no puedo. En el cielo Mas tus caricias amantes A esta ciega, abandonada Me ofrecerán siempre dellos A desazón y pesar Un remedo. En el suelo? Veces hay en que dormida Madre, en el crudo momento Pienso en la mansión felieo En que parta con violencia Que no alcanza La alma mia, Mi mente; y tu voz querida Dirá mi lánguido acento: „No es una ilusión," me dice, Hasta el trono de clemencia „Tu eperanza." Sé mi guia. Febrero 28 de 1812.—Agustín A. Franca.DE LAS SeSoRITA*. 370 f||!|uY señores mios: Entiendo que la principal misión de los escritores públicos, es dar lecciones de moralidad, ilustrar y sacar de dudas ú los ignorantes; siendo yo de este número, tanto mas cuanto que soy muger, suplico á vdes. tengan la bondad de definirme la palabra amistad: decirme si es pasión ó virtud este afecto; y cuales son los deberes de un buen amigo. Me interesa mucho saber esto, para poder educar bien á mis hijos y que sean útiles á la saciedad, que es á lo que Ka aspi- rado siempre su afectísima servidora Q. B. L. M. de vdes.— Cándida Paz. Deseosos de complacer en lo posible, ú nuestra amable articu- lista, coatestamos á las preguntas que contiene el anterior comu- nicado, diciendo á la primera: Que amistad, según el diccionario de la academia española, mejorado por D. Vicente Salva, edi- ción de Paris de 838, es „un afecto recíproco entre dos ó mas personas, fundado en un trato ó correspondencia honesta." A la segunda: esto es, ¿si es pasión ó virtud? Decimos que con variedad se Isa calificado este sentimiento dulce, por plumas bas- tante respetables. El filósofo Alibert, hablando de la amistad, se espresa en estos términos: „Esta venturosa pasión está funda- da sobre la simpatía, y sobre la necesidad innata que tenemos de participar nuestras sensaciones penosas ó agradables." Mas adelante dice: „La amistad es una de las mas nobles facultades de nuestra alma: es á un tiempo una fie las mas puras y mas de- liciosas disposiciones de nuestro sistema sensible; es acaso la úni- ca pasión cuyo esceso no es vituperable." En otro lugar añade el mismo escritor: „Me parece que es un error que se escapó á |a pluma de Madama Staél, el h;iber dicho que la amistad no era una pasitttli pues que no quita al hombre el imperio de sí mismo. En este punto se ha esplicado do otro modo que sentía; porque la amistad, según se la vé desenvolverse espontáneamente en el fondo del corazón, es una inspiración fuerte, que arrastra, y no se puede resistir; es el resultado de una moral interior, que tiene380 SEMANARIO su código, sus máximas, sus deberes; es una facultad magnánima, inseparable de una voluntad firme, instituida por la naturaleza para establecer el comercio de las almas y hermosear los desti- nos del género humano.*' El célebre marqués de Caracciolo, en una de sus obras titula- da: Caracteres de la amistad, dice: ,.¿Pero cómo os definiré, ¡oh preciosa amistad! si nadie os da el bello nombre de virtud1. ¿Quién merece mejor este augusto título? Llamaros sentimiento, es con- fundiros. Gozad, pues, para siempre la calificación de virtud: vos manifestáis sus rasgos y señales, ejecutáis sus funciones é ins- piráis su gusto, supuesto que os dirige la prudencia, y el candor os anuncia." Con la variedad que estos sabios, se esplican otros: á nuestro corto entender, creemos que la amistad, sin dejar de ser virtud, es al mismo tiempo pasión, como lo son todas las que regidas por la inteligencia ó la razón ennoblecen al hombre. A la tercera: ¿cuáles son los deberes de un amigo? Contesta- mos, que aunque son muchos, pueden reducirse á este deber ge- neral: desearle y procurarle con ínteres lo que se quisiera para uno mismo. Si se desean los pormenores sobre este último pun- to, puede consultarse la citada obra del marqués de Caracciolo. —Editores del Dia de Oajaca. Permítasenos agregar algunas refiecsiones sobre la amistad á los conceptos anteriores. Cicerón compuso un tratado sobre es- ta materia, cuyo inimitable mérito es dignamente apreciado has- ta nuestros dias á pesar del transcurso de los siglos y de la dife- rencia do las épocas, no obstante serla única obra del orador ro- mano en que se nota cierta falta de calma y de unidad, lo qu,e da á conocer que el autor estaba próesimo ya á morir. Una cosa hay notable en este tratado y es que no ha dicho en él una palabra acerca de la amistad del Bello sexo. La razón fué sin duda porque las mugeres romanas carenan del derecho de tener un amigo, en la santa acepción de esta palabra amistad. Con la muger cristiana comenzó la amistad para el sexo, y solo después del establecimiento del cristianismo ha ocurrido á los grandes filósofos hablar de las mugeres en sus tratados de moralDE LAS SEÑORITAS. 381 y de filosofía, pues que los que nos ha dejado la antigüedad están llenos de languidez inesplicable en este punto, careciendo del elemento de que los modernos moralistas, poetas, cómicos y filó- sofos lian sacado tan gran partido. Por lo demás la amistad según la ha definido en la Enciclope- dia metódica el abate Ibón, no es otra cosa que la habitud de man- tener con alguna persona honesto y agradable trato. Se dirá que la amistad por lo general no se detiene en este punto y que va mis alia de estos estrechos límites. Pero los que hacen esta ob- servación no consideran que dos personas no estenderán á mas un enlace que nada tiene de vicioso y que les procura un placer recíproco. El trato mira al espíritu ó al corazón; el trato del al- ma se llama simplemente conocimiento, y aquel en que el co- razón se interesa, se llama amistad. Ella se distingue también de la caridad, en que esta no es propiamente sino una disposición á hacer bien á todos, mientras que la amistad se restringe á aque- llas personas con quienes so tiene igualmente comunicación. El género humano, tomado en general, es demasiado estenso para que pueda tener comunicación con cada uno de nosotros, y para que nosotros podamos tenerla con todos los individuos que lo componen. La amistad supone la caridad, al menos la natu- ral; pero agrega una habitud de enlace particular. La insuficiencia de nuestro ser produce la amistad, y la insu- ficiencia de la amistad es la que destruye. Cuando se conoce la propia miseria, se advierte la necesidad de un apoyo y se busca una persona que nos acompañe en los placeres, y que nos alivie en las penalidades, y se solicita un objeto que pueda ocupar nuestro corazón y nuestro pensamiento. Cuando se divisa desde lejos algún bien, en el momento fija nuestros deseos; pero cuando se toca de cerca, regularmente no encontramos en él sino el vacio de la nada: por eso la amistad que limita nuestras pretensiones, no llena el vacio que nos pro- metíamos ocupar con ella, dejándonos necesidades que nos dis- traen y que permiten dirigirse nuestras miradas á otros bie- nes. Entonces comienza á despreciarse, y muy pronto á ecsigir como un tributo las complacencias gratuitas. La juventud, aunque mas sensible á la amistad, se distrae por la viveza de sus pasiones, y se hace voluble con mayor facilidad; y aunque la confianza y la sensibilidad están ya mas usadas, por ctacirlo así, en la vejez, la necesidad las aprocsima y la razón las liga. En la juventud se vé una amistad mas tierna; pero solo en la vejez la mas sólida.—/. G.382 SEMANARIO ■ ' ON sentimiento anunciamos á nuestras amables suscri toras en el cuaderno 12 de 25 de Enero, el desgraciado influjo que había ejercido en las suscricioncs al Semanario dedicado al Bello Sexo, la siempre memorable crisis monetaria del cobre, impidiéndonos] continuar su publicación en el mes de Diciembre y primera semana de Enero. Creiamos entonces que las que se habian retirado volverían de nuevo, al menos hasta la terminación del tomo 3. 0 ; mas a nuestro pesar no se ha verificado así; y no pudiendo disminuir los escesivos gastos que ecsige su lujosa edición, no pudiendo faltar por otra parte á nuestros compromisos, ni sostenerse la empresa con menos de setecientas sus- criciones, nos vemos en la triste necesidad de terminar hoy nuestro tercer tomo. Tal vez dentro de poco tiempo podremos presentar el Semanario en una edición que, si no tan hermosa y magnífica, no sea menos interesante y pueda sostenerse con menos suscriíores, ya dis- minuyendo las láminas y variando la calidad del papel, ó ya redu- ciendo el número de páginas, aunque usando de un carácter de letra mas pequeño y con menor márgen á fin de que contenga igual lectu- ra á la que comprende cada cuaderno. Pero esto será á su tiempo, y por hoy solo nos queda lugar para manifestar nuestra gratitud á nuestras apreciables lectoras y á nuestros constantes suscritores, suplicándoles disimulen los defectos en que háyamos incurrido, muy ágenos sin duda de nuestra voluntad decidida siempre á propor- cionar á nuestras amables paisanas las mejoras, utilidad y diversión que hemos creido adecuadas al único periódico do la república que hasta ahora ha tenido el atrevimiento de arrojarse á una tan difícil como delicada empresa. V¡£} qQ El desarreglo espantoso de nuestras estafetas ha producido la pér- dida de muchos paquetes no de uno, sino de varios números del Sema- nario; de manera que para completar algunas colecciones de los tres tomos, nos vemos en el caso de ofrecerá las personas que quieran des. hacerse de los números 3 del primer tomo, y 12 del segundo, se sirvan remitirlos á la imprenta de la calle del Espíritu Santo núm. 2, 6 á la alacena de D. Antonio la Torre en el portal; bajo el concepto de que se les satisfará el doble de lo que les han costado; es decir, a 4 rs. ca- da uno de los números susodichos. Las personas que por el contrario quisiesen completar sus tomos, podrán ocurrir por los números que les falten, no siendo los anotados.—1. G.DEL TOMO TERCERO DEL SEMANARIO DE LAS SEXORITAS. RELIGION. Imitación de Jesucristo por Silvio Pellico.......... 1. La conmemoración de los fieles difuntos.......... 162. Costumbres de los Hebreos.. 177. La vuelta del arca do la alianza............... 132. La Cuaresma............¡340. MORAL. v Independencia............ 5. Código del Dr. Franelin... 72. De la decencia........... 89. El camino de la fortuna, ó como dice el compadre Ri- cardo................. 102. La muger considerada en su estado moral........... 115. Una tarde en un panteón... 155. La amistad.............. 379. NOVELAS Y ANECDOTAS MORALES. Ernestina ó la buena hija.. 9. Rossea ó la artista........ 25. La hija de Lord C.... ó la sonámbula............. 97. Evelina ó la buena esposa.. 121. Un cementerio 6 la memoria de una esposa.......... 145. Una viuda en el sepulcro do su esposo.............. 161. Lina ó el desengaño....... 109. La marquesa de Merli..... 293. La única falta ó la buena casada................ 31 3 CIENCIAS. LOGICA. Perfección de las facultades intelectuales. Instrucción á viva voz... 22. ■Idem por la conver- sación................ 164. -Id. por la discusión. 259. -en compendio en pro- sa ................... 229. -Id. en verso....... 237. HISTORIA Sagrada de los hebreos hasta Samuel... 137. -de sus costumbres... 177. -de la rosa......... 73. -del tocado de las mu- jeres en Francia....... 224. BIOGRAFIAS. De Rossea pintora flamenca....... 25. -de Catarina de Ara- gón.................. 49. -de Juana de Arcos.. 220. -de la Sra. Doña Lui- sa Vicario de Moreno... 358. -de Madama Amable Tastu................ 369. HISTORIA NATURAL. La rosa............... 73. FISICA. Introducción á su estudio................ 352. -Nociones generales. 37. -Del movimiento ó la mecánica............. 91. -La muger considera- da en su estado físico.... 115. HIGIANA. Conservación de la leche............. 47. FILOSOFIA. La coinpos- tura................... 37. La hermosura.......... 09. LITERATURA. La dicha en la soledad..... 42. La muger............... 71. Influencia de la civilización en la condición de las mu. ¿¡eres................. 132. Una tarde en el Panteón de Santa Paula........... 155. Condición social de las mu- geres en Inglaterra...... 248. de la muger salvage. 373.r Una escena de la vida..... 337. Lecciones para las jóvenes. 364. CUADROS DE COSTUM- BRES. Dificultad de trazarlos..... 240. Diálogo entre una suscrito- ra y el editor........... 241. Las edades.............. 284. El carnaval en México.... 295. -en Francia........ 305. -en Roma.......... 310. El martes de carnestolendas y el miércoles de ceniza.. 330. CUADROS CARACTERIS- TICOS. Hero id. de la comedia de id. Mucho ruido y pocas nue- ces .................. 289. Isabel Wardour, id. de la no. vela, e! Anticuario de Wal. ter Scott.............. 193. Anita Lyla id. del Oficial a- venturero de id.........361, Ana Bolena, Juicio de la tra- gedia de nuestro zacateca- no O. Fernando Calderón. 2G5 POESIA. El 16 de setiembre, Sonetos. 8. Los dos amantes de Laura. 33. A la independencia el 27 de setiembre............. 36. A la muerte de una bija.... 65. El otoño de la vida........ 95. Una coqueta orgullosa.....110. La muerte............... 135. El dia de difuntos........ 152. A la muerte de su madre, el editor................ 159. A mi Alfredo............ 189. La estrella de la tarde.....195. La lógica en verso........ El genio, por Doña Josefa Mazanes............. 263, Trozos de la tragedia de Ana Bolena por Calderón.... 266. A una máscara. Soneto.... 308, Un baile de mascaras..... 300, Varias flores y una planta para el ramillete del Sema- nario,por una zacatecana. 335 A la Luna por Doña. Gertru. di.s de Avellaneda.......345 Suspende el rápido vuelo, por I. Rodríguez Calvan.... 377. La niña ciega, por Franco.. 378. ARTES. PINTURA. Ideas generales. 113. -Modo de conservar los dibujos al pastel..... 48. -La vuelta del arca. Cópia de Reinolds......182. -Retratos ocultos en un dibujo.............. 161. -Su explicación..... 191. -Estudio de cabezas de Corregió.............. 201. -Estrado del manual del Dibujante........... 202. COSTURA. Principios ele- mentales.............. EDUCACION. Independencia........... 5. Uso de la mano izquierda.. 45. Influencia de la muger en la educación popular...... 65. -del Pello Sexo. Preám- bulo.................. 84. -física y moral en las es- cuelas primarias........ 86. De la decencia........... 89. El cam;no de la fortuna.... 102. Consejos á las madres...... La muger de casa.........210. ——de las mugeres en la India.................216. -sobre el estudio de las ciencias abstractas...... 246. Estractode! estudio de la vi- da de las mugeres por Ma- dama Neker.. 274, 297 y 322. 1 de las bijas........ 350. VIAJES. rio de las Amazonas.... 119. t)8 MODAS. Ideas generales y modas en París en Octubre anterior. 281. CORRESPONDENCIA ES. TRANGERA. Decretos del gran sultán so. bre tragos........192 y 216. Educación de las mugeres en la India............... 216. Triste anuncio........... 289. Despedida............... 382.