AbRa. 27 de 1841 • Pensamientos df. Pascal sobre su estudio. a inmortalidad del alma es una cosa que nos importa tanto y que nos toca tan profundamente, que es preciso haber perdido todo sentimiento para tener ó mostrar indi- ferencia encuanto á la realidad de este dogma. Todas nues- tras acciones y todos nuestros pensamientos deben tomar distinto rumbo siempre que estemos bien persuadidos de que hay bienes eternos que esperar, y es imposible mar- char con buen sentido y con juicio, siu arreglar nuestra conducta á este punto de vista, que debe ser nuestro pri- mer objeto. ¡Nuestro primer interés por consiguiente y nuestro pri- mer deber es ilustrarnos sobre una materia de que de- pende nuestro modo de proceder y esta es la razón por- que se encuentra una eslrema diferencia entre las perso- nas que procuran instruirse con todo esfuerzo y las que viven sin tomarse el trabajo de pensar. Yo no puedo menos de compadecerme de los que du- dan de la ¡mortalidad y que miran esta duda como la últi- ma de las desgracias, sin procurar salir de ella y sin hacer de su investigación la principal y mas seria de sus ocu- paciones. Pero considero de muy distinto modo á los que pasan su vida sin pensar en el último fin de ella, y que por la única razón de no encontrar en sí mismos lu- ces que les persuadan de la inmortalidad, no procuran cerciorarse, ni examinar á fondo, si su existencia es una de aquellas opiniones que el pueblo recibe por una cré- dula sencillez ó de aquellas, que aunque obscuras en sí mismas, no por eso dejan de estrivar en fundamentos muy tom. n.=c. 1. 12 sólidos. Esta negligencia en un negocio, en que se trata de ellos mismos, de su eternidad y de su mas grande in- terés, me irrita mas que me enternece; me espanta, me amedrenta y es para mí la mayor monstruosidad. Al de- cir esto no atiendo á un celo piadoso ó ¡í una devoción espiritual, pretendo por el contrario que el amor propio, que el interés humano y que la mas simple luz de la razón debe darnos estos sentimientos, y que para ver esta nece- sidad, no se necesita examinarla, sino del modo que pue- den verla las personas menos ilustradas. No es preciso tener una alma muy elevada para com- prender: que en la vida jamás hay satisfacción verdadera y sólida: que todos nuestros placeres no son sino vani- dad: que nuestros males son infinitos y que en fin, la muer- te que nos amenaza á cada instante, debe ponernos dentro de pocos años y acaso dentro de pocos dias en un estado eterno de felicidad, de desgracia ó de aniquilamiento. En- tre nosotrosy el cielo, el infierno ó la nada no exisle pues, sino la vida, quees la cosa mas frágil del mundo; y no ha- biendo cielo ciertamente para aquellos que dudan si su alma es inmortal, no pueden aguardar otra cosa que el in- fierno ó la nada. No hay verdad mas positiva que esta; pero tampoco puede haberla mas terrible. Por mas valientes que que- ramos hacernos, este es el fin que debe esperar la vida mas hermosa del mundo. En vano procuran algunos distraer su pensamiento de esa eternidad que les aguarda, como si pudieran destruir- la con no pensar en ella. Ella subsiste á su pesar, ella se avanza y la muerte que debe abrirle la puerta, los pondrá infaliblemente deutro de poco tiempo en la horrible nece- sidad, ó deserinfelices ó de verseaniquilados eternamente. He aquí una duda de las mas terribles consecuencias,3 queja es seguramente un gran nial el hecho solo de estar en.duda, y que demuestra por lo mismo el indispensable deber de investigar si existe ó no. Así quien duda y no procura saber la realidad, es tan injusto contra sí mismo como desgraciado. ¿Pues qué diremos de aquel, que tran- quilo y satisfecho hace profesión de dudar, y hace vanidad de permanecer en ese estado, que forma el objeto de su go- zo y de su vanidad? Yo no encuentro términos para ca- lificar una criatura tan estravagante. ¿Pero se pueden com- prender semejantes sentimientos? ¿Qué motivo de gozo puede imaginarse en no aguardar sino miseriassin recurso? ¿Como puede ser objeto de vanidad, verse siempre enme- dio de obscuridades impenetrables? ¿Ni qué consuelo pue- de proporcionar, el no aguardar nunca un consolador? Semejante reposo en esa ignorancia es la cosa mas mons- truosa, y es preciso hacer sentirla estravagancia y la es- tupidez de aquellos que pasan en ella su vida, representán- doles lo que sucede en su interior para confundirlos á la vista de su locura. He aquí como discurren los hombres cuando se resuelven á vivir en la ignorancia de lo que son, sin procurar ilustrar sus ideas. uYo no sé quien me ha puesto en el mundo, ni lo que es el mundo, ni aun lo que soy yo mismo: me hallo en una ignorancia terrible de todo esto. Ignoro lo que es mi cuerpo, mis sentidos, mi alma y aquella parte de mi to- do que piensa lo que digo y que reflexiona sóbrelo que no conozco. Yo veo esos vastos espacios del Universo que me rodean, y me encuentro en un rincón de ellos, sin sa* ber por qué estoy colocado en él, mas bien que en cual- quiera otro, ni por qué razón, este corto tiempo que se me ha dado para vivir, se me ha designado en este punto de la eternidad que me ha precedido y que debe seguirme.4 Yo no veo por todas partes sino infinidades, quenieab- sorven como un átomo y como una -.ombra, que dura un instante para jamás volver. Todo lo que yo conozco es: que debo morir bien pronto; pero lo que mas ignoro es esa muerte misma, que no sabría evitar/' «Gomo yo no sé de donde vengo, ignoro también á don- de voy, y solamente sé: que saliendo de este mundo cae- ré para siempre, ó en la nada ó en las manos de un Dios irritado, sin saber á cual de estas dos condiciones estaré destinado eternamente. He aquí mi estado lleno de mi- serias, debilidad y obscuridad. De todo concluso: que de- bo pasar todos los diasde mi vida sin rastrear lo que lia de sucederme y que debo seguir mis inclinaciones, sin reflexión, ni inquietud, baciendo lodo lo necesario para caer en la desgracia eterna, si son verdaderos los dogmas de la religión. Podria acaso encontrar alguna aclaración en mis dudas; pero no quiero tomarme esa pena, ni dar un paso para resolverlas: antes bien tratando con menos- precio á los que se toman este cuidado, yo quiero llegar sin prevención alguna y sin temor, basta el momento en que se verifique este acaecimiento, y dejarme conducir blandamente á la muerte en la incertidumbre de la eter- nidad y de mi condición futura." Es muy glorioso á la verdad para la religión tener por enemigos hombres tan sin razón y cuya oposición le es tan poco peligrosa, que sirve por el contrario al estable- cimiento de las principales verdades, que nos enseña. Por- que la fé cristiana no se dirige principalmente sino á es- tablecer estos dos principios, la corrupción de la natu- raleza y la redención de Jesucristo. Ahora bien, si seme- jantes personas no sirven para demostrar la verdad de Ja redención por la santidad de sus costumbres, sirven al5 menos maravillosamente, para probar la corrupción de la naturaleza por sus sentimientos desnaturalizados. Nada hay mas importante para el hombre que su esta- do, ni nada mas dudoso que su suerte en la eternidad. Así es que si se encuentran personas indiferentes á. la pér- dida de su existencia ó al peligro de una eternidad llena de miseria, esto no es natural; porque ellas no son indi- ferentes á otras muchas cosas: temen y preveen aun los mas pequeños peligros y sienten las menores desgracias; aun esa misma persona que pasa los dias y las noches en la rabia y la desesperación por la pérdida de un cargo ó de una persona amada ó por cualquiera ofensa imaginaria a su honor, es la misma que va á perderlo todo por la muerte, y que cree morir sin embargo, sin inquitud, sin turbación ni emociones. Esta estraña insensibilidad con las cosas mas terribles en un corazón tan sensible aun á las mas ligeras, es una cosa monstruosa, es un encanto in- comprensible, es un letargo sobrenatural. Un hombre en un calabozo no sabiendo si su senten- cia de muerte se ha dado, no teniendo mas que una hora para averiguarlo, y siendo esta hora tiempo suficiente pa- ra que sabiendo que estaba dada, pudiese hacerla revocar, seria contra la naturaleza que en vez de emplearla en in- formarse, si verdaderamente estaba sentenciado á morir, solo la ocupase en jugar y divertirse. Pues tal es el es- tado en que se encuentran todas esas personas, con lq di- ferencia, que los males de que se hallan amenazadas, son sin comparación mucho mayores, que la simple pérdida de la vida y el suplicio pasagero, á que estaba condenado aquel preso. Sin embargo, tales incrédulos corren sin dilación al precipicio después de haberse arrancado de sus ojos la venda, que les impedia verlo, y aun se burlan de los que se lo hacen advertir.De esta manera no solo el zelo de los que buscan á Dios prueba la verdadera religión, sino también la segue- ilad de los que no lo buscan y que viven en tan horrible negligencia. Es preciso que haya un estraño trastorno en la naturaleza del hombre para vivir en ese estado y todavía mayor para tener vanidad de continuar en él. Porque aun cuando ellos tuviesen una certidumbre entera, de que nada tenían que temer después de la muerte, sino volver á la nada, mo sería este mas bien un motivo de desespe- ración, que de vanidad ?¿ Y no es por consiguiente una lo- cura inconcebible, no estando asegurados de ello gloriar- se de estar en esa duda? Ni es menos cierto que el hombre está tan desnatura- lizado cuando puede nutrir en su corazón la semilla de una alegría de esta especie. Ese reposo brutal, entre el temor del infierno y de la nada, parece tan bello que no solo aquellos que están en esa duda desgraciada se glorian de tenerla, sino que aun los que creen conceptúan glo- rioso finjir que no tienen tal creencia. Porque la esperien- cia nos ha hecho ver que la mayor parte de aquellas per- sonas que se encuentran en esta segunda clase, son gentes, que se engañan á sí mismas, que no son lo que quie- ren parecer, y que solo semuestran tales por remedar los modales del mundo y por el prurito de imitar á otros, ó de que se les llame hombres de espíritu (*). Pero aun cuando ellos tengan tan poco sentido común, (*) Pensar poco, hablar de todo, no habitar sino fue- ra de su aliña y no cultivar sino la superf icie de su espí- ritu, espresarse felizmente, tener una conversación lige- ra y delicada, saber agradar sin darse á estimar, haber nacido con el talento equívoco de una concepción pronta y creerse superior á la reflexión, volar de unos en otrosno será difícil hacerles entender cuanto se equivocan, cre- yendo por este medio adquirir estimación ó aura popular. No es el modo do adquirirla, ni aun entre las personas de mundo, que saben juzgar do las cosas/y que no ignoran que el único para hacerse estimable una persona es el de parecer honesta, fiel, juiciosa, y capaz de servir útil- mente á su familia y á sup amigos; porque tanto el hom- bre como la muger no aman naturalmente sino aquello que puedo serles útil. ¡Y qué ventaja puede resultará nadie de oir decir áun hombre: que ha sacudido el yugo de la religión: que no cree que haya un Dios que vela sobre sus acciones: que se considera como el arbitro absoluto de su coiylucta, y que opina no tiene que dar cuenta á otro que á sí mismo de sus operaciones? ¿Se atrevería á pensar acaso haber adquirido por esto se tuviese confianza en él, o que alguno espérase recibir de él consuelos, consejos y socorros en las necesidades de la vida? ¿O juzgaria que los que no pensamos de un modo tan miserable, tendría- mos gusto en que nos dijera: que él dudaba, si nuestra alma no era mas que un poco de viento ó de humo, y que nos los asegurase con tono satisfecho y gozoso? Este es un asunto que parece no puede tratarse sino con burla; pe- ro por el contrario, es la cosa mas triste del mundo. Si semejantes incrédulos pensasen seriamente, verian que sus ideas son tan chocantes, tan contrarias al buen sentido, tan opuestas á la honradez y tan distantes deese buen tonoáque aspiran, que nadahaymascapaz de atraer- objetos, sin projiiiulizar ninguno, deshojar rápidamente to- das las flores y no dar jamas tiempo á los frutos, para que ¡leguen á su madurez, es una débil pintura de lo que ha querido honrarse en nuestro siglo con el débil nombre de espíritu.— (D'Aguesseau.)8 les el desprecio y la aversión, de todo hombre sensato}' de toda señora bien educada, haciéndolos pasar por úl- timo, por las personas mas escasas de talento y de juicio. En efecto, si tuviesen que dar cuenta de sus sentimientos y que manifestar las razones en que se fundan para dudar de la religión, dirian cosas tan débiles y miserables, que mas bien persuadirían lo contrario. Que era lo que oí de- cir cierta vez muy á propósito á una persona: «si V. con- tinúa en discurrir de esa suerte, en verdad que me con- vertirá.'' Y tenia razón; porque seria horroroso adoptar sentimientos, en que solo se tuviese por compañeros per- sonas tan despreciables. Así es que aquellos que fingen dudar ó adoptar tales errores son muy desgraciados en contradecir sus senti- mientos natureles para hacerse los mas impertinentes de los hombres. Si ellos están enfadados en el fondo de su co- razón; porque no tienen bastantes ^ces para vislumbrar el dogma de la inmortalidad, que no lo disimulen. Semejan- te declaración no puede ser vergonzosa: nada hay de ver- güenza donde no puede haberla, ni nada descubre mas una estraña debilidad de espíritu, que el no conocer la des- gracia que arrastra un hombre sin Dios. Nada denota mas un corazón bajo que no apetecer la verdad de las prome- sas eternas. Nada es mas vil que hacerse el valiente con- tra Dios. ¡Que dejen pues los incrédulos sus impiedades para aquellas almas infelices, que únicamente son capa- ces de alimentar tales errores: que sean al menos gentes honradas, ya que no pueden ser cristianos, y que reco- nozcan finalmente, que no hay sino dos clases de perso- nas, que puedan apelar á la racionalidad: las que sirven á Dios con todo su corazón, porque le conocen, ó las que le buscan de todo corazón, porque no leconocen todavía! [ Traducido para el Semanario por I. G.BE A comenzado ya la estación de la agradable primave- ra, y no habiéndonos ocupado de la ciencia de las flores desde el número I I, página 249 del tomo anterior, pa- rece que es el tiempo mas adecuado para continuar las lecciones de este precioso ramo de la Historia natural; porque en efecto, cuan poco interés puede proporcionar esta bella estación á nuestras amables suscritoras que ó se disponen á lo que se llama en México mudar de tempe- ramento o están ya en él, si sus delicias campestres solo se reducen á la observación de los sitios pintorezcos. La pintura de paisage si bien agradable y risueña, obliga á quien se dedica á ella á viajar sin cesar para encontrar un punto de vista, que presente algo de novedad y de inle- réz, y las campiñas no pueden ofrecer con facilidad esta satisfacción á las señoritas, que vuelven invariablemente cada año al mismo pueblo, á la misma casa de campo ó á la propia hacienda durante la misma temporada, y que por consiguiente saben con anterioridad el aspecto que les presentará la naturaleza á tal hora del dia ó en tal posición del sol en la eclíptica durante sus acostumbrados paseos anuales. Si fatigada la vista del brillante espectáculo de la naturaleza en globo encuentra un instante de reposo en la contemplación de un horizonte sin límites, de un cielo puro y de algunos árboles verdes, tal sensación repetida debe producir muy pronto la monotonía y esta acarrear el disgusto. Es preciso pues deccnder del conjunto á los pormenores; ahora bien. «Las plantas, en concepto de Rosseau parecen haber sido sembradas con tan maravi- llosa profusión sóbrela tierra para invitar al racional por medio del atractivo del placer y de la curiosidad al estudio Tom II. 210 de la naturaleza; y ella parece nos indica pasando de una yerba á otra y de una á otra planta el gusto de examinar- las, de comparar sus diversos caracteres, demarcar sus re- laciones y diferencias, en fin, de observar la organización vegetal de un modo que podamos seguir su marcha, y el juego de las máquinas vivientes, investigando á veces con feliz éxito sus leyes generales, la razón y el fin desús di- versas estructuras y de entregarnos al encanto de la admi- ración reconocida hacia la mano, que nos hace gozar de todos estos placeres." De esta manera con solo dirigir la vista á todo lo que os rodea en el campo no tendréis que temer el disgusto y el fastidio. Ya os encontréis en el recinto de vuestro jardín, ya en la espaciosa huerta, ó ya corriendo por las monta- ñas, los bosques y las llanuras, no habrá objeto alguno de la admirable vegetación de nuestro fértilísimo pais, que no deseis esplorar y que no os ofrezca en efecto mucho de desconocido y de maravilloso que descubrir. Pero yomelisongéo, misamableslectoras,deque medis- pensaréis eljtono magistral que voy tomando, sin otro dere- cho que mi deseo de ser vuestro profesor en los elementos botánicos; pero habiéndoos manifestado al hablar por pri- mera vez de la botánica mi oposición al uso de los térmi- nos desconocidos, de que los sábios han rodeado el estudio de esta ciencia hasta denominarle el lenguage botánico, te- meréis acaso vaya á atronar vuestros delicados oidos un diccionario entero de voces técnicas sacadas la mayor parte del griego tan difíciles de comprender corno de rete- ner en la memoria. Sosegaos lectoras mias, que si mi plan os agrada, él está concebido de manera, que no tendréis que aprender ningún nuevo idioma para comprenderlas obras de Dios. Yo quiero que podáis decir con el ermitaño deil Monlmorency en los delirios de un paseador solitario: «Atrahido por los risueños objetos que me rodean, los con- sidero, los contemplo, los comparo 3' aprendo en fin á cla- sificarlos y heme aquí de un golpe tan botánico como tiene necesidad de serlo, e! que no quiere estudiar la naturaleza, sino para encontrar incesantemenle en ella nuevas razo- nes para amar á su autor.'' Para no teneros suspensas por mas tiempo, misamables lectoras, voy á descubriros mi plan en toda su estension. Me he propuesto emplear de vez en cuando una ó dos ho- ras de paseo por la mañana cuando el sol se levante, que se- rá seguramente antes que el mayor número de mis lecto- ras, y acompañado de una florista, que para que no sea tan imaginaria podéis figurárosla semejante á la de la litografía que va al principio de este artículo, la que apoyada de mi brazo con su grande sombrero y su canasta al canto, viene á saludar con migo á los nuevos huéspedes, que Ja estación florida nos ofrece, y quearmada de un alfiler ó de una hor- quilla entre-abrc una flor y separa sus hojas para penetrar lo íntimo de las plantas. Después de haber examinado am- bos su belleza y su conjunto, pasaremos á su íntima estruc- tura, maravillándonos siempre por conclusión y persua- diéndonos mas y mas, de que el Criador del Universo ha estendido su mano protectora tanto sobre la humilde plan- ta que rastrea al pie de ja roca, como sobre el hombre, Rey y Señor de la tierra. Primer paseo en una huerta de S. Agustín de las Cuevas. Organos conservadores.—Raices. El Editor.—Este maravilloso tapiz que se estiende á nuestros pies y que todavía no es para V. señorita, sino un césped blando, vá bien pronto á ofrecerle un mundo nue- vo de observaciones.12 La Florista.—Ya comprendo. V. como Bernardino de San Pedro en su Pablo y Virginia va á hacerme Ja enu- meración y clasificación de las moscas, que vuelan al der- redor de esas hojillas, de las avejas que sacan la miel de esas llores y délos gusanos que se arrastran por sus raices. Editor.—No señorita, dejo para otra vez hablar de los insectos que rodean las plantas y de los animales sin nú- mero que animan un paisage. Por hoy quiero únicamen- te descubrir á V. el reino vegetal, es decir, ese inmenso número de seres, que según Lineo crecen, viven____ Florista.—Y á quienes rehusa la facultad de sentir. A pesar de mi ignorancia en la Historia Natural, ya sabia yo esa definición, y os confieso que era una de las cau- sas de mi repugnancia al estudio de la botánica; porque no puedo encontrar interés, en estudiar unos seres tan fa- talmente adheridos á la tierra, á quienes no dirige instin- to alguno y cuyo modo de existir es tan miserable, que su nombre solo sirve para espresar el último grado de la desgracia. Editor.—No ignoro de dónde proceden esas ideas. V. sabe señorita, que los minerales crecen, que las plantas crecen y viven y que los animales crecen, viven y sien- ten. Ya ha leido V. en el número 9 del Semanario de las Señoritas, página 187 y siguientes, que los cuerpos se dividen en orgánicos é inorgánicos, siendo estos últimos los minerales; y quiere establecer una comparación en- tre el vegetal y el animal; pero si toma V. por objeto de sus observaciones en este al pintado chupamirto, y á la la- boriosa araña con el águila de Chiapas ó con el colosal elefante, encontrará entre estos objetos un vacío tan gran- de y una distancia tan inmensa, que caerá en un abismo, en que se pierda su imaginación; mas si V. deciende en laÍ3 escala animal hasta el punto que forma el suave límite de los dos reinos, y si compara, como se dice en el lugar ci- tado, un pólipo con la planta llamada sensitiva, y vé al ve- getal moverse esteriormente, y qu¿ al locar sus liojas se encogen con tanta rapidez como los tentáculos del póli- po, y si por último reflexiona sobre el estado de sopor y letargo, en que se encuentran los insectos encerrados en su crisálida, no hallará tanta diferencia, ni en la que hay, tal motivo de desprecio. Créame V. señorita, es preciso co- nocer los objetos, para juzgar bien de ellos; nuestras preo- cupaciones no tienen otra cuna que la ignorancia. Florista.—A. V. toca disipar la mia, y es empresa de- masiado grandiosa la que ha tomado sobre sí. Porque ¿quién al ver esta hermosa huerta, en que hay tantos y tan diversos árboles, cuyos solos nombres pueden desafiar pa- ra retenerlos á la memoria mas ejercitada, se atrevería á ofrecerme, que no solo conservaré sus nombres, sino también sus diversos caracteres y aun la nomencclatura y destino de muchas de sus partes? Editor.—Pues para lograrlo señorita, comenzémos or- denando nuestros estudios, pues que solo el método, que demos á ellos, podráhacer útiles nuestros paseos, clasificán- rlolosenlamemoria, sin sobrecargarla. Si examinamos este castaño, cuyas hojas comienzan á estenderse, notarémos en él órganos muy fáciles de distinguir: su tallo robusto y vigoroso es lo primero que llama la atención, siguen las ramas de que está adornado, continúan las hojas y rema- tan las flores, que sirven de apéndice para acabar de de- corarlo; á nuestros pies serpean esas enormes raices que van á perderse en el suelo, sirviendo para fijar el árbol y proporcionarle una parte de Jos jugos que lo alimentan, suponed pues, que este castaño nos sirve de tipo ó modelo14 para buscar después en las oirás plantas los órganos aná- logos á los cjue vemos en él; y sino los encontramos en ellas, notaremos las semejanzas ó diferencias que presen- tan con el modelo adoptado; si fallan, investigaremos la causa de su ausencia, y averiguaremos el origen de donde procede, que no eslén conformes con el modelo. Estas mismas diferencias establecerán á su vez las semejanzas con otros vegetales, y de aquí resultarán las clasificacio- nes por grupos naturales, por medio de las relaciones qu<» las plantas tienen entre sí, que constituyen las afinidades botánicas. Sentémonos entre tanto bajó estos árboles gi- gántezcos; su sombra protectora lia resguardado de los ri- gores del invierno pasado á las plantas que los rodean, así es que la yerva que besa sus plantas está mas frondosa, la flor de primavera anticipa su delicada corola, el renúnculo florece no lejos de la fresa y del jacinto á quienes parece que protege bajo sus estendidos brazos. Comenzémos. Los vegetales en general se componen de dos partes: la una brillante de verdura se eleva bácia la atmósfera, la otra desprovista de brillantez se esconde en la tierra pa- ra cumplir secretamente sus funciones; la primera es el tallo, la segunda la raiz. Se puede considerar como una señal característica déla raiz la disposición que tiene,para evitar la claridad del dia y para buscar las obscuras som- bras: como una consecueucia natural de esta propensión puede agregarse lo descolorido de su tegido que no pre- senta jamás el color verde, y que no ofrece sino á veces un tinte rojo ó ferruginoso. La raiz sirve para fijar la planta al suelo y proporcionarle el alimento de que nece- sita, y no hay obstáculo que no sobrepuje para lograr su objeto, atraviesa y taladra las paredes, y aun rompe y se introduce por las rocas. La raiz por consiguiente es uno15 de los órganos mas esenciales de la plañía, y no puede cortarse sin poner en mayor ó menor riesgo la vida del vegetal. Sin embargo, en algunas plantas cuyas hojas son espesas y carnosas así como su tallo, y que loman su nu- trición del aire, las raices son tan débiles y fibrosas que pa- rece no tienen otro objeto, queel de lijar ¡a planta alsuelo; así es que se ven vegetales de algunas especies sobre las paredes, sobre las rocas y en los terrenos mas áridos. No- tad por ejemplo, aquel crecido nopal sobre la comiza de piedra de aquellas ruinas. Pero en las plantas cuyo tegido es seco y poco grueso, por el contrario el objeto princi- pal de las raices es su nutrición. Casi todas las partes del vegetal pueden en ciertas circunstancias producir raices, asi las estacas y ramos de los árboles producen una nueva planta, y aun se puede sembrar un tronco con las hojas ba- jo la'tierra y las raices, al aire las queal cabo de algún tiem- po reemplazan las funciones propias de su organización. Florista.—He aquí un fenómeno curioso que muestra hasta qué punto domina el hombre la creación y los se- res que le están sometidos. Editor.—La naturaleza ya les habia enseñado antes y la observación les indicó este procedimiento. Mirad de nuevo aquel nopal y advertiréis: que de sus ramas descien- den largos filamentos que tocando al suelo se implantan en él, formando como unos arcos de verdura. A dos se reducen las disposiciones principales de la forma de las raices, la ramosa y la sencilla: la primera es la que veis en este castaño, la segunda la del betavel, sanaboria, la chirivía &c; pero á mas de estas encontrarémos falsas rai- ces de tres órdenes diferentes: 1." Algunas cañas rastre- ras que son como tallos subterráneos organizados como los tallos que están al aire, aunque colocados á media os-16 curidad, como la grana, los iris y viólelas. 2.a Los tu- bérculos, cuyo tegido está enriquecido de fécula, co- mo las orcinas, la dahalia y la papa, y todos los botones ó yemas susceptibles de dar nacimiento á nuevos tallos. 3.d Los bulbos que crecen debajo de las raices de ciertas plantas y que son el resultado de la espesura de las pri- meras hojillas, que se cubren unas á otras y se embainan todas al modo que el tallo. Las cañas y los tubérculos son tallos estraviados; el bulbo es un verdadero botón probfero, es decir proporcionado para reproducir no solo la planta sino otros botones semejantes á él. La duración de la vida de los vegetales está subordinada á la de las raices: la existencia de estas está limitada unas veces á un año, otras á dos o mas y en algu- nas se prolonga casi sin límites, tomando de aquí la denominación de anuales, bis- anuales, vivaces y leñosas; pero los climas tienen gran influencia sobre el desarrro- 11o y longevidad délas plañías. Florista. Yo deduzco do esto que el botánico que quisiera emitir su opinicn so- bre la naturaleza y duración de un vegetal, podría equivocarse por los accidentes y circunstancias acaecidas en su crecimiento. Editor, La fisiología nos pone al abrigo desemejantes errores, haciéndonos por el contrario sacar todo el partido posible de una planta puesta en tales circunstan- cias mas ó menos favorables, liernardino de San Pedro abrió á los narurabstas un nuevo camino indicando las armonías de las plantas con los diversos agentes que se encuentran en relación con ellas; así por ejemplo la inspección del suelo de un pais puede hacer designar de antemano las raices que se encontrarán en él: sobre las montañas batidas por los vientos, las raices fibrosas, duras y leñosas estarán Aci- das á las quebraduras de las rocas para sostenerse contra la violencia de los hura- canes; en las tierras fuertes y profundas las raices perpendiculares irán á buscar su nutrición, mientras que las rastreras lo harán por las primeras capas de un suelo compacto; en los terrenos blandos se ensancharán los bulbos, á la vez que en loshú. medos las raices se subdividirán hasta lo infinito, y la ciencia, que no es una fútil enumuracion de las diferencias, que pueden presentar ciertos órganos en la se- rie vegetal, mostrará en sus modificaciones el resultado de aquella previsión, que sa. be adaptar cada objeto al fin á que está destinado..... Pero insensiblemente nns he- mos detenido demasido, y por ultimo solo os diré que las raices ofrecen al hom- bre y á los animales numerosos recursos de alimento, así como inmensos servi- cios á la medicina. Ellas tienen por último en su variada forma demasiado intere» para el filosofo: seguu Kirchcr los chinos formaron las letras de su antiguo alfabeto por las formas de las raices.—/. G.li- ó- les )S. as ü- an os )n lo17 a música es de todos t iempos, y existe en todo y en todas partes. El ruido del trueno y del mar, el murmu- llo de los arroyos, el que forman los árboles sacudidos por el viento, el movimiento cu fin délos mismos cuer- pos celestes son música en la gran escala de la naturaleza, que tiene al espacio por eslension, al tiempo por medida, y á los mundos por instrumentos. La música fué venerada desde la mas remola antigüe- dad: era el arte por escelencia y la ciencia de los sacerdo- tes y sábios. Gonstruia las ciudades con Anfión y las des- truía con Josué. Presidia ;i las festividades religiosas y á los juegos del circo; á la guerra y álas asambleas pacífi- cas; al foro y al hogar doméstico. En CANTICO ento- naba la música las alabanzas de los Dioses; en HIMNO las virtudes y proezas de los héroes; en ODA, los placeres de la vida doméstica y las labores del campo. La música, cubierta de velos y llena de misterios, fué considerada en su origen como hija del cielo, y cada na- ción de las antiguas tenia alguna historia particular sobre su descubrimiento, atribuyéndolo unas á Hermes, otras á Orfeo y otras á Tubalcain. Como quiera que sea, esmuy probable que las primeras pasiones y los fenómenos de la naturaleza diesen origen á la música (1), y que no existien- do toda vía dialecto alguno organizado, espresasen los hom- bres sus sensaciones por medio de gritos y de sonidos (2). En China, en donde se cantaba hacia mucho tiempo de este modo, hubo un sabio que notando la diferencia que (\j Lacépede. Poét.mus. f2j Leseur. tom. n. 3ra habia entre las armonías celestes y los aliullidos que daba el pueblo en las fiestas de la divinidad, y martirizados sus • oidoscon aquellos cantos sal vages que abandonaban al aca- so el ritmo y la entonación, se puso :í investigar las leyes músicas. No sabiendo como daría principio ni la base en que apoyarse, resolvió ir ála orilla del rio sagrado, y lo- mar por base los sonidos que por espacio de tres dias oyese al ponerse el sol. Para que los Dioses le fuesen propicios pasó ocbo dias en oración y partió al noveno. Habiendo llegado á la caida de la tarde cerca de una colina, se reco- gió aguardando á que se manifestara la voluntad de los Dio- ses, cuando al principiar el crepúsculo, silbando el viento en un cañaveral inmediato á él, formó el signo de ut. Des- pertóse á la mañana siguiente al gorgéo de los pajaritos, y observó que uno de ellos repetia incesantemente ut mi. Al tercer dia se postró á la 01 illa del torrente de donde nace el rio sagrado, é inclinando su oido á la tierra percibió en- tre los ruidos que producían las aguas del rio despeñándo- se en el abismo^ el mismo sonido grave y fuerte acompa- ñado de una multitud de otros que bibraban acompañan- do al primero y formando armonía con él. Fuera desí de alegría se levantó el sabio para dar gracias á la Divinidad, cuando hiriendo su báculo en un trozo de roca formó el acorde perfecto. Hallada de este modo la ley, hizo la música muchos progresos y se estendió rápidamente entre los pueblos del Oriente y en las Gaulas (3). Los caldeos tenian una gran música; trescientos sesenta músicos, cuyo número correspondia á los dias del año, (3) Algunos historiadores antiguos aseguran que des- de el ario del mundo 2140 habían instituido los bardos es- cuelas de música en las Gaulas.19 acompañaban al rey en sus paseos y en la guerra, cantan- do sus alabanzas y las desús ascendientes. Bajo el reina- do de losTolomeos no era en Egipto la música solo ciar- te de componer y ejecutarlos sonidos, sino que abrazaba la poesía, astronomía y baile. Los sacerdotes músicos eran los primeros personages del estado, que gozaban de inmensas prerogativas, y tenían el derecbo de juzgar al rey después de su muerte y negarle la sepultura cantando el himno de las imprecaciones. Cuatro mil levitas mú- sicos cantaban entre los hebreos las alabanzas de Jeová en el templo de Jerusalcn, acompañándose con liras, sistros, bocinas, címbalos, timbales, (rompas y cien trompetas sagradas. En Roma y en Atenas se tenia por deshonrado á quien no sabia música. Nerón apreciaba mas su reputación de músico que su cualidad de emperador. Pero pronto los bárbaros invadieron el Oriente y Oc- cidente. Les importaba poco el destruir los monumen- tos y saquear los templos; lo que ellos anhelaban era aca- bar con los libros, los poetas y sobre todo con los músi- cos: pues la esperiencia les habia enseñado que las nacio- nes vencidas serian temibles mientras quedase algún ves- tigio de ellos. Las hordas salvages tomaron esta empresa por su cuen- ta con espantosa actividad. Todo cuanto cantaba fué muerto; todo cuanto recordaba el antiguo esplendor de la patria y escitaba su amor fué quemado. A. los cantos de Olimpo, Terpandro, Timoteo y Tirteo sucedió una pesa- da salmodia; el salvage no gustaba sino de su música, y el hombre tuvo que sufrirla; y siendo bárbaro el vence- dor, debia serlo también el vencido. San Agustin, San Gerónimo y otros padres de la iglesia habían salvado al-20 gunos trozos de la melopea antigua, recogiéndola de las palabras sagradas; pero despojándola la ignorancia de sus mas bellas cualidades, le hizo perder su carácter mages- tuoso y su hermosura antigua. El arle antiguo se aniquiló. La música de los bárbaros no tenia ni melodía, ni rit- mo, ni armonía, era unasuccesion de notas como arras- tradas al acaso y sin dirección simultánea con solo la en- tonación. Esta música, si tal puede llamarse un conjunto monstruoso de sonidos, duró hasta fines del siglo X. En los succesivos dejándose conocer la necesidad de la melo- día y aumentándose el talento de los compositores y eje- cutores, las leyes músicas se hicieron claras y precisas; y en el momento en que se creia haber imitado el arte an- tiguo, se acababa de crear un arle nuevo: elcontra punto. La nueva ciencia música, quecompuesla solamente de la armonía consonante y de jiros melódicos y armóni- cos parecia por la calma é indecisión de sus formas mas análoga al misticismo católico, estuvo á pique de verse ahogada por los ribetes y adornos ridículos. Cada can- tor, ansioso de sobresalir, improvisaba notas que no es- taban en su parte, y en vez de buscar la originalidad del pensamiento y la pureza del estilo, no trataron los músi- cos sino de amontonar en sus composiciones imitaciones, cánones y Jugas unas tras otras, contentándose con agra- dar á la vista descuidándose enteramente del oido, y el maestro de capilla que compuso al Canon-enigmático, el mas difícil de adivinar, fué proclamado por el mayor músico de su tiempo. Esto duró hasta el siglo XVI, en que apareciéndose Gudimel y Palestrina, y apoyándose en la verdadera entonación, sacudieron todo aquel fár- rago escolástico, se sirvieron de la música de sus antece- sores como de medio solamente, y compusieron obras á21 las que se ha podido tal vez igualar, pero jamás esceder. Entonces se verificó en la música una revolución asom- brosa y que no tiene ejemplo en ninguno otro arte. Los trovadores de la Provenza y Picardía habian difundido hacia tiempo en Europa una música que por su melodía y armonía, su formay entilo se diferenciaba esencialmen- te del contrapunto; y sea que influyese esta en los músi- cos italianos, sea casualidad, sea imposibilidad de sobre- pujar en su estilo á los dos grandes maestros del siglo XVI, Claudio Monteverde escribió en compás de Madri- gal la disonancia sin preparación, y esta innovación tan bella como atrevida, echó abajo toda la teoría de conti'a punto, y creó el elemento de la música moderna. En breve la música profana, hasta entonces menos- preciada, tomó un rápido vuelo. Cada soberano quiso tener su música de palacio, su ópera: multiplicáronse por todas partes los conciertos y los teatros. Las cortes de Italia, España, Saboya, Inglaterra y Francia dieron en to- das sus funciones intermedios de música, de los que es el mas célebre el de Enrique III en las bodas del duque de Joyeuse. Los músicos de talento abandonaron poco á poco, aun en7 lo eclesiástico, el contrapunto, mirado hasta entonces como el arte sagrado; y Cavalli, Lulli y Haendel prepararon entre otros con su genio la senda á Glurck, Paesiello y Mozart, y estos á los representantes del arte actual. Este rasgo histórico de la música, tomado del Semana- rio pintoresco de Madrid de Febrero de 838, servirá de ampliación á la historia de este arte encantador de que hemos hablado en las páginas 1 y 201 de nuestro tomo pri- mero, al insertar dos composiciones mexicanas. Hoy te- nemos la satisfacción de publicar la que nos ha remitido y dedica á sus amables paisanas la Srta. D.a Jesús Zepeda.22 REMITIDO. Señores redactóles del Semanario de las Señoritas.—Durango Marzo25 de 1841. —Muy señores mirra:—Desde que comenzó el recomendable periódico de vdes. qui- se tener el honor de ver en él, algún art:o ilw mió, como humilde homenago á las señoritas mexicanas, de quienes soy apasionado admirador. Nada hallé m- jor pa- ra mi objeto que una poesía, por ser superior á mis talentos incultos cualquiera otra materia científica; y si vdes. encuentran esta digna de su Semanario, sírvanse vdes. señores editores insertarla después de corregirla, seguros de mi eterno recono- cimiento, pues así me proporcionan la ocasión de servir á las bellas mexicanas, y de repetirme para con vdes. su afectísimo y seguro servidor Q. B. SS. MM, Pedro José Ohera. TEMPESTAD Y MUERTE. i. H. Mas ya todo lo vio, y as! cual Neove En roca convertida. Objeto no hay que la atención le robe ■ Como el de su querida. En una estancia lúgubre y oscura Hay un lecho de muerte: Yace en él una célica hermosura Pálida y casi inerte. Delira allí la prometida esposa Tan solo con su amante: ¡Cual brama el Aquilón!... que horror ins (pira La creación toda en lobreguez envuel- ca!... Del caos informe verdadera imagen, Noche de horror y de fantasmas llena, Y do sangre, y venganzas, y esterminio 1 Eres cual ahora al orbe te presentas! Densos grupos de negros nubarrones Mas y mas cada instante el cielo pue. ¡Ay! que cu lugar de nupcias una fosa Y de los astros y la triste luna (blan,| Le aguarda en un instante. Convierten los fulgores en tinieblas. Adiós placeres, dulces ilusiones, Bbn pronto de relámpagos marcadas I ¡Quien tal cosa aguardara! Se ven de fuego momentáneas huellas,! Iba á unir himeneo dos corazones Al fin rimbomban los fragosos truenos. | Que hoy la tumba separa. Linzanse ¡oh Dios! de la celeste esfera,jDe su madre en los brazos se incorpora Rayos de destrucción... sigue un momentoi La joven moribunda; De aparente quietud, calma funesta, ¡Pero ¿qué ha visto en su postrera hora Turbada sí, por tempestad horrible ! Que en lágrimas se inunda? Que miéntrasrugemas.muy mas aterra. ¿La eternidad la habrá aterrorizado Las cataratas rómpensd del cielo. Cae el agua á torrentes so la tierra; Entre tanto á la estancia de su amada! Y atónita le mira. A pesar de la noche, y la tormenta, IVoy á espirar, la eternidad me llama, Un ausente, animoso en los peligros, ; Le dice con ternura, Se encamina frenético por verla. En mi pecho arderá de amor la llama, Ya llega, ya terminan sus fatigas, j Aun en la sepultura. ¡Que esperanzastanplácidas lo alientan!;El cruel destino nos negó el consuelo Entra al hogar, y ¡cuál su pecho late! | De llamarnos esposos: ¡Oh cuántas emocianes lo enagenan! iPero allá, dijo, señalando al cielo, ¿Qué vas á hacer? ¿qué aguardas? retroce-l Serémos venturosos..... (de,¡No pudo mas... quedóse adormecida, Muy distinto es lo que hay á lo que píen-' Su cuerpo estaba yerto.... Por no ver espectáculo tan triste (sas: Un grito horrible resonó en seguida... ¡Infeliz, por piedad los ojos cierra! I La jóven habia mnerto.—P. J. Ohera Que se queja y suspira? Empero no, que á Cárlos ha llamado,23 e un curioso boletin de la Hesperia de la semana pa- sada hemos tomado las siguientes indicaciones sobre las últimas modas de París y Londres. En aquellas capitales los colores mas de tono alas últimas fechas eran el de ro- sa bajo, el de porcelana y el matiz azul y naranjado so- bre fondo blanco, haciendo el color de naranja el mis- mo efecto que el oro apagado sobre el raso blanco de 'os vestidos. En las guarniciones de estos alternan las blondas con las gazas; y tienen la forma de túnica tanto los de raso como los de terciopelo. Un cierto cres- pón rayado llamado á la jardinera por la inmensa multi- tud de florecitas de todos colores, estaba muy en boga. El gran tono era vestidos negros de blonda con flores de ter- ciopelo azules., amarillas ó de lila. Los peinadores y tra- ges de casa se usaban de géneros acolchados de mucho re- lieve y de colores oscuros, forrados de azul ó del mismo que tiene el vestido, sobre ellos se estilaban camisetas de tafetán encarnadas, azules ó verdes. Las capas de camino se ven guarnecidas por el dobladillo de abajo con una sencilla cinta de seda; las de tertulia tenían una especie de esclavina imitando los chales de cuello y en algunas se- mejantes á las de los dóminos guarnecidas de encaje ó de piel. Habia otras capas cortas con esclavinas redondas y anchas y otras llamadas á la poloneza con esclavina pun- tiaguda y eslrañamente guarnecida: las mas de terciope- lo pardo ó de flor de granada con guarniciones de piel. Aunque los sómbrenlos crecian en tamaño conserva- ban siempre la antigua forma de ala estrecha y recogida, y la copa baja, adornados con marabouls del mismo co- lor que el sombrero; pero la falta de novedad eu ellos sereemplazaba con la que habia en los peinados. Listones y redesillas de oro y cintas de terciopelo lucían á porfía en los cabellos de las señoritas de buen gusto. Una pun- tilla de encaje cuyos estreñios vienen á recogerse en la parte posterior de la cabeza prendidos con hojas de ter- ciopelo verde, formaban el peinado de última invención llamado Fichú. Otro adorno de encaje blanco ó negro, colocado sobre el rollo principal del pelo y cayendo sus cabos hasta cerca del hombro, interpolado con los bucles y las flores se llamaba Fanchonete. Las mangas eran muy estrechas en la parte baja del brazo y modera- mente anchas del codo á los hombros. En México solo hay digno denotar que ha desapareci- do el peinado á la mariposa, resultado fácil de preveer á quien, como nosotros haya observado al admirable consu- mo de bolones redondos dorados que se hizo en el por- tal de las flores, en grave detrimento de las calzoneras de los payos. Toda moda barata se ha de estender muy pronto, y por consecuencia necesaria ha de tener una existencia muy poca duradera. Los ojos baratos de la ma- riposa y la facilidad de formar su cuerpo, estendieron este peinado con la rapidez de su vuelo, y haciéndolo muy pronto común, ocasionen que participara de la efímera duración de este insecto alado, que en llegando á serlo, termina la carrera de sus transformaciones: lo mismo que ha sucedido en el peinado de las señoritas, cuya ab- soluta sencillez actual ha dado margen á pronosticar á cierta clase de profetas: que es precursora sin duda de gran- des cambios en esta parte integrante de su tocador, y que en sus nuevas metamorfosis secundará la revolución de peinados, que hemos anunciado se verifica hoy en las cabezas femeninas de Londres y París,—/. G.z I n 25 Intre todos los pueblos conocidos sin escluir aun á los mas salvages, el baile ha sido uno de los primeros artes que han puesto en ejercicio. El baile precedió en Gre- cia á las representaciones escénicas, y á la verdad era muy natural que obtuviese esta primacía, porque la naturale- za humana para espresar sus sensaciones usa déla palabra así como del gesto, y á la manera que hay en la voz acen- tos de placer á la vez que de dolor, se reconoce también en los movimientos del rostro y en la fisonomía la espre- sion de todos los sentimientos del alma. De estos di- versos acentos lia nacido la música, así como el baile del gesto. La música y el baile han precedido pues natural- mente á todos los demás arles, y corno el primer senti- miento de la criatura ha debido ser la espresion de su re- conocimiento hacia el Criador, la primera música lo mis- mo que la primera danza han sido consagradas á la divi- nidad. En efecto, entre los hebreos el baile era una par- te de sus fiestas religiosas: Moisés, y María su hermana, después de haber pasado á pie enjuto el mar Rojo y de ha- ber visto destruido el ejército Egipcio, bailaron condu- ciendo el uno un coro de hombres y la otra uno de mu- jeres, entonando el cántico que nos ha conservado el sa- grado libro del Exodo. Las hijas de Silo danzaban en la fiesta de los tabernáculos cuando fueron robadas por los jóvenes déla tribu de Benjamín. David danzó delanicdel arca santa cuando los levitas la condujeron de la casa de Obededon á Blhleem, y en muchos de sus salmos invita á. formar coros de baile para honrar á Dios. Scaligero ase- gura que los primeros obispos dirigían el baile en los co- tom. ii.—c. 2. 426 ros en las festividades solemnes, y aun á principios del siglo pasado todavía solia usarse en el dia de Navidad bai- lar los canónigos en el coro, no solo en Francia sino también en España. Los egipcios celebraban con bailes sus misteriosas ini- ciaciones, figurando los movimientos celestes y la armo- nía del universo. Así es que danzaban al rededor de sus altares para imitar la marcha de los astros en derredor del sol, y los sabios comentadores de los trágicos griegos asien- tan: que este fué el origen de las estrofas, de las odas dePin- daro y de las que cantaban los coros de la tragedia, mien- tras que el episodio representaba la inmovilidad de la tier- ra. Luciano refiere la opinión de Pithágoras que asegura- ba ser Dios un número y una armonía; por cuya razón los griegos creian honrar á la divinidad con sus marchas é imitaciones en cadencias mesuradas. Platón en su Re- pública quiere que el legislador introduzca las fiestas y los bailes no como simples diversiones, sino considerando la danza como especialmente necesaria para dar gracia á las acciones y á los movimientos del cuerpo, en lo que según él, debe pensarse lo mismo que en hermosear y adornar el espíritu. Este sentimiento por estraño que parezca hoy, estaba fundado en la opinión que tenian los antiguos de la belleza: el que era tan sublime que no podia permitirles niaun sospechar, queun cuerpo bien formado, librey gra- cioso en sus movimientos pudiese ejecutar una acción ba- ja ó producir un raciocinio falso. Cuando se establecieron en Alhenas las representacio- nes escénicas, aquella imitación brillante de los aconteci- mientos de la vida y de las pasiones humanas debió recor- dará los griegos, que les faltaba una nueva forma en su tea- tro y quenada podria agregarse mejor al encanto de su27 espectáculo que el accesorio del baile; pero muy pronto conocieron, que la danza era por sí sola muy capaz de re- presentar una acción y desempeñar el objeto de las esce- nas dramáticas. La esprcsion del rostro en armonía con el gesto sirvió á sus bailarines y bailarinas tanto como los colores á sus pintores y las palabras á sus poetas. A la manera que la combinación de los sonidos y de los inter- valos constituye la armonía, no de otro modo dccia Plu- tarco obraba el baile no siendo sino un conjunto de variados gestos y de diversas actitudes, pues que la suspensión de los movimientos en él no son sino las pausas ó silencios de la música, á quien llamaba un baile parlero, mientras que el baile no era sino una música ó una poesía muda. Una vez reconocido el baile como el resultado del prin- cipio imitativo que lees común como á los otros artes, esta imitación debe ser su fundamento y su mas esencial objeto. Sin ella no habría sido entre los'antiguos, como no es entre nosotros frecuentemente sino una .secuela de movimiento sin espresion, de pasos arbitrarios muy poco adecuados para conmover al espectador, y que el único interés que pueden causar es el que resulta del mérito de haber vencido lo difícil de aquel paso ó la celeridad de aquellos movimientos. Así es que en Grecia á ese baile alegórico, en que se quiso representar el curso y !a marcha circular de los astros alrededor del sol, se sustituyó la representación de algunas acciones humanas, Theséo saliendo del labe- rinto, las Eumenides atormentando á Orestes &c. Seria ridículo pretender que el baile de los griegos no era una verdadera danza, porque no se parecía al ejercicio simétrico y convencional, que nosotros honramos hoy con este nombre Sócrates y Platón en sus diálogos, lian28 hablado de la danza de acción, que es lo que'hoy llama- mos baile pantomímico. Aristóteles en su poética hace espresa mención de bailarines, cuyos movimientos arre- glados por la música imitaban las costumbres, las pasio- nes y las acciones humanas. Es verdad que en Roma y en el siglo de Augusto, lle- gó esle arte á una perfección que todavía hoy nos pare- ce maravillosa, y que los romanos sistemaron este arle y lo perpetuaron hasta bajo el reinado de los Césares. Un rey del Ponto llamado á Roma por Nerón, viendo por la. primera vez un baile de pantomima ejecutado por un diestro artista, suplicó al tirano le diese aquel esclavo para servirse de él como un intérprete en las naciones bárbaras vecinas, cuya lengua ignoraba, persuadido de que el bailarín con solo el poder de sus gesticulaciones se baria fácilmente comprender de todas ellas. Este ejem- plo es suficiente para indicar que el baile era entonces otra cosa'muy distinta de lo que hoy llamamos baile, re- ducido á movimientos uniformes y regulares de los bra- zos y de las piernas, y á pasos insignificantes, notables únicamente por la mayor perfección con que se ejecutan. Las primeras tentativas que se hicieron en Italia en la época del renacimiento para dar al arte del baile su an- tiguo esplendor, tuvieron por consecuencia por único ob- jeto la representación de una acción. A fines del siglo XI para celebrar Ja entrada á Tartana de Galeas duque de Milán y de Isabél de Aragón su nueva esposa, Botta hizo representar la conquista del Toisón de oro, baile adorna- do de cantos y de diversos episodios, que dió la primera idea de las grandes óperas y de los bailes de maquinaria. Pero muy pronto sin embargo, el canto venció al bai- le y se introdujo la ópera en Francia bajo la protección29 del cardenal Richelieu. El baile ya no tuvo lugar sino en algunos pueblos en donde muchas cuadrillas de baila- dores y bailadoras, descosas de desarrollar sus gracias so- lo buscaban bellas actitudes en lugar de interesarse en la acción que hacia el asunto de la pieza. Aun se conser- va una obra titulada Baile cómico de la reina hecho en las bodas del duque de Joyeuse y de la .señorita Vaude- mont, que fué representada en el Louvre el 15 de octu- bre de 1581 en presencia de diez mil espectadores, pero no es sino una verdadera ópera, en que el baile solo ocu- pa una muy corta parle. El mismo Richelieu hizo repre- sentar en Jfi41 el primer baile grande que tenia por títu- lo: La prosperidad de las armas de Francia, en que todo era alegórico: la armonía, el orgullo, el deseo de reinar, formaban bailetes en que se ejecutaban rigodones. Duran- te la menor edad de Luis XIV, el cardenal Mazarin per- mitía que el joven rey hiciese papel en los bailes grandes de algunas óperas, hasta que los versos de Racirie le obliga- ron á abandonar esta diversión en Í669, última en que danzó en el baile de Flora teniendo ya treinta y un años- de edad. Nos hemos detenido en este largo preámbulo sobre el origen de los bailes que hemos tomado de Violet el Duque Hu el Diccionario de la conversación, para dará conocer á nuestras amables lectoras cuanto se ha alejado este es- pectáculo del objeto de su invención entre los antiguos desde su primer origen. El baile grande, tal como se comprende en Europa, mezclado de verso» que esplican el asunto de la música, que le acompaña, de las máqui- nas que le embellecen y del lujo de las decoraciones y trages de que apenas se tiene idea en México, no se reúne á estas cosas accesorias, sino como un nuevo ac-30 eesorio, siendo así que la danza, no hay duda, que es el objeto principal de un baile. Ahora bien, la danza tea- tral, dimanada de la declamación muda debe siempre re- presentar y piular una acción. Toda especie de repre- sentación escénica está sometida á esta ley inmutable, y todo lo qua se separe de ella debe llevar tras sí la frial- dad y e! fastidio. Ninguna obra dramática subsiste sino por el interés que inspira al espectador; en vano el baile grande quizo reemplazar ese interés por ¡a variedad de las decoraciones, el juego de las tramoyas, el brillo de los trages, los grupos y los pasos simétricos de los baila- rines, semejante espectáculo si atraía la atención de la vis- ta, no penetraba mucho en la imaginación, así es que se ha visto abandonado tanto en Europa como entre noso- tros, quedando reducido á refugiarse como una diversión que amenice las grandes óperas. Nuestros bailes grandes teatrales en México aun en la época de su apogeo, se limitaban ordinariamente á inter- minables entradas ó bailetes, á pasos de dos, de tres, de cuatro en que un mismo número de individuos brillaban por gracias facticias ó en hacer piruetas con cierta medida, especialmente en los solos ó padedús, hasta que el cansan- cio les obligaba á dar lugar á las comparsas, que formando figuras regulares ó vistosos grupos agotaban bien pron- to las combinaciones que pudieran tener relación con la acción que representaban; sin embargo, en obsequio de la justicia deben distinguirse dos ó tres épocas en el tea- tro mexicano con respecto al baile. Psiquis y Cupido en tiempo de Maraña, de laSendejas y de Morales no pue- den compararse con la perfección adquirida tanto en la parte bailable como en la representación de la acción con los bailes de la Niña mal guardada, la Flauta encantada.31 Osing y Ohango &c. en la época de la Pautret, ni mucho menos con los bailes de niños que dirigió su marido en el teatro de los Gallos por medio de su importante conserva- torio de baile. Aunque á la verdad ninguno de ellos pu- diese dar la mas ligera idea de los bailes griegos, ni de los modernos de Europa. Es cierto que los griegos mezclaban igualmente el baile en sus representaciones trágicas; pero sabemos también que la aparición de las Eumenides tenia un carácter tan espresivo aunque mudo, que producin el horror en el al- ma de los espectadores; la multitud huia, las mugeres en cinta abortaban y á la verdad que el baile no adq uiriria tan patéticos resultados por medio de pasos ó de saltos es- traordinarios, ni porturbillones violentos, ni por ganvelas descompasadas, sino por una pantomima espresiva v va- riada. Quinaul, el creador de la ópera francesa, en su repre- sentación de Gadmo presentó á sus héroes sembrando los dientes del Dragón, é indicó que la tierra debia producir inmediatamente hombres armados, que enristrasen sus armas unos con otros. Es evidente que si la intención del autor se hubiese llenado, el teatro habria ofrecido en ese momento un cuadro de baile interesante á la vez que bien ligado con la acción principal. En resumen, ni en los bailes de Europa ni menos en los nuestros, se ha visto ja- más la imitación de la acción como su objeto principal, por el contrario se ha sustituido á esos cuadros animados Poluciones sin objeto ó que no tienen otro que el de agradar á los ojos, mientras que en la ejecución solo se en- cuentran figuras inciertas y sin espresion, y en los bailarines y bailarinas la manifestación mas penosa de esfuerzos demasiado violentos para reunir alguna gracia.32 A pesar de esto los espectadores se contentan en Eu- ropa y se contentaban en México con un baile noble ó voluptuoso cuya perfección mecánica les parecía inimi- table considerando como una exageración los prodigios que nos refiere la bistoria del baile entre los antiguos, y como sus percepciones no iban mas allá del objeto que los entusiasmaba, ponian y ponen todavía al baile moder- no como muy superior á toda comparación. Sucede también comunmente que el mas hábil maestro de baile que enseña á dar ciertos pasos y que dá leccio- nes de conducir el cuerpo con gracia ó con actitudes ama- neradas no es mas bailarín que el maestro de escritura que ensena á formar letras pero que no es un sobresalien- te pendolista ó un calígrafo consumado, y que mil veces los discípulos y discípulas exeden muy pronto en la eje- cución las lecciones de sus mas bellas teorías, y que ha- biendo una distinción tan marcada entre el baile teatral y el de un salón ó una tertulia, no es fácil se encuentren ge- nios que posesionándose de su posición en el teatro sepan distinguir el verdadero objeto de su profesión. Esta es la razón en nuestro concepto porque algunas célebres bailarinas han llamado tanto la atención en estos últimos años así en Europa como en la América, cau- sando un furor que apenas se ha concedido á las mas cé- lebres profesoras de canto y de representación. Muchas de nuestras amables suscritoras habrán leido ú oido al ménos los grandes encomios que ocupan la ma- yor parte de los periódicos con respecto á Madama Ta- glioni y cuanto se ha hablado de la sylfida ó de Fani Es- leer, esta célebre alemana que á los veinte y dos años de su edad ha llenado de admiración á las principales ciuda- des ríe la Europa v de los Estados-Unidos, y que última- mente ha tenido en la Habana un beneficio que le ha pro- ducido once mil pesos. La litografía que acompañárnosla representa en el papel de Florinda del baile titulado: el Diablo cojuelo. — /. O.33 - Mayo 4 de 1841. el Kecpsake francés de este ano, ó sea el libro de aguinaldo para las señoritas de París y Londres que aca- bamos de recibir, liemos encontrado la siguiente novela que hemos traducido y adaptado para el Semanario, co- piando el retrato dé su heroína en la mas iuteresanle de sus escenas. En tiempo de Felipe IV habla en Madrid una pobre mu- chacha que ganaba su vida cantando algunas canciones pol- las calles, lo que le producía algunos cuartos que solian darle los que pasaban. En el quicio de una puerta con su guitarra en la mano y con una voz preciosa repetía las cantatas ó sonecitos nacionales: en la víspera de algu- nas festividades entonaba cánticos y recitaba algunas es- cenas de los Misterios de Lope de Vega, ó de los Autos sa- cramentales de Calderón de la Barca. Su trage infeliz variaba menos que su repertorio: una mantilla de seda, que habia sido negra en otro tiempo, y tan usada que casi habia llegado á la trasparencia, ocultaba su talle y cubriade tal modo su cabeza y su rostro, que apenas deja- ba ver dos ojos tan hundidos como brillantes. Durante las tardes del eslío, un público no muy selecto, pero bastan- te numeroso, asistía á este espectáculo que á mas de gra- tuito se verificaba al aire pleno: sin embargo, la buena ejecución de la cantorcita movia la compasión general y pocos dejaban de echar á sus pies alguna pequeña mone- da. Así podia vivir con alguna comodidad en el vera- uo; pero cuando llegaba el frió noviembre, la mayor par- te délos transeúntes sé pasaban de largo, y ella se reti- raba con su voz enronquecida, sus ojos llenos de lágrimas y su bolsa vacía. TOM. II. .*)34 Una tarde de invierno en que se había repetido esta es- cena, la pobre muchacha miraba con melancólica resig- nación los gramles preparativos que se hacían en todas parles para la noche buena, observaba las ventanas ilu- minadas, los coches que circulaban rápidamente, los la- cayos con galones y todos los preparativos para las cenas opíparas. El contraste de toda esta opulencia con su miseria la afligían dolorosamente, y reflexionando que aun los pobres habian recibido aquella mañana limosnas á las puertas de los conventos, se figuraba que ella sola en todo Madrid se acostariasin cenaren la nochebuena. Por la primera vez sintió debilitarse su valor: el frió y el ham- bre le aconsejaban mendigar; pero abatida, vergonzosa é indecisa no se atrevía á levantar la mano. La noche se avanzaba, Ja luna desplegaba su manto en la calle desier- ta, y los vidrios de la iglesia de San Isidro se iluminabau con la claridad de los cirios que la alumbraban. Dios mió, qué frió hace, murmuró la cantora, recogien- do cuanto pudo hacia su cuerpo la parte de su trageque no lo estaba. En este momento pasaba un hombre envuel- to en su larga capa, y ella estendiendo su pequeña mano pálida y trémula, con voz balbuciente tsclamó: ¡A. nombre del Salvador una caridad! ¡Una caridad por Dios! El que pasaba al oir la voz de una niña, le tiró algunos males que cayeron sobre las rodillas de la cantorcita: quiso levantarte para dar gracias á su bienhechor; pero le faltaron las fuerzas, vaciló y habría caido, si el caballero no se hubiese apresurado caritativamente á sostenerla. ¡Dios me ayude! gritó con otro tono muy distinto del quehabia usado para exitar la conmiseración. Esta criatu- ra se haprivado, dijo el caballero. ¿Será defrio ó dehambre? Y no hay quien la socorra.... Ni una tienda, ni una puer-35 ta abierta..... Al decir estas palabras la había sentado so- bre un poste y miraba al rededor de sí con aire inquie- to; pero felizmente esla situación embarazosa no se pro- longó demasiado, la muchacha pareció reanimarse, un profundo suspiro alivió su pecho, y desús labios salieron estas palabras: ¡Madre de Grislo, tened piedad de mí! ¡Sacad de este mundo á una joven abandonada! ílabia en esta esclamacion un acento tan vivo de sufri- miento y de dolor, que el caballero movido á compasión le dijo con dulzura: vamos, niña mia, tened valor, vos no podéis pasar la noche aquí, es preciso conduciros.! vues- tra casa. Pero si yo vivo, dijo ella con voz débil, muy lejos— Hasta la plaza de la cebada. Muy pronto se abrirán las puertas de San Isidro y yo entraré..... La iglesia es la mancion de los pobres.... Me pondré de ro- dillas en un rincón y así pasaré la noche. No leñéis fuerzas para ir á pie hasta vuestra casa, le re- plicó el caballero admirado de tan humilde resignación, venid con migo, yo os sostendré. Ella se levantó tras- tornada y casi fuera de sí. A cien pasos aguardaba al caballero una carroza á la que le dijo que subiese. Ella obedeció maquinalmente. Los lacayos se pusieron á la zaga, uno de ellos gritó: ;í la plazuela déla cebada, y las muías marcharon á galope. ¡Ah señor! ,'Eti dónde estoy, gritó la cantorcita, adon- de vamos? A vuestra casa, yo os dejaré hasta la puerta de ella, contestó el caballero, os habéis dirigido á mí en vuestra miseria y yo no quiero que sufráis mas la fatiga, el frió, ni el hambre. Tomad. A estas palabras puso so- bre sus rodillas un bolsillo de dinero, y agregó suspiran- do. Niña vos pediréis á Dios por mí. Todos los dias de mi vida, gritó ella poniendo sus lá-36 bios en la mano generosa que le presentaba aquel socor- ro. ¿Gomóos llamáis? le dijo el caballero después de un momento de silencio. Me llamo respondió, María Cal- derona, y he quedado sola en el mundo desde que mu- rió mi madre hace dos años... ¡Mi pobre madre! A este re- cuerdo se agotó su voz, apocando en sus manos el rostro y comenzó á llorar. ¿Y quien era vuestra madre? ¿qué educación os dió? preguntó el caballero. Mi madre me enseñó la música y la declamación, queria que fuese como ella una artista. Si habéis concurrido al teatro de la Cruz, acaso os acorda- réis de Lucinda, este era el nombre bajo el cuál mi ma- dre se presentó en las tablas.— La conocí, era un talento cómico y vos acaso hija mia seréis su digna succesora. Si queréis entrar al teatro, yo os podré proporcionar los medios para que seáis colocada en el coliséo real. —¿Cómo? ¿Seria posible?... ¿Qué dirían de vos pregun- tó con sencillez, viéndome en este trage?—Eso nada im- porta, yo me encargo deque os presentéis con decencia* En este momento llegaban á la plaza de la cebada. La cantorcita bajó de la carroza y como aturdida no encon- traba palabras para espresar lo que pasaba en su alma. Para llegar á su habitación el caballero le ofreció el bra- zo, que aceptó con timidez. Un lacayo marchaba delan- te de ellos con una hacha en la mano para iluminar aque- llos callejones estrechos y tortuosos, hasta llegar a su ca- sa, que era la mas negra y maltratada de todas, y cuya es- calera tan apolillada como oscura no podia subir nadie sin titubear, ni tener miedo. La cantorcita abrió la puerta, entrad señor, le dijo, á este miserable cuarto; él se había detenido en el umbral dirigiendo al centro una mirada de admiración. Sus muebles ofrecían en efecto37 singulares contrastes, la ventana no tenia vidrios, ni ha- bia otro asiento que una caja; pero su cama era de made- ra esculpida y tenia encima un cobertor d« seda, en una rinconera liabia una jarra con llores y en la otra un cru- cifijo dorado en una cruz de ébano. Esta es toda la herencia que me ha dejado mi madre, dijo la cantorcita, y esta es la cama en que murió, he querido mas bien cantar y aun mendigar hoy, que ven- der estos objetos para mí del mas tierno recuerdo. Muy bien, le dijo el caballero con emoción, estos son los mas bellos sentimientos de una noble pobreza. Cum- pliré las promesas que os he hecho. Muy pronto os ven- drán á buscar de mi parte; si entre tanto leñéis necesidad de algún socorro, ocurrid á la calle de Alcalá á la casa del Duque de Medina: presentaos sin temor, yo daré ór- denes para que os dejen verme. ¡Qué señor, seria posi- ble!... El Duque de Medina... ¡Un grande de España en mi casa! le dijo levantándose con cierto aire de respeto. Adiós hija mia, le dijo el Duque que advirtió la posición embarazosa de María, y se retiró reiterándole sus ofertas. Lacantorcita quedó largo tiempo inmóvil en el lugar que estaba: su alma llena de esperanza y de júbilo habia olvi- dado su miseria y no hacia sino contar y recontar lasmo- uedas que habia en la bolsa que le habia dado el Duque: rezó sus devociones ordinarias, y ya era muy entrado el dia cuando despertó; entonces la naturaleza le advirtió que aunque llena de satisfacciones se habia quedado sin cenar la noche buena. Seis meses después una maravillosa metamorfosis se habia verificado: la mariposa se habia desarrollado, la crysálida habia dejado su capullo y sus alas transparentes volaban en un cielo brillante; la pobre cantorcita de las38 calles había llegado á ser una gran actriz y una hermo- sura celebrada. Jamás apreció sobre los teatros de Ma- drid un tálenlo tan joven y encantador, ni un público en- tusiasta que aplaudiese con mayores transportes de admi- ración que el de la corte de España á la Calderona. Mas en medio de tantas prosperidades solo una cosa fal- taba á la gloria de María, y era presentarse á las tablas de- lante del re}' de España y ser aplaudida en el coliseo de la corte. Una vez en fin, el Duque le anunció que ibaiá presentarse en una de aquellas suntuosas representaciones, que se verificaban en el palacio del Buen-Retiro, y que debia hacer el papel de Teodora en la famosa comedia de Calderón de la Barca, el Mercader de Toledo. Cuando apareció en un teatro tan espléndido, y cuando se encon- tró á la vista de una tan bella y noble concurrencia, se sintió poseída de un temor inesplicable, y no pudo sos- tener la primera escena sino con una timidez, que acaso le sirvió para hacerla mas hechicera. La sala ofrecia en efecto un espectáculo imponente y magnífico. En el cen- tro se elevaba un dosel coronado con las armas de Casti- lla y bajo el cual estaba colocada la silla del rey. Desde lo alto de su trono, el rostro pálido de Felipe IV domi- naba su corte; los grandes de España estaban sentados á uno y otro Jado con aquel trage tan serio, que vemos to- davía en los retratos de Velazquez. Las señoras vestidas de anchas batas guarnecidas deblondasbrillaban adorna- das de ricas pedrerías. Felipe IV era joven todavía; los desastres que aflligie- ron el fin de su reinado aun no se aparecían. Indolente, amigo de fiestas y placeres, se divertia tanto como podia permitirlo Ja etiqueta á un rey de España y cuanto po- dia sufrirlo el estado de su debilitada salud. Cuando la Cal.39 derona terminó su primera escena, dió con sus reales ma- nos la señal de aplauso, y dijo en voz alia: que era la pri- mera actriz de España y del mundo entero. Estas pala- bras encontraron repelidos ecos en la noble asamblea, y á ejemplo de su señor, los cortesanos proclamaron el talento de la Calderona, y mil ramos de llores y coronas y joyas cayeron á sus pies. La comedia fué seguida de un bai- le, en que el rey se manifestó distraído y como absorto de la impresión que liabia hecbo sobre él el talento dra- mático de la Calderona. Cinco años después... ¡Y cómo pasan y con qué rapi- dez se deslizan en medio del lujo, de los placeres y de las diversiones! La Calderona salia una mañana de la iglesia de San Isidro, á donde liabia ido á oir misa, cuando un re- cuerdo penetrante y vivo hirió su corazón, representán- dole de pronto aquella triste noche en que débil y penetra- da de hambre y de frió había comenzado su felicidad y su fortuna, y desde los ladillos de su dorada carroza miraba con ojos humedecidos aquel poste, del que la había reco- gido la piedad generosa del Duque de Medina. La com- paración déla tranquilidad que disfrutaba en su alma, vi- no después á fijar con disgusto tristes comparaciones con la inquietud y displicencia, que rodeaban á cada paso su desarreglada vida. Semejantes ideas tan cstrañas hasta entonces en una mugor que disfrutaba todo el favor del Monarca, no fueron sino el relámpago de la tempestad que amagaba su cabeza y que tronó sobre ella aquel mismo dia. Las intrigas de la corte habian preparado de antemano el golpe mortal qne debia recibir en esa noche. Una or- den del rey arrancó de sus brazos á su hijo querido, que después de algunos años fué legitimado, y como el bas» tardo del emperador Carlos V tomó el nombre de D.AO Juan de Austria. Este cruel decreto estaba acompañado de una orden para salir desterrada fuera de la corle den- tro de veinte y cuatro horas. Un rayo no produce efectos mas instantáneos y terri- bles; sin embargo, después de un desmayo de algunas lio- ras eme acaso hizo menos dolorosa la ejecución de la pri- mera parle de la real orden, poco á poco pudo recobrar la energía é indiferencia de sus primeros años. Un senti- miento amargo de despecho y de indignación ocupó su corazón, y la Providencia que vela sobre sus criaturas, convirtió aquel trastorno de crueles ideas desde la desespe- ración hasla el único origen del verdadero consuelo. ¡Dios mió! esclamó volviéndose al Crislo que habia he- redado de su madre y que habia conservado siempre en su recámara: aceptad mi Dios el sacrificio de un corazón que desde hoy será solo y todo entero para vos____Tened piedad de mí____salvadme. Desbaratando después con sus manos los adornos que cubrian su peinado, y arrojando las pedrerías que ador- naban su trage: estos cabellos dijo, caerán muy pronto cortados por Ja tijera y serán cubiertos por una toca sen- cilla.... será mi único vestido un ropage de lana, una sel- da del convento de Santa Clara sustituirá el lujo de este palacio, y en los corlos dias que me restan de vida, el claustro será Ja tumba, cuya loz aoculte los desórdenes de mi vida. En vano el amor maternal quiere debilitar estas heroicas resoluciones, inútilmente clama se le permita dar el último ósculo al frutó querido desús entrañas, la car- roza que lo conducía, se encuentra ya muy lejos. Cercio- rada laCalderoua de esta triste verdad, no pudiendo sobre- pujar el combate de las alecciones que contrastan en su al- ma, no puede sostenerse, y con las manos es tendidas al cie- lo y enclavados los ojos hacia él, cae como muerta. • Los esfuerzos de la medicina logran volverla en sí, y los empeños de sus domésticos consiguen se demore «1 cum- plimiento de la orden dem tratado de mecánica. Tom ii. 6nales á su masa. Aquel cuya masa fuere diez, veinte ó cien veces menor, recorrerá en el mismo tiempo un es- pacio diez, veinte ocien veces mayor." R. — En esto nada absolutamente encuentro yo de falso, estoy pronta á defender la opinión del Semanario. G.—Pues yo estoy pronta también á combatirla, y acercándose por allí Manuelita, no sería malo que nos sir- viera como de tercero en discordia. R.—Mejor será D. Narciso, que viene acompañándola, y aunque es hombre y nuestra disputa de mugeres, po- dremos preguntarle lo que no comprendamos. X G.—Manuelita, D. Narciso, buenas tardes. Nos encuen- tran vdes. nada menos que en una cuestión científica so- bre la inteligencia de este párrafo del Semanario (lo lee), el que yo digo que es falso. R.—Y yo digo que no. G.—Para manifestar mi acertó supongo que ó los cuer- pos deben caer en iguales tiempos, y en este caso caerán primero los mas grandes conforme á la primera ley de la atracción, pues que esta crece en los cuerpos á propor- ción de su masa. Luego no puede hablar el párrafo en cuestión de los cuerpos cuando decienden; pero tampoco puede hablar «le los cuerpos que giran horizontalmente porque sucede lo mismo, los grandes corren mayores es- pacios que los pequeños. Manuela G.—Eso de ninguna manera debe concederlo Regina. 7J._Ya se vé que no lo concedo; porque dime, si ti- ras esa silla en que estás sentada y la llave de la puerta, ¿cuál irá mas lejos? G._La llave; pero eso consiste en que la llave es mas grave que la silla y esto la hace ir mas lejos. Si te pare-43 ce haremos la esperiencia con dos cuerpos homogéneos ó de una misma naturaleza. R.—Si, pero vamos al jardín, para que allí lo hagas prácticamente, tirando dospiedrasuna chica y otra grande. R.—Ya estamos en lacha. Esta piedra pesará como ocho libras y la otra una libra no mas. G.«Pues hago la esperiencia, pon cuidado, ya las tiro. R.—¡Ha ha! completamente hemos ganado, la chica ha llegado hasta el cuarto naranjo, y la grande se quedó cerca del segundo. G.—Ya, pero eso fué, porque pesando mucho la pie- dra grande, me ha falseado el brazo al tirarla. R. —Pero esa no puede ser razón. Narciso B.—Si es razón, pues lo que quiere decir D.a Guadalupita es, que no comunicó iguales fuerzas á ambas piedras. R.—Pues que las tire otro que tenga suficientes, ó que me dé otra razón ó ponga otro ejemplo, en que no haya tantas dificultades. G.—Aquí tienes uno que me ocurre muy claro; viste al entrar que desde la cabecera del jardín corrieron D. Narciso y mi hermano Juanito, ¿cuál llegó primero al otro estremo? R.—D. Narciso, porque tiene mas fuerzas que Juanito. G.—Y porque se le acabaron primero á Juanito, aun- que empezaron la carrera con igual velocidad. R.—Yo niego que llevasen al principio velocidades iguales. G.—¿Cómo no? pues no observaste, que hasta cerca de los fresnos habían corrido iguales. Basta lo dicho y no creo que puedas tú ponerme ningún ejemplo en contra- rio; de lo que infiero que tampoco hablará el Semanario de los cuerpos que se mueven horizontalmente.44 R.—¿Quién sabe si estaremos entendiendo mal lo que dice el Semanario? Volvamos á leerlo. G.—Pero tú ya me lias concedido, que de dos cuerpos disparados con iguales velocidades, irá mas lejos el gran- de, por la razón deque al chico se le acaban primero las fuerzas. R.-SÍ (2). N.—Podría agregar también que la resistencia se au- menta en razón de las superficies, y que los cuerpos gran- des de una misma figura aunque contienen mas materia, presentan menos superficie y por consiguiente deberán tener menos resistencia; pero los cuerpos con menos re- sistencia andan mas, luego los cuerpos grandes camina- rán con mayor velocidad. (2) Pero yo no señoritas, que lie estado callado hasta ahora: y ya que por la bondad do vcLs. al servirse remitirme su comunicado quieren darme parte se- guramente en su conversación, me-permitirán les suplique antes de todo se sirvan leer no solo el párrafo en cuestión, sino desde donde comenzó á hablar de la atrae, cion que es en la página 151). Mi Sra. D. rt Guadalupita creyó haber entendido muy bien todo lo anterior, y encontrando dificultad en el párrafo de que se trata, seguramente no ha creído necesario volver á. leer desde el principio ni tampoco el fin, y de hay procede que califique de falsa una consecuencia necesaria de las pri- meras leyes de la atracción, mientras que mi Sra. D. 3 Regina agraviando su bue- na penetración y sus talentos, acaso cree superior á su sexo ó á su edad la inteligen- cia de estas nociones, que como hemos ofrecido, he procurado poner al alcance do las mas cortas inteligencias. Desde luego advertirán vdes. que la atracción ha sido descubierta por decirlo así, por el inmortal Newton, meditando sobre la forma de las elipses planetarias y so- bre las causas que hacían variables sus celeridades, lo que esplicó demostrando, que había una atracción entre ei sol como el centro del sistema y los demás planetas, y después como una consecuencia: que todos los cuerpos del planeta que habitamos eran igualmente atraídos hacia el centro de la tierra. Por consiguiente, al decir- se en el párrafo de la disputa que sí dos cuerpos se atraen marcharán al aproximar- se con mas velocidad el chico que el grande, espresé terminantemente „estando uno y otro libres para moverse," lo que únicamente puede convenir á los planetas, y de. ninguna manera á los cuerpos que existen en el globo terráqueo, supuesto que el centro de la tierra no está libre para moverse hácia el cuerpo que se le aproxima ya perpendicular ya horizontalmcntc. Así es que en el último párrafo de la misma pá- gina 152, digo: que la atracción no puede ser demostrada por experimentos directos, qne pudieran repetirse en un gabinete de física. Mi Sra. D.a Regina podía haber quedado triunfante con solo hab«r leido áD." Guadalupita esta parto del artículo, y mi Sra. D. " Guadalupita no se habría cansado en manifestar los efectos de la gravedad ó de la atracción ó pesantez, ni mucho meii'w en tirar piedras, ni en cue*- tionar el premio de la carrera á D. Narciso, porque las fuerzas vivas que producen la velocidad del movimiento tienen muy distintas reglas que las de ¡a atracción, y por lo mism > no pueden servir de argumento al tratarse puramente de la atracción....... Pero continúen vdes. que ya me olvidada, que no soy mas que un interlocutor en una conversación í que han tenido vdes. la bondad de convidarme.45 R.—¿Y podría V. probarme que los cuerpos grandes de la misma figura que los chicos tienen menos superficie? N.—Muy pronto y muy claramente señorita, aquí tie- ne V. unos dados ó lo que llaman los geómetras cubos. Pues bien ¿cuántas superficies presenta uno solo? R.—Seis.—N.—¿Ylos dos unidos?—R.—Doce. N.—Cuéntelas V. bien pues no son mas que diez. R.=Es verdad. iV.=Una V. tres que parece deberian dar diez y ocho. R.=No son mas de quince. iV.=Pues ya ha observado V. como vá duplicando y triplicando la masa sin duplicar ni triplicar las superfi- cies (3). R.==¿Pero no podría V. ponerme otro ejemplo mas claro que el de las piedras y el de la carrera? N.—S'i señorita. Si de un cañón se disparan dos balas, una de ocho libras y otra de una, camina mas la de ocho; y aquí no puede V. negarme que haya iguales velocidades. R.=Es cierto (4). (3) El Sr. D. Narciso me permitirá que le repita las espresionc» del párrafo en cuestión que dice: si dos cuerpos se atraen, estando uno y otro libres para moverse &c. Si hay resistencia, ya no están libres para moverse y por consiguiente no esta, mos en el caso de que hable el párrafo de la cuestión. Esto solo bastaría si mi si- lencio sobre su teoría de las superficies no pudiera dar á entender que estaba de acuerdo con ella; pero V. me dispense una ligera reflexión aunque no viene al caso en el asunto de que tratamos. La resistencia disminuye la fuerza, no en razón de las su- perficies que tiene el cuerpo, sino de la superficie o superfiieies que chocan con el impedimento, que se opone á la velocidad. Con los mismos dadjg que tiene V. en la mano puede convencerse do ello. Si arroja uno perpendi rularmente, la superfi- cie que mira para abajo y las cuatro laterales, tendrán que vencer la resistencia del aire; pero la que mira para arriba nada tiene que resistir, ni por consiguiente puede disminuir nada la velocidad en la caida. Ahora bien, si V. arroja los tres dados per pendieularmente uno sobre otro, la resistencia mayor la sufrirá la superficie común que mira para abajo, y si los une V. horizontal mente la resistencia será ma3'or por- que debajo de estas tres superficies ha de haber mayor número de columnas de ai- re que las que hay bajo una sola. (4) Pues para mí no lo es que las haya, pues el impulso de la pólvora obra en razón de la superficie de la bala, y siendo mayor la de ocho libras que la de una, no hay tal igualdad. Pero aun cuando así no fuese, la bala obra por una fuerza de im- pulsión, y la cuestión es de dos cuerpos, que 6e mueven por atracciones mútuas. La tala encuentra resistencia en su misma gravedad, en el aire y demás obstáculo* quo se le oponen, y el párrafo habla de dos cuerpos libres para moverse.46 G.=¿Pero para seguir nuestra cuestión no seria conve- niente que entendiésemos lo que es atracción? A/.=Yo entiendo por atracción la propiedad que los cuerpos tienen de descender al centro de la tierra. G.—Pues esa definición obra en mi favor; porque re- cuerdo mi primer argumento, y entonces se contradice la primera ley de la atracción. 2V.—No desprecio la definición de D.a Manuela, por- que aunque lia definido la gravedad, losfísicos convienen en que atracción y gravedad son una misma cosa. Yo di- ria.que atracción es una potencia por la que todos los cuer- pos y aun las moléculas de ellos se dirigen unas hacia otras ó tienden á unirse recíprocamente. R.—Pues según eso resulta que un cuerpo como dos atrae á otro como uno con mayor fuerzr que el segundo al primero, y por lo mismo que el cuerpo como uno, que es el mas chico; anda con mayor velocidad que el grande, que es lo que dice el párrafo. Acércate;! esta mesa Gua- dalupe y supon que este vaso grande y esta copila se atraen mutuamente. Supon además que si fuesen iguales, puesto cada uno en un estremo de la mesa, como se atraían con fuerzas iguales, llegarían á un mismo tiempo á su cen- tro; pero la copa es atraída por el vaso que es doble en tamaño, y por consiguiente recorrerá, teniendo tres varas la mesa, dos, mientras el vaso solo andará una. G.—Basle pues loque has dicho; pero hazme entender esa atracción: ¿se tiran, se avientan, ó cómo? Esplícate, porque no le entiendo, ni menos, como puedan ir el uno hacia el otro sin que se les comunique movimiento ¿Oca- minan solilos hasta encontrarse? R.—Pues yo sí lo comprendo. G. — ¡Ha, ha, ha! ¿Conque solo se atraen y se ponen47 en movimiento los cuerpos en lu concepto? Pues yo creo que nadie tendrá ideas tan estravagantes, ni mucho me- nos el autor del Semanario quien nos dá á entender que no se atraen estando quietos, cuando liace aquella pregun- ta ¿por tjué un hombre pasando cerca de Ja Catedral no es atraido por el edificioy no queda pegado á sus paredes? (5), N.—Según la definición que he dado, yo diría que cuan- do Newton, de quien la he tomado, dice que los cuerpos se atraen recíprocamente, no entendió que hubiese una po- tencia residente en los mismos cuerpos, que los pusiese en movimiento y los hiciese obrar unos sobre otros y como fuera de sí mismos y solo usaba la palabra atracción para manifestar un hecho cuya causa es desconocida; de manera que dice muy bien D.a Guadalupita, que estando dos cuerpos quietos es imposible se atraigan. Estas son las palabras de Newton: «No me detengo aquí á exami- nar cual puede ser la causa de la atracción si efecto de la impulsión ó de otra causa para mí desconocida, y uso de esta palabra para significar en general una fuerza, por la cual tienden los cuerpos recíprocamente unoshácia otros." R.—Todo eso será muy cierto y basta que V. lo diga; pero siendo tan terca Guadalupe como yo, no hemos de quedar convenidas, si no nos convencemos una ú otra de nuestro error; mejor sería que ocurriésemos á los editores del Semanario, para que nos hicieran entender este párrafo; porque nadie debe estar mas penetrado de su verdadero sentido que el que lo ha escrito. (5) Hablamos señorita, aunque parezca importuno, de dos cuerpos que se atraen estando uno y otro libres para moverse, ni el vaso ni la copa se encuentran en esta circunstancia, porque uno y otro son atraídos por el centro de la tierra hacia donde gravita, ni el ejemplo de mi Sra. D.a Itegina es un esperimento, porque la •tracción no puede demostrarse por eeperimentos directos; pero la atracción gene- ral del sistema planetario está casi demostrada y por ella esplicó Newton la regu- laridad del movimiento de los planetas del modo mas satisfactorio.43 G.—Buen pensamiento; pero encuentro dos inconve- nientes: í.° cjue no tenemos comunicación con esos se- ñores, y lo 2.° que no acabañamos en contestaciones epis- tolares. Sería mejor escribirles: que se sirviesen insertar en uno dé sus números nuestra conversación ó disputa, para que resolviendo nuestra duda en el mismo Semana- rio, todas sussusci itoras, ó por lo menos aquellas á quie- nes baya ocurrido la misma dificultad, queden desenga- ñadas como yo y aun convencidas de lo que nos digan, sin hablar mas en este pnnto. R.—Estoy de acuerdo absolutamente. M.—El pensamiento es bello. ¿Pero cómo se habían de dar al público en el Semanario las ideas de vdes? ¿Qué les fallará que poner á sus editores? G.—No ciertamente, no. ¿Pero acaso las zacatecanaa no podemos raciocinar*cqVno cualquiera otra suscritora al Semanario? Además que aunque sea yo la mas tonta de todas, deseo comunicarles mis tonterías, y eslees un medio inmejorable. N.—Yo me encargaré si vdes. gustan de suplicarles in- serten su conversación en el Semanario, pues aunque no tengo relaciones con dichos señores tampoco lo creo ne- cesario. G.—Bueno. ¿Pero V. nos promete que la verémos en alguno de los próximos cuadernos? iV.=Sí, confiado en la voluntad desúseditores=R. (6). (6) Con la mas grata satisfacción liemos obsequiado los deseos de nuestras ama- bles suscritoraa zacatecanas, y procurado resolver su duda en cuanto nos lo permi- ten nuestras cortas luces y lo estrecho de nuestras columnas, pues á pesar de haber usado de letra mas pequeña no nos queda lugar hoy para ampliar mas nuestros con- ceptos; pero ofrecemos para el número siguiente estenderen otroanículolas nocía, nes generales de la atracción, distinguiéndola de. la pesantez que es la causa que en nuestro concepto ha producido la duda ó falta de claridad en el párrafo que ha da. do margen á este artículo. Por lo demás, celebramos infinito la remisión de él, porque nos indica dos cosas de la mayor satisfacción para nosotros, la primera la afición a la lectura y a las ciencias que va e atendiéndose ya en el bello sexo mexicano, y la segunda que nuestras pobres tareas van logrando el objeto que nos hemos propuesto que no e* otro «¡no el de interesar útilmente í nueitras amables suscritoras.—/. Q.49 MAYO 11 DE 1811. Rasgo característico df, la heroína del condestable de Chester, novela de Walter Scott. TÉS -ÜíIvelina, pobre castellana de diez y seis años, pobre hija viuda de tu padre, tú te ves reducida ;í defender tu posesión de Guarda-Dolorosa contra Gwenwyn, el príncipe de Powys-land que ha matado á tu padre delante de tus ojos y al frente de las murallas de tu castillo, por que sir Ray- mundo Berenger no quería, siendo un antiguo gefe nor- mando, entregar á su hija á un gefe bretón, al mas procaz y mas cruel de sus enemigos. Tú te ves sola, pobre nina, contra la hacha de Peug- wern, contra el lobo de Pljnlimmon, que ha desplegado el dragón blanco ó la bandera de Gwenwyn á la vista de los muros de Guarda-Dolorosa; pero yo te veo baj6 lacus- dia del cielo aunque no tengas en la tierra para defender- te sino solo á Flammock Wilkin, un artesano flamenco que parece dispuesto a hacerte traición y venderte por algunas monedas de oro, y al padre Aldrovando tu con- fesor que tiene el miedo mas grande al voluntario que le va á imponer la carencia de todos los víveres en el casti- llo sitiado. En vano este religioso te hace esperar los socorros deílugodeLacy, el condestable deChester, aquel mismo que te habia pedido en matrimonio, después de ha- berle visto en un torneo. Tú nada esperas; porque sabes que el condestable debe haber partido para la cruzada que ha predicado Baudouin, arzobispo de Gantorbery, y mas de la mitad de los arqueros y de los hombres arma- dos que defendían el castillo, han perecido la víspera en el tom. n.—c. 3. 750 combate, en que la cabeza deRaymundo Berenger ha cai- do bajo la terrible masa de Gwenwgyn. Y sin embar- go tú soportas la desgracia con alma intrépida. Jamasen una muger agoviada por el dolor se ha visto una digni- dad mas notable. Apenas el sol de la mañana ha venido á iluminar tu se- gundo dia de duelo, cuando por tí misma haces la ronda en los reductos avanzados como el gefe mas aguerrido. Para animar el corazón de los valientes y alentar á los mas tímidos, tú les enseñas algunas veces el manto negro que flota al rededor de tí como el emblema de tu infortu- nio y el puñal cincelado que has colgado en tu cintura co- mo un objeto mas precioso para tí, que tu rico collar y tus costosos braceletes. Tú cuidas de los heridos, de las rnugeres, de los niños, de los viejos, de todo el mundo, escepto de tí misma; por- que para dar el ejemplo espones tu vida al tiro de las fle- chas délos enemigos. Durante la noche haces la centi- nela sobre la torre en lugar de un soldado que está dor- mido: salvas al pobre Peterkin Wost y continúas ve- ando con la pica en ia mano, mientras que Flammock mismo cede al sueño y que el padre Aldrovando se duer- me á su vez, recitando los salmos penitenciales. La religión por fin viene en tu auxilio. Postrada de ro- dillas en tu oratorio delante de una imagen de la virgen, invocas á tu divina protectora y le dices suspirando. «Señora mia bondadosa De Guarda-Dolorosa, Guando en tal riesgo me ves, Dígnate de proteger A la huérfana Evelina, A Evelina Berenger."«Mis penas sonexesivas, pues parece que Dios se com- place en castigarme, y mis lágrimas caen en la pila del agua bendita mezclándose con ella. Un gefe bretón á quien aborrezco, no contento con haber conducido á la tumba á mi querido páare, quiere también apoderarse de mi corazón y mi castillo. Enviadme para que me defien- da un guerrero escogido por vos, y yo os prometo desde ahora elegirlo por mi esposo, pues que ni dones ni plega- rias obtendrán de mí el perdón de aquel malvado. Para vengar á mi noble padre, para reinar en mis posesiones y para que me agrade nada importa sea el que fuere... Pero le amaré además constantemente si se parece al ca- ballero cuya imagen se me ha representado ensueños." Apenas termina su plegaria, cuando el estruendo de las firmas resuena en la campiña. Evelina recobra su valor, Nuestra Señora de Guárda-Dolorosa ha escuchado su ora" cion. La caballería del condestable de Chester se avan- za, dando una carga á sus enemigos y el condestable mis- mo á su cabeza. Apenas supo este, que Evclinase hallaba en peligro retarda su marcha á la Palestina y viene á des- truir el campo de los bretones, á herir de muerte al feroz Gwenwyn y á rendir los últimos homenñges á Sir Rai- mundo Berenger. ¿Y es él, acaso á quien te ha enviado la virgen sania, á la que acabas de hacer un voto tan solemne? Porque Hugo de Lacy se te presenta después de la victoria como tu li- bertador y viene á pedir tu mano, aunque la imágen de ese viejo y valiente guerrero no es la que se te ha aparecido en sueños. ¿O mas bien es Damián de Lacy, el nielo del con- destable que viene al lado de su padre, y á quien aunque miras por la primera vez, lo reconoces desde luego por el caballero á quien viste soñando/52 En vano el condestable ha vengado la muerte de tu padre, en vano su enlace debe colocarte en el rango de una princesa, tú no puedas resolverte á darle la mano. Consuélate Evelina, tú sufrirás todavía algunas pruebas; pero Nuestra Señora tendrá piedad de tí, y sin que tú te rehuses á cumplir tu voto, lu dulce protectora enviará á Damián de Lacy en socorro de tu corazón, como envió al condestable en auxilio de tu castillo. Federico de courcy. CTraducido de la Galana de mugeres de IValter Scott.J A María.-POESIA. . i. tls dulcísimo en oriente E] lucero reluciente Que anuncia la luz del dia; Pero es mas bella la frente Y el mirar de mi María. Dulce sueño de mi infancia, Grata flor cuya fragancia Es fragancia de alegría, Nunca olvides mi constancia, No la olvides mi María. De mi pena en el desierto Tú me conduciste al puerto Del sosiego vida mia; Ya no sigo rumbo incierto, Ya me ampara mi María. De bu voz la melodía Es tierna como el arrullo Del ave al romper el dia, Es mi delicia, mi orgullo, Es mi encanto mi María. No ya pasión turbulenta Que en medio de la tormenta Al destino desafia, Hoy el sosiego alimenta Mi amor y el de mi María. lílanca nube que se mece Sobre la quieta laguna, I Que candida resplandece Con el brill j de la luna, Tan bella así me parece. Flor pura que besa ufana La onda del limpio arroynelo, i Hermosa cuanto galana, | Hija querida del cielo ! Desde su edad mas temprana. Tal la miro: es mi tesoro Mucho mas grata que el oro; Pues mas que toda armonía j~ Suena en mi alma un „yo te adoro" De boca de mi María. La luz la miro en su frente Como mas resplandeciente, De su labio nacarado Sale el viento perfumado, No hay pesar que no me auyente. II. Bello ángel de mi amor, no ya en mu Siento cundir el obstinado fuego (venas |Que tanto tiempo redobló mis pena».53 Por siempre padecer yo me decia Y desgarraba á mi dolor la venda. ¿Por siempre padecer? ¿y ciego hundía El puñal en mi pecho atormentado? Loco obstinado levanté la frente, Vi el porvenir, maldigemi destino, Y en frágil barca lánzome al torrente Y me duerme el bramar del torbellino. Yo te acusé mi Dios al entregarme Al esquife sin velas y sin remo, Compadecido el Hacedor bendice I:.■_. 145. MliNTiisiASMADO por la benévola acogida que ha obtenido mi esplicacion del último «elipse, consagrado á las bellas lectoras del Semanario de las Señoritas, voy a darles ahora la mano......¡Jesús......! ;Qué;atrevimionto......! ¿La mano......? ¿V á todas......? ¿Qué, no sal» V., señor articulista, que en nuestra patria afortunadamente está pro- hibida la poligamia hasta por la santa religión.....? Lo sé señoritas, sé que lo está co- ran la tolerancia religiosa de. derecho, y aunque deseara yo no fuera así, á mí de nada me valdría supuesto que aun á los mahometanos les es permitido tener nada mas de aquellas mugeres que pueden mantener......; pero no se trata de mi mano, porque siesido corno todas, no merecería ocupar vuestra curiosa atención. La que pongo en las preciosas vuestras, es la admirable mano astronómica y cronológica que veréis en la estampa, con aquello» ajos con que visteis el eclipse del 5 de febrero. Ella, cuando el fastidio de la enojosa ahuja os haga abandonar el bastidor, será instructiva y de- leitosa, os demostrará verdades matemáticas muy agradables, y con el placer que sentís cuando adivináis en la tertulia los complicados enigmas, hallaréis entreteni- miento en la misma divertida tertulia; y en esta mano, oculta bajo un número y una letra toda la clave cronológica, para poder vosotras sin ayuda de maestro, for- mar cada año el calendario, señalar las fiestas movibles en él, las conjunciones, cre- cientes, llenas y menguantes de la luna, con solo que honréis este artículo y la es- tampa con aquella atención inestimable con que veis los pormenores de un retrato querido. Como el tiempo sea por su naturaleza una cantidad real, supuesto que tiene todas las propiedades de aumento y disminución, de igualdad ó desigualdad; sin embargo, «i se quiere conocer una cantidad de tiempo corrido, es de necesidad ocurrir al mo. vimiento de los cuerpos, una vez que nosotros carecemos de otros medios de juzgar, intervalos sucecsivos, ni de compararlos entre sí. La medida del tiem]x> supone en consecuencia el movimiento, así como este supone el espacio, y para probarlo noa basta andar. La presencia del tiempp se hace perpetuamente sentir: todo está so- metido á sus leyes: la destrucción y la reproducción de los séres se ejecuta en el tiempo: su curso rápido nos arrastra consigo...... Kl momento en que digo saludán- doos, á los pies de r.dcs., está yaléjosdc nosotros. Supuesto que el tiempo corre necesariamente de una manera constante y uniforme, el movimiento mas propio para hacernos conocer la cantidad y por consecuencia para servirnos de medida, debe ser aquel que por su naturaleza sea mas simple 6 igual; en una palabra, debe ser aquel que siendo una voz impreso á un cuerpo, na- pa menos que por la mano omnipotente del Criador, se conserve y le haga recorrerMESES. VÍAS Jfnero.......31. fh crtentu amieii tiwíisinstoTiaie .2,8. Jffaryo.......32* iJire... .31. ejae»cmlMANUEL MI CHELT O RUNA.55 «n tiempos iguale!", iguale! espacios. De aquí es, graciosas señoritas, que los mo- vimientos del sol y de la luna hayan sido vistos siempre como las mejores medida» del tiempo. I,a astronomía, pues, nos ha enseñado á dividirlo para los usos de la vida. Se puede decir, que el orden y la multitud de nuestros negocios, de nuestros deberes, de nuestras diversiones; el gusto de la exactitud y de la previsión en nuestras citas; nuestras costumbres en fin, nos han hecho esta medida del tiempo indispensable, y easi la han elevado al numero de las necesidades de la vida. En consecuencia, una persona instruida y de una esmerada educación, no deja de avergonzarse de no saber cuando se le pregunta, ¿para qué sirven 6 qué signifi- cará en los libros de la iglesia o en los calendarios el Auréo número, la Epacta, la letra Dominical, el Cielo Solar Slc. Estas y los que los leen, se imaginan que es menester estar muy versado en la astronomía para comprender y esplicar toda» aquellas cosas, y con esta opinión, descuidan ó no procuran instruirse. Si bien es verdad que los diferentes ciclos no han podido ser inventados sino por los mas há- biles astrónomos, no lo es menos que con alguna dedicación es fácil comprender su naturaleza y uso: divertido y sorprendentemente agradable, el buscarlos y obtener exactos resultados. Estas verdades me han sugerido á pensar cuesta pequeña obra, cuyo fin e» ofre- cer á las señoritas mexicanas, una ligera instrucción cronológica ó de lo que con- cierne á la medida y distribución en el tiempo, y á creer verán con placerla espiten, cion que someto á sus atractivas miradas. Si no tuviéramos fiestas movibles, ó que caen en diversos dias cada ano, no ne- cesitaríamos los ciclos, que no son otra cosa que un cierto periodo ó sucesión de números, hasta un término dado. El ciclo solar, por ejemplo, es un periodo de veinte y ocho años, cumplido el cual, los domingosy demás dias de la semana vuel- ven á suceder, en la misma cantidad del mes que sucedieron veinte y ocho años antes. Se llama ciclo solar, no porque tenga relación con el curso del sol, sino porque antiguamente el domingo era llamado {diez snlis] dia del sol; y porque este ciclo fué inventado para hallar la letra que marca en cada año los domingos ó la domini- cal. Vais á ver señoritas en el siguiente párraro en qué consiste la precisión de que este periodo sea de veinte y ocho años y ni mas ni menos. Como el año común ó egipcio es de trescientos sesenta y cinco dias, y no contiene un número cerrado de semanas completas, sino que los trescientos sesenta y cinco dias hacen cincuenta y dos semanas y un dia, los años que se siguen no comienzan en ti mismo dia de la semana; por ejemplo, el corriente comenzó en viernes, y como acabará en viérnes, es necesario que el cntrantu do cuarenta y dos comienzo en sá- bado, acabe en el mismo dia, y el de cuarenta y tres principie y concluya en domingo. Resulta pues, que las fiestas llamadas fijas, porque suceden siempre en el mismo dia numérico del mes, caen sucesivamente como e) primer dia del año en los diferentes de la semana; así es que si todos los años fueran comunes, el ciclo solar no seria evi- dentemente sino de siete años; porque como se ha dicho antes, teniendo cada uno56 cincuenta y dos semanas y un dia, i lus siete se completaría otra semana, y ya el oc- tavo año comenzaría el mismo dia du la semana en que principió el primero; pero como hay años bisiestos ó du trescientos sesenta y seis dias cada cuatro años, el ciclo Holar no puede completarse si no es conteniendo siete años bisiestos, a fin de que el dia de exeso do cada uno de estos complete otro semana, y entonces se verifique que comience el año veinte y nueve, en el mismo dia de la semana en que comenzó el primero. Ya veis señoritas que esto es curioso, fácil de comprender y fundado todo en la razón; pues una vez que tenéis sabido lo que es ciclo, voy a explicaros el de el Aureo número y la Epacta, datos que necesitáis para entender y esplicar la mano de la tstampu. Va hemos visto que las fiestas fijas caen siempre en la misma cantidad del mes, y cada veinte y ocho años también en el mismo dia de la semana: ahora pues, vamos á ver que las movibles lo son porque se arreglan por el curso de la luna; y como esta tenga su movimiento anual mas rápido que el del sol, ha sido necesario otro sido para concordar ambos. Este es el Aureo número, llamado así porque causó tanta sensación su admira, ble combinación, que en la antigüedad se escribia con letras de oro. El arregló el curso del sol y de la luna, así como el cielo solar el de los dias de la semana enquo comienza el año; de manera que cada diez y nueve cumple la luna con el sol, toda la diversidad de conjunciones, cuartos crecientes, llenas y menguantes. Ahora bien: respecto de la Epacta, para que vdes. bellas lectoras fácilmente com- prendan lo que es, me tomo la libertad de hacerles observar que el año solar se com- pone, como llevamos visto arriba, de trescientos sesenta y cinco dias, seis lloras y mi- nutos, y el lunar de trescientos cincuenta y cuatro, ocho horas, cuarenta y ochominu. tos, treinta y seis segundos; así es que doce meses de sol, ó el año solar, exeden en cerca de once dias, a doce meses de luna, ó sea al año lunar; de modo que, cuando el sol acaba el suyo, la luna tiene ya once dias del año siguiente. Pues á este exeso es al que sollama Epacta, de las palabras griegas Epi que significa sobre, y Acta que quiere decir exeso. Tiénese, pues, cada año mucho cuidado de juntar estos once dias de Epacta con los del venidero: así es que si un año tuvo once, el siguiente tieno veinte y dos y el tercero treinta y tres; mas como treinta dias forman ya un mes, se quitan, y solo bc dice que tiene tres. Para saber colocar todos estos siclos, los hombres de todos tiempos han necesitado calentarse mucho la cabeza, haciendo cálculos de aritmética y álgebra; mas yo he escudriñado y revuelto muchos libros cansados, y manuscritos viejos y modernos, á fin de lograr que los podáis hacer, bellas mexicanas, sin necesidad de ocurrir á aque- llo» ramos de ¡a ciencia. Estos ciclos son indispensables para la colocación de las fiestas movibles en el calendario, muy en particular, la de la Pascua de Resurrección, que como veréis mas adelante, arregla todas las demás. Dios maridó á. los judíos en el capítulo 13 de! levítico: „Que celebraran la pascua, ó su paso por el mar rojo, el primer mes y la noche del dia catorce." Hay que ad- vertir quo entonces el primer mes era marzn; porque el año de los judíos era lunar y do57 tal modo arreglado, que se llamaba primer mes aquel, cuya llena caía en el dia del equinoccio ó inmediatamente después. La iglesia sin embargo no quiso alejarse mucho de esta regla, y decidió en el concilio de Nicea el año de trescientos veinte y cinco, que para distinguirnos de los judios, la pascua fuera celebrada, no el dia catorce de marzo, ó en el dia de la llena, sino en el domingo inmediato: así es que aunque caiga en domingo la llena, no se celebra aque- lla sino hasta e) otro siguiente, de donde se deduce la regla infalible que la pascua no debe jamas suceder antes del veinte y dos de marzo, porque se ha sentado arriba que debe celebrarse el primer domingo después del dia de la llena. Así cayó en el año de mil quinientos noventa y ocho, de mil seiscientos noventa y tres de mil ochocientos diez y ocho, y caerá en el de dos mil doscientos ochenta y cinco. Tampoco podrá acaecer mas allá del veinte y cinco de abril, lo que sucede raras veces, como en mil quinientos cuarenta y seis, mil seiscientos sesenta y seis, mil setecientos treinta y cuatro, y sucederá en mil ochocientos ochenta y seis, mil novecientos cuarenta y tres del siglo venidero, dos mil treinta y ocho y dos mil ciento noventa. Pues bien, amables señoritas, á fin de saber en qué dia de los treinta y cinco qua hay desde veinte y dos de marzo á veinte y cinco de abril inclusive, cae la Pascua de Resurrección, necesitáis tres datos para buscarlo en la mano; el primero el Aureo nú- mero, el segundo la Epacta y el tercero la letra Dominical. El primero lo vais á ha- llar sin necesidad de operaciones difíciles, aritméticas ó algebraicas, con el sencillo método del ejemplo siguiente. Queréis vervi gratia, saber el del año de mil ocho- cientos cuarenta y dos: quitareis (como para buscar el Aureo número de todos los años del presente siglo) se quitan pues mil y quinientos: quedan trescientos cuarenta y dos; por cada veinte se cuenta una unidad, así es que los trescientos teniendo quince veintes nos dan quince unidades y los cuarenta dos, hacen diez y siete, y los dos del pico forman diez y nueve. Este pues será el Aureo número de cuarenta y dos. >Si pasare de diez y nueve se rebajará esta cantidad, y el resto será el Aureo número bus- cado. Si aun después de rebajados exediere de diez y nueve, se volverá á rebajar es- ta suma, y lo que quedare, espresará el número que se desea saber. Siguiendo el ejemplo de mil ochocientos cuarenta y dos, ya que tenéis el primer dato, señoritas preciosas, él os dará el segundo que es la Epacta, con solo repartir aquella suma en los tres puntos del dedo pulgar que veréis abajo de la mano: en él hay un cero, un número diez y un veinte. En cicero diréis uno; en el diez dos; en el veinte tres; en el cero otra vez cuatro; en el diez cinco; en el veinte seis; en el cero siete; en el diez odio; en el veinte nueve; en el cero diez; en el diez once; en el veinte doce; en el cero trece; en el diez catorce; en el veinte quince; en el cero diez y seis; en el diez, diez y siete; en el veinte diez y ocho; en el cero diez y nueve; y como esa «ca la cantidad que sacamos arriba, y nos tocó acabar junto al cero, no tenemos mas que unir la cantidad que, acabamos de repartir, con la que está en el dedo, como se practica cuando se acaba la repartición en frente del diez 6 del veinte; así es, que en nuestro caRo, solamente dirémos diez y nueve en el cero, menos uno que se rebaja siempre, quedan diez y ocho que será la Epacta de mil ochocientos cuarenta y dos. Queréis saber el Aureo número y la Epacla de mil ochocientos cuarenta y tres: , Tom n. 858 practicareis la misma operación de rebajar mil y quinientos, y reunir las quince uni- dades de los trescientos restantes, á dos de los cuarenta, que liarán diez y siete y tres del pico, veinte; mas como recordareis, lectoras bellas, que siempre que exeda de diez y nueve esta suma se rebajarán de ella diez y nueve, quedará en uno y esc diréis c» el Aureo número de ocbocientos cuarenta y tres. Con ese uno pasamos al dedo, y c» evidente pararemos luego luego en el cero al decir uno; y como una unidad se rebaja siempre de la Epacta que dá el Aureo número repartido en los tres puntos del dedo, diréis que no hay Epacta, lo que se designa con una estrellita así *. Ya veis preciosas, que sencillamente sabéis buscar y hallar el Aureo número y la Epacta, pues con mucha mayor facilidad hallaréis el tercer dato necesario, para sa- ber por la mano todas las fiestas movibles de todos los uiios. No tenéis mas trabajo que ver en la tablita qne está al frente de la estampa el lu- gar en que se encuentra el número de la Epacta que ya supisteis por el dedo, y aba- jo veréis la letra Dominical que le toca. Continuando el ejemplo de mil ochocientos cuarenta y dos del que ya sabemos será la Epacta diez y ocho, ocurriendo á la tabla de la mano, veremos bajo este número diez y ocho, letra B; y como dijimos antes que para cuarenta y tres la Epacta será estrellita, ocurriendo á la misma tabla, veré- mos 43-*-A y A, será su letra domininal. Pues muy bien, con este número sabido y la letra hallada, pasaremos á buscar en la mano todas las fiestas movibles de ochocientos cuarenta y dos y las hallarémos con él tan sencillo, como combinado método que sigue. Busquemos, comenzando por el 23 del dedo pulgar y hácia la parte interior de los dedos hasta donde encontrémos el número diez y ocho ya sabido, y allí clavare- mos un alfiler para evitar olvido. Luego por la parte esterior buscaremos la letra ya conocida que para cuarenta y dos hemos visto será B, no conformándonos con la primera que encontrémos, ni con las semejantes'si las hubiere antes del alfiler cla- vado y donde la hallemos después de él, clavaremos otro 6 el mismo que nos sirvió; pues ya no es necesario en aquel lugar, y principiarémos á buscar las ficBtas comen- zando á contar con el número de dias que se dice en frente de la mano. Queré. mos, (verbi gratia) saber ¿á cuantos de qué mes de ochocientos cuarenta y dos cae- rá el miércoles de ceniza? buscarémos en frente de la mano y verérnos que necesi tamo» comenzar la cuenta con cuatro de febrero; y así dirémos: fclrero cuatro en la D del pulgar, cinco, en la E; seis, en la B'; siete, en la Gj ocho, en la A; nueve, en la B; y como allí está clavado el segundo alfiler, concluirémos acertivamente, diciendo que será ceniza á nueve do febrero. Querémos saber á cuantos será jué- ves santo, ocurrirémos como entes al frente de la mano, y como víamos diga, se de- be comenzar la cuenta (siempre en la D del pulgar) con diez y nueve de marzo, di- rémos en la D, marzo diez y nueve; en la E, veinte; en la F, veinte y uno; en la G' veinte y dos; en la A, veinte y tres; y en la B, veinte y cuatro; y como allí hallé- mos el alfiler, podémos con totul seguridad decir: caerá el jueves santo en el año venidero, en el mes de marzo, y á veinte y cuatro de él. Querémos por último, sa- ber & cuantos será Corpus, y haciendo la misma operación, verérnos frente á la ma- no, se debe comenzar á contar con veinte y uno de mayo en la D del pulgar, y59 hallaremos será a veinte y seis del mismo, por estar el alfiler en la 1¡. De este mo- do sencillo se determinan todas las demás fiestas movibles, empezando la cuenta para todas, en la 1) del pulgar, y con el número dedias, que para cada una se dice al frente de la mano, y acabando por asegurar acaecerá cada una, en el número de dias, con que lleguémos á la letra, en que se halla clavado últimamente el alfiler. Hay que tener presente, bollas mexicanas, que cuando la Epacta sea veinte y cin- co, podíais con razón dudar el lugar en donde clavar el alfiler, por encontrarse este número en dos puntos déla mano: en el uno, con el veinte y seis en esta forma, 26... XXV y en el otro, de esta manera, 25...21. Para no errar pues, tengo el gusto de advertiros deberéis adoptar el XXV de números romanos que está junto al 26, siem. pre que el Aúreo número de aquel año, fuere menor de 12; pero si fuere doce ó pasa- re de esta cantidad, tomaréis entónces el segundo 25 de números arábigos que está junto al 21, y allí clavaréis vuestro alfiler. Si hallareis alguna vez concurrir la le- tra Dominical con la Epacta enfrentito, no tomaréis aquella letra, y sí la semejante que le siga para fijar en ella el alfiler. En las demás Epactas no hay cosa que du- dar; v así, con entera confianza de que os saldrán bien vuestros cálculos, podéis clavarlo en el lugar donde las hallareis en la mano, recordando que la esirellita es Epacta, y en consecuencia también debo clavarse en ella cuando le toque á el año, como sucedió á los de mil ochocientos cinco, ochocientos veinte y cuatro, y suce- derá á ochocientos cuarenta y tres. Por último, encantadoras criaturas, si el año que buscáis fuere bisiesto, tendrá necesariamente dos letras Dominicales, y vosotras no haciendo caso de la primera, buscaréis en la mana la segunda; advirtiendo añadir entónces una unidad á las fiestas de enero y febrero; y nada á las demás de los meses siguientes. Si se acaba, re el mes en que se empieza á contar, sin llegar todavía á la letra Dominical apun- tada en la mano con el alnlcr, continuaréis con el siguiente hasta llegar á el lugar donde esté aquel; procurando no olvidar que aunque sea bisiesto el año, febrero para esta cuenta tiene siempre veinte y ocho dias; y cuidando de contar los de treinta por treinta, y los de treinta y uno por treinta y uno: á fin de que los tengáis pre- sentes y á la vista, he puesto en la estampa de la mano, los doce meses con su nú- mero de dias al frente. Para mayor claridad os pondré el ejemplo de buscar el dia de Pascua do Resurrec- ción del presente año de ochocientos cuarenta y uno: su Aureo número es diez y ocho; porque quitados mil quinientos, los trescientos cuarenta y uno restantes nos dán diez y siete veintes, es decir diez y siete unidades, y la otra que sobra hasta 41, hacen el número diez y ocho: la Epacta que le tocó es siete; porque repartido aquel número en el dedo del modo que llevo dicho, al decir diez y ocho, tocamos con el veinte del dedo, cuyas dos sumas hacen treinta y ocho, y quitando los treinta, por hacer un mes, y la unidad que se quita siempre, nos quedaron siete: su letra Domi- nical es O, porque es la que está en la tablita de la mano debajo de siete. Busca- do en la nianoel mím?ro siete de la Epacta porcl derredor interiur de los dedos des- de la I) del pulgar, venimos á hallarlo en la cima del dedo de en medio, y siguien. do de allí por la parte eslerior, á buscar la lelra C, daremos con ella en la segund60 coyuntura de] dedo cuarto 6 anular. Clavado allí el alfiler, vemos al frente de la mano que para hallar resurrección, se comienza la cuenta con veinte y dos de mar- zo; y así dirémos: veinte y dos, en la D del pulgar; veinte y tres, en la E: veinte y cuatro, en la F; veinte y cinco, en la G; veinte y seis, en la A; veinte y siete, en la B; veinte y ocho, en la C; veinte y nueve, en la D; treinta en la E del índice; trein- ta y uno, en la F; 1. ° de abril en la G; dos, en la A; tres, en la B; cuatro, en la C; cinco, en la D; seis, en la E del dedo de en medio; siete, en la F; ocho, en la G; nueve en la A; diez, en la B; once en la C del dedo anular, y como allí está el alfiler, dirémos que el domingo de pascua de mil ochocientos cuarenta y uno, cayó en el mes de abril y el dia once. Ved señoritas cualesquiera calendario de este año y quedaréis agradablemente sa- tisfechas de la exactitud de este método. En resumen señoritas, para q<¡é formados vuestros cálculos por lo dicho antes, po- dáis conocer si están ó no bien hecho?, os diré por regla general que hallada la Pas- cua de Resurrección de cualquiera año, la septuagésima será sesenta y tres dias an- tes; miércoles de ceniza, cuarenta y seis; primer domingo do cuaresma, cuarenta y uno; segundo domingo, treinta y cuatro dias; tercer domingo, veinte y siete; cuarto domingo, veinte; quinto domingo, trece; y sesto, seis dias; antes de pascua todo»' Igualmente aníes del domingo de Pascua de Resurrección, á los treinta y ocho dias del miércoles de ceniza, será el viernes de Dolores; el juéves santo, á los cuarenta y cuatro, viérnes santo á los cuarenta y cinco, y el sábado de gloria á los cuarenta y seis. Las fiestas movibles después de pascua, son: las rogaciones á los treinta y seis dias; la Ascención, á los cuarenta; pentecostes, ó pascua de Espíritu Santo, á los cincuenta; la Santísima Trinidad, á los cincuenta y siete, y el juéves de Corpus, á los sesenta dias. Modo de saber los efectos de luna. Para calcular las lunas nuevas, crecientes, llenas y menguantes, no os asustéis bellas, con creer necesitaréis instrumentos astronómicos, ni las tablas complicadas que para saber el instante en que suceden, Ies son indispensables á los astrónomos; á vosotras lectoras apreciables, os importa bien poco la exactitud de las horas y mi- nutos, as! es que para que sepáis el dia, tengo el place- de daros la regla mas sen- cilla que he hallado. Sabido el nümero de la F.pacta, á este se le agrega una unidad por cada uno de los meses que hay de marzo á diciembre; y otra unidad mas que se llama concur- rente y se agrega para conocer el dia de la conjunción, solo cuando el mes antece- dente á aquel en que se busca esta, tuvo treinta y un dias. La suma del número de la Jipada, la del de los meses y la unidad del concurrente, si es que se agregó por haber tenido treinta y uno el mes anterior, se restará el todo de treinta, y lo que quedare señalará el dia de la conjunción. ¿Queréis señoritas saber á cuantos será la conjunción de) presente mayo del cor- riente año, en el que como ya sabéis la Epacta es siete; pues como tenemos que agre- gar una unidad por cada mes desde marzo, dirémos así: por marzo uno, y uno por(¡I abril, dos, v otro por mayo tres; con que tres de meses, nada de concurrente por- que abril tuvo treinta no mas, y siete de Epacta, hacen diez; á treinta van veinte, y así diréinos que el dia veinte será la conjunción del mes de mayo de mil ocho- cientos cuarenta y uno. ¿Queréis saber la de diciembre del mismo año corriente? diréis siete de Epacta, diez, del uno por cada mes que hay desde marzo á diciem- bre y uno de concurrente, porque pasadojunio á los demás meses tengan ó no trein- ta y un días, se les agrega aquella unidad, hacen diez y ocho; á treinta van doce: así es que á doce de diciembre podéis asegurar será la conjunción: quedaréis agrá, dablemente satisfechas al ver la exactitud en cualesquiera buen calendario de es- te año. Si el número de la Epacta fuere muy subido, como veinte y nueve por ejemplo, T se buscare la conjunción de un mes como diciembre, es evidente que veinte y nue- ve de Epacta, diez de meses, y uno de concurrente sumarán cuarenta. En este ca- bo y sus semejantes, no se resta de treinta sino de sesenta, y se dirá que en el pro- puesto, será la conjunción á veinte, porque de sesenta hemos quitado cuarenta. Como no haya reglas sin escepciones, esta tiene las suyas, y estas, que son po- cas, las encontraréis en los siguientes tersillos para fijarlas mas en la memoria, pro- curando aplicarlas en sus casos literalmente. Escepciones de las reglas que es menester tener muy presentes para no equi. tocar el cálculo. El concurrente es marcado Al consagraros mi afecto. Bello sexo mexicano, Para vuestro gusto y uso Las reglas del calendario, Os doy por esplicacion, Que cuando es bisiesto el año Y la Epacta sea una estrella, A febrero sea quitado Desde luego el concurrente; Y lo hallaréis tan exacto Cuanto á vuestra inteligencia Puesto en término el mas claro. Siendo Epacta veinte y seis O veinte y siete, os encargo No enumeréis concurrente Al febrero ya citado, Y pasando el mes de junio El concurrente es probado Que lo hay en todos los meses Hasta el de diciembre helado. Cuando Epacta es veinte y tres O veinte y dos, os aclaro, Quo en setiembre y en noviembre, Con dos, en lugar del uno. Que está puesto en todo caso; Cuya regla es conveniente Para nunca equivocaros. Y si completaseis treinta, O si de estos se ha pasado, Del nümero de sesenta Deben ser ellos restados. Si el mes tiene treinta y uno Y á primero se ha notado Que hay conjunción, desde luego La habrá al fin y a de contado. Y si hay veinte y ocho de Epacta, Como principio asentado, Asegurad que á febrero La conjunción le ha faltado. Estas reglas ninfas bellas, Con sumo placer he dado, Porque os deseo tan instruida» Como un astrónomo sabio, Y que como en diversión Forméis vuestro calendario.# G2 Método ¡¡ara responder en tutlo tiempo la edad déla LUNA. Cuando alguno os preguntare en cualesquiera día, ¿que edad tiene hoy la luna> ó lo que es lo 7nismo, cuántos dias haee que fué la conjunción ó la llena? no tenei i señoritas mas que recordar la fecha del día en que se os haga la pregunta, arru - garle el número de la Epacta del año, y una unidad por cada uno de los meses des. de marzo, como dijimos antes, y la suma os dará lo que buscáis. For ejemplo: ¿qué edad tendrá la luna, ti dia 11 del presente mayo en que salió este número del Se- manario? Diréis, do mayo once.............................................................................. 11. j De Epacta siete...................................................................................... 7. > 21. De meses desde marzo tres....................................................................... 3. ) Luego hay desde la conjunción veinte y uno, hasta el dia en que se pregunta, y esos diréis qué hacj fué la conjunción. En consecuencia la llena fué seis dias an- tes del once de mayo. Hay'que hacer una pequeña reflexión, y es, que todos los efectos de luna acae" cen en el dia astronómico, y los astrónomos cuentan sus dias, no desde las doce d : ¡a noche á las doce de la noche siguiente, como nosotros; sino desde las doce del dia, á las doce del dia siguiente, por lo que puede sucederos que según las cuen. tas que hagáis la conjunción sea el dia quince por las reglas dadas, y resulte en el calendario que fué la víspera en la tarde ó en la mañana siguiente. Método para averiguar el dia de ¡a semana en que una persona nació. Por complemento de este artículo, os esplicaré, amabilísimas lectoras, una curio- sidad que no os será desagradable practicar. Todos sabemos por lo regular, la fe- cha del dia en que nacimos ó en el que nos ha acaecido alguna cosa próspera 6 ad- versa; como el dia de la boda, muerte de nuestros padres, de nuestros hijos ó ami- gos n otro notable accidente; pero ignoramos por lo común en qué dia de la sema- na cayó esa fecha, y esto que es curioso y á veces interesante lo averiguaréis con las tablitas que pongo para este objeto A el fin de este artículo que he tenido la complacencia de trabajar esclusivamente para vosotras. Una linda mexicana sab.- que nació el dia catorce de enero de mil ochocientos veinte y cinco, no tiene mas que buscar la Dominical de aquel año en la tabla titulada cómputos desde 1800 ó 1900, y allí verá que la que tocó A 825 fué B., y pasando á ver que letra tiene á su lado ese dia catorce de enero en la tabla rotulada Letras perpetuas para cada dia del año, hallará que, es G. Pues para saber qué dia de la semana es esa G.,"recur- rerémos hacia atrás las siete Dominicales siguientes: B. A. G. F. E. D. C., y diré- mol, B, fué domingo. C, lunes. D, márles. E, miércoles. F, juéves y G viernes- Luego la señorita que salió á luz el 14 de enero de 182ÍÍ, nació en un dia viernes, i'.n que pueda haber equivocación en esto. El dia 23 de junio de 1767 se publicó en México el bando de cspulsion, y se aprendió á los jesuítas. En la tabla rotulada Le tras perpetuas, veréis en junio toca A el 23 la letra F. que apuntaréis; y en la titulada Epnctas y Dominicales desde63 1750 á 171)9 veréis que á 1767 lo tocii por Djminicul la D. ocurriendi) á las letras B. A. G. F. E. D. C, dirémos, D, fué domingo; E, limes; F, martes, luego la F una dice que fué martes el 23, y podéis asegurar que la orden para la espillaron jesuíti- ca se publicó y ejecutó en México el martes2.1 de junio de 17(i7. Para comprobar vosotras mismas la exactitud infalible de este método sonedlo, no tenéis mas señoritas, que recordar un suceso del cual sepáis la fecha y dia de la semana, decid á una amiga vuestra lo busque par las reglas dadas, y veréis con gusto, por la facilidad con que lo acierte, la se guridad que debéis dispensa! á la ope- ración. Ya me parece os veo arrugar esas arqueadas cejas que los poetas llaman arcos, desde donde Cupido, asestando sus flechas a nuestros bravos pechos, convierte nues- tras entrañas en las de tímidas palomas, y temeroso do fastidiar vuestra preciosa aten- ción, he reducido este artículo á lo que indispensablemente exige la claridad de explicación: si por esta causa algo pareciere oscuro, á la menor insinuación vuestra, me apresuraré á esplicarlo mas. Por ahora termino el artículo dándoos hechos los cálculos desde 1800 á 1900: los corridos hasta el presente año, para que viendo cualesquiera calendario de los pasados que tengáis á mano, os aseguréis de la con- formidad; y los venideros, para que haciendo el cálculo vosotras por las reglas que he tenido la honra de indicaros, ya como adivinanzas de tertulia, en las vues- tras, ó ya ayudadas por pasatiempo de vuestros inmediatos admiradores que disfru- tan la dicha inapreciable de trataros con familiaridad, podáis confrontar y no que- daros, hermosas, ni la duda mas pequeña del acierto. Perdonad señoritas este pequeño obsequio á el que todo género de trabajo que hu- biere impendido en arreglarlo de la manera que os lo presenta, lo dará por bien empleado si mereciere la buena acogida que es cspcrablc de las finas 6 ilustradas suscritoras del Semanario do las Señoritas Mcx icanas, á quienes, si se dignan sus- cribirse, avisándolo á los señores editores dol Semanario, ó apuntando su nombre en la lista que al efecto llevarán los repartid ores al entregar el número siguiente á este, dedicaré el año entrante, comenzando en enero, un cuaderno cada quince días oí 1.° y medio del mes, con una graciosa carátula, una ó dos litografías finas y de escogido dibujo y veinte páginas dej tamaño y letra de este Semanario por cuatro reales que importa su costo de imprenta, estampa y papel, conten endo pu. ras curiosidades instructivas y divertidas, todo clásico ó romántico, cuyos cuader- nos al fin del año formarán dos tomos completos que no desdeñarán tener en su biblioteca los viejos y los jóvenes, los sabios y el bello sexo. El redactarlos ha costado algunos años de desvelos y trabajo á el autor de este artículo, quien al tener el sentimiento de cesar de hablaros, bellas mexicanas, paladea la satisfac- ción de deciros atentamente os besa los pies. Manuel Michcltorena.64 EPACTAS y DOMINICALES DESDE 1840 A 1900. 1840 41 ¡2 13 44 43 46 47 48 Y.l JO 33 54 53 28 II II 11 5 14 6 t7 u i 20 i 12 ! Dominicales........ C D C B A BO E D C B A G !)C B A G 56 57 38 39 60 61 62 63 64 65 66 67 68 89 70 23 4 13 26 7 18 II 22 3 14 23 6 17 28 F E li C B A <; F E D C B A i; F E I) C 1! 73 74 75 76 77 7K 79 80 SI 82 83 84 8-¡ 9 20 1 12 27, 4 13 26 7 18 II 22 3 n G F E [i C It A ('. F E 1) C B A G F E XX) 86 r> 87 6 88 17 89 90 91 92 93 94 93 96 !I7 98 99 1 Kpactas............ 28 9 20 1 12 23 4 13 26 18 c B A (i F E I» CB A G F E 1) C B A G F Día del mu con aue se comienza á contar en la ü de PuUjar para sacar las fiestas anuales. Septuagésima con 18 de Enero. Sexagésima con 23 de Enero. Quincuagésima con I." ile Febrero. Ceniza con 4 de Febrero. Dominica primera de Cuaresma con 8 de id. Témporas con II de Febrero. Dominica segunda con (5 de Febrero. Dominica tercera con 22 de id. Dominica cuarta con l.° de Marzo. Domingo de Pasión con 8 de id. Viernes de Dolores con 13 id. Jueves Santo con 19 id. Resurrección con 22 id. Dominica in Alvis con 29 id. Dominica segunda con 5 de Abril. Donínica tercera después de Pascua con 12 Ídem. Patriocinio con id. id. Dominica cuarta con 19 id. Dominica quinta con 26 id. Las lclanias los tros dias siguientes .1 la ante- rior Dominica. Ascención con 30 de Abril. Pentecostés con 10 de Mayo. Santísima Trinidad con 17 de Mayo. Témporas de la Trinidad Santísima con 13 id. Corpus Cristi con 21 id. Dominica segunda después de pentecostes. con 24 id. y asi se sacan las otras domini- cas después de pentecostes añadiendo 7 á la última que se sacó. El adviento se saca viendo en el siguiente renglón la Dominical del año y arriba se hallará la fecha del día. 27 , 28 , 29, 30 B C 1) E de Noviembre. . 2, 3, F G A de Diciembre. Las dominicas después de Pentecostes son ya mas ya menos; pues si la dominal hallada está con el dedo pulgar ó en la raya que se sigue serán 28; si en el índice 27; si el dedo del medio 26; en el anular 23; si en el mañique 24 y si mas abajo 23. Las otras témporas caen después de la dominica tercera de adviento y después de 14 de Septiembre, en miércoles viernes y sábado. Las velaciones «c cierran desde Ceniza hasta el domingo ¿ti Aléis y desde adviento hasta el dia de Reyes ambos inclusives.65 COMPUTOS DESDE 1.8Ü0 A 1.900 INCLUSIVES. o o c M J c 3 < ? < ¿ 8 D O s o 2 o Ed OMIMC ¿ o (4 Z S Años % 6 tí < < D ? ££ Letra D Ciclo sc Indiccio Letra d aiios H s < O a H H iJ Ciclo so Indiccio Letra d - *~* 1800 15 4 F E 17 o o j d 1842 10 B o 801 16 15 D 18 4 q 843 1 A A 4 1 p 2 17 26 C 19 5 G 44 1 1 G F c O 2 1 3 18 7 B 20 o % 45 22 Q O E O 4 19 18 A O ül / t 46 4 D 7 I 5 1 * F o O i 47 C O C Q O p 6 11 E oo Q i i 4o fj 25 B A q 6 f 7 3 D O 1 1 í\ 1 u 4y I G I 11 f 8 4 3 C B ¡33 1 1 11 c ¡)U Q O 17 F 1 1 11 B o 9 5 14 A oc Ko lo i) i r. i .)i Q «JO E 10 Q M 10 6 25 G OT 5Í7 1 o v X1 Q y D C i .1 1U 11 7 6 F na yo 1 A 14 1 53 11 >>' i ! B 1 A 11 ii \ 12 8 17 E 1) l lo 8 54 12 1 1 A 15 10 13 9 28 c 2 1 M 55 13 lis G 16 13 ni 14 10 9 B 3 2 i 56 L4 •Tí F E 17 14 D 15 11 20 A 4 3 A 57 lo D 18 15 a 16 12 1 G F 5 4 a 58 i -1 •> C 19 1 q 17 13 12 E 6 5 ni ¿>y 1 7 26 B 20 o G 18 TA Za D 7 6 D 60 18 7 A G 21 3 g 19 1 tí 10 A 4 C 8 7 d til 19 18 F 22 4 t 20 i í; Lh lo B A 9 8 q G 62 1 . # E 23 5 Y 21 17 Olí G 10 9 63 Q D 24 6 1 22 1 o lo 7 F 11 10 DI- «1 O 22 C B 25 7 C 23 Ib 18 E 12 11 t íí^ o»> 3 A 26 8 c 24 1 # D C 13 12 P bu 0 i -i (í 27 9 P 25 2 11 B 14 13 1 67 6 25 F 28 II) F 26 3 22 A 15 14 C 68 7 6 E D 1 11 f 27 4 3 G 16 15 c 69 8 17 C 2 12 8 23 5 14 F E 17 1 P 7» 9 28 B 3 13 M 29 6 25 D 18 2 F 71 10 9 A 4 11 i 30 7 6 C 19 3 f 72 11 20 G F 5 15 A 31 8 17 B 20 4 s 73 12 1 E 6 1 a 32 9 28 A G 21 5 M 74 L3 12 D 7 2 m 33 10 9 F 22 6 i 75 14 23 C 8 3 D 34 11 20 E 23 7 A 76 15 4 B A 9 4 d 35 12 1 D 24 8 a 77 16 15 G 10 5 q 36 13 12 C B 25 9 in 78 17 26 F 11 6 G 37 14 23 A 26 10 D 79 18 7 E 12 7 íí 38 15 4 G 27 11 d 80 19 18 D C 13 8 t 39 16 15 F 28 12 q 81 1 « B 14 9 P 40 17 26 E 1) 1 13 G 82 11 A 15 10 1 41 18 7 C 2 14 g 83 3 22 G 16 11 C TOM. II. 066 t - es SE ¿ O P j; | 5 J y. O % o H o y o Ü t¿ AÍiüS < H M O i". 1884 4 3 F E 17 12 c 885 5 14 D 18 13 p 8G 6 25 C 19 14 F 87 .7 6 I! 20 15 f 88 8 17 A G 21 1 a 89 9 28 F 22 2 M 90 10 9 E 23 3 i 91 11 20 D 24 4 A 1892 893 94 95 96 97 98 1899 C 1¡ A G F E D C fi A o I LETRAS PERPETUAS PARA CADA DIA DEL AiÑO. EN URO. FEBRERO. A. 1. ---y- 8. 15. 22 y 29. D. 1. 8. 15 y 22. 1). 2. 9. 16. 23 y 30. E. 2, 9. 16 y 23'. 0. 3. 10. 17. 24 y 31. F. 3. 10. 17 y 24. D. 4. 11. 18 y 25. G. • 4. j 11. 18 y 25. E. 5. 12. 19 v 26. A. 5. 12. 19 y 26. F. 6. 13. 20 y 27. U. 6. 13. 20 y 27. G. 7. 14. 21 y 28. C. 7. • 11. 21 y 28. MARZO. i i ABRIL. D. 1. -V- 8. 15. 22 y 29 G. 1. -v 8. 15. 22 y 29. E. 2, 9. 16. 23 y 3U- A. 2. 9. 16. 23 y 30. F. 3. 10. 17. 24 v 31] B. 3. 10. 17 y 24. G. 4. 11. 18 y 25. C. 4. 11. 18 v 25. A. & 12. 19 y 26. D. . 5. 12. 19 y 26. a 6. 13. 20 y 27. E. 6. 13. 20 y 27. c. 7. 14. 21 y 28. F. 7 14. 21 y 28. MAYO >-,- JUNIO. H. 1. 8. 15. 22 y 29. E. 1. --V,- 8. 15. 22 y 29. C. 2. 9. 16. 23 y 30. F. 2. 9. 16. 23 y 30. D. 3. 10. 17. 24 y 31. G. 3.' 10. 17 v 24. E. 4. 11. 18 y 25. A. 4. 11. 18 "y 25. F. 5. 12. 19 y 26. B. 5. 12. 19 y 26. G. (i. 13. 20 y 27. C. 6. 13. 20 v 27. A. 7. 14. 21 "y 28. D. 7. 11. 21 y 28. JULIO AGOSTO. --v-- ( i. 1. 8. 15. 22 y 29. C. I. 8. 15. 22 y 29. A. 2, 9. 16. 23 y 30. D. 2. 9. 16. 23 y 30. B. 3. 10. 17. 24 y 31. E. 3. 10. 17. 24 y 31. C. 4. 11. 18 y 25/ F. 4. 11. 18 y 25. D. 5» 12. 19 y 26. G. 5. 12. 19 y 26. E. 6. 13. 20 y 27. A. 6. 13. 20 y 27. F. 7. 14. 21 y 28. B. 7. 14. 21 y 28. 67 SETIEMUHE. OC TUMI É. •---,---—> '--,--- F. 1. 8. 15. 22 y 29. A. 1. 8. 15. 22 y 29. G. 2. 9. 16. 23 y 30. 11. 2. 9. lli. 23 y 3(1. A. 3. 10. 17 v 24. C. 3. 10. 17. 21 v 31. B. 4. 1!. 18 y 25. 1). 4. 11. 18 y 25. C. 5. 12. 19 y 26. E. 5. 12. 19 y 26. n. 6. 13. 20 y 27. F. 6. 13. 20 y 27. E. 7. 14. 21 y 28. G. 7. 14. 21 y 28. NOVIEMBRE, DICIEMBRE. i_,-' n---v--* X). I. '8.:- 15. 22 y 29. F. 1. 8. 15. 22 y 29. E. 2. 9. 16. 23 y 30. G. 0 9. 16. 23 y 30. F. 3! 10. 17 y 24. A. 3. II). 17. 24 y 31. G. 4. 11. 18 y 25. B. 4. 11. 18 y 25. A. 5. 12. 19 y y 26. 5. 12. 19 y 26. B. 6. 13. 20 27. %. 6. 13. 20 v 27. C. 7. 14. 21 y 28. E. 7. 14. 21 y 28. NO TA. ¡33=Si fuere el año bisiesto serán en febrero F, el 25—G, el 26—A, el 27-B, el 28—y G, el 29. Para fijar en la memoria las letras con que empieza cada\ mes, supuesto que ja se sabe no son mas que de la A á| la G en el orden alfabético} y que llegando álaG se vuel-{ ve á comenzar con la A, no puedo marcarlas mejor que señalando cada letra con que empieza el mes con una de aquellas cualidades que tanto realzan a las bellas mexi- canas. Cl'ALliJAUKH DE LAS Meses. Letras, mexicanas. Enero.........................................A-mabilidad. Febrero.......................................D-ulzura. Marzo.........................................D-elicadeza. Abril..........................................G-enerosidad. ¡ Mayo..........................................B-eneíicencia. | Junio..........................................E-stilo. Julio...........................................G-arvo. I Agosto.......................................C-aslidad. ¡Setiembre.....................................F-ranqueza. ¡Octubre.......................................A-fabilidad. (Noviembre...................................D-onaire. I Diciembre....................................F-idelidad.68 EPACTAS y Dominicales desde 1750 hasta 1799 para averi- guar el dia de la semana de su nacimiento ó algún suceso no- table, próspero ú adverso, ú las personas de los 50 últimos aJios del Siglo próximo pasado. .LPACTA. Letra i Letra Años. Dominical. Años. Epacta. Dominical. 1 7Sfl JUDU oo tGC D 1775 28 A 1 OÍ o •> C 776 9 G F Oto 14 B A 77 20 E til OO tío G ta 1 D 54 f. 0 F t .1 12 C 55 1 7 E 1780 tío 1> A 56 28 D C 781 4 G 57 9 B 82 15 F 58 20 A ! 83 26 E .59 1 G 84 7 D C 1760 12 F E 1 85 18 B 761 23 D 86 * A 62 4 C 87 11 G 63 15 B 1 88 22 F E 64 26 A G 89 3 D 65 ' '< -7' F 1 1790 14 C 66 18 E 791 25 B 67 * D ! 92 6 A G 68 11 C B 93 17 F 69 22 A 94 28 E 1770 3 G 1 95 9 ü 771 14 F | 96 20 C B 72 25 E D 97 1 A 73 6 C 98 12 G 74 17 B I 99 23 F 69 Continuando las nociones elementales de esta ciencia que publicamos en el número 7 del primer tomo, nos reduciremos á dar una idea del aparato inventado por Cavendish, por medio del cual ha demostrado esperimen- talmente la propiedad esencial de la materia que se llama ■¿tracción; pero según ofrecimos en nuestro número an- terior con motivo del comunicado de las señoritas zacate- canas, ampliaremos un poco mas las ideas generales de es- ta propiedad de la materia. Galiléo había sometido ya á cálculo los fenómenos que acompañan la caída de los cuerpos á la superficie de nues- tro globo; había reconocido que el aire presentando á los cuerpos que le atraviesan una resistencia proporcional á su volúmen, era la única causa de las diferencias que se notan en la velocidad con que caían. Kcpler después de veinte años de trabajos, encontró al íin las leyes que ar- reglan la marcha de los cuerpos celestes, el camino que deben recorrer y el tiempo que debe durar su revolu- ción: estas leyes eran la espresion literal de la gravita- ción: pero semejante empresa requeria todo el genio de Newton, único que llegó á esplicar hasta entonces y á preveer con esactitud los fenómenos mas complicados, los cambios mas grandes y las perturbaciones mas di- versas que presentan; pero no contento con estos ade- lantos astronómicos, reconoció bien pronto que la caí- da de los cuerpos á la superficie de la tierra, obedecía á la misma ley que la marcha de los planetas y proclamó la atracción universal; es decir, que suponiendo todas las moléculas de la materia dotadas de una fuerza de atracción las unas hacia las otras, pudo dar razón de todos los fenó- menos respectivos de la gravitación.No parecerá inútil observar que estas palabras atrac- ción, gravitación y pesantez, no son sino la espresion de los fenómenos sin pretender jamás hacer conocer por ellas la causa que los produce, causa que no conocemos hasta ahora. La atracción ¿será el resultado de tina propiedad inherente á la materia? ¿En este caso de dónde viene esa propiedad? ¿Es el resultado de la acción de un Hui- do particular? ¿O resulla del movimiento interior de los moléculas? ¿O es el producto de la repulsión? Estas cuestiones nos conducirían al absurdo de suposiciones y de sistemas semejantes á aquellos por medio de los cua- les se ha intentado, aunque en vano, hacer conocer las causas primarias de todo lo que existe, y en unas lec- ciones dedicadas al bello sexo mexicano, es claro que so- lo debemos reducirnos á lo que pertenece especialmen- te á la física y al estudio de los diferentes fenómenos que manifiestan la pesantez y la atracción. De estos fenómenos los unos son idénticos con la atrac- ción de los cuerpos celestes, y no son sino una conti- nuación, un efecto sobre el globo que habitamos y so- bre todos los objetos que hacen parte de él: esta es la pesantez propiamente dicha. Los otros son considera- dos por la mayor de los físicos como una modificación de la atracción, y los designan bajo el nombre de atrac- ción molecular ó de afinidad ó bien de fuerza de cohe- cion. En estos fenómenos Ja atracción no se manifiesta si- no á muy pequeñas distancias: en algunos sin duda en vir- tud déla atracción mas fuerte entre ciertas moléculas, y mas débil entré otras producen la combinación de los cuerpos. En otra lección nos ocuparemos de la pesantez ó gravedad y de sus diversos fenómenos generales. Para terminar espoudrémos el modo de que se ha valido7) GavenJisli para demostrar la atracción que es el siguiente. Se cuelga del techo de un cuarto una varilla metálica muy delgada, suspendida por una licbra de seda cruda y tal como se obtiene al devanar el capullo. Mantenida horizontalmente la varilla se encorba en ángulo recto y hacia bajo por sus dos estremidades de las cuales penden bolitas de una sustancia muy ligera. Debajo de esta va- rilla bav una gruesa barra de hierro fuertísima que tiene en cada punta dos esferas de plomo del peso de diez y siete arrobas. Esta barra descansa por su medio en un eje que atraviesa el pavimento; todas las averluras están emparedadas á ecepcion de una sola serrada con un cris- tal claro por donde se alumbra el aparato con una lám- para colocada detrás y fuera de la habitación. Para ob- servar, se mira por un anteojo que atraviesa la pared. To- das estas precauciones se emplean para evitar Jas agitacio- nes del aire que perjudicarían al esperimento. Estan- do paralelas entre sí las dos barras y colocados en una misma línea los centros de las cuatro bolas, un me- canismo dispuesto por fuera permite imprimir movi- mientos sobre su eje al travesero, que sostiene las esferas de piorno. Apenas se han desviado se veá las bolitas mudar de sitio y torcer el hilo, del cual pende la palanca ó varilla en que están, pasan mas allá de las gruesas, os- cilan opuestas á las grandes y al ün se paran. La fuerza atractiva de las esferas grandes puede medirse por el es- fuerzo que haga la seda torcida. Este esperimento deja en- teramente fuera de dúdala fuerza atractiva de la materia. Podría hacerse esta objeción: ,,¿Cómo es que una es- fera de plomo de diez y siete arrobas es capaz de co- municar á las bolitas movimientos de oscilación, como las arrastra en pos de sí, obligándolas á trazar muchasno circunferencias en tanto que el Chimborazo y los mon- tes Schalienós apenas influyen en la plomada? Pero po- demos contestar que para desviar la plomada se necesita una fuerza capaz de luchar contra la de la tierra que mantiene aquella vertical, mientras que en el aparato de Cavendish los cuerpos son desalojados al rededor de un círculo horizontal y sin apartarsede la pendicular.—/. G. (Se continuará.) CORRESPOXDEIfCTA ESTERIOR. 4¿dn los últimos periódicos de los Estados-Unidos del Norte hemos leido que nunca las sesiones del congreso de Washington habian sido favarecidas por tantos espec- tadores de ambos sexos. Un senador propuso se admi- tiese ¡i las señoras en el recinto del senado, privilegio que se les habia concedido hace mucho tiempo, pero que perdieron á virtud de haber tomado una parte muy ac- tiva en una discusión importante, pues que al momento que subia á la tribuna algún orador de opinión contra- ria al público femenino; este se levantaba y dejaba Ja asamblea. En castigo de esta manifestación de irreve- rencia el senado privó la entrada á las mugeres, y pa- rece que todavía conserva algún resentimiento porque la proposición del senador Mr. Novel fué desechada por veinte y seis votos contra diez y nueve después de mu- chos dias de una animada discusión. Los periódicos Whigs anunciaban á las ladys americanas que con el nue- vo presidente Harrison comenzaría un régimen mas ga- lán y mas urbano con respecto al bello sexo; pero la muerte del mencionado presidente ha destruido todas sus esperanzas.—/. G.73 Mayo 1 N de I 8 5 S. vi/os acepciones distintas tiene esta palabra; significa á veces el conocimiento de las bellas letras, y abraza en otras todas las producciones literarias de las naciones. Hasta aquí habiamos dado á nuestras amables suscri- toras algunos artículos tanto nacionales como estrange- ros de literatura, tomada esta palabra en su segunda acep- ción: hoy vamos á dedicarles uno de literatura tomada bajo la primera. El conocimiento de las bellas letras supone el profun- do estudio de todos los ramos del arte de escribir y de to- das las obras á que este se aplica; de manera que no habrá verdadera literatura en una persona, ó no podrá llamarse verdaderamente literata, si no posee los conocimientos ne- cesarios sobre la epopeya heroica y cómica, la tragedia y la comedia, las diversas clases que hay de sátiras, los cuen- tos, las fábulas, los romances, los tratados de los moralis- tas, la historia antigua y moderna, especialmente la prime- ra, cuyo mérito literario hace frecuentemente el primer papel; en fin, la elocuencia aplicada á las diferentes espe- cies de composiciones, y á cada escena particular del dra- ma de la vida humana. Esta multitud de conocimientos pueden adquirirse de dos modos, ó por una memoria fe- liz que los reciba y reproduzca como un guarda seguro V fiel, ó por el auxilio de una segunda memoria, que yo llamaria juicio, por el que nos apropiamos todo lo que la otra ha retenido. Se puede saber muy bien el objeto y la marcha de una composición cualquiera, Jos nombres de los personages que rolan en ella, y aun sus acciones y sus mismas palabras, y sin embargo, no conocer la obra Tosí, ii.—c. 4. 10.74 de que tenemos á nuestra disposición todos los elementos. De aquí se deduce, por una consecuencia natural, que la literatura no es una ciencia de palabras, sino mas hiende cosas, y que no será literata una persona, si no ha estudia- do ¡íntes el arte de pensar, ya sea en los tratados espe- ciales que sobre el asunto han escrito los filósofos, ó ya en los trabajos del genio, que después de haber adivi- nado las reglas por un instinto sublime, tiene el cuidado de llamar después en su auxilio á la razón, para adquirir la facultad de crear, de ordenar y de combinar las feli- ces disposiciones que ha recibido de la naturaleza: por consiguiente no puede haber literatura sin lógica. Pero no creáis por esto, mis amables lectoras, que os lie cerra- do la puerta de la literatura. La lógica que se necesita para entrar al vestíbulo de las bellas letras, no es cierta- mente el estudio cansado de las aulas, ni los conocimien- tos alambicados de la sofistería. Vdes. tienen ya sobra- dos elementos de esta ciencia, aunque tal vez alguna no habrá visto su nombre sino en el índice de nuestro pri- mer tomo, porque de propósito no quisimos asustarla usando de él, cuando podíamos en su lugar llamar á esta ciencia Perfección délas facultades intelectuales, y en las páginas 161 y 387 del tomo primero, sin saberlo, han aprendido dos lecciones de lógica, y bajo este mismo nombre continuaremos dando otras en los números si- guientes. Pero prosigamos nuestras ligeras indicaciones sóbrela literatura. Siendo el corazón humano el foco de las pasiones que agitan la tierra, y no siendo otro el objeto de la literatu- ra, que- el de representar al vivo á los seres humanos, debe estudiar antes que todo en sus mas secretos asilos, Jos movimientos que determinan sus acciones, y que co-75 mo los vientos que combaten á un mar agitado, los arras- tran con frecuencia en sentidos contrarios. Homero, ins- truido por la naturaleza, (al menos no conocemos á los predecesores de ese divino poeta) la siguió con la mas admirable y esacta fidelidad. Los griegos que le succe- dieron han inmortalizado sus nombres, y entre los roma- nos, Lucrecio, Cicerón, Tito-Livio, Virgilio, Horacio, Ovidio, Phedro, Séneca y aun el mismo Tácito, han in- vestigado el corazón humano sin encontrarle el fondo. Sin hablar de Shakspeare, de Millón, de Pope entre los ingleses; del Dante, del Ariosto y del Tasso éntrelos ita- lianos, observadores todos y pintores hábiles de nuestra especie, ¡cuántas observaciones nuevas sobre el hombre no debemos á los literatos franceses, españoles y megi- canos! Montaigne, Labruyere, La Rochefaucault, Pascal, Uossuet, Fenelon, Masillon, Lafonlaine y Moliere; Cer- vantes, Lope de Vega, Calderón, fray Luis de León, el padre Isla, Jovellanos y Alarcon, Alegre, Alzale, y tantos otros que omitimos por no molestar á nuestras lectoras, han empleado sus mayores conatos en estudiar al hom- bre en todos los tiempos y lugares. Después de estudiar la raza humana en general, la li- teratura exige el estudio de los individuos de ella en par- ticular, modificados por el clima, las leyes y las costum- bres, deque resultan los diferentes grados de civilización, y los cambios de su grandeza y decadencia, comparando por ejemplo, á los romanos en la época del consulado con los de los tiempos de César. Todos estos estudios se en- cuentran en el dominio de la literatura, pues sin ellos le faltaría la base para asegurar sus juicios. Siendo el hombre ó la muger seres morales, la perso- na literata debe estudiar ademas las le^es de la moral. Las unas universales v soberanas, forman en cierto modo la76 conciencia del género humano; las otras particulares y dueñas absolutas de tal ó tal sociedad constituyen la con- ciencia de cada pueblo. Las primeras, aunque grabadas, y por decirlo así, innatas en nuestra alma, esplendor de la inteligencia y del corazón para el uso de la vida, como la luz del dia son tan claras, que se atraen el respeto y llevan consigo un convencimiento que á nadie falta en el silencio de las pasiones. Las segundas violan frecuente- mente las primeras, proviniendo este mal, ya riel esta- do social en el país ó en el mundo al tiempo de la institu- ción de un pueblo, ya de la ignorancia y de las preocupa- ciones del legislador, ó ya finalmente de las circunstan- cias que han dominado su genio ó sus fines particulares. En resumen, la literatura debe dar entrada á la filosofía, arbitra suprema de todo lo que puede obtener hoy los sufragios de los naciones civilizadas. De ella es hermana la crítica., discípula déla razón y de la filosofía, y sin la cual, así como sin el estudio del co- razón humano, no seria sino una vana ocupación del al- ma ó un frivolo adorno de la memoria. «Es admirable, dice Montaigne, que tengamos mas poetas que jueces ó intérpretes de poesía; porque es mas fácil hacer que cono- cer las razones de lo que se hace" Las mas veces el mundo concede, como el filósofo, la inmortalidad á los célebres maestros, lo mismo que á los bellos ingenios, cuyas obras pesa en las balanzas de una justicia tan ilustrada como irnparcial. Por lo demás, estos honores de la igualdad en la gloria decretados á la crítica, no dejan de tener su fundamento, pues que para servirme de una espresion familiar, que dará á conocer mas bien mi pensamiento: los que hacen mejor una cosa, no son siempre los que mejor juzgan de ella ó de sus semejantes: sin embargo, al lado de los errores, en que cae el genio cuando se distrae de la77 íunción de crear para entregarse á la de criticar ó de ca- racterizar las producciones de otros, sus mas sublimes lecciones son en las obras maestras el fruto de la inspi- ración y de la meditación de los hombres superiores, pues que estas mismas obras maestras son la fuente de que sacan los jueces de la profesión las reglas que les sirven de guia y de norte en sus observaciones. Es preciso notar también que los glandes escritores nos ilustran tanto con sus fallas como con sus bellezas; estas llaman mas la atención cuanto mas viva ha sido la admiración que aquellas nos lian inspirado, mostrándo- nosla enorme diferencia que hay entre lo verdadero y lo falso, lo natural y lo afectado, lo bajo y lo sublime. Mas sea cual fuere la autoridad de esos críticos que nos ins- truyen con el ejemplo de sus obras, sea cual sea la con- fianza que nos merecen esos escritores que consagran su vida á presentarse siempre como los oráculos de la lite- ratura, ni los unos ni los otros son bastantes para Jas ne- cesidades del siglo filosófico en que vivirnos. En efec- to, merced á las luces que se difunden diariamente, y á las ideas mas justas que ha sembrado la civilización, mer- ced al orden que la filosofía ha establecido en los senti- mientos, al cuidado que ha tomado en dar un valor real á las cosas, y en colocar en el templo de la gloria á los de- rechos legítimos y no á las opiniones usurpadas, casi to- dos los juicios literarios aguardan una última revisión, que hará de ellos la imparcialidad de los siglos en la edad vi- ril de la razón del mundo. A preparar y á anticipar este juicio, está destinada la crítica; y esta sublime misión de- be darle rnas importancia, especialmente á los ojos de los literatos contemporáneos, infundiendo en ellos una idea mas elevada de sí mismos, de sus trabajos, de sus debe- res y del noble premio que les está destinado.78 Hasta aquí no lie hablado de la erudición que compren- de el conocimiento de los hechos, de los lugares, de los tiempos, de los monumentos, de los usos y de las costum- bres, y que exige ademas estar iniciada la persona que la tiene en el conocimiento profundo de los trabajos de los eruditos, para esclarecer los hechos, fijar las épocas y es- critos de los antiguos, y los monumentos de los pueblos pasados ó de los presentes. Sin duda la erudición perte- nece esencialmente á la literatura, pero compone una ciencia aparte, que tiene su templo particular: así es que, sin separarla de la literatura, la que tiene una gran nece- sidad de ella, es preciso dejar la erudición en su esfera particular, aguardando al tiempo en que todos los litera- tos sean eruditos y todos los eruditos literatos. La segunda acepción de la palabra literatura, que abra- za todas las obras literarias de una nación,excita desde lue- go una idea primordial, y es la necesidad de comparar to- das las literaturas entre sí. Cuando el mundo no conocia mas de la literatura griega y la romana, no era tan necesa- ria esta comparación; pero hoy que casi todas las naciones tienen su literatura particulares absolutamente indispen- sable, á fin de que elevándonos sobre el amor propio de nación, sobre las habitudes de nuestra educación y sobre las preocupaciones de escuela ó de partido, poda mos examinar ¿si seria posible una literatura mas elevada, mas vasta, mas original y mas dedicada á representar fielmente al hombre, y sobre todo, mas esenta de aque- llas pinturas de convención, que nos dan un retrato de fantasía en vez de una copia sacada al natural? En otros artículos diremos algo sobre la literatura particular de algunas naciones. Pero no podemos dejar de lamentar- nos del poco aprecio que se hace en nuestro pais al es- ludio de las humanidades, resultando el grave inconve-79 niente de que los jóvenes, y especialmente el bello sexo, no se toman el trabajo de adquirir algunos conocimientos literarios por no esponerse al ridículo. Si la criticase redujese á reirse délas personas que con frecuencia citan sin necesidad á Platón y á Aristóteles, á Hipócrates ó á Cervantes para comprobar un pensamien- to común á todas las naciones y á todas las sectas, no dudaríamos en convenir con semejantes críticos; pero esta máxima generalizada con indiscreción, ha aumenta- do el número de personas perezosas que, incapaces de tra- bajar por instruirse, se contentan con menospreciar á quienes no pueden imitar, "y que por desgracia lian esten- dido en el bello sexo megicano un gusto frivolo que en vano intenta sostener la ignorancia y la barbarie. Mas á pesar de esa amarga crítica de los bufones ig- norantes ó de las jóvenes poco empeñosas en cultivar sus despejados talentos, yo os aseguro, mis amables lec- toras, que solo las bellas letras pueden pulir el alma é ilustrar, rectificar y perfeccionar el juicio y dar gra- cia y facilidad á las ciencias y á las bellas artes. Antes de lerminar este artículo me permitiréis, ama- bles lectoras, copiar la hermosa descripción que hace el célebre La Harpe de una persona literata. ,jEI hombre de letras ó el literato, tiene por objeto principal cultivar su razón para auxiliar la de los demás. En esta especie de ambición particular concentra la ac- tividad toda y todo el interés que los otros hombres es- parcen sobre los diferentes objetos que los ocupan. Ce- loso de estender y de multiplicar sus ideas, se remonta á bos siglos y se avanza al travez de los monumentos espar- cidos en la antigüedad, para recoger allí los rasgos mas efi- caces, y el alma y el pensamiento de los grandes hom . hres de todas las edades: conversa con ellos en su pro-80 pió lenguage, lo que le sirve para enriquecer su idioma, y recorre el dominio de la literatura estrangera, con cuyos despojos honrosos aumenta el tesoro de la literatura na- cional. Dolado de aquellos órganos felices que hacen amar con pasión lo bello y lo verdadero en cualquier gé- nero, deja á los espíritus miserahles y preocupados el va- no esfuerzo de plegar á una misma medida todos los ta- lentos y todos los caracteres, mientras él goza de la va- riedad fecunda y sublime de Ja naturaleza en los diferen- tes medios de que ha dotado á sus favorecidos para en- cantar á los hombres, ilustrarlos é instruirlos. Por esta razón el literato nada pierde de lo que hace; y con un oido sublime, Virgilio ha dado tanto encanto á la armo- nía do sus versos; con un juicio sagaz Racine estiende una luz clara en los ocultos senos de las almas tiernas; á la vez que Tácito ilumina el profundo abismo del alma de los tiranos, Montesquieu defiende la causa de la humani- dad, y Fenelon embellece la virtud. Para el literato toda verdad es una conquista, toda obra maestra un placer. Acostumbrado á aprovechar- se igualmente de sus reflexiones y de las de los domas, jamas estará solo en su retiro ni será estrangero en la sociedad; ya en medio de las especulaciones matemáticas ó ya en el mundo encantado de la poesía, lo mismo cuan- do mida á los hombres sobre la escena, que cuando los instruya en la historia, en vez de detener á los transeún- tes en el camino, ni de disminuir el mérito de sus ofren- das, para aumentar el precio de la suya, no mirará los triunfos de sus rivales con ojos consternados, ni los aplau- sos que se les prodiguen serán jamas un ruido importu- no á sus fiidos, porque recorriendo el vasto campo del saber, al elevar el mérito de sus contrincantes, observará anticipadamente un lugar á que puede aspirar."—/. G.81 vlt4uESTius amables suscritorashan visto va en algunos de los números anteriores, el carácter y la historia de la rpuger en general; pero si las plantas degeneran ó mejo- ran á proporción del terreno donde crecen, y del esmero y cuidado que se usa en su cultivo, el bello sexo no puede menos de variar infinitamente, en razón de las costumbres de los diversos paises, y especialmente de la distinta educación que recibe. Deseosos de dar á cono- cer estas diferencias, hemos traducido el siguiente artícu- lo de las obras del Barón de Haussez, sobre n la sociedad inglesa las mugeres hacen un papel po- co importante á pesar de los esfuerzos que manifiestan al- gunos para persuadirlo contrario. Si se atiende á su edu- cación, parecería que debía prepararlas á otro porvenir muy distinto del que les está reservado. Pero las cos- tumbres nacionales ejercen todo su imperio, y se ve á los caracteres mas pronunciados abatirse delante de ellas, y tomar aquella aparente uniformidad que distingue el es- terior del pueblo ingles ¡Feliz efecto del imperio de las costumbres en una nación grave y reflexiva que ha te- nido hasta hoy la sagacidad de no poner á examen ni á discusión, y por consiguiente de no esponer al riesgo de las modificaciones ni sus costumbres ni su constitución. La educación de las mugeres en Inglaterra no tiene por objeto hacer de ellas unos seres especiales ó una especie de ídolos destinados á ser colocados sobre un pedestal con el fin de atraerse las miradas, llamar la admiración y recibir homeuages. Esta educación la reciben general- mente en lo interior de sus casas, mas bien que en esta- Tom. u. 11. 82 blecimientos públicos. Los maestros vienen á enseñar- les la historia, la música y el dibujo. Algunas profeso- ras llamadas ordinariamente de la Suiza, cuyo pais está en posesión de proveer de maestras ¡í la Gran Brelaña, fa- miliarizan á sus discípulas con los principios y la prácti- ca de la lengua francesa. La habitud al orden y á la su- bordinación, resultan de la naturaleza de las relaciones entre padres é hijos. Rara vez el afecto maternal está acompañado de aquellas precauciones tan multiplica- das que se ven en otras partes. En lugar de mutuas ca- ricias, este afecto se limita á ciertos cuidados por una parte y al respeto por la otra, y la admirable gerarquía que se nota en el orden político ingles, comienza des- de el orden doméstico. La dirección que se da á su infancia y á su juventud, no dispone á las inglesas a brillar en el mundo. Es ver. dad que su educación en ciertos puntos de poca importan- cia deja mucho que desear; pero esta imperfección pue- de á veces considerarse como un bien. Las mugeres no dudan hacer el sacrificio de sus talentos á sus deberes de esposas y de madres. El piano no se abre sino para reemplazar el violón en un baile improvisado; y un Album de una señora inglesa, á cuya formación han contribuido los pinceles y las plu- mas de toda una sociedad, jamas es hojeado por perso- nas ociosas que no hacen sino pasar la vista por un cente- nar de dibujos muy medianos; pero por una compensa- ción muy ventajosa la mayor parte de las señoritas in- glesas tienen conocimientos estensos en las lenguas y en la literatura francesa é italiana, de las que sin pedantis- mo ni afectación saben sacar el mejor partido. La libertad de que gozan las jóvenes en el intervalo83 que separa el fin de su educación y su matrimonio, es un singular principio de la reserva y seriedad correspon- diente á esta última posición de la vida femenil. Se las ve hacer visitas, seguidas de una criada, recorrer los al- macenes, detenerse en las tiendas, hablar con los conoci- dos que encuentran, montar á caballo, mantener corres- pondencias sin dar cuenta de ellas á nadie, y presentarse «n los bailes sin sus madres, acompañadas de una amiga que las conduce, pero que habiendo entrado en el salón, parece no vuelve á ocuparse de ellas. Este estado de libertad, debe presentar muy rarosó muy débiles inconvenientes, puesto que prevalece, sin influir nada sobre las habitudes diferentes que en casándose tie- nen la obligación de contraer, sometidas entonces á la voluntad de un esposo en sus acciones las mas insigni- ficantes, renuncian por agradarle casi á todos los place- res mas vivos de la edad de la juventud, y especialmen- te al baile que les prohiben la mayor parte de los mari- dos ingleses: rara vez montan á caballo, y únicamente cuando ellos convienen en acompañarlas. Sin participar de la dirección de la casa, están limitadas á la estéril pre- rogativa de hacer los honores de la mesa y de disfrutar en sus salones de los goces del amor propio que el uso les reserva. Estas graves habitudes se vuelven necesarias por el rápido aumento de las familias. Una especie de presentimiento de las privaciones que les aguardan en el matrimonio, hace á las inglesas un poco reservadas para contraerlo. Raras veces se casan ántes de tener veinti- trés años: los diez primeros que siguen, los consagran ordinariamente á los cuidados que exige la crianza délos bijos; y los otros diez á la de su educación, en la que emplean la mas constante y laudable vigilancia. Su84 juventud entonces ya lia pasado, y sus gustos han desapa- recido. Sin esfuerzos, sin recuerdos, y casi sin reflexión, envejecen en la práctica de aquella especie de vida, tan- to mas soportable, cuanto que no les presenta ninguna comparación para hacerles sentir el desagrado. A.I ver á las inglesas en lo interior de sus casas, se creería que estaban siempre ocupadas; pero no es así: ellas apenas saben los nombres de las personas á quienes convidan á comer sus maridos: por lo que toca al ser- vicio doméstico, no están mejor informadas: los maridos lo mandan todo, y ellas solo pueden indemnizarse de su pasiva nulidad, haciendo grandes gastos para su tocador ó sus brillantes equipages. De tiempo en tiempo pueden también hacer ostentación en sus salones, de sus bellos diamantes, ó de sus numerosas plumas en un palco de la ópera. Dos ó tres veces al año suelen dar bailes á una concurrencia que reúnen en su nombre, y nada falla á su satisfacción, cuando en un artículo cuya inserción han pagado, redactado por ellas ó por un oficioso amigo, sabe todo Londres por medio de un periódico acreditado los pormenores mas minuciosos de las fiestas que han dado. Las inglesas deben á su educación, cuando no á su ca- rácter, una gran parte de la felicidad de que disfrutan en su interior. Nunca se ha animado mas el acceso de mal humor de un marido por una réplica de su muger. El tono brusco se apaga contra la paciencia, y una ob- servación aunque acompañada de la mayor vivacidad, ja- mas degenera en querella. Por otra parte, emplean todo su esmero y todas las prevenciones imaginables en fijar á sus maridos. Su sa- lud jamas sirve de pretesto á quejas ni á contradicciones. Miradas y atenciones de todas clases exigen de su parte8) Una reciprocidad de buenos procedimientos, y sus cuida- dos secundarios contribuyen á prolongar el amor bas- tante tiempo para ser reemplazados por la costumbre. Las mugeres llegan de esta manera, al travez de una vi- da sin combinaciones, sin placeres vivos y sin grandes riesgos, á una vejez honrosa, que conserva la apariencia, los trages y muchos de los gustos de la juventud. Las inglesas no se ocupan de reinar en la sociedad ni de arreglar y mantener los usos, ni de llamar á su lril>u- nal á los jóvenes que se permiten dirigirlas sus tiros, ni de ejercer por último aquella especie de censura que pre- viene la invasión y reprime los desearnos del mal tono. A esta negligencia, que es una de sus mas preciosas pre- rogativas, debe atribuirse aquella especie de frialdad que se observa en muchos salones, en que por otra parte se encuentran los elementos de una sociedad de primer or- den. Este papel viene á consolar á las mugeres que no pueden brillar ya por su juventud, y les atrae una gran consideración y respeto. La literatura inglesa es deudora á las mugeres de un gran número de obras de mérito muy distinguido, so- bre todo en el género del romanceó la novela. Hacien- do las costumbres sociales demasiado raras las reunio- nes en que podian hacer brillar su talento, se ven en la necesidad de escribir, y lo hacen con una gracia tal y con una finura de observación, que dan un carácter muy in- teresante á sus producciones. Algunas cultivan las cien- cias, y no se escapan otras de aquel género de pretensión que se llama Bello espíritu acompañado del ridículo. Se preguntará acaso, ¿qué son la religión y las costum- bres en medio de ese contraste de una juventud poco con- trariada y de una edad madura, que participa tan poco de8G la libertad? La religión es en algunas mugeres una pie- dad ardiente que acostumbrada al conocimiento y á la discusión de Jos dogmas, no está esenta de intolerancia. Casi todas tienpn una Biblia, aunque á veces olvidada, so- bre una mesa de su recámara: observan rigorosamente el domingo: son muy esactas en ir á la iglesia, á la que van con mucha compostura, y en la que tienen una acti- tud recogida; por último, á su celo aparente en las prác- ticas esteriores, no deja de reunirse muchas veces una grande indiferencia en el fondo. En cuanto á las costumbres, se observa en las mugeres sabias cierta afectación de duda con respecto á la virtud de las mugeres de otros paises y de susceptibilidad por lo que toca al suyo; una gasmoñeria de lenguage llevada hasta la mas risible afectación; una vida pasada en la so- ciedad de sus maridos; un continuo círculo de una fami. lia que se aumenta cada año: y mucha sagacidad para con las mugeres, así como una estrema reserva con los hombres. Cuando se quieren establecer comparaciones entre las mugeres de Inglaterra y las de otros paises, rara vez se hace un juicio equitativo de las primeras, no teniéndose cuenta de la protección que se les concede en Inglaterra, ni de la especie de abandono en que las dejan los usos, las costumbres, las preocupaciones y aun las leyes mismas- En resumen, se debe clasificar á las inglesas entre las mu- geres mas notables de la Europa. A las prendas que constituyen la belleza, reúnen las que les dan su verdadero valor: la dedicación á sus de- beres, una instrucción variada, un espíritu adornado, la reunión en fin de lo que hace la felicidad de las familias y el encanto de la sociedad.—El Barón de Flaussez.87 POESIA. ^Iil veces en la noche silenciosa, Adormecido en ilusión liviana, La voz del tiempo al escuchar lejana Perdido entre las sombras me postré. Y en los espacios al buscar la huella De) ya finado refulgente dia, Tras un eco solemne de agonía Solo las sombras de la nada hallé. ¡Y siempre así! rasgado en occidente El viso de carmin, la franja de oro, Trocada en cáliz de amargura y lloro La copa del placer. Con sus alas el ángel de la muerte Las escclsas regiones enlutando, Y la tierra en tinieblas recordando El esplendor do ayer. Y siempre, siempre la soberbia loca Al pié de sus castillos arrastrada, Entre cenizas yertas sepultada La corona que fúlgida brilló. Tronchado y seco en el profundo valle El cedro erguido que afrentó la cumbre, En el fango la espléndida techumbre Que el trono de los Césares cubrió. Y nada miran los incautos ojos Sobre la senda que a su vez mancharon Las edades nefastas que sembraron VA crimen y el baldón. "I en los escombros de la parda almena, Preclaro timbre de pujanza y gloria, Dó fijaba sus palmas la vicluria Por escudo y pendón. Que vendadas y altivas las pa.none*. Inmarcesible su laurel creyendo, De la rama que mecen floreciendo No ven el tronco decadente ya. Ni basta á disipar su torpe engaño La negra nube que el zénit guarnece, Ni el lucero que apenas resplandece Cuando al ocaso descendiendo va. Y cruza por las ámbitos perdida Esa voz de los siglos lastimera, Como el ave del canto pasagera En desierto confín. Que si apagando sus dolientes ecos El seno agitan procelosos mares, ¡Cubren también el ay de los pesaros Las risas del festin. Y en vano el hombre por diadema osten- El astro que sus pompas ilumina, (ta A su despecho sin cesar camina De los sepulcros al helado umbral. Allí, donde los hijos sin querellas En las antrañas de la madre unidos. Aun albergan sus odios escondidos En los pliegues del manto funeral. Y en vano, en vano de reinar sediento, La cima del poder bollando erguido, Ve cual se agita el mundo descreído Do sus lauro» en po«.88 No cb mas que polvo vil.... ¿y do qué sirvej Que'sobre el suelo su miseria encumbre ! .Si esa que admira celestial techumbre j ¡ Está á los pies de Dios!... ¿Por qué entre goces insaciable anhela Que plácida la suerte le sonria.j Si cada goce del vivir de un dia Es un suspiro del finar cruel? Si desparece la existencia breve (Jomo en alas del viento los cantares, Como la espuma de revueltos mares, Como el vestigio del veloz bajel! ¿Por qué entre lujo y esplendentes galas En torno 6uyo magestad refleja? ¿ Por qué del cieno su inorada aleja. Si al cieno ha de volver?.... Si ha de cubrirle en impensada hora De su palacio el pavimento frió, Sin riqueza, sin lustre ni atavio, Sin gloria, sin poder!..... ¡Tremenda ley! el sueño de la infancia Niega a sus ojos la estación florida, Como el alhago de ilusión perdida El hielo de la triste senectud. Y ya sin goces, ilusión ni suoño, Al carro de los vicios arrastrado, De las mansiones del placer lanzado Vuelve tarde la vista a la virtud., Y es la vida vanidad, Y navega el pensamiento En un mar de liviandad, Y arrastra a la eternidad, Tan solo el remordimiento. Sus propias alas cortando, Entre pasiones cautivo, Quizá se juzga volando Mientras que le va burlando Un ensueño fugitivo. Son de su alcázar dorado Las estrellas pavimento, Y él altivo y deslumhrado, No ve que solo ha trazado Mil delirios en el viento. De los mares procelosos Domeña recios embates, Y en sus giros borrascosos No ve los cuadros penosos De sus mortales combates. Y otra ilusión anhelando Tras otra ilusión perdida, Vése á la tumba llegando, Y muere al cabo dudando Si es una ilusión la vida! ¡La vida! Cándida flor, Que al aura gentil so mece, Entre frescura y verdor, Y pierde aroma y color, Y mustia y seca perece. ¡La vida! estrella falaz, Que decora el firmamento, Y se desliza fugaz, Y vuelve á esconder la fax Entre las alas del viento. ¡La vida! son de laúd En los espacios perdido, Que alhaga la juventud, Y en el fúnebre ataúd Halla por eco un gemido! Federico A. Miranda.89 l arte del dibujo es, para hablar exactamente, un me- dio por el cual se representa con lineamentos la forma de todos los objetos que se nos presentan á la vista. Es por consiguiente uno de los primeros elementos de la pintura, y no se puede llegar á la perfección en este arte sin una grande exactitud de dibujo. Mr. de Montavert se espresa en estos términos: ,,Quien dice dibujo, no dice solamente contornos buscados, valientes escorsos &c, si- no que comprende también la ciencia y el conocimiento del hombre, la mecánica anatómica y moral, tanto de la raza humana, como de toda la naturaleza: quien dice di- bujo, hablando de un brazo ó de una mano, no dice so- lo el contorno valiente y el perfil ingenioso y diestra- mente espresado de esta parte del cuerpo humano, lo que solo pertenece al modo de ejecutar el artista, sino que dice también exactitud y verdad deformas y de pers. pectiva, armonía perfecta en la parle con el todo, belle- za, conveniencia, unidad y perfección." Todo está compuesto de líneas en la naturaleza, y na- da de lo que la pertenece podria espresarse sino con lí- neas. Los seres de diferentes especies se hallan colo- cados sobre la superficie de la tierra como sobre un vas- to cuadro, y la naturaleza misma parece que nos ha da- do los primeros modelos del dibujo en las sombras que el sol proyecta, en la imagen que nos ofrece la onda pura y tranquila de un manso arroyo ó de una clara laguna, cuyos elevados bordes se ven sobre la superfi- cie de las aguas vestidos de verdura y coronados de ár- boles ó de rocas. El gusto general quiere dar al color tanta importan- cia como al dibujo; pero á mas de las razones con que TOM. II. 12 90 combatimos esta idea en nuestra primera lección de di- bujo en la página 309 del primer tomo, dando la prefe- rencia á la forma sobre el color, agregaremos que el di- bujo solo da la mayor gracia á una figura, así como toda la espresion á una cabeza, por ejemplo; estos resultados de un buen dibujo, aunque á veces no se presenten á pri- mera vista, son precisamente los que producen la mas dulce emoción, cuando al observarlos, llegamos á descu- brir su mérito. En una pintura por el contrario; la be- lleza del colorido que babia podido seducir nuestros ojos de pronto, acaba produciendo un efecto tanto me- nor, cuanto mayores son las faltas de dibujo que se des- cubren en ella, y finalmente, el tiempo y mil accidentes pueden cambiar y disminuir la belleza de los colores, mientras que el dibujo nada puede perder. Contrayéndonos abora á la historia de este arte encan- tador de tanta utilidad como diversión para el bello sexo, no seria fácil decir la época ni el lugar de su cuna; pero es muy probable, que el hombre lo ha ejercido de de que se encontró en sociedad, pues que se hallan trazos y dibujos muy antiguos aun en los pueblos que se lla- man salvajes, y muchos mas en aquellos cuya instruc- ción se muestra muy atrasada. En las naciones civili- zadas se ve á los niños pequeños apoderarse de un car- bón, y trazar sobre las paredes ó con su dedo sobre la arena la imagen que ha llamado mas su naciente imagi- nación. Es verdad que estaba muy léjos en el princi- pio de la civilización y en el imperio de la barbarie, de acercarse este arte á la perfección á que lo elevaron un Miguel Angel ó un Rafael; pero los medios que han em- pleado estos sublimes artistas, jamas ha sido el de la convención, sino antes bien el del examen minucioso y91 el de la vista continua y perspicaz de la naturaleza, exigiendo como un principio de absoluta necesidad para todos los artistas de cualquier género, la exacta imita- ción de la naturaleza. Por consiguiente, si nuestras ama- bles lectoras aspiran á la corrección y esactitud en sus dibujos, después de los elementos indispensables que lian adquirido de los profesores en el arte, deben estudiar sus modelos en la naturaleza misma, como Claudio de Lo- rena, Gazpar Pausin, y todos los demás grandes maes- tros, cuyas obras liemos publicado en el tomo primero, constan en el índice bajo la palabra Pintura.. Después de haber considerado la palabra Dibujo en su acepción mas estensa, diremos que se emplea también para designar el producto mismo del dibujo, y que se le agregan varias designaciones para dar á conocer el mo- do con que está ejecutado: así se dice dibujo de pluma, de lá piz, de aguadas, dibujo colorido, lineal, de puntos &c, según el método, de que se ha usado para represen- tar los diversos objetos. Entretanto que podemos dar á nuestras lectoras los elementos de este arte, según he- mos ofrecido, creemos leerán con gusto el siguiente. Procedimiento para aumentar ó disminuir un dibujo. La adjunta litografía indicará á nuestras suscritoras afi- cionadas á dibujar, el modo mas sencillo para reducir ó ampliar á su gusto el tamaño de un dibujo ó de una pintu- ra, de que usan los pintores para trasladar sus diseños ó bosquejos sobre grandes cuadros, ó para sacar copias pe- de las grandes pinturas. Es preciso trazar sobre el dibujo ó pintura que se quie- ra reducir ó aumentar, cierto número de cuadros muy esactos, y que tengan igual largo y ancho. Si se quiere reducir á la mitad, es indispensable tomar con el compás la92 mitad de un cuadrado establecido sobre el original, y ha- cer sobre el papel ó el lienzo el mismo número de estos pequeños cuadrados, numerándolos del modo que se indi- ca en la litografía. Esta operación puede hacerse para no maltratar el original colocándolo sobre un restirador, de manera que puedan ponerse sobre él, 3' sin tocar á la estampa ó lienzo del original, otros tantos alfileres ó puntilles cuantas sean las líneas perpendiculares y hori- zontales que forman la cuadrícula, poniendo un número igual en los puntos opuestos; de suerte que de unas á otras se puedan atar hebras de seda gruesa, ó de hilo de color oscuro bien restiradas, á fin de que no varié la parte del original contenida en cada cuadrito. Guando se ha hecho esta operación, se dibuja con cui- dado todo lo que se encuentra en cada cuadro, y se ob- tiene con prontitud el lincamiento del dibujo en una pro- porción perfecta; pero es preciso emplear para trazarlos cuadros sobre el papel, de un lápiz blando, y para hacer el lineamiento del dibujo de uno mas duro, á fin de po- der borrar con la miga de pan las líneas que forman los cuadros, y que quede únicamente el lineamento del di- bujo, el que después se puede perfeccionar muy fácil- mente. Fácilmente se concibe que para aumentar un dibujo, se procede del mismo modo, si se quiere hacerlo la mitad mas grande, ó un tercio, ó una cuarta parte, y así, por medio de los cuadros mas ó menos grandes, puede aumen- tarse un retrato pequeño en miniatura, al tamaño del na- tural. En este caso es preciso, que las personas que quie- ran hacer este aumento, sepan dibujar muy bien, porque es mucho mas difícil hacer una copia grande de un origi- nal pequeño que por el contrario. En resumen, conocí-93 do el tamaño del modelo que se quiere copiar y la dimen- sión que quiere darse a la copia, debe proporcionarse á estos datos el tamaño de la cuadrícula: por ejemplo, el original tiene una vara de largo y tres cuartas de ancho; si se quiere reducir á una cuarta de largo y su ancho pro- porcionado, es claro que los lados de los cuadrados que le han de dibujar en el papel para sacar la copia, serán la cuarta parle de los lados de los cuadretes que están so hre el original. LITERETURA.=Kc»iítfi antiguo zapador de la brigada 18. Es chiro que se preparaba una fiesta en que todos es-100 taban contentos. Después de haber comido, el viejo sol- dado tomó su sombrero, sacó de un armario un unifor- me encarnado y una gorra de pelo muy pequeña, des- pués un fusil, un sable y una hacha de seis pulgadas de largo, lo envolvió todo en un gran pliego de papel, y be- só á su bija en la frente antes de abrir la puerta. «Sed mas prudente, padre mió, no bagáis locuras, te- ned cuidado con el vino del coronel Dinau; la botella ya os ha jugado mas de una vez una mala pieza. No per- dais los vestidos de Pompeyo, ni olvidéis sobre todo que las puertas se cierran á Jas nueve, y no os detengáis." —No, no: queda tranquila; yo vendré á tiempo. No quiero sino emplear una hora después de comer para en- señar á mi discípulo y tomar café. Estoy seguro de que el coronel quedará encantado, y su esposa también. A Dios. Guando el padre Ancelín hubo salido, su hija se aproxi- mó á una mesa, tomó una pluma y escribió: «Mi que- rida tia, he recibido la caria de vd., y le doy gracias por que se acuerda de mí; pero no puedo aceptar la oferta que me hace de llevarme consigo. Cualquiera que sea la amistad que tengo ¿Roberto, á quien quiero tanto co: mo si fuera mi hermano, jamas me casaré con él si es preciso dejar á mi padre por seguirlo. Mi padre no tie- ne en el mundo mas de á mí; está viejo, quiere esta ciu- dadela porque mi pobre madre ha vivido aquí con él, y yo no me atreveria á proponerle que habitase en otra parte. Dígale vd. á mi primo que tal es mi última re- solución; que, si como lo espero, obtiene el grado á que aspira, yo no me opondré á la voluntad de nuestras fa- milias: él comprenderá que mi plaza está aquí, y que no puedo abandonar á mi padre. Por consiguiente no me aguarde vd. El matrimonio si se verifica, será en Cam-10) bray, y nada me liará variar de esta, decisión, asi como la de ser siempre su amantísima sobrina." Concluida la caria, la cerró, y se puso ;í canlar rién- dose consigo misma. Así pasó la tarde: cuando vino la, noche, Clara preparó, la cena para los ausentes, bajó en seguida á la esplanada, y se sentó sobre un banco á aguar- dar á su padre. Los soldados iban entrando á la ciudadela. La retreta sonó bien prontOj después la llamada, v la jo- ven comenzaba á impacientarse: ya no pasaba sino una que otra persona, la noche se avanzaba al paso que se aumentaba su inquietud. ,,¡Dios mió, esclamó, las puer- tas van á cerrarse! ¿cómo podrán entrar? Entonces se dirigió hacia el camino que iba á la casa de campo del coronel Dinau; pero al llegar á la puerta de la ciudadela, acallaban de mandar las llaves al coman- dante de la plaza. Entonces su temor no tuvo límites: suplicó al cabo le permitiese salir ó al ménos abrir la puerta á su padre cuando se presentase, lo que no po- día tardar. Un soldado de facción que estaba cerca de la puerta, le aseguró que su padre habia entrado hacía media hora con Pompeyo, y juró que los habia visto á los dos. La pobre joven corrió al momento á su modesto asilo que encontró vacio, y nadie pudo darle noticia de los ausentes. Clara aguardó sin embargo todavia una media hora mas; pero de pronto Ja desesperación se apo- dera de ella, sale de la ciudadela, y empieza á correr por todas partes: mas en una ciudad de provincia, y sobre todo á las once de la noche, lodo está en calma- Bft cuando en cuando se escuchan únicamente los alertas de los centinelas, que se repiten dos ó Ires veces en un tono, lúgubre, y todo calla de nuevo. La joven perdida y desolada llamaba á su padre y á102 Pompeyo. En un instante en que estaba cerca de la puer- ta de Valeneienes, oyó un alarido prolongado y sinies- tro. Al momento repitió el nombre de Pompeyo, y el mismo alarido mas doloroso volvió á repetirse. ,,¡0 Dios mío! gritó, él está en el foso. ¡Pompeyo! ¡Pom- peyo! ¿Dónde está tu amo? ¿Qué haces ahí? A nombre del cielo, padre mió, una palabra que me muestre que aun vivis." Pero solo Pompeyo renovaba sus quejas. Mi- ra sin embargo á su padre, á mas de diez varas de distancia, y sin tener ningún medio para llegar adonde estaba, corre como una loca, esclama como una insen- sata; y al fin, sintiendo la necesidad de tomar un par- tido, mira hacia la ciudad y percibe una luz en una ca- sa cercana. A sus ruegos algunos operarios la siguen, y distinguen muy pronto los ladridos de Pompeyo. Guiados por esta voz fiel, bajan al foso, y Clara vuela con ellos. El perro viene hacia ella meneando su cola; y corriendo en Ja misma dirección, se detiene en fin en un lugar un poco elevado,-donde aumenta sus alaridos. Allí está Ancelín. Clara se precipita sobre él, lo llama con los nombres mas tiernos, le llena de caricias y de lágrimas, procu- ra levantarlo; y al tiempo de hacerlo, vuelve en su co- nocimiento, y reconociendo á su hija, le dice: ,,Mi po- bre Clara, ¿yo podria ahora tener una hermosa pierna co- mo el coronel Dinau? Un mes después de esta aventura, Clara, Ancelin y Pompeyo se hallaban reunidos en su pabellón de la ciu- dadela. Ancelin había sufrido una cruel amputación, y tendido en su cania de dolores, juraba de cuando en cuando: Clara lloraba, y Pompeyo dirigía alternativa- mente sus miradas á los dos.103 ,,No os agitéis así, padre mió, vuestras llagas podrían inflamarse: y, ¿qué seria de mí si tal sucediese? —Haces bien, hija mia, de hablarme de tí para tranqui- lizarme: si yo no te fuera tan necesario, me moriria bur- lándome de la muerte. —Paciencia, querido padre: tal vez Roberto obtendrá el permiso de venir á vernos. —Lo que me pone en rabia es que la miseria se avan- za á grandes pasos. No tenemos nada: tú no puedes tra- bajar pasándole los dias y las noches á Ja cabecera de mi cama; no nos queda sino pedir limosna. «¡Mendigar un viejo soldado____Jamas! La triste Clara lloraba al oir hablar de esla manera á Ancelin. Una vez tratando de distraer un instante á su padre, le decia: »-No veis á Pompeyo? ¿qué mas podría decirnos si nos comprendiese? ¡Ved qué aire tan triste tiene, y cómo nos mira con cierta especie de compasión! —Pobre animal! él no encuentra que comer aquí sino pan duro, lo que le obliga á robar, no ya la comida del tambor, sino aun los restos del rancho, y por consecuen- cia recibir buenos palos todas las mañanas. Lo que me aflige mas es, que va á perder sus habilidades: él no quie- re repetir sus lecciones, y lo va á olvidar todo después de tantos trabajos quví me ha costado instruirlo. —Pues bien, padre mió, ¿queréis que yo le dé su lec- ción en vuestra presencia y á vuestras órdenes? Acaso os distraireis un poco.—Ensayemos pues, hija mia. —Clara sacó los vestidos de Pompeyo, y cuando estu- vo en gran trage de granadero, Ancelin indicó á Clara el modo de hacerse obedecer y el sercelo de los talentos desconocidos que lodos admiraban sin comprender, ha- ciendo que el perro jugase al Dominó, reconociese almas104 hermoso y al mas feo de una concurrencia, y remedase al ayudanLe ó al capitán de ronda. Clara habia escucha- do á su padre; pero interrumpiéndole de pronto, le dijo: «¿Y no creéis, padre mió, que Pompeyo ganaría su vida con este oficio? ¡Cómo sí ganaria! Hay muchas gentes mas bestias a quienes se paga mas caro, y no saben tanto." Clara revolvía mil ideas en su imaginación; y cuando el enfermo se durmió, buscó un gorro negro usado que habia pertenecido á su madre, y Se lo püso en la cabeza, mirándose al espejo y observando si le cubría la cara. La noche siguiente preguntó á su padre si no necesitaba de alguna cosa, porque quería salir una hora con Pom- peyo á ver Jas tiestas que se celebraban en la ciudad. Aii- celín se apresuró á concederle lal permiso, y Clara salió llevando el gorro escondido así corno los vestidos de Pompeyo. A su vuelta parecia un poco agitada, y sus caricias á Pompeyo eran mas espresivas. La mañana siguiente Ancelin encontró al levantarse, flores en la chimenea, tabaco en su pipa y una botella de vino de Burdeos ;í su lado. «Bebed, padre mió, es el regalo de un amigo, pero no sabréis quien." Los dias siguientes las comodidades de la casa se aumentaban, y parecia que una mano bienhecho- ra velaba sobre la familia. Ancelin deseaba saber de dónde venian estos obsequios, y se admiraba del gozo de Clara, que se ponia á reir cuando le hablaba del bienhe- chor incógnito, abrazando al perro con todas sus fuerzas. Un domingo estando sentada cerca de la cama de su padre, entró de improviso la cantinera vecina, diciendo: „Venid padre Ancelin, á defender el honor de vuestro' perro. —¿Piles qué tenéis que decir de mi perro? ¿os ha roba-105 do alguna cosa? Seria indisculpable cuando de algún tiem- po acá la cocina está mejor provista. —l\To es eso; el ataque es á sus talentos. Los soldados dicen que nada sabe en comparación de un nuevo perro que ha llegado hace algunos dias, y se presenta por las tardes en la plaza de armas, y se llama Monsieur. —¡Un nuevo perro, un rival de Pompeyo! ¿Y quién lo enseña? —Una vieja de gorro y anteojos, con una capa negra, que parece es muy fea. —Bien: yo aseguro que ese Monsieur no es digno de desatar los zapatos de Pompeyo; ese perro y esa vieja cumplen con su oficio, pues que lo ejercen en público y por dinero, mientras qu2 nosotros lo hacemos solo por di- vertirnos. ¿No es así, Clara? —Clara habia desaparecido desde el momento en que la cantinera habia comenzado la historia del perro sabio, y no volvió hasta que su vecina habia partido. Su pa- dre, no pudiendo sufrir la afrenta hecha á su discípulo, no se ocupó de otra cosa, y exigió de su hija la prome- sa de que iria aquella tarde misma á asistir á una repre- sentación del admirable cuadrúpedo, para saber si con justicia eclipsaba realmente las glorias de Pompeyo. Cla- ra fué, y á su vuelta le aseguró que el célebre Monsieur no llegaba ni á cien leguas á su querido compañero, que era un vil perro común sin orejas ni cola. La mañana siguiente fué un gran dia de fiesta. El cor- reo trajo una carta de Roberto anunciando la venida de su regimiento á Cambray, que en efecto llegó a los ocho dias. A continuación se recibió una soberbia pierna de made- ra, semejante á la del coronel Dinau, y que Ancelin no tar- TOiff. lí. 14106 dó un minuto en colocársela, atribuyendo en su corazón esta galanlcria al buen coronel, á quien había testificado muchas veces su admiración con respecto á este miem- bro mecánico. Al oír atribuir al coronel esta acción se- o nerosa, Clara se sonrió y abrazó á Pompeyo. En el invierno siguiente Dinau y Ancelin se paseaban haciendo un ruido compasado con sus piernas de palo. El segundo decia al coronel: ,,En mi enfermedad nos hemos comido todas mis economías en un mes, mi pobre hija ha hecho trabajar á mi perro para ganar dinero. Una tarde oculté á Clara que iba á salir por la primera vez, para no inquietarla: ansiaba por ver al rival de Pom- peyo que tenia el talento de atraer á la multitud como un cómico de París; pero cuál fué ini sorpresa al reco- nocer á mi perro. Pompeyo no podia ser vencido sino por Pompeyo mismo. Descubrí todo el misterio, y Cla- ra no pudo enseñar al animal después de haber sido des- cubierta; pero felizmente llegó mi yerno, que acababa de ser nombrado sargento mayor, y conforme á mis prome- sas, va á dar mañana la mano á mi hija, y no dudo ten- dréis la bondad de ser el padrino de la boda. JZDTJCAVIQ3XT BEIXO Reflexiones generales sobre su necesidad. uando se reflexiona sobre la indiferencia con que se mira generalmente la educación de la muger, no parece sino que se tiene por un ser meramente pasivo, sin facul- tades que cultivar ni pasiones que dirigir. En efecto, aban- donadas á merced de sus impresiones, las niñas crecen y se desarrollan, sin haber sido estimuladas una vez siquie-107 ra por los atractivos de las ciencias. Pero ¿cuáles son las causas que en la opinión pública se oponen á la educa- ción de esta parte integrante de nuestra existencia social? Una es la causa, tan absurda en su principio, como fu- nestísima en sus resultados. Se dice que lamuger es muy débil para recibir, sin grave perjuicio de la sociedad, to- do el grado de cultura de que es susceptible el hombre. A poco que se medite sobre la constitución intelectual de una v otro, se verá, que la previsora naturaleza repartió á los dos iguales facultades, y que de consiguienle una es la disposición en ellos á recibir las simientes de las cien- cias, y ridicula por lo tanto semejante opinión. Ademas, ¿porque es débil la muger, no necesita fortalecerse? ¿y puede conseguirse este objeto sin la educación? Dotada la muger de un sistema nervioso mas delicado, mas impresionable que el nuestro, tiene una imaginación mas viva y movible, que la espone á estraviarse frecuen- temente; pues arrastrada por los prestigios de pasiones re- vestidas con todo el lujo y atractivos de una facultad, que cual otro Proteo, toma á cada paso nuevas y variadas formas para engañarnos, mira como realidad lo que solo es una sombra; vive en un mundo ideal, y, valiéndome de la espresion de un moralista del siglo pasado, es estre- mada en lodo. Capaz de las virtudes mas sublimes, de las acciones mas heroicas, suele cometer grandes errores, guiada tan solo por una sensibilidad escesiva y pasiones delirantes. Vacio de nociones positivas su entendimien- to, se debilita en un ocio de todos los momentos; y de aquí es que para sacudir la monotonía de una existencia siempre uniforme, busca en los placeres mas frivolos, distracciones que muy repetidas, se convertirán en] hábi- to». La educación pues, así considerada, es necesaria108 para templar y moderar estas pasiones, modificar esta imaginación, dar á su alma sólidos principios, que la fortalezcan y la hagan capaz de apreciar toda la estension de sus altos destinos en la sociedad, y por último, ofre- cerla útiles y variados conocimientos que la distraigan. El matrimonio, mirado en su verdadera luz, es una so- ciedad moral, el estado mas perfecto del hombre civiliza- do, el estado en que la muger debe ser para él un ángel de paz y de consuelo, que amenice con sus virtudes é instrucción el árido campo de la vida, que unidos han de "recorrer. Estrechamente enlazada su existencia moral y la de sus hijos con la conducta de la que eligió por com- pañera, esta debe haber bebido en las fuentes de una só- lida educación los principios de sus deberes, si se quiere que sostenga en toda su pureza la dignidad de su carác- ter; pues no basta que sea virtuosa por luíbito, es necesa- rio que lo sea por convicción, es preciso que tenga la conciencia de sus deberes. Por otra parte, sujeta á preo- cupaciones, la mayor parle caprichosas, y lo que es peor, condenada quizás á vivir unida á un hombre fantástico, cuando no vicioso: sola en su espinosa posición; aislada las mas veces de todo consejo, ajada su sensibilidad, esci- tada su imaginación, se convierte en cárcel horrorosa lo que hubiera debido ser el santuario de su felicidad , pésan- le sus obligaciones; y lejos de consultar su razón, solo oye la voz de las pasiones y los placeres. Su alma, ansiosa de afecciones dulcesjávida de felicidad, en vanóse empeña en buscarla fuera del círculo de sus obligaciones hacién- dose independiente de ellas, pues solo encuentra tristes desengaños, que agravan cada vez mas su mal. Pasado este primer rapto, sucede la reflexión, pero ya larde: pre- séntase á ella como un sueño espantoso, aterrador, la>vi- 0109 da desnuda de todoprestigio y de lodas las hechiceras ilu- siones de una imaginación ardiente; persigúela constan- temente esta realidad; en vano trata de sustraerse á ella; se recoge, se replega sohre sí misma, busca nuevos goces en su alma, que estéril, no le ofrece, sino recuerdos amargos. ¿Y podrá decirse lo mismo de la que ha recibi- do una sólida educación? No. Imagen anticipada de la fe- licidad eterna es para el hombre la muger virtuosa é ins- truida. Superior á las frivolidades, buscará sus placeres en conocimientos positivos y útiles; y lejos de arredrarse á la vista de sus deberes, se gozará en ellos, derramando al rededor suyo la paz y él contento. El hombre no es un ser meramente físico, es eminente- mente moral, y así, el único medio de sujetarlo, es ofrecer á su alma los atractivos, no de la belleza física, sino de la belleza moral; y en éste sentido el elocuente Rous- seau dice, que la muger hace del hombre lo que quiere: todo está, pues, en los medios que emplea. Una muger cuya alma ha sido formada por una buena educación, conservará su dignidad, no avezándose á los caprichos del hombre; al contrario, sabrá moderarlos con sn ejem- plo: le hará respetar sus deberes, aceptando ella los su- yos; ejercerá sobre él aquel ascendiente tan irresistible de la virtud, sin que jamas quiera arrogarse atribuciones agenas de su sexo y de su condición social; censora de las acciones del hombre, este respetará como sagrada la opi- nión de aquella: conservará por una prudente economía la fortuna de su marido: la dulce paz, origen de felicida- des, desterrará de su familia la cruel discordia, causa de •os mayores desórdenes que notamos en la sociedad. Guando desgarrada el alma por los repetidos y amargos desengaños de la ingratitud, duda el hombre en su deses-110 a . peracion, que existan virtudes en este mundo, en su espo- sa encontrará el complemento de todas; la amistad, pa- sión de las almas nobles y tiernas, brillará en ella pura con todo su entusiasmo; entonces, solícita y amante, der- ramará en sus heridas el bálsamo de los consuelos, y se- rá para él la imagen de la Divinidad. Tales son los re- sultados generales de la educación en la muger. Y no se diga que quiero hacer de ella un ente ideal, pues par- ticipando de las mismas facultades que el hombre, des- tinada á vivir con él, en este y en aquella debe ser una la educación, si unos han de ser los sentimientos, porque de la armonía de las partes nace la perfección del todo. Principio de eterna verdad es, que sin la educación privada ningún resultado puede esperarse de la pública. Por educación privada entendemos aquí la que el niño recibe en su casa, "esto es, la que recibe en el regazo de la madre; á esta toca, pues, cuidar inmediatamente de las primeras impresiones del hombre-niño; pero si la cons- tante esperiencia nos muestra que estas impresiones son siempre profundas, siempre decisivas, siendo así que á veces no basta el poder de la razón á modificarlas siquie- ra; si es constante que la sociedad entera es el conjunto de todas las familias, y que cada uno de sus miembros ha debido pasar por esta primera edad, y de consiguien- te ser modificado por impresiones análogas; y si se admi- te que la naturaleza no basta siempre á corregir nuestras percepciones, porque no hemos sabido observarla cual es, deducirémos naturalmente que la muger, como madre ins- titutora, debe haber recibido una buena educación, y esto desde la cuna, si se quiere que desempeñe tan nobles co- mo sagradas atribuciones. Una vigilancia continua, de todos los momentos, sobre la conducta del niño: consejo»dictados por una razón madurada en el estudio incesante de sus deberes, y sostenidos por el ejemplo, podrán úni- camente rectificar y enderezar las inclinaciones del hom- bre en los primeros años de su vida. Queda, pues, demostrado, que la educación de la mu- ger es necesaria; 1.°, porque forma una parte integrante de la sociedad, y es por su constitución moral mas fácil de estraviarse que nosotros: 2.°, porque destinada á vi- vir unida al hombre, si no tiene virtudes é instrucción, no podrá hacer la felicidad de este, ni menos la suya propia; y 3.°, porque como madre, está obligada á ser la maestra de sus hijos, á formar sus primeros sentimien- tos, y de consiguiente á zanjar los cimientos de su futura suerte. ¡Ojalá puedan estos mal concertados renglones animar á plumas mas adiestradas! Tal vez lograrán persuadir á los que sumidos aún en añejas preocupaciones, niegan al sexo encantador la necesidad de una esmerada educación, concediéndole apenas los principios de una mal aliñada enseñanza primaria. ¡Loor mil veces á todo el que se sacrifique por el bien- estar de sus semejantes! Nuestra solicitud en favor del bello sexo, y nuestros fervientes votos, son: que aunados todos, cultivemos el árbol de la vida, el árbol de las ciencias. Un dia vendrá en que sentadas á la sombra de sus frondosas ramas, las naciones contemplarán con no- ble orgullo descollar hermosa y rozagante entre sus her- manas á nuestra patria privilegiada por la naturaleza, aunque abandonada por sus hijos, que indiferentes pare- cen rechazarlas esperanzas que ansiosa les presenta. El Septuagenario. i112 LOS PAJA K O «.-Ornitología. ^Íuestras amables lectoras habrán leido ya en el pri- mer tomo las nociones elementales sobre la historia na- tural y sobre la Zoologia en particular: una de las par- tes en que se divide esta última ciencia es la Ornitolo- gia ó la ciencia que trata de los pájaros, y como la bella estación de la primavera sea la mas adecuada para su exa- men así por su multiplicidad como por la variación de suplumage, aprovechamos esta oportunidad para dar prin- cipio á un estudio tan grato como divertido. Aunque en las obras mas antiguas se habla ya de pá- jaros, sin embargo hasta Aristóteles no se encuentran ni aun nociones generales sobre la Ornitología propiamen- te dicha. Este padre de la historia natural, conocía un gran número de especies de pájaros, y describió sus cos- tumbres é instinto propio; pero olvidó compararlos, y á escepcion de algunas familias tan comunes, que no se las puede confundir como los pájaros de presa ó aves de rapiña y los acuáticos, no observa ningún método en sus escritos. Plinio multiplicó después las observaciones; aumentó la masa de las especies conocidas; pero hasta la renovación de las ciencias á mediados del siglo XV, no comenzaron á ocuparse de esta ciencia Gonsard, Gesner y Pedro Bellon, que en 1555 publicaron una obra acom- pañada de figuras grabadas en madera en que se encuen- tran los pájaros divididos en familias, y según sus cos- tumbres ó el lugar de su habitación. Después de ellos Aldrovando y Jomston, los clasifi- caron en 1657 conforme á principios mas ciertos y mas aproximados por grupos naturales. Juan Ray fué el que dió el primer método ornitológico regular. En tal es-ElFtííÚ. ¿e laj Molucas.113 tado se hallaba la ciencia cuando apareció Lineo, y en su obra del Sistema de la naturaleza, estableció caracteres, órdenes y géneros los mas exactos, y tomados siempre ile las partes mas esenciales del pájaro, y mas capaces de compararse entre sí. De este modo sus discípulos y su- cesores, han perfeccionado basta nuestros dias sus traba- jos, pero sin cambiar las bases. No á todas las especies de pájaros ha sido dado el ins- tinto social: pero aquellas en que se manifiesta, es mayor y mas decidido que en los otros animales. No solamen- te sus grupos son mas numerosos, y su reunión mas constante que los de los cuadrúpedos, sino que parece que a ellos solos pertenece aquella comunidad de gustos, de proyectos y de placeres, y aquella unión de voluntades que forma los lazos d«l mutuo enlace. En efecto, si consideramos las sociedades libres ó for- zadas de los animales cuadrúpedos, ya se reúnan fur- tivamente ó por contingencia en el estado salvage, ó ya se encuentren reunidos bajo el imperio del hom- bre y convertidos en criados ó esclavos, no podemos com- pararlos á las grandes bandadas ó sociedades de pájaros formadas por puro instinto y conservadas por gusto y afección bajo los auspicios de la libertad mas plena. Ve- mos á las palomas buscar su común domicilio y mani- festarse tanto mas contentas, cuanto mayor es su núme- ro. Vemos á las golondrinas y otros pájaros de paso ó que emigran de un punto á otro, reunirse, reconocerse, y darse en seguida la señal general de marcha: sabemos que las gallináceas (familia de pájaros cuya mandíbula ó parte superior del pico está abovedada ó encorvada así como las narices) tienen en el estado silvestre las mismas habitudes sociales que en el doméstico que han secunda- Tom. ir. 15.114 do sin contrariar su naturaleza: en fin, vemos á los pája- ros que anidan en los árboles ó dispersos en los campos, agruparse, y después de haber disfrutado de sus variados juegos en los últimos dias del otoño, marchar de acuerdo é irse á buscar reunidos, climas mas felices o inviernos mas templados, y ejecutar todo esto independientes del hombre, aunque á su vista y sin que él pueda oponerles obstáculo, y parece que aniquila por el contrario toda sociedad, toda voluntad común en los animales cuadrú- pedos á quienes lo mismo es desunirlos que dispersarlos. La sabiduría del Autor de la naturaleza se manifiesta admirablemente en la organización de todos los seres; pero especialmente los pájaros prueban del modo mas evidente que cada uno de los órdenes á que pertenecen ha sufrido las modificaciones mas adecuadas á su desti- no. Las aves de presa, por ejemplo, y todas aquellas que están doladas de un vuelo rápido y de la facultad de ele- varse á una grande altura, tienen un armazón huesoso mas ligero que lasPalmípedes (orden de pájaros nadadores y de pies cortos, cuyos dedos están pegados por largas membranas), y las Gallináceas. Formados para navegar en la inmensidad de los mares, su pecho está cubierto de un esternón, cuya parte saliente ó paletilla, mas desar- rollada que en los pájaros que vuelan menos, represen- ta la quilla indispensable á los buques que hienden las aguas. Alas de una grande estension, movidas por fuer- tes músculos y pulmones de una amplitud considerable, hechas para recibir una gran masa de aire, contribuyen también á la superioridad de su vuelo. Sus dedos fuerte- mente construidos, están armados de agudas y encorva- das uñascomo las del Aguila y el Gavilán; por el contra- rio el Avestruz, destinado á la carrera, tiene en sus piernas115 la solidez necesaria para sostener un cuerpo, que pesa por lo común mas de tres arrobas. En algunos pájaros los órganos del vuelo se hallan en un estado casi elemental: sus alas cortas y sus flexibles plumas de una finura estre- ñía, indican bastante que su pesada masa no puede ele- varse en los aires. El sentido del oido se halla tan desar- rollado en los pájaros, que es difícil decidir si es mas vivo que el de la vista ó el del olfato; sin embargo, este último tiene una delicadeza notable en el buitre y en el cuervo: el gusto y el tacto son los mas imperfectos de sus sentidos. Un autor ha pretendido traducir el lenguage de las- aves: sus cantos y sus gritos son tan variados, quepodria creerse que se comunican sus necesidades, sus deseos y sensaciones con mas facilidad que los otros animales. Lo que hay de cierto es que pueden oírse desde muy lejos, y que no hay cuadrúpedo cuya voz por estensa que sea, pueda compararse, hablando con respecto á su tamaño, á la del Ruiseñor ó el Cenzontli. Se sabe que en el curso de un año el desarrollo de la voz varia en la mayor par- te de las especies: que en algunas de ellas en la época de los amores es cuando adquiere su mayor fuerza: que mu- chos pájaros no cantan sino por Ja mañana, así como otros solo por la tarde y noche. De todas las clases de animales, la de los pájaros es la mejor caracterizada, en la que las especias se parecen mas, y la que se halla separada de las otras por un mayor inter- valo. La distribución de los pájaros se funda en los órga- nos de la manducación, es decir, en el pico, y en los pies. Desde luego se nota que los piés palmeados, es decir, aquellos cuyos dedos están unidos por membranas, son los que distinguen á los pájaros nadadores. Otras aves tienen por lo común algo de palmeado en los piés, óII tí se les observan al menos entre los dedos estemos lar- sos elevados, sus piernas están desnudas de plumas en su parle inferior, y su talla es elevada; en una palabra, tie- nen todas las disposiciones propias para marchar á lo lar- go de las aguas, y se les llama Riveranos ó Zancudos. En- tre los pájaros verdaderamente terrestres, las Gallináceas tienen como nuestro gallo doméstico, el paso torpe, el vuelo corto, el pico mediano y las narices cubiertas en parte por una especie de escamado blando, y se alimen- tan principalmente de granos; así es que hay diversos mé- todos ó clasificaciones para la división de los órdenes, grupos, ó familias de los pájaros. Indicaremos dos de ellos únicamente: el adoptado por Guvier y el de Temminck. El primero comprende seis órdenes, dividiendo las aves en pájaros de Presa, Gorriones, Trepadores, Gallinacéas, Zancudos ó Riveranos, y por último Palmípedes ó Nada- dores, cuyos órdenes se dividen en diversas familias, co- mo veremos otra vez. Temminck hace su división en doce órdenes: l.u Pája- ros Rapaces. 2. Omnívoros, ó que comen de todo. 3. In- sectívoros, ó que se alimentan de insectos. 4. Granívoros, ó que comen granos. 5. Zigodáctilos. 6. Anisodáctilos. 7. Alciones, ó que hacen sus nidos cerca de la mar ó de los rios. 8. Chelidones ó Pasageros. 9. Palomas. 10. Ga- llináceas. II. Alectorides. 12. Corredores ó Corre-ca- minos. 13. Gralles. 14. Pinnalípedes. 15. Palmípedes, y 1 tí. Inertes. Estos órdenes contienen doscientos doce géneros. Ya que hemos hablado de los primeros autores que se ocuparon de esta ciencia, hemos creido verán con gusto nuestras amables lectoras una de las aves mas hermosas que describe el mas moderno de los ornitologistas, cual es el Faisán macho de las islas Molucas.=/. G.117 LA VENIDA DEL ESPIRITU SANTO, FOEJM EWDOS CIATOS. CANTO I. Préstame en esta vez tu acorde lira, f Ya el tiempo señalado ¡Oh musa celestial! y dulce acento A la gloriosa lucha se aproxima; A mis labios inspira: Los almos campeones, Que inflamado mi pecho en sacroalicntojL'on ánimo concorde yhumillado, Del Espíritu Santo La venida triunfal, y el vencimiento Del soberbio Satán celebro y «canto. Y tú, numen sagrado, Que en la cumbre de Oreb el armonioso Son acordaste al vate, que inspirado Con tu soplo arduroso, De Jehová Criador y poderoso lias obras ensalzó; mi lengua impura Mueve también; tu auxilio me asegura; Y quedarán confusas Mi voz oyendo las mentidas musas. Va en las alas del viento, V de ardientes querubes atendido. El inmutable asiento Ocupaba el Ungido A la diestra del Padre. Conturbados Los discípulos fieles, silenciosos, Tristes y pesarosos, Gemían del maestro abandonados; Que mientras se cumplía La promisión eterna Que al elevarse á la mansión superna Les dió Jesús en el glorioso día, De tímidas pasiones Libres no estaban aun sus corazones. Ellos la escuadra electa .Formaban que impertérrita calcando Al infernal Satán, y su ¡mpia secta Como ligera niebla disipando, Valer haria por el orbo entero El precio de la sangre del Cordero. Al Padre, de Sion en la alta cima, Dirigen sus fervientes oraciones. Tal suelen antes do la lid sangrienta Dos guerreros vibrar la aguda lanza, Del caballo adestrarse en la carrera, Mientras la voz cruenta Oyen del general que á la matanza Los llama, cuarbolando la bandera. El príncipe infernal que así los mira, Arde en furiosa ira. Su imperio destruido, Sus astucias burladas, Y sus leyes tiránicas holladas, Le hacen lanzar un hórrido alarido; Mas su soberbia loca A terrible venganza le provoca. Sus ojos centellantes Mas susto imprimen que en oscuro cielo Cometas rutilantes, Nuncios infaustos de terror y duelo. Agita su cabeza furibundo De silbadoras víboras crinada, Que en roscas mil se encogen y repliegan, Y queda envuelto el anchuroso mundo En una noche lúgubre y nublada. Cuando sus negras alas se desplegan. Tres pasos, vomitando viva lumbre, Da de Sion al Etna cavernoso, Y por la abierta cumbre Baja en torcido vuelo al reino umbroso; Y en su trono sentado, Con voz honditonante, ¡Comoel trueno del rayo fulminante,Iltí Manda juntar el infernal amado. ¡Uh musa divinal! tú que comprendes En un instante solo, Cuando tu vista abrazadora tiendes, Cuanto pasa del uno al otro polo: ¿Quiénes los principales Espíritus se hallaron congregados A contrastar osados De Juhová los designios etemalesí Beltcbuth fué el primero Que !a diestra ocupó de .Satán fiero. El coloso de Ródas afamado, Cuya enorme figura Setenta codos numeró de altura, Nada fuera á su lado: ¡Tanto es disforme su hórrida estatura! Ijos ángeles rebeldes le miraban Como á uno de sus príncipes mayores: Los de Accaron sin seso le adoraban. Tributándole inciensos y loores. Al trono de Satán con orgullosos Paso* se acerca: dobla la rodilla; Y al sentarse en su silla, Retiemblan los abismos tenebrosos. Sigue en órden Moloc, cuyo santuario De víctimas humanas Sembraba el amonita sanguinario, Sofocando cruel sus quejas vanas Con tímpanos y pífanos tañidos En medio de sus ayes doloridos. Este monstruo fatal, de sangre hebrea Hartado, anduvo errante En regiones diversas y apartadas: El fanatismo emplea Su astucia vil, trayéndolo triunfante De Anáhuac á las tierras desdichadas; Huitzilopochlli le llamó al tirano, Y lo hizo dios del ciego nvgicano. Cámos, deidad lasciva del moabita, Y de Sidon la inverecunda Astarte, Tras el cruento Moloc vienen ligeros: iLos tres del sabio rey israelita En la impía adoración tuvieron parte, Y eran inseparables compañeros. Después sigue Dagon, monstruobiforma Del filisteo insensato venerado, Aun cuaudo mutilado |IjO dejara é informe El Se.nor de Israel, y castigara De este modo su intento temerario De usurparle el santuario, Y á la suya acercar su inmunda ara. Baal, dios de Moab, Fenicia, Asiría, De Judea y Samaría: Belial sin ley ni freno; Retoman, numen de Siria, Y otra turba de dioses adversaria De la cruz del ungido Nazareno, Cuyos nombres rehusa Memorar la sagrada pia Musa, Vienen del ángel fiero á la llamada Con frenética furia desusada. Satán el negro labio así desplega Cuando el tartáreo bando se congrega: ¡„Dioses, Príncipes, Angeles, Querubes, ¡ ¿Cedcrémos por fin en la atroz guerra Jurada al hombre? ¿Al polvo de la tierra Nosotros que nacimos en las nubes I Esclavos servirémoe, (Y el imperio del orbe perderémos? El mortal se prefiere Al inmorta'. ;Ay triste! ¡Quién la carne tuviera que reviste! ¡Ay! quién muriera como el hombre muere! El hombre!... voz fatal, voz que resuena En mi oído cual rayo retumbante Por la mano triunfante ! De Miguel despedido, y la cadena 1 Me recuerda incesante Que á la cerviz atada ¡Nosimpuso Jehová con mano irada: i Jchova, que á par de nuestro horrible enco- |A la humana! natura, (no P119 Raudales de ventura La envia pin cesar de su alto trono. ¡ Qué fué nuestro pecado Junto á su ingratitud negra y horrenda? \ ¡ay! su ira tremenda En nosotros descarga á toda hora, Y al homhre ha reservado La piedad infinita que atesora. Abierto el dique está do sus enojos Para los querubines: Mas su bondad para él no tiene fines; Lj ama contó a las ninas de sus ojos. Después de su caida le consuela: Habla con él: con él perenne habita; Y por su bien continuamente vela. Por una que se irrita, Cien veces se contenta: le predice Por sus vates su alianza; Y todo cuanto dice Con milagros sin número le afianza.... i Mas cómo referir aquí prolijo . De su clemencia la inefable historia? Puso término, en fin, á su esperanza; Y humanado le envió su Eterno Hijo, Entre himnos mil y cánticos de gloria. El Verbo de su Padre la ternura Iguala. Aquí doctrina A un ignorante pueblo: allí convence La Sinagoga: acá piadoso cura: Fuerza al túmulo allá su voz divina A que produzca vida; al hambre vence, Que á millares de g"ntes aquejara, Con pan que apenas para dos bastara: A un número escogido De discípulos traza el fiel modelo De la moderna ley que ha establecido; Ley de piedad, de gracia y de consuelo. ¿Qué mas? Su vida ofrece, Y sufre los tormentos que merece El hombre ingrato, duro, A bu voz sordo y á su fe perjuro: Y de su amor en prueba, Y en prenda de la alianza que renueva. 'Aunque torna otra vez á la morada Del cielo fortunada, Velada en accidentes, ¡Para salud y vianda de las gentes, ¡Deja su misma sangre que vertieron, Su cueqio mismo que despedazaron, Su sangre en que inhumanos se tiñeron Su cuerpo que íeroecs inmolaron. Para llegar al ángel solo un grado ¡Fallaba al hombre: todo cuanto encierra ¡La inmensurable tierra, [La fiera, el bruto, el ave, el pez alado, Fué rendido á sus piés: vedlo ensalzado jYa sobre el querubín: vedlo fulgente En ¡a sagrada mesa; y de la eterna ¡Sustancia alimentado, reverente ¡Ved como ante él el cielo se prosterna... iPcro ;qué digo el ciclo, si el abismo También le adorará..! también yo mismo.. .Ved luego cual levanta | Hasta el empirco el vuelo, y á la estrella Y á la luna, y al sol su ¡llanta huella, Y la faz del Señor ve sacrosanta: La faz ¡ay! para nos siempre negada; Siempro de enojo y de furor velada. ¡A tal grado se eleva, á tal altura Del polvo terrenal la endeble hechura! ¡¿Y será que Satán le incline el cuello? ¡Será que sus legiones Reciban, abatiendo sus pendones. De esclavitud el ominoso sello? No, que la cncouosa Rabia que me devora Os incita también, y Ja ardorosa Pasión de combatir no se minora ¡En vosotros: sois dioses, sois guerreros .. Como yo; solo el rango nos separa: jMido por mi rencor vuestros rencores; Y correrémos á la lid tan fieros, ■Como cuando quisimos cara á cara ¡Disputar á Jehová los resplandores. Si no, yo os recordara Las heroicas hazañas,120 Que nos hicieran dueños y señores ¿El pueblo, los magnates, el partido De loa hombrea, al ángel servidores, Seguirán del que impíos condenaron Ya en fuer/a del poder, }*a ríe las mañas. Y en afrentosa eroz sacrificaron? Ceden á nuestros genios vencedores Cómo al recio huracán débiles cañas; Y su infeliee historia Muestro poder publica y nuestra gloria. Dejemos, pues, el ocio letargoso: Dejemos el sosiego, (Si tal puede llamarse este horroroso Arder sin fin en perdurable fuego): En la estendida tierra Encendamos el hacha de la guerra; Y donde mas tse apure El valor, sea en Sion, de donde escrito Está que una h'j nueva, un nuevo rifo Saldrá que eterna por los siglos dure. Allí los adversarios principales Están juntos orando, Y la ruina terrible preparando Del Tártaro y sus dioses inmortales. Corramos, pues, rolemos: ¿Scguirálo el gentil, desentendido Del culto que sus padres le enseñaron, Y abrazará una lev tan misteriosa, Que su razón sencilla Mirará como absurda y fabulosa? Mas á la fe se humilla Su espíritu; y ya adora, Hincada la rodilla, La cruz del Redentor: llega la hora Del placer, y natura le convida A gustarlo sin freno ni medida: Pero la nueva religión le ordena Luchal sin fin con él; aquí la pena; lia incertidumbre aquí, la aj>ortasía: Qúe su carne á tal yugo no avezada. Ni á tan cruda porfía, ¡Rennncia de Jesús; y apresurada, ¡Su Céres busca, que de henchido grano ¡Sus troges llena: a Baeo, que el sabroso No haya tuerza ni ardid que no se muera:|Vino le brinda con lasciva mano; Este precioso tiempo aprovechemos Y cogerá los frutos el abismo De la semilla que en la frágil Eva En el jardín de Edén sembré yo mismo. ¿Y quién, triste agogero, Osará presagiar triunfo ominoso A Satán altanero, Y á su ejército fuerte y belicoso? Quédese aquí quien tema Fu el ocio sumido vergonzoso: Y si el infierno entero cual problema Ve la empresa, y la crée tan arriesgada, Quédese aquí también; que sin auspicio Solo yo basto á conquistar el suelo: Yo que insultar osé, la frente alzada. Con la audaz tentación al Dios del cielo Yo que ordené su bárbaro suplicio: Yo que supe inspirar la alevusía Al discípulo infiel: yo que dictaba Los sangrientos decretos á los jueces: Que de furor armé la turba impía: Que cuando Cristo de la cruz colgaba, Le hice del cáliz apurar las heces. Pero ¿temer? ¿á quién? ¿al débil bando De doce pescadores ignorantes, Que pavoridos del suplicio infando, En su fe vacilantes, Dejan cobardes al atroz cuchillo Entregado el Maestro? Su caudillo, Que ántes le defendió tan alentado, ¿Por veces tres, no le negó cuitado? Y á Véuus, que al gustoso ¡Deleite del amor dulce le llama, ¡Y de plácido ardor su pecho inflama. ¡Mas ya el tiempo nos insta á la guerrera | Empresa: el enemigo En sus ruegos serviles persevera: ¡Y este es el fuerte escudo que al abrigo ¡Del triunfo le pondrá,si no curamos ¡L)e apresurar la lid. ¿A qué aguardamos? ¡Esta mansión de luto y tristeza Dejemos; pruebe el mundo Todo el poder del Orco furibundo; Y rea en nuestra indómita fiereza Jehová, que de su ley siempre contrarios Seremos, y no viles tributarios." ¡Dijo Satán: tres veces execrable ¡Blasfemó del purísimo, adorable, ¡Santo nombre de Dios: la hueste impía Su imprecación horrible repetia; ¡Y con maligna risa y algazara, Con gestos espantosos, iDe su gefe celebra los dolosos Discursos que entre llamas pronunciara. Suspende ;oh Musa! tu cantar divino; Que para proseguir tan peregrino, Tan sublime concento, Necesito tomar algún aliento. [Se continuará}.121 JUNIO 1 = DE 1841, MORAL. Riendo la moral uno de los estudios mas importantes al bello sexo, }r uno de los ramos mas necesarios á la edu- cación, hemos procurado en el primer tomo de este pe- riódico, infundir en nuestras amables lectoras algunas ideas sobre las principales virtudes, imprimiendo en sus almas la pureza y regularidad de las costumbres, y des- terrando muy lejos de nuestras columnas la mas ligera idea ó alusión que pudiera perjudicar en lo mas leve la moral práctica; sin embargo, deseosos de la uniformidad en todos los ramos de instrucción que procuramos á nuestras amables lectoras, vamos á dar hoy algunas no- ciones de lo que es la moral en general y de sus distin- ciones. La moral es la ley que gobierna á los seres inteligen- tes y libres, y según la cual se caracterizan en sus deter- minaciones del bien y el mal, el vicio y la virtud; es á la vez la ley natural independiente de toda institución hu- mana y la ley religiosa que emana del legislador supremo; ley obligatoria por sí misma, ley en la que manda, no la fuerza, sino la autoridad; y que domina, no por la violen- cia á la servidumbre, sino por el convencimiento á la obe- diencia; y ley finalmente universal é inmudable. Hay una moral práctica y una ciencia de la moral. La moral práctica es el primer interés del hombre en socie- dad, así como la ciencia de la moral es la mas noble y mas importante porción de la filosofía. La moral prácti- ca subsiste por sí misma independiente de la ciencia; la ciencia está llamada á perfeccionar la moral práctica. Ha- tom. n.—c. 6. 16blarémos hoy de esta, dejando para otra vez hacerlo de la ciencia de la moral. De la moral practica. Por la práctica de la moral, tanto el hombre como la muger entran en la condición de la humanidad. La in- teligencia, aun la que se India esclarecida con mas brillan- tes luces, no bastada por si sola á constituir á aquel, ni á esla en la verdadera posesión de su naturaleza, y aun po- dria acaso hacer mas funesta su alteración. Creado el ser racional, no solo como inteligente, sino esencialmente como un ser moral, se hallan ligadas en él íntimamente entre sí estas dos altas dignidades, y la cien- cia es la hermana de la virtud. La moral se revela por sí misma y sin necesidad de maestros desde la cuna de las so- ciedades, desde la primera infancia y casi sin sentirse; su voz penetra en el alma del sordo-mudo, lo mismo que en la de aquel que lia recibido las lecciones de la enseñanza. La moral práctica reinaba antes de los moralistas, y es- tos solo han sido sus órganos: hubo necesidad de intérpre- tes, porqueexistia una ley; y se les comprendió, porque la ley respondía desde el fondo del alma, y no eran masde los ecos de la conciencia humana. Los primeros moralistas se limitaron pues á traducir la ley moral en sentencias ó á mostrarla viva por medio de los ejemplos, ó abacería fa- miliar adornándola con los apólogos, es decir, que no hi- cieron sino espresarla, y que no tuvieron necesidad.de de- mostrarla; ni era preciso ponerla en evidencia, para que se hiciese conocer. Era la ley sola que hablaba como ley, con un lenguage tan sencillo como poderoso, porque sa- caba su poder de ella misma. No trataba de justificar su título y sus derechos, y al decir: Obrada estamanerajya había persuadido la justicia y la necesidad de su precep-123 to. Así es que esas antiguas máximas de los primeros moralistas, lian pasado hasta nosotros al t ra vez délos tiem- pos sin envejecerse, y rodeadas de Ja veneración de todos los pueblos. Su autoridad es inmortal, porque es la de la ley; y es eminentemente popular, porque es la de la na- turaleza. Tres causas principales han concurrido á desarrollar y á fortalecer la moral práctica en las diversas naciones y en los distintos siglos: las leyes positivas, las institucio- nes religiosas y la civilización; pero estas tres causas, obrando poderosamente sobre las costumbres, han toma- do para sí mismas una porción esencial de su fuerza del imperio déla moral, que encontraron ya establecido en el corazón humano. Por este poder de la moral se forman los vínculos sociales; por este poder invisible se conser- van las mismas sociedades, y llegan á obtener el mas alto grado de orden y de prosperidad. Los legisladores se han valido pues de todos los medios deque disponían para afir- mar el imperio de la moral. La ley del deber, grabada en la conciencia humana, espresada en sus códigos con mas ó menos fidelidad, ha venido á ser la ley escrita y positiva. Asustados de la violencia de las pasiones hu- manas, han tratado de socorrer á la voluntad en la lucha que debia sufrir; agregando á los preceptos de la moral la sanción de los castigos y Ja esperanza de las recompensas: la espada de la ley ha vengado la violación del deber. Así es como los sabios de la antigüedad lian venido á ser los primeros legisladores de los pueblos, porque ya eran co- mo los mensageros de la moral sobre la tierra, y así es co- mo las primeras leyes civiles tenian por uno de sus obje- tos el de formar Jas costumbres: porque ya eran como un sistema de educación popular.VIA Es verdad que al meditar los códigos de los legislado- res, se ve que han atendido mas al interés general de la sociedad, que al interés de la moral considerada en sí misma; y que á proporción de que se ha ido desarrollan- do, la legislación se ha concentrado mas en el primero de estos dos puntos de vista. Ella no se ocupa de inves- tigar lo que pasa en el secreto del corazón, ni en casti- gar lo que no daña á la comunidad: ha graduado sus pe- nas sohre el hecho mas bien que sobre la intención, y sobre la estension del perjuicio mas que sobre la grave- dad intrínseca del delito. Pero ¡cosa admirable! la uti- lidad común se ha encontrado ordinariamente de acuer- do con el deber de cada uno. Hay mas: los legisladores mismos han conocido que no les bastaba hablar á nom- bre del interés general, y han querido hahlar á nombre de la justicia, de aquella justicia eterna que no les perte- necía criar, pero cuyos decretos no podianménos de pro- clamar. No se han limitado á decir: Haced esto, porque es útil, sino que han dicho: Haced estoj porque es justo. No les bastaba armarse de castigos y prometer remune- raciones, sino que han querido obtener una obediencia racional y conciensuda, y que la sumisión á las leyes se considerase como un deber; han querido ejercer una verdadera autoridad, y esta la han querido sacar de la moral, única que tiene el derecho de mandar en la con- ciencia humana; y han invocado la moral, porque sin ella su poder, si habria tenido fuerza, habria carecido de auto- ridad; y sus penas, si habrian inmolado víctimas, no ha- brían castigado culpables. Mientras que las instituciones civiles regían las accio- nes esteriores del hombre en sociedad y en sus relacio- nes con sus semejantes, las instituciones religiosas pene-125 traban en el santuario íntimo de la conciencia, y se diri- gían al hombre en el seno mismo de la soledad. Las no- ciones morales y las nociones religiosas, el sentimiento moral y el sentimiento religioso, se desarrollan casi es- pontáneamente, y son naturalmente simpáticas. El autor de lodo lo creado se manifiesta á la vez como el legisla- dor supremo y como el modelo ideal de la perfección moral; las perspectivas de la vida futura se descubren ri- cas de esperanzas á la virtud, y ofrecen una carrera de expiación al crimen. Desde entonces la moral práctica recibe un nuevo orden de sanción, una sanción invisi- ble, intima, inmensa. En su alianza con la moral, el culto religioso mismo se embellece también y se depura, estendiendo nuevos be- neficios sobre la humanidad. Pero en el seno del cristia- nismo es donde se ve mas completamente consumada es- la preciosa alianza, y donde la moral entera se halla en- rámente animada de un espíritu religioso. Jamas la moral práctica habia poseído sobre la tierra una colec- ción de preceptos mas completa y acabada, y jamas ha- bia recibido su inspiración por motivos mas sublimes. La virtud desde el establecimiento del cristianismo, no fué ya solo el cumplimiento de un deber imperioso, sino que se mostró con toda su alta y hermosa vocación co- mo la tendencia á la perfección; las lecciones de la Sabi- duría reservadas á un corto número de favorecidos, se hicieron populares; el mérito del sufrimiento, la digni- dad de la desgracia, fueron reveladas y comprendidas; se proclamó la igualdad entre los miembros de la familia humana; la caridad santa crió sus benéficos prodigios, la pureza del corazón fué el primero de los deberes, por- que el corazón es el santuario del mismo Dios; la fideli-dad, á la verdad, fué mandada por aquel que es la verdad eterna. El tránsito del hombre sobre la tierra, se esplica como una grande preparación; la virtud viene á ser la primera parte del culto; el código entero de la moral se redujo á estos dos preceptos, el amor de Dios y el amol- de los hombres, y ambos se confundieron en uno solo. La historia nos lo ha manifestado así para gloria del evangelio, y para honor de la moral. A su pureza y á su sencillez ha debido el Evangelio muchas de sus con- quistas, y durante diez'y ocho siglos la admiración de to- dos los sabios. Así es como el Evangelio ha encontrado en la ley natural, grabada ya en el fondo de las almas, un testimonio de correspondencia y de simpalia con sus máximas. Lo que se llama civilización es el resultado de las re- laciones estrechas, estensas y variadas entre los hombres, y comprendiendo á la vez el desarrollo del trabajo y de la industria, el progreso de las luces y del gusto, la firmeza del orden general, y la mejora de las costumbres públicas y privadas, es en parte el fruto de las instituciones polí- ticas, civiles y religiosas. Las influencias de la moral práctica obran poderosamente sobre ella, afianzan los vín- culos sociales, fortificando el respeto á la equidad, y á las disposiciones de la benevolencia; alientan al trabajo y le aseguran su recompensa protegiendo la propiedad; favo- recen las luces y alimentan el amor á la verdad secundan- do los esfuerzos de la meditación, así como rectifican el gusto depurando y ennobleciendo el sentimiento de lo be- llo. La civilización á su vez sirve á los intereses de la mo- ral pública: mientras mas se multiplican los lazos que unen á los hombres, tanto mas aprenden estos á sentir lo que se deben a sí mismos. El trabajo hace conocer á los ra-127 clónales el sentimiento de su dignidad. Los conocimien- os del alma, las producciones de las bellas artes, ayudan á la virtud, ilustrando la razón, y haciendo apreciar los goces nobles y delicados. El menosprecio público ata- ca al vicio: los sufragios de la opinión, las palmas de la gloria, exaltan el entusiasmo virtuoso, y recompensan el beroismo. Si la moral, pues, tiene su fuente en el seno de la con- ciencia humana, si existe antes que las leyes escritas, que el culto religioso y que la civilización, ¿porqué no se re- produce siempre la misma en lodos los países y en todas las edades? La moral práctica supone dos condiciones: la noción del deber fielmente conocida, y la autoridad del deber fuertemente sentida. Ahora bien: la noción puede ser despreciada por la ignorancia, ó alterada por el error, y el sentimiento puede debilitarse. La ley del deber lleva en su espresion una estrema ge- neralidad, y dice por ejemplo: Conserva tu dignidad pro- piaj no dañes á tu hermano. En esta noción general y primitiva á la vez, la ignorancia y el error no pueden hacerse escuchar; pero al tratarse de las aplicaciones, los raciocinios se succeden y á veces se prolongan; su encade- namiento se estiende hasta las ideas mas ó menos delicadas. El sentimiento del deber exige cierto grado de re- flexión sobre sí mismo: la conciencia no responde sino á aquel que le pregunta: supone cierta calma de espíritu y disposiciones favorables: se debilita, y casi se estingue en Una vida muy agitada y en medio de los abusos de los placeres sensuales: es una facultad acordada al ser racio- nal, pero bajo la condición de ejercitarla; es un tesoro de gran precio que poséc, pero bajóla condición de con- servarla en uso.128 Ahora bien: lo mismo que en cada individuo el benefi- cio de esta ley moral obtenido desde su tierna infancia, puede sufrir todas las alteraciones que resultan de des- viarse de la razón ó de las funestas habitudes que adquie- re, lo mismo sucede en las sociedades esta grande dota- ción de la humanidad sufre las modificaciones que pro- ducen las circunstancias generales. Tales son precisa- mente las instituciones civiles y religiosas: tal es también el carácter que toma la civilización en los diversos ele- mentos que la constituyen. La noción del deber recibe á veces del legislador aso- ciaciones arbitrarias, las que acaso se estienden á aplica- ciones mas ó ménos distantes que la desmienten. Las ins- tituciones religiosas se apoderan tal vez de la noción del deber, transportándole á prácticas ociosas; sin embargo, el principio moral vive todavía en el corazón humano, que permanece fiel por la intención de honrar á la reli- gión, y solo se engaña en cuanto á la elección délos me- dios, por los que cree cumplir el mas augusto de los de- beres. La opinión también hace cometer semejantes er- rores, atribuyendo algunas veces las nobles ideas del ho- nor á puerilidades ó á odiosas violencias. Pero hay que notar finalmente en esto, que el prin- cipio tan puro como verdadero sobre el que reposa la fe del deber, pertenece á la naturaleza misma, y el er- ror de la aplicación solo es del hombre. En fin, si.algu- nas veces las leyes, el culto religioso y la opinión, intro- duciendo en las costumbres falsas máximas ó habitudes funestas, han alterado en la sociedad el sentimiento del deber algunas veces, sin embargo, ese sentimiento obran- do con energía en el fondo de la conciencia humana, ha llegado á modificar las leyes, el culto y los usos.129 o está mala esta acuarela, (decía un viejo aficionado á la pintura, á un joven artista que estaba en su taller,; sin embargo, parece un poco pálida y fría; vd. podia ha- berle dado mas fuego á los ojos de esa joven____Los plie- gues del ropagc no están bastante bien indicados.... No debe valer mucbo. El argumento era claro: M. B. mas bien Cbalan ó cam- balachero que poseedor Je un hermoso gabinete de pin- turas y curiosidades, quería comprar el original, cuja co- pia presentamos litografiada á nuestras amables suscritoras. El joven pintor se puso encarnado; el amor á su arte y el convencimiento de su talento, iban á hacerle come- ter una imprudencia, si no se hubiese acordado de su que- rida madre á quien sostenía con la venta de sus obras, y solo respondió con dulzura: «Señor B., vd, es un gran conocedor, yo lo sé bien, y habrá advertido que este cua- dro está tomado del natural. —Qué! ¿Realmente ha visto vd. á esa encantadora cria- tura, y á ese joven tan hermoso que se inclina hacia ella? —Sí señor; este pequeño cuadro me causa la mayor pena cuando dirijo mis ojos bácia él____Si vd. quiere com- prarlo, yo se lo cederé____ ¡Cuántas veces un canto alegre se ha detenido en mis labios al mirarlo____ Sin embargo, yo he oido cantar á esa joven, y jamas la espresion de su tierna voz se borrará de mi memoria. —¡Ah! conladme esa historia. Será seguramente una historia de amor. —Creo que sí; pero yo no be visto de ella mas de es- te episodio. Hará cosa de un año que en la i>e!la estación de la primaveraj me paseaba en un bosque donde des- Tom, n. 17.130 pues de haber dibujado algunos árboles y comido sobre la yerba, me encontré de improviso frente á una hermo- sa casa de campo, cuyas persianas y ventanas abiertas dejaban ver su inLerior. Me detuve sorprendido: un cer- cado solamente me separaba del jardin lleno de flores que rodeaban la casa, el que sallé, y en el ángulo mas cercano á mí, observé desde luego una hermosa cama con colga- duras de musolina blanca; vistosos ramilletes de rosas so- bre jarras de cristal adornaban la chimenea. Seguia des- pués una gran sala iluminada por los rayos del sol, que se inclinaba ya al ocaso, haciendo brillar los vivos co- lores de las tapicerías de Persia de que estaba tapizada; mirtos y naran¡osen flor exhalaban en sus ventanas un olor delicioso. Las puertas estaban abiertas; parecia que la felicidad y la confianza habitaban en aquel lugar, del que nadie cuidaba. Yo admiraba los pintorescos efectos de la luz que se reflectaba por entre los cristales, cuando un ligero ruido y una nueva aparición me dejó inmóvil. Una joven de una belleza sorprendente entró á la sala: sus cabellos caian en graciosos rizos sobre su cuello; dos perlas de oriente pendian de sus orejas, y resaltaban ca- prichosamente al través del ébano de su pelo. Su trage era singular: llevaba un vestido de seda blanca bordado al salpique de flores grises, y un delantal de blonda rica- mente guarnecido, completaba su adorno. Un perrito es- pañol la seguia á pasos lentos, y saltando muy pronto sobre el camapé, se recostó sobre un chai. Su dueña sin ocuparse de él, se acercó á uno de esos cuadros llenos de mil bagatelas que el mundo inventa sin cesar, y lomó después un atril de bronce dorado, donde puso un bos- quejo de un cuadro de Kobert; vd. lo ha de conocer, Se- ñor; los Pescadores.131 —Sí, sí, dijo el Clialan, un cuadro que vale el doble, desde que murió el artista. —Sin duda cuando estamos muertos se nos aprecia mas, dijo el pintor. —Acabad pues, vuestra historia, amigo mió, replicó con tono de protección el supuesto comprador. —Muy bien, señor. Yo estaba transportado de júbilo, pensando que esta hechicera criatura comprendía toda la poesía de aquella hermosa composición, y no me enga- ñé; porque lomando una guitarra, sus ágiles dedos pul- saron las cuerdas sonoras, y al punto oí que su voz espre- siva y pura dominaba los trozos mas preciosos de la ar- monía,y que la belleza de sus miradas se animaba por una doble inspiración. Yo copié este canto que he conser- vado al lado de mi pintura, y que podéis leer, si gustáis. M. B. leyó. «Es pr eciso partir. El cielo está puro, la mar en calma; ved los rayos rojos del sol que van á descender muy pronto, y á apagarse en el seno de las aguas. La baja mar entra ya en las rocas, y se ve saltar en blancos surtido- res. Es preciso partir. El calor disminuye, sóplala brisa, los pájaros vuelan alrededor del mástil, y comienza á inflarse la vela. Es preciso partir. He ahí á nuestra madre sentada sobre el banco de pie- dra al lailo de la viña; sus cabellos blancos flotan sobre sus sienes arrugadas; sus hondos ojos errantes á lo lejos, espresan una inquietud vaga. Un pensamiento amargo reposa sobre sus labios pálidos: ¡Siempre se marcharán! Espreciso que partan. Padre, he aquí las redes, están secas y ligeras, pero volverán húmedas y pesadas. María nos protegerá, he aquí su santa imagen. Podemos partir.132 Amo, aquí están los víveres, lus cuerdas y una brúju- la; la noche será sombría, puede venir Ja tempestad. Es preciso partir. ¿Por qué es tan triste el sonido de tu voz, Pedro' ¿Por qué se dirigen tus miradas á la ribera? Levanta la cabe- za, es tu padre quien te lo dice. Es preciso partir. Ya Jo sé, padre; pero los años lian endurecido tu cora- zón y empedernido tu alma. ¿Ves allá abajo á tu bija cerca del borde de las olas, con sus ojos bañados en lágrimas v cuyos piés desnudos y blancos se detienen en la arena del mar?. Tiene en sus brazos á mi hijo primogénito, no puede seguirnos. Es preciso partir. Sí, padre, mira ya el humo que se escapa de la chime- nea de tu cabaña y se eleva en los aires. Ese techo que- rido que muy pronto vamos á perder de vista, abriga la cama de tu madre y el lecho virginal de mi esposa. Mi- ra como su inocente pecho palpita de temor. Ve como enjuga con las largas trenzas de sus cabellos las lágrimas que inundan sus ojos. No puedo decir mas sino que la amo. Otro le traerá frutos y llores. Es preciso partir- Es preciso partir. ¡Anselmo, qué felicidad! En fin, hace doce años hice mi primer viage. Mi abuela esten- dió su mano temblorosa sobre mi cabeza, y al bendecir- me, colgó sobre mi cuello esta efigie del Niño Jesús. No- sotros traeremos corales, perlas y peces. Pronto. Es pre- ciso partir. ¿Qué aguardas? el viento es bueno, la mar hermosa. ¿Qué os puede detener en tierra? El aire caliente, abra- sador? No se oj'en sino los llantos de Jas mugeres y los gritos de los niños; el marinero muere cuando no se crée seguro en el agua. Vamos, levemos el ancla, ya tien- do la vela. ¡A Dios! Es preciso partir.133 ¿Has oido ese grito prolongado v desolado!'.' Teresa, cuán pronto se alejan. ¡Angelina, hijas mias, el corazón de esos hombres no conoce la piedad. Una niebla espe- sa cubre ya el horizonte. Ya han desaparecido; esto es he- dió. ¡Mis ojos no los verán mas! La muerte me llama: si ellos volviesen, decidles: Ella también, la abuela se ha visto precisada á partir." —Bien, bien, dijo M. B. devolviendo el manuscrito, continuad vuestra historia. —La joven cantaba todavía, esclamó el pintor, cuando un joven tan hermoso como ella entró sin hacer ruido pa- ra no interrumpir un canto tan dulce como melancólico. Una lágrima tan pura como el rocío brilló en una de sus pupilas. Se aproximó dulcemente, é inclinándose hacia ella, tocó sus cabellos. Ella se volvió gozosa; pero al pun- to su fisonomía tornó á-entristecerse. «Supuesto que tú no partes jamas, dijo ella, tú lo sabes, nii patria toda entera eres tú." El sin responderle, la estre- chó sobre su corazón. Sin duda un secreto penoso se ocultaba en su seno. Yo no pude detenerme mas; volé al momento ámi ha- bitación, bosquejé mi cuadro, y proseguí mi viage. Cua- tro años después, al pasar por el mismo lugar, dirigí mis pasos á la propia casa de campo. Las ventanas estaban cer- radas; en lugar de las flores cultivadas del jardin solo ha- antas silvestres; un muchacho estaba á la puerta, yo le pregunté: ¿Qué, nadie vive aquí? —No señor: ios españoles se han ido. —¡Ah! Eran españoles y se han vuelto á su pais. —Sí. Es decir, el marido ha partido solo; se fué á España y allá murió en la guerra. Entonces su mu- ger que habia quedado aquí; porque él no quiso llevarla,131 murió al recibir la noticia; dicen que de miedo. Hoy no lia- bita nadie la casa; pero el año que entra se alquilará á otras personas. ¿Creeríais, señor, agregó el artista, que yo me lia vuelto de mi paseo tan triste como si hubiera perdido ¡í uno de mi familia? Este es el motivo porque quiero vender es- te cuadro. ¿Me lo compráis? —El Chalan contestó: Alií veremos.—Madama i.a prin- cesa DE ClUOX. f Traducido para el Semanario,, del Keensake francés de mi.j --rtdi» ¿IÍ|n las Carlas críticas del conde Agustín Santi Pupieni, tom. 3.", se lúe que un viagero Siamita escribía hace algu- nos años á un amigo suyo desde París: «Los franceses dicen: que afloran únicamente á un so- lo Dios; yo no puedo creerlo, porque ademas de las dei- dades vivientes, á las cuales se ve ofrecen votos, tienen todavía otras muchas inanimadas á quienes sacrifican, co- mo he observado en una de sus concurrencias, donde en- tré casualmente." «Vi un grande altar adornado con un tapete verde, luces en el medio, y rodeado de muchas personas que estaban sentadas del mismo modo que lo ejecutamos no- sotros en nuestros domésticos sacrificios." «En el momento en que hube entrado, uno de ellos que al parecer era el sacriíicador, eslendió sobre el aliar algunos papeles sueltos de un pequeño libro que tenia en la mano. Sobre ellos estaban pintadas imperfectamente ciertas figuras que acaso serian las imágenes de algunas deidades; porque á proporción que se distribuían al rede- dor, cada uno de los asistentes ponia encima su ofrenda135 según su devoción, observé que eslas ofrendas eran mu- cho nías crecidas que las que ofrecen en ¡sus templos pú- blicos." «Después de las ceremonias que be referido, el sacrifi- cado!' alargó su mano trémula sobre el resto de aquel li- bro, y por algún tiempo quedó sin acción y como opri- mido de temor. Todos los demás estaban muy atentos á lo que ejecutaba, igualmente que él, suspensos é inmóvi- les. A cada papel que volvia, los circunstantes espresaban diversas agitaciones á proporción que su espíritu se al- teraba: uno, juntando las manos, da gracias al cielo: otro mira sin pestañar á su imagen rechinando los dientes; otro se muerde los dedos y con los piés hiere el suelo; en su- ma, todos ejecutaban estreñios y hacían contorsiones tan estrañas, que parecia habían perdido el juicio. Pero apenas el sacrificador volvió cierto papel, cuando él mismo se en- furece, rompe el libro y rabiosamente le destroza, trastor- na el altar y devora el sacrificio. Ya no se oyen mas que lamentos, gritos é imprecaciones; al verlos tan descom- pasados y furiosos, me imaginé que la deidad que adora- ban era un dios celoso, quien para castigarlos por el sa- crificio que ofrecen á otras deidades, envía á cada uno de los asistentes un espíritu infernal que los atormente." Esta sencilla descripción del Juego podrá dar una idea á aquellas de nuestras amables lectoras que hayan tenido la fortuna de no haber visto una partida ó un monte, aun- que hayan ido ánles de ayer y ayer á San Agustin de las Cuevas; pero acaso no será bastante para las que por una desgracia verdaderamente lamentable, crean una cosa in- diíerente á su sexo la afición al juego, y esto nos hace demorar un momento, á fin de esponer, aunque de paso , u'ia que otra reflexión, eon el objeto de conservar y sos- tener ese prudente decoro y esa sabia determinación136 adoptada hace mucho tiempo por las Señoritas megica- nas, que para honor de su sexo no solo no se degradan sentándose en una mesa de juego, sino que rara vez se di- vierten con juegos de envite, ni mucho menos con apues- tas de consideración, aun en lo interior de sus familias, y no miran bien á las Señoras que obran de otra manera. En otros paises y en otros tiempos, el saber jugar aca- so era un ramo de educación para la juventud del bello sexo, puesto que se trataba de una cosa en que las Señoras de cierta edad solían emplear una gran parte de la vida, pues por no estar bien instruidas, perdían con frecuen- cia, acarreándose mil disgustos y esponiéndose á mil ries- gos; pero entre nosotros aun las Señoras que acostum- bran algún juego carleado, interesan cantidades tan cor- tas, que verdaderamente juegan y se divierten. A pesar de esto, cada vez se disminuye mas esa afición; pues las Señoritas han llegado á conocer que la que pierde con frecuencia, aunque sean cantidades pequeñas, no puede menos de disgustarse y de tener cierta especie de mal hu- mor, que en vez de diversión debe causar faslido; pero si por el contrario gana, por lo común ha de notar, aunque no quiera, ese disgusto en las personas con quienes juega; y ¿cómo puede una Señora tener placer en una cosa que desagrada á las demás? Ni se diga que Ja pequeñez de la cantidad y las proporciones de las Señoras que juegan, deben destruir ese temor de disgusto, pues ya que no el interés, el amor propio obra siempre el mismo efecto, cuando se supone menor inteligencia ó talento en la per- sona que pierde, ó aunque le sobre una y otro, la fal- ta de suerte no puede serle grata, mientras que la favore- cida por ella, es muy fácil que dé entrada en su corazón al orgullo ó al excesivo placer, que pocas veces podrá disimular.—/. G.137 CAPITAL DEL DEPARTAMENTO DE JALISCO. ümpliendo la oferta que hicimos, de insertar en este to- mo algunos artículos de objetos relativos á nuestro pais, comenzamos hoy presentando á nuestras amables suscri- toras, una vista general litografiada de Guadalajara, dibuja- da por la señora de Word, y acompañada de una ligera idea de esta hermosa ciudad, la segunda ó la tercera de toda la república. Fué fundada por Ñuño de Guzman en 153Í, es decir, diez años después déla conquista de Mégico, en un fron. doso y dilatado valle, á distancia de 162 leguas de Mégi- co y 16 de la laguna de Chápala, regado por varios arro- yos y fuentes que lo fertilizan, y á las orillas del rio de Santiago, San Juan ó Esquitlan, que naciendo en Ja ciu- dad de Lerma del valle de Toluca, y atravesando los de- partamentos de Mégico, Michoacan y Guanajuato, entra en el de Jalisco; corriendo después con alguna rapidez cuatro leguas al S. O. de Guadalajara tiene una caida muy alta, pasa por la laguna de Chápala y va á desembocar al mar del Sur, cerca del puerto de S. Blas y Chiametlan. Esta escelente posición y la salubridad de su tempera- tura, aunque algo cálida, aumentaron su población tan rá- pidamente, que á los diez y siete años, en 1548, fué escogi- da para residencia del Obispado y Catedral de la Nueva Ga- licia. A fines del siglo pasado, según el Diccionario de Alcedo, se componia ya de quince mil familias, en 1805, el Barón de Humboldt leda 19,500almas, número que le conserva todavía el nuevo Diccionario geográfico de Bar- celona del año de 1831, tan equivocadamente, que Malte- Tom. u. 18. V138 Brun le habia dado ya 30,000, que en los censos de aque- lla época tenia mas de 80,000, y que en 1837, la Geogra- fía del Sr. Almonte la reputa en ochenta y cinco mil. Un plano levantado recientemente por D. Santiago Guzman que tenemos á la vista, acredita este aumento de población por el número de sus edificios y la osten- sión de la parte habitada en todas direcciones, pues so- lo de la otra parte del rio, á cuyas orillas se fundó, exis- te hoy cerca de una quinta parte del total de la ciudad aunque solo forma el 8.° de los ocho cuarteles en que está dividida. Tiene 762 calles, casi todas tiradas á cor- del, y cuya anchura es de doce á catorce varas. Hermosean á Guadalajara cuatro grandes plazas: la de la Constitución, la de la Independencia, la de San Agus- tín en donde está el Mercado, y la de los Toros, á mas de diez y siete plazuelas llamadas de San Fernando, del San- tuario, de la Soledad, de la Catedral, de Santo Domingo, de la Compañía, de la Aduana, de San Antonio, de la Maestranza, de la Leña, del Cármen, de Mexicalcingo, de la Losa, de la Salud, de Analco, de San Juan de Dios y del Hospicio. Tiene una magnífica Catedral de tres na- ves, hermoso edificio aunque muy maltratado por los rayos, donde se ven soberbias pinturas de artistas espa- ñoles. Hay cinco parroquias denominadas el Sagrario, Santuario de Guadalupe, Jesús, Mexicalcingo y Analco: doce conventos de religiosos, San Francisco, Santo Do- mingo, la Merced, San Agustín, el Cármen, San Juan de Dios, Santa Mónica, Oratorio de San Felipe, Santa María de Gracia, Capuchinas, Santa Teresa y Jesús María. A mas de Ja Universidad hay cuatro colegios: el Seminario, el Clerical, Santa Clara y San Diego, y un Instituto ó Aca- demia de medicina: dos hospitales, el general de San Mi- guel de Belén y el de San Juan de Dios: una casa de Re-139 cogidas y nueve edificios públicos: las casas Municipales, la del Gobernador, el Obispado, la Moneda, Ja Factoría del (abaco, la Aduana, el cuartel general, antes Hospicio de pobres, la Cárcel de corte y el Coliseo. En sus es- tremidades son dignos de notarse los molinos de Joya y de las Beatas, la Alameda, los Baños, la Presa, el Arenal y la buerta de Batres. Hay una manzana rodeada toda de bermosos portales en la plaza mayor dedicados á los béroes de la independencia y se está formando un jardín botánico. En su mayor parte Guadalajara tiene tres mil varas de largo y otras tantas de ancbo; pero desde la garita de San Pedro basta la de Zapopan liay mas de una legua de cua- tro mil varas; y desde la de Buena-vista basta la Presa, poco menos, así como de la del Cármen ó de los Galá- pagos á la misma. Su calle recta mas larga es la que sa- liendo de la garita del Cármen, se dirige por Jesús María á la plaza de la Independencia basta las últimas casas des- pués de la manzana del Hospicio. La latitud de Guadalajara, aunque el Sr. Alcedo dice ser de 20°, 51'y su longitud de 108°, 21', según las últi- mas observaciones, no es sino de 21°, 9' la primera, y de 105°, 22', 30" la segunda; pero según las mas recientes del Sr. Narvaez becbas en el año pasado, la longitud es 105°, 40', 18" al O de París. Para terminar esta ligera descripción topográfica, co- piaremos las palabras con que concluye la suya el referi- do Diccionario de Alcedo: «Guadalajara goza de bermosas aguas que entran de la parte del Poniente por unas cañerías de muy buena arquitectura, largas, de cinco leguas, becbas á todo costo, y que fertilizan á la vez sus alrededores. Los naturales de Guadalajara son por lo común de apacible genio, bermoso rostro, y muy aplicados al trabajo."-/. G.140 LA VENIDA DEL ESPIRITU SANTO, poEjtui ejy nos cjurros. CANTO II. {Véase el número anterior.) ^alvk mil veces, día afortunado, Mas puro, mas brillante, Que aquel en que luciera rutilante Por la primera vez el sol dorado. Salve, montaña santa De Sion, mas que el Sínai venerable, Pues la ley sacrosanta Viste grabada en piedra mas durable- Salve, ciudad dichosa, cuya gloria Durará eternamente, Y respetada tu ínclita memoria, Irá de gente en gente. Salve, pues la victoria El Dios Omnipotente Contra Satán y su ominoso bando En tu feliz recinto dispusiera, Cuando al creador Espíritu enviando, De su yugo libró á la tierra entera. Salve, en fin, y permite que refiera Como el hecho se obró tan portentoso. Mas tú por mí, celeste Musa, dilo; Que á asunto tan grandioso Jamas podrá bastar mi humilde estilo. El infernal congreso ya disperso, Eos ángeles rebeldes dividieron Entre sí el universo. Los volcanes se abrieron; Y entro el humo sulfúreo que salia Por sus bocas ardientes, cavernosas, Vomitan i la luz del claro dia Mil espectros de formas espantosas. Con furia desalada Corren bramando á la infeliz morada; Como Icones rugientes. Afilando las garras y los dientes, Cuando ven una grey abandonada. Al fuego que brotaban Secábanse los ríos: los encumbrados Montes ardian: los míseros ganados Sin vida desmayaban Al aliento letal que respiraban. En tanto los sonoros Cantos suspenden en el almo cielo Los angélicos coros, Y abrasados en santo ardiente celo, Y de sacro pavor sobrecogidos, Aguardan de Jehová la voz tonante Que castigue del príncipe arrogante Los intentos nefarios y atrevidos; Y ya Miguel, desnuda La flamígera espada, Que jamas embotada Viósc en batalla cruda, Dispuesto á aniquilar el negro averno, A una señal ligera del Eterno. Cuando bañado en luz inesplicable. Vuelve el rostro inefable El Padre Dios al Verbo Sempiterno: „Hijo amado," le dice, „Causa de mis mayores complacencias, De la promesa que á los hombres hice Llegó ya el cumplimiento: inteligencia» Desde hoy se tornarán: sobre ellos baje Mi Espíritu Paráclito: el ultrago Vengado quede de mi excelso nombre: Sobre Satán tu cruz eterna impere: v141 En ella viva el hombre; Y la tierra en tu ley se regenere." Dijo el Padre: los recios aquilones Con estrépito fuerte resonaron: Las bóvedas celestes se rasgaron; El espíritu Dios raudo desciende Sobre los apostólicos varones: En su divino fuego los enciende; Y el alcázar sagrado y eminente Queda lleno de lumbre refulgente. Nunca suele tan súbita ahuyentarse Del exorcista sacro á los conjuros La renegrida nube tempestuosa, Como el ángel oscuro, que al llegarse De Sion á los muros, Divisó la morada luminosa. Mas, venciendo la audacia á sus temores, Vuelve á Jerusalen: aquí su rabia; Pues la estúpida grey de pescadores Se ha convertido en elocuente y sabia Todos son ya valientes oradores; Ya sus redes no tienden A débiles é incautos pececillos, Sino á miles de oyentes, Otros del mal espíritu, burlaban Su crédulo candor, y les decían: „ Ebrios están; el vino liabla por ellos." Mas con dóciles cuellos A Jesús se rendían Cuando, á la voz de Pedro obedeciendo; Y sus pasos rigiendo, Los tullidos por sí su andar seguian Entre himnos mil que gratos repetían. Como al luchar de vientos bramadores Los cedros corpulentos Suelen mover sus ramos silvadores. Azotando violentos Contra la tierra sus nudosos troncos. Con rechinidos ásperos y broncos; La rabia y el furor de esta manera, Guando mira cercana La ruina de su imperio tenebroso, Combaten á la fiera Bestia infernal, que insana, Va muerde el labio cárdeno espumoso; Ya pateando la tierra la estremece; Ya la crin serpentina hórrido mece. Mas no por esto muere la esperanza Que se quedan absortos cuando entienden |Kn gu hondo impuro; Sus discursos sublimes y sencülos, ¡Que cada vcz mas dur0i Aunque son de regiones diferentes. ;Respira ma9 rencor y mas venganza: Unos á otros se miran: Cnal fervid0 torrente, |Que mas redobla su ímpetu vehemente ¡Mientras peñas mas gruesas se interponen Y en su arrogante curso se le o]>onen. Del portento magnífico se admiran; Y dicen entre sí: „¿Dc Galilea No Bon estos que anuncian Las grandezas de Dios? ¿Cómo pronuncian Tantas lenguas diversas? Dejudea, De la Frigia, del Ponto, de Cirene, De todas las naciones aquí estamos: Y todo lo que dicen entendemos. Algún alto misterio se contiene En aquesto; pues no nos acordamos De haber visto jamas lo que ora vemos." Inmóviles quedaban; Y, del almo Paráclito movidos. Algunos adoraban La cruz del Redentor. Mas, poseídos Ya en humanal figura se transforma, Remedando de Anas el gesto y forma: Ya la grey santa arrastra la cadena En la oscura prisión, á do su encono Injusto la condena. Ya preside el Sanedrio: ya con tono Imponedor sacrilego la ordena Sellar el labio que á Jesús predica..... ¿Sellarlo? ¡Oh insensato! ¿Acaso ignoras Que el Espíritu Dios por él se esplica? Oyelo, y tus traidorasÍ42 Asechanzas confúndanse burladas. 'Desfallecer del Orco tenebroso? „A1 hombre obedecer sera mas justo LAplacarse la furia inestinguible Que a las eternas leyes, que intimadas \Uc Satán indomable, rencoroso? Nos fueron por el mismo Dios augusto?" Si un Dios está con ellos, Tal impávido Pedro pronunciando, l¿Otros miles de dioses no han jurado Del tribunal nefando ¡Encadenar sus miserables cuellos? Se aparta, y fervoroso |Y si ese Dios hasta ora no ha enseñado Por las calles, las plazas, y el santuario, :Do llega su insondable Pasa, anuncia, reprende, profetiza, Sana, convence, rinde; y victorioso, Tremolando la insignia del Calvario, Cria, reengendra, encienda y diviniza. (irato el pueblo le llama Su genio tutelar, ledo le aclama. Mas de Sadoc la impia Secta, inspirada de Satán maligno, Nuevos hierros previno A Podro y á sus justos. Viene el dia: En la cárcel no están. ¿Dónde so fueron? ¿Cómo las cerraduras quebrantaron? De lo alto descendieron Angeles del Señor: los libertaron. Allá en el templo está: allí derraman Del Espíritu Santo A millares el fuego sacrosanto, Y millares en él luego se inflaman. En tanto, la escamosa Cola azotando al uno y otro lado, Y la piel espinosa Erizando furioso y espantado, A los suyos decia El triste rey de la mansión umbría: ,,Mucho nuestros rivales Adelantan, guerreros inmortales. El cielo los defiende, Jehová los patrocina, Su Espíritu los rige, los inflama. En toda Sion se esliende La voz de su doctrina, Que por todos se aplaude y se proclama. Mas porque la divina Mano hacia ellos alarga el Invencible, Depósito de bienes infinitos, ;Por ventura el abismo es calculable De males que inventamos los precito»? Todavía no se apura De Satán el recurso postrimero: Llénelos, pues, do graeia y de ventura Su Dios, mientras dañero Llover sobre ellos hago Infortunios sin fin. Pues que el aciago Destino á mí y á vos no nos permite Tomar otro desquite: Ya que ni amar ni hacer el bien podemos, En el mal sin descanso trabajemos. ¿Las funestas pasiones Se podrán numerar que el hombre encierra ? Y una sola es bastante, oh campeones, Bien manejada, á fenecer la guerra. Os hablo del dolor: solo su nombre Al mortal intimida: Soloél hacer temblar pudo al Dios hombre. Su penetrante herida Sienta la raza inmunda: Vertimos si á la muerte furibunda Sabe sobreponerse; si al degüello Por esa nueva ley ofrece el cuello." Dijo el fiero: de plagas mil fatalo» Vense luego acosados Los fieles de Jesús: ya soterrados Míranse en calabozos funerales; De su virtud en precio Reciben ya el tormento, Ya el azote sangriento, Ya el insulto, la burla y el desprecio. Mas no por esto abjuran ¿Nosotros desmayar? Ln saña horrible jDe la adorada cruz. ¿Sus penas crecen?143 Se alientan mas, se alearan, se enfervcecn, ¿Ven el cáliz mortífero? IiO apuran. El Paráclito Santo En medio de ellos es: en sus temores Los conforta: mitiga sus dolores; Y enjuga aliviador su tierno llanto. Con sus alas cobija á sus hijuelos: Como allá remontada en la alta esfera El águila altanera Cuando saca á volar á sus polluclos. Mas ¿dó, Satán altivo, Llenos de confusión los torvos ojos, "é escondes fugitivo? ¿Huyes, porque burlados tus enojos, Te deslumhra la faz esplendorosa De Estevan, que ascendido á la gloriosa Mansión á do jamas volver esperas, Cual otro Redentor perdón implora De sus impios verdugos? Tú sus fieras Manos armaste: tú la feliz hora Al justo apresuraste: Tú la obra comenzaste Ven, complácete, mira ('orno durmiendo en Dios, tranquilo espira Mira ya cual se rasga el fiimamcnto, Y el Espíritu Santo Lo eleva sobre el viento, Y el Hijo Sacrosanto A su Padre lo ofrece, (pie propicio Acepta su glorioso sacrificio. ¡En cuáu honda tristeza, en luto cuanto Sumido yace el reino del quebranto! Tus negros pabellones Abate ya, Querub vanaglorioso. Mas ¿en Saulo animoso El triunfo libras aun de tus legiones? ¿En 6] tu confianza? Pues cu 61 á morir va tu esperanza. De la ley adorable la ruina, Respirando amenazas y rencores, Saulo jura, y á Siria se encamina. •Ay de vosotros fieles servidores Del Dios de Nazaret! Sanio fulmina Sus iras contra vos y contra el cielo; Y a la naciente iglesia ver desecha Augura su fantástico desvelo, Cual diestro cazador que ávido acecha Al pajarillo que, recién nacido, ■ Por la primera vez deja su nido ¡Pora ensayar el inesperto vuclo- ¡De su cólera ciega i En van» libertarse solicita El varonil el texo delicado. A do quiera que llega Prende, persigue y á abjurar incita De la fe de Jesús crucificado. Fanático °n su ley, lleno de aliento, En los escombros de la cruz medita ¡Levantar de su gloria el fundamento. |Ya de Damasco las orillas pisa: Sus torres elevadas ya divisa: i Ya arde en iras su pecho; ya prepara ¡El formidable golpe; ya incitando Al caballo espumante lo acelera.... Cuando una luz que la del sol mas clara, ;Como rayo sus ojos penetrando, Súbito pára su veloz carrera: jLo deslumhra, lo ciega, lo derriba; |Y en la tierra postrado, jEl augusto mandato I Adora que le intima desde arriba ¡El Espíritu Santo.....¡Tú has hablado, JEspíritu divino! ¡El insensato I Furor do Pablo tu bondad merece! iSí, y en el libro eterno de los justos, j Entre tantos como hay nombres augustos. También de Pablo el nombre comparece. Tu fuego abrasador Pablo respira: Va no es aquel perseguidor furioso, Sino un atleta fiel (pie solo aspira j A defender tu iglesia valeroso. TÚ del apostolado le revistes; ¡Y en la visión sublime, que no vieron Los ojos, ni las lenguas refirieron, Tú le subes al cielo. Tú le asistes i Cuando recorre el Asia toda entera:144 ('uando de Europa viene a las regiones Y cuando confundiendo á la altanera Filosofía, rinde sus pendones A la fe de Jesús. Tú le consuelas En la prisión oscura: tú le alientas Si hambres padece, si recibe afrentas: Tú á su socorro vuelas, Si el insolente pueblo amotinado Insulta bu virtud; y tú le inspiras, (.¡uando toma la pluma entusiasmado Contra las seducciones y mentiras De los falsos doctores; tú le exhortas i Todas ven ya su gloria: i De su cruz presenciaron la victoria: i Ya la adoran con tiernos corazones. ; Sus vanos simulacros, confundidas, ¡ Dcspracian y se miran ya erigidas Aras inmaculadas, D o hóstias candidas son sacrificadas, A par de nuevos cánticos que entonan. No hay gentes ni regiones escondidas A los héroes do Cristo: ellos pregonan Su triunfo, y por do quier el eco suena: Ni hay lengua que no entienda y aperciba Cuando afirma á los fieles en su creencia; Su voz cnsar en su mortaja. Dos negras aceitunas desencaja; Y valando lo mismo que una oveja. Un ingrato, me dice, la corteja Que nunca la requiebra ni agasaja. Ln su pasión me ruega que la rija Sonando su nariz porruda y roja, Llena de mas berrugas que una bruja. Con su mantilla luego se cobija, V un soneto mi musa al punto afloja De raja, reja, rija, roja y ruja. EPIGRAMAS.. A todos nos da Teodora De cristiandad bello ejemplo, I'ues devota se va al templo Apenas sale la aurora. Oyendo misa y sermón, La mañana toda pasa. ¿Y bu familia, y su casa? Tienen mientras procesión. ¿Qué dierastú por un pié? Un tuerto le dijo á un cojo, Y el respondió: Ya «o vé, Por cierto, no daria un ojo. La satirilla en verdad l'ara otros mil está buena, Que olvidan su enfermedad Y se ocupan de la agena. FABULA. Lo vendían ¡í un caminante Cierto famoso caballo, De aquellos que en la Alameda Suelen ser muy alabados. Kl lo veía con desprecio, Y decia: Nunca habrá trato, Para paseo es bueno el bruto. Para camino muy malo. Señoritas, atención: El hombre que busca estado Suele decir de ustedes. Lo que el otro del caballo. Diario de Mégieo. Modo de limpiar y barnizar las pinturas al óleo. ^U^ESPUES de quitar el polvo al cuadro y lavarlo con agua clara y una esponja muy fina, se le dará con una brocha mojada en la infusión siguiente:—Una clara de huevo bien batida, un poco de zumo de limón y azúcar-piedra, ó candi, todo perfectamente mezclado.163 Cuando eslé limpio y seco el cuadro, tómese* una libra de aceite de nueces puro, y media de la resina llamada almaciga, bien pulverizada y pasada por tamiz: pón- gase al fuego en una cazuela, yj échesele al primer hervor un pedazo de alumbre calcinado. Luego secuela, y cuan- do baya de darse este barniz, se calienta algún tanto para que se liquide bien y pueda correr la brocha, que se pa- sará con soltura y ligereza. Otro barniz se emplea también, que se compone del modo siguiente:—Cuatro yemas de huevo, una onza de azúcar-piedra ó candi, media de zumo de limón, y otra media de ajos. Puesto todo en proporcionada cantidad de agua caliente, mézclese bien con la brocha, y puede usarse desde luego. (Semanario industrial.). CHINCHES. íii* chinches crian cuatro vece» al año, en marzo, mayo, julio y setiembre, y en cada vez ponen cincuenta huevos; dando un producto anual do dcscicntai chin- ches. Al cabo de once semanas ha adquirido la nueva chinche sn perfecto desar- rollo, y se halla ya en disposición de reproducirse: sobre estos hechos se funda el si- guiente cálculo. Supongamos que uno de esto» animalitos se introduce en una ca- na antes del primer periodo de reproducción en la primavera; producirá en mar/o 50 chinches, y entre ellas 95 hembras. En mayo las 2G hembras (incluyendo la ma- dre) darán 1300 hijuelos; suponiendo que 750 son hembras, tendremos en julio una cria de 35,500. Las 15750 hembras que habrá entro ellas, unidas á las anteriores 750, compondrán 16,500, las cuales en setiembre producirán fc25,000 chinches nue- vas: de estas, 412,500 serán hembras, y unidas á las 16,500 de la cria anterior, ha- rán 429.000 que al siguiente marzo darán 21.450,000. Añadiendo á este mimero 429,000 machos que no hemos contado, harán la suma de 21,879, 000, ó cerca du 22 millones de chinches producida» toda» por un solo individuo cu el transcurso de un año. Nos equivocamos mucho si el conocimiento de este hecho no sirve de estí- mulo á la actividad y anhelo de la cuidadosa ama de gobierno, 6 de cualquiera » borita, ]«r cstirpar la primera chinche que vea aparecer en su casa. El único re- medio eficaz para osla pinga es la limpieza y el nrío. [Stmanariv Vintarcscti d<- Madrid.} —oO&—( 2^A1'G9 ¡169 .:i no 15 su; is ji. EiNTK caballerosespléndidamente vestidos, ricamente armados y montados como unos Emires, atravesaban un dia el desierto de Siria: sus áridas y prolongadas llanuras se veian abrasadas por un sol tan ardiente, que parecía reflectaban un inmenso incendio; los caballos corrían X galope en la dirección del Occidente para escapar de la fogosa atmósfera de aquellos llanos que aparecían intermi- nables, y los gineles, echando sombrías miradas á su der- redor, deseaban vivamente oir cualquier ruido en medio de aquella vasta y profunda soledad. Al fin consiguieron ver dibujarse en el horizonte una cadena de montañas violadus, sobre cuy o fondo oscuro sobresalían en relieve los parasoles quemados de algunas palmeras, algunos áticos elegantes y largas (ilas de co- lumnas de mármol blanco y de numerosas é imponentes ruinas de la mas admirable arquitectura corintia: mas allá hay una mancha cierna que cubrtí el nombre de las razas conquistadoras, Jas ruinas de Palmirá. Los caballeros desaparecieron detras de aquellos vastos edificios, y bien pronto llegaron á una especie de campa- mento donde los aguardaban sus esclavos y sUs camellos. Entonces el gefe bajó de un salto del caballo, y se sentó sobre una estera á la sombra de una columna. Antesde entregarse al reposo dijo á sus caballeros: <ca en ¡oiio profélico, Al que le dan tal emético Desde la aurora al crepúsculo. Ni es clásico ni romántico Brindar leyendas narcóticas Con mil palabras exóticas Aunque en estilo de cáustico. El Semanario es metódico, Y no por un juego métrico, Bntn lo alegre y lo tétrico. Ha de |>erder lo prosaico. Como hasta hoy á lo científico Mezcle algunas sales cómicas Y lecciones económicas A lo lógico y lo físico, Cerca de algún rasgo místico liucno es luzca el estro poético. Y junto al puñal patélico Sonria el ingenio artístico. Junto al guante mas elástico Y la soga mas raquítica, Del bello seso es política Dar algún trozo encomiástico. Mire la esfera geográfica, Junto á los trnges el áulico, Interrumpa un juego hidráulico, l'n apostrofe teriífico. Tero sea el plan metódico: No digan: liste es un L-irrog". Que est ribe un inmundo fárrago Disfrazado, dr periódico.Í84 ^^ispuestos á tratar de este arte, que como liemos dicho otra vez, desearíamos fuese esclusivo del bello sexo, con toda la esteusion que se merece, sin embargo, vamos á anticipar algunas nociones sobre el bordado en canevá ó cañamazo, tanto por la generalidad con que se ha esten- dido entre las señoritas megicanas de algunos años á esta parte, cuanto por presentarles un modelo de un bordado de colores, que sin embargo, no tiene en la lámina ad- junta color ninguno; pero las diversas líneas contenidas en cada cuádrete del canevá, indican los colores que de- ben colocarse en cada punto. Así por ejemplo, una X indica el color verde subido: una línea oblicua de dere- cha á izquierda, verde mirto: un ángulo formado por uno perpendicular y una horizontal de derecha á izquierda, id. amarillo; una saeta, carmín: una I, rosado subido, una i, rosado bajo: dos puntos, color de carne: uno, blanco; una T, lila: una línea curva, lila claro; un cua- drado de cuyo centro salen líneas á sus cuatro ángulos, azul: una cruz, azul claro: una diagonal de izquierda á derecha, azul celeste, una ^, bermellón: uua V, plomo, cuatro puntos formando un cuadro, oro: 7. castaño: una, o, castaño claro, tres líneas cruzadas por otras tres, negro: 2, gris negro: dos líneas paralelas horizontales, gris su- bido: una horizontal sola, gris claro: una perpendicular, id. blanco, y una Y, perla. Este ingenioso artificio nos proporciona, aunque au- mentando el costo de nuestra litografía, el mérito y la utilidad que tendría si fuera de colores; y una vez inven- tado, puede aplicarse á toda clase de bordados de canevá, . que dibujados en negro, darán el núsmo resultado que si estuviesen matizados./,///?/ / I* ííV * VímZc subido ' irbfrto J i'i ámaj illo. Hosado subido B lance . T Litas Su}'i do. ) id., claro ^ ji'iUl ol'jcuro- +• rtf clava \ r'd acM'sla. \VérmcZlon ■ V' Homo . .' 'Amarillo color de oro O i& claro. « lYcyro s ' quinto <>l de ahorros 6 fondos de reserva. Con esfns <]ns bases se Tom. ii. 26. 202 puede ya pasar á fijar la distribución, y consultando lo que pasa cada dia entre nosotros, se verá que los cinco objetos espresados deben ser atendidos en los casos eípuestos próximamente, del modo que se espre' sa a continuación. CASOS. Castos de ali- Gasto* de alo* Gastos dr ves- Gistes vi- Ahorro 6 mentarse. jir»e y mue- tirle. nos. fondos da ir blarte. serva. 5 1 1 2 6 Primero. 15 15 15 15 15 5 1 1 H 3} Segundo. 12 12 12 12 12 4 1 1 2 1 Tercero. 9 9 9 9 IT Do la aplicación de la base que esta tabla contiene, á las diversas fortunas de la clase media, que es la que principalmente necesita de economía, resultan las tablas siguientes: las cuales a pesar de estar fundadas en las razones espuestas, no deben tampoco ser seguidas con una estricta escrupulosidad, porque cada familia tiene circunstancias que le son peculiares. Tabla primera, propia para vna familia que se halla en el primero de los cuatro casos espresados, esto es, que reside en el campo, en un cortijo, masía, aldea ó casa aislada, viviendo en gran parte de las producciones de la inisma hacienda. t.to de ali. uu-nurae. Oa.to de alo. jaa.e y mus Liarse 200 79 14 300 100 20 400 132 28 500 106 «3 000 200 40 800 264 56 1,000 332 07 1,500 498 100 Gasto de til se. 14 20 28 33 40 56 67 100 Gastos vano*. Ahorros ó fon Jos de reserva. 27 66 40 120 54 148 67 200 80 240 108 296 134 400 201 600 Se considera que una familia adopta este modo de vivir, ó por pu- ra necesidad, ó con el fin de observar una gran economía.203 Acerca del primer caso nada hay que decir, y en cuanto al según" do, se notará en la antecedente tabla, que el gasto de alimentarse no es muy grande, porque se cuenta con las producciones de la hacienda, en especial de aquellas que no podrán beneficiarse: que el gasto de alo- jarse y mueblage y el de vestirse, son ínfimos, porque en una casa de campo no hay motivo de gastar en estos objetos: que el de gastos va- rios es moderado, por igual razón á la anterior, y que la cantidad des- tinada al fondo de reserva es proporcionalmente muy fuerte, porque el objeto principal de una familia que se reduce á este modo de vivir, es ahorrar todo lo posible, 6 para desempeñarse, ó para tener medios lo sucesivo para un objeto determinado. Tabla segunda, propia para una familia que reside en un pueblo, apro- vechándose de su baratura. IlENTA. Gasto deili- Gssto de alo- Gano de Tti- Gastos ta Aliorrcs meautM. jarse y mueblarse. urge. ríos. fondo» de fí*rv:t. 300 125 25 25 37 4 87 4 400 166 ■ 34 34 50 116 500 208 42 42 63 145 eoo 250 50 50 75 175 700 291 59 59 87 4 203 4 800 332 68 68 100 232 900 374 70 76 113 261 1,000 416 84 84 120 290 Tabla tercera, propia para una familia que reside en una ciudad gran- de ó en la capital. Gasto »)e alimenta rM, Gastón >,>o />»,- . /¡ ANTONIO CrOM fí . r iifriitríirr m wE=¿ ¿ / / m f----T m f-f—0- 1 > OI 5. v # m ■f'ffi iftf H s 41 1 11 *f w m ~ w—m -M 9 ■Ff- -H •-i-i ^ 7 ^ r | ja -P-LJU 209 ¿C^uiev no conoce los encantadores efectos de este ad- mirable arte? ¿Quién no los ha esperimentado alguna vez al menos, en su vida, al escuchar el redoble de un tam- bor, el sonido de un clarín, ó la armonía de una música militar? ¿Quién no ha sentido latir su corazón v con- moverse sus entrañas al percibir las vibraciones mages- tuosas del órgano que resuena bajo las altas bóvedas de una catedral, y las voces puras y melifluas de los niños de coro á las que responde la voz grave y profunda de los sorchantres? ¿Y quién, por último, no se ha visto impulsado de un religioso respeto y de un santo recogi- miento? Hay ciertamente á mas de esas sensaciones involunta- rias é instintivas, tan delicadas como sabias, una distancia muy considerable de las concepciones armónicas que de- leitan jí un compositor, á los estasis musicales de un Mo- zart ó de un Becthoven; pero en fin, ese sentimiento que todos tenemos, ya jóvenes, ya ancianos, es el fundamen- to mismo de la música, del cauto, y de la ejecución ins- trumental. Por consiguiente, la música es el sonido arreglado se- gún ciertas leyes, y sacado de los instrumentos creados por nuestra industria, que obra poderosamente sobre nuestros sentidos. La música es el único arte que res- ponde á las sensaciones del oido: las de la vista por el contrario, pueden reproducirse por medio de la pintura, la escultura, la arquitectura y otras artes secundarias. La utilidad de la pintura, escultura y arquitectura, es evidente: todos saben de cuanto nos sirve, y nadie igno- ra el empleo que se hace de ellas todos los días, para sa- tisfacer nuestras necesidades y nuestros placeres; pero la música no parece hecha para satisfacer necesidad alguna, tosí. ir. 27210 sino que está destinada esclusivamento para divertirnos. Es verdad que últimamente se lian hecho algunos ensa- yos para darle aplicaciones útiles, y Mr. Sudre ha inven- tado hacer de la música un lenguaje universal y un me- dio de comunicación fácil y rápido, entre todas las na- ciones indistintamente; pero estas aplicaciones de la mú- sica, ni son bastante seguras, ni tan estensas que puedan mirarse como definitivas, ó capaces de cambiar la natu- raleza misma del arte musical. Hasta el presente, la mú- sica no ha sido ni es sino un objeto de pura diversión. La música debe ciertamente hacer parte de la educa- ción completa de una señorita, tanto para promover el desarrollo del genio músico de las personas en quienes se encuentra, como para asegurar aun á las inteligencias mas vulgares, todos los progresos que son capaces de ad- quirir naturalmente. La música es la educación del oido y de la oreja, así como la pintura y la escultura, lo son de la vista y del ojo. El buen sentido público ha llega- do á comprender esta necesidad hace algunos años en México, y ha comenzado á introducir y á estender en las niñas tanto como la enseñanza primaria, los elemen- tos del dibujo y los del solfeo. Pero si en nuestros dias la música está reducida á ser un arte de pura diversión, no ha sido así en otras épo- cas. En la antigua Grecia la música se miraba como uno de los ramos esenciales de la educación, no solo porque toda persona instruida é ilustrada la poseía á fondo, sino porque sabia también conocer las influencias morales que ejerce la música sobre la organización humana. Hoy cada individuo hace de la música lo que quiere, escojeel instrumento que le conviene y las armonías que desea preferir. En la ópera el compositor le da el tono que quiere influirle su inspiración independiente; los músi-211 eos ejecutan en el modo que indica ia partición: todo en la música es espontáneo y perfectamente libre. En las repúblicas griegas el senado y el gobierno eran los que determinaban los modos en la música, los que lijaban el número de las cnerdas de la lira. ¡Infeliz de aquel músi- co que intentase infringir sus reglamentos! Si queremos bailar la diferencia, la encontraremos re- flexionando que la música tenia otra especie de influen- cia sobre la fina y delicada organización de Jos griegos, que la que ejerce sobre las fibras mas duras y menos sen- sibles de los modernos. Entre aquellos estaba probibido tal modo en la música; porque podia bacer menos enér- gicos los corazones; y tal otro se prevenía espresamente, porque inclinaba á la virtud, á la actividad, ó á la cons- tancia. Nosotros ni aun podemos boy concebir esos electos de la música, ni esas inquietas precauciones de los legisladores; y acaso nos reimos de ellas, porque no las comprendemos. Sin embargo, si la música no posee en nuestros tiempos esa importancia moral, nos propor- ciona al menos el placer mas delicioso y la diversión mas bonesta. Por otra parte, la música es el único arte cuyo cultivo nos aproxima mas suavemente á la sociedad. Para rea- lizar un sublime pensamiento, el pintor, el escultor ó el grabador, tienen necesidad de aislarse ó de estar solos; el músico por el contrario, necesita del auxilio y del con- curso de otras personas. La música es pues el arte civi- lizador por escelencia, el que mejor endulza el genio, mo- dera y liga las pasiones, ejerciendo la acción mas infali- ble sobre la sociabilidad de las poblaciones. La sencilla comparación de los paises donde la música forma una parle de la educación popular con los que apenas la culti- van, os una prueba mas que suficiente de su utilidad yventajas. Cualquiera que haya vlslo las poblaciones de la mayor parte de la Alemania, admirará desde luego aquellos goces tan puros y tan dulces que en medio de la honestidad y de la calma disfruta el pueblo alemán des- pués de los Irabajosdel dia, en cultivar la música por las noches. Las mugercs dedicadas á las penosas tareas de la aguja y del manejo de la casa, lanío en las ciudades co- mo en el campo, necesitan de alguna amena diversión, y cuando carecen de dinero ó de las demás circunstancias que se requieren para procurárselas, no encuentran otro objeto de diversión que el que les ofrece un ralo de con- versación sedentaria, siendo muy felices cuando esla in- vencible necesidad de distraerse y divertirse, que está en el mismo fondo déla naturaleza humana, no las condu- ce á olvidar en los vicios las fatigas del dia. La música es un placer y una diversión honesta que está al alcance de lodos, que no cuesta cosa mayor, que no exige mucho tiempo para adquirirla, y que es tan satisfactoria que aun las clases mas opulentas no pueden en medio de sus rique- zas, procurarse otra mas elevada ni mas conveniente. Es- ta sola consideración seria bastante para que los padres de familia procurasen á sus hijas la enseñanza de la mú- sica, pues que si algunos instrumentos tienen un preció tan escesivo, que está fuera del alcance de las personas no bien acomodadas, hay otros de lan corto valor, que cual- quiera puede adquirirlos fácilmente, y al menos el canto casi no exige gasto alguno. Es verdad que para adquirir un conocimiento sublime en la música y en el canto, ó mns claro, para que una se- ñorita llegue é ser profesora, requiere otros cuidados, otra dedicación y otra enseñanza, que yo me guardarla muy bien de recomendar con generalidad á todas mis paisanas; pero entre dedicarse esclusivamente á la música213 y tener las nociones elementales dte este arle encantador, hay una diferencia tan grande, que nadie dejará de per- cibirla fácilmente. Por otra parte, el estado de la civili- zación de nuestro pais exige ya como indispensable en cualquiera señorita medianamente educada los conoci- mientos elementales de la música. Entre tanto que po- demos dar algunas lecciones sobre este precioso arte, lie- mos publicado algunas composiciones que nos lian remi- tido los profesores mexicanos y algunas de nuestras sus- critoras, y acompañamos á este número unas cuadrillas compuestas por el acteditado profesor 1). José Antonio Gómez, dedicadas á las Señoritas mexicanas. — /. Q. QaOS alt ivos emperadores romanos para conservar su popularidad entre aquellos republicanos esclavos, hacían construir magníficas casas de baños, ySS. MM. Imperia- les concurrían á ellos, y la Magostad imperial se bañaba con el pueblo bajo un mismo techo. Nerón, Vespasiano, Tito, Domiciano, Severo, Aureliano, y Diocleciano, lo- dos estos emperadores fueron aficionados á los baños pú- blicos. Mas de ochocientos edificios destinados á este ob- jeto exislian entonces en los diferentes cuarteles de lio- rna. Una especie de campana anunciaba ¡u apertura. El precio era tan bajo que podia pagarlo el hombre mas po- bre de Ja plebe, y debía ser así, porque el pobre tiene mas necesidad de lavarse, mas necesidad del baño que el rico. En las grandes solemnidades, los baños públicos eran gratis y en las grandes calamidades se cerraban al propio tiempo que los espectáculos públicos. Así la muerte de Un emperador costaba muchos sudores al pueblo que no podia bañarse.214 En un principio lodo era decoro y honestidad en las casas de los baños de Romn. Los dos sexos estaban ri- gurosamente separados, y seria castigado severamente el que violase esta separación. Los niños tenían bajío aparte basta cierta edad; pero el lujo Convirtió á liorna en una, sentina de vicios. Remediaron estos males por algún tiem- po, los emperadores Adriano, Marco Aurelio y Alejan- dro Severo. Los baños siguieron la estrella de la civilización. Son indudablemente uno de los síntomas visibles de la cultura de un pueblo. La irrupción de los bárbaros acabó con los baños. Aparece Carlo-Magno y hace construir en Aquisgran uno, en el que soba bañarse con lodo su ejér- cito. Desde entonces el progreso de los pueblos fué in- separable del progreso de los baños, fenómeno singular que no ha llamado, como debia, la atención de los sabios. Recientemente liemos observado, que los pueblos mas agi- tados, mas turbulentos, mas revolucionarios son los que mas uso hacen de los baños. Así el baño no es solamen- te un medio higiénico, sino también político. El agua desempeña un papel importante en las revoluciones mo- dernas. Con las bombas de apagar los incendios se sose- gó un tumulto en París. En todas las capitales del mundo hay baños públicos y en muchos baños gratis páralos pobres. Ranos tienen los caballos en la escuela de velerinaria de Berlina y baño de piedra con todas las comodidades, hemos visto cons- truir en Madrid en el Buen Retiro para el uso de la ele- fanta, del camello y del dromedario. El baño es una necesidad de primer orden en nuestro pais, es una necesidad higiánica, es una necesidad vital. Los médicos varían tantas veces de opinión con res- pecto á les baños, cuantas variaron de -sistema médico. Mucho tiempo sostuvieron que el baño templado era de-215 Oilitaiíte. Después se probó hasta la evidencia, que for- tifica y da tono, siempre que la temperatura del agua no esceda á la del cuerpo. Es indudable y probada la virtud tónica y corroboran- te 'del baño frió, pero el baño frío, en la mar, ya no es un medio higiánico, sino terapéutico. Es una medicina; y tornar medicina sin consulta de médico es arriesgar la salud y la vida. El baño frió en los climas cálidos es un remedio heroico. A. nadie conviene menos en estado de salud el baño fr¡o que á las damas, y á los rostros hermosos, porque el baño frió endurece la piel, circunstancia que puede hacerlo nocivo, porque suspende la traspiración insen- sible. Un baño frió puede causar la muerte á la joven tjue lo tome, hallándose indispuesta. Al contrario, el ba- íio templado, conserva la hermosura, y sosteniendo la traspiración insensible, conserva la frescura de la tez. Pero ni aun templado debe usarse el baño sin consultarlo, Cuando existe alguna indisposición anterior, cuando se liota postración de fuerzas, cuando se ha sudado mucho, y aun cuando aflige algún pesar. Aconsejamos á nuestras lectoras, :í las que se hallen en este caso, que deslierren enteramente el uso del aguar- diente en el baño. Es anti-cosmético, es perjudicial á la hermosura del cutis, y debe ser así naturalmente. En lu- gar de un líquido espirituoso, que irritando la piel la afea, deben usarse de una cosa muy sencilla; pasta de almen- dras dulces disuelta en el agua; la cantidad necesaria pa- ra dar á esta la apariencia de la leche. El uso del aguar- diente y de la cascarilla adelanta diez años la vejez. To- da cascarilla es un compuesto de cal, ya proceda de la Cascara del huevo, ya de la del caracol, y aunque sola- mente se use para lavarse con ella, perjudica notablemen- te á la frescura de la piel por un resto de propiedad cáus-216 tica que conserva. El mejor cosmético del mundo es el baño templado, y si se quiere, la pasta de almendras dul- ces, ligeramente aromatizada. El aire es el enemigo mor- tal de un hermoso cutis, y si éste está húmedo, los es- tragos de aquel son mayores. Nuestras lectoras, pues, cuidarán mucho de secarse bien á la salida del baño an- tes de esponerse al contacto del aire atmosférico. Las mugeres orientales, conociendo sin duda este riesgo, y apreciando como un tesoro la hermosura de sus carnes; la frescura de su cútis, ántes de entraren el baño, se ha- cen untar todo el cuerpo de bálsamos, y aceites oloro- sos. De esta manera consiguen positivamente dos obje- tos esenciales; dar á la piel mayor elasticidad y morbi- dez, y preservarla del contacto del aire atmosférico du- rante su permanencia en el baño. En tiempo de calor estamos rodeados de mil aeentfs destructores, que conspiran contra nuestra existencia. Al propio tiempo que el calor ejerce su acción estimu- lante, poderosa, sobre nuestra piel, y por consiguiente sobre el tubo digestivo, el aire se vicia con la alteración de las sustancias animales y vegetales, con el paso de las aguas inmundas al estado aeriforme, con tantas causas de infección y de insalubridad. Parece imposible, parece un milagro que el hombre viva en medio de tantos elemen- tos de enfermedad y de muerte. Y el hombre vive, por- que ademas de ser eminen temen te cosmopolita, lucha con la naturaleza, y la vence. ¡Y cuál es el neutralizan- te de los efectos del calor sobre la economía? El baño, el baño templado. La naturaleza misma pide imperiosa- mente el baño cuando los tegidos han perdido su tonici- dad á consecuencia del estímulo permanente del calor. Así pues, el baño en nuestro pais no es solamente un me- dio higiánico, es una necesidad imperiosa. [Noticioso de la Habana del 8 del pasado.)217 JUNIO 29 DE 1S4I. ta ^JL conocimiento perfecto del aspecto particular del •'ostro ríe una persona, que resulla de la varia convicción de sus facciones, y que puede llamarse la mímica de los sentimientos del corazón humano, forma con la Gramos-* Copia un sistema completo de Fisiología intelectual v moral. Al crear ssta ciencia, por decirlo así, Lavater, no tu* vo la loca presunción de querer penetrar, auxiliado de •-'Ha, los pensamientos que nacen en el alma, ni precisar todos los cambios de sentimiento que pueden sufrir: su objeto fué solo enseñar á comprender con una rápida ojeada el conjunto de los signos mas notables que ofrece cada individuo, y determinar en general la clase de su humor, el fondo de su carácter, el grado de aptitud y ma- durez de su temperamento, y las actitudes, la colocación y los rasgos observados en su fisonomía. Lavater miraba como un axioma incuestionable, que cada movimiento del alma en el hombre y cada acto de su inteligencia, se retrata por algún rasgo de su rostro, «-'1 que viene á ser por lo mismo un cuadro animado del que pasa en su corazón ó en su alma, y que esa variedad de espresiones, por las que se manifiestan aun las mas se- cretas agitaciones de su ser, tiene una relación constante con la riqueza de sus pensamientos y afecciones, diri- giendo la flexible elasticidad de las fibras, de los múscu- los, de los vasos }r de los nervios, que constituyen la par- te muelle de su rostro y cuyo juego está ligado á las le- yes generales de la vida y á las modificaciones mas fugi- tivas así de la sensibilidad como del entendimiento. TOM. II.—c. 10. 28Cuando un gusano roedor se ha introducido en una fruta, se nota Lien pronto en su esterior la señal de sus estragos: lo mismo sucede con el vicio y las pasiones; por ocultas y escondidas que estén, no tardan en mani- festarse por la fisonomía. El hipócrita, empeñado en di- simula^ no logra sin embargo, hacer menos horrible su rostro; en vano se esfuerza el crimen por darse el aire ingenuo de la inocencia; el descontento jamas se espresa corno la resignación, en una palabra, cada pasión se nos ofrece con un carácter tal, que es imposible desconocerla. Es verdad que un instante de reflexión, por lo común basta para detener ó cambiarlos movimientos del rostro, pero la voluntad no tiene imperio alguno sobre el color encendido que denota la vergüenza, la cólera, el orgullo ó el júbilo, ni sobre la palidez que acompaña al temor, al horror ó á la tristeza. El pasagero colorido del sem- blante depende de un movimiento de sangre producido á pesar nuestro por el sistema nervioso, órgano de nuestros sentimientos interiores. Los grandes pintores'y los hábi- les estatuarios han conocido bien esta verdad y han des- crito perfectamente las varias actitudes y los diversos mo- vimientos mas ó menos involuntarios de la cabeza, délos ojos, de las cejas, de las pupilas, de los labios, de la boca y de los músculos del rostro, que acompañan á las pasio- nes vivas y á los sentimientos profundos, como el furor, la cólera, la envidia, los celos, la malicia, la burla, el des- precio, el espanto, el horror, la tristeza, el júbilo, la afec- ción y el amor. liecorriendo los principales rasgos que las pasiones pre- sentan á nuestra observación, pueden dividirse las pasio- nes en cuatro clases. Las pasiones del espíritu, las con- vulsivas, las opresivas, y las espansivas; pero antes de en- trar en estas divisiones examinaremos los principales sig-2 ¡y nos fisonómicos, daremos á nuestras amables suscriloras algunas reglas generales sobre su significación. La cabeza es el sitio del alma, el de los órganos de los sentidos y el centro de nues'ras facultades. ¡Muy gruesa y carnuda, anuncia una inteligencia pesada y grosera; muy pequeña ó mal formada, es un indicio de debilidad y ne- cedad. En una justa proporción con el cuerpo contribuye ^uito á su belleza como á la perfección de los preciosos órganos que contiene. Las principales distinciones estable- cidas en esta parle del cuerpo, son: el rostro ó la cara, el perfil, las partes laterales, la coronilla de la cabeza, el colodrillo ó bueso ocsipital, la nuca &c. Con la cabeza llamamos, despedimos, aprobamos, desaprobamos, salu- damos, alentamos, desafiamos &c. El rostro b la cara. Es preciso examinar desde luego las proporciones respectivas de sus diversas partes y si es ovalada ó redonda; porque todo lo que choca en este pri- mer e.vámen es un signo negativo. En un hermoso rostro su ancho cscede en cerca de un tercio á su largo, y seme - jante conformación promete siempre tanta nobleza de al- ma como finura de espíritu; muy larga ó poco¿ redonda ha- ce temer cierta especie de carácter sórdido y sentimientos morales poco elevados. Establecidas estas nociones ge- nerales, deben reconocerse las tres partes esenciales de que se compone. La primera, baja desde los cabellos has- ta las cejas, é indica mas especialmente el fondo del ca- rácter ó el talante del espíritu. La segunda se cstiende desde las cejas basta.la parte baja de la nariz, y tiene mas relación con nuestro humor y con la bondad de nuestras facultades morales; comprende la nariz, los ojos &c. La tercera se compone del resto de la cara. Mientras mayor armonía haya en estas tres parles, debe esperarse mas inteligencia y regularidad en la conducta de la persona que la disfrute.220 El perfil ó la sección media, considerado en su conjun- to, pinta mejor que el rostro el carácter; sobre todo en las organizaciones muy fuertes ó muy débiles, y se pres- ta menos al disimulo: en general ofrece rasgos pronun- ciados mas vigorosamente, líneas mas precisas, mas pu- ras, y cuya significación por consiguiente, es mas fácil de comprender. Los fisonomistas dividen el perfil en nueve secciones. Primera: la estremidad de la cabeza. Segunda: la frente. Tercera: el intervalo desde las cejas basta el nacimiento de la nariz. Cuarta: la nariz. Quin- ta: el labio superior. Sesta; la boca ó la línea de unión de los dos labios. Séptima: el labio inferior. Octava: lo alto; y Novena, lo bajo de la barba. Cada una de estas partes tiene su significación, y mientras mas contrastan entre sí, mas se complica y se bace mas difícil de descifrar el carácter de una persona. Un hermoso perfil es siem- pre una garantía segura de cierta delicadeza de alma y de inocencia de costumbres. Los cabellos indican sobre lodo, la constitución física y el temperamento, y anuncian mas especialmente Jas generalidades y particularidades de carácter; rechazan todo disimulo, y debe notarse en ellos su largo, su for- ma redonda ó achatada, su color y sus demás cualidades; si son lisos ó encrespados, duros ó blandos, finos ó aspe ros, &c. Cuando son largos, son el signo, generalmente hablando, de un carácter afeminado, sobre todo, si son lisos; cuando son ásperos, negros y crespos, suponen me- nos de irritabilidad que de un carácter salvage; si son cha- tos y lisos, implican siempre con una debilidad decidida las facultades intelectuales; los cabellos rojos caracterizan al hombre de muy bueno ó muy malvado. La frente, se nombra con razón la puerta del alma, el asiento del pensamiento y el templo del pudor. Cousi-221 derada en su parte huesosa, es la medida de nuestras fa- cülláflés intelectuales, v particularmente del látante del espíritu. El vello que la cubre, su tez, su tensión ó re- lajación, y sus pliegues, hacen conocer mas especialmen- te tanto las pasiones actuales como las habitudes adquiri- das. Vista de perfil es prominente, perpendicular ó in- clinada hacia atrás. En el primer caso, sobretodo, si es estrecha ó poco alargada, anuncia generalmente un espíri- tu débil y limitado. En el segundo caso, particularmen- te si ofrece la forma de un 7 perpendicular, se puede con- tar sobre un gran fondo de juicio y de vivacidad en quien la tiene; pero también con un corazón de pura nieve. En el último caso indica imaginación y delicadeza, si se quiere; pero poco juicio, y su fogosidad está muy depri- mida. Las mismas formas de la frente indican en gene- ral en los individuos que las tienen, mucha analogía con su modo de ver y de pensar. Las cejas, consideradas como signos fisonómicos, están colocadas en segunda clase y los ojos en la primera; des- pués vienen la frente, la boca, la nariz, la cabeza entera, el cuello, las manos, las espaldas, los piés y las diversas actitudes del cuerpo; sin embargo Lebrum en su Trata- do de las Pasiones reclama el primer lugar para las cejas. Sea como quiera, sus movimientos son siempre de una espresion sin límite en la vehemencia de las pasiones; su elevación marca principalmente las pasiones feroces y crueles, así como su inclinación á los ojos, las pasiones astutas y sombrías. Por lo demás unas cejas muy espe- sas indican una persona que desprecia todo, siendo ella misma despreciable, y á quien solo se pudiera consultar para ejercer una venganza ó gozar del bárbaro placer de destrozar un corazón sensible é inocente. Los ojosj, los antiguos filósofos decían que eran el es-pejo del aldta: en efecto, ellos espresan las pasiones mus vivas y las emociones mas tumultuosas, así como los movimientos mas dulces y los sentimientos mas delica- dos. Los ojos negros tienen mas fuerza y espresion, los azules mas fineza y dulzura, sin escluir la energía: estos últimos son por lo común mas afectuosos. Los morenos anuncian siempre un espíritu fuerte v vigoroso. Las per- sonas linas y astutas acostumbran á veces tener un ojo, y aun en otras, los dos medio cerrados; este es un signo por otra parte de debilidad, porque rara vez se une la as- tucia con la energía y el valor. En fin, los ojos sirven también de conducto de salida á esos tórrenles de bísri- mas que en las grandes afecciones se escapan del corazón v se deslizan ¡i veces con tanta amargura, aunque tam- bién en otras con cierto deleite. La boca, tanto en silencio como en acción, es á la vez el intérprete del corazón y del alma, y es el mas univer- sal y mas movible de las órganos fisouómicos. Es pre- ciso tratar de comprender bien el juego variado de sus diversas partes, y no dejarse prevenir contra una perso- na que va hable ó ya calle, tanto cuando esculla, como cuando refiere; así al preguntar como al responder, y bien ría ó bien llore, conserva siempre una boca llena de gracia y de ingenuidad; pero por el contrario, es preciso huir sin pérdida de momento de una boca entre-abierta que deja percibir un diente cáustico dispuesto siempre á morder. La boca es también el asiento de la risa y de la sonrisa, y él órgano de la palabra y de la voz. En el primer caso es preciso distinguirla risa sencilla, natu- ral é inocente que estalla al aspecto de alguna ligera ex- travagancia ó en medio de una conversación jocosa, de aquella risa forzada y afectada, que descubre al homhre pérfido y malvado, así como también de una sonrisa bur-123 lona ó de aquella ironia que anuncia el menospreció, ó de sardónica que es el efecto del aborrecimiento. En el se- gundo caso es preciso espiarlas palabras con respecto áJá pronunciación de su acento.de su cadencia, de su significa- cion, y del modo con que están colocadas en la esposicion ° giro del discurso; todas estas circunstancias harán cono- cer si el espíritu es justo ó falso, seco ó brillante, agra- dable ó áspero, juguetón ó serio, &c. Es inútil advertir °1 imperio de una hermosa boca que dice cosas hermo- sas. En fin, para no omitir nada de importante, dire- mos: que la boca es también el órgano principal del disi- mulo y de los gestos, y he sabido que sirve al médico Pura establecer sus pronósticos. La nariz, según los antiguos, es la parte mas honesta del rostro, figura mas especialmente en las espresiones del desden y de la ironía. Una persona puede ser fea y te- ner hermosos ojos; pero una hermosa nariz es una cosa muy rara, que supone siempre una feliz analogía en las otras facciones del rostro, y denota comunmente mucha fijeza de carácter; da constantemente á la fisonomía cierto aire de nobleza y de grandeza notable. Hay pocos pen- sadores profundos que no tengan algunas rayas ó pliegues en el nacimiento de la nariz. Las mejillas ó carrillos son en cierto modo el fondo del cuadro y la superficie sobre la que se dibujan los otros rasgos de la fisonomía: participan mucho ordina- riamente en la risa y en la sonrisa, en la tristeza y en ciertas afecciones desarregladas. La privación de goces las disecan; los sufrimientos y el temor las ahondan; la rude- za y la tontería las marcan con surcos groseros; y el cul- tivo del espíritu las ocupa con pliegues ligeros y gratas ondulaciones. La barba por su forma proporciona al fisonomista, in- dicios bastante exactos. En el perfil, ó retrocede ó se224 encuentra en linca recia con la boca, ó finalmente, a van* za respecto de ella. En el primer caso siempre anuncia algo de débil ó imperfecto; en el segundo, debe inspirar cierta desconfianza, sobre lodo, si tiene un hoyuelo de una hermosa forma, en cuyo caso, así como los hoyue- los de las mejillas, da una nueva gracia al rostro. En el tercer caso, es siempre la señal de un espíritu activo y delicado, á menos que su elevación hacía fuera no sea escesiva, ó que forme lo que se llama una barba de gan- cho ó de chancleta, que es constantemente un signo de pusilanimidad ó de avaricia. Todos estos detalles manifiestan cuanto puede servir- nos el estudio de los rasgos de la fisonomía, y esplican aquel dicho de una muger célebre, que hablando de una persona decía: «Es bastante osado este bribón cuando se atreve ;í mirarme á la cara sin prevenirme." Designados ya los principales signos íisonómicos del rostro, podemos ya examinar el modo con que lo diferen- cian las pasiones, según las distinciones que indicamos antes» Pasiones del espíritu. Las facultades del espíritu toman en ciertos individuos toda la actividad, la energía y el desarrollo de las pasiones del alma, las que se manifiestan en este caso por una especie de tensión y contracción que sufren todas las libras del cuerpo, principalmente las del celebro. La atención, (representada en la figura primera de la adjunta litografía, la meditación, el recogimiento, la imaginación, la inspiración poética, y todas las otras afecciones, tales como la curiosidad, denotada en la figura segunda) el asombro, la sorpresa y la admiración, son las mas propias para producir este, efecto. En el número siguiente, terminaremos estos elementos de fisonomía, poniendo en otra lámina la espresion de las demás pasiones.—/. G.225 ^Íiempue que los hombres en cualquiera de sus siste- mas violan Jas leyes de la naturaleza, les hace ésta sentir su venganza, castigando á los transgresores de las reglas que ha-establecido para el gobierno desús criaturas. Yén- se diariamente ejemplos de esto mismo, mas no por esto se abstienen los hombres de cometer errores que con toda probabilidad deben tener por resultado un género ú otro de ruina. Vemos ancianos que se han hecho durante su vi- da un hábito de la intemperancia, reducidos á un estado de parálisis; vemos los errores de una generación castigados con la debilidad de la inmediata; la salud destruida por Una adhesión demasiado estricta á las frivolidades de Ja moda respecto del vestir; las consecuencias mas lasti- mosas de imprudentes concesiones; niños desgraciados por el mal manejo de sus padres, y los efectos de una educación mal dirigida: estos y otros mil errores igual- mente reprensibles son conocidos y censurados por lo- dos; sin embargo, pocos dejan de incurrir en ellos. La 'nutación momentánea de inclinaciones groseras, ó un ^tupido deseo de obrar de conformidad con alguna con- vención absurda, destierran al pronto toda previsión de 'as consecuencias de una conducta que en lo succesivo trae consigo misma un castigo duradero y las mas veces terrible. No es mi intención entrar en largas disertaciones para mnpugnar errores de esta clase; me limitaré solo á com- batir la perniciosa práctica en que están muchos padres de escluir á sus hijos del círculo doméstico en los prime- ros años de su vida, para empezar, dicen, á cultivar sus facultades físicas é intelectuales. La separación de los re- cien nacidos del pecho maternal es motivada las mas ve- Tom. ir. 29.ees por imposibilidad de atender á los deberes de la lac- tancia, en cuyo caso merece disculpa sin duda algu- na. La naturaleza, sin embargo, lia impuesto á toda madre este dulce deber, y solo en el caso de infringirse Jas leyes orgánicas debe negarse al cumplimiento de su ob- jeto. No es un principio inconcuso que el niño adquiera mas ó menos robustez por recibir su nutrición del pecho materno; pero lo que sí es indudable es, que esta circuns- tancia es absolutamente esencial para producir en la ma- dre sentimientos de afección y simpatía duradera bácia su liijo: ¿puede haber un objeto mas interesante al alcan- ce de nuestras observaciones diarias, que una madre es- trechando á su tierno niño sobre su pecho? ¡Con qué de- leite observa sus inocentes esfuerzos! ¡Con qué placer le prodiga las mas dulces caricias! El único objeto de su cuidadosa solicitud es libertarle de todo peligro y dirigir los primeros pasos de su vida con aquella intensidad de cariño que solo una madre en igual caso puede esperimen- tar. ¡Qué podrá superar el amor maternal! Las madres, sin embargo, que no han conocido los placeres, las espe- ranzas y los temores que acompañan al cumplimiento de esta obligación, pueden rara vez amar á sus hijos con aquel ardiente afecto que se siente y no puede esplicarse. No es el mero hecho de la maternidad, sino la multitud de recuerdos deliciosos que se asocian con la época de las necesidades infantiles, la que forma la base de un cariño que dura tanto como la vida. Del mismo modo que las madres que no crian á sus hijos no pueden sentir hacia ellos un amor tan vivo como aquel que la naturaleza qui- so esperimenlasen, así los hijos que no han sido objeto de la ternura de sus madres en los primeros años de su vida, carecen de respeto y amor filial hácia el ser á quien de- ben la existencia. Es evidente que en casos semejantes se227 comete una violación de los deberes morales y sociales, cuyas consecuencias se tocan larde ó temprano. Mirando, pues, este asunto bajo el punto de vista mas favorable, se "ota desde luego la existencia de un mal siempre deplo- rable, 3' que debería evitarse por cuantos medios están al alcance de la posibilidad. Si se consideran las responsabilidades anecsas á la cali- dad de madre, parece estraño eme baya entre ellas algu- nas, que bajo los mas especiosos pretestos confien el cui- dado de sus hijos á manos mercenarias; pero las exigencias de la moda son aun mas fuertes que las prescripciones del deber. Muchas madres hay en el círculo llamado del Sraii tono que no podrán decir con verdad han prestado jamás á sus hijos una sola hora de atención esclusiva: abandonan el cuidado de su primera infancia á personas cstrañas, los ponen bajo la tutela de criados escogidos de e'»tre la clase mas soez, enviándolos por último á termi- nar en un colegio distante del techo paterno, una educa- Clon comenzada bajo tan funestos auspicios. De aquí se Originan un sinnúmero de resultados fatales, no solo al cariño que debe existir entre padres é hijos, sino también al bienestar de la sociedad en general. La naturaleza ul- trajada no deja nunca de efectuar su venganza. Los in- dolentes padres recogen en breve una colmada cosecha de amargos frutos: desobediencia, falla de respeto, mala conducta, y adquisición de hábitos viciosos en sus hijos, 5on algunas de las recompensas sobre que pueden contar. La mayor parte de los hombres notables por su saber ° virtudes, han declarado deberlo todo á sus madres. Lilas fueron las que primero inculcaron en sus corazo- nes los principios de virtud; las que los guiaron y divir- tieron en sus juveniles años; las que amenizaron la ari- dez de sus estudios, estimulándoles á perseverar 011 ellos223 á fin de que alcanzasen con el tiempo los honores y re- compensas debidas al talento y á la buena conducta. ¡Fe- lices aquellos que un medio de las vicisitudes y alterna- tivas de la vida, pueden recordar con placer y dulce emo- ción, la época en que sus primeros pasos fueren guiados y su entendimiento dirigido por una madre amorosa! ¡Desdichados los que se ven privados de esta satisfacción! Probablemente habrán tenido que luchar con mil obstá- culos, y soportar varios contratiempos, de los cuales solo la mano de una afectuosa madre pudo haberlos libertado. Sentada la base de que á los cuidados maternales debe en gran parte atribuirse la felicidad y acierto en la vida de los hijos, es de la mayor importancia concederles oportunamente estos preciosos cuidados. Guando la madre no pueda alimentarlos por sí misma, debe al menos recompensar este mal á fuerza de solicitudes de otra especie. Nadie puede mejor que ella proporcionar- les la instrucción moral formando su corazón; para esto, y á fin de velar cuidadosa á la menor circunstancia rela- tiva al desarrollo de sus tiernas facultades, deberá nece- sariamente sacrificar gran parte de sus placeres é inclina- ciones, pero lo hará por cumplir el mas solemne de los deberes «la formación del carácter de un ser racional," y este es un cargo que no puede mirar con indiferencia; para desempeñarlo dignamente ha de comenzar adqui- riendo el cariño ilimitado y el respeto de su hijo; con- seguido esto, lodo lo demás es fácil. Una de las prime- ras máximas que dehe procurar inspirarle es el aseo y buenos modales; no reñirle con csceso ó asustarle, pero mucho menos manifestar parcialidad ó indulgencia mal entendida. Deberá ser con éldulce, pero firme, acostum- brándole á mostrarse reconocido á las atenciones y cari- cias de que sea ohjeto. Al paso que á algunos niños se229 les estimula ó ser atrevidos y aun insolentes, otros por el descuido ó indolencia de sus padres se hacen totalmen- te uraños é intratables, particularmente en presencia de personas á quienes no conocen. Ambos estreñios son igualmente reprensibles, y deben evitarse con cuidado. Acostumbrar á un niño á contar con seguridad sobre las promesas que se le hacen, cumpliéndolas con esaclitud, es de la mayor importancia. Si algo se les niega, no hay que concedérselo porque lloran; si llegan á percibir que por este medio consiguen sus deseos, muy luego apren- den á hacer uso de sus armas, y viene á ser su llanto el instrumentó de perpetuas exigencias. Debe, pues, acos- tumbrárseles á renunciar á ellas haciéndoles ver que su voluntad no es una ley. Todo cuidado es poco para evitar que adquieran los ni- ños manías, supersticiones y antipatías de cualquiera cla- se. El hombre es naturalmente inclinado á destruir, y esta propensión debe ser desde luego combatida. Sin embargo, se verifica pocas veces; sé les permite la perpe- tración de mil crueldades con insectos y otros animales, así como el profesar odio hacia unos y cariño á otros; de donde nacen preocupaciones de las que muchas veces no pueden desimpresionarse en toda la vida. «Creo poder asegurar (diceLocke, autor de un Tratado sobre el enten- dimiento humano) que entre lodos los hombres que ve- nios, de los diez, nueve son buenos ó malos, útiles ó inú- tiles por efecto de su educación; esta constituye la prin- cipal diferencia en el género humano. Las pequeñas ó casi insensibles impresiones que recibimos en la infancia, son muy importantes para lo sucesivo; y así como en las fuentes y rios el menor esfuerzo tuerce la dirección del manantial que los forma, haciéndoles seguir un curso en- teramente diverso del que hubieran tomado por sí solos,230 puedo en los primeros Eyios Ja imaginación de Jos niños dirigirse con igual facilidad al punto que se desea.'"' Slewart, otro escritor lilosóíico, alude á esle asunto del modo siguiente: «Esta ley de Ja naturaleza tan po- derosa y ile influencia tan estensa, no fué ciertamente da- da al hombreen vano: mucho es el partido que puede sa- carse de ella en manos de instructores hábiles y celosos que se propongan cooperar alas sabias miras de la Divina Providencia. Inmensos y positivos son Jos resultados que debe producir en la cultura y progresos de nuestras fa- cultades intelectuales y morales, robusteciendo (por me- dio de la costumbre de pensar con rectitud) la influen- cia de la razón y Ja conciencia, (pie liace se amalgamen con Jos sentimientos mas nobles de nuestra alma, las propensiones del gusto y de la imaginación, identificán- dolas con las ideas placenteras del orden del universo, tan esenciales á la felicidad humana. En las íntimas y cuasi indisolubles combinaciones que formamos en la infancia, tienen su origen muchos de nuestros errores sucesivos, la mayor parte de nuestros principales motivos de acción, el pervertimiento del juicio moral, y varias de las preocupaciones que nos acompa- ñan por el resto de nuestros dias. Por medio de una edu- cación juiciosa, esta susceptibilidad de la imaginación de los niños puede emplearse con fruto en í'avor de los pro- gresos morales, y déla multiplicación de nuestros goces. La esperiencia diaria nos demuestra cuan sucepliblees la imaginación de un niño de fuertes impresiones, y qué electos tan permanentes producen en el carácter y feli- cidad de los individuos, Jas asociaciones casuales que se forman en la infancia entre las diversas ideas, sentimien- tos y afecciones que los ocuparon. Si consigue la in- fluencia de la moda disfrazar la natural deformidad del23! vicio, bajo la apariencia del buen tono, la jovialidad y la elegancia, ¿pondremos en duda la posibilidad de enlazar e.U la infancia eslas gratas impresiones con objetos verda- deramente dignos y loables? Sin disputa, la mayor parte de las opiniones que sirven de base á nuestra conducta en la vida, no son el resulta- do de propias investigaciones, sino que fueron implícita- mente adoptadas en la juventud .-obre la autoridad de Otros. Cuando un niño oye repetir un principio absur- do ó erróneo, al mismo labio que le dictó las sencillas v sublimes lecciones de moral y religión que tan bien se adaptan á su naturaleza, ¿será de estrañar que en lo suce- sivo baile tanta dificultad en desimpresionarse de preo- cupaciones cuyas raices se han enlazado con los princi- pios esenciales de su constitución? De aquí se deduce cuan necesario es prevenir en los ni- ños la adquisición de manías y opiniones erróneas, com- batiendo su inclinación á todo aquello que puede ser per- judicial á SU progreso moral é intelectual. Sobre tedo, debe procurarse con esmero desterrar la innata propen- sión al mal, ó inspirarles principios de benevolencia y dul- zura, al [>aso que se dé á su carácter la fuerza y energía necesarias. Media docena de palabras pronunciadas por un criado ignorante, ¡Hieden en un solo momento fijar en el entendimiento del niño el origen de una preocupa- ción que los mas repetidos esfuerzos de la madre y aun la influencia de la razón en lo sucesivo no lograrán tal vez desarraigar completamente. [Semanario pintoresco español, Junio de 837.] A lectura continuada de novelas y romances, degene- ra en peligrosa. Se parecen sus resultados al que alimón- 232 lindóse diariamente de cosas didees, se Je estraga a] fin el paladar para saborear los manjares sazonados y sustan- ciosos que luego se le presenten, y llega por úllimo el desabrimiento á tal grado, que el mismo dulce que tanto gustó, le empalaga y fastidia. Así como Dios hizo al hombre, por sus altos destinos, el mas fuerte de los dos sexos, así parece, que en cornpe- sacjon de ese favor, quiso agraciar á la muger con darle la fuerza en la lengua; y en verdad que es tal, que la po- tencia junta de Indas las máquinas de vapor hasta ahora construidas y por construir, no iguala á la fuerza motriz de la de nuestra dulce mitad. (Diario de la Habana del 9 del pasado. J P OESI.l.—Remitido. Moradora del empíreo, f No té yo como te nombre) ¿Quién es el hijo del hombre Iiigno de llegar í tí? J. J. Pesado. JEres nns íjoa el sol hermosa Cuando asnma en el oriente; Solo lú llenas mi mente De encantadora ilusión. Cuando en apacible nocho Al blindo sueño me entrego, Mi imaginación de fuego Vaga en remota región: Allí te busco, te encuentro Coronada de amapolas. Do besan tus pies las olas Del embravecido mar. Con tu hechicera mirada Mis esperanzas reanimas, Y pienso no desestimas Al 008 te sa'»e apreciar. Pero despierto y me miro En un árido desierto, ¡El mundo parece yerto! También mi pecho lo está. Busco con ávidos ojos Al objeto de mi amor; ¡.Vano empeño!... un cruel dolor A destruir mi vida va. Do mi destrozado pecho Exhalo suspiros mil. Por la doncella gentil Que domina sobre mí: Entonces mi tierno llanto Benigno el ciclo escuchaba, Y a mi mente presentaba Su hermosa íiz de alelí. Sin ti, la vida seria Una carga insoportable; Vagabundo y miscrablo En el mundo caminara: Mas tú eres ángel do luz Que embelleces rni existencia; Eres de la Omnipotencia Un destello que bajara. ¡ííeneosa! si tú supieras I/O que mi pecho te adora; Que tu inuígen seductora En mi corazón está: Tal vez tu mórbido seno Blandamente se agitara, Y en tu mejilla rodara Una lágrima quizá.—A. RodR'uckz.LA MEXICANA •233 XiA MEXICANA. ¡Oh alma mía! ¡por qué estás triste? L fin, vuelvo á veros, m;s queridas montañas, y á pediros para un hijo vuestro el descanso de una tumba. Desiertos, volcanes, bosques, orgullo de nuestros cam- pos, por qué me he separado de vosotros en busca de °lro mundo mas bello? La ciudad de donde vengo, es magnífica y soberbia con todos sus prestigios, pero lia perdido la paz, y su soplo do- blega las plantas sobre sus tallos aun cuando lian crecido ;d aire libre de nuestros bosques. Haced sombra á mi frente, ¡oh hermosos bejucos ame- ricanos! v bajo vuestros, y bajo vuestras largas ondula- ciones, comprimid los tristes edificios de mi corazón.... Ajaros de nuestras savanas, elévense sobre vuestros can- tos los gritos de mi dolor____ Y tú, alma mia, vuelve hacia mí aquellas dulces mira- das que revolaban bajo las flores de mi naciente porvenir: vuélveme aquellos dias de paz que rne has robado, ó haz- Oie el tiempo mas corto y el aire menos sofocante. No turbes mas mis noches, ni esa corla juventud que nos promete la vida que tú vas á acortar, y guárdate de que u«a voz encantadora venga á dispertarla al amor y al su- frimiento. En vano el mundo, ¡oh suerte! intenta comprenderte, cuando tú misma acaso no te comprendes. Déjame siem- pre despreciarte: el cielo no te hizo para amarte sobre •a tierra... La amistad te ha engañado, tú misma te has engañado también, y el frivolo amor ha pasado como la sombra, como la brisa de la larde... Cuando tú te levantas gozosa y confiada para dar á mi TOM. II. 30234 vida un porvenir de amor, ¡cuan grande era el mundo, y cuán risueña la naturaleza que anunciaba la aurora de tan hermoso dial Pero el cielo mas puro oculta en su seno la tempestad, y el relámpago nos sorprende cuando la creíamos mas distante, y nuestra alma no es sino el reflejo y la imagen del cielo. Por un poco de oro habia huido de la Francia, de ese pais en que el amor solo es un juego, al que sirven de ba- se con frecuencia el deshonor, la vergüenza y el sufri- miento. Por un poco de oro me había dicho sé mia ¡ó joven del desierto!.. El oro rodaba á sus piés, muy pronto mi fren- te se hallaba sobre su corazón, y mi mano en la suya, y aun creo que tenia la mitad de mi vida____ Cuántas veces los dos caminando sobre la playa, y al ver el buque que me mostraba con su dedo, oia de su bo- ca estas palabras: Sí, tú irás conmigo, atravesarás este an- cho rio, caro ángel de mi vida, y verás á mi hechicera pálria. Su pálria.... A quien yo habria podido decir pais de mi amigo, recíbeme en tu seno, yo soy luyo; pero á po- cos dias se perdia en el espacio aquel hermoso buque con- duciendo á Francia á mi amigo, y conduciéndolo sin llevarme. Iba sin mí su hermosa flor de la rica América, como él me llamaba, sin mí, su único amor. Porqué necesi- to de palabras cuando su sombra mágica se divisa en mi corazón y se retrata en él diariamente.... El me enseñó á amar. ¿Y ha podido decir después: ol- vídame? Que pregunte al esclavo cuando ya va á morir, si quiere romper la cadena que arrastra, y él le respon- derá, ya desde hoy no la sufriré mas.235 ¡Oh ardientes arenas de mi desierta costa, en vano in- vestigo entre vosotras las huellas de sus pasos! Aun cuan do alguna me parece la suya, solo la veo en mi corazón, niis ojos no le perciben ya! Así como una ola del mar conduce una pluma suave, Un musgo ó una espuma, y la ola que le sigue se desliza y queda tan pura que puede reflectar un cielo azul y do- rado, así el ingrato amigo en su rápida mansión sobre 'as costas de México, arrastró tras sí mi felicidad, como «I viagero que sediento turba la clara fuente á donde se acerca presuroso á saciar su sed. (Madama Melania Waldor.) «^^compáñame á buscar casa para mí y para María.— Es decir, ¿qué te casas?—Sí, me caso, soy ya licenciado en farmacia, tengo una profesión honrosa, y Dios no ftie abandonará. ¡La infeliz María ha sufrido tanto por mí!—Y sufrirá mas si antes de casarte no aseguras una colocación.—Contigo pan y cebolla, y búrlense las almas frias del amor desinteresado.—Está bien, pero María na- ció en dorada cuna; y tú no puedes proporcionarle casa de zaguán, quitrin, un túnico nuevo diario——Se confor- ma, se resigna con mi suerte.—Bien, está bien." Este diálogo fué el prólogo de un viage que emprendí hace algnn tiempo con el amable Luis, el licenciado, por las calles de la Habana. «Yo no quiero, me decia, una habitación independiente de tres ó cuatro onzas mensua- les, no, yo me contento con un cuarto, con un entresue- lo de casa de vecindad, donde viva oscurecido con mi adorada María."—Me parece, Luis, le respondí yo, que235 María tiene demasiado orgullo para vivir en una como Ciudadela.—Te equivocas, es, sí, muy delicada, de poca salud, pero....." Llegábamos en esto enfrente de una casa de buena apariencia, en cuya puerta ostentaba un pequeño arma- toste los tabacos de la Vuelta de Abajo y los cigarros dé- la fíérica de García.—«¿Preguntan vdes. por el cuarto?" nos dice el tabaquero.—Sí señor, le respondí yo, y sin decir mas nos condujo á un lindo cuarto de alto.—Todo me gustaj distribución, luz, y precio, dijo Luis cuando llegábamos á la calle, pero no sirve para María. — ¿Por qué?—Porque tiene la entrada por la tabaquería, v le cau- sa histérico el olor del tabaco.—Ahora me acuerdo, otro puede convenirte." Así dije, y conduje á Luis á una ca- sa de la calle del Obispo. «Siendo recomendación de vd., nos dijo su dueño, daré el cuarto en treinta pesos." —Barato ciertamente_, respondió Luis, pero si no me equivoco esta es una fonda y de las buenas.—Ya se ve que lo es.—Pues entonces el cuarto no sirve para María, en dos dias perdia el apetito con ese continuo olor de los alimentos. Un olor de mondongo, un olor de ropa-vie- ja la matan. En la plaza de San Francisco se anuncia un cuarto de alio para un matrimonio, dijo el fondista.— Pues vamos, Luis> á ver el Diario primero; número..... frente; bien, vamos." En efecto, en la plaza de San Francisco reconocimos un cuarto de alto con reja á la brisa, con gabinete, salita y comedor, y muy barato relativamente al punto. Agra- dó tanto á Luis, que tomó desde luego sus medidas para colocar la cama matrimonial, los libros, un horno de re- verbero, dos hornillas pequeñas, una mesa y seis butacas. «Vamos á ver al dueño de la casa," me dijo bajando la escalera. Al llegar al zaguán, paróse de repente, miró237 en derredoi•, y se puso t>n aclilutl de dar mas actividad til sentido del olfato. «.Muy distraído, dijo luego, subí yo esta escalera hace un momento. No había reparado que en este zaguán había una panadería, y que los seño- res son los encargados. Ahora me llegó el olor del pan, q»e sin duda sale del horno." Dijo Luis, y saludando á los de la panadería, salió con su amigo á la calle sin arreglar nada sobre el cuarto. «Amigo, lo siento, me dijo, este cuarto me con venia mu- cho, pero por mi mal no puede servir para María.—('Poi- qué, Luis?—Porque en oliendo el pan caliente se desma- ya: ¡una panadería en el zaguán, Dios me libre!" Aunque estoy cansado, te acompañaré, Luis, le dije, á la calle del Obispo otra vez. Estos dias se han anuncia- do unos cuartos en el corredor de la casa del catalán D. José..... Vamos á verlos. Fuimos efectivamente, y el mayor agradó á mi amigo de tal manera, que hubiera formalizado en el acto el contrato del alquiler, si des- graciadamente se hubiese hallado allí el dueño de la Casa. Digo desgraciadamente, porque al llegar al za- guán quedó sorprendido Luis con la vista de una negra frutera que á nuestra subida, un cuarto de hora antes, no habia establecido aun su tienda de plátanos, boniatos, za- potes y pifias. «¡Todo lo hemos perdido," dijo mirando tristemente las cestas.—«Menos el honor," añadí yo; ¡si á lo menos, repuso él, no vendiese pifias esta negra! —¿Por que, Luis.—Porque María no puede sufrir el olor de la pifia.—¿Conque no sirve el cuarto?—Si la negri- ta se fuese á otro zaguán; no, no quiero perjudicar su comercio. Doblamos la esquina de la calle de.....cuando vióLuis en una puerta un papel que decia: Se alquila un cuarto. Entrar en el zaguán, taparse Luis la nariz, y dar media238 vuelta sobre la derecha, fueron operaciones de un instan- te. «¿Qué es eso?'' pregunté yo. — ¡Puf! Si María entrase eh este zaguán una vez sola, se moría. El olor del tasa- jo es para María un veneno. Un año justo había transcurrido desde este viage calle- jero sin volver á ver á Luis el licenciado, ni saber su paradero, cuando una mañana, un negrito que olia á aguardiente alcanforado, me entregó un billete concebido en estos términos: «Un amigo feliz cpie vive estramuros, calzada de____número 72, desea verte en su casa." Aquella larde dirigí mi paseo á aquel punto, y sin necesidad de pre- guntar vi delante de mí el designado número 72. La en- trada parecía de tienda, y tenia un escalón. Al subir és- te, sale de adentro tan fuerte olor de ajos podridos, asa- fétida, ó estiércol del demonio, que no pude menos de retroceder como el soldado á quien rechaza el enemigo en la brecha. Para disimular esta impresión con las gen- tes que pasaban, torné a mirar el número de la casa, cuan- do sale el negrito que olia á aguardiente alcanforado, y me invila á entrar. Entro, y me hallo en una botica. Bien hubiera querido taparme la nariz, pero un mance- bo, blanco por supuesto, que olia a almiztle, alzó el puen- te levadizo del mostrador, y me invitó á entrar en c\ ho- gar doméstico. Eran varios los hogares de la primera pieza donde entré. El mancebo, al ver que miraba yo de mal ojo, y peor nariz las hornillas encendidas, me di- jo: «Esta es una tisana, este el electuario de Masdeval; el álcali volátil es lo que huele; esta otra preparación es un purgante de Le-Roi; pase vd. adelante, caballero." Yo que tenia mas ganas que él de pasar adelante, acelero el paso, y me hallo en un pequeño patio, recipiente ge- neral de todos los olores y gases de la botica. En el cen- tro veo sentados en dos butacas al licenciado Luis que239 vigilaba la evaporación dé una laza dé opio colocada pn t'na hornilla, y á su esposa María que daba de mamar á Un.farmacéutico dedos meses. Al verme enfrente de dos amigos, y por consiguiente en libertad de repeler el olor de ajos podridos y del álcali, apreté fuertemente mi nariz con el índice y el pulgar de la derecha, saludé gangoso á la fármacópolíca pareja, y besé el producto HUimico que mamaba. Después de dos abrazos, duran- te los cuales hubo de quedar indefenso el olfato, gritó Luis: «¡Ocampio! abre esta puerta."' Dijo, y el negrito Ocámpio abrió la puerta del palio, que no abriera ¡pese á mí! porque cnlró por ella á deshora tal tufo de sebo quemado, que produjo un terremoto en mi estómago.— «Es de nuestra fábrica de velas," dijo Luis notando mi disgusto.—Nuestra has dicho; no me estraña ya que tú y María viváis en esla atmósfera, porque lo nuestro nun- ca huele mal.—Te equivocas, estamos oliendo lo que no nos pertenece; soy regente de esla botica, y director de esa fábrica, pero se gana en la regencia y en la direc- ción." «Pero ¡María, María! decia yo al despedirme, vd. que no podia sufrir el olor del tabaco.—Porque mi marido no es tabaquero.—Vd. que se desmayaba oliendo el pan al salir del horno....!—Porque Luis no tiene panadería. —Vd. que se pone á la muerte oliendo tasajo____!—Por- que mi esposo no tiene almacén. — ¡Y vd. sufre el olor de ajos podridos____!—Porque es boticario.—Pero María. —María, amiga mió, la novia del licenciado, tenia dere- chos sobre su olfato.—Ya, pero la esposa____—La esposa del boticario no debe tener narices.—P. C'Noticiosoy Lucero de la Habana. I24(1 principios de Marzo dice así el Nacional de Paris. ,,Todavía no lia terminado el invierno, y ya se prepa- ran las elegantes parisienses á abandonar la capital: toda- vía no se ven esmaltados de llores los prados, y las coli- nas de verdura, y ya quieren marcharse al campo; aun lio perfuma el ambiente de los jardines la encarnada ro- sa, ni se oye en los bosques el gorgeo de los pájaros, y todos hablan ya de trasladarse á la campiña, para no ver mas que horizontes sombríos perdidos entre la niebla. ,,¿Pero en qué época, amables lectoras, quieren dejar á la capital? En la estación mejor para los caprichos de la moda, que en ninguna del año se muestra mas fresca y coqueta con su lujo de lencería, sus manteletas de gasa, sus mantillas de los mas variados y caprichosos colores. El lujo de esta eslacion es el lujo por escelencia, ¡Quie- ren abandonar á Ja capital sin esperar á esa hermosa épo- ca de transición de la moda invernal ;i la primavera! ¡Sin aguardar siquiera á que aparezcan esos sencillos adornos para la cabeza, esas capotitas de tanla ligereza y gracia es- quisita, como originalidad y buen gusto! ¡Tratan de ir al campo sin visitar antes las famosas tiendas sobre cu- yos mostradores se ven las mas deliciosas telas llenas de los mas vanados dibujos, al lado de la mas brillante se- dería se espresa el mundo y terciopelos de distintos co- lores, á cual mas vistosos y elegantes. No queremos terminar, amables lectoras, este artículo, sin deciros algo de Ja brillante tertulia dada por Madama Lam— en la que se reunió la flor de las notabilidades ar- tísticas y literarias de París. Piespecto á la parte muge- ril, básteos saber, que allí estuvieron la célebre autora de la Angélica_, y del Alma desterrada, la que ha escrito el libro de la infancia cristiana^ la que ha publicado una no- vela bajo el (ítulo de Luisa de Francia, reina de España, y por último, no habla en esta reunión una sola muger que no mereciera llamar la atención por su talento y su instrucción profunda." (El Nacional.)2AP69 i241 JULIO G DE 1841. ib í*»'imos á nuestras amables lectoras ea el número ante- rior algunas indicaciones sobre esta ciencia, manifestán- doles la espresion con que se demarcan en el rostro algu- Has pasiones del espíritu. Tanto en la lámina cpue en- tonces publicamos, como en la que acompañamos hoy, podrán hacer las aplicaciones convenientes sobre la es- presion de las pasiones, y habiendo ya hablado de las del «SpífitUj nos resta hoy hacerlo de las del alma, que seguii dijimos, se pueden dividir en pasiones convulsivas, opre- sivas y espansivas, En el primer grupo, que comprende \aspasiones con- vulsivas, deben colocarse el temor, el miedo, el horror (véase la figura íl), el sobresalto (figura 12), el dolor (fi- gura 7), el odio ((¡gura 15), los celos ^figura 16% el furor de quien son una especie de degradaciones el mal humor y la cólera (figura 13), la rabia y la desesperación (figura 14). En todas estas pasiones los órganos están mas ó me- nos afectados; la agitación es estremada y la existencia del individuo que las sufre, está demasiado compro- metida. Las pasiones opresivas cuyos electos lio son menos graves que los de las anteriores, tienen un aspeclo muy distinto. Casi siempre la cutis pierde el color, las pul- saciones se hacen mas cortas, y la región del corazón pal- pita bajo el peso de una opresión sofocante y dolorosa; frecuentemente combatida por estremecimientos, palpi- taciones y angustias. En el número de estas pasiones de- ben colocarse la aflicción, la tristeza (figura núm. ó), lá melancolía, la resignación, el arrepentimiento, los re- tom. ci.—c. 11. 31242 mordimientos y todas sus modificaciones. Un deseo ar- diente ó un vivo recuerdo esperimentados súbitamente, elevan los pulmones y ocasionan una inspiración viva y pronta que forma el suspiro. Si no cesan al momento ese deseo ó aquel recuerdo, los suspiros se renuevan y Ia respiración se sofoca: la tristeza se apodera del alma, los ojos se humedecen y se cubren de un humor superabun- dante que los oscurece, y brotando el llanto se inundan en lágrimas (figura 8); las inspiraciones mas fuertes reem- plazan á los suspiros, y los sollozos mezclados con los sonidos de la queja, se convierten muy pronto en gemi- dos espresados á veces con tanta fuerza, que terminan en gritos. Las pasiones espansivas. En este tercer grupo deben reunirse lodos los sentimientos que ocasionan á los órga- nos aquella especie de bienestar que dilata la existencia y que mejor puede sentirse que esplicarse: tales son la es- peranza, el amor, la ternura, la amistad, el enterneci- miento, ia piedad, la clemencia, el deseo, la devoción, el fervor, la contemplación, el éxtasis (figura 5), el júbilo (figura 4), el reposo, y finalmente el contento (figura 3). Uno de los efectos de esta última afección, es aquel sonido entrecortado que se llama risa, durante el cual el vientre se eleva y se baja precipitadamente; los ángulos de la boca se acercan á los carrillos, que se inflan ó se resti- ran, y se succeden las carcajadas (figura 9). Guando la risa es inmoderada, los labios se abren mucho; mas, si se cam- bia en simple sonrisa, los ángulos de la boca se aproxi- man sin abrirse ¿sta, ni inflarse los carrillos; pero basta que el labio inferior se repliegue y apriete al superior, pa- ra que esta espresion de benevolencia y de satisfacción, venga á ser entonces un signo de malignidad, de ironía y de desprecio.243 Creemos que lo dicho es bástanle para qu¿ nuestras amables suscriloras pudiendo distinguir las diversas pa- siones que se expresan en las fisonomías de la lámina que publicamos en el número anterior y las que acompañamos al presente, puedan servirse de estas ligeras nociones, tanto para el uso común de la vida, como para calificar justa- Mente acerca del mérito de la imitación que sepan ad- quirir por las reglas dramática.-:, los actores ó actrices en u'>a comedia ó tragedia, y el buen desempeño en la pin- era de las alecciones que dominan al personage, ó á la %ura que nos presentan á la vista; pero es preciso no ol- vidar las reglas generales que espusimos en nuestro nú- mero anterior al examinar los principales signos íisonó- nncos de las diversas partes de la cabeza, que es el asien- to del alma, la residencia de los órganos de los sentidos y el centro de nuestras facultades. Pero nos resta que examinar los signos íisonómicos del cuerpo: el tronco es su parle mas considerable y en el que se ejercen las principales funciones de la vida vejetativa. De su bella conformación depende el juego de los órga- nos que comprende, y por consiguiente la salud y la fuer- za, una constitución mas ó menos sólida, débil ó robus- ta y la facilidad y prontitud de sus movimientos. Se divi- de en cuello, pecho, vientre, espaldas, brazos y manos. Del cuello depende principalmente la belleza del bus- to y la ligereza de los movimientos de la cabeza. Si se deja caer constantemente hácia airas, anuncia energía y amor propio; si hácia un lado, vanidad y jactancia. Del- gado y largo, es un signo de debilidad y timidez; grueso y corto, anuncia por el contrario, la fuerza y la cólera. El pecho cuando es abierto y cuadrado, es indicio se- guro de gran vigor, de un pulmón voluminoso y de una brillante voz.244 El vientre grueso y prominente, indica pereza y ocio- sidad. Pero, por el estremo Opuestoj las personas muy Hacas y de un talle demasiado delgado, son también por lo común lentas y desprovistas de energía. En general, un temperamento seco, d^ músculos compactos y un ta- lle bien proporcionado, prometen siempre mas elasticidad en la fibra viviente, y por consecuencia, mas vigor en el cuerpo y mas rigidez en el alma., que una constitución so- brecargada de grasa. Una espalda plana, un espinazo derecbo y ligeramente flexible, son otras tantas señales de salud y de fuerza. Si por el contrario, por un efecto de la rachitis, las espal- das ó el espinazo se encuentran mal colocadas, la com- plexión de aquella persona debe sufrir mucho. Sin em- bargo, puede asegurarse que esta conformación mollifica favorécela finura y la actividad del espíritu, disponién- dolo á cierta especie de causticidad y al amor del orden y de la exactitud. Los brazos y las manos contribuyen mucho con la gesticulación á la espresion de los diferentes afectos del alma. En el júbilo se agitan con movimientos rápidos y variados, mientras que en la tristeza aparecen caidos é inmóviles: se elevan hacia el cielo en los votos, en Ja ple- garia y en la esperanza que la sigue: se abren ó se estien- den para recibir, abrazar ó aproximarse los objetos de- seados, y finalmente se avanzan con precipitación, como para rechazar todo aquello que nos inspira temor, odio ú horror. El modo de andar, la carrera, el sallo, y el ponerse de rodillas, son los principales modos de acción de los pies y las piernas. Por medio de los dos primeros, una per- sona se aproxima ó se aleja de un lugar con mas ó me- nos rapidez; por el salto se lanza bácia adelante, ya pa-245 ■ editar un obstáculo, ó ya para manifestar la alegría de su corazón; el arrodillarse le sirve principalmente en los actos de respeto, de veneración y de súplica y todas estas cuatro acciones hacen en muchas circunstancias un papel mas importante de lo que se cree en lo general. Los movimientos graves y mesurados tienen generalmen- te mas dignidad, conciliándose el respelo, mientras que 'ós precipitados y tumultuosos presagian casi siempre a'go de adverso, que causa espanto al alma. Los gestos, el modo de andar, y las actitudes de una persona, siempre están en relación con el interior de ella. Naturales ó afectados, rápidos ó lentos, apasionados ó frios, monótonos ó variados, graves ó chanceros, fáciles 0 dificultosos, nobles ó groseros, orgullosos ó humildes, valientes ó tímidos, imponentes ó ridículos, desagradables 0 graciosos, circunspectos ó temerarios, ellos son siem- pre la imágen del alma que los anima. No hay hombre ni muger que compelido por la fuer- za de las circunstancias no tenga ciertos modales, ciertos dichos, en una palabra, ciertas habitudes buenas ó malas, que importa advertir y estudiar; ciertos gestos, actitudes, esclamaciones y espresiones favoritas que repiten cons- tantemente en sus discursos y que revelan el estado ha- bitual de su alma. Mientras la conversación de una per- sona es mas rica de palabras, de espresiones y de compa- raciones tomadas de diferentes ciencias, y de diversas ar- tes, sus conocimientos son mas variados y mas estensos; por el contrario, la persona que se aplica mas esclusiva- mente á una profesión especial, casi siempre repite los mismos dichos y se muestra como si estuviese siempre en su gabinete, en su taller, en su tienda, en su tocador ó su cocina; en una palabra, la miseria ó la comodidad, la pro- fesión y el género de trabajo en que se ejercita, como,con tinta indeleble, imprimen en cada individuo man- chas muy diíiciles de borrar. . El vestido y el porte tienen mas relación de lo que pu- diera pensarse con la disposición de nuestra alma. La propiedad y la negligencia, la magnificencia y la senci- llez, el buen gusto y el malo, la afectación ó la decencia, la presunción ó el candor, la verdadera modestia V Ia vergüenza falsa, son otras tañías afecciones que revelan el carácter de una persona y que distinguen á la que es verdaderamente sabia, de la que procura únicamente agradar ó singularizarse. ¡Guánlas veces el color, el corte ó el adorno de un vestido son otros tantos signos no me- nos espresivos que los de la fisonomía, para conocer el ca- rácter ó el genio de la persona que los usa! Estas ligeras teorías, ó mas bien, estas rápidas indica- ciones, manifiestan desde luego la vasta estension que pue- de darse á la ciencia ó á los conocimientos fisonómicos, y solo nos resta que advertir algunos preceptos generales indipensables para dirigirse en la práctica y poderse for- mar aquel golpe de vista penetrante, que comprende con rapidez los rasgos que caracterizan á cualquier individuo. Sea cual fuere la condición de la persona que se pre- sente á vuestra esploraciou íisonómica, mis amables lec- toras, bien sea hombre público ó privado, joven ó ancia- no, orador ú hombre callado, adulador ó adulado, no os dejéis imponer de las primeras impresiones. Si explo- ráis desde luego su temperamento, este examen os liará conocer la especie de sensibilidad y el grado de energía que posee, así como el tinte general de sus ideas. Si en seguida advertís en su rostro ó en las habitudes de su cuerpo algunos de los rasgos mas notables, conoceréis su humor y el estado habitual de su alma. Esla nueva ob- servación dará mas precisión á la primera, y habréis dado247 Un paso adelante en las particularidades de su carácter. He- chos los dos anteriores reconocimientos, podéis recorrer ' os principales pormenores del rostro y del perfil, los ges- tos, el modo de andar, las actitudes, los movimientos de Jas estreinidades, y advertir lo que hay en ellas de natural o de fingido, de libre ó de contrario, de gracioso ó de rustico. De aquí puede dirigirse vuestra atención sobre el metal de la voz; si es grave ó aguda, acentuada ó mo- nótona, si su discurso es animado ó lánguido, rico ó ti i vial en sus espresiones; y para aseguraros maSj ver si su por- te es elegante ó descuidado, y si anuncia la pretensión ó la ingenuidad, la afectación ó la sencillez franca. Cuan- do hayáis formado de esta manera vuestro juicio y reu- nido con prontitud el resultado de los diversos signos fi- sonómicos, entonces podréis gloriaros de haber adquiri- do la habilidad necesaria en el arte de penetrar álos hom- hres, ó en la ciencia de la fisonomía.=/. G. REMITIDOS. Sres. editores del Semanario de Señoritas Mexicanas.— Veracruz, Junio 2 de 1841.—Muy apreciables señores Olios: quizá la suma ignorancia que me caracteriza entre todas las mexicanas, me determina á meter mi hoz en mies agena, proponiendo (por si vdes. tuvieren á bien publicarlo) un modo de conservar mas fácilmente en la memoria (á mi parecer) la letra dominical con que em- pieza cada uno de los meses del año, sin que en esto ten- ga ánimo (lo que probaria ingratitud ó soberbia) de ilustrar ó corregir las ideas con que nos obsequia el me- loso Sr. general Micheltorena. Es como sigue. Modo de conservar en la memoria, ó recordar con prontitud la letra dominical con que empieza cada uno de los meses del año, y hacer con acierto, y puramente243 de memoria, algunas deducciones que proporciona aque- lla clave. Enero y Octubre entrarán con ....... A. Mayo está solo con Ja letra. B. También así Agosto tiene ya la....... C. Febrero y Marzo con Noviembre. ..... D. Mas tan solo Junio conoce la......... E. Setiembre y Diciembre empiezan con. . . F. Abril y Julio, por fin, con la........ G. Soy de vdesv señores editores, cordial apreciadora: — Una Veracruzana. POESIA. ¿Que es lo que siente mi pecho Triste, mustio y afligido? ¿Por qué en continua latido Palpita mi corazón? ¿Sera el instante de muerte Que sn acerca con furor? ¿O mas bien que mi alma sufro La sensación del dolor? Ha sido ilusión ini dicha Cuando es real dad mi pena Y cuando mi alma esta llena De una bárbara opresión. Del dolor, no uo la muerte Ha llegado ya el momento, Y en mi pecho solo siento La sensación del dolor. Vi á una jóvon bella, pura, Llena de un poder divino, Y su hechizo dulce y fino, En mi su influencia ejerció. J)e ilusiones inundado ¡Siento el peso del amor, Cada instante mo estremeco La sensación del dolor. Mo inflama llama insaciable, Vty á declarar mi amor; Pero un recuerdo de honor Mi pena hace interminable. Sin conocer tus virtudes Lije quo no te amaría, Que mi honor lo afirmaría Con su constancia y su fe. Mas al mirar tu hermosura., Tus virtudes y candor, Mi alma alimenta tan solo La sensación del duior. Entro el honor y el amor, ¿Qué sendero he nerós v libertaros de la muerte. Mi amis°»o os conocia; pero súbelo no podia ser dudoso al oir Ja esclamacion del terror de una muger en idioma toscano. T i i " l% carnicería no duró sino lo que la claridad de un re- Propago; ¡)ero sabéis muy bien que en todo aquel espacio S(ícorriacon la sangre hasta el tobillo. Mientras que to- do acribillado de las balas uno de los tigres ensangrentaba lasaguas del canal para atravesarlo á nado, yo degollé con es'e puñal al otro sobre el cuerpo de una muger cuyo ros- tro de voraba la bestia feroz á vuestros pies. Entonces fué cuando me visteis, señora. Eleonora sonriendo, señaló con el dedo el puñal, y es- clamó: ¿Con qué derecho podría yo desarmar á un hom- bre tan valiente? —Gracias, señora, y pueda yo siempre protejeros con- tra los ataques de un tigre j mucho mas temible para vos °,Ue los de Numidia. —¿Vos estabais en la comitiva del enviado de Florencia? —Sí señora. —Leal florentino, vuestras palabras me dan confianza; ¿pero qué objeto os conduce á mi tocador de este modo. ■—El mas triste, señora. Hace tres dias que mientras W barcas empaveiadas de banderolas, y cargadas de mú- sicos, se dirigían á la ceremonia del casamiento delDu.v cOn el Adriático; mi góndola cruzaba al lado de la vues- tra. Una sonrisa llena de cortesía, que se os escapó, hi- zo dirigir mis ojos hacia un caballero que venia en una barca tras de la mia. Mi preocupación á vuestra vista, sin que pueda yo designar la causa, me obligó indiscreto a dirigir algunas preguntas relativas á vos á aquel señor veneciano. El se sorprendió con mis palabras, aunque solo le hablé de vuestra belleza, de esa belleza de Floren- cia, pálida fantasma bajo los dedos del pintor, pero que «ale viva de la mano de Dios. El caballero me despre-252 ció, y su desprecio era bien extfQsahlc. Aquella [urde misma en una de las tiendas de la plaza de San Marcos, Tonini de Acuaviva, uno de los Diez de Venecia, me di- jo al oido: «¡Qué loco eres en franquearle á cualquier des- conocido, estando en Venecia! Al elogiar la belleza de Eleonora, te dirigías nada menos que á Grimaldi." —Mi marido. ¡Gran Dios! —Sí señora. Tonini de Acuaviva, para invitarme á que estuviera sobre mí, me confió una palabra muy signifi- cativa que en su cólera se escapó al Sr. de Grimaldi- Otro todavía, gritó en un arranque de sus celos; pues bien, ¡Uno después del otro!:::—¿Y qué queria decir con esto:" —Hasta ahora, señora, no lo comprendo exactamente, y por lo pronto no hice mas que reirme de esle enigma, en que no quise ver sino la amenaza de un fanfarrón; pe- ro mi calma picó á Tonini, quien se empeñó en darme á conocer el esceso de furor á que suelen librarse los celos de los venecianos. Por ejemplo, sabéis bien, señora, que el cuarto en que estamos es tan sordo como un sepul- cro, y que esta doble ventana una vez cerrada, la es- plosion de una arma de fuego, los gritos de la desespera- ción de una muger enterrada viva en él, y la violencia del imprudente que se obstinase en defenderla, no se escu- charían ni aun en el jardín de esta habitación aislada por el mar.—¿Quién puede dudarlo cuando nadie sino vos, ha tenido la audacia de penetrar hasta aquí? —Hay reductos secretos, señora, practicados en el es- pesor de las murallas, desconocidos á todos. Desde uno de ellos pueden oirse aun las conversaciones mas secre- tas, especialmente cuando con la confianza de que ge- míais sola en el seno de Judit, deplorabais la suerte de aquellas almas destinadas á quedar vírgenes, y que mas amaban el claustro que al mundo, viéndose inmoladas ála pobreza de sus íamilias y al lujo de aquellos ricos que "o buscan en las mugeres, sino magníficas esclavas. —{Pero quién lia podido deciros todo eso? El consejo de los diez lo sabe todo, señora. Un mi- serable á quien Grimaldi paga para que os espíe, recibe u>l doble salario y confia los secretos de su amo. ¡Esta Hs Venecia, Eleonora! El espionage se halla organizado por todas partes: tiene sus horas fijas y sus correspon- dencias nocturnas. En Venecia el diatiene su máscara, y también se vé con ella en medio de las tinieblas. Creis tener un criado fiel en el esclavo que os guarda; pues él vende á Grimaldi vuestras palabras mas insignificantes á precio de oro; y después á la policía. Eleonora parecía que tenia alguna repugnancia en dar c|,edi(o á lo que el estrangero la decia; pero éste tirando c°n violencia de un cordón que estaba en la pared, le dijo: «Mirad, señora, si estoy bien impuesto de lodo lo 'Mas oculto de vuestra habitación: de estos dos cordones e' Uno corresponde al cuarto de Judit y el otro al la- gar donde se encuentra habitualmenle el esclavo::::" Al momento se abre una puerta y se presenta un cria- do que pregunta á la condesa ¿qué le manda? Pe- ro en el instante se vé sorprendido, sus brazos vueltos atrás, atados fuertemente con un cordel, y cuando pro- cura sustraerse á tal violencia, su invisible antagonista 'e amenaza, si intenta gritar. Fuertemente atado de es- te modo aquel miserable, el florentino registra los ves- tidos de su cautivo y saca de su bolsa un papel que des- dobla y lo presenta á la condesa de Grimaldi, diciéndole: «He aquí la prueba de todo lo que hedicko: leed, y juz- gareis si lo sé todo:::: Este malvado ejecutor de los ce- los del conde, encargado de velar vuestras lágrimas y de secundar y apoyar vuestros proyectos de evasión para254 castigarlos, lleva consigo con el objeto de sustraerse á la responsabilidad de un crimen, la orden expresa de su anio para mataros; pero voy á manifestaros el olio secreto." Entonces se dirigió había una mesa, cuja tabla levanto descubriendo bajo de ella la entrada de una cueva, cuyos félidos miasmas se exhalaron muy pronto por el cuarto. El florentino pálido volvió á cerrar precipitadamente 'a mesa, y dijo á Eleonora: «Podéis ya comprender, señora, que vivis en una cue- va de ladrones." Eleonora aturdida dejó caer el papel de la mano, y él je manifestó un salvo conducto del embajador de su nación para que obrando con la mayor prudencia, pudiese liber- tarla de la muerte y evitar las hostilidades que no podían menos de resultar entre su país y la república de Vene- cia, si Grirnaldi llevaba al cabo su infame proyecto con- tra una toscana. El florentino continuó: «Entretanto, señora, el padre Cirilo, vuestro confe- sor, y dos benedictinos de Pádua os aguardan á la orilla del mar en mi góndola. —Eleonora levantándose, le contestó: «¿Acaso inten- táis imponerme un nuevo yugo, so prelesto de libertar- me del que sufro? Rodeada de riesgos, mi pureza me alienta; pero la fuga me haría culpable. ¿Sois vos, acaso, el encargado de hacer justicia en Venecia?:::: —No trato de imponcroSj señora, obligación ni fuerza alguna, al revelaros una série de ultrajes y de violencias deque vais á ser víctima; yo no he dudado de la dignidad de vuestra alma, ni pretendo en erigirme vuestro juez, sino salvaros la vida. Las circunstancias, y no yo, son las que exigen vuestra resolución. La línea de mi conducta está ya trazada; arreglad la vuestra. Mis derechos son demasiado claros, como lo fueron los de mi bravo com-255 patriota que os arrancó de las garras de un tigre. El hfl desaparecido, señora, y ha sido muerto en este mismo lugar, y yo lie comprendido toda la estension de aquella amenaza de Grimaldi: «Uno después del otro." Mi anu- ís0 que sabia os hallabais entre las garras de un-demo- ni°, y que el puñal brillaba sobre vuestra cabeza, ha in- tentado en vano la empresa, que su muerte dejó á mi cui- dado. Su intento no era otro que advertiros vuestro in- minente riesgo. El me exigió la palabra al tiempo de dirigirse á este lugar, y me comprometió solemnemente. Yo convengo en que un temerario debe perecer en esta tentativa; pues bien, señora, tenéis en vuestra mano la ca- beza de Grimaldi, porque á nombre de Florencia yo Puedo demandar justicia á Venecia de un asesinato come- ado en un florentino. Vuestra desgracia, bastante descu- bierta ya por vuestra tristeza, por las confesiones de Ju- dit y por las insolentes revelaciones de un espía, es de- masiado conocida á Grimaldi. Sin saberlo vos, sois la víctima que debe ofrecerse al frenesí de un celoso, mien- tras que con vuestro carácter habiais nacido para vivir á ^a sombra de un claustro. Creedme, señora, vos os de- béis á vos misma, y no al asesino, á quien solo consiento °'i dejar vivo á espensas de esta dura lección. En Vene- cia entera no hay mas que vos y yo que podamos dar el ejemplo de un rapto en que nada tiene que ver el amor, nada que perder el honor, y nada que arriesgar la hones- tidad. A nombre de todas las mugeres, yo os reclamo deis el ejemplo de fuerza y de vigor, libertándoos de un asesino en el sagrado de un claustro, según vuestros de- seos, y libertando de una guerra á ambas naciones." La condesa, después de algunos instantes de silencio, manifestó al florentino el riesgo de encontrar á Grimal- di en la travesía; pero él le contestó, enseñándole un sil-256 bulo ó pito de piala, que lodo estaba prevenido. Al l"1 se resolvió, y bajando por el balcón, salvó la rampla, con- ducida por el florentino. Atravesó los jardines, que ilflr minados por los rayos de la luna, contrastaban sus som- bras con las de los valientes que los^aguardaban. Ningún rumor interrumpía su silenciosa marcha/sino el sonido de algunos insectos que posaban sobre las flores, ó el ale- tear del blanco cisne que elevaba su vuelo. Llegaban ya ;í la orilla del mar, la góndola se encontraba, aunque abandonada. Eleonora dudaba, pero el estrangero le di- jo: k Y no estaba yo solo con vos en vuestro palacio, ¿por qué lemer ahora? Ignoro qué accidente ha podido im- pedir las medidas que habia tomado; pero nada lemais. Aun no acababa de hablar, cuando del pedestal de una estatua cercana á la ribera se lanza un hombre con un pu- ñal en la mano. Casi al mismo tiempo otros hombres se precipitan con armas hacia aquel lugar, y en seguidaa pa- rece el padre Cirilo y otros dos religiosos. —Yo reclamo á esta muger, gritó Grima]di. —/Podreid reclamarla á la Iglesia? contestó el P. Cirilo. — ¡Oh! dijo Grimaldi, un padre entre los raptores, es- ta es una infamia. —No lo permita Dios, contestó el padre Cirilo, vos hicisteis un rapto al santuario, y nosotros no hacemos sino restituir á la casa del Señor, una esposa de Cristo, á quien queréis asesinar. Si ultrajo vuestros derechos, pedid justicia á Venecia. —¡Infame asesino! gritó el desconocido, yo la deman- daré también. Grimaldi lleno de rábia mordía la tierra, mientras se alejaba la góndola. La condesa Eleonora de Grimaldi veinte años des- pués moría en el monasterio de benedictinas de Pádua. En cuanto al joven florentino, era ya conocido con el nombre de Maquiavelo.—\Rayrmmdo Brucker]. (Traducido del Kcpsake francés del año de 1838.)257 Introducción. al vez no creerán nuestras amables lectoras que nin- guna de las diversas materias con que hemos procurado lenizar este periódico, nos ha ofrecido mas dificulta- os que la presente. A primera vista se calificará agena de un Semanario dedicado á Jas Señoritas mexicanas, y ttias de una de nuestras suscritoras habrá guiñado el ojo, Aponiendo en nosotros, al ver el titulo de este artículo, ^a idea degradante de hacer de una danta una cocinera, 0 de ocupar entre el humo, Jos sartenes y las cazuelas, un ••lempo que seria mas bien empleado entre las flores, las {jasas y Jos adornos. Pedimos á nuestras ceñudas lectoras u'i momento de atención, en recompensa, al menos, de la dificultad que deben suponer en nosotros, considerándo- los rodeados de escollosy de embarazos al hablar del asun- to. Porque en efecto, escribir de la cocina en unSemanario ^erario, y mezclar los preceptos de un puchero puesto al fuego, con las lecciones de moral, de ciencias y de auiena literatura, y con los ejemplos del buen gusto, de- °é espantar á plumas mas atrevidas que las nuestras. Sin embargo, un periódico para las Señoritas mexicanas ó pa- ra las de cualquiera nación, quedaría incompleto si por críticas tan frivolas ó por temores vanos, eseluyese de "Us columnas uno de los artes mas esenciales para el ma- dejo de una casa, para el gobierno de una familia, para el placer así de los comensales diarios como de los convi- dados; y por último, para la economía. liemos creido por lo mismo, que el interés inherente á las teorías del ar- te de cocina y á su práctica, han debido decidirnos á tra- tar de él en un periódico al que hemos procurado dar toiw. ii.—c. 11. 33253 todo d lono y todas las ventajas de una enciclopedia do- méstica. Desde luego se nos han venido encima las ma- yores dificultades, pues que si hablamos de algunas apli- caciones de la química, nuestros artículos no serán fácil- mente entendidos, siendo por consiguiente inútiles; pero si nos limitamos á las generalidades del arle, muy poca será la utilidad que puedan producir; si hablamos en tér- minos muy vulgares, podria creerse que habiamos ocurri- do para su redacción á Emilio, ó á alguno de nuestros fon- distas; y si lo llenamos de términos técnicos, desligándo- nos por la escala del pedantismo, caeríamos muy pronto » en el pozo del ridículo, y lo mas sensible en vez de ocupar el Semanario un lugar en el tocador de las Seño- ritas, al menos entre los pomilos de olor y las pomadas, tal vez irian á parar sus hojas en envolturas de azafrán ó cubriendo un tarro de manteca. La prudencia, pues, dicta en un asunto, acaso de los mas importantes que nos han ocurrido en nuestra larga carrera de periodistas se- manarios del Bello Sexo, adoptar un justo medio con lino y con sagacidad. Basta ya de exordio (aunque á la ver- dad, el asunto lo exigia), y arrojémonos impávidos en materia tan escabrosa, apelando siempre rendidamente á la benevolencia de nuestras lectoras. Si se consulta la etimología de la palabra, cocina viene del arte de cocer: pero la idea de cocer una cosa, supone una perfección que no tienen todavía nuestros apaches ni otros salvages que se alimentan de viandas crudas, ni mu- cho menos algunas naciones enteras que se llaman fruc- tívoras, porque solo comen frutas, raices y yerbas, sin que esto sea difícil creer á muchas de nuestras lectoras, cuando sepan, si no lo saben, que en nuestra república hay poblaciones enteras de indígenas que se mantienen, no dias, sino meses enteros comiendo solo tunas. Se pue -259 de, pues, mas bien delinir el arte de cocina por el arte de alimentarse, y ya se ve, que considerado de este modo, ninguna de las otras artes puede disputarle la primacía, porque Adán nació en ayunas, como lo hace observar el autor de la Fisiología del gusto, y tuvo desde luego que ejercitar este arte. Después de haberse alimentado de frutas, es probable que el hombre 3' la muger bajan comido la carne de los animales que habían matado. Un almuerzo de carne cruda chocaría desde luego, no solo á la delicadeza de las Seño- ritas mexicanas, sino á la rusticidad de algunos de nuestros campiranos; sin embargo, se asegura que la carne cruda sa- zonada con sal se digiere mejor y muy pronto, se hace grata al paladar. Esto es tanto mas fácil de concebir, cuanto que hace veinte años, un plato de roast-beef ó de beef-slack habría espantado y aun horrorizado á nuestros gloriosos antepasados, mientras que hoy el furor de la imitación hace preferir un plato de carne casi cruda al estilo de la cocina inglesa, y tal vez virtiendo sangre, á nuestros an- tiguos caldos de sustancia, y ¡í nuestras pechugas deshe- chas á la antigua española. Por lo demás, esto prueba bastante que la civilización se acomoda todavía á algu- nas de las tradiciones de la cocina primitiva, y que aun son muy estimados algunos alimentos que no han pasado por el fuego. Las primeras viandas cocidas, lo fueron sobre carbones; en seguida se asaron sobre la llama, y tal era la cocina de los héroes de Homero. Aquiles ai convidar á comer á Ulíses, dividió en trozos y atravesó con dos puntas de hierro las espaldas de una oveja, las de una cabra y el lo- mo de un cerdo, las colocó después sobre un brasero, que soplaba Patroclo y las saló después. La Odisea nos refiere, que eran muy estimadas las entrañas de Ioí260 animales, rellenas de sangre y de manteca; por consi- guiente, los budines y rellenos disfrutan el honor de una antigüedad á que no pueden acercarse la mayor parle de nuestras instituciones ni de nuestros trages. Después de Homero la cocina, al parque las demás ar- tes, adquirieron inmensos progresos entre los griegos. El refinamiento del Oriente penetró y se difundió en to- da la Grecia: Cadmo, que les llevó la escritura, liabia si- do cocinero del rey de Sidon. La austera república de Lacedemonia comia muy mal, y sus postres de leche sin azúcar han dado una triste re- putación á su cocina; pero en desquite, los banquetes ate- nienses eran unas festividades hermoseadas no solo por la buena carne, por el lujo y por los productos de las bella» artes, sino por los encantos de una conversación espiri- tual y amena, y en que los Filósofos figuraban con honor. Por desgracia, la multitud de escritos que acreditaban la superioridad, y que describían las delicias de la cocina griega, se han perdido para nosotros. ¡Qué pérdida ta» lamentable para los gastrónomos! ¡, Los romanos vivieron pobremente durante dos siglos, y no tomaron el gusto á la mesa sino después de haber agotado el de las conquistas. Los cocineros griegos for- maron la educación de la cocina de Roma; pero poco á poco los discípulos escedieron á los maestros, y los so- brepujaron, si no en delicadeza al menos en lujo y mag- nificencia. Las importaciones mas preciosas de que go- za hoy la Europa como un producto de su suelo, se de- ben á los romanos que condujeron de la Armenia, de la Persia y de los puntos mas distantes, las aves, la pesca y las frutas mas estimadas. La comida de un ciudadano romano era sencilla y sus- tancial, y causaría envidia á muchos ricos de la época261 presente. En cuanto á los festines de los potentados de Roma, su lujo en peces, en viandas de lodos los países, eu vinos y en la riqueza de los muebles y vajilla, con to- dos sus accesorios, sobrepujan nuestra imaginación hasta el estremo de parecerse á la locura. Lúculo, Vitelio, He- '¡ogábalo, gastrónomos de profesión, hacían contribuir al mundo entero para sus mesas, y gastaban millones en los placeres de sus banquetes; la ostentación ocupaba tal vez el lugar del buen gusto, pues que los pescados y las aves se contaban á millares en una sola comida, y llegó á ver- se un plato compuesto de cinco mil sesos de avestruces y otro de cinco mil lenguas de aves. Los bárbaros destruyeron, no solo las viandas, sino la cocina romana, sin quedarles otra cosa que comidas tan groseras como ellos, y no volvió este arte á progresar si- no hasta que se anunció la nueva civilización. El lujo de Ja mesa ya era muy considerable, sin embargo, en la épo- ca de Carlo-Magno. Las mugeres volvieron á aparecer e'i los banquetes de donde hablan dejado de ser su mas brillante adorno. La buena mesa recobró sus derechos tanto como podian permitirlo las guerras y las desgracias públicas. «Las mugeres, dice Mr. Brillat Savarin, aun las mas poderosas, se ocupaban en lo interior de sus casas de preparar los alimentos, lo que consideraban como una parte esencial de los cuidados de la hospitalidad que tan- to brillaba en las naciones civilizadas á fines del siglo XV. Bajo sus lindas manos los alimentos obtenian trasformaciones singulares: la anguila se colocaba con un dardo como de serpiente, la liebre con orejas de gato, y otras mil jocosas metamorfosis. Comenzaron á hacer grande uso de las especias que los venecianos traian del oriente, así como de las aguas perfumadas que usaban los2C2 árabes, de suerte que el pescado se cocia algunas veces en agua de rosa de ConslaiUinopla... Estando bien demostra- do que las damas francesas siempre han tomado mayor o menor parle en lo que se guisa en sus cocinas, debe inferir- se que á su intervención se debe la preeminencia indispu- table que siempre lia tenido en Europa la cocina francesa, adquirida especialmente por una inmensa multitud de preparaciones calculadas, y de golosinas v platos de buen gusto, de que únicamente las mugeres han podido con- cebir la idea." La aplicación del ajo y del peregil, el desarrollo de la industria en las salzas, las salchichas, los pasteles y los asados mechados, mejoraron el arte, «i bien estaba muy lejos de la perfección aun en las cocinas de los reyes, hasta que en el siglo XVI, el arte de cocina casi se redu- jo á hervir ó cocer, á asar, tostar y freir las viandas. Gonthier de Andernach, primer médico de Francisco I, dió un gran paso aplicando la química á la cocina. No solo en aquella época, sino mucho después, los vinagreros es- taban esclusivamente encargados de preparar y vender las salzas destinadas á sazonar las viandas; pero á media- dos del siglo XVH hizo una revolucionen el arte de co- cina la introducción del caféj de la azúcar y del aguar- diente. Los festines de la corte de Luis XIV en Francia, bri- llaron por la magnificencia en todos los ramos, y el gus- to del rey y de sus cortesanos por el lujo de la mesa, produjo una multitud de cocineros célebres, á cuya ca- beza estaba Vatel, cuyo talento y desesperación heroica lo han inmortalizado. Bajo Luis XV la cocina francesa participó de las delicadezas del espíritu. «En esta época, decia un sabio gastrónomo, se estableció generalmente en todas las comidas aquel orden, propiedad y elegancia con'ocios sus esmeros que lian ido siempre en aumento has? ta nuestros dias, y que amenazando esceder lodos los lí- mites, casi van conduciéndonos al ridículo."' Las mejoras en la cocina, continuaron bajo Luis XVI: en la revolución, el arle de comer dehia ser olvidado por los que apenas se ocupaban del arle de vivir, cuyo ejer- cicio no dejaba de ser entonces bástanle difícil. El impe- rio le dio una magnificencia estraordinaria, manteniendo los gustos personales de algunos grandes dignatarios. Des- de entonces no ba babido otras vicisitudes en el arle de co- cina que las de las familias particulares. Los descubri- mientos y las aplicaciones usuales de la ciencia, han creado Una multitud de perfecciones, se han establecido ó desar- rollado porción de nuevas profesiones, las horas de comer se han cambiado generalmente, y se ha estendido dema- siado el uso del té y del café; en fin, los gobiernos cons- titucionales han producido los banquetes políticos, dema- siado estendidos, especialmente en Inglaterra, Francia y Norte-América, instituciones admirables para aquellos que saben aprovecharse de ellas, y aun para los que no ha- herido sido convidados se consuelan vengándose con epi- gramas ó con críticas del banquete.—Aquí deberíamos trazar la historia de la cocina mexicana; pero esta empre- sa, superior á nuestras fuerzas, seria siempre tan mal co- mo inexactamente desempeñada. Bastará decir, que ella ha sido un remedo de la española, mezclada con algunas antiguas tradiciones aztecas, y modificada con otras pro- ducciones indígenas, que le dan un carácter bástanle pe- culiar no solo en la república, sino en la mayor parte de sus Departamentos. El uso del chile ó pimiento, de las di- versas clases de frijoles, y de la multiplicidad de Jos usos a que se aplica el maiz, son unos desús caracteres distin- tivos. Por lo demás, imitadores sempiternos de todo lo misma y este mundo peligroso, lia colocado el retiro naciéndose fuerte por medio de la oración; pero las her- manas de la Caridad no pueden formarse una idea esacta de las penas del estado que abrazan, y á pesar de los fa- tigantes trabajos y de las enfermedades mas penosas, ¡a* Has ha vuelto á la vida del mundo una bija de San Vicen- te. Los pobres, los desgraciados, siempre ejercen el mis- mo poder sobre ellas. Pero no todas han podido ensa- yar sus fuerzas antes de decir: «yo consagro mi vida á los pobres/' no todas han comprendido: que el alma puede concebir un pensamiento magnánimo, pero que acaso la debilidad del cuerpo no se encuentra capaz de cumplir; así es que muchas jóvenes se ven obligadas frecuente- mente á renunciar á aquellas tareas bajo cuyo peso su- cumbirían indefectiblemente. Las vigilias las fatigan, la enseñanza lastima su pecho, los trabajos destruyen su sa- lud delicada, y entonces la que solo había mirado la dicha de hacer el bien, no solo se hace inútil, sino que sirve de Una carga á aquellas personas con quienes y por quienes ■Juérria vivir. ¡Oh jóvenes! si vieseis las miradas que acompañan al ¡adiós! de una hermana de San Vicente en su orden, y cuan "dicta vive siempre á ella por la cooperación y los cui- dados mas voluntarios! Si la oyeseis decir: ¡Mis hijos!... ¡Mis pobres!... ¡Nuestras hermanas!... Entonces com- prenderíais lo que ha dejado y la óptima parle que ha es- cogido. Todas las órdenes de caridad tienen ciertamente un mismo principio, un objeto semejante, igual mérito. Cu- rar, instruir, socorrer á los pobres y consagrar su vi- da á la humanidad doliente; pero entre las mugeres san-270 las que las componen, es preciso poner en primer luga*" á las hermanas de San Vicente de Paula, á quienes se en- cuentra ya en la iglesia, ya en los hospitales, y ya en ias ' casas, siempre dulces y sencillas, graciosas y afables. ¡Y todas son lo mismo: la caridad hace su corazón tan bueno! Su religión, es todo amor é indulgencia, porque la vejez, la infancia y el dolor, tienen necesidad de ser tratados con afectuoso esmero, y las personas que se con- sagran á los seres débiles y dolientes, deben tener una fuerza poderosa, á la vrez que una dulzura inalterable. Yo he visto hermanas jóvenes abrumadas por la falig3 y agobiadas del trabajo, consagrar sus horas de recreación en visitar á los pobres. lie visto enfermas plegar en si- lencio sobre el jergón que las sostenía, hasta que sussu- perioras les decian: cesad en fin y descausad.'Otras octo- genarias santificadas por sesenta años de constante dedi- cación, pasaban sus últimos dias en el ejercicio de sus acostumbradas funciones, y jamas se creían incapaces de ser útiles en algo. ¿Y sabéis vosotras, lectoras mias, cuáles son sus laréaü diarias? Comenzar desde las cuatro de la mañana los tra- bajos mas duros y penosos; salir en cualquiera estación del año para ir á la choza ó al cuarto de una miserable familia, ó bien á la cárcel que encierra al bandido y al asesino; llevar al moribundo afligido palabras de consue- lo y de esperanza; buscar en su desconocido retrete al indigente, que no tiene nía un el valor de mendigar, y á la joven sin padre ni parientes, que necesita de una guia y de un apoyo. Admiradlas en la casa de expósitos; ved sonreir á ese débil niño, á quien una de ellas arrulla en sus brazos pa- ra callar sus gritos, ó mece su cuna para atraerle el sue- ño; ved á la otra velar sobre todas sus necesidades, acá-271 viciarlo, distraerlo, hacerse su madre, y en una palabra, volverle ;í aquel que jamás lia conocido la suya, la que perdió por la muerte. ¡Pobre infante sin familia! Pero al menos ha encontrado esta familia protectora que lo crea- ra en el temor de Dios y en el amor de la virtud. Guan- do sea grande, aprenderá á leer, á escribir y á contar, y Recibirá en su tierno pecho las máximas de la religión y •Os preceptos de la moral. Si entráis á una de sus clases de niñas durante las horas de estudio, veréis delante de una mesa á una hermana de 'a Caridad observando y dirigiendo la enseñanza, recom- pensando la aplicación con un libro, con una imagen, ó con alguna tela para vestirse; pero todo en medio de un silencio y de un orden admirable. Si alguna alumna se °'vida do sus deberes observad con qué dulzura la re- prendeesta tnuger paciente, que sabe con su ejemplo dar a la niñez las mejores lecciones. Yo entré una vez á un hospital de locos que asistian. Los guardas lenian miedo al encontrarse entre ellos: las hermanas de la Caridad no tenían ningún temor, y aque- jes infelices les hablaban con la mayor sumisión y las databan con la mayor conlianza. Ellas siempre estaban Zanquitas y seguras, confiadas en Dios y en el cumpli- miento de su deber.—Pero pasemos en su compañía al do- micilio del pobre. En lo mas crudo del invierno, la lier- ra cubierta de nieve, el viento helado y las calles desier- las, sin embargo, una hermana de la Caridad tiene que vi- sitar los enfermos, y nada hay que la detenga cerca del fuego; sale, le lleva los remedios que necesitan, se infor- ma con el mayor interés de lo que falla, y á la mañana siguiente es seguro que volverá á franquearles nuevos be- neficios, y que no dejará aquella habitación miserable, sino después de haber pasado largas horas á la cabecerade sus camas. Frecuentemente se vé obligada á ejercer los oficios mas penosos, y por delicada que sea, si es pre- ciso exor.tar y calmar á una muger robusta en el exceso del delirio, no dudéis que lo conseguirá. ¿Y si -muere? F.lla sabrá vestirla y colocarla en el féretro. Este pen- samiento que os asombra y horroriza, es para la herma- na de la Candad un pensamiento dulce en medio de su tristeza. La muerte nos aproxima á Dios: ella no com- prende por qué deba temerla, y su asistencia aun en las casas que disfrutan alguna comodidad, mitiga las penas de las moribundas, y sirve de lenitivo á la bija que queda huérfana, ó á la familia desolada. En los calabozos entra también la hermana de la Cari- dad y hace resonar bajo sus denegridas bóvedas, palabras de consuelo, iluminando su oscuridad con las luces de la fé. Tal vez un criminal cuya alma negra no es suscepti- ble de los remordimientos, no creyendo en la otra vida, aguarda con frialdad la hora que va á decidir para él la alternativa entre el cielo y el infierno. Pues este mismo hombre á la voz de la hija de la Caridad, se arrodilla á pe- sar desús grillos, eleva su alma á Dios y recibe la muerte en castigo de sus delitos. Sobre la cruz del Sanio Rosa- rio, el asesino eleva su primera plegaria, y á la voz supli- cante que esclama: «¡Dios mió, perdónale!" El asesino re- pite: «¡Perdóname, mi Dios!" Terminaremos esta idea de las hermanas de la Caridad con las siguientes palabras, que les dirige en sus admira- bles reglas su santo fundador: «Acordaos que solo puede conteneros el pensamiento de vuestros deberes, pues que tenéis que pasar por los paseos y por las calles délas ciu- dades, así como por los claustros y los hospitales, sin mas velo que vuestra modestia; pero llevando grabada en vuestra alma esta divisa: «Todo por Dios: todo para los pobres."273 ESPOSA DE LAMMÉRMÓOR. —N OYE LA DE WALTER SCOIT, I alguno os dijera que una muger habia matado á su marido la noche misma de su boda, no habiéndose visto impulsada á este crimen por ninguna de aquellas provo- caciones inmediatas, que se consideran como circunstan- cias atenuantes en un juicio, ya que no como una escusa completa, ¿qué idea os formaríais del carácter de esa mu- ger, 6 para hablar en lenguage jurídico, de sus anteceden- tes? Todos los acsiomas conocidos os vendrían á la imagi- nación: repetiríais desde luego aquellos versos del autor de Fedra: Ca virtud coma el crimen Tiene también sus grados: La tímida inocencia Jamas paso de pronta A la estreñía licencia: Nunca un mortal virtuoso Se couvirti i en un día Kn asesinó pérfido, alevoso. Para enseñaros ;í desconfiar de esas máximas generales y á absteneros de hacer aplicaciones impremeditadas, voy á poneros á la vista á Lucia de Lammermoor, esa joven tan hermosa, tan dulce y pura. ¿Queréis que exista ba- jo el sol un ser mas inocente, una criatura mas pacifica que Lucia Ashton? ¡Con qué colores tan suaves ha dibu- jado el gran pintor su atractiva imagen! «Sus hechice- ros rasgos, dice, aunque un poco pueriles, espresan la quietud de su alma, la serenidad y la indiferencia ha- cia á los vanos placeres del inundo. Sus cabellos ru- bios se divisan sobre una frente de brillante blancura, como los rayos pálidos del sol al través de una montaña de nieve. Todo anuncia en ella en el mas alto grado la Tom. w. 35.274 dulzura y la timidez: era una belleza de la clase de las madonas de Rafael." No contento con esto Walter Scotl, ha tenido cuidado de añadir: que la espresion de su fiso- nomía no correspondia menos á su salud delicada, que á la habitud que tenia de vivir con personas de un carácter mas enérgico é imperioso que el suyo. Sin embargo, la tranquilidad pasiva de Lucia no era el resultado de insensibilidad de alma. «Abandonada al im pulso de sus gustos y de sus sentimientos, Lucia tenia algo de romanesco: le gustaba leer en secreto aquellas vie- jas leyendas caballerescas que ofrecen tan brillantes ejem- plos de una dedicación sin límites, y de un afecto inalte- rable, sin desdeñar las aventuras inverosímiles y los acon- tecimientos sobrenaturales que se encuentran en ellas. Era un imperio de hechicería en el que su imaginación se hacia castillos en el aire:::: ((Pero en sus relaciones es- teriores con las cosas de este mundo, Lucia recibió fácil- mente el impulso que querían darle las personas que la rodeaban. La alternativa era para ella en lo general muy indiferente, porque se le presentaba al momento la idea de la resistencia, y no sentía encontrar en la opinión de sus parientes, un motivo para decidirse, que acaso habría buscado en vano en su propio corazón " Toda la ener- gía que faltaba á Lucia, parece que la tenia guardada pa- ra sí su madre, y la falta de equilibrio entre estas dos voluntades, debia conducirlas poco á poco á un desenla- ce trágico. Desde el dia en que Edgar de Ravenswood y Lucia habían cambiado la promesa de un eterno amor cerca de la fuente de la Sirena, rompiendo la pieza de oro cuyos trozos se habian repartido, Lucia se miraba como ligada á su amante delante de Dios y de los hombres. Fi- guraos ¡cuál debia ser el valor de un juramento á los ojos de una joven tan sencilla é ingenua como Lucia!275 Pues bien, su madre quería que faltase á él, y como ella sabia bien que ningún poder humano, ningún temor ni amenaza la reducirían al perjurio, la señora Asbton re- solvió engañarla. ¡Engañar á Lucia! ¡Qué maldad! ¡Y es una madre la que toma sobre su conciencia y sobre su cabeza tan terrible responsabilidad! La desgraciada Lucia creyó todo lo que Lady Asbton fjuiso hacerle creer. Pasaron los dias y las horas sin que ella recibiese noticia alguna de Edgar. ¡Esto es hecho! ¡Edgar renuncia ¡í ella! ¡Edgar le devuelve sus juramen- tos! Ella puede sacrificarse á otro, aunque no por amor, por sumisión. Su madre así lo exige y Lucia busca en vano razones en que apoyarse, para resistir por mas tiem- po á su madre. Se redacta el contrato de matrimonio entre Bucklaw y Lucia: la familia se reúne solemnemen- te para afirmarlo: ya Lucia había tomado la pluma y lir- niado con mano trémula al último de todas las firmas, en el lugar en que la escritura es menos legible que sobre todas las otras, poniendo la T de la palabra Ashton, de manera que se conociese la intención de borrarla. En este momento se presenta Edgar, y aparece con to- da claridad la odiosa traición de que había sido víctima. La pobre Lucia reconoce que se han burlado de él y de ella: que Ravenswood no ha cesado de ser (iel á su pro- mesa, y que ella sin quererlo, ni saberlo, la ha violado. La prueba es demasiado fuerte: su razón se abisma en el do- lor, en la vergüenza y en la desesperación. El himeneo no se ha celebrado al menos; pero apenas el nuevo espo- so ha pisado el suelo de la cámara nupcial, cuando un gri- to agudo y penetrante resuena en medio del baile y de la música; se apresuran, corren, penetran en el cuarto; el esposo estaba ya muerto, y la esposa le había introdu- cido en el pecho un puñal, que se babia proporcionado furtivamente desde la víspera.Entretanto, volviendo á nuestro tema: )Ha habido ja- mas un crimen mas inesperado é imprevisto que el de Lu- cia Ashton? ¿Quién duda que menos virtuosa y mas fir- me habría saltado con menos rapidez las gradas todas de la fatal escala? Su lealtad, su dulzura misma parece que la han conducido al homicidio. Se ha dicho que en ciertas virtudes entra también cier- ta dosis de debilidad, y que tal probidad ó lal castidad, se esplican, no por un gran rigor de principios, sino por un gran temor de vergüenza y de reproche, ó por una incapacidad absoluta de sostener cara á cara una cólera legítima ó una justa indignación. El ejemplo de Lucia Ashton demuestra, que si la debilidad puede ser á veces un elemento de virtud, también puede llegar á ser en otras una causa determinante del crimen, y siempre por con- secuencia de la misma impresión y del mismo terror. Como si Walter Scott hubiese querido reunir en un mis- mo cuadro todas las clases de malas acciones, que los bue- nos sentimientos pueden producir al lado de Lucia Ash- ton, homicida por esceso de fidelidad, ha colocado ;í Ca- leb, mentiroso y ladrón por esceso de afecto y de celo do- méstico. ¡Qué escelente fisonomía la de Caleb! Es la co- media pura y franca de Moliere, mientras que Lucia Ash- ton es la tragedia de Eurípides y de Shakspeare.—Eduar- do MOXNAIS. La representación de la ópera de la Lucia de Lammer- moor, verificada por la nueva compañía italiana, nos ha impulsado á publicar de preferencia ¡í otros, el rasgo bio- gráfico de esta dama de Walter Scott, si bien no podemos convenir en las ideas de M. Monnais, que parece encontrar falsificada la máxima, de que una alma virtuosa no puede convertirse de pronto en un asesino, porque la pondera- da virtud de Lucia y su inocencia, no pueden calificarsede tales en el hecho solo de haber contraído obligaciones V dispuesto de su corazón y de su mano contra la volun- tad de sus padres. Ni se crea por esto que justificamos '•i conducta de la madre de Lucia; pero de lodos modos, nuestras amables suscrito ras, tanto en la ópera como en la novela de Lucia de Lammermoor, no deben ver, sino e' Funesto resultado de la exaltación de las pasiones ali- mentadas indiscretamente en la juventud, y déla impre- visión con que por desgracia contraen compromisos y Aligaciones contra la voluntad desús padres en una edad e'i que la falta de experiencia y de conocimiento del muti- lo, no pueden proporcionarles todos los elementos nece- sarios para hacer una elección deque depende nada menos (]ue la felicidad ó la desgracia de toda su vida.—/. G. -—- Jii>^Oáques ;í una muger desnuda, de piel abronzada, con su cabellera negra y flotante, senlada á las orillas de un rio, trenzando con aquella admirable paciencia del sal vage, los bilos de un bejuco para formar los arcos y las flechas, preparando el algodón y tejiendo sus bilos con aquel ins- tinto de poesía que da á la muger un amor iniciado por las flores! Si alguna vez se distrae, respirando el perfu- me de las plantas y flores aromáticas, otras cae en dulce melancolía al escuchar los fúnebres trinos del fatídico pájaro que le habla de sus antiguos difuntos; pero bien pronto se la ve caer en una tristeza tan profunda, que pasa á veces horas enteras con la cabeza entre sus manos como abismada en los dolores morales que parecen au- mentarse con la civilización, y cuya estension infinita no conocen ciertamente lossalvages. Al contemplar la monótona actitud de esa pobre mu- ger americana, no puede cualquiera menos de comparar? la á sus semejantes sobre toda la estension de la tierra, á las otras mugeres, vestidas como ella de inocencia, y er- rantes también en los campos desiertos y en los bosques sombríos. Es preciso siempre considerarlas á lodas co- rno bijas, como esposas ó madres, y se llena el corazón de compasión al reflexionar las compensaciones que ofre- ce la civilización á la compañera del hombre. A pesar de la variedad de los climas y de las razas, la vida del salvage, ya sea cazador ó ya nómado que habite la Nueva-Zelanda, ó el Brasil, la Australia, el Norte-Amé- rica ó los confines de Sonora y Californias, se notan algu- nos puntos entre ellos de absoluta semejanza, sobre lodo, en lo que mira á la condición de las mugeres; como los pueblos civilizados, tienen ciertas analogías independien- tes desu nacionalidad. En lodos ellos se vende y compra281 á las mugares, v rara vez la joven de los bosques conoce los risueños amores, ni las ilusiones de los tiernos años. En las bellas campiñas de la Florida, ó en las deliciosas soledades de la Oceania, la muger mas [hermosa siempre es ofrecida al mas rico, y su suerte está decidida desde la infancia, porque en cuanto nace, se considera una pro- piedad de su amo. En muclias tribus americanas, la mu- ger tiene un lenguaje distinto, y no pueden ni deben es- sarse en el del hombre á quien acompañan. En la Nueva Holanda, tierra infeliz, sin cosechas ni huios, y en que el salvage quema los bosques como si Tuisiera vengarse de la estéril belleza de una naturaleza inflexible, el hombre solo tiene sangrientos amores. Ja- nías se casa en su tribu, y va á buscar entre sus enemigos Una muger que perpetúe su feroz raza, y á la vez, una es. clava que quiera sujetarse á todos los caprichos de su cruel- dad; é infeliz de ella si al encontrar acaso á su madre ó hermanos, se detuviese algún tiempo en mirarlos. En Otahiti y las demás graciosas islas del mar del Sur, en las que los filósofos del siglo XVIII han colocado al salvage por escelencia, rodeándolo de una pretendida fe- licidad, que solo existe en su fantasía, la muger tiene que ocurrir al fallo inflexible de un gel'e para adquirir el de- recho de comer con los hombres. Pero tantas humilla- ciones y tantos ultrages son nada, al leer lo que escribe un célebre viagero. «Una pobre muger de los bosques del Orinoco dió á luz un niño mal formado; la madre lloraba y preguntándole el viagero la causa, no se atrevia á responder; pero el sal- Vage le contestó: «A.1 pobre le seria imposible seguirnos, seria preciso aguardarlo á cada-instante en el bosque, y no podria llegar á tiempo al lugar donde pasamos la noche." La pobre madre sabia muy bien lo que significaban estas tom. ir. 36palabras. Un misterio de sangre::::: La muerte inde- fectible del niño." He indicado rápidamente las miserias y los grandes do- lores que siente el corazón de una muger salvage; no se- rian bastantes muchas páginas, para describir las calamida- des vulgares que rodean su vida doméstica. Tan deplo- rable es su situación, que hace suponer al Barón de Hum- boldt, que algunas mugeres cansadas de tanto infortunio y de tanta esclavitud han podido formar una especie de sociedades de Amazonas en los desiertos que baña el gran rio americano. De la acumulación de tantos males resulta que la mu- ger en muchas naciones parece ha perdido sus verdade- ros atributos, tomando á veces un carácter de crueldad, mucho mas terrible que el de los hombres. Una cosa maravillosa debe notarse en la historia de la muger, durante los primeros periodos de la infancia de las sociedades: ciertas virtudes se ignoran completamen- te en el desierto, y nacen al momento del contacto de los salvages con los europeos. Los caribes no tenían ni aun palabra para espresar el pudor; pero el pudor estaba ocul- to en su alma, y cubriéndose con sus largos cabellos, las mugeres decian á los europeos: «Eslrangeros, á la fren- te es adonde debéis mirarnos." Tan pronto como esta virtud, ha nacido, la muger de los bosques se ruboriza de su desnudez á la voz del hombre civilizado, como Eva tuvo vergüenza cuando conoció su falta. En este periodo del estado social, la admiración hacia un ser que le parece superior, desarrolla en la muger una elevación nueva, un sentimiento casi divino mas fuerte que el amor, y á quien no podriamos dar nombre. La muger busca la superioridad de las facultades del alma, como una patria nueva en un mundo moral ignorado. Él283 Para terminar esta rápida ojeada sobre la suerte de 'a muger en la infancia de las sociedades, diré que ;)l examinar atentamente lo que presenta de horrible 0 humillante, se ñola luego la íuer/.a brutal de que 61 hombre mismo es la primera víctima. No es fácil fi- gurarse las maravillas que obra en medio de una borda salvage, una palabra de compasión y de paz, cuando to- do respira muerte y sangre. La muger es quien dice es- •a palabra, y tanto mas poder adquiere, cuanto mas fre- cuentemente se la escucha. Los siglos han cambiado y por la condición de las mugeres podría examinarse hoy 'a civilización de los pueblos.—Feunando Dems. [ Traducido del Diario de las mugeres de Paris, año de 183 2. ] caba de publicarse en Puebla el Nuevo Mentor délos jóvenes, ó colección de cuentos morales traducidos del mgles por el ciudadano Rafael Espinosa, y se espeude en México al precio de seis reales, en lu alacena de D. An- tonio de la Torre, portal de Mercaderes. Empeñados en Procurar con todos nuestros esfuerzos la educación de la Merna niñez, no dudamos recomendar á las madres de fa- milia esta preciosa obrita, tan útil para el cultivo del en- tendimiento de sus hijos como para la perfección de su es- píritu. A. la sencillez de sü estilo reúne la naturalidad con que de los objetos mas comunes y familiares á los niños, saca lecciones morales y piadosas para su ejemplo é ins- trucción; siendo por lo mismo su lectura, en nuestro con- cepto, muy adecuada para formar en ellos un corazón sensible y compasivo, reverente y puro. Paia dar una pequeña muestra de su estilo y de su mérito, copiarémos a continuación dos de sus pequeños cuentos morales.—284 523) ^2&StfálSr4> "S ií,il ¡BSB&SK&Sff&a N caballero lenia dos niños, varón y hembra. El pr»' mero era mas frecuentemente admirado por su hermosu- ra que la segunda. Aconteció un dia que ambos estaban jugando junto al locador de su madre: el niño, agradad'1 de su figura, se dilató algún tiempo mirándose en el e»ptí" jo, é hizo observar á su hermana lo hermoso que era. La pobre niña se .ofendió mucho de esto, y fué á vera su padiv para que la vengase de su hermano, diciéndob' en el calor de su resentimiento, que era una vergüenza que un niño, que había nacido para ser hombre, usase tan libremente de una pie/a de los muebles que eslahan ente ramenle dedicados á las mugeres. El buen caballero tomando entonces á ambos en sus brazos con toda la ternura de un padre, les dijo: Mis que- ridos hijos, yo deseo que diariamente os veáis en el espe- jo de vuestra vida; tú, hijo, para que nunca desgracie9 tu belleza con una acción indigna; y tú, hija mia, para que cubras tus defectos personales con los encantos de la virtud. AI,223235 X AJWANDA. TU »J\ un hermoso dia de verano habiendo prometido un padre cariñoso á sus dos hijos, Alexis y Amanda, ir á dar con ellos un paseo á un bonito jardín poco distante del pueblo, se fué á su recámara con el objeto de prepararse, dejándolos en la asistencia. Alexis estaba tan contento pensando en el placer que disfrutaría con el paseo, qü>- comenzó á brincar por toda la asistencia, sin discurrir que podía acontecer algún funesto accidente; así fué, que sin quererlo, el faldón de su frac dió contra una esquisi- ta flór qüe su padre guardaba con gran cuidado, y la que desgraciadamente acababa de quitar de la ventana, para (jue no la marchitase el calor del sol. ¡Oh! hermano, dijo Amanda, levantando la flor que se había caido de su tallo: ¿qué has hecho? La niña tenia la flor en la mano cuando su padre volvió á la asistencia- ¡Válgame el cielo, Amanda, le dijo, cómo has podido ¡>er tan indiscreta, que hayas cortado una flor, que has visto lie cuidado tanto para tener semilla de ella! Quedó tan espantada Amanda que solamente pudo suplicar á su padre no se encolerizase; y éste la replicó que no estaba colérico, pero que le recordaba que iban á un jardín don- de hábia variedad de (lores, y bien podia haber aguarda- do á que llegasen allí para corlar una ílor, añadiendo que "0 obraria por lo tanto con rigor si la dejaba en casa. En tan terrible situación Amanda bajó la cabeza y na- da contestó. A lexis, sin embargo, era muy generoso para (!Ue guardase silencio por mas tiempo; y, «no fué Aman- da, dijo ¡i su padre, sino yo be sido el que arranqué ca- sualmente la ílor con el faldón de mi frac, y por lo mis- mo os suplico que la llevéis al paseo, y á mi me dejéis en casa." Se alegro tanto el padre con la generosidad desús hijos, que, olvidando inmediatamente aquel accidente, hizo caricias á ambos, complacido al observar el afecto que se profesaban, y les dijo que á los dos amaría igual- mente y los llevaria consigo. Los tres pasearon en el jardín donde vieron plantas de distintas y esquisitas clases: Amanda recogió su vestido por ambos lados y Alexis metió debajo de sus brazos los bddones de su frac, temerosos de hacer algún daño con ellos á las flores. La ílor que el padre había perdido le causó algún pesar; pero el placer que recibió al descu- brir el mutuo cariño y consideración que existia entre sus dos hijos, le recompensó ampliamente su pérdida. No puedo omitir la oportunidad que aquí se presenta de recordar á mis niños lectores, no solo lo necesario sino también lo digno de elogio, que es, que los hermanos vi- van siempre en armonía y amor. —e©o— VENTAJAS 30EX PEXO 2117320. O no sé porque he deseado siempre ser rubio: tal vez será porque la Providencia ha dispuesto que sea moreuo; pero prescindiendo de esto, yo veo un sinnúmero de ven- tajas en los rubios, que no favorecen á los morenos. Un rubio ó una rubia es constanlemene mejor recibido en una tertulia que un moreno ó una morena. Para un rubio hay tres morenos. El rubio parece que encierra en sí un no sé que de aristocrático, lo que mue- ve á las señoras á tratarle con particular distinción. Cuando un criado entra con una bandeja de dulces o llena de bebidas, desde luego puede apostarse á que va a presentar el bomenage primero de sus sorbetes y ros- quillas, á un rubio que ha llamado desde luego su aten- ción, gracias á la magnificencia de sus rizos. Es una opinión generalmente adoptada, que los cabe- llos rubios se rizan por sí mismos; pero los rubios no se rizan mas naturalmente que los negros, y necesitan, co- mo estos de la cooperación del hierro y del fuego. ¿Hay que dar un empleo considerable? pues es seguro que el rubio se lo soplará al moreno. Los poetas elegiacos, son rubios. Los respetables abuelos y algunos padres, no son ni rubios ni morenos; sino que son calvos; pero adviértase que si se determinan á ponerse peluca, infaliblemente se- rá rubia y no negra. Parece que un rubio no tiene cosa alguna de las que pueden desagradar en quien no lo es. Se diria al verle que nunca se emborradla, ni aun se achispa siquiera: que no fuma; una muger hermosa ado- rará á un rubio que ande á caballo y un moreno necesi- taria para prendarla tener coche ó laudó. ¿Qué se ve en los teatros, en los balcones y lunetas pri- meras? rubios y rubias. ¿Y en las galerias, y en el pa- tio? Morenos y trigueñas. El rubio bulle por todas pai tes, se le recibe bien en donde quiera, y todos le saludan nada mas que por el co- lor de su cabello.287 En confirmación de lo dicho, consúllense á las poma- das para teñir los cabellos. Las hay á millares para teñir- los de negro, y ni una sola para leñirlos de rubio. El que sea casado ruegue á Dios que le de hijos rubios, Pies puede estar seguro que tendrá ñor progenitores, du- ques, marqueses ó condes, aunque él sea el último de los sacristanes de su pueblo. [Semanario Pintoresco.] REMITIDO. Señor editor del Semanario de las Señoritas.—Zacate- cas, junio 18 de 1841.—Muy señor mió y de mi respe- to'- tengo el honor de acompañar á V. una traducción de la Señorita Doña Josefa Letechipia de González, para que S1 la juzga digna del apreciable periódico que V. redac- ta, se sirva mandar insertarla La señorita González, zacatecana, y de una brillante educacion, se hace recomendable por sus talentos, por Sl* bellísimo carácter, y por su dedicación constante á la lectura de las obras mas selectas. La siguiente traducción, hecha por gusto, y sin ánimo de darla á luz, la pedí á un amigo mió con este objeto y con el deque ceda en honor de mi pais.—Quedo de V. afectísimo servidor q. ss. iris. h.—J. V. B. TRADUCCION LIBRE *H Vos \,«s>e>?, <\\Mi s& tuewutrau cu t\ „"Vo\jc\(jft tu OnctvV ^ox Y,t\mtycVvu«r VWfcO 2. ° «óqVmv 99 Wx&to, Va 101 AeAo, cAxáou cuBrvraVa* Ac 13:!">. . Ex los jardines de Kaipha Arrojó el mar en su espuma. Hay una flor que el sol busca Al tebeik que ]>erscguido Con sus rayos, al través Huye de la lanza aguda De las palmas que la ocultan. En su yegua mas veloz .Sus claros ojos parecen Que el agua al caer de la altura, (iotas del agua mas pura Le embriaga tanto su aroma Que en una concha de nácar Que al percibirlo, no duda288 En pararse a respirado, Olvidando as! su fuga. Si el viento lleva al viagero El olor (¡ue lo ])erfuma, Nunca puede disipar Les de esE 1841. Wtvouuv ie, \iv UwvyA'uv At SWY* esle momento nos entrega á las furias. Mañana lú dormirás en el lecho de sus abuelos; acuérdate de eslas palabras: «¡Y tú desde lo alto de los cielos, separa de sus Maldades tu luz adorada: Divino Sol! Escucha á una mu- ger desgraciada, y después de muertos nuestros asesinos, haz recaer sobre ellos el dia de la venganza acordada á «lis votos!" En mi tragedia de Baudoin emperador, sacada de la his- toria de las Cruzadas, he ensayado reemplazará Casanilra sobre la escena con el nombre de Alanasia, derramando to mismo que la fabulosa pitonisa un misterioso (error con sus profecías: así es que dos veces he prol)ado cuan proveclioso es imitar las invenciones de los grandes maes- tros, y asemejarlos en lo posible por medio de justas analogías. Acaso en virtud de semejantes relaciones Shaks- peare al crear su sublime Hamlet, se apropió liajo nuevas formas uno de los mas terribles asunlos antiguos, en que su genio hizo obrar y Jialdar á la trisleza de su héroe lla- mado el Orestes del Norte. — Nepomuceno Lemehcieí?, de la Academia francesa. [ Traducido para el Semanario, de la Galería de mugeres de Shakspeare.]294 SS^UNQUE .il**st!tí principios de Enero dimos á nuestras amables suscritoras la primera lección de esla ciencia en Ja página IÍ3 de nuestro primer tomo; considerando 'a mayor utilidad cjuc les resultaría de obtener anticipada- mente Jas nociones elementales de cronología y geogra- fía, que son los ojos de la historia, tomamos las primeras nociones de aquella, déla cartilla historial del Sr. D. J°' sé Gómez de la Cortina, y no habíamos querido continuar esta materia mientras no terminásemos las de aquellas dos ciencias primordiales; sin embargo, algunos susci itores nos lian indicado que podríamos tratarlas alternativa- mente, lo que produciría una variación y amenidad mas grata á nuestras lectoras. Siempre dóciles, como he- mos indicado, á las insinuaciones de nuestras suscritoras, nos hemos resuello á dar hoy la segunda lección de His- toria general. Mas no habiéndonos ocupado en las dos épocas primeras de la Historia antigua sino solo de lo re- lativo á la Sagrada, daremos hoy á nuestras amables lec- toras algunas ideas de la Historia profana con respecto a la segunda época, que comprende, como ya vimos, des- de el dilubio bástala vocación de Abraham, ó desde el año de l;5ó* hasta el de 2083 de la creación del mundo, en una duración de 42(j años: pero será indispensable an- ticipar algunas indicaciones sobre los pueblos primitivos y sus colonias. El hombre vivió por mucho tiempo solo; mas no sien- do tal estado adecuado á su destino natural y habiéndole dolado la divinidad de una parle de su f uego celestial que debia propagar y esleuder, conoció muy pronto la nece- sidad que tenia del auxilio de sus semejantes, y este co- nocimiento, así como la piedad que le impulsaba por una295 especie de instinto á socorrer ;í sus semejantes, determi- naron sus primeras relaciones. El hombre por su fuerza física fué con razón el gefe y e' protector ele la primera familia. Al principio estando so- lo, tenia que sufrir las intemperies de la atmósfera y abri- garse de las inclemencias; asociado después á seres débi- les que no podían seguirle en sus escursiones y camina- tas, fijó probablemente su primera residencia en las con- cavidades de 1 as rocas; mas refinado después su gusto, proyectó construir un techo que lo libertase del hielo y supone una nación fuerte y poderosa y bastante ade- lantada ya en las artes. En el Egipto, como enlodas par- jes, la población fué primero salváge y después conquis-301 tadora, haciendo tributarios á sus vecinos vencidos. Bien pronto se elevó en su mismo seno un hombre mas in- teresante que atrajo á su rededor ;í todos estos vencedo- res parciales. Tal fué seguramente el origen del reinado 0 de las monarquías. Busiris II, uno de los succesores de Me n es, hizo cons- truir la famosa Thebas con sus cien puertas, y estableció er> ella la capital de su imperio. Después de muchos años Moeris inmortalizó su reina- do con la construcción del lago de que hemos hablado antes. A pocos años, el Egipto fué invadido por los ára- bes que bajo la denominación de reyes pastores goberna- ron por mas de doscientos años los paises que habían so- metido. En seguida la historia calla y los historiadores caen otra vez en el dominio siempre vago de las conjetu- ras, sin poder enlazarse el hilo de ella hasla el gran Se- sostris. Su padre el rey Amenofis lo hábia preparado para los altos destinos á que estaba reservado, haciéndo- le dar una educación fuerte y severa en que la caza y los demás ejercicios del cuerpo lo ocupaban completamente, á la vez que desarrollaban las fuerzas de sus miembros. Después de haber hecho tributaria á la Ethiopia, sometió este príncipe una gran parte de la Asia, dejando en mu- chas partes de ella inscripciones que testifican sus triun- fos, y volvió al Egipto cargado de despojos preciosos des- pués de haber recompensado dignamente á los compañe- ros de su gloria. Entonces aprovechándose de las ven- tajas de la paz, crió instituciones notables, fomentó los giros del comercio por medio de canales que multiplica- ron sus comunicaciones, é hizo erigir muchos templos en acción de gracias de sus victorias. Ciego ya en los últimos dias de su vejez j se dió la muerte después de un reinado de treinta años.302 Es preciso franquear un intervalo muy considerable, eu que Feron, Proteo y otros reyes oscuros, apenas de- jaron hechos dignos de notarse, para llegar al año de 660 antes de Jesucristo, época en que reinaba Psamnieti- co, el cual subió al trono gracias al decreto de un orácu- lo, y se sostuvo en él merced á las tropas griegas. En recompensa de este servicio abrió sus puertos á los pue- blos sus auxiliares y entabló con ellos relaciones de co- mercio. Nekos su hijo le succedió é ilustró su reino con una empresa que coronó el éxito mas feliz. Hizo partir del mar Piojo algunos buques con orden de descubrir las eos- tas de Africa. Los intrépidos esploradores engrandecie- ron el dominio de la ciencia, y después de tres años de fatigas y peligros, volvieron á Egipto por el estrecho de Gibrantar. Nekos tuvo por succesor á su hijo, que fué destronado por Ámasís, quien legitimó en cierto modo su usurpa- ción, con la nueva estension que dio al comercio y con la acogida que hizo á Solón y á Pylhágoras, que atrajo él mismo á sus estados. Pero no obstante estos progresos fué el último de los reyes de Egipto, pues que en el rei- nado siguiente, es decir, 525 años antes de Jesucristo, Cambyses, rey dePersia, subyugó todo el Egipto.—/. G. H2ay algunas señoritas que no pueden dejar de ser indo- lentes, no obstante su mucha inclinación á la sociedad, y á pesar de la ansia con que buscan los placeres y diver- siones que en ninguna parte encuentran.' Si se les exami- na con alguna atención, se conocerá que donde quiera se hallan con la imaginación vacía y su corazón distraído, fastidiadas de dia y noche, y causando fastidio á los que303 cIUe tienen la desgracia de tener que tratarlas. Parece que estan ocupadas, y en realidad nada hacen, corren sin ce- Bar y se encuentran en un mismo sitio; se lamentan de que la vida es demasiado corta, y con las ocupaciones en que la emplean, á cualesquiera parecerá demasiado larga; •Airan con pesadumbre que se acumulan sus atenciones y SUs tareas, que apenas empiezan y jamas concluyen, de- ploran la multitud de sus quehaceres, olvidándose de que el traba jo es el único medio de minorarlos. Les sorpren- de á veces el ver que se acerca el fin de Un mes ó de un a,10í y sin embargo, cada mañana se preguntan á sí pro- pias, en qué pasarán el dia, sin tomarse la pena de re- flexionar en qué han pasado el anterior. Suspiran en ve- rano por el invierno, y echan de menos el frió en tiem- po de calor; por la mañana quisieran que fuese de noche, y en la noche anticiparían de buena gana la mañana in- mediata, que cuando llega, no deja de cansarles bien pronto. Estos seres desgraciados parecen empeñados en hacer- Se infelices cada vez mas y mas: por lo común carecen de ideas ó al menos de fijeza en ellas, 3' una tan infunda- da como frecuente voluminidad les impide aun el ejerci- cio de su voluntad, siendo muy frecuente que ignoren ell as mismas lo que quieren 3' cual es el objeto verdade- ro de sus deseos. Contra un mal tan cruel y de tan fu- nestos resultados como es el de la indolencia, no ha po- dido encontrarse otro remedio que la tenacidad en un Constante trabajo que fije toda la atención sin divagación alguna: contribuye también la intempestiva variación de objetos, de usos y costumbres. El campo, los alimen- tos y las ocupaciones sencillas de un pueblo, han sido al- guna vez bastantes para cambiar el fastidio y displicen- cia de una joven en una indolente corregida.—/. G.304 POESM.—Remitido. juzgaba ;oh dolor! que con mi llanto Se calmara mi amargo padecer; O que fuera sensible á mi quebranto El tierno corazón de una muger! Mas ¡ay! en vano compasión implora Trémulo el labio y lleno de pasión; Una fantasma horrible y vengadora Me responde: "¡tormento y maldición!" Y estos acentos horridoB que suenan Cual huracán que en las montañas zumba; De espanto al alma miserable llenan, Repitiendo: "¡las penas 6 la tumba!" ;Ah si la tumba compasiva fuera, En su frialdad mi fuego se calmara, Y el sueño eterno plácido durmiera Si el llanto de esa hermosa la regara! Mas yo cruzo la vida transitoria Yendo en pos de una mágica beldad. Que cual sombra fantástica ilusoria, Huye y se pierde en negra oscuridad. ¡Ay! mi vida es mas triste que la muerte, Y en su libro fatal está ya escrito: Que he de ir gimiendo hasta el sepulcro inerte De infausto amor el natural delito.—AI. E.305 LADY BLESSINGTON. 3¡¡Ia condesa de Blessington, tan célebre en Inglaterra por s"'s gracias como por su belleza y su talento, es una de aquellas felices celebridades que han sobrepujado todas las distancias. Aun antes de haber visto su hermoso re- bato, la Francia habia comenzado á amarla en cuanto leyó un libro muy ingenioso y lleno de interés que la condesa escribió sobre Lord Byron, que en nada se pare- ce á ninguna de las enfáticas biografías con que se ha vis- to perseguida tan miserablemente la memoria de aquel gran poeta. Este libro, en que Lady Blessington se mani- fiesta haciendo su mas parecido retrato, se intitula: Con- versaciones de Lord By ron con la condesa de Blessington. La primera vez que la condesa vió al Lord, fué en Ge- nova en 1522. La vida del gran poeta en aquella época se habia cumplido enteramente: nada tenia que empren- der en este mundo á escepcion de su viage á Grecia. Es- ta pausa de un dia en la vida de Lord Byron, cuando '"evisó todos sus poemas, agrupó todos sus escándalos y acabó todos sus amores, cuando lodos sus enemigos esta- ban espantados, hecho su testamento y sus memorias es- critas, cuando habia apreciado en su justo valor á todos sus amigos á escepcion de Tomás Moore, que traicionan- do su confianza debia atraerse los odios del poeta: este momento, digo, es ciertamente una época memorable, en la que Lady Blessington ha escrito la biografía de nuestro héroe, incompleta, sin principio ni fin, llena de sarcas- mos y de palabras de amor, de rasgos de entusiasmo, ele- gante, absurda, apasionada, en una palabra, tal cual de- hia ser la vida de Lord Byron, una vez que habia cum- plido su destino. El primer efecto que produjo Lord Byíon sobre el es- Tom. n. 39.306 píritu de su bella compatriota debió ser poco agradable al poeta¿ que tenia tanta vanidad como amor propio. Vis- to al través de su aureola poética, visto de lejos, y visto bajo la capa del U. Juan, Lord Byron había parecido a Lady Blessington con una talla mas elevada, imponente, digna y melancólica, le habia parecido mas béroe; sin embargo, lo que quedaba al hombre visto de cerca, toda- vía hacia reconocer al poeta. Su cabeza era hermosa y bien hecha, su frente descubierta, elevada y noble, sus ojos azules muy grandes y llenos de espresion; su nariz, mas bella de perfil que de frente; su boca admirable, bien hecha, fuerte, burlona, desdeñosa sin afectación y con dientes tan blancos como bien colocados. Su rostro era pálido; pero con aquella palidez que se hermana tan bien con los cabellos negros. Su trage, que nuestros jóvenes se figuran tan de moda, su caballo que algunos creen tan hermoso, y su equipage, que algunos juzgan conforme a las descripciones de sus poemas jamas han existido; son va- nas ilusiones de su imaginación ó de la de sus lectores. El trage de Lord Byron era comprado en una tienda de las de la última clase, y ni su caballo era bueno, ni él sabia montarlo. Su timidez era notable; á cada tropezón del caballo caía frecuentemente, é iba paso á paso siempre que el camino era un poco difícil. En cuanto á su habitación, estaba en armonía con su trage y arneses de montar. «Yo tuve ocasión, dice la con- desa, de ver su cama, y era el mueble mas vulgar y ordi- nario que pueda imaginarse; la hechura, así como los de- mas muebles, eran de muy mal gusto." No es creíble cuanto placer me han dado estas líneas. Hace mucho tiempo que estaba fatigado al ver que lo que se llama el gran mundo, hacia de Lord Byron, un hom- bre á la moda, un dandy, un elegante. Me parecía que307 a'go le faltaba cuando me lo figuraba tan ocupado de su Pe>nado, sus coches, sus caballos, sus sastres y todas esas insignificantes y ridiculas fruslerías del gran tono. Yo quiero á Lady Blessington porque ha justificado para mí, "ajo este concepto á Lord Byron, á quien quiero ver en- tre los poetas y no entre los Lores, y á quien deseo bor- faf de la Jisla de los dandys ó de los elegantes. Pero volviendo ¡í las conversaciones de Lord Byron y ^e Lady Blessington, es preciso recordar que Lord Byron solo ha escrito versos, v que pocos puede ya escribir an- tes do su muerte: que toda su poesía, toda Ja hiél y todo e' dolor de su alma, debian pasar á sus discursos y con- versaciones que nos ha conservado Lady Blessington. Desde luego se conoce que tratándose de unas conver- saciones sencillas sobre toda clase de asuntos, no podía Lady Blesington poner mas lógica que la que ha usado e' uiisnio Lord Byron, ni espresar sus conversaciones sino cuales fueron. La primera persona de quien le habló, fué de Lady Byron. «Le he lanzado bastantes epigramas, ^ecia, pero el sarcasmo no era sino el del amor vuelto á mi corazón, y yo me arrepentía de haber abierto este po- bre cora/on al público.'' Hablando de la bella condesa italiana Giiicciole: «¡Olí! es una muger generosa y ele- vada, ha hecho por mí todos los sacrificios posibles, y ha empleado toda su influencia para impedirme que ter- minara, ó al menos que corrigiera el Don Juan.'' Y como Lady Blessington le diese á entender que la con- desa Giiicciole habría sido muy desgraciada con él, «Te- neis razón, le contestó, mis gustos y habitudes no son propias para hacer la felicidad de una muger, y mucho menos de una italiana. Estoy convencido de que en el temperamento poético, hay algo que disminuye la lelici- dad; ¡Desgraciada de aquella que ama á un poeta; pero si muere antes que él, se verá bien vengada!"308 Hablando de Napoleón Bonaparte (y tenia derecho de hablar de él; porque fué el primer poeta del mundo que imaginó que Bonaparte caido y viviendo todavía, era y" un ser poético:) «Atravesar la Italia sin pensar en Napo- león, decia él, seria pasar á Nápoles sin ver el Vesubio- Napoleón es un coloso caido de su pedestal; pero como la estatua de Mérnnon aun cajda, nada ha perdido de altura." Al recordará Sheridan esclamaba: ¡Qué alma tan gran- de la suya; pero helada por la pobreza, al ver nadar en el oro á aquellos cuya vida había pasado, y cuyas som- bras habia iluminado con el reflejo de su genio! Sibari- tas cuyo sueño habia sido turbado por una hoja de rosa y que lo dejaron morir sobre la cama de la miseria. Es en efecto una mancha imborrable en la frente de Ja aris- tocracia inglesa, haber dejado morir sobre unos escom- bros al pobre y honrado Sheridan, habiendo reducido * esta grande alma á vivir en medio de las humillaciones, hacerlo emplear la mañana en gracejos y bufonadas para calmar á sus acreedores, y la tarde y la noche en llorar y sonreírse alternativamente para divertir una mesa de convidados estúpidos y beodos." Pero el hombre que preocupaba mas al Lord Byron era su émulo, el célebre Sir Walter Scolt; hablaba de él siempre con la mas viva admiración, al considerar su gé- nio como autor, y con la estimación mas afectuosa al con- siderar sus cualidades como hombre privado. Walter Scott era en efecto la única gloria que podia inquietar á Byron, porque era una gloria tan feliz, honrosa y tranqui- la como incontestable. Byron miraba la felicidad de Wal- ter Scolt sin envidiarla, y la admiraba porque reconocia en sí mismo que si él hubiera encontrado mas indulgen- cia en los demás, habria sido el mejor dé los hombres. Hablando una vez de una persona desgraciada por su fal-309 la, dijo: «Si es desgraciado por culpa suya, debe quejarse doblemente; porque su conciencia envenena la llaga de •os remordimientos. Le tengo compasión por sus fal- tos, y lo respeto por su desgracia." En resumen, en el libro de Lady Blessington se ve al Lord Byron tal cual es, y basta Tomás Mnore, quelia pues- to sus manos pérfidas en las memorias de su amigo, se ha visto precisado á confesar que las conversaciones de Lady Blessington, son la biografía mejor y mas verdade- ra de aquel poeta. Lady Blessington no le defiende, pero le retrata al natural sin exageración, y ba sabido lecojer ton un esmero religioso el úlliino suspiro de este hom- bre muerto tan lejos y tan joven, conservándonos los úl- timos restos de aquella inteligencia consumida al fuego de las pasiones.—Jui/o Janin. [Tomado del Keepsake francés de 1838.] EDUCACION. UJEHCICIO FÍSICO ros xos maros. O es posible preservar la salud ni promover el desar- rollo del cuerpo y el de los sentidos y espíritu, sino cul- tivándolos simultáneamente: verdad es esta que debie- ran siempre tener presente las madres de familia. Solo ejercitando las fuerzas físicas se logra llegar atener un cuerpo sano y robusto; pero las facultades perceplivas se embotarán con el desuso, y las intelectuales serán tardías y siempre poco eficaces: por la inversa si prestamos toda nuestra atención educando á un niño al cultivo de los sentidos, vendremos á formar un esperto mecánico ó un bábil artífice, pero no sin peligro de que su físico sea dé- bil y su mente inhábil paradijerir otras ideas que las per- tenecientes al ramo á que se baya dedicado. 310 Los que están acostumbrados á ver niños medianamen- te bien educados sin observar con atención lo» varios me- dios que para el cultivo de su cuerpo y espíritu se lian empleado, no comprenden como un niño que puede usar libremente de sus miembros haya de sufrir tanto en su constitución misma por lu fulla de cultivo de sus faculta- des intelectuales; pero si examinaran de cerca lo que su- cede con los niños de la clase menesterosa, por lo común abandonada y abyecta, se convencerían muy luego de Ja importancia y utilidad de desarrollar á lu par lus fuerzas físicas, la mente y los sentidos. El ejercicio mas saludable para los niños, es segura- mente la carrera y el juego al aire libre, y de este nece- sario ejercicio que la naturaleza subiumente ha converti- do para ellos en placer, no se les debe privar en ningún tiempo, no siendo precisamente el del mayor rigor de las estaciones. En las grandes ciudades es difícil por lo re- gular proporcionar á Jos niños que habiten y jueguen en parages donde se respira aire puro; pero no debe perdo- narse sacrificio alguno para conseguirlo, mirando este punto como esencialísimo para su salud. Los niños que han adquirido la costumbre de salir diariamente de casa, aunque solo sea por una hora, padecen indudablemente si se les priva de tan útil recreo, y así es que se ponen tristes, displicentes, y de mal humor, como que. el ejer- cicio al aire libre es esencial no solo á Ja salud física, sino á la mental, por decirlo así. Al cultivo de los sentidos y de las facultades intelec- tuales puede muy bien atenderse durante estos paseos, contribuyendo así eficazmente al solaz y diversión no so- lo de los niños, sino también de sus madres: digo de sus madres porque supongo que solo una imposibilidad ab- soluta debe privarlas del placer de acompañar á sus niños en el paseo y aun en sus alegres juegos. La estraordina-311 fia influencia de esta circunstancia en el carácter moral del niíiu es incalculable. En paseo hay mi) ocasiones de ejercitar el sentido de la vista en el niño, señalándole ob- jetos distantes y preguntándole lo que son; si se equivo- ca se le acerca mas á ellos repitiendo la pregunta hasta que logra distinguirlos. Un simple guijarro puede su- ministrar materia para una lección: examínese su figura, su color, su peso; dése al niño una idea de su dureza com- parándole con otro objeto blando, y que pruebe si lo pue- de romper ó pulverizar entre los dedos como la arena; cojer una flor y enseñar á un niño el nombre de sus di- ferentes colores y de las partes que la componen, es una verdadera lección de no poca utilidad. Puede sin difi- cultad acostumbrársele desde muy temprano á distinguir el diferente olor de las flores ó de cualquiera otro obje- to grato al olfato. El oido se cultiva asimismo dirigien- do su atención á sonidos distintos y variados. Percíbe- se por ejemplo el ruido de unas ruedas; ¿es un coche, un carro, ó un carruage mas ligero? El canto de las aves y la voz de otros animales suministran también un ejerci- cio útil y fácil de practicar. Al paso que el niño ejercita de este modo los sentidos-, sus facultades intelectuales reciben asimismo un impulso notable. Se le acostumbra á la observación, sin la cual nada nos dice la página mas bella del libro de la natura- leza; ejercita su atención examinando diversos objetos con cuidado bastante para poder reconocerlos en lo su- cesivo, particularmente si se le exige que haga una des- cripción de ellos á su padre al volver á casa. Así se le conducirá gradualmente á percibir la diferencia entre los objetos y las partes que los componen: su memoria tam- poco carecerá de ejercicio, y finalmente irá adquiriendo gusto á los goces puros y multiplicados que la naturale- za atesora para sus hijos.312 Pero ílega l:i estación én que no siempre permite el tiempo disfrutar de un paseo por el campo y á veces ni salir das las cosechas, en todas las vendimias, todos los dias te traeré el fruto de mis trabajos, y te diré: «Este es el precio de los sudores de tu hija: tómalo y bendícela." No, hija mia, no, le respondió Amina, tu débil trabajo r,o nos puede sostener; sin embargo, bendito sea Dios que dió á mi hija un corazón tierno y sensible. Hablando de este modo llegan hasta una casa de cam- ?°, y viendo allí al amo, Amina se para y le dice. Tú tie- nes un asilo, árboles que le dan sombra, y una viña, cu- yos frutos te son sabrosos, y además rebaños que corren por la verde pradería; yo he tenido los mismos bienes, pero todo estaba en el valle, y este no es mas en el dia que un rio destructor. Los que son dichosos deben so- correr á los que no lo son: compra mi rebaño para que yo pueda tener un abrigo para mí y esta niña. El colono acepta su propuesta y les dá un abrigo: al cabo de pocos dias Amina compra una cabañita, pero en ella no habia olmos, viña ni jardin. Mis manos tiernas y débiles, dice Amina á Eglé, no pueden hacer otra cosa que hilar, esto lo haré desde el amanecer hasta la noche: tú vele á encontrar al colono, quien sin duda tendrá piedad de nuestra desgracia, píde- le que te encargue el cuidado de uno de sus rebaños. Eglé obediente á su madre va á encontrar al colono, quien le entrega una porción de ovejas para que las con- duzca por aquellos prados: por la tarde iba ella con su madre á un parage del monte desde donde se descubría pl valle, y Amina suspir.' ba mirando los álamos que el316 torrente habia respetado.—A su sombra, decia, mis ca- bellos ban encanecido, y á su sombra conliaba yo termi- nar mis dias. La buena Amina lloraba, y sus lágrimas llenaban de amargura el corazón de la sensible Egle. Entretanto la estación iba adelantándose, y Egle )' sU madre se acongojaban de ver acercarse el invierno. Ami- na llena de pesadumbre y de sobresalió escaseando el ali- mento, se vió acometida de una fiebre lenta que la con- ducía al sepulcro, y la pobre Eglé se desesperaba, tina tarde que venia de dejar su rebaño, babia hablado de su miseria al colono, el cual arruinado también por los ri- gores del último invierno, no Había podido darle masque muestras de compasión, y algún corto auxilio, apenas su- ficiente para pasar el dia. Ningún recurso se presentaba ya á su imaginación, y tenia que ver perecer lentamente á su madre, y seguirla al sepulcro. Mientras estaba abis- mada en toda la amargura de sus reflexiones, acertó á pasar junto á ella un hombre, cuyo trage le daba á co- nocer por habitante de la ciudad. Eglé, llevada de un movimiento casi involuntario, lepara, y como no cono- cia mas lenguage que el de la naturaleza, le dice con una voz casi ahogada: Vos no me parece que os halláis en el infortunio. Mi madre está muy enferma y carece de ali- mento, ¿y no habrá un remedio para que no perezca? Mientras decia estas palabras estaba temblando de tal modo que apenas podia sostenerse. Su rostro se hallaba encendido y bañado en lágrimas. El estrangero la miró y le dijo con un aire de bondad: ¿con que según parece eres muy desgraciada/ La única respuesta que pudo darle Eglé fué un profundo suspiro. Pues bien, continuó él, dándole una moneda de oro, pueda este débil auxilio de- volver la salud á tu madre; pero yo quisiera saber la cau- sa de vuestros infortunios. Eglé se la contó circunstan-317 ciadamenle, y mientras que estaba hablando, el estrange- ro iba concibiendo el designio de socorrerla con mayor estension; pero antes quería probarla y conocerla mejor. Eglé concluyó su relación, añadiendo con tristeza: Ab señor! vuestra bondad va ádevolver la vida á mi madre, pero no podrá ser por mucho tiempo: el invierno se acer- ca; y ¿qué haremos entonces, buen Dios? Los sollozos la interrumpieron. Yo voy á ofrecerte un medio de subsis- tí', dijo entonces el estrangero; sigúeme á la ciudad y ven á servir á mi esposa. El salario que te daré será sufi- ciente para alimentar á tu madre, y si quedo contento de tu servicio, prometo volver á edificar vuestra cabaña. Yo separarme de mi madre, esclamó Eglé, y ponerme a servir! ¿Pero qué digo? añadió luego; generoso estran- gero, concededme algunos dias para participarlo á mi madre y obtener su consentimiento: compadeced mi de- bilidad; iré... serviré... sí... la dejaré. Hombre bienhe- chor, ojalá el cielo derrame sobre vos todas Jas bendi- ciones que nos ha negado!... Separáronse los dos, y Eglé se fué á encontrar á su ma- dre, á la que entregó la limosna del estrangero, pero le calló las propuestas que le había hecho. Gomo Amina estaba todavía tan débil, no hubiera podido .sostener lo idea de una separación tan dolorosa. Apenas Amina hubo recobrado algunas fuerzas, cuan- do apoyada de su hija quiso ir á ver el valle. Sentóse á la falda de la colina y Eglé, triste y pensativa se sentó junto á ella. El torrente, decia Amina, se llevó toda mi felicidad con la cabaña. ¡Ay de mí! Yo no volveré á re- cobrar jamas mi casita ni mi felicidad. Eglé entonces se echa en sus brazos llorando. Que- rida madre, no te abandones á la tristeza: tú las recobra- rás; peno será con la condición de que me pierdas. En-318 lónces le contó precipitadamente todo lo que le habia di- cho el eslrangero. Amina la estrechaba en su seno. No, no me dejes, le decia, no hija mia, no abandonarás á es- la pobre madre que no tiene otro consuelo que á tí. Yo moriré pero será en tus brazos. ¡Oh cuánto mas dulce me será esta muerte que la mi mía vida, si durante esta tuviésemos que estar separadas! Reflexiones mas pruden- tes calmaron los primeros movimientos del dolor. Fue preciso, pues, ceder á los consejos de la razón, y que- dó resuelto que la separación se verificaria. ¡Cuántos combates, cuantas lágrimas se derramaron antes que de- cidirse á esto! Por fin Eglé hizo avisar á su nuevo amo que dentro de pocos dias pasaría á su casa. Determinada á salir de ella sin avisar á su madre, se levantó un dia al amanecer. El rocío de Ja aurora aun no había sembrado de perlas las verdes praderías, y un débil crepúsculo daba á la tierra un resplandor que se confundia con las sombras déla noche. Todos dormían, la misma Amina á pesar de sus penas estaba también en- tregada á las dulzuras del sueño. Estando á punto de partir, Eglé le dió con mucho cui- dado un beso en la frente. Adiós! le dijo bañada en lá- grimas. Adiós! la mejor y mas tierna de las madres! ¡quie- ra el cielo que no le abandones á un exceso de dolor, que no seas tan infeliz como yo! Velad sobre ella, Dios mío, velad sobre mi madre; tended vuestra mano bienhecho- ra sobre su cabeza encanecida. Sofocada por su dolor, continuó Mirra, Eglé salió de su cabaña, y reuniendo todas sus fuerzas, se escapó tan aprisa como pudo sin atreverse á volver á mirarla. Faltóle el valor luego que empezó á ver los altos edi- ficios de la ciudad, y corrieron de sus ojos las mas amar- gas y abundantes lágrimas. Sentóse á la sombr» de un319 manzano, cuyos frutos se inclinaban hacia ella, como convidándola á que los cogiera. Gran Dios! esclamó con una voz qué interrumpían los sollozos: con que esta es la última vez que me sentaré en estos frescos y lloridos jira- nos! ¡Hermoso árbol! tú serás el último que estenderá so^ bre mí su sombra agradable! Volvió entonces la vista á la parte de levante, en donde los primeros rayos del al- ba empezaban á dar sobre la cabana de su madre. ¡Y tú, brillante aurora, continuó: tú que derramas tus rosas so- bre nuestra cabana, tú que desde mi infancia me llenaste {le placer todos los dias, recibe mi saludo por la última vez. Acaso en este momento mi madre desconsolada bus- caá su hija; tal vez... No puedo proseguir: la aurora, la campiña, desparecen de sus ojos, y cae en un profundo letargo. Sin embargo, el valor volvió á entrar insensiblemente en su corazón, y la esperanza de poder sostener á su ma- dre y volver con el tiempo al valle, se reanimó en su al- ma. Levántase y después de haber dado una última mi- rada á aquel inmenso y rico jardin, que se estendia hasta donde la vista no puede alcanzar, se dirije á la ciudad. ¡Con que tendré que vivir aqui! se decia á sí misma, mirando las calles con suma tristeza. Oh madre mia; que para habitar esta triste prisión, tu hija ha tenido que de- jar la risueña cabana desde donde nuestros ojos creian ver toda la naturaleza. Haciendo estas tristes reflexiones, Eglé se para á la puer- ta de su nuevo domicilio, arrójase á los pies de su ama esclamando, acabo de dejar á la persona que amo mas en este mundo: jamas la olvidaré! siempre la querré de co- razón; pero yo voy á amaros como á mi segunda madre; dignaos, pues, mirarme como una de vuestras hijas... Ah! qué digo! ¿Sé yo si podré sobrevivir á tan cruel separa-320 (•ion?... Pero vos, continuó dirigiéndose ;í su amo, pro- meledme que si muero volveréis á edificar la cabana de nuestros padres, para que mi madre pueda terminar en ella los últimos instantes de su triste vida.—El caballero se sonrió; no creo que le mueras, le dijo, pero está cier- ta que tu demanda queda concedida. A los tres dias de haber sucedido esto, Eglé arr odilla- da en su cuartito levantaba sus manos al cielo, esclaman- do: J)io.s mió, ¿con que mi madre se halla actualmente tan infeliz como yo? ¿Permitiréis que padezca, y muera separada de su Eglé? Una voz dulce le contestó: querida Eglé no reconoces ya á tu tierna madre? Eglé entonces se arroja á los brazos de Amina, pues era ella misma la que le hablaba, á quien el caballero habia llamado, no queriendo que la triste Eglé padeciese mas tiempo, y es- tando seguro de que derramaba sus beneficios sobre l'1 virtud desgraciada. Madre mia, dijo Eglé, no te dejaré ya, harto he padecido en estos dias: no, no volverémosá separarnos en la vida. Volvamos al monte, olvidemos los olmos, vivamos juntas, muramos la una en los brazos de la otra, y permanezcamos unidas en una misma tumba- No, no, vivid, dijo el caballero, vivid y no os separéis. Pronto volveréis á habitar vuestra preciosa cabana. Fi- guraos cual fué el consuelo de estas dosmugeres, mayor- mente cuando vieron que les cumplía la palabra, pues al cabo de poco tiempo quedó reedificada la choza en me- dio de los cuatro álamos: una tierna viña corria alrede- dor entapizando las paredes con sus hojas: un rebaño igual al anterior pacia en la falda del valle junto á la jo- ven Eglé, y dos terneras negras hacian resonar con sus mugidos los ecos de aquel recinto: por fin, la felicidad volvió á habitar con Eglé y Amina. (Galería de Señoritas; escrita en fraileen por JnmcJ.)321 JULIO «7 Mi 1841. COSTUMBRES MEXICANAS. ificil es trazar cuadros de costumbres nuestras, origi- nales: porque rigorosamente hablando, no las tenemos propias, escepto entre los indios, donde á pesar de las ominosas tres centurias, subsisten algunas de las primiti- vas, y se conservan ciertas tradiciones, de las que pudie- ra sacarse mucho fruto todavía por los hombres -investi- gadores y estudiosos. En nuestras grandes y medianas poblaciones, solo exis- ten restos de los antiguos hábitos, confundidos con los que nos inocularon los españoles, y con nuevas altera- ciones, especialmente en la capital de la república y en los puntos litorales, desde que reconquislada nuestra •existencia política, se abrió el pais á la concurrencia es- trangera de todas las partes del globo. Tales como son, sin embargo, las costumbres que te4 fiemos, merecen formar parle de cuando en cuando de 'as tareas de los escritores, y llamar la atención de los hombres que meditan. Convencidos de esta verdad, va- filos á dar gusto á muchos de los suscritores al Semana- fiario, que nos han suplicado toquemos está materia, en la persuasión, de qué si los cuadros de costumbres no son otra cosa, que relaciones fieles de las escenas que pasan á nuestra vista todos los dias, no dejan por eso de ser ne- cesarios para fijar la meditación sobre ellas, porque tal es la condición de la humana naturaleza, que ha menes- ter muchas veces del testimonio ageno para dar ascenso a la percepción de los sentidos. El camino no es tan Ua- Tom. ir. 41 322 no como parece: la dificultad de presentar detalladamen- te las cosas, sin fastidiar con minuciosidades pueriles, para patentizar los hechos, y el dar ¡í cada uno el colorido que le corresponde, exigen plumas muy diestras, y precisa- mente este género puede decirse que es nuevo entre no- sotros, si csceptuamos una que otra producción muy rara. A pesar de todo, haremos lo que esté en nuestra posi- bilidad, comenzando hoj' por el Corpus de Santiago Tlal- telolco, una de las festividades mas antiguas del pais, y de bastante nombradla. Amaneció el domingo último, como casi todos los días del año en nuestro privilegiado clima, sereno, templado, alegre y estimulando á los habitantes de México, á gozar las siguientes horas, que desde entonces se anunciaban bonancibles. A las nueve de la mañana (dice el cronis- ta que hace esta relación) se presentó en mi casa Mr... í quien habia yo convidado el dia antes para ir juntos 3 Santiago, y no exagero al decir que hay proyectos de ley que sufren menos discusión, que la que se promovió en- tre nosotros sobre el modo de emprender nuestra viaja- ta, pues hablan ya dado las once, y todavía no estaba de- finitivamente acordado si iriamos á caballo, en coche o á pie, porque para todo teníamos razones fuertes. Cedí por fin, temeroso de perder la fiesta, al capricho del tes- tarudo escoces, mi compañero, aferrado en que habiamos de ir en coche; pero la fortuna hizo que no se hallase en toda la ciudad ninguno de providencia, como sucede en tales dias, y triunfó por necesidad mi parecer de ir á ca- ballo con los mejores arneses posibles. Todo dispuesto, partió la caravana, dije mal, partimos solos mi compañero y yo á un trote continuado hasta la plaza de Santiago, en la que penetramos con bastante di- ficultad, por la multitud de coches y caballos que obs-323 traían las avenidas. Nos colocamos en una posición fa- vorable, desde la cual pudimos observar perfectamente el lujo de las señoras que no abandonaban sus respecti- vos carruages, la muchedumbre de Irages poblanos en nuestras mugeres de la plebe, la estraordinaria afluencia de indígenas, y la multitud de caballos á cual mas her- nioso y mejor enjaezado; de cuando en cuando veiamos pasar uno que otro charro coslosísimamente vestido, y yo llamaba la atención de mi escoces entonces, contándole 4Ue en otros tiempos estaba mas generalizado el gusto por esta clase de trage en ésta liesta, y que aun hoy ve- tíiád de largas distancias los hacencados y otros ricachos Para ostentar en ella la gallardía desús caballos. —¡Como que Santiago era buen ginete! me decia mi adjunto.— A.hí viene, le contesté.—¿Quién?—Santiago, sobre su ca- ballo blanco, matando moros todavía; ¿i pesar de que en a'gun tiempo se quiso poner en lugar de estos á los in- dios contra quienes se supuso venia á pelear. En efecto, ya la procesión se acercaba hacia donde estábamos noso- tros, y mi compañero distinguió bien pronto lo que yo le señalaba. Disertábamos sobre lo poco notable de esta procesión, que nada tiene que ver con el córpus dé Sevilla, de Va- lencia, ni de Méxieo, de que hemos hablado en otro nú- mero de nuestro periódico, cuando un cohele estraviado espantó el caballo de mi compañero y amigo y dió con el en tierra. No pude lograr que cabalgase de nuevo, ni que creyese que un cohete habia sido la causa de su descenso: se empeñó en que aquel ruido mas se acercaba a cañonazo que á otra cosa, y entonces yo le hice ver que los indios de la parcialidad y de los contornos gastan en esta fiesta en coheles cuanto tienen disponible, pero lo que les gusta sobremanera es que truenen muclio.324 Me aproveché de la oportunidad de hallarse mi amigo á pie para llevarlo á la iglesia, en la que le hice observar en. los arcos y rosarios de flores que habia en ella, otr3 costumbre de los indios en esta festividad. Luego colo- cadas bajo el cimborio, le enseñé los cuatro Evange- listas que se hallan representados en sus ángulos, los cua- les, como son de figura colosal, hacen el mas bello efec- to desde la distancia ;í que los mirábamos, en que imita» la estatura regular. De hito en hito los estuvo contem- plando el escocés, y luego me dijo: hombre, oslo es muy bueno, están tan perfectamente tallados los evangelistas, sus dimensiones son tan proporcionadas, y tan esquisito en todo el gusto de este relieve, que no temo aventurar que es uno de los mejores que posee México. Salimos del templo y fui á enseñar á mi escocés la ca- sa de gobierno. Esta, le dije, era la habitación de los antiguos gobernadores de indios, porque ha de saber vd., que durante la dominación española se dividió á estos en las dos parcialidades de San Juan y de Santiago Tlal" telolco, que fué siempre la mas numerosa, y los vireyes para cada una de aquellas, nombraban un gobernador P gefe de indios. En este dia concurria siempre el virey á la casa del gobernador, y hoy lo verifica la municipa- lidad.—Tiene su parte de historia, bastante curiosa, me dijo el británico, el tal Santiago Tlaltelolco.—Sí la tiene, repuse yo, y si no fuera porque hoy no es dia de contar historias, sino de divertirse, le diria á vd. los pormeno- res de la llegada de los aztecas á este lugar, como unos 300 años antes de Cortés; le referiria la separación de Tlaltelolco del imperio mexicano, rigiéndose por algu- nos años independiente de aquel, y sü posterior unión verificada por enlaces de familias de las reinantes en am- bas casas. Le hablarla á vd. del sitio de mas de cien dias325 que sostuvieron Jos habitantes de Tlaltelolco cuando la conquista, y de otras cosillas no menos ciertas que agra- dables, y tan curiosas como las que nos refiere Waltcr Scott del pais de vd:; pero ya estamos en la alameda.— ¿Cuál es?—Tiene vd. razón en dudarlo: aquí debia estar, pero se lia descuidado el plantío de los árboles que de- bian acompañar á estos pocos, que se hallan tan solita- rios y afligidos que no lloran porque no saben llorar. ¡Qué parque tan lindo seria este, si perteneciese á vdes.! Mas entre nosotros!____—Es verdad, me interrumpió; pe- ro en Escocia no tenemos la abundancia de frutas que hay aquí. ¡Qué de tunas, granadas, naranjas, nueces, peras y duraznos! Creo que hay mas que en la plaza de México. —Quisiera que viera vd. la danza de indios, le dije, pa- ra que nada le quedase por ver de esta fiesta; pero no las hay todos los años. Vienen llenos de plumas y bailan con una sonaja en una mano y en la otra una especie de mitra de plumas que en su dialecto se llaman ayacastle, o sonaja. —Prescindamos por hoy de la danza, aunque la haya, nie dijo mi compañero de viaje, y vamonos porque el calor es inaguantable, y mas que el calor el polvo. —Es- perémonos siquiera, le dije, á que quemen aquel castillo y den fin con aquellos cohetes.—¡Castillo, cohetes! Para el demonio, dijo el escocés; y sin esperar otra contesta- ción, ni despedirse de mí, montó aceleradamente sobre su caballo, le metió las espuelas y.... hasta ahora no le he vuelto á ver. Se acordaba todavía seguramente del lance del cohele, cuando pasaba la procesión. ¡Vaya una piemoria feliz! —eo©~-326 Sr. Editor del Semanario.—En contestación al artículo de V., titulado: El no hacer nada, inserto en el N. 8 del 15 de junio para q'ie tenga la satisfacción de sa - bel que no ha predicado en desierto, sírvase V. insertar en 6us columnas el siguiente SONETO. cómodo! ¡qué dulce es descansar! Levantarse á las doce de dormir, Y envuelta en un gran chai de cachemir, Emplear hasta las dos en almorzar. Allá, al caer de la tarde ir á pasear En lando á la Alameda por lucir, Volver luego á comer y digerir, Cosa en que es necesario trabajar. En el teatro en calma sin ardor, Pasar la noche 6 irse á recoger Exenta de tareas y de dolor. ¿Viene otro dia? Como hoy y como ayer Yo vivo sosegada, sin temor líe mañana tener algo que hacer.—J. Manzano. Pusí-dala. No es nada lo que se me olvidaba: para que vea V. que me fundo en autoridad de toda nota, voy á citarle á Bretón de los Herreros, que seguramente es de mi opinión en esto de no matarse pomada de esta vida. ;Oh que hermosa es la perdiz Con su galano matiz, Volando de ramo en ramo Hacia el mentido reclamo Del astuto cazador! Pero en la mesa es mejor. ;< )h que linda es la pradera Un dia de primavera Cuando la rosada aurora Perlas y diamantes llora Sobre la yerba y la flor! Pero la cama es mejor. ¡Cómo es grato entre la sombra, Pisando la verde alfombra, Por la vereda del rio Caminar al caserío Del vecino labrador! Pero en un coche es mejor. ¡Oh cómo en estiva siesta Regocijan la floresta Fresca, lozana y umbría. Con su dulco melodía El mirlo y el ruiseñor! Pero la ójicra es mejor. ¡Oh cómo en la pura fuente Bulliciosa y trasparente. Entre las menudas guijas Sin auxilio de botijas Brinda el agua! Sí señor, Pero un sorbete es mejor. Si no sopla rudo cierzo, ¡Oh que bien sube el ahmicrz En campiña libro y rasa!.. Sí por cierto, pero en casa De ini amigo el senador, Se almuerza mucho mejor.327 I1I«IANA.-La pesadilla. ajo este nombre no se comprenden todos los ensue- ños penosos en general, sino un estado en el que la per- sona dormida, creyendo que se llalla en un peligro emi- nente, no puede hacer uso de sus movimientos ni de su voz para repeler el peligro, huir de él ó pedir favor. Es- tas engañosas situaciones suelen ser muy varias, tales co- mo las de la caida en un precipicio, la de verse en un in- cendio sin poder sustraerse á las llamas que se acercan, e! ataque de un asesino, &c. Sin embargo, hay una variedad genérica en esta clase de sueños terribles que espresa mas fijamente la idea de la pesadilla. Constituyen á esta ge- neralmente aquellas posiciones en que durmiendo el hom- bre se siente oprimido de una incomodidad física causada por un peso ó un monstruo, colocados comunmente en el pecho, y que amenazan ahogarlo. Las gentes del campo suelen decir que una bruja oprime entonces al dormido. Lo cierto, es que después de haber padecido cruelmen- te con esta especie de ensueños, que por lo cómun tienen Conexión con alguna verdadera indisposición física, des- pierta el individuo fatigado, continuando todavía la es- pantosa ilusión por algún tiempo en los niños y jóvenes de imaginación desarreglada. La frecuencia de las pesa- dillas merece atención y cuidado: muchas veces es indi- cio y aun causa de una afección cerebral grave, como la epilepsia, el histérico y la demencia. A veces existe la causa de la pesadilla en el centro mismo de la percepción, y otras influye en el cerebro el padecimiento de otro cualquier órgano mas ó menos próximo. Entre las causas cerebrales deben contarse los cuentos espantosos, de que tanto gustan los niños y aun las señoritas de mayor edad, las relaciones ó pinturas fan- tásticas y sombrías, las emociones terribles ó muy aflic- 328 t'ivas, y las vigilias demasiado repelidas ó prolongadas. La pesadilla simpática puede proceder de un estado par- ticular del corazón, los pulmones, el estómago (y esto suele ser lo mas común), el hígado &c. Así es que la pa- decen con mas frecuencia los aneurismáticos y asmáticos, los que se acuestan con el estómago demasiadamente lle- no y se duermen con la cabeza baja, ó boca abajo, hon- zontalmenle ó sobre el lado izquierdo. Toda persona que repetidas veces padece ensueños ins- tes ó pesadillas, tiene un interés en averiguar las causas que los producen. Puede observar, pues, cuales son las circuns- tancias á las que se siguen estos sueños, y si se repiten unas mismas, podrá tal vez con fundamento evitarlos. Con- vendrá por regla general, precaverse de todo cuanto con- mueva el sentimiento ó la imaginación espantosa ó triste- mente, y prepararse para descansar con lecturas ó con- versaciones agradables, no comer demasiado ó muy tar- de, y sobre lodo, abstenerse de alimentos indigestos; acostarse con el cuerpo inclinado al lado derecho, con la cabeza alta y los pies calientes: postura que recomiendan diferentes consideraciones anatómicas y fisiológicas; man- teniendo el vientre lijero. Se ha de procurar por último despertar al paciente siempre que la dificultad de respi: rar, la angustia del rostro y el sudor, anuncien que tiene ya la pesadilla; tralando de tranquilizarle en vez de sor- prenderle. [Semanario pintoresco.] Deseoso de proporcionar á mis amables suscritoras, las fáciles y amenas lecciones de Geografía que acaba de dar en el Ateneo mexicano el Sr. ü. José Gómez de la Cortina, no he dudado publicalras en este periódico, persuadido de que su método y claridad, las pone al al- cance de cualquiera persona aunque carezca de todo otro- conocimiento previo.—/. G.329 LECCION I. Noriom-s preliminares. P. ¿Qué debo hacer o] qüé intente estudiar geografía? R. Antes de todo, debe acostumbrarse á definir las cosas, y en se- guida adquirir ciertos conocimientos preliminares que facilitan y abre- ñau el estudio de esta ciencia. P. ¿Por qué debe acostumbrarse á definir? R. Porque la definición es Ja que nos facilita el conocimiento ver- dadero de los objetos, baciéndonos concebir una ¡dea justa y verdade- ra de ellos. P. ¿Pues qué cosa es definición? R. La osificación clara y sencilla de una cosa, de modo que co- nozcamos sus principales accidentes o atributos y la distingamos de las demás. P. ¿Y qué reglas observaremos para poder definir? R. Las principales son estas: 1.a Debemos espresar el género á que pertenece la cosa. 2.a Enumerar los principales accidentes; ó las cualidades que la distinguen de cualquier otro objeto. 3." Espresar también su uso. 4.a Debemos cuidar de no incluir en la definición la misma palabra que intentamos definir. P. Sírvase vd. explicármelo con un ejemplo. R. SI tratásemos de definir una silla, v. g.s deberíamos decir que es un mueble compuesto de un asiento, un respaldo y tres ó mas piés, TOM. II. 42330 y que sirve para sentarse en él una sola persona. En esta definición espresamos el género á que pertenece la silla, diciendo que es un mue- ble, la cual palabra, si bien basta para que no confundamos á la silhf con las demás cosas que no so)i muebles, aun no nos basta para distin- guirla de cualquiera otro de estos; pero lo logramos inmediatamente, describiendo sus accidentes y su objeto, esto es, diciendo que este mue- ble llamado silla, tiene respaldo, asiento y piés, y que sirve para sen- tarse en él una sola persona; así queda la silla perfectamente diferen- ciada de los demás muebles. Mas si en lugar de decir en esta defini- ción que silla es un mueble, hubiésemos dicho que silla es una siVa, é que tiene asiento, piés y respaldo como las demás sillas, quedariamos en la misma dificultad en que estábamos ántes de definir este objeto, porque puesto que intentamos conocer la cosa que se llama silla, por- que no sabernos lo que es, será imposible que lo consigamos repitiendo una palabra que no nos da ninguna idea de la cosa que deseamos sa- ber, y que por consiguiente nos deja en la misma ignorancia. P. ¿Cuáles son los conocimientos preliminares que se necesitan para estudiar geografía? R. Los mas indispensables son los siguientes: 1.° Algunas nocio- nes de geometría. 2.° La inteligencia de los instrumentos geográfi- cos. 3.° El conocimiento de las principales voces técnicas propias de otras ciencias que sirven de auxiliares á la geografía. P. ¿Cuáles son las nociones de geometría que son absolutamente necesarias? R. Por lo menes las definiciones y esplicaciones de lo que es geo- metría, cuerpo, dimensión, punto, línea, ángulo y figura. P. ¿Y por qué razón son necesarios estos conocimientos? R. Porque sin ellos será imposible, ó á lo menos, muy difícil formar ideas esactas de lo que es una esfera, un meridiano, una medida geo- gráfica, &c. &c. P. Según eso, sírvase vd. decirme ¿qué cosa es geometría? R. Geometría es la ciencia que trata de las dimensiones de Ios- cuerpos. P. ¿Y qué cosa es cuerpo? R. Todo lo que hace impresión en nuestros, sentidos, como una piedra, un madero, un astro, un líquido &c, pero la geometría com- prende bajo la denominación de cuerpo cualquiera cosa que tiene di- mensiones»331 P> ¿Y qué se entiende por dimensiones? *t Lo ancho, lo largo, y lo grueso de cada cuerpo, ó hablando ^entíficamente, la ostensión que tiene cada cuerpo en longitud, en la- titud y en profundidad. ° ¿Quó es longitud? °" La ostensión á lo largo. P- ¿Quó es latitud? °« La ostensión á lo largo y á lo ancho, la cual también se lla- ma superücie. ¿Y qué es profundidad? La estension á lo largo, a lo ancho y á lo grueso, la cual se lia- "'a también volumen ó sólido. **« Sírvase vd. esplicármelo con un ejemplo. Supongamos la tabla de la figura 1.a: la estension desde a has- ta b es la longitud; la estension desde 1 hasta 2 es la latitud; y la es- tension desde o hasta c, es la profundidad ó el grueso. Estas tres es- tensiones hacen que la tabla de que tratamos sea un volumen ó sólido. **• ¿Y cómo se forman estas dimensiones? *L Todas ellas proceden del movimiento del punto y del de la línea. **• ¿Qué es punto? En geometría se entiende por punto un cuerpo tan sumamente Pequeño que no puede dividirse en parles; y esta es la razón porque al- S"nos autores lo definen diciendo que es lo que carece de partes. ¿Qué cosa es línea? fc. Una serie de punios continuados que se tocan; y esta es la razón l)0fque también se define el punto diciendo: que el punto es la esiremi- Sírvase vd. esplicármelo. Si intentamos dividir al círculo en dos ])aríes iguales, será ncr. Cfisnrio que lo cortemos rectamente por su centro; y determinarémos estu división por medio de una línea recta que se llama diámetro: por Consiguiente, diámetro es la línea que partiendo de un punto do la cir- cunferencia, toca en otro punto opuesto de la misma, circunferencia pa. Sa»dopor el centro. (En la misma figura 5." D, B, es el diámetro.) Cada una de las mitades en que el diámetro divide al círculo, se llama, semicírculo, por ejemplo, D A B 6 D C B. Cada mitad del diá- metro se llama semidiámetro. D E es un semidiámetro lo mismo que A E, que B E y que E F. Para dividir al círculo en dos partes desiguales, bastará baccr quo 'a recta no paso por el centro, y en esto caso so llama cuerda (c re en 'a figura 6), el pedazo de circunferencia que ella separa se llama arco; "a lo que se deduce que arco es una porción cualquiera de la circun. fermcia; pero en general cuerda es la línea recta que corre de la estre- midad de un arco á la otra. P. ¿Según eso, el diámetro puede mirarse como una cuerda? Sí señor, sin duda alguna, y es la mayor que puede trazarse en el círculo, pero nunca se designa con el nombre de cuerda. "» ¿Y todas las mitades de diámetro se llaman semidiámetros? ft- Se llaman también radios cuando no hay necesidad de consi- derarlas como mitades de diámetro, sino simplemente como rectas quo Parten del «entro á la circunferencia; por ejemplo, para concebir la formación de la circunferencia suponemos que la forma un radio gi- rando al rededor de una de sus estremidades, y en este caso, no fijamos 'a idea en el diámetro, que todavía no puede existir, ni sernos ne- Cesario, porque aun no existo el círculo. P> ¿Qué otras combinaciones puede ofrecer la línea recta con el sírculo?336 R. Puedo tocar una recta á !a circunferencia sin cortar á ésta, y entonces la recta su llama tangente. P. Y ¿cómo podrá verificarse esto? R. Tocando la recta á la circunferencia por la parte convexa que es la esterior, y no por la cóncava que es la interior. La línea recta /; d (Fig 0.) que toca al círculo c a. n en el punto c, es una tangente. Puede además suceder que un radio se prolongue rectamente basta salir fuera de la circunferencia y tocar á la tangente, y entóneos se llama este radio secante: así, por secante se entiende la recta, que so- liendo del. centro del círculo, se prolonga hasta llegar á tocar á la tan- gente. (La línea f o es una secante.) Llamamos seno á la línea perpendicular que cae de la estremidad di' un arco ó de, un ángulo, sobre el semidiámetro que pasa por la otra cf tremidad del misino arco: y este seno, se llama también seno recto ó se- no primero. (La línea recta h m (Fig. 7.) que cae de la estremidad del arco h f, sobre d semidiámetro y f. es el seno.) Si al ángulo ó al arco de que hablamos, so le traza otro arco ó án- gulo (pie lo completo basta 901 y se le traza también su correspon- diente seno, este será el coseno del anterior. Por consiguiente el cose- no no es mas que el complemento de un seno hasta noventa grados. (En la misma figura o h es el coseno.) Se llama seno verso, la parte del semidiámetro que queda intercepta" da entre la estremidad del arco y el seno respectivo de este (tnf en la misma figura.) Finalmente, se llama sector de círculo, el espacio de área compren" dido entre dos radíos y el arco que estos abrazan. D E F, (Fig. 5.) P. ¿Puede haber alguna combinación do un círculo con otro? R. ' Sí señor, y puede suceder de tros maneras.— Primera. Hallarse un círculo dentro de otro y tener ambos un mis- mo centro, y entóneos se llaman concéntricos ó paralelos. (Fig. 8.) Segunda. Hallarse un círculo dentro de otro, y tener cada uno de ellos diferente, centro, y entóneos se llaman excéntricos. En ambos ca- sos, el círculo interior es inscripto, y el esterior circunscripto. (Fig. 9.) Tercera. Tocarse dos círculos por la parto esterior do sus circun- ferencias ó cortarse éstas mutuamente, teniendo cada círculo su cen- tro fuera del área del otro círculo, en cuyo caso se llaman círculos en contacto. (Fig. 10.)337 (Ví-ubo HMttn número 2'. del-27 de Abril) ^^esde que comenzó la primavera quisimos aprovechar la estación mas proporcionada para comenzar á publicar algunas nociones de esta tan útil como amena y divertida C1encia, pero es imposible de toda imposibilidad, poder dar gusto á cada una de nuestras benévolas suscritoras, mas aficionada á esta ó la otra cicncia/á este ó al otro ramo de diversión ó de entretenimiento, y así hemos tenido que sa- tisfacer otros deseos sin poder hasta ahora continuar la lec- clon que dejamos pendiente en el citado número. Va- rios á terminarla hoy, advirtiendo desde luego, que au- mentándose el número de las señoritas deseosas de dedi- carse al estudio de la botánica, y estando tan lejos San Agustin de las Cuevas, en vez de continuar nuestro diá- logo con la jardinera ó florista con quien lo habiamos co- menzado, hoy tendremos por interlocutora á María, una señorita que posee un hermoso jardin y una espaciosa huerta en San Cosme, y cuya fisonomía y gracias perso- nales no nos detendremos en pormenorizar, bastando á nuestras lectoras que se la figuren,'poco mas ó menos, se- mejante á Ja litografía que está al frente de este artículo. María.—He leido con gusto el artículo del Semanario, en que hablando de botánica ha dado vd. á mi amiga la florista algunas ideas sobre las raices, que son uno de los órganos conservadores de las plantas, al mismo tiempo que han llegado á mis manos los dos primeros cuadernos que ha publicado el ciudadano Miguel Bustamante, cate- drático de botánica y director del jardin nacional bajo el modesto título de Curso de botánica elemental, y me li- TOM. II.—c. 15 43338 songeo de que con las lecciones del Semanario y con es- tos preciosos cuadernos, quedarán satisfechos mis ansio- sos deseos de instruirme en una ciencia á la que tengo la mas decidida afición; pues como dice aquí en su prólogo: la botánica es el estudio de todos los tiempos, de todas las edades y de todos los hombres: pudiendo decirse que entre las ciencias naturales, ninguna merece ser mas cul- tivada, pues á la vez que satisface al entendimiento por las numerosas aplicaciones que proporciona á la medici- na, á las artes, á la economía doméstica, y yo agrego á la hermosura y adorno del bello sexo, ofrece á la curiosi- dad objetos de estudio tan variados como agradables. Los seres de que se ocupa, repartidos con profusión en la su- perficie de la tierra, y creados para servir á un mismo tiempo á la conversación y goces de la vida, se presentan como un objeto digno de admiración en sus diversos es- tados: su modo de vivir, su estructura, los medios por los cuales se reproducen, su muerte, todo en una palabra, produce en nosotros una sorpresa siempre naciente, y no obstante que la botánica sea hoy una ciencia tan es- tensa que aunque se consagrase la vida entera á su estu- dio, no bastaría para profundizarla completamente, yo es- toy persuadida de que ninguna señorita bien educada pue- de omitir el estudio, al menos de sus primeros elementos. El Editor.—Con grata satisfacción he escuchado a vd., señorita, y desearía que su afición á la botánica fuese tan general en nuestras paisanas como lo es ya en los paises mas cultos de la Europa, y puesto que las circunstancias tan felizmente me proporcionan la consecución de mis deseos, al ofrecer á mis amables suscritóras algunas no- ciones de la ciencia de los vegetales en la reciente publi- cación del Curso de botánica del Sr. Bustamante, omi- tiendo únicamente las ideas que ya'he dado tanto en el339 nuna. 11 pág. 249 del tomo \°, como en el mím. 1 pág. 7 de este mismo tomo, no dudo que habrá vd. leido con gusto algunas otras indicaciones, que'.ornadas del primer cuaderno del mencionado Curso, completarán la primera lección que tiene vd. á la vista, tanto sobre los vegetales efi general como sobre las raices. María.—En efecto, la formación de los vegetales e^tá lí>n bien esplicada por el Sr. Bustamanle, que nada deja ^e desear. «Los vegetales, dice, están compuestos de partes muy s'niples y homogéneas llamadas fibras y utrículos. Estas partes reunidas en un tegido utricular, forman membra- nas, vasos llenos de un jugo nutricio; y jugos propios á 'as plantas. Estos diferentes tegidos producen la medu- h que ocupa el centro, la madera que !a rodea, y la Corteza que lo cubre todo, en fin, de estas partes nacen l°s órganos destinados á la reproducción de la especie componen la flor y el fruto: la reunión de todos es- tos órganos constituye al vegetal." «Los jugos preparados en la tierra son absorvidos por las raices y suben por los vasos del tallo: las plantas tier- nas los contienen en mas cantidad, porque los vasos en- dureciéndose con la edad, disminuyen de diámetro." «La parte de la savia que asciende entre la madera y la corteza, forma el líberj membrana interna de esta cor- teza, y la albura, capa esterna del cuerpo leñoso: la savia por sí no tiene olor ni sabor; pero se elavora de diferen- tes modos, produciendo jugos melosos, gomosos, resino- sos y acres que salen por los pelos y las glándulas. Así es como se verifica en los vegetales la nutrición y circu- lación. También se observa en estos seres una función semejante á la respiración, pues absorven diferentes prin- cipios contenidos en la atmósfera: los fluidos elásticos son i340 trasmitidos á sus órganos por lastracheas. Estas diversas f unciones bastan para conservar la vida del vegetal y las otras tienen por objeto la reproducción de las especies, la que se efectúa por la plantación de los renuevos en la tierra, por el desarrollo de las yemas, en las que están contenidas las hojas y las flores: por el injerto de una parte de un árbol en el tronco de otro: por los bulbos o cebollas, y principalmente por la fecundación." «Cada vegetal tiene su propio modo de existir, y por decirlo así, sus costumbres particulares: unos habitan en climas diferentes: otros prefieren un suelo particular: mu- chos emigran siendo llevadas sus semillas por los vientos á grandes distancias, mientras que otras son arrastradas por las aguas, y algunas arrojadas por las aves, que las depositan en lugares propios á su germinación; y de esta manera franquean los límites que los mares y las monta- ñas parecía haberles prescrito, poblando la superficie to- da del globo y acomodándose á todas las modificaciones de las diversas localidades." El Editoh.—La división que hace el Sr. Bustamante de los órganos de los vegetales según las funciones que desempeñan, es seguramente la mas perceptible y adecua- da. Los órganos de la vegetación ó nutrición, son los que contribuyen esencialmente á la vida del vegetal: ta- les como la raiz, el tallo, las hojas, lo-s arreos y los in- vernáculos. Los órganos de la reproducción ó de la fruc- tificación son los que sirven para reproducir las especies: tales como el cáliz, la corola, el estambre, el pistilo, el pericarpio, la semilla y el receptáculo. María.—Me parece también muy importante la divi- sión que liace de la raiz en tres partes: la superior, lla- mada nudo 'vital b cuello de la raiz, que es el punto del contacto entre la raiz y el tallo: la intermedia, llamada341 cepa, parte carnosa ó fibrosa, destinada á preparar los jugos de la tierra, haciéndolos mas propios para la nu- trición del vegetal; y la inferior que tiene el nombre de raicilla compuesta de fibras que se ramifican de varios modos, y que estendiéndose por el terreno, absorven los jugos y los conducen á la cepa. El Editor.—La primera división de las raices entur- ttiosas y fibrosas, es sin duda la mas general, compren- diendo en las primeras todas las raices carnosas y sólidas, que tanto por la base como por los lados producen rai- cdlas, y en las fibrosas, todas las que están compuestas de fibras; pero para su mas completa distinción, es muy util considerarlas por su figura, su dirección, su dura- ron y consistencia, y su situación. Trece son las clases en que se dividen las raices aten- diendo á su figura. Piimera, raiz globosa que es la que se acerca á la figura esférica, como la coloquintida. Se- gunda, raiz nudosa cuyas ramificaciones presentan á cierta distancia hinchazones á manera de nudos, como la pendolera. Tercera, raiz tuberoso-didima que se com- pone de dos tubérculos casi adherentes y parecidos en su figura á un huevo, como la ofris amarilla. Cuarta, raiz agamouada formada de varios tubérculos que parten todos de la base del tallo, como la rosilla. Quinta, raiz palmea- da cuyas porciones carnosas de que se compone están di- vergentes y algo apartadas, como la orchis. Sesta, raiz. agrumada compuesta de pequeños tubérculos adheridos unos á otros, como el ranúnculo. Sétima, raiz granulosa que presenta su superficie con desigualdades en forma de granos, como la ninfea ó cabeza de negro. Octava, raiz fibrosa sencilla, que no echa ramos sino á lo mas algunas barbillas delgadas, como el berro. Novena, raiz fibrosa ramosa que se divide en ramificaciones mas ó menos nu-342 mérosas y delgadas,, como la alfalfa. Décima, raiz aguza- da que siendo sencilla y gruesa, va disminuyendo hácia la punta al modo de un cono inverso, como la maravilla. Undécima, raiz truncada que no terminando en punta, pa- rece como cortada é interrumpida como el llantén. Duo- décima, raiz capilar compuesta de fibras muy delgadas a manera de cabellos, como la cebada; y décima tercia, raiz articulada ó que presenta articulaciones, como la cola de caballo. Si se considera la raiz con respecto á su dirección, se divide en perpendicular, como el tianguispepetla; en hori- zontal como el lirio; en rastrera ó que arroja barbillas por todas partes sin que profundicen en la tierra, como el sombrerillo; y en cundidora, que es la rastrera cuando produce renuevos que echan también raices, como la ru- bia de tintoreros. En razón de su duración y consistencia, la raiz se di- vide en leñosa ó de fibras duras que viven con su tallo muchos años: en perenne que dura algunos años aunque perezca su tallo: en bienal, que dura con su tallo dos años; y en anual, que perece en el mismo año en que nace. Por último, si se consideran las raices por su situación, el mayor número de ellas, crece bajo de tierra, algunas sobre las piedras ó troncos de los árboles, y otras en las aguas. En general se llaman plantas parásitas las que nacen y viven sobre otro vejetal de donde estraen los ju- gos para su nutrición. Yo creo, señorita, que con lo dicho, es mas que su- ficiente para tener las nociones elementales de botánica, relativas al primero de los órganos de la vejetacion que es la raiz. Muy pronto nos ocuparemos del tallo.—/. G. —QíQO—343 i5ü POESIA. ÜM GOTA JtOL'IC, 'ota de hundid.: roc;o, Delicada, ■Sobro las aguas del rio Columpiada) La brisa do la mañana lllandamente, Como lágrima temprana Transparente, Meco tu bello arrebol Vaporoso, Entre los rayos del sol Cariñoso, ¿Eres, di, rico diamanto De Golconda, Que en cabellera flotante, Dulce y blonda, Trajo una Sílfide indiada Por la noche, Y colgó en hoja liviana Como un broche? ¿Eres, lágrima perdida, Que muger Olvidada y abatida Vertió ayer? ¿Eres alma do algún niño Que murió, Y que el materno cariño Demandó? ¿O el gemido de espirante Juventud, Que traga pura y radiante El ataúd? ¿Eres tímida plegaria Que alzó al viento Una virgen solitaria En un convento? ¿O de amarga despedida El triste adiós, Lazo de un alma partida Ay! entre dos? Quizá tu frágil belleza, Quizá tus dulces colores, Tus cambiantes y pureza, Y tu esbelta gentileza, Tus fantásticos albores. Son imágenes risueñas De contento y de ventura; Son citas de una hermosura, Son las tintas halagüeñas De alguna mañana pura. Que acaso bella te alzaste Entre el cantar de las aves, Y magnífica ostentaste Tu púrpura y oro suaves, Y con ellos te ensalzaste. Que acaso en cuna de flores Viste la lumbre del dia, Y, blando soplo de amores, Te llevó una noche umbría En sus alas de colores. Y en la rama suspendida De un almendro floreciente Oiste trova perdida, En el perfumado ambiento Por los cees repetida. Ruiseñor enamorado Cantaba encima de tí, Y, junto al tronco arrugado, Oiste un beso robado A unos lábios de rubí. Misterios, y colores, y armonías Encierras en tu seno, dulce ser, Vago reflejo de las glorias mias. Tímida perla que naciste ayer. Pero es tan frágil tu existencia hermosa Y tu espléndida gala tan fugaz, Que es un vapor tu púrpura vistosa Que quiebra el ala de un insecto audaz. Mañana ¿quó será de tus encantos, De tus bellos matices, pobre flor? No habrá pesares para tí ni llantos, Ni mas recuerdo que mi triste amor. Si tu vida fué un soplo de ventura, Si reflejaste el celestial azul, No caigas, no, sobre esta tierra impura Desde tu verde trono de abedul. Pídele al sol que, con su rayo ardiente, Disipe por los aires tu vivir, O á un pájaro de pluma reluciente Que recoja en su pico tu zafir. Que no naciste tú para este suelo, Para trocar en lodo tu beldad: Tú mas baja que espíritu del cielo, Mas alta que la humana vanidad. Quédate ahí pendiente de tu rama, Cual blanco mensajero de oración, Que solo el verte la esperanza inflama Y alienta el quebrantado corazón. Quizá, al pasar, un ángel solitario Te cubrirá con su orla virginal; Si caes, envolverá frió sudario Tu forma vaporosa y celestial. Enrique Gil.344 >o consiste en el color, ni en Inu formas, ni en las proporciono»- I la beldad ó hermosura exalta tañías veces nuestra imaginación y la obliga á producir tantas obras maestras artísticas como ha dejado en todos los siglos, es preciso convenir en que la imaginación es á su vez sumamente agradecida, pues busca lo magnífico, lo bello y lo subli- me hasta en un mundo ideal, y nunca se muestra mas generosa que cuando trata de prestar sus encantos á un objeto determinado. El hombre que naturalmente se in- clina á la unión conyugal halla todas las perfecciones po- sibles en la muger que ha elegido para labrar su dicha. Así lo cree por mucho tiempo; pero si una casualidad o cualquiera razón poderosa reformase su imaginación y se viese obligado á prescindir del cariño que le profesa, esperimentaria desde luego que una parte de aquel méri- to y de aquellos encantos, habian perdido ya su energía. Es la misma muger ¡pero cuánto ha mudado! Roto el prisma de la imaginación, el rayo de hermosura que an- tes aparecia con tan vivos colores, ya no se reflecta por ese cristal mágico, ni ofrece á la vista natural, sino una luz pálida y monótona. El análisis de la beldad no puede someterse á un cálcu- lo común. ¡Qué perpleja se veria cualquiera de nuestras amables suscritoras, aun la mas favorecida de la naturale- za, si yo le suplicase me respondiera á esta pregunta: ¿Qué cosa es hermosura? Ocupadas muchas señoritas la mayor parte de su vida en el cuidado de parecer bellas, cifrando lodo su encanto en la beldad, y haciéndola superior á todos los demás méritos y prerogativas, empleando toda clase345 Je medios para dar mas valor á su atractivo, y teniendo por último muchas de ellas la destreza de hacer resaltar con cierta naturalidad los defectos de sus rivales, ¿sabrán qué cosa es hermosura? Esos jóvenes amantes (si quedan todavía algunos que sepan amar hoy según los designios de la moral y de la virtud), ¡cuan perplejos se hallarían también si les diri- jiese tal pregunta! Y los artistas y profesores que tanto hablan de la her- niosa naturaleza, que se pierden en las imaginaciones fan- tásticas de la belleza ideal, que no ven que su arte dista tanto todavía de la belleza visible, ó que descuidando la hermosura real andan en busca de la beldad abstracta, ¿qué contestarían á esta pregunta? Aristóteles respondió que era pregunta de ciego. Es ver- dad que basta tener ojos para percibir la belleza ó her- mosura de todos los objetos, ó para verla en donde se encuentra; pero no basta para esplicar en qué consiste. Para esto seria menester algo mas que el simple órgano de la vista: se requiere toda la penetración de la inteli- gencia, con una percepción clara y distinta de las rela- ciones, y puede decirse, que si la pregunta hecha á Aris- tóteles era de ciego, su respuesta fué de sordo. Los poetas, los artistas, los filósofos, no se repulan cie- gos, y sin embargo, se han hecho esta pregunta unos á otros muchas veces, y han intentado también dar una Jdea esacta de la hermosura, sin que por esto hayan de- jado de equivocarse casi todos. Es bastante conocida la historia del célebre diente que ocupó tanto tiempo á los eruditos de Alemania. Se anun- cio que habia nacido un niño con un diente de oro. In- mediatamente se pusieron en movimiento filósofos, fisió- logos, médicos, naturalistas, anatómicos, todos á porfía tom. n. 44346 examinaban en sos doctos cerebros como era posible nacer con un cliente de oro, y multiplicaron sus obras y opús- culos sobre este objeto. Es fácil concebir cuántos siste- mas singulares, cuántas ideas estrañas, cuántas suposicio- nes ridiculas debieron su origen á esta discusión estr.ior- dinaria, y cuánto tuvieron que atarearse para demostrar que era posible nacer con un diente de oro. Pero si los ilustrados investigadores de este becbo, se entendieron muy bien en cuanto al resultado, entendieron muy poco de lo* medios con que habia podido enriquecerse la man- díbula humana con tan precioso instrumento: cada uno dio su parecer indicando el modo como habia procedido para adivinar la naturaleza en arcano tan escondido...- En fin, terminadas las discusiones, ocurrió á algunos exa- minar si realmente aquel diente era de oro, y uno de ellos descubrió que no era sino un diente común, al que un cbarlatan babial cubierto de oro, con el fin de ganar algún dinero enseñando al público este prodigio. ¿No sucederá con la bermosura lo que con aquel dien- te, y que después de haber disputado tanto, nos veamos obligados á examinar si realmente hay hermosura, ó con mas esactitud, si hay una belleza física? ¿Cómo es eso? parece que oigo esclamar á algunas de mis lectoras:., ¿negar la existencia de la hermosura?.. Po- co á poco, señoritas, entendámonos primero, en cuanto á las palabras, para ahorrarnos la molestia de disputar so- bre las cosas: préstenme vds. algunos momentos de aten- ción, y se persuadirán de que esta digresión no puede me- nos de terminarse en su provecho, y de que leidas mis reflexiones, sus gracias adquirirán nuevo realce. Pregunto si hay hermosura física positiva: si lo que se llama hermosura depende de formas que puedan deter- minarse, de proporciones que puedan indicarse, de co-347 lores que puedan clasificarse, &c... y veremos pronto que nada de eso puede constituir la hermosura. Si hay una belleza física constante, ¿por qué ningún filósofo ha podido aun determinar su esencia? ¿por qué ningun artista ha podido hasta ahora probar ni enseñar 1° que la constituye. Si hay una belleza física, real y positiva, ¿por qué los hombres de diferentes paises están tan discordes sobre sus cualidades? ¿por qué una misma nación en diferentes épo- cas tiene gustos tan diferentes? ¿por qué un mismo horn- ee, algunas veces en diferentes edades de su vida, se ve sujeto á esperimentar variaciones en sus sentimientos so- °l'e lo que constituye la hermosura? Volvamos á examinar estas diferentes cuestiones. Al- gunos autores han querido que el colorido, la regulari- dad, el orden y la proporción de las formas constituyan hermosura; pero esto no es esacto. Es muy cierto que en los bellos objetos nos lisongea el color, la forma y las proporciones. El color, dice Winkelmann, contribuye á la belleza, pero no la cons- tituye: realza y da valor á las formas. ¿Pero hay color, forma y proporción que merezcan preferencia? ¿No ve- mos mugeres hermosas con tez pálida, á la vez que otras con tez sonrosada? ¿Los cabellos rubios son superiores á los castaños? ¿Los ojos azules no tienen tantos partidarios como los ojos negros? ¿Hay acaso un color que por sí •nismo pueda parecemos hermoso? ¿Dirémos por ejemplo, que el color rubio es el de la hermosura? ¿ni que lo es el blanco? ¿ni que lo es el trigueño? El bermejo del coral nos es grato, por cierto, en unos labios; pero póngase este mismo color en el estremo de la nariz, y estará feo; tras- ládese al borde de los párpados, y producirá un efecto de pena y de disgusto. Por consiguiente, el color no cons-348 tituye la hermosura, pues nos encanta en ciertas circuns- tancias, y nos horroriza en otras. ' La forma no puede tampoco indicarnos lo que es her- mosura. Digan lo que quieran algunos filósofos y artis- tas, no hay una forma que pueda decirse mas hermosa que las demás. Todas lo son igualmente, como lo pro- baremos muy pronto. Algunos admiradores de la natu- raleza, contemplando la redondez aparente del universo, y la de todos los globos que atraviesan la inmensidad del espacio, han decidido que la forma redonda es la nías perfecta y hermosa. La forma no constituye la hermo- sura: la forma que contrihuye á hacer á un hombre her- moso, baria fea una muger. La forma redonda nos es gra- ta en el rostro de una joven; pero dése esta misma forma á sus pies, y pregúntese á los señores filósofos, si la for- ma redonda es la mas hermosa. Si la forma constituyese la hermosura, ¿por qué no puede determinarse? Todos darán su dictamen sobre una nariz muy larga, muy gorda ó muy pequeña, torcida ó aguileña: sobre una boca grande ó pequeña; pero ningu- no puede alabarse de conocer la exacta figura de la nariz, boca y frente perfectamente hermosas. Lo que nos está mas oculto es la medida de cada cosa, y el secreto de su perfección se nos ha reservado. Pasemos á las proporciones: aquí sin duda van á admi- rarse algunas de mis lectoras, si me atrevo á afirmar que la hermosura no depende délas proporciones. ¡Qué para- doja! esclamarán. Confieso que esta proposición podrá parecer muy estraordinaria, principalmente si se le da una estensiou que no tiene. Examinemos, pues, á qué puede reducirse. Confesamos que en todos los objetos bellos existe orden regularidad y proporciones conocidas; ¿pero acaso nos pa-349 recen hermosos ostos mismos objetos por sus proporcio- nes? ¿ó bien nos parecen lales porque estas proporciones «os agradan? Si hay proporciones constantes que determinan la her- mosura, todos los objetos que nos ofrezcan estas propor- ciones serán hermosos, y los que se separen de ellas de- jarían de serlo: mas esto no es cierto. Si por el contra- rio, es la hermosura de los objetos, la que nos hace agra- dables sus proporciones, diferentes objetos podrán pare- cemos hermosos con diferentes proporciones, que es pun- tualmente lo que sucede. No faltará quien nos responda que los hábiles profesó- os han determinado las proporciones que constituyen la hermosura, y así es; pero no confundamos los términos. Estos profesores han medido, por ejemplo, las propor- ciones de las mugeres mas hermosas en una nación ó país en que lo son mucho, y nos han manifestado realmente 'as proporciones de una muger hermosa: ¿mas son estas tas proporciones esclusivas de la hermosura? ¿No vemos diariamente mugeres hermosas que no tienen las propor- ciones ni las formas del estilo griego? Podriamos citar « México, cuyo clima, sin embargo, no es favorable á la hermosura, y con todo eso hay mugeres tan hermosas como la misma Venus de Médicis. No hay que separarse de las proporciones, ni de las formas griegas, dicen algu- nos profesores: tanto peor, diré yo, pues si así se introdu- cen en el arte la monotonía y uniformidad que no se ven en la naturaleza. Con razón han impugnado algunos críti- cos á Winkelmann, que nos presenta sin cesar las obras de los artistas griegos, como verdaderos modelos de her- mosura en todo género, queriendo que esta generación raye en delirio, cuando si consideramos la materia á la luz serena de la filosofía, hallaremos que solo la costum- bre es la que nos arrastra á esa ciega admiración.Sin embargo, los profesores siempre fueron constantes en sus ideas sobre las formas y proporciones. En liem- po ile Luis XIV en Francia, los pintores y escultores cre- yeron debían abandonar el estilo griego, para adoptar otro género de hermosura, que era en su idioma la her- mosura nacional. Entonces fué moda Pintar cabezas francesas, porque la moda estiende su imperio hasta la región de las bellas artes. Deduzcamos, pues, de lo dicho, que la hermosura np depende ni de los colores, ni de las formas, ni de las pro- porciones. (¡Es acaso un ente imaginario? Y si existe, •cuál es su naturaleza? ¿Cuál su esencia? Exarninarémos de nuevo en nuestro siguiente número esta materia que hemos copiado de una preciosa obrita, titulada La Her- mosura. —9(0©— EL RECONOCIMIENTO. A ingratitud es un vicio tan odioso, que por fortuna solo habita en almas bajas y despreciables. Aun los animales mas feroces le tienen horror, y con vergüenza de la humanidad, varias veces han dado notables ejem- plos de gratitud: la historia siguiente es una prueba de ello. Hallándose sitiados los españoles de Buenos Aires por los pueblos de las cercanías que se habían amotinado, el gobernador de la plaza, declarada en estado de sitio, pro- hibió severamente saliese de las cortaduras ninguna de las personas que vivian en ella; pero temiendo que el hambre, que comenzaba á sentirse horrorosamente, hi- ciese violar sus prevenciones, apostó centinelas por todas partes con orden de hacer fuego sobre cualquiera que se atreviese á atravesar la línea de circunvalación. Aun- que este rigor contuvo á la multitud hambrienta, una mu- ger llamada Maldonada, logró burlar la vigilancia de los guardas, y de spues de haber andado errante por mucho tiempo en los campos y en los desiertos, descubrió una caverna que le pareció el lugar mas seguro para pasar la «oche, que ya se acercaba; pero no bien se habia internado et> ella, cuando sus ojos divisaron á una leona, y su te- nor llegó á tal punto, que estuvo por mucho tiempo in- 1110vil, sin atreverse á dar un paso. Insensiblemente las Cancias del animal la tranquilizaron un poco, mucho mas cuando advirtió, que sus halagos eran interesados, Pues la leona se hallaba en los momentos del parto, y parece que demandaba el auxilio de Maldonada, Ja que sacando fuerzas de flaqueza, se animó á acercarse á ella y a socorrerla del modo que pudo. Cuando la leona hu- ljo dado á luz dos cachorrillos, su reconocimiento no se limitó á los halagos y caricias, sino que salió de la ca- verna, volviendo muy pronto con algunos alimentos, ^Ue desde atjuel dia no dejó de poner siempre á los P'és de su libertadora, con quien partía sus provisiones. Estos cuidados duraron tanto tiempo, que los leoncillos uo solo entraban y salian de la cueva, sino que se aleja- r°n de ella en términos que la leona desapareció, segura- mente en su busca , y no Volvió en todo el dia. Mal- donada se vió por consiguiente obligada á buscar por S1 misma su subsistencia, y en una de sus primeras escur- cones fué sorprendida por los indios, que la hicieron es- clava y laconducianá sus aduares, cuando á virtud de un eUcuentro que tuvieron con los españoles, fué rescatada y conducida á Buenos Aires. El gobernador, hombre cruel y feroz, apenas supo que Maldonada habia violado sus órdenes, no la creyó bas- tante castigada con los infortunios que habia padecido, y mandó que la alasen á un árbol en el campo para que352 allí muriese de hambre, desgracia de que había querido libertarse con la fuga, esponiéndose á ser devorada por •las bestias feroces. Dos dias después quiso saber lo que ha- bía sucedido, y mandó que algunos soldados fuesen; a ave- riguarlo; mas ¡cuál seria su sorpresa al encontrarla viva, aunque rodeada de tigres y de leones, que no se atrevían á acercársele, porque una leona sentada á sus piés con dos leoncillos parecía defenderla. A la vista de los sol- dados la leona se retiró un poco, como para dejarles la* libertad de desatar á su bienhechora. Maldonada les con- tó la aventura de aquel animal, que la había reconocido, desde el dia anterior y partido con ella sus alimentos, co- mo lo había hecho cuando estaba en la caverna. En prue- ba de la verdad de lo que les referia, los soldados vie- ron con sorpresa que cuando se disponían para condu- cirla á Buenos Aires, la leona se acercó á ella, prodigán- dole las mas tiernas caricias, majiifestando de un modo muy espresivo su sentimiento al verla partir. La rela- ción que hicieron al comandante de las escenas que aca- baban de presenciar, le hizo comprender al fin, que sin parecer mas feroz todavía que las fieras mismas, no podía dejar de perdonar á una muger, en cuya defensa se in- teresaba tan visiblemente la Providencia.—/. G. Aunque con el objeta de evitar el fastidio y la mono- tonía, nos hemos propuesto alternar el estudio de las ciencias, sin embargo, hemos creído absolutamente ne- cesario continuar hoy las Lecciones de Geografía dadas por el Sr. Cortina en el Ateneo mexicano, y que comen- zamos en el número anterior, porque de este modo será mas fácil á nuestras amables suscritonas, adquirir los ele- mentos indispensables de Geometría para el estudio de aquella ciencia, cuyas siguientes lecciones iremos publi- cando oportunamente.353 LECCIOff III. De las figuras planas. P> ¿De qué otro modo pueden combinarse ¡as líneas? li> Después de la combinación de dos líneas solas, la mas simple es la do tres líneas unidas, de modo que encierren un espacio cual- quiera, y en este caso formarán figuras. P- Pues qué ¿los ángulos no forman figuras! No saíior, porque por figura so entiende el espacio terminado por una ó varias líneas, y en los ángulos no está terminado el espacio, pues la abertura del ángulo deja el espacio sin término ó sin fin. P' ¿Por qué dice vd. que el espacio puede ser terminado por una línea? «>• Porque así sucede en el círculo, y en toda figura compuesta de una sola curva que vuelva á cerrarse en ella misma. P- ¿Qué se deduce de esto? »• Que para formar figura con líneas curvas, bastará á veces una 8o'ai pero para formar figura con rectas, se necesitan tres, al menos. P- ¿Cómo se llaman estas figuras de tres líneas? ~« Triángulos, y tienen otras denominaciones particulares, que Vanan según se les considera. P- Sírvase vd. esplícarmelo. R> Se dá el nombre general de triángulo, á toda figura que consta de tres lados, de manera que formen tres ángulos; pero para distin- 8u'r á los triángulos entre sí, podemos considerarlos de tres modos: 1. 0 : co» respecto á sus líneas, esto es, si el triángulo se compone de líneas rectas, se llamará rectilíneo (A, figura 11); si se compone de curvas, se llamará curvilíneo (B, figura 11) ó esférico; y si consta da recta y curvas, ó de curva y rectas, mixtilíneo (C, figura 11). 2.0 : según la relación de sus lados entre sí, esto es, cuando los tres 'ados son iguales, el triángulo se llama equilátero (D, figura 12); cuan- do solo tiene dos lados iguales, se llama isósceles (E, figura 12), y euando los tres lados son desiguales, se llama escaleno (F, figura 12). 3« ° : según sus ángulos; esto es, cuando los tres ángulos son agu- dos, se llama acutángulo; cuando uno de los ángulos es recto, se Ha- m& rectángulo, y cuando uno de los ángulos es obtuso, obtusángulo. P> ¿Qué mas hay que advertir acerca de los triángulos? Que en todo triángulo se toma por base uno de «c. Pt ¿Cómo hallaremos el valor de un cuadrado? R. Multiplicando su altura por su base, ó lo que es lo mismo, muí • ''pilcando uno de sus lados por otro. P. ¿Y la de un paralelógramo? R. Multiplicando uno de sus lados mayores por otro de los menores. P. ¿Y cómo hallaremos el valor de un triángulo? R. Multiplicando su base por la mitad de su altura. P« ¿En qué consiste esta diferencia? R. En que todo triángulo es la mitad de un paralelógramo de ba- Se y altura iguales á las del mismo triángulo, pues como hemos dicho, e«tc se forma cortando al paralelógramo en dos partes iguales, desde Uno de sus ángulos, hasta otro ángulo opuesto. Por consiguiente, el vulor del triángulo será el mismo que el de su cuadrilátero, menos cl producto de la parte de éste que le falta al triángulo, es así que el 'nángulo tiene la misma base que el cuadrilátero, y la mitad rae- "os de Ja área de este, luego para hallar el valor de la del triángulo, debe multiplicarse su baso por la mitad de su altura.356 P. ¿Qué se entiende por área en las figuras planas? R. Toda la superficie encerrada dentro del perímetro. LECCION IV. De Iüs figuras Kólidas, ó cuerpo*. P. Pues que según hemos visto, el movimento produce las super- ficies, ¿no pueden éstas moverse y producir otras figuras? R. Sí señor. Así como moviéndose el punto forma la línea, y "*>* viéndose ésta, forma las superficies ó figuras planas, así también mo- viéndose la superficie forma los cuerpos ó figuras sólidas. P. ¿Y cómo deberá moverse? R. En la naturaleza no hay mas que dos especies de movimiento, uno directo y otro de circunvolución, ó circular. Si la superficie se mueve directamente, producirá cuerpos terminados por planos, y si so mueve circularmente, producirá cuerpos terminados por curvas. P. ¿Cómo quedan determinados los cuerpos en ambos casos? R. Por las tres dimensiones, longitud, latitud y profundidad. P. ¿Y cómo podrá definirse el cuerpo con exactitud? R. Dicien- do que es el resultado de la combinación de aquellas tres dimensiones- P. ¿Es acaso preciso que un cuerpo tenga las tres dimensiones? R. Sí señor: no podría existir si le faltase cualquiera de el!as> porque le faltarían los límites, y no hay en la naturaleza cuerpo algu- no que exisla sin ellos. P. Cuáles son los límites de todo cuerpo? R. Los límites de un cuerpo son las superficies; los límites de és* tas son las líneas; y el límite de las líneas es el punto. P. ¿De cuántos modos puede ser una superficie? R. De dos; plana y curva. P. ¿Qué es superficie plana? R. La que no es convexa ni cóncava, de modo que estendiendo so- bre ella horizontalmente una línea recta en todos sentidos y direccio- nes, los puntos de ésta quedarían en contacto con otros tantos puntos de la misma superficie (figura 17). P. ¿Y qué es supercie curva? R. La que no es plana: y puede ser curca de dos modo9, á saber: convexa, sobre la cual, estendiendo horizontalmente una línea recta, solo un punto de ésta tocaría en otro punto de la superficie (fig. 18), y cóncava, sobre la cual estendiendo horizontalmente la línea recta; solo dos puntos de ésta tocarían en otros dos de la superficie (fig. 19)'357 P- ¿Do qué medios nos valdréinos para distinguir los cuerpos? Atendiendo á las superficies que los terminan, según las cua- les toma cada uno su nombre particular. P« ¿Cómo se llaman los cuerpos terminados por superficies planas? R» Llámanse en general poliedros; pero la denominación particu- lar de cada uno, dependa del número de los planos que lo determinan. P< Sírvase vd. esplicártnelo. R« Si el poliedro tiena cuatro planos, se llama tetraedro. Cinco, Pentaedro, Seis, exaedro. Siete, eptaedro. Ocho, octaedro. Nuevo, eneac- dro. Diez, decaedro. Once, endecaedro. Doce, dodecaedro, y si tiene mas de doce, se llama poliedro de (tantos 6 cuantos) planos, escepto cuando tiene veinte, pues entóneos se le llama icosaedro. P« ¿Cómo se denominan estos cuerpos terminados por superficies curvas? R, Cada uno de ellos tiene un nombre particular; pero tan. t0 de éstos como de los poliedros, consideraremos los que son mas indispensables para el fin que nos hemos propuesto. P- ¿Cuáles son estos? El cubo, el prisma, el cilindro, el cono y la esfera. P« ¿Qué cosa es cubo? R. Es un cuerpo terminado por seis superficies planas, cuadradas * 'guales, y en el cual son por consiguiente iguales la longitud, la la- titud y la profundidad (figura 20). P. ¿Qué circunstancia notable ofrece este cuerpo? R. Que sirve para medir la solidez de todos los demás cuerpos, de modo que así como el punto es la medida de la línea, y la línea es 'a medida de longitud; y el cuadrado es la medida de longitud y lati- tud combinadas (esto es do las superficies ó figuras planas), así tam. bien el cubo es la medida de la solidez de los cuerpos, ó de las tres dimensiones combinadas. P. ¿Cómo se hallará la solidez de un cubo? R, Multiplicando una do sus superficies por la altura del mis. 'no cubo. P. ¿Y cómo so llama esta operación? R. Cubalura, y mas comunmente cubacion, P. ¿Cómo se concibe la formación del cubo? R. Suponiendo que una superficie cuadrada se levanta hasta una altura igual á la misma superficie. P. ¿Qué es prisma?358 R. Es un sólido terminado por varios planos, y cuyas bases son polígonos iguales, paralelos, y colocados del mismo modo. P. Según esa definición, habrá diferentes especies de prismas. R. Sí señor, y so denominan según el número y la configuración de sus bases, v. g., si estas son cuadradas, el prisma so llamará 2>ris' ma cuatlrangular (figura 21); si las bases son triángulos, se llamara prisma triangular (figura 22), &c. P. ¿Cómo se concibe la formación del prisma? R, Suponiendo que uno de los polígonos que le sirven de base se mueve, levantándose de plano directamente, hasta determinada altura. P. ¿Qué es cilindro?—R. Un cuerpo terminado por dos círculos iguales y paralelos (figura 23). P. ¿Cómo se concibe su formación? R. De dos modos: suponiendo que un paralelógramo gira circu. lamiente sobre uno de sus lados; ó suponiendo que un círculo se ele- va de plano directamente hasta determinada altura. P. ¿Qué se entiende por cono?—R. Un sólido que tiene por baso un círculo, y que termina en punta llamada vértice (figura 24). P. ¿Cómo se concibe su formación? R. ludiendo el cono ser rec'o ú oblicuo, solo hablaremos de la formación del primero, y diremos que esta se concibe suponioudo que un triángulo rectángulo gira circularmente sobre uno de sus lados; en cuyo caso, este lado será el eje del cono. P. Sírvase vd. decirme ¿cuándo es recto ú oblicuo el cono? R. Es recto un cono cuando la perpendicular que se baje de su vértice cae sobre el centro de su base; y es oblicuo el cono, cuando la perpendicular cae fuera del centro de la misma base. P. ¿Ofrece el cono alguna otra circunstancia notable? R. Sí señor, según el modo con que se le divida, produce cinco figuras que se llaman secciones cónicas. P. ¿Cuáles son? R. Primera: si cortamos á un cono recto perpendicularmente sobre su base por el eje, tendremos un triángulo isósceles plano. Segunda. Si cortamos á un cono recio paralelamente á su base, tendremos el cír- culo, Tercera. Si cortamos á un cono recto paralelamente á uno de sus lados, resultará la parábola. Cuarta. Si cortamos á un cono recto, no paralelamente á uno de sus lados, pero fuera de su eje y en una inclina- ción mas ó menos aproximada á la perpendicular, tendremos la hipér-359 hola. Quinta. Si cortamos al mismo cono oblicuamente sobre su base, esto es, sin cortar á esta, resultará la elipse (figura 25). P« ¿Cuál do estas figuras importa mas parí" nuestro intento? La elipse, porque la necesitamos después para la inteligencia del movimiento de la tierra y do los cuerpos celestes; para la de la fi- gura do la tierra; y para aprender el modo de representar los planos geográficos. P- ¿Cómo definiremos la elipse con toda exactitud? R- Diciendo que es la curva engendrada por un plano que corle á un cono recto oblicuamente sobre su base. P« Sírvase vd. esplicarme analíticamente la elipse y el modo de •razarla en el papel. R. Debemos advertir que la elipse es una curva que vuelve á en. trar en sí misma (figura 20) en ella se consideran dos ejes, uno mayor y otro menor (A B y C D) que forman entre sí ángulos rectos. Se "ama centro de la elipse el punto M en donde se cortan los ejes; y sp- llaman focos de la elipse los puntos S P, cada uno de los cuales 'lista igualmente del centro M. Para trazar la elipse deberemos proceder de este modo: dado el eje mayor A B, lo dividiremos en dos mitades iguales trazando el eje me- n°r C D; tomarémos con un compás, ó con un cordón la mitad del eje mayor A M, y trasladando esta medida sobre el eje menor, fijaremos una pierna del compás (ó una de las estremidades del cordón) en un Punto cualquiera del eje menor, pero de modo que podamos trazar dos arcos de círculo que se corten precisamente sobre el eje mayor, y que formarán los dos focos S P: tomarémos en seguida un cordón del ta. maño total del eje mayor A B,y fijarémos sus estremidades en los fo- cos S P: así fijado el cordón lo estiraremos de modo que haga un ángulo S, R, P, (figura 27) y .sujetando en este ángulo un lápiz, lo correremos manteniéndolo siempre unido al cordón hasta dar la vuelta entera, la cual terminada, habremos trazado la elipse. P. ¿Qué es esferal Tt. Es un sólido terminado por una superficie curva, cuyos puntos distan igualmente por todas parles del centro del mismo sólido (fig. 28). P. ¿Cómo se concibe su formación? R. Suponiendo que un círculo gira sobre sí mismo al rededor do su diámetro. P. ¿Qué circunstancias ofrece la esfera dignas de atención?360 R. Ofrece muchas, pero nos limitaremos a indicar las siguientes. Primera. Todo corte 6 toda sección de una esfera, hecho por un plano es un círculo. Segunda. Si esto plano pasa por el centro do la esfera, la sección se llama círculo máximo ó mayor y si el plano no pa- sa por el centro de esta esfera, la sección se llama círculo menor ó mí- nimo. Tercera. De aquí se deduce que todo círculo máximo divido á la esfera en dos partes iguales y estas parles que son miiades do esfera se llaman hemisferios. Cuarta. Si cortamos á la esfera con dos círcu- los paralelos, quedará dividida en tres partes de las cuales, dos serán segmentos A y B (fig. 29) y la otra se llamará Zona C. Quinta. Puede hacerse en la esfera una sección de tal modo, que resulte un conede base esférica, y este cono se llama sector esférico (fig. 30), por consi- guiente, si tratamos de definirle, diremos que sector esférico es un seg- mento de la esfera y de un cono, cuya punta llega al centro de aquella. P. ¿Cómo se conciba la formación de este sector? R. Suponiendo que un sector circular gira al rededor del rádio del círculo de quien es sector. P. ¿Cómo se llama la base del sector de la esfera? R. Casquete esférico (m, n, o, en la misma figura). P. ¿Do qué medio nos valdrémos para hallar la solidez de una esfera?—R. Multiplicando su superficie por el tercio de su rádio. P. ¿Y cuánto vale su superficie? R. Cuatro veces el área de uno de sus círculos máximos. P. ¿Cómo se hallará el valor del área de un círculo? R. Multiplicando su circunferencia por la mitad del rádio ó por la cuarta parte de su diámetro, de lo que se deduce que el valor de' la superficie de una esfera, es el producto de la circunferencia de uno de sus círculos máximos multiplicada por su diámetro, P. ¿Qué se entiende por esferoide? R. Un sólido cuya figura se aproxima á la de uaa esfera, (fig. 31). P. ¿Cómo se forma?—R. Por la circunvolución de una esfera so. ore su diámetro 6 por la de una elipse sobre su eje mayor. P. ¿Pues qué, girando una elipse sobre su eje menor no producirá un esferoide?—R. No señor, en ese caso producirá una figura mas ó menos aproximada á la de la misma elipse, que se llama elipsoide. P. ¿Qué otro nombre se da á la esfera? R. También se llama globo, y ambas denominaciones son necesa- rias en el estudio de la Geografía.Iit. Callé ¿t. lo. Palmo. 11? t CJelliLa,.1 36 i AGOSTO 10 DE 1841 >^1ASE aun j)or los aires el eco del toque de silencio que poco antes resonara en el campamento de Isabel, y al bullicio de los soldados y al estrépito de las armas habia succedido un profundo reposo que solo alteraba de vez en cuando el alerta de los centinelas; grandes fogatas de trecho en trecho con seca leña, daban pábulo á las 11a- fflas, reflejando en las tersas armaduras de los soldados; la apacible luna que plateaba la helada Sierra Nevada, seme- jaba á una lámpara que se mecia en la celeste bóveda. Un joven de gallarda estatura estaba en pie á la puerta de una tienda, y dirigia ansioso sus inquietas miradas hácia la bella Granada, donde el arrógame moro se enseñoreaba: flotábase en su rostro e impacientes ademanes, el desaso- siego que reinaba en su alma, y lanzando un profundo gemido, se dejó caer sobre un asiento. Dos dias, dijo, se han pasado, ¡oh Alfonso! sin que hayas visto á la hermo- sa Celina, y antes de que esta noche la veas, se han de pa- sar algunas horas, que hallarás tan lisongeras como cor- tas las que pases en su compañía, y no obstante, el mismo espacio de tiempo tienen unas que otras; mas al lado de Celina pasa el tiempo para mí con la misma presteza qun se sumerge en los abismos el agua que se despeña de loi elevados torrentes. Y ¿cómo no ser así estando al lado de la candorosa Celina, de la tímida y honesta musul- mana, que como yo, cree la existencia de un Ser omni- potente, y que no es el profeta á quien ella venera, porque es virtuosa, porque es la creencia de sus padres, porque es la sola que le han enseñado desde la niñez? Tom. ii,—c. 16. 46362 Pero 3^o espero que en breve lucirá el dichoso dia en que abjurando los errores de su secta; .abrazará la re- ligión santa, única verdadera de ese Ser omnipotente a quien aun no conoce, y entonces.... pero ¿quién va? —Vuestro fiel Hernando, señor.—Que al momento apresten un caballo de batalla, el brioso, incansable; qu¿ entre el joven Bermudo; y tú Hernando, prepárate á se- guirme.—Señor, voy al punto á obedeceros; pero disi- mulad al cariño que os profeso y á mi lealtad, os haga presente que los moriscos están alarmados, y acaso esta noche____—Basta, y agradezco el aviso: Hernando pue- de quedarse, pero Alfonso debe ir á Granada, y acom- pañado ó solo, irá. Celina me aguarda esta noche, y por mí arriesga su vida; yo le he dado palabra de ir, y la cumpliré. Si el cielo me depara algún encuentro con los moriscos, no será la primera vez que el brazo de Alfon- so, movido por el brazo de Dios, ha triunfado de sus ene- migos. Dame, Bermudo, el casco de la pluma negra, el escudo de campo liso y la lanza de los combates.—Ya, señor, nos aguardan los caballos, dijo desde la puerta el sumiso Hernando.—¡Hola! parece que el buen Hernando quiere venir á Granada: bien, yo acepto su compañía: y si nos encontramos con los moriscos...—En este caso, se- ñor, Hernando probará no temer otra cosa sino el peli- gro que corra su señor.—Nunca he dudado de tu cari- ño, ni valor; pero ya es hora de partir. Bermudo^cuento con tu discreción durante mi ausencia... dijo Alfonso entrándose el escamoso guantelete, y calándose la visera salta sobre el fogoso alazán haciéndole doblegar bajo el peso de su armado cuerpo, y picándole los hijares, desa- parece con la velocidad del corzo. II. En un gracioso gabinete una joven recostada en ricos363 almohadones respiraba el aroma de variados perfumes: su cabellera se ocultaba en los pliegues del turbante: sus her- mosos ojos árabes lanzaban penetrantes miradas, y su es- belto cuerpo lo cubría una larga túnica de brocado: á mi lado se hallaba otra joven mora á cuya belleza solo aven- tajaba la de Celina. ¡Oh querida Zora! ya pasó la hora eu que debia venir Alfonso, y no parecej mil fantasmas sangrientas se presentan á mi imaginación, y preveo un funesto porvenir. ¡Oh Alfonso! Alfonso! ¿Dónde es- tas?—A. tus piés, y vengo de nuevo á ofrecerte mi cora- zón, ángel mió, dijo Alfonso saliendo por una puerta secreta que contenia una de las columnas. — ¡Alfon- so!.... ¡Alfonso!____ fueron las solas palabras que pudo articular la sensible Celina, y abundantes lágrimas cor- Nerón de sus hermosos ojos.—¿A qué ese llanto, mi bien, héme á tu lado decidido á arrostrar los mayores peligros y á defenderte hasta perder una vida que, lejos de tí, me es enfadosa.—Este llanto, Alfonso, es hijo de! corazón, Y ya es para mí imposible verte y no llorar; ¡es de tan- to alivio á un corazón oprimido el llorar!—Celina, ¿mi presencia exita tus lágrimas? ¿Acaso merece.... —No, Uo: tu amor es digno de recompensa; mas ¡qué recom- pensa podrá dar Celina, la hija del poderoso Aíuley, al intrépido Alfonso, caudillo de huestes castellana*, cuyo triunfo está cifrado en la ruina de la que ama, y que acaso derramará la sangre de su padre ó de su hermano!!!...— Celina, por piedad no destroces mi corazón con un por- venir, cuya idea me estremece: le amo, sí, pero ántes de amarte era cristiano. — ¡Ahí ¡por qué no naciste bajo el clima en que vi la luz? ¿Por qué una misma no fué la religión de los dos? Entonces podríamos amarnos á la faz del mundo, y un santo lazo nos uniría hasta el se- pulcro; pero no: tú no debias nacer musulmán t; Ce364 lina debió nacer cristiana. ¡Ali! ¡cuán dichosa seria en- tonces!...—Aun puede serlo.—¡Dichosa!...—Sí, aun hay un medio.—¿Cuál?—El de hacerte cristiana.—¡Hacerme cristiana! Yo lo deseo: ¡me has pintado tan dulce tu reli- gión!... Pero huir délos míos... abandonar á un padre: ja- mas seré el instrumento de la muerte del autor de misdias. —Jamás!... ¡con que Celina nunca será de Alfonso! ¿* tú me amas? no: nunca me has amado.—Sí, Alfonso, Ce- lina te ama y te amará...—Me ama, me amará, y nunca será mía____no: nunca me amó.—Alfonso! Alfonso! esa duda es para mí un suplicio: te amo y...—Pronto, Celi- na, pronto remedio, pues peligra la vida de Alfonso, di- jo saliendo sobresaltada la joven Zora.—¿Y quién cons- pira contra ella? repuso Celina con indignación: «quién es el atrevido?...—Almanzor.—¡Mi hermano!—Sí, el fiel Alí acaba de decirme: Almanzor sabe que un cristiano ha penetrado por la oculta cueva, y le busca acompañado de los suyos.—Adiós, Celina, dijo Alfonso tirando de la espada y dirigiéndose á la columna. —Detente, Alfonso, tu muerte es cierta si le encuentran, son muchos y... Zo- ra, corre, y que en el momento entro Muley. — ¡Muley!.- —Sí, pronto, que venga; es generoso, y no verá en Alfon- so sino una víctima de la traición: querido Alfonso, baja por esa escalera, dijo locando el resorte de una losa.—■ Bajar, no; aquí esperaré álos viles asesinos: que venga Al- manzor con los suyos, y mi espada me abrirá camino.— Alfonso, por piedad, baja, yo te lo ruego: si no puedo salvarte moriremos juntos; pronto, que álguien viene. ¿Sois vos, Muley? dijo Celina que habia cerrado la tram- pa, arrojándose á sus piés.—Alzad, señora.—No, valero- so Muley; no me levantaré hasta que me hayas concedi- do una gracia...—Juro por el profeta que la mas peque- ña insinuación vuestra, será para raí una orden inviolable.365 —Muley, siempre he sido sorda á vuestros ruegos; vos uie amáis porque no habíais prometido antes amar á otra; pero Celina lo había prometido ya cuando Muley se lo dijo; y Celina jamás abrigará un corazón falso, ni faltará a sus promesas; he aquí el motivo que me priva de re- compensar vuestro amor.—Señora, culpa es de mi estre- na, y no vuestra.—Escuchad: si es cierto que me amáis; si alguna vez me habéis amado, librad de la muerte al amante de Celina; el implacable Almanzor le busca con los suyos para inmolarle.—¿Qué causa?—No es musul- mán!...—¡No es musulmán!...—¡Un enemigo!...—Si ese enemigo deja de existir, Celina morirá; estoy resuel- ta; un veneno...—¡Que horror, señora!—Libradle.— ¡Un cristiano!...—A. un cristiano debéis vuestra vida, bordaos...—Bien, le salvaré: ¿dónde está?—Recordad flóe si muere dejaré de existir, y jamás podréis libraros del borrón que caería sobre vos, si entregáseis á un hom- bre solo á sus verdugos, superiores en número.—Yo le acompañaré-basta su campo, y sin hollar mi cadáver na- die le ofenderá; os lo prometo.—Bajó Celina precipita- damente la escalera, y volvió seguida de Alfonso.—¿Qué veo? esclamó Muley, es el generoso cristiano á quien de- ho mi vida y libertad.—Te engañas, sarraceno; no soy sino el enemigo á muerte de los musulmanes.—Sí, pe- í'o solo en el ardor de la pelea; pasada esta sois el que alivia la suerte de los desgraciados; sin saber que erais vos, hahia prometido salvaros ó morir, y lo cumpliré; mar- chemos. Un ruido de armas que se oyó entonces, hizo caer á Cel ¡na desmayada en los brazos de Zora; Alfonso se di- i'ije á ella, Muley se interpone, y le dice: Alfonso, yo la amo; ella os ama, y voj' á salvaros la vida...=Par(amos, dijo el impetuoso Alfonso, y desaparecieron.366 m. .Ondeaba en las torres de la Alhambra el pendón real de Castilla; los moriscos habían sucumbido al valor de las armas cristianas, y la gran mezquita, ya santificada se había erigido en templo del Altísimo, cuando la mañana de uu hermoso día discurria por la plaza de Vivarram- bla, con dirección al templo, una numerosa y brillante comitiva; en ella se veian los esclarecidos timbres de los Córdovas, Laras, Aguileras, Garcilazos, y los de otros muchos esforzados campeones que ayudaron á los Reyes Católicos en tan gloriosa empresa; y que vestidos de lu- cientes y ricas armaduras, adornados los cascos de visto- sas plumas, con sus alegres y animados semblantes pre- sentaban un grandioso espectáculo; precedían estos á un caballero anciano, cuyo porte mesurado y cabello blan- co, á la par queinfundia respeto y revelara el imperio de los años, formaba un contraste singular con las risueñas fisonomías y soltura de los jóvenes paladines. Llegado que hubieron al templo, salió á recibirlos el venerable prelado acompañado de sus prestes, y filáronse colocan- do en magníficos escaños; un numeroso concurso ocupa- ba las naves de la iglesia, y ante el altar se veian arrodi- llados una joven cubierta con un largo velo, y un caba- llero cuyo pecho cruzaba una banda roja. Llegóse el pre- lado á la joven, y después de algunas ceremonias, echo agua sobre su cabeza: en seguida tomó la mano del caba- llero, la juntó con la de la jóven, profirió varias palabras, y les echó la bendición. Concluida la ceremonia reli- giosa, Celina se llamaba Isabel; Isabel era esposa de Al- fonso.—J. de Uiuioz. fEl Siglo XIX J367 lilTJERtá T Vlt.i.—r OJESia. Resuena con fervor, humilde lira, Resuena con fervor, ó lira mia, Lira que fuiste un dia La que mi voz ardiente acompañaba, La que amor entusiasta suspiraba Y la que himnos de gloria repetía. No atónito ante el mar junto el estruendo De las soberbias ondas que se chocan Al retumbar omnipotente el trueno, Y el relámpago lívido serpea Sobre las negras olas, y en su seno Rápido y horroroso centellea; Tampoco junto al férvido torrente De lo alto de los montes despeñado, Como azote de Dios que desarraiga Al pino erguido y al feroz sembrado; Ni audaz, osado en medio á la pelea Describe de la guerra los horrores, Porque nuestras contiendas son de hermanos, Cubre una nube el astro de Dolores Que vio besar el polvo á los tiranos. Sed de amor inmortal, amor de gloria Hierve aún en mis ardientes venas; Mas vencer á un hermano no es victoria, Ni triunfo, ó pitría, redoblar tus penas. No canto envilecido, prosternado Ante del solio del poder. Que humilla Tu libertad, sublime pensamiento, Y mustio, débil, enfermizo, brilla En dorados salones el talento. Mas libre, mas feliz, independiente Mi amortecido génio se renueva, Y como incienso candido se eleva Sin cuidarme de honores ni fortuna, Al lado, ó niña, de tu frágil cuna. Cuna que como débil barquichuelo A la margen te meco de la vida liajo un hermoso y apacible ciclo; Niña tierna, feliz, niña mas pura Que en el bosque ignorada clavelina, Cuando besa su cáliz con dulzura Apacible la brisa matutina. Niña pura en el lecho que naciste Como perla en el seno de la concha, Que está intacta en el fondo de los mares, Iris en los tormentos y pesaros De tus amantes padres, niña hermosa, Duermo en tu tierna cuna Cual duerme en el capullo Defendida la rosa. ¡Oh! como abrigo, búcaro seguro La niñez del jazmin, tal duerme, 6 niña, En tu cuna infantil un sueño puro.368 Vive con tu ignorancia y desafia Desde la barca humilde la tormenta, Y disfruta de ensueños de alegría Burlando la inconstancia de la mar. Porque eres de tus padres la esperanza, Porque en el porvenir eres su estrella, Porque por tu sonrisa, niña bella, Lloran de gozo, olvidan el pesar. Quién dicho hubiera, pobre desterrado, Cuando gemía allende de los mares, Que recuerdos, pobrezas y pesares Le borrara tu placido reír. Hoy, cuando apura amargos sinsabores, Y solo te recuerda, niña amable, Un consuelo purísimo, inefable Ante tus ojos mira relucir. Cuando la juventud rompa tu cuna, Y derribe los diques del torrente De la edad del placer, niña inocente, A tu padre recuerda con amor. Como exótica planta brotó al mundo, Y el albor de su infancia aun no lucia, Cuando contra su cuna se rompía Una ola caprichosa de dolor Y cual planta bu frente se elevaba: El parche de la guerra fué su canto, Y velaban la muerte y el quebranto Su sueño de zozobra y de inquietud, Cuando su libio apsuas balbucía Ya clamaba por muerte á los tiranos, Y ya ensayaban trémulas sus manos La coyunda romper de esclavitud. ¡Que horror! ¡que horror! pero el varón preclaro De quien exede sangre y ardimiento, Gritaba libertad.... un fin sangriento.... ¡Ah! mi pátria sus hechos te dirá. De entóneos.... ¡ay! versátil como la hoja Que los vientos arrojan al acaso, Huérfano sin amparo, hácía el ocaso Miraba su existencia descender. Vida sin juventud, vida sin goces, Rodó de torbellino en torbellino Cual frivolo juguete del destino, Maltratado sarcasmo del placer. Y allá del fondo de su oscura suerte. Brota el sol, ilumina de repente A mi pátría feliz, independiente, Y un grandioso y sublime porvenir. Tu sabrás lo demás cuando naciste, Naciste entre perfumes y entre honores. La ignorada corriente brotó flores, Mimada del poder y la virtud. El que tiene el poder, dejó la silla Para cojerte ufano en su regazo, Y el Pastor de la iglesia tendió el brazo Y te puso en el gremio de la cruz.•¿'¿aPc>?¡ a] hj C( 13 tí aCompuesto por MAMABITA BERMMIEZ. 1 r i B i g¡ fe E I 3£ rt—h¡-» 11 :- 44 f _ -1 rf—' r—rf =1 II J _, T=-_ — r rtariT 1 5 369 Flor delicada, nacida A. la margen de un torrente, Mecida por un ambiente He opulencia y de poder. El bello ángel de tus dias Tienda sus doradas ala», Y te haga ostentar las ¡ralas De hermosura y de placer. Puedan legarte tus padre?, ¡Oh pimpollo de inocencia! Uno, mi vasta espericncia, Ea otra, fu tierna virtud. Y mire correr tus años Como límpido t ¡"'¿no el Señcr tus padres la sombra deliciosa. Ya que hoy eres su esperanza Su delicia, su consuelo. Puro presente del ciclo. Vinculo del mútuo amor. Vive niña, y no interrumpan Rajo del paterno asilo, Tu sueño dulce y tranquilo Los lamentos del dolor.—('•■ Prieto. 4 ti presentar.-» nuestras amables lectoras el wals que está al frente^, compuesto por una suscrilora al Semanario, heñios creido útiles algunas ideas sobre el estudio de la c°mposicion música, que hemos tomado del Diario de la Hababa del 20 de diciembre último. demasiado complicado en los primeros siglos el ar- te déla composición se dirigía mas bien á los ojos que á los oidos, teniendo en él pocas veces, una pequeña TOM. ti. 47370 parle el corazón, cuando Claudio Monteverde, hom- bre de genio, penetrante y audaz, osó en el quinto li- bro de sus madrigales, formar una completa revolución en este ramo, haciendo uso del trítono ó sea cuarta au- mentada: á favor de estos adelantos y del impulso que dió la ópera á pesar de estar naciente en aquella época, no lardó en conocerse la verdadera melodía que ha he- cho tantos progresos en la espresion de los afectos y en lo ideal de sus inspiraciones; sobre la cual se habrán ocu- dado ya varios escritores teóricos, cuando Antonio Rai- cha la metodizó en su tratado impreso en París hacia el año de 1813. La armonía libre, reducida hasta el siglo XVI á los acordes de tercera y quinta, de tercera y sesta, y á algunas suspensiones ó prolongaciones que permitían sus notas, empezó á enriquecerse con multitud de combinaciones, adquiriendo tal desarrollo, que Rameau pudo sistemarla en su tratado de armonía en 1722, desde cuyo tiempo han visto la luz pública centenares de obras, en las que ha sido considerada en sus diversas faces. Al ejludio de la armonía se ha unido después el de acompañamien- to del bajo cifrado, y ambos se consideran hoy como preliminares ó preparatorios en la gran ciencia de las composiciones músicas. El contrapunto, único género de composición usado hasta fines del siglo XVI, fué perdiendo terreno y ce- diendo á la irresistible invasión de la música libre é ideal, hasta el estremo de no ser hoy mas que un mero estudio. Pero como los teóricos mas célebres de nuestros días, lo apropian á la tonalidad moderna, despojándole de algunas sutilezas inútiles, ha pasado á ser el principal estudio de la composición, y tan indispensable, que él solo enseña el arte de escribir con pureza, y manejar con indepen- dencia todas y cada una de las partes ó voces de una obra,371 dándole á la vez una marcha franca y elegante; ademas de suministrar tanta mayor fuerza y consistencia á las ideas del compositor cuanto mayor sea el esfuerzo que haya impendido éste en su adquisición: en una palabra, el contrapunto es hoy un simil de las sandalias de hier- ro que los antiguos hacían soportar todo el dia á sus bai- larines para que adquiriesen mayor fuerza y soltura en 'os pies, luego que se sintieran libres de estas trabas. La introducción de los instrumentos en los diferentes géneros de música; los adelantos y perfección que ha re- cibido la construcción de ellos, y los muchos que se han inventado de nuevo, han proporcionado al compositor la facilidad de amenizar y colorear sus inspiraciones, por medio del contraste de diversas sonoridades, y por la ma- gia irresistible de sus masas, de donde se formó el estudio de la instrumentación. Por lo espuesto, se deduce que el estudio de la com- posición música,, está hoy dividido en cuatro grandes secciones que forman por consecuencia otros tantos es- ludios: el contrapunto, la armonía, la melodía v la ins- trumentacion, clasificación adoptada por los principales conservatorios de Europa. Estos son los estudios materiales y prácticos deque no puede prescindir todo el que pretenda hoy ser composi- tor; mas si después de poseerlos quiere pasar á juzgar con acierto las producciones agenas y propias, internándole en los secretos del arle y elevando su espíritu á la altura teórica, capaz de verificar el exámen de la poética ó de lo ideal de la música, debe entrar en el gran estudio de la estética, fundado en la naturaleza y el buen gusto, en que no es dado sobresalir y campear libremente, sino á un ingenio vivo y analizador, que reúna á lodos los es- tudios que hemos indicado, otros muchos de historia y amena literatura.372 (Yiaa cuesto ííasn aiícár.) filósofo ha dicho que los hombres en los objetos que se les proponen, se detienen con mas gusto buscando su causa, que examinando su existencia: y ordinariamen- te empiezan preguntando ¿cómo sucede esto? en vez de averiguar si realmente sucede. La mayor parle de los autores que han escrito sobre la hermosura han dado por supuesta su invariabilidad y sus formas primitivas, sin indagar al menos cual fuese esa forma original. Camper es el único que ha llegado al principio de la cuestión, probando que en la naturaleza no hay hermosura positiva é invariable: que lo que llama- mos hermoso solo consiste en las ideas que de esta pala- bra hemos recibido desde la infancia, ideas formadas pol- lina especie de conveniencia mutua establecida en la an- terioridad de un corto número de personas: que la belle- za solo es un ente sostenido por el hábito, la moda ó las preocupaciones particulares que reinan en cada pueblo: que la idea de la hermosura hasta cierto punto, está suje- ta á la autoridad de ciertas personas que nos parecen mas aptas para juzgar bien: que la aptitud para conocer lo hermoso que llamamos sentimiento, tacto, ó gusto, aun- que dependientes de una modificaciou particular del en- tendimiento, solo debe atribuirse en general á la educa- ción y al hábito de contemplar los mejores productos de la naturaleza y del arle: y que ese gusto, ese tacto se per- perfeccionan en nosotros á proporción de los conoci- mientos que hemos adquirido por el estudio: en fin, de- muestra que no tenemos ningún sentimientoinnalo déla373 hermosura física, como lo leñemos muy claro de la belle- za mora!. Todas estas aserciones están apoyadas en pruebas con- cluyentes; pero lo que demuestra palpablemente que la hermosura no es invariable, es sin duda la poca ó ningu- na semejanza que tienen las mugeres hermosas en cada pais, la poca ó ninguna concordancia de los diferentes pueblos en las ideas que se forman de la hermosura y la diferencia de gusto que se observa aun entre los diversos individuos de un mismo pueblo. Las hermosuras españolas, italianas, inglesas, mexica- nas, chinas, mingrelianas y aun negras, son sin disputa mugeres hermosas: cada una de ellas tiene en su pais quien pondere sus encantos, cada una inspira á sus poe- tas y fija las miradas de los filósofos, siendo el modelo de sus artistas; sin embargo, ¿cuánto se diferencian entre sí? Examinemos rápidamente esa variedad de opiniones de los diferentes pueblos. En general las naciones cul- tas, gustan de una cabeza que presente la forma oval, los caribes no reputan hermosa la que no es perfectamente redonda ó aplanada, cuidando mucho desde el nacimien- to de los niños que quede así, á cuyo efecto la compri- men; y finalmente otras naciones prefieren la forma cua- drada y amoldan entre cuatro tablas las cabezas de sus tiernos hijos. La misma diferencia se nota en las proporciones de la frente. Los moradores de Aracán estiman mucho las frentes anchas y aplastadas, y aplican á los niños luego que nacen una plancha de plomo para darles el género de hermosura que prefieren. Los siameses por el con- trario, gustan de Jas frentes que terminan en punta por su parte superior, de manera que su cabeza representa una figura alargada, cuyas dos puntas opuestas son la fren-374 te y la barbilla. Los antiguos mexicanos apreciaban la frente sumamente pequeña, y al efecto empleaban todos los medios posibles para que les naciese el pelo en esa parle del rostro. Las orejas pequeñas no en todas partes obtienen la pre- ferencia. En los mas de los pueblos del oriente, y aun entre los chinos las orejas hermosas son las mas grandes, mas largas y mas caídas, y para procurarse esta perfec- ción, cuelgan de ellas materias tan pesadas que los habi- tantes de Laos tienen los agujeros tan grandes, que pue- de pasarse por ellos tres ó cuatro dedos. Un pueblo cree que la hermosura de la nariz consiste en su mayor longitud, y otro en su pequenez. La nariz prominente es un vicio páralos chinos, que acostumbran aplastarla desde la cuna. En muchos pueblos se ponen pendientes en la ternilla de la nariz, como entre nosotros se los ponen en las orejas, y este mismo uso se advierte en los isleños del golfo Pérsico y en los indios de nues- tra California, mientras que en el jMogol por el contrario, los hombres esclusivamente usan de estos adornos para parecer hermosos. Hay nación que se arranca los dos dientes del medio de la mandíbula, y las mugeres de los jaggas en Africa para ser hermosas, tienen que quitarse cuatro, dos arriba y dos abajo: la que no tuviese valor de sacárselos seria despreciada, como se desprecia en China á la joven que tiene los piés del tamaño natural. Entre los siameses la hermosura de los dientes consiste en tenerlos negros te- ñidos con un barniz: los habitantes de Macassar se los pintan con diversos colores. La piel ó el cutis recibe diversas preparaciones en va- rios pueblos. Los indios de Californias se untan con acei- te ó grasa: los caribes y apaches se tifien con achiote: los375 groelandeses se embadurnan la cara de blanco y amari- llo: las mugeres de Zembla se hacen rayas azules en la frente y la barbilla: las japonesas se pintan los labios y los párpados de azul: las mugeres del reino de Decán co- lorean de amarillo y rojo sus manos y suí piés: las ára- bes pintan sus uñas de rojo, los piés y manos de amari- llo subido, y el borde de los párpados de negro: las mon- golesas cortan su piel en flores que tiñen con jugos de raices, y en Trípoli y en Otaiti, se hacen picaduras á ma- nera de lunares, que renegrecen por medio de un licor que introducen en ellas. No hay mayor conformidad entre las naciones con res- pecto á la hermosura de la talla. Los turcos y alema- nes prefieren á las mugeres gordas: á los chinos les gus- tan las flacas. Algunos pueblos aprecian el talle corto, y para las mugeres de Trípoli la hermosura consiste en tenerlo largo. Esto no debe admirar á nuestras lectoras, cuando han visto adoptar alternativamente en México el talle sumamente alto y estrémadamente bajo; esto prue- ba que no se sabe lo que constituye la hermosura del ta- lle, pues que la mayor parte de los hombres han encon- trado esas dos modas muy agradables, ó para decirlo me- jor, muy hermosas: demostración positiva de cuán falso es que la hermosura sea siempre la misma, y cuán cierto por el contrario, que solo pertenece á la moda. Esta pintura, muy variada sin duda, manifiesta que los hombres de las diversas partes del globo están en absolu- ta discordancia sobre la naturaleza de la hermosura. Pero me parece oir á alguna de mis lectoras que me replica con viveza: que esos gustos esti años son hijos úni- camente de la grosería de ciertas naciones salvages. Mas yole suplicaré reflexione que los chinos de todos los tiempos, los griegos y los romanos no pueden conside-376 rarse, como bárbaros y sin embargo, opinaban con res- pecto a la hermosura de muy distinto modo que nosotros. Los romanos gustaban de las cejas juntas, los griegos de las separadas; aquellos de los ojos poco abiertos, estos de los mas grandes, y basta examinar los bustos y meda- llas griegas comparadas con las romanas, para juzgar de la diferencia de su gusto. Ni aun es necesario ocurrir á las diferentes naciones; los individuos contemporáneos de un mismo pueblo di- fieren extraordinariamente en los objetos hermosos de su gusto. ¿Qué diversidad de opiniones, sobre todo, con relación á la hermosura del bello sexo, que es el objeto de nuestras reflexiones? ¿Cuántas causas influyen en nues- tro juicio? El hombre prevenido ó preocupado en favor de una muger la halla hermosa, y su imaginación siempre casada con el amor propio, encuentra mil perfecciones en el objeto de su cariño; porque lo eslima y quiere que todo se conforme á su voluntad; sin embargo, cstaria in- deciso y vacilante para decidir si la hermosura es el o-m tivo de su aprecio ó el aprecio es la causa de que lo juz- gue hermoso. El gusto nacional tiene también una influencia decidi- da sobre esta especie de calificaciones. No podemos de- jar de tener por hermoso lo que hemos visto admirar des- de que existimos, y los artistas mas distinguidos á pesar de un largo estudio en los diferentes estilos, jamas pudie- ron adquirir un completo desprendimiento de las preo- cupaciones nacionales, ni dejar de conservar siempre en sus obras el carácter del gusto de sus compatriotas. Véan- se, por ejemplo, las pinturas de Rubens: todas las muge- res que pintó son de talla agigantada y demasiado gor- das; sin que pueda decirse que no fué su ánimo retratar la hermosura, sino solo representar la naturaleza cual la377 veia; si so examina su cuadro de las tres diosas disputan- do delante de Páris la manzana destinada á la mas perfec- ta en belleza, Rubens no pudo llevar otro fin en este ar- gumento, sino el de representar la hermosura misma. Ahora bien, en el cuadro vemos que Minerva, Venus y Juno, son tres gruesas flamencas con demasiadas carnes. Las primeras impresiones que hemos recibido, contri- buyen mucho á determinar nuestros juicios. Ciertas for- mas nos agradan toda la vida, porque fueron las primeras que nos gustaron desde la niñez, y que por primera vez afectaro» nuestros sentidos. Las amamos, no por per- cepción razonada de su hermosura, sino porque despier- tan en nosotros las sensaciones mas vivas que hemos es- perimentado y que tuvieron para nosotros todos los en- cantos de la novedad. Esta caura llega muchas veces has- ta el punto de hacernos encontrar un atractivo irresisti- ble aun en los defectos, y á producir en nosotros, gustos singulares y éstravagantes. Descartes conservó toda su vida una decidida propensión á las mu ge res bizcas, por- que lo fué la primera que supo mover su afecto. Queda pues, demostrada la imposibilidad de asegurar positiva- mente ¿en qué consiste La hermosura? SOBRE LA PERFECCION DE LAS FACULTADES INTELECTUALES, (Véase el número 8 página 177.) De la lectura.—El mundo está lleno de libros, pero hay infinidad de ellos tan malos, que jamas deberían haber sido leidos: ios hay también á millares que pueden ser buenos en su clase; pero que nada valen cuando al cabo de un mes ó de un año ha pasado la ocasión y el objeto Tom. ii. 48378 para cjue fueron escritos. Otros hay también de mucho va- lor en sí mismos para algún fin especial ó para alguna cien- cia en particular; pero cuya utilidad se reduce á las per- sonas que se dedican á ciertas clases. Por ejemplo, un teó- logo, un médico ó un comerciante, sacarán poquísimo pro- vecho de los enormes volúmenes que hay escritos sobre jurisprudencia, y un abogado poco adelantará con leer las obras de Hipócrates y A.vicena. Es, pues, de suma im- portancia para no perder el tiempo, que las señoritas me- xicanas, ansiosas de leer todas las obras que se les pro- porcionan, consulten antes con personas juiciosas é ins- truidas, ¿cuáles son los libros cuya lectura les será mas conveniente y provechosa? Las obras importantes de cualquiera clase que sean, de- ben leerse la primera vez como en sumario ó compendio, porque antes de todo, es preciso saber lo que promete aquella obra, y lo que puede esperar la persona que la lea del sistema y talento del escritor; por lo mismo con- viene leer el prólogo ó introducción de toda obra, por mas que se critique, y algunas veces con razón, la vacie- dad, monotonía ó generalidad de muchos de ellos. La segunda lectura debe por el contrario hacerse con dete- nida reflexión, y empaparse, por decirlo así, en lodo lo que ha querido enseñar el autor. En donde se encuen- tre algo nuevo, debe releerse el párrafo ó capítulo, y no pasar adelante hasta que nos sea familiar lo que antes ig- norábamos, y podría aseguraros, amables lectoras, que hay pocos capítulos de libros científicos dignos de ser leí- dos una vez, que no merezcan segunda lectura. A primera vista os parecerán muy difíciles algunos pun- tos, los que ya entenderéis mejor, después de leidos por se- gunda vez, pues á medida que los leáis, os familiarizaréis con las ideas y conceptos del autor, encontrando á veces379 en un capítulo posterior, la solución de diíicullades que tal vez os arredraron en alguno de los primeros. Si dos ó tres amigas se conviniesen en leer un mismo libro, y reuniéndose después en conversación, cada una de ellas manifestase su opinión y concepto sobre lo que babia lcido, entablando así una amigable discusión, no es fácil formarse una idea de la utilidad y adelantos que les proporcionada este sencillo método. En la lectura es necesario recordar siempre lo mismo que en la conversación, el recto fin que debe proponerse toda persona que quiere por estos medios perfeccionar su entendimiento, y que no es por lo mismo el de conocer y abrazar sin examen alguno la opinión del autor ó del interlocutor, pues si es necesario conocerla, debe tam- bién meditarse y reflexionarse sobre ella, examinando si está discorde ó conforme con nuestros conocimientos y observaciones, y en los libros no debe convencernos el nombre del autor, sino la evidencia de la razón y la fuer- za del discurso. La fuerza de nuestro entendimiento so- lo debe doblegarse á la fé cristiana y á los dogmas reli- giosos. Después de haber leido por segunda vez un libro cien- tífico, es muy útil á la perfección del talento, notar los defectos que en él se hayan observado, tanto con respecto á la doctrina del autor, como á la confusión, oscuridad de ideas ó digresiones inútiles que puedan encontrarse en la obra, baciendo ensayos en un papel de algunos pasages que contengan una nueva redacción, purgada de tales vicios, y á la que se agregue lo que parezca que el autor hizo mal en omitir. Al principio esta empresa no pue- de menos de ser difícil, pero observada algunas veces, se facilita con estraordinaria utilidad. Muchas de las reglas indicadas son tan comunes á la380 lectura como á la conversación; pero hay también otros medios para adelantar con la primera: si siéndonos útil un autor, es vicioso el método que sigue en sus espiracio- nes, puede rectificarse haciendo un análisis ó poniendo notas á la obra, ó bien recopilando lo que se halle mal distribuido en toda ella, y separando del mismo modo lo que parezca que no conviene reunido. Con tales ejerci- cios, mis amables lectoras, progresaréis sin advertirlo en la perfección de vuestro entendimiento, mucho mas, si después de concluido este trabajo, formáis un resumen de todos los conocimientos que haya adquirido desde que empezasteis á leer aquella obra, cuya suma advertiréis, que no ha sido tan corta, como creíais al principio. Me tomo la libertad de aseguraros, mis amables lecto- ras, enseñado por la propia esperiencia, que semejantes e- jercicios en la lectura aunque muy penosos el primer año de estudio y en los primeros autores que se leen; después son tales las ventajas que se palpan, y el gusto que se encuentra en los años siguientes de seguir este mé- todo, que quedan indemnizadas con usura las primeras incomodidades. Innumerables son las personas que leen mucho y apri- sa, y que con lodo, nada adelantan en ciencias ni cono- cimientos. Encantadas de las novedades que encuentran en la lectura, lo mismo que las que se divierten con cuen- tos ó con chismes, no pesan lo que leen, en la balanza dé su juicio, no meditan sobre ello, ni deducen sus conse- cuencias: una tras otra, cada una de las páginas del libro, va resbalando por sus dedos y pasando por sus ojos, acaso sin hacer mas impresión en estos que en aquellos. Es indispensable, por lo mismo, penetrar el verdadero sentido del autor de la obra que leemos y examinar to- das sus pruebas para juzgar entonces de la debilidad ó de381 la fuerza de sus opiniones, subiendo como por grados liasta el estado de poder discurrir, juzgar con acierto y aun imitar ó mejorar las obras de esos mismos autores. Incómoda, penosa es, ciertamente, la tarea de pesar y medir todas las razones y argumentos, y de remontarse hasta el origen de las cosas. ¿Cuánto mas descansado es admitirlo todo de buena í'é sin discutir, sin examinar? Pe- ro nuestras lectoras sensatas conocerán que al querer perfeccionar sus facultades, no tratamos de formar en- tes nulos ó mugeres superficiales, sino jóvenes instruidas con sano juicio y con entendimiento cultivado. Es una precaución muy oportuna no empezar la lectu- ra de un libro con prevenciones favorables ó adversas á su autor, porquesolo así se admiten las luces y las verdades, y se dejan Jos errores y sofismas. ¡Cuánto daño causa á la buena instrucción el que la mayor parle de los jóve- nes de ambos sexos, acaso antes de pedir un libro, tengan ya adelantado su concepto ó por la fama del autor, ó por voces vagas, por espíritu de partido, ó por lo que les dijo una persona que acaso no lo ha leido! Ni se crea que intentamos persuadir que no debe regir principio alguno sobre el modo de conocer y juzgar los libros, los hombres y las cosas. Por el contrario, creemos que para establecer sólidamente los fundamentos de cien- cia é instrucción en cualquiera materia, se deben leer y estudiar con entera independencia las obras que tratan de cualquier objeto que admita dudas ó discusiones razo- nables; y que la juventud especialmente no debe decidir- se por ninguna de las opiniones opuestas, ni mucho me- nos comprometerse á desechar las nuevas luces y descu- brimientos que pueda ofrecer la opinión contraria. Al leer los autores cuya opinión ó doctrina coincide con la nuestra, no debemos pensar que todos sus argu-382 mentos son sólidos: precisamente entonces es cuando conviene pesarlos mas, separar lo sustancial de sus razo- nes, del ornato y profusión de sus frases, y acrisolar de este modo la luerza de nuestra opinión ó conocer los pun- tos en que (laquea. Dejando á un lado toda vanidad y amor propio, si vemos que los autores contrarios niegan cosas que nos habían parecido palpables y fuera de toda duda, es preciso examinar con sinceridad si los argu- mentos que presentan destruyen los que nos sirvieron de fundamento para abrazar nuestra opinión, ó si tenemos otros que echen por tierra los de nuestros adversarios. Hemos hablado de los libros científicos; réstanos ha- cerlo de los de historia, poesía, viages, y de las obras de recreo ó diversión, entre las cuales colocaré los folíelos y periódicos en general, anticipando, desde luego, que para muchos de estos últimos, sobra una rápida lectura. En los libros de recreo se encuentran á veces muchas cosas que avivan el ingenio; pero el modo de sacar me- jor partido de ellos aprovechando el tiempo, es leerlos dos ó tres personas reunidas, que haciendo sus observa- ciones cuando encuentran algún párrafo que merece su atención, lo leen por segunda vez, ya para aprovecharse de las luces que encierre, ya para conocer y discutir los errores ó vicios que contenga. Guando la narración histórica es perfecta, y cuando brillan la belleza y buen gusto en la poesía y oratoria, entonces deben contarse en el número de los libros que exigen mas de una lectura. Siempre que el gusto y el placer se reúnen á la instrucción, muy embotadas tendrá sus facultades intelectuales el que se satisfaga con leer sola una vez semejante obra. Las jóvenes amantes del estudio, deben saber que los vocabularios, diccionarios y enciclopedias, pueden ser-383 virles de útilísimo auxilio: los nombres técnicos en ar- tes y ciencias, para saber su uso y aplicación: los nom- bres de hombres célebres, de paises, ciudades, rios &c. se nos familiarizan por medio de ota clase de obras; mas quien no las posea puede suplirlas preguntando á las per- sonas de mayor instrucción; pero formando siempre apuntes y sin dejar escapar ni en Ja lectura, ni en la con- versación una palabra nueva cuya significación no quede apurada exactamente. Ridículo seria contentarse con el nombre de los bue- nos escritores, sin haber estudiado sus obras. Es bastan- te común, sin embargo, en muchos jóvenes de ambos sexos, el creerse instruidos con sola la adquisición de va- rios libros cuyos títulos aprenden; pero no advierten que este es el oficio propio del librero, y que no es lo mismo enriquecer su biblioteca que su entendimiento. Con lle- nar sus estantes de buenos libros (*) y recorrer á lo mas el índice de las materias, se creen eruditas muchas personas v hablan con orgullo de los autores mas célebres; pero lo cierto es, que no pueden entrar en discusión sobre lo que estos escribieron, sin incurrir en mil necedades. Por grande que sea el número de volúmenes, será muy esca- sa la instrucción de quien los posea, mientras que por la lectura acompañada del estudio y la meditación, no se ha- ya hecho capaz de discurrir y juzgar con acierto sobre su contenido.—G. [*] Algunos se contentan con tenerlos de palo, sobre lo que recordamos el siguiente epigrama de un autor me- xicano. En su casa D. Gonzalo Tiene muchos libros bello» Pues; pero libros do palo, Alguno dice que en ellos Nunca aprendió nada malo..... Ni tampoco nada bueno.r 384 ¿--.i . editores del Semanario de Sañoritas Mexicanas.—Muy seño- res mios: ya que tuvieron vds. la bondad de incluirme en su aprecia- b'e Ssminario, porque hablé (nada científico) con relación á las letras Dominicales, quiero comunicar por el mismo conducto (si á vds. pla- ce) á mis paisanas, dos cositas que muchos dias ha m? enseñaron, y puede, la una de ellas, libertarlas de algún equívoco: á saber. Que en el año bisiesto, los dias 24 y 25 del mes de febrero, tienen ambos, ó ha de suponérseles, la letra fija F; al '26 G, y asi succesiva- ménte, para que toque al 29 C: que es la letra fija del 29 cuando no es bisiesto, y en el que el dia 25 conserva la G. La otra es una reglita para saber en un momento si fué, será, ó no, bisiesto cualquier año pasado, ó venidero que cite, y es la siguiente: 1842.—Su toma el pico 42: su mitad, 21, ¿son nones? pues no es bi- siesto: 43: su mitad 21 y medio: ¿nones? pues no es bisiesto: 44: su mitad, 22: ¿pares? luego es bisiesto. Se ha de esceptuar el año 1900, que no ha da ser bisiesto, como no lo fueron 1700 y 1900: la razón de es- ta eseepcion, no nos importa á las que no hemos de componer los ca- lendarios públicos, y bástenos saber que después del año 1900, será constante ó infalible la reglita de paros y nones ya ejemplarizada.— Se repite de vds. cordial apreciadora—La misma veracruzana. ■^■BOS antiguos contaban 7 planetas, 7 colores primitivos, 7 sabo- res, y 7 olores, 7 maravillas del mundo, 7 sabios de la Grecia, 7 so- lemnidades de los juegos del circo, y 7 generales destinados á la con- quista de Tobas: casi todos los pueblo? han dividido el tiempo en pe- riodos de 7 dias, y algunos geógrafos han sustituido á los 7 dias de la creación, 7 creaciones sucesivas; 7 son las notas de la música, y du- rante 7 siglos solo se han conservado 7 metales. Los griegos inmola- ban generalmente 7 víctimas: en la Biblia sa encuentra con mucha frecuencia el número 7, corno son las 7 iglesias, los 7 candeleros, las 7 lámparas, las 7 estrellas, los 7 sellos, los 7 ángeles, las 7 trompe- tas, las 7 plagas de Egipto, las cabezas de dragones con 7 diademas, las 7 semanas de Daniel, &c.: en el catolicismo se cuentan los 7 sal- mos penitenciales, las 7 alegrías y los 7 dolores de la Virgen, las 7 pa- labras que dijo Cristo en la cruz, los 7 dones del Espíritu Santo, los 7 gozos do Sr. San José, los 7 sacramentos, los 7 pecados mortales, los 7 vicios capitales, las 7 partes del oficio ú horas canónicas; y según un antiguo adagio, el sabio peca 7 veces al dia. Entre los ingleses 7 fueron las mugeres de Enrique VIII, 7 los obispos asesinados por Maria Tudor, y 7 las victorias ganadas á los Estuardos.—Un suscritor. L385 ACOSTO 17 M iUh HISTORIA ANTIGUA. LtilN la página 116 del primer tomo de este periódico, dividimos la historia antigua en diez épocas, de las que en el mismo número y en el 13, página 294 de este segun- do, nos hemos ocupado de la creación del mundo, del diluvio y de la vocación de Abraham; mas para pasar á la cuarta, que comienza en la salida de los israelitas del Egipto, nos resta indicar los acontecimientos principales que ocupan la historia sagrada de esa misma tercera épo- ca, la que dijimos comenzó cuatrocientos veinte y seis años después del diluvio y dos mil ochenta y tres de la creación del mundo. Desde la vocación de Abraham hasta la salida de Egipto, hay un periodo de cuatrocien- tos treinta años,, que es el que vamos á recorrer rápida- mente. Después de haber manifestado su fé de un modo tan heroico el padre de los creyentes, y de haber recibido del Altísimo el premio de su virtud con la conservación de Isaac, queriendo casar á éste, llamó á su mayordomo para que fuese al pais de Nacor, su hermano, con objeto de buscarle en su familia una muger. Este, para mejor desempeñar su comisión, estando sentado al lado de un pozo, dirigió sus plegarias á Dios, diciendo: «Las mozas del pueblo van á venir á buscar agua á la fuente: las pe- diré de beber: Inspirad ála que debe ser muger de Isaac, que me presente su cántaro y que me ofrezca también agua para mis camellos." Entre las mozas que salieron luego de la ciudad, ha- bia una muy hermosa á quien se acercó el mayordomo Tom. ii - c 17. 49386 y le pidió un poco de agua.—Con mucho gusto, le res- pondió ella bajando su cántaro, y luego que bebió le di- jo.—Quiero también dar de beber á vuestros camellos. El mayordomo le dió las gracias, y la preguntó como se llamaba: á lo que respondió, me llamo Rebeca y soy nie- ta de Nacor. Entonces el mayordomo le regaló una sortija de oro y unos hermosos pendientes. Rebeca corrió á su casa para enseñar aquel presente, porque sabia que una joven no debe aceptar regalos de los hombres sin permiso de sus padres. Laban, herma- no de Rebeca, se dirigió á la fuente y suplicó al mayor- domo fuese á alojarse á su casa. Este pidió en casamien- to á Rebeca para Isaac, y sus hermanos consintieron en ello, después de haberla preguntado si queria casarse con su primo Isaac, y que ella hubo consentido. Tal es el pasage que representa la adjunta litografía (1). Rebeca marchó con el mayordomo y se casó con Isaac, de cuyo matrimonio tuvieron dos hijos, Esau y Jacob. Era costumbre en aquellos tiempos, que el hijo mayor recibiese una bendición particular de su padre, y que después de su muerte heredase la mayor parte de sus bie- nes. Un dia que Esau habia estado mucho tiempo ca- zando, volvió con tanta hambre, que al ver un plato de (1) Este hermoso cuadro tic Claudio de Lorona, que se encuentra en la Galería real da Londres, presenta una escena deliciosa de pastoras y zagales, que celebran una fiesta campestre en una verdosa y florida campiña. Dejando sus vasos y ca- nastillos, saltan ligeros y alegres al son del tamboril, de pitos y de címbalos. Al la- do de algunos niño», se ve una pastora reclinada en su cayado, mientras otra que va á traer agua cargando su cántaro, se olvida de su peso al escuchar la música, y disfruta de la alegría general. A lo lijos se divisan algunos pescadores, un pastor que conduce ¿beber su ganado, y una banda de cazadores que acaba de entrar al valle. - ' . * Esta escena puramente pastoral se baila bosquejada en un clima vivificante, en que la naturaleza ostenta toda su abundancia vegetal, y el pintor como que se glo- ría en la amenidad que ha caracterizado SU hermosopaisage, inmortalizando su pin- cel. I/js árboles son de la forma mas hermosa, lo mismo que el ramage, y numero- sas cascadas embellecen las distancias. La luz, distribuida con artificio al través de la escena, brilla sobre !u rueda de un molino que está cerca del centro. [Traducido de la Galería Inglesa.]387 lentejas que Jacob había preparado para su comida, le pi- dió se lo cediese. —«De muy buena gana, respondió Ja- cob, si quieres cederme tu título de primogénito." Esau, goloso, sin reflexionar un momento, vendió su derecho de primogenitura por un poco de lentejas. Algún tiempo después, estando Isaac muy enfermo, quiso dar su bendición á su hijo mayor antes de morir. Rebeca, que sabia lo que había pasado entre los dos her- manos, dijo á Jacob, que se cubriese las manos con una piel de cabrito para que pareciesen semejantes á las de Esau, que las tenia muy velludas, y mientras que éste es- taba en la caza, condujo á Jacob junto á su padre, que nuiy viejo y además ciego, no pudieudo advertir el en- gaño, le dió su bendición. Luego que Esau volvió y su- po lo que habia pasado, se encolerizó mucho, arrepin- tiéndose de que su gula le hubiese privado de la bendi- ción que le estaba destinada como primot,rénito. Rebeca, que temía la cólera de Esau, y su venganza, aconsejó á Jacob se marchase á casa de su tío Laban, y así lo verificó al instante. Laban tenia dos hijas, Lia y Raquel, Jacob le pidió en casamiento á ésta; pero Laban solo consintió en ello con la condición de que le sirviese de criado por siete años. Habiendo consentido en ello Jacob, al cabo de aquel tiempo reclamó á Raquel, á la que no pudo conse- guir sino sujetándose á servir por otros siete años, al fin de cuyo largo término, cargado de riquezas volvió á su patria, logrando reconciliarse con Esau. Establecido Jacob con su familia cerca de Sichem, te- nia once hijos y una hija llamada Dina. Esta joven, de- masiado curiosa, quiso ir á Sichem para ver como estaban vestidas las mugeres de la ciudad, mas habiendo llamado su hermosura la atención del hijo del rey, este la robó.388 Los hijos de Jacob su preparaban para vengarse, cuando el rey hizo que se casase su hijo con Dina, no obstante lo cual, dos de ellos, Simeón y Leví, mataron al rey, á su hijo y ¡í los principales hombres de Sichem, haciendo prisioneras ¡í sus muge res. Guando supo Jacob aquella mala acción, su alma se llenó de terror, se apartó de aquel sitio, y se fué á vivir á Betel; que después se ha llamado Belén, en donde tuvo al último de sus hijos, habiendo muerto de resultas del parlo Raquel, por lo que le llamó Benjamín, es decir, el hijo de mi dolor. José era entre todos sus hijos al que mas quería Ja- cob, por cuya razón los otros le tenian envidia, y su aborrecimiento se aumentó cuando habiendo cometido una mala acción, José dió parte de ella ;í su padre. Un dia, José dijo á sus hermanos haber soñado que ocupados todos en formar haces de trigo, el manojo su- yo estaba derecho, y los otros se inclinaban delante de él. Otra vez les contó haber soñado que el sol, la luna y on- ce estrellas, se postraban ante de él; mas sus hermanos, creyendo que les contaba aquellas cosas por orgullo ó so- berbia, se quejaron á Jacob, quien lo riñó, pero no contentos con esto, reunidos una vez que lo habia en- viado Jacob para saber como estaban, detei minaron ma- tarlo. Rubén, que no era tan malo como los demás, les indicó seria mejor echarlo en un grande hoyo que habia allí cerca, y dejarlo morir de hambre. Al indicarles esta ¡dea, pensaba volver de noche y extraerlo déla cisterna, pero durante su ausencia, los demás hijos de. Jacob, vien- do pasar unos mercaderes que iban á Egipto, sacaron á .losé del hoyo y lo vendieron como esclavo. Guando Rubén llegó por la noche para libertar ;í José, se aflijió mucho de no hallarlo, pero sus malvados her- manos, que se habían quedado con la túnica de José, la389 mojaron en sangre y la enviaron á Jacob, diciéndole que una iiera liabia devorado á su hijo. Entretanto, los mercaderes que habian comprado á Jo- sé, le vendieron á un gran señor de Egipto llamado Pu- tifar, cuya muger quiso obligar á José á que hiciese traición á su amo; mas furiosa, por no haberlo logrado, lo acusó á su mando de haberla querido seducir, de cu- yas resultas José fué puesto en la cárcel. Allí estuvo mu- cho tiempo, y su virtud y buena conduela le grangearon la amistad de todos los que se hallaban encerrados con él. Habia en la cárcel dos oficiales del rey Faraón, que rei- naba entonces en Egipto, su copero y su panadero ma- yor. Un dia, dijo el primero á José, que habia soñado que exprimiendo unas uvas, el rey habia bebido de aquel jugo. José le dijo que su sueño indicaba: que el rey le perdonaría y le volveria á su empleo, suplicándole que hablase al rey en su favor, porque estaba inocente. El panadero también manifestó á José, que habia soñado lle- var en la cabeza una cesta de panecillos, de los que, ve- nían á comer los pájaros. José le respondió, que aquel sueño queria decir: quesería ahorcado y comido su cuer- po por las aves. Los pronósticos de José se cumplieron esactamentc; pero cuando el copero estuvo en la corte, se olvidó de su amigo, que permaneció en la cárcel, has- ta que un sueño del rey vino á recordárselo. Faraón soñó una vez que veia siete vacas hermosas y gordas, á las que devoraron poco después otras siete fla- cas y macilentas. Ansioso solicitaba quien pudiese de- cifrarle su sueño; pero no encontrando quien lo hi- ciese, el copero se acordó de José, que fué llevado á la presencia de Faraón, y le dijo, que las siete vacas gor- das significaban: que durante siete años habría mucho trigo, y las vacas Hacas que devoraban á las gordas, indi- caban que seguirian otros siete años de esterilidad.390 El rey dijo á José: puesto que has conocido el mal, pre- ciso es-que pongas tú el remedio, á cuyo efecto haz lo que quieras en mi reino: José hizo edificar grandes trojes don- de guardó lodo el trigo sobrante por el espacio de siete años, durante los cuales nadie sabia el objeto de tan gran- des provisiones; pero cuando se conoció la escasez en los años siguientes, todos elogiaban su sabiduría. Faraón le to- mó mucho alecto, le llenó de riquezas v honores, y le hi- zo el señor mas grande de su reino. ¡Cuan admirable es la Providencia que así se sirve de las desgracias de José, para elevarlo! El hambre se había estendido hasta el pais que habita- ba Jacob, cuya numerosa familia carecía de pan; mas sa- biendo que se vendía en Egipto mandó á sus diez hijos, quedándose solamente con Benjamín. Cuando se pre- sentaron delante de José, este los conoció al momento, mientras que ellos no le conocieron; entonces querien- do probarlos, les dijo que eran espías, y que no creeria lo que le referían de su familia, mientras no le llevasen al hermano menor, que aseguraban haber quedado con su padre, permaneciendo uno de ellos en rehenes. Volvie- ron pues, los nueve hijos de Jacob, y cuando al llegar va- ciaron sus costales de trigo, se admiraron al encontrar dentro de ellos el dinero que habian dado para pagarle, porque José había mandado lo ocultasen entre el trigo. Cuando contaron á Jacob lo que les había sucedido y le dijeron que debían llevar á Benjamín, dijo resueltamen- te no consentiría en ello; sin embargo, habiéndose con- sumido el trigo que habian traido y jurándole á Jacob su hijo mayor, que moriria antes de que Benjamín sufriese el mas leve daño, se decidió á dejarle marchar. José se alegró mucho cuando volvió á ver ¿Benjamín, mandó buscar á Simeón á la cárcel, y previno se dispu-39! siese un banquele; mas al acordarse de su padre, no pudo contener sus lágrimas y tuvo que retirarse de la me- sa para ocultar su enternecimiento, dando orden de que sirviesen á Benjamin una porción cinco veces ma- yor que á los demás. Al dia siguiente el mayordomo de José Ies dió el trigo que habían pedido y los despi- dió; pero al mismo tiempo, de orden de su amo, hizo ocultar en el saco de Benjamin una hermosa copa de oro. Guando estaban ya un poco distantes, el repostero cor- r'o tras ellos acusándolos de ladrones, por haberse lleva- do una copa de oro. Todos respondieron:—Os juramos que no hemos hecho esa mala acción: registrad nuestros sacos y si halláis la copa, consentimos en quedar esclavos. Entonces los criados de José se pusieron á vaciar y re- volver los sacos, y encontraron la copa en el de Benja- min: todos los hermanos cayeron en una gran desespe- ración y fueron conducidos delante de José, quien les dijo:—Podria tomaros á todos por esclavos; pero como no seria justo que los inocentes sufriesen por el culpa- ble, quedará Benjamin, y los demás podréis volveros. Judas, uno de ellos, se puso entonces de rodillas á los piés de José y le dijo:—Señor: os suplico que rae permi- táis quedar de esclavo en lugar de Benjamin, porque si nuestro padre nos viese volver sin él, moriria de pena; y mas quiero sufrir las penalidades de la esclavitud, que ser testigo de su dolor. Al ver José los buenos sentimientos de sus hermanos y el cariño hácia su padre y hacia Benjamin, no pudo ya contenerse: mandó salir á todos sus criados y descubrién- dose á sus hermanos, les dijo:—Soy José vuestro her- mano á quien habéis vendido; pero no tengáis temor al- guno, pues os he perdonado hace mucho tiempo. Dios lo l'a permitido todo para que hoy pudiera daros pan. Cuando el rey Faraón supo que José había vuelto á392 encontrar á su familia, se alegró mucho y le dijo:—To- ma carretas y bagajes, y envia á buscar á tu padre: quie- ro que venga á Egipto con lodos sus hijos, y le daré un hermoso pais para que viva en él. José dió gracias al rey y después de haber llenado de regalos á sus hermanos, les dió carros para que condujesen á Jacob. ¡Guán hermoso es el ejemplo que nos dá José, mis amables lectoras, pues que en vez de vengarse de sus her- manos, no trató sino de hacerles bien y de procurarles su felicidad para todo el resto de sus dias. Esta noble conducta os enseñará á no vengaros nunca de los daños ó agravios que hayáis recibido, procurando mas bien per- donar y favorecer á los que hayan querido perjudicaros. Guando los hijos de Jacob llegaron á la casa de su pa- dre le anunciaron con júbilo que José no habia muerto, y que por el contrario, era la segunda persona del rey de Egipto. Tardó mucho Jacob en creer tan buenas no- ticias; pero asegurado de ellas y viendo los regalos de su hijo, dió gracias á Dios, y se dispuso á marchar. Alegre José cuando volvió á ver á su padre, se lo pre- sentó al rey, á quien dijo Jacob:—Tengo ciento treinta años, y mi vida ha sido corta y desgraciada. El rey le contestó que esperaba que el resto de ella seria dichoso en el pais que le daba para que lo habitase con sus hijos. Vivió todavía algunos años, y antes de morir pronosticó á cada uno lo que debia suceder á sus descendientes. José vivió también muchos años, y como presagiaba que los israelitas debian salir algún dia del Egipto, pidió á sus hi- jos se llevasen sus huesos y los colocasen al lado de los de Jacob en el sepulcro de sus padres. El resto de los acontecimientos de esta época notable, están comprendidos en la historia de Moisés, hasta que el pueblo de Dios salió de Egipto, pero ella será el objeto de otra lección.—/. G.393 una de las montañas de Asturias, se encuentra un pequeño pueblo, llamado Careja, en un llano rodeado de rocas con todo el aspecto de una posición militar que la naturaleza misma parece se empeñó en hacer inexpug- nable, sembrando alrededor de ella todos los obstáculos que pueden oponerse á la marcha y á las operaciones de un cuerpo de ejército. Acaso á estas mismas ventajas de- bió Ja de escaparse de la atención de los partidos que des- trozaban á la España á fine1» de 1822. No obstante su corta distancia del camino que conduce á la frontera de Portugal, los tiros de los fusiles se babiari oido muchas veces en las gargantas de las montañas vecinas, pero su ruido jamas habia llegado hasta Careja, y sus felices ha- bitantes preservados hasta entonces de los horrores de la guerra, vivian tranquilos, aunque no sin temor de verse alguna vez privados de tan singular privilegio. Entre las ruinas que componían aquel lugarejo, había una que se elevaba mas alto que las otras, y cuyo techo presentaba el lujo de una azotea de ladrillos coronada de un pequeño cono, alrededor del cual se veian volar dos ó tres pares de pichones. Esta era la habitación de un venerable hidalgo, llamado Segismundo Gómez de Bas- tos, arruinado por la primera invasión de 1810, v á quien de una numerosa familia, solo le habia quedado una hija de diez y seis años, fresca como las flores déla montaña, ligera como las cabras que la seguían en la ladera, é ino- cente como los ángeles, cu^a belleza conservaba. Es preciso decir que Inés (así se llamaba el hermoso tom. ir. 50394 serafín de Careja), era á la vez el consuelo, el orgullo y el amor del buen anciano que habia concentrado en ella sus afecciones todas, todas sus esperanzas y aun los re- cuerdos de su viejo corazón. Inés, tiernamente minia- da por su padre, rodeada del respeto y consideraciones de sus vecinos y de la amistad de sus compañeras, vivia di- cbosa en la modesta mansión de su familia, y el reflejo de su buen luí mor vivificaba de tal modo aquella pobre y des- truida casa, que el escelente hidalgo casi habia olvidado- sus antiguos pesares, y lodos los dias daba gracias á la Providencia de la felicidad que prodigaba á sus últimos años; pero el azote mortal que desolaba España parecia que por encima de las nubes soplaba la guerra civil, y que ninguna habitación de aquel pais desgraciado, por so litaría y miserable que fuese, se escaparía del contagio. Un dia que Inés se paseaba triscando en un pequeño bosque situado al lado de la montaña, oyó algunos tiros seguidos de gritos semejantes á los que dan los cazadores persiguiendo la caza. La joven persuadida de que algu- nos habitantes de los pueblos cercanos seguían el rastro ile una cabra ó de algún conejo, echó á correr en la dirección del ruido, á fin de gozar de aquella diversión; habia llegado ya al lugar mas espeso del bosque, cuando oyó una especie de gemido. Inés se detiene de pronto y dirige sus miradas investigadoras por si encontraba el ani- mal herido y refugiado acaso por allí cerca. Por segunda vez escucha el quejido, y cuando se ocupaba de desemba- razarse de las ramas de los árboles que impedían sus in- vestigaciones, la sorprende un estraño terror, reconocien- do en el gemido una voz humana, y percibiendo al mis- mo tiempo sobre la yerba á un joven que con el dedo so- bre los labios le suplicaba guardase silencio. «Vos me perderiais, dijo el desconocido cuando habia395 pasado el primer momento de temor y de sorpresa. Ha- ce dos horas que huyendo de una partida de realistas que me persiguen, he entrado á este hosque: si me encontra- sen, mi muerte seria segura. —Callad, le interrumpió la joven, parece que se acer- can hácia este lado!" Inés se apresuró á cubrir con las ramas el hueco que había abierto, y se dirigió á algunos hombres que se acer- caban á aquel lugar. Cuatro ó cinco soldados sofocados de una rápida carrera se acercaron á ella bien pronto pre- guntándole si había visto un hombre que huia hácia la montaña. «Le he visto, respondió con firmeza, y mintiendo aca- so por la primera vez de su vida: pero iba corriendo al contrario, como si se dirigiese al camino de la frontera..." Los soldados sin replicar una palabra, echaron á cor- rer en la dirección indicada, y al cabo de algunos minu- tos quedó el bosque tan silencioso como de ordinario. «No temáis ya, dijo la joven entreabriendo las yerbas que ocultaban al fugitivo; acabo de ver á los soldados que se han encaminado al valle; podéis levantaros, y si no tenéis asilo, yo conozco una persona que podrá reci- biros en su casa." El joven en lugar de responderle, apenas pudo levantarse y le enseñó una de sus piernas atravesada de una bala y cubierta de sangre. «¡Jesús, gritó la joven temblando, vd. está herido'- Pe" ro si me aguarda, voy corriendo al pueblo, porque no tendría fuerzas para sostener á vd., y dentro de pocos momentos volveré á socorrerlo." Sin esperar respuesta y con el corazón palpitante, corre con la rapidez de una flecha el espacio que la separa de su casa, y cuenta a su anciano padre que un hombre herido por los soldados re-396 clama su asistencia. El buen Segismundo, sin calcular las resultas que podia tener su beneficencia, no duda un momento y marcha en auxilio del desconocido, acom- pañado de algunos paisanos basta el bosque, de donde conduce á su casa al pobre herido. Este se llamaba Juan Borgues de Silva, y era uno de los gefes subalternos de los patriotas insurgentes. Su he- rida, que no presentaba ninguna gravedad, fué curada muy pronto, y el reconocimiento que le inspiraba el esmero cuidadoso de Inés, cambió en un sentimiento mas tierno, que no tardó en exitar en el corazón de la virgen, una pasión tanto mas peligrosa cuanto que se en- tregaba á ella con el candor de una alma que aun no se conoce á sí misma. El viejo Segismundo no percibió el riesgo que amena- zaba á su hija, sino cuando ya no era tiempo de evitarlo, y cediendo á las instancias de los dos jóvenes, unió lloran- do la sencilla mano de su hija á la del impetuoso partida- rio de las Cortes, quien al cabo de algunas semanas, mar- chó con su esposa, dejando tristes y afligidos en eslremo á todos los habitantes de Careja. El venerable anciano abandonó su antigua mansión, vegetando durante algunos meses en una especie de estu- por que participaba tanto de la indiferencia como de la desesperación. Privado de las caripias de su hija á que estaba acostumbrado, consumó bien pronto el resto de una existencia tan debilitada ya por sus desgracias ante- riores. El marido de Inés sufrió como tantos otros, los cam- bios de una lucha desigual y fué hecho prisionero en un encuentro con las tropas francesas. Su vencedor en aten- ción al valor que le había visto desplegar en el combate, se interesó por su suerte; pero su recomendación si fué397 suficiente para salvarle la vida, no fué bastante para pre- servarlo de los rigores de una detención perpetua. En cuanto á Inés, después de haber agotado toda especie de súplicas en favor de su desgraciado marido, tuvo que ir á reunirse con algunos parientes de #g^#oder invicto, Apoyos de tu trono Son la verdad y el juicio. Guarido í insultarnos vengan Esos pueblos inicuos, Y pregunten con mofa Do está tu domicilio. Diremos:—En el cielo Mora Dios de continuo: Con su poder inmenso Produjo cuajito quiso. No así los simulacro!) Del ciego gentilismo, Forjados de oro y plata A golpe de martillo, Labios tienen y no hablan, Sus ojos nada han*visto. Ni gozan los aromas Que exhala el sacrificio. De fauces siempre mudas, De pies siempre tullidos, Tienen manos sin tacto, Y sin oir oídos. Es a ellos semejante El necio que los hizo, Y pone su confianza En troncos sin sentido. Mas el pueblo, que dócil Sigue al Señor, propicio Sobre él derrame el cielo Su luz y sus auxilios. Si en el Eterno espera, Si le adora rendido, Si obedece sus leyes Con corazón sencillo, Entonces á su sombra Descansará tranquilo, De bienes abastado Y de virtudes rico. Nunca su pueblo caro Entregará al olvido: El es constante objeto De todos fus cariños. Sobretodos derrama Tesoros infinitos, Y su favor alcanzan Los grandes y los chico». Al justo favorece Con dones esecsivos, Iiogrando sus piedades Los hijos de sus'hijos. Los que seguís constantes Las sendas y caminos Del Dios de ciclo y tierra, Seáis siempre benditos. El reina coronado Allá sobre el empíreo, Dejándonos del mundo El cetro y el dominio. Danos, Señor, aliento Para cantar unidos Acordes alabanzas, Y reverentes himnos. No con un golpe cortes De nuestra vida el hilo; ¿Quién cantará tu gloria En rl sepulcro frió? Mientras aquí vivamos, Señor, te bendecimos: Después te gozarCmos Por siglos infinitos. Por.sus bf. D. José .(. Pesado.424 SOBRE LA PERFECCION DE LAS FACULTADES INTELECTUALES. (Véanse los números 8 y 16 de este lomo, pigirui 177 y 377.) Juicio que debe formarse sobre los libros.—Corta es la vida humana y demasiado precioso el tiempo para po- der leer por entero un libro nuevo, con el solo fin de sa- ber si es digno de ser leido. Como los títulos suelen prometer mas de lo que el libro cumple, y como los au- tores abusan á veces de su fama, al mismo tiempo que un autor nuevo puede ser tan bueno como cualquiera otro de los ya conocidos, solo podemos aconsejar á nuestras amables suscriloras que recorran el índice de materias, que escojan los capítulos que les parezcan mas interesan- tes, y que pesen las verdades y razonamientos que con- tengan á fin de conocer si predominan el error, la tribia- lidad y la inesactitud: y si en el examen de algunos de sus capítulos nada encuentran que aprender, pueden de- jarlo al momento para ocuparse de otros. Pero con el objeto de no inducir á nuestras señoritas á un engaño, agregaremos algunas advertencias. Si un trata- do está de acuerdo con nuestros principios, y si sostiene nuestras opiniones, solemos aplaudirlo aunque no sea mas que mediano. Al leer un escrito sobre materias que no entendemos, pero que de algún modo nos halaga, lodo nos parece sublime, no obstante que si consultásemos á las personas científicas en aquel ramo, nos dirian tal vez que el libro no merece ser leido. Por el contrario, cuan- do teniendo bastantes nociones de una ciencia, se nos presenta un libro exelente con acertado método y claras definiciones para aprenderlo, como nada nuevo encon- tramos en él, no reparamos en despreciarlo y en calificar-425 lo de común y vulgar, olvidándonos de que tres ó cua- tro años antes lo hubiéramos admitido como una precio- sa joya. De este modo, tanto las personas ignorantes como las instruidas, se hallan espuestas á errores y preocupa- ciones al formar juicio sobre el mérito de los libros. No deja de haber en el Bello sexo cierta clase de per- sonas de carácter indócil y orgulloso, que quisieran ser sabias sin tener el trabajo de aprender, y que deciden de un libro solo por el título, por el prurito de que no se diga que ignoran cosa alguna de las que saben las demás; si á esta índole dominante se añade la de ser ricas ó la de haber tenido una educación esmerada, entonces llegan á creer que el saber puede infundírseles sin trabajo y estu- dio, y no vacilan en criticar, aplaudir, despreciar ó ala- bar las cosas á primera vista, dando su voto decisivo en todas materias, sin presentar otros títulos de su aptitud y suficiencia, que su vano orgullo, su posición social ó sus riquezas. Un pernicioso influjo suele dominar en ambos sexos al tiempo de juzgar los escritos ágenos. Por secretas mi- ras de vanidad ó de envidia, se oye tal vez á algunas per- sonas vilipendiar el mérito de cualquiera obra; pero al querer indagar las razones de su severidad, «e reducen tal vez á dos ó tres errores leves ó á que el lenguaje ó la espresion no se avienen á su gusto ó á su genio. Momo por ejemplo, sostiene que el Paraíso perdido no es un buen poema, y que se ha querido dar á Milton mas mérito del que realmente tiene, dando por única razón de su invec- tiva algún verso que ha encontrado demasiado tribial ó algo incorrecto. Es necesario siempre hacer prudentes distinciones para juzgar de las cosas humanas; pero la envidia condena por lo comun'en masa. Esla pasión es una planta cuyas Tom. ii." 54426 raices están entretejidas en la naturaleza humana, y que tiene una acción vigorosa aunque ;í veces imperceptible, á la cual no resisten ni las personas mas recomendables por su prudencia y nobles sentimientos. Rarísimo es el que puede soportar los aplausos que se tributan á un au- tor de mérito, especialmente si es contemporáneo y de su misma profesión. Así notareis, mis amables suscrito- ras, que hay personas que se desviven por encontrar las mas leves faltas en una obra, buscando la ocasión de denigrarla: que se usa con frecuencia rebajar el mérito de un escrito por bueno que sea, atacándolo con mordaz crítica, sin dominar su envidia ni perdonar al autor sus leves fallas, en recompensa de lo bueno que se encuen- tra en sus escritos: y por último, que no falta quien aplau- da en general un artículo con mentirosa apariencia de in- genuidad; pero que sus malignas observaciones poste- riores aniquilan completamente sus primeros afectados aplausos. Varias reflexiones pueden corregirnos de la envidia: calcúlese imparcialmenle si las bellezas y primores de la obra que se critica, superan mucho á sus defectos: me- dítese que no hay obra humana sin defectos, y que sí un autor ha escrito cosas de mucho mérito, en lugar de des- velarse el crítico mezquino en anotar sus leves faltas para contribuir á la utilidad común, podria dedicarse á escri- bir un tratado mejor que el que da pávulo á sus celos, y entonces se conocería la nobleza y finura de su crítica. Ante el público, casi siempre deseoso de la sátira y de la impugnación, un maligno pedante podrá acumular pá- ginas llenas de epigramas y de sarcasmos, contra el er- ror verdadero ó supuesto de un exelente autor; pero si en lugar de un público veleidoso, quisiese justipreciar un profundo censor la producción del audaz crítico, no en-427 contraria otro arbitrio mejor que el de obligarle á escri- bir y publicar otro tratado sobre el mismo asunto. En- tonces se conocerla la nulidad del juicio del pedante, quien aprenderla á respetar las agenas producciones que no podia igualar. El genio mas raquítico encon- trará algo que tachar en la obra mas acabada; pero cuan- do de la mas nimia objeción, de un insignificante olvi- do, se quiere tomar motivo para declararse contra un autor de mérito., ó contra una obra admirable, es prue- ba de que dominan la mezquindad de espíritu y la mi- serable envidia. Se comete también con frecuencia el error de aplau- dir ó de rechazar en globo toda una obra cuando realmen- te tiene capítulos que merecen mucho aprecio, á la vez que otros acreedores á muy severa crítica, y así en lugar de una acertada distinción, se da un fallo injusto en per- juicio del autor y del público. Milton por ejemplo, es un genio inimitable, todo el mundo le hace justicia: su Pa- raíso perdido es una producción gloriosa que rivaliza con las mas célebres de la antigüedad; pero esto no obsta pa- ra observar que lo sublime de sus sentimientos, la belle- za y la fuerza de su espresion, no están siempre sosteni- das con uniformidad, y que hay algunos versos en cuya frialdad podría decirse que el poeta quiso descansar y re- ponerse del fogoso ardor de los anteriores. En resumen, para dar importancia al juicio que oigáis, señoritas, que otra persona forma de un libro, será preciso reflexionéis si es juez proporcionado y bastante para dar su fallo, y si procede imparcialmente ó dominado acaso por secre- tos intereses ó mezquinas pasiones.428 m\ IMAGINACION Y YO. imaginación es como la hojilla de un árbol que cor- re, salta, va y viene con la ligereza de una mariposa; si yo tuviese un hijo con tanta petulancia y vivacidad, le azotaría treinta veces al dia; pero mi imaginación me do- mina y se burla de mis graves reconvenciones; en vano le digo: ven acá, estáte ahí; yo pierdo mi tiempo y ella quiere seguir á cada instante el sendero fertilizado por la razón, la ciencia y el ingenio; después se vuelve al mo- mento á jugar con una mosca; recorre con horror sobre los restos ensangrentados de la corrupción y del crimen, al paso que se divierte en deshojar las flores; ya se preci- pita en los vastos abismos, ó ya quiere penetrar los secre- tos del cielo v de la tierra; unas veces se lanza en los es- pacios imaginarios, y otras intenta recorrer los límites del mundo y de la naturaleza; y no se esponeá tantos riesgos sino solo por hacerme decir alguna tontería. Yo me aburro, me impaciento, procuro fijarla, retenerla cauti- va: imposible, ella se me escapa, se echa á correr por los campos y se rie de los esfuerzos que hago para domar su turbulento humor; en vano este le ha causado mil disgus- tos, inquietudas y tormentos: nada es capaz de corregir- la. Yo creía que envejeceria conmigo y que la edad le daria alguna calma y algún juicio; pero la edad si la ha hecho triste, pálida y fatigada, no ha logrado convertir- la en menos ligera y vagabunda. Ni aun la misma vista de un sepulcro puede distraerla de sus hábitos errantes, y cuan do la paseo por las hileras silenciosas de Jos sauces llorones de un cementerio, escucha con placer el canto de los pájaros y examina las flores que nacen al pie de las tumbas.429 Esta imaginación aturdida que se dejaba deslumhrar en mis primeros años por la claridad del dia, y que no veia todo lo que se presentaba á mis ojos sino revestido siem- pre de colores celestiales, no puede hoy decidirse á cami- nar oscuramente en el silencio de mi soledad: quiere ha- cer del sábio, medir el poder de las pasiones, numerarlos desvarios del espíritu y sondear los pliegues mas profun- dos del corazón. ¿Qué haré con esta indomable enemi- ga de mi reposo que sin cesar me engaña, me arrastra y enagena? Débil y enfermiza me veo precisada á some- terme á sus despóticos caprichos y sufrir las consecuen- cias de sus veleidades. Yo le diria: mi querida, hace cin- cuenta años que me ocupo de tu educación, tú has sido alimentada por la desgracia, y ella también te ha dadosé- rias lecciones; si no eres sabia, no es por falta tuya ni mia, te he predicado bastante y tú has agolado toda mi retó- rica: convengo en que á veces me has prestado algunos servicios; que sin tí no habría podido disipar los negros vapores que el infortunio ha aglomerado sobre mi cabe- za; que me has preservado de los riesgos del naufragio, trasladándome sin cesar lejos de los lugares donde trona- ba el rayo, á la vez que cuando la insensibilidad y la in- gratitud de mis semejantes me hacían encontrar un árido desierto, en medio del mundo, tú me llevabas á viajar á las regiones habitadas por los ángeles, donde esperaba en- contrar la paz y la felicidad: siempre conservaré la me- moria de estos ligeros beneficios, y los consejos que voy á darte son la mejor prueba dé mi gratitud. Recuerda, imaginación mia, mi bella amiga, que ya no tienes ni los encantos ni la frescura déla juventud; que eres pequeña y mezquina, que tu andar es vacilante, tu voz cascada y tus ideas sencillas y comunes: que vas á descarriarte sin guia en un camino en que á cada paso tropezarás, causando risa430 á la multitud ó cubriéndote de ridículo: para agradar en el dia, es necesario que una imaginación se muestre firme, vigorosa, sombría, atrevida y terrible- que sus acentos sean varoniles, sonoros y retumbantes, que no se presente sino vestida de negro y de color de fuego, la frente cargada de brillantes ó de frescas flores; y tú, pobre, insensata cu- yos adornos son pajizos y cubiertos de polvo, ¿qué po- drás inspirar sino miedo ó terror: cuando quieras reírte las lágrimas saldrán á tus ojos, y para espresar tu cólera, no tendrás dientes que rechinar? Pero ya oigo que me respondes, que entre los espinos que se pisan en un terre- no inculto, suelen también encontrarse plantas saluda- bles; que el sol que no ha brillado en lodo el dia, puede ejercer su dulce influencia al través de las nubes de la tarde: que por otra parte el siglo en que vivimos es tan indulgente, que concede la palabra á todo el mundo: que á cualquiera le es permitido emitir libremente sus pensa- mientos; y por último, que tú, imaginación mia, has que- rido á tu vez gozar de esta preciosa prerogativa. Ya te he repetido, le contesto, que únicamente la juventud tiene derecho á reclamar este privilegio, que para hablares ne- cesario ser orador, que cuando se piensa mal es indispen- sable pensar para sí solo, y que los viejos deben hoy re- ducirse á escuchar, admirar y callar. —Pues seguramente yo no haré esto último, me res- pondió la impertinente, puesto que no se dejan vegetar los arbustos, sino con la esperanza de que embellezcan alguna vez los valles, y que el anciano marinero suele calmar el disgusto de los viageros cantando sus antiguas baladas. Mi imaginación es incorregible; veo que jamás se ren- dirá á la razón, y conservará eternamente sus pretensio- nes estando como está persuadida, de que se hace agrá-431 dable á todos los que escuchan sus sentencias anticuadas 3r sus viejos proverbios, mezclados con añejas historias, ^^^^—-—- ENSAYOS POÉTICOS ©3 TOS? OA2aVAE)(D)]E IBIIEMWBS^ Mi! <8M8£W®° un juicioso análisis do esta obra que acaba de publicar en Madrid la Gace. ta del 12 de abril copia tres trozos como muestras del estilo y perfección de este poeta, quo no dudamos leerán con gusto nuestras amables suscritoras. k El arranca del sol los rayos rojos Mi Dios es el Criador, bajo su planta Que demandan las mieses del verano: Lanzando pura luz, blanda armonía, Y desde el hombro al mísero gusano Por medio de la bóveda sombría Vida y amor y sentimiento dan. Esos millares do universos van. El desde el carro de la blanca luna464 Vierte á la flor el plácido rocío; El lleva el paso del corriente rio Hasta los brazos de la inmensa mar. A sus miradas, lánguida la fuente Brota del monte en la florida falda; Y £1 arroja en sus ondas de esmeralda Virgen violeta, Cándido azahar. A su voz el frenético torrente Entre las altas rocas se despeña; El tímpano de hielo de la breña Se desprendo con fúnebre clamor. Flota a su soplo la purpúrea nube, Del cielo en el azul tranquila nave, Y la brisa aromática y suave Duerme en el cáliz de la amante flor. De mi Dios contemplando los portentos, No aguardando decretos de venganza, Angeles mil radiantes de esperanza Giran en torno al místico dosel. Y las flores, el aura silbadora, El tronador torrente, el claro dia, Exhalan sus pcrfümes, su armonía Su clamor y sus luces para EL.... n. Deja brillar, mi señora, Tu lindeza y donosura para mí: Ca tu amante que te adora Plañendo su desventura finca aquí. ¡Noble dama! en los torneos, En las justas me seguía tu mirar: E luego ardiendo en deseos En los jardines te oia sospirar. Y en tanto que yo te adoro Tú no tienes en membranza mi dolor. En las justas, contra el moro, Honra y prez ganó mi lanza por tu amor. ¡Abra tu mano esa reja! Del caballero te guardas que te adora; Oyes empero mi queja, ¡Y tú tardas, y tú tardas mi señora! Delante de otra donccla No dobló la su rodilla mi trotón. La divisa mi escarcela De otra dama non mancilla ni mi airón. Non hayas pena ninguna: Yo aplacaré, mi señora, tu desden. La noche vuela y la luna Palidece ante la aurora; ¡ven, ay, ven! LOS RELEITES. Crecen dos palmas su ramaje alzando En orillas opuestas de un torrente, Sin juntar nunca su follagc ardiente Sin unirse jamas, mas siempre amando. Crecen, sus frentes tristes inclinando, Hasta que airado el ábrego inclemente Las sepulta á la par en la corriente Juntos sus troncos á la mar llevando. Así también tu suerte d« mi suerte Separa ¡oh Julia! piélago enemigo, Y muero solo, y mísero sin verte; En vano en mi delirio te persigo, Que en las espesas sombras de la mucrli- La tumba sola me unirá contigo.465 VIAJES HECHOS ULTIMAMENTE A XOS MARES POLO SJORTE. Ístas dos espediciones las ordenó el gobierno ruso pa- ra determinar la existencia de un continente en el Polo- Norte, y aunque ni con la una ni con la otra se consi- guió el fin, se logró por lo menos reconocer todas las costas que ya estaban descubiertas, porque por todas par- tes estaba el mar obstruido de hielo y formando una lla- nura llena de obstáculos. Pasarla en trineos ó pene- trar, aun en verano, por los témpanos flotantes, era imposible. Si se lia malogrado el objeto principal de la espedicion, ha servido por lo menos para enriquecer con- siderablemente el depósito de las noticias geográficas. Von Wraugell, capitán de la segunda, no es á la verdad uno de aquellos viajeros que cruzan rápidamente un pais sin estudiar la historia y las costumbres del pueblo que le habita: al contrario, su aptitud natural fué laque deter- minó el gobierno á elegirle. A. la verdad, pudo ejercer á su satisfacción su carácter observador, durante los lar- gos inviernos de latitud septentrional, en que la natura- leza entera parece muerta, y durante esos veranos tan cortos, en que la vejetacion se apresura de un modo tal, que los ojos y los oidos pueden seguir sus progresos. So- lo la primavera era favorable á las escursiones del intré- pido viajero. En esta estación la temperatura se ablan- da y el hielo es aun bastante firme para aventurarse á marchar por él; y estos peligros eran los que buscaba con ansia Von Wraugell. A fin de aumentar las probabili- dades de un éxito feliz, no llevó consigo sino el bagaje Tom. u. 59466 y las provisiones puramente indispensables, como son: un poco de aguardiente, algunas medicinas y te, que es la única bebida de la tripulación, que la esperiencia lia manifestado ser la mejor. La gente que le acompaña- ba estaba á ración: tenia fuego cuando su suerte le ha- cia hallar madera echada á la costa por el mar, que sue- le ser con bastante frecuencia. Era cosa digna de ver como esos rusos formaban pequeñas tiendas para abrigar- se contra las nieves, los hielos y los rigurosos vientos del círculo polar ártico; sin embargo, tal es la fuerza de la costumbre, que algunas veces se quejaban de que el calor les impedia salir cuando el viento venia del Sur, ó que un pálido rayo del sol se mostraba entre aquellas nieves. El viage de Von Wraugell abunda en curiosos porme- nores y en observaciones interesantes acerca de los hom- bres y de las cosas. Para citar algunos de los principa- les pasages, referiremos lo que dice respecto de los perros de Siberia, que es un elemento necesario para todo el que viaja en el Norte. Estos perros se parecen mucho á.los lobos: tienen el hocico largo y puntiagudo^ las orejas derechas y delga- das, con una cola grande y muy poblada: unos tienen el pelo liso, otros frisado, y su color varía, porque los hay negros, oscuros, blancos y pintados. Su tamaño es di- verso, y se sabe que un buen perro de trineo debe tener á lo menos dos pies, siete pulgadas y media de alto, y tres pies una pulgada de largo (medida inglesa): su ladri- do es como elahultidodel lobo. Pasan toda su vida á cie- lo descubierto. Durante el verano hacen agujeros en la tierra para buscar el fresco, ó se echan al agua para li- brarse de los mosquitos. En el invierno escarban en la nieve y se ponen al abri- go de ella escondiendo el hocico bajo de su poblada cola.467 Los machos se emplean en conducir los trineos: los que nacen en invierno son puestos á trabajar el otoño siguien- te; pero no sirven para los largos viages sino hasta los tres años de edad. Es necesario un arte particular para enseñarlos, y es todavía mas difícil saberlos conducir: los mejor enseñados sirven de guias: como la velocidad y la buena dirección del tiro, el cual es comunmente de do- ce perros, así también la seguridad del viajero depende de la sagacidad y docilidad de los guias principales. Es necesario que obedezcan á la voz del amo, que no se estravien del camino para seguir él rastro de algún otro animal; circunstancia que es muy díicil conseguir; así que algunas veces sucede que el tiro entero echa á correr pol- los campos, y en este caso todo esfuerzo es inútil para detenerlos. ¡Desgraciado el viagero que se aventura en uno de esos trineos estrechos en una noche oscura á atra- vesar llanuras cubiertas de nieve que algunas veces levan- ta el huracán en espesos torbellinos! ¿Cómo podría en- tonces en medio de tanta oscuridad y de la lucha de los elementos encontrar el camino que conduce á la choza ó powarna á que debe acogerse? Esta cuestión de vida ó muerte quien la decide es el perro conductor. Si ha es- tado alguna vez en el llano que se trata de pasar, si ha descansado una vez sola en la powarna, no titubeará un momento en decidirla favorablente: guiado por un ins- tinto infalible, marcha derecho á la choza, que hallándo- se entonces sepultada bajo una capa de nieve, no puede la vista humana descubrirla; pero el perro reconoce el pa- rage, se detiene, indica por sus movimientos el punto donde existe, y el viagero no tiene mas que despejar el sitio quitando la nieve. El autor hace luego la descripcipn de la temperatura de Ja Sibcria en estos términos:468 «El frió se mantiene constantemente en los 58 grados que marca el termómetro. En esta temperatura un via- ge en trineo seria muy penoso y de peligro, por lo que debe hacerse el viage á caballo. Cualquiera que no ha- ya hecho la esperiencia, no puede figurarse los prepara- tivos y precauciones que son necesarios. Cubierto de la cabeza á los pies de pieles, cuyo peso exede de cuarenta libras, apenas puede moverse. Encima lleva un capote de piel de oso, que cubriéndole todo el rostro, le permite solo respirar por intervalos un poco de aire esterior, que es tan vivo que causa un dolor muy grande en la gargan- ta y los pulmones. Para pasar de una parada á otra se necesitan comunmente diez horas, trecho que es preciso que el viagero ande á caballo, porque el peso de treinta ú cuarenta libras de que está cargado, no le permite an- dar á pie. Los desgraciados caballos no padecen menos que sus dueños, porque el aliento que se hiela en sus na- rices los sofoca; y cuando la nieve no cubre el yelo, este destruye sus uñas. Cuando una caravana está marchan- do de esta manera, se halla rodeada de una especie de va- por, porque el humo no solamente sale de los cuerpos animados, sino que también la nieve lo despide. Estas exhalaciones se cargan muy presto de un millón de puntas de hielo que llenan la atmósfera, produciendo un ruido continuo, semejante al roce del raso ó de la se- da. Los reúnes ó reugíferos buscan también un abrigo en los bosques, y cuando se hallan en alguna llanura, se cierran unos contra otros para calentarse mutuamente. De cuando en cuando bandadas de cuervos se ven atra- vesar un cielo pardusco. El rigor del frió es tan gran- de, que la naturaleza inanimada io esperimenta también; así es que gruesos troncos de árboles se abren de arriba abajo con un ruido que en los desiertos parece un cañona-469 zo disparado en la mar; masas enormes de peñascos sedes- prenden de su base, y á trechos se ve el suelo quebrado." Sigamos ahora á los viageros que dejando la tierra fir- me se aventuran á la superficie del mar. «Hasta aquí nuestra marcha, dice Von "Wraugell, no habia encontrado obstáculos mny grandes; pero ahora te- nemos á la vista llanos inmensos de bielo, que aunque unido, está cubierto en muchos parages de una capa es- pesa de sal marina. Cuanto mas nos adelantábamos se aumentaban las dificultades. A cada paso la nieve se ha- cia mas blanda, el viento que venia del est-nor-est, do- blaba su violencia, al mismo tiempo que nos envolvia una niebla intensa que penetraba nuestros vestidos; circuns- tancias todas que indicaban la inmediación de un mar li- bre. Nuestra situación era enteramente aventurada, pues no se calmaba el huracán, y la neblina que cerraba el ho- rizonte nos impedia que viésemos donde íbamos. ¿Qué hacer, pues, en este caso? Si era peligroso el ir adelan- te, no lo era menos el hacer alto en el punto en que nos hallábamos: la nieve y el hielo estaban demasiado satura- dos de sal, para que pudiésemos hacer uso de ellos como bebida: ningún abrigo nos ofrecía la superficie llana y triste que nos sostenía. ¿Qué seria de nosotros si el tem- poral con su furia la rompía? Mientras estábamos deli- berando en medio de esta cruel ansia, se disipó algún tan- to por la parte del norte la neblina, y divisamos á distan- cia de un AVerste (í) algunos témpanos inmensos de hie- lo, hacia los cuales nos apresuramos á dirigirnos con el objeto de aguardar detras de esa especie de muralla á que cambiase el tiempo. Hallamos allí una capa de nieve de un pie de espesor; pero tan cargada de sal, que yo empe- (1). Medula . José. Pliego D. José. Ponce de León D. Vicente. Pontón D. Fernando. Posa D. Juan. Querejazu D. José Maria. Raigadas D. Gabriel. Raigadas D. Francisco. Ramiros D. Pedro. Rangel D. Joaquín. Retana D. Luís. Reyes Veramendi 1). Manuel. Reymon D. Carlos. Reina D. Marcos. Robles D. Francisco. Rodríguez D. Feliciano. Rodríguez D. José María. Rodulfo D. Agapito. Rojas I). José Maria, Rojas D. José. Rojas D. Luis. Romero D. Agapito. Rosas D. Julio. Royada D. Matías. Ruvio D. Cayetano. Salgado D. Antonio. Sámano D. José Encarnación, Sámano D. José Maria. Sarmiento D. José. Sancbcz Vergara D. Vicente, Sánchez D. Juan Tercso. Sartorio D. Santiago. Segura D. Vicente. Suarcz D. Mariano. Tagle D. Mariano. Tapiza D. Antonio. Tello D. Juan. Terreros D. Pedio. Tinoco D. Gabriel. Tomcl y Mendivil D.. José, María- Torres D José. Valderas D. Lucas. Valdca D. José Maria. Valentín D. Miguel.Vallejo D. Antonio. Vallcssi D. José Antonio. Vázquez D. Pedro. Vega D. Ignacio. Vega y Zavala D. Juan. Velez D. Joaquín. Vcrtiz D. Juan Nepomuceno. Vicario D. Angel. Villamil D. Lázaro. Villaurrutia D. Valentín. Viñega D. Fermín. Vriosti D. José Antonio. Ussi D. Miguel. Yrazaval D. José María. Yepes D. Felipe. Zamora D. Ventura. Zamorano D. Agustin. Zavala D. José María. Zenizo D. José. Zúñiga D. Ignacio. Sigue el Departamento de México. ACTOPAN. Fernandez doña Mariana. Gres doña Jacinta. Martínez doña Dolores. Ramírez doña Dolores. Mejia D. Hermcnejildo. Ramírez D. Luis. ATOTONILCO. Asiayn doña Juana. Duran D. Felipe. Fernandez D. Sebastian. HUEJUTLA. Viniegra doña Genoveva. Zurita D. Pedro. IAIIUALICA. Gómez Escalante doña Francisca. Rivera D. José. IGUALA. Grimaldos doña Josefa. Arco D. Manuel. Castañon D. Ignacio. Lome D. Isidro. Ocampo D. Francisco. Peña D. Mariano. Vieyra D, Ignacio. Vieyra D. José María. MINERAL DEL MONTE. Castelazo D. Ignacio. Gómez D. Francisco. PACHUCA. Cisneros D. José. García D. Márcos. Pérez Fernandez D. José. TASCO. Bandera D. Miguel. Rivera D. Manuel. Zárate D. RafaeJ. TOLUCA. Garduño de Suarcz doña Jesús. Vargas de Arrizcorreta doña Matilde. González D. Pascual. Muñoz D.Antonio. Rayón D. Miguel. Reina D. Francisco. ZACUALTIPAN. Lezama D. Francisco. AGUAS CALIENTES. Avila doña Dominga. Delgado doña Cármen. Garcia Rojas doña Atanasia. Garcia Rojas doña Encamación. López Elizaldc doña Josefa. López Nava doña Josefa. Mazon doña Cecilia. Olmedo doña Mariana. Pereda doña Guadalupe, Rincón Gallardo doña Josefa. Valdepeña doña Guadalupe. González D. José María. CHIHUAHUA. Larriva de Artalejo doña Luz. Maieyia doña Josefa. Uranga de Guerra doña Rosa.Arrióla D. Ignacio. Castañeda D. Laureano. Chavez D. Cástulo. Escudero D. Juan Bautista. Frias D. Angel. García D. Rodrigo. Garza D. Melchor. Horcasitas D.José Maria. Irigoyen D. José María. Irigoyen D. Pedro. Irlot D. Luis. Jaurrieta L>. Miguel, Lujan D. Jesús. Macayra D. Mariano. Miramontes D. Jesús. Nava D. Anastasio. Ramos D. Juan María. Riego D. José Antonio. Salcido D. Francisco. Zuvia D. Félix. PARRAL. Lujan y Cordero D. José. Pcdraza D. Felipe. DURANGO. Acosta doña Guadalupe. Alcántara doña Maria de Jesús, Alcalde doña Manuela. Araujo doña María. Baca Ortiz doña Guadalupe. Barcena doña Ramona. Duran doña Dolores. Fierro doña Josefa. Flores doña Margarita. Gamiochipe doña Isabel. Illancs doña Cármen. Machinena doña Guadalupe. Mañero doña Dolfina. Martínez doña Rita. Mena doña Rosa. Mijares doña Dolores. Mijares doña Luz. Mustin doña Guadalupe. Pacheco de Arenas doña DomÍDga. Pando doña María, de Jesús. Ramírez doña Mariana. Ramos doña Refugio. Rodríguez doña Manuela. Scoquí doña Francisca. Tovar doña Petra. Usabiaga doña Trinidad. Arriaga D. Fermín. Batiz D. Mariano. Cclis D. José María. Jiménez D. Jesús. Knauff D. Antonio Teodoro. Pedroza D. Felipe. Rivas D. Francisco. Semería D. Francisco. Zarate D. Mariano. GUANAJUATO. Aguirre doña Vidala. Aldama doña Luisa. Alvarez doña Luz. Anda doña Joscia. Arricta doña Francisca, Baranda doña Antonia. Bustamante doña Julia. Cadena doña Pilar. Chavez doña Dominga. Chico doña Antonia. Cervantes doña Guadalupe, Cobo doña Mariana. Contreras doña Luz. Flores doña Celsa. García doña Juana. Garcia doña Luisa. Garcia de León doñ a Modesta. Hernández doña Antonia. Herrera doña Guadalupe. Lamadrid doña Petra. Lewis doña Fany. Lozano doña Guadalupe. Madrid doña Macedonia. Marmolcjo doña Angela. Mejia doña Josefa. Navarro deña Nicolasa. Obregon doña Juana Obregon doña Luisa. Omalechea doria Jcsui.Palacios doña Gertrudis. Pérez doña Isabel. Pesquera doña Felipa. Piña doña Irene. Ramírez doña Juana. Robles doña Francisca. Rocha doña Dorotea. Rojas doña Concepción. Rubio doña Ignacia. Ruiz doña Julieta. Saenz doña Martinas Sanabria doña Dolores. Sosa doña Leonor. Villegas doña Ignacia. Otero D. Félix. SAN MIGUEL DE ALLENDE. Bustamante doña Antonia. Bustaniante doña Dolores. Bustamante doña Guadalupe. Bustamante D. Casimiro. Bustamante D. Jesús. Caballero D. Francisco. Caballero D. Joaquín. Caballero D. Manuel Ignacio. García de León D. Pablo. González D. Mariano. Morclos D. Jesús. Mota D. Juan. Redondo D. José' María. SALAMANCA. Flores D. Vicente. Saavcdra D. Luis. Velez D. Rafael María. SILAO. Campos D. Luis. Ponce D. Juan. IRAPUATO. Chavez D. Pablo. Del Muro D. Francisco. JALISCO. Grijalva de Trellez doña Petra. Hijar doña Antonia. Brambila D. Juan María, con diez y o- cho suscriciones. Diez de Landazuri D. Viconle. Domínguez D. Benito. TEPIC. Rivas y Gdngora D. Luis. MICIIOACAN. Abarca de Anzorena doña Jesús. Alzúa de Montenegro doña Macaría. Burgos de Benites doña Dolores. Caballero de Puga doña Sabina. Canto de Martínez doña Rita. Cárdenas de Campuzano doña Luz. Cevallos de ligarte doña Guadalupe. Galindo doña Isabel. Garfias de Magaña doña Guadalupe. Garrido doña Mariana. González de Arango doña Dolores. González de Domínguez doña Ignacia. Larreategui de Losa doña Teodora. Martínez de Gómez doña Soledad. Mejia de Cortes doña Carmen. Navarrcte de Huerta doña Francisca. Paniagua de Córdova doña Ursula. Sonoso de Macoucit doña Ignacia. Sosa de Sosa doña Lorcto. Villamil de Gil doña Dolores. García D. Luis. Gómez D. Fernando. Loreto D. Bernardíno. Orozco D. José Marta. Ruiz D. Luis. Vallestcros D. José María. CITACUARO. Irazabal D. Francisco. URUAPAN. Izazaga doña Leonarda. OAJACA. Bolaños doña Eusebia. Bolaños D. Juan, con once suscriciones. Salamanca D. José. PUEBLA. Aimcndaro doña Manuela. Alonzo doña Mariana.Alvizuri doña Guadalupe. Antuñano doña Encarnación. Bastida doña Antonia. Bonilla doña Francisca. Bueno doña Josefa. Corichi doña Teresa. Daza doña María. Delgado doña Ignacia. Diaz doña Concepción. Domínguez doña María de la Luz. Duarte doña María de la Luz. Fernandez doña Dolores. Duque de Heredía doña Carlota. Fernandez doña Maria Josefa. Garduño doña Manuela. González doña Dolores. Guevara doña Concepción. Hernández doña María de la Luz. Herrera doña Ignacia. Illezcas doña Josefa. Inclan doña Dolores. Insunza doña María de la Luz. León Armas doña Rosa. Manzano doña María de la Luz. Mellado doña Francisca. Molina doña Josefa. Morón doña María de la Luz. Oropesa doña Loreto. Osio doña Guadalupe. Priego doña Micaela. Rabclo doña María de Jesús. Rangel doña Francisca. Rivas doña María de la Luz. Robles doña Carmen. Robles doña Josefa. Rosales doña Antonia. Sandoval doña Margarita. Serrano doña Rosa. Sierravigas doña María de la Luz. Torrens doña Paz, Torres doña Guadalupe. Trillanes doña Amada. Urrutia doña Merced. Zapata doña Guadalupe. Zcron del Valle doña Josefa. Arrioja D. Macedonio. Carreto D. José" María. Castillero D.'Mariano. El establecimiento de la Lonja. Garcia D. Manuel Vicente. Haro D. Luis. Muñoz D. José María. Nieto D. Andrés. Soto D. José María. Valle D. Juan. Villalao D.Rafael. QUERETARO, Acevedo de Varasorda doña Ana. Acevcdo de Covarrubias. Acevedo de Pradel doña Refugio. Acevedo doña Jesús. Carrillo doña Ignacia, Concha de Pérez doña Ignacia. Corsal de Rojas doña Guadalupe. Fernandez de Lastra doña Mariana. Fuentes de Guevara doña Bruna. Garcia do Medina doria María do Jesús. Jáuregui de Sámano doña Dolores. Llaca doña Guadalupe. López de Marroquin doña Ana. Marroquin de Villasana doña Dolores. Maciel de Urrutia doña Margarita. Mutio de Garduño doña Vicenta. Pardo de Canalizo doña Dolores. Pérez de Novoa doña Teodora. Primo doña María. Razo de Herrera doña Antonia. Rodrigue?, de Villaseñor doña Antonia. Rubio de Rubio doña Dolores. Septien de Jáuregui doña Dolores. Soveron doña Ignacia. Soto do Frías doña Antonia. Vázquez doña Mariana. Villaseñor doña María. Carrillo D. Mariano. Montañés D. Remigio. Vázquez D. Manuel, Villa D. Pedro. Villaseñor D. Pcdre.ACAMBARO. Vargas D. José Mariano. SALVATIERRA. Flores D. Mariano, con cinco suscricio- nes. SAN LUIS POTOSI. Abascal D. José María. Arriaga D. Ponciano. Avila D. Florencio. Carrera D. Casiano. Carrillo D. Ventura. Castro D. Lorenzo. Castro D. Marcelino. Chavez D. Juan José. Chico Sein D. Vicente. De los Reyes D. Juan Francisco. Esparza D. José María. Guzman D. Luis. Montante D. Rafael. Pacz D. Luis. Pcdrajo D. Mariano. Pulgar D. José. Rentería D. Arcadio. Sámano D. Pedro. Velez D. Rafael. Villalobos D. Mariano. Zarate D. Mariano. CHARCAS. Sánchez Lara D. Francisco, con cuatro suscriciones. SINALOA. MAZATLAN. Chafino de Casares doña Trinidad. Gómez de la Peña doña Fandila. Murna de Portillo doña Rafaela. Pelaez de González doña Rafaela. Pelaez doña Guadalupe. Ramirez doña Ignacia. Rojo de Sánchez doña Juana. Serrano D. José María. TAMAULIPAS. MATAMOROS. Alvarez de Montano doña Francisca. Castillo doña Guadalupe. B Guzman doña Teresa. Pardo doña Gerarda. Prieto de Ortega doña Juana. Recd doña Gertrudis. Salazar doña Simona. Solis de Chowel doña Gertrudis. Solis doña Francisca. Arzamendi D. Francisco. Ampudia D. Pedro. Cruzado D. Manuel. Payno Bustamantc D. Manuel, Tola D. Luis. Treviño Canales D. Victoriano. TAMPICO. Carsi de Ordosgoiti doña Manuela, Castillo doña Maria Antonia. Becerra D. Francisco. Berca D. Manuel. Bonén D. Ignacio. Camacho D. Dionisio. Castello D. José. Castilla V. Juan G. Chavez D. José Maria. Cordero D. Francisco. Gómez D. Joaquín. Henriqucz D. Francisco. Jas y compañía. Jos D. Federico. Labreure D. Julio. Lazo D. Miguel. Martínez D. Gabriel. Menchaca D. Agustín. Prieto D. Pedro. Rivas D. Joaquín Rivera D. Longino. Rodríguez D. Zeferino. Rojas D. Francisco. Sanviné D. José. Solana D. Eusebio. Torre D. Pedro. Vella D. Manuel. Zurita D. José.VERACRUZ. Acedo doña Manuela. Anglada doña Pilar. Axzamendi doña Josefa. Batres de Muñoz doña Dolores. Bravo de Gago doña Gertrudis. Caballero doña Soledad. Carrillo de Serrano doña Dolores. Domínguez doña Martina. Eizaguirre de Riva doña Carmen Esteva de Sánchez doña Josefa. Esteva doña Dolores. García doña Encarnación. Herrera doña Isabel. Landero de Esteva doña Luz. Molina doña Merced. Mosquera doña Dolores. Mosquera doña Isabel. Pasquel y Senties doña Amada. Pérez doña Angela. Rocha doña María Belén. Romero doña Soledad. Ruiz de Gutiérrez doña Carmen. Sana Rico doña Petrona. Troncoso doña Rosa. Usabal de Ferrin doña Juana. Ascorbe D. Manuel. Berea D. Francisco. Escandon D. Domingo. Esteves D. José María. Fernandez D. José María. García de Tejada D. Manuel. Hernández D. Ramón. Herrera D. Gabino. Herrero D. José. M. Maguin Bojorquez. Prado D. Pedro. Rosas D. Francisco. Sánchez D. Juan. Sevilla D. Juan. Shncider D. Francisco. Troncoso y Troncoso D. Pedro, Valdea D. Antonio. Zamora D. Juan. ALVARADO. Ruiz D. Luis. CORDOVA. Delgado D. Pedro. JALAPA. Llera de Zuleta doña Dolores. Zuleta de Barceló doña Ignacia. Barcena D. Juan. Camargo D. Manuel. Díaz de Aparicio D. Marcos. García D. Joaquín. Gorospe D. Javier. Laredo D. Manuel. Landero D. José Juan. Mora D. Mariano. Rebolledo D. Mateo. Rivera D. Francisco. Salonio D. Antonio Maña. Sánchez Serrano D. Martin. ORIZAVA. Fernandez doña Trinidad. López doña Ignacia. Acosta D. José María. Alvarez D. Juan. Cervantes D» Francisco. Mosquera D. Manuel Maria. Majin Bojorques D. Ignacio- Maris D. Juan. Nieto D. Apolinario. Paz y Puente D. Miguel. ZACATECAS. Ablay de Solano doña Joaquina. Ablay doña Luisa. Beltran doña Juana. Cosió de Piedras doña Manuela. Esparza de Larrañaga doña Estéfana. González de Esparza doña Brígida. Hoyo doña Josefa. Guerra doña Francisca. Jiménez doña Macedonia. Lercs doña Guadalupe. Lctechipia de Beltran doña Guadalupe. Lcteclüpia de Calderón doña Manuela.Moza de Solana doña Jesús. Moriega doña Lorcto. Santana doña Lconarda. Aranda D. Manuel. Arrieta D. Francisco. Aróstegui D. Nicanor. Cíanales ü. Eustaquio. Castrillon D. Antonio. Cerda D. Estcvan. Llamas D. Gregorio. Llaguno D. Francisco. Macias D. Rito. Marin D. José María. Marin D. Mariano. Palacios D. Luis. Ramírez D. Juan. Ramírez D. José Fernando. Rodríguez D. Francisco. Rivera D. Jacinto. Ruelas D. Jesús. Sucvano D. Antonio. Zaldesa D. Ignacio. Zamora D. Victoriano. FRESNILLO. Acebedo de Anza doña Maria. Lelo de Larrea D. Francisco, con ticte suscriciones. MINERAL DE CATORCE. Scrraton de González doña Juana. SOMBRERETE. Mejia de Mercado doña Josefa. Fernandez D. Daniel.ADVERTENCIA & StUXBttRDS 8US(BM&