AL ESCMO. SR. SOBRE la necesidad de buscar en una Convención el posible remedio de los males que aquejan á la República; Y OPINIONES DEL AUTOR ACERCA DEL MISMO ASTTNT03 POR .... Offevsionum pro utilitate publica non pacidum. ... .No temo incurrir en la mal querencia de los hombres cuando se atraviesa el servi- cio y el bien de la república.—TAC. MEXICO» IMPRESO POR IGNACIO CUMPLIDO, calle de los Rebeldes So. %........Eo magis quod mihi a spe mctu, pariil9 -ars) sieron aprovechar los hombres del 15 de Julio para arrebatar el poder que de otro modo no hubieran po- dido obtener. Dióse ese golpe de mano en nombre de la constitución de 824; y la fria indiferencia con que ese grito fué acogido por la nación entera, sin escep- tuar un solo departamento, un solo pueblo, una sola corporación, un solo individuo, parece demostrar cla- ramente que está ya estinguida la viva fé que antes se tuviera en el código federal; acreditándose una vez mas, que en política nunca se puede retroceder al punto de partida. ¡Oh! si en 1835 al variarse la for- ma de gobierno federal, que por espacio de once anos habia regido á la república, hubiesen podido lison- jearse muchos de los que resistieron ese cambio, con la esperanza de que con su restablecimiento mas ó menos cercano, y sin necesidad de recurrir á las vias de hecho, siempre reprobadas, se remediarían ipso jacto los males que atribulan á su derogación, no ha- bría sido quizá tan desconsoladora para esos buenos pa- triotas aquella desventurada mudanza. Ni tampoco fué la nación tan feliz bajo el régimen federal; y ade- mas de que su restablecimiento no seria posible sino por medio de una revolución, cuyo écsito Dios solo sabe cual seria, no tardaría en trabarse de nuevo la lucha entre los dos opuestos sistemas. Resulta, pues, que ambas constituciones han cumplido su tiempo y llenado su misión; 6 mas bien acreditado su insuficien- cia para llenarla. La pugna trabada en España entre el estatuto real y la constitución del afío 12, no terminó hasta que un congreso convocado ad hoc dió una nueva ley funda- mental, que dirimió la competencia entre los otros dos®M 10 códigos políticos; y que, conteniehdo principios de orden y de justa libertad, suficientes á satisfacer las miras de la parte sensata de ambos partidos, pro- gresista y estadizo, y aceptada solemnemente por en- trambos, derribó los dos estandartes, que alternati- vamente eran el pretesto y el foco de interminables revoluciones. Así, aunque hay descontentos ahora en aquel reino, es tan solo porque en ninguna par- te faltan hombres mal avenidos con todo orden es- table y regular. Pero ¡qué diferencia en cuanto a los pretestos de que pueden valerse ahora para tras- tornarlo, comparados con ese talismán irresistible de una constitución que se supondría injustamente abolida, y que ademas se aparentaría considerar co- mo el único alivio de los males que aquejan á la socie- dad ! . . . . Con una conducta medianamente pru- dente observada por un ministerio cualquiera, se quita hasta el último achaque de revoluciones; y si á pesar de eso llegan á estallar, separado el ministerio, ¿qué pretesto pueden alegar los revoltosos para no volver á la obediencia? Cuando por otro lado si ganan, todo se reduce á variar las personas de los poderes públi- cos: mientras que siendo la pugna entre dos consti- tuciones, sobre ser eterna, el triunfo alternado de ca- da una de ellas, seria la señal de trastornos que con- moverían á la sociedad hasta en sus mas hondos fun- damentos. Para alejar, pues, todo pretesto plausible de que se recuse entre nosotros por ningún partido la nueva constitución que se diese, importa esencialmente que no tenga parte en la formación el actual congreso, re- sultado de uno de los dos códigos que conviene can-11 í*® celar; sin que tal idea deba atribuirse en manera al gima, á falta de respetabilidad y de virtudes políticas, que reconozco en los individuos que componen las dos cámaras del cuerpo legislativo. El vicio de que po- día tacharse su obra, si á ellas se confiara, nacería de circunstancias que no estaba en su mano superar; es- to es, su origen; puesto que uno de los dos sistemas que deberia abolirsc, le ha dado una posición que el congreso no podría cambiar. Por esta razón, y porque es político y justo ape- lar á la sociedad misma cuando se ventila un¡ objeto que tanto le interesa á ella toda entera; y cuando se trata de formar un nuevo código fundamental, un nuevo pacto de alianza que todos deben acatar igualmente, no se presenta otro camino mas obvio que recurrir á un congreso elegido para este caso espe- cial, con el carácter de constituyente ó de convención. Tampoco debe perderse de vista, que en vano se procuraría conciliar los intereses de la libertad con los del orden público en las reformas que á cualquiera de las dos constituciones se hiciesen; pues bastaría que estuviesen calcadas sobre alguna de estas, para que subsistiese el mismo inconveniente que á todo trance conviene evitar. Los revoltosos, á quienes sobran siempre los pretestos, no abandonarían por eso su grito de guerra de Constitución federal de S24, ó de Constitución central de 836, tan significativo para los díscolos y los descontentos, que nunca han de faltar. De estos dos códigos, ninguno puede ya subsistir. El primero, porque restablecido vendría á entablar una pugna peligrosa con los intereses creados por la constitución de 836 en una parte de la nación que no12 -3tf*) debe ser despreciable, cuando pudo derribarla pri- mera sin gran dificultad, y frustrar después cuantos- conatos se han hecho para restablecerla; y que quizá tan solo debe su ecsistencia actual al temor del resta- blecimiento de las cosas y de los hombres de 833. Estos son hechos, cuyas causas no es conducente á mi objeto escudrinar y esponer aquí. Basta y sobra que ecsistan de un modo innegable. Agrégase a esto, que á toda restauración acompa- ña un peligroso séquito de recriminaciones odiosas y principios reaccionarios, que son el gérmen de otras reacciones sin término. Testigo la Francia. Si bien es cierto que la restauración de los Borbones en el trono de sus mayores recordaba á todos los ciudada- nos amantes de la dignidad é independencia de su pa- tria un acto de la supremacía estrangera, debido álos azares de la guerra, no es menos cierto que la dinastía directa de S. Luis y de Enrique I V. continuaría rigien- do todavía los destinos de aquella poderosa nación, sin la imprudente ecsageracion del principio monár- quico para ir derecho al despotismo, por el peligroso camino de los golpes de estado; del mismo modo que nosotros, colocados en una posición totalmente opuesta, y en medio de la atonía ó inanición moral en que pa- rece haber caido nuestra sociedad, deberíamos rece- larnos de igual ecsageracion en el principio democrá- tico que, relajando los vínculos que enlazan las diver- sas- partes del cuerpo político de la nación con un cen- tro común, vendríamos á desfallecer y morir en la mas completa disolución social. Esto,es en cuanto ála constitución federal de 824. Respecto de la central de 836, ademas de ser unaobra de circunstancias y para determinadas personas? como todos saben, y sin detenerme á analizar y sena- lar sus ventajas ó inconvenientes, basta el hecho de la poca confianza que inspira á una parte considerable de la nación, y la persuasión en que aun muchos de sus mismos adictos están, de la imposibilidad de que prevalezca largo tiempo; así por la impopularidad de varias de sus disposiciones, como porque provocando estas resistencias inevitables y poderosas, no ecsiste un poder público bastante fuerte para superarlas; mu- cho mas apoyándose tales resistencias, pues siempre sucedería lo que al presente, en ese grito faláz y es- téril en el fondo, si se quiere, pero siempre peligroso de "constitución de 824" como ensena y símbolo de un principio que prevaleció durante doce anos. No de otra manera comenzó Tejas su revolución, cuyos resultados dolorosamente estamos palpando. Muy distante estoy de pensar que entonces naciera en aquellos habitantes la idea de su independencia; pero justo es convenir en que la derogación de ese sistema de gobierno que hipócritamente invocaron apenas fué abolido, facilitó maravillosamente la reali- zación de sus proyectos; de igual suerte que andando el tiempo, vino á consolidarse su triunfo con los rei- terados, aunque infructuosos conatos, en favor del res- tablecimiento de aquella constitución, no menos que con la guerra estrangera: todo lo cual ha contribuido poderosamente á impedir hasta ahora la reconquista del territorio usurpado. De Tejas, volvamos los ojos al departamento de Yucatán. Completa era la paz que en él reinaba, cuan- do un puñado de milicianos, para quienes era, comopara todos sus compatriotas, insoportable la separación de sus hogares, habiendo sido forzadamente embar- cados con destino á Veracruz, no bien se habian alejado del puerto, cuando sin plan, ni previa inteli- gencia entre sí, y como si hubieran sido un solo hom- bre, "á nuestra tierra" esclamaron oficiales y soldados; y no tardaron muchas horas en volver á pisar el suelo natal. Temerosos, como era natural, del castigo á que se habian hecho acreedores, y considerándose esclui- dos de la sociedad civil, se refugiaron en los bosques. En medio de su angustiada situación, y cuando se creian perdidos, ocúrrele al capitán Imán, que era el que entre ellos hacia cabeza, ampararse de la "cons- titución de 824;" grito de salvación para ellos y que secundado rápidamente por seiscientos mil yucatecos, no encontró resistencia sino en la guarnición de Cam- peche, modelo de lealtad, de bizarría, de subordina- ción y de constancia. ¡Y el capitán Imán, sin pensar- lo siquiera, huyendo del castigo de su deserción, se encuentra convertido en héroe!..... ¡Cuan distin- ta hubiera sido su suerte y la de todo el departamen- to respectivamente, si el restablecimiento del código abolido y de las autoridades que lo representaban po- co antes de que dejara de regir en la república, no les hubiera proporcionado un camino tan fácil y tan pro- vechoso para salir de tan crítica situación. Por ese medio quedó prontamente organizada y consumada la revolución en aquella península. Verdad es que la oferta de esencion de contribuciones y otros falaces señuelos, no cumplidos después, porque no era posi- ble cumplirlos, contribuyeron eficazmente á la popu- laridad y al triunfo de aquel pronunciamiento. Perovio es menos cierto que no se brindó á aquellos pue- blos con aquel cebo, sino después y como en apoyo de la idea madre del restablecimiento de una cons- intereses habia creado, y como ambiciones despierta siempre toda mudanza. Si, pues, ninguno de los dos códigos que han teni- do el carácter de fundamentales, puede ya subsistir sin grandes inconvenientes y desventajas; claramente resulta la necesidad de recomponer la máquina social; y ningún medio mas propio al efecto ,que el de una convención nacional, que tornando de cada uno de aquellos lo útil y adaptable, y llenando los vacíos que ambas presentan, diese al pais una organización aco- modada á sus peculiares circunstancias; y que logran- do tal vez conciliar los intereses comunes y las con- venientes libertades públicas, con el orden y la esta- bilidad, renovase la vida que parece estinguirse en el gobierno y en el cuerpo social de la nación. Aunque' esta idea tiene á su favor, á lo que yo en- tiendo, el voto de una gran mayoría de personas juiciosas, poseídas de un verdadero, ilustrado y cono- cido patriotismo, yo no hago mas que presentarla al ilustrado y concienzudo eesámen de los actuales de- positarios de los altos poderes de la nación. A estos tocaría entrar, llegado el caso, en los pormenores del modo y tiempo en que debería reunirse ese gran cuer- po, foco de luces y deslindadas esperanzas del posible remedio de nuestros males. Lo que sí considero co- mo esencial al écsito apetecido es, que se pongan ai frente de este movimiento los hombres imparciales titucion, que debia tener tantos cuantosque pueden inspirar confianza á todos los partidos por su tolerancia de opinión, sus luces, su probidad, y de- mas cualidades precisas. A este propósito deberían principalmente, endere- zarse, tal es mi opinión, todos los esfuerzos del go- bierno ecsistente: no se le pide que coarte en manera alguna la libertad de las elecciones, que por el con- trario religiosamente debe proteger; pero sí que las diriga por medios legales y justos; que no las deje ser instrumento de ninguna facción; que procure en- caminarlas de tal modo, que recaigan en los hombres capaces de desempeñar tamaño encargo; sin que sus nombramientos puedan ecsasperar á ninguno de los bandos beligerantes. Acaso esta simple iniciativa bastará para que otras plumas mejores y mas diestras desarrollen estos pen- samientos, los perfeccionen y los vistan de colores, que promuevan y aseguren su adopción. No es otro mi objeto sino presentar un, punto en que pueda fijarse la idea, hoy vaga é incierta, de los hombres pensadores; á fin de que cesando esa general fluc- tuación (que nacida del cambio verificado en S36, ha llegado á su colmo desde el último atentado que todos lamentamos) alcancemos el término harto urgente y por tanto tiempo esperado, de poner el conveniente v posible remedio á los males de la patria. Séame lícito copiar aquí, Escmo. Sr., por conclu- sión, las recientes palabras del distinguido gefe de la oposición dinástica en la cámara de los diputados de Francia (1) por parecerme muy acomodadas á las pre- sentes circunstancias. ,________i— .....—.—-. «« (1) Mr. Odillon Barrot.(gfe 17 &® "Bien sé que los principios que proclamo desde esta "•"tribuna no lisongean de ningún modo las pasiones po- *'líricas; pero no es menos cierto que dimanan de mi "convicción, y que son los mas conformes con la razón * Este argu- mento, que aunque combatido ya por mí, creo deber impugnar de nuevo, porque es uno de los que em-picarán con mayor empeíío los opositores de la mo- narquía, para fundar su resistencia; este argumento, repito, será un artiíicio tan grosero y tan falaz, que ni contestación merecería. ¿Pues qué, serian estériles esas desgracias si llegan á convencer á la nación que las ha sufrido, de la necesidad de destruir radical- mente las causas que las han ocasionado? ¿Qué ma- yor utilidad podemos sacar de tan dolorosa esperien- cia; de ese conocimiento practico de las cosas, adqui- rido por veinte olios de crudo ejercicio, que la de aban- donar la errada senda en que incautamente nos lan- zamos al consumar nuestra emancipación: senda en la cual, solo hemos hallado espinas, tropiezos y precipi- cios, y que conocidamente nos conduce á una total ruina y destrucción? ¿Será perdida esa esperiencia, que así nos arrebate del insondable abismo, á cuyo borde nos hallamos? Después de tantos y tan magná- nimos sacrificios como en treinta anos de cruel pade- cer ha arrostrado esta generosa nación, ¿qué galar- dón mas digno pueden desearle sus mejores hijos, que el de ver al fin levantado en ella el árbol de la ver- dadera libertad, abrigando con su sombra benéfica a todos los mexicanos; en lugar del que con ese mismo nombre, tan halagüeño como hipócritamente usurpa- do, plantó la horrenda anarquía, y que no ha produ- cido sino frutos de muerte, ni mas sombra que la del fúnebre ciprés? Ademas, probada con veinte anos de esperiencia la imposibilidad de conciliar entre nosotros la paz con los principios republicanos; y siendo aquella una cir- cunstancia imposible de remplazar para la prosp** ridad de un pueblo y para el orden y economía de50 #$ los gastos, resulta, que es totalmente ilusoria la que* con mas 6 menos razón, se atribuye al sistema repu- blicano, cuando una nación es verdaderamente repu- blicana, como se observa en los Estados-Unidos del Norte. Por tal razón, esto es, porque tienen paz, que es el resultado de otras infinitas cosas que noso- tros no tenemos, y sin la cual, ni la hacienda, ni nin- gún ramo de industria pueden prosperar; porque tie- nen paz, repito, es allí rico el erario, y hay un so- brante todos los anos después de cubiertas todas la» cai gas públicas: y por eso aquí están eeshaustas las ar- cas públicas, y privados á veces hasta de lo mas ne- cesario para la vida muchos fieles servidores de la na- ción. Pueble haber, sin embargo, monarquías que, como la Holanda, sean menos dispendiosas que mu- chas repúblicas, como lo fueron las de Genova y Ve- necia, que jamás pudieron subsistir sin préstamos (1). Pero aun cuando la monarquía fuese mas dispendiosa que la república, á trueque de asegurar la paz y las pro- piedades, podrá, ser en último resultado, menos gra- vosa que la forma republicana, que ha dado en tierra con este infortunado pais. Lo demás es un juego de pa- labras, que, alucinando al principio, acaban por produ- cir los tristes desengaños que ahora estamos palpando. Pretenden algunos, que la opinión de la América está decididamente á favor de la democracia; y con- trayéndome á México, confieso que tal suposición me parece ecsagerada, 6 si en efecto es tan universal esa simpatía por la democracia, debe inferirse, que ha si- do mal dirigida, si hemos de juzgar por sus resulta- (1) Lo cual fué causa de que llegase á ser proverbial la es- presión de usurero como un genovés.úo$; y entonces es como si no ecsistiera. El primer dogma de la creencia democrática es la omnipotencia de la opinión, á la cual se pretende que nada es ca- paz de resistir. Y ¿cómo es que entre nosotros no ha logrado triunfar ésta, y que de cuantos gobiernos se han sucedido en la república, ningunos han sido mas efímeros que aquellos que han querido aplicar en toda su latitud el principio democrático? Testigo el gobier- no del general Guerrero, que solo duró once meses, mientras que el general que'lo derrocó, gobernó ala república tres anos: testigo también el ensayo de 833 que duró diez y siete meses, al paso que el principio opuesto, según lo califican los que se dan asi mismos el título de demócratas, ha regido mas de seis anos consecutivos, y con el reciente triunfo que ha alcan- zado sobre la anarquía, parece haber fortificado su ec- sistencia, como siempre sucede en tales casos. (Ha- blo del principio, no de los gobernantes.) Atribuir, pues, esclusivamente á las clases privilegiadas lo que los amigros de la democracia en acción llaman derro- tas ó atrasos de este principio, no me parece esacto. Verdad es que alguna influencia ejerce el clero; pe- ro no tanta como algunos pretenden, suponiéndolo tan numeroso, tan instruido y tan rico como ha sido en otros tiempos el de otros paises. Y ¿qué diré del ejército, que por su completa desmoralización, y por otras circunstancias, lleva en sí el gérrnen de su de- bilidad y de su impotencia? ¿Dónde está, por lo mismo, ese poder irresistible de la opinión que sucum- be ante dos tan flacos adversarios? Y aun mas; ¿no hemos visto á los demócratas halagar hipócritamente á ese mismo clero, y apoyarse en ese mismo ejército,siempre que han querido asegurar el triunfo? ¿Qué sucedió en 828 y en 832? ¿Qué recientemente en Julio de este ano? Menguado seria el poder de la opinión pública, si ecsistiendo esta tan marcada en fa- vor de la democracia, como pretenden sus secuaces, fuera desconocida y burlada tan constantemente como lo ha sido entre nosotros. Si como se confiesa (1), ecsiste una lucha entre el principio democrático y el que no lo es, y triunfa este, está mas claro que la luz del sol, que el principio de- mocrático es el mas débil de los dos, y que por con- siguiente no es el que constituye la opinión general en el nuevo mundo, á lo menos en esta parte de él. Puede en Europa producir buenos efectos la de- mocracia que profesan muchos individuos de la opo- sición, por cuanto tiende á impedir que el gobierno se deje arrastrar al estremo opuesto; esto es, puede ser útil como contrapeso. Pero ¡véase lo que fué el princi- pio democrático puesto en acción en esa misma Fran- cia, hace cincuenta anos! Empleado ese poderoso ele- mento de la sociedad moderna con tino y discreción, y en su justa medida, contribuye sin duda alguna á enfrenar las demasias del poder público. Mas con- vertirlo en principio único de gobierno en una nación, y sobre todo, en una nación como la nuestra, es un error que hace veinte anos estamos llorando, y toda- via nadie puede saber cuanto nos costará. Lo que en Francia durante los veinte y cinco ailos últimos ha si- do un saludable y benéfico correctivo, para nosotros (1) Véase el mismo artículo de que se habla en la nota anterior.@# 53 ^® ha sido un tosigo mortal. A los hechos apelo con con- fianza. Al paso que vamos, podría no estar muy remoto el momento en que, cansadas las otras naciones del es- cándalo que presentamos, y de nuestra incapacidad para remediarlo, interesadas ellas en la causa de la hu- manidad y de la civilización, tomasen á su cargo corre- girlo por sí mk ñas, interviniendo en nuestros negocios. V ¿cuánto mas decoroso y patriótico no seria que, en el caso de decidirse la nación por una monarquía, fue- ra de nuestra elección el soberano, y no escogido pol- las potencias estrangeras, como ha sucedido en nues- tros dias con los griegos; y que en lugar de ser otor- gada por aquellas mismas potencias, la constitución que deba regirnos, sea esta mas bien obra propia nuestra, libre y espontáneamente discutida por noso- tros, y encaminada á labrar nuestra felicidad, y á ser- vir de verdadero vínculo de unión entre el pueblo) el monarca? Ya que todos nuestros presidentes han sido superio- res á la constitución, por la ley muchas veces, y por su voluntad otras; y después de tantas desventuras, y de tanta sangre estérilmente prodigada en defensa ú sistema republicano; y ya, en fin, que la tiranía es la uetestable, no el nombre y el número de los que la ejercen; ¿no seria digno de esperiinentarse si seria- mos menos desgraciados bajo de monarquía regida oonstitucionalmente, que en una república con presi- dente de derecho unas veces, las mas de hecho, y siem- pre superiores á las leyes, por manera que asi hemos sufrido todos los inconvenientes mas funestos de la monarquía y de la república, sin haber percibido ni el54**») menor de sus beneficios? ¿Y habrá quién se atreva á negar estas verdades en nuestro desgraciado pais? ¿Habrá quién se atreva anegar los hechos? ¿Qué ra- zón habrá, pues, para no fijar la vista en el sistema monárquico, puesto que es el único que rige y hace fuertes y dichosos, desde tiempo inmemorial, á todos los pueblos civilizados del mundo, al paso que solo uno 80 M '•'•paciencia humana, apenas pueden compararse con nuestros días de aflicción y desconsuelo." ¿V cuál es el remedio que el autor propone para uno» males tan agudos é inveterados? No es otro que el de re- comendar á la nación uno de esos sistemas de gobierno (1) que, como él mismo dice con tanta verdad, no han dejado en pos de sí ni una sola memoria de utilidad ó beneficencia, é invocar, al propio tiempo un genio y una s virtudes que no se han dado a conocer hasta ahora; sien- do tal vez una prueba de que no ecsisten, las vergon- zosas miserias que con tanta esactitud refiere el autor. Y á tal punto me parece débil é insuficiente el remedio que indica, que llegada yo á sospechar la coinciden- cia de sus opiniones con las que forman el objeto de mi publicación, si por ventura no hubiera lanzado aquel escritor, el acerbo epíteto de "miserable," contra el que se atreviese á pronunciar la palabra monarquías- siendo así, que la parte mas importante y razonada de la oración del autor, tiene por objeto probar, co- mo lo prueba, que no hemos sabido ser republica- nos, de donde, en buena lógica, debemos deducir los demás, que tampoco sabremos serlo en lo succesi- vo. Y sin embargo de eso, repito, insiste, en que no fiay salvación para nosotros sino en la república!!/ Bastante libre y franca hasta ahora entre nosotros la libertad de escribir, para que pueda ser el vehí- culo de los principios mas opuestos, de las opiniones (1) Seguramente que el autor solo habla de las varias modificaeio- nes que entre nosotros han tenido los principios republicanos; pues no pudiendo llamarse propiamente monarquia el mismo imperio fun. dado por D. Agustín de Iturbide, no debemos mirarlo como un en- sayo plausible del sistema monárquico.mas absurdas, y de las ambiciones mas mezquinas, que jamas han pensado respetar la ley fundamental del estado, atacada en todas ocasiones, y muchas de ellas á fuerza de armas; no estranaré que los interesados en la permanencia del sistema republicano, esto es, los que encuentran en él su propia utilidad y convenien- cia, manifiesten un simulado escándalo, y un real y verdadero resentimiento que fácilmente trasluciremos por entre el velo del liberalismo, con que intentarán cubrirlo al oirme proferir la palabra monarquía; pues está en el orden natural de las cosas teman, que se les escape de las manos la presa que creían tener ya ase- gurada para siempre. Y tal.vez se verá, que los mis- mos que veinte veces han atacado con las armas en la mano la constitución del estado, se escandezcan porque yo publico, por medio de la imprenta, nú opi - nión, de que la conv encion que debería reunirse, pre- cisamente con el fui de anular la constitución aet.:al, tenga la libertad necesaria para escoger el sistema de gobierno mas conveniente á la nación; peco me consuela la idea de que bien se verá, que los que ha- cen alarde de profesar, en sumas estensa latitud, los principios democráticos, son los que, si quisieran pa- recer consecuentes con esos mismos principios, me- nos pueden decorosamente combatir mi proyecto; pues que se reduce, á que aquel cuerpo, de elección popu- lar, sea verdaderamente sin restricción alguna, el ór- gano íiel de la voluntad del pueblo. Todavia hemos de ver como los que han prohijado con su cooperación, y apadrinado con su silencio, ó coji sus reticencias en otras ocasiones; y sin ir mas lejos, el mes de Julio último y posteriormente, los horrores de 11la mas inmoral y sangrienta anarquía, cuyo principal objeto era la destrucción de la constitución del estado; todavía, para colmo de escándalo hemos de ver, repito, como porque yo emito simplemente una opinión, van á aparentar una santa indignación, y á invocar contra mí la ira del cielo. ¡Como si fuera un crimen propo- ner (no con las armas en la mano, ni en medio de los Iwrrores de un motín, sino por una via tan pacífica y legal, como es la de la imprenta) que retrocedamos al plan de Iguala (1) y adoptemos por ensena, el glorioso estandarte, bajo el cual pelearon y triunfaron los padres de nuestra independencia! ¡Como si fue- ra un punible absurdo recomendar que se ecsamine, si convendrá á la nación mexicana el principio monár- quico, que umversalmente rige en el mundo civilizado! Para todo estoy preparado, desde que llegué á per- suadirme, que hacia un servicio á mi pátria poniendo el dedo en la llaga, que si no se cura, ha de causar inevitablemente su muerte. Cifanto llevo espuesto, ha engendrado en mi ánimo la íntima convicción, de que el cuerpo que con el ca- rácter de congreso constituyente, 6 de convención, haya de convocarse, deberá venir, como ya he dicho, omnímodamente facultado para fijar la suerte de la nación. Y puesto que á eUa toda entera debemos ape- lar en esta grave y solemne coyuntura, no alcanzo á descubrir cual otro poder emanado directamente de la nación, como deben serlo todos los poderes del es- (1) Entiéndase que solamente me refiero al principio mo- nárquico consignado en aquel célebre documento, que ahora ma* que nunca, acredita la alta sabiduría de sus autores.íado en una república popular y representativa, pue- da restringir su acción, que debe ser completamente libre, desembarazada, omnipotente. De ningún mo- do creo, pues, que convendrá fijarle anticipadamente las bases de su conducta, como otras veces lo hemos visto practicar entre nosotros, en mas ó menos idénti- cas circunstancias; siendo evidente, que si tales bases se impusiesen, quedada la convención sin la libertad necesaria para separarse de ellas; y su obra, de gran- de y magnífica que convendría que fuese, degeneraría en una tarea mezquina, reducida á la aplicación de los mismos principios que de antemano se le hubiesen fijado. No deben ser otras las miras ni las intencio- nes de cuantos se interesan en el bien de esta nación; debiendo encaminar todos sus conatos: Primero, á que la convención porque claman los hombres des- preocupados de todos los partidos, pueda tomar cum- plidamente la voz del soberano, legitimar las nulida- des, cicatrizar las heridas, cubrirlo todo con el olvido, y marcar la senda de la ley y del honor perdida en veinte anos de crímenes, de desorden y de confusión: Segundo, esta convención debe ser libre y espedita, y competente para todo, como lo es y ha debido ser- lo la voluntad del soberano. Tercero; siéndolo, debe decidir cual sistema de gobierno convendrá que adop- te la nación. Tales son las cuestiones fundamentales que debe- rían ecsaminar con sinceridad, y buena fé, los escrito- res patriotas, concienzudos é ilustrados. Si las opiniones que he procurado hacer valer en este escrito no se hallan totalmente destituidas de razón yconveniencia, no pueden dejar de producir un doloro- so conflicto en el ánimo de los patriotas honrados que hasta ahora habian fundado toda su fé en los principios republicanos, mirándolos como el medio mas segura de producir y afianzar la prosperidad y gloria de la nación. Bien comprendo por eso mismo, y por mi pro- pia esperiencia, la grandeza del sacrificio que les im- pone la fuerza irresistible de los sucesos que nos han colocado en una situación tan crítica, en que forzosa- mente se ha de variar de dirección, si no queremos ver estrellarse la nave del estado en los innumerables escollos que la rodean. Pero ¿cuándo no ha sido cos- toso un desengaño? ¿Cuándo ha sido grato abandonar principios de gobierno favoritos de los que se esperan tantos bienes y venturas? Pronlongada y penosa ha sido la lucha entre mi razón y mi corazón puro y sincera- mente republicano, antes de persuadirme de que no es la senda que hemos seguido hasta aquí la del bienestar y el honor de nuestra pátria, y de que, si no la aban- donamos, nuestra ruina es tan cierta como irreme- diable. La gravedad y trascendencia de los males urgen por un remedio pronto y radical. Si México no tuviera que temer agresiones estrangeras, como lo que ya le ha arrebatado una parte de su territorio, menos riesgo ha- bría en dejar al tiempo la misión de señalar el reme- dio de nuestros males. Pero no es esa por desgracia la situación de nuestro pais, cuya independencia veo inminentemente amenazada por nuestros codiciosos vecinos, que se complacen á las claras en nuestras desgracias, y se aparejan indudablemente á negociar con ellas á costa nuestra. Nunca he deseado con mas• encendido ardor el don del convencimiento y de la per- suacion que en esta vez, en que quisiera yo hacer á mis conciudadanos partícipes de los fundados y crueles recelos que me cercan, y que tan vivamente me ha- cen temer por nuestra independencia y nacionalidad. Conjuro, pues, á los mexicanos de todos los partidos á que fijen su atención en este punto tan vital, y que, libres de preocupaciones y de todo sentimiento que no sea el del patriotismo mas ascendrado, busquen el re- medio que reclama nuestra delicada situación. Séame lícito reproducir aquí las palabras citadas en otro lugar de este escrito: "Bien só que los principios que proclamo no lison- jean de ningún modo las pasiones políticas; pero " no es menos cierto que dimanan de mi convicción, "y que son los mas conformes con la razón y con el "buen sentido; son las doctrinas prácticas, y tal vez las "únicas ¡cosibles y realizables en las actuales circuns- "tancias; son, en fin, el lenguage de la seguridad de "mi país.*' "Un tiempo fué en que las pasiones podían animar "nuestras discusiones políticas: hubo un tiempo, lo "que es todavía mas, en que al estallar nuestras gran- "des revoluciones, pudieron considerarse estas mis- "mas pasiones como una necesidad. Cuando se trata "de consumar una revolución y de destruir los obstá- culos y las resistencias que se le oponen, ¡ah! en- tonces es cuando las pasiones políticas son el único "instrumento á que el hombre puede recurrir en úl- "timo estremo. Pero cuando una revolución está ya "consumada; tan solo el buen sentido es el que debe dirigir los negocios del pais y dominar las pasiones de los hombres públicos." "Yo también sé que me condenan las pasiones po- líticas de mi partido, y por lo mismo apelo al buen •sentido de mi pais."..... Je nc vise ni au román, ni á la Chevalerie ni au martyrc. No aspiro á hacer el papel de héroe de novela, ni de paladín de la caballería, ni de mártir de mis opiniones.—{Chateaubriand.) IENDO uno de los tristes caracteres de las épo- cas turbulentas, como laque nos ha tocado por suerte, que ni se abraza la verdad, ni se desecha el error, si- no cuando inspira confianza el que los pone de mani- fiesto; esto es, que las doctrinas que se esponen a! público, nojienen mas valor que el de la persona qui- las establece; creo yo que, para que mis palabras pro- duzcan, siquiera en parte, el efecto que me propon- go, será oportuno descender á algunos pormenores acerca de mi posición personal. No fueron seguramente otros los motivos que mo- vieron á Mr. de La-Martine, el célebre y elocuente in- dividuo de la cámara de diputados de Francia, al co- menzar asi muy recientemente uno de sus mas bri- llantes triunfos parlamentarios: "No puedo menos de sonrojarme al pedir un mo- ®m 88 "mentó de atención a la cámara, viéndome obligado a "hablar de mi persona, puesto que se halla mezclada "en los debates del importante asunto que tratamos" ......"En cualquiera otra circunstancia omitiria ha- "blar de mí mismo; pero, la cámara lo sabe muy bien; "/# opinión de un hombre es el hombre mismo; y el ol- "vido que podria manifestar de lo que personalmente "le concierne, no debe comprender á las opiniones "que representa, por que la garantía que ofrecen "estas opiniones se funda en la garantía de la mis- persona." Y si aquel distinguido orador creyó, en no menos grave coyuntura, ocuparse en hablar de su persona, para que cualquiera artificiosa y siniestra interpreta- ción no fuera á desvirtuar sus palabras; ¿cuánto mas claro, cuánto mas imperioso no debe ser en mi este deber, si se considera la situación de la república, vic- tima, por tanto tiempo, de las facciones que sin cesar se lian disputado el funesto privilegio de destruirla, so pretcsto de gobernarla, y atendida la novedad entre nosotros \ la trascendencia de los principios consig- nados en este papel? Juzgando que esto^son de sumo interés para mi patria, no es menos el empefío que me mima por dar á mis palabras el carácter de buena fé v de verdad, que únicamente puede hacerlas acepta- bles á mis adversarios. Así es, que v iendo ya venir sobre mí las acusaciones muy propias y sabidas en tales casos, de emisario de algún soberano eslrangero, de apóstala y servil, y de imbicioso, y toda esa manoseada nomenclatura que tan- tas lágrimas ha costado ya á la humanidad; estando ple- namente convencido de que sapientibus et insipienti-bus debitores sumus; de que ademas, la opinión de un hombre es el hombre mismo, y finalmente, de que la ga- rantía que ofrecen las opiniones, se funda en la garan- tía de la misma persona que las profesa y emite; he creí- do de mi deber anticiparme á las inculpaciones que puede hacerme el espíritu de partido en esta ocasión, para que impugnándolas, como me prometo hacerlo victoriosamente, no logren mis opositores desvirtuar la poca 6 mucha eficacia que á mis razones acompañe. No faltará quien maliciosamente me suponga instru- mento 6 emisario de algún gobierno estraño, cuando propongo á mis compatriotas el ecsámen de si les con- vendrá la adopción del sistema monárquico, al cabo de* tantos desastres y desventuras como les ha atraído el republicano (1). Fuera de que esa injusta sospecha, aun suponiéndola fundada, para nada debería influir en la esencia de las cosas de que voy tratando, si sé ecsami-" naran con la debida imparcialidad. Después de haber dado yo en mi carrera publica, eomo no puede haber- lo olvidado la nación, suficientes pruebas de la cons- tante independencia de mi ánimo, de la fu meza y rec- titud de mis principios, y de mi fidelidad á mis jura- mentos, permítaseme decir, que algún derecho tengo para ser creído, cuando protesto del modo mas solem- ne y esplicito, que al dirigir al público mi vozhumil- (1) ¡Cómo si un emisario procediera nunca con la "leal franque- zaque marca mi conducta en esta ocasión, en que me presento, con firme resolución, á publicar mis principios sin ningun rebozo ni disfraz, sujetándolos ú la noluntad de la nación! Un emisario vhrd siem- pre oculta y misteriosamente, y no. sujetapúbüpamcjtfc. sus ideas ni sus proyectos á la voluntad de una nación; sino antes bien, busca la consecución de sus finos en la astucia y en el secreto, sin despreciar medio alguno porilícfto que s*e'a:' "V v 12de, pero sincera y concienzuda, no procedo sino mo- vido de mi propia convicción, que no solamente me es imposible reprimir, sino que jamas acertaría á sa- crificar al poder, á la amistad, o á los intereses de nin- gún partido; y ciertamente no hablaría yo en esta ocasión, si no estuviera persuadido de la justicia e imparcialidad de mis sentimientos, y de que estos son la espresion viva y fiel de los que veinte anos de miserias han engendrado en una gran mayoría de la nación. Léjos, pues, de prestarme a ser instrumen- to de nadie, no cumplo al presente con otra misión* que la del patriotismo mas puro y ascendrado; ni cedo al impulso de otros estímulos que á los de mi con- ciencia y mi razón, que han sido siempre la guia in- variable de mi conducta pública. No me libertaré tampoco de la calificación de após- tata y servil. En cuanto á lo primero, debo declarar, con la buena fé mas positiva y nunca desmentida, que los sentimientos de mi corazón son verdaderamente republicanos; pero que á pesar de esto, se halla al mismo tiempo en constante pugna con mi razón; la cual no acertando á resistir la evidencia de los hechos, después de veinte anos de calamidades y de miserias, se inclina á cualquiera otra cosa que no sea el sistema republicano, á lo menos, según lo hemos tenido hasta ahora; pues si no ha ocasionado esas calamidades y esas desventuras, no ha podido evitarlas. Y de ninguna manera se crea que esta persuasión mia procede de que aquel sistema me haya sido per- sonalmente perjudicial, pues es bien cierto, que si en tiempos turbulentos, proporcionan los altos puestos al- guna mas satisfacción que la de servirlos con honra-dez y patriotismo, yo no debo quejarme; antes bien, confieso con franqueza, que á los males que en época verdaderamente aciaga, me tocó sufrir en unión de tantos centenares de mexicanos, han superado larga- mente las distinciones con que antes y después he si- do favorecido. Así, pues, no debo temer la nota de apostasía, tan- to por lo que acabo de esponer, cuanto porque harto sabido es, que una monarquía puede ser tan Ubre co- mo una república, y aun mas libre que una república. Por eso, y porque una monarquía puede ser mode- rada ó democrática, como despótica y arbitraria una república; y porque abomino de lo mas hondo de mi corazón, la anarquía que en México se entro- nizó á la sombra de la república, y ha durado tanto como ella, mas ó menos furiosa, mas ó menos san- grienta, mas ó menos inmunda y abyecta; yo, re- pito, tengo derecho á no ceder á nadie en liberalismo. ¡Es por otra parte tan elástico el sentido de esa her- mosa palabra liberal! ¿Quién repugnaría ser liberal con Washington y Franklin en América, ó con Bailly y tantas otras inocentes y gloriosas víctimas del furor demagógico en Europa? Pero, ¿quién no se avergon- zaría de serlo con tantos como en ambos hemisferios han hecho temblar al género humano, llamándose fal- samente liberales? Y sin salir de esta desventurada tierra, ¿qué hallaremos? Que liberales, se llamaron (á sí propios) los hombres de la Acordada y del Pa- rían, y liberales, los que los combatieron: liberales, los que dictaron la injusta é impolítica ley de espulsion de españoles, cuyas desastrosas consecuencias tardarán mucho en subsanarse; y liberales, los que, hasta lo últi-mo, la reprobaron y resistieron: liberales, los que en 838 tendieron á un enemigo estrangero, en señal de amis- tad, mía mano, que hubiera debido cortar el verdugo; y liberales, los que denodadamente resistieron á ese mismo enemigo estrangero, del propio modo que lo hicieran en 829 lanzando del territorio nacional á los. invasores españoles, posponiendo el triunfo de su partido al triunfo de la nación sobre sus antiguos do- minadores; pensando que, primero era saber si tema- mos patria, y después adoptar los medios que cada uno creyese mas propios para gobernarla (i)iliberales9 los promovedores del sangriento aborto del 15 de Ju- lio de este ano; y liberales, los que, desentendiéndose generosamente de los defectos del actual ministerio, que no se les ocultaban, acudieron en rededor del gobierno á defender la sociedad amenazada: liberales, los que atravesando inmensas distancias y arrostrando todo género de sacrificios, fueron á pelear en Tejas por la integridad del territorio de la patria; y liberales* en fin, osan llamarse los federalistas, que en Yucatán han saludado con salvas de artillería el pabellón de Tejas, tremolado en los mismos buques, a los cuales acababa de ser espresamente prohibida la entrada en puerto de la Habana, en razón de no hallarse recono- cido aquel nuevo gobierno por el de España. Por con- siguiente, ya se ve que hay en que escoger, y que, á. pesar de todo, yo puedo creerme liberal. Ni menos mereceré yo la fea nota de servil encuan- (1) Esta circunstancia es tanto mas agravante, cnanto que to- jo contribuía á hacer mirar como seguro el triunfo que pospo- nían en la guerra civil de entonces los enemigos de aquel gobier- no, nacido de los horrores de la Acordada y delParian.lo á las personas, teniendo ya hechas mis pruebas; fuera de que, bastantes ministran mis escritos. No ce- diendo en dignidad de carácter á ninguno de mis com- patriotas, ni aun á los que con mas justicia hagan ma- yor alarde de esta cualidad, no he hallado ni cosas ni hombres capaces de hacerme sacrificar la independen- cia de mi razón, ni doblegar mi espíritu ante ningún otro objeto, que lo que mi conciencia me dicta como justo y debido. ¡Si, a lo menos, se me atribuyera la calificación opuesta á la de servil! mas fundamento tendría quizá, pues al fin, por un vicio inherente á la miserable condición humana, siempre tenemos los mortales los vicios inseparables de nuestras buenas cualidades. Así es que pudiera degenerar en arro- gancia el sentimiento de noble orgullo que, aun con- tra su voluntad, debe sentir un hombre al contemplar- se totalmente incapaz de imitar la ruindad y peque- nez de otros. Ahora, para que á mí me conviniese el título de servil en cuanto á las personas, ya que no en cuanto á las cosas, debería necesariamente ser otra la animosa resolución que me mueve á proclamar la verdad tan clara y desembarazadamente, como acredi- tan mis escritos; en los cuales ningún coto ni mira- miento me he impuesto, sino el decoro, la justicia, y la conveniencia de mi pátria. Y descendiendo, por fin, al cargo de ambición que pu- diera hacérmela malevolencia; ¿qué ambición innoble podrá tener, quien volviendo la espalda á los principios dominantes, y al poder que los sostiene y defiende, proclama principios opuestos, que si bien encierran en sí, según creo, elementos de vida y de porvenir para nosotros, aun está incierta y remota su adopción? ¿Noes seguro y evidente que manifestando con tanta fran- queza mi opinión, favorable al establecimiento de una monarquía entre nosotros, como única tabla de salva- mento, me cierro yo mismo el acceso los empleos públicos, á los honores y á las distinciones, mientras prevalezca el régimen republicano? "Ningún hom- "bre ambicioso de destinos 6 de influencia, diré con "un escritor distinguido, se equivoca en esta parte, y "desde luego se alistan en los partidos dominantes, y "bajo las banderas de los que los dirigen, entran á "mandar con ellos.". .... &c, &c. Mis recientes publicaciones, en las que, á fuer de buen mexicano, creí deber estampar verdades que, aunque severas, me han parecido de alguna utilidad para mi pais, han dado lugar á que muchas personas, celosas de mi bienestar, me insinúen sus temores acer- ca de las desagradables consecuencias que podria atraerme la inusitada franqueza de mis escritos; al mismo tiempo que reconocen esas mismas personas, que la verdad, la justicia, y los mas puros motivos han guiado mi pluma. Estas garantías tan fuertes y segu- ras, y los punzantes remordimientos de aquellos á quienes esa verdad y esa justicia pueden lastimar, haceti que nunca haya temido, ni podido temer la malquerencia y la intención torcida, sea quien fuere el que las manifieste. Permítaseme repetir aquí con Salustio: "que es un atentado criminal atraerse elfa- "vor del pueblo con menoscabo y perjuicio de la re- pública; pero cuando en un proyecto se conciba el "bien público y el particular; dudar de ponerlo en eje- cución, es una seual de cobarcíía y de bajeza." Contrayéndose aquellas publicaciones á combatir®m 95 «r® la adopción de la dictadura, no por su conveniencia ó inconveniencia para la república, sino por la falta de persona capaz de ejercerla dignamente, han de- bido por fuerza, contrariar las pretensiones y las espe- ranzas de todos aquellos que se creen merecedores de tan eminente autoridad. Y como por otra parte, propongo en el presente escrito al ecsámen de una convención nacional, la institución de una monarquía ejercida por un príncipe estrangero, no seria na- da estraíío que los agraviados, á falta de otros car- gos que hacerme, atribuyan aquellas opiniones á un sistema general de difamación de los hombres de este pais, con el único objeto de fundar la necesidad de recurrir á los estráíios en solicitud del remedio de todos nuestros males; como si no se apoyara cuanto he asentado acerca de ciertas personas en sus propios he- chos, y no bastara saber que todos estos constan á la nación entera, cuya desgracia han causado, y que han sido publicados por otros muchos escritores, para acre- ditar que no me mueve la innoble mira de difamarlas. Y respecto de lo que he afirmado con generalidad, cerca de la falta de hombres de alguna importancia entre nosotros, ¿no lo está probando de un modo irre- fragable la lastimosa, y casi desesperada situación de nuestro pais? Asi es, que no será justo decir que yo he difamado á nadie, mientras no se me acredite que es falso lo que digo. Contal motivo, repetiré aquí lo que ya he dicho an? tenonnente:pruébeseme mi error, y nadie lo reconoce- rá con mas pronta complacencia que yo. La empre- sa no puede ser mas fácil, pues si efectivamente ecsis- ten esos grandes hombres entre nosotros, bastará nom-brarlos. En semejante cuestión, los argumentos mas plausibles y las sonoras frases de patriotismo, honor nacional Sfc, son enteramente insuficientes; y muy inconducente ademas, todo lo que no sea designar determinadas personas, que es de lo que se trata. Y siendo tan acomodados á mi situación algunos no- bles y generosos pensamientos de Chateaubriand, séame lícito copiarlos aquí, en conclusión: "No tengo "por un acto de heroísmo la franqueza con que me "esplico en esta ocasión, pues no estamos ya en aque- llos tiempos en que una sola palabra solia costar la "vida; pero aun cuando todavía estuviéramos en ellos, "eso mismo me movería á elevar mucho mas mi voz, "porque es bien cierto que no hay mejor escudo que "un pecho que no teme ofrecerse desnudo al ene- "migo (1)." (1) "En m'exprimant avec franchise a cette tribune je ne crois "pas du tout faire un acte d'h»'roisme: nous ne sommes plus dans ees "temps ou une opinión coutait la vie; y fussions-nous, je parierais '•cent fois plus liaut. Le meilleur bouclier est une poitriw qui ne "craint pas de se montrer découverte a 1'ennemi,"Hk llegado ú entender, por una carta do Veracruz, que al impo- nerse cierto general del artículo que publiqué en el Diario del Go- bienio de 2 de Septiembre (*), en que me propuse probar con proposi- (*) No debe olvidarse que este artículo, el primero de los publicados por mi, contenia, menos que ningún otro, personalidades de ninguna especie. Lso no obstante, luí asaltado con ataques personalmente injuriosos en el Censor de Veracruz...../ y conviniéndome añora mas que nunca, deslindar mi posi- ción, y presentarme tal cual soy á mis conciudadanos, para que no se desvir- túen las opiniones que al presente doy a la luz pública, debí rechazar con enérgica vehemencia cuanto podia mancillar mi reputación, aun indirecta- mente. Y como al mismo tiempo hubo quien, por medio de sus amigos, se confesase ofendido de mi aserción contra la ecsistencia de una persona capaz de ejercer la dictadura, y se ostentase ipso fado aspirante á aquella tremen- da autoridad, juzgué que era deber mid, como ciudadano, dar á mis ideas la estension que habrán visto mis lectores en mi segundo artículo inserto en el Diario de 2 de este mes de Octubre. Yo que asenté proposiciones generales, no pude ser el agresor. Fuéronlo por el contrario los que persona luiente me atacaron a mí, al mismo tiempo que procuraban impugnar mis opiniones sin considerar, que, entre hombres de honor, no deben emplearse medios tan bas- tardos como las personalidades. No debia yo ciertamente dirigir mi acome- tida á solo el periódico que se prestó á servir de instrumento á miras agenas; sino antes bien, debí remontar á la fuente, con tanta mas razón, cuanto que, al hacer mi defensa, hacia yo la de la nación entera, pues que me esforzaba por parar los tiros que se me asestaban á mí, únicamente, porque procuraba con afán ponerla á cubierto de ellos. El referido periódico y yo, no somos mas que agentes, cada uno de la causa que defiendj. Jamás ha habido entre ambos las mas mínimas relaciones; y por consi- guiente, no puede ecsistir, entre uno y otro, prevención ni ódio. El calor que él manifiesta en el ataque, y la animosa resolución que yo muestro en la re- pulsa, hijos son sin duda de nuestro ardoroso celo en favor de nuestros clien- tes. Mi cliente es la nación; el del Censor de Veracruz Es un ciudada- no que sin haber sido nombrado una vez siquiera, en esta ocasión, todo el mundo lo cita por su nombre, desde que el mismo Censor se encargó tan ar- dorosamente de su defensa. Resulta, pues, que no son menos conocidos lo* patronos que los clientes. Comprometiéndome yo desde ahora á no ecsigir de esta infortunada na- 13dones generales que la dictadura era imposible en México, no mas que por no haber quien pudiera ser dictador de veras, arrebatado de indignación S. E. habia esclamado: "me la ha de pagar el escritor;" acompañando esta amenaza con una fuerte palmada sobre la mesa: ¡como si yo hubiera atacado alguna propiedad ó algún derecho suyo, ó le hubiera irrogado una atroz injuria personal con aquella humilde opinión! Semejante disparo será ó no sera cierto; en este último caso, téngase por no escrito cuanto voy á esponer á continuación: en el primero, esto es, si efectivamente es verdedero el hecho que se me ha referido, ecsige necesariamente que yo no lo pase en si- lencio. Espedita y franca la libertad de la imprenta, de la cual ningún uso mas noble puede hacerse que ilustrar la verdad y vindicarse un ciudadano, con decoro, se entiende, de cualquier cargo ó injusta acu- sación, y abiertos por otro lado, los tribunales para proteger hasta al último de los mexicanos, pronto estaré en uno y en otro estremo á sostener cuanto he escrito y escriba en lo futuro. Y no lo estaré me- nos á admitir cualquiera otro medio, usado entre caballeros, y com- patible con las leyes patrias, para probar, hasta donde me sea posi- ble, la esactitud de cuanto llevo espuesto á la nación, que es la que ha de pronunciar el fallo, que todos debemos acatar, y que yo de ninguna manera he de rehuir. Muy vasto es por lo mismo, el cam- po de batalla que presento á mis contendientes. Bien informado estoy de que no faltan en la capital denodados pa- ladines, que se agitan, y se conchaban, y aprestan para romper lan- zas, calada la visera, por alguna Dulcinea masculina, á quien se pre- tende que ha ofendido la .decorosa desenvoltura de mis escritos, y cuyos favores les son algo mas necesarios que la persona; pero sepan estos caballeros que los aguardo con pecho sereno, con ánimo firme y á cara descubierta en la ventajosa posición en que la Providencia me ha colocado, y yo he procurado conservar. La misma circunstan- cia de encubrir sus personas, cuando yo les presento denodadamente la mia, debe grangearme el favor de la gente granada'por su honor, por su discreción y sus virtudes. Piensen un poco esos desfacedores de entuertos el deservicio que hicieron á su campeón, con el primer ataque que me dirigieron, y que dió lugar á mi reciente embestida; y no olviden, que estoy prevenido para resistir con el mismo brio, ios nuevos ataques que se me den. Me sobran razones y no me falta entereza para hacerlas valer. Mis si ese misterioso y enigmático "me la ha de pagar," no debe ventilarse por la imprenta ni ante los tribunales, ni por ninguna otra cion ninguna especie de recompensa por el humilde servicio, que creo de mi deber prestarle en esta vez, merecería tan desinteresado proceder, cuando no una ilimitada aprobación, á lo menos la benevolencia de todo hombre que se- pa lo que es independencia y dignidad de ánimo, moralidad publica y ver- dadero patriotismo. El écsito dirá hasta que punto puede fundadamente es- perar un mexicano, en casos como el presente, la práctica de semejantes vir- ludes entre sus conciudadanos.via, en que las ventajas sean iguales para hacer patente cada uno la justicia que cree le asiste, no alcanzo lo que pueda significar. A no ser que haya yo de pagar á aquel general, si es que vuelve á ejercer el mando supremo, mi franqueza en decir la verdad, cuando la con. sidero útil á mi pais, sin consultar otra cosa que mi conciencia! No falta quien así lo piensa, creyendo que abusará del poder público para vengar en mi persona este pretendido agravio. Por lo que á mi toca, confieso, que ni lo creo, ni lo dejo de creer, y que seguramen- te es cosa que me inquieta muy poco: No hay mejor escudo que un pecho que no teme ofrecerse desnudo al enemigo. De ninguna manera ha sido mi ánimo perjudicar á nadie; lo úni- co que he procurado en mis escritos es, contribuir, hasta donde me fuese dado, á que nadie perjudique á mi nación. Si con este motivo, y sin embargo de no haberme valido de la arma villana de las per- sonalidades, hay quien se ofenda; lo sentiré, pero no acierto á re- mediarlo; y no será mia la culpa, si hay quien cometa la torpeza de aplicarse los rasgos característicos que he trazado en mis escri- tos sin nombrar á persona alguna (t). Fuera de eso, yo no he he- cho mas que combatir la idea de la dictadura, bajo el principio sen- tado por mí, de que no no hay quien la ejerza. Y ¿qué se diria en una república (no república de saínele como la nuestra) si un hom- bre cualquiera tuviese la peregrina ocurrencia de indignarse hasta tal punto, contra semejante proposición, y mostrar así públicamente bu resentimiento, y aun mirarla como una injuria personal? Si esto fuera república, y si siquiera se supiese entre nosotros lo que es es- pírilu público, bastaría semejante conducta para anonadar á quien así aspira sin rebozo alguno á mandar á sus conciudadanos con el carácter de dictador; esto es, sin freno, ni sujeción alguna. Si esto fuera república, el hombre que abiertamente aspirase á la dictadura, no hallaría serviles defensores, sino denodados acusadores; y en lugar de subir al capitolio, se veria en la roca Tarpeya.....!» (t) .....A todos y á ninguno Mis advertencias tocan: Quien la siente se culpa; El que nó, que las oiga. Y pues no vituperan Señaladas personas, Quien haga aplicaciones Con su pan se lo coma.—(Iriarte. fáb. 1. Tal vez podría contestarme alguno de los paladines de que he hablado antes. De los tuertos hablas mal, Y dices ¿por que me enojo? ¿Cómo he decollar, Pascual? ¿No ves qne me falta un ojo?Conozco todos los inconvenientes que tiene que arrostrar un buen ciudadano que acomete la empresa de denunciar los males de su na- ción, y de proponer su remedio, cuando es tan crecido entre sus compatriotas el número de los que están bien bailados con aquellos males; pero repetiré con Tácito: "iVo temo incurrir en la malqucrcn- "c¿a de los Iwmbres, cuando se atraviesa el servicio y el bien de la re- "pública." ERRATAS. Pág. 27 lín. 17, desapasionado, Idem 33, (nota) lín. 35, habían, Idem 34, lín. 1, (ñuta) así menos, Idem 37, lín. 21, otros que descienden, Idem 39, (nota), verz, Idem 42, lín 10, recordábamos, Idem 47, lín. 4, (nota) leur. Idem idem, reriez, Idem lín. 5, pourrier, Idem lín. 6, ettoffér, Idem lín. 6, fosiigides, Idem lín. última, attender, Idem 48, lín. I, grabadas con caracteres de sangre los, Pág. 52, suprímase la nota. Idem 66, lín. 11, el de, Idem 72, lín. 16, nosotros á los Idem penúltima lín., tutula, - Idem 73, lín. 0, aquellos, Idem 74, lín. 11, escritor, Idem lín. 19, Pociones. Mas, Idem 75, lín. 4, se hace, - Idem 76, (nota) ex,___—r. -vehemente é infatigable. -había. -así, menos. -oíros, descienden. -vors. -recordamos. -leurs. -seriez. -nourriez, -étouffer. -fastiques. -auendez. -grabados con sangre los. -los de -á nosotros los. tutela. .aquellos pueblos. ■escritor, de cuya oración patriótica voy hablando. -Kocioneg; roas, se hacia.