MANIFIESTO DE LAS RAZONES QUE LEGITIMAN f A LA DECLARACION DE GUERRA CONTRA EL GOBIERNO DEL GEN ERAL I>. ANDRES SANTA CRUZ, TITULADO PRESIDENTE DE LA CONFEDERACION PERU-BOLIVIANA. BUENOS-AIRES. IMPRENTA DEL ESTADO. 1837.2 VIVA LA FEDERACION! Buenos Aires, Mayo 19 de 1837.--- A ño 28 de la Libertad, 22 de la Independencia, y 8 de la Confederación Argentina.--- El Gobierno Encargado de las Relaciones Exteriores de la Re- pública, en nombre y con sufragio de la Confederación Argentina. CONSIDERANDO— Que el General D. Andrés Santa- Cruz, titulado P/otector de la Confederación Perú- Boliviana, ha promovido la anarquía en la Confederación Argentina, consin- tiendo y auxiliando las expediciones militares, que, armadas en el territorio de Bolivia, han invadido á la República— Que ha violado la inmunidad del territorio de la Confederación, permitiendo pene- trar en él partidas de tropa de Bolivia, al mando de Gefes Bolivianos, destinadas á despojar por la fuerza á cuidadanos Argentinos, de cantidades de dinero, como lo han ejecutado— Que á las reclamaciones por estos despojos, no ha contestado— Que, despreciando las interpelaciones del Gobierno Encargado de las Relaciones Exte- riores de la Confederación Argentina, ha mantenido en las fronteras de la República á los emigrados unitarios, dando, lugar á que fraguasen repetidas conjuraciones, cuya destrucción ha costado á la Confederación, sacrificios de todo género— Que, fomentando disturbios continuos en las Provincias de Tucuman y Salta, ha im-C 4 ] pedido el restablecimiento de la confianza ^ buena inteligencia, necesarias para obtener por medio de una negociación pacífica la devolución de la Provincia de Tarija, incorporada á Bolivia por un acto de insurrección— Que ha promovido por medio de la seducción la desmembración de otras Provincia» de la misma Confederación, excitándolas á erigirse en un nuevo estado bajo de su ominosa protección: CONSIDERANDO— Que la ocupación del Perú por el ejército boliviano, no se funda en otro derech» que el que le da un tratado ilegal, nulo y atentatorio, estipulado y firme- do por un General peruano, sin misión y sin facultad para entregar a* Patria al extrangero— Que el General Santa-Cruz, con la fuerza de su mando, ha despedazado el Perú, alzándose con un poder absoluto, sancionado por asambleas diminutas é in- competentes— Que este procedimiento escandaloso ataca el principio de la soberanía popular, que reconocen por base de sus instituciones todas las Repúblicas de la América Meridional— Que la intervención del General Santa-Cruz para cambiar el orden político del Perú, es un abuso criminal contra la libertad é independencia de los Estados Ame- ricanos, y una infracción clásica del derecho de gentes— Que la concentración en su persona de una autoridad vitalicia, despótica é ilimitada sobre el Perú y Bolivia, con la facultad de nombrar sucesor, conculca los derechos de ambos Estados, é instituye un feudo personal que solemnemente proscriben las actas de Independencia de una y otra República— Que el ensanche de tal poder por el abuso de la fuerza, invierte el equilibrio con servador de la paz de las Repúblicas limítrofes al Perú y Bolivia: [ 5 ] CONSIDERANDO— Que el acantonamiento de tropas del ejército del General Santa-Cruz sobre la frontera del Norte de la Confederación, la expedición anárquica enviada á las costas de Chile desde los puertos del Perú, bajo la notoria protección de los agentes de aquel caudillo, y sus simultáneos, constantes y pérfidos amaños, para insurreccionar á la República Argentina, confirman la existen- cia de un plan político, para subordinar á los intereses del usurpador la independencia y el honor de los Estados limítrofes al Perú y Bolivia_ Que el estado permanente de inquietud y de incertidumbre en que se halla la Re- pública Argentina, por las asechanzas del Gobierno del General Santa-Cruz, causa todos los males de la guerra sin ninguna de sus ventajas: Y ULTIMAMENTE— Que la política doble y falaz del General Santa-Cruz ha inutilizado toda garantia que dependa del fiel cumplimiento de sus promesas— DECLARA: 1. ° Que en atención á los multiplicados actos de hostilidad, designados y compro- bados, la Confederación Argentina está en guerra con el Gobierno del Ge- neral Santa-Cruz, y sus sostenedores. 2. " Que la Confederación Argentina reusará ¡a paz y toda transacción con el Ge- neral Santa-Cruz, mientras no quede bien garantida de la ambición que ha desplegado, y no evacué la República Peruana, dejándola completamente libre para disponer de su destino. • • S.° Que la Confederación Argentina reconoce el derecho de los pueblos peruanos, para conservar su primitiva organización política, ó para sancionar en uso de su soberanía su actual división de Estados, cuando libre de la fuerza extrangera se ocupe sin coacción en su propia suerte. 4." Que la Confederación Argentina, en la lid á que ha sido provocada, no abriga 2Í 6 3 pretcnsión alguna territorial fuera de sus límites naturales, y protesta en presencia del Universo, y ante la posteridad, que toma las armas para poner á salvo la integridad, la independencia y el honor de la Confedera- ción Argentina. Publí queso, circúlese á quienes corresponde, é insértese en el Registro Oficial. ROSAS. FELIPE ARANA. ¡VIVA LA FEDERACION! Buenos Aires, Mayo 19 de 1837.--- Año 28 de la Libertad, 22 de la Independencia, y 8 de la Confederación Argentina.-- Al romper la paz que los pueblos de la Confederación Argentina han conquistado y con- servado costosamente, el Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores debe á su propio honor, al de la Confederación, y al respeto de todas las na- ciones, el manifestar las causas que legitiman el uso de las armas, á que á su pesar tiene que ocurrir para defender la seguridad é independencia de la República. Por fortuna la Confederación está exenta de que se le impute con razón algunos de los motivos innobles que tan frecuentemente arrastran á los Pueblos ú servir de instrumentos de ambición ó venganza; pues que, si bien es cierto que no ha podido precaverse de la calumnia de sus enemigos, suponiéndole un espí- ritu habitual de inquietud, le sobran títulos para honrarse de haber mos- trado constantemente igual solicitud por la paz exterior que firmeza contra sus enemigos.—Las glorias adquiridas le bastan para reposar contenta sobre sus laureles, y la historia ya es dueña de actos clásicos de su desprendimiento, cuando no puede registrarse uno solo de su ambición. La Confederación ambiciona, es verdad, pero solamente el que la opinión pública soberana del mundo reconozca y sancione ante su juicio inexorable la justicia de sus pre- tensiones.—La Confederación anhela por la convicción universal de que la conservación de sus caros derechos, y de su existencia política, mas, si po- sible fuere, que la vindicación de sus agravios, la han conducido á la ine- vitable necesidad de interponer la fuerza entre la tiranía y la libertad, en- tre la conquista y la Patria. Si la causa que impele á la Confederación Argentina á ocurrir á las armas por su pro- pia seguridad, fuese menos imponente y conspicua, no por eso se consideraría de- sobligada á dar cuenta pública del tránsito de la paz á la guerra; no tan- to por pagar un tributo á las fórmulas establecidas por la civilización, co- mo por buscar en el severo criterio de las naciones ese poder inmenso,t 8 ] que, asociándose siempre á la justicia, encadena tarde ó temprano á la fortuna, para postrarla ante el imperio de la razón. Pero cuando el caudillo que hostiliza á la Confederación se ha colocado á la cabeza de tres Repúblicas populosas ; cuando escritores asalariados se han ocupado muchos años há en alucinar la América y la Europa con ficciones exageradas de su administración ilustrada y benéfica; cuando acaba de consagrarse como un acto de magnanimidad la violación escandalosa de los derechos de una nación libre ; cuando la crueldad refinada se presenta á los ojos del mundo con la máscara de la beneficencia; y cuando enfin ese mismo caudillo, pre- valido de su categoría, se afana en captarse la voluntad de las naciones con pomposas protestas de protección y garantías, ¿confiará solamente la Confederación en la justieia de su causa? ¿Se avendrá con la sospecha de haber sido agresora, cuando solo ha pensado en defenderse?—No. El Go- bierno encargada de las Relaciones Exteriores de la Confederación demostrará con hechos que no ha sido el autor de la guerra. Con ellos la Confedera- ción se presenta ante el augusto tribunal de los pueblos, sin otra preteiir sion que hacer ver abandona la paz cuando la guerra era su único medio de salvación. .Después que la espléndida batalla de la Ciudadelá desbarató en 1&31 las últimas reliquias del ejército del bando unitario, los pueblos sintieron la necesidad de- una paz durable para convalecer á su sombra de los estragos de la guerra ci- vil. Ni el estímulo de la venganza, provocada por las violencias y depre- daciones de que habian sido víctimas, ni el presentimiento de nuevas tentati- vas de parte de sus enemigos, ni el instinto, de su propia seguridad, al verse amenazados por los restos dispersos sobre las fronteras de la Repú- blica, prevalecieron al conato uniforme de una tranquilidad permanente con que reparar los estragos del insano furor de los amotinados. Los Gobiernos de las Provincias Confederadas, constituidos en el prerentorio deber de segundar los sentimientos populares y de corresponder á la confianza de- positada en ellos, comprendieron cumplidamente su misión, y sin adormecer- se en una funesta inacción, se contrajeron exclusivamente á neutralizar el encono de las pasiones, y á franquear los véneros de la prosperidad común, mientras que con la acción nacional en el Gefe Supremo de Buenos Ai- res para dirigir y conservar las Relaciones Exteriores, velase incesantemente por su seguridad y su reposo, haciendo justicia ú Tos amigos de la República y demandándola en reciprocidad; cultivando la paz y la amistad con las nar C 9 T eiones, y rechazando loe actos hostiles, con la dignidad de un Estado soberano "é independiente.' La gravedad de esta confianza, y su inmensa responsabilidad ante la opinión de la República, y ante el solemne juicio de la historia, colocaban al Gobierno de Buenos Aires en esa posición delicada en. que una política franca, sistemada y leal debiera desplegarse sin apartarse de los intereses prácticos de la Con- federación. Mengua seria pudiese citarse un ejemplo de defección i ó de de- bilidad en eL Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores desde aquella época: pues si alguna vez los amaños de la discordia llegaron á triunfar so- bre la debilidad de los depositarios de la autoridad, la acción popular res- tauró las leyes y la autoridad á su solio, repeliendo á los enemigos que empezaban de nuevo á incendiar la República. N« podia ocultarse al Gobierno encargado de las Relaeiones exteriores, que los que derribaron el Gobierno y las sagradas instituciones de bu país; los que habian conculcado las leyes bajo el irrisorio y pretendido derecho d» imponer con la espada un sistema político aborrecido por la República, apro- vecharían poco del escarmiento, y atizarían la discordia desde cualquier punto en que se guarecieran. Los hechos mas ruidosos se acumularon para corroborar este triste presentimiento; y en la Banda Oriental del Rio de" la Plata y en el territorio Boliviano, se vieron amontonarse los primeros combustibles contra la Confederación Argentina. La benevolencia con que habian sido tratadas ambas Repúblicas, los sacrificios con- sagrados á su emancipación, y las pruebas inequívocas de adhesión y leal- tad de la Confederación, debieron prometer las garantías mas sólidas de re- ciprocidad, menos que fuera de preverse la existencia de un Gobierno, ciego absolutamente á sus intereses, é insensible á las conveniencias nacionales. ¿Quién no presumiría que el Gefe de Bolivia, enseñado por los males que causara en su Patria la discordia, no antepondría las simpatías de vecindad y los respetos de nn Gobierno amigo, á una descarada protección á los insti- gadores de revueltas ? ¿Quién dudaría de que las reclamaciones del Gobier- no Argentino, fundadas en la práctica de naciones celosas de los derechos de la humanidad, merecieran menos respeto del Gefe Boliviano, que los pro- yectos incendiarios de los asilados en aquella República. P«» por todas partes llegaban al Gobierno, encargado de las Relaciones Exteriores, 3i 10 3 multiplicados comprobantes de la criminal tolerancia de las autoridades boll~ vianas, en las tentativas de los conspiradores unitarios. Los periódicos re- dactados bajo la influencia compulsiva del Ministerio Boliviano, descubrían por entre la sátira y la crítica, el espíritu dominante de su Gobierno contra la Confederación ; y en cada acto del General Santa-Cruz, Presidente de aquel Estado, se notaba una coincidencia perfecta con el plan iniciado en Salta por la Legación Boliviana antes de la batalla de Tucuman, para alentar la facción desorganizadora, bajo el fingido pretexto de mediación, rechazada opor- tunamente por el Ilustre General Quiroga. Sin embargo, no bastaba para que el Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores de la República, cediese á las impresiones producidas por estos hechos. Se afanaba el Gobierno de Buenos Aires en encontrar en ellos un sentimiento exagerado de compasión al infortunio, mas bien que en convencerse de la perfidia de un gabinete á quien no habia ofendido, y cuya existencia representaba un monumento de la generosidad y desprendimiento de la República Argentina. Lleno de la confianza que inspira la justicia, y persuadido el Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores, de que la opinión pronunciada de uno al otre extremo de la República Argentina por el sistema federal, serviría de conse- jo al General Santa-Cruz para volver sobre sus pasos, y detenerse al borde del abismo que cavaba por sus propias manos, se dirigió ú él en 8 de Junio de 1832, por medio del Ministerio de Relaciones Exteriores, declarándole, " que si los emigrados Argentinos se sometieran á su suerte, y gozasen en «• paz de la hospitalidad que les franqueaba la liberalidad de las leyes de m Bolivia, no se permitiría el Gobierno la menor indicación que los inquietase: " pero que, cuando era evidente que hacian servir la inviolabilidad de aquel ««territorio á sus miras anárquicas, y se disponian á nuevas agresiones con- ««tra las Provincias limítrofes, no podia prescindir de reclamar del Gefe de ««Bolivia ordenase á los emigrados Argentinos, existentes en Mojos y Tupiza, «'ó en cualquier otro pueblo cercano á la frontera, se retirasen al interior, ««situándoseles en un punto de donde no les fuese dado turbar la tranqui- ««lidad de su Patria, ni comprometer la armonía de dos naciones Uama- «' das á ser fieles y leales amigas. " No necesitaba el Gobierno de Buenos Aires invocar en su favor otros intereses que los do ambos países, ni explanar una demanda que, tendiendo á robustecer la paz de la República, concillaba el mejor estar de sus enemigos. Sin em- bargo recordábase al General Santa-Cruz, que si la conducta de las na- : ii ] ciones de primer órden, como la Inglaterra y la Francia simpatizaba en igual caso con la exigencia de la República, el Gobierno de Chile, no me- nos inteligente y celoso de los derechos internacionales, habia retirado de la frontera á los unitarios, peligrosos por su categoría ó su influjo. Díjosele también que, " dispensando ú los emigrados toda la consideración que es- '• timase justa, ahorrase á la República la necesidad de cerrarles para siem- «' pre sus puertas, si continuasen en sus criminales tentativas, y anuncióse " una legación como testimonio especial del empeño de la Confederación en mantener la paz con Bolivia." Apelamos al sentido común de los hombres de todas las naciones, y á la conciencia de todos los Argentinos, para que fallen sobre la conducta del Gobierno, j clasifiquen sus sentimientos. ¿Qué prueba menos equivoca puede darse de la templanza de principios, y del anhelo por la conservación de la paz ? Quizá los pueblos devastados por el hierro y el fuego de una facción odio~ sa, tendrían derecho de reprochar al Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores, tanta generosidad á tamañas ofensas ! Quizá sobraría razón para exigirle un rompimiento decisivo con el Gefe de un Estado, que abroque- lando cautelosamente á los enemigos de la Confederación Argentina, man- tenía en alarma á la República, y la obligaba á inmensos sacrificios. Pero la paz habia venido á ser para la nación como el arca de alianza, cuya salvación se habia confiado al Gobierno de Buenos Aires, y era menester acreditar ante el género humano, que la Confederación Argentina no des- colgaba sus armas sino depues de haber apurado los medios de ahuyentar la guerra. Si» hacer alarde de depravación ó de indolencia, no podia el General Santa Cruz ensordecer á las exigencias del Gobierno de Buenos Aires, y por medio de una nota ministerial de 10 de Setiembre del mismo año, afectó prestarse á retirar de las fronteras del sud los emigrados peligrosos al sosiego de la Confederación, señalando los que, expatriados de Bolivia, y asilados en Salta, eonvenia fuesen trasladados á Tucuman. El General Santa Cruz confesaba »er " de extricta y rigorosa justicia, satisfacer á la reclamación, como raedi- " da útil á ambos paiáes"; y en e3te documento, redactado pérfidamente, no se leia una sola cláusula que no fuese medida para adormecer la desconfian- za de la Confederación Argentina. El Gobierno encargado de las Relacio- nes Exteriores satisfizo por su parte los deseos del Gefe de Bolivia, reti- rando de Salta las personas que le eran sospechosas, y se prometió desde luego una correspondencia leal.I 12 ] Bajo los auspicios de amistosas protestas del General Santa-Cruz, y previa la noti- ficación de la salida de la Legación Argentina, marchó el Encargado de ne- I gocios eeroa del -Gobierno de Bolivia, con instrucciones de estrechar los vín- culos de -amistad entre ambas Repúblicas, facilitar el tráfico y mutua comu- nicación, reclamar la restitución de Tarija, y arreglar un tratado de límites de amistad y comercio, sobre bases de perfecta reciprocidad. Cuanto con- tribuyese á afirmar la paz y la prosperidad de uno y otro pais, se compren- día en la responsabilidad del Encargado de esta legación. No bien hubo llegado á Salta el Agente Argentino, lo comunicó al General Santa Cruz, sin presumir que por motivo alguno se le detuviese en su marcha, ni se frustrasen los benéficos votos de su Gobierno: pero estaba sin duda decre- tado en los tenebrosos consejos del Gefe Boliviano, conservarse á todo tranca desligado de compromisos públicos para con la Confederación Argentina, é im- pedir el descubrimiento de sus insidias, hasta que el tiempo allanase el ca- mino al desenvolvimiento de su plan. -Con frivolas escusas, y con extravagantes observaciones, fué negado á la .Legación Argentina, en Febrero de 1833, el pase para entrar en Bolivia. "Ni la or- ganización interior de la República, ni las relaciones exteriores habian cam- biado desde mediados del año anterior, en que se notició al General San- ta-Cruz la próxima salida de un Ministro; y lejos de manifestar entonces la menor duda sobre las garantías de la Confederación en sus transacciones diplomáticas, habia dado á entender con su silencio la perfecta acquiescen- cia al recebimiento de la misión. Inutilizáronse las miras pacíficas del Go- bierno de Buenos Aires, y posponiendo los fundamentos de una queja por este inesperado proceder, se limitó á decir al General Santa-Cruz, en 30 de Mayo del mismo año, " que ya que se manifestaba decidido por sus últi- " mas comunicaciones á conservar las relaciones establecidas por el derecho " de gentes, y emanadas de afección mútua entre pueblos amigos, esperaba " se renovase el tráfico comercial, interrumpido durante la guerra civil, y la " comunicación necesaria para el restablecimiento de la mútua confianza." Fuera de los límites trazados por el honor en las relaciones sociales, sería fácil ha- llar la inmoralidad y mala fé, pero si un ciudadano elevado al poder care- ciese de probidad y de decencia, no sería impertinente suponer respetase el decoro y dignidad de su Patria. Esta observación, robustecida por el ejem- plo de la historia, suspendió el juicio del Gobierno de Buenos Aires, respecto al General Santa-Cruz; cuando en medio de sus votos apócrifos de amistad í 13 3 y buena inteligencia, afluían de Bolivia los avisos de su complicidad ver- gonzosa en las incursiones de los emigrados, y en sus clandestinas manio- bras, para incendiar la República Argentina en todas direcciones. Si desnudo de pundonor el General Santa-Cruz tuviera en menos faltar á sus pro- testas : si el decoro y dignidad de su elevada clase desmereciesen ante el sentimiento privado de aquel caudillo, ¿ no volvería en si á la voz de su Patria para mantener dignamente el puesto aventajado que en las familias de las nuevas Repúblicas le pertenece ? ¿ Tendrá en menos, que el dar en- sanche á siniestras pasiones, la responsabilidad de sus juramentos, la nombra- día de su pais, y la tranquilidad de sus conciudadanos ? Pretenderá el Ge- neral Santa-Cruz sofocar la opinión de la América, y encubrir la falacia de su administración con los mismos actos que la revelan, y que amanci- llan las primeras páginas de la historia de Bolivia? Estas cuestiones que favorablemente resolvía el Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores, le daban lugar á esperar del curso de los sucesos, que el General Santa-Cruz examinára con detenimiento las conveniencias de su Patria, y borrase coa circunspección los. vestigios de su innoble política.—Ni podía dejar de espe- rarse, cuando á la par de sus reprobados amaños, llegaban frecuentes y lu- minosas pruebas del sentimiento fraternal de los Bolivianos. Reservádose habia el Sr. General Santa Cruz el lauro de iludir el concepto de su probidad, y empañar el brillo de una autoridad que egercieron varones ilus- tres; pero se alzará el velo á sus intrigas, y se le verá fomentando los ataques á las Provincias de Tucuman, Salta y Catamarca, con las mismas personas que por medio de su Ministerio prometió retirar de las fronteras del norte. La coincidencia de los sucesos en distintos frentes de la República, por la identidad de los medios empleados para prepararlos, servirá á persuadir al mas iluso, de que el General Santa Cruz no ha cesado de suscitar distur- bios para frustrar la sólida organización de la Confederación Argentina. La revolución proyectada contra .el Gobierno de Salta en 1833, de que participó el Gene- ral Santa Cruz, le precipitó en el camino que ha recorrido hasta ahora. De acuerdo con los enemigos del finado General La torre,- remitió Santa Cruz á Mojo al Teniente Coronel Campero, en Octubre de aquel año, con cua- trocientas armas de chispa y blancas y las respectivas municiones, con or- den de que se transportasen á Llaví por el Capitán D. Manuel Molina, ue las guardias nacionales de Tarija, destinadas á armar 600 hombres, en 4C 14 3 auxilio á Jujui contra Salta. El Comandante Ontiveros y el juez territo- rial Paredes reunieron su gente para obedecer á Campero, á quien acom- pañaban el Comandante de Dragones de Tarija, y D. Mariano Vázquez, lo» Tenientes Balladares y Carretero, D. José Güemez, con otros facciosos, y diez y seis hombres de tropa, y los bolivianos no se retiraron i su terri- torio hasta que fu6 derrotado y preso el general Latorre. En 1834, al tiempo que el Gobierno Encargado de las Relaciones Exteriores, firme en el principio de procurar la paz de la República, autorizaba á un ciu- dadano argentino en el carácter de Cónsul General en Bolivia, con el de- signio de ostentar en este paso su constante propensión á la mejor inteligen- cia entre ambas Repúblicas, se desprendía de la Banda Oriental del Rio de la Plata un enviado con la fatal misión de organizar un plan con el Ge- neral Santa Cruz para desquiciar la Confederación. El proyecto lo habia concebido un Ministro Oriental, siempre ominoso á la República, por la conciencia perfecta de la analogia de política de la administración á que pertenecía con la del General Santa Cruz:—administración de funesto re- cuerdo á la Confederación Argentina. Para colorir el plan anarquizador, pretestábase por el Ministerio Oriental la urgencia de un tratado de límites entre el Imperio del Brasil y los Estados circun- vecinos, aprovechándose para ello del período de la Regencia del Brasil en la minoría del Emperador D. Pedro II, antes que la cuestión fuese discutida y sancionada aisladamente entre el Gobierno Imperial y la Con- federación Argentina. Invitarse debia al Presidente del Perú, y se invitó en efecto, á asociarse á la negociación, ocultándole el verdadero espíritu de esta convención, que por sí sola muestra el precio de los sacrificios he- roicos de la Confederación ante un Gobierno desleal y revoltoso. El encargado de la ejecución del pensamiento del finado Ministro le avisaba desde Chuquisaca, el 9 de Diciembre del mismo año, que el General Santa Cruz se habia penetrado de la importancia y latitud de su misión; y que, según su palabra, lo abrazaba de todo corazón. Se celebró un tratado, y se esti- puló en él la misión de un comisionado del General Santa Cruz al Esta- do Oriental, con acuerdo de cuyo Gobierno se exigiría de la República Ar- gentina una nueva organización por medio de un Congreso General, para participar entonces del tratado de límites con el vecino Imperio. Si el convenio hubiera de limitarse á privar á la Confederación Argentina de su in- tervención en el tratado de límites del Estado Oriental con el del Brasil, ó á excluirla de la primacía que le compete en esta cuestión, ¿ qué Gobier- no Americano, celoso de su dignidad, se habría sin razón asociado á un agravio gratuito á los derechos políticos de una nación amiga? ¿ Quién no se ofendería de un proyecto calculado para despertar antipatías entre pue- blos hermanos y vecinos ? Pero la negociación envolvía un objeto mas cri- minal. Tratábase de excitar con la invitación á un Congreso en la Confe- deración, la susceptibilidad de los unos y la ambición de los otros: tratába- se de dividir la República, invocando nombres sagrados y teorías seductoras, para dar paso á la detestable facción unitaria; y habriánse renovado los dias de duelo, si esta trama insidiosa no hubiese sido desecha por el Gobierno patriótico sucesor del de D. Fructuoso Rivera. ¡ Y la abraza de todo co- razón el General Santa Cruz !! Desmiéntanse estos hechos apurando el sofisma: el Gobierno contestará que con documentos auténticos á la mane ae redacta este vergonzoso episodio. •e habia adelantado demasiado el General Santa Cruz para retroceder. Era pre- ciso que consumase la obra maleficiosa que habia emprendido, y buscar ins- trumentos adecuados para conmover á la República. En efecto, á fin de 1834, y á principios de 1835, redobló Santa Cruz su actividad en la cor- respondencia epistolar con los corifeos de la facción unitaria guarecida en la Banda Oriental. El Gobierno de Buenos Aires, apercibido de la multi- plicación de sus clubs, de la estension de sus trabajos, y de la ramificación de sus relaciones, no cesaba de advertir á los pueblos velasen por su se- guridad; pero se detuvo mil veces á investigar el fundamento razonable de las esperanzas de los perturbadores, hasta que se puso en evidencia la coo- peración eficaz del General Santa Cruz. acontecimiento feliz proporcionó al Gobierno Encargado de las Relaciones Exte- riores el documento que derramaba una inmensa luz sobre esos manejos; ^ sus autores aparecieron cubiertos de la ignominia compañera de la traición. La carta escrita al General Santa Cruz desde la República Oriental por un caudillo unitario, acusándole recibo de sus comunicaciones incendiarias, revelaba no solamente una conjuración incoada con conocimiento del Gef« Supremo de Bolivia, sino los medios empleados para su progreso y egecu- cion. El extracto de esta carta fué publicado en las prensas de esta capi- tal, silenciándose los detalles con que se escarnecía á la República. Los conjurados olvidáronse de sí mismos, olvidaron su patria por la sed insa-[ 16 ] ciable de venganza. Adulaban las miras del caudillo, é incensaban bu or- gullo, bien seguros de que nuevos sacudimientos en la República Argenti- na satisfarían su corazón, cualquiera que fuere el pretexto de suscitarlos.. Los escritores vendidos al poder del General Santa Cruz han declarado apócrifa la carta, acudiendo á este vulgar recurso para entretener la incertkiumbre y libertar al caudillo de la terrible sentencia de la opinión pública. Llegará un dia en que el Gobierno la presentará íntegra ú sus compatriotas para confusión de sus cómplices.—Sepan entretanto los amigos del General San- ta Cruz que la carta fué conducida en la goleta Yanacocha por un emi- sario destinado al Perú* presa del capitán Mariategui de la escuadra Pe- ruana, y que antes que el Gobierno encargado de las Relaciones- Exterio- res tuviese la primera noticia de la interceptación, el original corrió d« mano en mano, de distinguidos personages, hasta la del Sr. Mulac, Co- modoro de la estación francesa sobre las aguas del Callao. Inutilizáron- se de esta manera los arbitrios empleados para encubrir la evidencia de un hecho que en vano se ha intentado desfiguran La primera tentativa del ex- General D. Javier López para subvertir el orden de la Provincia de Tucuman, frustrada por la vigilancia de los Gobiernos fron- terizos, indicaba suficientemente la tolerancia de las autoridades de Bo- livia, cuando no fuera su connivencia: pues que los conjurados no podían atravesar el territorio boliviano con fuerza armada, sin ser sentidos en su marcha; pero por la prisión de varios cómplices vínose á adquirir evidencia perfecta de una combinación insidiosa, que, á no estar comprobada por la serie de documentos auténticos que el Gobierno conserva en su poder, ra- yaría en lo posible tanta superchería en el Gefe de una nación hasta los escrúpulos de la duda. Los Coroneles Balmaceda y Roca acompañaban al ex-General López desde Bolivia, en la expedición que contra Tucuman emprendió por segunda vez desde aquella República. Su empresa pereció en Monte Grande, y la ley descargó so- bre su cabeza la cuchilla levantada contra los traidores. Prisioneros aque- llos gefes y herido mortalmente el primero, declaró Balmaceda el 8 de Febrero de 1836 que el General Al varado, erigido desde su emigración en órgano de las ideas subversivas del Gefe boliviano, habia auxiliado á Ló- pez para acometer á Tucuman por órden expresa del General Santa Cruz, cuyas comunicaciones á Alvarado él misma oyó leer: que el armamento y E 17 ] municiones de la fuerza de López en su primera invasión lo recibió en Tanja del General O'Connor por órden del Prefecto de Potosí, explanan- do con este motivo los medios seductores que empleaba Santa Cruz en la provincia de Salta para ganar prosélitos. Entre las instrucciones de Santa-Cruz al Prefecto de Potosí, se comprendía la de solicitar al famoso Felipe Figueroa, arrojado de Catamarca, y auxiliarle, para que se apoderase de aquella Provincia. Tres agentes fueron despachados por el Gobierno de Potosí á la Cruz del Eje, á Copiapó y Llanos de la Rio- ja, en solicitud de aquel vil instrumento de tumultos. Mendeville, Gober- nador de Chichas, tenia la especial comisión de auxiliar á Quintana, para apoderarse de la fuerza del Gobierno de Jujuí, del que fué expulsado, y re- cibir órdenes del General delegado de Santa-Cruz, para las operaciones hos* tiles contra la Confederación Argentina, sobre la que caería luego que con- cluyese en el Bajo Perú. La exposición del coronel Roca ratificando la de Balmaceda, se remonta á la época en que el general Santa-Cruz en 1832 hizo á Alvarado la primera aber- tura de su plan, proponiéndole se encargase con los emigrados argentinos de una reacción en la República, contando con auxilio de armas y siete mil pesos mensuales. El célebre unitario L\ Miguel Díaz cruzó la realización de esta propuesta con calificaciones deshonrosas al general Alvarado, y pre- sentó en su reemplazo al general La-Madrid. Esta divergencia, que trascendía á los emigrados, inutilizó por entonces la agresión prometida en masa, y se dió lugar con ella á que el General López pidiese municiones y armas que recibió del coronel O'Connor, proveyéndosele por el Gobernador de Chichas de un pasaporte falso para Chile, que sirviese á ocultar su destino. Por mas que los agentes del General Santa-Cruz procuraban disfrazar sus manejos* no faltaban Americanos leales igualmente empeñados en revelarlos. El Go- bernador de Potosí creyó poder ocultar el origen del auxilio prestado á López, con encajonar fuera del Parque el armamento y pertrechos de guerra que le estaban señalados; mas muy luego fué ¿iiformado el Gobierno de Tucuman, de que en la casa del coronel Vera, en la Villa de Potosí, se habia acomo- dado el armamento y municiones que condujo á Tucuman D. José Frias para entregarse á López.—Las declaraciones juradas de D. Vicente Gómez, y de Gregorio Pérez, tomadas en la ciudad de Tucuman el 3 y 8 "de Agosto de 1835, confirman el hecho, con la notable circunstancia de haber 5[ 18 ] sido el mismo Pérez quien ayudó á encajonar el material para la expedición contra el Tucuman. Ninguno de los incidentes necesarios para formar una conciencia perfecta de esta in- sidiosa trama, dejó de concurrir ú ratificar el juicio del Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores de la República, pero contribuyó á corroborarlo la exposición de D. Clemente Garay el 8 de Febrero de 1836, quien go- zando de la mas íntima confianza del finado ex-General López, une á la confirmación de lo ya referido el franco aserto de que la invasión fué con- certada con el Presidente de Bolivia. También el coronel retirado del ejér- cito real D. Fernando Aramburú, reconvenido ante la ley, se propone disculpar su connivencia con el invasor López, con una carta del coronel D. Gerónimo Villagran de la escolta del General Santa Cruz, que interpone ante Aramburú bu antigua amistad para que identificase sus ideas con el caudillo López. Al mes de haberse anunciado por el coronel Balmaceda una nueva incursión á Ca- tamarca, en la declaración de que se ha hablado, ya se dejó ver en Antofagasta el ex-Comandante General Figueroa, á quien se habian unido en el territorio de Bolivia, con la caballada en la marcha, otros individuos decididos á sub- levar aquella Provincia. Los agentes del Gobernador de Potosí nada omi- tieron para llenar su comisión, y débese á su eficacia que Figueroa no fuese el único comprometido á trastornar el orden de aquella Provincia; y débese también a la influencia maléfica del Prefecto de Potosí que el Gobernador de Tucuman hubiese de salir á campaña para sofocar la insurrección con sacrificio» de sangre y de fortunas. El que intentare hallar en la dignidad de la magistratura suprema, y en el honor del magistrado una segura prenda de respeto á las leyes de moral y de- cencia, no podrá menos que reconocer una excepción odiosa en la conducta del General Santa-Cruz, y de sus mandatarios para con la Confederación Argentina. Difícil será siempre acertar con la línea en que pueden tocar las aberraciones del Gefe de un Estado, cuando vacilando entre su ambición y su conciencia, entre el crimen y su reputación, se vé obligado á conden- sar un velo para substraerse á la animadversión y al anatema público. Tal era el conflicto á que redujo al General Santa-Cruz la invasión á Tucuman por López, patrocinada por él y sus tenientes. El triunfo de este malhadado caudillo habría servido para diferir los cargos de la República contra su pro- tector; pero escarmentado López, hubo Santa-Cruz de apelar á extravagantes [ 1» ], ~ ficciones para impedir los reclamos y engañar á los pueblos con las apa- riencias de una falsa neutralidad. Apenas llegó á Potosí la noticia del desastroso fin de la tentativa de López, se apre- suró el Prefecto D. Hilarión Fernandez á ordenar al Gobierno de Chicha!» en Febrero de 1836, que si por algún acontecimiento regresase López y sus compañeros, los aprendiese y los enviase presos á disposición de la Prefec- tura, pues que se había sorprendido al saber que hubiese abusado de la generosa hospitalidad. El Vice-Presidente de Bolivia confirmó esta resolución el 19 del mismo mes, y aparentando profundo sentimiento por ver compro- metido el decoro de aquel Gobierno, mandó al Prefecto acreditase satisfacto- riamente la inalterable neutralidad del Gabinete Boliviano en las cuestiones domésticas de la República Argentina. Este ardid, cuya calificación se confundiera con la de la mas insulsa y vulgar intriga, no quedaba bien disimulado al juicio del Vice-Presidente de Bolivia, si no se acompañase el insulto y desprecio á las primeras autoridades de la Con- federación Argentina, para que apartasen la vista, de la mano y recursos de Bolivia en la última incursión de López. El periódico ministerial de! 27 de Marzo del citado año se encargó de esta tarea, y amontonando en una cruel diatriba contra los Gobiernos de la Confederación gratuitas ofen- sas y reflexiones acres, les zahiere y les mofa, pretendiendo engañar el buen sentido de los pueblos con las arterías de la mas refinada hipocresía. N» es esta la oportunidad de comentar la política del Gabinete Boliviano, que los pueblos sabrán definir: pero ¿ no habrá de inquirirse del Gefe de Bolivia si antes de la incursión á Tucuman ignoraba que los López, Balmacedas y otros tenaces unitarios estaban comprendidos entre los emigrados que el Go- bierno Boliviano prometió retirar de la frontera? ¿Habría podido olvidar el General Santa-Cruz y su Pro-Consul que, satisfecha puntualmente por la Confederación Argentina la exigencia de Bolivia, sobre la traslación de los emigrados peligrosos al sosiego de aquel Estado, le urgia el deber de una correspondencia leal? ¿Las aspiraciones del ex-General López, su genio tur- bulento, y su ambición, no serían conocidas del Gobierno de Bolivia? ¡Y se le conserva en la frontera rodeado de su clientela revolucionaria, y se le tolera después de las protestas solemnes y repetidas del Gobierno Argentino! ¡Donde está la neutralidad! ¿Dónde la justicia y honor? El corto número de los invasores, y sus escasos materiales de guerra sirven de únicoí 20 ] efugio á los órganos del Gobierno Boliviano para destruir la idea de su complicidad en tan criminales maniobras: pero el tiempo ha venido á con- signar por principio de la política de aquel gabinete la acumulación de com- bustible, suficiente para introducir la anarquía en las Repúblicas limítrofes con el fin de prolongar la división y la incertidumbre. Como si la victoria completa de un partido que las organizase fuera un obstáculo inaccesible á la ambición del caudillo Boliviano, ha tratado solo de la guerra civil, porque la destrucción. era su objeto. La aplicación de igual consejo se ha visto renovada em la expedición anárquica contra Chile; y después que ya no es á nadie permitido dudar del origen de aquel atentado, y de los me- dios empleados para consumarlo, es forzoso reconocer en él el mismo espí- ritu que animó al General Santa-Cruz en las incursiones á la República, y dar la evidencia de los sucesos por única respuesta á sus menguados apologistas. > bien se frustraron las esperanzas del General Santa-Cruz en las fronteras del norte, cuando empezó á sazonar el fruto de sus insidias al éste de la República Argentina. La influencia del General Santa-Cruz no podia ser práctica en el Estado Oriental del Uruguay, sin que al orden legal de que gozaba, le substituyese un corifeo anárquico con quien habia estrechado re- laciones, que favoreciese descaradamente sus designios. La conjuración de 1836 preparaba este cambio, y cuando aquella República medraba á la som- bra de sus instituciones, viéronse de repente atropelladas, y en campaña el gefe de la rebelión, rodeado de los unitarios, principales colaboradores del General Santa Cruz. Entonces creyó el Gobierno encargado de las Rela- ciones Exteriores ser de su deber colocar la espada de la Confederación en la balanza del gobierno legal, y la Providencia, protegiendo á los defenso- res de las leyes, permitió un nuevo y terrible desengaño á los anarquistas. Merced á la previsión y sacrificios del Gobierno Argentino, disipóse la tem- pestad que tronaba ya sobre el cielo de la República, y el General Santa Cruz hubo de ver otra vez encallada su funesta empresa. las conspiraciones promovidas y protegidas por el General Santa Cruz no se limitan los agravios inferidos á la República. También las propiedades argentinas fron- terizas á Bolivia han sido acometidas y robadas. También las leyes de la provincia de Salta han sido anuladas por la interposición de fuerza bolivia- na, que traspasando la línea divisoria, ha penetrado sin disfraz al territorio de la República. Citará el Gobierno hechos que no podrán ser desmenti- í 21 : dos, y á la imparcialidad incumbirá el trabajo de señalarles el lugar que les toca entre los clásicos abusos del poder, y entre las escandalosas vio- laciones del derecho de gentes. El Marquesado de Yabi, situado en el territorio de la República, fué invadido en 1834 por tropa boliviana ; y el 8 de Julio del mismo año consumóse el ultra- ge con la prisión del Comandante de la Puna, y con el saqueo de cantidad de dinero, de que por decreto de 4 de Mayo de 1834 de la Legislatura de Salta, se constituyó depositario al Subdelegado de la misma sección. El Sargento Mayor, Comandante de un Escuadrón de Tarija, acompañado de otros oficiales de la misma Provincia y de unitarios emigrados de Salta, s« encargaron de la egecucion del pillage, que por sorpresa en medio de la paz realizaron impunemente. Litigábase ante los tribunales de Salta, entre D. Eernando Campero residente en Bo- livia, y D. Pedro Nolasco Uriondo, sobre la posesión interina del Marquesado de Yabi, ó Valle del Tojo, cuyos arriendos debían depositarse hasta que se declarase el derecho de posesión en favor de alguno de los litigantes. El Marquesado existe dentro de los límites de aquella Provincia, sin que pue- da cuestionarse este punto: y con tal convicción la Legislatura de Salta, urgida por la exigencia de un grave compromiso, tuvo á bien disponer por ley de 3 de Mayo de 1834, que el producto de los arriendos del ex-Mar- quesado de Yabi se situase por orden y cuenta del Gobierno en las arcas públicas en clase de depósito, para devolverse á quien del litis pendiente resultasen pertenecer en propiedad las tierras. Al Subdelegado de la Puna, en aquella época D. Cirilo de Alvarado, se cometió el encargo de dar cumplimiento á la ley; pero cuando reposaba seguro de la inmunidad de la República, y del sagrado de su asilo doméstico, fué asal- tado en alta noche el 8 de Julio del antedicho año por una partida de tro- pa boliviana, mandada por D. Manuel Ansoategui, hermano político de Cam- pero; y por el Sargento Mayor Vázquez, Comandante de un escuadrón de Tarija, la que acompañaban el Capitán de esta misma Provincia, D. Manuel * Molina, tres emigrados, D. Dionisio Ibarra, D. Francisco Pedroso, y D. Hen- rique Salazar. Antes de llegar la partida á la casa de Alvarado habia sorprendido al Comandante militar de la Puna, L>. José Gabriel Ontiveros, y al Juez territorial, D. Lui# 6C 22 ] Paredes, y ambos amarrados y ultrajados tuvieron que seguir á los inva- sores, y presenciar el despojo de cinco mil y mas pesos que por la fuerza obligaron á Alvarado á entregar, parte producto de los arriendos recolectados, y parte de su propio peculio. Hecha la presa, fugaron á Bolivia los in- vasores, encerrando á Alvarado y amarrando á los otros dos. No obstante fueron perseguidos hasta aquella República por el Comandante luego que estuvo libre, y debieron su salvación al respeto con que miró este Gefe la línea divisoria entre ambos Estados. La violencia y el ultrage fueron tan públicos por su naturaleza, que el malogrado General La-Torre, Gobernador de Salta, creyó no deber aguardar la recla- mación del Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores, y se anticipó á instruir al General Santa-Cruz de la ofensa recibida, y a exigirle la res- titución de la suma extraída á viva fuerza en el territorio de Salta: pero, en vez de la satisfacción que jamas obtuvo, vió confirmada por la voz pú- blica de Bolivia, que aquel caudillo repetia sin embozo su decisión á ne- garse á toda relación con las Provincias Argentinas por causas altamente humillantes á la Confederación. No había corrido un largo intervalo cuando el General O'Connor, enviado por el General Santa-Cruz al Norte de Oran, despojaba de las tierras, que el Gobierno de Salta habia dado en merced años antes, ú algunos individuos, para poner en posesión de las mismas á otros vecinos da Bolivia. Apropióse también O'Connor las que en pagos de sueldos le asignó el Gobierno boliviano, quedando en posesión desde la abra de Cañas del Cerro Niguara hasta el Rio Bermejo. Inútiles fueron las representaciones de los dueños, que con sus títulos de merced reclamaban de aquel Gefe su propiedad: se les declaró nulos, y los "habitantes de Itan y de Carapara perdieron por la interposición de la au- toridad boliviana, fuera de sus fronteras, el patrimonio de sus hijos. El Gobierno de Salta se adelantó otra vez á demandar del General Santa-Cruz la reparación de este agravio, sin obtener por él ninguna explicación. A juzgar por la política del caudillo boliviano desde 1831 con respecto á la Con- federación Argentina, no era de esperar abandonase la indiferencia desdeñosa con que escuchaba sus mas justificadas demandas: pero apenas le convino mostrarse celoso de la protección de algunos hombres, que asilados en Bo- livia aumentaban el número de los enemigos de la República, hizo una tregua con su conducta, y en 19 de Noviembre de 1835 su digno Teniente, C 23 1 s el pretendido Vice-Presidente de Bolivia, eco constante de aquel caudillo, dirigióse al Gobierno de Tucuman, reclamando las personas de José Antonio Reinafé y Cornelio Moyano, por haber sido aprendidos en la jurisdicción de Antofagasta. El Gobierno de Tucuman llenó dignamente su deber, com- batiendo en su contestación algunos incidentes, y refiriéndose en lo principal a la autoridad encargada de las Relaciones Exteriores. Si la tradición de los sucesos bajo la funesta administración del General Santa-Cruz, no hubiese revelado ampliamente su perseverante maquiavelismo contra la Confederación, la reclamación de Reinafé merecería enumerarse entre las pruebas de un desmedido celo por la inmunidad territorial, ó de la igno- rancia de los límites señalados por el consentimiento de las naciones á las leyes de asilo. Pero la protección de uno de los autores, acusados de la sangrienta y horrorosa escena de Barranca-Yaco, del instigador de una tra- gedia de que la humanidad se avergüenza: la protección de este famoso criminal por el Gobierno Boliviano es por desgracia la consecuencia luminosa de la hostilidad sistemada del General Santa-Cruz al actual orden político de la República. Tas fecundo Santa-Cruz en los medios de conflagración, como desgraciado en sua tenebrosas maniobras, presentaba á cada paso á la República los testimonios menos equívocos de su doblez y perfidia. Se reclama á Reinafé por habar sido aprendido en Antofagasta, en el mismo recinto en que la expedición de Figueroa y sus cómplices se organizaba contra Catamarca; y después que se ostenta la filantropía de los principios y se pretende la inmunidad de aquel cantón, reaparece en él una nueva conspiración de los Figueroas, los Plazas, Córdoba, Santos, y otro3 unitarios que á presencia de las autoridades bo- livianas amenazan armados la Provincia de Catamarca, y obligan á ponerse en campaña á los habitantes de Calchaqui. ¿ Y todavía se invoca por el Gobierno Boliviano la inmunidad de su territorio ? ,; Todavia se pretende patrocinar en él al criminal que persiguen las leyes y la maldición de toda la República ? Muy distante el Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores de reconocer aun haberse aprendido á los prófugos en territorio boliviano, pues que los in- formes recibidos hasta ahora se contradicen, declara solamente, que si bien así fuera, la República Argentina habia tocado en la línea, donde cesando toda esperanza de respeto hacia sus derechos, y hacia las leyes conservado-C 24 ] ras de la paz entre naciones limítrofes, empieza la necesidad de acudir á las armas para hacerse justicia. En vano habíase reclamado con instancia el que Bolivia dejase de ser el foco de maquinaciones tumultuarias contra la Re- pública, consintiendo á los unitarios trabajar contra ellos impunemente. Al tra- vés de falaces protestas de amistad y de paz del Gefe Boliviano, se lanza- ban folletos incendiarios, se concertaban invasiones, y se alentaba una con- juración permanente para turbar la paz de la República. El derecho, pues, de su propia conservación exigía perentoriamente otra política contra un Go- bierno desleal, instigador y cómplice de la guerra civil en el Estado. Y ese mismo derecho le autorizaba para extraer por las armas al traidor, que al abrigo que le diera Bolivia, estaba seguro de continuar sus asechanzas contra la República. La constancia del General Santa Cruz en favorecer cuanto dividiese la Confedera- ción, no ha resaltado menos en inspirar á los Bolivianos el odio y el des- precio á los Argentinos. Ninguno de ellos, que no perteneciese al círculo de los confabulados con el caudillo, halló jamas justicia en su administra- ción. Inferiores en Bolivia ú los extrangeros europeos, fueron frecuente- mente atropellados y vilipendiados por las autoridades subalternas. Sus pro- piedades a merced de gravosas imposiciones, su hogar sin garantía y sus personas expuestas frecuentemente á los insultos de un populacho seducido, descubren y comprueban el ánimo dañado de un Gobierno injusto, ingrato y procaz: de un Gobierno, que no hallando títulos honestos para desaten- der el clamor de los agraviados, excusa su indolencia con la falta de tra- tados con la Confederación Argentina, como si las bases de la justicia uni- versal estuviesen sujetas á convenciones; como si fuese lícito colocar sin ra- zan á los subditos de una nación amiga bajo restricciones exclusivas y odiosas. Eos aranceles fiscales adoptados para las introducciones de la República equivalen á formal prohibición y á un rompimiento expreso del tráfico de tres siglos. La desigualdad de los impuestos envuelve casi siempre principios de injus- ticia; pero cuando se llega al grado en que se aplican á la Confederación,, importa evidentemente la idea de rechazar la comunicación y el comercio. No pondrá en cuestión el Gobierno de Buenos Aires, encargado de las Re- laciones Exteriores, el derecho del Gefe de Bolivia para inclinar por medi- das orgánicas la balanza comercial en favor del acrescentamiento de la in- dustria y de los ingresos de su tesoro, pero tampoco se podrá negar á los Argentinos el derecho de ser nivelados en Bolivia con los subditos de la nación mas favorecida. [ 25 ] Después de un cúmulo de tantos y tan prolongados agravios, el Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores conocia sobradamente las razones para tomar las armas, y combatir un poder fatal á la Confederación Argentina, sin conci- tar la animadversión ni la censura de las demás naciones. Las reclama- ciones usitadas, las explicaciones comunes aun entre los gobiernos menos cultos, habían venido á ser fórmulas inútiles, arbitrios nugatorios, desde que faltaban lealtad y buena fé en el Gobierno de Bolivia. Seis años de dolo- sas protestas habían extinguido la confianza que inspiran las palabras del Gefe de un Estado, por poco solícito que fuera de su dignidad y de su honor. Conducido el Gobierno á esta penosa posición contra sus deseos, se resolvió á opo- ner un silencio paciente, con sacrificio de su propio decoro, antes que de- nunciar á sus compatriotas la política hostil del General Santa Cruz: pre- firió la responsabilidad de una indolencia peligrosa, antes que despertar la venganza de la República, y sacarla del estado de paz de que había menes- ter; y prefirió, por fin, dejar al tiempo la vindicación de sus derechos y la reparación de sus agravios, á la precocidad de una guerra, que si bien provocada por un caudillo ambicioso y audaz, llegaría ciertamente á no ser necesaria desde que por la ley expirase su autoridad. 31 sentimiento fraternal de los Bolivianos hácia la Confederación Argentina, tampoco daba lugar á dudar de sus simpatías con nuestros principios; porque una nación oprimida y sin libertad jamas se hace cómplice de los crímenes de su gobierno. Encorbados los Bolivianos bajo el yugo de un despotismo mi- litar, veian con pesar desatarse los lazos que estrechamente los unieran con esta República; y su fiel adhesión prometía al Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores las garantías de un cambio saludable á ambos Esta- dos, luego que la Presidencia de aquella República pasase á manos pa- trióticas y justas. 1 General Santa Cruz, en su carácter de Gefe de Bolivia, era por otra parte so- brado débil para ensayar de frente su poder sobre la Confederación, sin el riesgo de recibir una lección terrible. El nombre Argentino no podía sonar en sus oidos, sin renovarse en él la memoria de Pasco y Tucuman, donde atado por dos veces al carro de triunfo de huestes Argentinas, y mezclado entre los enemigos de la independencia de América, humilló su cabeza á vista de los estandartes de la República. El Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores habia medido con detenimiento los recursos materiales 7[ 2íí ] de aquel caudillo, y estaba seguro de que un prudente consejo le impedi- ría salir fuera del círculo de la hipocresía y de la intriga. Luego que el Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores se apercibió de la impo- tencia del influjo del tiempo y de los desengaños, para que el General Santa Cruz volviese sobre sus pasos y abandonase su plan hostil, se preparaba á hacer las últimas notificaciones para contenerle en sus desafueros, cuando el mismo General Santa Cruz cortó de hecho las vías pacíficas por la crimi- nal agresión contra un Estado amigo, decretada en sus conciliábulos, y or- ganizada en uno de los puertos del Perú. Este hecho escandaloso no le dejaba mas arbitrio que el de las armas para derrocar un poder que se al- zaba empuñando la espada de la conquista y amagando la independencia de los pueblos. La voz enérgica del Gobierno de Chile, y la noble actitud que ha tomado en esta contienda, han despertado las simpatías de los Argenti- nos, que nunca oyeron con indiferencia el grito de libertad contra los opre- sores. No ignoraba es verdad el Gobierno, que mientras Santa-Cruz empleaba sus amaños contra la Confederación Argentina para conmoverla, se ocupaba seriamente en soplar la discordia del Perú para penetrar en él con el título de Pa- cificador, y realizar el anticuado plan de dividir en dos Estados aquella República. Sabíase que estaba destinada á servir de base á un vasto plan político, por el que se sometiese á su influjo el destino de la Confedera- ción, el del Ecuador y el de Chile.—Sabíase también que, pretendiendo seguir las huellas del afamado Capitán de Colombia, intentaba Santa-Cruz en los delirios de su insensato orgullo, resuscitar el pensamiento atrevido de la Confederación Sud-Americana.—Y como si los derechos del génio pudie- ran usurparse, como si la elevación y magnanimidad del héroe le pertene- ciesen, sabíase que osaba el caudillo acometer la empresa que el inmortal y malogrado General Bolívar vió fracasar ante la opinión de la América. Pero no sospechaba que la traición ó la debilidad del Presidente del Perú ofreciese un gran teatro á la desmensurada ambición de Santa-Cruz. No contaba con que existiese un solo Peruano revestido del poder público, que insen- sible á su honor presentase su Pútria al extrangero como una ofrenda hu- milde, y le ayudase á aherrojar á sus conciudadanos asombrados y sobreco- gidos de tamaña perfidia.—Un abuso semejante, un crimen tan inesperado, es uno de aquellos acontecimientos que, encadenado con excepciones ignomi- niosas, sirven solamente para legar á la historia un ejemplo de portentosa depravación. [ 27 ] Entregado el Perú á discreción del General Santa-Cruz por el tratado de la Paz, y desembarazado por una caprichosa fortuna de la oposición que le hicieron denodados Peruanos en los campos de Socabaya y Yanacocha, la América le vió arrojar la máscara y alzarse en arbitro de aquella República. La América le vió invertir su órden político, trastornar sus leyes fundamentales, disolver su pacto social, y consumir en los fuegos de la victoria el Código Constitucional de los Peruanos.—La América le vió poner á su provecho los derechos de una nación, y enseñorearse con un poder autocrático sobre la libertad peruana.—La América le ha visto por fin arrebatar á su misma Patria su independencia, y sacrificar las glorias y «1 destino do los Bolivia- nos al fantasma de un sistema político, que no es otra cosa que simula- cro de pueblos degradados y esclavos. ¿La Confederación Argentina debería mantenerse fria espectadora de tanto desmán, y del engrandecimiento del soldado feliz, que estrechado en Bolivia causara a. la República males inmesurables? ¿Callará en presencia de tantos desafue- ros, y aguardará la suerte que en los primeros dias de su triunfo destinó Santa-Cruz al Estado de Chile, lanzándole con buques y pertrechos perua- nos, una expedición anárquica, encargada de allanarle el campo á su domi- nación? ¿El ensanche de su poder no amagará de cerca la Independencia de la Confederación, y se verá sin zozobra lo que la historia registra como origen justificado de quejas y do guerras entre las naciones mas cultas?" Largo tiempo la Confederación ha sacrificado su resentimiento por la male- volencia y deslealtad del Gefe de Bolivia al doseo de conservar amistad y paz con los Bolivianos, mas antes de compartir con ellos su infortunio, la Confederación les dará la mejor prueba de su adhesión, compartiendo con ellos el esfuerzo para restituirles su independencia.—La paz con Santa-Cruz ya no es conciliable con la seguridad de la República. Desde que la Con- federación no puede terminar con él sus diferencias por las reglas ordinarias de la justicia, la guerra es el midió que autoriza el derecho de gentes.—- Vecino y fronterizo ha puosto en peligro, por el abu3o del poder, la liber- tad, los bienes, la vida y el honor de los Argentinos, y el Gobierno no podria salvar su responsabilidad si no le reprimiese por las armas. JU sofocar la anarquía militar del Perú y poner á salvo á Bolivia de los amagos de una República poderosa, fueron los motivos que invocó Santa-Cruz para pasar el desaguadero. Y ¿olvidó este caudillo haber sido el corifeo- de la' primera insurrección militar del Perú, arrebatando el mando á un- Genera'1[ 28 ] Argentino, cuyos servicios á la América ofrecerán algún dia una brillante página en la historia de la Independencia? ¿Olvidó el General Santa-Cruz, que en 1823 hizo servir el mismo ejército, cuyo mando usurpó rebelde para derrocar el Gobierno legal? ¿No tuvo presente que habia forzado al primer Congreso Peruano, llevando las bayonetas á sus puertas, á elegir para la presidencia del Estado al candidato de los amotinados? ¿Y esto* ejemplos de insubordinación y de orgullo no dieron la norma á los anar- quistas que afectaba querer reprimir? Si la prepotencia del Perú, si su población y sus recursos valiesen, como lo ha pre- tendido el General Santa-Cruz, para justificar su política, el Gobierno encar- gado de las Relaciones Exteriores se apoderaría de esta razón para corro- borar las que legitiman contra el usurpador la guerra de la Confederación. Bolivia no veria sin inquietud la República Peruana por su poder y su influjo. ¿Y la Confederación presenciará impasible la fusión de ambos Es- tados, bajo la espada de un conquistador ? No existía equilibrio en las fuerzas del Perú y Bolivia; y ¿ existirá entre ambas y la Confederación Argentina? La propensión del Perú a su engrandecimiento no prometía para Bolivia ni seguridad ni reposo; y la ambición entronizada por la victoria sobre uno y otro Estado ¿ no inspirará recelos á la Confederación? Apelamos á la conciencia del mismo tirano, porque ni ella dejará de reco- nocer nuestra justicia. Pero ¿qué otros títulos ha invocado el General Santa Cruz para penetrar al Perú, para intervenir á viva fuerza en el arreglo de sus disenciones aomésticas, y para aniquilar su ser político? El tratado de la Paz, apenas mereciera registrarse en el catálogo de las traiciones. Para que fuese válido y sub- sistente, faltó la facultad en el mandatario del Perú para despojarle de su soberanía é independencia; y nadie blasonará de sostener tan irrisorio ab- surdo. El General Santa-Cruz no pudo ignorar la monstruosa ilegalidad de las estipulaciones del ex-Presidente Peruano, y sin embargo, acogiéndola» como la abdicación de un derecho perfecto, las reserva para cohonestar su conquista; y negándose á un estricto deber, elude la notificación del tra- tado á las Repúblicas limítrofes,' cuyos intereses amenazaba la negociación clandestina. Cierto os que, reconocido por los pueblos peruanos el principio de la soberanía popular por única fuente de autoridad legitima, revestia este carácter la C 29 ] que la convención peruana depositó en el General Orbegoso: pero lue- go que los pueblos de la República del Perú se pronunciaron enérgica- mente contra él desde que se asociaron al esforzado Gefe que, mas pre- visor ó mas intrépido, se lanzó contra un gobierno envilecido y traidor, ▼ desde que todas las provincias, con excepción de una sola, se substragero» de su obediencia, reduciéndole á la necesidad de acogerse á la fuerza ex- trangera para avasallarlas, habia espirado su autoridad, y todo acto juris- diccional, toda tentativa para prolongar su existencia pública, comprende el criminal empeño de arrostrar el pronunciamiento de su Patria, y de enca- denarla á su voluntad. Eo vano el General Orbegoso quisiera hacer valer la omnipotencia de su poder le- gal para fundar derecho de entregarse á los brazos del extrangero: pue» que las facultades extraordinarias, cualquiera que sea el conflicto de que se deriben, jamas importan, bajo ningún sistema político, la abdicación de derecho que toda nación tiene de arreglar por si misma sus contienda* domésticas: jamas importa, la renuncia de nacionalidad, de independencia: jamas el inaudito dislate de entregarse á discreción de un ejercito estraño, para que se declare árbitro irrecusable de su destirio.—¡ Desgraciada nación que así se envileciese ! Por el hecho mismo, perdería el derecho de pertene- cer á la gran familia de los pueblos cultos; y el Perú no es digno de que se le agravie, negándole su acrisolado entusiasmo por la libertad. El General Santa Cruz conocía sobradamente que, cualquiera que fuese el origen de su llamamiento, carecía el General Orbegoso de la facultad de contratar la esclavitud de su Pátria que la traicionaba vilmente, abusando de una auto- ridad que, aun admitida como legal, era incompetente para disolver el pacto fundamental del Perú, y dilacerarlo en dos Estados. El astuto conquistador, lejos de repeler el insulto de una invitación pérfida; lejos de considerar que la América contemplaría su intervención sobre las bases del tratado de la Paz, como un ataque directo á la independencia del Perú, escuchó solamente que habia sonado la hora de recoger el fruto de sus in- trigas, y de poner á su provecho la imbecilidad del mandatario peruano; y decidiéndose á entrar por las puertas que abrió la traición, marchó por lo. rastros del crimen á ensangrentar el Perú, á levantar cadalsos, á segar en ellos las cabezas de sus guerreros mas ilustres, y á nivelar la condición de los que tuviesen la desgracia de obedecerle. El tratado de la Paz vino á[ J formar el nudo del drama político que el General Santa-Cruz preparaba desde trece aíio3 ante3: plan que se habria anticipado á la existencia misma de Bolivia, si la derrota de Moquegua no le hubiera vuelto á sumir en la nulidad y en el descrédito. Burlábase el usurpador do la voluntad de los pueblos, porque la fuerza e3taba destinada en sus consejos para fijar- lo presente y asegurar su porvenir individual. XI Gobierno encargado de las R. E. no había perdido de vista al General Santa- Cruz en sus maniobras con el Perú: preveía con sobrados motivos que la premeditada Confederación Perú-Boliviana comprometeria seriamente los mas vitales intereses de la República Argentina, desde que para su egecu- cucion se tuviese en msnos el sentimiento de aquellos pueblos, y se en- tronizase el despotismo militar del Gefe Boliviano. ¿Y como admitirse ha- bría por la expresión de la soberanía del Perú el eco de asambleas dimi- nutas de los verdaderos representantes del Gefe victorioso? Reconocer como actos espontáneos de I03 Peruanos los decretos de los conciliábulos de Huaura y Sicuani, seria el hacer alarde de fraternizar el ridículo con- la ignorancia de los mas triviales elementos del sistema representativo. La ley fundamental del Perú ha sido despedazada por individuos sin misión popular, que apenas pudieron desempeñar el papel de un consejo aúlico escogido para autorizar la conquista, y para apellidar con el nombre de voto público la voluntad del usurpador. Ni de otra manera podria el Ge- neral Santa-Cruz convertir al Perú en patrimonio suyo. No de otra ma- nera sometiera á Bolivia á igual humillación, arrebatándole insidiosamente su independencia. Después que el General Santa Cruz ha dado tan relevantes pruebas de su ambición. Después que sobre los escombros de tres República? se alza con altivez á establecer su dominación y que al mismo tiempo so le vé acercar tropas á la frontera de la República, nadie se atreverá á contestar á la Confede- ración Argentina el derecho de anticiparse á contener con las armas las demasías de un poder oeupado desde su nacimiento en anarquizar la Re- pública, que se ensancha por medio de la conquista, y que acaba de tras- tornar el equilibrio político de la América del Sud. El General Santa Cruz se ha situado por sí fuera del alcance de toda combinación conciliadora. Habiendo convertido por sistema los intereses públicos en fa~ vor de su engrandecimiento personal, no puede ofrecer á los pueblos limí- l 31 3 trofes prendas Ecguras de una paz permanente : porque ningún principio puede ser durable si no tiene por fin la felicidad de los pueblos, y no se afianza en su voluntad soberana. El General Santa Cruz, acariciando lo que le ensalza, y repeliendo lo que contradice á su ambición, proclama, sin querer, la guerra contra la libertad constitucional del continente, y erigien- do en dogma el despotismo mas abominable, advierte á los pueblos de la necesidad de resguardarse. Si la República de Bolivia no hubiera sido atada al carro del conquistador, y per- diendo su independencia no formase el primer éscalon del trono de su ti- rano, la Confederación Argentina, resguardada por la interposición de aquel Estado, si aun quisiere hacer gala del sufrimiento, podria escoger entre los extremos de la neutralidad ó de la guerra.—Mas, constituido en ella un Pro- cónsul del Protectorado, ha convertídose en la vanguardia del General Santa Cruz, y la política siniestra de su administración contribuye á que la Re- pública se decida desde luego á librar su defensa y su seguridad á la fuer- za.—¿ Qué podrá esperarse de un Gobierno como el de Bolivia, que en los primeros dias de Febrero del año corriente despacha un emisario provisto de dinero y de medios de seducción para sublevar á Tucuman; y en el mes siguiente envia nuevos diplomas á su Agente público para protestar al Go- bierno Argentino su benevolencia y su amistad ? Cegados así por el doblez y mala fé del General Santa-Cruz y sus clientes todos los caminos para una inteligencia franca y decorosa, la Confederación Argenti- na está resuelta á no dejar las armas, mientras el Perú y Bolivia no re- cobren su independencia insolentemente usurpada. La prudencia con que la Confederación ha evitado la guerra, c uando se trataba de las ofensas hechas á la República, merecería pasar por una debilidad desdorosa á la vista del golpe funesto que acaba de dar el usurpador á Jos sacrosantos derechos del Perú y Bolivia. El Gobierno encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina dista mucho de complicar á los Bolivianos en los avances hostiles de su Gobierno. La Patria ' de los Lanzas y de los Camargos contemplará con indignación la osadía de un caudillo que, educado en las filas de los ene- migos de la libertad, ee ha burlado del sentimiento patriótico de sus hijos: sentimiento que denodadamente mostraron desde los primeros dias de la emancipación americana- Y ¿qué amigo de la América mirará sin asombro[ 32 ] al autócrata de la Confederación Perú-Boliviana sepultar en los calabozos á los mas esforzados patriotas, y llamar en derredor suyo á los renombrados y tenaces rivales de nuestra emancipación política ? ¿ Qué americano no se escandecerá, viendo erigidos en órganos del Protectorado á los que no s« saciaron con la sangre de sus compatriotas, hasta que el cañón de Ayacuch© acabó con la dominación de la España ? ¡ Y estos son los instrumentos del Protectorado! ¡ Y estos mismos se pasean en triunfo sobre las cenizas de los mártires de la independencia ! La Confederación Argentina toleró los agravios, cuando su paciencia dejaba á salvo su renombre y su honor, pero este mismo le prohibe asociarse al cortejo del despotismo, cuando su tolerancia fomentaría su ambición y su arrojo £1 General Santa-Cruz responderá á la América de las calamidades de esta contienda. El ha ofendido á la Confederación cuando la consideró sin go- bierno, porque faltaba el gobierno unitario : él la creyó débil, porque la supuso dividida, y contando con haberse estinguido el valor argentino en sus pasadas agitaciones, se atreve últimamente á insultar la nación, preparándole la suerte del Perú. No es pues la Confederación la que ha empezado la guerra. El General Santa-Cruz es el primero que la ha atacado; la Con- federación se defiende para poner á raya su ambición. Las Peruanos y Bolivianos no tardarán en conocer, que el que sostituye por sí el poder absoluto al egercicio moderado de los derechos nacionales, es indigno de presidir una República; conocerán por fin, que para no cargar con el remordimiento y la infamia de consentir en la conquista, deben resolverse á restaurar el imperio de la razón y de la ley. Y si fuere preciso que la sangre de los Argentinos se mezcle con la de ambas Repúblicas, á nadie cederán la gloria de esta cooperación. Los mercenarios del usurpador ten- drán entonces que proclamar con las armas en tierra, que los Andes no sir- ven de barrera sino para los esclavos de la tiranía. JUAN MANUEL DE ROSAS FELIPE ARANA. PÉTITIONS p Aoaassfes A L'ASSEMBLÉE LÉGISLATIVE PAR LES NEGOCIAISTS ET F&B1UCANTS DE ■•■DEAIX, ■•>Trau