REPRESENTACION / QUE LOS DUEÑOS Y ADMINISTRADO F.ES J»K JLAS CASAS DE MATANZA íjactn al Soberano erongtrefl© PHJIENDO OTE SE DEROGUE LA LEY QUE PREVIENE SE PAGUEN LOS DERECHOS DE LA HACIENDA PUBLICA CON DOS TERCERAS PARTES SE PLATA Y UNA DE COBRE. te MSOXOO.-1836. IMPRESO POR MíHIABO ABEVAI.O, calle de Cadena N.° 2.---------------------- M iSEÑOR. {jos dueños y administradores de las casas de matanza, resi- dentes en la capital de la República, después de protestar nues- tros justos respetos á V. Soberanía, hacemos manifiesto: Que deseosos siempre de obsequiar cumplidamente las leyes y de aca- tar las órdenes que para su mas exacto cumplimiento se dictan por el Supremo Poder Ejecutivo, conforme á sus facultades, no nos dispensamos de hacerlo así aun respecto de aquellas de cu- ya observancia se nos originan perjuicios pecuniarios, pues esta- mos persuadidos que la pública felicidad consiste en el fiel cum- plimiento de las leyes, y que para el caso de que ellas sean noci- vas, el legislador está dispusto á escuchar las quejas de los ciu- dadanos, y pronto á extender su brazo protector, dispensándolos consuelos que demandan sus necesidades, reformando ó derogan- do aquellas disposiciones legislativas, que por la variación de cir- cunstancias ó por causas nuevas, ó no sean útiles, ó no puedan observarse sin perjuicio de los intereses comunes. Este es, Se- ñor, el caso en que nos hallamos los que suscribimos con res- pecto á la ley que dispone que los derechos de Aduana se satis- fagan en dos tercios de moneda de plata, y uno de cobre. Los que tenemos la honra de elevar nuestra humilde voz á ese Supremo Poder Legislativo, con el fin de obtener que V. Soberanía tenga la dignación de revocar la ley que en 829 se sancionó, dispositiva de lo que acabamos de indicar, y facultarnos para enterar ios derechos en la moneda que proporcione el giro, pasamos á manifestar: Primero. Que el interés público exige esa revocación. Segundo. Que las circunstancias de hoy son contra- rias á las en que se dictó. La funesta desgracia de que por tantos años haya sido nues- tra República agitada de continuas guerras políticas, bien ánues- pesar, ha influido en todos los negocios, pero muy particularmen-■4 te en el comercio: el tesoro público ha quedado exhausto, la in dustria y cuanto contribuye a la circulación prodigiosa de mo- neda de plata que se admiraba, especialmente en Mégico, casi ha muerto, resultando que esa moneda no circula sino muy es- casamente, y el cobre se substituyo, sin que la necesidad pueda darle la estimac:on"de la plata; y he aquí la fuente de pérdidas gra- vísimas que se hacen necesarias" en aquellos pagos que la ley no permite m¡\i en un solo tercio de cobre y lo demás en plata: para verificarlo así les que tenemos comercio de menudeo do objetos de pi imera necesidad, como su'.o recibimos cobre y debe- mos enterar la mayor parte de plata, acudimos al cambio, que nos causa una pérdida de un seis ú ocho por ciento. Todas las familias, de las que ninguna ó muy rara compra por mayor la carne de su alimento diario, hacen hoy su gasto con cobre: es muy rara la'pérsona que no está procurando re- servar la moneda de plata, y es constante que casi todas, si se ven precisadas á gastarla, antes ocurren á las casas de cambio para lucrar los tres ó cuatro octavos que en cada peso fuerte se consigue,.y convertido su dinero en cobre, pasan a emplearlo; por fin, es constante que las casas de comestibles no ven sino sor lo cobre, como antes asentamos. Se puede asegurar que al verificar el cambio necesario pa- ra hacerse de plata, el lucro obtenido en el comercio desapa- rece con el cambio, y por lo común ese lucro es menor, que el sacrificio que e.e hace para cambiar; y este déficit que ya no es solo de la ganancia sino del haber, importa una pérdida positi- va que no puede soportarse, ni por los que tienen un capital saneado y fuerte, ni menos, por los que á merced de su indus- tria y privaciones sostienen y fomentan sus tiendas, y son incal- culables los males que estas pérdidas traen consigo. ¡Ah Señor! espanta la sola consideración de los que se presentan á prime- ra vista. Enlazados prodigiosamente por el Autor Supremo de la so- eiedad, los intereses de los particulares con los comunes, aque- llos perecen cuando el común se halla en miseria, y este se per- judica cuando aquellos no tienen vida. Ligeramente discurra- mos. Suponiendo á este ramo de comercio obligado ú pagar pla- ta recibiendo solo cobre, nadie conviene en perder sin agotar to- dos los arbitrios que lo libren: nadie perece sino obligado; y solo un hombre falto de juicio, ve tranquilo disminuirse su patrimonio. Y bien, ese premio, ese premio de la plata depresivo del cobre tai» nocivo á los megicanos, se sufre sin arbitrar de donde sacarlo: ¿no ocurrirá la idea de aumentar ei precio del efecto, sobre lo que justa y cómodamente se haria, atendiendo al valor nominal« de 'las monedas? ¿no se disminuirá el peso dé la carna.en pro- porción que se aumente ol demérito del cobre ron qutí se com- pra/ Y si ásí se hace, ¿no es el público, ese público en c uyo úni- co bien se dictan las leyes, quien resiente tm gravamen por la observancia de una ley cuya utilidad al común se busca, y no se encuentra? i Si en todo tiempo, hoy mas que nunca una minoría muy notable de comerciantes, es la que valiéndose de arbitrios que solo están ai alcánce de hombres de grueso capital, de íelacio-- nes interesantes y de copia de auxilios, puede sostener un comer- cio en el que pierda, sacando el lucro por otros medios: mas en lo general, y ninguno, moralmente hablando, puede sostenerse con pérdidas, aúnque fueran pequeñas* pero continuas y por mucho tiempo: al fin, unos por quiebras, otros destruidos y muchos can- sados, abandonarían el.comercio á los pocos que por sus. circuns- tancias pudieran sostenerlo, especialmente por ser ellos solos: se descubre desde luego el monopolio, tan pernicioso al público, que autoriza al monopolista para oprimir á las grandes masas.de gen- te mediana y miserable; .que faculta para extorsionar impunemen- te, que se.opone a los derechos del pueblo, y que hace, á este enemigo irreconciliable de los bien acomodados. ¿Y el monopolio haria^elices á los megicanos? Hoyamos, Señor, de los extremos, que aun.los viciosos los reputan por. viciosos. ¿Seria el monopo- lio el fruto de nuestra libertad! ¿Esta fuente de desgracias será la que hizo brotar la mano de un gobierno propio al emancipar- se de una dominación'extrangera? Pues sí, será la consecuencia aunque funesta, pero cierta de esa obligación que se nos impone de cambiar para pagar, y cambiar con una pérdida que cada día se hace mayor; y nunca podremps creer que los.legisladores me- gicanos, convencidos de que ese mal se resiente tan directamen? te, permitan que así padezca una porción de ciudadanos cuyos males trascienden al común. Acabamos de manifestar que la consecuencia precisa de esa obligación dura en que hasta hoy nos hallamos, es el monopo- lio en el ramo á que pertenecemos: es decir, que si hoy se sos- tienen con decencia, con honradez y con utilidad pública mul- titud de familias, á saber, las de los muchos dueños de carnice- rías, las muchas de los varios dependientes de cada casa de co- mercio: si la multitud de estas tiendas tiene ocupados á muchos que sin ellas acaso serian otros téntos vagos, viciosos, inmorales, perturbadores de la quietud pública, y corruptores de la inocen- cia; si los hijos y deudos de los dueños, á merced de los sqcor- ros que se les proporcionan con sus comercios, se sustentan y educan con bien al público; cuando esas casas hayan desapare-• cido, cuando sus dueños so hayan reducido á la mendicidad ó á la escasez, \oi trabajadores y dependientes, ¡quién sabe si bus- carán su alimento en la perpetración de los crímenes! Los hijos de familia ya no cultivarán las escuelas, su educación será muy difícil y nada liberal: su sustento muy precario; y no sabemos si precisados á trabajos á que no estaban acostumbrados, no serán el apoyo, sino el cuchillo que asesine á fuerza de pesadumbres, á sus ancianos y honrados padres. Lloramos, Señor, al prever tan funestas desgracias, lloramos por unos males que tememos con razón, que están en el orden de las cosas, y que no nos los pinta una imaginación tímida y espantadiza: hasta hoy lloramos porque prevemos, y hasta hoy tenemos un consuelo, que enton- ces no será posible. Esperamos que el Soberano Congreso es- cuche nuestras voces, atienda á nuestras súplicas, y aparte la causa que producirá tan fatales acontecimientos. El pueblo es el interesado en el cumplimiento de las leyes: estas en tanto lo son, en cuanto no se convierten en su daño: por el bien público se mandó que dos tercios fuesen de plata y uno de cobre en los derechos de efectos; mas si el comerciante por hacerlo así se perjudica, no escrupulizará en los perjuicios al co- mún, con tal que ellos lo libren de los suyos: la mala calidad, el peso adulterado, y muchos otros fraudes castigarán al pueblo que consume. ¡Cuántos fraudes en los pagos, cuántos nuevos de- lincuentes! Se puede pronosticar que otros de los efectos de esa medida serán fraudes y nuevos delitos: mas claro, nuevos moti- vos de inmoralidad y de miseria: no son los legisladores nuestros los que á la manera de un tirano se complacerán en las desgra- cias de sus subditos. Mas ¿cómo hemos de olvidar que todos somos iguales, que todos debemos sufrir con igualdad? ¿por qué esa igualdad ha des- aparecido? Los comerciantes de otra clase reciben el cobre, no en su precio legal sino en menos: descuentan lo mismo que pier- den al entregarlo, porque reciben por mavor y por otras causas; mas nosotros que damos el efecto y recibimos esa moneda en su valor nominal, valor en que no se nos admite; nosotros perde- mos, miéntras aquellos, ó lucran, ó al ménos no pierden: es por lo mismo que los derechos para nosotros se aumentan sin moti- vo legal, sin justa causa. Esa desigualdad, esos fraudes. la ruina de esas familias, ese monopolio, ese gravamen en los objetos de comestibles, son daños al público, y todo ello es como se ha ma- nifestado, el efecto de obligarnos á pagar en la proporción que Ereviene la ley, que solicitamos se revoque, porque el interés pú- lico exige esa revocación, como nos propusimos probar en pri- mer lugar.7 La gran ventaja que gozan los hombres unidos en sociedad, es la de poder unos á los otros ayudarse, pues complicándose los intereses de los particulares entre si, y contrariándose por ios diversos afectos y deseos, ha sido necesario regularlos, preferir el bien general, establecer para que se consiga reglas fijas, é impo- ner la obligación de conformar las acciones de los miembros de la sociedad á esas reglas. Para prefijarlas con acierto es indispen- sable que en medio de los asociados se coloque un observador, un regulador que pese los intereses, y señale con la vara de la justi- cia la parte á que se ha inclinado su balanza. No es el capricho ni la arbitrariedad la que establece esas reglas que se llaman le- yes, es el interés del público: si de ese norte se aparta un solo ápice el legislador, él se convierte en tirano, y aquellos en instru- mentos de opresión. Mas como varían las necesidades variadas las costumbres; como por naturaleza de los hombres un tiempo les es dañoso lo que otra época les fué benéfico; el que regula ta so- ciedad conforme á las necesidades, cuando ve inclinada en con- tra la balanza que gradúa los intereses, borra aquella regla que si se siguiera haría venir á tierra el edificio social, y señala otro ca- mino para conducir á los asociados á la felicidad. Desde 829 has- ta 830 transcurrió un tiempo que no por dicha sino por desgra- cia cambió algunos de nuestros intereses: en aquel año todavia brillaba la plata por todas partes, y todavia las fábricas acuña- ban ese metal: entonces el cambio del cobre no era con una pér- dida tan crecida, ni tan necesario era como hoy verificarlo: la multitud todavia hacia su gasto con plata, y por fin no se había acuñado tanto cobre: no era pues tan gravoso el satisfacer en dos tercios de una y uno de otra, los derechos de introducción y los demás» pero hoy la plata no circula, no se acuña un peso fuerte, hoy se cambia el cobre perdiendo á razón de un ocho por ciento; esa moneda se multiplica, y es claro que hoy las circunstancias son diametralmente contrarias á las de 829. Si el mal fuera estacionario, si no progresara, sería insopor- table; pues creciendo cada dia rápida y asombrosamente, ¿qué nombre le daremos? ¿le llamarémos un mal solamente? ¿ó ten- drérnos que decir que es el castigo que se impuso á los comer- ciantes honrados? Y no hay que dudarlo; el mal progresa: á pro- porción que se multiplica el cobre, se disminuye la plata; á pro- porción que esta se disminuye, es mas caro su cambio: si hoy es á un ocho, dentro de pronto será á un quince, y así proporcional- mente. ¿Adonde vamos con este demérito de una moneda que la nación la da en su valor y obliga á entregarla con una diminu- ción considerable? En 829 no había este progreso que en 836 pal- pamos todos los días.8 El gobierno no guarda esa proporción en sus pagos, "y con razón. Sí el erario está exhausto, si á fuer de ansias mortales pue- de acuñar cobre y pagar con grandes atrasos, ¿de dónde sacará la plata? ¿cómo ha de perder en los cambios? Está bien; pero por lo misino ¿por qué nosotros hemos de ser obligados á una pérdi- da que el gobierno huye por injusta y perjudicial.'' - í Si el gobierno no se crée en el caso de obsequiar la ley; si ella produce un mal que no produjo cuando se sancionó; si enton- ces todo era distinto del aspecto que hoy presenta, ¿no han varia- do tas circunstancias? ¿no se observa que hoy es dañosa la ley que entonces fué útil? Tenemos razón al pedir que se «-evoque, porque las circunstancias de hoy son contrarias á las en que se dictó: segundo fundamento de nuestra solicitud. Señor, unos comerciantes honrados, hijos del pais: una por- ción de megicanos que contribuyen con su trabajo, con su indus- tria, con sus sudores á la felicidad pública: una parte de una de las clases mas atendibles en un sistema libre, á saber, la del co- mercio, acaba de manifestar que obediente á las leyes, está obse- quiando una que le daña; acaba de poner en claro que esa ley, en su humilde concepto, debe revocarse, porque lo exigen así los intereses del público, cambiadas las circunstancias que impulsa- ron á sancionar esa ley: acaba de hacer ver que son incalcula- bles los males públicos y privados que su observancia producirá; y cuando ha concluido de hablar, reflexiona en los dignos megi- canos que forman el congreso* y ve con gusto que á las luces ne- cesarias para legislar, reúnen la bondad para favorecer, la recti- tud para aliviar, y la justificación paia salvar á los megicanos de los daños que arruinarían á la República. Cuando hemos considerado en nuestra situación, con tnste- teza hemos liablado; pero nuestras lágrimas se han enjugado al recordar que hablamos al Soberano Congreso que desea prodi- gar beneficios, y dar leyes en pro del común: así será la que re- voque la que nos impone pagar dos tercios de plata y uno de co- bre en los derechos de aduana. 1 SEÑOR. José Muría Andrade.—Marcos Ruelas.— Urbano Camachá, —Manuel de la Hoz.—Pedro Antonio Fernandez.—Manuel Are- llano.—Sebastian Zenon y Fernandez.—José Gaviño.—Arcadio Segura.—Miguel Zavala.—Rafael González.—Joaquín Campa. —José María Bustamante.—Pedro de Iiegorreta.—Clemente Zor- rilla.