EJL PRKSIDEÍSTXli: I>E LA REPUBLICA ORIEJVTJ1L DEL URUGUAY, Azarosa es siempre la posición de un gobierno encargado por la Nación de regir sus destinos, porque contrayendo la obligación de defender la Autoridad que le confia, sostener el vigor de las Leyes, proteger la Li- bertad de los Pueblos y la seguridad de los individuos, debe á la vez repe- ler las pretensiones injustas, las ecsijencias del poderoso, y ponerse & cu- bierto de los artificios del intrigante; pero tan penosos encargos se convier- ten en dulces deberes, cuando en el patriotismo de sus conciudadanos en- cuentra la Autoridad una cooperación decidida para llenarlos. Siendo en- tonces el engrandecimiento de \a Nación, la prosperidad del país y el bien estar de sus hijos los frutos de sus tareas, compensan estos «obradamente los sinsabores que producen aquellos. Mas si ha de luchar con los emba- íanos que le ofrece una inmoralidad envegecida; si ha de superar los es- collos de una ambición sistemada, pero encubierta con la máscara de la hipocresía, difícil mente podrá librarse de ser víctima de las redes que le tiendan los malvados, ó de soportar la nota de arbitrario, cuando se dec ida & romperla para prevenir sus estragos. Tai ha sido la posición de la Au- toridad en el período de diez y seis meses que han corrido, desde que se encargó de la Administración délos negocios; y tal es también la clave con que se descifra Ja línea de conducta que lian observado el caudillo Rivera y sus partidarios, durante el mismo tiempo: Sí fuera posible que aquel ecsistiera en nuestra tierra subordinado á la Ley y á la Autoridad, no se le habría presentado una época mas fe-I 2 ] liz para destruir los vestigios de una desenfrenada ambición, que caracteriza todos los rasgos de su vida pública. Lleno de consideraciones desde su descenso de la Presidencia, á que fué elevado por efecto de una revolución mal refrenada, no sentía otra re- sistencia por parte de la Autoridad, que la de disponer arbitrariamente ds cuanto correspondía á la Nación. Acostumbrado á disipar a su antojo la fortuna pública y particu- lar, se creía el dueñode esta, el arbitro de los destinos de la Patria, y el amo, de la tierra ü cuya voz debían subordinarse loa Orientales. Con tan quiméricas ¡deas sugeridas por la ignorancia, y alimentadas por aquellos, que § su sombra hacían mas pesado el yugo de su tiranía, no pudo resistir sin gran violencia la necesidad de descender á la clase de los demás Ciuda- danos, cua ndo, cumplido el término de su Gobierno, la Constitución del país le hizo entender que no era mas que los otros, á quienes permite optar á los mas altos destinos de la Nación. Mucho tiempo fluctuó en la duda de quitarse la máscara y declarar- se Gefe absoluto de la República. Ese ingrato Argentino Lnvalle le esti- muló de varios modos para decidirle, pero la indiferencia ó las resistencias que opusieron algunos hijos de la Patria, á quienes tentó para que apoyasen sus ambiciosas aspiraciones;; le obligaron á descender con una apariencia vo- luntaria de la silla del Gobierno, en que no podia sostenerse por la resis- tencia de la Ley, por temor del Pueblo & quien quería dominar, y porque la rapiña y desórdenes de su administración habían agotado U.s fuerzas del cuerpo político, cuya reparación era imposible en sus manos. Numerosos elogios se prodigaron entonces á su magnanimidad; cincuenta mil pesos se le decretaron del Tesoro Nacional; fué nombrado Comandante General de Campaña; recibió comisión para distribuir varias tierras públicas, y se alagó su ambición por todos los medios posibles como recompensa del cumpli- miento de un deber necesario, que sus amigos graduaron de acto espontá- neo á que se prestaba por civismo. Jíl hombre observador no pudo ya des- conocer que, teniéndose por el arbitro de los destinos del Pueblo Oriental, y creyéndolo asi aquellos que segunda ban publicamente sus aspiraciones, su ec.sistencia en la República no continuaría sino dominando los consejos de la Autoridad, esclavizándola á su antojo, ó pretendiendo sobreponerse por el desquicio del órden social. liste presentimiento que entonces fué luminoso, se había hecho traslucir en una época mas remota, porque desde el año 2íi [ 3 ] en que se presentó ese caudillo en el territorio tic la República, hiZJ ya cono- cer que abrigaba ensucorazon el designio de dominarla. Con ese fin ar- rancó á esos desgraciados indígenas de sus hogares, les despojó de cuanto poseían, y dejándoles reducidos á una dependencia inmediata de los favores que pudieran recibir de su mano, pretendió hacerlos instrumentos ciegos de su ambición. De ellos formó una colonia militar; con ellos reemplazó los cuerpos veteranos de la República; de ellos se sirvió para dominar los con- sejos del Gobierno en el año 30, para figurar en .«eguida un motin militar que debía derrocar á la Asamblea Constituyente, y dió ocasión al sacrificio de algunos desgraciados Con ellos finalmente tomó el prctestcri¿jr hacia nuestro país el receptáculo de la emigración de todos los pueblos de Europa ; cuando la tolerancia y la seguridad personal se habían llevado al estremo ; cuando en tin, las armas se habían depositado en manos de los Ciudadanos, cuya opinión era el único apoyo á que aspiruba el go- bierno entonces, sin misión ninguna, se propone reclamar con las armas la observancia de la Constitución, olvidándose que su primer deber Constitu- cional, como Ciudadano, y como un Clefe militar, era respetar la Autoridad que la Nación eligió para regir los negocios públicos. Tal M la cegué- [ ? ] dad de un ambicioso que, no viendo otro obgeto qne el que abriga su cora- ron, cree fácil alucinar á los domas y desfigurar hasta 'os hechos mas públi- cos y mas notorios de su país. El Presidente de la República, al hacer á sus Conciudada nos una breve rí?seña del origen motivos y consecuencias de la revolución que hoy agita el suelo de nuestra Patria, ha procurado usar solamente el lenguage de la verdad, para que todos puedan fijarse en los hechos que deja indicados. Lia cuestión que debe reso1 v erse ya por las armas no toca á las personas. Lia Autoridad que ha recibido de la Nación es una carga para el hombre patriota que ha do llenar los deberes que se le encomiendan, cuando inviste aquella dignidad. Pero no le es permitido a rrojarsela desús hombros ni dejarla ar- rebatar por un ambicioso atrevido. Los hijos de la Patria deben todos con- tribuir á sostenerla si ella ha de ecsistir y con su ecsistencia han de salvar- se de las garras de I? tiranía. El gobierno coadyubará á sus esfuerzos y el honor y la dignidad Nacional serán su divisa. Con ei mas alto dedor ha visto el estravio de algunos hijos de esta Patria que han sido arrebatados por la fuerza ó por los alagos del caudillo. Está persuadido que no comprehendieron la cstension de sus miras ni los ma- les en que puede verse envuelta. Kl considerará siempre esta circunstancia para apreciar su arrepentimiento, si el amor de ella llega á producir sus efec- tos en al corazón de los que pueden haber sido alucinados. Montevideo Septiembre 1G de 183G. ORIBE,