REPRESENTACION * —- DIRIGIDA AL SOBERANO CONGRESO DE LA UNION -¿ POR LAS MADRES, ESPOSAS E HIJOS DE LOS ESPATRIADOS. s. »eñor.—El grito simultaneo de la razón, de la política, de la equidad y de la misma naturaleza, *e hace escuchar hoy en el recinto de este augusto Santuario: las madres, las esposas, los hijos, las hermanas de los espatriados, á consecuencia de los últimos acaecimientos politicos, elevan á Vuestra Soberanía sus doloridos clamores, y vienen á implorar clemencia y consideración. Si una fatalidad con- dujo á cierto número de mexicanos á seguir las banderas de la estinguida revolución, y á otros á quo Una conducta ecsaltada los hiciera sospechosos en el nuevo orden de cosas: harto han sufrido, Se- ñor: bastantes desgracias han llovido sobre flus cabezas: terribles han sido sus penalidades: todavía Ie« •aperan mayores males. Faltos de recursos, obligados á permanecer en países estraños, sin conocimiento del idioma, ni de sus costumbres, sin las relaciones que disfrutan los hombres en la sociedad, aun en el estado de desgracia, van á sufrir una muerte pausada, como resultado forzoso de su destierro. No, Señor, no es cierto que se les ha salvado la vida: ellos van á espirar, van á perecer indudablemente; j •n sustancia la pena del destierro, es lo mismo que si se hubiera pronunciado la do muerte. No solo son estos los males que deben considerarse; y aunque en los pueblos libres está sancio- nado que las penas no pa«en de los culpados, ó de los que se presentan bajo de este aspecto, las qu» tenemos la honra de dirigir la palabraá Vuestra Soberanía, somos igualmente víctimas de tamaño infortunio: viudas unas antes de morir sus esposos; huérfanos muchos antes de morir sus padres ó hermanos; pri- Vadas todas de los recursos que formaban su subsistencia, del amparo de sus protectores, y entrega- das á la miseria y á la desolación, en circunstancias en que es preciso sentir la separación de objetos tan amados, y con quienes estamos relacionadas por vínculos sumamente estrechos: he aquí convenci- do que hay ademas otras muchas víctimas, á quienes abraza el castigo de los espatriados. Quédense a la consideración de Vuestra Soberanía los inconvenientes que en sana moral traen me- didas de esta clase, y la violación de los derechos matrimoniales, la corrupción de las costumbres, el abandono de los hijos, y todo lo que debe seguirse al triste estado á que se reducen las que como no- sotras, quedan sin ausilio alguno para subvenir á sus necesidades; y entre tanto permítasenos pregun- tar: ¡los errores de nuestros maridos, padres y hermanos han de refluir sobre nosotrj(%? ¿Se nos ha da precipitar por ellos á arrastrar para siempre la cadena de la miseria y de la desgracia? ¿No son ya hi. jos de la patria los nuestros? ¿Se les ha de privar de una educación honrosa, á virtud de la cual se- rian con el tiempo ornamentos de la república? ¿Su inocencia ha de ser condenada á la abyección y al desprecio? ¿Qué mas decretarían los tiranos en el sistema del absolutismo? Madres, esposas, hermanas é hijos, todos a la vez enclavan sus manos en ademan de quien pi- de y ruega: sus gritos de aflicción y llanto, circundan, no ya un edificio contiguo al Santuario de las leyes; sino en su mismo asiento: y si allá en los tiempos de Sila, cuando arengaba al senado ro. jnano, hizo atronar ese lugar respetable con los clamores de los que entregaba al cuchillo, y tuvo la insolencia de contestar al senado, por la sorpresa que le causó este clamor lastimoso, que eran los gritos de unos cuantos miserables castigados por su órdon, que no se hiciera aprecio de ellos, y que se 1» prestara la atención para continuar su arenga. Vuestra Soberanía no está en el caso de imitar á Sila; no repetirá un ejemplar, que como hecho de horror y de espanto nos presenta la historia. Dará oido á nuestras súplicas; y nunca se habrá mostrado mas magnánimo, ni mas generoso el poder legislativo, lúe cuando atienda á las quejas .;idades y á las desgracias. El objeto de la3 leyes penales, no es tanto caa« ttgar lo pasado, como prevenir lo futuro: y, ¿quién no prevee, que unos botnbres privados de sus empleos, colocados muy léjos de la escena política, y obligados por la gratitud, no mostrarán siempre ■u reconocimiento? ¿Quién no mira, que al mismo tiempo cesarán los motivos de crítica, de odiosida. cíes y <¡c resentimientos? ¿Quién no vé, que cesa el peligro que do suyo trae el castigo do la mul- titud....? Watel ha dicho: ,,el castigo mas justo en sí mismo, se torna en crueldad, cuando se esliendo á muy crecido número de personas." Los mexicanos no son menos celosos de su libertad, que lo fueron los atenienses, y Trasibulo, teniendo presente el principio asentado, y considerando que solo es justa la pena, cuando por su aplicación se consigue el bien general; y que esto id se logra pilando se esíiende á porción de individuos, publicó la famosa ley del olvido, abo-, lié l i memoria de lo pasado, prohibió que se persiguieso á los cómplices de los tiranos. Y bien,, ¿Uno, no se han abatido los estandartes que proclamaron la revolución que apareció en Morelia? ¿no li i quedado reducida ésta i una verdadera nulidad? ¿í'or qué, pues, no ha de imitar Vuestra So- beranía la conducta de Trasibulo? Las culpas políticas, como dice el autor de la obra de los dcüto3 do infidencia, no tienen su origen en la corrupción del corazón, nacen comunmente de errores de cálculo, de ignorancia de he- chos, áe falla do provicion, ó de algunas otras circunstancias, que obran m is ó menos sobre el co- razón <}e! hombre; poro entre esos mismos que so ostravian, hoy muchos cuyos talentos se admiran, cuyas virtudes san brillantes; hombres, en fin, de mérito, que acaso han prestado demasiados servicios á la república, y que reconciliados con ello, aun pueden todavía serle útiles; y esto principal- mentó U3 lo q ¡o ha hecho en todos tiempos el que los soberanos y las naciones hayan perdonado con generosidad." La historia, en comprobación de esta míe -ima, ministra hechos que la justifican, así como su conveniencia y utilidad. Enrique II., aconsejaba á su hijo una conducta prudente con los que lo fue- ron cmtrarios; y el no haber «eguido este consejo, produjo males que él no pudo remediar. Un ca- pitán romano compró la graptud de los atenienses, perdonándoles generosamanto haber entregado la ciudad á sus, enemigos: la conducta cruel de los ahmanes y de los rusos, con los que habian ser- vido á los gobiernos republicanos, no dió muy felices resultados. ¿Para qué cansar á Vuestra Sobe- ranía, con repetirse los sucesos memorables du la historia, que por todas partes le están diciendo, que uaa conducta generosa, un perdón franco y un olvido de lo pasado, apaga las discordias, forma" las reconciliaciones, y hace estable la felicidad pública? No djbe omitirse en la consideración do Vuestra Soberanía, que en un destierro tan nume- roso como el de que se trata, perjudica indudablemente á la población. Aun no puede reponerse la pérdida qúfl ha dejado entre nosotros la epidemia desoladora: todavía humia un los campoi la san- gre do imitares de mbrieanos, que han disminuidola desdo que so abrió la campaña en SJO¡ y, ¿so quiero diminuir mas la población? ¿so pretende que los hijos de los espatriados, faltos de recursos, s* entreguen á una vida ociosa y holgazana, y no sean útiles á la patria? Cuando se tra.a de grandjs reformas, ¿no las habrá para poner en ejercicio el carácter natural de mexicano, su dulzura, si cta- m.íiicia y SU goiiurosidad....? No es posible, juzgando por un órd ¡n regular, que Vuestra Soberanía desatienda esta humilde representación: lo grandioso dal asunto, sus terrible» consecuencias, el inte- r¿ ! qua toma la m'.smá n it:t.\thza, todo en fin, Señor, clama contra eso destierro, que tantos males debe producir. Las Vijrtufjp3 de compasión y piedad, de qué debe estar adórnalo el poder gen ¡ral le- gislauvo, s í ecsítan sin duda por nuestras débiles voces. Vuestra Sob«ruu*a puedo ciertamente enju- gar la s ligrimas de esos desgraciados, que no dejan do ser hijos do la nación maxican t: puede vol- verlos al seno conyugal y á las caricias paternales: puedo librar del infortunio á cianto tiene demás ■agrada la naturaleza: á ¡ u madres, á las esposa?, á los hijos y á la* he/manas; todos imploran cou afligidos ruegos su c'.emenem. La historia, (pío abre sus, página» de oro p ira h«cer brillar oa ellas lo» hechos generosos de los Tito3 y Teodocios, preconizará, que la nación me-.iciua siempre augus'a, siempre generosa y siempre benigna con sus hijos, ocupa un lugar muy prqfereuíe. Si se ha de sor grande en el combate, grande debo serse en el triunfo; esto so haej mis digno de admiración, cuan- tos mayorss bienes proporcione. Guiadas de estos principios y de todas los consideraciones que ¡le- vamos espuestas: á Vuestra Soberanía suplicamos, se digne revocar el prescitado destierro, señalada- mente; ó conceder una amnistía general; en todo lo que recibiremos una particular gracia. NOTA. Aquí debían seguir innumerables firmas, presentado al Soberano Congreso; pero so cstravió público calculará cuantas serían, por el número de y muchas de ellas se pueden vér en el original la lista, y por esta razón no «e han puesto: el los interesados. MEXICO: 1833. Imprtnta de la Testamentaría de Valiét.