HISTORICO íor.nE la VIDA del Exjto. Sri. IK JUAN MANUEL DE ROSAS, GOBERNADOR Y CAPITAN GENERAL DE J-A rSOVntClA TlE «L EVOS A1HBS. BUENOS AIRES : IMPRENTA DEL ESTADO. INTRODUCCION. Por grande que sea el peligro do un escritor al bosquejar la vida de un hombre sentado en la primera silla del estado, no hemos trepidado en arrostrarlo, considerando esta tarea, no como un homenaje al mérito de un individuo, sino como un servicio hecho ■x la causa pública. Cuando el espíritu de partido se em- peña en desfigurar todos los objetos, en minar todas las reputaciones, y semejante á la vara de Tarquino, dirijir sus golpes contra los caracteres mas eminentes, importa muchísimo trastornar tan culpables maquinaciones, y probar que no es tan fácil denigrar á los que ge hicieron acreedores á la estimación general. Hubiéramos deseado que una pluma mas diestra nos hubiese exonerado de est« trabajo ; no porque desconfiemos de la eauia C 2 1 por la que abogamos, sino porque nuestra mediocridad no perjudique á la importancia del asunto. Como no pretendemos ofrecer al público una obra completa, esperamos que se dignará acoger con favor este ensayo, y que su indulgencia estimule el patriotismo de hombnvi mas ilustrados para que lo perfec- cionen, ENSAYO HISTORICO. D. Juan Manuel db Rosas, elevado poco há á la primera magistratura de la provincia, nació en Buenos Aires en 1793, de una familia rica y respetable. Uno do sus antepasados (1) figura con honor en la historia de nuestro país, que gobernó* á nombre de los reyes católicos, recogiendo las bendiciones de todos, hasta delasmismaf tribus indígenas que nuestros opresores, en su necio orgullo, miraban como inferiores á la especie humana. (1) D. Domiwoo Oktii di Rosas, mariscal de caiupn de lo» ejército* de Fclifs V., gobernador y capitán general de Bue»e« Aires, que u«l* despeen de préndente * Chile.[ 4 J destinado a reemplazar al gobernador Salcedo, cuya administración había sido una cadena de infortunios, cortó los abusos, coñtUvo las áspiracioties de lá corona de Portugal en la Banda Oriental, y fué el primero que entabló relaciones amistosas con los indios. Otro dé sus fnáyófé"s (2) continuó sú obra, sin poderla consolidar. Menos feliz que su predecesor, fué víctima de su zelo por la prosperidad de un país que enriquecía con su industria y defendía con su espada. La tradición de sus hazañas se conserva todavía entre los sencillos habitantes del campo que, semejante á los montañeses de Escocia, se complacen en perpetuar el re- cuerdo de los tiempos pasados. (8) O. Clcmentf. I.opez dk Osorio, abuelo materno do D. Juan Manuel de Hu»»». Fue eomAadante ¡funeral de rampaii'a en IT05, jr man'ó en fffn una esppduton á Mfaiottea, etiardo d«; «rnbernador al Sr. Bi'caREil C«mo mi'ilxr na qurri.-iu, y diafrt!t>>l>a de una (randa rt putaiion por su yjlor y virlTido». Onirño d« * miV» e«ta- blecim'i ntoa rur»!c», fu« uno de loi mayores harendado* de Duedra provincia. Sorprendido por loa indio , en na de sai estaociai situada en el Rincón Üél Safado, iMfide e»ta r¡:> deaemboca en la n.ir, fuá ¡rmulado el 18 da Oicietabre de 1793 en líoioti de tu luje D. Audree, 1 :;68 ¿y t ■ 1 t). León Rosas se esforzó en imitar tan nobles ejemplos : destinado á la carrera de las armas, antes que estuviese en estado de consultar su inclinación, recibió un despacho tíe cadete á los 7 años, por la costumbre quo prevalecía entonces de recompensar en los hijos los servicios del padre. Al entrar en la adolescencia, bu^có la ocasión de hacerse acreedor k esta gracia. D. Juan ük la Pirbra, superintendente de la costa Pata- gónica, fundó eu 1779 una colonia cerca de Puerto Deseado^ con miras de estender las fronteras del sur. Esta avanzada, estable- cida en el desierto, puso á nuestros soldados en contacto inmediato con los indios. La. prudencia exijia contemporizar con ellos, por ser tan numerosos, y por estar dotados de ese valor audaz quo los convierte en ene n»gos temibles, cuando se les concita con actos de rigor. Fitos fueron «inembargo, los que adoptó tel señor de la Piedra, y e¡ MARauE*? dr IíOREto, recien promovido al virreinato de Buenos Aires, segundó sus plañe?, esperando señalar con algún hecho estraordinario la pri-mera época de su administración. Fran* queó, pues, todos los recursos para una espe- dicion al sur, que debía espelerá los indios de las inmediaciones de la nueva colonia. D. León Rosas, que á la sazón era un simple oficial subalterno, marchó con las tropas de la Piedra; que lejos de sojuzgar á los indios, como se lo habían propuesto, fueron sorprendidas y derrotadas. Hecho pri.-ionero, el señor Rosa? fué llevado al desierto, donde permaneció algún tiempo. Los indios, que no habian olvidado la } ro- teccion que siempre encontraron en la familia de este joven, lo miraron con cariño, y á pesar del espíritu de venganza que los ani- maba contra sus enemigos, cedieron á los consejos del señor Rosas, y entraron en tratados con el gobierno de Buenos Aires. Este servicio fue recompensado con el empleo de administrador de las haciendas de la corona, que desempeñó hasta 1809, en que se decidió á renunciarlo, para atender á do» grandes establecimientos heredados por su muger. La revolución, que estalló el siguiente año, agito profundamente al país, é hizo que los esclavos fuesen menos dóciles á la voz de sus amos. Muchos propietarios, y D. León Rosas entre ellos, no hallaron mas remedio contra un mal cuyos progresos amagaban sus fortunas, que ir á establecerse en sus estancias. D. Jhan Manuel, el primogénito de los varones, pasó sus primeros años en las faenas del campo, que contribuyeron á robustecerlo : y este desarrollo precoz de sus fuerzas risicas, despertó también su inteli- gencia. Frecuentaba la escuela de D. Fran- cisco X. Argerich, cuando se verificó la primera invasión de los ingleses en este país, que puso en armas á todos sus habitan- tes. El joven Rosas de edad de solo trece años, se arrojó intrépidamente entre los combatientes, y peleó al lado del mismo general Liniers. Fué éste su primer paso en una carrera que debía recorrer con tanto brillo. Cuando se pensó en organizar otros regimientos para premunirse contra la segunda espedicion al mando del general Whiteioke, se enroló voluntariamente en el •uerpo de miqueletes de caballería, uno delos mas distinguidos por su bizarría y disci» plina. D- León Rosas, obligado á regresar al pueblo para velar sobro la educación de su tierna y numerosa familia, descubriendo en su primogénito una buena índole y una singular aptitud para el manejo de cualquier negocio, no trepidó en confiarle la dirección de su \aliono patrimonio. Si debe parecer estrañoque un joven de 14 años llegue á ser el administrador de los bienes de su familia, no lo 00 menos, verle renunciar tan temprano á los goces de la vida, para arrostrar todo género de privaciones. Su casamiento cou Da. Encarnación Escurra, señora de un. raro mérito, y digna bajo todos aspectos de< esta alianza, vino a suavizar tan laboriosa existencia. Los jóvenes cónyuges se ani- maban mutuamente á no desi.-tir de su em- presa, que los ocupó hasta-el año de 1815. Fué entonces, que D. Juan Manuel pidió el auxilio de su hermano D. Prudencio, no para descansar, sino para fundar otros esta» blecimieutus. VA padre, á quien devolvió una fot tuna doble de la que le había confiado. quiso fomentarlo con un capital en dinero j en ganados; pero él reusó estas ofertas, di- ciendo que no necesitaba mas caudal que él de sus brazos y sus conocimientos. Efectivamente se dedicó á un nuevo género de industria, que en pocos años lo hizo uno de los primeros labradores del país. Nuestros campos no ofrecían entonces otro aspecto que el de una inmensa estancia cubierta de ganado. Los primeros estable- cimientos que interrumpieron esta monotonía, fueron los del señor Rosas ; que puede con- siderarse como el Triptolcmo de esta provin- cia. Por sus incesantes cuidados, millares de árboles sombrean ahora un suelo espuesto otro tiempo a los rayos del sol, y ricas rnieses hermosean campos antes estériles y desiertos. Los sucesos del año 20 sorprendieron al Sr. Rosas en estas modestas faenas. • Y qué corazón podia permanecer insensif le á los infortunios de la patria? ; Ni quien puede hoy recordarlos sin estremecerse ? Cuando se comparaban las fuerzas de que podi.» disponer la provincia, con los elementos de oposición que la amagaban, 2era imposible no alarmarse por su suerte. La discordia que reinaba entre nosotros paralizaba la marcha de la administración, y le arrebataba, todas los medios de defensa. El crédito estaba agotado, el espíritu pú- blico abatido, la confianza no ex ¡«tía, y el valor nimio, que parecía deher ser inago- table en un pueblo valiente y genero>o, se había «enervado bajo el cúmulo de tantas desgracia .. La defección del ultimo ejército del Sr. general Helgrano habia relajado lo* vínculos de la di ciplina militar : lo- oficiales se veían obligados á contemporizar con sus soldados, para que no lo^ abandonasen ; y esta insu- bordinación era aun mas notable sn los cuer- pos de milicias, que mejor organizados hubieran sido mas que suficientes para con- tener á los agresores. Pero el cío,ládano, llamado al servicio en momentos de tanto peligro, conservaba una gran parte de su independencia, en que hacia consistir los derechos del hombre libre, y cuyo sacrifi- cio le parecía aun mas penoso que él de su propia vida. Todas estas causas influían W. t ** 1 ' siniestramente en la moral del ejército: asi es, que las derrotas de las Cañadas de Cepe- da, de la Cruz, produjeron mas consterna* cion que sorpresa. Estos dos triunfos habían levantado el ánimo de nuestros opositores, y ya no se veia lejano el tiempo en que fuese preciso optar entre el oprobio y la desesperación. En este terrible conflicto, el cabildo confió la salud de la patria á un joven que se ha- bia distinguido en la guerra de la indepen- dencia. Cualquiera otro hubiera vacilado en admitir este cargo : pero Dokkego, en quien habia caido la elección, arrostró esta inmensa responsabilidad; y tendiendo la vista á su rededor para calcular sus recursos, se fijó en un individuo que podía prestarle la mas activa cooperación. En medio del espíritu de insubordina- ción que se habia manifestado en todas las clases, por la insuficiencia de tas leyes, la debilidad ó tolerancia de los magistrados, solo existía en la provincia una autoridad que fuese respetada, y que sinembargo no emanaba de ningún poder, y era la de D»[ 12 ] Juan Manuel Rosas. Desde que se había resuelto á vivir en kus tierras, habia sentido la necesidad de granjearse la afección de los habitantes del campo, sobre los cuales habia tomado cierto ascendiente, participan o en sus trabajos, mezclándose en sus diversiones, auxiliándoles en sus desgracias : mostrándose en fin justo, humano y compasivo con todos. Su casa se convirtió en asilo para los desva- lidos. En un país falto de las ventajas de la instrucción, y cuyas costumbres se resienten todavía de nuestra imperfección social, un exceso de severidad lo es también de injus- ticia, puesto que las faltas, cuando no son repetidas, deben mirarse mas bien como vicios de la sociedad, que de los individuos. Antes de declarar á los hombres responsables de sus estiavios, es menester enseñarles á evitarlos. Al paso que las cárceles y los castigos confirman á la juventud en todos sus errores, una vida arreglada y laboriosa ahoga en su corazón el germen corruptor del vicio, é innumerables señan los ejemplos que po- dríamos citar de los que volvieron á la buena C 13 ] senda, por los paternales cuidados del Sr. Rosas. Cuando en Junio de 1820 recibió los despachos de capitán de milicias, e! momento no era favorable para enrolarse en el ejército. Sin embargo, aflijido del estado de su país, admitió este empleo, y en poco tiempo montó, equipó y armó á sus espensas un numeroso cuerpo de caballería, compuesto en gran parte de sus propios jornaleros, á cuya ca- beza marchó para reunirse al Gobernador en campaña. Este refuerzo reanimo el corage del ejército, que se mostró dispuesto á resta- blecer su reputación. Después de algunos días de marcha alcanzó al enemigo el 12 de Agosto en San Nicolás, donde tuvo lugar un primer combate, que se continuó en Pavón. Estas acciones, en que el Sr. Rosas peleó con un valor estraordinario, fueron glo- riosas para nuestras tropas. No así después : el Gobernador avanzó hasta el Rosario, en donde mandó al Sr. Rosas que regresase al sur, para ocuparse en organizar a! quinto regimiento de campaña dándole los despachos de comandante de este cuerpo.t 14 ] El gefe contrario, informado de esta separación, cargó y triunfo en el Gamonal, á pe*ar que las fuerzas del Sr, Rosas fueron reemplazadas con otras mas numerosas. Ese revés trastornó el plan de campaña del Sr. Dorrego, y le ol>ligó á retirarse precipitada- mente á Areco, de donde espidió circulares á los gefes de las milicias para que se le incorporasen con sus tropas. El Sr. Rosas se rindió á las órdenes del Gobernador, tra- yéndole 600 voluntarios : pero lejos de de- sear que se encarnizase la lucha, se propuso aprovechar alguna ocasión favorable para aconsejar que se estipulase una paz honrosa. .Pero otros acontecimientos se prepara- ban en la capital. La Sala de Representantes se reunió el 26 de Diciembre, y elevóal man- do al general D. Martin Rodríguez. Apenas su autoridad se proclamaba en la provincia, cuando un movimiento tumultuario, enca- bezado por el segundo tercio cívico, estalló en la ciudad, y obligó «1 nuevo Gobernador a invocar el apoye de las milicias. El Sr. Rosas, que conforme á las órdenes recibidas marchaba á Areco, al llegar al Puente de 1 [ 15 3 Márquez recibió una carta del general Ro- dríguez, en que solicitaba su auxilio para vengar este ultrage I* I Sr. Rosas, con aquella severidad de principio* que le es tan característica, no quiso deferir á una simple comunicación confidencial, y aguardó que se le mandase oficialmente ponerse á las órdenes del nuevo Gobernador. I3a>tó su presencia para restablecer el orden en la capital, donde entró el 5 de Octubre al frente de un regimiento de colora- dos, que imitando el noble arrojo de su gefe, espusieron sus vidas por restablecer el impe- rio de las leyes, en que se apoyó el gobierno, que habia estado hasta entonces á merced de los acontecimientos. Su primer acto fué recompen-ar los servicios del Sr. Rosas, en- viáudoie el despaoho de coronel de caba- llería de linea. Ningún desorden mancilló este triunfo : las tropas que acompañaron al gobernador de Buenos Aires observaron la mas estricta disciplina, y aunque fueron recibidas á balazos, y quedasen tendidos en las calles mas de cien colorados, no se entre- garon á ninguna venganza. El dio, mismo1*1 He su entrada renació la confianza de los ciu- dadanos, que se felicitaban por el término de tantos desastres. Sin embargo restaba mucho qne hacer. Nuestras disensiones con las provincias limí- trofes estaban aun pendientes, y el contraste que sufrimos cu el Gamonal inspiraba temores fundados por la continuación de la guerra. De todos modos importaba salir cuanto antes de semejante incertidumbre. El go- bierno confió al Sr. Rosas tan ardua mihion, y la poca esperanza que se tenia de llegará un allanamiento hizo que se tomasen medios para prepararse á entrar en campaña. El plenipotenciario marchó á la cabeza de su regimiento, que representaba la vanguardia del ejército, al mando del mismo Goberna- dor. Todos confiaban en el Sr. Rosas, cuyo crédito se habia aumentado por las pruebas recientes de su lealtad, de su valor, y de su inteligencia. No obstante las muchas dificultades, que presentaba un convenio entre dos pueblos acostumbrados á mirarse con recelo, bastó una entrevista del Sr. Rosas con el Exnio. c»] Sr. gobernador de Santa Fé, para echar los cimientos de una reconciliación franca v duradera. Fué entonces cuando se estrecharon en- tre los dos gefes esas relaciones amistosas, que tantos acontecimientos, ya prósperos, ya des- graciados han contribuido á fortalecer, y que nada podrá aflojar. La paz con Santa Fé terminó una era de desastres para nuestra provincia, cerrando el circulo fatal de las revoluciones, que recor- ría mos desde mucho ha, y que detuvo al país en sus adelantamientos. Los enemigos de nuestra independencia se regocijaban de vernos luchar con nuestros propios hermanos, y contaban con la prolongación de nuestras contiendas para volvernos á esclavizar. Ama- gados por nuestros enemigos esteriores, te- níamos que defendernos contra, esas tribus belicosas, que bajo distintas denominaciones nos rodean, y que, enemigos de todo freno, lograron conservarse independientes durante el largo periodo de la dominación española en el nuevo mundo. Despertándose al ruido de nuestras disensiones, creveron llegada la 3L 18 ] ©portunidad de talar nuestros campos. Lá convención con Santa Fe, que probable- mente ignoraban, no los contuvo en sus in- cursiones, y cuando el pueblo se preparaba á celebrar tan fausto acontecimiento, al- gunas partidas de indios iuvadieron los de- partamentos del centro. El Sr. Rosas», á quien se le habia confiado la defensa de las fronteras del sur, avanzó á la cabeza de un regimiento y de un cuerpo numeroso de pai- sanos armados, para cubrir los puntos mas espuestos: pero órdenes terminantes del Sr« Gobernador le obligaron a suspender su marcha. £1 Sr. Rom* ocupó una posición venta- josa en el Saladillo, á 1 4 leguas al S. O. de Lobos, aguardando la llegada del cuerpo prin- cipal del ejercito. Su campamento fué el punto de reunión de las milicias, cuyo numero aumentó tanto, que fué preciso licenciar una parte de ellas como supérfluas. El nombre de este gefe estaba en todos los labios, y sus hazañas pasadas eran una prenda de segu- ridad para el porvenir. Entretanto el gobernador D. Martin [ 19 ] Ilodriguez reunia fuerzas para romper las hostilidades. Dividió su ejército en dos columnas, destinando al coronel Ortiguera á rechazar á los Ranqueles en elS. O., mien- tras que el mismo gobernador marchaba al sur á. atacar á los Pampas. Para que estas disposiciones surtiesen su electo, se requerían grandes acopios de armas, de municiones, de caballos y de víveres; y fue precisamente lo que se descuidó. Ademas de esto, en vez de concentrar las fuerzas, para que el ataque fuese mas vigoroso, las diseminaron en va- rios puntos. Las circunstancias hubieran favorecido este plan, puesto que una sola tribu nos hostilizaba, y de consiguiente no había mo- tivo para provocar á las demás. De todos modos convenia exceptuar á los Pampas, que eran loa mas dóciles, y mejor dispuestos a relacionarse con nosotros. Consultando el Sr. Rosas la utiüJad que resultaría á la pro- vincia, se habia esmerado en cuhivarsu amis_ tad, y habia llegado á inspirarles alguna confianza. Muchos Pampas se habían deci- dido á fijarse en las tierras de los cristianos, [ 90 J á quienes ya no miraban con su acostumbrada repugnancia. El Sr. Rusas pidió, pues, que se les respetase : mas, lejos de adoptar tan sabios consejos, el gobernador Rodríguez marchó al Tandil, sorprendió y acuchilló á los indios en Cbapaleufú. Los que sobre- vivieron á esta carnicería, volvieron sobre sus agresores y los siguieron hasta la frontera. La espedicion del S. Q., por estar mal montada, y no tener víveres mas que para 15 dias, regresó después de haber recorrido el Tandil; y lo mismo hizo la vanguardia, al mando del Sr. Rosas, que se habia avanzado hasta la Sierra de la Ventana, sin poderse encontrar con los indios. El Sr. Rosas, cuyos consejos se habían desoído, hizo cuanto pudo para reparar estos desaciertos. Envió órdenes á los mayordomos de Jas estancias circunvecina?-, para abastecer de ganado al ejercito. Mas á pesar de toda la actividad que se empleó en esta operación, sus efectos fueron tan escasos, que no pu- diendo aguardar por mas tiempo los auxilios, fue menester resolverse á volver atrás. El Sr. Rosas, que no quisoabandonar su puerto, porque no se le imputase alguna oposición á servir bajo las órdenes del Sr. Ortíguera, de quien solo tenía motivos para apreciarlo, se retiró á la conclusión de esta campaña; y lo que mas lo estimuló á tomar esta resolución fué ver que sus servicios no eran agradecidos, sea que se les considerase inútiles, ó mas bien por la libertad con que se espresó sobre las faltas que se habían cometido. Pero un triste presentimiento amargaba su corazón en el silencio de la vida privada. No dudaba que los Pampas, que se había tenido Ja imprudencia de provocar, atacarían nuestras estancias, echándose tai vez con mas furor sobre las suyas, para vengarse del que habia sido su abogado, y que ellos debían creer autor de los planes del Sr. Rodríguez. Mas á pesar de esta previsión, no logró sus- traerse de su total ruina ; y antes que pudie- se transportar, como se lo habia propuesto, su hacienda de los Cerrillos á los campos de San Martin y Guaraní, ios indios atacaron á su» establecimientos, y le sacaron mas de 26,000 cabezas de ganado. Ll Sr. Rosas sobrellevoI «* 3 eon resignación esta desgracia; y solo sentía verse arrebatar sus caudales en el momento en que mas los necesitaba, para llenar los compromisos con traídos con Santa Fé, al ürmar las convenciones que cortaron las desa- venencias del año 20. ¡sin embargo tocó todos los resortes, y pudo cumplir satisfactoriamente la parte que le cupo en estas importantes transaciones; como consta de los documentos honoríficos que le fueron librados en Santa Fé, á donde fué personalmente á recibirlos, según lo ha- bia prometido» Poco después de su regreso de aquella ciudad, la provincia de Buenos Aires se halló nuevamente espuesta á una invasión de indios, que habían llegado á ser muy temibles, por la desmoralización del ejército, la dispersión de las milicias, y un terror pánico que se había apoderado de los habitantes. Entraron por seis puntos ; y lo hicieron con tanto acierto que se hubiera creído mas bieu que ejecutaban el plan de un general, que las distintas ordenes de sus caciques. En todos los ataques rechazaron alas numerosas t 3* ] divisiones de la frontera, que se replegaban en desorden hacia los parajes mas habitados. La campaña no ofrecía el menor abrigo, y los indios que entraron por Lobos, avanzaron pOr el Durazno hasta 15 leguas de la capital, de resultas del contraste que sufrió en el Monte la fuerza del coronel La Madrid. El Sr. Rosas, que se hallaba en losCerrillos, voló á Camarones para ofrecer sus servicios al coronel Arévalo, que con solo 300 hombres estaba en los campos de Callejas. No descono- cía este gefe la necesidad de obrar, pero sus recursos eran tan exiguos, y sus soldados esta- ban tan abatidos, que nadie se atrevía á aban- donar su posición. Enjambres de indios bien armados, bien montados, y engreídos con sus últimos triunfos, recorrian el territorio. El Sr. Rosas y el coronel Arévalo, ú quienes se les había incorporado un sinnú- mero de paisanos armados, marcharon á Ara- zá, donde se trabó una acción forma!, en que los indios fueron acuchillados, y completa- mente desechos; dejando todo su botín que consistía en una numerosa caballada, y mas de 150,000 cabezas de ganado. Esta victoria I 2*1 reveló a los campesinos un secreto, que ha» bian ignorado hasta entonces; á saber que los peligros disminuyen cuando se saben arrostrar con valor. .Al examinar los tres primeros años de la vida pública del Sr. D. Juan Manuel Rosas, es imposible no admirar su denuedo en los combates, su firmeza en los reveses, su infatigable actividad en llevar adelante cualquiera empresa. Difícil era aparecer en 2a escena política en una época mas desas- trosa. Cuando nuestro ejército recorría triunfante las orillas del Pacífico, procla* mando la independencia de do.» grandes repúblicas, nuestro país luchaba con toda clase de infortunios. F.l gobierno sin energía, y sin recurso», nada hacía para sacarlo de una situación tan degradante, y los ciudada- nos preferían sacrificar sus fortunas antes que renunciar sus opiniones. Al salir de estas gran Jes catástrofes, todos se afanaban en reparar sus quebrantos. Nadie habia perdido mas que el Sr. Rosas; de sus ri.as estancias, de sus vastos acopios ele granos, de tantos brazos y caudales em* C ** ] picados en el cultivo de sus tierras, solo que»' daban algunas reliquias. Pero lo que nadie podiaarrebatarle era su actividad, y sus vastos conocimientos en todos los ramos de la indus- tria rural. Igualmente hábil en el pastoreo y en la agricultura, poblaba sus estancias, hacía sementeras, y á fuerza de cuidados f de perseverancia logró restablecer y aun acrecentar su fortuna. La mejor prueba de lo que puede el trabajo en un suelo tan privilegiado como el nuestro, es la que ofrecen los resultados obte- nidos por el Sr. Rosas. La invasión de los indios en 1821 destruyó su9 establecimientos, y bastaron tres anos para que volviesen á ser los mas florecientes de la provincia. Sus sembrados, que ocupaban una granestensionj producían mas de 15,000 fanegas de trigo y maíz, sin incluir los productos de otras cul- turas. Tanta prosperidad le atrajo la admi- ración de sus amigos y la envidia de sus émulos. Su benevolencia rio tenia límites j Cuan- tas veces no se le ha visto abandonar sus tareas, por amparar á uir desgraciado, oro- éE 26 ] tejer á un huérfano, transar un pleito! ¿ Qué hay que estrañar que esta conducta le hubiese grangeado la estimación de los habitantes de la campaña ? Los que piensan que la popu- laridad del Sr. Rosas no sea duradera, «o saben, ó aparentan ignorar que se funda en beneficios, á que los individuos corresponden á veces con ingratitud, pero que los pueblos olvidan difícilmente. Por su intervención en los asuntos gene- rales y particulares de la provincia habia adquirido un conocimiento exacto de su ter- ritorio; y no se le ocultó que 3a línea de frontera era insuficiente para garantirnos de los indios. Una parte de los terrenos recien poblados quedaba afuera de sus antiguas guardias, y por consiguiente desam- parada en caso de un ataque; y los mismos establecimientos internos no estaban bastante abrigados, para que fuesen invulnerables- Ge- neralmente hablando, estas avanzadas no tenían suficiente unión, para presentar una barrera impenetrable. La falta de seguridad cerca de las fron- teras rechazaba las poblaciones hacia el centro, y disminuiba considerablemente la estension territorial de la provincia. El gobierno del Sr. Las Heras sintió toda la gravedad del mal, y se propuso remediarlo. Los temores de un rompimiento con el Brasil hacian mas urgente esta medida : antes de empeñarnos en una guerra esterior, dictaba la prudencia asegurar nuestras propiedades, y era demasiado tarde para estender y forti- ficar las actuales fronteras. La construcción de nuevas guardias, era una operación larga y dispendiosa, que no podía llenar las nece- sidades del momento. Convenia, pues, tocar otros resortes de un efecto mas pronto, y no menos eficaz. El Sr. Rosas, miembro de la comisión encargada de proyectar un nuevo deslinde, opinó que se debia tratar con los indios, para pacificarlos y atraerlos á nues- tras estancias. El gobierno adoptó este con- sejo, á pesar que le pareciese difícil en su ejecución: no concibiendo como se llevarían á efecto dos operaciones tan incompatibles, á saber ocupar los terrenos de los indios, y solicitar su alianza. Efectivamente solo el Sr. Rosas, por su genio creador, y por elt ü ] grande influjo que ejercía sobre aquellas tribus, pudo encargarse de una empresa tan gigantezca. Siempre se trató de sojuzgará los indios, mas por primera vez se pensó en colonizarlos; y el resultado de este nuevo plan excedió todas las esperanzas. Conducidos los indios pur sus caciques, se transportaron a nuestras estancias y chacras, donde se ocupaban en labrar la tierra, herrar ó apartar ganado, en cazar nutria*, en hacer ladrillo. Las mugeres trasquilaban ovejas, hilaban, tejían jergas, y abandonaban su natural pereza, para participar en las faenas de una vida activa y laboriosa: y si las convulsiones polí- ticas, provocadas por la revolución del pri» mero de Dicifiiibre, no hubiesen trastornado este plan, forzando á los indios á volver á la vida militar, hubieran continuado fertili- zando nuestros campos, y olvidando sus eos-? tumbres belicosas. Los eminentes servicios del Sr. Rosas, á pe^ar de la importancia y utilidad que tenían para ei pais, solo le proporcionaron persecu- ciones y disgustos. Los ociosos le reprocha* C 29 ] ban su contracción al trabajo; los intrigantes su odio á las revoluciones; los díscolos la sencillez y la severidad de sus costumbres • y no faltaban hombres ¿lustrados que le haciau un cargo de su interés hácia los in- dios. El Sr. Rosas nunca contestó á sus de- tractores; limitábase á confundirlos con la práctica de todas las virtudes, y con su res- peto inalterable á las instituciones del país. Un hecho ignorado, y que merece no serlo» es que, perseguido durante la administración del Sr. Rivadavia, el Sr. Rosas desalentó siempre á los que veniau á solicitarle, para que les ayudase á efectuar un cambio en ei gobierno, haciendo uso dtí medios ilegales. " No soy juez del primer magistrado de la República, contestaba con firmeza este rirtuoso ciudadano: mientras que los repre- sentantes del pueblo no revoquen sus poderes, mi deber es obedecerle." Estos mismos principios dirijíeron su conducta en nuestras últimas emergencias, que ya había previsto : y si el gobernador Dorrego hubiese oido sus consejos, nos habría?[ 30 1 iíios quizá librado de una gran conflagración. El Sr. Rosas no ignoraba el complot del ejér- cito, ni la repugnancia de sus gefes á some- terse á la autoridad legal del Sr. Dorrego : y aunque no pudiese designar positivamente quien capitanearía esta insurrección, no du- daba que estallaría. En sus conferencias con el mismo Sr. Dorrego insistió fuertemente en que el gobierno atendiese á la pronta organización de las milicias, que consideraba como el único baluarte contra la insubordina- ción del ejército. Viendo que no se tomaba medida alguna para conjurar la tormenta, pidió su dimisión, que no le fué admitida. Dos dias antes del funesto primero de Diciem- bre, tuvo la ultima entrevista con el finado Gobernador en la fortaleza, le manifestó sus recelos, y representó de nuevo la necesidad de armar á la campaña. Pero ya era tarde, Poco después tuvo el dolor de saber del mis- mo Sr. Dorrego que sus tristes {resentimientos se habían realizado, y que yá no quedaba mas apoyo al gobierno lejítimo de la pro- vincia, que su espada, la cooperación del Sr. Rosas, y la fidelidad de los miliciano?, ( 31 ) En este terrible lance, en que se trataba hada menos que de resistir á una revolución fraguada en el misterio, favorecida por un partido poderoso, y sostenida por un ejército aguerrido, el Sr. Rosas no trepidó un ins- tante; y cerrando el corazón á cualquier otra consideración, solo pensó en llenar sus de- beres. Seanos permitido suspender aquí nues- tra tarea. El último periodo de la vida del Sr. Rosas es tan fértil en acontecimientos, que pretender detallarlos todos, sería exce- der los límites que no* hemos prescripto. Nos propusimos escribir un ensayo, y nó una historia : dejamos á escritores mas hábiles la responsabilidad de esta tarea. Al reunir los rasgos principales de la carrera política y militar del Sr. Rosas, hemos tenido que hacer un esfuerzo, por no caer en la exageración que naturalmente inspira la contemplación de virtudes tau eminentes. El Sr. Rosas es un excelente ciudadano : desdeña la gloria comprada con la sangre, detesta los honores adquiridos con los crímenes, desprecia las riquezas que no[89] se ganan con el trabajo. Su yida pública nd presenta hecho alguno que esté en oposi- ción con estos elogios ; y si no temiésemos ofender su modestia, encontraríamos en su vida privada muchas pruebas que los con- firman. Sus detractores han podido prodigarle iiltrages, pero ninguno de ellos se atrevió á Citar una solo acción que fuese reprensible. ¿ Qué podrían decir que no lo desmintiesen mil testigos ? Adorado de sus deudos, querido de sus amigos, venerado de sus fami- liares, nada seria comparable á su dicha, si no hubiese tenido la noble ambición de ser útil á su patria. ¿ Se le obligará á ar- repentirse ?.... ¡ Argentinos ! Sed justos j agradecidos, si queréis ser libres y felices1. CELIO A ARNESTO. V