l»M ! 1f f S6>\ 1 T uit» | 1» di-' do-, , É*1 ,*1 CONJURO CONTRA DUENDES. i* »í la " a; fj de *1 MÉJICO: 1821. i En la oficina de D. Alejandro Vaí#s.*. Carta de un religioso liberal d aun amigo suyo, que le -pide su dictamen sobre el papel titulado Bosquejo de los fraudes, &c. buen amigo: Ya dije á Vd. en mi anterior el concep- to que formé del folleto titulado: Bosquejo de los fraudes, i>c. ¿Para qué quiere Vd. mas? Me pide las razones en que lo fundo: yo no creo de la sincera amistad que Vd. me pro- fesa, sea su designio burlarse de mí, poniéndome en ocasión de disparar: lo que infiero es, quiere divertirse coto mis pro- ducciones malas, ó buenas; y en obsequio de la amistad voy á darle gusto. Me dice Vd. que lo que mas ha picado su curiosidad es la siguiente proposición de mi carta. »S¡ yo impugnara esta producción infeliz, me desentendería de los muchos er- rores que contiene, y solo me empeñaría en manifestar al pú- blico, hasta la evidencia, la suma pobreza é ignorancia del au- tor, y que todo su mérito consiste en haber tenido bastante atrevimiento para ridiculizar las cosas mas sagradas, y hacer despreciable á los ojos del pueblo cristiano el sacerdocio." Insiste Vd. que le choca llame al autor ignorante, pues aunque en general su producción se reputa por impía, no se niega al autor la valentía y erudición, y ser un enemigo po-2. deroso. Asi será pues se dice; mas yo no retrocedo de lo que afumé, y ahora añado mas: que á su crasa ignorancia, junta dicho autor una intolerable pedantería. Daré mis pruebas: si convencieren habré conseguido satisfacer á Vd., y si nó, ten- drá la bondad de alumbrar mi ignorancia, y cederé en el momento pues soy dócil, y no amo sino la verdad. Solo el párrafo con que principia su discurso este va-4 no declamador, me dará todas las pruebas que necesito parí sostener mi aserción. El arranque sin duda es formidable, J capaz de poner espanto á los niños, y á todos aquellos qu# no leen mas obras magistrales sino los periodos, y alguno» librillos ligeros de los innumerables que infestaron la Europa el siglo pasado. » El fanatismo de los sacerdotes, (dice en tono de oráculo) y la ignorancia de los pueblos, habia erigido en artículos de fe, y naturalizado en casi toda la Europa las máximas de la tiranía." Supone á esta hermosa parte del glo- bo cubierta de las tinieblas mas densas, y que parecían deber ser eternas, cuando hácia el fin del siglo diez y siete el ja- bio Locke público el gobierno civil. Esta fué la aurora del gran dia, pues asegura que entonces empezó la filosofía á ilustrar el derecho público. Después siguió Montesquieu, co- mo, si dijéramos, salió el sol; pero por desgracia turbio y eclipsado, pues confiesa el autor que el espíritu de las leyes tenia errores aunque brillantes: con todo, entonces fué cuan- do todas las naciones reflexionaron sobre los principios, y la naturaleza de los' diversos gobiernos. Vino en seguida un hombre (aqui sin duda llegó el sol al zenit) cuyo destino fué combatir por espacio de sesenta años toda» las preocupaciones civiles y religiosas, derraman-_---■ » 3- do la luz sobre todas las formas, y haciéndola circular en todos los espíritus, arrancó de raiz el despotismo, libertan- do á la humanidad del yugo de la superstición. Por lin (se- gún el progreso natural camina ya el dia hácia la noche, y asi este nuevo luminar seria algún cometa) un defensor intré- pido de los derechos de la naturaleza y de la razón, un ora- dor filósofo, cuyas ideas nos parecieron paradoja!; porque las grandes verdades eran aun extranjeras entre nosotros, rasgó con mano atrevida el velo [misterioso con que los frailes y los tiranos habian cubierto la cuna de las instituciones civi- les: el género humano reconoció y recobró sus título?, y ca- da ciudadano los leyó con arrebato en el pacto social» Aunque he dicho á Vd. que prescindo de las impie- dades de este autor, y solo voy á probar su ignorancia, me permitirá haga de paso esta reflexión. Es evidente que VoU taire y Rouseau, á quienes se prodigan tan exhorbitantes ala- banzas, fueron los enemigos mas crueles que combatieron el cristianismo en el siglo pasado. No es menos cierto, que por la lectura de sus obras, que se ha hecho bástente común, y por los innumerables folletos en que se han vertido sus erro- res, es general la noticia de ellos, á lo menos en cierta es- pecie de gentes. Ahora bien, cuando estos lean en el Bos- quejo: que los dos grandes corifeos de la incredulidad tuvie- ron el glorioso destino de combatir las preocupaciones reli- giosas: que derramaron 6 hicieron circular la luz en todo* los espíritus: que libertaren á la humanidad del yugo de la superstición: que fueron defensores intrépidos de los derechos de la razen; y que en fin, si sus ideas parecieron muchas veces paradojas, fué porque las grandes verdades eran extran- 2 li- geras entre nosotros; de estos bellos antecedentes naturalmen- te inferirán, que la religión cristiana es obra de la política» y tan falsa como las otras sectas: que no hay providencia, sino que todo está sujeto al fatalismo: que la revelación es superflua, pues la razón basta para todo: que los milagros no solo son falsos, sino imposibles; y en fin, que Jesucristo fué un loco á lo divino, pues meditando demasiado en la divi- nidad perdió el juicio y dio en la mania extravagante de que era Dios: porque Voltaire y Rouseau enseñaron todo esto, y combatieron como preocupaciones religiosas las ver- dades contrarias. Y como el folleto es para que lo lea todo el pueblo, que no es teólogo, y en él ninguna advertencia se hace acerca de les errores de aquellos hombres, la conse- cuencia es inevitable, y producirá el efecto que tal vez se desea, es decir la seducción de muchos. Con todo, la junta de censura de Palma llama á está producción escrito lumino- so, y asegura, que el autor no alaba los errores de los im- píos, sino solamente sus ideai políticas::: Amigo: ¿donde se habrá ido ya la buena fe? Pero este no es el asunto que me propuse tratar. Voy á entrar en él.. Asienta el autor del Bosquejo: que la Europa estuvo en profundas tinieblas acerca del derecho público, hasta fines del siglo diez y siete, y que los primeros rayos de luz se debieron á lo obra de Locke: que en seguida vinieron Mon» tesquieu, Voltaire, y Juan Jacobo Rouseau, los cuates per- feccionaron la empresa, desterrando las máximas de la tiranía que el fanatismo de los sacerdotes había erigido en artículos de fe, y rasgando el velo misterioso con que los frailes ha- bían cubierto la cuna de las instituciones civiles..y- Con que si yo demuestro que mucho antes, pero mas particularmente en los dos siglos que precedieron inmediata- mente á Locke y demás personajes, enseñaron y sostuvieron con el mayor empeño y sabiduría, los sacerdotes y los frai- les, y esto no err folletos despreciables y obscuros, sino en obras magistrales y públicas que volaban por toda Europa, que la soberania residia esencialmente en los pueblos, y no en los reyes: que estos la recibían de aquellos con el pac- to y condición indispensable de no ejercerla, sino para su beneficio y utilidad, y que de lo contrario, podian deponer- los, y aun hacerles guerra, por ser superiores al Rey: que las naciones eran libres para establecer la forma de gobierno que les pareciera, y mudarlo cuando su utilidad lo requirie- se: si enseñaron ademas, que en la práctica es mejor gobier- no la monarquia templada, ó moderada (como nuestra sábia Constitución la llama) que la absoluta, y en fin, que no so- lo es mejor, sino necesario, que las naciones se gobiernen por leyes, y no por el arbitrio de los príncipes, pues aun- que sean buenos y sabios, siempre se puede sospechar pro- ceden movidos de alguna pasión: si estas y otras muchas co- sas, que son lo mas sublime del derecho público, lo mas exquisito del liberalismo, y los sólidos principios y cimien- tos sobre que se han levantado Jas nuevas instituciones, lat enseñaron de voz y por estrito los sacerdotes y los frailes, muchos años antes que Locke naciera, y esto lo pruebo con evidencia; quedará demostrado que el autor del Bosquejo es ün ignorante, y que su arrogante introducción es una ridi- cula pedantería. Aqui están los testigos. El célebre Padre Francisco Suarez, Doctor y Maestro6. de la escuela jesuítica, murió el año de mil seiscientos diez- y siete, como quince antes que naciera Loclce: este sabio va- ron en su Tratado de las leyes, tan estimado de los ingleses* no obstante el odio que tienen á su instituto, asienta: que- la potestad civil, y de consiguiente la de hacer leyes, por su naturaleza no pertenece á algún hombre particular , sino a la multitud, lib. 3. de Lege humana cap. 2. núm. 3. Esta conclusión, dice, es común y cierta, y cita por ella á San- to Tomas, el Derecho romano, Castro, Soto, Ledesma, Co- varrubias, y Navarro. La sobredicha potestad, afirma en el cap. 4. siguiente, cuando se halla en algún Príncipe justa y legítimamente, ha manado por principios del pueblo y co- munidad; ni puede ser justa si le falta este origen. Y añade, »t esta es la sentencia común de los juristas y canonistas," de los cuales cita al Panormitano, Santo Tomas, Victoria, y otros.. Allí mismo desata las objeciones que sacan de la Escritura los enemigos de la soberanía del pueblo. En el tratado tercero de Chántate disp 13. sectio- ne 8. tratando de la sedición, enseña la doctrina siguiente- »La guerra de la república contra el Príncipe, no es intrín- secamente mala, con tal que tenga las condiciones de toda guerra justa:" esta conclusión solo habla del Príncipe tirano. Explica después- dos especies de tiranos: primera, los que usur- pan la potestad, no recibiéndola en algún modo del pueblor segunda, los que teniéndola legítima, abusan de ella en daño de la comunidad que se la dio. Dejando los primeros que no me hacen »1 caso., de estos segundos, que llama tiranos de régimen ó gobierno, afirma: que ningún particular 6 comu- nidad imperfecta, tiene derecho para deponerlos, y que lo— contrario condenó el concilio de Constanza; pero siendo toda la república puede hacer la guerra á semejantes tiranos, y esta no es sedición. La causa es porque entonces toda la repú- blica es superior al Rey; pues habiéndole dado la potestad de gobernar, se entiende que se la dio con la precisa condición de regir política y no tiranamente, y haciendo lo contrario puede ella deponerlo. ¡Ingenio feliz! que de una mirada pu- do abrazar objetos tan distantes: y con un solo golpe des- truyó la tirania y toda sedición popular con cuantos pre- textos puedan imaginarse para sostenerla. Hasta el nombre de pacto que se dió por título á la obra de Juan Jacobo, se ha'la en Suarez lib. j. de Lege humana, cap. 4. mím. /- Ve aqui sus palabras: »También es prueba que el principa- do viene de los hombres, el que la potestad del Rey es mayor, ó menor, según el pacto ó convención hecha entre él y el reino." ¿Se puede decir cosa mas liberal y contra- ria al despotismo? Así es como este sacerdote y religioso, erigió en artículos de fe las máximas de h tirania, y cubrió con velo misterioso la cuna de las instituciones civiles. Pasemos á Belarmino, cardenal, sacerdote, religioso de la compañía como el antecedente, su contemporáneo, y que murió también antes del nacimiento de Locke. Este sabio controversista en la controversia 2. lib. j. de Laicis. cap. 6~. asienta lo primero, que la potestad política considerada en sí misma viene de Dios, porque es como consecuencia de la naturaleza humana, criada para la sociedad. Segundo, que es- ta potestad reside esencialmente en el pueblo, y esto por de- recho divino. Tercero, que las varias formas de gobierno son <íe derecho de gentes, pues depende de la multitud, estable-s. cer lo que mas le convenga , alterarla y vanarla cuando le parezca justo. Mas adelante en el cap. 7. respondiendo á un argumento de los anabaptistas, demuestra, que la sujeción política no destruye la libertad del hombre, y sí la despó- tica, á la cual llama propia y verdadera servidumbre. En seguida nos da una idea la mas sublime del servilismo, y del liberalismo. «Difiere, dice, la sujeción servil de la política, en que el servil vive y trabaja para otro; el liberal para sí: el servil es regido no por su comodidad, sino por la de su Señor, mas el ciudadano es gobernado para su bien, y no del que lo gobierna. Finalmente, dice, se llama Príncipe político el que dirije su gobierno á la utilidad del pueblo, y tirano el que lo ordena á la propia." Aun el nombre de Señor lo hace peculiar de los tiranos. Y esta es la razón porque las Cortes no quieren que al Rey se dé el título de Señor. ¿Han dicho mas y mejores cosas los últimos li- berales? En el cap. 10. del mismo libro arruina hasta los ci- mientos, el sistema de arbitrariedad, probando ser no solo mejor, sino casi necesario, regirse los pueblos por leyes, y no por el arbitrio del Príncipe, y produce una á una \x razones de conveniencia que los liberales alegan, para que las leyes se hagan en Cortes. En el libro primero de Ro- mano Pontífice cap. 3. asienta esta preposición: «Des- pués de corrompida la naturaleza humana por el pecado, n< olo es mas útil, sino óptima, sumamente deseable y prefe rible la monarquía templada con las otras formas de gobier no, que la absoluta." Lo gasta todo en probarla, haciendf varias combinaciones, y aunque no se le ocurrió la de fe9- representación nacional, dice cosas que se le acercan mucho; de suerte que me atrevo á sostener, que con solo? los prin- cipios del derecho público sembrados en las obras de estos dos sabios religiosos, y la noticia de la historia, hubieran po- dido los grandes ingenios de nuestras Cortes constituyentes producir la sublime Constitución tan perfecta como salió, aun- que no hubiesen existido los cuatro personajes de que habla el Bosquejo. Empalagaría á Vd. si quisiera hablar de los otros doctores que vivieron en los siglos diez y seis y diez y sie- te: nombraré solo á los principales, advlrtiendo antes, que todos fueron sacerdotes, la mayor parte religiosos, y su doc- trina en cuanto á la soberanía es la misma de los dos so- bredichos. El Cardenal Cayetano en su tratado de Totes- tute Papae, Alfonso de Castro lib. i. de Lege jtoenali, cap. i. Domingo Soto lib. i. de Justitia et jure, cuest.. J. art. j. Ledesma 2. par. cuest. 18. Diego Covarrubias tw Pract. cap. 1. Navarro (su propio nombre Azpilcueta) in cap. novic. de Judiáis. Juan Diedron lib. 1. de Libértate christiana, cap. i¡. Todos estos hombres, los mas celebres de sus tiempos, algunos cardenales y obispos, otros conde- corados con los primeros empleos civiles, y con la privanza de los reyes, doctores en las universidades de Paris, Oxford^ Delinga, Salamanca, Alcalá, Coimbra, y Lovaina, ensenaron en ellas de palabra, y publicaron por escrito la soberanía del pueblo, y demás consecuencias que fluyen de este luminoso principio, con la notable circunstancia que todos murieron, y sus obras fueron aplaudidas en toda Europa antes que na- ciera Locke.10. Y después de todo esto, ¿tiene atrevimiento el autor del Bosquejo para afirmar, que la Europa yacia en las mas densas tinieblas de la ignorancia acerca del derecho público» y que los primeros rayos de luz se debieron al gobierno civil de Locke: que el fanatismo de los sacerdotes habia eri- gido en artículos de fe las máximas de la tiranía: y que los frailes tenían cubierta con un misterioso voto la cuna de las instituciones civiles ? Es necesaria mucha paciencia para sufrir tan crasa ignorancia y arrogante pedantería ¿Y este es el enemigo temible por su valentía, elocuencia, y erudición? No crea Vd., amigo mió, que con lo dicho es mi designio, rebajar un solo punto de la justa gloria, que Locke y los demás filósofos se hayan adquirido, por la luz que añadieron al derecho público. A todo hombre aunque haya tenido la desgracia de ser incrédulo, se deba hacer justicia, y lo contrario es un celo reprensible. Yo también alabo en dichos escritores sus talentos, sus luces, y muchas cosas exce- lentes que hay en sus obras; lamentando al mismo tiempo sus errores, y extravíos. Pero cuando se trata de vindicar el honor del sacerdocio, tan indignamente ultrajado con la nota de fanático y protector de la tiranía; es necesario hacer paten- tes los equívocos, é ignorancia del autor del Bosquejo, y que todos sepan que no obstante haber sido grandes hombres los que nos opone, en realidad no fueron originales, porque lo sustancial de sus sistemas ya lo habían enseñado los docto- res católicos quí les precedieron, y por decirlo de una vez, lo tomaron de ellos. Por otra parte, mi querido amigo, aqui entre los dos que nadie nos oye, voy á hacer á Vd. una pregunta. ¿Noir. ! e parece una man¡3 insensata la de estos cscritorcillos, el empeño que toman en hacer bajar nuestras nuevas institucio- nes mas bien de los impíos, que de los católicos ? Si nuestra Constitución es para un pueblo tan ortodoxo como el espa- ñol, ¿se la hará mas recomendable quien le diga está saca- da de las obras de los incrédulos, á quienes siempre mira con desconfianza como á enemigos de la religión, ó el que le haga ver que cuanto ella contiene es la doctrina de los ; célebres doctores católicos, y muchos de ellos obispos y paisanos suyos? Pero el odio al clero, y deseo de humi- llarlo, los ciega de tal suerte que desconocen su mismo in- y aquella prudencia carnal que Jesucristo alabó en los hijos de este siglo. En lo demás, ; quien seria capaz de seguir al autor del Bosquejo por el caos intrincado de todos sus extravióse Si yo hubiera de emprenderlo me estaña escribiendo cartas, hasta que la llegada del planeta opaco me dejase á obscu- ras. Pero no dudo que los sabios teólogos harán patentes sus errores, calificando sus proposiciones con aquel tino, exac- titud, y rigor teológico que tanto encomienda Bosuet, y que en el dia es absolutamente necesario, para evitar reproches: «í ti qiti ex adverso est vere.itur, ni'iil habens malura di- cers de nobis. Pero antes de concluir, quisiera preguntar al au^or del Bosquejo, ¿qué fin se propuso en el espantoso cuadro que trazó de los excesos del clero? Si fué el de inspirar á los pueblos el odio de sus pastores y ministros, lo ha desem- peñado á medida de su deseo. Pero nó, pues asegura está muy lejos de querer degradar en algo su augusto carácter^y que no solicita sino la reforma de los abusos; aunque allí mismo supone inocente el clero actual de las maldades de sus antecesores. ¿Será esto hipocresía? Yo no me meto á de- cidirlo. Mas si el clero presente no es culpable de los desór- denes pasados, ¿ por qué se le echa encima un muladar de inmundicia? Pues no hay duda en que la odiocidad que re- sulta de la pintura caerá sobre los que viven, no sobre los que ya no existen. Mas aun cuando fueran ciertos todos los crímenes, y nada hubiera exagerado, ni alterado, se le responderia lo mis- mo que un sabio á Voltaire en caso semejante. »> El gobierno quiere se le presenten proyectos de reforma, no sátiras atro- ces." ¿Querrán las Cortes que con pretexto de manifestarlos abusos, se hable con la mayor desvergüenza y ridiculez del purgatorio, de las indulgencias, de los altares previlegiados, y de otros objetos respetables como lo hace este autor te- merario? Quien tal pensare haria á nuestro augusto congreso la mas atroz injuria, pues era suponerlo desnudo no solo de la piedad, sino de la moderación filosófica. Finalmente, están reputados por escritores de mala fe, aun entre los filósofos, todos aquellos que en sus descripcio- nes reúnen cuidadosamente las sombras, y se desentienden de las luces que debían interpolar, para que el juicio del expec- tador saliese recto y verdadero. No citaré á San Pablo, ni á San Agustín, sino al Presidente de Montesquieu, cuya auto- ridad no puede ser sospechosa al autor del Bosquejo, aplican- do al clero, lo que dice de la religión: estas son sus pala- bras: »> Se arguye mal contra la religión, formando un largo catálogo de todos los males que ha producido, si no se ha-,3- ée también otro de los bienes que ha hecho. >S¡ yo quisiere referir todos los males que han resultado al mundo de las le- yes civiles, de la monarquía y del gobierno republicano, diria cosas espantosas." Amigo, no puede dudarse que la libertad de impren- ta produce grandes ventajas; pero como en esta vida ningún bien hay que no tenga su contrario; nos ha sucedido lo mis- mo que en lo físico acontece los años abundantes de lluvias en que las cosechas son copiosas, y los ganados se multipli- can y engordan ; pero las aguas cenagosas producen enjam- bres de mosquitos, cuyos aguijones y zumbido fatigan á los vivientes. Esto es lo que nos pasa, pues aunque los hombres sensatos nos nutren é ilustran con producciones sabias, estos escritorcillos aéreos no cesan de incomodamos con su ruido y piquetes. Yo no sé que nombre darles; pero interinamente, y solo mientras Vd. busca uno técnico, que los difina con per- fección, y que sea griego como los de las ciencias, pienso llamarlos, duendes. Les hallo mucha analogia con estos ave- chuchos, pues según me contaban de niño, cayeron del cic- lo, y no habiendo llegado á la tierra, se quedaron en la región media, y desde alli hacen diabluras tan ridiculas coma pesadas á los hombres. Así estos semiseres ambiguos, ni del todo cristianos, ni del todo impios, no se ocupan sino en travesuras malig- nas, impugnando y ridiculizando cuanto se les pone delante, aunque sea lo mas sagrado. El conjuro para defenderse de ellos, es el azote de la razón: y asi aconsejo á Vd. no de- je de la mano esta disciplina, sin temor de que el gobiern»le reconvenga, pues la prohibición de los azetes solo habla con los niños del linage humano, y no con estos vampiros, que aun no se sabe á que especie de animales pertenecen. Amigo mío, he concluido mi carta, pues ya es pre- ciso despachar al criado de Vd. que hace cinco dias la espera. Ella estará llena de defectos, porque el tiempo ha sido po- co, y muchas mis ocupaciones: Vd. como amigo y sabio los disculpará benignamente, y la Verá como un nuevo tes- timonio de la sinceridad con que lo ama, y desea complacer su amigo. F. O. S.