ABRAN LOS OJOS ▼ eo con lástima qüíTleí están haciendo sudar las prensas en mil inutilidades, y los escritos no se dirijen al fin primario y principal de la liber- tad de la imprenta. Este se ha dicho que es, y dicta la razón que sea, el que los pueblos sobe- ranos espliquen libremente su opinión, y digan sin temor cuanto les ocurra, y cuanto les pueda con- venir para mejorar el gobierno. La libertad de im- prenta, este don inestimabilísimo cuyo precio aun no somos capaces de conocer, es, se ha dicho sá- biamenre, el legítimo conducto por donde cada pue- blo debe instruir á sus representantes en Cortes de todas sus opiniones, de todas sus necesidades, y de su soberana voluntad de remediarlas, para constituirse en la justa y verdadera libertad polí- tica, que es la felicidad prometida á todos los pue- blos sin escepcion alguna, y de que á ninguno de ellos se podria defraudar, sino por un esceso del mas vil engaño y de la mas sórdida tiranía. Es pues necesario, que nosotros por medio de la imprenta clamemos para el remedio de los abusos que contra los pueblos, contra su bien es- tar, y contra todos sus mas inconcusos derechos, se habian estendido en el sistema del despotismo: y siendo mucho sobre lo que tenémos que clamar, no debemos mal gastar el papel ni el tiempo en frus- lerías. La nueva Constitución política de la mo- 2 ' narquía que ha alumbrado los derechos de los pueblo", debe todavía por el voto de ellos mis- mos elevarse á toda su perfección, y para esto consulta la opinión pública con la concesión de la libertad de imprenta. No ha podido hacer mas la Constitución; y nadie sino los mismos pueblos serán culpables, sino hablan, y con energía repre- sentan todo lo que Ies conviene se reforme. Pa- ra hacer, ó completar estas reformas, y perfeccio- nar la Constitución^ se han de juntar las Co'rtes; y han de apoyarse, dicen, sus deliberaciones en aquellos testimonios de la opinión pdblica. Si los verdaderos sabios, por que regularmente son me- nos bulliciosos, no escriben; si se quejan de que no pueden añadir esta á sus otras ocupaciones, y dejan el campo de la imprenta libre á los char- latanes, á los mal intencionados, á los asalariados por los impíos para que rajen bien de la Inquisi- ción, y de los eclesiásticos, á los que solo escri- ben por adular, por chocarrear, por mera gran- gería, d con otros fines; si por todo esto resulta inútil para su objeto, y nociva en otros modos la libertad de imprenta; de esto la ley no es cul- pable, sino el abuso que unos, y el desprecio que otros hacen de ella. Usen de la libertad de im- prenta los sabios, y no abusen los malos, y se ve- rá entonces cuan importante y saludable es el es- tablecimiento. Abran todos los ojos, y vean como hemos de sacar el provecho de la imprenta li- bre. Muchos indiscretos y malévolos quisieran enristrar las plumas contra la Constitución, y con- tra sus máximas fundamentales, como son la so- beranía de los pueblos, y la misma libertad de im-prenta; y gritan que esta es falsa, pues ellos no pueden sin temor del odio y del castigo escribir lo que quieren. ¿En que gobierno han visto estos insensatos, que sea lícito ni se tolere escribir con- tra las ideas y sistema fundamental del gobierno? Si esto esperaban, o entendian por libertad de im- prenta, merecen la rit,a y el desprecio. La li- bertad de imprenta no es, ni^debe ser, para los díscolos y sediciosos, sino para los que apoyen, é ilustren las ideas convenientes y conformes al espí- ritu del gobierno. Escriban en buena hora cuan- tos quieran sobre el pían de la Constitución, pa- ra adelantarle, y perfeccionarle: esto es muy jus- to. Escriban sobre la libertad de imprenta, espo- niendo, y recomendando su buen uso: yo lo es- toy haciendo así, y á nadie se le prohibe. Escri- ban sobre la soberanía esencial, é inalienable de la Nación, esplicándola, propugnándola, y defen« diendo por ella los derechos de los pueblos: esto es lo que la Nación desea y necesita, lo que la Constitución proteje, y á lo que invita justísi- mamente, lo que yo exorto, y sobre lo que voy á dar también una pincelada. La Nación debe en lo de adelante ser ce- losa de su soberanía, que tan pública, y solemne- mente se ha vindicado Nada le importará que le digan que es soberana, ni que la hayan puesto en posesión de tan alto título, si le usurpan los derechos, o el ejercicio de su soberanía, alguno, d algunos malvados que se hagan prepotentes. ¿De que le sirve á la Nación, ni á nadie, ser sobera- no sin ejercicio de la soberanía? Esto mas que honor fuera burla que se le hacia: como á un lo- co i quien se le concede, y lleva adelante el te-ma de que es rey y soberano, divirtiéndose con él, puesto que se le tiene bien asegurado, para que no haya que temer á su soberanía Debe pues la Nación no contentarse con el título, sino ahondar, y buscar los derechos y ejercicio que cor- responden á aquel título, para que. no le quede ponpósamente vano, sino real, y efectivo. La desgracia de los soberanos es comun- mente, que no pueden por sí mismos dar espe- diente á todas las funciones de su soberanía, sino que están necesitados á poner ministros, y subs- titutos que á su nombre desempeñen estas funcio- nes, y que muchas veces traidores á su sobera- no que los ha elevado, obran contra su intención^ y aun contra sus intereses, y aspiran, si les es posible, á hacer de su mismo soberano un escla- vo. Nada ha sido mas común en el mundo, y na-, da ha dañado á las naciones mas que este abu- so, que de las confianzas de sus soberanos ha- cen los ministros. Es digno de observarse, que por lo general no son los reyes sino los ministros malvados los que tiranizan á los pueblos; y Espa- ña acaba de esperimentarlo en el gobierno del in- fame Godoy. Ahora bien: si habiendo de por me- dio una testa soberana que siempre da respeto, porque en un acto, sin tramites, sin sensación, sin debates, ni oposición alguna puede derribar al que elevó, se ha esperimentado frecuéntemente que lo que daña á los pueblos es la ambición de los ministros á quienes se encomienda una parte del gobierno, este peligro, si muy diestramente no se precave, aun es mayor, cuando la soberanía está en la Nación. El monarca soberano se ve en la precisión de poner ministros, mas los que pone5 no son para 'que lo gobiernen á él, le conservan por tanto gran temor, y respeto; saben que los puede dertruir sin replica alguna en un momento; pueden cuando mas dominarlo por la vía del en- gaño, no de la coacción; y este engaño, que en- to'nces no es mas que de un individuo, puede des-* vanecerse de mil modos, recobrar el príncipe su energía, y respirar los pueblos de su opresión. En la Nación soberana militan otras dificultades. Ella que no puede en cuerpo de Nación reunirse toda para gobernar, debe contentarse con autori- zar, del modo que le es posible, d que se le di- ce que autorice, individuos que tomando las rien- das dirijan el gobierno: queda desde entonces la nación soberana sujeta á aquellos individuos sus representantes: ellos gobiernan ya, y dan leyes á la misma soberanía, que para esto los elijio: ella misma no tiene arbitrio para destituirlos tan fá- cilmente como los elijio': es mayor por todas las circunstancias el peligro de que uno, o muchos de estos representantes atenten contra la nación, causen sus infortunios, y la pongan en grillos, que con ningún esfuerzo sea capaz de romper, y ni aun de conocer sino á mucha costa, y después de padecer mucho. No sucederá esto en España: no temo yo, ni pudiera temer de Nación católica la perver- sidad de los franceses, que hicieron á Luis XVJ. convocar los estados generales, para empezar en ellos la cadena de sus maldades, y de sus desgra- cias. A unas, y á otras fué inducida la Francia por el infernal Vehüsauph, fundador de la secta de los Fracmassones iluminados, que ha jurado Me limita/ .ii.; i. * i.,6 destruir en todo el mundo la religión, y los tro- nos, y su principal máxima es introducirse hacién- doles creer á los pueblos incautos, que no quiere sino sostener, y depurar la religión, remover la tiranía, y plantar el mas suave, y arreglado go- bierno. Nos ha instruido de esto el docto Barruel, y de que aquel malvado ha puesto emisarios, y logias en todas las cortes de Europa, y aun en la América. Mas en España, donde las obras de Bar- ruel se tradujeron, é imprimieron con aplauso, es- tá bien conocida ya la perfidia de aquellos secta- rios; y las Cortes que van á celebrarse, y se com- pondrán de los españoles europeos, y americanos de mayor probidad, y luces, son firme apoyo de la confianza de la Nación, que espera, y debe esperar, que el primer cuidado de tan respetable congreso ha; de dirijirse á mantener en su esplen- dor la religión santa, sus altares, sus templos, sus ministros, su intolerancia, respecto de cual- quiera otro secta, y todo lo que de cualquier modo pueda conducir á sus progresos, y á su de- fensa. Abran bien los ojos nuestros representantes contra cualquiera ¡nterpresa de aquellos sectarios, y ayuden á los dignos españoles, que pensarán acertádamente las mejores providencias para ester- minarlos: este es el deseo, el anhelo mas cons- tante, y el primer encargo de la América á sus representantes. En cuanto á lo político tenemos que hacerles "otro importantísimo. El fin de la convocación de 'Cortes en esta linta es restituir á la Nación en los derechos de libertad que tenia perdidos, y para esto desarraigar los abusos introducidos contra losderechos que la naturaleza dicta, y la ley debe protejer. En ofensa de estos es aquel estanco de provisiones de todos los empleos, que estaba al arbitrio de los ministros que cercan á el rey; y esto no se ha remediado todavía, sino que ha quedado subsistente. En aquel íbco, ó estanco de la ambición, mas nocivo que todos los que ha inventado la codicia, se despachan siempre, nadie lo ignora, por baraterías, por resortes, y por in- trigas, los empleos de mas influjo, y demás im- portancia en la república: sobre la cual, y todos los pueblos de la Nación van luego aquellos em- pleados, como sanguijuelas hambrientas, y se ha- cen unos pequeños tiranos cada cual en la estén- sion de su jurisdicción- No es ciertamente el rey quien tiraniza, sino esta multitud de ministros que despacha, y que no tienen, ni pueden así tener amor ninguno á los pueblos donde van autoriza- dos con el nombre del rey, á ejercer sobre ellos su soberbia, y alimentar su rapacidad. Yo admi- ro como no se ha reparado en este punto, cuan- do tanto se nos encarece, que va á tratarse de la feli- cidad, y libertad de la Nación, y alivio de los pueblos. No lo hay ingenuamente, si no se em- pieza por este punto; y en ningún otro es tan fácil, tan obio, y tan sin tropiezo ni complica- ción alguna el remedio. Si este no se pone, to- do lo demás es alucinamiento, y complicaciones espuestas á mil riesgos, y dificultades, por las cuales vendre'mos á quedar siempre como nos es- tábamos, o peor. En vano se nos prometen fe- licidades, si en lo que es tan fácil no nos sa- can de la mas infeliz, y misera servidumbre. Me limitaré aquí al ramo de la adminis-8 tracion de justicia. No hay tina razón para que á los pueblos sumamente interesados en que se les administre bien, se les deniegue la satisfac- ción de nombrarse jueces, los que sean dignos de su confianza. Dejar al rey como hasta aho- ra estos nombramientos, no es mas que mante- nerle en un gravamen estupendo de su concien- cia; á cuya costa intrigan, se enriquecen, y crean hechuras los ministros, y camaristas, y las perso- nas á quienes estos hacen sus conductos. AI rey, por tanto, nada se le detrae, antes se le hará un gran bien, si se le exime legalmente de un gravamen, y responsabilidad desigual á sus fuerzas: y por lo tocante á los ministros, se les quitará muy justamente tan vil nocivo trafico, y se les dejará mas libre la atención que deben dedicar á los negocios del estado, Los que han visto las casas de tales señores llenas siempre de pretendientes, conocen el tiempo que les hacen perder, y cuan digna es de escusarseles esta per- dida. Si esto en manera alguna es perjudicial al rey, es incomparablemente benéfico á la Nación, y á todos, y cada uno de sus pueblos. La soberanía electora, que así debe llamarse la de la Nación en masa, pues ella no tiene mas derecho ni mas función, que la de hacer cier- tas elecciones ¿por que ha de limitarse á que es- tas sean dentro de cada pueblo solo de aque- llos empleos que se han de servir de valde, y no de los que dan íítilidad? Esto está igual con el sistema antiguo, en que los alcaldes ordina- rios, y empleos de ayuntamiento, y demás sin sueido, siempre eran electivos, pero les que te-nian alguno, ya eran reservados 5 que los die- ra el rey Lo mismo hemos quedado En esta pai te debe ser mas liberal, y generosa la Cons- titución, como lo ha sido en proclamar la so- beranía nacional. Los pueblos reclaman con ra- zón ¿por que esta soberanía de tanto sonido no se ha de estender á que cada pueblo, d provin- cia elija á su satisfacción los que le convengan para la administración de justicia? ¿Por que se ha de limitar cada pueblo á elejir regidores, y no ha de elejir también oidores, y demás jueces? Si es- to fuera, así, la provincia tuviera con que pre- miar á los que en los empleos nada valiosos la habían servido bien, y sería un estímulo para es- te buen servicio. Pero todo lo contrario: el apli- cado, y juicioso que se esté en su provincia, puede contar que muchas veces le harán servir en lo que nada le ha de valer, mientras los que no estén en ella jamas, sino en Madrid en la vi- da ociosa, aunque muy agitada, de pretendien- tes, estos son los que han de lograr empleos lu- crosos, y se han de reir de los que están tra- bajando, y contentándose con que los hagan elec- tores de parroquia, ó regidores bienales. Es por cierto tan ridículo como inicuo este partido. Se manda que cada pueblo por parroquias nombre electores de su satisfacción: pues estos que para el hecho de elejir son unos verdaderos represen- tantes de aquel pueblo, de aquel partido, y de aquella provincia, debían estar autorizados para elejir en aquel año en que son nombrados todos los empleos que vacaran de cualquier clase. Las elecciones se sirr.püíkarian mas. La calidad de elector seria algo, que ahora es nada, y no 1©I o merece así la confianza de lóá pueblos, que hari obtenido mas inmediatamente que nadie. Los em- pleos serian provistos á gusto de los mismos pue- blos; y para servir bien á estos, lo reconocerían asi todos los empleados. La administración de justicia no se volvería patrimonio, y causa de ela- ción de los que dan las togas en Madrid, y de ios que las obtienen para las provincias, y prin- cipalmente para la América. Todos quedarían mas gustosos: y en cuanto á los americanos se acaba- ría el sentimiento justo en que viven, de que por la distancia en que están, no se atienden. Es- to es absolutamente preciso que con toda energía lo promuevan los representantes en Cortes; y la opinión pública, que saben bien es esta, así se los exije. Adviertan, que si un americano podía an- tes conseguir aquí una miserable subdelegacion, ahora ya no puede, por cuanto se han hecho juz- gados de letras, y se han de prover en España, para que haya mas contribuyentes á los ministros, y agentes de indias: según el cap. 2o. art. 7 de" arreglo de tribunales. Yo ceso ya con esta advertencia, porque otros harán otras. Feliz dia en el que podemos esplicar sin. embozo nuestros pensamientos. En es- to nos distinguimos ya de los serviles: voz que significa, no como algunos entienden precisamente los afectos al sistema antiguo, sino los que sufren cualquier gobierno, 1 en cuyos misterios recónditos á nadie se le permite quiera mezclarse, ni decir nada contra sus establecimientos, decretos, o pro- videncias. No es así nuestro gobierno constitucio- nal: no trata de degradar de este modo la razón, y esta es su primera ventaja- Le deshonra quiense la niegue. Por esto ha concedido la preciosa li- bertad de imprenta, para que nadie calle cuanto le ocurra que pueda mejorar la situación política del vasallage. Por eso el liberal, se lisonjea de os- tentarlo, y positivamente quiere las discusiones políticas, que han de conducir á toda su perfec- ción el sistema. Poco puedo yo influir en esto; pero acaso mis escasas reflexiones abrirán los ojos á los que pueden discurrir mas que yo. MÉJICO: 1820. Impreso en la oficina de Don Alejandro Valdes.