ABUSOS DE LAS ELECCIONES POPULARES. (yomo hay arañas que sacan veneno de las flores de que extraen miel las avejas, se encuen- tran también en la sociedad quienes de las ins- tituciones mismas que endulzan su gobierno, to- man el tósigo que lo amarga, ó por mejor de- cir emponzoñan hasta la miel convirtiéndola en mortífera. ¿Quién creería que de las elecciones populares, establecidas por nuestra sabia Cons- titución como el manantial de bienes que de ello nos resultan, habían de valerse los perversos para su utilidad con perjuicio de la República? Lo hemos palpado con dolor, y no nos queda otro desahogo que exponerlo al público, por si esto sirviere de freno á los autores, y de pre- caución á los incautos, que en pos de si anos- tía n aquellos. El primer abuso que se ha notado es la formación y repartimiento de listas de los suge- tos que se intenta salgan nombrados de compro- misarios ó electores. No se reprende el que cada2 uno consulte á quien le parezca, ó aconseje [á otros sobre la materia, lo cual exige el uso de las listas. Pedir ó dar consejo para el acierto, no se opone á las leyes ni á la razón, cuando esta y aquellas lo demandan. El abuso está en me- terse á directores por sus miras particulares, embaucando á cuantos se puede, prevaliéndose de la sensillez de los engañados, de la escuela, del influjo y autoridad propia, si alguna disfru- tan los seductores, repartiendo listas á quienes no se las piden, y mandando á sus dependientes que voten conforme á ellas. Aun se ha hecho mas: se ha enviado á votar á los que no tienen voto, como muchachos y sirvientes; se les ha enviado á que voten enN todos los puestos en que se reciben votos, que son muchos en las parroquias numerosas, y ha llegado á tal colmo la maldad que se ha hecho repitan la operación yendo uno mismo á votar en todos los puestos por muchas ocasiones, La multitud de gentes que se atropan, ha impo- sibilitado lo reflexionen los escrutadores, secre- tario y presidente, aun en los puntos en que no se ha logrado la enorme execración de corrom- per á dichos oficiales, poniendo por escrutado- res y secretario á los de su devoción, que se ha preparado aparezcan por allí de los prime- ros, y haciendo que el presidente permanezca hasta muy entrada la noche, á cuya sombra ni los espectadores, si hay algunos que por curio- sidad lo sean, puedan reflexionar en un lacayo ó cargador que está á menudo largando listas que le dan. De este modo á costa del pequeño traba*3 jo de escribir muchas de ellas, ó de la corta pa- ga del amanuense que las forme, se ha con- seguido que un solo sugeto, que tal vez no es ciudadano, vote veinte, cincuenta ó mas veces, y que se reúnan en una misma persona, que suele no ser de la aceptación del público, cen- tenares de votos. Ha cooperado también el cor- romper á los escribientes de los puestos para que á su arbitrio quiten á unos y añadan á otros los sufragios al descuido de los escrutadores, cuando no los han tenido ganados: increíble se haria, si no se hubiera palpado. Pero lo que mas llama la atención, es el haber añadido á se- mejantes amaños las detestables intrigas de es- parcir voces contra los que pueden prevalecer según el concepto común, para lograr el resul- tado de una votación favorable á los intrigan- tes, sus deudos, amigos y faccionarios, que han exitado la murmuración de las gentes sensatas. ¿Es posible que semejantes artes Ikven el triunfo, y que los capituleros y revoltosos ob- tengan por ellas contra el concepto del pueblo sus riñes siniestros y depravados? Pero lo que mas me llama la atención entre las falsas es- pecies que se derramau en recomendación de los malos ó depresión de los buenos, es el dirigir- se algunas á corporaciones enteras, y tal vez á corporaciones respetables, cual es el venerable clero. Esto es principalmente lo que me ha pues- to la pluma en la maco al ver se trata de ex- cluirlo de las elecciones. Cierto espíritu de rivalidad, ó por me- jor decir de aversión declarada á los eclesiásti- cos, se ha apoderado de no pocos sugetcs que4 tratan de esparcirlo y generalizarlo en las conver- sa ijncs privadas y por medio de las prensas. EA origen en unos es ia ambición que los estimu- la á sacudirse de los poderosos contrincantes que descubren entre ellos, y en otros el deseo de afectar ilustración y superioridad sobre el común de las gentes adictas al estado: pues la irreli- gión que en los paises extraugeros produce el mismo efecto, no me persuado á que se halle entre nosotros, aunque tal vez aparezcan con ese aspecto algunos, que cuando mas podrán calificarse de indiciados por no digerir bien lo que han leido y bebido en fuentes corrompi- das, y aplican á su propósito sin animarse del espíritu de que nacieron. Mas sea cual fuere la raiz de su despro- pósito, es preciso vet como tal la generalidad de la exclusión á que aspiran, y creen haber apoyado reimprimiendo el papel titulado : el duende de los cafés, y la Exposición de Mala- ga inserta en el periódico de aquella ciudad) llamado: la confederac'on patriótica, en el su- plemento de 21 de abril del presente año. Es- tá bien que si en las elecciones ha habido al- gunos abusos y cábalas de parte de los ecle- siásticos, se declame contra ellas y se procure su reforma. Es muy justo se persuada á no echar mano de los indignos, ó de los que no tengan las calidades convenientes á los encargos para que se elige; pero que se excluya absolutamen- te á todos aunque tengan las dotes necesarias y mas sobresalientes, como se ha oido de al- gunos á quienes confesándoselas los promovedo- res del errado sistema, no han tenido que re-5 poner sino que son clérigos, es una injusticia qué reclaman las leyes, la razón y la política. Si se atiende á las leyes antiguas, no se conocía en su tiempo otra representación del Reino sino la de brazos ó estamentos, de los que era uno el clero sin el cual no había Cór- tes. Estas no fueron en sus principios sino unos concilios en los que se establecían las leyes ci- viles, concurriendo para ellas las dos potesta- des eclesiástica y secular. La consideración que entonces disfrutaba la primera fué tanta, que los clérigos,especialmente los obispos, por con- sentimiento del Rey y los pueblos eran los que juzgaban en todo genero de causas, y aun la misma exposición citada de Malaga lo confie- sa en su ultimo párrafo en donde dice: por es» te medio renacerá la antigua confianza que de- positaban los Jieles en tus ministros, recobrará el clero el amor de los pueblos, la debida venera- Cion á sus personasy la sencilla deferencia á sus discursos. Posteriormente en la regeneración de la Monarquía, á que nos ha conducido el nuevo órden de cosas en que felizmente nos hallamos, la nueva legislación que nos gobierna llama á los clérigos á participar de los derechos de ciu- dadanos no menos que á los seglares, y cuen- ta con ellos para las elecciones populares lo pro- pio que con los demás miembros de la sociedad. ¿Por qué, pues, han de querer excluirlos unos cuantos enemigos suyos que los aborrecen? Y digo unos cuantos, por que aunque son muchos en lo absoluto, no son sino unos cuantos con 2-6 respecto á la multitud que los aprecia y venera. Añado ser enemigos suyos que los aborrecen, porque así es puntualmente á pesar de los pre- textos de conveniencia pública, y otros varios con que procuran colorir y disfrazar su aver- sión, que no trae consigo el olor de religión y piedad que se percibe eu los demás que los aman, acatan y respetan. ¿Y serán amantes de la Constitución los que se oponen á ella, los que no quieren lo que ella quiere, los que impugnan abiertamente sus sanciones1 ¿Como podrá convenirse con su ade- sion á ella rehusar lo que ella admite, y excluir de su goce á los que ella llama? Esto es cuan- do menos amarla en parte y en parte aborre- cerla, y en rigor es mas bien amar los propios dictámenes y caprichos, pues en lo que no se conforma con ellos se apartan de aquella carta de nuestra libertad. Con todo esos mismos que piensan de tal modo, se precian de constitucionales, liberales, imparciales y filantrópicos, tirandocontra la Constitución, contrayendo mezquinamente la am- plitud de sus resoluciones, formando partidos y sectas que ella desconoce, y declarándose ene- migos de una porción escogida de los hombres que componen la sociedad. ¿Y de qué clase de hombres? De la mis- ma á que se debe en gran parte la ley fun- damental que tanto aplauden. ¿Cuantos cléri- gos no contribuyeron cun sus exortaciones y discursos á la erección y restablecimiento del sistema que nos iig4r- rafo ultimo.13 de obispos cuidará S. M. en lo futuro de que sean propios por sus talertos y genio para promover fio solo el bien espiritual de las almas, sino tam- bién el temporal de los feligreses, ¿qué duda pue- de haber en que no se distraen los eclesiásti- cos de su instituto principal, por dedicar algún tiempo en favor del bien común de la sociedad? Querer que so'o se ocupen en el primero prescindiendo tniéramente de todo lo demás, es atender á la perfección que á nadie debe exi. girse, no á la sustancia de su estado: es no dis- tinguir entre los regulares y Jos que no lo son, y es pedirles mas de lo que deben ser. La per- fección es rocomendable, pero no obligatoria. También los cristianos seculares legos que aspi- ran á ella, se apartan en lo absoluto de cuan- to es del mundo, y huyen á los yermos, sin que digamos por eso que para no impedírselas no se elijan ni mezclen en las cosas del gobierno. Pues así como no se excluye á los seglares pot la cualidad de cristianos, por que no se les exi- ge sean ermitaños; tampoco ha de excluirse á los clérigos que no deben ser anacoretas ni mon- ges, por dedicación al bien espiritual de las al- iñas. ¿Por ventura se olvidaron de él las Cóites constituyentes cuando los llamaren á la repre- sentación nacional, y al ejercicio de ella? Antes por el contrario tuvieron presente que de hecho habían de ser preferidos en las elecciones, supues- to el sistema que adoptaron, y que me obligo á expresar reclama la política su exclusión. Supuesto se abolieron los estamentos ha- ciéndose una masa de toda la población para ex- traer de ella los mas aptos á representarla sin14 atender á otra cualidad, es consiguiente la incli- nación de Ies electores á la clase que se inten- ta remover, Véanse las palabras del discurso pre- liminar al proyecto de Constitución á la página 35 de la edición de Cádiz de 1812: Tales,Se- ñor, fueron las principales razones, porque la co- misión ba llamado á los españoles á representar á la Nación sin distinción de clases ni estados. Los nobles y los eclesiásticos de todas las gerarquías pueden ser elegidos en igualdad de derecho con todos los ciudad anos i pero en el hecho serán siem- pre preferidos. Los primeros por el influjo que en toda sociedad tienen los honores, las distinciones y la riqueza', y los segundos porque á estas- circuns- tancias unen la santidad y sabiduría tan propias de su ministerio. Es aun mas fuerte la reflexión de que es- tablecida la religión católica por la única del Es- tado, no pueden ménos que inclinarse á sus mi- nistros los fieles. Si las naciones paganas vene- raban en tanto grado á los de sus ídolos, que en unas, como entre los abisinios y romanos, goza- ban de sumo poder y autoridad: en otras, co- mo entre los persas y atenienses, cuando en el Areopago se trataba de desidir las cuestiones mas graves, á solos ellos pertenecía la facultad de juz- gar: en otras, como entre los egipcios y rlücede- monios, á ellos únicamente les era lícito reinar, y en todas han clisf/utado las mayores franque- zas (*) y distinciones, enseñando Aristóteles que entre los cargos de la República era el princi- pal el sacerdocio, y reputando Platón imposible (*) Ley 50, tit. 6, partida 1.15 hubiese hombre que se atreviese á vulnerarlo ú ofenderlo, ¿dejarán los cristianos de respetar y amar á los suyos, y querer por lo mismo los representen en el Congreso nacional? Es preciso destruir la religión para arran- car de los corazones la inclinación ácia ellos. Y caso que se logíase sin aquella ruina, ¿seria con- veniente dividir en bandos la nación, ó formar partidos de seglares y eclesiásticos, perturbando la tranquilidad y unión tan necesarias en la socie- dad? Son pues enemigos de ella los que aten- diendo á sus miras particulares y á saciar su ambición de ser electos, procuran excluir á los eclesiásticos por esta sola cualidad á fin de sa- cudirse de semejantes rivales. No puede dudarse entre nosotros este es- píritu, cuando para apoyarlo se imprimieron los citados papeles del duende de los cafés y ex- posición de Malaga, y decían á boca llena en las elecciones pasadas, ved aquí como se piensa en la Metrópoli, sigamos su exempío; pero no re- flexionaban en que allá no se han excluido de hecho los eclesiásticos que abundan en las actua- les Cortes á pesar de esos mismos papeles en que se fundan. No es pues, el exempío de la parte sana y de la multitud de la Metrópoli el que querian se imitase, sino el de los pocos díscolos que pensaban como ellos, por lo que tuvo aquí su opinión el mismo éxito que allá la de sus corifeos. No obstante, como no cesan de pro- clamar sus máximas, no me ha parecido impor- tuno estampar lo expuesto, para que sirva de pre- caución á los incautos que podían alucinar. Méjico: 1820. Oficina de D. Alejandro Valdes.