INCITATIVA D£ UN MEJICANO^ «A Á TODOS LOS ESPAÑOLES, EN DEFENSA de la que se publicó en la Península reclamando el número de diputados de ultramar para las presentes Cortes fecha en Valladolid en 30 de marzo de este añot E IMPUGNACION de los errores y proposiciones sediciosas del artículo inserto en el suplemento al Noticioso general de 27 de septiembre. MEJICO: T820. Imprenta de Don Alejandro Valdes.Pero la América particularmente ha sido el objeto de una titania de que quizá no hay ejemplo. No «bstante acostumbrada á sufrir este yugo no se ha resentido. Su ignorancia la ha tenido sin movimien- to; pero ha sucedido que de repente ka recibido un golpe de luz tan grande que en otros trecientos años no pudiera haberlo recibido. Ha llegado el caso de saber sus derechos, y procurar sacudir es/e yugo. Ve que los Españoles pelean por cortar la cabeza al despotismo y d la arbitrariedad. Lo mismo ha cono» cido la América, y justamente la España es la que le abre el camino para todo lo que está haciendo. La España tomó vigor, y lo mismo quiere hacer la América. España le ha dicho; ya eres libre; ya se •cabo el despotismo: Diario de Cortes tónr. a pdg. ADVERTENCIA. Estando ya en la imprenta este papel, y próximo i su publica* cion, ha salido otro con el título de Defensa de los Americanos, el que ademas de coincidir con el presente en algunas ¡deas, transcribe el mis» rao pasage que aquí se cita con el r úm. 7. Sin embargo de esta casuali- dad, no se ha tenido por conveniente alterar ni quitar nada en esta inci- tativa; ya por no hacer trabajar de nuevo al compositor, demoran» do su salida por mas tiempo, como porque esta coincidencia de ideas apoya mas la causa de los americanos. Cuando las verdades y los hechos son palpables se presentan á todos bajo de formas muy pa- recidas.Pig. I. C....i', \«.. u\ ,wáivfwÁiM % onciudadanot: sería el último grsdo de vileza, y abatimien- to dejar sin contestación el artículo inserto en el suplemen- to al Noticioso general de 27 de septiembre. En él se da el ataque mas desenfrenado á nuestra santa libertad que he- mos jurado, y que hemos de sostener aunque sacrifiquemos nuestras vidas. En él se imputan al primer americano que en la Península reclamó nuestros derechos, errores que estuvo muy distante de cometer. En él se deprime el gran Códi- go, porque concedió á los americanos la igualdad para ocu- par los deslinos con/ra las leyes de la justicia, y de la po- lítica que solo llaman al gobierno las personas capaces de de- sempeñarlo En él se pinta á los americanos con los rasgos mas degradantes, tratándolos peor que á las bestias, pues se Ies echan en cara vicios, y defectos incorregibles de que siem- pre han de adolecer aun en el estado mismo de una ab- soluta independencia, y sean cuales fueren las naciones con quienes contraten, negándose el influjo de la educación re- conocido por todos los pueblos civilizados. En ¿1 Analmen- te se respira sangre, esterminio general; y por mas que trate de ocultarse la mano que lo escribió, no puede rrénos de re- conocerse en él uno de aquellos genios furiosos que piden muerte y aniquilación, sin saber lo que piden. Obligación es nuestra combatir con las armas de la verdad á un ene- migo que al primer golpe que nos dirige parece haber que* dado muy satisfecho del triunfo, y destruir las infamantes calumnias que vierte en cada párrafo de su escrito. De es- te modo no solo corresponderemos á la gratitud y recono- cimiento que exigen de nosotros los ilustres americanos que en la Metrópoli abogan nuestra causa, sino que desmentire- mos también el carácter apático é indolente que se nos ha atribuido hasta ahora, haciendo ver que se cansa en vano2 quien pretenda en el siglo 19 mantener á la virtuosa Amé- rica atada al carro fatal del despotismo; y que sus hijos, ántes ovejas sufridoras, son ya en el dia leones furiosos que saben defender su libertad. ¿Si se podrá guardar orden en el confuso tropel de ideas que se presentan á la vez? Para no estraviarse será con- veniente seguir el que conserva el suplemento. La mitad6 algo mas de la población de las América* (se dice en éi) se halla en insurrección, y en tal estado no puede ser represen- tada Segirti este principio ¿ometiéron un gran yerro las Cór- tes consrinr-yentes en no esciuir de la repr;mitac¡on ultra- marina á las provincias disidentes, siendo así que no igno- raban que en el año de 10 casi todas estaban ya alarma- das, has conmociones (decia Mejía en sesión de iX de ene- ro de 1811 .) empezaron' en la Paz, volaron á Quito, reso- tiáron en Caracas y Hítenos-Aires, se han afirmado en San- ta Fe, • y ya despedazan á N. E. Esa mitad (se añade en tono profético) no admitirá tai deliberaciones de una re- presentación que no ha elegido. Y ¿quién lo asegura? Si esai deliberaciones se conforman con los principios de justicia, y equidad que siempre han reclamado los americanos ¿por qué no se han de admitir? Si se apartan de ellos ¿quién tendrá la culpa de que no sean admisibles? ¿O son por ventura los americanos unos locos de atar, que rehusan el bien con que se les está brmdand"? N, E. (se alega en prueba de la profecía) es la tínica parte de América que se halla mas capaz de nombrar sus representantes, y á pesar de ello to' davia existen reuniones d¿ rebeldes que, ni los nombrarán, ni han admitido la Qonstihuimi ahora que se les ha pre- sentado. Mas lisongeras son las esperanzas que ha formado el congreso, pues ha creído que, aunque la empresa sea ar- dua, ai fin las leyes sabias y oportunas providencias que se dicten, restablecerán la armonía que debe reinar entre indivi- duos de una misma familia. Ahora ¿se han agotado ya to- dos los recursos que dicta la política para que esos rebel- des admitan la Constitución? ¿Y el suponerlos incapaces de enmienda, resucitando el odioso nombre que la Metrópoli misma ha desterrado, no es por ventura trabajar directamen- te en tu obstinación?iQué validación darán los ame ricanos en este estado de división d sus propuestas, y delib eraciones en el congre* so de la península! Al examinar esta proposición naturalmen- te se presenta este dilema. O ss cree que los americanos en el caso tienen justas razones para no ratificar lo obrado, ó se les hace U injuria de suponerlos siempre dispuestos á resistir las deliberaciones del congreso por un antojo, ó ca- pricho. Si se elige el primer estremo, se debe confesar que los americanos deben protestar de nulidad de todo cnanto se determinó desde el establecimiento de las Cortes, verifi- cada cuando ya las Américas estaban en ese estado de di- visión. Si se elige el segundo {cómo es que la mitad de las Américas lo ha reconocido? ¿Qué validación, contestan los americanos de N. £., dimos á la Constitución, sin embar- go de que cuando se formó, nos hallábamos en ese estado de división, y sin embargo de no haber concurrido con el número de diputados proporcional al cscesivo que nombrá- ron las provincias de la península? El objeto esencial de la reunión en Cortes miraba al estado de la península, y no al de las Américas. ¡Ola! ¡Con que las Cortes nos engañaron en asegurarnos, como nos aseguraron mil veces, que sus trabajos, y continuas de- liberaciones se dirigian al bien general de toda la nación, en la cual se comprendían las América?, como declaradas ya parte integrante de la monarquía! Y j por qué no se toma- ría también esencialmente en consideración el estado de las Américas? ¿Sería acaso porque su población era mayor que la de ia península? ¿Sería por las seguras, y no interrumpi- das pruebas que habian dado de la mas acrisolada lealtad, y dí la mas ciega sumisión? ¿Sería por los inmensas tesoros que enviaba á su Metrópoli, para que pudiese sostener la glo- riosa lucha con un pérfido invasor? ¿O sería en fin porque destrozadas de guerras intestinas, y necesitando mas que nun- ca de reformas sabias, y acertadas, reclamaban la compasión, y los tiernas cuidados de su madre? Por nada de esto, se nos responde, sino porque los males de Amhica no eran mas (fue una desunión casera, que no llamaba la atención ern tanto imperio. Es verdad. El enorme atentado cometi- do en la persona del Virey Iturrigaray, que como el pri- 2p mer ejemplo revolucionario que vio N, E., debió haberse cas- tigado con la severidad de la ley, quedó no obstante im- pune, pero fué tina desavenencia casera. Les primeros ejércitos que se acercaron á Méjico al principio de la rnserrecion prona- •siéron sus capitulaciones al gobierno. Es verdad qoe si se hubieran oído s¿ habría ahorrado mucha sangre; pero se depreciaron enteramente ebs proposiones, porque aunque su número imponente pedia engrosarse con el ti#tnpo, todo es- to no era mas que una desunión casera. El General Calle- ja, digno compjtidor de Morillo, emulaba en Goanajuate los horrores de Santa Fe, arrancaba de la soperficíe del globo á la'criminal Zitácuaro, y adonde quieta que movía sus tro- pas ib.t • precedido de lljnto y desolación; pero todo esto no era mas que una desunhn casera. La Inquisición, y al- gunos fanáticos, tratando á los disidentes de hereges, saca- ban la causa de sus quicios, hacían de una guerra política una guerra de religión, y enconaban tnas y mas los parti- dos. Y ds aquí ¿que resultaba? nada mas que una desunión castra. ' ■'} m mMf> i'V El digno americano á quien se quiere impugnar, por haber sido el primero que en Valladolid de España recla- mó los derechos de su patria, no ha estampado el enorme desatino que se le imputa de que el en '.<;L\¡rr.i-vt* de la Junta Central fuese la causa de la rebelim de América. Oiganse sus paitbras. «Cuando en la Península se crearon jun- tas supremas sin contar, como era debido, con vocales trans- marinos: cuando se crearon regencias de cinco, sin mas in- dividuos de la otra España que uno solo, que habi-.-ndo ve- nido en. .mantillas, apenas poseía hacer justas remembranzas de su i país: cuando se convocaron Cortes generales, y ex- traordinarias sin dar á la América una representación ¡guaJ ái la de la Península: entonces, entonces fué cuando revsn- tó el volcan de la discordia, y su tremendo, y horroroso so- nido retumbó por toda la espaciosa y pacifica América.», Da minera que la esclusion de los ultramarinos en las pri- meras juntas supremas: la incorporación de uno solo, que mas debía reputarse como europeo, en la regencia que se componía de cinco vocales; y la desigualdad con que se trataba á los americanos en la convocaron de Cortes sonlos tres hechos que copulativamente se asignan cerno moti- ves de las disidencias. El público ha visto en estos dias la representación de! /\yuntamiinto de Santa Fe en el Nuevo Reino de Granada, fecha en noviembre áe 1809. Consultase ese precioso documento, y se veiá como aquellos ilustrados americanos se quejaban ya en aquella época de esa desigual- dad »El Ayuntamiento d« la Capital del Noe»o Reino de Granada {deciaa con sumisión, pero con firmeza) no ha po- d.iáo ver sin un profundo dolor que, cuando las proviscias de Esparn, aun las de menos consideración, han enviado dos vocales á ¡a supr«sia Junta Centra!; para los vastos, ricos y papulosos dominios de América solo se pida un diputa- do de cada uno de sus reinos, y capitanías generales, de modo que resolta una tan notable diferencia como la que va de 9. á 36.» En vista de esto ¿se podrá negar al autor de la incitativa que la desigualdad con que se ha tratado á les americanos ha tenido un influjo directo en la desunión? Los americanos (se dice) no podian pretender parle en él (el gobierno de la Junta Central) pues no se trataba de ellos, á ménos que no quisiesen estender sus derechos al mando de su matriz. Si se tratara del hecho únicamente, lo confesarían íin dificultad los americanos. Pero no se tra- ta del hecho sino del derecho, pues te dice que los ame- ricanos k« podían pretender parte en el gobierna de la jun- ta Centra!. ¿Nos cansaremos en combatir tan injurioso des- propósito? ¡Nos detendremos en hacer prolijos cálculos so- bre la población de las América*, y hacer ver que tan so- beranos son trece millones de individuos que las habitan, como dice peniosulares¿ ¿O confesaremos, como han digno algunos, que nuestra estupidez, nuestra ignorapcia y nuestra inmoralidad nos hacían indignes de aquel honerí ¿Y qué diremos del enormísimo error de hecho y de derecho -que se comete, asegurando que el gobierno provisorio de li Jupia Central solo iení,a facultades para levantar ejércitos? Que Le- ntos de decir sino que la procacidad y la villanía siempre andan juntas con la ignorancia. La Junta Central, como que rea- turnio la autoridad de las otras juntas de la Pecinsula que re- presentaban á las demás provincias, y por haber sido reco- nocida por U nación, reconcentró en sí la soberanía; y en6 esta virtud, no solo contaba entre sus atribuciones la de or- ganizar, y disponer de la fuerza militar, sino también iade dar leyes, mandarlas ejecutar, derogar las antiguas, nombrar y suspender á los funcionarios públicos, en una palabra,di- rigir todos Ies ramos del gobierno. Véase el manifiesto que dirigió á los españoles en 26 de octubre de 1S0?., y la or- den que espidió en 10 de noviembre del mismo año publi- cada por bando en esta Capital en 23 de marzo de 1809. Habla el díscolo. Las Américas «é se han levanta- rlo por ese depotismo con que se quiere denigrar al gobier- no español, siuo es que se llame despotismo á la aplicación de la ley, y al premio de los servicios/y del trabajo indi- vidual. Hablan la razón, y la historia, y asientan estas tres proposiciones. Ia. Las Américas se han levantado por el despotismo y la tiranía con qne han sido tratadas. Se prueba esta pri- mera proposición. La mitad 6 mas de la mitad de las Amé- ricas se halla en insurrección, 6 lo que es lo mismo, mas de seis millones de americanos son insurgentes, aun después de pacificada la Nueva España, el Perú, gran parte de Ca- racas &c. Con que sin temeridad se puede decir, que la in- surrección en su mayor fuerza contaba por lo ménos con ocho millones de partidarios. Bien: estos ocho millones em- puñaron las armas á un mismo tiempo, y hallándose sepa- rados por enormes distancias, lo que inclina á creer que no estuviéron, ni pudiéron estar de acuerdo entre sí para ejecu- tar un rompimiento simultaneo, y casi general. Por otro la- do es de creer que no hubieran dado ese paso violento, si no se Ies hubiera oprimido y exasperado; porque el que vive bajo un gobierno liberal y equitativo, en lo que mé- nos piensa es en substraerse de su dominación Luego se de* be confesar que había despotismo, que había tiranía en Amé- rica, y si no lo había se pide la esplicacion del fenómeno. Mientras se nos da, y remitiendo al lector á los autores que cita el nómero 2 del Americano, oigamos al célebre Ward que escribía á mediados del siglo pasado, y cuyo testimo- nio en nada es sospechoso; pues aunque era estrangero, fi- jó su residencia en la Península, donde fué muy honrado y estimado de los españoles, principalmente del Rey Fer-7 nando VI. quien, noticioso de sus vastos conocimientos y calidades, le mandó por real orden viajase á diferentes paí- ses de Europa, para que cotejando los adelantamientos de las otras raciones en la agricultura, artes y comercio, propu- siese los medios de perfeccionar estos ramos en España. En efecto llevó al cabo su comisión, y escribió su proyecto eco- nómino que ha corrido hasta ahora con la mayor acepta- ción, y justamente, porque deseaba el bien común (se dice en el prólogo de su obra) y escribía por la verdad, Pues ese sabio economista que deseaba el bien común y escribía por la verdad (luego veremos que respecto de las Américas no seguia por úuica regla el bien común), hablando de la escasez de producciones de la América española comparada con las colonias estrangeras se esplica así. (i) »>S¡ el que las Indias produzcan tan escasamente consistiera en la benig- nidad del trato que se da á los naturales, no queriendo car- garlos demasiado de tributos, sería cosa tolerable; pero bien al contrario, la suerte de aquellos infelices es Ja miseria y la opresión, sin que ceda en beneficio del Soberano; y bajo de los reyes mas piadosos del mundo, y de las leyes mas humanas de la tierra, están padeciendo los efectos de la mas dura tiranía.» Y mas adelante. «Sabemos que el Méjico, y el Perú eran dos grandes imperios en manos de sus natu- rales, en medio de su barbarie; y bajo de una nación dis- creta y política están incultas, despobladas, y casi totalmen- te aniquiladas unas provincias que pudieran ser las mas ri- cas del mundo.» Y en otro lugar (2) añade, «Cuando en- traron los españoles en América estaba el pais poblado, aunque aquellos bárbaros estaban casi siempre en guerras continuas: ahora van mas de docientos años qne no hay en- tre ellos guerra de substancia, y el pais está hecho poco ménos que un desierto. En cuanto al cultivo de la tierra ¿cómo puede medrar donde el que trabaja no coge, y el que coge no goza el fruto? El comercio es el que vivifi- ca el cuerpo político, como la circulación de la sangre el natural; pero en América, donde el comercio es un estanco general, no puede producir sino enfermedades, y muertes políticas.» Así hablaba un partidario del sistema colonial que mas8 consideraba á las Américas por el fruto que podía sacarse da ellas, que como parte integrante y la reas numerosa, de la Monarquía Española, pues poco í'ntes habÍ3 asentado. » De- bemos mirar la América bajo de dos conceptos: primero en cnanto puede dar consumo á nuestros frutos y mercancías: segundo en cuanto es una porción considerable de la Monar- quía, en que cabs hacer las mismas mejoras que en Espa- ña» ¡Cuanto mas , no oiría ;i hubiese escrito ahora! Y jcual ser¡á su admiración, si viviera, al ver coestionadas en njacstro siglo unas verdades que había descubierto en tina ¿poca fatal y tenebrosa! í*. Proposición. No se denigra a! gobierno español con decir que en ultramar han reinado la tiranía y el despo- tismo.Se prueba igualmente. A nadie sé denigra con una verdad, y mucho ménoscon una verdad confesada: la existencia de la tiranía y despotismo en ultramar se acaba de demostrar, y se lu confesa- do por toda la unción y por el'mismo gobierno español; luego no se le denigra en ello. Qae se fía cohfesjdo por la; nación lo hacen ver los impresos de ambos emisferios, que son el órgano dt la opinión p^bjjca. Que el. gobierno lo haya también confe- sado ¡o convence,' prescinden ! o d; otros riacoenmentos, la convocatoria de Cortes. Al'í (p»g. 12.) se ve' escrito. «Ya sois hombres] libres, (luego ¡íntes no lo eramos) y el genio odioso de la tiranía huye despavorido de nuestro feliz suelo (luego antes moraba en él) llevando sus ensangrentadas cade- nas (luego dominaba y sanguinariamente) á países menos ven- turosos.» Yantes (pag. 8.) se le que los de ultramar» hemos estado acostumbrados á participar en todos tiempos de la fe- licidad y de la desgracia » 31. Proposición. La aplicación de la ley en América ha sido nula, y nulo ha sido también el premio de los ser- vicios y del trabajo individual. Se deduce naturalmente de la primera. El c.-.racter de la tiranía y dei despotismo es no solo el establecimiento de leyes .tiránicas y despóticas, sino la inobservancia, la transgresión de las liberales y benéficas. Lue- go ta tiranía, y el despotismo en ultramar han hecho inefi- caces las leyes buenas, y siendo estas las que coronan los servicios y premian el trabajo, cualquiera vendrá en cono- cimiento de que la tiranía, y el despotismo en tibramar han hecho que la aplicación de la Jey haya sido nula, y nulotambién et premio de \r\; servicia-, y del trabajo iodívidnal. Ma> se replica. No se trata de la tiranía y despo- tismo que ha sufrid? la nación en general, sino del que los americanos suponen haber si lo peculiar d ellos; y en esto no tienen ratón,' porque han sido protegidos por l» ley igual- mente que los europeos, las carretas han sido comunes 4 unos y á otros', la diferencia de fnrtunas no esta en manos del go- bierno; si-.o en las de las personas mismas, de cuyo defecto siempre se ha de adolecer, aun en el estado mismo de una absoluta independencia. Repetidlo otra vez, lectores imparcia- les; y vofotros todo?, americanos que tenéis honor y gene- rosidad, responded á ese ¡ndigtto español que así nos trata, no con la sangri, y puñales con que él os provoca, dicien- do que concluyamos manídudónos unos d otros con ferocidad, no con denuestos é injurias, pero sí con verdades que, aun- que amargas, no debemos callarlas por mas tiempo, si es que no queremos desmentir el noble orgullo que debe caracteri- zar i unos- hombres libres. Responded, repito, y decid con> mlgrü ¡ta ley fea sido igual para europeos y americanos! Quizá por eso se «tejo impune el enorme atentado cometi- do en la persona de! Señor Iturrigaray par algunos euro- peos, (3) no pudiendo por otro lado reducirse á número tantos miserables americanos Sacrificados por una simple sos- pecha de infidencia, {4) Quiza" por eso en la convocatoria de Cortes 5¡3 ¿signan treinta sapientes para ultramar, y se insiste en e?e número á pesar de tantas y tan convincentes reclamaciones. Quizá por eso estando la Nueva España po- blada di hombres beneméritos,' de ambos estados ecle- siástico y secular, y p^r todas las carreras, han si- do muy pocos los premiados (testigo el Señor Bodega), y «sto casi siempre en los destinos qne nO apetecen los eu- ropeos. Qaiíá por eso escribió Humboldt. «Las leyes es- pañolas conejden los mismos derechos á todos los blancos- pero los que las ejecutan solicitan destruir una igualdad que ofende al orgollo europeo.» Quizá por eso dijo también. »» El europeo mas miserable, sin educación, sin cultura intelec- tual se cree superior á los blancos nacidos en e! nuevo con- tinente: él sabe que protegido por sus compatriotas y por los americanos pudo haber dicho también), y tavorecido por TIO la fortuna, muy común en los países en qn; los caudales se adquieren tan prontos como se destruyen, puede algún día llegar á ocupar los puestos que son casi inaccesibles á los naturales, aun á aquellos que se distinguen por sus talentos, por sus conocimientos y por sus calidades morales.» (5) Qui- zá por eso el benemérito patriota Don Manuel Vidaurre ha presentado al examen de los impaciales el plan de un con- cordato, que aunque modificable, es el único en el fondo que podrá sostener el equilibrio por el que únicamente anhelan los americanos. (6) Quizá por eso un virtuoso euro peo que escribía en el siglo pasado, después de honrar nuestro mé- rito literario decía. «Todo lo he dicho por llegar á desa- graviar á este reino de una calumnia que padece con los que saben que, mozos, son prodigiosos los sugetos; pero creen que se exalan sus capacidades, y se hallan defectuosas en los progresos. Pobres de ellos, que los mas vacilan de la necesidad, desmayan de falta de premios y aun de ocu- paciones, y mueren de olvidados, que es el mas mortal acha- que del que estudia.» (7) Como los vicios de que adolecemos son incurables, y tanto, que ni aun en el estado mismo de independencia hay esperanzas de que nos reformemos, quizá por eso se nos ha aplicado la ley tan equitativamente. Como no nos hemos aprovechado de esa igualdad, quizá por eso hay en Méjico tanto americanos laboriosos y aplicados solicitan- do ocupación, y no la encuentran; y como es preciso que sostengan á sus familias, piden prestado y hacen trampas; y como no siempre se facilitan los préstamos, roban y esta- fan y engañan lo mismo que unos gitanos. \Nosotros riva- les de los españoles por sus riquezas\ jAh, no! Gomo hom- bres no somos indiferentes á las comodidades; pero tú, ser eterno, que sondeas los corazones tu sabes muy bien que no es el oro nuestro ¡dolo, que la ansia de atesorar nos es des- conocida que damos ¡a preferencia á otros placeres de la vi- da social, que nos encanta mas la lectura de un poema que la de una disertación mineralógica; y que cuando obe- decemos aquellas leyes imperiosas que gravaste en nues- tras almas, cujndo U naturaleza nos impale á la unión y al amor, no es el oro el que fija nuestra elección, sino la vir- tud y la belleza.II ¿Nosotros queremos usurpar los destinos que solo deben tcupar el mérito y la virtudi Se ha entendido. El mérito y ta virtud están vinculados á los nacidos de la otra parte de los mares ¿no es verdad? Y americano é indigno, americano y vicioso, americano 6 inútil, americano y apático son voces sinónimas. ¿No es esto lo que quiere decir la proposición? Adelante. Los americanos somos los primeros en la historia que han introducido la vergonzosa parcialidad que lia - Una á ocupar los destinos por el nacimiento y no por el mérito. También se ha entendido; pues residiendo el mérito esclusivamenta en los europeos, como antes se ha visto, y siendo nuestra incapacidad y nuestros vicios* tales qu« ni en el estado mismo de independendencia, ni con el trato de las otras naciones, por civilizadas que sean, somos sus * ceptibles de mejora, fenómeno que tampoco presenta la his- toria de pueblo alguno, aquella proposición equivale á es- ta otra, sin que admita otro sentido. Los americanos, indig- nos por un lado de toda recompensa y de todo premio, han sido los primeros que han tratado de defraudarlo d la vir- tud y mérito que solo reside en los europeos. Esto se llama tener perturbado el cerebro: esto se llama querer fabricar sistemas repugnantes, sacando las ideas de sus límites natura- les: esto se llama colocarse en el último grado de fanatismo y delirio: esto se llama tener animosidad para llevar la de- presión y la calumnia al estremo mas inconcebible. Y ¿quien es el que así nos trata? El refractario mas insolente de la Constitución. El que tiene la intolerable audacia de asentar que ese sabio código concediendo á los americanos la igualdad (¿no estariá mejor dicho declarando?) quebrantó las leyes de la justicia y de ¡a política, que solo llaman al gobierno las personas capaces de desempeñarlo. Los americanos no per- derán el tiempo en refutar especies que por si solas se des- truyen; y se contentan con protestar á la faz del mundo que aunque no están exentos de pasiones, nunca los ha cegado la preocupación del nacimiento en tal grado que hayan queri- do desnudar tan vilmente á los europeos del mérito y la virtud: bien al contrario se han esmerado en distingirla y apreciarla, llevando su estimación y preferencia á todo lo que tiene relación con ellos hasta el prestigio, sin que sea nece- sario producir testimonios en comprobación de una verdad12 que está á los alcances de todos- Y asombrados de que el ultrajante é injurioso concepto que se tiene de ellos haya adelantadose hasta donde ciertameute no podían sospechar, y persuadidos por otro lado de que han sido los primero», en la historia á quienes se haya tan atrozmente insultado, se quejan de sus agravios, sin exigir mas satisfacción de ellos (pues remiten la ofensa al autor del suplemento) que la de, que en lo sucesivo se les trate con mas racionalidad y jus- ticia, porque desean ser también los primeros en la historia que sepan labrar su felicidad sin un funesto y eterno rom- pimiento. Las últimas elecciones prueban que los americanos atienden el mérito de los europeos, y que para premiar* lo, especialmente en el nombramiento de diputados de Cát» tes, no siguen por única regla las consideraciones de rigoro- sa justicia. La opresión y el despotismo nunca se defienden im- punemente, y mucho ménos en el siglo de la libertad; y el cúmulo de ofensas que se han hecho á los americanos en el artículo contestado merecen la pública execración. Los ame- ricanos están muy lejos de negar que á U industria y traba- jos de los europeos se deben muchos establecimientos útiles; pero juzgan que es abusar de la propiedad de las voces el llamar floreciente al estado en que se hallaban las Américas» si no es comparándolo con 'el desastroso á que lo redujo una guerra sanguinaria. Esperan qre se les haga la demostración de los gravámenes que ha sufrido la Metrópoli con la do- minación de las Américas, como también un cálculo ó estado que manifieste esa deuda de mas de trescientos millones de pesos contraído por sostener estos establecimientos, para exa- minarlo todo; pues siendo ambas cosas unos cargos que se les hacen, no se les puede privar del derecho de glosar y revisar las cuentas que al efecto se hayan formado. Mien- tras tanto los americanos, en desagravio de sn honor ofen- dido, publican estas verdades, demasiado notorias á todos los que vives en América, y no ven las cosas con los ojo* del egoismo y la preocupación. Españoles generosos: con vosotros hablo y á todos os convido, para que unáis vuestros clamores á los mios y ira— bajéis de consuno en ahogar la hidra fatal del egoismo queaun se atreve á sacar erguida la cabeza. Tened presente que sus dardos nunca serán mas fuertes ni venenosos, y que sus bajas intrigas han de aumentarse. Vosotros formaisteis el gran código. El es impone la estrecha obligación de amar á la patria: gravad profundamente en vuestros pechos este sa- grado deber, y no os olvidéis jamas de que no se cumple con él cuando una indiferencia apática permite que se in- cline á algún lado la balanza de la libertad Américanos: paisano vuestro, celoso de vuestro honor, y mucho mas de la tranquilidad y bien de mi patria, le- vanto mi devil voz para templar, volviendo por vuestra cau- ca, la justa indignación con que habéis leido el sedicioso ar- tículo inserto en el suplemento al Noticioso general de 27 de septiembre. Otros habrá que os dirijan la palabra con mas acierto; pero al hacerlo yo, quisiera que os persuadieseis íntimamente de esta verdad. Uno es el que os ha ofendi- do; si llegáis á saber su nombre y el lugar de su nacimiento debéis procurar olvidarlo todo; pero principalmente guar- dáos de generalizar la idea y de decir cuando vieseis algún compatriota suyo: » He* aquí uno de nuestros enemigos.» Esto sería atizar mas el fuego de la sedición y completar el tremendo cuadro cuya primera pincelada tratamos de borrar. {Queréis escuchar el consejo, la exortacion de un amigo? Sean francas y liberales, pero al mismo tiempo rígidas vuestras constnmbres: vuestro carácter, dulce y amable por naturaleza, »ea al mismo tiempo firme y sostenido: vuestra conducta, siem- pre irreprensible, sea el mejor garante de vuestro patriotismo. Europios: vuestra sangre corre por mis venas: amo vues- tras virtudes; pero no quisiera que en el seno de nuestra pátria te abrigasen vivoras crueles que tratan de despedazarnos, y ver en nosotros represeutado el trágico fin de Laoconte y sus hijos. Pero ya lo veis: se nos insulta: se trata de mantenernos en la opre. sion, y se quieren soldar las no bien limadas cadenas de nuestra esclavitud. ¡Ojala ese genio inquieto que acaba de encender la sombría teá de la discordia hubiera consultado un momento con su razón, y sofocado esa furia que lo anima, esa furia que lo hi- zo abortar las injurias mas atroces á una nación que agotó por tres siglos los Tecursos de moderación y sufrimiento! Mas por desgra- cia el suplemento salió en dia de corréo sin haberse recogido: á la hora de esta ya han recibido las provincias una herida mortal4 con ese dardo venenoso, fabricado y aguzado en Méjico: las em- barcaciones lo recibirán en nuestros puertos, lo llevarán al resto del nuevo inundo y traspasarán el corazón de todos los sentibles americanos. No parará aquí el mal. Las naciones de Europa, al ver que nuestros insulto» pasan impunemente como verdades notorias 4 toda ¡os que vivimos en América, nos colocarán en el último grado de envilecimiento. Sepa, pues, el mundo entero que si he» mos sido esclavos, no hemos sido viles: que sabemos apreciar el dulce bien de la libertad: que no somos insensibles á nuestros ul* trages y que á fresar de que los sicofantas que nos han regido han querido también encadenar nuestros talentos, sumiéndonos en la mas ignorante ceguedad, hemos vuelto yadel letargo, y nuestros ojos se han abierto á les destellos de luz que un héroe hizo ra- yar en los primeros dias del venturoso año.de veinte. La défen- sa de nuestros derechos vulnerados nos habrá arrancado algunas verdades duras, que hasta ahora hemos tenido reservadas en lo íntimo del corazón, y que solo la fuerza de la necesidad ha he- cho descubrir. Y ¿porqué ofenderos de ellas? ¿Qué hombres no son déspotas cuando pueden serlo? En nada, pues, se os injuria en sacarlas á luz-, en vosotros consiste en gran parte que se ocul- ten para siempre, y que sea esta la última vez que oiga el inun- da hablar de las disensiones de la gran familia española. Méjico 2 de octubre de 1820. NOTAS, (i) Part. t cap. !.=(») Pág. 2i9.=(3) El Sr. Bodega citado y el Sr. D. Manuel Abad y Queipo en su carta do so de junio de 1815. citado por D. Manuel Vidaurre. =(4) Aun los convencidos de insurgentes debieron haberse tratado con mas humanidad. El Sr. Apodaca ha dado, desde que pisó la N. E., las pruebas mas concluyentes de que se puede pacificar un reino sin levantar cadalsos. Se pública esta verdad satisfactoria para S. E., aunque se diga que es una servil adulación. =CS) Hum- boldt Essai polít. sur le Royaume de la N. E. tóm. 2 pág. ». rr (6) Voto de los americanos. En este papel se cita al Español ilustrado (pág. 13 y 34.) el que, según se infiere de aquellas pa- labras. » Los americanos abandonados por tres siglos y de los que no se ha hecho memoria sino para mandar empleados, y pedir caudales &c.« apoyaba lo que en orden á empleos se manifiesta en el presente p*» peí. = (7) Véase á Feijoo teatro tóm. 4 disc. 6 pág. 114.