LA CASA DE LA DEMENCIA, Ó LOS POLÍTICOS LOCOS. u na de estas noches, en que la tenacidad de la lluvia me hizo estar encerrado en casa, me dediqué á rejistrar una multitud de papeles públicos, donde hallé un buen repuesto de in- jurias á la Inquisición, opresión y tiranía: en* contré proposiciones impugnadas por unos, y de- fendidas con ardor por otros, y en ellos vi que todos se llaman liberales, todos religiosos, profi- riendo muchos de estos, que usurpan tan santo nombre, expresiones las mas escandalosas, y gran parte de aquellos vertiendo el mas refinado ser- vilismo. Tan varia lectura no pudo menos que producir en mi cabeza el tropel mas confuso de ideas contrarias y opuestas todas entre sí. Cansado y confundido me recojí dentro de mi mismo, dando así lugar á la reflexión, y rumiando las especies esparcidas en tanta mul- titud y variedad de escritos, para formar des- pués un juicio prudente de ellos; pero hete aquí que la fatiga, el silencio, la soledad, y el apa- sible susurro de las aguas introducen en mis sen-s ridos un entorpecimiento agradable, y el sueño me roba aquellos instantes dedicados á la me- ditación. Ya comienzo á soñar; pero ¡que sueño!... Yo, el mismo Don Antonio de siempre, que ja- más aparecí lustroso en público, solo conocido de un corto puñado de nombres, y que jamás me pasó por las mientes hscer papel brillante en el mundo: yo, yo mismo, en un caballo vis- tosamente enjaezado, y vestido de gala con ga- van rojo, adornado de cinta blanca me veo de atabalero en el mas lucido pendón. ¡O encan- tos estraordinarios del sueño! Mi imaginación me representó á mi mismo tan al vivo, que en aquel acto hubiera jurado que yo era el que hacia con- sonancia con sus templados atabales á la sono- ra música que precedía al suntuoso paseo que ya describo. Tras de nosotros los músicos venia la me- jor nobleza de la ciudad en caballos ricamente adornados, á que hacían compañía cuatro ó seis lacayos, (y hay opiniones que la mayor parte de estos eran de alquiler) según la clase del suge- to á quien servian: tras de estos venían los re- gidores con igual equipaje, y mas atrás Ja Au- diencia con trages negros y golilla, y sus ca- ballos con solo el modesto adorno de unos al- bardones de terciopelo negro. Presidia esta pro- cesión un personage que yo no conocía, trayen- do un magnífico estandarte de damasco carmesí, en cuyo centro estaba bordado con primor de fina plata un libro, que despedía rayos de luz,y tenia escritas de purísimo oro en sus ojas es- tas palabras: Constitución de la Monarquía Es* pañola. Acaso la proximidad de la fiesta de San Hipólito me hizo soñar este nuevo paseo con relación al pendón antiguo con que en tal dia se celebraba la toma de Méjico por Cortés; mas sea lo que fuere, lo cierto es que llegamos á la Iglesia de PP. Politanos, donde nos recibieron con bastante cumplimiento, y mientras los per- sonages ecuestres mas condecorados entraron á la Iglesia para asistir á la clásica función, nos fui mos nosotros á la casa de Jocos; (diversión an- tes bastante concurrida) pero cual fué mi sor- presa no viendo la casa antigua, sino otra bas- tante nueva, cuya asombrosa extensión dejaba burlados los ojos mas linces: multitud de anchu- rosos patios, galerías sin límites, é infinitos lo- cos: una concurrencia numerosa apenas dejaba campo para ver las locuras de aquellos infelices; mas á codazos y empujones separaba yo á quien me estorbaba, y así logré ver mucho, aunque no todo. A la entrada del primer patio se leía un rotulon de letras grandes sobre la pueria prin- cipal que decia: LOCOS SERVILES, y en uno de los ángulos estaba agolpada la gente querien* do entrar por una puerta, adonde yo me enca- miné, y logrando introducirme adentro obser- vé cosas admirables. Era un salón entapizado todo de damas-» co amarillo, y ademado de venerables retratos, que por su altura no pude leer de quienes eran,4 pero habia cardenales, duques, arzobispos, capí* taues generales, obispos, inquisidoses, vireyes, clérigos, frailes, y empleados de todas clases con distintos uniformes, y yo fácilmente me persua- dí que serian los héroes del serví Huno, pues cor- respondía aquella sala al departamento de locos serviles. En el centro habia una mesa sobre tres gradas, una silla poltrona, y al lado derecho una grande percha que se estendia de estremo á estremo donde estaban colgados innumerables vestidos de diferentes he-huras, colores, y ador* nos, con gran cantidad de máscaras, con lo q ie yo creía que aquellos locos jugaban á carnabil en los ratos ociosos. Ya me daba yo por satis- fecho de tanto ver, aunque hechaba menos á los loco*, que hasta aquella hora no se habían pre- sentado, cuando empieza á levantarse dentro de la sala un sordo murmullo, que creciendo á ca- da instante paro en griteria y bullicio: me pa- ro sobre las puntas de los pies, y alzando la cabeza cuanto pude me previne para algún es- pectáculo interesante. En efecto, por una puer- ta inmediata á la mesa fueron saliendo muchos locos de dos en dos, todos cruzados de brazos y bajos los ojos, dividiéndose en dos iteras que ocuparon todo el largo de aquella grandidma sa- la, y tras ellos, venia el mas venerable, que des- pués de haber hecho al público una reverencia, se sentó en la silla que habia junto de la me- sa, en donde pusieron una campanilla. Con dos campanadas impuso silencio aquel presidente, y habló, según me acuerda en estos términos*;5 „ Fieles ídbdítos míos: llego el fatal tiempo „ de la perversidad, y el Aberno ha bcmiíado la libertad, esa furiosa hidra, que intenta sea- bar con nuestro imperio; ¿y dormiremos no* „ sotros, teniendo á nuestras puertas tan hor- roroso enemigo? No, mis queridos; ya es „ tiempo de emprender nuestra defensa- aban* „ donad el ocio, revestios da valor, y pelead impertérritos hasta conseguir la victoria; pe- ro no creáis que las armas os saquen de ta- maño conflicto; solo el ardid', solo la astu- „ cia os labrarán el lauro que debe ornar vues* tras sienes: romped vuestras vestiduras, y acó- „ modaos esos trajes que tenéis á la vista, sin ,, olvidar las máscaras: salid por esas plazas: convertid esas ciudades: llenad el mundo de ,, zizaña, y volved á recojer los frutos de tan „ ardua misión, logrando en premio los al- ,,tos puestos, los sublimes honores de que os ,, despojan hoy la recta razón, y política li* „ bertad." Así hablo el presidente, y volviendo á sonar la campanilla, cada loco arrojó sus ves- tidos, y tomando de aquellos de la percha el que mejor acomodo á cada uno, fueron á be« sar la mano, y á recibir las tiernas bendi. ciones del orador presidente, quien con lá- grimas se despedía de sus carisimos hijos. Se metió el Padre Maestro por la puerta por don- de había salido, y aquellos infatigables minís- tros del despotismo alli mismo comenzaron sus a6 misiones. Enn dignos de verse unos que se vistieron de; obispos , chorno allí empezaron á echar bendiciones al pueblo, y nos que- rían persuadir la obediencia á la Constitu- ción, perqué lo mandaba el Rey, declaman- do contra las funestas consecuencias de la li- bertad de imprenta: otros vestidos de religio- sos impugnaban á cara descubierta esta liber- tad civil, fulminando anatemas contra el aman- je de la Constitución, y contra el pan y toros, arguyvndo de heiéticos los escrito* puramente políticos: otros con trajes de militares á la an- tigua penusdian al pueblo á una ciega obe« dicncia al Rey, afumando que la Constitución le defraudaba su autoridad: otros vestidos de profetas anunciaban la vuelta de la Inquisición y amenazaban con ti potro, y la hoguera á los que se declarasen sus enemigos:, otros ves- tí los de gefes gritaban que no se podia obser- var la Constitución, por ¡as circunttancias: otros con repsjes de filósofos probaban con silogis- mos en báibara, que la soberanía de los reyes .dimana inmediata, y únicamente de Dios, y que es el mayor absurdo afirmar que reside esencialmente en la nación: finalmente era tal la gritería, tal el bullicio, y las risadas de los espectadores, que no habría mas confusión en Babilonia.. Lo mas gracioso del caso es, que á mi mismo que los había visto enmascararse me quería persuadir uno de ellos á prescindir de mi modo de pensar, prometiendo imbuirme en breves instantes en su sana moral; yo no pu-7 diendo contener la risa le repetía en alta vez aquel distuo de Marcial: Deciptes alies rii r, •vultúqne benigno', J\am mihi jam notus dissimulator erts. Y viendo que seguía su instancia se lo repetía en castellano para que lo entendiesen todos, Puede ser que engañes á otros , con tan hipócrita cara; pero á mi no me la pegas, que ya te conozco, maula. No hubiera prescindido de su intento, si yo apartado un poco de él no atendiera á un leguleyo, que demostraba la indispensable necesidad de sucumbir á la imperiosa ley de la J'mrza. Pero no debia ser aquel el teatro de sus misiones: el departamento de los locos libera* les era el blanco de sus tiros, el objeto de sus deseos, y el lugar de sus predicaciones, por lo que poco á poco empezamos á salir, según lo permitía la numerosa concurrencia, encaminán- donos á un callejón que deba entrada á otro espacioso patio, sobre cuya puerta se leia: LO- COS LIBERALES. Logramos después de mucho trabajo, y á .fuerza de cepellones entrar en él, y allí sí, que se ofrecían á la vista los mas graciosos es« pectáculos.8 En el portal de la derecha que veía al poniente, estaban unos cuantos de ellos con el noble empeño de llenar de agua una tinaja, que parecía criba por sus muchos ahujeros: uno era el irónico, y hay opiniones funda- das que otro era el autor de Don Antonio: y á pesar de que ya cansados rendían el alien- to, sin conseguir por eso ver cumplidos sus deseos, estaban tan contentos que parecía ha- bían tapado ya algunos de los muchos ahujeros de su tinaja. Al ver yo tan ridículo proyecto me dejé decir en voz alta: éste es puntualmen- te el castigo que las hijas de Danao tienen en el infierno: á lo que me contestó un loco que estaba cerca de n.í: „ amigo, entiende V. po- ,, co de esto, esa tinaja es la Constitución, los ,, ahujeros son las infracciones que se hacen de „ sus artículos, y esos liberales han proyectado „ hacer que se tapen los huecos con el agua „ de sus escritos," Lindo proyecto, dije yo en- tre dientes, y temiendo encolerizar á este loco maestro, me escabullí; y adelante estaba otro en ademán de pensativo observando á unos mu- ñecos de camelote que bailaban sobre una pie- za que parecía patena, próxima á una multitud de culebras de bronce, que con sus dientes casi tocaban á unos discos de cristal, y allí decían que todos estos títeres se llaman máquina elec trica. Es imposible pintar la admiración y si- lencio, con que admiraban los muchachos, y yo entre ellos, aquellos instrumentos, quc apelli- daban majicos, lo que todos creían, viendoque allí hacían cabriolas hasta los mismos in- quisidores. Ni parparcaba yo por no perder de vista cosas tan admirables, cuando hete aquí que siena una campanilla, y una ronca voz, que hizo estremecer á todos los circunstantes: misiones, miñones, decian las gentes, y sobre la alcantarilla que estaba junto á la Fuente que mediaba el patio, se aparrce el Jern andino Cons- titucional, entonando el acto de conri ion, ó por m jor decir, dando principio á las misiones ele los serviles. Allá corrió toda la gente, y las viejas lloraban, y se cacheteaban aun antes de haber oido al predicador, que dio principio con esta cantinela que pronunció en tono es* pantoso: Cuando en el infierno estés ardiendo como tizón, allí te dirán los diablos ¿no querías Constitución? A estas voces los loqueros, que no eran frailes, sino otros locos medio mansos, baja- ron al pobre misionero de la alcantarilla á cuartazos y coscorrones, porque decían, que es- taba furioso: y fué tanta la zurra, que le qui-lO taron la máscara al tal fernandíno, quien por librarse de los azotes se vio precisado á re- tí actarse de cuanto habia dicho, como lo hi- zo en efecto, y no faltó quien lo defendiese de sus compañeros, que fué premiado con un caramelo agridulce, que le regalo un liberal. Desde el medio del patio se oian las voces de otros, que empeñados en una acalo- rada disputa ya no se entendían ni ellos mis mos. Allí estaba uno cuya cara horrible dicen que es retrato vivo de Caifas, y en su frente tenia esta marca: F, R. Fué el primero que im- pugnó el amante de la Constitución i pero esta- ba tan aturdido con los argumentos contrarios, que no hablaba una palabra, y dejaba á sus pa- drinos lo mas peligroso del ataque. Un liberal intrépido lebanta la voz de Constitución ó muer- te, y sus tiros ya anuncian la victoria; sigue la lucha con desmayo de los serviles, y un refuer' zo que vino á tiempo dio el laurel del venci- miento á los liberales, cuyos mivas resonaron hasta las estrellas. Cerca de este lugar estaba la tienda del Mtró. Homobono el amolador ; mas ¿quien podrá describir tantas cosas, y tan ad- mirables? Después que anduve mirando mucho, que no se halla escrito, se aparece el loquero mayor, que decian era el escritor mas leco del mundo, gritando 1$ 'vapulación mas cruel á escritores miserables. A su vista sen impon- derables la risa y mofa que le hacian les otros; pero él despreciando tan vil proceder repetía11 magestuoso: non ego cipio nuestra curiosidad, y después nos llenó de miedo. Todcs gritaban, todos corrian; y unos á otros nos estor- bábamos, impidiendo la grande concurrencia ver el origen del daño y el modo de evitarlot Ay va la fiera, decian unos: otros añadían, \Jesus, que lo desped¿za\ Una tea ¡leba en la cola, giitaba alguno por otro lado: aquel se encomen- daba á DLs, éste aseguraba que había empezado el in endiot gritos, sollozos, y lamentos; confusión, confusión solamen- te reynaba en aquella casa, y todos con los semblantes pá- lidos y elada ^'a sangre, aguardábamos el úl.imo insunte de nuestra vida, cuando apaciguándose un tanto la gritería, Se oyó una voz que dijo: "ya se fué", y libres entonces del peligro, mutuamente nos dábamos el parabién, succe- diendo á los ayes un general palmotéo, y manifestando ca- da uno en sus voces y acciones, la alegría que se apode- ró de su corazón en aquel momento. Pero ¿cual sería la causa de aquel alvorotoí Unos decian que un tigre, otroi que un león, algunos que un globo de fuego bajaba del cielo, y analmente muchos, qut una zorra con el rabo ar - 1dien iu Para informarme del suceso, me encaminé ácia aquel lugar por donde empezó el rumor, y llegué á él, aunque con trabajo, por la multitud de gente: allí supe que un loco liberal habia soltado una zorra, en cuya cola tenia atada una encendida tea para que abrazase á los serviles, entre quienes, según me dijeron, causó mucho estrago. El que la soltó se paseaba satisfecho en un corto lugar, y de cuando en cuando se volvia á nosotros diciendo-, "no hay cuidado, amigos: ahora empezamos, y han de ser tres- cientasc<". Que las aguarde quien quiera, dije yo entre mí, y procuraba separarme para saür de aquella casa , cuando dos loqueros robustos y de mal talante, de los que uno era el Delator de ana horrible conspiración, haciéndose cam- po llegaron á nosotros y pillan á Sansón, que estaba des» cuidado. Hiso este alguna resistencia al principio; pero después, quizá por reverencia al hábito que vestían los lo- queros, se entregó á discreción: todos lo seguimos, y por el camino repetía, á gritos: "temblad serviles, que ya se apro« xíma el día fatal: redoblad por óltimo vuestros furores, que: asi precipitáis vuestra ruina, y entonces Audiet cives acuisse ferrum Qito graves Versee meliús perirenti Audiet pugnas , vitio parentum Rara, juventus. ( * ) Yo, que no entiendo la paróla letina me habría quedado en ayunas, si no hubiese logrado tener cerca de mí un bachiller que picaba de poeta, y dijo que aquello que- ría decir: Alguna vez la juventud, escasa Por culpa de los padres, oirá atenta Que empuñó el ciudadano el duro fierro ( * ) Horat. Carm. lib. i. 0(1. 2.En la mas desastroza civil guerra-. El duro fierro, que mejor lería Emplear en destrucción del grave Persa. ( * ) Punto menos que si fuesen latin se me hicieron obscuros estos rersos; pero asi llegamos divertidos, después de pisar por un callejón, á un patio de menos amplitud que los otros, y á cuya entrada se leia: LOCOS FURIOSOSt LIBERALES Y SERVILES. Bajo de los portales se veian muchas puertas, y á su inmediación un boquete, tronera, ó ahuje- ro por donde entraban la comida á los encerrados. En una de aquellas jaulas metieron á Sansón, y en la mas inmedia- ta estaba un grupo de gente oyendo al pájaro de dentro. Este se llamaba el doliente principal en las exequias de la inquisición, y yo mas bien le llamaría plañidera, pues su amargo llanto y dolorosos gemidos herían sin cesar los oí- dos de cuantos lo escuchaban: la angustia era su pan cuo- tidiano, y las lágrimas habían ya formado surcos en sus me» jíllas. Sus ayes eran interrumpidos á veces con tristísimas endechas, que si no su asunto, la destemplanda voz con que las entonaba, y el eco lúgubre de las bóvedas de la jaula hacían enternecer los corazones mas duros. Entre las mu- chas que le hoy, solo me acuerdo de las liguientes, y de que al fin de cada una interrumpían su canto profundísimos suspiros, que servían de intermedio: Yo aquel que en otro tiempo Fui por mis altas prendas De todos venerado, Hoy solo soy llamado Frai á secas. lY por quien? ¡Ay de mí! Por el mas impío da ( * ) Con e te nombre son conocidos los Diputados que J¡v marón la representa ion contra el sabio código, y en este sentido se fuede aplicar á todos los serviles.8. los escritores, por el jacobino Liberato Antiservílio, que se« gnn opiniones, es el amolador Homobono, ¿y esto sufro? ¿Que motivos le di para tanto desprecio? Ninguno, puei J3mas comimos juntos en mesones, ni fondas : ni en tabernas bebimos dulce licor eo una misma copa. Pero ya sé la cansa', mi afecto á Inquisición le mo- bló á disparar contra mí el rayo furioso de so ira: sea en buena h >ra, y no por eso vario de opinión: lluevan sobre mi sus anatemas. Y td, alma bienaventurada del santísimo tribunal, recibe estas endéchas, parto de mi dolor en tu caídat Tribunal santo y recto, Tribunal venerable, Tu los infamatorio» Libelos castigabas como nadie. jY cuando i tí te infaman, Faltará una alma grande Que ta defensa emprenda? Eso no: que yo vivo, y soy ta amante. Así cantaba aquel loco; pero no puedo menos qot admirar, que aun entre aquellos miserables no faltan cora- zones sensibles, que tomen parte en los cuidados de los otros. Asi es, que á la puerta de la ¡aula estaba Htmobon'o, ó bien un ami%o de Liberata, procurando conformar al dolientes su dssgracia, enseñándole sufrimiento que es virtud mny cmtiana: y repitiendo algunas verdades, concluía con este estribillo: sufra V. pues,padre mió, que uto mes mas que insinuar. V.01 • mi» vxauBVi «Lfidb ica Jp En la jaula inmediata estaba encerrado Leopardo, que escribió de Cayo-puto, al canoero Moderato creyendo ser el mismo Liberato Anti-servilio, de quien hemos hablado ; pero como su manía era de igual clase á la de Fr. Barto- lo, pasé adelante por no oir los mismos sarcasmos. En la siguiente, se hallaba otro ne menos rema- tado que los anteriores, y según allí decían, lo trajeron des- de Querctaro. Este afirmaba que á imitación de Telémaco, habia bajado á los infiernos, donde se encontró con la Cons- titución de la Monarquía Española, y por eso la llamaba infernal: ponia á los pobres americanos de vuelta y media, asegurando haber mandado á la Corte algunos ejemplares de de sus escritos, por los que aguardaba una mitra. ¡Lástima que haya acabado sus dias la Inquisición, que las tenia her- mosísimas, aunque con el nombre de Corozas! Por defuera estaba un bachiller de virrete con calzones de bragueta, chu- pín y chaqueta larga llamado, Cándido Alesna, que metía por el boquete una bara larga con punta de fierro, dando con ella sendos piquetes á su contrario, que al sentir el con- sejo bramaba como león. No faltó ua compasivo, (que se decía, Vindicador del padre Gutiérrez), que interpusiese sos respetos con el bachiller, exortandolo á ser mas moderado; pero el tal Alesna no le hizo aprecio, y siguió en su tarea. En la jaula de mas allá, era tal la gritería, y el bullicio, que no habria mas confusión en Babilonia. Esta- ba en ella el Liberal, dirijiendo la palabra á los bajos es- critores. En buenas manos está el pandero, (dicia yo entre mí), y no me engañaba, pues apenas corrió la voz de que á ellos hablaba el liberal, cuando de tropel se agolpan so- bre la puerta para sacarlo y hacerlo pedazos; pero frustra- dos sus intentos, se contentaban con multiplicar denuestos y y maldiciones, pidiendo justicia á los cielos contra aquel desaforado. Unos alegaban derecho de preferenca por haber salido de su jaula á desoras á combatir con su enemigo: otros fundaban su mérito en lachar estando enfermos: quien decia, habia dado principio al ataque á las dos de la ma- ñana: qnien, que 4 las once de la noche, rodeado de en» fermedades y ocupaciones: y finamente era tal la vocería de aquellos bajos escritores, qne si pensase en responderles, noIO. tendría por donde comenzar, siendo tantos, que solo á gri- tos y sombrerazos son capaces de acabar con él. No menor alboroto causó otro, que estaba mas adelante, que aunque no lo vimos por estar, como los an- teriores, dentro de la jaula; pero varios de los espectado- res afirmaban, que lo conocieron de cuerdo , dando tales señas de él, que solo consideradas nos hicieron rcir á ca- quino suelto. Dizque es un chaparro, tripón, de mas de media edad, sus ojos encendidos, y la sangre que parece brotarle por los poros de la cara, son suficiente indicio del mucho vino, que ha bebido en esta vida, aunque otros ase- guran, que estos colores los debe á la grana de Oaxaca: á ape- lar de que tiene las narices muy largas, no por eso hue- le mucho, pues son muy carnosas, y las gruesas costras de rapé siempre pegadas á ellas, han embotado las fibras, ór- ganos del olfato. Su vestido ridículo no desdecia de las bellas proporciones de su cuerpo. Casacon á la antigua, cal- zones de pretina, chupin, y zapatos de la cucaracha con evillas guarnecidas de piedras: su peinado de tupé, panto- minas y bucles, daban cierto aire de dignidad á su blanco ca- bello, y nn sombrero de tres picos corona la estraordina- ria figura. ¿Y quien es este, ó que ha hecho? Preguntaba yo: ú lo que me contestó un noticioso, que es AI. autor del suplemento al núm. 741. Malo dije entre dientes: este está endemoniado mas bijn que loco; y á este tiempo co- menzó á dar voces desde dentro, llamando injusta é impo- lítica á la sábia Constitución, por haber declarado la igual- dad de derechos entre los españoles americanos y europeos: decía que los primeros son ineptos para ocupar los destines de su paisi que el gobierno antiguo fué justísimo, y....... Eero ¿para que referir sus infinitos desatinos? Baste solo sa- er, que daba saltos en su jaula, y corria de un estremo á otro, pidiendo cuchillos, por que debíamos acabar matán- donos con ferocidad unos á otros, pues ya se hallaba entre nosotros la anarquía. Combatían por fuera sus errores varios, entre los que mas se distinguían un filósofo con sus rejlexiones intere- santes, un religioso constitucional, que desde aquell; fecha enmudeció, un defensor de los americanos, y otro que conIt. mucho juicio, dio á luz una Incitativa, en que pone de as- co al furioso. Ya aturdido con tanta multitud de objetos, solo deseaba yo satirme de aquella casa; pero la grande concur- rencia, y el poco conocimiento de aquellos lugares me im- pedían cumplir mi deseo. Divisé una puerta que conducía á otro patio, y pensando ser la misma, por donde habia en- trado, m« acerqué á ella; pero ¡cual fué mi admiración al encontrar un centitela, que á unos dejaba pasar, y á otros no! Alcé los ojos, y »í sobre la puerta escrito: Locos itn- parciales. Estos son los peores sin duda, le dije á mi ca- pote, y viendo que en aquel patio no habia tanta gente de- terminé entrar, por ver si al'í se facilitaba mas mi salida. Me llegué al centinela, quien me preguntó jqué era yo? A lo que contesté: ¿y V. que me lo pregunta, quién es? Yo soy el de Noche bea, me respondió, y nadie puede entrar aquí si no es imparcial. ¡Oh! pues yo soy, le dije, y enton- ces me dejó pasar. Poco después que yo entré, abandonó su puesto, y formó un juicio imparcial sobre las cosas del dia muy digno de su cabeza, ¡Que halajas habia en el patio! El centinela, el Teólogo imparciul, y toda la runfla de poetas, pues aunque por lo común, son los mas parciales del mun- do, con todo, ellos se predican imparciales, y fueron colo- cados en aquel departamento, por ser el menos concurrido, y buscar ellos la soledad. Habria estado muy divertido en- tre aquellos locos alegres, si la cercanía de la noche, y el cansancio, no me hubiesen impelido á buscar la salida. Al frente de la puerta por donde entré, estaba otra á la que me encaminé por salir, y con grande gusto mió, vi que era el departamento de los LOCOS SERVILES, que es el mas próximo á la calle; pero todo mi gozo se convirtió en pe- sar y susto, al oir las funestas voces que allí corrían. Es el caso, q ue viendo el presidente de los serviles el poco fruto de las misiones, espidió un convocatorio á todos sus minis- tros que se hallaban esparcidos en los demás departamentos. Al punto se reunieren todos en aquella misma sala donde se habían enmascarado, y se celebró un concilio para determi- nar cuales debian ser sus procedimientos ulteriores. Después áe largas discusiones, se acordó unánimemente hacer á cara12. descubierta la guerra á los liberales. Dejaron las máscaras, y armados de pistolas, cuchillos, sables, mojarras, y de cuantas armas se pueden conducir bajo la capa, y en las bolsas} sa- lieron resueltos á acabar los liberales. Como en la concurren- cia se sabían de positibo tan funestas noticias, todos andaban pálidos, corriendo sin saber donde, y colocándose algunos en los puestos elevados para ver sin riesgo la refrie- ga: todo anunciaba un próximo rompimiento; y yo, natural- mente tímido y cobarde, no hallaba un lugar bastante segu- ro donde esconderme, cuando hete aquí, que llegándose á mí nn corpulento servil, me toma del cogote, y preguntándome i qué partido pertenecía, saca con la mano derecha un re- lumbroso puñal, á cuya vista, elada mi sangre, atravesado en nudo en mi garganta, y entorpecida la lengua, no podia responder al filisteo, con las pocas fuerzas qne me quedaban luchaba por salir de entre sus garras, y á mis esfuerzos, ro- dé del sofá en que estaba yo acostado, dando con mis cos- tillas en el suelo. El golpe fué furioso, y al dolor, desper- té del sueño mas terrible que jamas he tenido. jY esto solo será sueño? jTriste América!..... ¡Infeliz ?iatria mial tú naciste para ser esclava, y tus hijos seguirán orzosamente tu suerte desgraciada. Mientras no se lije la opinión, mientras haya partidos entre tus habitantes, y míen' tras sus intereses sean opuestos, cada instante que pasa, es un escalón que te conduce al humbral de la guerra mas de- sastrosa. Aun es tiempo de conjurar tan funesta nube: unámo- nos todos, españoles europeos y americanos, y entonces \í quien tcmerémos? Serémos invencibles, y la abundancia der- ramará sobre nosotros su rica cornucopia. /. M. R. H. MEJICO: i8ao. Oficina de D. Alejandro Valdes, calle de Santo Domingo.