ADVERTENCIA, 2I¡¡L Señor D.José Maria Blanco, autor del Men« sagefo de Londres, á quien mereció la Constitución de 1823 muy distinguidos elogios , critica con igual severidad tres puntos, siendo uno de ellos el artículo 30 que dice: " La Religión del Estado es la Católica, Apostó- lica, Romana, con esclusion del culto y egercicjo de cual- quiera otra." Su impugnación es contra el Exornen 'Instruc- tivo que se publicó entonces , esponiendo los funda- mentos que tuvo el Congreso Constituyente para san- cionar los artículos de dicha Constitución , en donde se trata del 10. Se ha contestado al Señor Blanco en e! periódico La Abeja Chilena con Ja siguiente me- moria que publicamos, revista y corregida ñor su autor* DOS OBSERVACIONES PRELIMINARES. 1. 58 A los políticos en general. Por un cálculo moderado resulta, que desde la época de Tiberio en el Imperio Romano hasta nuestros dias; (y contando únicamente con personas de los países donde se ha promulgado ó admitido de hecho la libertad de cultos) habrán perecido en asesinatos, 'guerras, suplicios, y expulsiones como veinticinco millones de habitantes por motivos y odiosidades religiosas. Examinad pues , si bastará solamente un edicto de tolerancia religiosa , para calmar los peligros y las di- senciones ocasionadas por la mezcla de cultos en un estado. 2. w A los habitantes de Europa y America. Todos vosotros sois Cristianos de diversas sectas, ó Judíos [pudiera incluir aun á los Mahometanos) que reconocéis por divinos los libros del antiguo testamento. En los Historiales y Proféticos estáis viendo las terri- bles calamidades con que Dios castigaba á su pueblo cuando admitía templos y cultos erigidos á otra deidad que á la de Israel : pregunto ¿ quien os ha autorizado para violar estas léyes que reconocéis por divinas ? ¿En que nuevo código os ha asegurado este Dios que mu- dara de providencia ? Si lo habéis, permitido por el im- perio de un conflicto insuperable , no promováis estas permisiones donde no existen tales conflictos.MEMORIA POLITICA SOBRE LA TOLERANCIA RELIGIOSA* $. | Opiniones del presente siglo. Sentiríamos que nuestros lectores reconociendo el objeto de esta discusión, la pasasen por alto atribuyén» dola á preocupación. Recuerden que es el punto políti- co mas interesante en nuestras actuales sociedades: que los escritos que generalmente nos inundan^son dirigidos á protejer la tolerancia religiosa; sin que tal vez hayan leido alguno que manifieste sus inconvenientes políti- cos : que en los libros del día se equivoca regularmente la prohibición de diversos cultos públicos en un esta- do , Corr^ft-per^ecucion y destrozo-por las optnixmes^íñ"- ternas religiosas^Tque~-^s^ argumentos formados a fa- vor de la tolerancia en un pais donde gran parte de sus habitantes profesa un culto distinto del dominante , se- quieren aplicar á los estados donde solo se profesa una religión : y finalmente que no es lo mismo la permisión de distintos culto* públicos en un paisredj^4do-^bnde existen un mismo idioma y leyes, xrog^úmbres &?c. que en un gran imperio compuesto de distintas y separadas naciones, con leyes , costumbres , idioma &?c. diver° sos entre si. Pero acerquémonos á la cuestión. " ¿Es posible ( dice el Señor Blanco en su Mensa- gero de Londres ) que el intérprete , y probablemente el autor de una Constitución tan liberal como la de Chile , pudiese escribir el párrafo siguiente , á no en- tregarse como desesperado á la corriente irresistible de un pueblo educado bajo la tiranía de la inquisición es- pañola '?" Este párrafo es el del Examen Instructi- vo, que impugna la tolerancia religiosa, y que luego transcribiremos. Rogamos á nuestros conciudadanos que en este gravísimo punto reflexionen por si , por la historia y por sus propios sentimientos , sin esclavizarse á los li~3 bros i ni á las opiniones del siglo. El nuestro, en que prevalecen furiosamente , el duelo , el suicidio , la le- gitimidad de los tronos, los ejércitos numerosos y per- manentes ; y que l¡a visto la impiedad y desorden re- volucionario de la culta nación francesa , y á los espa- ñoles asesinándose por la inquisición y Fernando 7. ° • es seguramente un siglo, que en materia de errores y delirios nada tiene que envidiará los siglos de las cru- zadas , de los juicios de Dios, del imperio universal temporal Pontificio , y de los hechiceros y demonia- cos. Las investigaciones científicas en objetos físicos, producirán ciertamente Neutones y Kepleros, que fijen las leyes del movimiento de los cielos , y Colones que descubran nuevos mundos. La naturaleza oculta infini- dad de misterios con el velo que puede levantar un sa- gaz y paciente observador ; pero la moral y la políti- ca en las ocurrencias comunes de la sociedad casi nada tienen que descubrir de nuevo. Hábitos inveterados, conquistas irresistibles , opiniones exaltadas , y pasio- nes mal conducidas, pueden corromper sus principios : pero ellos bajo de divecsa&-ibrmas , ó con mas bien cal- culadas teorías , después de algunos siglos , aparecerán los mismos en el fondo. No es, pues, del siglo de las luces, sino de la fria razón y la esperiencia , de donde debe resultar el con- vencimiento de los males y bienes políticos y morales, que debe ocasionar la tolerancia religiosa. Yo espero que mis conciudadados procederán de este modo. Por mi parte ofrezco no fundarme en alguno de los sagra- dos principios que autorizan el cristianismo. Hablaré de todas las religiones como político y filósofo. Protes- to también que aborrezco mas la persecución religiosa que la civil. Pero examinemos en la historia y en el corazón humano , si es asequible la igualdad y unión de intereses y deberes sociales entre personas de distin- tas religiones. $. II. DEISMO, Asentemos previamente que lo que se nombra deis* Uno es una ilusión meditada para eximirse de toda reli» ígion. Este deísmo para no convertirlo en ateísmo , de* be tener algunos dogmas y culto ; porque los hombres dirigidos en todas sus acciones por los sentidos, y por ideas positivas, no pueden adorar á Dios sin alguna es- pecie de culto y sin idea de sus atributos. Por consi- guiente hé aqui una religión con sus dogmas , su ritua- lidad y disciplina; que siendo obra de los hombres, que- daría espuesta cuando menos á la censura y á los abusos, que hoy se critican en las demás religiones. Estrechemos mas el caso, y supongamos que en es¿ te deismo no exista cuTío~teremonial, ni disciplina: por lo menos habrá creencia. Dejando^pTtes, al misera- ble hombre en la libertad de formarse una creencia de religión natural la mas sencilla y sin misterios , segura- mente que establecerá la existencia de un Dios Criador9 Conservador y Remunerador: pero reducido á estos sim- plísimos artículos , ellos le serán tan obscuros como la consustancialidad del Verbo y la procesión del Espíritu Santo. Un Dios Criador no nos presenta otra sustancia de que criar las cosas que su Esencia Divina ;y enton- ces no~p^ieCk^&?¿aiirjnal fisico ni moral en el ur.'verso. Un Dios Conservador no puede conservar este mal. Un Dios Remunerador debe premiar acciones libres ; y es- to es incompatible cott el encadenamiento necesario de todos los sucesos ; con su ciencia y predestinación , y con las leyes establecidas desde la existencia detodo lo creado. Seguramente; estas nj2arente3---»«rt^adicciones, deben confundirle mas que los misterios, que no puede impugnar porque no es capaz de concebirlos. Si nos negamos á toda creencia, y formamos una so- ciedad de ateos, no podría ser mas infeliz esta república* Entonces sí , que tendríamos necesidad de una inqui- sición mil veces mas horrible y perseguidora que la de España, para sindicar los pensamientos, que son el germ- inen, y el taller de todos los crimines públicos y priva- dos. Entonces debería dictarse un código criminal atro- císimo para las acciones ocultas, que supliese á los re- mordimientos de la conciencia, y á la presencia de un Dios justo y vengador. En una república religiosa des- cansan las leyes, para la mayor parte de las acciones ü omisiones morales, en el freno de la religión que repri»me , ó dirige las intenciones ó disposiciones ocultas, que pudieran preparar los delitos. Supuesto, pues, que no es posible ocurrir á un deís- mo puramente espiritual y sin signos sensibles, ni á una creencia en que no se forme alguna idea de ios primor- diales atributos del Ser Supremo ; debemos descartar de nuestra cuestión el último refugio y proyecto del tole- rantismo que es insultar y hallar abusos en todas las re- ligiones , para no profesar alguna , con el pretesto dc^ ser puros Deístas, §. III. .1 Acepciones de la espresion TOLERANCIA RELIGIOSA. Cuando tratamos de la tolerancia religiosa debe- mos considerarla en e! orden político de varios modos» 1.° Como simple tolerancia; ó una prohibición legal á los magistrados y ciudadanos para entremeterse % cor- regir las conciencias y^opíñlones privadas, que no publi- can los hombres. 2. ° Como una facultad concedida pa- ra profesar publicamente un culto particular, y obtener permiso de erigir templos y congregaciones de aquel cul- to. 3. ° La libertad, 0 impunidad para no profesar reli- gión alguna. Convenimos desde ahora en que la sim- ple tolerancia en la forma oopueota debe permitirse, y aun protejerse en todo gobierno. A Dios toca únicamente juzgar sobre nuestras conciencias, ó á aquel á quien que- ramos confiarlas por motivos religiosos. Creemos igual- mente que niugun gobierno puede permitir en política la absoluta irreligión, raiz fecundísima de toda inmorali- dad, y funesta tendencia de nuestro siglo. Nuestra cuestión debe ceñirse únicamente ála liber- tad civil religiosa; y creemos que con las prevenciones espuestas, tal vez hemos vencido la mayor parte de las argumentos, que indifinidamente se proponen á favor de la tolerancia, Entremos en materia.6 §. IV. Motivos que determinaron al Congreso de 823 para san* donar el art, 10 de la Constitución, El artículo del Examen Instructivo que el Señor Blanco copia é impugna es el siguiente. " La tolerancia religiosa en Chile no seria toleran- cia , porque esta supone resignación á sufrir, y aqui no tenemos ni conocemos mas culto que el católico. Las demás naciones cuando han visto casi la mitad de su po- blación compuesta de otras sectas, cuando han suíi ido repetidas, largas y sangrientas guerras civiles de unas sec- tas con otras para ser mutuamente permitidas, y cuando han formado colonias de hombres de diversas sectas,y to- dos con igual derecho de fundadores; es cuando han pro- mulgado la tolerancia religiosa, y esto con mil restriccio- nes y peores consecuencias. En Inglaterra promulgada la tolerancia religiosa , proscribieron á los Católicos , y enFranciareon la misma promulgación, pasaron á ciichi- 11o, y es^atrlaí^ft-despues á los Calvinistas Hugonotes; en España espelieron á los Moriscos y Judíos á pesar de las leyes y decretos de tolerancia. Los Romanos , cuya to- lerancia se exalta tanto, sacrificaron diez y siete millones de Cristianos é infinitos Judíos. La ley Romana de las doce tablas, y otra igual de Atenas, prohibían conjrraves penas el culto estrangero. En hi__Clvm^l^É>«ra's regiones deAsia, que se dicen tolerantes^ñádíepuede separarse de los institutos del código moral, que es el código religio- so. ¡Infelices ciertamente los pueblos donde la política no cuenta para nada con la religión ! su código criminal será atroz, y su moralidad corrompida." Por consultar á la brevedad de su periódico, omitió sin duda el Sor. Blanco la continuación de este artículo que prosigue diciendo. "Es tal, pues, la influencia de 1 a religión sobre el ci- vismo, y la permanencia de las leye s y constumbres, que entre los Indios, los Persas , los T urcos , y los Judíos „ que tienen establecido su sistema civil sobre principios religiosos , no ha podido el despotismo de Asia destruir sus constumbres y leyes fundamentales en tantos siglos;7 y todo el poder de Roma, y el odio de la tierra no pueden acabar con las costumbres y civismo de los Judios, des- pués de hallarse dispersos por todo el universo. Yo creo que Dios se ha valido de este principio natural pa- ra sostener hasta hoy la diseminada nación judaica, Al contrario, Europa que se halla bastante débil en la reli* gion, y que casi en todo y por todo quiere separar de es- ta el civismo , hace tiempo que no tiene patriotismo , ni aun costumbres. Sin religión uniforme se formará un pueblo de comerciantes, pero no de ciudadanos." "Cicerón juzgaba, que el poder y patriotismo de Ro- ma lo debia á su mayor religiosidad; y la España que era en Europa la monarquía mas religiosa ha manifestado mayor patriotismo contra Napoleón." " Se dice que la libertad religiosa, convidando í los estrangeros, aumenta la población: pero yo creo con el au- tor de la Legislación Universal, que el progreso en la población no se consigue tanto con la gran libertad de ad- mitir estrangeros, cuanto con facilitarlos medios de sub- sistencia y comodidad á los habitantes; de suerte, que sin dar grandes pasos en la población, perdemos mucho en el espíritu religioso. JLa suma libertad religiosa de Inglater- ra (decia Montesquieu) debe traer por consecuencia, que cada uno tenga mucha indiferencia para toda suerte de religión en general. Voltaire, juez nada sospechoso á fa- vor de la intolerancia, decia con un célebre ingles, que todas las religiones nacían en Asia , y se sepultaban en Inglaterra, porque es el pais mas tolerante. " Parece pues, que de todos modos debemos huir de esta protección capaz de aniquilar el espíritu religioso, como va sucediendo en Europa. Los griegos no eran es- crupulosos en materia de religión, y en Atenas fueron juz- gados , y aun condenados por irreligiosidad , Diagoras, ÍYotagoras, Prodico, Anaxagoras, y aun Eserillo y Alci- biades. El gran político Tomás Moro juzga por el es- tado mas feliz aquel donde solo hubiese una religión." " Desengañémonos : sin religión uniforme no pue- de haber un civismo concorde ; ni un gobierno puede tener esa absoluta indiferencia. Jamás estuvo mas de- sorganizada la Francia , que cuando se apartó la reli- gión de todos los principios políticos ; y la Inglaterra,8 con toda la tolerancia y protección que proclama , tie- ne establecida su fórmula [de fé particular para sus fun- cionarios , y ha tenido prohibido el catolicismo." *f No condenemos á muerte los hombres que no creen como nosotros ; pero no formemos con ellos una familia ; y cuando nos sean muy útiles , tampoco los desechemos, dejando estos privilegios á la prudencia de nuestros magistrados. " Estas rabones se propusieron al Congreso cuando sancionó el articulo 10 constitucional que esclvye en Chile el ejercicio y culto de otra religión que la Cató- lica Romana. Hablando puramente como filósofos, con- venimos en que seria un espectáculo muy sensible y de- licioso para un corazón honesto y pacifico , ver postra- dos ante sus respectivos altares al Mahometano , al Ju- dio , al Católico , y al Protestante , implorando la pro- tección del Ser Supremo, Criador y Conservador de; cuanto existe : y que concluida su oración penetrados de mutua y generosa caridad llenasen los deberes mo- rales y sociales con absoluta prescmdcncia._de__^sus sectas. Pero no es esto lo que hemos visto desde que apa- rece la historia , ni lo que puede suceder si verdadera- mente existe en cada sectario una firme creencia de los respectivos articulos de su religión. El Judio se pre- senta en el templo á llenar de maldiciones á los^profa- nps que no forman el pueblo de Dios^-m^observan las ceremonias del Leviticó. El Mahometano solo titene un paraíso para los verdaderos Musulmanes, y cree digno de execración ó de desprecio al resto de los hombres. El Católico cree que el único y esciusivo medio de salvarse es la fé y la práctica de su catecismo : compadece y ruega por los demás hombres como destinados á eternos suplicios. El Luterano in- sulta al Anabaptista, y el Zuingliano implora con Lute- ro la maldición de Dios por toda la eternidad para el que le proponga una reconciliación con los Calvinistas. Cal- vino declara por. los mas profanos é idólatras á los que siguen la doctrina de Lutero. Este y Enrique VIII se cargan de mutuas execraciones , y los católicos son también perseguidos y proscriptos civilmente para to-9 dos los empleos de legislatura, administración judicia!, gubernativa y aun militar. ¿ Y cual es el hombre que persuadido sinceramente de alguna de estas doctrinas quiera ser el esposo , el padre, el hermano, el con- domestico de personas tan reprobas y execrables ? ¿ Cual el gobierno ó el gefe que no distinga y prefiera la porción á quien le unen vínculos tan sagrados, y que la cree firmemente destinada por el Ser Supremo para existir con ella por una eternidad en las moradas celes- tiales?' Si una opinión política y aun filosófica, un signo es- terior, sirven generalmente de estandarte de reunión pa- ra formar partidos y desordenes e» los estados ¿ que sucederá con los que se hallan unidos ó separados por los sentimientos mas interesantes que pueden afectar el corazón ? %. V. La multitud de religiones en un estado conduce á la irreligión. Para remediar estos males solo se presentan dos recursos que son; ó la incredulidad y absoluta irreligión, ó la uniformidad de religión en la sociedad que compo- ne un solo estado. En efecto , de estos dos medios el primero es el que estamos esperimentando en el dia; y el segundo es el único que puede encontrar la po- lítica, si no quiere conducir la República ai mas alto grado deinmoralidadjy corrupción. Demostremos uno y otro. Cuantos elementos pueden formar la irreligión to- dos influyen en el pais de muchas religiones. 1. 9 El hombre que reconoce al rededor de si centenares de sectas distintas, naturalmente concibe cierta especie de ansiedad y desconfianza sobre la certidumbre de la suya; siendo una afección tan general, que el asen- so crezca ó disminuya á proporción de la conformi- dad ó divergencia de las opiniones que nos rodean, especialmente en puntos en que una demostración sensible y evidente no puede cautivar nuestro co- razón. Confesemos también que el ver tantos hombres . adorando cada uno á Dios de distintos modos, y exe? %10 erándose mutuamente infunde desprecio y aun aversio» á ios caprichos religiosos. 2. ° También induce á la irreligión la falta de una respetabilidad preventiva. En objetos sobrenatu- rales á quienes falta demostración, el espíritu huma- no solo puede apoyarse en la verdad ó prestigio de una revelación, ó siquiera en el respeto y confianza que ins- pira la moral sublime del fundador, Nada de esto concurre en las religiones modernas, y ciertamente que de las tres mas estendidas y ramificadas, ningún proséli- to trocaria su moralidad con la de Enrique VIII, Lute- ro, ó Cal vino el asesino de Ser veto, perseguidor de Gen- títis y otros. 3. ° El deseo de evitar la amargura doméstica que necesariamente oprime, cuando una sola familia observa distintas religiones. Entonces, el marido, la muger, los hijos por libertarse de la ansiedad de considerarse mu- tuamente reprobos, buscan en la incredulidad de sus propios dogmas el consuelo á esta congoja. 4. ° La facilidad y libertad concedida á cada cre- yente para añadir, modificar y alterar los articulos de su secta; ó para suponerse cada individuo órgano su- ficiente para interpretar las escrituras y formar dog- mas: los libros que se publican cada dia impugnándo- se mutuamente, ó atacando el Cristianismo en general; todo esto debilita demasiado la propia creencia incli- nando ai sepíir-ismo. Finalmente toda religión tiene ritos penosos y pun- tos de austera disciplina: en una sociedad donde la re- ligión es esclusiva y universal, se sostienen estos, por la autoridad de las leyes, y la fuerza mas omnipotente de las costumbres; y el pomposo é imponente aparato de las ceremonias religiosas ( que tanto influyen en nues- tros sentidos) fomenta y vitaliza el calor religioso. ¿ Vero cual es la congregación que por mucho tiem- po, y sin estímulos esteraos resista la corrupción ó la tibieza? Estas consecuencias indefectibles de la multitud de sectas y libertad para profesarlas, estamos esperi- mentando en todos los países donde se promulga, ó se defiende la libertad religiosa. El espíritu y tendencia11 general de nuestros días, no se dirije, como e« el si- glo 15, á variar de religión, y eceptuando una parte de los ingleses de uno y otro emisferio, nada se mira con mas índiferiencia y aun ridiculez que las controver- sias teológicas. Pasaron de 70 millones los hombres, que bajo la dominación ó influjo Francés tubieron pie- nisima libertad religiosa. Rarísimo seria el que mudó religión; pero la irreligiosidad general llegó á un es- tremo, que siempre se avergonzará la razón huma- na de las impias escenas que nos presentó la Fran- cia, Vemos el libertinage religioso que se va propa- gando en las Américas Españolas, y no sabemos que hasta ahora le ocurriese á alguno en nuestros paises hacerse Anabaptista, Anglicano, Independiente, Pres - biteriano c. cuyas sectas tienen tanta boga en la In- glaterra y Estados Unidos que nos proponen por rao» modelo. Citamos con complacencia uno de les mas acérrimos y acalorados defensores de la libertad reli- giosa [ el Español Constitucional ] quien en el número 10 de 819 página 89 asegura: q.ue hasta ahora no se ha véri&cado un ejemplar de que en los paises don- de son tolerados los Hebreos, algún Cristiano se haya hecho Judio; ni entre los Católicos de toda España hu- biese alguno que variase su religión por otra secta cristiana ; sin embargo de la libertad y de la concur- rencia de tantos millares de sectarios que componían, los ejércitos Ingleses y aun ios Franceses. Pero se- guramente no se atreverá á negarnos, que gran parte de los españoles no se hiciese irreligiosa hasta el es- candaloso estremo de que todos aquellos libros, que la Francia produjo en su ultimo grado de corrupción re- ligiosa y son los que se han traducido y corrido con la mayor celebridad en la Península. Confesará tam- bién que el gran pretesto que ha tomado la tiranía de Fernando 7. ° para su persecución es, no la profesión de algunas sectas religiosas-, sino la abs' >luta irreligión. Con que, si por una parte se asienta que no hay peligro ni deseo de mudar religión, cuando ésta es general en un pais , y por otra vemos que la libertad en ellos solo conduce á la irreligión ¿ que necesidad tenemos de esta libertad religiosa ?12 Yo no me atrevo á afirmar que 110 existan algu- n©s pocos hombres que al fin puedan variar su reli- gión ; pero la política no dicta leyes á favor de los raros y estraordinarios caprichos. Lo que si aseguro es, que en los países de distintas, pero pocas religio- nes (que es donde existe algún espíritu religioso), por mas ilustrada, universal y sencilla, que se pre- sente la religión que es obediente y sin previlégios ci- viles, cuando hay otra dominante y privilegiada; jamás., o rara vez los prosélitos de la religión dominante abra? 2an la pasiva, si no es en masa y por motivos políticos» No sabemos que en Persia aigun Mahometano se haya convertido en Güebro, ni en la India en Bania- 110, o de la religión de Brama, ni algún Turco en Cris- tiano Griego j o algún Cristiano de España se hubiese hecho Moro después de la restauración de la Monar- quía Goda. Esto prueba que no es la conciencia ni los sublimes vuelos del entendimiento los que influyen en la mudanza de religión ; sino el interés y el poco respeto, y bastante incredulidad en la propia religión. Pero volviendo á nuestro primer objeto ; 1& cier- to es , que la tendencia del siglo es á la irreligión: y asi vemos que los escritos religionarios se dirigen á encontrar los dogmas incomprensibles, las ceremonias ridiculas, y el sacerdocio fanático, hipócrita y ambicioso. Pe cuantos, malea .pueden sobrevenir á un esta- do , ninguno debe evitar la política con mas tenaz em- peño , que el de la irreligión : ella es la fuente de toda inmoralidad % la iniciación de todos los que s» reúnen á formar el desorden en las repúblicas , y de los que mas resisten el pacífico imperio de las leyes. En una revolución es el instrumento mas funesto de ¡a anarquía; asi nos ha desmostrado una constante es- periencia , que es mucho mas í'acil regenerar un estado, y conducirlo á su prosperidad, por hombres religio- narios que por libertinos irreligiosos. La España, y la Francia, cuyas revoluciones han sido-bastante irre- ligiosas, nos manifiestan que á pesar de los mas heroi- cos esfuerzos , el libertinage religioso dificulta, ó sirve -; de pretesto para hacer abortar todos los proyectos del valor y la sabiduría, por la odiosidad y partidos entre13 religiosos y libertinos: y el rápido y feliz éxito de los Mahometanos, Holandeses, Ingleses, íisfc. demues- tra cuanto ayuda á la sólida regeneración el espíritu religioso. §. VI. Dos religiones en un estado conducen a una lucha que de- fce concluir con la destrucción del estado o de alguno de los partidos religiosos. Si la multitud de religiones induce á la abso- luta irreligión: cuando los estados solo comprenden dos religiones , entonces peligra la tranquilidad social, y á cada momento se vé espuesta la república á una guerra civil. Es verdaderamente admirable la unifor- midad con que la historia desde que aparece al mun- do, constantemente nos presenta este peligro en los pue- blos ; sin que las leyes de tolerancia , y la mas abso- luta libertad de conciencia y de culto , hayan podi- do salvarlos de este desorden. Tolerantísimos eran los Asirios y Persas , y siempre sufrieron sublevaciones de los Egipcios y Ju- díos que profesaban distinta religión , hasta que se determinaron aquellos monarcas á destruir el templo de Jerusalen r y degollar al Dios Apis de los Egi- pcios. Muy tolerantes eran los Romanos especialmen- te con los Municipios á quienes dejaban todas sus leyes y costumbres. Solo la religión Judaica era dia- metralmente opuesta al Polytheismo del Imperio , y jamás existió una sublevación mas sangrienta y obs- tinada que la de los Judíos , cuya nacien fue nece- sario dispersar, como también lo hicieron los Asirios» La absoluta tolerancia de los Arabes no pudo nacionalizar la dominación de cerca de 800 años que tuvieron en España , principalmente por la diferen- cia de religiones, que siempre sirvió de estandarte y punto de apoyo á los Cristianos para sus guerras. Los Turcos en mas de tres siglos que fijaron su misma corte en las provincias griegas , no han podido nacio- nalizar su dominación en el pequeño pais de la Gre- cia , por la diferencia de religiones , á pesar de la mas— condescendiente tolerancia religiosa: y hoy los Grie- gos en sus manifiestos y proclamas toman la religión como el principal pretesto para esforzar la empresa de su independencia. Tolerantísimos por negociación y principios eran los Holandeses, y no pudieron evi- tar los patíbulos, y la ilustre sangre derramada en- tre Gomaristas y Arminianos por disputas religiosas. Ya espusimos las atroces resultas de la tolerancia de Francia con los Hugonotes , y en España con los Mo- riscos y Judios. Pero contrayendome á la Inglaterra: ¿Cuantas veces ha sido perseguida ó perseguidora, con- forme ha prevalecido en el gobierno la religión An- glicana ó Católica, sin embargo de las leyes de to- lerancia ? 't Y que arroyos de sangre católica y aun de episcopales no se ha derramado allí en los rei- nados de Carlos I. y II. á pesar de la tolerancia establecida de hecho y de derecho por la Reyna Isa- bel y Jacobo I. ? ¿ No son estos mismos Ingleses los que con sus edictos de tolerancia impidieron á su Rey Carlos II. restituir la plena libertad de conciencia, y expulsaron del trono á Jacobo II. porque era Ca- tólico ? Deseara que me esplicára el Señor Blanco ¿por qué han sido perseguidos tan cruelmente los Cató- licos, o por que aun hoy sufren tantas restricciones en la tolerantísima Inglaterra, si es que la tolerancia bas- ta para conciliar la tranquilidad en cualquiera religión ? ¿ Por qué los Estados Unidos han resuelto no tener religión alguna que pertenezca á la república á fin de evitar las discordias religiosas ? Todo esto prueba que no es un remedio la tolerancia para conciliar la tranquilidad y el orden en los paises de distintas reli- giones ; y que aun cuando existan muchas, es pre- ciso que se declare que la república no pertene- ce á Dios alguno , para calmar las pasiones religio- sas. Ley verdaderameníe degradante á la Deidad, y á la naturaleza humana, y que jamas ocurrió antes í algún pueblo civilizado.15 $• yn. La uniformidad de religión consolida los estados. Para evitar estos males, el mejor remedio que ha encontrado la politica ha sido uniformar la religión, y con esto han tomado los imperics una larga y solida consistencia: la masa de la nación se ha mantenido tranquila y en perfecta armonía, sin otros ataques que los esterioves, o las usurpaciones de los principes y gefes. Todas las conquistas romanas se hicieron nacionales uniformada en ellas la religión del estado, sin que un solo pueblo ( á excepción del Judaico ) tratase ja- más de eximirse del imperio de la República , y solo cedió al impetuoso ataque de los barbaros del Norte, habiéndose comenzado á debilitar ( entre otras causas ) con la división de religiones pagana y cristiana. Los Godos y los Francos afirmaron y nacionalizaron su dominación en España y Francia, abrazando y unifor- mándose con la religión del país, lo mismo que han practicado los Tártaros en la China con aquella espe- cie de religión moral que alli se observa. Los polí- ticos Romanos ( de quienes siempre es preciso hablar en estas materias ) no emprendían conquista en la que previamente no adoptasen el culto de la Deidad que reverenciaba el país conquistado, á fin de consolidar su dominación con la unión de religiones. Todo esto es sumamente natural y consiguiente, principalmente en la índole de las religiones posterio- res ó coetáneas al Cristianismo. Todas ellas mistifi- can ó espiritualizan á los hombres : no hay acción hu- mana que no deba tener una tendencia sobrenatural : la moral es inseparable de los deberes religiosos: v estas religiones, que todas son emanaciones de la Cris- tiana, tienen la cualidad imprescindible de todas las sectas que resultan de una misma religión; esto es el mutuo desprecio y creencia de que son erróneas y aun reprobas las demás. Una estatua de Sócrates, Epi- tecto, ó Marco Aurelio, nos es respetable y fomenta ideas de provechosa moralidad ; pero los templos, los simulacros , y los misterios de distintos sectarios, exi- tan mutuapaente la compasión y tai vez, el horror.16 ¡ Que dolor no sentirá un padre de familia que ve sa- lir á su esposa é hijas á una congregación sociniana, cuando él marcha con sus hijos al templo católico para cantar con S. Atanasio que si su fé no se conserva íntegra é inviolable en el corazón de cualquier perso- na esta perecerá eternamente / ¿ Podrá permanecer asi algunos siglos la armonía doméstica y la pública ? Ello es preciso en tal caso, ó no creer, ó consumirse de dolor. De todo lo espuesto resulta que en materias por lítico—religiosas, pueden asentarse casi con absoluta se- guridad estos principios. 1. ° La multitud de religiones en un solo esta- do conduce á la irreligión ; y esta es la tendencia de nuestro siglo. 2. ° Dos religiones en un estado, conducen á una lucha que debe concluir con la destrucción del es- tado, ó de uno de los partidos religiosos. 3. ° La uniformidad de religión, es el medio, mas eficaz de consolidar la tranquilidad en la masa de la nación. §. VIII. OBGECIONES. Persecución religiosa. Contra estas demostraciones j cuales son las ven» tajas, y cuales los argumentos á favor de la libertad politico—religiosa ? Nadie pudo presentarlos con mas fuerza y convencimiento que el Sr. Blanco : y si en lo que ha dicho se reconoce la debilidad y la ilusión , no tenemos ya que esperar á favor de esta opinión. El principal fundamento de los tolerantistas se reduce á exagerar las atrocidades de la persecución religiosa y la de inquisición.—¿ Pero quien ha propuesto que se. destroce á los hombres por sus opiniones religiosas ? La constitución solo quiere que en Chile no exista otro culto, y ejercicio publico de religión que la del estado. Hemos asentado también que á nadie se debe perseguir, ni examinar sus opiniones internas y reser-.vadas. Tampoco queremos que á los estrangeros se les impida, la manifestación de su profesión {religiosa; evitando siempre el proselitísmo y el culto público. Sin castigar opiniones, negaremos templos para otro culto , y despediremos honestamente á los que se em- peñen en proclamarlo. Este pacto y condiciones sociales las establecemos en circunstancias que á nadie perjudican, porque en Chi- le todos los ciudadanos son católicos romanos. Es cosa admirable , que cuando las Instituciones de todos los pueblos vinculan el derecho de ciudadanía á una multitud de condiciones gravosas ; que cuando los es- trangeros son privados de muchos derechos civiles (si- endo la Inglaterra bastante intolerante en este punto ) solo para la religión se pretendan franquicias ilimitadas. $• ix. Libertad para pensar y manifestar sus pensamientos, Pero esto es cautivar la razón y obligar, como dice el Sr. Blanco, á que el entendimiento mas nobla encoja las alas en materias religiosas delante del hom- bre mas safio, ó de la vieja mas decrépita. El pensamiento ( dice otro toleran tísta coinci- diendo con el Sr. Blanco ) es libre; es una propie- dad que se ha reservado el hombre en el pacto social: siendo libre debe serlo por consecuencia su maní fes- tacion , sino queremos formar hipócritas; el que ma- nifiesta que sirve á Dios según su modo de pensar debe tener un culto y ejercicio conforme á esta ma- nifestación- A semejantes argumentos solo quisiera dar una contestación práctica. Esto es, pusiera á su autor di- rijiendo un estado en donde á cada ciudadano le fue- se lícito publicar cuanto pensaba, y obrar conforme á sus pensamientos ; quisiera que, cuando menos, fuese un habitante de aquel pueblo; y observarle como sufria la ejecución de los caprichos que ocurrian á los demás,especialmente los de su familia: quisiera verle á él mismo obrando según sus imaginaciones, y saber como lo tole- raban los otros, aun cuando él fuese el único que tubiese esta facultad. Sin duda que los que proponen tales prin- cipios, olvidan todas las leyes que, sin entrometerse á juzgar los pensamientos, castigan la ejecución y aun la manifestación de ellos en infinitos casos. Se olvidan de los deberes que nos imponen la armonía y tranquili- dad social, la decencia publica , la prudencia , y aun la urbanidad y delicade za , para manifestar nuestros pensamientos aun cuando se hallen exentos de crimi- nalidad, y mucho menos para ejecutarlos. Es verdad que el hombre no ha sacrificado al pacto social , el dominio de sus pensamientos; pero si el de sus acciones esternas, porque estas influyen en el orden y la moral pública , y la sociedad tiene de- recho para nivelarlas al sistema de la organización política del .estado. La política pagana nos ha deja- do un ejemplo admirable en esta parte. En los mis- terios de Orpheo, Ceres Eleusina, Isis t^c. se reve- laban principios religiosos y morales en que queda- ban de acuerdo los iniciados; pero la ley estable- cía la pena de muerte para el que manifestase estos secretos de su conciencia interior, á fin de no pertur- bar la religión pública del estado. Otro tanto practi- có el Senado Romano : cuando descubiertos los anti- guos libros religiosos de Numa, y viendo que sus ar- tículos podian desorganizar el sistema actual de la re- ligión pública, prohibió que se publicasen á persona alguna. Nada hay mas perjudicial en política , que divinizar la razón humana, y consignarle prerogativas incompatibles con su limitación y errores. Según los principios de aquellos tolerantistas , el que piensa que es lícito tener un serrallo como los orientales, podrá formarlo en su casa . y si yo creo y quiero erigir en deidades las personas y los vicios mas repugnantes, podré á imitación de los Babilonios, exigir de la república que me permita un templo para conducir mi familia á que se prostituya publicamente con los pasageros ; ó como los Egipcios y otras na- ciones colocar el Phaík;m7 el simulacro de Priapo ó19 el Jaganat de los Indios ; ó formar los lúbricos bos- ques de Adonis. Se dirá que el gobierno no debe permitir una re- ligión inmoral : pero á mas de que en esto nos res- tringe la libertad de obrar según nuestra conciencia; bastan muchas veces las opiniones superticiosas, faná- ticas, ó generalizadas, para que se convierta, en ho- nesto ó religioso lo mas repugnante. Todo el Impe- rio Romano, la culta Grecia, el Egipto padre de las ciencias de Europa, la inmensa monarquía Asiria , los Phenicios , Hebreos , y aun hoy los Indios , han. tributado un culto público , y reputado por una moral autorizada las lubricidades que acabamos de esponer; y en la Europa cristiana existió mucho tiempo el ob- senísimo derecho de PrelibaciGn. ¿ Quien nos ase- gura que nuestro siglo y nuestras opiniones no esta- rán espuestas á mayores errores , cuando no tengan otra regla ni autoridad moderante , sino sus libres caprichos ? Hablemos de buena fé, y seamos imparciales. ¿ Por qué ridiculizamos con Juvenal á los Egipcios que convertian en Dioses á las cebollas , ajos, y rábanos de sus huertos? ¿Por que calificamos de inmorales y bárbaros á los pueblos antiguos ó modernos donde cada persona labra ó recoje á su capricho una piedra, un metal, una figura , lo adorna, lo declara Dios y lo adora como tal ? ¿ Qué diferencia notable aparece entre estos delirios , y la ilimitada libertad con que según esos principios cada uno puede formarse una religión, y cargar a la Deidad de atributos capricho- sos í ¿ Y que diremos de la mayor parte de las re- ligiones cristianas anticatólicas que asientan como prin- cipio que cada vieja decrépita, cada safio y el mas es- túpido tienen libertad para interpretar las escrituras, y deducir de ellas los dogmas religiosos ; y que la Omnipotencia diariamente y á cada hora obra un mi- lagro iluminándolos , é inspirándoles sobrenaturalmente y aun con signos esteriores , para que se constituyan doctores de los misterios mas sublimes y sagrados ? ¿ Que puede chocar mas á la razón y al buen senti- do ¿ ¿La moral religiosa que ya espusimos de lospaganos, ó la de nuestras sectas de! día donde cada inspirado é iluminado interpreta ías escri turas, y dedu- ce dogmas tan contrarios entre si, que soio pueden ser inspirados por distintos y opuestos Dioses , pues un solo Dios siempre inspiraria á todos una misma verdad ? ¿ Cuanto mejor seria sujetar su razón á la creencia de una vieja y de un safio, que no habian ni creen por iluminación propia , sino por ia persuasión en que se hallan de una revelación que todo el mun- do ha visto respetada por muchos siglos, y sostenida por el unánime acuerdo de infinitos doctores ? Pero yo me he propuesto no impugnar religión alguna, y las razones filosóficas de mi argumento, me conducían ya á contraerme a ellas.» Pasemos adelante. Al escuchar esa ponderada libertad y convicción de nuestro entendimiento ,. parece que los hombres se determinarán á establecer ó mudár religión en virtud de las claras ideas é irresistibles demostraciones, que les persuaden la falsedad de sus dogmas y la certi- dumbre de los otros. Pero el Sr. Blanco , sabe muy bien que en todas las sectas , y especialmente en las cristianas, nada es mas imposible á la razón humana, que comprender , y mucho menos demostrar sus dog- mas y misterios. Sabe que desde que la sutileza griega y las ideas platónicas de la escuela Alejandrina su^- citaron tantas cuestiones dogmáticas, hasta los docto- res de nuestros dias, siempre han sido imcomprensibles los obgetos de las disputas , y obscurísimo y aun con- tradictorio el modo con que interpretan los testos en que se fundan.. ¿ Quien supo ó entendió jamás los artículos del Arrianismo, Eutiquismo , Monoteiismo , 8cc. ? : Y quién ahora comprenderá los misterios de la transubstanciacion, gracia , libre alvedrio, predesti-, nación fc?c. que forman las sectas de nuestros dias ? ¡ Y quién es este hombre con can altos derechos para ser el confidente y el calificador de los misterios del Altísimo? ; No. es el mismo cuyos ojos tocan la luz, y por su medio examina los cbgetos, ignorando hasta ahora que • cosa es esta luz ? ¿ Que siente y obra por el interno- influjo de .una alma , que enteramente des? conoce? ¿ En una palabra: que no es capaz de de-21 / mostrar las cualidades y atributos de cuanto se le pre- senta ? & Quien es el que no puede sufrir las dudas y repugnancias que comprende la fé de una vieja decrépita 2 ; No es el que en sí mismo encierra tan incomprensibles contradicciones P ¿ Cuya razón parece un destello de la Divinidad, y cuyas pasiones le cons- tituyen muchas veces el mas despreciable y dsñino de todos los seres ? Qué cada instante toca un pequeño trozo de materia , mira la disposición de dos peque- ñas líneas, y encerrándolo todo en su mano, le di- cen la geometría y la física, que aquellos obgetos son infinitos en estension, ó progresión ? ¿ No es un Newton que examina los Cielos , demarca sus provincias, esta- blece leyes y equilibrios para el giro de tantos orbes, inventa el cálculo de las fluxiones, analiza los ra- yos del sol, y cuando quiere examinar la religión pro* duce su miserable esposicion del Apocalypsi I ¿ No es Lutéro , que se jacta de que ningún doctor ha en- tendido é interpretado como el las escrituras sagradas, y después publica que el demonio es el que le ha en- señado que la misa no és un verdadero sacrificio ? ¿ Y, á este hombre encuentra el Sr. Blanco con tanta ele- vación y sublimidad de pensar , que puede por la no- bleza de su entendimiento, decidir absolutamente de su religión ? j Es á este, á quien se le debe permi- tir no solo que piense como quiera, sino que también obre publicamente como piensa , y que la república le franquee templos, sacerdocio, y prosélitos para sus ca- prichos , desorganizando el orden y armonía general de aquella sociedad ? Faltando razones, se nos proponen hechos ; sien- do el primero , que en Inglaterra y Norte América viven los religionarios en paz , y enteramente sumisos i la autoridad del gobierno. Convenimos en que, cuando las religiones son muchas, é importante cada una para subyugar á las demás, pue- den conformarse en vivir tranquila y sumisamente. Pero si alguna progresa sobre las otras, se hace perseguidora y dominante : sino progresan, concluyen, como decia Montesquieu, en la indiferencia por toda religión; esto es, en la irreligión absoluta, 422 Pero nos dice el Señor Blanco , que la Ingla- terra es una prueba de que la multitud de religiones no conduce á la irreligión : que allí hay un espirita religioso sincero y activo , cuando la religión ha de- saparecido de las ciases bien educadas de Francia y España. preciso no entender todo esto á la letra. El partido que, con pretesto de la religión , signe á Fernando 7.° en España á pesar de su ingratitud, y horrible política , manifiesta el apego religioso de to- das las clases: y en Francia, contribuyó mucho á la elevación imperial y aun consular de Napoleón , el empeño que tomó en restaurar el catolicismo, cuya re- ligión conservaba la mayor parte de las familias no- bies, ó bien educadas. Sobre Inglaterra se oponen á la aserción del Sr. Blanco algunos dichos y hechos de los mismos Ingle- ses. Uno de sus literatos decia (dictionaire des gens du monde : verb. Religión, ) w Pocos siglos ha que fuimos los mas supersticiosos de todos los hombres; en el pasado fuimos fanáticos furiosos .* pero hoy so- 3, mos el pueblo de la tierra mas frió, ó indiferente „ para cuanto concierne á la religión.4' Voltaire habia dicho ya, que en ningún pais existia tanto theismo como en Inglaterra. En efecto es un hecho tan noto- rio como raro, el ocurrido á los Ingleses, quienes en- tre el reinado de Enrrique VIII y su hija Isabel , mudaron la religión cuatro veces. La Inglaterra tam- bién precedió á la Francia en escribir contra el cris- tianismo, y la verdad de sus libros sagrados,, á pesar de ser esta la religión genérica del pais : y el Señor Blanco recordará, que casi todas las objeciones del co- rifeo francés anti-cristiano Mr. de Voltaire, las toma de los escritos de Milord Bolimbroque y otros distin- guidos Ingleses. En efecto es grande la celebridad, y pródiga la erudición con que corren allí tantos li- bros anti-cristianos. Aun prescindiendo de estos he- chos, bastaba observar la suma facilidad con que en Inglaterra se crean , mudan, ó alteran las sectas re- ligiosas, para desengañarse de que no debe ser muy sólido y sincero el apego á la propia religión. Lo que ciertamente hay hoy en mucha parte deInglaterra y Estados U nidos, es un espíritu religio- nario, ó de proselitísimo, y un capricho de formar y ramificar religiones, que es muy distinto de la dó- cil sinceridad religiosa. Ni de otro modo hubiera po- dido Enrique VIIí mudar en tan corto término la religión del pais. Los ingleses son religionarios. Pri- mero , por su carácter melancólico y contemplativo. Segundo , por la índole de sus últimas revoluciones todas religionarias. Tercero, por el espíritu sectario y de proselitísmo que hoy reina allí ; y que, como de- cía, un político, es la pasión mas vt h- mente después de la de conquistador. El señor Blahoonos anuncia; que solo de sectas cristianas considerables habrá hoy como cincuenta en Inglaterra. Cuando existe este vér- tigo religionario , se exita una emulación entre las sec- tas á fin de dominar por la opinión, rapaz de indu- cirlas á toda austeridad, y á una moralidad sublime. Asi sucedió en la primera época del cristianismo con mas de sesenta sectas casi todas austerísimas; y en el siglo 13 con las instituciones monásticas. Antes es prueba de la tendencia irreligiosa del siglo, el que no se vea alli un acetismo y privaciones estraordinarias. Lo mismo digo de los Estados Unidos. Fero este vértigo pasa, y se resfria por su misma penalidad, y mucho mas cuando no es sostenido por las costumbres, ó por el aparato religioso y respeto nacional: y en- tonces declina en la absoluta irreligión: esto es lo mis- mo que el citado ingles nos dice va sucediendo en su pais. En efecto pudiéramos citar aquí respetables testimonios de escritores y otras personas inglesas, que nos aseguran el progreso tan rápido que vá tomando ya la irreligión en aquel pais. Esto es consiguiente á la índole del entusiasmo. Finalmente, no es la intolerancia, sino el espíritu de crítica y de libertad intelectual ( que es la mania del siglo) la que prcduse la incredulidad tanto en paí- ses tolerantes, como intolerantes. Si la crasa ignoran- cia es madre de la superstición, una sabiduría superficial inspira el .orgullo de sutilizar sobretodo, y sugetar a nuestro examen, las cosas mas incomprensibles; hasta que, vientto al mí que nada se alcanza, ni contenta la miserable24 razón; se ocurre á la incredulidad, que lisonjea las pasio- nes desordenadas. Asi se pasa la época en que la ima- ginación, esclaviza al entendimiento: predomina el jui- cio en la vejez, y el conocimiento de nuestros erro- res cuando se acerca la muerte; y en estas épocas t generalmente desaparece la incredulidad. Platón ase- guraba, que jamás habia muerto algún hombre en la persuacion de que no existía un Dios ; y es un accio- ma el célebre dicho de Bacon: que poca filosofía produ- ce incrédulos , y mucha hombres religiosos. También se fomenta la irreligión ( por lo menos en la práctica ) cuando se esperimenta notable contra- dicción entre la disciplina ó moral religiosa, y las cos- tumbres; lo que sucede con frecuencia en el catoli- cismo. Mucho mas si en el sacerdocio existen abusos y atribuciones, que repugnan á su instituto. Los go- biernos deben dispensar el mayor aprecio y respeta- bilidad al sacerdocio, porque es el código vivo de la moral en que descansan las leyes ; pero también de- ben cuidar mucho de su probidad y sugecion á sus límites ministeriales. Su influencia en el orden polí- tico ; unas facultades capaces de turbar la administra- ción civil y la sumisión de los pueblos; toda exacción que tome el ayre de venialidad en las gracias y pri- vilegios religiosos , servirán siempre de apoyo para atacar la religión . y su disciplina. Un sacerdocio con- traído únicamente á sus deberes morales y espiritua- les, y sostenido cómoda, pero honestamente; dirigirá eficazmente las costumbres, y hará adorable, la religión. . §. x. Lm libertad religiosa fomenta la cultura* También ocurrió á-algunos tolerantistas, que la cultura del siglo se debe á la libertad concedida al pensamiento y su manifestación : siendo una de estas libertades la de opinar sobre Dios, su atributos, mis- terios y culto del modo que se quiera. De cualquier modo que hayan pensado los hott—----.——----- 25 bres de las siglos pasados; solo estaba reservado al nuestro , hablar con esta impudencia sobre la Deidad. Convenimos en que la libertad de pensar en materias naturales puestas al alcance de nuestra inteligencia, debe contribuir á la propagación de las luces; pero en objetos en que todas las investigaciones son inútiles, y nada puede alcanzar el entendimiento mas sublimes ¿ á que podrá contribuir el triste uso de una imagi- nación exaltada y caprichosa T Tal empeño y liber- tad metafísica bastaria por si sola para destruir ia cul- tura y el buen gusto. Esta reflexión va de acuerdo con la esperiencia. La Grecia en la bella época de Feríeles , Demóstenes , Eurípides „ Sófocles , Platón y Aristóteles no inventó cultos religiosos , ni s glon verdadera y divina cuando no la dejamos soste- nerse por si misma, brillar y prevalecer en medio de los ataques y competencias de otras religiones." Muy destituido de razón debe hallarse, quien ocur- re á tales sarcasmos. —Si son padres de familias, per- mitan á sus hijos que, después de instruirlos en la» mejores máximas de la moral, vivan y se acompañen con los hombres mas viciosos y corrompidos, seguros de que todos los delitos no destruirán una verdad mo- ral. Si son magistrados jamás eviten las convulsio- nes y desórdenes ; porque es una verdad tan eviden- te como practica, que la tranquilidad es el mayor bien interior de una república. Por lo que respecta á la religión; cuando ésta exista únicamente entre los An- geles, aceptaremos su jactancioso convite. Entre tan- to con hombres débiles y subyugados de errores y pasiones nos manejaremos en la religión como en to- das las practicas humanas, y usaremos de los mismos remedios y preservativos con que se dirige la sociedad;§. XII, Educación inquisitorial. Diremos ahora dos palabras sobre las observación gies del Sr. Blanco dirigidas especialmente al Examen Instructivo—Se persuade este sabio, que en una cons- titución tan liberal como la de Chile solo pudo pro- tejerse la intolerancia religiosa por el influjo que ha tenido la Inquisición en nuestras costumbres, Fero 3 a la voz de Moy- ses y de los Prole Las, que le declaraban por Mesías; de suer-37 blico que aquel que practica y aprueba la Iglesia Ca- tólica. Se atrae desde luego á las colmenas de casa las abejas que labran la miel; pero no se les provoca, ni deja usar del aguijón con que dañarían á los que la habitan. Asi es como la sabiduría del primer Congreso, sin dejarse alucinar por vagas declamaciones contra la intolerancia preservó por un solo rasgo de la gran car- ta social, á la religión y culto sincero de nuestros pa~ dres de toda mezcla y contagio. Bastaría esta breve esposicibn para conocer la jus- ticia con que nuestro primer Congreso sancionó en los artículos 8 y 9 de su constitución la csclusion de toda otra' religión distinta de la Católica, Apostólica, Romana, y la respetabilidad de esta bajo la proteccio n de la nación, y de su gobierno. Mas como la palabra tolerancia e into* lerancia, una y otra mal entendida ó sacada fuera de los limites á que deben ceñirse, es el semillero de los sofis- mas, y declamaciones,.de que se valen nuestros pseudo- íilosofos para predicarnos, tan osadamente la libertad de cultos, nada será mas conducente á acabar la apología de la intolerancia tal cual la sancionó el primer Congre- so, como analizar ambas palabras, y simplificar las no- ciones que les corresponden. Este es el medio mas cor- to y certero de desatar los lazos con que la falacia del fi- losofismo pretende tener cautiva á la verdad, y, escusan- do largas é intrincadas disputas, es por consiguiente el mas proporcionado al común de los hombres. Las pa- labras son los signos de las ideas, y no es posible al- terar el sentido de aquellas sin producir la confusión de estas. Con este objeto añadimos las siguientes reflexiones. La tolerancia es siempre de algún mal: el bien se- aprueba, lo indiferente se permite. Mas querer tolerar te que Diderot distingue el único caso que debe hacer ecep- cion de la regla general de intolerancia que establece. Fuera de él, según Diderot elpueblo tiene derecho de gritar crucifige contra los que contradicen la religión de su pais, aun cuan- do hicieran milagros. Terrible sentencia contra nuestros filó- sofos á la moda, que aun sin hacerlos, quieren atraer bajo el nombre de. tolerancia todas las religiones contrarias á la de su patria..38 el mal,- cuando todavía no existe, ó no está hecho, es eu lenguage claro, ó sin apelar al sofisma y retruécano de palabras, desear que exista, ó que se haga. No es lo mismo tolerar un dolor de cabeza, cuando ha sobreveni- do, y no hay medio de curarlo, que deoear tenerlo. Lue- go la palabra intolerancia, que es el termino opuesto, solo significa en nuestro caso, no desear, ó no querer que se introduzca en el territorio de la República el mal que infaliblemente trae consigo la diversidad de cultos. Y ¿ puede haber una denegación mas justa, sabia, y pruden- te ? ¿ Desearíamos por, ventura, que se introdugese la peste, ó que sobreviniese alguna otra calamidad que afli- giera á la República, ó á sus ciudadanos f Que la introducción de un nuevo culto, ó religión, donde se practica la católica, sea un mal moral, solo pue- de dudarlo quien se persuada impiamente, ó que no se halla la verdad en ésta, ó que es indiferente á los hom- bres la profesión de la verdad, ó del error en el pun- to mas esencial. Y que sea también un mal político es evidente, por el sentido propio y natural de la palabra tolerancia con que se le designa, y por confesión de .los mismos que tanto declaman contra la intolerancia. I De dónde vienen las persecuciones, las discordias, las guerras intestinas de religión, que sirven de lugar co- mún para animar sus declamaciones, sino de que en un principio se ha tenido que tolerar, ó no se ha podido impedir que, 6 sea por engaño, ó sea por la fuerza se introduzca una nueva creencia, ó religión contraria a la del estado ? Esta ha sido en Francia, en Alemania, y en todas las naciones y siglos la guia que puso fuego al volcan, cuya esplosion después se hizo tan inevita- ble como destructora. Arclet adhuc Ombos et Tentyra ( decia Juvenal ) [ 9 ] quod numina v'tcinorum—Odit uterque locu.i, quum solos credat. habetidos—esse Déos {'tíos ip&e ceiit. Sin un Lútero, sin un Zwinglio, sin un Calvinque á despecho del estado, y de la mayor parte-de sus con- ciudadanos levantaron el estandarte de la rebelión, y se pusieron á dogmatizar contra la enseñanza común de la Iglesia ¿ se habrían visto los furores de ios Ana- (9) Sat 15. v, 33. y siguientes.39 baptistas, y las guerras de los Protestantes en Alema- nia ? ¿ Los sangrientos encuentros de los cantones fede- rados de la Suisa ? j La conjuración de Amboisa, la ma- tanza de S. Bartheiemy, las guerras de la Liga, y otras que succesivamente se han eccitado per la secta tur- bulenta de los Hugonotes, y todos los incrédulos en Francia ? Querer que se tolere una nueva religión, ó un nuevo culto diverso, ó contrario al que está esta- blecido por la Iglesia, porque no haya persecuciones y guer/as de religión, es lo mismo que pretender que se toleren en el estado los sediciosos que conspiran contra la autoridad del gobierno y de las leyes, á pretesto de evitar las proscripciones y los torrentes de sangre, que hace correr la guerra civil en aquel lance inevitable. Los buenos ciudadanos que entonces se arman bajo la égi- da de la ley para repeler la injusta agresión de los se- diciosos y sus cómplices, no son culpables de la sangre que se derrame, sino los malvados que emprendieron la obra de perturbar la tranquilidad pública; y los pri- meros pueden decir á los últimos con las palabras del Apóstol: Vosotros nos habéis puesto en esta dura ne- cesidad: Vos me coegistis. ( 10 ) ¿ Quién jamás ha de- clamado contra la. i ato le rancia y zelo que hizo brillar Ci- cerón contra Catiiina ? Es verdad que no debe defenderse la religión con la espada en la mano; pero también lo es, que el ge- nio de la heregia, y de todo error, desde el instante en que se quita la máscara, es ser tan vehemente en sus deseos de sostenerse y propagarse, como audaz y vio- lento en su marcha; y no pudiendo hallar su salud , ni su apoyo en la razón ó en la ley, lo emprende todo, primero por la seducción, luego por la fuerza. Mas la religión verdadera no priva á los que la profesan del derecho natural de repeler la fuerza, con. la fuerza, ni ai gobierno del de perseguir y castigar conforme á la ley á los perturbadores de la publica tranquilidad. Convengo en que, si ya se ha introducido una nue- va creencia 6 culto que ha arrastrado en pos de si una gran parte de los ciudadanos, será menester tolerarle, sino queda otro modo de pacificar al estado, ó de pro-' ( 10 ) 2 ad Corínth. ca¿). 12. v. II.40 curar el bien común de todos ; asi como se tolera un dolor de cabeza, ú otro achaque del cuerpo, cuando se ha resistido á todas las medicinas.. Pero no es éste nuestro caso; y cuando él llega á suceder en al- gún pueblo ó nación, bien se deja vér, que siempre es un achaque del estado, y que éste no puede ll,i- marse sano, ni perfectamente feliz, mientras que lo padezca. Que por consiguiente, asi como un cuerpo valetudinario necesita de muchas, y muy delicadas pre- cauciones para no morir en cada instante, está pre- cisada también la ley y el gobierno que la egecuta á tomarlas iguales, con respecto á las sectas toleradas , para que de una hora á otra no perezca el estado. Y pregunto ¿ hay quien, teniendo en sus manos estar ó constituirse sano , elija atraer sobre su cuerpo al- gún achaque ? Convengo también en que á nadie debe hacerse violencia para que crea. Una fe fingida por el temor es una irrisión de la verdad, que ni glorifica á Dios, ni aprovecha al que la finge, Pero igualmente es cier- to, que nadie debe escandalizar á los qué creen. La obligación es reciproca: y si yo no tengo derecho d» obligar á nadie á que piense como yo, nadie tiene tam- poco derecho de obligarme á que piense como 'él , ó á que deje de pensar como pienso. ¿ De donde vie- ne pues, que los que mas se enfurecen contra la in- tolerancia son los que con mayor descaro insultan á la religión, y escandalizan á los débiles ó ignorantes con sus 'acciones, con sus palabras, y escritos anti-re- iigiosos? Declamando pues contra la intolerancia, no apelen á la razón, ni á la justicia ; digan mejor con franqueza, que aborrecen á la religión, y á los que la enseñan ó profesan. Está bien que no haya Inquisición, ni calabozos, ni hogueras. Mas porque se ha proscrito este ecceso, ó abuso de la intolerancia ¿ será preciso tolerar en un pais Católico todos los cultos y todos los errores ? Otro tanto valdría decir que, porque debió proscribirse la práctica cruel que usaban los antiguos Egipcios, se- gún refiere Plutarco, [ 11 ] de sacrificar los estrangeros [ 1.1 ] De Iside et Osii\ cap. 28.41 sobre el altar de sus Dioses, fuese preciso tolerar que ellos fuesen á insultar su religión y sus leyes; ó que abolida en Atenas la ley severa de Draeón que con- denaba á muerte los ciudadanos ociosos, (12 ) se de- biese desde entonces tolerar la holgazanería en la re- publica. La Iglesia desde les primeros siglos ha con- denado la heregia y todo error bajo la pena del ana- tema; y á no ser que se crea ilusoria su autoridad, ésta ley tiene siempre sus efectos en la comunión Cristiana. La ley civil que en todos los estados Cató- licos es el garante de su respetabilidad, la estiende de acuerdo con aquella á la comunión política, y á pro- porción del escándalo dado, tiene en sus manos medios justos de vengar el ultrage hecho al objeto de la ado- ración pública de los ciudadanos. ( 13 ) La Inquisi- (12 ) Pradulph. Prat. Jurisp. vst^ Draconis III. Bartelemy. tom. 1. p. 268. Voy age d1 Anacharsis.'1 (13) Toda violación délos derechos naturales, y socio» les del hombre es digna de la animadversión de las leyes se- gún nuestros fil&sofos; sola la violación de la religión, y del culto se quiere que sea impune, y se nos repite con Bayle ( Commenf philos. 11. par. c, 6.) que es preciso dejar á Dios el cuidado de castigar á aquellos, que solo pecan con- tra Dios: Deorum injurias, Diis curae: y aun se atreven á citarnos el ejemplo de Jesu-Cristo y de sus dicipulos que- predicaron una nueva doctrina. Mas reflexionen, que todo hombre que anuncia una nueva doctrina sin hallarse en es- tado de probar auténticamente su misión es un perturbador. Y si Jesu-Cristo y sus dicipulos no merecieron, ni merecen ésta nota, no fue sino porque probaron evidentemente la su- ya. ¿ Que prueba han dado de su misión divina Arrio, Pelagio, Nestorio, Latero, Calvino, y tantos otros ? ¿ lian dogmatizado con la mansedumbre, moderación, paciencia, y desmlercs de Jcsu-Cristo, y de los Apostóles ? ¿. Sus dici- pulos han sido tan apacibles como los primeros fieles? Si un herege ó un incrédulo guardase para si solo su dectrina, es cierto que solo pecaría contra Dios. Mas el fu- ror de hacer prosélitos, de ser gefe de secta y de destruir el par do opuesto turba la tranquilidad publica. El quo profesa una otra creencia, ó egerce publicamente un otro culto del que está reputado en el pais por verdadero, «e- 8don se ha abolido justameate, pero no la ley común de la Iglesia, ni la civil, que por su uniformidad for- ma como un derecho público de los estados Católi- cos, y mucho menos la ley eterna que nos manda res- petar no solo la vida, la libertad, y la propiedad de los bienes temporales de nuestros conciudadanos, sino también la propiedad que les es infinitamente mas cara y preciosa, cual es la de su religión y creencia. Dí- gase pues que la Iglesia es intolerante, que lo fué Jesu-Cristo de quien ella ha aprendido á mirar como un pagano á todo el que no la oye y obedece, que lo es Dios que ha jurado solemnemente no transigir jamás con la iniquidad y la mentira, que lo es la ver- dad misma que esencialmente es irreconciliable con el error. Pero, sancionada una vez la intolerancia no ven- drán los estrangeros, y no prosperarán entre nosotros el comercio, la navegación, la agricultura, las artes, la industria, la minería....! Cuando el Perú no tuviese en su seno los manantiales de la riqueza, y necesitase men- sidta la religión del estado, escandaliza á los débiles en la fé, ataca la propiedad mas preciosa délos ciudadanos, la de su fé y religión. Y ¿ todo esto puede quedar impune por las leyes, b lo que es peor, puede la ley tolerar espresamen» te tamaños males contra el estado y los ciudadanos ? El raciocinio de S. Agustín, escribiendo á Bonifacio, es tan solido como incontestable. El vale ínclitamente mas que todas las sofisterías del tolerantismo. " ¿, Quien [ dice 55 este santo Doctor ] en sano juicio dirá á los Reyes: no „ cuides de que se impugne la Iglesia del Sr. en tus esta- „ dos, no atiendas á si hay ó no en tus tierras, quien sea Católico, ó Herége. Los Reyes deben castigar los adttU 5, terios i. y estarán obligados á permitir los sacrilegios y las ,5 blasfemias ? Si el Rey debe impedir con leyes sabias que -5 ninguno entre á violar el ageno tálamo para conservar 5, el honor de un marido ¿ no estará obligado también á ?5 impedir que ninguno venga á poner asechanzas, y man- 55 ciliar la fé de los creyentes ? Por ventura i será de 55 menos valor el que la fé se conserve pura en el alma para 5, Dios, que el que la muger se conserve pura en el cuer- .5 po para su marido ? Ep. ad Bonif 189.¿3 digar su prosperidad temporal á puertas agenas, si esto hubiese de ser á precio de su fé, y de sus virtudes cris- tianas, debería decir animosamente con el Profeta..... „ Bienaventurado llaman al puel lo que tiene sus arcas llenas de oro, que á proporción de sus tesoros osten- „ ta el mas brillante lujo en sus hijos, que abunda de „ ganados, y reboza de alegria en la plenitud de todos los bienes de la tierra ;: mas yo digo mejor: bienaven- „ turado el pueblo que tiene al Señor por su Dios.,, Bea- tum dixerunt populum, cui haec sunt: beatus populus, cujus Domtnus Deus ejas. (14) Los hombres y las ri- quezas pasan; Dios permanece, y no es licito trocar por todo el oro del mundo la herencia que nos dejó Jesu- cristo. Mas no, no es inconciliable la Religión Cató- lica con los hombres, sino con sus errores, ni buscando la eterna felicidad de los ciudadanos, les obliga á olvi- dad la prosperidad presente de su patria. Vendrán, si, vendrán muchos estrangeros, que pon- gan en contribución á beneficio del pais sus talentos y sus brazos, y que se estrecharán con nosotros por la unidad de religión, si profesan la Católica. Vendrán muchos, que depondrán sus errores para adherirse á la nuestra, atraidos por los encantos de la verdad, y por los secretos resortes de la gracia. Vendrán muchos, á quienes les es indiferente su religión, con tal que hagan su negocio, porque es muy natural que opiniones meramente humanas cedan al impulso del interés pro- pio. Vendrán muchos, que no echarán de menos las prácticas esteriores de su culto, de que apenas se ocu- pan en el lugar de su origen, y que, ó sea por mode- ración y prudencia, ó sea por miramiento á la socie- dad y sus leyes, respetarán las del nuestro. Pero si vinieren Franc-masones coligados á dilatar su secta, enganchando á los ignorantes ó incautos, y á minar sor- damente la fé y la moral del Evangelio; si vinieren osados filósofos y ateístas insolentes á insinuar en el vulgo los principios de la irreligión y materialismo , ó fanáticos sectarios á corromper la fé del pueblo, y á turbar la paz y unión de los ciudadanos....el zelo santo de la Religión velará sobre sus maniobras ocul- -----:-:--1 ( 14 ) Psalm. 114. v. 15.44 tas, ó descaradas empresas, y apoyado de la ley del es- tado que la protege, no renovará, es verda l, los clan- destinos procesos de la antigua Inquisición, ni la odio- sa escena de sus calabozos y hogueras; pero si, invo- cará la ley y el oficio del primer Magistrado para de- cirles con no menos firmeza que eficacia....Dexadnos en paz, y abandonad la afortunada tierra, cuyos derechos mas sagrados habéis tenido el arrojo de violar,... Tanta ne vos generis tenuit Jiducia vestri ? Jam coelum terramque...... Miscere, et tantas audetis tollere moles ! MaturaU fugam, et dulcía linquite arva. [ 15 ] ¿s Puede haber cosa mas equitativa y prudente.? Tales son las nociones simpíes y claras de la legí- tima intolerancia. Ellas no podrán jamás obscurecerse por los sofismas, y se sobrepondrán siempre á los de- nuestos y vituperios. El Congreso no tiene que arre- pentirse ni avergonzarse de haberlas adoptado, y Lima que las ha proclamado á la faz del Universo fia en su invariable adhesión á ellas una parte muy principal de la felicidad futura del Perú. Nada le importa que se diga por eso, que está atrazada en la carrera délas luces ; porque está muy lejos de irlas á buscar en las tinieblas del scepticismo filosófico. Ella no ignora cuan- to se ha dicho en contra por los falsos filósofos del siglo, sabe discernir la sutil falacia de sus sofismas , no se arredra del furor de sus declamaciones, ni de sus groseras invectivas, y se gloría de ser tan anciosa de adquirir las luces que le faltan, aprovechándose de ia antorcha de las ciencias y art^s útiles, común á to- das las naciones, como zelosa de no perder las que ha recibido del cielo, por el beneficio inestimable de [ 15 ] Mneid. lib. 1. v. 132. y siguientes. Eclog. 1. v, 3. La dialtfe que se comete en el ultimo verso, compues- to con una ligera variaáon de los lugares citados de Vir- gilio, tiene la autoridad de este insigne Poeta en este ele- gante y descriptivo verso....tcr sunt conati imponere Pe- lio Ossam. Georg. 1. v. 28: fuera de otros varios egemplos.45 la Religión Católica que profesa, sin consentir jamás en retrogradar, para descender luego por la escala de los errores hasta el abismo de la irreligión, y fanatis- mo filosófico. La cuestión es saber, si la Religión Católica que sigue, es la única verdadera; desde entonces es evidente, que ella es, y debe ser por su naturaleza intolerante y y que si la preocupación ó la pasión no cegara á los mortales, debería ser la religión del hombre y del ciu- dadano en todo el mundo. Para predicar, pues, con su- ceso la tolerancia.,, seria preciso empezar primero por demostrarnos la falsedad de la ReligionCatolica. Mas sin ser un Hercules en el estadio de las letras, no te- memos los ataques que siempre se le. han hecho, y se» le harán eternamente con las despreciables armas del fraude y del sofama^ 46 NOTAS ¥ ADICIONES Pag. 1. lín. 1. MI Sr. D. José María Blanco autor del Mensajero de Londres* És muy singular la lógica de este Sr. en lote Consejos «fue sobre la intolerancia, dirige á los Hispano-Americanos en uno de los Mensajeros copiado en el Peruano de 9 de Agos* tó de 182c2 núrn. 20. Atribuye á la intolerancia la actual in^ credulidad de los Españoles^ y de muchos Americanos que séí han dejado seducir por la lectura del Citador y de otros li- bros igualmente impíos,y disolutos, Ésto sucede (dice) porque la religión del país fio les deja termino alguno entr-eel canjuti* to de sus dogmas, y la incredulidad absoluta. Debiera ha= ber advertido para discurrir con acierto, que esta espantosa alternativa no depende precisamente de la voluntad de los hombres tolerante ó intolerante, sino que está embebida en la naturaleza de las cosas. La verdad es una, y desde que alguno se separa de ella, si raciocina sea por si, sea confort me á los libros que le enseñaron una vez el principio que con- duce' á separarse de ella, no es posible que.deje de deseen-* der precipitadamente por la escala de los errores hasta el Ultimo. Asi, tanto por los hechos que ministra la historia de la moderna incredulidad, como por los raciocinios de todas las sectas, .por donde esta ha ido deslizándose del protestan* tisnto al deísmo, de este al materialismo, y finalmente -al pir- ronismo, b incredulidad absoluta, es una verdad demostrada con la ultima evidencia, y reconocida aun por los mismos in- crédulos, que la pretendida reforma de Lutero y de Calvino, desechando la autoridad de la Iglesia, y adoptando el prin~ cipio de la razón para conducirse por ella sola evr materia de religión, abrió esta espantosa revolución del espíritu hu-* mano qué al cabo le ha hecho caer en el último grado de ceguedad en que hoy se halla por la mayor parte; que la /otft'/'fflwc¿'«umversalmente reclamada por todas las sectas para pensar de Dios y de süs deberes para con él como mejor parezca a cada uno, es el alimento de todos los errores y la destrucción de toda religión; que la razón abandonada a síÍ7 misma no encuentra límites en que póder detenerse j qué entre la verdad establecida por mano de Dios . y el pir- ronismo absoluto ó dada universal no hay medio que pueda lijar por mucho tiempo al espiritu humano; y que todo el que se precia de saber raciocinar, es preciso que sea 6 Cristiano Católico, ó entecamente incrédulo en todo el rigor de este termino, Véanse las pruebas de estas verdades en. Ja X Carta Poruana. Luego lejos de ser la tolerancia de las sectas un re=> .medio de la incredulidad, como piensa el Sr. Blanco, no ha- ña sino estenderla, fortificarla, y hacerla para siempre in- corregible entre nosotros. El corazón del hombre se va naturalmente tentado á dudar de su propia creencia, por mas bieti fundada que sea en si misma, cuando tiene á la vista otras diversas, especialrn ente si llega á persuadirse que los que las profesan son hombres de talento y de instrucción. $)e las disputas y combates entre las diferentes sectas pro* testantes y socinianas nació por la primera vez el deismó en Inglaterra; y este después de haber contado entre sus inven» jtores ó secuaces al Lord Herbert Cherburi, á Blount, Sbas«¿ tesburi, Tindal, Morgan, Chubb, Collins, Wolston y Boling- foroke, se vio presto convertido en ateísmo en la pluma de- Hobbes y Toland, y al fin en scepticismo en la de David Hu- me. Lo mismo sucede el dia de hoy en Inglaterra^ donde reina la tolerancia de todas las sectas, á ecepcion de la Re- ligión Católica; y lo mismo en los Estados Unidos de Ame» rica, donde se halla establecida la libertad de cultos, ó me- jor diré, la indiferencia de religión. Y á vuelta de los hom¡> ifres sabios, que dice el Sr. Blanco, que hallo en Inglaterra, firmemente persuadidos de que el Cristianismo és revelación de Dios, y cuyo egemplo [ añade ] que le hizo estudia?- cotí candor y esmero los libros que defienden su verdad hasta des-' vanecer sus dudas, y convencería de su antiguo error d de su anterior incredulidad, existen hoy en aquella capital mu- chísimos incrédulos de todas las naciones, que cuando no pue- den escribir nada por si contra la Religión Cristiana á la som* bra de la tolerancia Inglesa, se contentan a, lo menos con tra- ducir al castellano, imprimir y circular los libros mas impio$ que ha producido la Francia, á fin de inundar con ellos los nuevos estados Hispano-Americanos, Lo mismo ha sucedido también en Francia, donde 4 mas £e los incrédulos que formaba cada dia e¿ Cabúiisino ¿ole?ü?48 do en su seno, fio tubieron los mas de sus huevos filósofos vergüenza de aprovecharse de las lecciones de incredulidad que les daba la tolerante Inglaterra. El primer deísta Rous» seau fue dicipulo y plagiario de Tindal y Morgan. Voliaire en Inglaterra fue donde hizo su sacrilego juramento de des- truir la Religión de Josu-Cristo, y del Lord Bolingbroke aprendió á combatirla. Casi todos les materialistas é incré- dulos de Francia no han sido mas que ecos y copiantes de '¡ los Ingleses. En íiu, lo mismo ha sucedido en nuestros días tanto en España, como en America, desde que se pudo leer cen , libertad esa multitud de obras, que ha producido la impie- dad de los Ingleses y Franceses, por hombres, ó de quien la corrupción preparada de su corazón los inclina á abrazar una doctrina que los desembaraza del temor de los Dioses, y de los remordimientos de la conciencia, ó de quien la ignoran- cia de su religión, y de los indestructible., fundamentos de ella los ha hecho victima» de los sofismas de la incredulidad, y no les ha dejado ver la religión, sino bajo de los colores ntl- sos, ridiculos ó atroces, con que la pintan los impíos. Los Es- panoles'é Hispano-Americanos fueron por muchos siglos into- lerantes, pero jamas incrédulos hasta la época presente. Es menester, puej, buscar la causa de su actual incredulidad, tío en la intolerancia, sino en la licencia de leer cuantos libros impíos é inmorales se les vienen á las manos, sin criti- ca ni discernimiento, sin haber estudiado antes su religión, y lo que es peor, con el preparativo de un corazón, que aban- donado habitualmente á las pasiones jamás ha podido per- cibir su luz, ni sentir sus inefables consuelos y dulzuras. El mismo Sr. Blanco habría dejado de hacerse incrédu- lo, según confiesa en su escrito, a. pesar de la intolerancia de su patria, si hubiera hecho lo que al fin hizo para desenga- ñarse de su error. Por ventura ¿ la intolerancia de su pais le impedia estudiar mejor su religión antes de determinarse á abandonarla ■? E-;to dictaba en todas circunstancias el buen sentido, y el Sr. Blanco no consentirá jamás en decir que, la intolerancia llegó á privarle de él por algún tiempo. Es ( dice ) que ta creencia debe ser fruto del convencimiento^ y esto es lo que la intolerancia impide. El convencimiento de- pende del peso de los motivos en que se apoya la lleiigion Cristiana, que es siempre el mismo cualquiera que sea la opiiion que domine en un país, tolerante ú intolerante. To-49 do el que de buena fé y ton diligencia la estudia y exami-, > na , corno lo hizo el Sr. Blanco (para lo cual no pueden faltarle buenos libros donde quiera que esté, si bs busca y solicita ) no puede dejar de rendirse á la fuerza de sus prue- bas, que, según decía Fonleneile, sola ella las tiene entre todas ías religiones del universo. Si -á pesar de esto, su es- píritu es tan rebelde, ó su corazón tan pervertido, que na se deje penetrar de su luz ¿. que se hará ? ¿ Que se le ¿ole- re en su incredulidad Sea en hora buena, con tal que la guarde para si mismo. Mas exigir que se le tolere también, que en una sociedad de creyentes comunique á otros el; contagio de su incredulidad, ú obre en sentido contrario á la ¡ religión vada debiera estar en la mente de nuestros Legisladores esta ma\ima saludable de un publicista generalmente estimado. „ Las grandes mudanzas en un estado ( dice ) son opera- •-'-----*--»---1 —T "■** (U Fiat, lili. 11. de rcp. lib.IV* de le$.53 V, ciones delicadas, llenas de riesgos; y un pueblo debe ser a, muy circunspecto en esta materia, y no inclinarse jamás s, á las novedades sin las razones mas urgentes, ó sin ne- cesidad." ( 2 ) Verdad, que toca el ultimo grado de im- portancia, cuando es aplicada á aquello por lo cual tomaa el mayor, y mas ardiente interés posible, asi los individuos* como las sociedades politicas, á saber, la religión \ Ojala que el olvido de esta máxima, no hubiese producido ya los mas tristes efectos en algún pueblo de America. Sabemos que el estado de discordia, y anarquía del desgraciado pueblo de S. Juan ha sido el resultado de la ley de libertad de cultos sans.ionada en Buenos Ayres en el artículo 12 de los tratados de amistad, comercio y navegación celebrados entre el gobierno de las Provincias Unidas del Rio de la Plata y la Gran Bretaña. La provincia del Tucnmán la ha re« chazado también por medio de sus representantes en la se- sión de 21 de Septiembre de 1825; y es muy claro que semejantes semillas de discordias no pueden dejar de im- pedir la unión efectiva de las<*provincias que se denominaa unidas del Rio de la Plata. Asi es, como se ve prácti- camente realizado el juicioso dictamen de up escritor del 6Íglo 13 que decia; „ la uniformidad en el culto es en un estado, como el centro en que se unen todos los miem* ,/bros de él; pero la variedad es una semilla de discordia, que tarde ó temprano viene á producirla." ( 3 ) Pre- viendo esto mismo, el divino Platón nos dejó escrita en Su libro de las leyes esta saludable advertencia; ,,á nin» guno debe permitírsele tener Dioses particulares, 6 ado- rar al Dios verdadero á su arbitrio é idea, 6 hacer una „ religión aparte para si.k'' Segundo, cuando se dice que la libertad de aderar á Dios según lo dicte la conciencia de cada uno¿ es uno de los derechos mas nobles de la naturaleza humana, se habla in«¡ exactamente, ó por mejor decir, semejante proposición se apoya en un error inescusable, y en una equivocación mani- fiesta. Todo hombre tiene el deber, de seguir la verdadera religión, el deber de buscar la verdad y de huir de la men» tira; asi es como debe hablarse para hacerlo en términos pro« píos y precisos. La religión no es un. sistema, ni una íilo« 2 ) Vatiel, derecho de gentes lib. 1. cap. 3, 3 ) JaminP jpens. tepL cap. % n, 29 10►*j o<¿-»s cuma mi y -5—.r . - r . .- sofia en que cada uno pueda seguir lo que le pareciere, fin» una obligación esencial, que solo p'uede llenarse cautivando su entendimiento en obsequio de la palabra de'Dios, des-' de que ella es conocida por sus propios é impermutables caracteres. Dio-! no qui¿o dejar la religión a. merced de la razón, o parecerse los hombres, que entre ellos están ficil eje extraviarse, y vana otro t into como sus semblantes. Yá fin de hacerla una sola é inmudable, como lo es por flier/a ia verdad, se dignó el mismo revelársenos desde el principio de los siglos, y espinarnos en la succesion de ellos eu naturaleza y principales atributos , el cuito que debía tri- 'bataréele, el origen, y remedio de nuestros males, nuestros deberes, destinos y esperanzas, acreditando á los que envió progresivamente á hablarnos en su nombre con hechos de que no es posible dudar, y de que solo Dios puede ser el autor, ¿as profecías y milagros. Asi, la historia de todos los siglos nos hace ver que la religión no siguió jamás la progresión de los conocimientos humanos, ni de la civilización dé las naciones: que entre las mas antiguas de estas hubo una creencia m is pura y un culto mas simple, que solo se mantubo y perfecciona en una sene de familias, y en el pueblo Hebreo que al cabo se formó de ellas, el (pie jamás se hizo celebre ni por las ciencias ni por las artes, ni tubo otros medios naturales de instruir- se que los otros pueblos; mientras que en todos estos sin escepcion alguna, olvidarla la tradición primitiva, reynó la absurda religión del polilhcismo é idolatría con las practicas mas abominable», sin que ni su civilización siempre creí ¡ente, ni la luz de la filosofía, que brilló en muchos de ellos por las meditaciones y esfuerzos de sus sabios, hubiesen podido esclarecerlos, ni darles una religión y una moral digna de Dios. Prueba irrefragable de que ni una, ni otra es inven- ción de-los hombre«, sino obra de la sabiduría divina; y qne por consiguiente no es la razón, ni el propio juicio ó con- ciencia de cada uno, sino la autoridad comprobada por la pa- labra de Dios la que debe dirigir al hombre, y determinarle á abrazar la religión, si no quiere volverse á estraviar. Es verdad que el hombre, libre por la naturaleza de su condición, puede sin duda abrazar según su al ved rio el a-rua, 6 el fuego; \7i verdad ó el error; la virtud ó el vicio ; el bien 6 el mal: sin e^to no seria capaz de mérito, siguiendo la verdad y el bien, ni lleuaria el designio da su autor, que53 m propuso en su creación hacerlo participe de su propia felicid td á titulo de premio. Si abraza por el contrarió el errer ó el m tl, no es por un derecho, STho por un estravio de su razón, y por un abuso de su libertad moral. Luego es preciso concluir, ó que no tiene derecho alguno á seguir [ y mucho menos descubiertamente ] la religión que mejor le parezca, sino precisa y únicamente la verdadera, la que Dios ha revelado, y se halla testilicada por los que Dios en- vió á anunciarla al mundo, y por los que les han succedido sin interrupción hasta nuestros dias en la unidad esencial de la te. de la moral y del culto, 6 que con cualquiera creen- cia se salva la verdad de la doctrina que Dios ha revelado, y con cualquiera culto se le reverencia dignamente, y se le da el homenage que él exige de sus criaturas. Mas esta ultima suposición es tan absurda, que ni aun concebiría no« es posible. ,. Que ? [ dice el sabio autor de los pensa- mientos teológicos 3(4) Que ? el pagano que adora mu- ,, chos Dioses: el Judio, el Cristiano, el Mahometano que adoran uno solo : el Cristiano que desprecia á Mahoma ,,-como un embustero: el Mahometano que le honra y ve- .j-nera como al mayor profeta: el Judio que ha crucificado á Jesu-Cristo cpmo á un blasfemo: el Cristiano que le preconoce por el Mesías anunciado psr los profetas y de- „ seado de las gentes : el Deista que niega la revelación ; ,,-el Judio, el Cristiano y Mahometano que la admiten: el ,, Cristiano que adora á Jeru-Cristo como á hijo de Dios y consubstancial á su Padre : el Sociniano que le pone en la clase de las criaturas : todos finalmente ofrecen á Dios „ un culto igualmente agradable á sus ojos ? Lejos de no- sotros una blasfemia tan horrible. El Ser supremo no „ puede aprobar cultos que se destruyen unos a otros. Ea todo el mundo no hay mas que una verdadera Religión, „ asi como no hay mas que un Dios, y solamente esta pue- j, de honrar al Ser Supremo." El derecho, pues, de seguir y profesar cada uno la re- ligión de su gusto tan pregoaado por los tolerantistus, no el otra cosa que el abuso de la libertad en punto de religión, 6 la indiferencia respecto á toda«, perfectamente semejante al derecho de matar á un hombre 6 de robarle sus bienea que en lo moral querría, fundar un malvado fmático, cuan~ f 4-1 " Cap. 3, núm. L %V 56 } do cree que asi le cumple. No es per consiguiente un des* pojo que hace el poder legislativo de los derechos del hom- bre, cuando no tolera que 4. lo menos publicamente se aba- se asi de la libertad con perjuicio de los ciudadanos, ó se muestre semejante indiferencia y menosprecio á la Religión, que mira corno verdadera y respeta el pueblo. En otra nota examináremos, si este figurado derecho inventado por los tolerantistas sea un derecho natural inviolable por los pac- tos sociales de una nación que profesa uniformemente su Re- ligión, como quiere Payne, y con él uno de nuestros pú- blicos escritores. El gobierno de los nuevos estados de America [ insis-» te el Sr. Blanco 3 <7"£ emplea su poder en defensa de la intolerancia de la Iglesia Católica Romana eccede ¿os limi- tes propios de su jurisdicción. La creencia en tal o tal sistema religioso es un acto del entendimiento en que nin- gún gobierno puede intervenir. Tal gobierno por egempfo cree que la Iglesia Romana no puede errar: uno ó mas ha- bitantes de sus dominios cree lo contrario. ¿ Ha prometido Dios infalibilidad al tal gobierno en esta contienda intelec- tual ? i Quien ls ha hecho dueño de las opiniones de hom* ir es libres ? Sfc. Esta argumentación se apoya toda en falsas suposición nes. Supone que el poder legislativo, escluyendo el ejerci- cio público de otros cultos distintos del Caiólico, intervie- ne en los actos del entendimiento peculiares a cada hom- bre, se atribuye la infalibilidad en el juicio que pronun- cia á favor de la Religión Católica Romana, e intenta do- minar sobre las opiniones de los hombres. Todo esto es evidentemente falso. La intolerancia sancionada por las cons- tituciones de America no va hasta penetrar el santuario del entendimiento humano, ni dominar sobre las opiniones. Deja á cada uno que piense como quiera en pun+o de religión^ con tal que no menosprecie la Católica, ni pretenda eger- cer publicamente otra distinta, que tal vez se haya hecho para si: de la misma suerte que cuando promulga una ley puramente civil ó política, no indaga si hay alguno que en lo interior de su pensamiento la repruebe, con tal que ninguno la insulte esteriormente, ni la infrinja por Iqs hechos. Asi se ha practicado y se practica en toda la America desde la época de su independencia. Hay muchos protestantes, y aun incrédulos eutre nosotros, ¿ A quien se ie ha per*-seguido por sus opiniones religiosas, o se le Ira hecho, k menor violencia para que mude de religión ? Para sancio- nar la Religión Católica Romana como única del estado, no es menester tampoco que el poder legislativo juzgue pre-. cisa y directamente que ella sola es la verdadera eníre touai (las que profesan otras naciones y pueblos, ni mucho me- nos que se a ribuya la infalibidad de este juicio; bástale saber que el pueblo, á quien representa y cuyos poderes eger- ce en el acto de formar las leyes, mira como infaliblemente verdadera á la Religión Católica Romana, y quiere que ella sola se conserve, y egerza publicamente en su territorio. Este es un juicio de puro hecho, no dogmático. Si después juzga también, como es natural, que esta religión que el pueblo esclusivamente aprueba, es la que mas le conviene para con- servarse en reposo y tranquilidad, y que la permisión 6 to- lerancia de otros cultos vendría á turbársela, y al cabaá entregarle ó á las discordias y guerras civiles, ó á la indife- rencia de religión y ateísmo practico, como lo ha demostra- do cumplidamente el autor de la memoria política que prece- de a estas notas, será un juicio prudentísimo; pero meramen- te político, nó teológico. ¿. Donde está, pues, la culpa que se le imputa de querer ingerirse en I03 actos del entendí- tnienío, de atribuirse la infalibilidad de sus juicios, y de pre- tender dominar las opiniones y conciencias, que e¿stán fue- ra del ámbito de su jurisdicción ? El mismo Sr. Blanco observa, que la*, leyes intoleran*> tes que se han publicado entre los Hispano-Americanos nct son efecto del convencimiento de los legisladores, que son hombres ilustrados, sino medio de huir el cuerpo á una di- ficultad que no han tenido valor de mirar cara á cara • y esta es que el pueblo es intolerante, y la mayor parte del clero lo apadrina en este sentir. Prescindo de que sea exac- tamente verdadera su observación, pues es un hecho indu- dable á los que presenciamos aqui las cosas, que la mayor parte de esos ilustrados legisladores han estado muy con- formes con el sentir del puob'o y del clero, y muy pene- trados de los gravísimos inconvenientes que necesariamen- te produciría la libertad de cultos; y que los pocos que han sido contrarios, á pesar del valor que han tenido de mirar cara á cara esta dificultad, no pudieron menos que ceder &, ella, ó mejor diría, a la fuerza de la razón. Pero á lo inenos prueba la observación del Sr, Blanco? que en eliníerva'.o de pocas linea? sabe coníradecirse, suponiendo pri- mero que los legisladores Americanos han estado tan inti- mamení.e convencidos de la verdad esclnsiva de la Religión ' Caloü .a Romana , que han lléga lo á atribuirse el privilegió de la infalibilidad de su pronunciamiento á favor de ella, y "el imperio sobre las conciencias; y afirmando luego que los mismos legisladores han pensado para si de otro modo que ' el pueblo, y lejo^ de estar convenciólos, no han hecho mas que ceder á la dificultad que les oponía la multitud patro* cinada por la mayor parte del clero. Asi es como oscila la razón de ios hombres mas ilustrados, cuando se empe- ñan en persuadir paradojas. Otra equivocación padece también el Sr. Blanco. No- sotros los Católicos creemos, que la Iglesia universal con- gregada ó dispersa, pero siempre unida a su cabeza , es decir, ¡1 la Sdla de Roma, es infalible en sus juicios dog- máticos. Si el Papa por si solo, ó con el Clero de Roma lo es, ó no. lo disputan los teólogos entre sí. No era jus- to, pues, atribuir á nuestros gobiernos la simplicidad, ó igno* rancia de creer como un dogma de fe lo que no es mas que una opinión, y mucho menos que diesen á esta tanta importancia, que quisiesen entrar en contienda con los qué la rechazan, y obligarlos por fuerza á seguirla. Esto me parece estremamente ridiculo! A o contentes los legisladores { dice el Sr. Blanco) con obligar á ¿as generaciones venideras á ser Católicos Ro- ma?: os, ¿os quieren forzar por una ley fundamental á que no pernvtun el egercicio de otra religión alguna.—Et tun- ta ta ceguera de aquel pueblo, ( habla del megicano ) tan- ta su injusticia y violencia, que no ha sido posible^ á ningún hombre ilustrado el tratar de abrirle ¿os ojos s»bre este punto. Apenas puedo creerlo." No: la timidez de los hom- bres que saben mas que \el común, es la infeliz herencia de ta intolerancia espaí'wla, efecto de su feraz inquisición, que ha destruido el valor moral en los que han vivido :-(tjo de su yugo. Apenas puedo yo creer tampoco, que el Sr. Blanco insulte de esta suerte á todo un pueblo, dueño de estable- cer sus propias leyes, buenas ó malas como Dios le ayu- dare. Veamos, si mas bien puede decirse injusta y violenta su amarguísima censura, y si es mayor la ceguera del Sefior Blanco 'f'¿miento de sus apostóles] y no obstante es/o, i todavía se hacen leyes constitucionales contrariar ú este plan de la providencia '¡ Jesu-Cristo nos dice que no tratemos de arrancar la cizaña que ha crecido con el trigo. No era de esperar que nuestro consejero de la toleran- cia se valiese de tan despreciabas sofismas. En todo este discurso no ha~e oí ra cosa, que disparar tiros al aire, y ja- más al blanco. Yo hago solo tres preguntas al Sr. Blanco, que al instante descubren la impertinencia de sus objecio- nes. 1. ^ Estamos viendo que Dios ha permitid* los deli- tos mas atroces, los asesinatos, los robos &c. sin hacer vio- lencia á los que lo; cometen. Pregunto: los legisladores que no los toleran en la sociedad y establecen severas penas con- tra ellos ¿, son por ventura hombres tan ciegos que quie- ran enmendar la plana al autor y juez supremo del mundo ? % p ¿ Donde están las leyes constitucionales de alguno de los estados hbres de America que por la fuerza obliguen á los protestantes é incrédulos que hay dentro de ellos á pro- fesar la Religión Católica Romana ? 3. p ¿ En que estado Ubre de America ha crecido ya lacizaaa. con el trigo¡ esdecir, se halla ya establecida la diversidad de religiones y, «le sectas juníameote con la Católica V Luego, si el Sr. Blan- co no se atreve á responder afirmativamente á alguna de es» tas tres questiones, y á probar su afirmación, es preciso qu© confiese, que ni los legisladores que no toleran las reli^io- ríes absurdas tratan de enmendar la plana al auíor y jue» gupreino del mundo, ni contrarían al plan que se propuso Jesu-Cristo al publicar la verdadera religión por si y sus apos- tóles sin emplear la fuerza, ni tienen que arrancar la cizaña, que desde luego quiere el Sr. Blanco hacer que nazca cor* el trigo, pero que por fortuna aun no ha nacido y está to- davía lejos de haber crecido con él en nuestros países. ¿ Tergiversará el Sr. Blanco dáciendoños, que las opi- niones religiosas, por absurdas que sean, no pueden cOmpa-f rarse á los delitos, porque son- errores del entendimiento, y no vicios de la voluntad ? Pero á mas de que esto no li- bra de falsedad el principio sobre que discurre y por el que quiere persuadirnos que las leyes humanas deben to- lerar todo el mal que Dios permite en este mundo; á maa de que le sería muy difícil probar que los errores, á lo me- nos de las sectas del Cristianismo, no sean efecto del orgu- llo, de la obstinación y del espíritu de sedición y desobe- diencia á la autoridad irrecusable de la Iglesia: lo único quet podria concluirse de la disparidad que alegase á favor de las opiniones religiosas, es que se dejen impunes, y que permita que cada cual piense como quiera en punto de re- ligión, pero no que se tolere el escándalo de un culto pu- blico reprobado por la religión uniforme del pais, el prose* litísmo que le es consiguiente, la jactancia de los sectarios^ y el imponderable mal: en que todo esto debe venir á pa- rar cual es, ó la divergencia de opinión entre los ciuda«¡ danos, los odios mutuos, y discordias civiles ó la indiferen- cia de religión y el ateísmo, El error, ó desatino de un lo» c© es también inculpable; sin embargo, si el puede ser da- ñoso á los habitantes, no se tolera eu las calles, y se le encierra. ¿ Replicará que una ley fundamental que obliga á pra*¡ fesar esclusivamente la Religión Católica Romana hace/iter- %a á los que le prefieran otra ? Pero reflexione, que nin- guna constitución Americana obliga á profesar esclusivamente la Religión Católica Romana, sino á los ciudadanos de la. pública, por cuya voluntad,, general reconocida y declarad*63 por el órgano de sus representantes se ha establecido la tej fundamental de la religión del estado, y que después de pro- mullida, se comprometieron á guardarla por un solemne jurar meneo. Repugna que hzyx fuerza en un acto, en que ha in- tervenido ia voluntad Ubre de to los, antecedente y consiguiente. jS'i la hiy, será respecto de unos pocos ciudadanos que ha- y m disentido de la voluntad general; mas semejante fuer- za es inevitable en todos los pactos sociales, en que siempre prevalece el voto de la mayor y m.ts sana parte de los que han convenido en asociarse, y es la base de todas y de cada una de las leyes fundamentales de la sociedad. El ciuda- dano que no pudo conformarse con la voluntad de todos , «i al cabo no quiere renJirse al voto común de la sociedad, le queda franca la puerta para salir de ella, y conservar su natural libertad. Eáte ultimo partido fue el que tomó el persa Otan, por no haber querido conformarse con el siste- ma de monarquía, y elección de Darío Hyslaspes para go- bernarla, en que habiau convenido los demás principes de Persia, según refiere Mero Joto. ( Hist. líb. 3. ) Si se hübla de los estrangeros, que no se han incor- porado en la república por la libre aceptación de sus pac- tos sociales, ó leyes fundamentales, tan lejos está de que alguna constitución americana les obligue por la fuerza á profesar la Religión Católica Romana, que a- sabiendas de que siguen las opiniones de otras sectas, se les acoge li- beralmente en el territorio de los estados, no se les inquie- ta por su creencia, ni por los ritos esteriores que quieran practicar en lo interior de sus moradas; pero tampoco sé Jes ponen templos, ni se les conceden capillas para que egerzan publicamente sus cultos. ¿ Hay en esto Ja menor fuerza ? ¿ Responderá en fin que ■el que ciñere que en las nueva? repúblicas de America n& se hallan mas qu-e Católicos, Ro* ■manos, no seio se engutia, sino que se burla '? No nos en- gañamos, ni menos pretendemos burlarnos. Sabemos que hay muchos cstrangeros, que no son Católicos Romanos; y nos dolemos al ver que hay no muy pocos Amencttnosy queen» ganados por el Citador, Volney, y otros libros impios y obss- ceños, si no se han vuelto del todo incrédulos, se hallan á lo menos dudosos y vacilantes en su fe, y entre tanto se entregan con desenfreno al desahogo de sus pasiones, como si no la tubieran. Este desorden lo pondera el £r. Blanco61 en sii escrito, y con mucha razón. Poro ¡j condal romos <*e aqui que ya ha crecido entre nosotros la cizaña, con el tri* go, y que es preciso ñor esd tolerar las sectas de los unos •y la incredulidad de los otros ? No por cierto. Ninguna de las sectas estrangeras ha podido hasta ahora desenvol- ver ni propagar con libertad su ponzoña. Ningún Americano, que sepamos se ha vuelto luterano, calvinista, anglicano , presbiteriano $c. La incredulidad de algunos de ellos se acabará tan luegtt, como quieran instruirse en su religión, y corregir sus costumbres. Entre tanto, ni el Sr. Blanco ni nadie puede aprobar que se publique un edicto de tole- rancia^ para que el que quiera pueda ser incrédulo, ó no te- ner religión ni moral alguna. Luego no puede decirse que ha crecido ya la cizatia de las sectas con el trigo del ca- tolicismo, ni estamos en el caso de arrancar aquella, sino en el de escusar que se siembre por la tolerancia y libertad de cultos públicos; en el de impedir la introducción y li- bre circu ación de los libros que atacan, ó vilipendian la Keligion Cristiana y la moral del Evangelio; y en el de persuadir á, nuestros Americanos, que dando de mano S los íibretes despreciables del Citador, y de les otros incrédulos, se dediquen k estudiar mejor su religión, y á depurar el gusto moral por la practica de sus santos preceptos á fia de sentir su precio y dignidad. Se ve, se tolera la incredulidad en America ( ánade el Sr. Blanco ) pero que mi protestante, que cree en Jesu~Cristo 1/ sus Santos Evangelios., y se emplea con todo ardor en cumplir sus preceptos, tenga una pobre capilla* en que reu- nirse con los de su opinión \ que horror! : E$o no pue*> de permitir la Iglesia i Si hablamos de la Iglesia, es cierto que ella no puede permitir otra fé ni otro culto que el suyo: la intolerancia religiosa es de la misma esencia de la Iglesia. El Sr. Fur nes en la nota 8 sobre las garantías de Daunou, sin em* bargo de inclinarse á la tolerancia civil en caso de ser esta el único medio que tubiese el estado político para llegar á su fin, prueba por el carácter propio de la verdadera Iglesia, qae ella debe ser necesariamente intolerante. ,, La „ Iglesia ( dice ) es una sociedad de fieles reunidos para la „ profesión de una misma fé, la practica de unos mismos sa* 9, cramentos, y la sumisión á los Pastores legitimes. Luego no puede contar en su gremio al que es de ptra creear65 \y cia, ni admitirlo 4. las mismas practicas de rarügion. Será „ el primer cuidado de los Pastorss, siguiendo el encargo „ de Jesu-Gristo, velar sobre su rebano, esto es, los fieles; y, separar de él á los lobos y falsos profetas, mantener ía unidad de la fé, y no dejar que la cizaña se mezcle con a, el buen grano. Esta es !a suma de lo que nos ensena „ la escritura sagrada sobre este punto, ¿ Puede baber una in.toleron.tia ni mas justa, ni mas señalada por el espíritu „ del cristianismo Oí ,, Esta fue la conducta de dos apostóles, y el camino ,, que dejaron trillado para su imitación. Sin que en la ígle- sia hubiese un poder espiritual de establecer leyes , J „ aplicar penas del mismo genero ¿ como era posible que esos pastores establecidos por Jesu-Cristo llenasen con .Trato el ministerio á que los destinaba'/ Asi fue, que des- ,, de los tiempos primitivos privaron á los cristianos re- fractarios de los bienes espirituales, deque gozábanlos fieles observadores de la doctrina, y sumisos á su autoridad." ,, En consecuencia del mismo principio y del mismo encargo, preciso era que esos pastores se hallasen auto- j, rizados para condenar todo lo que fuese contrario a la doctrina canonizada por la misma Iglesia. Separar de su seno las serpientes, y dejar difundido su veneno, hubie- ra sido lo mismo que dejar mezclada la cizaña con el „ buen grano, y llenar á medias su ministerio." „ Dos cosas requiere el autor de las garantías para que J( pueda censurarse una opinión: un símbolo, ó cuerpo de doctrina publica, y un tribunal legítimamente constituido. „ Nada mas justo. Sin ese cuerpo de doctrina, las decisio- 5, nes corren el riesgo de ser ó falsas 6 arbitraria?; y sia „ ese tribunal, cualquiera otro censor carecía do garantía, para que no se le mirase como injusto invasor. Yo me val- „ go de estos mismos principios para asentar que las doc- trinas contrarias a, la enseñanza católica están sujetas á- una censura, muchas veces amarga á sus autores, pero siempre saludable á los fieles.'' „ ¡ Un símbolo 6 cuerpo de doctrina ! Y ¿ que comu- „ nidad de las heterodoxas puede vanagloriarse de tener wno ni mas puro, ni mas ^anto, ni mas autentico que el de la Iglesia Católica ? No es este el lugar de convencerlo. „ Contentémonos con producir aqui lo que deeia Tertuliano: w á nosotros no nos es permitido ( decia ) ensenar nada de66 „ nucsíra propia elección^ ni recibir lo que otro ha"fajado^ de su propio discurso. Tenemos por autores á ¿os apos- „ totes deí Señor: aun ellos mismos nada kan imuginuúo de }isu propio fon do^ sino que fielmente han transmitido ú ¿as ?) naciones la doctrina que recibieron de. Jcsu-Crisio. De 5, aquí concluimas nosotros que la doctrina de la Iglesia es divimi, santa é inmutable." „ .Descendamos al punto del tribuna!. Hemos visto ya „ que los pastores, á quienes Jesu-Cristo encomendó el cui- ¿ dado de su Iglesia, fueron autorizados por el mismo para „ condenar todo loque estubiese en oposición de la verdad. Sin, ¿i esto, una doctrina revelada, que humilla ia razón, y una „ moral severa siempre en lucha con las pasiones, no hu- ?, biesen podido subsistir. Si el autor lo niega, no me era- 3, penaré en convencerlo; pero sí, en deducir de estos da- 3, tos : primero que hallándose ia Iglesia Católica en la fir- me persuasión de su certeza, debe creerse con derecho 3, para sacar de ese mismo símbolo sus decisiones, y para 3, creer que el juicio, que les opone á los errores que con- 3, dena, no es el suyo propio, sino el del divino autor que „ se lo reveló. Segundo, que no menos debe también creerse „ con derecho para oponer sus decisiones a. los que alte- j, ran la doctrina recibida, y se esfuerzan á inducir á los 3, fieles en error. Tanto mas debe en ellos ser firme este 5, concepto, cuanto viven asegurados que por un privilegio «, de ese mismo Señor, que los hizo depositarios de su doc- trina, quedó no uno solo, sino el cuerpo entero de pastores „ ó juntos ó dispersos á cubierto de todo error." ,, Yo no alcanzo como es que ignorando el autor de las garandas toda esta sublime teoría de la Iglesia Cató- „ licáj pueda formarle su proceso por el capitulo de su ,, intolerancia. Si es porque cree, que todo es ilusión y 3, engaño, esto no basta sin haberla convencido primero , ...que la conocía y procedía de mala fé. Por lo demás, vi- ,? vir persuadido, que cuando la Iglesia levanta e) brazo 5, de su censura, obra en fuerza de su convencimiento, y j, argüiría de indiscreción, es pretender que sea criminal, porque rehusa el crimen; es pretender que bajo el ti- tuto de protectriz de los dogmas católicos, solo encierra j, una virtud tímida, débil y vacilante; en fin es pretender j, que se ponga en contradicción de sus mismos principios.'* Me he detenido- en transcribir este trozo todo entero,67 porque no es posible justificar mejor en pocas, precisas y claras palabras la intolerancia religiosa de la Iglesia, y las necesarias consecuencias que de ella dimanan: objeto uao y otro incesante ile los tiros de los ma-creyentes y to- Jerantistas desde Bayle hasta Daunou. Mas entre estos no falta quien, dando un paso atrás para herir luego con mas fuerza, diga: toca pues únicamente á la Iglesia zelar la pureza de la doctrina católica, y ser intolerante, censuran- do y condenando á la que le sea opuesta y á sus autores* Pero % porque ha de entremeterse en esto el gobierno civil\ que de nada de esw puede ni debe juzgar, y de cuyo re- sorte es solo cuidar de la salud y prosperidad temporal del estado ? Es preciso pues que sea tolerante, y sin esto no pue- de haber libertad, De un otro modo es y debe ser intolerante el gobier- no civil, que la Iglesia, como se dijo poco antes, J^a Igle- sia lo es», juzgando y condenando la doch'ina opuesta á la católica, y escluyendo de su seno y de la participación de sus bienes espirituales á los autores del error, si se obs- tinan en él: lo cual el?a sola puede hacerlo, porque aca- bamos de ver, tiene \ir.a regla cierta de sus juicios, que, es el símbolo, ó cuerpo de doctrina revelada p or su divit no autor, y una jurisdicción ó tribunal, que le es dado esclusi- vamente por el mismo para pronunciar sus juicios sobre la verdad, 6 falsedad de la doctrina sin peligro de engaño ó de error. Nada de esto tiene el gobierno civil, y en nada de esto puede por eso entrometerse. Mas puede muy bien juz- gar el poder legislativo, si la nación á quien representa, quiere exclusivamente conservar la Religión Católica que }fa recibido da sus mayores ( que es un punto de puro hecho} para sancionar por una ley su voluntad. Puede juzgar si la introducción de otras religiones y sectas, y su libre » publica, profesiou espondría eon el tiempo a, peligro la salud y prosperidad temporal del estado, que es una discusión meramente política, y de su resorte, Puede en fuerza de la ley establecida el poder egecutivo negarse á, franquear templos y capillas para juntas p congregaciones religiosa» de los que disienten de la fe caíólica , y despedir del es- tado á los que con palabras, acciones, ó escritos atacan q se burlan de las practicas de esta, ó á los que traían de atraer á sus sectas por la seducción, el interés ú otro me- dio á lo* católicos» De este modo ¿ porque no puede scem intolerante Í ¿Écsédé pór ventura nada d'é-' eifo fas aTrifra* ciones de uno y ó'ró poder, legis'lál'tio ó egectttzvc>"i ~No habrá émÓWcés libertad de conciencia, porque la Ración no necesita de ella para «i, ni la quiere. No habrá uqéri&á de cultos traídos de afuera por los éstrangeros, porque la misma nación los detesta, y no quiere que con ellos se vénga á, insultar su religión, y á iftancillar la pu- reza de su té. No habrá libertad'de trrar i/ de estratidrsé impunemente, que no es un don de Dios , ni un derecho úitiufál del hombre, como deliran nuestros tolerttntistas, sino él estipendio del orgullo, dé la presunción' déí espíritu humano, y dé la corrupción dé su corazón; pé'ro reposará; en paz cada ciudadano á la soñíb'ra' de su viíia ó higuera, después de haberse reunido todos á tributar un culto sincero y uniformé al ser supremo; y ninguno habrá á quien in- quiete él temor de ver algún dia sus hogares teñidos con ía sangre de sus parientes, amigos y conciudadanos por los odios, discordias, y persecuciones qué, apesar de ios edic- tos de tolerancia, engendra la división de creencia y de eultos. Pero volvamos á la objeción del Sv. Blanco contra la intolerancia civil del protestantismo en medro de la tole- rancia de la incredulidad, de que acusa á la America, f á sus legisladores. Este Sr. al hacerla, olvida sin duda qué hay una tolerancia de mero hecho, y o+ra legal. La pri- inera, siendo dé un hecho contrario á la ley, eseluye el con- sentimiento de la autoridad; su conducta es reservada y tí- mida, íjU existencia precaria, y solo se mantiene y dura rnienlras que subsisten las causas que impiden corregir él desorden ó escándalo tolerado. IVlas la segunda se apoya en la ley 6 edicto, que ordena á la autoridad tolerar el Hial; este por consiguiente levanta la frente sin rubor, se establece libremente, obra y progresa en razón de su segu- ridad é ¡limitación de tiempo. El calvinismo de Francia antes y después de la revocación dél edicto de Nan'íés por Luis XIV pasó por esta doble especie de tolerancia. El flivorcio voluntario por leves causas suele tolerarse también eníre nosotros del primer modo; mas en Roma hubo tienta po en qué fue tolerado del segundo, es decir, por las leyes. ( 5 ) Ási? hizo este desorden tal progreso, que las muge' ( 5 ) L. j&Ú. $. i. L. 61. L, 61 D. de don. iht. vír. et uxon69 res ilustres (decía Séneca lib. 111 de benef. 16.) caerí- tan sus años, no por el número de Comales, sino desús maridos; se divorcian para casarse^ y se casan para di- vorciarse. Si se ve pues, y si se tolera la incredulidad en la Ame- rica, no es porque tenga entre nos® ros salvo conducto. A nadie le ha ocurrí lo hasta ahora pedir un edicto de tole- rancia para ser incrédulo, romo el que quisiera el Sr. Blanco que se concediera por los legisladores americanos á favor áe sais protestantes. Los mas encubren su incredulidad por no incurrir en el horror ó menosprecio público. Esta peste nos ha venido por la multitud de libros aníi-religio- Sos é inmorales, que vertidos al castellano ha derramado la Inglaterra en to los los punios de America. En el es- tado del Perú, el gobierno condenó desde los primeros dias de su independencia los libros obscenos con laminas ó sin ellas, como contrarios á la moral pública y á la educacioa de la juventud bajo la pona de ser quemados por mano del verdiigb$ y dé la -ínttUa de dos mil pesos. Bajo de las mismas penas prohibió de -¡pues por decreto úu 3 de Agosto de 8 25 la libre introducción de libros impíos que atacan la religión del estado, se burlan de ella y siembran máximas Subversivas dd orden social, como inconsiliables con la pro- tección y résp'étQ , que la tiene solemnemente prometidos la ley fundamental de la constitución en el articulo 9. Esto prueba, que en re nosotros la incredulidad no tiene el ma- dor apoyó, que la ley loa tratado de quitar el pábulo y ¿ansas de e'la, y que si se mantiene es porque la injuria de los ti,;upos no ha permitido hacer efectivas las medi- das áaludióles, q ie creyó ser las únicas que podia dictar para estinguirLi. ¿.Porqué, pn^, aumentar este mal por ahora inevitable, autorizando también á los protestantes por una ley ó edicto 9e tolerancia., Coma lo desea el Sr. Blanco, para que vengan & -diseminar libremente sus errores, de cuyo mutuo conflic- to, varié h 1 I inconstancia ha tenido su origen .'la incredu- lidad ? s K i qáe vendría á parar la humilde propuesta de tener ttiia pobre capilla en que reunirse con los de su opi- nión ? Muy pron'o querrían ensancharla y c@nstruir tem- plos espaciosos, en que dar acogida á los muchos ignoran- tes ó incautos que se habrían dejado ongañar por el es- pecioso atracüvoj que deápues del Sr. Blanco les encarece-70 rían, de que creen en Jesu-Cristo y sus evangelios, es de- cir, en las opiniones que cada secta por su antojo, ó es- píritu privado quiere hallar en los Evangelio», y de que se emplean con ardor en cumplir sus preceptos, menos el eseneialisimo de obedecer á la Iglesia, única depositaría é interprete por Jesu-Cvisto de la divina palabra, de cuyo verdadero sentido depende, no solo la verdad de los dog- mas, sino también el espíritu y j«sta estencion de los pre* cepfos. ¿ Quien estudia la religión en España y en los pue- blos que hablan su lengua, sino los clérigos ? Pregunta el Sr. Blanco. Aun estos tienen que estudiarla por libros escolásticos que los dejan por lo común en la ignorancia de sus verdaderos fundamentos. De aquí es que tanto ele* rigos, como seglares, si son hombres de entendimiento n» timido, apenas leen un libro francés anti-religioso, cuando renuncian en secreto toda creencia. Es carácter propio de la ignorancia, no ser tímida , simo atrevida. líe aqui reconocida y confesada por el mis- mo Sr. Blanco la causa de haber caído muchos Espado* les y Americanos en la incredulidad, desde que empeza- ron á leer los libros franceses anti-re!igiosos..../a ignorancia de l-os verdaderos fundamentos de su- religión. ¿Para que buscar otra"? ¿.Para que echarle la culpa á la intolerancia, que poi'j el contrario les prohibía leer semejantes libros con tanta mayor razón, euanto que ellaprocedia sobre.et-conocimiento de que la falta de instrucción solida, que ha sido tan común en España y America, los esponia al peligro de no podet? desembarazarse do los sofismas, lazos y embustes de la im- piedad? Mas no crea por eso el Sr. Blanco que todos los clérigos y seglares que hablan la lengua española hayan estado condenados á estudiar su religión únicamente por ■libros escolásticos, é ignoren sus verdaderos fundamentos, A mas de los apologistas antiguos, no nos son desconocido*, los Leland, los Lyttelton, los Seed, los Beattie, ios West, de quo tal vez se aprovechó el Sr. Blanco en Inglaterra para instruirse y convencerse de su religión, ni mucho menos los Bossuet, los Pascal, Bergier , Guence , de Luc, Ge« rard &c. Dice en fin el Sr. Blanco: tanto el pueblo, coma et clero de los estados hispánó-americanos han mostrado ste amor á ¿<¿ iíbertad...Mas la libertad deb& empezar por l(t,71 parte mcti noble del hombre que es la razón. Dios no inunda en el evangelio que seamos intolerantes.. Me per- suado que las constituciones hubieran podido echar los ci- mientos del estado sin mezclar esta arena movediza, que tarde 6 temprano ha de hacer bambolear el edificio entero. La libertad, aun la civil y política, tiene limites; y la que los traspasa ( dice Cicerón, republicano él mismo y amantísirno de la libertad, lib. 1. de ren. XLÍV ) viene á parar luego para los pueblos y para ios individuos en intolerable servidumbre. 'Nimia libertas et populis et prj- Vatie in nimiam servitutem cadit. Mucho menos puede sali- var los limites que la religión impone ala razón humana. La verdadera religiones revelada por Dios, delante de quien el entendimiento mas elevado y comprehensivo es un niíio que debe ©ir y someterse con docilidad á )a palabra infa- lible de un ser infinitamente inteligente. La razori por si Sola no puede descubrí? las verdades mas esenciales , de donde depende toda la economía de la adoración, del culto, de la espiacion y santificación del hombre, ni ios medios propios de desempeñar todos sus deberes para con Dios, consigo mismo y ios otros. El estéril é infructuoso ensayo de todos los pueblos y filósofos de la antigüedad, de los que entre mil absurdas practicas de los primeros, é innumera- bles delirios especulativos de los segundos, los que de estos tubieron una inteligencia mas sana y despejada solo acer- taron i divisar de lejos algunas vislumbres' de las verda- des , cuya absoluta necesidad por otra parte conocían, es un perfecto desengaño de ia impotencia de ia razón. Es- ta solo puede ser libre, aunque siempre cuerda y conteni- da, para indagar cual es esa palabra de Dios por donde debe conducirse, y cual la sociedad, á quien hizo depo- sitaría de ella, y confio su verdadera inteligencia y senti- do, sin lo cual el libro que contiene esta divina palabra, lejos de fijar á los creyentes en la unidad esencial de la fe,' solo serviría de dividirlos y estraviarlos. Mas desde que por íus propios, evidentes é impermutables caracteres hubiese discernido una y otra, la razón no tiene mas dere- chos que egercer, y debe en silencio dejarse guiar por la fé. Exhórtenos, pues, el St\ Blanco á alzar el vuelo del ingenio ó de la razón en las ciencias naturales y políticas, y en las- artes é industrias humanas que son da su juris- dicción; pero no nos convide á saltar las barreras que Dios72 }ia puesto á, nuesffo enfendímiento, hasta querer que sacuda el yugo de la autoridad, para entregarse "por si mismo 4 sondear sus misterios, y formarse su religión, ó .basta per- suadirse que esto mismo sea licito á los demás, á préies- to de la sub-HwUlady nobleza de nuestra razón. Esta nun- ca se remonta y engrandece mas, cerno cuando se sobre- pone á si misma para aprender de Dios por el órgano de ^u iglesia verdades altísimas y aun .mismo tiempo riquí- simas de consuelos , que por si no babia podido sospe- char, y mucho menos alcanzar ni conaprehender; ó como cuando ai:menta su vista matura!mente corta cen el teles- copio de la te,, y con este auxilio contempla en el mas perfecto reposo de su ia?cn al Ser infiisiso, y se deja pe- netrar de la claridad del cielo. La libertad de la .razón debe acabar donde empieza la f¿ divina, porque en punw de .religión, aquella so'o serviría de esíraviavle y sepultarle en las tinieblas del error ó dé las .dudas, mientras qug ésta la esclarece, la asegura y perfecciona. ¿ Nos manda Dios eji el evangelio qye seamos into- lerfintef. ? Si por inloleranie se eiuiende el que i.boi rece á los que tienen otra creencia, ó ios inquieta y perdigue por sola esta causa, es verdad, que el evangelio, lejos de imtu- farnos la intolerancia^ nos la prohibe espresamente. Eu «ste sentido pne.de decirse que el crtstinnisn o es la mas tolerunle de las religiones; porque ninguna hay que uian- ¿caracter e3 segu» la instrucción común, que'todos los apos- tóles habian dejado á las Iglesias, testificada por S. Judas- én su episíola oanonica v. 19 separarse ellos mismos del cuerpo de la Igksia. Ella no* prohibe llevar un mismo yugo con los infieles, porque la luz ( dice ) no puede aso- ciarse con las tinieblas, ni Cristo con Belial, ni el creyen- te con el que no cree, y últimamente nos manda mirar como un pagano al que no oye, ni obedece á la Iglesia. Es pues un deber según el evangelio y las escrituras huir y separarse de los hereges y mal-creyentes, para que na nos perviertan, y hagan perder la unión y la paz. ¿ Como puede pues un pueblo católico tolerar, que en medio de sus hogares venga de afuera á desplegarse á vista de todos el signo de contradicción á su fé, y á arrojarse en su seno la manzana de la discordia religiosa y civil'? De io dicho se infiere, que no es posible echar cimien- to mas sólido á un estado que el do.la piedra firme, unida , é inmobil de la Religión Católica Romana. La introduc- ción y tolerancia de las sectas, si, sería mezclarle arena movediza, puesto que alguna de ellas jamás ha podido estar acorde consigo misma, ni unirse éntre si una con otra, ni mucho menos hay argamasa con que pueda censolidarse i la católica. Asi es que cada una se funde y desliza á cada paso, como la arena, según el capricho de la opinión siem- pre inquieta é inconstante, que á todas anima -y dirige. Sobre tal fundamento el editicio del estado no podría me- nos que bambolear por mil partes y al fin desplomarse cou estrepito. La historia lo comprueba. Cese, pues, el Sr. Blanco de tomar tanto empeño en abrirnos los ojos. Harto abiertos los tenemos para no de- jarnos sorprender por los antiguos y conocidos sofismas del tolerantismo^ que dicho Sr. no hace mas que reproducir y aplicar contr a las constituciones de America.