BENEFICIOS QUE DEBEN RESULTAR Á LA MONARQUIA ESPAÑOLA DEL EXACTO CUMPLIMIENTO DE SU LIBERAL Y SABIA CONSTITUCION. POR EL CIUDADANO COMOTO. K CON SUPERIOR PERMISO: MEXICO: IMPRENTA DE JAVREGUI, A»0 DBAL EXCELENTISIMO SEÑOR DON FRANCISCO XAVIER DE VENEGAS. EXCELENTISIMO SEÑOR. Este papel escrito de orden de V. E. y que mereció su superior aprobación sale al público baxo su respetable nombre, como tina pequeña prueba del patriotismo y obe- diencia de su mas atento y seguro servidor EXCMO. SEÑOR. Dr. Florencio Pérez y Comoto.(O Si un principio de necesidad y de con- vicción pudo determinar el sistema social que constituyó los grandes imperios del oriente, si la sola razón les dio un orden gubernativo y económico capaz de sostener con grandeza y dignidad el decoro de sus estados, el amor de la patria y el de la gloria formaron aquellos héroes que res- peta la posteridad, y á cuyas virtudes cí- vicas deben ceder las pasiones y rendir los mas afectuosos homenages las almas verda- deramente sensibles. La historia general de las naciones y la particular de los egipcios, asirios, per- sas, griegos y romanos, nos presentan un manantial inagotable de exemplos sublimes dignos del aprecio y de la admiración de todas las edades. En medio del paganis- mo de la idolatría y de la superstición ar-(O dieron en las hogueras de la patria Aris- tides y Epaminondas, Themístocles, y Pe- ndes, Cimon, Agesilao y Philopemen, pe-i ro sus sacrificios no pudieron contener la marcha de las pasiones** humanas, y aquel magestuoso edificio social fue derrocado por el genio de la discordia. Ni la sabiduría de Atenas, ni la austeridad de Esparta, ni el patriotismo de sus provincias pudieron resistir el poder co- losal de los romanos, que en el furor de sus conquistas convirtieron en colonia la que fue en otra edad templo sagrado de las ciencias y seguro asilo de libres ciuda- danos. Roma, señora del universo, creyó hacer firme y duradera su existencia lison- geandose de su influxo y de su sistema republicano, pero ella misma, vio salir del centro de los rostros un Sila, un Mario y un Catilina que abriendo las puertas al des» potismo pusieron la patria en manos de Ce- sar, de Octavio, de Tiberio y de Calígu- la que consumaron la disolución del esta- do. Sobre sus ruinas se elevaron esos gran- des imperios de la Europa que resistiendo la opresión y la tiranía, repulsando las agre-( 3 ) sioncs extrangeras, combatiendo la ignorancia y la envidia, formaron la mansión dichosa de la paz y de la razón, mil veces trastor- nada por las torpes miras de los déspotas y de los tiranos. Quando los pueblos pierden sus le- gítimos derechos; quando los intereses del príncipe no están envueltos con los del ciu- dadano; quando el terrible arte de la guer- ra es la base constitucional de una poten- cia; quando se coarta la soberana acción de las leyes; quando la riqueza del erario con- siste en las exacciones; quando la seguridad individual es dependiente del capricho d de la voluntad del gobierno , y quando por fin el estado se convierte en patrimonio del monarca es preciso que la patria perez- ca y que sus hijos arrastren las pesadas ca» denas de una vergonzosa esclavitud. Tal ha sido á su vez la triste suer- te de las mas brillantes naciones europeas, y la historia de los últimos siglos nos pre- senta una continuada alternativa de liber- tad y de esclavitud, de grandeza y de aba- timiento, de riqueza y de miseria, de po- der y de sumisión. Verdad es que el es-( 4 ) tado tiene también sus periodos, y que su- jeto á las vicisitudes humanas y í los tras- tornos naturales ha de tocar el momento de su declinación ó de su ruina; pero es igualmente cierto que muchos desaparecie- ron de la superficie del globo, 6 perdieron su antigua magestuosa representación por los vicios de su gobierno, por la inexactitud del sistema legislativo, ó por la inmoralidad de los pueblos. Grocio declaró con injusticia, baxeza y falsedad la infame máxima de que el prín» cipe era un pastor, y sus vasallos las ove- jas, máxima que de antemano se había gra- bado en el corazón de los caudillos, ya por efecto de la fragilidad humana, y ya también por la poca dignidad de los sub- ditos que en todos tiempos procuraron al- hagar el orgullo de los gefes. De aquí la arbitrariedad, el despotismo y la violencia} y de aquí también el menosprecio que hi- cieron los príncipes de los sagrados dere- chos del vasallo mirando los sacrificios de sus intereses, seguridad, honor y vida co- mo un deber despreciable á los ojos de los que deslumhrados con los resplandores desus efímeras apoteosis, eran incapaces de cal- cular, agradecer ni recompensar las virtudes que solo son debidas á la religión, á la pa- tria y al legítimo y justo soberano. Es necesario convencerse de la im- portancia y certeza de estos fundamentos pa- ra convenir después en que no tanto la ig- norancia, quanto los tortuosos manejos de los ministerios han dictado los absurdos sistemas de la administración política que mas ó me- nos lentamente causaron la destrucción de los imperios. La población y la riqueza nacio- nal, únicos y verdaderos principios de la fe- licidad pública, estaban en contradicción con los intereses de aquellos monarcas y que no bien sentados sobre sus tronos inmolaban en las aras de su seguridad personal las inocen- tes víctimas que pudiesen hacer vacilar la pre- tendida firmeza de su solio. Fueron en verdad muy perspicaces, y conocieron que el trastorno y la agita- ción civil producida por el horrendo es- trepito de las armas, distrae de sus diarias meditaciones la penetrante imaginación del pacífico ciudadano que ocupado en los pro- Bpresos de las ciencias, de las artes y de la industria solo piensa, en aquel caso, en la conservación de su patria, de su honor y fortuna. Este sistema hostil que arranca del arado los mas importantes brazos, que pa- raliza el comercio, extingue la industria, cier- na los talleres , debilita las artes , aleja la sabiduría y hace desmayar los genios em- prendedores , es el medio mas seguro de afirmar la vacilante diadema del déspota y del tirano. Asi es que la Europa se resiente -de la falta de población, porque sus poten- cias ya invasoras, ya invadidas, abrazaron por mucho tiempo una forma militar que .aniquilando los recursos, se oponia directa- mente al progresivo aumento de su genera» cion. Por el mismo natural y legítimo principio desaparece la riqueza de las na* ciones, pues que las fuentes que nacen de la agricultura, de las artes y del comercio quedan entorpecidas quando se obstruyen o se separan sus canales. Este manantial de felicidad pública es por naturaleza su- mamente débil, si no hay un impulso su- perior que removiendo los obstáculos fací-(/) líte su afluxo y proporcione el libre curso de aquellos benéficos raudales, que animando y vivificando los mas remotos países derraman la prosperidad y la abundancia en todos los lugares de su tránsito. Acaso no presenta la ciencia del go- bierno una senda mas escabrosa, pero tam- poco hubo objeto mas desatendido, ni sobre que menos se respetasen las opiniones de lós filósofos, que consagrando sus tareas y sacri- ficando sus talentos á favor de la utilidad pú- blica, señalaron el camino que debe condu- cir á una potencia al máximum de su gloria. Las mas sabias leyes protectoras de la ri- queza pública han sido violadas desde aquel fatal momento en que los príncipes arrogán- dose el poder legislativo, llegaron á destruir con una mano lo que formaban con la otra. Roto el lazo apreciable que liga tan estrechamente la agricultura, las artes y el comercio; desatendidas las circunstam- cias del clima; despreciada la consideración de las costumbres ; olvidada la situación , extensión y fertilidad del país que se go« bierna, es consiguiente é inevitable la ruina *. v( 8) del imperio: Así como la primera ofrece las producciones de la tierra, y las segundas les dan Ja forma mas conveniente á nuestras necesidades, asi también el tercero las po- ne en aquel activo movimiento que fomen- ta, anima y vivifica los trabajos de los pue- blos industriosos, que con sus sudores y fa- tigas concurren al esplendor, grandeza y gio* ria de las naciones. Hacer comerciante un pueblo la- brador, convertir en agricultores los apli- cados y útiles artesanos, y trocar la es- pada por la pluma, es tan ridículo como contrario á los intereses, solidez y perma- nencia del estado. Emulas de sí mismas las naciones europeas, quisieron disputarse el derecho exclusivo del comercio sin consi- deración al clima, situación y relaciones de cada una, ni al estado en que se halla- ban las ciencias, la agricultura y las artes -en cada respectiva potencia. La que es pro- ductora exercerá constantemente un domi- nio mercantil sobre las que constituidas en un orden subalterno se ven precisadas á bus- car fuera de su territorio las primeras ma- terias para fomentar sus manufacturas y pro-(4 ) teger el comercio nacional: acuella deberá su conservación y progresos a la naturaleza del suelo que ocupa, ínterin que las restantes vivirán á merced de agenas producciones. Deben los legisladores tener siem- pre á la vista este axioma político, que una vez descuidado induce á errores gra- vísimos en la práctica del gobierno, y des- une los eslabones de la gran cadena que asegura la unión de todos los ramos que influyen en la felicidad del estado. Por la violación de estos principios lloran hoy su decadencia y ruina aquellas brillantes na- ciones de Europa que, en días mas felices, ostentaban su grandeza en un alto grado de esplendor; pero la corrupción de sus gobiernos fué una segur devastadora que aniquiló la riqueza pública y la individual. Ese furor reglamentario; la infame invención de privilegios; el soberbio colo- so del sistema feudal; el exceso de los de- rechosj la injusticia de los impuestos y la violencia de estas exacciones: la ilimitada condescendencia de la amortización; el asom- broso número de empleados; la dilapidación del tesoro público; el desproporcionado au-mentó de la fuerza» armada; los obstáculos del comercio; las trabas de la agricultura* el vergonzoso desprecio de las artes; el abandono de las ciencias; la excesiva re* presentación de la nobleza, y en una pa- labra, la ignorancia de los príncipes, d por mejor decir, la malicia de sus ministros son á la verdad las poderosas causas de la des- trucción de los mas ricos imperios. Un contagio político que infestaba los gobiernos del antiguo continente, debía también derramar su mortífero veneno eh la desgraciada España, y exponerla á todos los males que sufren los pueblos, quando se desconocen sus derechos, quando solo se consultan los intereses del monarca, y quan- do suena el horrible alarido del déspota ó del tirano. Verdad es que la nación Española ha tenido algunas épocas en que recordan- do su antigua é innata dignidad dio mues- tras de la mas enérgica reacción,- pero ya dependiese de la poca firmeza de los prín- cipes, ya de la impotencia de los me- dios, d ya de la mudanza y trastorno del cetro, lo cierto es que aquellos hermosos destellos de la mas viva luz fueron seguU I(») idos de ía pavorosa sombra que- ha obscure- cido por tantos tiempos los resplandores de la mas augusta nación. El descubrimiento y la posesión de Jas Americas causaron en el antiguo Mun- do una revolución política, que ha forma- do época en sus anales, y singularmente en los de la nación Española, que dueña de las mas ricas adquisiciones, se vio pre- cisada á reglar su sistema económico sobre la base de una administración nueva y des- conocida. Deslumbrada con los brillos de los preciosos metales que prodiga naturaleza ofrecía en las entrañas del nuevo Mundo; engreída con el derecho exclusivo que le proporcionaba el goze de tan inmensos bie- nes, y descansando en el poder, en la re- presentación y grandeza nacional, olvidó que la verdadera riqueza pública consiste en las producciones indígenas y también en las exóticas quando un cómodo cam-» jbio sabe cubrir el déficit y enagenar las so- brantes ó no necesarias. La feracidad de aquel suelo; la be- íiigna influencia del clima; su ventajosa po- sición geográfica} la excelencia de sus fru-( » ) tos; el asombroso progreso de las artes; la envidiable preponderancia de su comercio* el terrible y amenazador predominio de sus victoriosas armas, tuvieron que ceder á la vil codicia y á la torpe ignorancia con perjuicio de los sólidos intereses nacionales. Esta nación grande, rica, guerrera, y respetable debió exceder la magnificen- cia y poder del imperio romano si hubie* ra sabido hacer un acertado uso de su her- moso hallazgo, y si conciliando los intere- ses de ambos mundos hubiera arregladó la administración política y económica de un modo generoso, firme y conforme con la nobleza de los pueblos que regia. Un sistema imprudente y avaro decretó el mo- nopolio, la injusticia y el despotismo, po- niendo en determinadas manos, el goze dé los bienes que la naturaleza, la ley y la po- lítica ofrecían indistintamente á todos los ciudadanos. Este fué el primero, pero el mas terrible golpe que experiméntó una nación industriosa, que ha sufrido constantemen- te los tristes resultados de la determinación mas violenta, que pudo dictar un gobierno( i3) poco calculador; ella fue la ruina del im- perio castellano, é hizo derramar rios de la sangre mas noble y preciosa que vieron las pasadas edades. Ofendidas y zelosas las demás na- ciones de Europa, sedientas del oro que ya miraban correr en raudales por todo el ter- ritorio español, y desengañadas de que la mas hábil negociación seria insuficiente, ocur- rieron á la común venganza de las hosti- lidades esperando por este medio algún re- sultado ventajoso á los intereses de sus pue- blos. Asi es que la mas preciosa joya que esmaltó la corona de Isabel, fué la man- zana de la discordia y el blanco á que ases- taron sus tiros por tantos años las poten- cias enemigas, con perjuicio de la tranqui- lidad, riqueza y esplendor que debía ser el copioso fruto de su feliz adquisición. Interin que tan continuadas guerras atacaban directamente la prosperidad de la nación, se reproducían en su seno nuevas y destructoras causas que contribuían á la ruina de la agricultura, de la industria y del comercio: el privilegio de éste y las ar- .:oízlí/.\-í¿ V \m &¿.v:q~¿: ío\ t____„• btaftbitrarlas restricciones con que lo encadeno el gobierno, si bien no podian distraer de sus primitivas ocupaciones á el afanado labra- dor, ni al industrioso fabricante, hicieron sin embargo que desmayasen esperando ser un dia partícipes de las exorbitantes ga- nancias que disfrutaban ciertos particula- res, á quienes era entonces concedido el de- recho exclusivo del comercio con las ame- ricas. Este mismo estanco del giro exi- gía enormes capitales, que no era fácil se- pararlos de aquellos interesantes objetos á que ya estaban dedicados; vencióse este obs- táculo, y el comercio de América absor- vid la mayor parte del numerario pagan- do á los prestamistas un rédito desmesu- rado. Fue consiguiente á este trastorno la de- cadencia de la agricultura, la disminución de las fábricas, el entorpecimiento de las artes y la limitación de la industria en circunstancias tanto mas críticas, quanto que las guerras del reynado de Carlos I. y las freqüentes emi- graciones í Italia, Flandes y América, ha- bían quitado á la nación una asombrosa mul- titud de brazos que le eran muy necesarios.\ (n) Como la riqueza publica consiste en la suma de la individual era indispensable que perjudicada la segunda, padeciese la primera, y que el erario se resintiese de aquella torpe economía interior, que em- pobreciendo á los vasallos le imposibilita- ba cubrir los crecidos gastos, erogados en la continuación de unas guerras contrarias á la situación política de la patria. Séanos permitido, españoles, consagrar por un solo momento la mas profunda veneración y la mas lina gratitud á la dulce memoria de aque- llos sabios políticos que elevaron la nación á el alto grado de gloria que mereció baxo el gobierno de les árabes, por la protección que prestaron á las ciencias, á las artes, á la agricultura y al comercio. Debilitado lentamente tan juicioso sistema desaparecieron la riqueza, la indus- tria y las fábricas sufriendo el peso enor- me de las terribles providencias que dicto un nuevo orden de cosas, cimentado en el cruel principio de restricciones que ofen- día el sagrado derecho de libertad y pro- piedad y hacia perder aquel maravilloso equi-( i6) librio que da abundancia y felicidad á* los pueblos. España agricultora y comerciante, España industriosa y libre de impuestos ( i ) aun gozaba tranquila los bienes de una re- gular administración quando fué trastorna- da por el opresivo sistema de reglamen- tos. Sevilla, Granada y Córdova; Barce- lona, Cuenca y Segovia fueron las pri- meras víctimas de la ignorancia ministerial, y los daños que sufrieron pasaron muyen breve de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, y de provincia en provincia hasta cundir por todo el territorio español. En esta terrible y desgraciada épo- ca se fomentó la ruina nacional agotando las fuentes de la riqueza pública, y se pu- sieron los cimientos del despotismo que for- mo el carácter y dirigid los procedimien- tos de los monarcas poco amantes de sus pueblos. El reglamento de aduanas; el creci- do derecho de extracción* el privilegio dado í Sevilla; la insoportable prohibición impues- ta á los demás puertos de la Península; la (i) Solo se conocía en aquel tiempo el derecho de alcabalas y los cientos.( « ) ridicula sujeción i flotas; el establecimien- to de vínculos; el constante aumento de fuer- za armada; la ruinosa invención de los es- tancamientos; las exorbitantes imposiciones sobre todos 6 la mayor paite de los efec- tos de mas necesario consumo, y la im- pertinente influencia del gobierno en los tra- bajos del industrioso ciudadano con perjui- cio de la libertad que le es natural, de- bieron disminuir aquel estado de prosperi- dad que gozaba la nación en los primeros dias de Isabel y de Fernando. A la sombra de servicios hechos á la patria progresaba con rapidez el sistema feudal, que en unión de otras circunstan- cias minaba sorda pero seguramente la fe- licidad pública para que algún dia se con- virtiese en patrimonio de los particulares. Quanto mayores eran los obstáculos, tanto mas abundaban los errores políticos; cono- cíase la enfermedad, pero no acertándose á distinguir la causa, eran siempre incier- tos y perjudiciales los remedios: crecían las necesidades, y olvidándose de que no pue- de ser rico el erario de una potencia po- bre, se atendió exclusivamente á la utili-(lií dad del fisco sin consideración á los daños que se causaba á los intereses públicos. A proporción que disminuían lo» recursos , aumentaban los empeños de la corona contraídos en las guerras que de» claradas y sostenidas por el orgullo, capri- cho ó intereses personales de los príncipes hacian cada vez mas triste y deplorable la situación política de la patria; y de aquí tomó principio el gravoso impuesto de los millones, su ampliación con el nombre de rentas provinciales, y la lista interminable de las mas gravosas exacciones que cons- tantemente absorvieron la riqueza nacional. ISlo es posible continuar la historia de los impuestos, contribuciones y gabelas que ha sufrido la nación mas noble, mas leal y generosa, porque presenta un vasto campo al hábil político, y porque desgraciadamen- te son harto conocidos sus efectos de to- das las clases del estado que en el silen- cio de su obediencia han detestado siem- pre el imperio del despotismo y de la ti- ranía. Quando ya pesaban tan infinitos da- ños sobre esta perseguida nación y quan»( '9) wo parece que habla un empeñó en ace- lerar su ruina, fulmino Felipe III. el im- prudente decreto de la expulsión de dos mi- llones de hombres, que podrían haberse con- servado en beneficio del país que cultiva- ban. La agricultura fue notablemente per- judicada con esta impolítica providencia, y ella sola hubiera bastado á destruirla para siempre en qualquiera otra nación menos laboriosa y cuyo suelo no gozase igual fe- racidad. Las restricciones, impuestos y pro- hibiciones que ya paralizaban el comercio, no solo aumentaron el entorpecimiento del cultivo, sino que desnivelando la igualdad tan necesaria entre estos dos ramos y la in» dustria anunciaban, los mas funestos resul- tados. Parecia consiguiente que un gobier- no ilustrado dirigiese sus altas miras á la ocupación mas noble del ciudadano y la mas necesaria á la riqueza pública, remo- viendo los estorvos que dificultaban sus pro- gresos y proporcionándole todos aquellos au- xilios que fuesen capaces de dar una nue- va vida al trabajo rural. Las leyes agra- tias eran únicamente las que podian causa*esta prodigiosa revolución y proporcionar la hermosa perspectiva que ofrecen los cam- pos quando regados con el sudor de los labradores ostentan la fecundidad de la na- turaleza y retribuyen con copiosos frutos los beneficios que ha recibido de la mano del hombre. Fueron con efecto infinitas las pro- videncias dictadas con este apreciable fin, pero por desgracia sus perniciosos efectos hacen conocer que el mejor deseo es insu- ficiente quando no está dirigido por exac- tos conocimientos, y quando falta la ilus- tración necesaria en asuntos de tanta im- portancia. Ni podían dexar de ser perju- diciales unas leyes que no se apoyaban en los profundos conocimientos de la ciencia económica que no consultaban los intere- ses rurales, y que no se enlazaban con el comercio ni con la industria, cuya simul- tánea acción era absolutamente necesaria al restablecimiento de la agricultura española. Un ciego respeto profesado á la antigüe- dad no solo consagró los errores de la le- gislación romana, sino que perpetuó otros mayores con ofensa de la ilustración nació*(»») nal, y con grave daño de los progresos de que era susceptible una potencia abundan- te en recursos y dotada de los mas preció- sos medios para afirmar su felicidad. Si un sistema legislativo pudiese re- gir en todos los gobiernos, serian uniformes los principios constitucionales} habría igual- dad en los reglamentos civiles; una misma seria la administración pública y unos mis- mos los intereses de potencias distintas: el clima, las costumbres, su forma de gobier- no, el culto religioso y la situación geo- gráfica, exigen imperiosamente un acomo- damiento de la ley que ha de gobernar los respectivos pueblos» Obligar á la nación Es- pañola á imitar códigos de una potencia de circunstancias opuestas á las en que se ha- llaba, fué á la verdad Un pensamiento im- pertinente, impolítico y ruinoso, autorizado -por la ignorancia: acaso las leyes agrarias son las que mas se resienten de tan absur- da aplicación, y acaso son las que menos se modificaron desatendiendo los clamores de la mas interesante clase del estado. Al mismo tiempo que el escandaloso permiso<22) de baldíos se oponía al aumento de pobla- ción, la preferencia dada á la ganadería di- ficultaba los progresos de las labores rústi- cas, mucho mas entorpecidas por los exce- sivos privilegios de la mesta, cuyo tribunal abusando de las facultades que le eran con- cedidas, casi privó de su libertad á los co- lonos y propietarios. Aunque la agricultura tiene para el labrador infinitos ramos que pueden estimar- se como distintos ó separados entre sí, ella debe ser siempre indivisible á los ojos de un gobierno justo y liberal, que no puede dispensar protección ni privilegios á una cla- se de labor sin perjuicio de la masa que le conviene conservar. Desgraciadamente fué esta política la menos observada, y su ol- vido ó su desprecio produxo una multitud de leyes y ordenanzas municipales que opri- mían al arrendatario y al señor, limitándo- les el uso y destino de sus tierras, y obli- gándolos á plantaciones contrarias al suelo o poco conformes á los conocimientos y gi- ro de su poseedor. El gobierno quiso hacerse regula- dor de ágenos trabajos y sin los riesgos del(»3 > propietario determinaba las siembras, fixaba el precio de los frutos, acopiaba las cose- chas y aun estancaba los artículos que po- dían enriquecer al erario, aunque fuese á costa de la ruina de los que con su mis- ma sangre habían beneficiado las hereda- des. A pretexto de la construcción y repa- ro de los buques de guerra, se esclavizo el corte de maderas, y los bosques se con- virtieron en unos verdaderos cotos, cuyos árboles quedaban marcados con el sello de la tiranía, sello que mudamente expresaba la degradación á que se veia reducida una nación digna de mejor suerte. La amorti- zación así civil como eclesiástica separó de la circulación y del comercio inmensas ri- quezas territoriales, las perpetuo en ciertos individuos y en determinadas corporaciones, encareció escandalosamente el valor de las fincas rústicas, facilitó su indefinada acumu- lación, disminuyó el cultivo general, enca- denó la agricultura, derramó la miseria en el seno de innumerables familias, y causó la destrucción de muchas provincias ricas é industriosas.(*4) GaRciai Castilla y Andalucía, pre- sentan en sus ruinas tristes vestigios de su pasada opulencia, y nos hacen reflexionar con dolor sobre el sistema anti-económico que alejó para siempre la abundancia y la felicidad de los mas dichosos pueblos de la monarquía Española. Una mal entendida pie- dad sostenida por las leyes de Toro que autorizaban las vinculaciones ilimitadas, con- sagró sumas exorbitantes á la fundación de patronatos, capellanías y aniversarios, cuya circulación era necesaria al fomento de la agricultura nacional. El bárbaro estableci- miento de los mayorazgos que siguiendo la sombra del feudalismo dio principio en el siglo catorce, traspasó en el diez y seis los límites de una prudente moderación, y los hombres de fortuna corrían ansiosos en pos de esta concesión. Ella aumentó la pobreza pública condenando i la mas dura suerte mu- chas generaciones que libraban su subsisten- cia en los bienes que, no vinculados, hu- bieran sufrido una división tan justa como favorable á aquellos infelices á quienes el destino negó la primogenitura y estancó una porción de caudales que divertidos en las(*5 ) fabricas y en la agricultura contribuían de un modo activo á la prosperidad de la na- cion. Las rentas provinciales ( 2 ) ofen- diendo la propiedad moviliaria y territorial, pusieron una mayor barrera al progreso de las labores rústicas, porque establecen la desigualdad en los impuestos, gravan con exceso la clase mas menesterosa del estado, y favorecen la carestía 6 el monopolio de los artículos de primera necesidad: econo- mistas juiciosos anunciaron en todos tiem- pos la equivocación de estos cálculos, pero el sistema fiscal confundid constantemente la justicia de tan fundadas reclamaciones. Como el gobierno jamás conoció la nece- sidad de jos establecimientos científicos des- tinados á la juventud labradora hubo de que» dar reducida su honrosa profesión á los es- (2) D. Vicente Alcalá Gallano publicó en i8io¿ un informe erudito y circunstanciado á favor de las rentas provinciales, y aunque este papel merece todo el aprecio de un buen econo- mista es precisó convenir en que la mayor par- te de las pruebas que presenta el autor son ne- gativas.(27 ) Poco importa el excesivo acopio del nu*- foerario quando proporcionalmente escasean los demás frutos que son necesarios á la comodidad y subsistencia del hombre, en cuyo caso, subiendo el precio de éstos, ba- xa indispensablemente el de la moneda que no es otra cosa que un signo representati- vo y común para facilitar el recíproco cam- bio de las mercancías. Así como el particular que acumu- la grandes sumas de dinero disminuye su aplicación y trabajo, aumentando el fausto de su casa y familia, asi también una po- tencia dueña de crecidas cantidades de mo- neda, mira con desprecio, d á lo menos con indiferencia, el resto de las producciones na- cionales que son las únicas fuentes de su riqueza y prosperidad. Quando las nacio- nes han fundado sus esperanzas en la po- sesión exclusiva de estos metales, han cami- nado violentamente á su ruina. Es cierto que la estimación y consentimiento común hacen indispensable la circulación de cierta cantidad de numerario, pero ha de ser proporciona- da á la de otros frutos, con los que debeentrar en una exácta alternativa y juiciosa proporción. Entre tanto que España caminaba tranquila al precipicio, y mientras que otras potencias sacaban un partido ventajoso de sus continuados errores, se iba entronizan- do el despotismo, se barrenaban los funda- mentos constitucionales, se violaba la liber- tad pública y no era respetada la seguridad personal. La voluntad del principe ó el ca- pricho de un ministro era la única y mas sagrada ley que gobernaba la monarquía Es- pañola: á su voz imperiosa cedía la razón y callaban los nobles sentimientos de la na- turaleza: el pueblo perdió aquella soberana representación que contenia los abusos del poder, y los españoles empezaron í sentir los terribles efectos de la mas cruel opre- sión. Tai era la triste perspectiva que ofre- cía la España y la dura situación á que es- tuvo reducida por muchos tiempos hasta que los felices reynados de Fernando VI. y de Carlos III. disminuyendo las trabas • del comercio y protegiendo la agricultura, las ciencias y la industria, manifestaron la( *9) facilidad con que una nación recobra su gran- deza y esplendor, siempre que es dirigida por gobiernos justos y paternales. Es cons- tante que Fernando aniquiló la mas rica co- secha, quando por un error político prohi* bió la exportación de seda en rama; pero sus sabias providencias á favor de la indus- tria nacional compensaron los daños que cau- só aquel terrible decreto: por este príncipe progresó la agricultura y por él se restable- cieron las artes: se facilitaron los caminos, y la población y riqueza pública tomaron un incremento considerable. A Carlos III. es deudora la nación de los bienes que gozó baxo el amable go- bierno que la puso al nivel de las primeras potencias de Europa, y que recuerda á los buenos españoles la dulce memoria de un monarca pió y benéfico, ocupado únicamen- te en la felicidad de los pueblos que regia: el acierto de su reynado no está sujeto á datos equívocos de historiadores, sino que se funda en hechos observados por una gene- ración aun existente, que transmitirá á las mas remotas edades el apreciable nombre hh cbi7 si 'úóivjzsb jpbs^ibb aonóm b sedt*$ ) ridos hijos, y tiene derecho para reclamar la justicia de todos los pueblos de la Ame- rica: el último rey nado, si bien es una man- cha de nuestra historia, presenta á las futu- ras edades el modelo de la lealtad expre- sado en el virtuoso sufrimiento de unos y otros españoles. Se hace increíble que el magnifico edificio nacional levantado sobre las solidas bases de dos sabios rey nados, fuese destrui- do en el corto espacio del postrer gobierno, y que en él no solo desapareciesen las fuen- tes de la felicidad pública, sino que sobre sus ruinas se edificase el templo profano del despotismo, de la ignorancia y de la vio- lencia con menosprecio de los imprescrip- tibles derechos que goza la sociedad. Ni podia ser otra la suerte de una nación di- rigida por el capricho de un ministro im- .becil, ignorante y déspota que desconocía la ciencia del gobierno y los intereses de los pueblos, que nunca supo establecer con uti- lidad y decoro las relaciones exteriores, y que se ocupaba exclusivamente en los me- dios de enriquecerse destruyendo los manan- tiales de la riqueza pública.(33) Fomentar la escandalosa profusión de una corte que él mismo corrompía, sa- tisfacer su avaricia, y arreglar las negocia- ciones diplomáticas con el repetido sacrifi- cio de enormes cantidades cedidas á poten- cias enemigas ó aliadas, eran los fundamen- tos de su política y la norma de aquella torpe administración que nos conduxo á las orillas del precipicio. Este sistema ruinoso debia producir el descontento general, y so - lo sostenido por la fuerza y apoyado en la autoridad, que indebidamente le fue trans- mitida, era capaz de sofocar las quejas de los vasallos cuya propiedad y libertad es- taban ofendidas, y solo él podia afirmar en el gobierno á un ministro tan inepto como inmoral. Supo sin embargo debilitar la energía pública; desterrar la ilustración; confundir la virtud; sepultar en el silencio los clamores de los desgraciados ; prote- ger la malicia de sus cómplices; restringir las facultades de los jueces y tribunales; sujetar á su interés y voluntad las mas jus- tas deliberaciones; burlarse de las leyes; ma- nejar á su antojo los ritos de la religión,(34) poluir en fin y derrocar el santuario de ta libertad española. Un solo decreto fulminado en las tinieblas del gabinete quitaba á la patria sus mejores hijos y reducia á eterna horfandad innumerables familias, á quienes en medio de su indigencia y desolación les era pro- hibido exhalar las quejas de su dolor, la sa- biduría y el patriotismo aterraban al despo- ta, porque anunciaban la ruina de su gor bienio, y estas virtudes fueron siempre á sus ojos el crimen mas atroz. No era posible arr ranear del corazón de los españoles los sen- timientos que abrigaban, pero fué bastante fácil imponerles silencio para contener el ím« petu de las pasiones excitadas por la viola- ción de sus derechos. Desde entonces.no resonó' ya el eco de la verdad y el susur- ro de la adulación y del engaño ofendía los pidos de los ciudadanos, que detestando tan viciosa política lloraban los males en que iba a ser sumergida la nación. La virtud y el mérito no eran ya las puertas por don- de entraban los españoles al templo del ho- nor y al santuario dá las ciencias, la baxe- ¿a, lí prostitución y el soborno recomen-(35) datan á los que querían ocupar los prime- ros empleos asi civiles como militares: el mando de las armas, la administración de justicia, la dignidad y representación gerár- quica del estado pasaron á ser propiedades adquiridas en pública subasta ó agenciadas en torpes y secretos contratos. Quando un gobierno llega á tal pun- to de degradación que no reconoce el po- der soberano de las leyes quando atropella la libertad individnal, quando dispone de la propiedad privada, y quando pierde la moralidad, no solo infesta y corrompe á los pueblos, sino que también los destru- ye, descuidando la prosperidad pública que es la suma de las riquezas emanadas de la agricultura, del comercio y de la industria. Desatendido este importante ramo de la ad- ministración económica, y empeñada la na- ción en una serie de guerras impolíticas y destructoras, era necesario que se aumenta- sen los apuros del erario y que se dismi- nuyesen los recursos de los particulares; mas con el especioso pretexto de mantener la fuerza armada y baxo el nombre de con- tribución extraordinaria de guerra se haciaaviolentas exacciones y se daba í los cauda- les una inversión contraria á su objeto. Con ellos hemos contribuido á la ruina de la ma- yor parte de las potencias europeas, cuyos principes destronados 6 esclavos reconocen el origen de sus desgracias y de las de sus pueblos en las enormes sumas que ha pro- porcionado el gobierno español al tirano de la Francia enemigo declarado de la libertad de las naciones. Mientras que la española hacia el sacrificio de sus riquezas y desmembraba sus dominios con la cesión de la Luisiana, des- truía su comercio con la venta de privile- gios hecha á extrangeros y á determinados españoles en perjuicio y menoscabo de la utilidad nacional. Era muy débil recurso el producto de estas negociaciones para cubrir las necesidades de la patria, y lo era mas para subvenir á la profusión de la corte y para satisfacer la ambición de un ministro que descaradamente atesoraba. No tuvo otro objeto el establecimiento de la consolidación ni fue otro el destino dado á los muchos mi- llones que produxo este arbitrio: millones que habrían salvado en esta época la anti-(37) gua España y prestado grandes recursos í ía nueva para destruir con mas prontitud la in- surrección que desgraciadamente la devasta y para rehacer la energía de su industria debilitada de antemano por la escasez de numerario. Era muy conforme al malicioso sis- tema de este ministerio alejar la sabiduría y oponerse á los medios de proporcionarla, porque nunca es mas estable el despotismo que quando descansa sobre la ignorancia de los subditos: asi es que la educación pú- blica fué abandonada en sus importantes ra^ mos, y la política hubiera desaparecido de qualquier otra nación menos ilustrada. Te- mía el déspota que los españoles se familia- rizasen con las ideas de verdadera libertad civil, que recordasen la grandeza, elevación y dignidad de sus mayores y que renova- sen las enérgicas peticiones hechas en cor- tes por los representantes del reyno quan- do aun conservaban el carácter de hombres libres. Su sistema guardaba proporción, en- hze y uniformidad en las operaciones para(3M. no hacer deleznable el edificio levantado so* bre la ignorancia y sufrimiento de los pueblos, y por lo mismo creían necesario sus agentes desterrar la ilustración y el gusto á nuestras antiguas instituciones, detestando las de Cas- tilla y Aragón, y aborreciendo las leyes jus- tas y liberales. El rcyno de Navarra y las provine cias vazcongadas cuyos respetables privilegios recordaban á los españoles su antigua digni- dad y soberana representación, fueron mas de una vez insultadas; pero la constancia y entusiasmo de sus naturales supieron conten ner aquellos impetuosos movimientos de la arbitrariedad, y conservaron con firmeza el venerable monumento de la libertad de los ciudadanos. España arruinada en su comer- cio, débil en , recursos, desconceptuada en su disciplina militar, y reducida á la ignorancia, ofrecía la ocasión mas oportuna á la ambi- ción del tirano que en el delirio de sus con- quistas calculaba la facilidad de aherrojar un pueblo, que si fué dócil, abrigo siempre en su seno aquel fuego santo que abortó el in- cendio de la noble revolución cuyas llamas(39) abrasan y consumen el orgulloso poder del conquistador. No presenta la*historia de lasnacio- nes una agresión mas cruel, injusta y san- guinaria que la que experimento la desgra- ciada España, pero tampoco ofrecen los pue- blos un exemplo mas noble de patriotismo y de lealtad que el que han manifestado los nuestros para recobrar su libertad y sacudir el yugo infame que sufren las potencias hoy •por fin esclavizadas. Por muy grande que fuese el trastorno público en la sorpresa de una invasión tan indebida como inesperada; por imperfectos que hayan sido los gobier- nos establecidos para librar la nación de los estragos de la anarquía; y por enormes que se consideren los errores cometidos, siempre se observa unión de voluntades, amor á la libertad y sacrificio de innumerables victi- mas inmoladas en el altar de la patria. En vano creían algunos políticos remediar ta- maños males con el aumento de la fuerza ar- mada; en vano ocurrían á la mudanza del gobierno ya en su forma, ya en los sngetos, V( 4o ) y en vano esperaban la felicidad pública sin descender al origen de las desgracias que constantemente habían oprimido á los pue- blos. La sangre española se ha derramado con profusión, no solo para evitar la tiranía de un extrangero sino también para recobrar nuestros legítimos derechos: quatro años de trabajos, privaciones y sacrificios serian in- útiles, si al terminar la guerra mas reñida y justa no hallásemos una patria bien consti- tuida que asegurase nuestra libertad. ¡He aquí la grande obra para que fueron llaman dos nuestros dignos representantes, y he aquí el fruto de la sabiduria y del patrio- tismo español! ¡Pueblos desgraciados de Europa que sujetos á la vil servidumbre del tirano no gozáis el don inestimable de la libertad, re- conoced en nuestra Constitución el código de las leyes benéficas que deben gobernar á las naciones, asi como admiráis la grande- za y las virtudes con que resistimos la es- clavitud ! Llego al fin, americanos, el dia de(40 nuestra salvación política y ese monumento eterno de la común felicidad de uno y otro mundo nos restituye al exercicio de las usur* padas prerrogativas y nos da una nueva y mas digna representación entre las potencias libres: la Constitución española reconocida y jurada con la emoción mas tierna de pla- cer y de gratitud, estrechará para siempre las fraternales relaciones de todos los subditos de nuestro amado Fernando, y derramará la abundancia y la felicidad en estos deli- ciosos paises. Feliz una y mil veces el pre- cioso momento en que se acordó la forman cion de este sagrado libro que fixa los de- rechos del pueblo, las facultades del gobierno y la integridad de la nación. Si en la ir- rupción sarracena produxeron las montañas de Asturias un rayo abrasador que arrojase de la Península á los enemigos que la ocu* paban, hoy sale desde una roca el fuego eléctrico que ha de consumir á los nuevos vándalos, y el torrente de luz divina que ilumine á la nación. Cádiz, valladar que la naturaleza creó para contener las impetuosas corrientes(42 ) del occeano, ha sido también la barrera penetrable y el fuerte antemural que han presentado los españoles á los enemigos de la libertad: sea dicho con honor, en aquel pequeño recinto, en medio del horrible es- trepito del cañón, á presencia de los exercitos invasores y baxo los fuegos del sitiador se firmo la independencia y la seguridad na^ cional. Asi como los vicios del antiguo sis- tema influyeron directamente contra la fe- licidad de las Americas, asi también les be- neficios que resultan de este nuevo orden de gobierno, ofrecen á los americanos el goze de sus derechos, la igualdad de la re- presentación civil y la justa protección que es debida á todos los subditos en las na* ciones bien constituidas. Si Platón temió dar leyes a los Ar- cades, y á los de Circne; si Minos no pudo evitar los vicios de Creta, y si Pedro an- ticipó la civilización de los rusos; el congre^ so nacional, aprovechando el estado de cul* tura y madurez en que se hallan los espa- ñoles y con presencia -de sus costumbres ha formado el código constitucional que ase-»(43 ) gura para siempre nuestra deseada libertad, 3E£1 declara á la nación Española libre é in- dependiente, formada de la reunión de todos los españoles de ambos emisferios, y con el derecho exclusivo de establecer sus leyes fun- damentales en razón de la soberanía que esencialmente reside en ella, y en virtud de la qual protege los derechos legítimos de los individuos que la componen. Como la soberanía consiste en el exercicio de la voluntad general, y el sobe- rano es un ser verdaderamente colectivo re- presentado por sí mismo, debe ser aquella indivisible e inagenable y conservar toda la magestad de su representación, sin perjuicio de transmitir el poder executivo del modo mas útil y conveniente á la seguridad del estado. En la vida civil, la ley lixa los de- rechos que son desconocidos en el estado de naturaleza, da movimiento y voluntad al cuerpo político y une los deberes del ciuw dadano con los privilegios que la sociedad le concede: el interés común determina los actos de la voluntad pública y su sanción les da fuerza y valor de leyes, de donde( 44 ) resulta que la facultad legislativa es inherente á la soberanía. El congreso nacional altamente pe- netrado de estas verdades ha restituido á la nación los sagrados derechos de que fué des- pojada por la violencia y arbitrariedad de los principes, que consideraban los pueblos de la Monarquía como una propiedad he- reditaria sujeta á su utilidad y capricho. Na* die es superior á la voluntad general, el que gobierna á los hombres (dice un publicista) no puede mandar á las leyes, y por lo mis- mo muchos pueblos de la Grecia, y algunas repúblicas de Italia, que temieron ponerse en manos de un legislador, encargaban á los extrangeros la formación de las suyas; nues^ tros representantes en cortes que recuerdan la tiranía romana quando se reunió en un solo individuo la autoridad executiva y le- gislativa, y que no olvidan las desgracia* que hemos sufrido por la astucia de los pa- sados gobiernos, han decretado la separación y los limites de cada poder. Quando el mo- narca se convierte en legislador y este sé constituye en juez, pierde su equilibrio la ba*( 45 ) lanza política, falta el enlaze de las relacio- nes interiores, se destruye la concordancia tan necesaria de los tribunales, se confun- de la soberanía con el exercicio de la auto- ridad transmitida al principe y la nación es victima del despotismo ó sufre los horribles estragos de la anarquía. Perdería la Constitución española la forma sistemática que guarda si la parte ju- diciaria no fuese uniforme con las demás ; la igualdad y libertad proclamadas y soste- nidas en el cuerpo de esta obra soberana quedarían expuestas á los insultos de la mali- cia ó á los errores de la ignorancia y frus^ irados los deseos de la nación y de sus dignos representantes. Los hombres han de ser favo- recidos ó condenados por la ley: la gracia ó el odio de los jueces no puede influir en la suer- te del particular y siempre deben distinguirse las altas facultades del le gislador de las que están cometidas á los encargados de la au/ toridad judicial: fixar los límites de uno y otro poder, establecer reglas que proporcio- nen el acierto de su respectivo exercicio ; G(46) distinguir los diferentes ordenes de magis- tratura, y señalar la breve y equitativa fór- mula de los juicios, es á la verdad el punto mas arduo del derecho, y el que la sabidu- ría de nuestros dignos diputados ha sabido arreglar con toda la exactitud que permiten las críticas circunstancias, la delicadeza del asunto y la premura del tiempo. El principe es una persona encar- gada de executar las leyes y de mantener la libertad civil y política; es un depositario de la autoridad que le ha conferido el cuer- po soberano, y es el que debe velar sobre la seguridad del estado, y sobre el exacto, cumplimiento de las leyes fundamentales de la nación. Todo sistema legislativo tiene por objeto principal la libertad y la igualdad de los pueblos que consiste en que las potencias executiva y judiciaria no puedan exercer ac- tos de violencia ni traspasar los límites es- tablecidos por las leyes y en proporcionar al estado una administración conforme con la religión, costumbres y genio de los sub- ditos ; asi es que los árabes fundaron los principios de su legislación en el culto; los(f47 I atenienses en las letras; Cartago y Tiro en el comercio, Rhodas en la marina, Esparta en la guerra y Roma en las virtudes cí- vicas. Si es necesaria la división de los primeros poderes, es igualmente indispensa* ble que el judiciario obre con absoluta \n« dependencia, pues que la seguridad, honor, vida é intereses de los ciudadanos descansan en la rectitud, firmeza y protección de los tribunales destinados á la observancia y apli» cacion de las leyes asi civiles como criminales. La seguridad personal mil veces ofen- dida e insultada, hecha el juguete de las pa- siones y siempre victima del mas fuerte, ex- perimentaría de nuevo los ataques que há sufrido en los tiempos de la opresión y de h arbitrariedad. Los dignos ministros de jus- ticia amparados por la Constitución vivirán ya tranquilos descansando en el testimonio de sus conciencias y no serán en adelante instrumentos ni victimas del despotismo. A la vasta extensión del imperio español , al carácter nacional y í los sagrados empeños( 4? ) contraidos en la solemne declaración hecha en favor de la legitima sucesión á la corona del Sr. D. Fernando VIL conviene que el gobierno sea una monarquía hereditaria sujeta á las modificaciones que la nación ha estimado necesarias para su seguridad y conservación. Los políticos de todas las edades han con- fesado las ventajas del gobierno monárquico aun conociendo que es muy expuesto á la tiranía y al despotismo; mas la Constitución española nos proporciona los beneficios que ofrece este sistema y precave los abusos, separando del cetro el poder legislativo y udicial. Si subimos al origen de las socie- dades, si recorremos la historia de los gobiera nos, hallaremos que la religión fue siempre la base de los estados, y que en medio de las tinieblas se enlazaban les ritos religiosos con las deposiciones políticas: de este modo Baal fué la guia de los fenicios, Zeus (3) el dios de los griegos, y los latinos tributaban (3) Zeus y Júpiter eran una misma deidad, pero bayo estos dos nombres fué aderada en acue- llas naciones.(49) i Jupítei sus adoraciones. El pueblo romano confundido con la multitud de deidades , consagrando sus fabulosas apotheosis y proi pagando el paganismo ocurría en sus placeres y aflicciones á los templos tutelares, ya para impetrar el remedio de los males, ya para suplicar la victoria, y ya también para ma- nifestar su gratitud á la piedad y protección de los dioses. En nuestros días las naciones que desgraciadamente no han visto la luz del evangelio, saben conciliar las leyes con su culto y son acaso mas religiosas que obe- dientes; los mahometanos, los persas, los la- mas y los japones, prueban hasta la eviden- cia la necesidad política de un sistema re- ligioso que proteja la unidad y permanencia del estado. El hijo Dios que con su preciosa sangre redimid el universo; que vino á es- tablecer un reyno espiritual, y que derramó las luces santas de la verdadera creencia, fué el que con su misión divina y por la pre- dicación de sus discipulos, dio solidez y consistencia á los imperios que tuvieron la fortuna de abrazar la religión católica. Desde(5°) que la nación Española la juro en manos de Kccaredo ha conservado en toda su pureza la verdad del dogma, y ha resistido las ase- chanzas de la falsa filosofía que aspiraba i separarla del corazón de los virtuosos es- pañoles; firme, pues, en sus principios de- clara por una ley constitucional que su re^ ligion es y será perpetuamente, con exclusión de qualquiera otra y la, católica, apostólica, romana, única verdadera. La religión y las leyes forman el carácter nacional, íixan la opinión pública, conservan ei amor á sus venerables institu- ciones, hacen prevalecer la autoridad, fomen^ tan la ilustración, establecen las buenas cos- tumbres de los pueblos, y con ellas dan consistencia y dignidad á los estados: tafl fué la conducta que observó Atenas, negando el derecho de ciudadano á los que no esta- ban dotados de las virtudes cívicas tan ne- cesarias para desempeñarlas importantes fun- ciones de la magistratura, y tal fue la de los romanos en el tiempo de su indepen1- dencia. Guardaban los atenienses con religioso respeto los libros que contenían los. nombresde sus ciudadanos, evitaban que los extran- geros se inscribiesen en las tablas públicas, señalaban las qualidades que debían adornar á los que aspiraban á este recomendable de- recho, y castigaban rigorosamente la infrac- ción de estos preceptos: los primeros romanos no concedieron semejante prerrogativa a los pueblos conquistados, sino quando esperaban afirmar por este medio su obediencia ó quando habían hecho servicios de importan- cia á la república: esta era la política de dos grandes naciones que apreciando la virtud y distinguiendo el mérito, colocaban á sus hijos en el aréopago, en el senado o en la tribuna para que conservasen sus leyes fun- damentales y promoviesen la felicidad de los subditos. La nación Española regida por prin- cipios de justicia y de equidad, quiere que la civilización y la cultura tengan todo el aumento que corresponde á la dignidad de su nombre, y por lo mismo exige estas re- comendables circunstancias en los que han> de entrar al goze de los derechos de ciu- dad y como que ellos son llamados á las'(sO graves obligaciones de conservar, defender, y dirigir el cuerpo político a* que pertene- cen: justas, pues, son las limitaciones hechas, porque la educación y el nacimiento merecen toda la atención de un gobierno ilustrado que conoce la necesidad de proporcionar la felicidad y el aumento de la población; pero es igualmente justo que á los españoles que por cualquiera línea son habidos y reputados jyor originarios del Africa^ les quede abierta la puerta de la virtud y del merecimiento* La calidad de ciudadano español es la preferente circunstancia que exige la Cons- titución para desempeñar los primeros em« picos asi civiles como militares y para ren presentar en el augusto congreso nacional los derechos de las provincias á que perte- necen; si después de los godos y de la ex- pulsión sarracena variaban los brazos, ora en las clases, ora en el número, si la su- jeción á estamentos disminuía la represen- tación del pueblo con ofensa de sus verda- deros intereses, y si en los últimos tiempos eran los órganos de la voluntad del príncipe y sus facultades aparentes, hoy que la na-( 53) £Íon proclama su soberanía, son sus represen • tantes los padres de la patria, los únicos le* gisladores y la mas firme atalaya que vela, por la seguridad del estado. Ni la renovación de este antiguo y $anto establecimiento, ni la inviolabilidad de sus individuos podrían evitar los abusos del poder executivo, ni precaver las asechanzas del despotismo, si no fuese muy freqüente jsu celebración, y si la base de la represen- tación nacional no estuviese calculada sobre Ja población de uno y otro hemisferio, sin .consideración á los privilegios de particulares .y corporaciones, ni í los derechos señoriales; asi es que las cortes se juntarán todos los taños y reducirán sus sesiones al tiempo li- mitado de tres meses para evitar las sospechas de. su permanencia y no perder de vista el interesantísimo objeto de su reunión. Una. diputación permanente, compuesta de siete individuos americanos y europeos , velará constantemente sobre la observancia de las Jcyes, y dará cuenta de las infracciones que liaya notado en el tiempo que exercid su ministerio. uSi la seguridad individual, la abolí» cion de señoríos y la extinción de tributos; si la libertad política, de la imprenta y la concedida al labrador y ai artesano; si la de- claración de la soberanía nacional, la divi- sión de los poderes, y la recopilación dé nuestras antiguas leyes que forman la nueva Constitución, no son pruebas seguras de la sabiduría y patriotismo de nuestros dignos representantes, preciso es ocurrir á la gran- deza y magestad de las sesiones públicas que ilustrando á la nación han manifestado á la faz del universo que España recobra su dig- nidad y es verdaderamente libre é indepen- diente. El misterio y el silencio de un cuerpo deliberativo es la prueba de la esclavitud en que gimen los pueblos: „ quando se teme, „ dice un político, manifestar con franqueza „ la verdad, se debilita la virtud, y entonces „ domina en las asambleas el poder, manda „ la fuerza, y la mano oculta del despotismo „ encadena la libertad y sofoca los clamores „ de los oprimidos. Cicerón se queja justa- „ mente que los comicios hubiesen estable*(55) >» cído esta costumbre que proporcionaba á », muchos romanos un medio seguro de co- „ meter las mayores injusticias y los mas M terribles atentados. n Las facultades del principe aunque contenidas y moderadas por las importantes atribuciones de este cuerpo representativo, son siempre magestuosas y dignas del gefe de una gran nación: la persona del rey es sagrada é inviolable, y la Constitución pone en sus manos el tremendo derecho de dec'a- rar la guerra, hacer la faz, disponer di la fuerza armada, mandar los exércitos , nombrar los generales y magistrados, pro^ veer todos los empleos así civiles como mi- litares, dirigir las relaciones diplomáticas y comerciales, y sancionar (as leyes del modo que ellas mismas establecen. Este inmenso poder con que el monarca de las Espadas aparece entre las naciones lo hace respetable y le concilia el amor y veneración de ses pueblos: asi como las cortes presentan ní a firme barrera ai despotismo, asi también A principo excrciendo libremente la po&ptad( 5«> exccutivá y sancionando las leyes, contiena los acalorados movimientos que pudieran sus* citarse en un cuerpo numeroso. La dilapidación del tesoro público filé uno de los terribles actos de despotismo que exercieron los pasados gobiernos, y una de las causas mas eficaces de la ruina del estado; la nación debe conocer de la inver* sion de los fondos que son de su propiedad* y puede por lo mismo hacer electiva la res-r ponsabilidad de los ministros y funcionarios encargados de la distribución de los caudales y asignar al principe y su real casa la do- tación anual que sea correspondiente á la alta, dignidad de su persona para evitar que la mala economía ó un simulado gasto perju* dique á los intereses de los vasallos: la res* ponsabilidad de los secretarios de estado y del despacho, es igualmente necesaria para conservar la justicia en todos los ramos de su administración y para proteger los dere* chos de los ciudadatios. En tanto serán estos mas respetados, en quanto la observancia de las; leyes se$ anas religiosa y las partes constitutivas del<:*7)' estado guarden aquella armoniosa concor- dancia qué hace indestructibles sus verdaderas relaciones: una magistratura particular in- terpuesta entre el poder executivo y el pue- blo con la denominación de consejo de es- tado está encargada de restablecer la intima y sólida conexión del principe con los sub~ ditos y de conservar el equilibrio tan nece* sario en una monarquía moderada. Tal fué el objeto que se propusieron los romanos en el establecimiento del tribunado, tal la bbligacion de los eforos en Esparta, y tal la del consejo délos diez en Venecia, cuyas atribuciones eran mas 6 mertos variadas segurt el sistema constitucional de aquellos pueblos: verdad es que no correspondieron á la con¿ fianza pública, pero también es cierto que los vicios de estos tribunales nacieron de- las Excesivas facultades que les concedia nna Constitución defectuosa d mal combinada, de ruyos terribles riesgos queda libre la nación Española por la sabiduría y previsión de sus leyes fundamentales. Precisado el alto gobierno í escuehra la voz imperiosa de la razón, de la justicia(í8> y conveniencia pública que resuena en e! seno de un consejo formado por la reuniórj de los sufragios de nuestros representantes y recibiendo el trono cada momento los resplandores emanados de un cuerpo tan luminoso, no es posible esperar que se re* pitan los desgraciados tiempos en que la ignorancia y la espantosa obscuridad de los manejos ministeriales violentaban á cada paso el timón del gobierno y exponían la patria al mas funesto naufragio. La ilustración y las virtudes llevarán en adelante á los ciudadanos españoles á ocupar los puestos que la nación destina a los genios subl'mcs capaces de afianzar su antigua gloria y de defenderla de la tira- nía de un conquistador ó de las sórdidas miras de un déí.pota que pretenda imponerle Jas pesí.'dus cadenas que arrastró en el tiempo de su desgracia y de su noble sufrimiento; el europeo y el americano solo podrán disr tinguirse por los grados de gloria que ad- quieran en sus respectivos destinos y la pa- tria no buscará en ellos sino el amor y el merecimiento. La libertad política de unos(59) y otros españoles, no aseguraría la indepen - dencia nacional, si las leyes fundamentales fio conservasen la civil y protegiesen la igual* dad de los individuos que componen la mo. narquía sujetando á su poder soberano to- das las clases del estado, qualquiera que sea la representación que gozen: la justa, pron* ta y eficaz administración de justicia decre- tada en la Constitución, al paso que casti- ga el crimen defiende la inocencia y hace efectivos y sagrados los derechos sociales: la persona, casa y bienes de un español res- petados por la ley, no sufrirán los insultos de la arbitrariedad y los juramentos y apre- mios tan ofensivos á la religión como con- trarios á los tiernos sentimientos de huma- nidad, no arrancarán en adelante una con- fesión violenta que comprometa al reo y al inocente. El supremo tribunal dé justicia crea- do para hacer cumplir religiosamente las le* yes; que tiene inmediato conocimiento de la conducta de 'los jueces y tribunales; que reúne á la autoridad la virtud y sabiduría, y que ha de entender privativamente en la*(6o) cansas de los primeros personages de la na- ción, exigirá la responsabilidad de los em- pleados públicos en todos los ramos de la administración gubernativa, económica y ju- dicial , y conservará en su fuerza y vi- gor los principios liberales y filosóficos de nuestras antiguas leyes vulneradas y confun- didas por las desgracias que no debemos ya recordar. No pueden prevenirse estas, ni conr servarse aquellos, si las leyes y ordenanza^ municipales que reglan el gobkrno interior 4e los pueblos no se enlazan y sostienen reciprocamente para que el suntuoso edificio de la felicidad pública guarde las exactas proporciones que deben darle solidez, be- lleza y estabilidad: el carácter español, la na- turaleza de nuestro sistema constitucional y los beneficios que han resultado de los ayun- tamientos exigen imperiosamente la conti- nuación de estas corporaciones que recuer- dan la libertad política del estado y fomen- tan su riqueza y prosperidad. Si en estos últimos tiempos ha podido viciarse su or- ganización reconozcamos el origen de estositiáles en los abusos del alto gobierno que á favor de privilegios y de remuneracio- nes convirtió en prospiedad vendible y re» nunciable la representación popular. Pugna á la razón y al objeto res- petable de estos establecimientos, que sus empleos honrosos y electivos se sujeten al principio de señoríos 6 se subasten públi- camente precediendo aforos ridículos y mez- quinos con ofensa del honor de los poseer dores y del aprecio de los vecinos que de- testan tan impolíticas negociaciones •« des- apareció ya esta marca de la opresión, y los pueblos han recobrado la libertad de ele- gir los ciudadanos dignos de su confianza y amor. La voluntad general debe ser siem- pre consultada, y los ciudadanos españoles no pueden perder el derecho de votar en los asuntos que dicen relación con el bien estar de la comunidad. Este derecho tiene en los gobier- nos democráticos una extensión que no es adaptable á las monarquías moderadas ; si los comicios curiados, los centurios y los ins- •Sc: • - /si t'-(62 ) tituidos por los tribunos de Roma, publi- caban sus leyes y elegían los magistrados, la nación Española depositando en sus repre- sentantes las facultades individuales y nom- brándolos por la pluralidad de sufragios con- curre á la formación de las le5'es y al nom- bramiento de las autoridades que no depen- den inmediatamente del príncipe sin la con- fusión que cansaban las numerosas asambleas de aquella célebre república. Esta prerrogativa que caracteriza la libertad del pueblo ha de ser protegida por la ley y conservada por los jueces: no es so- la la fuerza la que impide al asociado ex- presar su libre y espontánea voluntad; la seducción, el engaño, el soborno y las fac- ciones son armas mas poderosas y menos aventuradas para privarlo de un derecho que le dá naturaleza y le declara la Constitución: quando las ciudades de Italia concurrieron con sus sufragios á las elecciones de la re- publica romana, y desgraciadamente fueron dirigidas por la confusión, por el tumulto y el espiritu de partido, Roma perdió la libertad y dobló la cerviz ante sus tiranos.(«3 ) (4) ¡Recordemos, pues, este triste exemplo y resistamos con juicio y previsión las ase- chanzas de los enemigos encubiertos que pretenden esclavizarnos i pretexto de favo- recer los intereses sociales! El Congreso na- cional ha puesto los sólidos cimientos sobre que ha de levantarse el edificio de la liber- tad civil, y los ciudadanos españoles deben continuar la obra con la firmeza corresponr diente á tan seguros fundamentos. No hay que engañarse, la salvación de la patria con- siste en el acierto de las ebecionrs. El artículo mas importante de lá .Constitución es el de las juntas provincia- les, y es por lo mismo de rigorosa justicia que los sabios se ocupen en ilustrar á los pueblos para que se penetren de lo grave y delicada que debe ser la resolución: las juntas de provincias compuestas de hombres virtuosos restablecerán la felicidad pública en todos los ramos de la industria nacionalj mas (4) Mario, Sila, Pompeyo, y Cesar: véase Appíeri de bello civili, liber primas et Velejus Patec- culus, liber secumlus cap. 15. 16. y 17.(64) estas mismas corporaciones producirán la mi- seria, la ignorancia y la anarquía, si un des- tino fatal coloca al vicio en el trono de la virtud. El pueblo americano obrando con libertad y sujetándose á los nobles senti- mientos que lo animan, evitará tan terrible resultado, pero si conducido de la buena fe que lo caracteriza dá oídos á las sujestiones de algunos hipócritas políticos, será consi- guiente la ruina de este territorioj la guer- ra asolará los campos, la sangre de nuestros hermanos correrá desde el Adaes al Tona- lá, y el terror y la muerte alejarán de este continente la paz y felicidad que hacían sus delicias* Esta debe ser la suerte de un país -agitado por convulciones políticas, y en el que está desnivelada la proporción de cas- tas y de intereses: aun es tiempo de pre- caver tamaños males, aun es tiempo de go- zar los dulces placeres que ofrecían los pasa- .dos años, y "aun es tiempo de mejorar aque- llas tranquilas edades: la reflexión sola pue- de proporcionar estos inmensos bienes, pro- curando cada uno decidirse á favor de los ciudadanos patriotas y virtuosos capaces de(65 ) salvar la América y de contribuir á la in- dependencia de la nación Española. En los llanos de Castilla y sobre las riveras del Tormes, han asegurado este fe- liz y deseado momento los héroes de tres grandes naciones que acostumbrados á mar^ chitar los laureles del tirano de la Francia, hollaron de nuevo sus orgullosas águilas y destruyeron sus numerosas legiones: los hi- jos del gran Pelayo, marchan ya con segu- ridad y rapidez á fixar la independencia na- cional, y quando volviendo de los Pirineos enseñoreen su territorio, quando descansan- do de las fatigas de Belona se entreguen á las delicias de Ceres, y quando arrojan- do la ensangrentada lanza se ciñan la verde oliva, entonces verán que la párria renace de sus cenizas á favor de una Constitución jus- ta, liberal y sabia que protege la propiedad ¡ pública y la individual. Nada señala con mas exactitud los grados de tiranía ó despotismo que sufren los pueblos como la violación de este sa- grado derecho; desgraciadamente nuestro an« tiguo gobierno abusando del poder que la( 66 ) nación le conferia, y separándose de los prin- cipios de la ciencia econo'mica, gravó sobre- minera los intereses de tedas las clases con la arbitraria imposición de contribuciones in- justas y con la violencia de las exacciones,; solo el cuerpo soberano puede decretar los impuestos que sean necesarios á la salvación, seguridad y permanencia del estado, y las leyes fundamentales determinan el modo y forma con que ha de procederse para no perjudicar á los particulares ni á la comuni- dad y para que sean limitados á las nece- sidades de la patria. Las contribuciones di- lectas ó indirectas, las generales y munici- pales, si bien son precisas para las atencio- nes de la hacienda pública, son aun mas in- dispensables para sostener la fuerza militar que debe conservar la tranquilidad interior y defender su independencia y libertad. Asi es que las naciones de todas las edades conocieron la necesidad de mante- ner, siempre una fueiza armada capaz de resistir las agresiones extrangeras y de pre- caver tas agitaciones intestinas que pudiesen destruir o trastornar su sistema ^político, cm-(67 ) pero la mayor parte de ellas han sido aní* "quiladas por esta misma potencia conserva- dora: la ambición de los príncipes o'de los caudillos, el exceso de autoridad concedido al poder executivo y la reunión de las fa- cultades legislativa y judicial, proporciona- ron en todos tiempos á los déspotas medios seguros de burlar las leyes sociales, y de oprimir y esclavizar á los subditos que tu* vieron la desgracia de ser el objeto de sus miras inhumanas y codiciosas: dueños del exército y facultados no solo para darle la dirección correspondiente á las circunstan- cias, sino para aumentarlo, según sus capri- chos ó dañadas intenciones, estaban en el caso de afirmar el mando y de confundir á los pacíficos habitantes de sus respectivos do- minios. Sin subir á la historia general de los gobiernos tenemos en la del nuestro un tris- te convencimiento de esta verdad, y por lo mismo nuestros sabios representantes han de- clarado que corresponde exclusivamente al cuerpo legislativo, es decir, á la nación reu- nida en Cortes, la facultad de jixar anual* mente el numero de tropas que fueren mee-( Í8 ) sartas segun las circunstancias, como tam- bién el nwdo mas conveniente de levantar» ¡as, oponiendo asi una barrera al desenfre- no de los que quieran en adelante abusar de la buena fe y obediencia del pueblo es- pañol. Aunque la fuerza física es absolu- tamente necesaria á la conservación y tran- quilidad pública, presenta sin embargo la idea de un sistema despo'tico ú opresivo que re- gla las operaciones del gobierno y manifies- ta muy claramente que los subditos no go- zan los derechos de la naturaleza ni disfru-» tan los beneficios de la sociedad; la fuerza moral es la que debe dirigir á los asocia- dos, la que ha de conservar la unión nacio- nal y en la que han de descansar los gefes encargados del cumplimiento de las leyes: en los tiempos de turbulencias y de agita- ciones intestinas solo el poder militar puede disipar con prontitud la tempestad que ame- naza la patria, pero para precaverla es pre^ ciso íixar la opinión pública por razonamien- tos apoyados en la instrucción de sus hijos; á la ley es reservada la gloria de hacer que( 69 ) cada individuo se constituya en un verda- dero ciudadano, y que la virtud y las lu- ces particulares formen un todo firme y res- plandeciente capaz de resistir los embates de la malicia y de desterrar las tinieblas po- líticas que pretendan obscurecer sus brillos: no es posible conseguir este grado de ilus- tración sin que el sistema legislativo esta- blezca las bases de la educación civil. Las virtudes de Grecia, la austeri* dad espartana y las costumbres de Roma, tanto en la paz como en la guerra; en la vida pública como en la privada; en los ce- remoniales civiles y en los ritos de una re- ligión supersticiosa al paso que prueban el influxo de la educación en el carácter na- cional, nos ofrecen esperanzas muy lisonge- ras siempre que el gobierno se ocupe en inspirar á los pueblos aquellos nobles senti- mientos que exaltan el amor de la patria, estrechan los sagrados vínculos de la natu- raleza y los disponen al exercicio de las vir- tudes: dispútese en buena hora por los po- líticos la preferencia de la educación domés- tica ó la superioridad que exerce en ella(7°) la instrucción pública, y sea la que fuere Ta resolución de este agitado problema, siem- pre hallaremos que tiene una relación tan íntima y un enlaze tan estrecho que no es posible encontrar costumbres sociales donde no se auxilian y sostienen recíprocamente. La nación Española que reconoce y profesa exclusivamente la religión católica como única verdadera, y como la sola que perfecciona á los hombres conduciéndolos por el camino recto de la eterna felicidad; que no tiene que combatir errores dogmá- ticos ni conciliar opiniones religiosas; que ha unido en todos tiempos- el derecho ca- ndnico con eL común,, y que goza de una constitución estable y liberal capaz de resis- tir el despotismo y de asegurar su inde- pendencia y libertad, tiene menos inconve- nientes para establecer la educación públi- ca que ha de hacer brotar los heróyeos vas- tagos de su antigua generación. Conviene á la patria crear hijos vir- tuosos, pero le interesa igualmente que sean instruidos y robustos, porque lo físico y mo- ral constituyen el cuerpo político del estado. Por la educación formo Licurgo un pueblo?( 7* ) guerrero que haciéndose superior á las des- gracias sufría con noble firmeza los contra- tiempos de la fortuna: por la educación per- dieron las espartanas la debilidad de su se- xo y adquirieron una grandeza de alma, una robustez y valor que las distinguieron en- tre los pueblos de la antigüedad, y por ella sus tiernos hijos caminaban impávidos al sa- crificio. „ El medio mas eficaz, dice Aristd- „ teles, de conservar la constitución de un „ gobierno, es educar la juventud con ar- „ reglo al espíritu de ella misma" (5 ) y he aquí que solo el soberano puede establecer los principios de ilustración común sin con - fundir las clases, y solo él puede proteger con igualdad á los individuos de la sociedad y dirigir la opinión pública según el sistema legislativo de la nación: la inmoralidad de los pueblos y las convulsiones políticas que han hecho desaparecer de la superíicic de la tierra los primeros imperios del mundo, no reconocen otro origen que el extravio de la (>) PolitíC, Üb. T.(7* ) opinión pública; ella es la mayor fuerza de un estado y en vano se declama contra su relaxacion si oportunamente no se precave mal tan terrible fixando de un modo juicio- so las máximas políticas que uniformen los sentimientos de virtud religiosa y civil, y lle- ven la educación nacional á su mas alto gra- do de perfección y de gloria. El error no es un atributo de la na- turaleza sino un vicio de las pasiones 6 un ef:cto del abandono que se tiene en-cul- tivar los talentos y en iluminarlos con los resplandores de la verdad y de la razón: los perversos abusan de esta desgracia para ga- nar el corazón de los ignorantes y fomen- tar la discordia levantando su iniquo trono sobre la multitud inocente y en medio de la sangre de sus hermanos, que corre qual un torrente y se derrama con la mas hor- rible crueldad. No es esta una aplicación estudiada á las tristes circunstancias en que se halla la América septentrional, sino un convencimiento de las calamidades que trae á los pueblos la divergencia de opiniones y un exemplo harto sensible que nos pone á la vista la historia de todas las revoluciones.( 73 ) Dotado el hombre en su niñez de una fibra débil y de una sensibilidad ex- quisita, recibe y conserva con facilidad las impresiones que se graban en su cerebro, y es por lo mismo indispensable que el go- bierno procure rectificar las ideas de los que están encargados de formar el canter civil de la inocente juventud. El amor de la pa- tria y la escrupulosa observancia de la re- ligión, son las dos fuertes columnas que sos- tienen el grande edificio del estado, cuya felicidad y permanencia dependen de la ilus- tración de los individuos que lo componen. La prosperidad nacional es incompatible con la ignorancia, y en tanto afirma su poder y conservación en quanto es mas perfecta la ilustración de sus hijos. Hubo un tiem- po en que la falsa política de potencias cul- tas apoyaron la dominación de sus colonias en el absurdo sistema de proscribir la edu* cacion pública. Sigan, pues, este plan infa- me y opresivo los gobiernos despóticos mien- tras que los liberales que saben consultar sus verdaderos intereses descansan en la sabi^ duría de los subditos y se afanan en des- terrar las preocupaciones y los errores, ene-( 74 ) migos de la seguridad y tranquilidad de los pueblos. Una rápida comparación de las Amé- ricas españolas con las que dependen de otros gobiernos europeos es bastante á ma- nifestar la generosidad, franqueza y amor de una potencia que desde los primeros tiempos se ha ocupado en proporcionar la educación americana por medio de multi- plicados establecimientos literarios que han correspondido á los deseos de la nación y le han dado hijos dignos de su amor y re- conocimiento. Esta conducta justísima, aun- que singular, se llama tiranía por los que descontentos y desagradecidos solo pretenden realizar sus miras ambiciosas sin consultar la historia de los pueblos donde recibieron la luz del evangelio. Esto no obstante, la na- ción Española es susceptible de mejoras en la educación pública, y por lo mismo que- da al cuidado y vigilancia del alto gobier- no cumplir la ley fundamental que estable- ce la dirección general de estudios. Aunque la ilustración común es ab- solutamente necesaria i la felicidad del es- tado, es sin embargo indispensable acornó-( 75 ) darla á los intereses de las provincias, con- sultando el clima, el terreno y la disposi- ción de los naturales para fixar en ellos el estudio mas análogo á las circunstancias y mas ventajoso á la sociedad; pero ni la sa- biduría de esta corporación, ni la expre- sa protección de la ley pueden llenar los vas- tos deseos del congreso soberano; y para cum- plirlos declara que todos los españoles tie- nen libertad de escribir, imprimir y publi- car las ideas políticas esperando funda- damente que este libre comercio del al- ma forme una escuela práctica, no inter- rumpida, donde la juventud española rec- tifique las doctrinas particulares que ha de- bido á sus preceptores, y uniforme los prin- cipios que constituyen el carácter de las na- ciones. Tales son, fieles americanos, los no* bles sentimientos que animan á los dignos diputados que representan nuestros derechos; tales los votos de todo buen español y ta- les los beneficios que nos dispensa nuestra sabia y liberal Constitución: el exacto cum- plimiento de ella hará nuestra felicidad y calmará las agitaciones que sufre la naciónt 7<5 ) mas virtuosa y firme del universo. Así co- mo en la Península fué la roca donde se es- trelló el poder colosal del tirano de la Eu- ropa, asi también sea en Nueva España el escollo que contenga la marcha de la in- surrección: su observancia no depende ex- clusivamente del gobierno, preciso es que todos los españoles de qualquiera clase y condición estudiemos el libro sagrado de la libertad y que unidos á los gefes contribu- yamos á la salvación de la patria. Llegó el tiempo en que la igualdad de derechos exi- ge la uniformidad de sentimientos y sepul- ta para siempre las quejas á que haya dado lugar una administración impolítica, mas ominosa en los pueblos de la Metrópoli que en las posesiones ultramarinas. Gozemos, pues, los bienes inapreciables que nos ofrece la Constitución} estrechemos las relaciones que han conservado, en dias mas felices, la unión de unos y ¿tros españoles, y sea la fraterni- dad y el amor el respetuoso homenage que presenten al augusto congreso los pueblos del imperio mexicano, 22 A? 69