CARACTER Y CIRCUNSTANCIAS QUE DEBEN TENER LOS MINISTROS EN TODO GOBIERNO. T ••Jos ministros en los gobierno» se consideran los hombres Primeros, de mas dignidad y grandeza; roas tal primada por u«a fatalidad no siempre es bien entendida por to iosni cono- cida, que consiete en hacer el bien posible á los hombres, en mostrarles afecto, en servirlos, en derramar sobre ellos favores y beneficios, por los que consientan y reconoz- co tal poder y superioridad, y que si quieren hacerse dig- "'•s del cariño verdadero y de los respetos voluntarios de sus conciudadanos deben evitar en su conducta el orgull'i, tas modales altaneros, un tono imperioso, y en una pata- ta-a todo lo que pueda humillar á los hombres, hacién- dolos sentir su flaqueza é inferioridad. La dulzura, la afa- bilidad, uaa tierna compasión, un profundo respeto á los desgraciados, un sincero deseo de servir, son la» cualida- des con que los ministros deben siemprG distinguirse. La Rrandeza y el poder de estos hombres que solo se mues- ca en su dureza, su arrogancia y su desden, irrita los torazones de todos; y los beneficios que de ella arranca 3lguna vez la importunidad, son mirados como insultos 'lúe producen desagradecidos ¿Hay nada mas pueril y roas "ajo que la vanidad tiránica de algún ministro en cualquier gobierno, que únicamente parece que desea el poder pa- grangearse enemigos, y que dice: ^respetadme porque el poder esiraorJ'ntirio del que manda? El poder nada tiene de alhagntno, cuando solo sir- ve para aterrorizar y atraerse las maldiciones de los que "bedecen. La grandeza impenetrable no es buena para nada, grandeza sin piedad es una ferocidad verdadera; un mi- nistro soberbio y altanero hace que caiga sobre el que '"anda una parte de! odio con que él es mirado de to- d°s: ¡cuantas sublevaciones y cuantos disgustos no han pro- !!"c¡do i las sociedades los modales indiscretos de algunos «vnritos que sobre ineptos no han reprimido su orgullo! El poder v la grandeza ordinaria ensobervesen el co- íaüoD de! hombre, le embriagan v le eaesan una especie de de!iri(>- Pudiera muy bien decirse que algunos minis- tros sai0 pretenden hacerse temibles, y cuidau muy pocode hacerse amables. En la clase elevada en que la for- tuna extraordinaria los coloco y tal vez sin mérito, no creen que están enlazados con sus conciudadanos, ni con su pa- tria. Estas falsas ideas son las que hacen tan frecuente- mente odiosa la .grandeza de los ministros y suscitan ene- migos al poder. Prescindiendo de las luces que tales empleos requie- ren, las personas llamadas á tener parte en ios cuidados de la administración pública, debieran principalmente apren- der a conocer á los hombres y á descubrir lo que ellos son, á fin de saber lo que les deben y el modo de mo- verlos mas eficaz y poderosamente en beneficio de sus propios ¡utereses. La educación de los ministros se cono- ce a mas de su moral, por el arte de hacerse amar de los hombres, de conocerlos, y de unir los intereses de los pue- blos á los de su gobiorno. Pero por una desgracia no es el mérito ni la virtud la que ha abierto alguna vez el camino á tal dignidad, sino el favor, la cabala y la intriga. No ha parecido si- no que la voluntad del que manda ha bastado para hacer que desciendan sobre su favorito todos los dones nece- sarios para la buena administración pública: ¿es acaso en medio de los infinitos y complicados negocios, y en me- dio de las intrigas y asechanzas, donde un ministro apren- derá un ejercicio que le es nuevo y desconocido:' Para man- tenerse en el goce de su empleo, forzosamente ha de olvi- dar y desatender sus negocios y sacrificar a sus conciu- danns; se fiará del trabajo de otros, fallo de luces y co- nocimientos, su confianza quedara frustrada á cada paso y esta so!o podrá concederla á hombres mal encogidos y he- churas suyas, que habiéndose hecho lugar en su ánimo con adulaciones y bajezas, contribuir aq con su impericia', sus necedades, sus vicios y sus traiciones mismas, á la ruiua y caída do su protector. (;l)u que sirve el poder si con él no se consigue el cariño, la benevolencia y la sincera co sideración de los conciudadanos sobre quien se ejerce: Un ministro valido, caldo en desgracia, es indudable que se vé entérame! te abandonado de lodos, aunque en el tiempo del favor La- ya amontonado riquezas para este caso. El poder ciega al hombre, el miui'lro favorito enga- ñado siempre de su amor propio y de su ignorancia, se va- nagloria de que su poder no se acabará ¡amas, y los ejem- plos de desgracia que presencie en alguno mas digno que él, no le desengañan por su vanidad que la furtana no ha-3. ri escepcion de él, y que sus tálenlos y ardides no Je sa- caran libre de los escollos en que otro ha perecido. Esta ilusión ha hecho sin duda alguna vez que un ministro en su privanza trabaje incesantemente en apoyar los esfuer- zos de un despotismo destructor, en e> har por tierra el poder de las leyes, en destruir la libertad pública y en es- clavizar á su patria: tal imprudente no vé que esas leyes, esa libertad que destruye, y esas barreras que echa por tierra no podran protejerle á él mismo; en el día de sn aflicción. La historia tanto antigua como moderna, y aun la nuestra alguna vez nos presentará ejemplo de tal verdad. Todo ministro favorito debiera tener presente de con- tinuo que él es un ciudadano escogido para la mejor ad- ministración de la parte que se le ha confiado; todo mi- nistro debiera conocer que servir ciegamente al que man- da y obligarle á que defiera á sus designios es hacerse el mis- mo esclavo con toda su posteridad, es degradarse á si propio, es renunciar el titulo de ciudadano por el de so- berbio, altanero, é insociable. Los ministros virtuosos siem- pre se ha visto renunciar sus destinos, ruando la perver- sidad los ha imposibilitado de ser útiles á su patria: al re- ves los complacientes á los caprichos y vicios de una corte estragada, no renuncian y continúan sirviendo mal al que manda y á su país. Un ministro que no ha sufocado en su alma todo afecto de honor y de vergüenza jamas ha estado nn momento iedeciso en huir ó renunciar de un poder que solo le atrae el desprecio, el odio de sus con- temporáneos y la execración de la posteridad; el crédito de un ministro déspota, ademas de ser poco durable, es seguido de un oprobio eterno. Kl ejercicio de cruel ecsac- tor y verdugo de sus conciudadanos ¿podrá acaso ser glo- rio'su y digno de la ambición de un hombre de honor y principios elevados/* Por los ministros juzgan siempre los que obedecen de los que mandan, los aman o los aborrecen, los estiman d los desprecian. Por esto los que mandan deben tener el mayor interés en no confiar el poder de ministros sino á hombres justos, sabios, moderados y virtuosos, que son los que hacen amable y respetable su au'.oridad ]¿l que manda podrá engañarse de los talentos de un ministro, pe- ro no de que sea N hombre duro ) sin piedad, ó un ente li- gero y vano incapaz de hacer Mhable y nspetable el poder. La veracidad debe ser la primera virtud de un buen ministro: d-stinado á ver mas de terca que el que man- da las necesidades, ios deseos y las desgracias de los pueblos4. no pusle menos de ser traidor a este y 4 !a patria sí Ic engaña y oculta la verdad. £1 qué mar.da deLe ser roa- movidos á piedad ruar do los que obedei en padecen, debe temblar cuando estos se hallan descontentos; el es quien debe por su estado conocer los males y las disposiciones del pueblo. Todo ministro fiel debe ser el ojo del que manda» y el órgano del pueblo Mas en los gobiern os imprudentes, vanos y corrompidos, ]a verdadera grandeza es totalmente desconocida. Tanto el que manda como sus privados, son unos niños que contentos ©on gozar algunas ventajas de placeres vanos y corrompidos no ñjan su vista en lo venidero, cada uno procura sacar par- tido de su poder efímero, y cuidar poco ó nada en lo que se- rán algún dia. Los ministros hacen las veces del que manda en las dife- rentes partes de la administración que se les confia, y por con- siguiente deben hacerle querido de los pueblos y hacer amable su autoridad. Uno de los principales deberes de un minisiio es, ser accesible a todos,recibir bondadosa y benignamente las suplicas y representaciones de los ciudadanos, y hacerles jus- ticia pronta e imparcial. Un ministro duro, seco e inaccesi- ble, oféndela reputación del que ejerce el poder. Debe ser exacto y grave-, pero no es decir use altanería, sino atención, gravedad en las costumbres y el decoro que conviene al pues to respetable que ocupa. En pocas palabras, el talento y el entendimiento juntas con la justicia, la rectitud, la esperienria y las buenas cos- tumbres, constituyen un hombre de estado, un ministro que- rido- ténganlas presentes los que mandan en sus elecciones, si quieren rodearse de ministros verdaderamente ciudadano, de un Sully, de un Maurepas, de un Turgot, y de uno que ja- mas confunda los intereses del pueblo cual otro inimitable Jteker.—México y octubre i5 de i8aS.—J.L E. Imprenta a cargo de Martin Rivera,