O K CU RI ACTOS ODOMIRO COR Abogado ESTUDIOS SO lili I! U CAPITAL DE EJÍTBE-] Y 8U» ' ¡j¿S> REFORMAS CON'STITDCION'ALES IITEÑOS AIUKS 1883 Tipo grafíaLOS HORACIOS Y LOS CURIACIOSLOS HORACIOS T LOS CURIACIOS POR CLODOMIRO CORDERO Abogado ESTUDIOS CAPITAL DE ENTRE-RIOS . T BUS REFORMAS CONSTITUCIONALES 'i BUENOS AIRES 1883 Tipografía Itülo-Arsrentina do B. Borohesb, Calle Boliv»r 130.A LA JUVENTUD ENTRE-RUM Los hombrea de ¡a nueva gene- ración, al ocupar altas posiciones y ejercitar sus derechos, asumen grande responsabilidad ante su conciencia y ante la historia, des- de que, para conseguirlo, han me- nester eliminar-y anular persona- lidades.vr Ellos no pueden renunciar al deber de llevar á la práctica sa- ludables refortnas, sin convertir- se en serviles rutinarios, y volver la espalda al noble apostolado de la ciencia de gobernar. Téngalo así presente la juventud entre-riana, que, después de haber reclamado con viril aliento la des- aparición de sus dictadores, guie- re hoy realizar sus más bellos ideales políticos. Alguien pretende que el pais no necesita de buenas leyes, sinó de rectos gobernantes. Esta pretensión es un sofisma, inventado para justificar la inmo- vilidad legal, que pugna con el espiitilu moderno. Las leyes, que tienen por origen la justicia, y las costumbres, y las -ra necesidades de los pueblos, modifi- cantes los tiempos con sus ense- ñanzas. Las vicisitudes de la suerte y los mejoramientos alcanzados, señalan nueva era á Entre-Rios, cuyos hijos deben mostrarse avaros por consoli- darla, relegando al público despre- cio vetustas preocupaciones, é insos- tenibles formas legales de gobiernos persenalísimos. No faltará quicu nos llame aun soñadores, porque diseñamos los dilatados horizontes de una refor- ma, perpetuo anhelo de nuestra vi- da. Pero téngase en cuenta, que los sueños de hoy suelen ser la rea- lidad de mañatta. Es á la juventud de Entre Bios, llamada á edificar sobre las ruinas del pasado, consumando las refor-VIH mas de su constitución y demás leyes, á la que dedicamos esta la- bor, en homenaje de fraternidad. Clodomiro Cordero. 9 ORIGEN" DE ESTE LIBRO El ex-ministro de hacienda de EntreRios, nuestro ilus- trado colega, doctor don Juan A. Mantero, nos favoreció con la carta que sigue : Mi querido Clodomiro: jHe visto anoche una carta tupa, y me ha llenado de placer verte en la corriente de ideas en que te en~cuentras, respecto á la imprudencia con que se ha tocado la cuestión ca- pital. Si escribieras en un diario serio en el sentido indicado, prestarías un verdadero servicio á la provincia de J5ntrc~Rios, que necesita de admi- nistración, p no de agitaciones in- conducentes. %e lo pido en nombre de nuestra amistad, p en nombre de los víncu- los que nos ligan a la suerte de este querido pedazo del suelo argentino. "¡Haz un paréntesis pequeño cada dia a las tarcas del bufete, p escri- be artículos sensatos, como los que salen de tu ejercitada pluma, en el sentido de demostrar la ínconvenien- XI cia de tocar la cuestión capital, b de removerla sin objeto ni proposito elevado. Je lo agradecerán tus amigos, j> más te lo agracerá la historia. %e quiere siempre Tu verdadero amigo, JUAN A. MANTEKO. Uruguay, capital de la Provincia, Mayo 87 de 1883. Tanto por complacer al ami- go, cuanto por realizar un le- gítimo deseo, hemos puesto cima á la serie de artículos que simultáneamente publicá- ramos en "Las Provincias" yxn en " El Libre Pensador ", y que forman estas páginas. Es al calor de arraigadas convicciones que ofrecernos al pueblo entre-riano el contin- gente de nuestro humilde cri- terio. Unidos á él por el doble vínculo de la sangre y del afecto, no pueden sernos, en manera alguna, indiferentes sus debates. Todo lo merece aquel pue- blo heroico, iniciador de los grandes movimientos de Mayo contra la tirania, que dieron por resultado la existencia constitucional de la República. xm Todo Jo merece la Irlanda Argentina, á quien nunca fal- taron para la defensa de su soberanía no delegada, ni los O'Connel, ni los Parnell, cu- yos écos enérgicos, valientes, aun parecen resonar en la soledad de sus bosques y en la superficie de sus plateados rios. * Aunque venidos á la vida en este centro, no menos ilus- tre por sus hechos, mucho hemos gozado siguiendo á los hijos de Entre-Ríos en sus rasgos de varonil y patriótico carácter, conservando el re- cuerdo de la sombra protec-XIV tora de sus frondosos árboles, que disfrutáramos al amor de sus hogares hospitalarios. Allí, donde el cielo azul, las brisas perfumadas, y el canto de los trovadores de la selva, convidan á soñar con un por- venir, que, si no lo alcanza- mos nosotros, lograránlo nues- tros descendientes. Ojalá sean estas pajinas leí- das é interpretadas con el mismo generoso sentimiento con que han sido escritas. I Cuenta la historia que los pueblos de la antigüedad solían jugar su suerte al éxito de un combale singular. Así Roma la expuso un dia al azar del sa- crificio de los Plorados, y Alba al de los Curiacios. La Esparta Argentina, aprestando sus armas, va también hoy, como aquellos rivales, á jugar tu suerte al éxito dudoso de una lid, en la que dos Íiueblos hermanos quieren disputarse a victoria. Los dos son hijos genuinos de la conquista y de la vida independiente argentina. Mecióles su cuna el colo- niaje, y hánse desarrollado nutriéndose de la sávia revolucionaria. Ya venza el uno, ya venza el otro de esos dos pueblos gemelos, los que les contemplamos con patriótica inte-rés, jamás aplaudirémos el triunfo del vencedor sobre las ruinas del vencido. ¿Qué resultado práctico obtendrá la provincia de Entre-Rios tras la con- tienda civil iniciada de los hijos del Paraná con los hijos de la Concepción del Uruguay? Ninguno!—desolación y luto; la di- visión radical de los habitantes del li- toral del Paraná con los del litoral del Uruguay; y, acaso, en lo porvenir, en- señoréense dos efímeras republiquetas, limitadas por el Gualéguay. ¡Qué más quisieran Tos eternos ene- migos del indómito pueblo entre-riano, de ese puñado de valientes, que todo lo expuso en áras de la libertad de la patria, que verlos divididos, despeda- zándose mutuamente, y anaquiladas sus fuerzas por el odio! La turba de merodeadores políticos^ que husmea el hedor de los cadáveres, precipitariáse nuevamente sobre aquel suelo querido, como hambriento cha- cal, para devorar su presa. ¿Acaso han olvidado los entre-rianos cómo avalanzáronse un dia sobre su provincia los mercenarios de todas partes, disputándoles hasta el más in- significante puesto público, poniendo en juego aviesas intenciones, sirvién- dose del dolo, del espionaje, de la adu- lación servil,de todo género de bajezas, para el logro de bastardos fines? No! que no se borra así como quiera de la memoria de los pueblos la dura lección del sufrimiento! ¡Deténganse, pues! No se precipiten en la pendiente resbaladiza de una lu- cha fratricida sin horizontes! [Recuerden cómo—después de dar y recibir la muerte; después de pelear en campo abierto,—fueron perseguidos y cazados cual aves en las ramas y ma- lezas, que servíanles de refugio contra sus encarnizados enemigos; y cómo— hasta en presencia de inofensivas mu- yeres—arrancábanles sin piedad el co- razón I Recuerden la última palabra de pro- testa de sus héroes y de sus mártires! jY recuerden, sobre todo, el llanto, la desesperación de la madre, de la espo- sa y del huérfano, en la soledad del hogar, condenados á la eterna ausen- cia de sus deudos queridos! Entre-Rios ha menester reconquis- tar, con la labor pacifica y fructífera., su antiguo esplendor. Pasaron ya los tiempos en que sustitánicos esfuerzos por la nacionalidad argentina, y sus caudillos afortunados, le Hieran preponderancia Sus gobernantes de hoy no pueden aspirar, sin el sacrificio estéril de sus gobernados, a altas posiciones en el orden nacional. En una sociedad como la nuestra, no es posible disputar la preponderan- cia a las figuras políticas de moda, sin acometer larga tarea, erizada de difi- cultades, y sin condenar nuevamente a los entre—ríanos á vergonzoso ilotis- mo. Y aquel pueblo, después de haber desempeñado el alto rol de iniciador y apóstol de los grandes movimientos nacionales, agobiado por el peso de sus glorias, cuya alma agitóse siempre portas libertades patrias, no puede, sin echar un negro velo sobre su pa- sado, convertirse en instrumento cie- go de sórdidas pasiones de politicas- tros cuneros. {Alerta, pues! que el vencedor en la fraternal contienda,cual Horacio, el hé- roe romano, no obtenga por único fru- to, el estallido de quejas é imprecacio- nes de sus hermanos, y le arrastren hasta las gradas del suplicio. n. El lugar de la residencia del gobier- no de una provincia, ó de una nación, ¿puede ser asunto que merezca la divi- sión radical de verdaderos patriotas? Decididamente no. Las naciones del Viejo Mundo deben, en su mayor parte, el origen de sus capitales, á la voluntad de los señores feudales, ó de los reyes absolutos, quienes las gobernaron, ó dispusieron caprichosamente de sus destinos. Las capitales de Francia y de Espa- ña, antes de ser establecidas en las ciudades donde existen hoy, existieron en otros centros de provincia, donde los caudillos, ó los partidos, resolvie- ron establecerlas. Si los Estados Unidos del Norte lle- garon á fundar una ciudad, crearon, puede decirse, su capital, revelandoestá ese hecho, que sus más importan- tes hombres comprendieron que no de- bían imponer á ninguno de sus gran- des emporios comerciales, los graves inconvenientes que acarrea la agrupa- ción de los empleados públicos. Si el catolicismo bregó por tantos años por reconquistar á Jerusalem, pa- ra hacerla residencia de sus autori- dades, como briega aún por conservar- le ese carácter á Roma, ha nido, ce- diendo más á preocupaciones, hijas de la tradición, que á la sana razón de un criterio independiente- Igual cosa puede decirse de esas multitudes del pueblo italiano, que han derramado su sangre por ver en la ciudad de los Césares, flamear, triun- fante, la bandera de la unidad de ¡a patria, y porque residieran en ella sus primeras autoridades civiles. Los argentinos mismos, que han venido reclamando la residencia del gobierno federal en Buenos Aires, han cedido más á preocupaciones invetera- das, que á exigencias de elevado pa- triotismo. El pensamiento libre que debe guiar los actos de los hombres y de los pue- blos, no puede aceptar, como único fundamento, la tradición, que no se mo- difica por el tiempo y sus enseñanzas, y que es esclava del sentimiento Los estados grandes, ó pequeños, no deben vivir ligados completamente á la escuela histórica, si penetran sus des- tinos, y sus hombres aspiran á identi- ficarse con el espíritu moderno. Hacer cuestión sobre si deben resi- dir sus autoridades en este, ó en aquel paraje de su territorio; es esterilizar fuerzas morales y materiales en asunto balad í. Es reproducir aquellas luchas que tanto preocuparon al Viejo Mundo en la Edad Media, por símbolos y fami- lias, de muy pobre significación para el bienestar de la humanidad. Las democracias de América, con más estensos horizontes que las viejas monarquías de Europa, tienen otros problemas de organización política, más vastos, y más dignos de la aten- ción de sus miembros. Si nuestros hombres públicos se penetrasen de la máxima inglesa: El tiempo es dinero, no los veríamos pre- cipitarse, arrastrando á la juventud inexperta, que frecuentemente los sigue en pos de quiméricos ideales, esterili-zando, de esta suerte, exhuberante vi tálídád, en nimias cuestiones. Los gobernantes dé un pais republi- cano-democrático, están bien siempre en su territorio, ya sea ó no populoso el lugar de su residencia, siempre que se inspiren sus actos en la más recta justicia, y sean capaces de hacer acatar su autoridad, sin menoscabo de las libertades públicas. El vapor, el telégrafo, y todos los elementos de fácil comunicación, que el progreso ofrece, acortan las distancias, salvando inconvenientes, y habilitan al gobernante de buen sentido para discurrir como el comensal, que pre- tendía hacer la grandeza de la locali- dad en donde asentaba sus reales. La residencia de los poderes públi ■ eos de un Estado, en una ciudad cual- quiera, léjos de ser un beneficio para ella, le crea inconvenientes á su desar- rollo, de los cuales no puede darse cuenta quien vive ofuscado por bastar- das pasiones. La empleomanía y la avidez con que la gente del poder procura enriquecer- se á espensas del pueblo, comprometen su crédito, grávanlo con impuestos enerosos, y lo martirizan, haciendo es- fuerzos por exagerar una autoridad, tanto más respetada cuanto ménos in- tolerante es. En América, los resabios del colo- niage, insensiblemente convierten al Sobornante y sus agentes, en un sér ivorciado de la opinión pública, y con más ínfulas que un mandarín de la China,' infanzón de pro, ó fidalgo por- tugués. Ofrecerle, pues, á una ciudad comer- cial de recursos propios, tan libre como lo fueron las ciudades Ansiáticas, el presente griego del bombástico título de capital, equivale á ofrecerle la limi- tación de beneficios que la hacen inde- pendiente y feliz El boato del empleado y del militar despierta á los que no lo son, el deseo de serlo, y enagena á la industria y al comercio la suma c'e un cauda! de bra- zos é intel'genc'as, capaz de engrande- cerlos, prepara la fragua de los dés- potas. Agregúese á esto la ¿upresion de sus au'or'd*- es prep:as, reempla- zadas por otras, que representan la voluntad generar del E;íac'o, y tendre- mos el escamoteo de una rnionomia local, que satisface y dignifica á una ciudad,por la provincia ó por la nación.—10— Por eso, en los Estados-Unidos del Norte, Nueva York, que es la ciudad verdaderamente metropolitana, no ha aceptado nunca ser ni siquiera la capi- tal del Estado á que pertenece; y la Sui- za, hasta hace poco, tenia su ca- pital movible, trasladándola,periódica- mente, como cumple al gobierno de una federación, que no aspira á pre- sentarse con magnificencia á la faz del mundo, en mengua de sus intereses comunes y de la autonomía de sus ciu- dades más importantes. Los gobernantes austeros, de verda- deras virtudes cívicas, jamás deben exijir de sus gobernados—porque no lo necesitan—pingües rentas, suntuosos Ea lacios, y cohorte de engalonados ca- alleros, si velan por la suerte del sue- lo que les vio nacer; si alguna vez, en horas de reposo, dando treguas al pla- cer, meditan sobre la necesidad impe- riosa de allanar el camino á la nivela- ción social, que, con tanta justicia, reclaman los pensadores modernos. Pobres pecheros de los señores que la vieja Europa esputaba en sus ané- micos accesos, vigorosa planta, surgida de la fecundante sávia de un suelo vir- gen y de carcomida semilla, agrupación cosmopolita de los naturales de un Con- tinente que se regenera, ó perece, san- grándose, y arrojando á todos vientos sus mutilados miembros, no debemos, en manera alguna, con nuestras pro- pias manos, tejer la red de acero con que los déspotas aprisionáran á nues- tros mayores, y convirtiéranles en es- cabel de funestas ambiciones. Ciudad, estado, ó nación, toda agru- pación de hombres libres en América, no ha menester ya de fausto aristocrá- tico, ni de gobernantes que sueñen con oropeles, fantásticas riquezas, con po- deríos, de todo punto imposibles, sin el sacrificio, sin la muerte de sus go- bernados. No fué la riqueza y el poder militar de los Calígula , de los Nerón, de los Tiberio, de los Césares, lo que hiciera la gloria mayor de Boma, y lo que eternizára sus instituciones. Fué la sabiduría de un Justiniano, de un Ci- cerón, y de tantos otros insignes sábios que nos legaran el tesoro de sus inge- nios, en enseñanzas inmortales. Fué, sobre todo, Ja inspiración patriótica y austera de Catón, y del labrador Cinci- nato.m. El viajero, al trepar por las corrien- tes del Paraná, con la vista fatigada en presencia de los variados paisages que las floresta» del delta argentino ofrecen, al dobldr verde ensenada, sobre agres- tes barrancas, verá que destácase, co- mo nido de águilas en las alturas, la antigua capital de la Confederación Ar- gentina, y varias veces de la provincia de Entre—Ríos. Al llegar á ella, y contemplarla dis- tante la ribera, habrá de reflexionar siempre: ¡Cuán temerosos vivirían sus fundadores de las sorpresas del audaz navegante payaguásl Y al recorrer sus —13— tortuosas calles, habrá de evocar el re- cuerdo, no solo de los hombres de la Confederación, que, desde aquella cima agitáran con su aliento las multitudes del pueblo argentino, ávidas de rege- neración y bienestar, si que también los indómitos compañeros de Ramírez, S[ue, después de haber paseado triun— antes, como fantás ticos centáuros, ám- bas márgenes del rio, cayeron, cual león herido, bajo el imperio de estraños gobernantes, de los Mansilla y los Echagüe. Parécenos escuchar su monólogo: ¿Qué fueron—dirá—de aquellos ora- dores y escritores ilustres, que dieran la fórmula de conquistas liberales, alcan- zadas en la lucha colosal de medio si- glo, por la organización nacional? ¡Que fué de tantos y tantos guerreros que, al compás de bélicos clarines, convocáran á sus hermanos á la lid, ó entonaran himnos de victoria? El éco del golpe del picapedrero, que prepara la piedra para elaborar la canes, que tanto se vejan y apostro- án unos á otros, emprenderán, cabiz- bajos y mobinos, el sendero de sus ca- sas, resueltos á coadyuvar con sus mu- jeres en las tareas domésticas y feme- niles añagazas. Entre-Rios ha de meditar con prefe- rencia sobre estos tópicos que entrañan el porvenir de la patria, hoy que, mu- chos de los representantes de su ele- mento joven, van á formar parte de la convención reformadora. Ténganlo presente! No es trayendo al debate la vieja cuestión «capital», dividiendo la provincia radicalmente, como han de asegurar su paz y su pro- greso; sinó abordando, sin reservas, las cuestiones que fueron siempre el verda- dero origen de su infortunio. VIL La marcadísima tendencia á centra- lizarlo todo, es el vicio más arraigado de nuestra organización política. De buen grado cederíamos nuestra representación, y hasta nuestros dere- chos, al primer venido, á cambio de ahorrarnos las molestias de tener que trasladar nuestra humanidad de un punto ó otro, ó dividir nuestro traba- jo. Cuestión es esta de clima, y, aca- . so, de nuestro origen monárquico. De ahi que, los que poco antes recla- manban libertades y garantías hasta en los campos de batalla, cedan blanda- mente á los caprichos de sus caudillos, y acepten la centralización más degra- dante. La ciencia política, como verdadera ciencia de aplicación, tiene ya sus tér- minos claros y precisos; y consultadacon espíritu despreocupado., nos de- muestra, que la 'verdadera libertad con- siste, no solo en la conservación del respeto de la soberania nacional, sinó en la conservación también del respeto de la soberania de los estados, que constituyen la nación; en la conserva- ción del respeto de la soberania de las ciudades, que constituyen el estado; en la conservación del respeto de la sobe- rania de las comunas, que constituyen las ciudades; y por último, en la con- servación del respeto de la soberania individual, cuya colectividad da origen á la comuna, á la ciudad, al estado, y á la nación. Garantir, pues, la existencia del hombre en la plenitud del goce de sus derechos^ es asegurarle la más alta de las aspiraciones porque se agita, y ga- rantir la existencia naciona'. Los que derrocaron el vireynato y lo reemplazaron en el mando de estas an- tiguas colonias, olvidáronse de su ori- gen, y vivieron requiriendo las armas á cada instante, con el nada santo pro- pósito de avasallar y humillar, matan- do, ó destinando álos cuerpos de línea, que vale tanto como esclavizar á la usanza romana. Pisotear, pues, con loa cascos del caballo los miembros mutilados del ciudadano enemigo, era lo mismo que destruir ciudades, estados, ó naciones, y someterlas á la voluntad de un tira- no, ó de oligarquías prepotentes. La contradicción más palpitante re- salta en sus hechos, y pareciera que aun sus descendientes no se hubiesen penetrado de la necesidad que hay de ajustar sus actos á lógica conse- cuencia. Si nuestros ascendientes hicieron la revolución de Mayo con e! patriótico fin de emanciparse de odiosa tutela, invo- cando el lema de la revolución france- sa: libertad, igualdad y fraternidad, sus descendientes no pueden centrali- zar hoy el gobierno del país, como lo vienen haciendo, sin apostatar de sus más santas creencias- Así como la colectividad no puede exijir al ciudadano servicios gratuitos, ni imponérselos, la nación, ni el es- tado, pueden exijir con justicia á una ciudad servicios á que no está obligada por la Carta, ó que ella no acepta por intermedio de sus lejítimos represen- tantes- No basta que una convención nació-nal, ó provincial, declaré á una ciudad capital de un estado, ó de una nación, es necesario que la municipalidad de aquella, libremente organizada, lo con- sienta. La sancien de una convención y de un congreso provincial, ó nacional, lle- vando á cabo tal imposición, importa la supresión de la autonomía de ciu- dad, cuyo respeto exije se llenen las formas que en todo pais libre existen para alcanzar su expresión. Fuerza es elevar la institución muni- cipal á la categoría de un cuarto poder del estado, si queremos el gobierno del pueblo para el pueblo, el self-gobern- ment, que ha engrandecido á Inglater- ra, Estados-Unidos del Norte, y Suiza. Entiéndalo así los que, por medio de una convención, pretenden despojar la ciudad de la Concepción