. — 32 — dos diez meses de disuélto ó anulado el matrimonió; á menos de haber quedado en cinta, en cuyo caso pó- drá casarse después del alumbramiento. Art. 110—La mujer que se casase en contraven- ción del artículo anterior, perderá los legados y cualquiera otra liberalidad ó beneficio que el marido le hubiese hecho en su testamento. Art. 111 —La viuda que teniendo bajo su potestad hijos menores de edad, contrajese matrimonio, debe pedir al Juez que les nombre tutor. ■•• • Sino lo hiciese, es responsable con todos sus bie- nes de los perjuicios que resultaren á los intereses de SUS hijos. ,• , ■ ' - ,• '': "•/">}La misma'.vobligacionu;y¿vt^^onsabiKdad-;tiéfl^^el mando de ella 'y:-y^,: CAPITULO DIECISEIS I»l«|»f>«lcloncK truii*iion Laton-e — Deoretofc dictados desde Marzo de 187G hasta 1S78, Manual de Policía -- Por don Antonio O. Vdlalba, con un pró' logo por el doctor Matías Alonso Criado — dos tomos. Manual de Práctica Foren?—Al alcance y con arreglo al nue- vo Código de Procedimientos Civiles de la República—Por Ramón de Requesens. ¿ 5^ El Copo de Nieoe— Novela de coalumbres, original de Angela .^¡raasi—un tomo. gS La Colonia Española — Diario independiente, órgano y defen- sor de los intereses de su título eu Sud-América — Hay colec- ciones completas encuadernadas. Biblioteca de «La Colonia Española» UN DUELO A MUERTE POR José Sei_oTKYII>KO 1MPRUNTA «nVRAtl', CAMARAS, 1U y I 878r»ltl>llülitv\. PAUTE 1 É I. I. A En el momento en que empiezo á escribir estos renglones, «1 nombre de I» señorita de Miramar, cor- riendo de boca en boca, da la vuelta o] gron mundo. Su nombre es el de una piedra preciosa, que es al mismo tiempo el nombre de una preciosa flor: se llama Margarita : combinación delicada que sirve admiraulemeuie para nombre de mujer. En éi se reúne lo que mas brilla ó lo que,má8 ador- na; lo rnás rico y lo más frágil; un reflejo y un per- fume ; lo que mée deslumhra y lo que más embellece ; las dos cosas que más apetecen las mujeres: los dia- mantes y las flores. Los periódicos, en las Crónicas de los salones y en las Gucetitlasy)levan hasta el conlin del último lector la celebridad de la señorita de Mira mar. No perdo nan detalle ni pormenor; cuentan los pliegues de sus vestidos, las ondas de sus cabellos. Es imposible. 4 BIBLIOTECA PE «LA COLONIA B3PA30LA> no reconocerla y no admirarla, porque n*un de su per- sona y de sus adornos, pelos y sefiales, como si se tra- íára de un objeto que ha de adjudicarse en pública subasta. Y, en efecto : desde el punto de vista de los enca- jes, de los diamantes, del terciopelo y de la seda, Margarita es una criatura encantadora. En cuanto á su belleza, consiste en la extrafía mez- cla de dos tipos distintos : sus ojos pardos, son de dia casi azules, y de noche casi uegros; sus cabellos cas- tados dejan ver á la luz ondas casi rubias, y á ia som- bra caái negras; es casi blanca y casi morena; la nariz, fina y correcta, sé. detiene discretamente so- bre una boca grande, discreta y graciosa. Cuando está seria, la expresión de su fisonomía es dura ; poro la suaviza la sonrisa más dulce del mun- do : mira como-una mujer y sonríe como una ñifla. Y es que hay eu su mirada esa penetrante malicia de Ja tnojer que todo lo sabe, A la v^z que resplande- ce en su sonrisa esa inocencia atractiva de la mujer que todavía no sabe nade. En cuanto á su edad, do es fácil averiguarla sia te- ner á 1 mano el dato fehaciente de su parlida de bautismo; sus mirados dicen: « Voy á cumplir vein- ticinco aflos. » Su Sonrisa protesta diciendo : « Toda- vía no he cumplido diez y .«eis.» Y este mismo contraste se observa en toda su per- sona. En ciertas ocasiones se la ve doblar la cabeza humildemente, como si quisiera decir: « Obedezco. » En otras, irguieudo lafrente, descubre en ella la ex- presión enérgica de un imperioso pensamiento. En- tonces dice : » Yo mando. > Su talle, flexible y bi°n contorneado, se presta á movimientos de una cadencia armoniosa, en los que UTÍ DOBLO A MUBRTB 5 el observador puede advertir dos impulsos opuestos, que suelen ir juntos, como van juntos el cuerpo y el alma: hay eu ¿líos sensualidad y pudor; su paso, firme y vacilante al mismo tiempo, es voluptuoso y corto. Una vez metido en el inventario de las pri ndas que constituyen su persona, será preciso que «nada dos pormenores, sin los que el retrato resultaría cojo y manco. Los lectores querrán saber qué especie t'e manos le ha concedido la naturalezo, y no hay para qué ocultarles que sus mauoseon blancas como la nieve; que en su trasparente blai>eúra dejan ver ¿interva- los las líneas azulea de las venas: qje los dedos re- dondos se prolongan, disminuyendo, hasta terminar en unas ufías linas y sonrosadas ; que. en el nacimien- to de cada dedo apureee y desapai'ece un hoyo im- perceptible, según te abre ó se cierra la mano; y, en fin. que todo está contenido en el menor espacio posible, porque la m;;no es lodo lo pequeña que de- be ser. Los lectores, más curiosos todavía que las ]m to- ras, querrán que levante un poco la onda del vesti- do y les descubra el pié correspondiente asemejante, mano ; mas yo no debo permitirme tanta libertad, y, además, no quiero permitírmela. Advierto única- mente, que, cuando se dice mano bonita, se. dice pié gracioso: porque ios píós y las maaos son dos extre- mos que marchm siempre en perfecto acuerdo. Los que no satisfagan su curiosiaRd deduciendo la perfección del pié de Jos rucantes de la mano, será pseciso qne se resignen á tener paciencia. La voz viene á ser una facción que intluye pode- rosamente en el atractivo de la persona; así tomo6 BIBLIOTECA DE «LA COLONIA ESPAÑOLA» hoy en la mirada rayo9 que penetran hasta el fondo del alma, de. la misma manera hay en la voz inflexio- nes delicadas, tonos armoniosos que dan á la pala- bra una elocuencia irresistible, i- He observado en las luchas de la palabra que la razón es una gran cosa; pero la multitud dispensa de ella fácilmente al que dispone del influjo seduc- tor de una voz agradable/ ¡-Desgraciada razón la que tenga que luchar cou uu acento armonioso, si es una multitud el juez de la contienda, y ese juez há de fallar en el acto! La razón convence y la música conmueve.. .' '' -'- ' x;' 'i "-'-': Por absurdo que sea lo que. se llama argumento de una ópera, aplaudimos siempre que el músico acier- ta á entusiasmar nuestros bidos. Es más; hasta la mala niúsica uos sonará bien si el tenor ó la tiple disponen del supremo recurso de una voy. soberana: el argumento se pierde debajo dé la música, y la música debajo dé la voz. Por éso hablar á la razón de una multitud es, pov regla general, perder el tiempo; mas habladle á los sentidos, y la tendréis subyugada. Semejante á la serpiente de cascabel, se deja cazar atraída por los sonidos de una flauta. Lo que. digo de la voz puede decirse de la palabra, de la elocuencin, del arte. La soberanía popular es le soberanía de ¡os sentidos. Los aduladores de los reyes se llaman cortesanos; los cortesanos de !a ple- be se llaman charlatanee ; charlatanes que peroren, que escriben, fue hilvanas comedias, que tejen no- velas, que sacrifican la verdad al aplauso, !a rovxm á la gauaucia, y que en el bnjo imperio del pueblo cultivan la baja política, ¡a baja elocuencia, la baja literatura. UN DDELO Á MUERTE 7 Debo hacer una justa distinción : la plebe de que hablo se encuentra esparcida en todas las clases de la sociedad ; ó mas bien, todas las clases tienen su plebe. Así e9 que, al decir pueblo bajo, me reíiero á todo lo que hay de estúpido, y corrompido en la cíase alta, en la clase media y en la cíase baja. Mas, dejando aparte esta digresión caprichoso, con- vengamos en que la voz puede ejercer uu poderoso atractivo. Voces hay que se ven solicitadas todos los años por las más opulentas capitales del mundo, y que los públicos más ilustrados pagan á peso de oro... Es verdad qué son Voces de ¡rrimo cartello. La voz de Margarita vibra con ese timbre'particular, pastoso, que. tanto se pega al oido, y que los musicos desig- nan con el nombre, dé voz de cont -alto. Al principio causa una. sensación penosa, ; el oído espera á cada momento una desafinácioo; mas á poco se acostum- bra á élla, y la voz se hace inol vidable. Diré algo de su carácter. ¿ Qué es el carácter? Lo que hace ai hombre ama- ble ó aborrecible, brillante ú oscuro, grande ó pe- queño: es un espejo en el que Ins cualidades se engrandecen hasta hacerse gigantescas, ó se empe- queñecen hasta hacerse insigniíicantes. 'Sí bien se mira, se verá que el carácter ha hecho más grandes hombres que el genio: los grandes talentos admiran, ilustran, entusiasman; los grandes caracteres sub- yugan. Hoy no se ven grandes hombres, porque no hay grandes caractéres. Diñase que se ha extinguido el brillante reflejo con que la grandeza de alma ilumi- naba las acciones, Jas palabras, ius empresas, la vida de los grandes hombres. En medio de esta fiera igualdad, de esta igualdad8 BIBLIOTECA PE «LA COLONIA ESTAÑOLA» asoladorn, que hace igualmente bajos á todos ios hombres, que ha convertido todas los fiases en vulgo, reduciendo A la sociedad á Ja condición de plebe, sólo distingo, elevándose inmensamente sobre todos los poderes humilludos.de. la tierra, un gran carácter, uno sólo, en ouya nobilísima frente resplandece, la dohle corona de !.i santidad y de la desgracia, y cuya voz de mansedumbre y de verdad conmueve al mundo desde las augustas bóvedas del Vaticano. Yo no encuentro iioy, entre las presentes grande- zas de lu tierra, más que esa grandeza del cielo. El carácter, grande ó pequeño, alto ó bajo, viene á ser como Ja fisonomía amoral del olma ; y .en las irregularidades del -caráctér. dé Margarita sé dibu- jan Jas vacilaciones de su pérazon y las indecisiones de su espíritu. . ' ■ ' "'"''^ Salta fácilmente del aturdimiento á la reflexión, y su habitúa! y movible, alegría cede alguna» veces, bruscamente interrumpida por súbitas tristezas. Como si su alma pasára poi un extraño crepúsculo, asoman alternativamente á su semblante., los res- plandores de! din y las sombras de la noche. Tan vivo contraste da á su sér un aire de encanta- dora frivolidad, que añade al atractivo de su lujo y de su hermosura la seducción de la inconstancia. Para unos es caprichosa como una niña consentida: para otros es coqueta como una mujer mimado. Las jóveues dicen : ¡ Que loca ! Y sin dítrse cuenta de ello, intentan imitar sus locuras. Las jamonas exclaman : ¡ Lo que sabe ! Y prodi- gtun & su tidento las más crueles alaban',.;.. Las viejas heu convenido á media voz en que es tonta. Entré los hombres no son los pareceres ménos di- üíí DOBLO A MUERTE 9 versos; pero todos parten dri estas tres suposicio- nes fundamentales. , Para los muchachos... ¡ Qué inocente! Para los hombres... ¡ Qué itnpenetrable ! 1¿:¿Í ' Para los viejos,», jíqué;temible 1 i rio presencia produce tres exclamaciones, corres- pondientes á estos'tres pareceres. AI entraren un salón, al aparecer en un palco, al ■cruzar un paseo indolentemente reclinada en los ri- cos almohadones de su maguítico lando, exclaman : Los muchachos,' con la boca abierta: ¡ Qué Angel! Los li'mbre.vmordiéndose suavemente los lár bios: ¡Qué mujer ! ' w ~'_ ..•- •' • Los viejo», rascándose maquinal raen té Ja oreja: ¡ Qué demonio ! ! Sin embargo, so ha conven ido' por todos en un imnto muy importaute, á'^aber : que Ju señorita de Mirainar ha recibidoüuá educación brillante. Conviene advertir que la brillantez es un fenóme- no de. los cuerpos cuyas superficies no dan paso ú la luz. y que. por consiguiente, al recibirla lu despiden, y al despedirla la reflejan. Por éso Jo brillante no puede ser perjudicial. Mas el hecho es que. la reñorita de Míranutr mon- ta á cabillo con la destreza de un hombre y con Ja gracia de una mujer. Adema* pinta, si no con corrección, con soltura: y hay en su lápiz lineas atrevidas, y en su pintura tonos ondaces. En los paisajes, sobre todo, se despa- cha á su gusto; y, al retratar !a naturaleza, se em- peño en corregirla, y acaba por atrepellarla. Pero su lápiz es tímido y su pincel indeciso si tra- ta de bosquejar los contornos de uua cabeza ; en- tónces parece que busca un modelo que no encuentra.10 BIBLIOTECA BK < LA COLONIA KPPANOLA • Su maestro de música está desesperado, puea sus dedos ¿giles se niegan al rigor estricto de los méto dos; porque liga ó desata las frases con una indepen- dencia imperturbable, depresiva de la severa autori- dad del orden clásico; porque corta ó alárgalas no- tas, imprimiendo en éllas la expresión fanlá.stica dé un gusto particular. Y su desesr -uñón consiste en que todo é<-o lo hace Margarita, ejecutando con maestría, ton destreza, con verdadera posesión del piano, cori completo do- minio de las teclas, y el pobre hombre no alcanza á explicarse cómo se han podido reunir 6a 1* misma persona unas manos tan dóciles y un gusto tan re- belde. Cada vez que el maestro hace un gesto de disgus- to, Margarita sonríe do satisfacción, y él se encoge de hombros, indeciso entre aplaudirla ó uiatarla. Los días lie lección entra en la casa alentado con 1 i esperanza de corregirla, y á la media hora sale abismado en el convencimiento de que es incorre- gible. Lo mismo que toca, canta. La admira y la detesta: la admira, porque tiene en la voz y en los dedos el génio de ¡a música ; y la detesta, porque es una criatura invencible que ac burla del arte. Unas veces se irrita y otras te ailige. Después de proponerse abandonarla a las extravagancias de su muí gusto, siente con más ímpetu el deseo de ven- cer su obstinación. Es una lucha que le. quita el so- siego ; no piensa en otra cosa . está herido su orgullo de maestro y utsgarrado su corazou de artista.. Y lo peor de todo es que experimenta horribles temores de que su propio gusto se corrompa bajo la iníluen- VN DOTÍLO Á. MTJBRTE 11 cia avasalladora de tan tenaz discípula. Y semejante sospecha le pone fuera de sí; porque tiene miedo de tener miedo. Kn rin, es una idea lija que le persi- gue y 16 domina, una angustia ridicula, un dolor ri- sible, que puede volverle, loco. Por ío demás, la sefiorita de Mira mar habla el in- glés con bastante desembarazo ; posée el francés: no le es completamente desconocido el italiano, y sabe 'aprovechar la energía y la dulzura, la majestad y la gracia de la lengua'castellana. Si áésto se añaden algunos elementos de historia, ciertas nociones de geografía y de física, las cuatro reglas de aritmética, la idea de Dios algo confusa por no conocer fielmente de memoria las bellas de- finiciones del Catecismo, principios de moral un tan- to cómodos, algo doctrinario», para que puedan ave- nirse las aspeiv./.as de ta virtud con las dulzuras de la conveniencia ; si se añade, en fin, la lectura de unas cuan ¿as novelas de Damas, de Sóulié, de Sué, etc., ¿e tendrá una idea completa de la brillante educación que ha recibido Margarita. Desde que la materia, según los autores del nuevo Génesis, perdió la milagrosa virtud de producir por sí misma al hombre- hecho y derecho, los que veni- mos al mundo nos vemos eu la doble necesidad de nacer niños y de tener padres. Hé aquí la razón por qué Margarita es hija de los señores de Miramar. Ella está contenta y ellos orgullosos. Además del vivo sentimiento que los hijos inspi- ran en el corazón de los padres, Margarita tiene á é tus ojos de los suyos el singular mérito de. ser hija única. Todos los hombres pueden ser padres; y, franca- mente, todas las mujeres desean ser madres; mas,12 BIBLIOTECA ÜK «XA COLONIA ESPAÑOLA » deberían serlo todos y todas? No hasta ser padre; no basta ser madre ; es preciso saberlo ser. ¡ Es tan triste deber la desgracia á aquéllos á quienes ol mismo tiempo debérnosla vida! Del regazo de la madre sale el niño sano ó enfer- mizo, débil ó robusto, llevando en su sangre el gér- men de ¡a vida ó de la muerte ; del seno de la fami- lia sale el hombre bueno ó malo, llevando en su oorozon y en su entendimiento el germen de su di- cha ó su desgracia- ■■■:■„■■' ( , Hay ternuras funestas y cariños chiclea: el amor á los hijos no es un amor ciego, porque precisamente es un amor que necesita verlo todo. : i 34 Pues bit 11: los señores de Miramar son unos pa- ii 51! ares que so» ojos, tum lirados > las perspect Ella es la i sino por los ojos de su hijfi la, pero ojos, ul iin, que, poco acos- » efectos dé la luz del mundo, toman por realidad. Da de la hermosura y de la moda, y sus padres son los primeros cortesanos de su belleza, de su juventud, de sus caprichos y de su lujo. ¡ Cómo la quieren! ¡Cuántas mujeres, ul verla, la envidiarán la for- tuna de Per hija única de. semejantes pa'lrea! Tai es el mundo, y tal es Margarita. LA CARI A •• . 1 ~ ' ' Por el silencio que Mari uota, aplicando el óidoa la puerta que conduce & las habitaciones d*1: Marga- rita, infiere queést i duerme todavía. Y le causa es- trañeza,porque, en su calidad de doncella dé la ¡se- ñorita de Miramar, eahe qu<\ aunque trasnocha, madruga, y ea el casó que son ya las diez de |a ma- ñana. Mari se llamó siempre María; pero desd.: que sus felices d'.-posiciones la han elevado al rungo que ocupa en tan opulenta casa, el buen gusto le ha su- primido la última letra. María es un nombre más bello; pero Mari es un nombre más fraucés. Ella se muestra ton satisfecha de la supresión, que. cuando algún criado de la casa, ó alguna amitra antigua, le dicen Marín, no puede disimular el etiojo que le cau- sa. Sobre todo, el cochero le tiene quemada la san- gre, porque el bárbaro, siempre que la llama, le ha de de'-'ir Maruja. Por lo demás, es una muchacha fresca y risueña, con im modo de mirar, un modo de sonreír y un modo de ser, que le proporciona muchos amanté":.14 BIBLIOTECA DE « LA COLONIA ESPAÑOLA > sin que entre tantos consiga la infeliz encontrar un marido. De modo que no es doncella por pura vo- cación. Ahora la encontramos sin eaber qué hacer, inde- cisa entro penetrar en el cuarto de su señorita 6 es- perar que éeta lo llame. Miéntras por segunda-vez aplica el'oido á la cer- radura de la puerta, discurre del siguiente modo. « Ya sé que no debo entrar mientras no me llamé; pero estoy segura de que me llamaría si estuviera despierta: luego es claro que duerme. Eh muy tarde, "¡no me está prohibido; despertarla, y debo hacerlo ; mas ¿cómo la despierto sin entrar? Ya véo la nub«-. que se me viene encima. Si la dejo, Dios sabe cuan- do saldrá de tan profundo sueño ;y entónces podré decirme muy seria : «Ya sabe usted, MaH^ que no me gusta dormir tantp. •; Mas yo podré re] «Pues si no llamaba, volve- rá á preguntar con mucha razón, ¿á qué. viene usted ? » No sé qué hubiera hecho al lín Mari^ si en el mo- mento de su mayor preplejidüd no hubiera aparecido un criado que llevaba una carta en la mano. La don- cella lo ve ; mes él finge, no verla, y grita: «¡María...!» María se muerde los labios por toda respuesta. '¡Maruja, Maruja! vuelve á llamar el criado, y Ma- ruja da hácia él un paso imponente, majestuoso, teatral, con todo el aire de una reina ofendida. —¡Ah-..! ¡Perdone usted, Ma-H! exclama el soear- ÜN DT7ILO A MCERTB 15 ron. Esta carta es para la señorita; la acaban de traer ahora mismo. Mari se. la arranca de las manos, y le vuelve la es palda: ambo9 se separan bufando, la doncella de ra- bia y el lacayo de risa. No hay mal que por bien no venga. La carta es un recurso, un pretexto para entrar en el cuarto de. Margarita y salir de situación tan apurada ; tanto má-», cuanto que las arma'- del sello y las iniciales del sobre anuncian un asunto urgente de ja barone- sa de O.., amiga íntima de !u casa y particular admi- radora de. las distinguidas prendas de la señorita de Mirainar. ■■ /• Mari, que por la insolencia del criado toca con 1*8 manos al cielo, ve al mismo tiempo en la carta el cielo.» bierto, y sin más vacilaciones la coloca en una bau3ejá de plata, empuja la puerta, que cede sin re- chinar, y entra. ' " ' \■ Admírase al ver que la luz penetra maliciosamén- te por los balcones entreabierto*, cuyas maderab cerró élla misma la noche anterior. Se dirige al dor- mitorio, y su admiración se convierte en espanto al ver que la suntuosa cama de la señorita de Mi -amar se halla vacía. —¡Cómo puede ser ésto! ¿Cómo ha desaparecido? No estando en la cama, ¿dónde está? ¿Qué misterio se encierra en tan incomprensible suceso? La doncella se encuentra aterrarla, porque lo que ve es increíble, y otra vez rae en la terrible situación de no saber qué hacer. ¿Qué sería más prudente, más propio de ias circunstancias? ¿ Gritar? ¿ Huir ? ¿Desmayarae? Todo hay que pensarlo. Gritar, sería dar ocasión á un escándalo; huir, equivaldría á de- clararse cómplice; desmayarse, es perder tiempo.16 BIBLIOTECA »E < LA COLONIA B8PAÑOLA » Y el caso es que Im señorita de Miramar no está allí; la cosa es grave y urgente, y si no sabe qué ha- cer, tampoco sabe eu qué pensar. Su imaginación novelesca la hace estremecer, presentándole la idea de un rapio: en !a necesidad de pensar algo, piensa lo peor... ¡La se ñorita de Miramar es tan codiciada.. ! Registra con los ojos el aposento, y todo lo encuen- tra en orden: inda indica que haya ocurrido cosa al- guna extraordinaria. Sólo advierte que la luz de la lamparilla arde tristemente sobre el mármol de la chimenea, encerrada en su bomba de porcelana, y cuyos resplandores rojos parecen avergonzados de verse; ante la luz del dia. ; ' • , De repente la mirada absorta dé la dbncella se fija én la puerta giré conduee a 1 tocador,; y nota qué no e9tá cerrada como debía estarlo, y deducé, por la claridad que despide, qUC también eu ei tocador se han abierto los balcones. Antes d -dar ¡tu pasó, reflexiona. —Si la señorita no está en el locador no está en ninguna parte, y en el tocador es imposible : para estar ahí ha tenido que levantarse, y para levantarse me hubiera llamado. Yo soy sus pies y sus mimos. Esto éfl uin concluyeme para Mari, que no encon- trándola en la cama, cree, o que ha sido robada, ó que á lo menos se ha evaporado. (Josa muy posible, porque ¡ Margarita era tan espiritual...! Asf es que al poner el pié sobre la rica alfombra que cubre el pavimento clel tocador, bu asombro lle- ga el último límite ; y no dando crédito al testimo- nio de sus propios ojos, exclama : —¡ La señorita aquí! En efecto: allí está envuelta en un magnífico pei- nador, cuyos sueltos pliegues hacer; como que ocul- ÜN DüII.O Á \U ERTK 17 tan los contornos de sus cor ree las formas, en las que no me fs permitido detenerme. *£ í í : Allí está sumergida en- ios brazos cariñosos de una butaca envidiable, con sus preciosos pies cruzados sobre un taburete máa envidiable todavía. La cabeui ida iviii esta meaio pensativa, meaio nstipíía, medio dormida y medio despieza. • J; Al ver el semblante es'pantado de su uoycélla,' son- riendo y bostezando, la dice : ; *&f0&4 Mar,...! ¡ Me fastidio soberanamente! La pobre muchachaaú s tan ; orla de aieamesqi.e no .-comprenda p'.--í<-.;t»irriL ate cuántopuede aburrir- se una ¿rao señora sin el auxilio de sii done* ¡la; pero BO alcanza á comprender, porque no le cabe en Ja cabtzn, cómo la señorita de Mi ra ir, tu- lia podido le- vantarse y vestirse sin Mari. La tenacidad de .semejante idea le obliga á decir : —¡Cómo la señorita no me ha llamado...! — Me parece, replica Margarita con viveza, que para aburrirme no ne-cnto á nadie. La doncella se encoge de hombros y ¡e presenta la bandeja que lleva en la mano. Margarita eo¿e la car- ta con perezosa indiferencia, lee rápidamente el so- bre, y la deja caer sobre su falda. • Al mismo tiempo el reloj, que late tranquilamente, delante del espejo del tocador, hace sonar dos reoefl su agudo timbre, comosi quisiera pouer dos;iuutos á la conversación. — ¡ Lns diez y media ! exclama la d.iucellu. —i Y qué me importa? dice Margarita. 218 BIBLIOTECA DE «XA COLONIA KSl'ASOLA > —3.os señores lina pedido el coche para después del almuerzo. —Hoy no pienso salir de casa. —Tul vez la Bi flora baronesa cuente esta tardo con la señorita. —Quien» decir que habré echado mal la cuenta. — Pero esta noche 'hay 'lo de peche; Tamberlicli üaiita el Ote/ío. t . MiTrfiwita muere la cabeza con impaciencia, di- ciendo : ■»,.■•' — Tengojaqueen. — ¡ Dios naio! ¿ La »< Dorita está indispuesta ? -Lo misino da. iso quiero vestirme, no quiero sft» 1 ir, no quiero ver á nadie. ¿Comprende Oátud, MarCI -¡ Hah...! Entonces ta descubrirá á usted mi co- razón. La doncella,' casi enternecida por tan señalada maestra de coidlauza. se acerca a la señorita de Mi- ramar, quedándose en la actitud expresiva de quien va a. recibir una confidencia inesperada ó íntima. —Ha de sabe* usted, continuó Margarita, que me siento hoy poseída dé ttn deseo extraño... original... enteramente nuevo. — ¡Ah...! Lo comprendo muy bien; pero, ¿qué puede, desear la señorita que no se le cumpla en el acto ? —Lo que es este deseo, apenas ha nacido y ya em- pieza á, verse contrariado. — ¡ Es posible...! — ¡ Oh ! Sí. Es un deseo contra el que se levantan tanta? dificultades como personas- me rodean, tantos obstáculos como gentes roe visitan, tantas contrarie- CN DDELO X MCEKTE • »-*"*■•■----------— —-----. 10 dades corno amigos me distinguen con sus lisonjus... ¡Ah! Es cruel : es muy cruel thto. — Pero, ¿ 'pié desea Ja señorita ? —Por !.i visto, un imposible. —Veamos, veamos. —¿Es usted discreta? ■—Puedo jurar que... —Pues bien : juzgue usted con toda imparcialidad. Deseo... fíjese usted bien : deseo estar sola. Mari es. en efecto, discreta; comprende lodo el valor de la confidencia, y se retira mu la y cabizba- ja. La pobre muchacha estáá punto de que. se le sal- ten ta* lágrimas; cuaudo cree <|ua ha conquistado la eonlíanza de la sefiorita de Miramar, se encuentra con tan cruel despedida..., tan crue! como injusta. Sin ealbargo, Marga i ita tiene buen corazón, y, al verla salir, no ha podido Dnénosde exclamar: ¡Pobre muchacha! Pero, al fin, ya está sola, que e» su deseo, ó 3u eaprlcho de este dia ; ya no luiy allí nadie que la interrumpa eu la voluptuosa tarea de no hacer nada, ni quien la distraiga del vago placer de pensar. Está sola. ¿Sola...? Muy pronto lo he dicho. Hay sobre sus rodillas una curta cenada, cuyo so- bre se le mete por los ojos tenazmente, dieiéndole: ábreme. Siente que una tnaoo invisible llama á la puerta de su curiosidad, de esaloca que todo lo quie- re saber: y le parece que de¡ fondo de la carta que tiene delnnfe sale una voz sin sonido, que ¿rritn in-. cesan te mente: ¡Oye, oye, oye! Es difícil sustraerse a) interés que. inspira una car- ta cerrada, sea la caria de quien fuere. Se cierra la puerta á las visitas impertinentes, se despide á las personas ;in verlas, y, si no hay más remedio, se las20 BIBLIOTECA DE «LA COLONIA ESPAÑOLA > oye como quien oye llover. Esto es fácil, y ocurre con frecuencia. Pero úo se cierra nunca la puerta á la carta que viene: 6 buscarnos; no hay nadie que rompa una carta sin. leerla, y no hay manera de leerla sin enterarse de lo que diee. Conocemos á la persona que nos»caribe; es un séf fastidioso, insufrible, que no dice más que tonrcríus; si lo remos venir por una calle, echamos-por otra; para él no estamos nunca ¿n casa. Mas se nos pre- senta envuelto en los misterios de un sobre, bajo ln forma meitadóra de una carta, y sin vacilar la reci- bimos, lá abrimos y la leemos. . ' " ^ No hay ocupación, ni placer, ni dolor, en que una carta no pueda sorprendernos, y, por consiguiente, interrumpí» nos. Tener delante una carta no es estar solo. Es estar con alguien quem« habla, que nos distrae de nues- tros pensn miento -, que nos saca de nuestras medita- ciones, que corta numtra soledad, que dispone de. nuestra atención, que nos apartu, por más ó ménos tiempo, de. las más urgentes tareas, de las más ínti- mas alegrías y de las más profundas trist. xas. Bate efecto lo produce cualquiera carta, y por ex- traordinaria que sea la idea que el lector haya for mado da Margarita, en la mayor parte de las cosas no pasa de ser una mujer como las demás. Está, pues, delante de la carta de la baronesa, dominada por la curiosidad propia del caso, y aún más, porque observa con extrañeza que, lo contenido dentro del perfumado sobre presenta un volumen excesivo. —¿Qué le habrá ocurrido á esa buena seílora? se pregunta; y añude: aquí hay algo más que una sim- ple enrta. Y examina el sobre, ya por un lado, ya por Otro, \ CN DUELO A MUIRTE 21 con esa pueril impaciencia con que algunas veces pretendemos indagar loque coiitiene una carta ántes de abrirla. La curioüdad es un deseo, y, como todos los de- seos, se aumenta en razou directa de las dilicultades que se le oponen. Cuanto más se niega el sobr« impasible á descu- brir el secreto de la correspondtíttciii que con t iene, más vivo es en Margarita el deseo de averiguarlo; y Como averiguarlo esiá en su mauo, rompe al fin la obstinación del sobre. Justa era la observación de la señorita de Mi remar acerca del volumen, y justáera su doble curiosidad, porque debajo el sobre había,'-.en efecto, algo más que una carta : habla dos cartas. Hé aquí Jo que Ée dice, la baronesa- «Querida mia: Mi tí el Pachí acabade entregarme la adjunta caaa, que no se sabequieo ha dejado en casa por equivocación : y me apresuro á e.nviártela, pues intiero que en ella apelan á tu íilautropía, y conozco bien íu corazón. » El lunes es Ja toirée de la embajada inglesa; di- cen que el buffet será esplendido, y el »>tcww corre ya de boca en boca. Sa esperu que tu toilette será origi- nal y encantadora, y desde ahora te aseguro que hará furOr. He visto el troiascau de la desposada... / Man Dieiií ¡ Qué trotmeau.' Los amateur* están desconso- lados porque no te vieron anoche en mi pela' vomite ; la viudita quisj usurpar tu gloria ; pero tu ausencia y élla... que pendtñt... t » Adiós, hermosa nifia; te, desea un triunfo estre- pitoso tu Lola. >22 BIBLIOTECA DE « LA COLONIA ESPADOLA > Apenas acuba Margarita de leerla carta de la ba ronesa, saca la otía, que= por un movimiento irretle- • xiyo'y. énterárriC-ute maquinal lÍabiá .ócuUn'!<) en su seno. ' y:%>"'' ■ ;. * ■ • ' '~.■■■■* £¿f .. Be halla íe's-ta H^u'iiatla caria herméticamente céf»' rada en uu !»..'.»•••* do 'papel grueso, áspero y in'Teao, en el que caénpea, con letras dignas de un memoria- lista, el siguiente sobrescrito: A I.A VELL A SEÑORITA DE MI K A .MAR ¡ u.v Desguace no! La tfeon que sé halla escrita Ja palabra belfa, y la D mayúscula y las admiraeiones¡.de %m dcB$rn¿ládQ¡ obligan á Margarita a soltar la más exp j.m.íh .'¡i car- cajada lo cual,debe hacernos creer que ya no se aburre, ; ■:-::í'.-?<:'':^:, -";. -. -^¿^^J-W.-í--r:.' Roto cuidadosamente el sobre por «no de sus can- to?, como ¿i la señorita de Miramur DO quisiera per- per ni una i ira. se abre paso no papo! fino y sedoso, perfectamente doblado, escrito por las cuatro cari- llas con tinta de rellejoj azules, dejando ver en ren- glones no muy iguales los rasgos delicados de una letra menuda, encadenada y elsm : letra y papel inesperados en un sobre tan poco dttliftguido* La letra se parece á la voz, a la fisonomía, al aire, en lo que estas tres cosas tienen de personales; y así como se ¡ía dicho que el esiilo es el hombre, se puede decir que la letra es la mano. Después de un atento exátnen, la señorita de Mi raiuar se convence de que es la primera vez que vé aquella letra, y deduce que la mano le ts descono- nocida. Lee primero con la sonrisa en lo» libios; después se pone seria... muy seria ; llega hasta mostrarse eno- ÜN DI'KLO A MUERTE 28 jada; acaba la lectura pensativa, y empieza á leer de nuevo. ;•. ■ ,r . ., • ' '..•;-- r' V.'' ';■ La carta dice así.. !'* --' vví . 4 Tito-fue. un romano cruel, que oprimió y asoló- la l'.vi' uioacu tiempo del Imperio, y al que ¡.1 mun- do entoaees llamo Delicio >Ul grnero h La pregunta no puede ser más justa ai más injusta. Es justa, porque yo se muy bien que para pretender su preferencia uo basta ser alguien: es preciso ser uljo; no basta ser hombre: es además indispensable ser cobo. Es injusta, porque ¿quién le ba diebo á usted que yo busco su prefe- rencia? To la amo á usted como Dios la ha hecho; pero no puedo amarla corno el nnmdo la hace ; veo en usted dos sé rea que no puedo separar: uno ado24 uiblioteca r>E « la colonia española > rabie y oito insufrible: veo en usted lo que es, y al mismo tiempo veo lo que debiera ser. > La mujer que me inspira ion vivo sentimiento no es usted, pero está en usted. ¿ V qué sería á mis («jos ¡a preferencia de la señorita de Mi ra mar tal como el inundo la lia hecho? Una cosa bien triste para mí amor: la preferencia de su vanidad ó de su capri- cho. ¿Y que sería yo Á mis propios ojos? lina som- bra casualmente encontrada eu el camino, en la que descansaría un m imento su insconstanoin: No pretendo semejante preferencia ; digo más: me sería insoportable. »Mas no es ésto sólo : tengo una madre digna do serlo ; con el instiuto de su cari fio ha penetrado en e! secreto de mi . u-aí.on : vé qan no como, vé que no duermo, y ha comprendido lo que yo mismo nocom- preudo. » Ayer me propuso un viaje á Alemania, y lo r.te rehusado, uo por usied. sino por ella. > Hoy me ha dicho: No conozco a esa mujcr_ no quiero conocerlo; pero, hijo mió, tul vez sea tn def gracia. • Dígame usted si le es posible á un hijo \,0 creer á su madre. • Entonces ¿por qué U escribo á uste^'j...? Le es- cribo porgue me parece una traición aborrecerla, y no decírselo: amarla, y que no lo sep? M > Mus ¿qué he de hacer para que • jSta carta llegue á su? manos? No me atrevo á pou<-jr]a ¿ di.-.posiciou. de sus criados, porque ignoro si e-¡ usted accesible á todas las cartas. > Me ocurre un medio... uu medio casi seguro. La pondré un sobre humilde, y ea Vez de llevarla á la casa de la señorita de Mira\nar, la llevaré por equi- vocación, A casa de !a bar onesa de C, que lo recibe UN DT'ELO A MtTERTE -'5 todo. En cuanto esta buena amiga vea el sobre, la en- viará á usted inmediatamente, baio la salvaguardia de su letra y de su sello. Vamos, leerá usted mi car- ta; mas aún : la leerá usted toda. » Ahora u:e asalta el temor de causarle á usted una inquietud ; la inquietud de la curiosidad. Al ver que me oculto, va usted á creer que soy descaradamente viejo ó extremadamente feo, y éso no es justo. » ¿ Quiere usted conocerme? > En los paseos, en los teatros, en los salones, en todas partes donde usted está^ estoy yo. Pues bien : agite usted su pañuelo uua o dos veces, eomo quien despide á un amigo que se va para siempre, y más léjos ó más cerca, según la ocasión y el momento, descubrirá usted en la solapa de un frac no mal cor- tado, las menudas hojas de una sencilla margarita. » Para mí es indiferente que usted satisfaga ó sa- crifique -u curiosidad, porque estoy seguro de que Ja señorita de Miramar no llegará nunca ¿conocerme.» Aquí concluye la carta, y al pié de, élla no apare- ce firma ninguna. Terminada la segunda lectura de este extrafio do- cumento, Margarita salta de la butaca, inquieta y abi- tada. Una nube de nombres acuden á su memoria, que va desechando uno á uno. — EL marqués de... ¡imposible! el vizconde... ¡quiá 1 el duquesito... es tonto; el barón... es imbé- cil ; Manolo... es necio ; Luis... esdem." ;iado cobarde; César... demasiado ridículo; Suarcz... ¡ ni pensarlo! Castro... j qué locura ! Beulloch... es zallo ; Casavie- ja... es rr.uyfeo; Viilaverde... es muy viejo... Conforme va haciendo comparaciones, desechando nombres, el misterioso personaje vo adquiriendo á sus ojos una crecieute superioridad.lili 26 IUBLIOTECA I)E < LA COLONIA ESPAÑOLA > De pronto le ocurre una sospecha. ¿ Ani Pero. llí lf en 'idia de (ticuna mujer ¡I mentó fie i razonable, mismo le c ella la cue V '¿Quién i ¿Debe u ra co líe .? pire gu uta I á d o he el la. —Voy á salir, le. coiiU '-u. — ¡C.Vómo ! ¿J,a señorita no (leseaba ver á radie...? —^Dígame usted. Man, pregunta Mñ,i:í:'iriia senlán- )?e (leíante del espejo . K hay algo en el mundo más que Una mujer ? " si, sefíora :• tíiás inconstante que tina mu- s- los hombres. • Si no c- en vio |o que acaba'de decir la doncella, preciso es confesor que le sobra razón j ara creerlo. La señorita de Miramar no es completamente del mismo parecer, y dice : , —-J3Í ;. todas somos inconstantes como las maripo- sas, hasta que encontramos una luz, que nos quema los alas. Por mi parto, boy quiero hacer alarde de la inconstancia rie mis deseos. ¿lace una hora cMubn resuella á. uo ver i'i nadie, y ya necesito que todo el mundo me vea. ¿ Qué le parece á usted, Mari i Mari no encuentra nada que responder, y < ila con- tinúa : , —Pero abra usted más ese balcón, porque me pa- rece que el espejo está oecuro... no me veo bien... y quiero iuz, más luz, mucha más luz,. Mari obedece, calla y observa. Observa tres cosas: quo la señorita de Miramar está algo pálida, algo serie y algo habhulorr..Cuando Mnrprnrita.se presentó en el comedor, ya estaban allí los señores de Mira mar, pero aún no se habían sentado á la mi sa. El alrnuer/,o empezó si- lencioso. Al íin Miramar dejó el tenedor, y tomó la palabra. —Si me prometéis no asustaros, dijo, Os contaré !o que me ha sucedido este mañana. —Si hemos de asustarno0, advirñó la señora de Mirauiar, valdrá más que te guardes tu cuento, por- que no debemos exponer á Margarita a una emoción demasiado fuai te. — Tiene usted razón, señora rnia ; hablemos, pues, de vjira cosa. — No, no, dijo Margarita, cuéntalo, cuéntalo; te prometo no asustarme. —No creáis que 6e trata de un suceso extraordina- rio, capaz de poner los pelos de punta: nada de éso. Es una cosa corriente, sencilla, insignificante, bas- tante rara, pero que acurre todos los dias. Imnfi- naos un corro de curiosos dentro del que disputen dos hombres. Uno de ellos se muestra, airado, inso- lente, provocativo recia más pacífico, más ra 7.0 ni Cuando yo llegué decía el primero i .» Necesito una satisfacción. > « La tendrá usted, decin el «efundo : yo no las niego nunca, * < Aquí está mi tarjeta,* re- plié - el aaátoo. *Bienvbienl * gritnron algunos con- currentes. «No hay neeesid id de (arjeta, advirtió él Otro,' porque nú satisfacción es muy m neilla •, está reducida á cuatro palabras, y son éstas: « Perdone usted, caballero; yo no he querido ofenderle. » Es- tas palabras fueron recibidas con mi murmullo que quería decir: «Tiene miedo, tiene miedo. » La mul- titud, como siempre, se pu.soheróieam>. j)te de pufte del más -fuerte, v el mmuVh, moviendo la cabeza con ademan triunfante,.volvió la espalda á su adversa- rio. Eu aquel momento desembocó en la calle un co- che arrastrado por uu hermoso tronco jmr semy, que en un abrir y cerrar de ojos se nos echó encima como llovido del cielo. Hubo un instante de confusión, de terrible zozobra; yo sentí una presión circular que me empajó en todas direcciones, y resonó un grito que á la vez se escopó de todas las bocas; un hom- bre habia caído delante de los caballos, prontos a aplastarle, debajo de sus manos: sólo Dios podia salvurlo. Aquí se. detuvo saboreando el efecto d*1 su narra- ciou; mas viendo el ^esto que ponia su amable es- posa y la ansiedad de su hija, ooutinuo : —No os apuréis, que todavía no he concluido. Es verdad que el momento era crítico y la catástrofe inevitable ; pero he aquí que ¡m hombre audaz se ar- roja de repente sobro los caballos, iulerpouiéndosa entre ellos y el que estaba eu fierra ; los animales, asombrados de aquella súbita aparición, se enea bri ilUKPIf m> • .......BJ|30 BIBLIOTECA--DE «LA COLONIA ESPAÑOLA > ta ron violentamente, y el hombre, asido con en I nim- bas mimos é la cabeza de uno de, éllos, quedó sus- pendido en el aire. Aquéllo fué ver y no ver. — ; Qué horror... ! exclamó la seftertob&é Miramar mascando tranquila meafe. —Ahora verás, áhor;i v'rá?, prorurnp: > su marido con aire satisfecho. —No quiero ver, no quiero ver, le -advirti ó él la ; porque pinta- Jas cosas con colores demasiado vivos, y nos vás u regular una descxipc.ioe sangrienta, 'que no será por cierto tnvpostré dél mejor gusto. Y dirigiéndose á Margarita, añadió: —<'•< atentémonos, hij.u mía, o sucedió. , Vj. Margarita se interpuso, diciendo: —Déjalo, mamá, porque ya imagino lo que pudo suceder: el coche se detuvo. ¿No es ésto, papá V —Tampoco, señorita. —(Satén es.. ? preguntaron á la vez la madre y la hija. —Estéácefc, replicó Miramar con acento victorio- so, el coche retrocedió: el que estaba en tierra pudo levantarle y huir, y el que estaba en el aire salto sobre la acera, en medio de los aplausos de los es- pectadores. Todo pasó como un rélántpago. —Ma3 vale así; pero, vamos á cuentas, BeBoT mió. Ibas á contarnos lo que te habito sucedido, y no veo que te haya sucedido iM t, — Otro error tuyo, querida mia: en primer lugar, todo éso ha pcidido sueederme; en segando lugar, me ha sucedido en parte, pues tuve encima los ca- UN DGELO Á MOEUTB bal los y me vi debajo del coche; y en tercer '•• ai al desembarazarme de lo gente que me rod alba, quise saber la hora en que me ha!.¡a salvado de ta o inminente peligro, y me encontré sin reloj. Más eú-n,- no sabéis lo extraordinario, lo sublime del caso. Oídlo bien: el que había caido de boca delante de los cahaílos, era el matón, el provocativo, el valien- te; y el que, le hubia salvado la vida era su eontrin- caiue, el vusiiá mme, el cobarde..- ¿Qué tal? La sefiora de Miramar no quería darse por x'enci- da, y íivarni.nró: con soberana indifereu-eia-: —Ño encuentro en el sueeso nada de extruord-i- nario. , — ¡Oh, sí, mamá! replicó Margarita: ¡esuu rasgo hernioso! •- ; - ■ - -' \ \y,—^¡so tuísmo .décian allí todos.",: -j Vari hubiera jurado que al antrar en <B de una parie á Otra ; regíst-ra roo;• p*»i$» ■ • eoh ron. y iodo fué. inútil. ¡ lnt< lices! ninguno piulo encontraría. lia sefiorila de Miramar no disiinuló su;disgusto* y quiso re •'■atsfe, para lo cual saludó graciosamente, iucliiiini cabeza sin mirar á ningún", y partió á galope ; solo su. padre se atrevió á seguirla. Se «feo de un salto al pié de la esvale ra. la subió rápidamente, y, seguida de Af1 no !W-«>L-taculo uaraque todos los ojos y todos los gemelos se volvieran hácia el palco de los señoreo de Mira mar. Iba vestida con suma Beneillss, deseando quizá ocultáis" más bien que distinguirse ¡ ver más bien que ser vista; pero en el lujo, hasta la modestia es lujo, y su presencia ofrecía la agradable novedad de un encantador abandono. Era una especie de incóg- nito que la descubría en vez de ocultarla; y brillaba precisamente porque no aspiraba á brillar. Por lo visto aquella noche B0 (iieria serella: pero la cele- bridad impone también sus condiciones, y el mundo está empellado en que ha de ser siempre la miHina. .Después de una lápida ojeada, que le bastó para distinguir los semblantes conocidos de los descono- cidos, sin obligarla á saludar & nadie, cogió los ge- melos, cubrió con ellos sus ojos, y los dirigió á la38 BIBLIOTECA DE « LA COLONIA ESPAÑOLA » escena, aunque su mirada furtiva saltaba de cabeza en cabeza y de semblante en semblante por debajo de loa gemelo6-, qae le perviande panla!l.i. ,Es muy diI íi i I e ncontrar la cara de la persoua que uó se conoce; poro ¡. vaya usted a convencí r de esto uña;niña'mimada que se obstina en creer que lle- va en el penaattiiento el retinto del origina) que busca I En el segundo acto, Margarita cambió de posición para exteuder y completar sus ¡avestip.ieii.nes. .Alga- nos moví mieii lo.^ bruscos,.mal reprimidos, rcvelabá^ de vez en Cuando los desengaños o ié e\|ió>rinienta- b'.n sus ojos inquietos. Créia ver algo ; miraba me- jor, y u'o veiá nuda. El seguiido avio estaba á punto do concluir, y la señorita de "Miramar á punto de dci aperarse. Veías»: en medio de las butacas una que .-e halla-. badesoenpu'Ja toda la noche, cosa 'notable en una función en que, el público se había di'-pi't.ulo las lo- calidades coa verdadero encarnizamiento. Margarita reparó en <.i:a : pero, ¿qué podiu encontrar en una butaca, vacía, cuando uo encontraba nada en ¡antas butacas llenas ? Cayó él telón, corno debe caer cu todo espectácu- lo dramático, cortando los sucesos y aumentando el interés. Tumberlick arrebató en la escena de loa celos, y el do de pedio, semejante á un puñal, se había clavado dos veces agudo y brillante en los oidos del público, como si anunciara la catástrofe del acto siguiente. Durante el entreacto, volvió Margarita á coger sus gemelos > á lanzarlo! en todas direccionés con cre- ciente impaciencia. Casualmente descubrid en un palco principal á la baronesa dt C, que solícita la U.\T DCELO A MUERTE saludabu con 6u abanico; quiso responder á tan afec- tuoso saludo, mas. que c abanico tenia arecis» ■ su. uua r sin pero n iido tres veces -'su.'pañüc trn Hieinpre. Di ¡Qué dichosas 60n las mujeres cuando hacen lo que quieren sin cj-ierer'hacerlo... ! Pasó el étttreacto, porque iodo paaa.eo.el mundo, y empezó el último acto, el acto du la decir que la buena sociedad,por su parte, se había propuesu» hacerla más las a osa con su presencia y con su lujo. Y es el caso que los políticos wis ngaoct miraban de reojo este euceso, que les parecía inmotivado, que no tenia causa aparente ni pretexto admisible; y co- mo los ingleses to<}o lo hacen con -o cuenta y razón, sti empeñaban eu que había de ocultarse en ello al- gún manejo diplomático de la astuta Inglaterra. Creían, por lo ménoa, que intentaba disputar á Fran- cia la influencia en nuestros negocios, y de aquí los temores de uuos y las esperanzas de otros. Cíen po- dría ser una mera exeen lricid.au del honorable ¿Wr, ó una intriga casera de la espiritual embajadora; pero admítuse tan raciona) hipótesis, y ¡ adiós perspi- cacia de Jos hombres de Estado! No debe perderse42 BIBLIOTECA DK « I.A COLONIA KSPAStOLA » de vista que el To«¿s,que imprime y publica cuanto se le paga, había anunciadora fiesta pomposamente, y od se extrañará que los estadistas de corrillo y los *\/\f(tii>n lt> r>-iííi ípmi M-nii A AiktiÁrÁwmn itfi enínliin Hp ministerio, o un cambio cu la política del üobienio; dé-modo que es taba a lijos en el bailé de lu enibaja- ¿a, inglesa hasta los ojos de ios gentes:q ie pasan la vida en las plazuela;.-, A mayor «bundami 'tito, corría el rumor de que el 'tecreíurio de la embajada empanóla en Lóiidrés, qué aeabába de llegar á Madrid, u-uia para et#obierno pliegos importantes, cuyo secreto hubierá sido im* prudente confiar al correo ó al telégrafo, y acerca del cual hervían las suposiciones, aunque los mejor enterados dejaban traslucir que se trataba de una vasta con-pino-ion urdida en Espuna con ira fifi Go- bierno, y descubierta en Lóudre'S por la policía in- glesa. El joven secretario, marqués por más serlas, y muy rabio por añadidura, era á propósito para dar pábu- lo 6 esta especie de rumores : padecía una rerdadera monomanía, ó mié bien una verdadera ang'omanía. Pan él fl mundo era Inglaterra; fuera de .Inglater- ra no habia nada. Afectaba todas las maneras de un lord; hablaba eu castellano con acento inglés; la seriedad de su ros- tro oparecia encerrada entre dos patillas perfecta- mente británicas, como se encierra una palabra entre dos admiraciones: y de seguro habría resuelto suici- darse de pino spleeu en el monienfo en que la fortu- na le pusiera en la mauo veinte mil libras esterlinas de renta; pero entre tanto tenia la excentricidad de ir viviendo con el mezquino saeido de su importan- te empleo. TN DUELO A MnKRTE 43 E9te personaje internad lo p los curiosos, pretendido por las mas altas influencias y adulado por todos,; lo misnio hombres que mojé res, pues poseía un secreto de Estado, y ya se sabe el ínteres (pie inspira la persona de ntro de la que* hay algo que queremos averiguar. ¡ Y a se ve ! él, por su parte, se daba lodo el aire de un profundo diplo- mático, encerrándose en una. reserva sospechosa, eludiendo: Jas pregantes y dejando cío r pala bras huecas, para que cada uno ios lleuára como mejor le pareciera. Era, por lo tanto, el hombro, de moda en los..salones de lá embajada ii. ' .-.-a. Y no es ¡uve* rosímil que aquella brilianM Ooncurreacia se eqáivo- flára acerca de la importancia del joven secretario, .porque i , mismo,allá en sus o-d«-n roa, be fcnjro mu- chas Véees un Pi(t, y el mismo embajador inglés lle- gó a eóspecbár si en efecto habría algo. Mas por la inconstancia propia de (oda popularídad, se vió repentinamente abandonado de la atención pública: los semblantes que lo circuían, suspensos de sus palabras, le volvieron la espalda para mirar á otra parte, movidos por un murmullo general quo venia propagándose de sulou eu salón ; ae encontró enteramente solo, y hubo un rnoineuto eu que nadie le hizo caso. ¿ Quién eclipsaba de aquel modo la gloria do su celebridad verdaderamente inglesa... ? ¡ Parece men- tira! la eclipsaba ta gloria de una celebridad aobefa- nauiente española. ¿ Quién se atrevería á competir con el gran hombre ? Esto es más creíble : una her- mosa mujer. ¡Margarita acababa de entrar en los salones como élla misma se habia soilado: retptandtcientt de ftermo- jt»m, rwiüiníe^c faust'j\veiicv.lorae inictrible. liabio eu44 BIBLIOTECA DK * LA COLONIA KSPASOLA» su mirada'' rayos de una claridad .deslumbradora, y ofrecía su. ronrisa tal dulzura, que ora imposible sen- tirla y üo saborearla\ su faz graciosa aparecía ilumi- nada por dos tono-- de luz distintos, cómo suele ver- se en el cielo de loa países meridionales en. días de -tormén i a, pues llevaba en sus ojos los relámpagos de la tempestad, y en sus labios el arco-iris. Semcjahté .al enviado d". fioma ante los senadores de Cfertago, proponía del misino modo ia paz ó la guerra.. Nuestro itiglés, al verla, no pudo evitar una excla- mación involuntaria, y se quedó ron templándola con la boca abierta y los ojos pasmados^ Mas no tar- dó en advertir que hahiu cometido una falta grave admiraudo á una mujer, ein duda alguna admirable, pero que al fin y ul cabo no era ludí/ ni wris» siquiera. Por otra parte, le ocurrió la siguiente duda: ¿ me sería permitido admirarla sin haber sido previamen- te presentado... ?'' Entre tanto, Margarita cruzába los salones, dejan-' dó en pos ríe la alfombra de (lores que la más tina galantería ochaba á su paso. Realmente se hallaba en el esplendor de su gloria, y la brillante multitud se agolpaba ansiosa á su alrededor, por verlo, por salu- darla, por sonreiría. l!u observadur curioso hubiera advertido en ello dos pormenores' insignificantes, á saber.- cierta inquietud interior que no ¡a dejaba quieta en ninguna parte, y una ligera sombra de mor- dacidad en sus palabras. Al pasar de un salón á otro, asida de! brazo de la baronesa de. C», que orgallosamente la acompañaba en su triunfo, se encontró manos á boca con un jó- veo que iba á eutrnr al misino tiempo queéliasalía; él retrocedió un paso, se inclinó con exquisita cor- tesía y la dejó pisar. Era un hombre, al parecer de UN JWEI.0 A WT KBTE treinta ortos, de semblante noble, y varonil, de ei- presiou enérgica y dulce, de -mirada franca, y sonrisa fina. Margarita lo había visto ya muchas veces en- tre lá eo'tie'ürrencia que llenaba los salonc?, pero nuiiea le habia-tenido'tan cerca. Ero el único que entre, tantos admiradores sé mostraba indiferente á los eneautus de l(B resplandeciente belleza ; era el único que nb había ido ú rendir la mirada atónita ante el ¡mperíodc: su triunfante hermosura; y, hay que decirlo, semejante excepción ta mortificaba mucho. Margarita piad delante de él con la frente erguida, y el rayo de sus ojos fué ú quebrarse, en la mirada tranquila del jóven. Lo* celos son armas terribles que las mujeres sa- ben esgrimir coa funesta destreza, y QÓ hay una que, humillada on su amor ó en su vanidad, no latente herir con ese puñal envenenado. Hasta entonces la seftorita de Miramar no había hecho preferencia alguna; sus favores, equitativa- mente repartidos entre todos, á todos les dejaba iguales y todos quedaban contento^, porque, en ri- gor, ninguno podin decir: « Yo soy el proferido.* Mas comprendió, sin duda, que necesitaba elegir un rival, uno, con que poder herir el rostro indiferente de aquel hombre inaccesible. ¡Uno...! pero ¿ cual... V ¡ Raro capricho de la arit- mética de su corazón...! entre taníos no encoutraba uno: basta allí su vanidad rtetOftOM DO había hecho más que sumare artesanos; pero desde aquel momen- to su orgullo ofendido empezaba á restarlos, sin en- contrar un hombre que oponer á otro hombre. No deb'a saliile la cuenta, porque se quedó pensativa,46 BIBLIOTECA DE « LA COLONIA ESPADOLA » con ese aire particular del poeta que busca un con- sonante que no está en el Diccionario. , Kl embajador inglés la sacó del abismo de.sus pen- samientos acercándole & éllay 'pronunciando, ei'i me- dio de una larga reverencia, las siguientes palabras : •—¡Señorita! Con vuestro permiso, os presento\&: rhi honorable colega, marqués de..., digno represcu- eu Inglaterra oo la Diplomacia española. , Ah. señor!.le contestó Margan'la haciendo otrt lnr/ñi '-nnhn:ir#» 'milf>fi reverencia no tan larga, aunque mueno mas gracio- sa; me proporcionáis la Ocasión de conocer á una persona cuya importancia llena en estós.rnomentos vuestros ¡«alones;, y os agradezco el honor que me dispensáis. Y dirigiéndose al tnnrqués, que se incliiuna como abrun'udo bajo el peso de aquella lisonja, le dijo: ; —No crea ustedi caballero, que varo oí á ser muy amigos; sé que es usted furiosamente inglés, y hé aquí que yo soy desaforadamente española. — ¡Oh! exclamó el jóvea diplomático: sería una temeridid desastrosa romper las hostilidades con tan bella potencia; me ubandonarían en la buha todos loa gabinetes de Europa, y desaparecería del mapa. Ames bien, si usted desea conquistarme, des- de ahora depongo las armas, y me declaro sometido. Margarita le contestó : — Ao permita Dios que yo viole de ese modo el derecho de gentes; sería una usurpación escandalo- sa arrebatarle á la noble Inglaterra la admiración de un hombre tan distinguido. No he podido averiguar si el secretario tomó es- tas palabras al pié de la letra ó les dió un sentido irónico que acaso no tuvierau ; ello es que replicó : üíf ODELO X MI'KRTE 47 — Bien: cu ese caso nie atrevo á proponer una alianza. , ,;\ir;':";.-. ' —Eso es otra cosa, dijo Margarita; mi-diplomacia es leal ; Veo inC( vaua en a alianza me eonvte lo: aliémonos.-' Media'hora después la- Sen >rila de MiraiQai a/,i no oté |a preferencia de Margarita, para, que se ¡'oínlo crítico en que acab i la ad mi ra- heza la envidia. Preferencia bien truel, asta entónces .raba sido euvid¡ab,l'\ des- órnente¡empezaría A ser envidiado, lombre había allí que permanecía iudife- Este hombre, sobre .quien la. señorita de Miramar quería ejercer a todo trancé a] influjo de sus «educ- ciones, y contra el que había elegido al afortunado marqués como un arma de combate, los habia visto pasar una y otra vez por delante de su? ojos como quien vé la cosa más natural del muudo, sin embar- go de que allá cu el fondo de su alma sólo Dios fiabe lo que pasaría. Una du eslas veces los siguió con triste mirada, y, si me es permitido traducir la expresión de su ros- tro, diria que los miraba con lástima; mis siutió inesperadamente sohie el hombro el peso de una mano amiga, y volviéndose, exclamó cou afable sonrisa : — ¡Hola..., Montero! Moutero tenia cuarenta años, largos bigotes, aspec- to marcial y aire decidido. Jugador furioso y duelis- ta impertérrito, su duro y su espada estaban siempre dispuestos para un albur y para un lance. No conta- liliMan tes cua l laades tas veces exhoherado, era capaz dé matar éiút desafío á medid mundo en nombre del honor. —Sí, dijo : hace oiooo dias que nos conocemos, y cuatro que nos tutearnos ; te debo la vida, lo Oaal uo es deberte una gran cosa ; pero el casó es que, 3i no eres tan listo, aquellos malditos caballos me hacen harina. Pues bien: desde C3e dia soy tu am¡ro de corazón; te he visto aquí hecho una estatua, con la boca abierta cómo un niño ú quien se le escapa el pájaro que tenia en la mano, y he venido á repetir te que soy tu amigo. ¿Me entiendes? El joven a mien el coronel Montero hablaba de este modo manifestó, encogiéndose de. hombros, que uo le entendía. — Vamos, continuó ; puesto que no quieres enten- derme, me explicaré : ese ingleeko que tan triunfal- tmmp Vtf IMPELO X. Mt'F.RTF. lí- mente lleva del brazo á la señorita de Mira mar, te revienta. , . ..• . •.•.•:<,'..;. •• '„."•'• '-¡y-.' Su interlocutor fué á interrumpirlo ; pero le puso la mano cu la boca, y añadió: ¡ . —A ti te revienta, y á mí también. Es un danzan- te que ha hecho sií carrera sirviendo á todos los Go- biernos. Primero fué agente de la policía seeret»; después amanté de..; ya Babea de q uién hablo, y aho- ra le tienes de primer secretario en Londres. —Tu lengua, advirtió el ¡óveu, están temible co- —Sé ppsitiyainent<;, prosigiiió, que trae de ingla- '•térra'la- lista de tóaos los qire couspiran en España : es no delator iníumc. —-Lo lie oido decir ; pero yo te pregunto : ¿ es po-. — ¡V tan posible ! Como que ei núcleo de lu cons- piración está allí; y si nos han vendido... —Verdaderamente, le replicó M amigo, que vues- tro destino es bien triste ; si conspiráis, es porque os compran; si os descubren, os perqué oa venden. Yo quisiera saber ei es más honroso ser conspirador que negm de Guinea. — Tú no eres hombre político, replicó el coronel, y no entiendes, de estas cosas. Durante el o tirso de ¡a ooarer i se 1 abian ido aeercaudo á la puerto de un gabinete, pequeño mu- seo en donde el embajador, por gusto y por lujo, ho- bia reunido en cuadros y en estatuas, en copias y en origiaales, preciosas obras de arle. Montero fué detenido en la puerta por ut: rorro de personas conocidos, en el qu^ al parecer K hablaba, y en realidad se mordía. Su amigo entró en el gabi- nete, y se sentó en el extremo da un diván, entre- Icómoda lisia, ni ,v La [\y jo la forma i del icabinete díeis, al mismo tial belleza de la JH-n- ni rlrgeo; María, vír< los dioses y de lo* iior de. la tierra; Venus, hija dt Jtípit< Dios. Veía ía mujer que no* pierde y la mujer que dos salva. Admiraba cu la estatua la belleza huma- na* y adoraba en el cuadro la belleza divina. La es- tatua le mostraba !u pureza dei l< s coiiíornos; el cua- dro le. infundía la pureza del alma; Veía en la estatua pagana lo que líay (fe mortal en el génio del hom- bre ; veia en el cuadro cristiano lo que hay de eler- no en el espíritu humano, y sacaba estas dos conclu- siones : ¿ Qué es la Vén OS de Mediéis... ? Una bella mujer. ¿Qué es la Arla de Raf.iel... ? Una santa fa- milia. Entre la estatua y el cuadro había una puerta que comunicaba con uua galería de cristales, verdadero invernáculo donde al calor de las estufan se despe- rezaban sofiol lentas las plantas más raras y las más be- llas dores. Da aquella puerta aparecieron, la radian- te señorita de Miramar y el marqués afortunado: el jóven, sorprendido, los miró un momento, y yoIvíó tranquilamente á sus meditaciones. —¡Bravo! exclamó élla entrando ; este gabiuete i VS DUELO k MUERTK 51 es un precioso templo consagrado al arte. Convenga- mos en que ios ingleses no tienen génio; pero reco- nozcamos que tienen buen gusto. El marqués se atrevió á replicar : — Señora;.. | y Shakespeare, y Sheridan, y Byron, y Wulter Scott...! —Caballero, contestó Margarita : el genio no tiene pátria; pero la patria menas visitada por el génio sublime del arte, es Tng'aterra. Diciendo ésto, se desprendió del brazo del inglés, y ...comenzó á examinar los cuadros que cubrían las pan -. basta volver la espalda al jóven, que conti- nuaba abismado en sus cohteniplaciones. Poco á po- co fué retroCedieh lo, como quien busca el golpe de ;!us conveniente al cuadro que examina, hasta que al fin dijo : * Aqtíi está el punto de vista, > y se sentó ¡.qué casualidad ! cerca del hombre que la desespe- raba con su indiferencia. . .' Allí agotó los.recursos de la coquetería : se permi- tió todo lo que la sociedad consiente, en lo cual en- tra algo que la honestidad no autorizo. Descubrió su preciosa mano; destacó sobre el fondo useuro del di- ván su soberbio brazo y sus hombro* de Vén na; mar- có las|más seductoras inflexiones de su talle ; el pié, impaciente, asomó bajo las ricas ondas de los tiuos encajes; estuvo triste y estuvo aleare: habló como una loca, y llegó á reir cotno una tonta. Pero todo fué inútil : no obtuvo ni una palabra, ni una mirada, ni una sonrisa, ni siquiera un suspiro Aquéllo era inaudito ; no se. parecía á nada. Jamás hubiera creído que pudiera existir un hombre se- mejante. Entonces debió n nacer en su corazón la sospecha de que era objeto de una burla, puer se levantó aira-50 BIBLIOTECA DE «LA COLONIA ESPAÑOLA» gándose á la contemplación de los bellos objetos que se ofrecían á su vista. Muy pocas personas se veían :0n éste aposento, porque el foco de 'la cobcurreucia se hallaba en eí salón del baile; lo cual hacia más cómoda allí la estancia del joven, q.ue, si no era. ar-, tisia, mostraba por lo méuosi afición al arte.' ' La historia de! hombre pe preseutaba é sus ojos ba- jo Ja forma de dos mujeres. Admiraba en un ángulo del"gabinete la estatua mutilada déla Vénúe dé Me- diéis, al mismo tiempo que llenaba su alma lá celos-, tía! belleza de la JrVrfci de Ka faeh Vé flus.-ni madre ni virgen; María, virgen y madre. VénUs, deleite de los diosos y de loa hombres; María, gloria del cielo y de la liaría; Venus, hija de Júpiter ; María, madre de Dios. Veia ta mujer que nos pierde y la mujer que nos salva. Admiraba en la1 estatua la belleza huma- na, y aderaba en el cuadro Ja belleza divina. La es- tatua le mostraba '.a pareja de los contornos; él cua- dro le. infundía la pureza del alma."Veía cu la estatua pagana lo que hay de mortal en el genio del hom- bre ; veía en el cuadro cristiano lo que hay de eier- no en el espíritu humano, y sacaba estas dos conclu- siones : ¿ Qué es la Vénun de Mediéis... ? Una bella mujer. ¿Qué es la Perita de Kaf.iel... ? Una sania fia- milia. Entre la c-siatna y el cuadro habiauna puerta que comunicaba con uua galería de cristales, verdadero invernáculo donde al calor de. las estufas se despe- rezaban soñolientas las plastea más raras y las más ba- iles floras. En aquella puerta aparecieron la radian- te señorita de Mira mar y el marqués afortunado: el jóven, sorprendido, los miró un momento, y volvió tranquilamente á sus meditaciones. —¡Bravo! exclamó élla entrando ; este gabiuete UN DUELO Á MUERTE 51 es un precioso templo consagrado al arte. Convenga- mos en que !os. ingleses no "tienen jrénio ; pero reco- nozcamos qué/Uenén; buen gustó.'- El marqiuís se atrevió á replicar: — Señora:.. ; y Shakespeare, y Sheridan, y Byron, y "VValter Scott... 1 -^-Caballero, contestó Margarita : el góoioao tiene pátríaVparo ia patria menos visitada por el genio sublime del n ríe, es Ing'aterra. Diciendo ésto, sé desprendió del brazo del inglés, y comenzó á examinar los cuadros que cubrían las pared» 8, basta vol ver la espalda al j/íycu, que couti- Duaba abismado en sus contemplaciones. Poqoá po- co fué retrocediendo, como quien busca el golpe de 'luz conveniente al cuadro qué examina, hasta qae al fin dijo : « Aquí f .-fá el punto, río vista, y se sentó i q¡ué casualidad i cerca del hombre que la desespe- raba con su indiferencia. Allí agotó los recursos de la coquetería: ee permi- tió todo lo que la sociedad consiente, cu lo cual en- tra algo que la honestidad no autoriza. Descubrió su preciosa mano . destacó Sobra el fondo osean) del di- ván su soberbio brazo y sus hombros de Véaos; mar- có laslmás seductoras inflexiones do su talle . al pié, impaciente, asomó bajo las ricas ondas de los tinos encajes; estuvo triste y estuvo ftlegre; haWó como una loca, y llegó A reir como una tonta. Pero todo fué inútil : no obtuvo ni una palabra, ni una mirada, ni una sonrisa, ni siquiera un «suspiro Aquéllo era inaudito ; no se parecía i nada. Jamás hubiera ercido que pudiera existir un hombre se- mejante. Entonces debió renacer en su eorazon la sospecha de que era objeto de una burla, puer se levantó aira-52 BIBLIOTECA 7>É « LA COLONIA ESPAÑOLA » da, y, cogiendo de nuevo el bruzo del marqués, se. dispuso á salir delgabíuete ; pero al llegar .'• la puer- ta se del uvo, exclamando : — ¡ Ay... mi abanico ! fin efecto : se lo había dejado áobre él diván, casualmente cerca de aquel hombre qiíé yá.lé inspi- raba ód.io; un ódio'• tanto mávprofuudo, cuanto que había llegado a convencerse de qué lo amaba. La exclamación de Margarita hi/.p .que. el jóyén re- parára en el abanico, y cogiéndolo con sumo respeto, se dirigió á ponerlo ea .manos de su dueña ;' pero ella sin duda aperaba ésto, porque aparéció eñ su .'a m- blante un.gesto de desden tan rápido cuino expresi- vo ; y ©lavando cu el afortunado diplomático su mi- rada más imperiosa, vol vió á repetir : —Marqués... mi abani 'O. Y el marqués se adelantó A recoger el abanico de las mam s del joven que sé acercaba ; mas éste"Id ré- tulo, di-iendo con voz dulce, aire risuéiio y exqui sita finan : —Creo, caballero, que la cortesía me obliga á dis- putarlo á usted el honor de poner en mano? de la bella señorita de Miramar este preeioso abanico, que una feliz, casualidad ha puesto cu las mías. El secretario miró á Margarita preguntándole : « ¿Qué hago ? » V la respuesta fué un brusco movi- miento que, literalmente traducido, quería decir: < ¿Qué impertinencia? » .Entórneos replicó : —La cortesía tiene también sus límites muy res pctables que no nos es lícito traspasar. Y diciendo y haciendo, arrebató el abanico de en- tre laB manos del joven, que se quedó inmóvil, frun- ció el entrecejo j, pálido como un difunto, mientras UN DUELO Á MUERTE 63 el marqués y Margarita salían del gabinete, él satis- fecho y él la vengada. Sóio Montero había presenciado esta rápida esce- na, y con la cara-más; feroz que había puesto en su vida, se acere.) a su amigo y le dijo: — ¡ Dime ahora que el ingles no te revienta ! —No mé conoces, le contestó muy tranquilo. Te juro que no abrigo ni el más pequeño resentimiento. • —Pues yo, proru mpió el coro ae I, te juro que si. t acertamos á estar en otra parte, ese miserable te de- vuelve el abanico de rodillas. ' —¿Quieres hacerme Un favor? ... —No hablemos más de este asuntó. :■>?." Ej coronel se atusó los bigotes, se rascó la frente, miró al techo, y al fin dijo : —Ea, corriente : te lo prometo. Pasó el resto de |a uóchc sin ningún incidente N digno de contarse. A la hora avanzada en que la concurrencia empe- zó á disminuir, el secretario de la embajada españo- la en Londres salió á la anlesula, donde esperaban los lacayo?, á pedir el coche, de los señores de Mira- mar: el coronel Montero iba detrás del secretario,7 sucedió que, al volver el marqués precipitade.menfe á decir á Jos señores Miramar que el coche esperaba al pié de ia escalera, sintió en la pierna derecha, por debajo de la rodilla, un golpe repentino, que se convirtió en un obstáculo insuperable que le hizo perder el cquilibr¡:\ %'acilar y caer de boca. I ,os cir- cunstantes se echaron á reir, sin poder con tenerse, y el joven diplomático se levantó como pudo en me- dio de una ruidosa carcajada. En toda caída hay algo más duro, más insensible,54 BIBLIOTECA DI « LA COLONIA ESPADOLA » más cruel que el suelo que nos recibe, y es la risa de la trente que nos ve : : isa, por otra parte, tan na- tura), tan efpontón««, tan inevitab'e, que el mismo que cae se rie siempre que puede:. ■. Eu otra ocasión hubiera apelado el joven .secreta- rio, al. recurro diploinátioo do reine de sí mismo; pero en la ocasión presente tuvo más á ln" mano ¡u ira que ln risa, y más se lienó la medida de su eno- jo al ver aí coronel Montero que, haciendo grotescas reverencias, le decia: : \' ■'.•""'■ —Mil perdones, caballero, mil perdones. La risa de los circunstantes estuvo á punto de es- tallar otra vez; pero la vozairada del marqués la de- tuvo, diciendo: —Quisie ra saber cómo ha sucedido ésto. .••Era á Montero; á quien se dirigía, y Montero la contestó: —Es muy sencillo, y creo que va á quedar usted enterado; la co?a ha sucedido asi: usted vonía al mismo tiempo que JO iba ; nuestras piernas dere- chas se bao euc:nitrado en el aire cuando nftéooa lo esperaban : ln mi a es más iuerte y usted lia caído. La cólera del inglés iba en aumento. —Semejante explicación, replicó, no puede satis- facerme. —En ese caso, dijo Montero, no veo más que un Iludir» para que usted se .«atafaga. También es muy sencillo. Vuelva usted á encontrarme ; yo ie prometo a usted que Icopezarémoe, y entóneos podrá usted ver por sí mismo eómo caen los que tropiezan con- migo. —Eso es ponerse en razón, contestó eJ inglés; el medio me parece excelente, y aseguro quo no perde- ré la ocasión de hacer la experiencia. CN DPELO Á MUERTE Pronto circuló por los saloues.de boca en boca y de oido en oido, la sifuieute especie : « el inglés tie- ne un lancé, > y'algunos anadianel sitio, la hora, las urinas y los testigos que hahUu de intervenir por uua y otra parte. La baronesa de C. cogió al vuelo todos estos deta- lles, y, acercándose á Margarita y bajando ia voz, le : ^t¿üerida miavtu jnglés piír nfltitf se bate maflan*. Margarita ?é. írguió como debió erguirse Inglater- ra cuando supo que Napoleón estaba' vencido. Siu embargo,, no pareció inquieta, V preguntó ;.' •' —¡ l'n duelo...! ¿Y por qué? —Por nada, por.-cualquier cosa: las miserea por tódo lloramos, y ks hombres se buten por todo. Ima- gínalo que el marqué'', ciego con el triunfo que. le has proporcionado, tropieza téte a U:ic cou el.primero que *acuen ■ 1.1. y, -ii¡ que nadie pueda impedirlo, se le van los pies y cae de boca: los circunstantes se ríen, él se acalora, el otro contesta, y tableau. Pero no te inquietes, anadió ; será une* "'o á pri- mera sangre •. habrá un arañazo, y asunto concluido. Cualquiera otra mujer á quien se le hubiera di- cho: tu in.:;lés se bate, habría preguntado: ¿con quién ? pero Margarita uo hizo semejante pregunta, porque... ¿cou quiéu liabia de ser ? üo obstante, pre- guntó : —¿Y te parece el suceso enteramente casual? —Puede que rió. La envidia es mala ; hay muchos que. te adoran; tú has distinguido al marques, y... pero no pienses en él!o... ahora caigo; no puede ser: n'e'd peapombfo. —¿ Por qué ?56 nrni.iOTKCA dk « la colonia española » —Porque el otro es un insigue calavera, spritfort, incapaz dé'seütir ijada por ninguna mujer. Marga'i tu se pu^i pálida como lacera. —Tú, prosiguió, debes conocerle; estoy segura de que Je conoces. Margarita se, puso encarnada como una amapola. -, Yo... ! dijo. —Tú, insistió la baronesa, i. (¿uién no conoce al corone! Montero... ? ¡Es tan tetnarcáble.., En ésto se aproximó el seflor dé Mi ra mar ; su hija le cogió del brazo, le aseguró formalmente que esta- ba muy causada;, y decidieron retirarse. ■ Entre tanto, el liomhre inaccesible lo mismo á las,, seducciones que á los ultrajes de Margarita; parecía dominado por una inquietud repéptjoaí Con < i aire distraído del que busca lo que no encuentra, recor- rió los salones, indagó en las antesalas, registró la galería de cristales, fa»> -al hxjfet^ volvió V ' -salón del ¡ baile, y todo inútil mente. , ^ ta oonourrencía empezaba á desaparecer, la fiesta se extinguía poco á pooo tomo una luz que se apaga, y todavía hizo nuevas indagaciones; pero fueron las últimas, porque corrió apresuradamente al quarda- ropa, tomó su abrigo y se lanxó á la escalera. A! bajar loe primeros escalones distinguió al coro- nel Montero en lu puerta, prouto á desaparecer en la calle, y lo llamó coa voz vigorosa. El duelista se detuvo esperando á su amigo. Hé aquí lo que hablaron : —¿Has provocado á ese hombre V -Sí. —¿ Vas á matarlo ? —Sí. — ¿Y te parece bien?,'. Te parece justo? Bit .. —Sí.; _.-M.¿^;?■'íí:^%^: FZtf&^^&Á^ñ —Vamos á cuentas. ¿No es á mí á quien ha ofen- dido arrancándome dé las manos el abanico de ¡a se- ñorita de Miram ir ? Contesta. Amigo mió, prometí no hablar más de semejan- te cosuy y hó hablaré, aunque, me bagá» pedazos. •^ Llegaron á una de las esquinas qae en ángulo rec- to forma el palacio de la Embajada, y allí, se detu- vieron ámbós, pensativos, silenciosos, sombríos. Un oficial subalterno, cuyo uniforma anuuciaba 4 uu ayudante de campo, seles acercó dé improviso, y¡ saludando militarmente, dirigió á Montero estas palabras: ^-Mi coronel... Debe V. S. presentarsetnmediata- mente en la capitanía general... Es la orden que — ¡Hola, bota...! exclamó Montero: ya... ya lo comprendo: lo esperaba, atiuque no tan pronto. Está bier, es'iá muy bien. Caballero oficial, iré, por- que no sé huir, ni cuando me prenden. lY volviendo á su amigo, afiadió rechioando los dientes: Aquí tieaos la mano traidora de ese delator ¡afa- me. ¿Sabes lo que es ésto? Un viaje de recreo en que voy á probar toóos les medios de locomoción. Mira el itinerario: desde aquí á la capitanía general, á pié; de la capitanía general á las prisiones de San Francisco, en coche ; de las prisiones de San Fran- cisco á Cádiz, en ferro-carril; de Cádiz á Canarias, en vapor. Ya ves que conozco el camino, lo cual pro- bará que sé volver. Pero mafia OS ese cobarde diplo- mático se reirá de mí, irá al terreno y yo falta- ré... ¡Oh...! Y ababa las manos y apretaba los pullos, porque58 BIBLIOTECA DE «LA COLONIA ESPAÑOLA» en su f uror, no püdiéndo batirse con un hombre, de- safiaba al cielo!., y preguntaba : —¿ K1» ésto justo? —Sí, le contestó su amigo. —¿ Te parece bien ? —¿Te alegras ? —No me sorprende, replioó bufando de colera; recouozeo tu derecho... y si yo no pudiera ir., ha- blaríamos... Pero iré aunque él cielo se hunda ; no hay centinela que me detenga, ni prisión que me su- jete : si me fusilan, te juro q.:e iré después de fusi- lado; el coronel Montero -ce capaz de resucitar para batirse. Ahora, señor ayudante, estoy á vuestras or- denes. ■. ■ ■ ;'. , : \: , ■ El oficial lo siguió á una distancia respetuosa, guardándole todo género de consideraciones. Y yo pregunto : ¿porque erti un coronel ó porque era un conspirador ? Así acabó el lamoso baile de. ta embajada inglesa. II fr\ -i:: ..• ' El D C E L 6 . y,, y .. ' , ¿Noconocen ustedes ei sulnocito azul «le los seno rea de Miramar ? -5 Pues es el más modesto rincón, de la casa. Allí ei piano, abierto como una boca que sbnwe, muestra sus teclas de marfil y de.ébano ; e! fiiniürsv presen- ta más allá, con la seriedad ríe un juez, un paitare recien couclnido, en el que real y verdaderamente la {¿erra se confunde, con el cielo: en este lado una lujosa jardinera deja ver sus verdes hojas y sus me- nudas llores ; en el otro, un precios.) escritorio de pa- lo santo ; en medio un velador, cuyas mu Mu ras des- cubren lo macizo de la caoba; cuatro estantes pequeños, que más parecen de encaje que d< madera, emierrun libnvs selectos ricamente encuadernados ; ancho* espejos cubren los recuudros de ku paredes, OTultiplio.indo la luz, el espacio, los muebles y las personas; una limpia chimenea de pálido mármol ten.pía suavemente con su fuego el aire que se res- piru : .'anones de porcelana ostentan sus vivos colo- res, y alzan sus elegantes brazos ricos candelabros de severo bronce. Y todo ésto se destaca sobre el60 BIBI.IOTKCA DE « LA COLONIA. ESPAÑOLA > fondo azul que forman el diván, las butacas, los si- llones, la alfombra y las cortinas. Es la pieza donde la familia toma café después de comer, y donde no entrau más que los amigos de confianza.. Algunos dé ésto? se hallaban reunidos on el salón azul la noche, siguiente al baile de la.embajada in- glesa. El düqnesito, con su voz dé tiple, y César, con su voz de bajo, entretenían á los demás amigos sos- teniendo una disputa que, como todas, parecía inter- minable. . ' , X'\ Li seflora de Miramar, que habia dormido poco la noche anterior, y habia comido muy bien aquella noche, mostraba, por el aire meditubundo.de su sem- blante, <)iie, no era insensible á las tentadoras seduc- ciones d<;l sut ilo. Margarita, por e¡ contrario, escu* chaba con particular atención á uno y á otro: circunstancia que avivaba el calor de la contienda, porque ninguno de los dos había obtenido nunca un honor semejante. Los demásse permiíiau de vez en cuuudo alguna exclamación, inclinándose, ya en fa- vor del uno, ya en favor del otro, según los iueiden- tes del debate; pero en rigor, se puede decir que oian y callaban. El duque. Inicia uso de la palabra en. ios siguientes términos : —Yo aseguro, y ésta es la cuestión, que el mar- qués ha herido morlahnente ú su advertido. , De- monio ! ¿Qué inconveniente hay en creer ésto? Y César replicaba: —Uno solo; á saber: que. el caso no tiene prece- dente ; que está, por io tanto, en oposición con la, historia, y que además es absurdo. En primer lugar, Montero cuenta en su hoja de servicios titán de vein- te desafíos, y no se ha dejado herir en ninguno. ON DUELO A MCERTE 01 ¿ Es creíble que haya ido á dejarse El duque se llevó las manos á la continuó : y C —Poco quiere dé' un duelo i dicionee d del juego no niiede. un d< omne ílo a primera 6iqgre? Claro está: no ha de morir ninguno. Las con-? ;o son sagradas, t umo las deudas fio es un contrato bilateral que ¡ ni alterarse sino por el mutuo . convenio de las dos partes, -Se me dirá que uno.de los dos pueda (el pos.-e nadie lo niega) violar el con- venio y matar á su contrario ; pero entóaeefl ¿quién lo duda V el muértp . tiene opción evidente, incontes- table, á una reparación completa. En resumen : el duelo de que se .rata era un duelo é primera sangre, y por lo tanto no ha podido causa: la mué: t" de nin- guno de los dos combátienteá. Este es el derecho. Mas si¿algunpvPOr. flagrante violación del contrato* resulta niórtalmente herido, por fuerza el marqués es el muerto. Esta es la historia. Loa circunstantes i-c niraron arqueando las cejas». Querían decir: ¡Oh, oh, será ministro.' — Bifiio, replicó el duque ; yo no desconozco tu talento, ni Qiego tu erudición ; pero ¡ canario ! yo sé que el diplomático ha atravesado de una estocada el pecho de su contrincante. Esto se cuenta en el café, de donde yo vengo; ésto se repite por todas partes. Ya sabemos que Montero es un duelista consumado: corriente, ¿y que ? Mi maestro de esgrima ttiee que hay una estocada imprevista, desconocida, que es la que muta siempre á los grandes tiradores; y en el caso presente... ya ves... la cosa es clara... No tiene vuelta de hoja. —Empequeñeces la cuestión, dijo Céaar, encer-62 BIBLIOTECA DK « LA COLONIA ESPAÑOLA > rando el debate en una sala de esgrima. No es éso ¡ hay que mirar más alto. Sé trata de un duelo entre unbizurro coronel y un secretario de embajada, y disputamos'aceres'de. quién es él vencedor, y quién el. vencido.. Pues .bien, yo pregunto: ¿dónde la di- plomacia ha vencido á las armas....? Cuando hablan los cañones callan los protocolos... Los nudos más di- plomáticos los corta siempre la espada de un Ale- jandro... ¿ Qué valen las notas ante las balas... ¿ Qué significa una batalla ante un ejército...? ¿Qué e« UDa conferencia ante una batalla... ? — ¡ Ab...! , Ah... ! exclamó el duquesito con el pumo más agudo de su voz de tiple, y poiiiéndo- se de pié como impulsado por un resorte. Veamos ésto : ¿qué es una alianza? Una gestión diplomática, un protocolo. ¿Quién fué Napoleón... ? El capitán del siglo. ¿Dónde acabó el Imperio...? En Waterlóo. ¿Qué fué Waterlóo... V El triunfo de la alianza, del proto- coló... dé la diplomacia sobre el capitán del siglo.. ¡ Caramba...! Pi.io, y cayó desplomado sobre su asiento, como si la fneima expansiva do la réplica lo hubiera tirado de espaldas. - La señora de Miramar abrió los ojos para volver á cerrarlos; Margarita se sonrió, y todos los presen- tes inclinaran \t\ cabeza on señal de usi-ntimiento. Pero César llevaba un nombre glorioso y no se de- jaba vencer fácilmente. — ¡Oh, oh...I prorumpió, imitando las exclama- ciones de se adversario. No nos dejemos deslumhrar por la falsa Juz del so'isma. Víctor Hugo, que ha re- corrido recientemente el campo del combate; que ha examinado hasta su.3 más pequeños accidentes; UN DCJfLO A MUERTE que ha podido contar las señale.» de las balas en las paredes y en las piedras ; que ha visto las huellas dé sangre, el rustro de los escuadrones, los surcos de la artillería, y hasta parece que ha oido los gritos de la loé combatientes, asegura que la batalla de Water»1 lóe no la ganó nadie. ¿. . . —Sí, sí. advirtió el duque; pero no hay que olvi- dar que allí cayó el Imperio. —El Imperio, insistió César, vive todavía, mién- tras que los tratados del año 15 ya no > xisten ; peto pregunto : los treinta mil prusianos que llegaron á Waterlóo en los momentos míticos, ¿eran secreta* ríos deembajadu ? .■■■...'.: —Ahí tienes, contesto.el duque, la estocada im- prevista, la estocada desconocida que mata siempre á los gruqdes tiradores. Se sallé dónde empieza una disputa, mas es muy difícil averiguar dónde codo luye; y ¿s que las dispu- tas no concluyen; se suspenden, se inicrrompen, se cortan, pero uoueaban. Dos hombree-, disputando son dos lineas paralelas, que innrchun siempre d igual distancia, sin encontrarse nunca. Un criado detuvo la palabra, pronta á aalúr de los labios de César. Entró llevando en la mam varios periódicos, que colocó respetuosamente sobre el ve- lador de caoba. —Veamos, dijo Margarita, si ¡os periódicos nos dan más luz que estos señores. El que se hallaba más inmediato á la mesa cogió uno, y comenzó á hojearlo : en li penúltima plana debió encontrar lo que buscaba, pues exclamó': —Oigan ustedes lo que dice La CorfmpondtHeitt: < Por desgracia, no ha sido feliz el resultado del lance pendieate entre un conocido militar y un dis-4 BIBLIOTECA DE « LA COLONIA ESPAÑOLA / tinguido diplomático, pues hay que lamentar una herida ligero, bastante grave, entre el pulmón iz- quierdo y el pericardio, que tiene más de dos pul- gadas escasas de profundidad. La ciencia se propone hacer nueras investigaciones con la autopsia del ca- dáver del enfermo, que o! rece muchas ésperauzas de salvación. > Todos quisieron hablar á un tiempo!; pero Marga- rita se anticipó preguntando: '• —i No' dice más? —Sí, contestó el que leia: aquí veo otro párrafo, que es el s'guioute : * Sabemos de un modo positivo que ios cuatro tes- tigos son eepafioles, excepto kii francés. -Altos res-' petos nos obligan á callar sus nombres, que ya cor ten de boca en boca. > —Hubo un momento de silencio, qué César cortó reanudándola disputa en éstos términos: —Tenemos que el lan. / so lia verificado. —EbO es lo que yo sostengo, advirtió el duque. —Tenemos además una herida. —Cabalmente ésa es mi afirmación. —Estamos confornms...\ mas... ¿quiénes el he- rido... ? — Tlmt ii üu g»'«•••»//•••«. El debate iba á empezar de nuevo; mas el que te- nia el periódico en Ja mauo se interpuso, diciendo: — ¡Eh, señores! que todavía no lie concluido, y me parece, que van ustedes á quedar iguales... No hay duelo, ni herida, ni testigos... nada... ni bi- quieva autopsia. — ¡Cómo...! ,i:ómo...! exclamaron todos. La misma Ccirreapondincta contestará á ustede?. lié aquí sud palabras : un nnao a vrtiiij. 65 « Competen!» menté a;:'.-'rizados podémó:-desmen- tir á última lio'-a ios rumores'.qué circuían acerca del. lance de que lento Se hablad í/<« ti jgo&* ¡i uioridades de Madrid, cou un'ceio admirable y up tacto-exqui- sito, han intervenido en é| asunto, haciéndolo impo-" si ble. > '»'.-.• ' Mientra* escuchaban la lectura de estos renglones, un nuevo peronaje fe introdujo en el sílan, que. viendo al duque e^tupefactó. a César I n uníante:, y á ios demás mudos/, dijo : -Vamo3, «erá preciso-que yo réetiflqae esa noticia, para que salgan ustedes de dudu.-; ha habido rttteb, ; jierida y. testigos. r[ ] '.-> , Ei duque \ ió el ei*!Ío abierto, y l á gimtó : ^ —¿ El coronel es el.herido...? * '\ ' ; . .r-lío, fué l^a respuesta que ohtnvo. —Luego es claro, .dedujo César» que la victima es el diplomático. —Tampoco, replicó el re cien llegado. El meeqaéa saldrá esta noche para Inglaterra, y llantera habré salido ya para Cádiz. Todbt soltaron la carcajada. — ¡Ah! exclamó la WfiorKade Miramar con evi- dente mal humor. Esto es insufrible : una cosa tan séria se está (onvirtiendo en asunto de risa. —Yo hablo formal mente: he sido testigo del lance; vengo de cumplir mis últimos deberes; y si el ea-o - es raro, irregular, extraordinario, no es por éso mo- nos triste. Margarita le Interrumpió diciendo : —Pues acabemos de una vez, y sepamos lo que ha aucedido, si por rentara es posible saberlo. Los circuustaules tomaron las actitudes más"OÓe»Oi66 BIBLIOTECA DE < L.V COLONIA KSPAS0L4 » das que: pudieron encontrar, y el recién llegado dió principio ú. su relato dei esta manera : — La cita era á las chicóde la tarde en el Canal. El •lijo destinado énles á los suicidios, bien podiu. serrir ahora para un duelo, porque al tin... ¿que más di» 1 A tas cinco Oléaos tres minutos estábamos en el U.: no el marqués, su otro testigo y yo ; y, ta ver- dad los tres nos encontrábamos preocupados : el marquils porque iba á batirse, y éso.siempre preocu- pa, y nosotros porque, conocieodo á, Montero, no dá- bamos un cuarto por la vida del diplomático. Sal Ja- mos que el coronel sé hallaba desde ta madrugada detenido en tas prisiones militares: pero sus testigos nos habían asegurado que acudiría ó Ittcitay y/ nos- otros contábamos con su andiicia y con sd inlluencia, seguros dé que no faltaría á la palabra empeñada. Eran ya tas cinco en mi reloj, y nadie parecía ; po- díamos retirarnos, porque nues.tr»'> 'compromiso ctta- ba cumplido. Yó iba á proponerlo,.cuando un ruido lejano me heló la sangre. A los'pocos instantes vimos llegar un coche, que se paró junto ol nuestro : tres personas se apearon, y ninguna de ellas era Montero, y, francamente, respiré. Aquí biso uua pansa, que los oyó otes aprovecha- ron p8ra colocarse más cómodamente en sus asien- tos, y prosiguió : — De !¡.s nes personas qae salieron del coche, dos eran los testigos del coronel; la otra no ta conocía- mos. Los primeros vinieron á buscarnos, mientras el desconocido permaneció junto al ooche. * ¿t¿ué ocur- re ? > pregunté á los que llegaban.->-1 Ocurre, con- testó uno de ellos, que el coroue' Montero ha inten- tado escalar su prisión, ha querido atrepellar al centinela, ha bramado como un toro, ha rugido como UN DI.ELO A MTTERTR 67 un león, y todo ha sirio inútil; c ha podido venir.—En ese caso, d formarémos un acta, y asunto cón» por ahora. — Poco á poco, ivp'lh Montero no fulla nunca é estas cii su brazo, traemos su espada.» Mi cooip in pala ora : n ni éompaílerr io. á lo méno 1 otro testigo y si no traemo neró y y nos miraii' pero ( I qui diendo:..«\ ue á ocupa mamos 1,1 e con test»»: * te Sttstftut testó: dec »qu1 rtlllí is, llenos de estupor, sin saber qué pensar ; ' liabl iba nos sacó pronto de rinda*, afta- tquel caballero que Ven detecte* allí, vie- r su puesto. — ¡ A batirse por él ! (veía- nos de asombro.— Ni más ni ménos, s cosa convenida entre éllós y aceptada >s. ^-PerO: ésto, le advertí,, e<* inusitado, ígó, me dijo oda la mayor.inri i tVrcncia. ». i te semejáis ér \ me con- né ha rehü- s temprano, .¿Nosotros glo de hom- Kl a d ve rea- tan ts m i ble arques n« hemos d formal m» quf ilOll, ser bros, dfjaudo el caso á nuestra deci io que se nos presentaba no podía 'ionio Montero, y ésto era siempre una ventaja. Por Otrtt parte, corría el rumor de que el enrouel había sido preso por una delaciou de su oonti íueunte; y esta- calumnia, muy en boga, hacía más delicada ta posición del marqués. Además, el lance quedaba pendiente: el coronel no lo dejarla de (amano, y el e.icuent.ro podía «er atro?., cuando era probable que todo quedara a!!í terminado por un rajuño. En los duelos, lá cuestión es batirse: con quién, importa poco; el sustituto presentaba todo el aspecto «le un caballero: lo enviaba el coronel, y venía bajo ta ga- rzo' I ía d I -'-*-— cruzado las armas habiendo eido adversario, era ex- ponerse ó las tiros de la maledicencia y del ridículo; porque la sociedad, que se horroriza del duelo y se indiana contra los que se baicu, se mofa de los que oo quieren batirse. Todo io pensamos, y al ña nos decidimos. Llegaba el reíat> alpunto más inte rosante ; asi ai que cada mm se disi.uso á prestar una aten- ción más viva. Hasta la señora de Miiamar dió una vuelta en su butaca. La narración prosiguió de este modo: —El deaepaockk» que sustituía al coronel Monte- ro, jóven de airosa presencia y de noble fisonomía' nos saludó oorteameeta al acercarle. Yo le: puse la sapada en i¡i numo, y, al empuñarla, conocí qto no era ta primera vez que la cogía", sobre todo, al caer en guardia, no pudo ocultar su aplomo y su destreza. Juraría que el marqués y'él se saludaron como dos personas que se lian \i3t0 otra vez. Ambo?' perma- necieron iui momento contemplándose. y al parecer, ninguno de los dos quería ser el primero ao uiacar, hasta que al lío el usnrqu¿i se fué ti fondo con una estocada repentina, como an rayo queaedesvaneció en el aire. El diplomático acometía bien, pero el des- conocido paraba mejor. Dos veces la espada del mar- que ? pasó rozando el hombro de su contrario, tra- zándose en el semblante de éste un g^sto que parecia decir; « ¡Qué lastima ; » Así siguió el combate diez minutos más: el marqués acomet!' ndo siempre; el otro no haciendo más que defenderse. No eé lo que, sucedió, y si lo se, no acierto á describirlo: el caso es que de repente la espada del diplomático brilló como uua coutella; el desconocido dió uu paso airas Tnajié. y cayó de espaldas. ITS DTTBI.O k MrEftTE 69 —¡Estaba herido...! exclamó Margarita con una voz que sus amigos no la habiau oído nunca. —Bí; herido, gravemente herido: tenia casi atra- vesado et pecho y arrojaba un tórreme de sangre. 8e le hizo la primera cura; sus testigos y yo lo coto camos ea el coche, y con todas las precauciones ne- cesarias lo llevamos á su casa. Allí... ¡ qué cuadro I señores ¡ qué cuadro '. Una señora, con el rostro más dulce que he visto en mi vida, salió á recibirnos en la escalera: al vernos dió un grito que debió arran- carse de sus entrañas, y con un acento que todnvía lo oigo, exclamó: .Hijo de mi corazón... me lo traen ustedes muerto ! Había tan amargo y tan justo repro- che ea sus palabras, que no supimos qué decirle. Aquella madre, anegada en llanto, nos ayud-1» a lle- var a su hijo. Ella le desnudó; ella misma le colocó lu cabeza sobre las almohadas, y le besó en la fren- te, ahogando lo.* sollozos que herviau en su pecho. El moribundo pudo coger la mano de su madre, y la llevó penosamente á sus lábios, mientras él Ir uecia: « Hijo de mi cima, ¡ qué sola me vas á dejar en el muudo...! Yo he presentido tu desv entura... > Y al- zando los ojos con expresión inefable, ufiadiu: < Era mi gloria, mi Único consuelo, toda mi alegría : pero cúmplase, Se flor, tu divina voluntad. » Lo cnnlieso; ante aquella pena inmensa, uute aquella santa resig- nación, sentí desprecio de mí mismo, y salí de allí porque se me saltaban las lágrimas. En la pieza in- mediata encontré al médico, que, trasluciendo en'tfí ademan la pregunta que iba á hacerle, me contestó : 'Mal, muy mal; en estos casos no se pierde uad* con ponerse en lo peor. > La desolada madre habia salido di tras de mí, y pudo oir las palabras de! mé- dico. « No hay que perder la esperanza, dijo, si la70 BIBLIOTECA DE « LA COLONIA ESPAÑOLA » ciencia no hace prodigios. Dios hace milagros. V ca- yendo de rodilla" á los piés de un hermoso crucifijo que tenia delante, la oímos decir disli ubi mente: « Perdonadla, Dios mió, perdonadla, corno yo la per- dono. » JA».* madres ven siempre en las desgracies de sus hijos, la mano traidora de una mujer execrable. Be había llamado un sacerdote, y acababa de entrar en la pieza donde nos encontrábamos. La señora, al verlo, lo cogió de la mano y lo condujo apresurada- mente al cuarto de su hijo, y él la sumió prouuucian- do /estás duicéspalabras : « ¡Valor, hija n»ia, valor!» Yo no pude más ; me lancé á la puerta, me precipi- té por la eicaiera, y salí á la calle con el alma hecha pedazos- Esto es Jó que ha sucedido. Concluido el relato que acabo de copiar, reinó un profundo silencio, que ni César ni el duque se airevie- ron á interrumpir. Margarita fué la primera que ha- bló, y lo hizo levantándose bruscamente y diciendo : —Seflores, perdonen ustedes esta impertinencia, pero me siento mal, y rúe. retiro. Suplico á ustedes que no se muevan : mi madre se alarmaría y no hay motivo para asustarla. Sin dar tiempo á observación ninguna salió del sa Ion, y sin llamar á nadie se encerró en su cuarto. I>os amigos íntimos se. quedaron suspensos, pero no observando ruido ni movimiento que atestiguaran la realidad de una dolencia repentina, se tranquili- zaron. No ei-a la primera vez que la señorita de Mi- ramar se retiraba de aquel modo: la niña mimada snlia aburrirse de sus íntimos amigos, y cualquier pretexto le serví » para dejarlos con la boca abierta, Éüos estaban acostumbrados á estas irregularida- des de su carácter, que, después de todo, les parecían encantadoras. Así es que, sin la más ligera inquietud, fN PIELO A MUIRTE 71 'se fueron retirando unos después i!e otros muy dis- cretamente. « . • V' Al saür los últimos, iba diciendo César: — ¿Ves. qu»-vido dinjiií-, cómo el coronel Monlero se halla bueno y sano, sil herid.» grav<> ni leve? No podia ser otra eosu ; mi tesis-tiene una fuerza ineóu trastuLle. —l'crovj canastOí ¡ replicaba el duque ; el marqués ha herido mOrtá)mente é su adversario. ¡ Caracoles! Ese era ini tema. Cuando la señora de Míramnr se despertó, estabaTeBQflKM & la *T¡Ma dos cartas interesantes, cuya lectura es ii'cetaria para el cabal conocimiento de la prevéate historia, que he intentado referir del modo más breve que me ha sido posible... por su- puesto, dejando bíi mpreal lec tor en completa liber- tad de añadirle lo que le falta, y de quitarle lo que le sobre. ... • : Por el movimiento impetuosódé la letra se conoce que lu primera de estas enrías ha sido escrita con la impaciencia de la mano que quiere seguir la rapidez del peusamieuto. En algunas palabras faltan las le- tras finales, como ti la pluma hubiera saltado para coger más pronto la idea - en ciertas frase-» parece que la maoo tembluba al escribirlas, y, finalmente, se distinguen sombras ligeras que oscurecen en di- versos iugares la blancura del papel, y que podrían tomarse por señales de lágrimas. Ei estilo empieza entrecortado, descubriendo en el tumulto de los conceptos la agitación del alma; pero poco á poco se va serenando, hasta que aparece mas tranquilo. CN DDXLO Á MUERTE 7H lié aquí esta carta : ->; < Caballero : La herida que ha recibido usted én el pecho la llevo en mi corazón. Usted ha estado quin- ce días agonizando; y yo hace un mes que 'no vivo. Oigame usted, porque Jé hablo por primera vez, y acaso sea ¡a última. Yo he provocado ese duelo mal- dito, y usted se ha batido por mí. ¡ Por mí, que no he sabido comprenderlo... .' ¡ Justicia divina... lof-;0O> nozen cuando lo pierda... 1 ¡ He necesitado que abran pu pecho para ver su' corazón... ! ¿ Por qué do con- denó usted á un justo desprecio mi insultante ultra- je... ? ¿ Y su madre dé usted;... ? ¡ Dios eterno...! An- te esa idea no sé dónde esconderme... Es la forme más cruel que pue'den tomar mis remordimientos. Sé qué me ha. perdonado : sé quepide á Dios que-me perdone ; pero yo no puedo perdonarme. debo ex- piar, y expiaré. ; > ¿ Qué pasa por mí V Ko acierto á darme cuenta ; mas al oaer en el abismo de ésta desgracia, siento quo mi uliii» «e ilumina con los reflejos de una luz suprema. Después de llorar, veo mucho, veo mejor, ¡o veo todo ; mis ojos se aclaran con las lágrimas y el llanto ; este llanto inagotable ha roto la venda que me cegaba. > La noticia del fatal suceso me hirió como una pafielada ; quise llorar, y no pude llorar ; me «ho- yaban lo \ sollozos, y al tin estalló eu mi sangre el in- cendio de la fiebre... Me bao tenido en laeanM ria- chos dias... Me he visto rodeada de médicos, de me- dicinas... : creían que iba & morir. No sé lo que he dicho en mi delirio : pero veo que n > me lian enten- dido. Los médicos están muy satisfechos, porque era una crisis terrible de mi uuturab-za, un sacudimien- to formidable de mi cuerpo, una explosión vigorosa74 BIBLIOTECA DE « LA COLONIA B8FAXOLA » UN DUELO Á MÜERTB 75 de mi vida, que lo ciencia ha vencido. ¡ Pobres sa- bios ! Ignoran que esa crisis ha sido la ciísis de mi alma, que sólo Dios ha podido vencer. >IJua ta altana, mitigado el ardor de la calentura, que me habla hecho ver durante la noche las más extrañas visiones, experimenté la necesidad de una íntima coitiunieacion ; necesitaba una mano armga que me ayudara á sostener el peso que me oprimía ; OÍdoe qn huye : es una cabeza que tiene aureola, sin que el pintor la haya trazado: reppinndeee con la paz del justo, con la esperanza del santo, con la fé del már- tir ; sus ojos miran, y bu boca sonríe. » Mis pupilas extraviadas se ííjaron en este retra- to, que habia visto muchas veces, que habia admira- do siempre, y que no habia comprendido nunca. Hubo momentos en que creí que se desprendía del lien/.o y venia á buscarme ; esperaba que la voz re- sonara en sus labios ; me hablaba, y yo no podía en: tenderlo... > Mi doncella se acercó silenciosa, creyendo que dormia, y, al verme con los ojos abiertos, me dijo : — ¿ La se ¡Varita está mejor ? — Sí, la contesté ; me siento bien... pero... me falta una cosa. —¿Qué.,.? rae preguntó con viva ansiedad. —- Quiero... la dije sin 9aber lo que decir, que venga un sacerdote. » No sabe usted el asombro que causó en esta casa la noticia de mi deseo. Si hubiera pedido una joya ; si hubiera querido vestirme y recibir á mis amigos ; si hubiera querido montar á caballo, habría causado ménos exirafieza. Creyerou que la debilidad me ha- cia decir desatinos; como los médicos me habían declarado fuera ue peligro, mi deseo era inexplica- ble. Yo, que vi siempre satisfechos basta mis más raros caprichos, encontré, por primera vez resisten- cia á mi voluntad. Quisieron convencerme, persua- dirme, engañarme ; mas insistí, supliqué, lloré, y el sacerdote vino : me quedé sola con él, y le descubrí hasta lo más recóndito de mi corazón. > ¡ Qué dulce severidad encontré en s'is consejos ' ¡ Qué ardiente caridad en sus advertencias... ! ¡Qué tierno solicitud en su3 mandatos... ! ¡ Qué gran con- suelo... ! Sus santas palabras caian en el fondo ulce- rado de rni conciencia como un bálsamo divino. Aquel mismo día entró Dios en mi alma. > He querido saber si debia escribir esta cai ta, y sé que puedo escribirla.70 BIBLIOTECA DX « LA COLONIA KSPA&OLA » » Pronto abandonaré á Madrid, llevándome en el corazou el propósito de un voto solemne, el recuer- ' do cruel del mal que hice, y la dulce memoria del bien que usted me ha hecho. » Lea usted esta carta A fu madre ; porque la he afligido, y dtbo consolarla. » Aquí agito tres veces mi pníluelo, empapado en lágrimas, como una tierna amiga que se despide... quizá... para siempre. » Hoy cumplo veinte afros. .1. M A.HOAHITA. » La segunda carta parece escrita por una mano tem- blorosa; y dictada por uña voluntad (irme. Veamos su con tenido: < Señorita : Yo también debo confesarme culpable; más .culpable.que usted, porque he llamado con de- masiada violencia á las puertas de su cora/.on ; por- que be provocado su curiosidad, excitado su iuf> res y herido ¿ú amor propio; porque he arrojado al ros- tro de su vanidad loca el euante de rni soberbia cie- ga, fiemos luchado, y Dios nos ha vencido, como Dios vanea siempre, salvándonos. Ka sido un duelo á muerte, en el que los dos somos vencedores, por- que no hay triunfo más glorioso ni más sublime que aquel que el hombre alcanza sobre sí mismo. > Pronto estoy á todos los sacrificios: me esconde- ré por no verla, huiré por no encontraría, ensorde- ceré por no oírla, enmudeceré- por no pronuneiai bu nombre; pero no me pida usted que arranque su imá- geu de rni corazou, porque éso es imposible. »¿Me he batido por usted... ? Veamos: he descendi- do á ese ensangrentado terreno del falso honor. Cier- to; masj no movieron mi mano ni el ódio, ni la ven- TJN DUELO A JIUBUTB 77 gSDza, ni !a vanidad de un valor que tiene cualquiera, ni el miado cobarde á las burlas del mundo que to- dos sienten, lie expuesto mi vida, preciéo-es .decir- Jo, por su! vir otra \ ida. He ido á un duelo por evib.r un duelo. > T'na vat provocado el coronel Montero, na Imy más remedio que matarlod,dejarse matar: con la es- pada en lu maiiO.es implacable, y tiene el fu noto privilegio de matar siempre á su adversario. Qu ise salvar ul luurqués de una muerte segura, á usted de Bn justosentimientoy á Montero di un nuevo homi- cidio. La prisiondel coronel aplazaba el terrible lan- ce, y yo |ia ría. impedirlo: él no junio ir, y ful yo : con- taba ©On mi destreza eú el manejo de la t ¡paila paiu reducirlo á unas 'cuantas gOtns de '-sangre, que esta bn áfepaesta á derramará dejándome herir ligeramente. Dios ha querido otra cosa,.y c? ".«y ' "atento. »Nos heñí"; encontrado en el camino do la vida como do» viajeros-extraviados que se v er, por prime- ra vez y no se conocen; se miran con tV'üeoniijnza, se saludan, y . cuando ■a compreodee distinguen !• senda que deb-n seguir, y se despiden, con la ale- gría de haberse encontrado y con !a pena de tener que separarse. ¿Moa volve.rénios á encontrar... V > Lleva, usted en su corazón el propósito de un voto solemne. Sea. Usted hace el propósito, y yo me re. signo al sacrificio ; la mitad de ese votoea mío. Cúm- plalo usted ; mejor dicho : cumplámoslo. > Mi amor ha sido injusto, y es justo que padezca mi amor. Se llega á la felicidad por el camino de los dolores, como se llega al cielo por el áspero camino de la tierra. Bal el mundo, el que. no padece ao ama, es decir, no vive. La expiación purifica, y debemos puriíiearuos.78 BIBLIOTECA DE «LA COLONIA ESPADOLA» » Con muchas lágrimas en loa ojos ha leido mi ma- dre su carta de usted, y la ha besado, y la ha bende- cido, y me ha dicho: « U¡jo mió, llévala ¿obre tu eo- > rozón. » Y la he. contentado: < La llevo dentro de > mi alma.» Esta respuesta me iia valido un alirozo. »Mi médico me envia áV Alemania á unos bafior que han de restobleccrtne por completo: los toma- ré, poique siento un áusia de vivir indecible. > K\ amor profundo y verdadero... ( qué esperanza infunde. j. Pero, í'rancumen- te, no es más que una esperanza. Y no sé más.IMPRENTA RURAL LA MINERVA. < modelo ) 111-CAMARAS 111 En este establecimiento se ejecutan toda clase de trabajos tipográficos PERIÓDICOS—OBRAS—FOLLETOS MEMORIAS—CONOCIMIENTOS CATÁLOGOS TARIFAS—CAUTELES—TARJETAS LETRAS DE CAMBIO RÓTULOS — ETIQUETAS — FACTURAS CIRCULARES--PRECIOS CORRIENTES ESQUELAS FÚNEBRES Corre eeion csmerada- Pron t ita«l l'r^eios mótlicosLA COLONIA ESPAÑOLA ECO IMPAUCIAL DE LOS I ?«TEfi Eií 3 De >U TITULO EN :3UD-AMÉRICA 1! n me*...... Da loo (anUcicaJo). * l.SO PL'NTCS I'E SU6CRK.HXS E.1 MOXTIfVIDBO 1 ll-CiliLE CÁjÉÉ\E\3- 1 11 Agentes en ta llepiíblic.i Oriental ¡j{*aXo*BS: D. Qw liu Curbelo—Gji ovia: D. Atn' Pérez—Dura/no: D. Rafael G\»r)iti;.ez—Florida: D. Manual Tubino—I*iedras: D. J. do Baeo--Piiaoiiooe: D, Valencia Rodrigue»—Rosario: O. hFa Durnñoi:»—San Jo-n: Síes M'i^íanés y l'íre:—Stvra Lucía: don Luis Ma.:tenuud—<:oi.on: Ti. Lian de C 'iinqax—Xufcvx Hvi.veoi*: II. Víctor Perrlorao—Ji'an Chazo: D. Frnnrtsdo Liówap . rWlAcroa KoiMtinuEz: D. 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