— 90 — Hamirez, Emeterio Garay, Telésforo Ponce de León, Primitivo de la Canal, Pedro Iturralde, Pedro Saens Va- liente, Dalmiro A. Seguid, Manuel Koseti, Daniel Arana, Fernando Otamendi, Irineo Anasagasli, Wenceslao Ua- mirez, Benjamín Zuveaurre, Elias Morales, Zoilo Peralta, Luis Burgos, Francisco Medina, Eustaquio Quiroga, Juan Biscarra, Ildefonso Pierez, Francisco Figueroa, Manuel Valdez, Pascual Muñoz, Domingo Gómez. Pedro Herrera, Eufracio Moreno, Manuel Sotelo, Antonio Arancivia, Pedro M. Labao, Pedro Capelillo, Agustín Mendieta, Juan Ciriaco Gómez, Vicente Casco, Ramón Gómez, Sulpicio A. Gómez, José Gómez, Félix Egusquiza, Uamon Lara, Francisco A. Pereira, Elias Eseiza, Nicacio Sueldo, Juan L. Galindez. Eloy Olivares, Ramón Viton, Florencio Guirardo, Braulio García, Cipriano Valdez, Mariano Fernandez (hijo), Emiliano Valdez, Juan Cruz Barbosa, José Anasagasti, Alberto Márquez, José Migoni, Angel Olmos, Patricio de la Canal, José A. Lima. ■ ■mi Q fíh "XL I VICTORIA DEL NORTE LOS ESTADOS UNIDOS roK DSJ. Conde do 3wToiita.lena.bert. rafe Tniiucticu íítl forres ot! h»iri BUENOS AiRES. m ■ »;KS l .1 DKL Rl«I.O, > I.T.K VICTORIA 153 >LA VICTORIA DEL NORTE.LA VICTORIA DEL NORTE EN LOS ESTADOS UNIDOS POE El Conde cié IvIon-taJeriatoert. ( ~" K~í? . kv t'XO X>E LOS CUARENTA DE LA ACADEMIA FRANCESA. Traducción del Comeo del Domingo. BUENOS AIRES Impeenta del, SIGLO, calle Victokia 153. 1865Mientras que en los últimos dias del debate aobre la respuesta al discurso del trono, nn orador por siempre ilustre estasiaba nuestros espíritus y nuestros corazones, defendiendo la mejor de las causas; mientras que llevado en alas de la justicia y de la verdad se cernía en alturas no acostumbradas y hacia en ellas cernir con él á su au- ditorio arrebatado, una noticia, feliz y gloriosa entre todas, atravesaba los mares y venia á traer á las almas fielmente amantes de la libertad el estremecimiento de una alegría y de una consolación mucho tiempo há desconocidas. El duelo inmenso que ha venido á imprimir al triunfo de los Estados del Norte un carácter fúnebre y sagrado, en nada podría alterar esta alegría. Ella debe sobrevivir á la consternación, al espanto que ha producido en todo el universo el asesinato del presidente Lincoln, víctima inmolada sobre el altar do la victoria y de la patria, en el6 seno de una de esas catástrofes soberanamente trájicas que coronan ciertas causas y ciertas existencias de una incomparable majestad, añadiendo la grandeza misterio- - sa de la espiacion, y de una espiacion no merecida, á las virtndes y á las glorias que la humanidad "tiene en mas estima. Saludemos pues con una satisfacción pura la victoria feliz que acaba de asegurar á los Estados Unidos el triunfo del Norte sobro el Snd, es decir del poder lejítimo sobre una revuelta inescusable, de la justicia sobre la iniquidad, do la verdad sobre la mentira, de la libertad sobre la esclavitud. Bien sabido es que no tenemos la habitud de incensar la victoria, de aplaudir á los vencedores. Es la primera vez que esto nos acontece hace mas do treinta años; pue- de tenerse por cierto que no abusarémos de esta novedad y que no haremos de ella una costumbre. Séanos pues permitido entregarnos hoy sin reserva á una alegría tan rara, aproximando nuestra emoción actual á la de aque- llos dias harto pronto pasados en que la Carta de 1814, la manumisión de la Grecia, la emancipación de los ca- tólicos ingleses é irlandeses, la conquista de Arjel, la 'creación de la Béljica, venían sucesivamente á adornar á la juventud de este siglo, á rejuvenecer á los corazones liberales y á marcar las etapas del verdadero progreso. Hé ahí de nuevo, después de un intervalo demasiado largo, una victoria feliz. Hé ahí, una vez al ménos, al mal vencido por el bien, á la fuerza que triunfa en servi- cio del derecho, y que nos procura el gozo singular y soberano de asistir desdo esto mundo al triunfo de una buena causa, servida por buenos medios y ganada por hombres de bien. Agradezcamos pues al Dios de los ejércitos esta gloria y eíta dicha. Agradezcámosle esta gran victoria que 7 acaba do acordar, para eterno consuelo do los amigos de la justicia y de la libertad, para eterna confusión de las diversas categorías de los que esplotan y oprimen á sus semejantes por la servidumbre ó por la corrupción, por la mentira ó por la avaricia, por la sedición ó por la tiranía. Pero ya oigo el murmullo de la sorpresa, del descon- tento, do la protesta. Aun en el campo católico la cansa del Norte ha sido y es impopular. Al ruido de su victo- ria, el grito vergonzoso: Tanto peor! hecho constar por el JSfoniteur en el seno del cuerpo lejislatívo \ se ha es- capado quizá de mas de un corazón acostumbrado á latir como el nuestro por las cansas que amamos y servimos desde la cuna. So nos pregunta: ¿deberemos en verdad regocijarnos y bendecir á Dios por esta victoria? Respondemos sin te- mor: Sí. Debemos dar gracias á Dios, porque una gran nación vuelvo á levantarse, porque se purifica para siem- pre de una lepra asquerosa que servia do pretesto y de razón á todos los enemigos de la libertad para maldecirla y difamarla; porque ella justifica en este momento todas las esperanzas que reposaban en ella, porque la necesi- tábamos, y nos es devuelta arrepentida, triunfante y salvada. Sí, debemos agradecer á Dios; porque la lepra de la es- clavitud ha desaparecido por el hierro de los vencedores de Richmond, estirpada para siempre del único de los grandes pueblos cristianos que con la España estuviese todavía inficionado do ella; porque aquel gran mercado do hombres está cerrado, y no se verá ya mas en el glo- rioso continente de la América setentrional poner en sn- basta á una criatura humana, hecha á la iraájcn de Dios 1 Gstracto do la sesión del -6 de abril de 18658 para ser adjudicada y entregada en presa con bus hijos, á la arbitrariedad, al egoísmo cruel, al lucro infame, á las viles pasiones de uno de sus semejantes. Sí, debemos agradecer á Dios; porque al volverse á le- vantar y al purificarse, la América ha justificado, honra- do, glorificado á la Francia y á la política francesa, su verdadera política, la vieja, honrada y animosa política de nuestros mejores tiempos, la que arrojó la flor caba- lleresca y liberal de la nobleza francesa, tras de los pasos de La Fayette en el campo de "Washington; porque, allá al ménos, la jenerosa abnegación de nuestros padres no habrá conducido como en otras partes á un sangriento y cruel aborto; porque de ahí resulta una corona mas para Luis XVI, para el rey mártir, para aquel que fué tam- bién la víctima espiatoria de una gran revolución, vícti- ma tanto mas tocante y santa, cuanto que en lugar de desaparecer como Lincoln en medio de un duelo univer- sal, fué ultrajada antes de ser inmolada, cuanto que esos ultrajes inran todavia, y que á este título ella arrebata nuestra admiración y nuestra piedad, á una altura mas arriba de la cual no hay sino el Dios crucificado. Si, debemos agradecer á Dios; porque en esta grande y terrible lucha entre la servidumbre y la libertad, esta ha quedado victoriosa; la libertad que habituada entre nosotros á tantos desencantos, traiciones y confusiones, comprometida y deshonrada por tantos falsos amigos é indignos campeones, tenia gran necesidad de uno de esos grandes triunfos que hacen de golpe brillar para todos bu mérito inestimable. Si, debemos agradecer á Dios; porque según las rela- ciones mejores, la victoria ha quedado pura; porque la cansa no ha sido empañada por ningún esceso ni mancha- da por ningún atentado; porque sus defensores no tienen que ruborizarse de sus soldados, ni estos soldados de sus jefes, ni estos jefes de su fortuna; ni la fortuna misma do 9 haber coronado bajas ambiciónos y perversos complots. Si, por fin, debemos agradecer á Dios,' porqne los agre- sores han sido vencidos; porque aquellos que desenvaina- ron primero la espada, perecieron por la espada, porque la impunidad no ha sido acordada á los provocadores de una revuelta inicua, de una guerra impía; porque esta vez al ménos no ha sido bastante la audacia ni la astucia para burlarse de los hombres de bien; porque I03 autores del crimen han sido sus víctimas; porqne al pasar el Ru- bicon de la legalidad hallaron en la opuesta ribera la derrota y la muerte; porqne habiendo puesto en peligro la fortuna y el porvenir de su pais, con una temeridad de aventurero, y una destreza de conspirador, el alea- jactaest no les ha aprovechado, y que en ese juego impío y sangriento han fracasado. Jugaron y perdieron: la justicia está hecha.II. Continuemos é insistamos. No nos dejemos aturdir por el desconcierto momentáneo do los adversarios de la cansa americanay de la nuestra. No los creamos difiui- tivamente convertidos ó ilustrados. A medida que la deslumbrante luz que ha proyectado repentinamente sobre la Europa la toma de Itichmond, seguida de la muerte trájica de Lincoln vaya decreciendo; á medida que las nubes inseparables de toda victoria y toda causa hu- mana aparezcan en el horizonte, oirémos de nuevo las invectivas, las diatribas de que los Estados Unidos en jen eral, de que los Estados del Norte en particular han sido objeto. La burla y la calumnia recomenzarán para reanimar la malevolencia de la opinión que hemos visto tan hábil, tan sabiamente alimentada dentro y fue- ra. Esa alegria perversa, tanta3 veces exhalada por los enemigos de la libertad, desde que pudo creerse en la caida de la gran república, reaparecerá bulliciosa y po- tente, á la primera dificultad, á la primera falta de nues- tros amigos de ultramar. Hoy todo el mundo niega el querer ó el haber jamá3 querido el mantenimiento de la esclavitud, pero los argumentos y los intereses favorables á la esclavitud no han cesado de conservar su imperio.12 Nn ha sido una enseñanza mediocre el ver cómo, desde los primeros días en que estalló el conflicto entre el Norte y el Sud, se obró la separación do las opiniones. Yo no digo, no lo permita Dios, que todos los amigos del Sud sean enemigos do la justicia y de la libertad; ménos digo aún que todos los partidarios del Norte deban ser tomados por verdaderos y sinceros liberales. Pero sí digo que un instinto, involuntario quizás,omnipotente é invencible, ha afiliado inmediatamente del lado de los esclavócratas, á todos los partidarios confesados ó secretos del fanatis- mo y del absolutismo en Europa; digo que todos los ene- migos patentes ó secretos, políticos ó teolójicos de la li- bertad, han estado por el Sud. Inútil y pueril seria el negar que los Estados Unidos cuentan cierto número de adversarios entre los católicos y esto no obstante los progresos tan prodijiosos y conso- ladores del catolicismo en aquella república, progresos como no se vieron en ninguna otra parte desde los pri- meros siglos de la iglesia. Me guardaré bien de profundizar las causas de esa im- popularidad de la América en jeneral y de los abolicio- nistas en particular. Ese exámen me llevaría demasiado lejos. Me limitaré á observar que los hombres de mi edad siempre han hallado en su camino una opinión fal- samente relijiosa y ciegamente conservadora;—fué la que estuvo en 1821 por la Turquía contra la Grecia; en 1 En 1174, en todos las colonias inglesas do que salieron loa Estados Unidos solo se contaban 19 sacerdotes. El primer obispo apareció allí en 1790. En 1839, la Iglesia contaba en los Estados Unidos 1 provincia, 16 dió- cesis, 18 obispos, 478 sacerdotes, 418 iglesias. En 1849, 3 provincias, 30 diócesis, 36 obispos, 1000 sacerdotes, 966 iglesias. En 1859, 7 provincias, 43 diócesis, 2 vicariatos, 45 obispos, 2108 sacer- dotes, 2334 iglesias. » 13 1830 por la Holanda contra la Béljica; en 1831 por la Rusia contra la Polonia: la misma que hoy está por los esclavócratas del Sud, contra los abolicionistas del Norte. Los acontecimientos en primer lngar, luego las simpa- tías de la masa del clero y de los católicos ilustrados por los acontecimientos, dieron á esa tendencia crueles des- mentidos y humillantes retractaciones sobre la cuestión oriental, la cuestión belga y la cuestión polaca. Estoy convencido de que lo mismo ha de suceder un dia ú otro respecto de la cuestión americana. Pero si es penoso llegar á menudo tan tardo en socor- ro de la justicia y de la verdad; si á escepcion del sabio y elocuente doctor BroAvnson, no descubrimos entre los católicos de los Estados Unidos ningún campeón de la emancipación de los negros, teníamos al ménos en parte el pequeño consuelo do poder hacer notar que de sus filas no ha salido ninguna defensa de la esclavitud. Mo repugna reconocer el carácter sacerdotal en el autor de un escrito reciente y anónimo con el título: De la escla- vitud de los Estados Unidos, por un Jifisianero. Si el autor de este libro vergonzoso fuera verdadera- mente sacerdote y si le hubiera bastado, como lo afirma, el vivir entre los plantadores americanos durante veinti- cuatro años, para sostener altamente la utilidad y la legi- timidad de la esclavitud de los negros, para ver también en su servidumbre la única barrera posible á su liberti- naje, el hecho solo de semejante perversión del sentido moral y de la conciencia sacerdotal, constituirían el mas cruel argumento contra el réjimen social y relijioso de los países con esclavos. Pero fuera de la cuestión de la esclavitud, y aun ántes que eea misma cuestión hubiera ocupado los espíritus, reinaba en gran número de católicos una aversión instin-14 tiva contra la América, cuyo oríjen conviene quizas re- montar al conde de Maistre. Sabido es que bu influencia en las grandes como en las menores cuestiones, fué incontestablemente la mas pode- rosa de todas las que sufrieron los católicos del siglo diez y nueve. Este grande hombre, como muchos de sus semejantes, debe aun mas 6u renombre á sus exajeraciones que á su talento. Sus paradojas tuvieron mas éxito y sobre todo mas éco que el jénio y el buen sentido de que ha dejado en la mayor parte do sus obras imborrables rastros. Muy poco se conoce todavía la ternura esquisita de sn alma atrayente y mucho menos aun la altiva indepen- dencia, el espíritu á la vez que caballesco liberal, la po- lítica luminosa y á menudo muy avanzada, que revelan en él sus diversas correspondencias recientemente publi- cadas. Pero él no amaba á los Estados Unidos: su oríjen y su progreso contrariaban algunas de sus mas queridas teo- rías. Cometió el error de trasformar sus repugnancias en profecías. Sabido os cuál fué la suerte de la que ha- bía formulado sobre la capital de los Estados Unidos: "O esta ciudad no subsistirá, ó se llamará con otro nombre que el de "Washington." Mas sensato era cuando se li- mitaba á espresar la impaciencia que lo inspiraban los exajerados admiradores del pueblo americano. Dejad, decía, dejad crecer á ese niflo en mantillas. Pues bien! podemos decir á nuestro turno, el nifio ha crecido; se ha hecho hombre, y el hombre es un jigante. Ese pueblo desdeñado, befado y calumniado ha mos- trado en la crisis mas formidable que una nación puede atravesar, una enerjía, una abnegación, una intelijencia, un heroísmo, que han confundido á sus adversarios y sorprendido á sus amigos mas ardorosos. Hoy sube al 16 primer rango entre los grandes pueblos de la tierra. Muerto M. de Maistre, y en presencia de la grandeza creciente de los Estados Unidos, buscábanse otros argu- mentos para desacreditarlos. Se nos decía:—No 'nos habléis' de vuestra América con sa esclavitud! Pues bien, hé ahí á nuestra América sin esclavos. Hablemos pues de ella, aun cuando muchos quisieran sin duda no hablar de ella nunca. Se nos decía sobre todo: El pueblo americano no sabrá hacer la guerra, y, si la hace, victorioso ó vencido, caerá en presa á nn jenéral feliz, á un Bonaparte cual- quiera que empezará por la dictadura y acabará por el despotismo; á quien sus conciudadanos suplicarán que los salve, y que en cambio de este bien, les pedirá lo que piden todos los Césares—el honor y la libertad. Bien pues: la esperiencia está hecha, al menos en este punto, y nunca profecía alguna recibió mas sangriento desmentido. Los americanos han sabido hacer la guerra; la han he- cho con una enerjía, un empuje y una perseverancia in- contestables; no han sido la presa de ningún jeneral, de ningún dictador, de ningún César. Han hecho la guerra, y la guerra mas terrible de todas, la guerra civil. La han hecho desplegando en ella todas las calidades, todas las virtudes que constituyen las gran- des naciones militares. Ninguna nación moderna, ni aun la Francia revolucio- naria con sus catorce ejércitos, levantó y lanzó sobre el enemigo fuerzas proporcionalmente tan numerosas, tan disciplinadas, tan bien equipadas, tan sólidas en el com- bate. Aquellos mercaderes abandonaron á las exijencias de la guerra bu fortuna, con tanta prodigalidad como los mercachifles ingleses en su lucha contra Napoleón, y bus16 hijos, con tan heroica abnegación como la Francia en 1798 en sn lncha contra la Enropa. Miéntras qne ridículos detractores denunciaban á la Europa á esos pretendidos mercenarios, arrojándoles el mismo estigma qne á nuestros jóvenes y valientes com- patriotas de Castel-Fidardo, mas de nn millón de volun- tarios tomaban las armas, de un lado, para la defensa de la Union y de las instituciones americanas; del otro, para el mantenimiento de su independencia, y de sus franqui- cias locales1 ; y de ese millón de hombres armados, ni uno solo, gracias al cielo, se ha hecho ni el verdugo de sus hermanos, ni el satélite de un dictador. Esas fuerzas han sido mandadas por jenerales impro- visados, muchos de los cuales se han mostrado dignos de marchar por el sendero de los mas célebres de entre nues- tros jenerales republicanos; por hombres que no solamen- te han sido maestros en táctica y en estrategia, sinó hé- roes en el valor y la moderación, grandes políticos y grandes ciudadanos. Grant y Lee, Buruside y Sherman, Mac Clellan y Beauregard, Sheridan y Stonewall Jackson, han escrito sus nombres en el gran libro de la historia. De proposito nombro á los primeros entre los jefes de ámbos ejércitos enemigos; porque, lo reconozco con pla- cer, es al pueblo americano todo entero á quien se debe bajo este respecto al menos, el homenaje de nuestra ad- miración. Ambos partidos, los dos campos han mostra- 1 El informe del ministro de la guerra en diciembre de 1862, estable- cía ya la presencia de ochocientos mil hombres en los ejércitos federales, diez j nueve partes de los cuales eran enrolados voluntarios. Desde entóneos la proporción ha cambiado, y la conscripción fué llamada, co- mo en Francia, á llenar loa claros hechos por una guerra de las mas san- grientas. Estas cifras dejan fuera al ejército confederado, inferior en nú- mero, pero siempre igual en valor y en disciplina al ejército federa!. do el mismo valor, la misma indomable tenacidad, la misma intrépida resolución, la misma abnegación incon- trastable, el mismo espíritu. Todas nuestras simpatías son por el ISTorte, pero ello no quita nada á la admiración que ñus inspira el Sud. Aunque desplegado en servicio de la injusticia y el error» no por eso es ménos su heroísmo. Parece también cierto que los Sudistas mostraron mas mérito militar, mas enerT jía y talento, mas empuje y brillo que sus enemigos, sobre todo en los primeros tiempos de la lucha. ¡Cómo no admirarlos, deplorando al mismo tiempo que tan elevadas y raras calidades no hayan sido consa- gradas á una cansa irreprochable! ¡Qué hombres y sobre todo qué mujeres! Hijas, es- posas, madres, aquellas americanas del Sud, han hecho revivir en pleno siglo diez y nueve el patriotismo, la dedi- cación, la abnegación de las romanas del mas bello tiem- po de la república. Las Clelia, las Cornelia, las Porcia han encontrado sus rivales en mas de una villa, en mas de una pL.ntacion de la Lnisiana y de la "Virjinia. Hemos visto hasta entre nosotros á ñiflas débiles, á mujeres modestas separadas de los suyos, despojadas de su fortuna, pero altivas con sn pobreza, resignadas á la miseria, á la ruina, al destierro, dichosas con ofrecer atl su sacrificio á la causa nacional, rechazando con indig- nación la menor idea de una transacion, de una conce- sión, llevando en su mirada inflamada la serial incontes- table de la determinación qne forma las razas viriles. Semejantes heroínas hacian comprender, mejor que todos los discursos, de qué soldados debian ser compues- tos los ejércitos de la confederapion y qué prodijios de resolncion y de perseverancia no serian necesarios para llegar á superarlos. Esos prodijios han sido hechos, pero á precio de esfuer-' M* zos y de sacrificios que establecen la tenaz bravura y la asombrosa consistencia de los soldados del Snd. Ha sido necesario cuatro anos de esfuerzos y setecientos mil - hombres para triunfar en Richrr.ond, la capital del Sud. Ninguna fortaleza, ni el mismo Sebastopol, ha costado tactos esfuerzos, y en cnanto á las capitales europeas, no hay pura qué hablar. Sabido es como caen: Berlín, Viena, Madrid, París pneden atestiguarlo. La guerra labia empezado mal para el Norte. Esa súbita erupción había levantado toda la escoria del esta- do social á la superficie y la habia exhibido á todas las miradas. La corrupción, la traición se ejercitaron cíni- camente; pero muy luego fueron denunciadas, conteni- das, domadas y hundidas un la nada; vencidas mucho án- tes que el enemigo cuyos mejores auxiliares eran, des- aparecieron luego. Como sucede á menudo á las buenas cansas, á las causas que Dios bendice: la prueba fué pro- vechosa á los americanos. Los ha depurado, advertido, corrojido. Así pues, aquella república á la cual se creía absorbi- da en el negocio y en la labranza, enervada por el lucro y el bienestar, incapaz de los esfuerzos y sacrificios que impone la guerra, aquella república se ha mostrado ya émula y rival, en los campos de batalla, de la república romana y de las repúblicas griegas. Como estas, ya ha- brá tenido sns dos guerras heroicas, su guerra de los Mo- dos y su guerra del Peloponcso. La guerra de 1779 á 1782 que creó su nacionalidad, y la guerra de 1861 á 1865 qne destruyó la esclavitud, han grabado su nombre por siempre en los fastos de la gloria militar. ¡Pueda bastarle esto; pueda quedarse ahí en esa sangrienta y peligrosa senda! ■Pero esas virtudes militares, por raras y heróicas que eean, parecen vanas é insignificantes al lado de las vir- - 19 tndes cívicas de que la raza americana se ha mostrado dotada durante todo el curso de esa guerra formidable. Ninguna libertad suprimida, ninguna ley riolada, ninguna voz ahogada, ninguna garantía abdicada, nin- guna dictadura implorada—hé ahí la verdadera maravi- lla y la suprema victoria. Oíd y ved, pueblos de Europa, pueblos desatinados desde que un peligro interior os amenaza; pueblos he- róicos, también vosotros, en los campos de batalla, pero intimidados y desmoralizados por todo peligro civil; pue- blos serviles, á quienes no basta la dictadura ni para tranquilizaros, ni para consolaros, y que no os sentís á gusto ni al abrigo sinó en la abdicación! ¡ Ay! ¿donde está la nación europea que hubiera sopor- tado con esa calma y esa resolución la prueba formida- ble de la guerra civil y de la fiebre militar? No tenia por cierto la Francia, nuestra cara patria, ella á quien la sola aprensión de esosmales ha reducido á tan estraflos estremos, ella que no pudo soportar tres dias de tempestad y tres afios de incertiáuinbre, sin hacer trizas todas las ideas, todas las instituciones, todas las garantías que con frecuencia habia proclamado, recla- mado ó aclamado con pasión desenfrenada. ¡Imajínese pues á la Francia presa durante cuatro meses solamente de una guerra intestina como la que hace cuatro afios ha devastado á los Estados Unidos! ¡Imajíneseá nuestras ciudades bombardeadas, nuestras rutas removidas, nuestros campos devastados, nuestros castillos saqueados, nuestras comarcas incendiadas ó arrasadas por una irritada soldadesca, nuestros ríos y canales interceptados, nuestros caminos de hierro de- molidos, nuestros rieles arrancados, nuestro comercio suspendido, nuestra industria desolada, todos nuestros negocios anulados y comprometidos todos nuestros inte-reses; —y todo eso por una cuestión do derecho consti- tucional ó de humanidad relijiosa! Sí, imajinese á la Francia actual sometida á un róji- men semejante. Confesémoslo con franqueza; no habría habido violencia,no habría habido estremo que no hubie- ra parecido lejítímo para hacerlo cesar, lío babria habido caporal, ni charlatán bastante desacreditado para no ser mirado como nn Mesías, con 4a única condición dé poner término á la lucha, do hacer reinar el orden y la paz á toda costa. Bajo todos los reinados que se han Eucedido entre nos- otros, los crímenes políticos sirvieron siempre de moti- vo ó de protesto para trastornar la lejislacion. Después del atentado de LouveJ, de Fieschi y de Orsini, fueron inmediatamente reclamadas ó decretadas leyes de escep- cion, de agravación de penas, de cambio de jurisdic- ción, medidas llamadas de seguridad jeneral. Si mañana el brazo de un rejicida cortase por medio de un cobarde asesinato la vida del soberano que el país se ha dado, la mitad de la Francia pediría al momento que la otra mitad fuese encarcelada. La democracia americana no siente ese pánico ni esos furores. Un malvado hace de nn golpe desaparecer en medio de una fiesta al jefe del Estado, al hombre que atraía todas las miradas, que dominaba todos los corazo- nes, que tranquilizaba todas las inquietudes. Pero ni la consternación, ni la indignación hacen perder la cabe- za á aquel pueblo verdaderamente grande. Al otro dia del crimen como en la víspera, permanece duefio de sí mismo y de su destino; ni una ley es desco- nocida ó alterada, ni un diario suspendido, ninguna me- dida violenta ó escepcional viene á perturbar lo marcha regular y natural de la sociedad. Todo continúa en el orden acostumbrado. 21 La América reposada y segnra de sí misma en medio de su punzante dolor, podrá mostrar tan noble espectá- culo con una lejítima altivez á esos diarios oficiosos de de Parie, panegiristas titulados de todas las represiones y de todas las usurpaciones que se atreven á predicarle moderación.1 Fl pueblo americano no ha pensado pues en recurrir al suicidio para librarse de las angustias del miedo y de la incertidumbre. No ha imitado á aquellos enfermos des- esperados que prefieren la muerte inmediata á la pro longacion de sus padecimientos. Léjos de parecerse á aquellos insensatos de que habla san Agustín, que rece- lando perder los bienes terrenales olvidan los bienes del 1 Lo que precede estaba escrito cuando llegó á Europa la noticia de la prima ofrecida por el arresto de Jefferson Da vis y de las provocacio- nes detestables á la venganza y 6. los suplicios que manchan á una parte de la prensa americana. Si tales provocaciones tienen efecto, tendremos un nuevo desencanto, un nuevo dolor que inscribir en los anales de la humanidad moderna, al lado de los crímenes y locuras de la revolu- ción francesa. Beade ahora participamos del horror que tales escesos ins- piran á todas las jantes honradas. Pero si como queremos todavía espe- rarlo, esas violencias de lenguaje, inescusables aun despaes de un atenta- do tan monstruoso como el asesinato de Lincoln, no conducen i ningún acto de inhumanidad, nos será permitido ver ea eso una nueva prueba de la fuerza moral del espíritu público en América, que tendrá que resistir á tan detestables oscitación es. En cuanto á haber puesto á precio á los cómplices presuntos del asesi- nato, preciso es recordar, al paso que se repruebe ese vestijio de una le- jislacion bárbara, que esa es una forma de procedimiento proveniente de la ausencia de todo ministerio público, de toda jendarmeria an los países habitados por la raza ang'.o-sajona; ella es empleada todos los días en Inglaterra, y lo ha sido muy recientemente con ocasión de un asesinato perpetrado en un ferro-carril en las cercanías de Londres, y cuyo autor se refujió en América. Hay que notar también que solo se trata del arréalo del culpable y en manera ninguna de su proscripción. Se ofrece uua suma al que proporcione el arresto y no al que traiga una cabeza, como se su- pondría según ciertas traducciones.cielo, y lo pierden todo á la voz1 , los americanos han guardado ante todo los bienes superiores, el honor y la libertad: á ningún precio ban qnerido sacrificarlos r1 resto; 7 el resto les ha sido vuelto con creces. Ellos nada han perdido, todo lo han salvado. Ademas, han dado al mundo el glorioso y consolador ejemplo de un pueblo que se salva sin dictadura y sin proscripción, sin César y sin Mesías, sin hacerse infiel á su historia misma. La estátna de la Libertad, para emplear el vocabulario terrorista, 110 fué velada nunca. El estado de sitio per- maneció desconocido en todas las ciudades que no estu- vieron sitiadas ó inmediatamente amenazadas por el enemigo. Salvo qne todos nuestros datos sean puestos en duda, preciso es reconocer que el orden legal ha sido en todas partes mantenido y respetado. Todos los dia- rios han seguido publicándose sin restricción ni censura alguna. Mas todavía: los corresponsales notoriamente conocidos de los diarios estranjeros mas hostiles á la cau- sa del Norte han podido continuar escribiendo y envian- do sus cartas con dirección á Europa, sin correr ningnn peligro ni encontrar traba ninguna. Fuera de las loca- lidades donde so proseguían las operaciones militares, la libertad individual no ha sufrido ninguna restricción: la libertad de asociación no ha suscitado ninguna descon- fianza, ninguna clase, ninguna categoría de ciudadanos ha sido declarada sospechosa ó puesta fuera de la ley. Las violencias de la multitud, brutales y terribles en toda democracia, han debido ciertamente producir esce- nas repugnante?, actos de opresión aislados; pero, ¿quién querría confundir esas aberraciones siempre temporarias, aunque justamente odiosas, con los crímenes cuya inicia- 1 Temporada perderé timuerunt, et vitam fcierram nom cogit a verunt, et sic utrnm-jue amiserunt. 23 tiva y responsabilidad tomaron en otras partes los pode- res regnlares, las asambleas lejislativas? Si hubo libertades suspendidas en ciertas localidades por los jefes militares, ellas fueron inmediatamente res- tablecidas por los superiores civiles, y en todas partes los jenerales mostraron la mas ejemplar sumisión á los magistrados. Por todas partes oyeron con respeto la voz de la autoridad civil y obedecieron con docilidad las leyes. No se cita de su parte un ejemplo de jactancia ó de insubordinación: victoriosos ó vencidos, duran- te esa lucha larga y cruel, nadie derogó esa ley funda- mental de un pais libre y ordenado; nadie mostró el menor síntoma de querer realizar las predicciones de los falsos profetas. "Vamos á ver qué hará ahora Wellington," decía Na- poleón después de su arribo á Santa Helena. Ese gran despreciador de la conciencia humana no comprendía qno fuera posible estar contento viviendo como hombre de bien y de simple par de Inglaterra, fiel á las leyes de su país, después de haber ganado la batal'a de "Warteloo. "Vamos á ver qué harán Grant y los domas jenerales victoriosos," dicen ahora en voz baja los detractores de la América y do sus instituciones. El glorioso vencedor de Richmond ya les ha contesta- do. Colocado á la cabeza del principal ejército federal hace siete meses», y ya iu vestido de una popularidad te- mible, Grant rehusó dejarse erijir en competidor de Lin- coln, en ocasión de la última elección presidencial: rehusó la posibilidad de ser jefo de la república en reem- plazo del "rajador do lefia" qne lo habia confiado la espada de la patria para salvarla, como la 6alvó en efecto. Pero lo que conmueve, lo que consuela, lo que entu- siasma, es que hasta el presente esa victoria ha quedado pura, tan pura cuanto lejítima. Admitamos, como es2-4 necesario en verdad, que de nna y otra parte haya habí- do en el encegaeeiraieiito de los combates, escesos y ul- trajes profundamente deplorables, que todavía parece autorizar entre las naciones mas civilizadas el derecho de la guerra. Admitamos que ciertas brutalidades de soldadesca aunque provocadas hayan con justicia sor- prendido y sublevado la altiva independencia de los hombres y sobre todo de las mujeres del Sud. Admita- mos de parte de la jenle del Norte ciertos actos de de- vastación ó de represalias qué reprobamos, colocándolos á la vez muy abajo de la ferocidad de los sudistas contra los prisioneros negros del ejército federal; no por eso queda menos demostrado que nunca, en época ninguna de la historia, se ha visto una gran lucha política, que nunca ha sido ganada una gran cansa política que costa- se tan poco á la justicia, á la humanidad, á la conciencia humana. No, nunca una gran guerra ha sido hecha con mas humanidad. Tomemos por ejemplo las guerras de relijion y las de la revolución entre nosotros. Allá también, como en la América de nuestros dias, se trataba de reducir por la fuerza á una parte del pais insurrecto en el siglo XVI, contra el orden antiguo; en el siglo XIX contra el orden nuevo. ¡Cuántos horrores, cuántas amenazas, cuántos supli- cios durante esos aflos nefastos y ^enyas consecuencias pesan dodavia sobre nuestra vida nacional! Comparemos sobre todo las medidas decretadas por la Convención, y los horrores cometidos por los jenerales terroritas de la Vendea; comparemos los atentados come- tidos ayer todavía por el emperador de Rusia y sus ajentes contra la Polonia espirante, con las leyes y los actos del gobierno americano contra Iob separatistas. Nada mas análogo que la situación; nada mas diferente, 25 gracias al cielo, que represión. ¡Qué contrasto lamen- table y glorioso á la vez! Allá, en la Vendea, en Polonia y (añadámosla á propó sito de los detractores ingleses de sus hermanos de ultra- mar) en la Irlanda insurrecta en 1798, todo cuanto la imajinacion diabólica de los tiranos y de los verdugos pudo inventar en suplicios, en ultrajes, en atentados contra la vida, el pudor, la conciencia y la piedad huma- nn! Aquí, en la América contemporánea, ni un crimen, es decir un crimen público, confosado, oficial, de que so pueda hacer responsable á la nación, ni un prisionero asesinado, ni un cadalso político. Nada, absolutamente nada semejante á los actos de los terroritas ó de los moscovitas. Ni deportaciones, ni torturas, ni ejecuciones militares, ni fusilamientos, ni ahogamientos, ni ametrallamientos. La libertad, la civilización, la democracia no tienen que avergonzarse de nada. Aquellos republicanos de ultramar no han adoptado ni aplicado la odiosa máxima que justifica el fin por los medios. En esto han cavado un abismo no solamente entre ellos y tantos monarcas ó monarquistas; sinó entre ellos y tantos republicanos, autores, cómplices ó paneji- ristas de los escesos que deshonraron la revolución fran- cesa en su lucha contra una insurrección santa y lejítima como no lo era la del Sud. Sobre todo, en el tratamiento de los prisioneros y de los heridos es que se manifiestan los progresos de la ver- dadera humanidad y de la civilización cristiana. En ninguna parte esos progresos han sido mas nota- bles que entre los americanos dnrante la última guerra. Los prisioneros que las naciones europeas, émulas do los paganos y de los bárbaros, so creen autorizadas á dego- llar, á fusilar, así que se trata de una guerra civil, comolo hicieron no tan solamente los te .oristas en la Vendea, os moscovitas en Polonia, sinó también en nuestros Ijias y durante tan largo tiempo los españoles crislinos y carlistas; los prisioneros de la guerra civil en América, son tratados con los miramientos atestiguados desde lar- go tiempo por las naciones cristianas al valor desgra- ciado. Ninguno ha sido seriamente maltratado; ningnno so- bre todo ha tenido en riesgo la vida, y los verémos, ya los vemos reaparecer y volver á tomar libremente sn puesto social en su patria vencida pero nó snjazgada. ¿Qué hay do mas. hermoso que la correspondencia pu- blicada por todos los diarios, entre Grant y Lee, entre los dos grandes jefes de los dos ejércitos, en el momento de la capitulación de los confederados del 7 al 9 de abril? ¡Qué respeto mutuo, qué miramientos, qué delicadeza en laespresion, qué escrupuloso cuidado de las leyes del ho- nor, al mismo tiempo que de las leyes de 1» humanidad! Pero sobre todo qué mezcla feliz do dignidad y buenos modos. Diríase que es la reproducción después de ga- nada la batalla, del famoso encuentro de los guardias franceses é ingleses en Fontenoy, si no fuera cierto senti- miento mas grave, que responde á la gravedad de los intereses comprometidos en la lucha, y á la convicción moral y espontánea de todos esos hombres valerosos, voluntariamente empeHados en el conflicto de que todos se sienten responsables ante Dios y ante su conciencia. Respecto al cuidado de los heridos, al progreso inmen- so de la humanidad en ese orden, es necesario leer el li- bro que acaba de publicar en París mismo un americano muy conocido y estimado de muchos franceses. Bajo un titulo modesto 1 ese volúmen oculta tesoros de 1 La omisión sanitaria de los Estados Unidos, su oríjin, su organización y sus resultados, con una noticia sobre los Itospitales militares de los Estados 27 consnelo y admiración. jVo existe qnízas obra ninguna en el mnndo que dé cuenta mejor de las maravillas qne pnede realizar la iniciativa unida á la disciplina; ninguna qne mejor ensene lo que pnede hacer ana nación viril- mente inspirada por la relijion y la libertad, sériamente educada en la escnela del esfuerzo espontáneo y de la confianza en sí misma. Al lado de la lucha perpétna de la abnegación indivi- dual contra la rutina burocrática, hállanse allí admira- bles y enteramente nuevas invenciones de la industria humana y de la jenerosidad cristiana para aliviar sufri- mientos heroicos. Sesenta millones de francos colecta- dos por comisionados voluntarios, otros tantos millo- nes de objetos en especie preparados ó colectados por las mujeres americanas; todos esos recursos puestos en acción con tan buen sentido como persistencia de es» píritu, por un ojército de médicos, do lejistas, de minis- tros de la relijion, de negociantes, de estudiantes, todos presurosos por prodigar sn tiempo, su consagración, sn intelijencia en servicio de sus semejantes; todos distribu- yendo indistintamente esos beneficios á los amigos y á los enemigos postrados y juntos en las mismas ambu- lancias, en el mismo lecho de dolor.—Hó ahí por cierto un cuadro que hace honor á la raza humana, y sobre todo á la raza americana; pero también un espectáculo que llena el corazón do las emociones mas dulces y puras. Bendigamos á Dios por ese progreso incontestable, por esas angustias evitadas, por esas lágrimas enjugadas, por todas esas miserias aliviadas á impulso de una inspira- ción que debe ser seguramente permitido remontar has- ta él.1 Unidos y sobre la reforma sanitaria en los ejércitos europeos, por Thomas "W. Erans—1865. 1 El doctor Eraos, aunque ce «sagrado á la causa del Norte, hace pie-38 A vista dé esta reunión délas virtudes militares y oiviles en el seno de tina misma nación, ¿no teníamos ra- zón de afirmar qne el pueblo de los Estados Unidos ha ganado el derecho de ser colocado en el primer rango entro los pueblos modernos? Esta grandeza será todavía por largo tiempo negada y detestada; pero cada dia ella deberá ser mas cara para los corazones jenerosos, para los corazones verdaderamente cristianos, por haber sido definitivamente fundada en, el acto mas grande de la historia contemporánea, en la abolición de la esclavitud entre los cristianos. Sí, como lo ha dicho en la cámara un hombre honrado cuyo corazón y cuyo talento saben conquistar la simpa- tía de los mismos que no participan de todas sus opinio- nes: la victoria del Norte, dando por resultado la des- aparición de la esclavitud, es la prenda de honor del siglo XIX1! Sí, la esclavitud está abolida, y ya no renacerá nun- ca donde una vez ha sido abolida. No se hallará ningún hombre bastante fuerte en América para encorvar de nuevo al negro manumitido bajo el hierro y el látigo, como lo hizo el primer cónsul Bonaparto en las Antillas. Bueno es insistir, volver sin descanso sobre esto; porque si nadie, nn Francia al menos, quiere ser tenido hoy en- tre los apolojiBtas de la servidumbre de los negros, no hace mucho tiempo que hombres llamados á tener asien- to entonces y después éntrelos elejidos de la nación, de- fendían abiertamente y mediante salario la esclavitud colonial. na justicia á los ensayos análogos que manifestaron el celo j la consagra eioij de los Budistas por los intereses materiales, morales y relijiosos de Sjs ejércitos. I M. Eujenio Pelletan, Uunitear del 16 de abril de 1865. De este bien realizado ménoe aún hay qne felicitar é los negros que á los blancos, sometidos por la posesión de los negros á las mas vergonzosas pasiones y á los mas vergonzosos sofismas do que la humanidad pueda estar inficionada. A estos sobre todo es á quienes á su pesar ee les ha rendido el mas señalado y oportuno servicio. Pero es aún al jénero humano y á la cristiandad toda á quien es preciso felicitar. Gracias sean pues dadas al Todo Poderoso de que una joven y grande nación, una nación cristiana, haya podido estirpar de su seno esa monstruosa institución que sosti. tuye el rebano á la familia. Bajo qué peso de culpables preocupaciones, do mentiras interesadas, de casuística inmoral no ójebe estar abrumado un corazón humano, para no palpitar de alegría al solo pensamiento de una revolución tan saludable, para no comprender, .bendecir y repetir el Aleluya de todas osas aliñas libertadas! "Si la esclavitud no os un mal, decía Lincoln, nada es un mal." Y por otra parte, qué alma cristiana podría desconocer en eso gran drama el brazo de un Dios vengador, y al lado de esta venganza divina, el imperio y la victoria de la oración! Porque esos esclavos han orado. Ellos no son idólatras ó salvajes: son cristianos. San orado y Dios los ha escuchado. "Hay un lugar," decía Burke, el mas grande de loa mo- dernos, hablando á los pares de Inglaterra de las vícti- mas de la tiranía de los vasallos de la Compañía do las Indias, "hay un lugar donde manos inocentes y laborio- sas encadenadas y encallecidas por la servidumbre están provistas de una fuerza irresistible. Cuando se levantan para implorar al cielo contra sus opresores, no hay cin- dadela que no puedan arrancar de sus cimientos; no hay venganza que esas manos todopoderosas no puedan ha-so cer descender sobre nuestras cabezas. Señores, pensadlo bien M* Sí; como lo dijo el inmortal Lincoln en bu lenguaje simple y sensato, en medio de las serenatas é ilumina- ciones que acompañaron la promulgación do ese acto: "La patria americana acaba de dar un hermoso espectá- culo al mundo." Sí, tenia razón, ningún espectáculo podía ser mas hermoso. A los ojos del porvenir, este sera, con la abolición del tráfico impuesta al mundo por la Inglaterra, la principal conquista do la civilización contemporánea, su título de redención y de eterno honor. Habrá pues desaparecido para siempre ese código infa- me y ese réjimen social que, separando toda exajeraeion como toda declamación, 7 teniendo en cuenta escepciones felices como atrocidades escepeionales, reducía á cuatro millones de seros humanos á vivir privados de todo ma- trimonio regular, del derecho de comparecer ante la jus- ticia; que erijía para ellos la instrucción en crimen; que los asimilaba á animales mas ó menos bien tratados, se- gún su valor; que condenaba á las mujeres á la promis- cuidad, á los esposos, los padres y los hijos á separaciones despedazadoras; que los esponia á todos, en toda edad y de todo sexo, á castigos cuja ignominia no era superada sino por la crueldad! Remito á la obra notable de M. Cochin sobre la Abo- lición de la esclavitud, & todos los que sintieren la nece gidad de refutar los lugares comunes de los apolojistas de la servidumbre, sobre la pretendida felicidad de los negros, sobre la pretendida virtud de los negreros ó de los blancos entregados á las terribles tentaciones de la 1 Acusación contra Warsen Haatinga en la cámara de loe parea, dia, 17 de febrero de 1188. 31 omnipotencia, sobre la pretendida imposibilidad del tra- bajo libro en ciertas rejiones, sobre la pretendida impo- sibilidad de producir azúcar y algodón sin la esclavitud, sobre los pretendidos desastres que debian seguirse por todas partes á la emancipación. Yo no quiero detenerme un instante mas que en uno solo de los puntos que á veces perturban á los buenos es- píritus, sobre la snpnesta inferioridad de la raza negra. Sin duda que ella no está destinada á tomar el primer puesto entre las razas humanas; pero todo cuanto pasa en América muestra que los negros libertos son perfecta- mente capaces de practicar los deberes de la vida social, como así mismo de hacerse servidores libres y activos del público y del Estado. Desde luego han mostrado que eran capaces de combatir, pero de combatir con co- nocimiento de cansa y por la que era de ellos. Fué en vano que el Sud ensayase armar sus esclavos y conducirlos al combate como al trabajo forzado. "Toda mi vida he oido," decía recientemente el presi- dente Lincoln con aquella bondad irónica que caracteri- zaba á menudo sii6 discursos, "he oido muchos argumen- tos destinados á probar que los negros son hechos para "la servidumbre; pero si consienten en combatir por que "sus amos los mantengan en !a esclavitud, ese será el "mejor argumento de todos los que haya oído jamas. "El que combata por eso merecerá de seguro perraanc- "cer siempre esclavo. Por mi parte, creo que todo hom- "bre tiene el derecho de ser libre; sin embargo, permiti- ría de buena ganaá los negros que quisieran ser escla- "vos que siguieran siéndolo; iría aun hasta permitir á los "blancos que alaban y envidian la condición de los escla- vos que se hagan esclavos." Pero ese ensayo de que así se burlaba Lincoln, no tuvo éxito en ninguna parte, miéntras que el Norte for-33 mó con negros manumitidos escalentes Tejimientos per- fectamente disciplinados y tan intrépidos como loa Teji- mientos negros al servicio de la Inglaterra ó los compa- seros del heroico Tonssaint Louverturfe1. El partido de la emancipación jamas produjo argu- mento mas irrefutable ni de mas decisivo resultado. Se puede tener la seguridad de que esos brazos que han manejado el sable y la bayoneta bajo la bandera do la libertad no volverán nunca mas á indignas trabas, y esos soldados improvisados han revelado con su ejemplo á la raza do la cual salen el secreto de su fuerza al mismo tiempo que el de su derecho. Para principiar esta grande obra, hoy tan maravillo- samente realizada, la Providencia se ha servido de instru- mentos en apariencia tan oscuros como insignificantes. K"o olvidamos ciertamente á los grandes escritores y á los grandes oradores que han encendido en provecho de la emancipación de los negros la llama de su elocuencia, ni á Canning, cuya noble memoria recibe un nuevo bri- llo del triunfo do la causa qu3 también ha servido; ni al jeneroso é infatigable Snmner, maltratado en pleno se- nado por un colega brutal, con aplausos entusiastas do todo el Sud, y que se halla hoy recompensado de sus la- 1 El Daily A'euw del 24 de marzo de 1864 publicó una relación muy curiosa del efecto producido por el primer rejimiento negro que se mostró en las calles de Nuera York. Habia sido levantado por un club de esa ciudad, The Union league Club. En el momento de partir para el teatro de la guerra recibió sus banderas de manos de una reunión de señoras per- tenecientes á la mejor sociedad de Nueva York. "Cuando apareció t B Broadway con la música al frente y las banderas desplegadas, el entusias- mo llegó á su colmo; las negras y las mulatas UorabaD; millares de brazos negros ajitaban pañuelos blancos sobre toda la línea que la vista podía alcanzan "Que peasais de esto?" oí decir á un hombre de color á su Ve- cino, quien contestó: "Me gusta, me gusta, y doy gracias.á Dios por ha- ber vivido hasta poder ser testigo de esto." 33 bores, de sus pruebas y de sus nobles cicatrices1 ; ni él Teodoro Parker que celebraba el matrimonio do dos es- clavos fujitivo8, dando por regalo de nupcias al marido ana biblia y una espada. "Hé aquí, decía, para ense- naros á servir á Dios con vuestra mujer, y hé aquí para defenderla contra todo hombre que reivindicare el dere- cho de someterla á su lujuria y á su látigo." Pero lo que sobre todo ros conmueve, es el pensar que el movimiento irresistible que triunfa hoy en América de tantos obstáculos y de tantas tempestades lia sido so- bre todo la obra de una novelista y de un ahorcado. La novela la Cabaña del tio Tom, que todos han leído entre nosotros y que casi todo el mundo ha admirado; pero nadie presumía que de ahí salióse una revolución triun- fante y lejítima. £1 suplicio pasó mucho mas desaper- cibido que la novela. Muy pocos fueron los qne se inte- resaron en aquel viejo John Brown, tan odiosamente calumniado, qne acabó una carrora aventurera, pero hon- rada, espiando en la borca el crimen de h aber querido, provocando á nn panado de negros á la insurrección, mostrar al mundo el horror de la servidumbre america- na. Los que lo inmolaron el 2 de diciembre de 1859, creyeron entonces que todo habia concluido. Era preci- samente lo contrario; todo iba á empezar. Lo que habia concluido era solamente la escandalosa impunidad de su dominación homicida. Pero me detienen. Oigo de aquí los murmullos y laa interrupciones de toda esa turba harto numerosa, turba ignorante y seducida que se aleja repitiendo con una incredulidad incalificable, que en la lucha del Norte y el Sud, nunca se trató de esclavitud, que la guerra no 1 Sabido es que en el'Sud fué abierta una suscricion para ofrecer a autor de eae grosero ultraje un látigo ó garrote de honor, con esta inserí- cion Hit him again! lo que puede traducirse: Yolvedá rzarm 3m faé producida mas qne por cuestiones de tarifa 6 de in- dependencia loeal, provincial y municipal! Faerza es compadecer la ignorancia del vulgo qne de bnena fé repite esas puerilidades; pero nunca sería bas- tante reprobada la hipocresía de los que conociendo los hechos so atreves á negar ante la Europa qne el mante- nimiento do la esclavitud haya sido el primero, y á decir verdad, el único móvil de la insurrección. Yo les diria: pretendéis que no hay cuestión de escla- vitud; pues yo afirmo qne solo se trata de esto, y creo que bastaría diez minutos ante una asamblea de jueces knparciales para demostrarlo sin réplica. ¿Es verdad, sí ó nó, que habiendo la crianza del gana, do humano reemplazado con ventaja el tráfico prohibido por la Inglaterra, el número de los esclavos en los Esta- dos del Snd kiHbia cuadruplicado de 1787 á 1860, y se. había elevado de 700,000 á cerca de 4,000,000 J? - ¿Es verdad, sí ó nó, que el Snd muy léjos de trabajar en la emancipación gradual de esa multitud cre- ciente de esclavos, no cesó de estrechar las mallas de la red de la servidumbre, agravándola con un código penal que ha sido con justicia definido uno de los mo- numentos mas terribles de maldad premeditada de qne el mundo haya sido jamas testigo? ¿Es verdad, sí ó nó, que particularmente las leyes da- das por la Jeorjia en 1829, por la Alabama y la Luisiana en 1860, por la Carolina en 1839, por la Virjinia 1849» castigaban con la pena de azotes á las jen tes de color, de prisión y multa á los blancos, por el delito de haber dado una enseñanza cualquiera á los negros libres como á loe 1 Cifra exacta de los dos censos 1787; 687,897—1860, 3,953,761 2 Fuá en virtud de esta ley que después de 1860 una jóVen señora fclanea fué condenada £ prisien por haber enseñado el alfabeto i unos •esclavos. 96 negros esclavos, á fin de que el negro mismo libertado en cnanto al cuerpo, quedase para siempre sojuzgado por el alma? ¿Es verdad, sí ó nó, que no satisfecho con mantener lo qne llamaba institución^ de la esclavitud, Cl Siré se é4- dicó á propagarla por todos los medios; que la conquista y la usurpación de Tejas en 1835, las violencias cometidas en el JCanaas, en California y en todos los demás territo- rios nuevamente anexados, fueron obra esclnsiva de los filibusteros esclavócratas, embriagados por la visión de nn vasto imperio fundado en la esclavitud y que se esten- deria, según la espresion de uno de sus oradores, desde la tumba de Washington hasta el palacio de Montezuinai ¿Es verdad, sí ó nó, que la ruptura, esclusivam^nte pre- parada por las exijencias siempre crecientes del Snd res- pecto de la persecución de los esclavos fnjitivos, eaclttai- vamente provocada por la agresión del Snd habiendo al fin estallado, no fué justificada en los manifiestos oficia- les de los Estados confederados sinó por consideraciones esclusivamente sacadas del peligro que corría según ellos el mantenimiento de la esclavitud? ¿Es verdad, sí ó nó, que la hostilidad del Norte contra la esclavitud sea el único agravio invocado en el manifies- to de la Carolina del Sud de 20 de diciembre de 18601 , en el de Alabama del 11 de enero de 1861, en el de Te- jas de Io de febrero de 1861, en el do la Virjinia de IT de abril de 1861, y sin que haya habido en todos esos do- cumentos una palabra, una sola palabra de las discusio- nes sobre la tarifa ó de alguna otra cuestión industrial ó política? 1 Se lee en ese manifiesto que la Carolina tomará las armas por que no lia sido eljido para presidente de los Estados Unidos un hombre cuyas opiniones j designios son contrarios i la esclavitud, j porque se ha pre- dicado en los Estados del Norte contra la esclavitud como contra un pe- cado.36 |Es verdad, sí ó nó, que en el debate supremo qne pre- cedió á la raptara, en las actas de la comisión llamada de los Treinta y Tres, qne estnvo reunida desde el 11 de diciembre de 1860 hasta el 14 de enero de 1861, no hay una palabra, ana sola palabra, sobre tarifas ó ■obre impuestos y que todo rueda únicamente sobre el mantenimiento y las garandas de la esclavitud? ¿Es verdad, sí ó nó, que en el ultimátum presentado por Jeflerson Davis, en nombre de los Estados del Sud, pide formalmente que la propiedad del hombre por el hombre, [property in slaves'], sea asimilada en todala os- tensión de los Estados Unidos, á toda otra propiedad y declarada inviolable? ¿Es verdad, sí ó nó, que en la nueva constitución que se dieron los Estados confederados, después de haber consumado su separación, hubo tres cláusulas espresas y solemnes destinadas á sancionar y á perpetuar la escla- vitud? ¿Es verdad, sí ó nó, que la insurrecion haya seguido exactamente la frontera de la esclavitud; que su intensi- dad haya sido tan exactamente proporcionada á la inten- sidad de la esclavitnd misma; qne, por ejemplo, en Vir- jinia, en el principal y mas célebro de los Estados confe- derados, toda la parte del Estado donde la riqueza territorial se funda en haciendas de negros (The slave breeding part), haya tomado las armas, miéntras qne la parte donde la propiedad se esplota por el trabajo libre (the free labourpart) no ha tomado parte alguna en la guerra? - ¿Es verdad, sí ó nó, que desde el principio de la gnerra y después de sus primeras victorias, el lenguaje público y oficialmente empleado por los oradores y escritores del Snd, proclamó mas que nunca la necesidad absoluta y la lcjitimidad eterna de la esclavitud? Que cien mi- nistros de diferentes sectas, reunidos en conferencia en la 37 capital de la nneva Oonfederacion, Richmond, declararon "qne la abolición de la esclavitud era] ana usurpación cometida en detrimento de los planes de Dios?" Que el Richmond Enquirer, el Jfoniteur de la Confederación, del 25 de Mayo de 1863, imprimió estas palabras: "A los tres términos de la divisa republicana, á la liber "tad, á la igualdad, á la fraternidad, entendemos espre- "samente sostituir la esclavitud, la subordinación y el "gobierno. Hay razas nacidas para servir, como hay "razas nacidas para gobernar. Nuestra Oonfederacion "es un misionero enviado de Dios para restablecer estas verdades en las naciones?" Que otro diario virjiniano, The Southside Demacrat, se espresa en estos términos que recuerdan un lenguaje que nosotros hemos oído harto á menudo de este lado del Atlántico desde 1848. "Detestamos todo lo que lleva el epíteto de libre, "comprendidos en él hasta los negros libres; detestamos 'el trabajo libre, la sociedad libre, el pensamiento libre, "el libre arbitrio, las escuelas libres?" En fin, es verdad,sí ó nó, que el vice-presidente de la nueva Confederación, Stephens, en un discurso de 21 de marzo de 1861 en Savannah, eeplicó como sigue el objeto y el espíritu de esa Confederación: "Nuestra constitncion ha reglado para siempre la ins- titución particular que ha sido la causa inmediata de la "ruptura y de la revolución. Ella ha declarado que la '•esclavitud africana, tal cual existe entre nosotros, es el "estado propio del negro en nuestra civilización. Nues- 'tro gobierno está fundado en la gran verdad moral y "física qne el negro no es igual al blanco, y que la "esclavitnd es su estado natural. Nuestra Confedera- "cion se constituyo así sobre una base estrictamente ""conforme á las leyes de la naturaleza y á los decretos','de la Providencia. Conformando el gobierno y todo "lo demás á la sabiduría eterna de las leyes del Criador, Yes como mejor se sirve á la humanidad. Por eso es "que de la piedra que asentaron nuestros primeros ar- quitectos, hemos hecho la piedra angular de nuestro "nuevo edificio" Estas asquerosas blasfemias han sido oídas por Dios; rei'istradas en el libro de su justicia; y no han tardado en recibir un castigo bien merecido. Es de notarse la identidad casi absoluta del lenguaje oficial de este segundo personaje de la insurrección con el del miserable asesino do Lincoln, cuyo crimen e6toy á mil leguas de querer imputar á los confederados, pero que no por eso dejó de enarbolar su bandera, sus princi- pios y su fraseolojía. En la carta do noviembre de 1864, en la cual anuncia el proyecto de arriesgar su vida para atentar contra la persona del jefe de los abolicionistas, escribe estas pala- bras: "Yo miro la esclavitud de los negros como una de las mas grandes bendiciones, para ellos y para nosotros, que Dios haya jamas acordado á una nación protejida por su gracia." Se ve pues que los esclavócratas trasatlánticos han dejado á sus partidarios en Europa el cuidado de encubrir su cansa, representándola como estrafia al mantenimien- to de la esclavitud. Ellos han desdeñado esa candidez ó esa hipocresía; han mostrado el fondo de su corazón y dicho la verdad con cínica elocuencia. Se insisto acerca de que las jentes del Norte atestiguan desden en toda circunstancia á los negros libres que re- siden entre ellas, y se cita en apoyo de esta objeción, anécdotas mas ó raénos sérias. Tengámoslas por verdade- ,39 ras á todas. {Qué resultará de eso? Que en una parte de la población del Norte las costumbres no están á la altu- ra de las leyes, y que el Norte también ha tenido algo que espiar. Solo el tiempo puedo traer cambios desea- 'bles en ese orden,y el tiempo mismo producirá definitiva- mente una fusión completa entre dos razas tan distintos. Los negrófilos dirán probablemente siempre como cierto francés amigo de los negros: "Los queremos bien como hermanos, pero nó como cunado)." Entretanto las leyes del Norte garanten á los negros todos los derechos, todas las libertados civiles y políticas de que gozan los blancos; y para mantener esas leyes ó mas bien para modificarlas en el interés de los negros, para arrancar algunos pobres negros fujitivos de las gar- ras de siis amos, fué que el Norte corrió los azares de una guerra terrible que le puso á dos dedos de 6u pér- dida. Por otra parte, si los negros son tan maltratados, tan desgaciados en el Norte, ¿cómo es que nunca so ha oido hablar de un solo negro que quisiera dejar el Norte por el Snd; iniéntras que diariamente so veía huir negros del Sud hácia el Norte, y que p»ra contenerlos y volverlos al llamado paraíso de los negros, fué menester dictar las le- yes odiosas contra los fujitivos, que produjeron con la guerra civil la ruina providencial de la institución par- tic ularí Todo puede resumirse por lo demás en dos simples in- terrogaciones. Sí en la guorra que acaba de terminar, el Sud hubiera salido victorioso, ¿puede suponerse que la esclavitud hubiese sido abolida por los vencedores? No, los mas audaces no se atreverán á sostenerlo. Pe- ro 63 el Norte quien ha vencido, y eso vencedor ¿no ba decretado la abolición y no esta resuelto á mantenerla!40 "Si. Eso basta para cortar la cuestión & los ojos de los hombres de bnena fié.1 JjO que es necesario admitir es que al principio de la guerra la abolición no estaba en el programa del Norte. La emancipación inmediata y absoluta no fué resuelta sino después que la marcba de I03 sucesos y sobre todo la imprudente jactancia del Sud, embriagado con sus primeras victorias, hicieron visibles á todos que el man- tenimiento do la esclavitud era el orijen del mal político y social cuya intensidad habia revelado la guerra civil. Ahora bien, aqui es dondo es preciso admirar la ac- ción directa, misteriosa ó imprevista de la Providencia. Ella hizo llegar la guerra civil á un resultado en el cual nadie pensaba al comenzarla; ella se ha servido de la mano misma de los culpables para provocar y necesitar el castigo que merecian. Sí, aquí es donde es preciso adorar el dedo de Dios! ¿Cómo desconocerle en ese prodijioso concurso de cir- cunstancia?, en que todo revela una dirección de los negocios humanos superior á todos los cálculos y á todas las voluntades de los hombres? Si los del Sud hubiesen usado de moderación ó de pru- dencia, la esclavitud estaría todavía en pié, y quizas hu- biera durado aun por siglos. Nunca el Norte pretendió 1 Inútil me parece insistir sobre las medidas tomadas desde el prin- cipio de la guerra, por el presiionte Lineóla y los Kstados del Norte para abolir la legislación contra los esclavos fujitivos, para establecer gra- dualmente la emancipación en los Kstados y territorios sucesivamente ocupados por los ejércitos del Norte ó n nova monto organizados. Ki interés de esos detalles desaparece delante de estos dos hechos: en derecho, la abolición pura y simple, total ó irrevocable de la esclavitud en toda la es- tension de los Estados Unidos; en el hecho, la incorporación de 150,000 negros, la mayor parte antiguos esclavos, en los ejércitos de la la repú- blica. 41 imponer la emancipación inmediata, ni aun gradual, al Snd. Muy léjos de eso, el Norte había hecho al Sud concesiones escesivas, aun culpables, votando, aplicando las leyes sobre estradicion de fujiti vos. Bien sabido es que no fué el Norte quien empezó la guerra; sabido es que no la ha sostenido sinó defendién- dose. Con escepcion de Brown, los mas ardientes entre los abolicionistas del Norte nunca emplearon ó invoca- ron otras armas que la persuasión, la predicación, la propaganda pacífica, moral é intelectual. Los del Sud por el contrario siempre apelaron á la fuerza, á la violen- cia, á la guerra. Aun ántes de la guerra, por todas par- tes y siempre tomaron la iniciativa de la violencia. Repitámoslo: solo les ha faltado una dosis bien débil de moderación para dar una duración indefinida á su crimen. No lo han querido así. Todo lo llevaron siempre por la violencia. Cuando el compromiso del Misouri en 1820, hubo trazado en el suelo de la gran república una línea de demarcación entro la servidumbre y la libertad, garantiendo al mediodía de esa línea la pacífica posesión de esa vergonzosa propiedad, eso no les bastó. En 1850, exijieron y obtuvieron la ley atroz que auto- rizaba la caza de esclavos fujitivos, hasta en los Estados libres; todavía no les bastó esto. Fuéles menester con- seguir ademas en 1859, en el famoso proceso do Dred Scott, una resolución de la corte suprema que ¡reconoció á todo propietario de esclavos el derecho de trasportarlos, en toda la estension del territorio de la república.1 1 Dred Scott era un esclavo que llevado por su amo al Estado libre de Illinois, reclamó su libertad en nombre de la ley de ese Estado que prohibía la esclavitud en su territorio. Declarado libre por la corte local, fué en apelación restituido á su amo, con su mujer y sus hijos, por resolu-42 Al ganar ese famoso proceso, perdieron, merced de Dios, el de la esclavitud. Cegados por su egoísmo avaro, ellos mistaos se arrojaron en¡ el abismo; á fuerza de exi- gencias y de violencias acabaron por forzar á sus dema- siado dóciles, á sus demasiado complacientes conciudada- nos á hacerles frente y á anonadarlos. Ellos notoriamente prepararon, descaradamente anun- ciaron y espontáneamente declararon la guorra civil de que fueron víctimas. Desdo 1856, cuando la elección dis- putada entre Fremont y Buehanan, anunciaban pública- mente que si el abolicionista Fremont era olejido, la Union H» duraría una hora después de su inauguración. Durante los cuatro anos de la presidencia de su candi- dato Buehanan, sostituveron la conspiración á la provo- cación: dueños del gobierno, teniendo por ministro de la guerr.i de los Estados Unidos al mismo Jefferson Davís que después fué el presidente de la Confederación insur- recta, todo lo habían preparado para asegurar una ventaja desleal en la lucha futura, confiando el mando de las for- talezas y arsenales de la república á oficiales esclavócra- tas. De ahí sus primeros triunfos, que tan singularmente sedujeron y engallaron la opinión europea. El 6 do noviembre de 1S60 la delegación do los electo- res encargados de nombrar un nuevo presidente de la ropública, anuncia que por la primera vez un republica- no, ó en otros términos, un abolicionista seria jefe del poder ejecutivo. Un mes después, el 20 de diciembre, antes de un acto ó una palabra cualquiera del nuevo po- der, la Carolina del Sud levantó el estandarte de la sepa- cion de la corte suprema, dada bajo la presidencia del jefe de justicia Taney, resolución que declaró que los africanos no tenían ningún derecho civil ni legal. Se ha observado que el Illinois, que fué el teatro de aque- lla iniquidad, es precisamente el Estado de donde salió Lincoln, el des- tructor de la esclavitud. 43 ración, que dope Estados mas enarbolaron en seguida.. Durante loa cuatro meses que pasaron antes de la ins- talación do Lincoln, los Estados del Sud.se constituyeron, en convención, luego en confederación separada, arma- ron las milicias locales, se echaron sobre las cajas pú- blicas, sobre los fondos federales, organizaron cómoda- mente la revuelta. "Oh! mis conciudadanos," decíales el almirable Lin- coln en su primer mensaje de 4 de Marzo de 1861, "voso- tros los que estáis descontentos, en vuestras manos está "y nó en las mías la suerte de la guerra civil! El go- "bierno no os atacará. No habrá conflicto sinó siendo "nosotros los agresores. "Vosotros no tenéis un juramen- to rejistrado en el cielo que os obligue ú no destruiros, "miéntras que yo he prestado el juramento mas solemne "de conservar, de protejer, de defender la Union." A este tocante, á este jeneroso llamamiento, los hom- bres del Sud respondieron dando la señal de la guerra impia en la cual, por un juicio de Dios, han encontrado la rnina de su causa deshonrada. La legislatura americana no esperó el fin de la guerra para decretar la abolición del crimen. A proposición del presidente Lincoln y con la mayoría requerida para cambiar la constitución de los Estados Unidos, introdu- jo en esa constitución una enmienda estableciendo que toda servidumbre voluntaria ó involuntaria cesará de existir en los Essados Unidos. Lincoln y el congreso llaman así la bendición del cielo sobre la bandera de la Union: y Dios responde á ese lla- mamiento, á esa vuelta á las leyes eternas. La guerra que se arrastraba hacia cuatro anos en alternativas dolo* rosas é inciertas cambia de pronto de carácter. Un so- plo nuevo, un soplo divino, inflama á los jenerales y sol- dados del Norte. La marcha de sus ejércitos se hace irresistible. La fortuna de los combates, caprichosa44 hasta entonces, no cesa de sonreír á ese gran pueblo libre qne acaba de decretar la libertad irrevocable de cnatro millones de esclavos. La estratejia, hasta entonces su- perior, de los jefes Budistas, se vuelve impotente. £1 círculo de hierro formado por las fuerzas del Norte se estrecha y se cierra al fin completamente en derredor del foco de la rebelión. Esta rebelión, án tes tan altanera y tan fuerte, vacila desconcertada. Todo se turba y con- funde en torno de ella. Al fin amanece el día de la jus- ticia: la catástrofe estalla, Kichmond es tomado; el Sud es anonadado. Dios ratifica el derecho del congreso por la victoria, una victoria tan completa como imprevista, una victoria irrevocable. ¡Oh Providencia! jonerosa, luminosa é injeniosa Pro- videncia! Un rejimiento de negros es el que entra pri- mero en la capital de los insurrectos, en ese Richmond, tanto tiempo intomable. Aquellos negros despreciados, emancipados por la victoria, marchan á la cabeza del ejército libertador, y son saludados con aclamaciones por sus hermanos, negros esclavos á quienes ellos van á libertar y á colocar á su nivel. ¿Van acaso á ven- gar las injurias seculares de su raza y de los suyos? ¿"Van á saciar á costa de los blancos y de las blancas el resen- timiento de los crímenes é infamias inseparables de la esclavitud, que sus padres y sus hermanos, sus madres y sus hermanas sufrieron portan largo tiempo? No, no: para colmo de felicidad y honor, aquellos es- clavos de ayer penetran on la capital de los esclavócratas, se apoderan de ella, y ni una sombra de esceso, ni una sombra de represalia vá á empañar su victoria! Jamas el sol alumbró un espectáculo mas grande y mas conso- lador. IV. Después de todo lo que precede, ¿será necesario refutar por mas tiempo la pretensión manifestada por los apolo- jistas del Sud de ver en sus clientes á los representantes del derecho federal, de la causa de los pequeños Es- tados, y aun de la centralización misma que empieza á hallar favor en el seno de la democracia europea? Por mi parte declaro que si esta pretensión fuese fundada, si como lo dijo un dia el ministro do negocios estranjeros de Inglaterra, lord Kussell, con su imprudencia prover- bial, si fuese cierto que el Sud combatia por la indepen- dencia y el Norte por la dominación^ el Sud no tendría partidario mas decidido, mas simpático que yo. Estoy convencido de quo los amigos y defensores de la libertad deben favorecer por todas partes en el mun- do, la causa de los pequeños Estados, tan reciente y tan noblemente defendida por el señor Tbiers en el cuerpo lejislativo. La verdadera grandeza de un pueblo se mide, no por la ostensión de su territorio y la cifra de su po- blación, sinó por sn libertad y su moralidad. Ahora bien, la historia demuestra desgraciadamente que con la única eseepcion de la Inglaterra, la libertad de los pue- blos decrece y perece en razón directa de su territorio y de su población. La intelijencia y la moral pública si-46 guen la misma proporción. Deseo y espero que los Es- tados Unidos don como la Inglaterra nn nuevo desmen- tido á ese cruel resaltado de la enseñanza del pasado, y muestren que la libertad puede coexistir con la grandeza material. Pero, á riesgo de hacer jemir á los americanos con quienes simpatizo mas, confieso que recelo por ellos los peligros de la centralización, de la unidad y de la indivi- sibilidad, que son las bases naturales del despotismo monárquico ó militar. Reservando toda cuestión de derecho y sin aprobar ninguna rebelión, veria pues, no tan solo sin espanto y sin dolor, sinó con confianza y sa- tisfacción, la división de la estension de la república actual en muchos Estados, de estension igual, pero igualmente libres, igualmente republicanos, igualmente cristianos. La libertad americana, dividida así en muchos focos de pensamiento y de acción, tendria otras garantías de du- ración y no por eso ejercería'' menos en el resto del mundo, una influencia tan fecunda y saludable como la de los inmortales pueblos de la Grecia antigua ó de las repúblicas cristianas y municipales de la edad media. Pero hay algo que habla mas alto en todo corazón hon- rado que las esperiencias del historiador, que las descon- fianzas ó preferencias del político; es la justicia, es la humanidad. ¿Fué por ventura por defender la justicia y la huma- nida que los Estados del Sud rompieron el vínculo fede- ral que los incorporaba á la gran República america- na? nó, por cierto; fué para hollar la una y la otra. A falta del derecho jeneral, del derecho natural, ¿tenían al ménos nn derecho, ó un protesto legal para insurreccio- narse? Nó, mil veces nó. La constitución primitiva de las colonias insurreccio- nadas, de noviembre de 1777, garantía la soberanía 47 absoluta de cada Estado nuevo, y se limitaba á estable- cer una federación de repúblicas independientes. Pero la constitución vijente, la hecha en 1789 por "Washing- ton^y por hombros que "osaron restrinjir la libertad por- que estaban seguros de no quererla destruir 1," sostitnyó á esa colección de soberanías, absolutamente indepen- dientes, un pueblo, único y solo, no centralizado y uni- forme como el nuestro, sinó compuesto de diversos Esta- dos, todos obligados, tanto dentro como fuera, á la obe- diencia estricta respecto de ciertas obligaciones fijadas por el pacto fundamental. Nunca se previó ni se admitió por nadie qne e3C pacto pudiera ser roto á voluntad de una sola de las partes contratantes. Ningún pueblo, ningún Estado, ninguna comunidad subsistiría si cada uno de sus miembros pu- diera separarse con quererlo y sin provocación del cuer- po social. Admitiendo en toda su peligrosa estension el derecho moderno, tal cual ha sido proclamado por una y otra parte, en el reciente debate sobre la cuestión roma- na, por M. Thiers como por M. Rouher; es decir, el de- recho do ser bien gobernado, y, si no, el derecho de cam- biar el gobierno; hay con todo qne probar qne ha existi- do el mal gobierno, que ha oprimido, y oprimido al punto de hacer la ruptura del vínculo social mas necesa- ria y mas lejítima que su conservación. De cierto, la separación puede ser lejítima, como la insurrección, pero en ciertos casos estremos y raros. ¿Se ha presentado un caso semejante para los Estados del Sud? La evidencia, la conciencia universal responden: Nó, mil voces nó. ' Les es imposible á ellos ó á sus apolo- jistas, producir una prueba cualquiera, una sola, del mas lijero ataque hecho á su independencia. 1 Tocquoville.48 ¿Dónde están sus agravios, sus dolores, sns padecimien- tos? Se les puede desafiar á que citen nn derecho viola* do, un bien despojado, una libertad ahogada ó tan solo disminuida. Si, ¿cuál? ¿La relijion acaso? nó! La prensa? nó! La asociación? no! La elección? nó! La educación? nó! La popiedad? nó, ni ann la propiedad del hombre por el hombre, hasta que en tres afios de revuelta y de guer- ra civil obligaron en cierto modo á las autoridades lejíti- uias y soberanas de la república á decretar su abolición. liada, absolutamente nada, en la historia do las rela- ciones del Norte con el Sud, se parece ni con mucho á esas medidas violentas y opresivas contra la libertad de la fé, de la oración y de la enseñanza que forzaron á los siete cantores do Suiza hace veinte anos, á formar el Sonderbund, tan injusta, tan cobarde, tan miserablemen- te aniquilado en 1847. Nada, absolutamente nada les ha dado ni la sombra ele nn pretesto para trozar el vínculo fedex-al y negarse no solamente á obedecer en ciertos casos estremos á los poderes legalmente constituidos, 6Ínó aun á reconocerlos. Se ha tenido mil veces razón para decir que es preciso guardarse bien de asimilar los Estados que componen la Union á nuestros departamentos actuales ó aun á nues- tras antiguas provincias. Cada tino de esos Estados tiene y debe tener nn poder ejecutivo y dos cámaras electivas, una majistratura, tribunales, códigos suyos, una policía, una administración de hacienda suyas, final- mente una constitución particular, votada y sancionada por el pueblo de cada Estado. Sé ahí lo que constituye el verdadero fondo de la'libertad americana. Todas esas bases fundamentales, han sido respetadas en todos los Estados del Sud, hasta qus hubo estallado la guerra. Es imposible, absolutamente imposible negarlo. Los Estados del Norte no han hecho ni pretendido ha- 49 cer el menor ataque á la independencia lejislativa do los Estados del Sud, ni aun sn lo que se refiere á la esclavi- tud, hasta que la guerra fué declarada por el Sud. Pero, fuera de esa soberanía local y por asi decir per- sonal de cada Estado, hay según la constitución de los Estados-Unidos, una soberanía jeneral personificada en el presidente de los Estados-Unidos, en el Senado y la Cámara de Representantes que residen en Washington. Los hombres del Norte han ejercido esa soberanía jene- ral en detrimento de los intereses del Sud? No: y esto por una razón muy simple; porque hasta 1861, los presi- dentes de los Estados-Unidos y la mayoría de las dos cámaras pertenecieron siempre al Sud. Cuando en 1861 la mayoría pasó al Norte, ¿usó ó abusó de ella contra el Sud? No, una vez mas; y si lo hubiera querido no hu- biera podido hacerlo, puesto que el Sud lo previno em- pezando la guerra antes que el Norte hubiera tenido el poder. Resumamos todavía en dos palabras el verdadero es- tado de esta cuestión tan singularmente ignorada y mal apreciada. Los hombres del Sud queriendo á toda cos- ta no solamente mantener sinó propagar la esclavitud, habian logrado con el concurso desús amigos los demó- cratas del Norte asegurarse hacía mas de treinta anos la mayoría en la lejislatura federal y la elección del presi- dente de la República. El dia en que jpor laprimera vea, por las vías mas le- gales y regulares, por el movimiento puramente moral de la opinión, la mayoría elejida de los representantes del pueblo y de los electores del presidente se les escapó, ese dia rompieron el pacto federal y levantaron el estan- darte de la revuelta. Se insurreccionaron, porque no se sintieron ya señores y no se sintieron ya señores, porque previeron que tai- vez las autoridades nacidas de las nuevas elecciones mo-dificarian no la. propiedad de lps esclavos en los Estados que los poseían, sin6 fas leyes que autorizaban la caza de esclavos fuji tí vos en loa jetados libres. Mientras tu- vieron coa la complicidad de los demócratas del Norte, la mayoria en el Congreso y presidentes de sos ideas, ha- llaron que, la Union era inatacable, Cnan,do la, ola de la opinión volvióse contra ellos, cuan, do comprendieron que el Norte podría no consentir ya en continuar siendo cómplice é instrumento de la escla- vitud; cuando por primera vez vieron pasar la mayoría legal al lado de los republicanos ó de los abolicionistas entonces, pero solamente entonces, declararon la Union imposible y tomaron las armas para destrozarla. Ab- solutamente, lo mismo, que si los socialistas franceses hu- bieran desenvainado la espada en 1848, después de la elección del principe Luis Bonaparte á la presidencia, ó en 1849, después de las elecciones de la asamblea legis- lativa. Es precisamente lo que querian hacer los qne estuvieron en el Conservatorio de Artes y Oficios el 13 de junio de 1849. Sabido es lo que la Francia y el mon- do habrían pensado de esa empresa, cuyos autores fue- ron las primeras víctimas y no han sido compadecidos por nadie. Mandemos pues el argumento sacado de ese pretendi- do celo del Snd contra tal despotismo unitario de la centralización, mandémosle á unirse al argumento qne pretende hacer de la esclavitud, una cuestión estrafla al orijen de la guerra. Que nno y otro vayan á hundirse en esos limbos donde yacen enterrados para siempre las mentiras inútiles y los sofismas confundidos. '¡''l,"i ,n< •iv.i.-, r.t'j .-, . ¡¡ ><; ..-•)•(. tfíí's fioiollnía ua o ti v ni oí» ntbiomi '.'jíníbit^lue Lid xov -lat < -oat >«Toí jyyfo tu f 8vl<« foabifkfijqonfctte «ifcno sólfe ,«í?wíiL>ó*9ioq «ii : • en mloonb b liwj.fl .xhorfBri «, á«ií lób noii Lo que impacienta mas en esos sofismas, es sobre todo el verlos repetidos y propagados por los ingleses, con un encarnizamiento que la victoria del Norte va sin duda á. calmar, pero que no ha desfavorecido, ménos á su buen sentido como á su conciencia y á su honor nacional. Sabido es que en ninguna parte la cansa del Norte ha suscitado una enemistad mas profunda, mas universal, mas sostenida. ¿Por qué rencor de soberanos desposeí- dos, por qué preocupación de casta., ó qué enemistad de familia, pudieron olvidar hasta ese punto sus mas invete- radas tradiciones buenas ó malas? Los que lucharon con todas sus fuerzas contra la insurrección colonial que trasformó sus provincias en Estados soberanos, ellos que reprimieron, con una. crueldad inescusable el alzamiento de ta Irlanda en 1798 y con una severidad escesiva aun- que lejítima la revnelta de los cipayos en 1858, ¿con qué cara han podido reprochar á sns primos de América la enerjia de los medios empleados contra los insurrec- tos del Sud, y el principio mismo de la guerra sostenida por los poderes constituidos de la República contraía agresión de los confederados? Pero sobre todo, ¿cómo es que ellos, los abolicionistas52 por escelencia, ellos cnya susceptibilidad sobre la cues- tión del tráfico ha hecho nacer el derecho de visita y tan- tas otras complicaciones con nosotros y con todas las na- ciones marítimas; ellos qne con un desinterés inaudito dieron la primera señal de la emancipación de la raza negra á costa de sus mismas Antillas; cómo se atreven á renegar su propia gloria acusando, denunciando, desa- creditando los motivos que han guiado á los abolicionis- tas americanos? V/ ¿Cómo no se comprenden que se esponen asi ádarla ra- zón á los detractores tan numerosos que los han acusado de no haber emprendido la obra de emancipación sino por cálculo, y de haber renunciado á ella asi qne el cál- calo resultó malo? Ahí hay uno de esos misterios dolorosos que presenta á veces la historia de las mas grandes naciones, y ante los cuales la posteridad queda absorta como los contem- poráneos. Esperemos por lo demás qne solo se trate aqui de una aberración momentánea, y recordémosles la hermosa pajina de su misma historia, tan bien escrita por uno délos americanos á quienes calumnian: "Otras naciones, dice Canning, han adquirido nna gloria inmortal por la defensa heroica de sus derechos; pero no había ejemplo de nna nación que sin ínteres y rodeada de los mayores obstáculos, prohije los derechos de otro, los derechos délos que no tienen mas título que el ser también hombres, los derechos de los que son mas desvalidos de la raza humana. "La Gran Bretaña, bajo el peso de nna deuda sin igual, con abrumadores impuestos, ha contraído una nueva deuda de cien millones de dollars para dar la li- bertad, nó á ingleses, sinó á africanos degradados. Ese no fné un acto político, no fué la obra de los hombres de Estado. El parlamento no hizo mas que ejecutar la.vo- ntad del pueblo. 53 "La nación inglesa, con un solo corazón, nna sola voz, bajo una fuerte impulsión cristiana y sin distinción de rango, de sexo, de partido ó de comunión, ha decretado la libertad del esclavo. "Yo no sé qne la historia recuerde nn acto mas desin- teresado, mas sublime. En la sucesión de las edades, los triunfos marítimos de la Inglaterra ocuparan nn lugar mas y mas estrecho en los anales de la humanidad, pero este triunfo moral llenará una pájina mas vasta y mas brillante...." Con todo, si la cansa del Norte y de la emancipación de la América no ha encontrado mas que adversarios en- tre las clases influyentes de Inglaterra, en la patria de Burke y do Wilberforce, preciso es convenir qne Biempre ha sido abierta y enérjicamente sostenida por algnnos de los oradores y hombres políticos mas conocidos, y en primera fila M. Cobden y M. Bright. Preciso es sobre todo reconocer que las poblaciones obreras del Lancashi- re y do los grandes centros indnstriales han manifestado vivas y perseverantes simpatías por los abolicionistas americanos. Ahora bien, esas poblaciones son precisamente las qne mas han tenido que sufrir de las consecuencias de la guerra, que al destrozar á los Estados Unidos, ha inter- rumpido la producción algodonera. Nada mas admira- ble, por otra parte, que la actitud de los obreros ingleses durante toda esta crisis, tan fatal á la prosperidad de las manufacturas inglesas, y qne todavía no ha terminado. El trabajo de los negros en los Estados Unidos les daba pan, produciendo la materia primera de la industria que hacia vivir. No por eso imajinaron ni pretendieron ja- mas, como ciertos publicistas y ciertos predicadores, que los negros estaban destinados por la Providencia á ser siempre esclavos, para que fueran los proveedores de la industria europea.Miéntrasel equilibrio no nubieee sido restablecido; por Ja introducción del cultivo del algodón en Ejip'to,dondeli- bertó y enriqueció á loe FelJabs y en la Italia meridional, donde ha servido de mía manera tan est raíl a mente im- prevista los intereses de la unidad italiana, la crisis pro- ducida por la interrupción del comercio entre los Esta- dos del Sud y los puertos europeos ha sido quizas la mas cruel que huya nunca aflijido á la industria europea. Los obreros ingleses lian soportado esa crisis, que dura todavia, con la mas magnánima paciencia. San sufrido las últimas extremidades del hambre, sin que ningún al- zamiento, ningnn derrocamiento, haya venido á realizar las profecías de los que habian especulado con su miseria para obtener de la Inglaterra el reconocimiento de los Estados del Sud, y la consolidación de la esclavitud. Han sufrido sin murmurar. Sí, sin que ningún alarde de fuerzas militares haya sido necesario para contenerlos ó intimidarlos, sin que ninguna délas libertades públicas haya sido suspendida, sin que la libertad de la prensa ó de asociación hayan sufrido la menor restricción, esos millares de seres que padecían hambre y que sufrían guardaron una calma y una resignación heroicas. L& jnaccion forzada, la miseria y el hambre habian por to- das partes reemplazado en esa vasta colmena de hilan- derías inglesas, el trabajo, la comodidad, los progresos de la economía y del bienestar doméstico. L>a profusión de los socorros públicos é industriales prodigados por las. 6impatias desinteresadas de sus vecinos y de sus compa- triotas1 á esas víctimas inocentes de la guerra de Améri- ca, no parecía mas que una gota de agua en el océano de aquellas penurias. 1 Una lista de BilBCrieion abierta en diciembre de 1863, empieza por loa nombres de lord Derby con 135 mil francos, j de lord Ed. Howard con U mil. 65 Y sin embargo, no tan solo ningnn motin, ninguna •jitacion pública estalló; sinó que en los numerosos meeting8 y en las publicaciones diversas que acompaña- ron la crisis tan cruel y tan prolongada, no se manifestó síntoma algnno de irritación contra las clases superiores, contra el gobierno del pais. Ilustrados por un buen sentido que muestra los pro- gresos incontestables obtenidos por la propagación de la instrucción primaria, desde los sangrientos motines de 1819, los obreros de aquellos distritos ingleses que consti- tuyen el mas grande centro industrial, fácilmente com- prendieron que no tenían que imputar la calamidad de qne eran víctimas á la reina, ni á la aristocracia, ni al ministerio, ni á las cámaras, ni á nadie en Inglaterra; sinó tan solamente á una gran crisis histórica cuyas consecuencias serian favorables al Evanjelio y á la hu- manidad. No solamente permanecieron dóciles á los consejos de la razón y al patriotismo, en su actitud respecto de las autoridades y de las demás clases de su paia, sinó inque- brantablemente fieles en sus manifestaciones y en sus pe- ticiones al parlamento, á sus simpatías por los Estados del Norte, que representaban á sus ojos la causa do la justicia y do la libertad. Do este modo dieron ellos la mejor prueba de su aptitud para la vida pública como para el ejercicio de los derechos políticos que reclaman, que no pueden dejar de obtener, y que es menester de- sear para ellos, deseando también que la admisión regu- lar y pacífica de las masas al sufrajio electoral pueda operarse con las garantías necesarias para impedir que la intelijencia y la libertad sucumban bajo la abusiva preponderancia del número.ai- 0711 VI. Resumamos y terminemos. Nosotros pretendemos que la victoria del Norte es un acontecimiento tan feliz cuanto glorioso y querríamos haberlo probado. Pero aun cuando no lo hubiéramos conseguido, ninguno de nuestros lectores negará que ella no sea el acontecimiento mas considerable del tiempo actual, y aquel cuyas consecuencias son mas vitales para el mundo. La federación americana está en adelanto repuesta en el primer rango de las grandes potencias del mundo. Todas las miradas de hoy en mas dirijiránse hácia ella; todos los corazones van á ser ajitados por el destino que le está reservado; todos los espíritus van á iluminarse con la luz de bu porvenir; porque ese porvenir será mas ó mé- nos el nuestro, y 3u destino decidirá talvez del nuestro. De todo cuanto ha pasado ya en América, de todo cuanto vá á pasar en adelante, resulta para nosotros gra- ves enseñanzas, lecciones de que es indispensable tener cuenta, porque de buen ó mal grado, pertenecemos á una sociedad irrevocablemente democratizada,y las sociedades democráticas se parecen entre sí mucho mas todavía que las sociedades monárquicas ó aristocráticas. Es verdad que las diferencias son todavía grandes entre todos los58 países lo mismo que entre todas las épocas; os verdad sobre todo, gracias á Dios, qno los pueblos como los indi- viduos conservan, bajo todos los rejímenes, sn libre arbi- trio, y qnedan responsables de sn destino. Saber como es preciso usar do ese libre arbitrio, en medio de la cor- riente impetuosa y en apariencia irresistible de las ten- dencias de su tiempo—hé ahí el gran problema. Para resolverlo, es preciso, ante todo, darse cuenta do sus ten- dencias, ya para combatirlas, ya para seguirlas ó dirijir- las, según ^as leyes de la conciencia. En el estudio do los hechos contemporáneos, so trata pues, no de preferencias sinó de enseñanzas. No es due- ño el hombre de elejir en la tierra entro las cosas que agradan y las que desagradan, sinó entre las cosas que son. No tengo que razonar aqui con los que han hecho su dnelo por el pasado político del antiguo mundo, con Jos que todavia suenan con una reconstrucción teocráti- ca, monárquica ó aristocrática de la sociedad moderna. Comprendo todos los pesares por lo que se ha perdido; yo mismo participo de mas de uno; honro muchos de aquellos de que no participo; tengo,como otros,la relijion talvez también la superstición del pasado, pero reserván- dome la facultad de distinguir el pasado del porvenir, como la muerte de la vida. Nunca triunfaría yo de ninguna ruina, escepto de la del mal y de la mentira, que todavia no me ha sido da- do contemplar. Dicho esto, pretendo no ofender á na- die y aun no decir mas que una trivialidad á fuerza do ser evidente, haciendo notar que el mundo moderno ha caido en suerte á la democracia, y que no hay que elejir mas que entre dos formas de la democracia, pero dos formas que difieren entre sí tanto como el dia y la noche; entre la democracia disciplinada, autoritaria, mas 6 menos encarnada en un solo hombro omnipotente, y la democracia liberal, donde todos los poderes son con- y5'9 tenidos y fiscalizados por la príblicié.ad ilimifada y per la libertad individual; en otros términos, entre la democra- cia cesárea y la democracia americana. Bien se querría no tomar ni la una ni' la otra; se quer- ría mejor otra cosa. Sea asi; esto so comprende. Le« déliccUa aont máihe ureuso! Pero esta no es tina razón para que se vuelvan ciegos •6 impotentes. Una ve* mas: preciso es eaoojer; y no ae pncde eecojór sinó entre esos do% términos. Todo lo de- mas no es sitió ilusiones de utopista ó lamentos de ar- queólogos, ilusiones ó lamentos infinitamente respetables talvez, pero completamente estériles. Bien sabido es qne mi elección está hecha, y la supon- go hecha igualmente por aquellos á quienes querría ha- blar aqui. A ellos pues, es á quienes muestro con feli- cidad y altivez la lucha que acaba de pasar la América y la victoria que acaba de alcanzar (si esta victoria per- manece pura), como una prenda de confianza y de espe- ranza. Lia.guerra civil podia hacer de la democracia americana una democracia cesárea y militar. Pues bien: lo contrario es lo que sucede. Ella permanece una de- mocracia liberal y cristiana. Este es el primer hecho grande que en los anales de la democracia m oderna, tranquiliza y consuela sin reserva, el primero capaz de inspirar confianza en su porvenir, confianza limitada, , humilde y modesta, cual conviene qne lo sea toda con- fianza humana, pero confianza intrépida y sincera, corno pnede y debs serlo la do los corazones libres y de las con- ciencias honradas. La América acaba de mostrar por la primera vez, des- de el principio del mundo, que la libertad puede .coexis- tir en una democracia con la guerra y á mas con la gran- deza casi desmesurada de nn pais. Esta existencia si- multánea queda siempre llena de peligros y de escollos;pero en fin, ella es posible, es real; pasa providencial- mente de la rejion de los problemas á la de los hechos- La democracia americana tiene creencias y costum- bres, creencias cristianas, costumbres viriles y puras: es en esto muy superior á la mayor parte de las sociedades europeas. Ella profesa y practica el respeto de la fé relijiosay el déla mujer. Pero sobre todo, practica y conserva la libertad á un grado que nación ninguna, cs- cepto la Inglaterra, ha podido alcanzar todavía: la liber- tad sin restricción y sin inconsecuencia; toda la libertad, es decir la libertad doméstica no ménos que la libertad política; la libertad relijiosa al lado de la libertad civil, la libertad de testar con la libertad de la prensa, la liber- tad de asociación y de enseñanza con la libertad de la tribuna, A pesar de la rudeza de sus arranques, á pesar de cierto desperdicio de sentido moral que parece manifes- tarse en ella después de la muerte de "Washington, ella desprecia ó ignora las trabas odiosas 6 ridiculas, las res- tricciones rencorosas y recelosas que asocian á su estrafio liberalismo nuestros demócratas franceses. Ademas, ella se aproxima mas que ninguna otra socie- dad contemporánea, al objeto que se debe proponer toda sociedad humana: ofrece y asegura A todos los miembros de la comunidad una activa participación en Jos frutos y beneficios de la unión social. El nuevo presidente Johnson ha enarbolado franca- mente en su primera alocución, la doctrina fundamental de los países libres y cristianos: "Creo que el gobierno "ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el "gobierno." En otros términos: la sociedad es hecha pa- ra el hombre, y no el hombre para la sociedad ó para el Estado. De esto modo ha establecido él la distinción so- berana que separa la libertad del poder absoluto, el de- a recho cristiano del derecho pacano, del derecho romano, del derecho de esclavitud. Ciertamente, ni la miseria, ni la inmoralidad son des- conocidas en la gran república. El veneno de la escla- vitud de que ha estado por demasiado largo tiempo in- ficionada, la espuma que le lleva la emigración euro- pea, los peligros y dolencias propios do toda democra- cia, agravados por la rudeza salvaje de ciertos hábitos sociales, todo esto la conmueve y amenaza, pero nó la impide dar al órden público y á la propiedad nna segu- ridad, si no completa y acabada, al ménos suficiente, y cuyas vacilaciones superficiales son mil veces preferibles á la paz enervante y corruptora del despotismo. Ciertamente también, no se conocerá nunca en loa Estados-Unidos ni en los países que se encaminan en la misma senda, la vida dulce y molicie de los pueblos de Oriente ó de la Europa meridional en el siglo diez y ocho. Habrá penalidades, bullicio, fatigas y peligros para todos y cada uno. Esa acción y esa censura de todo el mundo sobro todo el mundo, que constituyen la verdadera vida y la única disciplica eficaz de los pueblos libres, entrañan mil zozobras y á veces mil peligros. "Los dioses, dice Montesqnieu, por boca de Sylla, los dioses que dieron á la mayor parte de los hombres una cobarde ambición, han asignado á la libertad casi tantas desgracias como á la servidumbre. Pero sea cual deba ser el precio de esa noble libertad, preciso es pagarla á los dioses." La América nos enseña cómo se sana de esa cobarde ambición, sin renegar ninguno de los principios, ninguna de las conquistas de la civilización cristiana. Lo que mas nos lastima é inquieta, á nosotros los eu- ropeos que estudiamos la América con el deseo de leer en ella el secreto de nuestro porvenir, es el sistema ó mas bien el instinto popular que separa del poder y ámenudo hasta do. la vida pública, á lo* hombres mas eini-^ nentes por el talento, por el carácter, ó por los servicio*; prestados. . . Seguramente qne, es un gran mal ese ostracismo le- gal y gradual de que los Estados-Unidos lian becbo una especie de habitud. Poro oigo decir qno ese resultado no es absolutamente desconocido en cierto* países que nada tienen de común con la libertad americana, y donde- esas víctimas del ostracismo no tienen ni el recurso de los cambio» periódicos y constitucionales, ménos aun las armas ofensivas y defensivas que garante á todo ciuda- dano de los Estados-Unidos la libertad ilimitada de to- jos. Hasta bajo la antigua realeza, no nos había seña- lado Saint Simón "el gusto de rebajarlo todo", y "las dulzuras especiales do la oscuridad y de la nada," á los ojos del Maestro? Y después de todo, ¿habrá que desesperar del mundo, porque ese fenómeno del rebajamiento ó aun de la qs- cl.usion de las clases opulentas ó elevadas se produzca por todas partes [escepto en Inglaterra], ya como en Otro tiempo, ya, y eti nuestros días sobre todo, 6Ín que haya reproches graves que hacerles. Esto es triste, es penoso, es injusto; pero es demasiado jeneral para no ser una ley histórica; y los resultados do esa ley nueva, no están siempfe ó por todas partes desprovistos de gran- deza. La América asombra ai inundo colocando á la cabeza de una nación de treinta millones de habitantes, á hom- bres salidos de. las últimas filas de la sociedad, confiando á hombros oscuros é inesperimentados, ejércitos de un millón de soldados que, terminada la guerra, vuelven á sus hogares sin qué nadie vea en ellos un pelitre para, ía Hbqrtad ó un recurso contra ella. Un hombro que ha sido primero leñador, después cavador, después, bar- quero, después abogado llega á eér presidente, de lo* Esta- dos-Unidos y dirije en esa calidad nna guerra mas for- midable y sobre todo mas legítima que todas las guerras, de Napoleón. Un atentado horrible le hace desapare- cer, y en el acto un antiguo aprendía de sastre le reem- plaza, sin que la sombra de un desorden ó de una protes- ta turbe el duelo nacional. Esto es raro y es nuevo; ¿pero qué hay en eso de des- graciado ó de espantoso? por mi parte veo ahí una traa- formacion histórica y social, tan notable y ménos tempes- tuosa que la que sostituyó en todo el Occidente los Clc- vie y los Alaricos á los viles prefectos del imperio ro- mano. Esos obreros hechos jefes de un gran pueblo, me re- pugnan cien veces ménos que los Césares con sus liber- tos y favoritos. "Veo con una admiración conmovida, que 'ésos proletarios metamorfoseados en patentados, no se embriagan en manera alguna con su elevación. Con- tinúan sobrios, agradables y sensatos. Nada hay en ellos que trascienda á los, tiranos populares de otros tiempos, ni á esos pretendidos enviados de la Providencia, que comienzan por la violación de las leyes como César, y terminan por la demencia como Alejandro y Napo- león.1 ¡Qué descanso y qué consuelo da el sentirse en presen- cia de hombres de bien, sencillos y verídicos, cuyo poder contenido y fiscalizado, aunque inmenso, no desvanece la cabeza y no pervierte el corazón 1 ¿Dónde buscar la verdadera grandeza, si no es en esas almas plebeyas que disciplinadas por la responsabilidad y purificadas por la adversidad, nos parecen crecer con 1 Quiérase recordar que M. Thiers, nuestro historiador ilustre y nacional, ha demostrado al fin de su grao obra, la locura que el ejercicio de la omnipotencia habia sostituido en el espíritu de Napoleón á la sa- biduría de bus primeros aBo.sn situación y trasportar la política hasta la altara de la vida xnoral? Por sombrío y triste qne pueda parecer su porvenir y aun cuando hubiera de perecer mañana en bu triunfo, la América no por eso habrá dejado de legar á los amigos de la libertad un inmortal estímulo. Por numerosos y amargos que sean nuestros propios desencantos, porlejí- timas que sean nuestras aprensiones, ella nos ha dado márjen á creer y esperar, durante siglos todavía, en lo ideal que arrastraba en el último siglo á nuestros padres bajo sus banderas, ideal de que hicieron ellos el único programa de 1789, y que puede solo servir de vínculo entre los hijos do los vencedores y los hijos de las victi- mas de la revolución francesa. lié ahí por qué razón no he temido decir que en la hora actual el pueblo americano, salido victorioso y puro de tan terrible prueba, tomaría un lugar entre los primeros pueblos del mundo.—Lo que no quiere decir, sin embar- go, que sea irreprochable, lío lo ha sido en lo pasado, y nada anuncia que no haya de serlo en lo futuro. Al lado de todas las virtudes y de todas las grandezas de la raza anglo-sajona, no escasean en él los esoesos y los groseros defectos, el egoísmo cínico y cruel, los instintos feroces. Héle aquí en el momento en que esos vicios y esos de- fectos van á invadirlo y amenazarlo mas que nunca. La ceguedad del orgullo satisfecho, la prepotencia de la fuerza triunfante van á esponerle á esos abusos del poder, á esas depravaciones de la victoria, de que son las demo- cracias tan susceptibles como las dictaduras. Hay toda- vía mucho que espiar; porque durante el intérvalo que ha separado la guerra de emancipación de la guerra civil, la política estertor de los Estados Unidos se ha semejado mucho á la política esterior de los romanos ó de los in- gleses: ella ba sido egoísta, inicua, violenta, aun brutal, y caracterizada por una ausencia absoluta de escrúpulos. Méjico de un lado, del otro las razas indijenas é inde- pendientes, han aprendido á conocer todas las conse- cuencias crueles de la preponderancia de una razu ansio- sa de ganancias y nacida para la conquista. Héla aqni llegada á la hora decisiva de su vida inte- rior. Trátase de mostrar si el pueblo americano, como el pueblo romano del tiempo de Publicóla y de Cincinato, posee el espirita de conciliación qne hace durar las repú- blicas, 6 si,como los contemporáneos de los G-racos, van á abrir la puerta álas proscripciones y á las dictaduras. Quiera Dios que en las primeras alegrías de la victo- ria, la mayoría republicana se muestre tanjoncrosa como ha sido resuelta, según la bella espresion de Lincoln, en bus negociaciones con el Sud en enero último. No plaz- ca á Dios que se recurra, después del triunfo, á las repre- salias de que ha habido que abstenerse durante el furor del combate, y que harían inescusables la pronta sumi- sión y la dispersión completa de los ejércitos vencidos. £1 espíritu de venganza infiltraría en las venas de la gran nación un veneno mortal y mas inextirpable que el de la esclavitud anonadada. Represiones postumas, confis- caciones, proscripciones á la manera moscovita contra los vencidos y los prisioneros; atentados contra las liber- tades locales ó contra la independencia soberana de los Estados, escitarian la indignación universal y volverían las timpatias de todos los liberales de la Europa contra los émulos trasatlánticos de Mourawiefi*. Sostitnir la centralización á la libertad, so protesto do garantir esta, seria condenar la América á no ser mas que una misera- ble y servil falsificación de la Europa, en lugar do ser nuestro guía y nuestro precursor en la buena senda. Por lo demás, á pesar de odiosas violencias de lengua- je, á pesar de otros síntomas alarmantes, puede todavía esperarse que nada sucederá. Los americanos recorda- rán, como lo ha dicho su defensor Burke, que la grande-66 za de alma es la ¡mas sabia de las políticas, y que las almas peqnefias no van á un gran imperio. La reconci- liación puede y debe obrarse sin humillación, y por con- siguiente sin dificultad como sin tardanza entro los par- tidos á quienes no separa ninguna antipatía nacional 6 relijioea, de lengua ó de creencia. Los trabajos y be- neficios de la paz, el inmenso movimiento industrial, comercial y agrícola, que la guerra misma no ha podido amortiguar *, sellarán de nuevo la unión entre el Norte y el Snd. Pero los belijorantes reconciliados, ¿no dirijirán hácia fuera su ardor de boy en adelante estéril} El espíritu militar, tan rápida y tan prodigiosamente desarrollado, ¿se dejaría reducir y contenor en límites necesarios? De esos ejércitos disueltos ¿no saldrán bandas de aventure- ros y de filibusteros, terror y azote de los vecinos? Terri- bles cuestiones cuya solución pacífica deseamos ardiente- mente; porque nuestros votos ardientes por la gloria y la prosperidad de los Estados Unidos se concilian con los que todo amigo del bien debe formar por la consolida- ción de la nueva confederación anglo-americana, donde nuestros hermanos del Canadá, hermanos do raza y de relijion, pueden desempeñar un papel tan útil y tan pre- ponderante. Por otra parte nuestras solicitudes y aprensiones se concentran mucho mas en el estado interior de la gran república que en sus relaciones con el esterior; mucho mas aun en los peligros propios de los antiguos elemen- tos que la constituyen que en las consecuencias inmedia- tas do la lacha que acaba de terminar. Pneda ella no olvidar nunca que el oríjen de coa bellas 1 Calcúlame loa producto* de toda especio cosechado» en loa Estado* del Norte ra 1863, en 996 millonea de dollare, 7 lo* 4*1 año. 186*, el mas crítico de la guerra, en 1,604 millonea de doliera. 6T instituciones, de su incomparable libertad, de su invenci- ble enerjia, remonta á las libertades tradicionales y á la civilización cristiana, á la sombra de las cuates habian crecido las colonias insurrectas en 1773.1 Pueda ella aprender el secreto difícil de preservar á los individuos, como á los poderes públicos, de ese some- timiento á la omnipotencia de las mayorías que acostum- bra tan naturalmente á los corazones sufrir el poder abso- luto de uno solo. Deseémosle aquella susceptiblidad de la conciencia, aquella delicadeza, aquella castidad del ho- nor, que falta casi siempre á las sociedades democráticas, aun cuando ellas saben permanecer libres. Deseémosle que escape ó mas bien que resista á uno do sus mayores peligros, al desprecio de las ideas, de los estudios, de los goces intelectuales que enjendra ol sopor ó el sueño del espíritu en medio de la ajitacion bulliciosa y monótona de la política local y personal. Deseémosle que rennncie tarde ó temprano á eso amor de la mediocridad, á ese aborrecimiento do laB superioridades naturales y lejíti- mas, consecuencia natural de la igualdad, que trasporta al seno de los comicios de la democracia el espíritu de las cortes y de las antesalas y reproduce en ella harto á menudo uno de los caracteres rnas envilecedores del des- potismo perfeccionado y popularizado por la civilización modero a. Deseemos que en ella el snfrajio universal, de mas en mas investido de todas las funciones electivas, no conde- ne á las clases ilustradas y superiores á ese desánimo, á «•a apatía política que acaba por esclnirlas de hecho, si no de derecho, de la vida pública. Pero sobre todo que nada lleve jamas á los americanos 1 Bato lo ha demostrado perfectamente M. E. Laboulaye, «a* campeen fiel do todas las libertades, en el tomo primero de au bella Historia d* aaj KitadomUrUdom.68 á debilitar el principio federativo qne constituye hasta aqní sn grandeza y sn libertad, preservándolos de todos loa escollos en que la democracia se ha estrellado en Ercropa. Limitar el gobierno central á las funciones estrictamen- te necesarias, respetando escrupulosamente las liberta- des locales de los diferentes Estado?, tal es el primer deber y sobre todo el primer interés de los hombres do Estado americanos. Seguramente al otro dia de una rebelión injustificable y de una guerra terrible, empren- dida en nombre rio una interpretación abusiva é inmoral del principio federativo, del derecho federativo, la tenta- ción de minorar y de limitar ese principio, do tender á velas desplegadas hacia la unidad centralizadora, será grande en muchos, pero solamente resistiendo á esa ten- tación y conservando una inquebrantable fidelidad á la tradición nacional, liberal y federal del pais, la América permanecerá digna de su gloria y de sn destino.1 1 El siguiente pasaje de na discurso dirijido por al Duero presidente de los Estados-Unidos, M. Jol .nson, al gobernador de Indiana, iudiea bien que ninguna intención semejante se lia manifestado. "Respecto á la idea do destruir á los Bstadoí, mis opiniones lian sido bien conocidas hasta oqui, y no reo ninguna ra/.on pora cambiar ahora. Algunos hombres querían ver álos Estados rebeldes reducidos ú la con- dición de territorios y á perder su autonomía administrativa, pero el soplo de vida está solamente suspendido en ellos, y es para nosotros un de- ber constitucional o! garantir i ca la uno u-m forma republicana d^ go- bierno. Un Estado puede hacer parte de la unión con mis instituciones particulares, y, por efecto de la rebelión, puede perder ese rasgo carac- terístico: pero era un Estado cuando se amotinó, y cuando renuncia á la revuelta después de haber perdido su institución, todavía es un Estado "Cun.-idero como un deber sagrado para nosotros, en uno de esos Esta- dos donde las armas rebeldes fueron batidas y dispersas, por pequeCo que sea el número de los unionistas en ese Estada, to la vez que sean suficien- tes para dirijir los negocios, es un deber sagrado para nosotros, dig \ el garantirle una forma republicana de gobieno.. . .Pero debo aftadir que si aoy opuesto á la disolución, A la descomposición del todo, no soy ménus opuesto á la centralización ó á la concentración del poder en manos de un pequeño número.'* 69 Lo qne nos tranquiliza principalmente contra los peli- gros que amenazan á la república 6 con que ella podria amenazar al mundo, os el carácter del pueblo americano La nación qne lia sabido atravesar tan terribles pruebas sin darse un señor, sin pensar siquiera en eso, ha recibi- do evidentemente del ciclo nna constitución moral, un temperamento político distinto del de esas razas turbu- lentas y serviles que no saben asegurarse contra sus pro- pios estravíos sinó precipitándose de la revolución á la servidumbre, y que no tienen refujio y distracción contra la vergüenza y el hastío de su servidumbre doméstica sinó en las aventuras de fuera. Lo que da la mejor prenda de ese temperamento na- cional, es el personaje verdaderamente único que aquella nación, eu la plena posesión de su libro arbitrio y de sus simpatias naturales, se dió dos veces consecutivamente por jefe. Todo ha sido dicho sobre Abrahan Lincoln. Él nos ha ofrecido en pleno siglo diez y nueve nn nuevo ejem- plo, que no es ni una copia ni una falsificación del jenio reposado y honesto de que emanó Washington. Sn glo- ria no será eclipsada en la historia, ni aun por ta de Washington. El honra á la humanidad no menos que al pais cuyos destinos dirijia y cuya pacificación preparaba con una moderación tan intelijento. Pero nos importa, á nosotros sobre todo, oscuros abo- gados de la libertad de que ha sido glorioso y victorioso campeón, el grabar en nuestras almas y sellar en nuestro camino esa pura y noble memoria, para estimularnos, para consolarnos y empeñarnos mas y mas en la via la- boriosa en que hemos entrado voluntariamente. Nos importa hacer notar lo que el estudio de esa carrera tan corta pero tan resplandeciente, pone sobre todo en evi- dencia, á saber: aquella ncion de la rectitud y la bondad, pe la sagacidad y la sencillez,de la modostia y el valor,que70 hacen de él un tipo tan «trayente y tan raro, un tipo que no ha sobrepasado ni igualado ningún príncipe, ningún hombre público de nuestro siglo. Ese leñador hecho abogado, luego colocado á la cabeza de uno de los mas grandes pueblos del mundo, desplegó todas las virtudes del hombre honrado al lado de todas las cualidades del hombre político. No se estravíó su cabeza ni su lengua. Desde su acceso al puesto supremo, nadie pudo citar de él una sola palabra de amenaza ó de bravata, una sola espresion vindicativa ó escesi va. Ningún soberano here- ditario ó electivo habló un lenguaje mas elocuente y mas digno, ninguno mostró mas calma y placidez, mas perseverancia y magnanimidad. "Unámonos" escribía el 20 de febrero último, al go- bernador del Misouri, para indicarle los medios de paci- ficar ese Estado recientemente sometido y aun cruel- mente ajitado: "busquémonoB para encarar el porvenir, sin ninguna zozobra sobre lo que hemos podido hacer, decir ó pensar sobre la guerra actual ó sobre cualquier otro asunto. Comproinetámonos unos y otros á no abrumar á nadie y á hacer causa común contra quien quiera que persista en inquietar á su prójimo. Entonces la vieja amistad renacerá en nuestros corazones; luego el honor y la caridad cristiana vendrán en nuestro au- xilio." ¡El honor y la caridad cristiana! No es esto lo que mas y por todas partes falta á los actos y á las palabras de la política? ¿Qué hay de mae tocante que el ver á ese "rajador de lena," á ese obrero del Illinois recordar las inspiraciones y las condiciones vitales, en primer lugar á su propio pueblo; en seguida, gracias al prestijio de que le ha coronado su muerte, al mundo entero que recojo ávi- damente sus menores palabras para aumentar el tesoro harto pobre de las lecciones morales que legan á la pos- teridad los pastores de los hombree. 71 Recojamos á nuestro turno y busquemos sobre todo en esas palabras lo que lleva el carácter de aquella fé cris- tiana de que estaba penetrado, y que confiesan tan sen- cilla y tan naturalmente todos los hombres públicos de América. Oradores y jenerales, escritores y diplomá- ticos, y agreguemos pronto nortistas y Budistas sin dis- tinción, el pensamiento de Dios está siempre presente en todos: la necesidad de tomarle por testigo,el deber de ren- dirle un homenaje público los inspira siempre. Nada demuestra mejor, en contraposición de nuestros revolu- cionarios europeos, que el desarrollo mas enérjicoy la mas ilimitada de las ideas, de las instituciones y de las libertades modernas, absolutamente nada tienen do in- compatible con la profesión pública del cristianismo, con la proclamación solemne de la verdad evanjé- lica. Oigamos su adiós á sus vecinos y amigos, al salir de su modesta casita de Springfield, para ser por primera vez presidente de los Estados-Unidos: "Nadie puede comprender la tristeza que siente en el momento de esta despedida. A este pueblo es á quien debo todo cuanto soy. He vivido aqui mas de un cuar- to de siglo; aqui han nacido mis hijos, aqui yace enter- rado uno de ellos. No sé si os volveré á ver. Me ha sido impuesto un deber, mas grande quizas que el que fué im- puesto á ningún ciudadano desde los dias de Washing- ton.—"Washington no hubiera nunca llegado á buen tér- mino sin el concurso de la Providencia en la que tuvo fé siempre. Siento que no podré alcanzar buen éxito sin el mismo auxilio, y yo también espero de Dios mi apoyo." Oigámoslo en el discurso de instalación de su primera presidencia, el 4 de marzo de 1861. "La inteligencia, el patriotismo, el cristianismo y una firme confianza en aquel que nunca abandonó á sn tier-ra favorita pueden todavía bastar para arreglar buena- mente nuestras dificultades actuales." Después de corridos cuatro afios, y cuatro anos de una guerra cruel, que él había hecho todo lo posible por evitar, elejido por la segunda vez, oigámosle pronunciar el 4 de marzo de 1865, las maravillosas palabras que siempre serán admiradas y repetidas. "....Ninguno Je los partidos preveía el tamaQo y duración que ya ha alcanzado la lucha.... Todos espe- raban un triunfo mas fácil, pero nó un resultado tan fundamental y tan maravilloso. Los dos partidos leen la Biblia y elevan oraciones al mismo Dios. Los dos le invocan todavía el uno contra el otro. Puede pare- cer estrado qno un hombre se atreva á pedir el auxilio de un Dios justo, á la vez que arrebata su pan á los sudo- res de otro hombre esclavo; pero no juzguemos sino queremos ser juzgados. La oración de ninguno de los dos partidos debia ser completamente oída, porque el Todopoderoso tiene sus miras conocidas de él.—"Ay del mundo, por el escándalo, porque preciso es que haya es- cándalo; pero ayl del hombre que lo causa!"—Si supo- nemos que la esclavitud es uno de esos escándalos que, según la Providencia de Dios, deben necesariamente so- brevenir, pero que Dios hará cesar después de llegados los tiempos; si suponemos que nos inflije, tanto al Norte como al Sud, esta guerra terrible como el castigo de los que han cometido escándalo, ¿qué hay en eso de contrario á los atributos divinos que reconocen los que creen en un Dios vivo? Nosotros esperamos ardientemente y pedi- mos con fervor que e&te azote terrible de la guerra se aleje de nuestras cabezas. "Pero si la voluntad de Dios es que continúe castigán- donos hasta que cada gota de sangre arrancada por el látigo sea pagada con una gota de sangre derramada por el sable, no por eso debemos dejar de sustentarlo que ha 73 sido sustentado hace tres mil afios,—"que los juicios del Sefior son verdadera y enteramente justos." Sin odio háoia ningnna persona, con caridad para todos, con una firme perseverancia en la justicia [en tanto qne nos sea permitido por Dios descubrir dónde está la justicia], la- chemos siempre y trabajemos en acabar la obra que he- mos emprendido; curemos las heridas de la nación; pen- semos en los que han sufrido el fuego de la batalla cuidemos sus viudas y huérfanos; sepamos sobre todo mantener cnanto pueda establecer una paz justa y dura- ble entre nosotros y con las demás naciones." Oigamos las últimas palabras públicas que pronuncia- ra tres días antes de su muerte, el 11 de abril, en un discurso sobre la Luisiana: "Nos hallamos reunidos esta noche en el dolor, pero en la alegría de nuestro corazón. La evacuación de Pe tersburgo y de Richmond, y la capitulación del princi- pal ejército de los insurrectos autorizan la esperanza de nna paz justa, cuya satisfacción no debe ser contenida. Pero en estas circunstancias, no debemos olvidar á aquel que es fuente de todas las bendicioues. Está proyectado un decreto para un día de acción de gracias nacionales y será debidamente promulgado. No olvidemos tampoco á los que al tomar la mas ruda parte nos han proporcio- nado esta causa de regocijos, y que merecen honores par- ticulares. Yo me he hallado al frente del ejército, y he tenido el placer de trasmitiros una buena parte de las felices noticias. Todo pertenece al jeneral Grant, al talento de sus oficiales, al valor de sus soldados." Se vé pues siempre en ese grande hombre de bien la ' misma humildad, la misma sencillez, la misma caridad. No creo que después de San Luis, nadie entre los prínci- pes y grandes de la tierra, haya hablado mejor lenguaje. Oigamos ahora á su ministro de la guerra M. Stanton, anunciando al pueblo la noticia de la victoria:74 "Amigo» y conciudadanos! En este grea triunfo,' mi corazón y los vuestros están penetrados dé reconocimien- to háeift el Dios Todo Poderoso, por la liberación de lá nación. Nuestra gratitud es debida al presidente, al ejército y áü*marina, á los braros oficiales y soldados que ban espuesto su Vida en el campo de batalla y rega* dd^la tierra Cotí su sangre. Nuestra compasión y nuestra asistencia son debidas á los heridos y á los que sufren. Nuestras humildes acciones dé gracias son debidas á la Providencia divina, por su solicitud hácia nosotros. Sn- pliquémosle qne continúe dirijiéndonos en nnestros de- beres como nos ha conducido á la victoria, y qne nos ayude á consolidar los fundamentos de la repúblicá¿ cimentados como lo están en la sangre, para que la repú- blica viva por siempre. No olvidemos tampoco los íni- llones de hombres laboriosos de países estranjeros que en esta prueba nos han acordado sus simpatías, su auxilio y sns oraciones, á invitémoslos á regocijarse con nosotros en nuestro triunfo. Hecho esto, confiémonos para lo venidero en ese gran Dios que nos guiará como nos ha guiado hasta lo presente, en su infinita bondad." Oigamos á su sucesor improvisado, M. Johnson, en bu discurso de inauguración: "El trabajo y la defensa honrada de los grandes prin- cipios del gobierno libre han sido los objetos de toda mi vida. Los deberes del jefe del Estado vienen á ser los mios. Los llenaré como mejor pueda; de Dios solo depen- de el resultado." Oigamos por otro lado á su rival, Jefferson Davis, el presidente de la confederación rebelde, en su último mensaje del 13 de marzo de 1865: "Sepamos levantarnos mas arriba de toda conside- ración egoísta: sepamos hacer á la patria el sacrificio de cuanto nos pertenece; sepamos sobre todo inclinarnos •qumildemente ante la voluntad de Dios, é invocar con 75 reverencia la bendición de nuestro Padre celestial, para que, así como protejió á nuestros padres en nna lucha análoga á Ja nuestra, se digne permitirnos defender nues- tros hogares y nuestros altares, y mantener inviolables los derechos políticos que hemos heredado." Oigamos todavia al valiente Lee, jeneral en jeje del ejército insurrecto, en su proclama del 10 de abril: "Soldados—Llevareis con vosotros la satisfacción del deber fielmente cumplido, y ruego sinceramente que un Dios misericordioso os acuerde su bendición y estienda sobre vosotros su protección. "Con una admiración sin límites por vuestra constan- cia y vuestra dedicación á vuestra patria, y con nn re- cuerdo de reconocimiento por vuestra buena y jenerosa consideración hácia mí, os envío mi adiós afectuoso. Jeneral—R. E. Lee. Oigamos por fin al representante de los Estados Uni- dos en Francia, M. Bigelow, al responder al manifiesto de sus compatriotas de Paris (Mbniteur del 11 de mayo): "Os doy gracias por la elocuencia y la verdad con que habéis interpretado nuestro común dolor. Pero no hay crimen qne no deba considerarse como un homenaje di- recto á la virtud. La guerra entre los principios del bien y del mal está empellada siempre, y si el Cordero que echó sobro sí los pecados del mundo tuvo que dar testimonio en una cruz, ¿por qué aquel que proclamó la libertad de una raza de esclavos habría estado al abrigo de la mano pérfida do un asesino? Nuestra gran ver- güenza nacional podía recibir un fin mas digno de ella? ¿No es la justicia de la historia que la tumba de la escla- vitud en los Estados Unidos fuera para siempre señalada con un crimen, que, por mas que se haya dicho, no ha tenido otro móvil que el ínteres de la esclavitud? "Los hombres que como yo siempre han buscado la76 mano de la Providencia en todas las faces déla vida de las sociedades,'deben reconocer como yó que Dios nunca ha estado mas cerca de nnestro pueblo que en el momen- to terrible en que, humanamente hablando, parecíamos mas abandonados." El pais cuyos representantes, cuyos jefes civiles y mi- litares hablan semejante lenguaje en tal crisis, es un gran pais, y añado: un gran pais cristiano. No sé si la mirada de Dios bajándose sobre la tierra, descubriría en ella, en el tiempo en quo vivirnos, un espectáculo mas digno de él. Todo esto, dirán algr.nos, no pasa de ser un cristianis. mo vago é incompleto, un cristianismo muy próximo la deísmo, como el do "Washington. Esto puede ser verdad; pero, como lo dice el obispo de Orleans, nosotros esta- mos todavía muy lejos de oso mismo en Europa. Por vago é incompleto que sea, parece que los católicos mas escrupulosos y mas exijentes pueden todavía admirarlo y envidiarlo, puesto que el papa Pío IX! no ha desdeña- do contribuir para el monumento de "Washington. Si es justo aplicar á la política la regla sentada por Nuestro Señor para la vida espiritual: A. fructibus eorum coermitido vivir sobre lo que ya se ha ad- quirido, sinó que es preciso esforzarse por adquirir toda- vía; y en vez de reposar en ideas en las cuales so hallaría uno muy luego como dormido y hundido, poner sin cesar en contacto y en lucha las ideas que uno adopta con las que sujiere el estado de la sociedad y de las opi- niones en la época á qne se ha llegado." Todo esto es verdad no solamente respecto de los hom- bres viejos, sinó de los viejos partidos, de las viejas opi- niones y así mismo de las viejas creencias. La nuestra es la mas vieja del inundo. Es ese su augusto privilejio y también su gloria y su fuerza. Pero para que esa fuerza, aplicada á la vida pública y social no se rompa, no se consuma en vanas quimeras, preciso es retemplarla78 sin cesar en las aguas vivas del tiempo en qne Dios nos hizo nacer, en la corriente de las emociones, de las aspi- raciones lejftimas de aquellos qne Dios nos ha dado por hermanos. Aprovechemos pues de qne el Todo Poderoso nos ha hecho ser testigos de ese gran triunfo de la libertad, de la jnsticia y del Evanjelio, de esa gran derrota del mal, del egoismo, de la tiranía. Démosle gracias por haber dado á la América suficiente fuerza y virtud para soste- ner tan gloriosamente las promesas de su juventud. Respondamos con nuevo valor y fidelidad á la bondad divina qne nos ha ahorrado la vergüenza y el dolor de ver miserablemente fracasar esa grande esperanza de la humanidad moderna. Paria, majo 35 da 1S65.