v.. ÜNIVEHSir ••'•;« -'#v&k 1» }■: hmns LA ESCLAVATURA I i ..... I í ADOl-U ÍIAWSOK. I BUENOS AfH ES. (ynpreota de Mayo, caito Mtorexi& n. ^43 1 M lj 4. UNIVERSIDAD Dfi BUENOS AIRES. DISERTACION FILOSOFICA SOBRE LA ESCLAVATURA. POR ADOLFO RAWSON, - -----"fe • EN SU EXAMEN FINAL DE FILOSOFIA. BUENOS AIRES. Imprenta de Mayo, calle Moreno N. 243. 1863.Slavery hinders tbe education and the industry of the people; it is al- so fatal to their piety. Theodore Parher. I Al emprender la filosofía el estudio del espíritu humano, divide este estudio en dos ramos separados, cada uno de los cuales está destinado á constituir el objeto de una ciencia aparte y estas dos ciencias son la Psicología y la Moral. La primera se dedica á analizar al individuo en su naturaleza mis- ma, en sus leyes; en otros términos, analiza al hombre inti- mo. La segunda lo considera en las diversas y variadas rela- ciones de que nacen los deberes y derechos que constituyen el carácter de trascendental con que lo designamos. Asi pues, apenas el entendimiento humano abandonando las regiones psicológicas, remonta su vuelo hasta la aplicación de las teorías allí sentadas, y dejando á un lado el análisis del hombre intimo, pasa á estudiar al hombre trascendental; des- de ese instante fácilmente comprende que no son ya discusio- nes puramente escolásticas las que ocupan su atención, sino que son principios de inmediata aplicación en la vida social é individual déla humanidad: como igualmente reconoce que todos esos deberes, que todos esos derechos que resultan de las relaciones del individuo, están intimamente vinculados con las leyes é instituciones de todos los pueblos; reconoce, en una palabra, que la moral es la fuente de toda legislación y que del derecho natural es de donde deben emanar todoslos demás derechos en que la gran familia universal funda su poder y su existencia misma. Entre esa multitud de derechos hay uno que se ha preten- dido negar ó coartar su ejercicio por lo menos, pero cuya evi- dencia es manifiesta. Se na intentado negar y en realidad se ha coartado el ejercicio del derecho personal, destituyendo al individuo de 9tt libertad de acción y esclavizándolo á la som- bra de diversos pretestos mas ó menos injustificables, cuya discusión y análisis constituyen la cuestión Esclavatura, á que voy a dedicarme. Apesar de que este es un asunto por su naturaleza impor- tante por cuanto su inmediata aplicación práctica es de una evi- dencia incontrastable, es nesario confesar no obstante con do- lor que hasta ahora muy pocos se han detenido á estudiarlo bajo todos sus punto» de vista: porque si bien es muy cierto que se han escrito volúmenes enteros reducidos únicamente al análisis de este hecho, también es cierto que unos han he- cho su historia, otros han visto la cuestión económicamente y por último uno de los filósofos mas celébres del siglo .pasado, el autor del Contrato Social, solo habla de la esclavitud espon- tánea y del derecho de conquista. Es una cosa verdadera- mente estraña que hombres de una inteligencia tan ilustrada como lo es Rousseau sin duda alguna, no se hayan detenido un momento para conceder ó negar á la humanidad el dere- cho que se arroga esclavizando á los individuos de una raza que forma parte de esa misma humanidad. Estas observa- ciones no impiden de ningún modo tributar un elojio mereci- do alo» bellos pensamientos que sobre este punto han verti- do algunos escritores y oradores americanos y europeo»» la- te» come Lamartine, Copley, Tallmadge, Carey etc.. etc. Siendo esta una cuestión tan trascendental y puesto que de su'soiucion en moral aplicada mas tarde a la legislación, depen- de la salvación ó condenación de ese conjunte de tribus sesai- saLvajes que ocupan el territorio africano y que se distinguen pee su colee de las demás naciones: siendo esto asi» M pwet necesario averiguar primero chai es el origen y Chales son los rasgos mas culminantes de su historia y¡ después de ver esto, dedicarse" á la cuestión en el terreno del derecho, bajo el pun- to de Vista social é individual. Pero antes de penetrar en las minuciosidades del análisis, es preciso hacer constar con la mayor evidencia que sea posi- ble, una diferencia esencial que de hecho existe entre los dos términos esclavitud y esclavatura que con mucha frecuencia sé suelen Confundir. Entre las variadas y numerosas definiciones que se suelen dar délo que debe entenderse por la palabra esclavitud, yo he pre- ferido una que es, por decirlo asi, el resumen de todas las que se pueden dar, como es también mas clara que todas las demás. Yoentiendo por esclavitud toda cesión voluntaria ó forzosa de una parte de los derechos personales de un individuó en favor de otro individuo ó de una sociedad cualquiera. Ahora bien, cuando esta misma esclavitud pasa de su cali- dad de hecho individual aislado y sin consecuencias á la cate- goría de institución social, y cuando entra á formar, sino la base, parte integrante al menos de algún sistema político: en- tonces es cuando toma el nombre de esclavatura. Bien claramente se vé que no hay ni puede haber identifica- ción posible entre estos dos términos, y bien estudiados los diversos caracteres de la civilización antigua y moderna, se puede decir sin temor de equivocarse que antiguamente exis- tía la esclavitud, y que, en la época moderna, se ha convertido en esclavatura; porqué eá sin duda innegable que no es lo mismo la esclavitud dél Brasil y Estados Unidos, en el siglo XIX, que la esclavitud de la Edad Media, como también aque- lla no es igual á la de los Griegos, Persas, Asirios, y demás pueblos antiguos. Deeptie* de las observaciones antefiere» tendentes á a¿ig* trtf su verdadero valor á do» palabras diferentes, yo cree* que debemos investigar et verdadera origen filosófico de la esetó-— 6 — vitud y talvez lo encontremos en la misma naturaleza imper- fecta de la criatura humana. Desde el momento mismo en que los hombres, en cumpli- miento de una ley de su naturaleza resultante de sus propias necesidades, se organizaron en familias, y desde que esas fami- lias marchando de aumento enaumento en la via de civilización y de progreso, llegaron á formar las sociedades; desde ese momen- to principiaron á desarrollárselos elementos malos á la par de los elementos buenos. Los individuos empezaron á enriquecer, y no contentos ya con sus propias riquezas ambicionaron las desús vecinos; luego, como estaban dotados de medios su- ficientes para dominar á los animales mas feroces é indoma- bles, trataron de emplear estos medios en perjuicio de sus semejantes, y, haciendo apelación al derecho del mas fuerte, se apoderaron de sus personas, se hicieron servir de ellos sin recompensa de ninguna especie; en otros términos, au- mentaron un término mas a su lenguaje primitivo, acompa- ñado naturalmente de un hecho entonces puramente indivi- dual á que aplicaron la palabra esclavitud. He aqui una espli- cacion inductiva de como es este un hecho cuyo origen debe hallarse en la naturaleza humana misma, como uno de los de- fectos, como una de las debilidades del ser complejo á que se dt el nombre de rey de la creación. De todo lo cual resulta que debemos considerar la esclavitud, no como un derecho del hombre social, sino como un abuso del derecho y como un atentado contra los sacrosantos principios de la ley natural.— Y para dar mas fundamento á esta creencia se pueden citar en su apoyo las bellas palabras que nos ha legado el célebre Lam- menais, quien refiriéndose al origen de los esclavos y procla- mando siempre la igualdad en que todos los hombres han na- cido, se espresa del modo siguiente: —"Hubo en otro tiempo un hombre malo y maldecido del cielo. Y este hombre era fuerte y aborrecía el trabajo, de suerte que dijo para sí: ¿cómo me valdré? Si no trabajo habré de perecer y me es sinembargo el trabajo insoportable. — 7 — "Entróle entonces en el corazón un pensamiento del infier- no. Fuése de noche, y asió algunos desús hermanos en tan- to que dormían y cargólos de cadenas. —"Porque, decía él, yo los forzaré con el látigo y el azotea trabajar para mi y yo comeré el fruto de su trabajo. —"Ehizólo como lohabia pensado; visto lo cual por otros hicieron otro tanto, y desde entonces dejó de haber herma- nos: hubo amos y esclavos". Estas poéticas frases vienen á corroborar la opinión ante- riormente vertida deque el verdadero origen de la servidumbre debe encontrarse en el abuso que hace un individuo de su fuerza y de su inteligencia, en virtud de una ambición inhe- rente á su naturaleza que le impele á obrar en ese sentido co- mo para dar una prueba mas que i vidente de su imperfección. II. - - Si es cierto que la esclavitud ha nacido con la naturaleza humana, fácilmente se concibe su antigüedad en la historia; porque, por mas lejos que el filósofo vaya en la investigación del origen histórico de la dominación del hombre por el hom- bre, á buen seguro que nunca encontrará un pueblo en que no haya existido, ó una nación que haya sido la primera en que se haya esclavizado. Veamos ahora cuales son los puntos mas culminantes de la historia de la humanidad en que se nos manifieste la esclavi- tud con mas fuerza; veamos, en otros términos, si realmente ha existido, en los pueblos que ha existido y cual ha sido su carácter en las épocas por que ha pasado. Los primeros países que en el mundo antiguo se nos pre- sentan como esclavócratas, son el Egipto, cuna de las ciencias y de las artes, y la república de Esparta, modelo de virtudes patrióticas y patria de Licurgo. La inteligencia humana con- templa á los Israelitas en Egipto yá los Ilotas en Esparta,igual- mente perdidos en la obscuridad de las tradiciones, y sopor-— 8 — tande por toda m vida ese yugo vergonzoso cuyo origen va a perderse eneJIabermto de confusas relacione» de las edades mitológicas. El pueblo israelita, eomo se sabe, era un conjunto de fami- lias sometidas por el derecho del mas fuerte á la despótica au- toridad de los poderosos reyes de Egipto. Y la crueldad de estos, según dice la historia, llegó hasta el estremo de impe- dir la multiplicación del pueblo esclavo, ordenando a sus si- carios el asesinato de todos los infantes que naciesen de pa- dres israelitas. Mas tarde esos mismos judíos, después de ha- ber sufrido durante muchos años las penurias de un fatigoso viaje á través del desierto para llegar á la tierra prometida, y organizados ya en virtud de instituciones espresaménte diota- das para ellos: esos mismos hombres se distinguían per su crueldad con los siervos, como si los largos años de esclavi- tud en que se habian visto sumidos no hubiesen sido bastan- tes para hacerles comprender que tenían el sagrado deber de tratar con mas humanidad á aquellos de sus semejantes que se encontraban bajo sh poder, Y como una consecuencia ne- cesaria de esta crueldad, ó mas bien, eomo un castigo de la desmoralización que naturalmente debió acarrear un abando- no semejante de los sentimientos de justicia y earidad que de- ben rejir la conducta humana;—mucho tiempo después fue- ron conducidos esclavos fuera de su patria por tíabucodogo- sor, rey de Babilonia, que tuvo la fortuna de vencerlos en el combate, Pero, por ahora, debo renunciar á la tarea dp enumerar un» por una todas las demás naciones en que, eomo dice Lamnwn- nais, no ha habido mas que amos y esclavos, y tan solamente diré que si se recorren las pajinas de la historia antigua se reconoce que bao existido simultánea y posteriormente a los pueblos que he citado, muchos otros que, como los Phsenestas en Tesalia, estaban marcados con el sello ignominioso de usa servidumbre eterna impuesta por lo que llamamos devecto (h conquista, que es lo que verdaderamente caracteriza la anti- gua esclavitud. Durante el largo espacio de tiempo que se deslizó hasta la ftmdacion de Roma, solo se encuentra una multitud de peque- ñas repúblicas ó monarquías mas ó menos impotentes que merced á las continuas guerras que tenían entre si, autoriza- ban el derecho de esclavitud, puesto que los vencidos queda- ban siempre á disposición del vencedor en calidad de escla- vos. En los primeros años de la república Romana, la situación de los esclavos se hizo, á lo que parece, mas soportable. Eran tratados mas bien como hermanos que como esclavos, y como recibían de su6 araos respectivos un peculio cuyos productos les pertenecían en su mayor parte, continuamente se veían ejemplos de esclavos manumitidos que ocupaban la misma posición que sus antiguos amos y es un hecho observado con sorpresa por varios historiadores que los siervos no estaban escluidos del estudio de las letras, porque muchos de entre ellos se han hecho notables por su ilustración, y sus obras son hoy mismo citadas como modelos. Pero esta mancomunidad de amos y esclavos no podía du- rarmucho tiempo ensuestado normal; asi es que á medida que los romanos frieren enriqueciendo y que su ambición les empeñaba en desavenencias mas frecuentes y terribles con sus vecinos, principiaron á desconocer !a legalidad de estos lazos *e fraternidad que untan al señor y su siervo, y cuando h re- pública, deprogreso en progreso y de conquista en conquista, se convirtió en imperio, la servidmnbre no solo se estendió á los enemigos vencidos en el combate, sino también á aque- llos cradadanospobres que no pudiendo ganar su subsistencia per medio del trabajo á causa del monopolio que de este ejer- cían los poseedores de esclavos, se veían obligados á vender espontáneamente su libertad por un pedazo de pan, convir- tiéndose de ciudadanos -míe habían sido en cosas comerciales que no solamente podían ser vendidas sino también alquiladas— 10 — ó regaladas como se puede hacer con un animal irracional cualquiera. Los grandes y poderosos señores romanos tenían por las leyes el derecho de vida ó muerte sobre sus esclavos y tan convencidos debían estar de la lejitimidadde esta absurda ins- titución, que por la mas leve falta los pobres siervos eran arrojados á los estanques para servir de pasto á los peces que después debian adornar los suntuosos banquetes de los no- bles magnates. A este estado habia arribado el imperio.de Roma en su rá- pida carrera hácia la desmoralización y el vicio, cuando apa- reció ante el mundo consternado el Mesías prometido y ccn el las sábias doctrinas y puras máximas que el cristianismo intro- dujo en el universo. El cristianismo, con su ancho cáliz de dul- zura vino á mejorar la condición de los esclavos y disminuir su número proclamando altamente la igualdad de todas las criaturas racionales y condenando también de un modo inequívoco la sumisión de un hombre á otro hombre. A estas sanas doctrinas, como igualmente á los esxesos en que habían ido á parar los ricos ciudadanos del pueblo-rey es á lo que se debe la disminución de la servidumbre y el aligera- miento de las pesadas cadenas que la oprimían. Cuando los bárbaros del norte fueron á detener sus corceles á las puertas mismas de la capital del gran imperio, solo entonces sus moradores pudieron apercibirse de que la senda que habían llevado hasta allí era mala y que sin duda les conduciría directamente á la decadencia y al desquicio. Pero este arrepentimiento por muy sincero que fuese, era ya del todo inútil. Los campamentos enemigo* contempla- ban con alegría sus desórdenes y doblemente animados con la vista de este espectáculo, estaban sedientos de sangre y ávidos de botin. Al fin, el imperio cedió al empuje irresis- tible de los bárbaros y su ruina se perpetró después de haber -sido durante tantos siglos el rey*del mundo y haber tenido en sus manos la suerte de todo el Universo entonces cono- cido. — II — La caída del poderoso imperio romano dió origen al esta- blecimiento del sistema feudal y á esa época en que la huma- nidad entera es un caos. Las ciencias que habían escapado milagrosamente á las profanaciones de los feroces soldados germánicos, no tuvieron otro recurso que refugiarse en los claustros. La Europa toda se vió cubierta de castillos feudales á cuyo alrededor se agrupaban pequeñas poblacio- nes esclavas bajo el nombre de vasallos, cuyo objeto era de- fender y mantener los placeres de su Señor feudal, y bajo ese nomdre de vasallos se ocultaba la mas horrible esclavi- tud. Bien pronto la anarquía se hizo sentir entre los poblado- res del mundo feudal, anarquía que pasó luego délos Señores particulares á las naciones y entonces principió la conquista de algunos pueblos que eran inmediatamente reducidos al vasa- llaje y si se quieren ejemplos, hallaremos uno en los sajones que derrotados en la batalla de Hastings por las lejiones de los señores normandos, fueron avasallados, apoderándose los vencedores de su territorio y de sus propiedades. Con la espansion de las luces por todo el Universo, fué desapareciendo poco á poco el feudalismo en casi toda la Eu- ropa, como igualmente ese espíritu caballeresco que distingue la edad media. Por último, después de tantas y tan variadas alternativas se inauguró la edad moderna. Las ciencias y las artes salieron de los conventos en que se ocultaban para esparcirse á todas las clases de las sociedades, y las morales doctrinas del Redentor del mundo, se manifestaron en todo su esplendor y reinaren en todos los corazones. Parecía muy natural que en medio de esta renovación de ideas, en medio de esta completa transfor- mación del Universo, se olvidasen las desigualdades que ha- bían dividido la humanidad por tantos siglos, y que reco- brando los esclavos la libertad perdida, no hubiese mas que iguales; pero no sucedió como debió haber sucedido y la es- clavitud se estableció de nuevo aunque bajo una forma dife- rente de la antigua.— 12 — Los portugueses, fueron los primeros que en los tiempos modernos renovaron la odiosa, servidumbre entre hermanos. Habiendo descubierto el Cabo de Buena Esperanza y tomado posesión de la isla de Madagascar y costa de Mozambique, es- tablecieron el tráfico de esclavos. Su ejomplo fué inmediata- mente seguido por las demás potencias europeas que no se opusieron á la introducción de negros africanos en todas las colonias que se encontraban bajo su administración. Despertada la codicia de los colonos de América, Asia y de- mas partes del globo, una multitud de buques llamados negreros partieron de todos los astilleros del viejo mundo para proveerse en toda la costa de Africa, desde Gibraltar al Cabo, y venir en seguida á depositar su cargamento en estas playas de América, recientemente abiertas á la esplotacion de la industria europea. Las fabulosas riquezas que apa- rentemente producía el trabajo esclavo, alucinaron por algu- nos años á todos los pensadores, basta el punto de que al- gunos monarcas hicieron apelación al evangelio y santifi- caron en su sagrado nombre la venta de carne humana, co- mo un medio seguro y eficaz para convertir los indijenas de Africa á la verdadera religión, á la religión cristiana, y la historia atestigua que Luis XIII, rey de Francia, se basó en estas consideraciones para conceder diversos permisos espe- ciales para la introducción de los esclavos africanos en las co- lonias francesas. Pero como en este mundo todo tiene su principio y su fin, este pasagero entusiasmo también se estinguió gradual- mente y desvanecidas las engañosas ilusiones del momento, se presentó la realidad en su triste desnudez. Los gemidos desgarradores de la raza encadenada finalmente tuvieron eco en toda la humanidad; algunos principiaron á arrepentirse y á considerar el tráfico en su relación de conformidad ó dis- conformidad con los preceptos do la ley divina. A los severos cuákeros pertenece, la honra de haber sido . los primeros que en 1727 clamaron abiertamente contra esta — 13 — institución como contraria á todo principio do caridad y jus- ticia y como una flagrante violación de ese código eterno ¿in- mutable que se llama ley natural. Estas declaraciones y pronunciamientos aislados, tomaron cuerpo y con la ayuda de hombres como Willberforce, Can- ning, Fox etc., bien pronto se organizó una liga abolicio- nista que luchó continuamente con los esclavócrataa hasta el año 1807 en que la Inglaterra, dando un noble ejemplo á las demás naciones, abolió del todo el tráfico de esclavos ; y des- de ese instante su gobierno no ha descansado un momento en sus esfuerzos abolicionistas, celebrando tratados en este sentido con todos los países del mundo civilizado y gracias á estos poderosos empeños, los negros han obtenido su emancipación; pues que actualmente solo hay esclavos en dos puntos de América : en el Brasil y en los estados mas meridionales de la gran República Norte-Americana, y esta esclavitud está tan limitada en sus alcances que es muy difí- cil que subsista por mucho tiempo, i Talvez está muy cer- cano el dia en que podamos contemplar al Universo libre de esta calamidad y en que la mano benéfica de la civilización, ahogando las mezquinas ambiciones, solo nos muestre herma- nos en los que hoy se dividen con los odiosos titulos de amos y esclavos 1 Do las observaciones que acabo de hacer en el terreno his- tórico respecto á la esclavitud, se puede deducir lógicamente que este es un hecho que ha existido en todas las épocas y en todos los países, aunque no se haya manifestado siempre con «•1 mismo carácter. Sentado este principio, tratemos de conci- liar las diversas formas de la servidumbre con el carácter de los diferentes periodos de la bistória en que aparecen. El mundo antiguo representa para nosotros la infancia dé la humanidad, lá infancia de las sociedades que la constituían, sociedades fundadas todas en la fuerza y sin mas legislación, sin mas deberes y derechos públicos y privados que los que la despótica voluntad de sus soberanos les imponía.. En socie-— 14 — dades organizadas de esta manera y fundadas en tales princi- pios, no podía hacerse esperar por mucho tiempo la guerra, y una vez empeñada esta, los vencedores cebaban sus feroces instintos en los indefensos vencidos y cuando hastiados del derramamiento de sangre enemiga, se acordaban de sus con- veniencias y de sus propios intereses, entonces lo» pocos com- batientes escapados á la muerte eran considerados como pri- sioneros de guerra, lo que en'el lenguaje de aquellos tiempos equivalía á una condenación á esclavitud perpetua en cambio de la vida que generosamente se perdonaba al vencido. Estos hechos repetidos continuamente y aceptados con el carácter de reciprocidad por todas las naciones del mundo, formaron el derecho llamado de conquista, que aparte de su legitimidad ó ilegitimidad, es el verdadero der e cho antiguo, porque se encuentra en perfecta armonía con las costumbres de la humanidad primitiva y porque si se exami- nan con detención las diversas leyes é instituciones de aquella época, en todas seguramente se encontrarán vestigios de ese predominio esclusivo de la fuerza sobre el destino de las so- ciedades y de los individuos. Mas la civilización en su marcha progresista ha venido des- truyendo uno por uno todos esos usos bárbaros, modificando por consiguiente todos los ramos de la legislación universal y señalando con mas precisión y acierto los deberes y derechos mutuos de los diferentes estados modernos. Como se vé, que- daba ya de hecho abolido el derecho de conquista, pero lo que no lo estaba y no podía estarlo era esa ambición natural ■ mente humana que lo originó, ambición que indujo á los europeos modernos á esclavizar africanos. Puesto que en las leyes de la guerra moderna, la acepciou de la palabra prisio- neros, es del todo distinta de la de las guerras antiguas y puesto que ya na podían los esclavócratas del silglo XIX invo- car derecho alguno, se vieron forzados á inventar pretestos que en cierto modo justificasen sus acciones. Y en efecto hallaron lo que tanta fáltales hacia. Escudados en los santos nombres de la religión y del progreso, ejerci- taron su actividad en la ejecución de un acto verdaderamente íilantrópico introduciendo en las incultas tribus de África esas ponderadas luces de la civilización europea, adquiridas gra- cias á los ingentes esfuerzos hechos por la humanidad en su prosecución. Pero detrás de esta aparente filantropía se ocultaba el egoísmo inherente á la naturaleza humana. Como tan importantes servicios y cuantiosos desembolsos exigían una recompensa, esta recompensa la encontraron en los productos del trabajo esclavo, y entonces los esclavócratas de la época moderna declararon que el único medio posible de conseguir sus hermosos designios, era la esclavización perpetua de los africanos. Y no contentos con esto, han elevado á la categoría de institución la esclavatura de vientre; es decir que han declarado esclavos á todos aquellos cuyos padres lo sean en la 'época de su nacimiento. Para que se comprendan mejor los conceptos anteriores y para añadir un grado mas de certidumbre á mis conclusio- nes por medio de documentos cuya autenticidad es incontes- table, se puede citar un párrafo de una cédula real de Fer- nando VII del año 1817, en que refiriéndose á algunas pro- videncias dictadas sobre el asunto de que nos ocupamos, de- cía (o siguiente: —«Esta providencia que no creaba la esclavitud, sino que aprovechaba la que ya existia por la barbarie de los Afri- canos para salvar de la muerte á sus prisioneros y aliviar su triste condición, lejos de ser perjudicial páralos negros de Africa, transportados á América, les proporcionaba no sola- mente el incomparable beneficio de ser instruidos en el conocimiento del Dios verdadero y de la úni«a religión con que este Ser Supremo quiere ser adorado de sus criatu- ras, sino también todas las ventajas que trae consigo la civili zacion sin que por esto se les sujetára en su esclavitud á una vida mas dura que la que traían -siendo libres en su país natal..» ■— 10 — Por fortuna, esta cédula quedó posteriormente anulada por el mismo Rey Fernando, pero los elocuentes términos en que se halla concebida, nos pueden suministrar una idea sufi- cientemente exacta de las puras intenciones de un monarca cristiano y del verdadero espíritu de la servidumbre en el si- glo que cruzamos y que por su ilustración lia merecido el her- moso titulo de siglo de las luces. III Constatada la existencia de los hechos, su orijen y sus diversas formas, debemos entraT inmediatamente á ta disen- sión de los principios. Ante todo es necesario partir de un principio admitido por todos, y que la conciencia tanto individual como univer- sal atestiguan, y este principio fundamental es que el hombre es esencialmente libre y que esta libertad es lo que verda- deramente constituye su personalidad. Ahora bien, sentada esta proposición y antes de pasar á analizar las bases en que apoyan sus acciones los escla vócrátas antiguos y modernos, sepamos desde luego si es lí- cito ó no al indiv*d«o enage nar voluntariamente el libre ejer- cicio de sus derechos personalss; ó en otros términos, si puede un hombre vender licitamente su libertad por su sub- sistencia ó por cualquier otra remuneración que se le dé. Algunos labios escritores, aunque continuamente decla- mando contra la servidumbre, han concedido, «inembargo, este derecho al hombre fundándose en que todos hemos naci- do libres y que como en calidad de táles tenemos dominio abso- luto sobre nuestras facultades, hacemos consiguientemente sao de nuestro «derecho enajenando'es* libertad determina- da ó indeterminadamente. Pero aquellos que se -dejen seducir por esta falsa -argu- meirtaotou no deben olvidar ñor un momento 'que -eA hombre seto posee la facultad de obedecer ó no obedecer á los pre- ceptos de la ley moral y que ante todo debo salvar su libertad 17 — del naufragio de su individualidad ; porque si esta se pierde, si su actividad no puede obrar resueltamente en cumplimien- to de su destino, el hombre ya no es hombre, es un ente inú- til, un animal irracional. Y si esta descensión en la escala de los seres es espontánea, si el que sufre esta degradación lo ha- ce en virtud de voluntad libre é ilustrada por su inteligencia, entonces ese acto es altamente repugnante á los ojos de la ra- zón y no tiene justificación alguna ; porque es preciso tener presente que es de su deber sacrificar su existencia antes que detenerse en la senda de su destino, y es muy claro que el es- clavo encadenando su libertad pierde toda esperanza de per- feccionar su espíritu anhelante de conocimientos. Yo comprendo muy bien que en la constitución actual de la criatura humana, en que su debilidad natural le impele á buscar su subsistencia por todos los medios que están á su al- cance, yo comprendo, pues, que fácilmente prefiera hacerse esclavo á perder su preciosa existencia, prefiera la degrada- ción á la muerte. Pero yo igualmente comprendo que no de- bemos averiguar si puede ó no ejecutar este acto, por que es capaz de ello en virtud de las facultades de que se halla dota- do : lo que si debemos averiguar es si ese acto de debilidad le aparta ó no del cumplimiento de su fin, y esto es lo qae he tratado de demostrar en sentido negativo, no concediendo en ningún caso al hombre el derecho de degradar su naturaleza y declarando con Jubo Simón que, « cualquiera que sea la causa del acto por el cual el individuo disminuye su ser ó altera su fuerza, ese acto es culpable á los ojos de la razón. » Seguramente que estas son máximas muy duras para los que idolatran su vida ; pero son las verdaderas doctrinas mo- rales y nacen directamente de la ley de nuestro destine, de la ley natural. ■ ■» Han habido varios escritores que han refutado las ideas de Montesquieu sobre la indemnización de tos esclavizados y so- bre la cuestión de! peculio ; pero yo, apartándome de averi- guar si el amo ha de arrebatar ó no al esclavo el dinero por— 18 — que este se haya vendido, puesto que seria un robo sumamen- te inmoral si lo ejecutase así: !o único que podré decir es que jamás puede igualar un puñado de oro salido de manos de un ambicioso ó de un avaro, á la pérdida de la mas preciosa fa- cultad que poséemos, puesto que la libertad es el hombre mismo y porque la degradación de un individuo ataca directa- mente el perfeccionamiento social. Se acaba de sentar un principio general que servirá de punto de partida. Se ha demostrado que no es lícito al hom- bre esclavizarse espontáneamente. Veamos ahora si esta li- bertad le puede ser arrebatada por la fuerza y si las causas de esta violencia son suficientes para la justificación del acto. Las naciones y mas particularmente los ciudadanos de las naciones antiguas reducían á esclavitud á los ciudadanos enemigos, fundados en que tenían el derecho de vida ó muer te sobre los vencidos, y para poder á su vez fundar este pretendido derecho de vida ó muerte tuvieron que apelar al derecho que todo hombre tiene de conservar su existencia,*al derecho de legitima defensa, en una palabra. Mas al hacer se- mejante apelación no reflexionaron sin duda en que existe una gran diferencia entre lo que se llama guerra y lo que se lla- ma defensa legitima. La defensa legítima es un acto puramente individual, no es mas que una relación de individuo agredido é individuo agresor; mientras que la guerra tal como debe entenderse y como todos la entendemos actualmente, es la lucha de un ele- mento social contra otro elemento social, es el choque de dos principios que se llaman sociedades. « La guerra, dice Rous- seau, no es una relación de hombre á hombre sino de Estado á Estado, en que los particulares son enemigos accidentales, no como hombres, ni aun como ciudadanos, sino como solda- dos ; no como miembros de la patria, sino como sus defenso- res. » De manera que desde el momento que un individuo no se halla con las armas en la mano, deja de ser soldado para ser ciudadano, pierde su carácter de enemigo para convertirse — 19 — en hombre y recobra de este modo sus deberes y sus derechos como miembro de la humanidad. Y aunque se pasase por alto la diferencia indicada, aun- que se considerase la guerra como la lucha de todos los indi- viduos de un pueblo contra todos los individuos de otro, aun asi no tendría valor alguno la aplicación hecha por los escla- vistas antiguos. Todo hombre tiene por la ley natural el deber de conser- var su cuerpo para ponerse en camino de alcanzar su fin, y por consiguiente tiene también el derecho y mas que derecho, el deber de castigar con la muerte á un asesino que lo ataca injustamente, siempre que una necesidad apremiante le obli- gue á ello. Pero si esta necesidad no es estrema, si le es po- sible desembarazarse de su agresor sin matarle, entonces ya no puede hacerlo sin ser culpable y convertirse en asesino á su turno. He aquí esplicados los límites y alcance de la legitima de- fensa. Apliquémoslos al caso dado. Desde que los guerreros antiguos teníanla posibilidad de desembarazarse de sus enemi- gos desarmándolos y convirtiéndolos en prisioneros de guer- ra, ya no podían alegar ningún derecho sobre la vida de los vencidos y perdiendo este derecho, perdían el de esclavizar, lo que vieno á echar por tierra el famoso derecho de conquista basado como se sabe, en las dos proposiciones que acabo de examinar. Rechazados los fundamentos del derecho de esclavitud antiguo por su ilegalidad y antes de penetrar mas adelante en el análisis del derecho, apartaré de mi camino un sofisma que si ahora se pasa por alto, tal vez mas tarde sea un obstáculo para la claridad de la discusión. AI ampararse los esclavistas modernos de la civilización para encubrir sus fines, han dado por sentada una proposición que á primera vista parece verdadera ; pero que si se la exa • mina detenidamente, su falsedad se manifiesta con toda evidencia.Los esclavócratas sostienen que para introducir las luces déla civilización entre los incultos etiopes, es necesario dis- minuir su número, por cuanto los negros, en el estado de sal- vaje ignorancia en que se hallan no representan otra cosa que un poderoso elemento reaccionario contra todo conocimiento, contra toda señal de progreso; de suerte que disminuyendo esta pretendida fuerza de repulsión se aumentan en propor- ción las probabilidades de mejorar la condición de esa raza proscripta. Por mas vivos que sean los colores con que se nos pinte la barbarie en que viven los naturales del Gongo ó Mozambi- que, yo no puedo concebir que el hombre llegue á un estado tal de embrutecimiento ó degradación en que sea incapaz de perfeccionamiento, siendo el progreso, como loes, la ley del espíritu humano. Á menos que se pretenda levantar en alto el pendón de esa absurda doctrina de la superioridad de razas; á menos que se quiera destruir de un solo golpe la unidad de la especie humana, yo no comprendo como un hombre africa- no sea de diferente naturaleza, ó por lo menos posea menor número de facultades que el individuo americano ó europeo que lo reduce á esclavitud. Y si todos los miembros que componen la humanidad son hombres con iguales facultades mas ó menos desarrolladas: ¿ porqué, pues, se establece una escepcion en perjuicio de esa porción del gran conjunto? por- qué razón los que han tenido la fortuna de nacer en América ó Europa han de tener mas derechos á los beneficios del pro- greso que los que han visto la luz en Africa? ¿Seria acaso porque la configuración del terreno ó la situación geográfica del continente africano impiden-que penetren en aquel bosque umbrío los luminosos rayos del "siglo XIX?—Yo no lo creo por mi parte; analizemos sinembargo y pidamos consejo á la esperiencia para juzgar oOn razón. Principiemos por él Norte y se nos presentarán las cultas colonias de Argelia con todos los ragos de la civilización fran- cesa. Si nos dirijimos un poco mas al este, no solamente no veremos pueblos salvajes, sino que encontraremos monumen- tos cuya antigüedad es fabulosa y que atestiguan con su mag- nificencia que allí ha existido la cuna de las ciencias y de las artes y nos dicen claramente que allí se hallaba situado el gran reino de Sesostris con su pompa y sus riquezas. Des- cendamos rápidamente por el mapa, dejemos á un lado las florecientes poblaciones de Zenegambia y detengámonos defini- tivamente en la rica y poderosa colonia del Cabo y echando des- de allí nna ojeada por lodo el continente, podremos con orgu- llo desmentir á los adversarios de la abolición en este punto, declarando fundados en los hechos, que tanto la historia anti- gua como la moderna y contemporánea nos demuestran que la civilización puede existir y realmente existe, y ha existido en el Norte, Centro y Sud de Africa. Y declarado esto, solo resta decir que los individuos negros que tienen por patria el vasto territorio de que actualmente me ocupo, lejos de ser, como se pretende, un elemento reac- cionario contra su propio perfeccionamiento son mas bien un elemento activo en su favor; como igualmente es innegable que el negro se civiliza gradualmente aunque esto parezca difí- cil y mas que difícil, penoso, para aquellos que intenten acome- ter una empresa tan árdua. La verdadera cuestión esclavatura, la cuestión del dere- cho social se nos presenta, en seguida. Averiguar si, en vista de los grandes beneficios que los descendientes de esclavos pu- dieron reportar con la transplantacion de estos, es licito ó no á una parte de la humanidad llamada América esclavizar á otra parte de la misma humanidad denominada Africa. Como medio mas fácil para la resolución de esta importante cuestión por medio del análisis, es necesario saber donde son efectiva- mente mas civilizados los esclavos: si en los ingenios de azú- car del Brasil ó en las incultas playas de Guinea ó Malabar Definamos primeramente el verdadero sentido del tér- mino civilización con respecto al hombre. Por esta palabra yo— 22 — entiendo el desarrollo armónico y no interrumpido de las facultades físicas y morales que constituyen la trinidad huma- na,sin que ninguna de ellas pueda prevalecer sobre las demás, porque esa civilización, ese perfeccionamiento seria ya incom- pleto. Pues bien, si se comparan los dos estados diferentes en que queremos suponer al africano, resultará que si bien en Africa sus facultades físicas se desenvuelven estraordinaria- mente, en cambio su inteligencia se desarrolla mas en América á causa de la atmósfera de civilización que le rod a. En una parte está el negro bajo el dominio de un amo y sugeto á un trabajo forzado, mientras que en la otra se halla sujeto á una dependencia peer, á la dependencia en que su ignorancia le pone de los elementos esteraos que continuamente amenazan su débil existencia. Esto es lo que dicen los apologistas de la esclavatura y lo que hasta cierto punto nos demuestra la es- periencia; de manera que podemos decir que el esclavo en América es mas libre en potencia y no en ejercicio; que es capaz, pero que no puede ejercitar sus conocimientos, y esta civilización, esta libertad es tan imperfecta como la que posee en Africa, con la diferencia de que aunque en los Estados Unidos ó en el Brasil está en mejor camino para alcanzar su fin, sinembargo alli es mas penosa su situación, moralmente hablando. En su pais natal el africano no conoce, es verdad, todos los goces que proporciona una civilización avanzada: mas el tado de ignorancia y barbarie en que se encuentra, le impiden conocer también que es libre y que para ser mas libre necesi- ta ser mas ilustrado, como igualmente le impiden concebir otro estado distinto de aquel.en que pasa su vida. En Amé- rica es diferente. Los mismos trabajos que continuamente ejecuta y el roce constante de esa civilización en cuyo seno se alberga, le obligan ¿ adquirir ciertos conocimientos apesar su- yo; mas después de adquiridos esos conocimientos, al querer ejercitar su actividad, siente que la libertad le ha sido arreba- tada violentamente durante su sueño y al despertar de su ig- norancia reconoce que es esclavo, reconoce quj ya no es hombre, y al verse asi degradado recuerda talvez con envidia su estado primitivo. Su situación solo podría ser comparada con la de un ciego á quien se hace recobrar la vista para mante- nerlo en la obscuridad, con plena conciencia de que puede ver la luz y que las densas tinieblas de que se halla rodeado se lo impiden. Y este estado de agonía perpetua de donde proviene ? La contestación me parece que no es dudosa. Es muy eviden- te que la esclavitud es su causa por que ella es la que degrada ese progreso naciente en ellos, condenándolo á un quietismo absoluto, áuna inacción completa. Algunos escritores modernos, muy pocos por fortuna, han descrito con las mas elocuentes frases la civilización de que go- zan los esclavos en los Estados Meridionales de la República de Washington, ponderando las comodidades de su vida y los cuidados de que se hallan rodeados, sin que para nada hagan mención de la moralidad ó inmoralidad de sus costumbres, ni de su instrucción. Pero i que civilización es esa que tanto se admira? ¿que adelantos puiden efectuar esos individuos es- clavizados?—Yo creo firmemente que ademas de que en esas pintorescas descripciones se falsea mucho la verdad de los he- chos, aunque esas comodidades fuesen reales, no pasarían de ser comodidades físicas, no pasaría de ser ese un desarrollo exagerado déla sensibilidad y tal vez de la inteligencia con detrimento de la voluntad, no sería, en una palabra, otra co- sa que un progreso incompleto y enteramente inútil. De aqui yo concluyo que,puesto que la esclavatura impide al semi-salvaje africano el ejercicio délos conocimientos que le proporcionaría su transplantacion á los centros de civilización en calidad de hombre libre, se vé claramente que no es un me- dio necesario de perfeccionamiento, y como la necesidad ab- soluta constituye un derecho, se sigue directamente que do es un medio legítimo de civilización y que se hace uso de un tér-— 24 — mino que de ningún modo puede prestarse á encubrir críme- nes como este. Sigamos adelante I Ai delinear las formas bajo las cuales se ha presentado y se presenta la servidumbre, he atribuido la institución de la esclavatura de vientre á la época moderna, como uno de sus principales medios de esclavización. Es esta una institución tan injustificable, tan contraria á los preceptos de la razón y de la justicia, que tiene muy poco tema para la discusión. No obstante esto, diré algunas palabras para tratar de que aparez- can mas resaltantes sus caracteres. Se trata de averiguar en virtud de que principios, en cum- plimiento de que deberes ó satisfacción de que derechos, se hace esclavo al hijo nacido de padres esclavos. Por mas que se busque, por mucho que se investigue no se encontrará otra base á esta institución que un sofisma cuya ineficacia es evi- dente. El hijo, se dice, sigue la condición de sus padres y como hereda sus derechos y obligaciones debe también here- dar su condición de libertad ó servidumbre. Pero ¿qué luz puede darnos este argumento? Ninguna; porque es contes- tar con la pregunta misma decir que el hijo sigue la condición de sus padres porque hereda su condición. Y si acaso se acepta como principió* este sofisma insostenible, las conse- cuencias son malísimas. En su nombre se podría matar al hijo de un individuo condenado á muerte que se haya escapa- do de su prisión, y en su nombre se podría castigar igualmen- te á una familia entera por un delito cometido por alguno de sus miembros talvez en un momento de demencia ó de furor. ¿ Y puede haber justicia, puede existir algún rastro de legiti- midad en actos semejantes? Yo creo que no, al menos en una época en que la legislación se puede decir que no es mas que una traducción exacta de la ley natural. Estos hechos hubiesen obtenido su aprobación en aquellos tiempos en que se hereda- ba hasta la cuarta generación, á veces, el baldón de una culpa infamante y en que se castigaba en el hijo los delitos cometi- — 23 — dos por el padre ; pero la sociedad actual no puede menos de rechazarlos porque en todas sus leyes prescribe terminante- mente que el castigo de un delito cualquiera principia y ter- mina'con la persona delincuente sin herir los intereses ó la persona de sus descendientes ó allegados. Y sí esto sucede con relación á loe individuos que desco- nocen [as leyes positivas cometiendo- crímenes, con mucha mas razón debe suceder con respecto á la esclavitud que no es otra cosa que una degradación forzosa sufrida por inocen- tes y llevada á efecto por la ambición y la avaricia de algunos traficantes de carne humana que no tienen mas ley de conduc- ta que el interés, ni mas sentimiento que el cálculo. Ademas, la esclavatura dé vientre destruye en sus ter- ribles consecuencias los mas sagrados vínculos de la familia, aumentando de este modo un grado mas á la desmoralización en que pasan su vida los esclavos de los Estados-Unidos y Brasil. Los amos instigan todos los apetitos sensuales del ne- gro para obtener su reproducción y doblar consiguientemente el capital que este representa, de la misma manera que el dueño de un rebaño trata de multiplicarlo con la misma inten- ción de aumentar su fortuna. Esta especulación que se hace basada en las necesidades naturales de su ser racional, dá por resultado una completa prostitución de los lazos mas indisolu- bles y mas tiernas afecciones que unen á los individuos entre sí; porque Jos nombres de padre, madre, hijo, hermano etc. -pierden su valor y su importancia desde que pueden ser pues- tos en los mercados y vendidos á diferentes amos. Se arreba- ta violentamente un hijo á su madre, un esposo á su .esposa sin consultar para nada el consentimiento de estos., y sin consi- derar que este crimen espantoso que se comete con los ne- gros, redunda en perjuicio de los criminales sobre quienes la humanidad hace.recaer todas las maldiciones y todo el despre- cio que naturalmente inspira esa violación flagrante de Jos preceptos di vinos y ese desconocimiento total de los deberesy derechos mutuos de todos los individuos' 'que fouoiao parte déla gran familia universal. ' • No hay, pues, derecho alguno para poder esclavizará los infantes que no tienén otro crimen que el de haber nacido de padres que han sido sacados de sn patria para ir á pasar su tris- te vida bajo el el ignominioso yugn de la servidumbre. Y esto es asi efectivamente, tenemos entóneos el derecho de condenar la esclavitud moderna en nombre dj la moral y de la filosofía y en nombre también de las sencillas y puras má- ximas que nos ha legado el Salvador del Mundo, en nombre de la Religión cristiana, en una palabra. IV. Se ha demostrado que ninguna sociedad tiene derecho para imponer á otra sociedad menos ilustrada y menos fuerte, el sello degradante é infamatorio de la esclavitud. Pero acce- diendo á los deseos de los esclavócratas, supongamos por un instante que el sistema esclavatura sea el único medio posi- ble de civilizar la raza etiope, y fondados en esta falsa hipóte- sis analizemos la cuestión en el terreno puramente- económi- co. Como esa parte de la humanidad denominada Europa ó Amónica no puede en masa, ni por medio de su autoridad eje- cutar este acto, se vé en la obligación forzosa de confiar su cumplimiento á una porción de los numerosos individuos que la constituyen. Admitidos estos precedentes, la cuestión solo se reduce á saber si los gastos de una espedicion negrera cor- responden en su totalidad al máximun del trabajo vitalicio de un esclavo ó en otros términos, si en caso de que hubiese de- recho para esclavizar, esta esclavitud debería ser temporal ó perpetua. Yo estoy firmemente convencido de que si se pretende adjudicar una merecida compensación por sus sacrificios rea- les ó personales á los individuos encargados de la compra de ; esclavos, esa recompensa otorgada debe corresponder en to- do á los méritos hechos para adquirirla. Veamos si sucede es- to en el' caso presente. Todos sabemos muy bien que la condición aine qua non para la legalidad de todo contrato es que haya una perfecta relación de exacta igualdad entre aque- llo que se dá y lo que en cambio se recibe. Pues bien, el con- trato tácito celebrado entre el africano transportado á Améri- ca y el colono que lo adquiere y utiliza, es un contrato per- fectamente ilegitimo y en que la usura, como siempre, acom- paña al mas astuto y al mas fuerte. Por mas alto que se en- cumbre el precio de un negro Hotentote, Cafre ó Mozambique, no.se puede sostener que sea absolutamente necesario el tra- bajo continuo de toda su vi'l.t y á veces la de sus descendientes para compensar á su filantrópico poseedor por los gastos he- chos con el objeto de encadenar el libre ejercicio de sus fa- cultades bajo protesto de civilizarlo y ponerlo en el camino directo de su destino. Si acaso fuese preciso que el esclavo pagase peso por peso no solamente los desembolsos de dine- ro, sino también las fatigas y demás sacrificios personales de su amo, yo sostengo qu ' ni aun asi podría exigírsele mas que algunos años de servidumbre ; porque todos sabemos las grandes riquezas que producen á los colonos americanos, sus inmensos plantíos de algodón y tabaco, ó sus estensos cañaverales de azúcar. Como igualmente la esperiencía nos atestigua que esos capitales acumulados por el sudor del es - clavo, permanecen sepultados en las arcas de sus dueños sin giro alguno, causando de este modo un gravísimo perjuicio al comercio y á la industria y consiguientemente á las conve- niencias de la humanidad entera. De suerte que apoyado en las observaciones anteriores, puedo decir que si se considera la esclavatura como un contrato, este sistema es un robo evi- dente que se hace á los débiles é ignorantes trabajadores afri- canos. Y ya que de economía tratamos y sin pretender por esto volver la cuestión al terreno de los hechos, me permitiré hacer notar dos fenómenos muy importantes en que nadie talvez habrá fijado su atención, pero que á mi parecer son un argu- mento de bastante valor contra los esclavistas. La esperien-— 28 =- cia nos demaestra que el trabajo esclavo es mas caro que el trabajo libre^ y además que él trabajo libre es siempre de me- jor calidad que el trabajo esclavo. Indudablemente que á primera vista parece^que existiese una gran contradicción entre estás proposiciones y las que an- tes se han emitido.; pero esté ilusorio contraste se desvanece al mas ligero soplo de la inteligencia que venga á justificar la verdad que ellas encierran! Al decir qué el trábajo esclavo es mas caro que el trabaje libre, no he hecho mas que tratar de dilucidar uno de esos he- chos convertidos en axiomas por la aceptación general y por la evidencia que respiran. El esclavo representa un capital cuyos interqses percibe el amo como fruto de su trabajo. Aho- ra bien, si á este capital representado por el costo de un ne- gro que actualmente en los E. U. no baja del exhorbitante precio de 2,000 dollars, se añadó los gastos de mantención, vestido etc. y la curación de sus enfermedades, tanto mas fre- cuente cuanto mas se les hace trabajaf, tendremos por resul- tado una suma igual ó mayor que lo que costaría el salario de un trabajador libre. Es necesario juntar ademas el cálculo aprpximativo de la mortalidad de esclavos y los gastos -reque- ridos para la inspección de los trabajos. Supongamos, que de cada cien negros muera uno; esto quiére decir que dis- minuya una partida mas en'los intereses "del capital primiti- vo puesto que desaparece uno de los medios de adquisición sin que en nada se altere la cantidad pagada* por ese esclavo. Es en este sentido que me he espresado al sentar como verda- dera la primera proposición de que' el trabajo libre es mas ba- rato que el trabajó esclavo, por chanto los grandes gastos que se juntan á los duros que cuesta un negro, redundan defini- tivamente éh perjuicio dé los intereses que esos mismos du- ros están llamádos á' producir ál comerciante que ios 4ia em- pleado en uno de esos mercados de'esclávos que desgracia- damente abundan tanto en él Brasil y en los E. U-. Por lo que toca á ta ségunda proposición«emitida -Joon el mismo carácter de innegable que la anterior, hay razones puramente psicológicas que nos obligan á. reconocer su veraci- i'&á.'- He dicho que-el individuo africano transplantado a Amé- rica adqúiere-por 'medio de su trabajo y-por.el roce de ia,c'í- civilizacion cuya atmósfera-respira, hábitos que. le hacen más inteligente, único adelanto que le es? permitido efectuar con menoscabo'del libre ejercicio de sus facultades. Pues bien, esos negros nías inteligentes en América que en Africa, pero mas dueños de sus accSohes-en Africa que en América, como que no reciben desusamos ninguna recompensa por sus in- minentes fatigas y como que se hallan continuamente bajo la inmediata depepdencia del mayordomo, no pueden de nin-* guna manera esmerarse en.sus faenas y solo trabajan insti- gados por el látigo y por que les está impuesta la obligación de concluir sus tareas so peña de que sus miembros sean hor- riblemente despedazados, con esos espantosos tormentos que con tanta elocuencia nos pinta la célebre Señora H. Beecher Stowe en su hermosa Cabaña dst Tio Tom. Si dirigimos una mirada hácia los trabajadores libres ve- remos que como tienen estímulos nobles que les conduzcan dignamente en él cumplimiento de sus deberes, ejecutan sus tareas con mayor perfección que los pobres africanos esclavi- zado?. Al negro no se" le importa que su trabajo sea, mas ó menos imperfecto, puesto que no tiene ningún atractivo que lo estimule; mientras que el blanco obtiene siempre un pre- ció por sus desvelos que no obtiene el esclavo, y como este aumenta ó disminuye según la mayor ó menor perfección con que haya sido ejecutado, es muy claro que se ha de esmerar mas para poder conseguir mayor compensación por sus fae- nas. ' • . \ . . . . " . • ) • ' r . Todas estas ventajas, fundadas en la libertad, que el jor- nalero tiene sobre el trabajador esclavo nos hace;n compren- der con poca dificultad el. porqué solo se confia á los negros la confección de materias primas, y ¿ los trabajadores asala- riados-se abandona su elaboración, con la seguridad de que— 30 — hay en unos nobles impulsos que los inducen á obrar con mas cuidado é inteligencia qne los otros. Y si vamos mas le- jos también, si esas mismas materias primas como son el ta- baco, azúcar, algodón etc. que parecen que no necesitan mu- cho cuidado para su cultivo, estuviesen encargados á otros trabajadores ó á esos mismos negros libres y recompensados debidamente, la confección de esas materias sería entonces mucho mas perfecta y por consiguiente mas valiosa de lo que es en la actualidad, viniendo de ese modo á ser mayores los productos que reportarían los dueños de esclavos. Me parece que las pocas palabras que he vertido son sa- ' ficientes para hacer resaltar dos fenómenos que como he di- cho anteriormente se han convertido en principios desde que se encuentran umversalmente demostrados en la estadística comparativa de todos los países que se llaman civilizados. Ahora, como una prueba palpable de los adelantos que traería la abolición de la esclavatura en los E. U. para la in- dustria, comercio, educación etc. voy á consignar aqui algu- nas frases escritas por Mr. H. Rowan Helper en una obra publicada por él con motivo déla guerra civil que destroza actualmente aquella nación escepcional en todo. « ¡ Blancos qtte no tenéis esclavos! dice el elocuente escri- « tor, mirad bien por vuestros intereses ! muchos de voso- « tros tenéis tierras, hablando comparativamente no tenéis « hada mas. Abotid la esclavitud, y las vuestras y de vuestros « vecinos subirán de 3 á 36 ps. por acre. Vuestra pequeña po- < sesión de doscientos acres que actualmente vale la misera- « ble suma de seiscientos pesos, valdrá entonces siete mil. Vues-- « tros hijos, ahora privados hasta de las efímeras ventajas de « las escuelas comunes, entonces gozarán de los beneficios de « una educación de colejio. Vuestros ríos y arroyuelos cuyas « agua s se deslizan con pereza se convertirán entonces en la raen- « te de numerosos molinos. Vuestras bahías y puertos, actual- « mente desconocidos al comercio se verán cubiertos dé ná- * vios de todos los puertos civilizados del «lobo. Blancos que « no tenéis esclavos! mirad bien por vuestros intereses. » _■ Podría añadir á estos bellos conceptos muchos otros, pe- ro estos son suficientes para demostrar que la esclavatura no conviene á la humanidad, pruebas que están basadas en mi- nuciosas demostraciones del mismo Heper y de otros. De suer- teque lo único que puedo hacer es repetir con Mr , de Molinari c que la esclavatura es dañosa á mas de ser ilegitima, y que la Economía Política se une á la Filosofía y á la moral para con- denaría. » V. Aun no está terminado el estudio de la cuestión escla vatura No basta examinarla en las diversas faces en que ha- mos ido siguiendo á sus sostenedores. Todavía para concluir- falta estudiarla en sus efectos tanto en las leyes como en las costumbres, tanto en la sociedad doméstica como en la socie- dad política, y para que esto sea mas fácil y mas claro al mis- mo tiempo, es menester hacer este último análixis con refe- rencia á algún país en que resalten mas, <íé un país libre é in- dependiente, á los Estados-Unidos, por ejemplo. - Tocquevilje dice que «la ley puede abolir la servidumbre, pero solo Dios puede hacer desaparecer sus señales. » Esto es desgraciadamente muy cierto, porque la institución de la escla- vatura ha elevado una barrera impenetrable .entre los blancos y los negros, ya sean esclavos ó libres, y esta barrera se for- talece mas á medida que se avanza hacia las poblaciones mas setentrionales, y es una cosa verdederamente admirable que aquellos estados en que se halla completamente abolida la ser- vidumbre y en que todo parece que respira igualdad y frater nidad, haya sinembargo esa aristocracia de color que descon- suela, aristocracia que se traduce en las leyes, en la sociedad, en la familia, en todo. Tan cierto es que en alguas partes las instituciones acatan y legalizan esta contradicción, qué.uno de los estados mas Ubres, en Massachusetts, existe hace mucho tiempo una ley vijente en que se determina que « todo roa-— 32 f-p trimonio entre una persona blanca y ud negro, indio ó mulato, si se ha celebrado en el estado, será absolutamente nulo, sin , ningún decreto de divorcio ú otros procedimientos legales». A semejanza de Massachusetts, algunos estados se han espre- sado en el mismo sentido, aunque no con. tanta .severidad; pe- ro otros no se han conformado con esta ley y la han rechaza- do, no queriendo manchar sus Estatutos que respiran libertad y democracia con un baldón como este; y han hecho mucho mas, pues que no contentándose con no aceptar estas proposi- ciones, han emitido leyes contrarias y haciendo apelación á los sagrados derechos de la humanidad han declarado á los ne- gros y mulatos con iguales derechos que á los blancos» Mas esta nivelación de' gerarquia autorizada y -ordenada por las leyes fué desconocida por la opinión publica y esa . barrera antes apenas notada se ha hecho cada-vez mas peca ceptible y actualmente apesar de todo, la opinión pública declara infame á todo aquel blanco que se una á una negra y viceversa. Se ve de'este modo la gran inmoralidad que introduce ia esclavatura -eri las costumbres que son la base de toda sociedad; como también se ve que esa desmoralización es mayor mientras mas libres son los Estados. Finalmente podemos afirmar con seguridad que la servidumbre ha de- gradado altamente la raza africana, y ha hecho germinar ade- . mas odios eternos, para cuya estincion de nada sirven los decretos, de nada sirven las ley es, porque están por decirlo asi, encarnados en esas sociedades y porque nacen de su natu- raleza. " rT i . . .■. ' Si de los Estados-del Norte pasamos á los del Sud, vere- mos que á mas de ta completa desmoralización de los esclavos, la esclavatura influye estraordinariamente sobre la constitu- ción moral de los amos, y déla sociedad por consiguieota. Acostumbrados estos á presenciar continuamente la inmora- lidad que ya hemos notado en las familias .esclavas, acos- tumbrados también á un mando absoluto yá una. obediencia ciega, «sos poseedores de negros, esos mercaderes de carne humana dcsm'oralizan sus propias familias, crian á sus hijos sin instrucción alguna y con ideas de perpetuo mando, fer- mentando de esta manera en sus descendientes y en si mis- mos una semilla de absolutismo y de desorden que está muy distante de acomodarse al sistema de gobierno que rijelos destinos de aquellos Estados. Siguiendo este camino me seria fácil enumerar una multitud de fenómenos producidos por el sistema que analizamos tanto en el comercio, como en la educación, etc. pero después de Helpery Tocqueville, muy pocas dudas quedan á este respecto. Ahora, puesto que la esclavatura es un obstáculo que detiene á la civilización en su carrera y vistos los funestos resultados que su aceptación ha traído á la sociedad Norte Americana, se puede concluir que es casi imposible que subsista una institución de esta naturale- za en una nación tan libre como es esa, lo mismo que no po- dría subsistir mucho tiempo una monarquía en aquel foco inmenso de principios democráticos. En 1819, un célebre senador al Congreso Americano considerando lo desventajoso que era la esclavatura para los E. U. dirigía á los sostenedores del sistema un brillante discurso. y c Autorizando la esclavitud, les decía, preparáis ia ruina de vuestro estenso territorio, convertís su fuerza acumulada en una debilidad positiva ; alimentáis un cáncer en vuestro pocho; ponéis una víbora en vuestro seno; colocáis un buitre en vuestro corazón; que digo!.,., afiláis la dagá y la ponéis en manos de una parte de vuestra población, estimulada á usar de ella por todos los impulsos, divinos y humanos. > Este vaticinio de James Tulimadgo se ha verificado 41 año mas tarde y actualmente estamos presenciando un terrible combate motivado en gran parte por la esclavatura. ¡Quiera Dios que esta guerra civil sirva de ejemplo y que entre sus re- sultados traiga la rehabilitación de la raza africana ! Mas ya que hemos hablado de pueblos libres, ya que nos hemos referido á países democráticos, echemos una rápida— 3-4 — ojeada sobre rWftenüb lira/ Su í Americana/en- general, y- eebre la República Arjentiji» en particular. Cuando-la América entera cansada dte la dominación es- partóla y sintiéndose capaz de gobernarse por sf sote,, se levan- tó como un solo hom* re para sacudir etyugo que ta oprimía y convertirse de cojonias que habían sttio en naciones inde- pendientes, al" mismo tiempo que esto sucedía se mvantó un 'segundo clamor y ese fu,é el'(te la abolición de la esclavitud, y la libertad de los negros ; porque todos esos campeones de la nbertodé indiepejidencia de. su patria, comprendieron que.no- serian verdaderamete independientes, que no alcanzarían ja-' más una.civilización completa man teniendo, esa institución, tan peao conforme con sus principios políticos y sus propios inte- reses-. Cuando htibo desaparecido todo rastro de coloniaje del mundo americano, cada una do las naciones libertadas con- signó la igualdad en todas sus instituciones. Ahora bien, la República Arjentina como todas ellas, trató do hacerlo así, y cuando después de coulinuas y encarnizadas luchas y después de-SW* artos dv horrible tiranía, se redactó en la Consti- tución Nacional, en uno de sus primeros párrafos, en su artí- culo- 4 5" declaró que nohabia ya esclavos en nuestro territorio y-f/ue t-otiif individuo que siéitdolfi pisara ta tierra arj&nli- na. quedalm- de hecho libre. \ Cuan glorioso es para una nación hacer-una declaración semejante en sus códigos ! Ma» esto no fué'solamente un articulo Constitucional sino tjue-ftié un código social plenamente ajitorizado por la. opi- nión pública quien puso á los_n_egros y mulatos ai mismjp ni- vel de los- Mancos y desde entonces se negó á admitir otra aristocracia que la d& te- inteligencia, bella aristocracia que siembra^ de floresel' sendero del-progreso y que dá la felicidad á los pueblos. Existe-un fenómeno que viene á ser la compro- bación de que-la-opinión pública admitió en su seno á los hi- jos-desgraciados del'continente africano, y-este- hecho es que apesar de-que la-Constitución- ofrecía la remtHieraciotrde los es- — 3o — clavos manumitidos, sinembargo no hubo un solo habitante de la República que-presentase ri elamos al gobierno sobr e el Co- to de sus negros. Todo lo dicho en esta última parte de mi trabajo demues- tra dos cosas:—if que la República Arjentina no obstan- te las guerras fratricidas que por tanto tiempo han despe- dazado sus entrañas, ha conservado siempre esa hermosa tendencia á la fraternidad y no ha perdido su carácter liberal tanto tn sus instituciones como en sus costumbres; y 2 p que una ley no puede ser aceptada y aceptable sino cuando se ha- lla en perfecta armonía con los hábitos de los que deben obe- decerla y cuando se acomoda á la civilización de la época en que debe tener vigencia. Ahora, puesto que hemos concluido, reasumamos. Creo haber demostrado por medio de un análisis sencillo y breve que la esclavatura es ilegítima tanto en las consideraciones ge- nerales y preliminares, como en los puntos de vista particu- lares de que me he ocupado en este trabajo, y creo haber de- mostrado ademas que es inconveniente y que la influencia mo- ral que ejerce sobre las costumbres y las leyes de los pueblos en que se halla admitida como institución, es malísimá;porque importa nada menos que la ruina de esos mismos países. De estas conclusiones particulares he sacado una conclusión ge- neral condenando la esclavatnra como un ataque directo á la moralidad, á los derechos, y aun á los intereses materiales de toda la humanidad. Buenos Aires, Diciembre I ? 4863. Adolfo Rawso.n. V.* B.* M. Villegas. Debe publicarse, M Villegas.