38 EL PROTESTANTISMO. § ■ •mi- Diálogo entre an párroco j no soldado recientemente licenciado. BUENOS AIRES. Imprenta de HATO, Calle de Belgrano H. 107. 1860. --~g3t tS!l- EL PROTESTANTISMO. ] ÁLOGO ENTRE UN PARROCO Y UN SOLDADO RECIENTEMENTE LICENCIADO. BUENOS ACRES. imprenta de Mayo, calle del Poní N.° 170. 18S9.L EL PROTESTANTISMO. Diálogo eou un Párroco y üh soldado RECIENTE- MENTE LICENCIADO. r_ k Señor Párroco—Mucho inc alegro de verte restituido ú tu hogar? h¡iy en él alguna novedad porque me parece que tu semblante no es muy alegre. Federico—Muchas gracias, señor Cura, por su bondad. Todos están buenos en casa, gra- das a Dios, muy servidores de V. Yo soy el úni- co que no estoy muy bueno, no digo de cuerpo, porque mi esterior me desmentiría, sino de al- ma, como V. me lo ha conocido de la cora. P.—Espítate, Federico, pues ya sabes quede males de alma los curas somos los médicos. F.—Eso es lo que me ha obligado á venir V. Ya sabe Y. mejor que yo los muchos desati- nos que, por necesidad, tiene que oir el que va por el mundo de nuestros dins. Es tanto loma que se habla de la religión católico yde sus mi*núta»; se hacen, íi lo qne |»areet», tantos es- meraos para destruirla y poner etl su lugar e-i Protestantismo; se prodigan tantos elogios á este, yes tanto lo que se ponderal! los ventajas «pje proporciona á las naciones qne lo adoptan, atri- buyendo eschisivamente á él los progresos de ta industria, comercio y marina, que han elevad»» la Inglaterra á ser la primera nación del mundo, mientras que nosotros ios americanos, empeñado* siempre en ser católicos, no hacemos masque languidecer y acabar do perdernos. Se pinta con tan vivos colores, qoe no hay mas medio que adoptar el Protestantismo para sacar nucs- 1ra pobre America del estado do postración en que se halla, etc., etc., etc., que da horror por una parte, y por otra es una terribilísima ten- tación. P. — Mucha razón (i.-'nes en lo que dices. Pro- sigue. F.—Por otra parle, ya sabe V., señor cura, que sé leer, y asi en muchos periódicos, folletos y hojas volantes he leído tantas cosas y tan es- candalosas, que casi es un milagro si no pre- variqué. P.—Esplicate, pues. .—Nada deseo, ni necesito tanto como espli- curnie. ¡Si V. supiera cuánto tiempo hace que es- toy deseando tener una larga conferencia con V. que fué quien me bautizó y quien me hizo co- nocer á Dios!----Soy católico, como V. y mis padres me enseñaron, quiero continuar en ser- lo; pero quisiera que disipase V. un nublado de dudas que no me dejan sosegar y que tienen en- ferma mi pobre alma. Quisiera que me esplica- se V. primeramente, qué es eso de Protestan- tismo, cuál es su origen, su naturaleza y doc- trinas; que me hablase de los primeros funda- dores del Protestantismo, que me ponderaron como unos hombres muy grandes; de como so estableció, cuáles fueron sus primeros propaga- dores, y si es verdad que en todos los paises pro- testantes se goza de tan perfecta libertad, y pros- pera lodo tanto, como dicen; quisiera en fin llegar al conocimiento de esas cosas cu cuanto soy ca- paz y quitar de sobre mí alma este peso que me agobia. P.—Pobre Federico, la razón te sobra para tener el alma enferma; pero no te espantes: ten buen ánimo. Ya verás como, con la ayuda de Dios, todas tus dudas se disiparán como el humo. Espero que se te presentará clara la luz de la verdad, y respirará tu alma oprimida. Dema-— 6 — siado sé lo que (ticen tantos tiesa tinados, y lo que han escrito algunos periódicos en los que, mas que Lutcro, parecía hablar el mismo Satanás. ¡Qué compasión tengo á la pobrecita gente sen- cilla, y que, como tú, no tienen mucha instruc- ción! Un grande favor rae haces en proporcio- narme ocasión de confundir á todos esos char- latanes insensatos, y es la mas benigna califica- ción que puede aplicárseles, los cuales quisieran regalar á su patria la anarquía religiosa, como si no le bastasen las divisiones políticas y los infi- nitos males que la aquejan. Pero no es posible hablar de todo en un solo día: hoy hablaremos únicamente del Protestantismo, y verás cuánto tengo que decirte sobre él; lo demás lo guar- daremos para otro dia; pregunta todo lo que gustes. I. F.—Gracias, señor Cura; no esperaba menos de su mucha caridad de V. Mucho me place que no tratemos hoy de la Iglesia católica, dejando para otro dia este tan importante asunto, por- que, como V. dice muy bien, tendrémos muy de sobras con el Protestantismo. Sentémonos pues. y sírvase V. decirme ¿qué quiere decir Protes- tantismo? P-—Protestantismo quiere decir rebeldía de todas las sectas modernas de herejes contra la Iglesia católica, que es la única fundada por Jesucristo; ó lo que es igual, rebeldía de los hom- bres orgullosos contra Jesucristo, fundador de la misma Iglesia. —¿Quién fué el primero que dió origen á es- ta rebeldía? P-—Un fraile apostata Alemán, llamado Mar- tin Lutero. que se llenó de ira porque el Pa pa León X concedió á los religiosos de santo Do- mingo, y no á Ja Orden de Lutero, la publica- ción de las indulgencias que habia concedido á los que contribuyesen para los gastos de la edifi- cación del templo de San Pedro de Roma; bien que su corazón orgulloso parecía no buscar mas que un pretesto para romper con la Iglesia y ha- cerse un nombre tristemente famoso. F.—¿En qué tiempo sucedió esto? P.—Hácia el año de 1517, es decir á prin- cipios del siglo XVI, reinando en España el Em- perador Carlos V. F.—?En qué manera pasó? P.—De esta manera: el Papa León, cabe-— 8 — za visible de la Iglesia, condeno las doctrinas que Lulero predicaba contra las indulgencias y otros artículos de nuestra té. Enfurecióse con esto Lulero, y auxiliado por algunos perversos cantaradas, y protegido por Federico, Elector de Sujonia, se declaró en abierta rebelión, y con sus furibundios discursos arrastró consigo una por- ción de gente. Asi comenzó el Protestantismo, que anunciándose con los falsos nombres de Evangelio puro y de Reforma, logró en poco tiem- po trastornar á todo Europa. ¥.—Pues á mi me han dicho que la causa del Protestantismo fueron los grandes abusos que por entonces se habían introducido en la Igle- sia. p.—No por cierto: pues si bien es verdad que efectivamente, desde mucho tiempo habia, y en varias partes se habían introducido grandes abusos, tanto en el clero secular como en el re- gular; no es menos cierto que la Iglesia los ha- bía logrado cstirpar muchos y disminuir otros, y que cada dia se iba perfeccionando mas y mas la reforma de las costumbres y de la disciplina, cuando se levantaron aquellos hombres rebel- des contra la Iglesia. Por consiguiente, no fue- ron los abusos la causa, sino el protesto deque se valió la rebeldía de los herejes. A mas de que ¿es modo de reformar el rebelarse contra la Igle- sia de Dios, destruir los fundamentos de la fé- y poner la levadura que debia corromper las buenas costumbres? Fm—Hubo por entonces algunos mas que Lu- tero? P.—Hubo tres principalmente que siguie- ron su mal ejemplo, y fueron: en Suiza Zwin- glio, sacerdote y cura apóstata; en Francia Cal- vino, hombre tan famoso por sus liviandades, que hay motivos fundados para creer que fu»; marcado por olios en la espalda con un hierro candente; y en Inglaterra el rey Enrique VIII, que se rebeló porque el Papa no le consintió di- vorciarse de su legitima esposa Da. Catalina, pa- ra casarse con Ana Bolena. Tales son los cori- feos del Protestantismo; hombres que, al decir de uno mismo de los suyos, merecían todos el grillete. U. F.—Conozco ya el origen y los auloresdel Pro- testantismo; ¿me sabrá V. decir ahora en quii consiste el Protestantismo?— 10 — P. —Consiste en la plena y absoluta inde- pendencia de la razón de cada cual para cmer y obrar lo que mas le acomoda en materias reli- giosas y de fé: ó en otros términos, en la liber- tad de examen. F.—¿Y qué es lo que los Protestantes piensan examinar con esta libertad? P.—La Biblia, ó sea la colección de libros sagrados, que llamamos sagradas Escrituras, y comprenden el Viejo y Nuevo Testamento, F.—Con qué, es decir, que la regla de fépara los Protestantes es la santa Biblia? P.—Asi lo dicen ellos; pero cada cual la in- terpreta como le acomoda, ó mejor, como á él le parece interpretarla, porque como han con- fesado algunos protestantes convertidos, lo que verdaderamente hacen, es esforzarse en hallar allí los errores que desde niños les enseñaron los ministros. F.—¿Pueden saber de cierto los Protestantes de qué libros se compone la Biblia, si han sido inspirados por Dios, y si los conocemos tales co-« mo fueron escritos en su principio? P.—No: ni lo saben, ni con su sistema es }>osible que Jo sepan; puesjd desechar la autori- dad de la Iglesia, única que sabe (odas ee¡a* co- — II — saspor revelación del mismo Jesucristo, dese- chan el medio único de saberlas ellos. V-—Pero, por mas que estén separados de la Iglesia, ¿qué inconveniente hay en que las sepan por ella? Pues, al fin y al cabo, ¿no han recibi- do ellos también de la Iglesia las sagradas Es- crituras? P.—Sí: pero como ellos entienden que la Iglesia puede errar en materias de fé, y aun lle- van su temeridad hasta acusarla de haber efecti- vamente errado en muchos puntos, están inca- pacitados de saber si la Iglesia se ha equivocado ó no en lo que toca á este punto de ios Libros sagrados, y si ha tomado por palabra de Dios lo que no era mas que invención de los hombres. Y que esto sea asi, lo responden los hechos mis- mos de los Protestantes, pues ya Lutero dese- chaba como falsos y apócrifos nada menos que siete libros enteros del Viejo Testamento y otros tantos del Nuevo; Zwinglo y Calvino, con sus respectivos sectarios, aunque reconocen como divinos todos los libros del Nuevo Testamento, desechan sin embargo siete del Viejo, que han sido declarados divinos por la Iglesia. F.—Alo menos ¿no podrían los Protestantes, averiguar, con el auxilio de la critica, qué libro*— ti! — son divinos y cuáles no son: al modo que se distingue con certidumbre entre los libros pro- fanos, cuáles son de un autor y cuáles de otro? P.— Está tan lejos de ser así, que precisa- mente por creer muebos protestantes que ningu- na critica del mundo es bastante para llegar á conocer con seguridad los Libros divinos, ha si- do lo que principalmente les ha movido á tener- los todos por falsos y apócrifos, y á excluir del canon ó suma de los Libros sagrados á cási todos los de uno y otro Testamento, como son el Pen- tateuco de Moisés, el libro de Josué, el de Job, la profecía de Daniel, f otros semejantes; así co- mo otros también han desechado el Evangelio de san Juan; otros el de san Mateo, san Mar - cos y san Lucas; y otros, en lin, las Cartas de san Pablo y de los demás apóstoles, como lo han hecho los racionalistas, eslo es, los protestantes que no pertenecen á ninguna secta determinada, sino que campean cada cual según su antojo. F.—Siendo asi, los Protestantes no pueden te- ner ninguna fé. P.—Asi es puntualmente: nn pueden tener- la por dos razones: la primera, porque no sa- ben con certeza ni cuáles son los verdaderos li- bros de lu Biblia, ni si son divinos; y la legan- — 13 — t\ü, porque tampoco pueden asegurarse jamás éei verdadero sentido de la Biblia, según la mente de Dios que la inspiré; pues este sentido, que no es posible sea mas de uno, por ser la Bi- blia la escritura de la verdad, y no poder la ver- dad ser mas de una, los Protestantes la interpre- tan cada cual según su antojo, en términos que muchas veces unos dan á la Biblia un sentido diverso y aun contrario dei que le dan otros. F. — ¿Que ciase de libro es la biblia que no puede uno leerla y entenderla sin maestro? Cuan- do uno escribe un libro v. g. El arte dei tintorero cualquiera que entienda los términos entenderá lo que quiso decir el autor, pero según veo Dios noacertó á hablar tan claro como los hombreo. P. La biblia es un libro moral y las verdades morales no son capaces de tal grado de demos- tración romo las fisicas. Maestras leyes (que esta es la verdader* comparación y no el arle del tintorero) están escritas con el grado mayor de claridad posible y no por eso dejan de ocur- rir cada dia centenares de dudas sobre su verda- dero sentido. Ahora figúrale tu que cada liti- gante tuviera facultad para entenderlas á su modo y que no hubiera tribunales que declara- sen el verdadero sentido de esas leyes y dime— 14 — ¿para que servirán ollas? F.—Entonces, ¿á qué viene ese empeño que tienen en repartir Biblias a Jos Católicos? P.—Esta os una de las muchas añagazas de que se valen los Protestantes para embaucará Ja gente sencilla. Como saben la fé que pro- fesan los Católicos á las sagradas Escrituras, les dan Biblias truncadas ó alteradas allá á su manera, del propio modo que se dan juguetes á los niños para entretenerlos y engañarlos. F.—De manera, señor Cura, que abrazar el Protestantismo es tanto como perder Ja fé? P.—Asi es justamente; hacerse protestante no es mas ni menos que renegar de Ja religión cris- tiana y negar la fé en Ja verdadera doctrina de Jesucristo, de los Apóstoles y do ta Iglesia. 111. F.—Dígame V, ahora, ¿cuál es la doctrina del Protestantismo? P.—Sino es imposible, rs por lo menos muy difícil responderte á esta pregunta, pues la esencia del Protestantismo consiste en cambiar de doctrina todos los dios, sin saber jamás hoy ia queb-ndrá mañana, j cada cual de Jos secta- rios profesa una propia suya, diferente de la de sus mismos correligionarios? F.—De qué proviene esta variedad é incons- tancia? P.—De Ja naturaleza misma del Protestan- tismo; pues consistiendo este en la libertad de exdmen, ó sea no depender nadie de autoridad alguna; cada cual de los Protestantes saca de su Biblia su fé, su doctrina y su religión particular, sin que nadie tenga derecho de impedírselo. F.—¿Cómo puede seroso, estando conformes todos los Protestantes en] tener la Biblia como regla común de fé? P.—Muy fácilmente; porque como cada pro- testante se cree con plena libertad de inter- pretar la Biblia, según le acomode, y de hacer- le decir Jo que á éJ se Je antoja; la sagrada Es- critura en manos de los Protestantes viene á ser como un eco, al cual cada uno hace responder ó repetir lo que le agrada. F.—Pero, señor, me decian que los Protes- tantes tenían sus confesiones ó símbolos de fé común. P.— En efecto Jas tienen, y en almndancia por cierto, como la confesión de Ausburgo, la confesión Helvética, la confesión Galicana, la— Iti — confesión Anglicana compuesta de treinta y nar- re artículos, la confesión de Ginebra, etc., etc. Pero esto mismo confirma cuanto llevamos di- cho. F.—Sírvase V. esplicarse con mas daridad. P.—Lo haré, Federico, con mucho gusto. Cada una de estas confesiones es diferente d<* las demás, y tan diferente, que ei que profes¡< una pertenece de hecho a diversa secta de la qur otro profesa. Y no tan solo son diversas en 1 re sí las sectas, sino que á veces son contrarias hasta el estremo de anatematizarse, esto es, de- eseomulgarse unas á otras, á pesar de que todas, según dicen los Protestantes, tienen como regla común de fé la misma Biblia, y todas presumen ser la verdadera expresión de las verdades con- tenidas en ella. Todos los fabricantes de confe- siones ó símbolos han hecho hablar la Biblia á su manera, y cada cual quiere tener razón él solo. F.—Pero al menos cada protestante estará obligado en conciencia á seguir la profesión de fé de su secta respectiva? P.—Te equivocas; porque todo protestante, en virtud de la libertad de exámen, puede for- marse con la lüblin en la mano otros artículos diversos, y aun contrarios de los contenidos iti la profesión de su secta, sin que nadie pueda obligarle á profesar un determinado símbolo de fé, sin conculcar la tan decantada libertad de examen. F.—Pues entonces, ¿de qué manera se han podido formar estos símbolos ó confesiones? P.—Contradiciendo absurdamente en la prác- tica el principio fundamental del Protestantis- mo. Porque, si todo protestante, en calidad de tal, no solamente puede, sino que debe for- marse con la Biblia todos y cada uno de los ar- tículos de su fé; y si puede hacerlo con entera independencia de toda autoridad, claro es que, sin manifiesta contradicción, no puede admitir ninguna confesión de fé que sea obligatoria, Y esta razón cabalmente es la que ha movido a muchas sectas á abolir entre ellas todas estas confesiones de fé, como contrarias al espíritu del Protestantismo. F.—Ks decir que en el Protestantismo no po- dría hallarse jamás aquella unidad defé que tan- to recomiendan en la misma Biblia Jesucristo y sus Apóstoles? P.—Eslií claro que no: la unidad es imposi- ble donde cada cual es dueño de creer loque W— 18 — acomoda. Y esto es en tanto grado verdad, que al hablar de las sectas y de los individuos pro- testantes uno de sus mismos escritores modernos los compara á los pájaros, comenzando desde el buho, amigo de las tinieblas, hasta el águila, amiga del sol. "Todos estos pájaros, dice, pre- sumiendo anidar en el gran árbol de la Biblia, "graznan á su antojo, cual de una manera, cual "de otra, formando una verdadera música in- fernal: uno grita que tal cosa es blanca, y el "de mas allá dice de la misma, que es negra; "otro jura que es encarnada, y el vecino perjura "que es verde. Y ¡cosa admirable! todos loha- Mcen con la Biblia en la mano," F.—¡Es posible eso! P.—No solo es posible, sino publico, no- torio y universal. Pregunta á dos protestantes si Jesucristo es Dios; y uno te dirá que sí, y otro que no; pregúntaselo á un tercero, y te respon- derá, que el Jesucristo real y positivo, de que nos habla el Evangelio, no ha existido siquiera, y que toda su historia es un mito, es decir, una pura fábula. Y esto que sucedo con el articulo fundamental de la fió cristiana, es lo mismo que pasa respecto á todos lo* demás artículos del Sim- ¡ bolo de los Apóstoles, desde el Creo eu Dios Pa- dre, hasta la vida perdurable. Amen. F.—Si esto es así, el tal Protestantismo debe ser un verdadero Babel. P.—Mucho peor todavía; pues además de ser una cosa sin pies ni cabeza, es un conjun- to de doctrinas horribles en teoría, é inmorales en la práctica, tan injuriosas á Dios como al hombre, tan dañosas á la sociedad como contra- rias al pudor y al buen sentido. F.—Podrá V. probarme una acusación tan atroz? P.—Nada hay mas fácil. Basta hojear los li- bros que nos han dejado escritos Lulero, Zwin- glioy divino, corifeos de los reformadores y fundadores del Protestantismo, para hallar en cada página blasfemias como las siguientes: "que "Dios es autor del pecado; que Dios obliga al "hombrea pecar para poder después castigarlo; "que Dios ha predestinado una gran parte de "almas para Ja eterna condenación, sin prever "para nada si se harán ó no acreedoras á ella; "al contrario, que los elegidos no pueden con - "donarse por mas que pequen; que no se necesi- ta vivir hien para salvarse, pues hasta la fé sin "obras, la cual os siempre Errata á Dios, sean la*¿o — "que fueren l¿«s iniquidades que cometa el queja "tiene; que el hombre, después del peeado ori- ginal, no es ya masque una máquina, privada "del libre albedrio; y por consiguiente, el bien "y el mal que obra, los obra por una fuerza ir- resistible." Yá estas atrocidades añaden: "que "es licito rebelarse contra los príncipes que se "opongan á ellas, y que semejantes doctrinas "son el puro Evangelio, etc." IV. F.—Según lo dicho, los protestantes no pue- den perseguirnos ni hecharnos en cara que en- tendamos la biblia según la entiende la iglesia. P.—Asi deberia ser y asi lo confiesan los mas pero están muy lejos de practicarlo, P.—Con semejantes doctrinas ¿cómo pudieron los jefes del Protestantismo Imitar quien les si- guiera? P.—Con mucha facilidad. Promoviendocon tales doctrinas todas las pasiones del hom- bre, especialmente el orgullo, la concupiscencia y la codicia, tuvieron por discípulos á cuantos querian dar rienda suelta á estos apetitos. Y si bien lo miras, hallarás que, aun hoy mismo, lot¡ — di — pocos que dejan el Catolicismo para hacerse protestantes están muy lejos de ser gente de bien. F.—Dígame V., pues, ¿quiénes fueron los pri- meros discípulos y propagadores de la llamada Reforma, ó sea Protestantismo? P.—Fueron gente toda que se pnrecia á sus maestros. El apóstata Lutero, que tuvo por mu- jer á una monja, llamada Catalina Hora, tuvo por primeros discípulos á Carlostadio, Melan- chton, Langio y otros tales, flor y nata de la gente perdida. Carlostadio, fué también após- tata, y tomó igualmente mujer. Melanchton fué un hipócrita, impostor, cruel, bfasfemo y supers- ticioso; Ijingio fué un fraile apóstata, como Lutero, y tuvo también su manceba; y asi puedes discurrir de los demás. F.—Y los primeros discípulos de Zwinglio, ¿quiénes fueron? P.—El mas famoso de todos fué Eeolam- padio, que habia sido monje, el cual tomó por mujer á una religiosa; y después de haber dise- minado la herejía en una gran parte de la Sui- za, fué hallado muerto junto á su nial llamada esposa. F.—¿Y los primeros diseípillos de Oalvino?— áá — P.—Fueron Bucero y Beza. Bucero fué un fraile apóstata, el cual, siguiendo la costumbre délos demás, también tomó su manceba: unas veces seguía las doctrinas de Lutero, otras las de Calvino, otras las de Zwinglio, según lo que mas cuenta le tenia, y difundió las mas infames doc- trinas. Beza fué un disoluto tan escandaloso, que puso en verso sus liviandades para corrom- per á la juventud; además fué un impostor y descarado falsificador de la Biblia. F.—¿Y fueron por este estilo los sucesores de gente tan santa? P.— Poco mas ó menos: en su mayor parte fueron gente codiciosa de mancebas, de riquezas y de cargos de cada nuevo secta. Casi todos aca- baron tan santamente como sus maestros; pues unos murieron atormentados por los remordi- mientos, otros en uno desesperación espantosa, y algunos se suicidaron después de baber lleva- do una vida miserable y desesperada, F.—Me ha dicho V. que estos discípulos aca- baron como sus maestros; ¿y cuál fué el fin de los maestros? P.—El mas desastrado, y cual debía ser el de tan descarados enemigos de Dios y de su Igle- sia. Lutero, después de haber pasado todo su — as — último día en Islebia, su patria, éntrela broma y liviandades de una espléndida orgía, murió por la noche, de un accidente apoplético tan repen- tino, que ni aun tiempo le dió para encomen- darse á Dios. Zwinglio, habiendo profetizado á los suyos la victoria, cuando iban á dar batalla contra los Católicos, fué derrotado con toda su gente y mortalmente herido, de cuyas resultas espiró impenitente en el mismo campo de bata- lla. Calvino, por último, murió desesperado, blasfemando ó invocando al demonio, víctima de una enfermedad vergonzosa y roído de gusa- nos, F.—Verdaderamente no ha sido muy noble, que digamos, la cuna del Protestantismo, P.—rYa ves; un verdadero rebaño de Epi^ curo bajo todos aspectos, 1-os Protestantes, se» cual fuere su secta y su color, tienen sobrados motivos para avergonzarse cuando vuelven los ojos á sus primeros apóstoles, F.—Pero, ¿y es posible que sean verdaderas las cosas que V. acaba de contarme? P.—Puedes estar muy persuadido de queto»- do lo dicho no llega de mucho á lo verdad; y te aseguro que, por temor de exagerar, he pues- to especial cuidado en disminuir Jos tintas de— ¿4 — mi pintura, pues el cuadro que lu historia nos ofrece del origen del Protestantismo es infinita- mente mas negro de lo que te lo he presentado. Nada te he dicho que no esté Gclmente tomado, no ya de escritores católicos, sino de los mismos Protestantes; y no pondrá en ello duda, ni mucho menos lo negará, cualquiera que haya leído las crónicas de la mal llamada Reforma. V. F.—¿Cómo han podido difundirse y establecer- se en tan gran parte de la Europa una doc- trina y prácticas tan infames? P.—No es obra difícil esplicurlo. Tambieu la religión mahometana se estableció en poco tiempo y en dilatadas regiones. Una religión co- mo la de los Protestantes, que favorece y lison- jea en tanta manera las pasiones, no tiene mucho que predicar para convertir en ciudades y aldeas á gente bien dispuesta para abrazarla con ansia, es decir, á los perdidos y bribones, que siempre se crian en todas partes. ¿Les ha costado mu- cho á los socialistas, que predican el robo y la apropiación de los bienes del prójimo, hacerse »on ta 11 considerable número de seguidores, co- .] — 2.i — mo ataban de probarnos los incendios y últi- mos trastornos de España Francia é Italia? A estos han de agregarse los vanidosos filosofastros, é insípidos eruditos, formados por una instrucción literaria muy superficial, mas gentil que cris- tiana, ansiosos de fama y mal avenidos con todo freno; los cuales hilvanando en sus cerebros va- cíos una mala teología, tenían además la des- gracia de vivir en un siglo en que todo el mun- do era idólatra de lo nuevo. F.—Aun siendo asi como V. dice, no parece probable que tal gente hubiese logrado estable- cer el Protestantismo en tantos pueblos, si no hubieran sido auxiliados por los magnates y principes. P. — Asi fué en efecto, que muchos magna- tes y principes ingresaron en las filas de la he- rejía. F.—¿Qué causas pudieron moverles á estos? p.—Fueron varias las causas: una gran par- te de ellos se dejaron llevar por la codicia, y de- seosos de participar de los bienes eclesiásticos, de los cuales deseaban mucho apoderarse los Principes. El oro, la plata y las piedras pre- ciosas de los templos y altares fueron para mu- chos principes el único sermón que lesconvir -— 26 — tió al Protestantismo. Otros vieron con gusto la vida licenciosa que les concedía el nuevo Evan- gelio, y les agradaba en gran manera el que este les dispensase de abstinencias, ayunos y toda mortificación. Sabido es que los primeros mag- nates y principes que favorecieron la llamada Reforma se señalaron, especialmente en Alema- nia, por su glotonería, por sus borracheras y su libertinaje, Los ministros protestantes con su manga ancha autorizaron á varios príncipes ¿repudiará sus legítimas mujeres para tomar otras nuevas. Otros, por fin, fueron arrastra- dlos á la herejía por el cebo de la potestad que se les otorgaba sobre las cosas espirituales, con la cual se proponían dominar no solamente los cuerpos, sino también las almas y conciencias de sus subditos, que es la mas hortenda de las tiranías, y que ejercieron en grande, bajo el titu- lo de libertad evangélica. F.—Y ¿cómo se componían los príncipes y magnates para hacer que sus subditos abrazasen aquel evangelio nuevo? P.—Empezaron por levantar hasta las nu- bes el principio de libertad de conciencia y la tolerancia de opiniones, para lo cual alentaban de todas maneras á los ministros del nuevo Evan- — 27 — gelio, dejándoles predicar, robarlos templosá hm Católicos, y blasfemar en ellos contra la religión católica y el Papa. Hecho esto, pasaron ya á perseguir y desterrar como á rebeldes c impru- dentes ú cualesquiera obispos y eclesiásticos celo- sos, que se oponían á las novedades de los here- jes, mientras que por bajo de cuerda favorecían las demostraciones con que los novadores trata- ban de amedrentará los buenos, de impedir la predicación de Ja lé católica, y de interrumpir las funciones de su culto público. Entre tanto no se descuidaban de tachar de oscurantistas, y de enemigos de las luces y del progreso á los que se mantenían firmes en la fé de sus padres. Ulti- mamente cuando con todos estos medios hubieron logrado formar un partido bastante numeroso, arrojaron la máscara con que hasta entonces se habían presentado, como fervorosos defenso- res del Catolicismo, bien entendido y no fanático, como ellos decían, y recurrieron á los argumen- tos de Mahoma, es decir, á las persecuciones y á los suplicios. F.—¿No hubo algunos príncipes que al princi- pio se negaron á abrazarla herejía? P.—Si, los hubo; pero tuvieron que sucumbir ante las amenazas y las rebeliones. Los malva-— 28 — dos son siempre y en ludas partes mas atrevidos, mas bulliciosos y emprendedores que Jos hom- bres de bien; para ellos todo medio es bueno, con tal que sirva á sus fines. Como son aventureros audaces y resueltos, forman sus planes en Jas tinie- blas, y desde allí excitan tumultos, lanzan amena- zas, y asesinan traidoramente á cuantos les estor- ban, y exagerando su número y su fuerza, logran asustar é intimidar & la gente. Pues bien, esta cla- se de sujetos que boy como antes son los niños mimados del Protestantismo en todas parle», inclusa América, fueron los encargados de amoti- nar á Jas turbas contra los principes que se re- sistían á admitir la Reforma. Donde aquellos sicarios pudieron triunfar, los buenos principes tuvieron que salvarse con la huida; mas donde fueron escarmentados, no faltaron gallitos pro- testantes que salieron gritando contraía opro- biosa intolerancia de los Gobiernos, y reclaman- do los fueros santos de la conciencia, y Ja invio- labilidad de las convicciones, con toda la demás palabrería usada en tales casos; hasta que 6 fuer- za de gritar, en algunos Estados obtuvieron con- cesiones, tolerancia y miramientos criminales. Por do pronto esto ya les bastó, esperando sa- zón mas oportuna para renovar sus tentativas, _ t.H) _ apoderarse del gobierno, } ejercer contra lo«? Católicos la mas espantosa tiranía y las cruelda- des mus inauditas. >'.—Según veo, el tal Evangelio puro, o sea la Reforma, se ha establecido en todas partes por fuerza y por engaño. P. — Claro está; r¡¡ ¡cómo pudiera ser de otro modo? Asi es romo se lia establecido en todo* Jos países «¡onde ha llegado ñ dominar: y bien se puede desali.tr á todos los Protestantes del mun - do ú que prueben lo contrario. F.—Pero ¡qué hacían los buenos entretanto? P.—Loque han hecho siempre y hacen toda- vía: dejar á los picaros tomar la delantera, y no hacer caso de la tempestad que va cebándoseles encima, hasta que ya no hay remedio. Tres cla- ses hay «fe los que Ñaman buenos: 1. 55 los que se llaman asi porque para nada sirven ni para el bien, ni para el mal, es decir, Jos ineptos; 2. a los indiferentes al bien y al mal, y que para nada se alteran mientras ;': ellos no les tocan el pelo de la ropa, es decirlos egoístas; 5. * prudentes se- gún la carne, los que se dicen del dejar andar, dejar hacer, que la echan de graves y mesurados, porque tienen cauterizado el corazón, y en su or- gullosa indolencia creen y llaman exageración to-— 30 — dolo que no es transigir con el mal; estos son los hábiles ó politicón. Otros hay por fin, que comprenden el bien y desean hacerlo, que detes- tan el mal y quisieran reprimirlo, que son ver- daderamente buenos y celosos por la causa de la Keligion y del procomún; pero ú quienes falla va- lor y energía para resistir á las alharacas, á las reconvenciones, y á los desdenes, y aun á la male- volencia de los hábiles, de los egoistus y de los ineptos, que los motejan do exagerados, de impru- dentes, de perturbadores, de seudoce/osos. Entre tanto los malvados y los cucos hacen su negocio, toman la delantera, y cuando ya consiguen no dejar títere con cabeza, todos aquellos buenos gi- men y lloran diciendo: ¿quién habla de pensarlo? pero sin poder ya remediar cosa alguna. F.—Diga V.: ¿hay algo de esto por acá en Amé- rica. P.—Me asombro de tu pregunta, pasemos ade- lante. F.—Por lo que veo, el Protestantismo, ósea el Evangelio puro, de ningún modo se ha propa- gado como el Cristianismo, ó sea el Evangelio de Jesucristo? P.—Seguramente que no: el Cristianismo, ó ^ea el verdadero Evangelio de Jesucristo, es una — Si — religión divina, bajada del cielo, y como tal de- bia propagarse de una manera digna de Dios; mientras que el Protestantismo, ó sea el mal lla- mado Evangelio puro, es una religión meramen- te humana, terrena y aun carnal; y como tal de- bía propagarse por medios meramente hu- manos, terrenos y carnales. Y como se ha pro- pagado, asi se sostiene, es decir sobre puntales perecederos; en cuanto estos flaquean, se viene á tierra el Protestantismo. F.—¿Habrán de ser forzosamente malos y re- voltosos todos los Protestantes? P.—Eso no; el decir esto seria falsedad y ca- lumnia, pues por mas que una mala cimiente no pueda producir buen fruto, al cabo hay muchos protestantes, en particular la clase mas numero- sa del pueblo, que ingoran la sentina en que los pobres están metidos. Esta gran parte del pue- blo, especialmente artesanos y labradores, que jamás supieron qué cosa era el nuevo Evange- lio, ni aquella iglesia, que se les predicaba como reformada, siguieron de buena fé, y conservaron como tradicionalmente el fondo y la doctrina ca- tólica; estos sin duda tuvieron siempre, y siguen teniendo cierta probidad, apesarde su protes- tantismo, porque no conocen las corruptora*— m — máximas d<« i» herejía. A mas de que, has de estar bien persuadido de que los hombres no adoptan siempre las malos eonsecueneias de los principios que prohijaron. VL F.—Los protestantes, que con tanto empeño invocaron en un principio la libertad de con- ciencia y la tolerancia, ¿seguramente la habrán practicado después ellos para con los Católi- cos? P.—Ni por pienso: siembre ha sido la misma la conducta de los sectarios: al principio, mien- tras son débiles todavía, invocan la libertad de conciencia, piden que se respeten sus conviccio- nes, y si alguien piensa en reprimir sus excesoG, ponen eí grito en el cielo, protestando de la vio- lencia que dicen se hace contra lo que leS es mas caro, contra sus inocentes opiniones (que lo son tanto como las uñas del tigre y los dientes del lo- bo,) y tachan de opresores y tiranos á cuantos osan contradecirles. Pero no bien pueden levan- tar un poco el gallo, se revuelven como Aeras contra los Católicos, para confiscar sus bienes, proscribirlos y matarlos. V.—¿Que responden ios Protestantes cuando los Católicos á su vez reclaman tolerancia? P.—Su costumbre es de responder solo con burlas, escarnióse insultos: entre (auto, siguen impertérritos su sistema de bárbara persecución, aumentan cada ve? mus el peso de su tiranía y de- jan gritar al que grita, y llorar ai que llora, sin darse por entendidos. F.—Pero á lo menos se habrán abstenido de ensangrentarse con los católicos Heles á ia reii- gion de sus padres? P.—¿Qué dices? • • • • Los emperadores paganos mas bárbaros y crueles fueron elementes y huma- nos, si se compara lo que hicieron contra los cristianos de su tiempo con las atrocidades que han cometido los Protestantes contra los pobres católicos, íieles á su Dios y á su fe, sin queso co- nozca género de tormento ni de suplicio que no hayan empleado contra ellos, como son los gar- fios, las hogueras, las ruedas, las cuerdas y todas las maneras conocidas de martirizar la carne y el espíritu, y C'slo sin perdonar ni aun á las mujeres y niños. Establecieron tremendas inquisiciones par-a descubrir á los sacerdotes y religiosos que hubiesen quedado escondidos, muy peores sin comparación que todo cuanto flojea para desa- 3- - 3| — e redi lar la Inquisición ifc España, y cu atóanos países se impuso pena de muerte con tía iodo sa- cerdote que hubiese posado una noche en cual- quier punto del territorio protestante. F.—Pero, Sr. Cura, parece imposible tonto fa- natismo; está Y. bien segura de no exagerar eu nada? P.—De lo que estoy bien seguro es de haberte dicho mucho menos «te loque realmente ha pasa- do. Los hechos que te refiero son notorios, in- cuestionables, \ romprolwidos ademas |>or <>1 tes- tiinnuiodc los misinos protestantes. Basta leer las inauditas crueldades cometidas por los lute- ranos en Alemania, Stteeia, Dinamarca. Noracuii é Islandia; por los Hugonotes <» Calvinistas eu Francia y en Holanda; por los/.w ¡imítanos en Ber- na, Zunch, Ginebra, y demás cantones suizos; y últimamente y sobre todo por los A n id ¡canos en Inglaterra, Kseosia é Irlanda. F.—Fstá muy bien; pero todo e>(<» habrá su- cedido en el primer arranque del Protestantismo: después ya habrá sido otra rosa? P.—Después han con f i miado las perserusiones sin cesar hasta nuestros dias. Países Protestan- Ies han habido, como Inglaterra por ejemplo, donde han estado en vigor durante mas de do>« siglos las penas de muerte contri los católicos; y aun hoy mismo todavía en Berna, en Suecia y Di- namarca están vigentes las leyes de confiscación y destierro contra cualquiera que se haga católico. En algunos principados de Alemania se obiiga. bajo durísimas penas, á los matrimonios mixtos, es decir, de protestante con católica ó al revés, á educar á sus hijos en la religión protestante, y á no darles sino maestros protestantes. En los Es- tados Unidos de América hay sociedades, clubs y hasta Gobiernos, juramentados para perseguir al Catolicismo y á los católicos con toda clase de in- timidaciones, de molestias, de injurias, de veja- ciones y hasta de sangrientas violencias. En la pobre Irlanda es tal la intolerancia de los protes- tantes ingleses, que causa horror el relato de las emigraciones, de las hambres y miserias que los desgraciados católicos irlandeses tienen que su- frir. Todo esto, y mucho mas, se sigue aun hoy dia poniendo en juego para hacer apostatar á los Católicos, y para impedir que se conviertan los Protestantes. F.—Pero los Gobiernos protestantes habrán disminuido mucho estas persecuciones? P.—Si, las han disminuido mucho, en cuanto ya no ahorcan, ni descuartizan á los Católicos,— 56 — como lo hacían poco tiempo há, porque nuestro siglo no consiente ya semejantes barbaridades. Pero, fuera de esto, siguen como antes, sustitu- yendo la astucia á las violencias manifiestas; y si es cierto que han hecho algunas concesiones, no ha sido espontánea ygratuitamente, sino apremia- dos por la necesidad, y en fuerza de exigirlo asi la combinación de los negocios políticos. F.—¿No es, pues, verdad que muchos Gobier- nos protestantes han otorgado a los Católicos lo que se llama la emancipación, y todos los dere- chos civiles como á los Protestantes? P.—Si: lo han hecho por las razones que aca- bamos de decir. Pero con toda esa emancipa- ción, palabra que recordará eternamente las crueldades ejercidas con los Católicos, y toda esa igualación de derechos civiles, la verdad es qtte en los países protestantes no gozan los Católicos de verdadera libertad, pues ni sus Obispos, ni sus párrocos» ni los demás eclesiásticos ejercen libre y desembarazadamente su ministerio; solo los Protestantes son admitidos á los cargos y em- pleos públicos; ellos solos pueden ser maestros de la juventud; y finalmente, en los países protes- tantes, regidos eonstitueionalmente, se hace todo lo posible para escluir de las Cámaras á los CütÓ- — 57 - lieos. En resumen, no ha\ molestia qiifuojsc les cause. F.—Y los particulares ¿tienen esta misma con- ducta con los Católicos? P.—Aquellos protestantes honrados y natural- mente buenos, que están en el Protestantismo, digámoslo asi, sin querer, y por haber tenido la desgracia de nacer en él, no hay duda que desa- prueban la conducta desleal de sus Gobiernos, y compadecen á los Católicos, tan maltratados por ellos; pero los que son protestantes por princi- pios, y con el deliberado propósito de oponerse a la Iglesia católica, son de la peor pasta imagina- ble, pues no cesan de alimentar los odios invete- rados, y de asociarse y confabularse para moles- tar á los Católicos y privarlos de empleos, de tra- bajo, de comercio, de servicio, y aun de pan les privarian, si les fuese posible: esto lo han hecho siempre, y esto mismo continúan haciendo en Alemania, en Holanda, en las Islas Británicas, en Suiza y en los Estados-Unidos, como acabo de decir. F.—¿Qué razón les mueve principalmente á una conducta tan desleal é inhumana? P.—La razón es que, no teniendo el Protestan- tismo la fe verdadera tampoco tienen la ver-— 5K— (ladera caridad. Kl odio es eJ alimento dej Protestan ti sino; el odio es el que le da ser y espíritu: y eonsiste en que el error no pue- de sufrir la verdad, y por esto no sufre á los que la profesan, y los persigue por instinto. VII. F.—¿Quiénes son los actuales amigos y protec- tores del Protestantismo en América? P.—Son varios y de distinto linage y catadura. Sin contar los demagogos y revoltosos de todo es- pecie, y ademas los afiliados en las sociedades secretas, los cuales aquí, (pie somos católicos, se van todos con el Protestantismo para minar el terreno á los Papasyá los Gobiernos, los mas fer- vientes partidarios do la ¡leforma y del Evangelio puro comunmente son los malos católicos, ver- dadera hez de la sociedad por su impudor, por sus vicios y por su carencia de todo género de re- ligión. F.—¿Hay muchos de estos por acá? P.—Según y conforme: son muchos, si se tie- ne en cuenta que habrá pocas ciudades ni villas, ni aldeas donde no haya agentes directos de la propaganda protestante, ú holgazanes desdi- I — 30 — chados que cooperan, sin saber lo que se ha- cen, á las intenciones y proyectos de los círculos propagandistas. Pero, gracias á Dios, son to- davía bien escasos é insignificantes, si se les compara á la masa general del pueblo si se tiene en cuenta que, por lo común, son gente de malos pensamientos y peores costumbres, que á voces van mostrando el demonio á quien sir- ven. F.—¿Y no hay algunos de estos agentes que son hombres de ciencia, de probidad y honradez? P.—Si los creemos á ellos, son por su sabidu- ría unos Salomones, y por sus virtudes Angeles en forma humana. Con un lenguage hueco y en- tonado, á lo mejor te dejarán aplastado con me- dia docena de palabrotas estranjerizas y retum- bantes, y con unas cuantas sentencias que te echarán con mucha gravedad, ó con aire muy compungido, sobre los abusos de la Religión, y las patrañas de los curas, etc., etc. Pero tú pro- cura averiguar lo que realmente son, y lo que realmente saben en materias de religión, y á las pocas palabras te hallarás con que no saben una jota del Catolicismo que combaten, ni del Protes- tantismo que quieren propagar. En cuanto á su vida y costumbres, no te diré que te metas á ave- 'p— ÍO _ lignarias, porque un cristiano no debe ocuparse en averiguar vidas agonas; pero sin que tú lo busques pronto llegarás á saber demasiado desús procederes, para comprender que son, ó unos viciosos sin vergüenza, ó unos hipócritas de lo mas lino. F.—¿Y á quiénes se dirigen principalmente estos tales para meterlos en el Protestantismo? P.—Comunmente verás que sedirijen con pre- ferencia á la gente mas perdida, mas irreligiosa, y sobre todo mas deshonesta, del punto en que li- jan sus redes, convencidos deque esta es la caza mas preciosa que pueden hacer. Los verás andar como perros hambrientos á la husma de algún po- co de carne podrida, que nunca falta donde hay hombre?, \ en cuanto dan con ella, se echan enci- ma con hambre verdaderamente canina para de- vorarla. F.—¿lie oido decir que estos apóstoles de llue- vo cuño tienen particular empeño en seducirá la juventud? p.—Y le han dicho la verdad : la juventud es en todas partes especialisimo objeto de su diabóli- co apostolado, porque saben cuán fácil es apode- rarse de muchachos sin esperieneia, que tienen la snngre caliente, que son ligeros de cascos, y cs- — 41 puestos al embate de las primeras pasiones. Por eso atiaban y hacen cuanto pueden para pescaren sus redes á los niños y niñas, y adultos, inculcán- doles poco á poco máximas de corrupción y con el cebo de los vicios, de manera que las pobres cria- turas se hallan perdidas antes quizás quesus mis- mos padres lo conozcan. F.—¿Qué señal suelen dar de si los desventu- rados jóvenes de esta manera seducidos? P.—En su casa son desabridos con la familia, desobedientes á sus padres, y sin respeto á sus mayores. En público son jactanciosos y vanos, presumidos de su persona, pasean su mirada in- solente por calles y plazas, y tratan con desprecio á los que no creen iniciados en los profundos mis- terios que ellos. En los colegios y escuelas suelen ser pedantes, insufribles, desaplicados y distólos, azote de sus maestros, y escándalo de sus condis- cípulos. En las iglesias, si es que se dignan ir á ellas, hacen gala de posturas indecentes y come- ten irreverencias de todas clases. Suelen echarla de hombres ya muy duchos, cansados del mundo, y con desden se burlan y menosprecian todo cuan- to eternamente han respetado las gentes honradas En una palabra, muestran por defuera lo que son por dentro, y dan el fruto que la semilla ponzoño-i"2 — su sembrada en sus entendimientos y corazones acostumbra dar. F,—Que porvenir puede prometerse la socie- dad desemejantes pimpollos? P.—Bueno, ninguno; al contrario, debe temer de ellos todo género de calamidades : DO podran menos de ser unos ciudadanos revoltosos, pron- tos siempre á toda novedad, fautores natos de to- do motil), libertinos cuando jóvenes, ambiciosos sin conciencia ni entrañas en su edad viril, egoís- tas y avaros en su edad madura, ateos sin remor- dimiento y asquerosos sibaritas en la vejez; don- cellas sin pudor, madres de familia desalmadas y sin entrañas, corrompidas cuando jóvenes, cor- ruptoras cuando viejas. F.—¡Que horror! ¿Es decir, que el tal Evan- gelio puro es la escuela de toda inmoralidad, y la sentina de todas las calamidades religiosas, do- mésticas y políticas? P.—Lo has adivinado del todo, liijo mío; ni mas ni menos que lo (pie has dicho. Este Evan- gelio puro, como le llaman, ó sea el Protestantis- mo, no es mas que la irreligión y el libertinaje disfrazados con palabras melosas; es el azote mas tremendo que aflije ala humanidad: por él cami- nan las sociedades á la anarquía y á la disolución; — 45 — y él es el que siempre y en todo lugar ha franquea- do las puertas al despotismo mas tiránico y ver- gonzoso. VIH. F.—¿Qué Unes se proponen estos fautores del Protestantismo al darse tanta prisa en propagarlo y difundirlo? ¡Es por ventura porque deseen mayor pureza de religión? P.—Eso es lo que ellos dicen, y por eso pre- sentan sus patrañas con los nombres seductores de religión reformada, de Evangelio puro, de Cris- tianismo primitivos pero, (iíiíirate lo que le impor- tará la Religión asemejante turba. Lo q'ellos pre- tenden con todas estas alharacas, es encubrir sus maldades y dar paso franco á las innovaciones po- líticas que se proponen introducir. Como en In- glaterra se Talen de las sectas disidentes; así eJ Protestantismo en sus manos no es mas que un me- dio para meteren América la irreligión y el desen- freno, el libertinaje y la incredulidad, y en resu- men el Comunismo y Socialismo F.—¿Qtté es eso de Comunisma y Socialis- mo" P,-—Suelen tomarse etifjis dos palabras en un— u — mismo sentido; pero no deben confundirse, pues significan cosa muy distinta una l siglo— f<> — XVI, lograron que los vasallos se rebelaran contra sus príncipes y soberanos, y destrozando á cuan- tos no participaban desús proyectos y obras, sus cabecillas llegaron á hacerse déspotas tiranos, mas feroces y sangrientos que el mismo Nerón. Estas turbulencias costaron la vida á mas de cien mil almas. F.—¿Yen los tiempos presentes, dice V. que también ba habido algo de esto? P-—No ba habido tanto como en los pasados, porque los comunistas no han logrado triunfar: pero por las muestras que de si han dado en los primeros disturbios del año 1818 en Italia, Fran- cia, Suiza y Sangría, se puede juzgar loque ha- rían sí llegasen á dominar; pues sus hazañas de entonces ban sido el saqueo de ías iglesias y casas religiosas; estragos horrorosos, bandas organiza- das de asesinos armados de puñales contra los pudientes y hombres honrados, incendios en campos y ciudades, en fin, todo género de horro- res. ¿Yqnécrees tú que «perito regalar los in- cendiarios de Valladoliz, por no citarte otros ejemplos tan recientes como este? F,—A pesar de esto, uw parece que nunca ha - brian llegado á renovar las atrocidad»"; de tes la- uáticos . t nabapt¡!¡tt(s, I*.—¿Qué no? Lo* hnkierati M>b repujado mu- eho, pues los Anabaptistas al fin y al cabo respeta- ban las nociones de Dios y de la inmortalidad del alma, creían en las recompensas y penas de la otra vida, admitían la revelación cristiana, se atentasen algo al Evangelio, y no habían sacudido toda especie de freno moral, y cuando con estas condiciones hicieron lo que hicieron, tigúrate lo que harian tos comunistas de boy tiia, que ni cre- «>n en dios ni en la otra s ida, ni reconocen mas regla de eóndorts que su propio interés y las mas brutales pasiones. Aquellos eran como novicios enel arte de destruir y en cometer horrores, y es- ios son ya padres maestros. ¡Pobre mando, sí !)¡<*sdejaba desatados á tales monstruos, aunque 00 fuera sino por un corto espacio de tiempo! F.—Va comprendo lo fpje esCoHiHHtemo; díga- me V. ahora algo del Sociaíisnt». P.—El Soeialtsnw pretende cambiar el estado y «•onstitucinn de las sociedades modernas, consu- mando su independencia de la Religión, de la au- toridad y de la moral, en que hace lautos siglos se trabaja. Para decírtelo en una sida palabra, es una divinización de la sociedad, que se proclama ea> odio de sil Dios uno i lrjno.de Ih Jejesia deJesucristo y de toda especie de autoridad política, ó sea de gobierno. F.—¿Quiénes son peores, los comunistas ó los- cialistas? P.—Unos y otros; porque aunque aparentan algunas diferenciasen sus doctrinos, el hecho de verdad es, que se avienen entre si perfectamente unos con otros, y que todos aspiran al mismo fin, por los mismos medios. Esta es la razón porque en el lenguaje común se confunden el Comunismo y Socialismo, los comunistas y socialistas. F.—Y este Comunismo y Socialismo, dice V. que tratan de propagar los fautores y disemina - dores del Protestantismo? P.— Si, Federico: este es el fin á que se dirigen todos sus esfuerzos y maniobras. Como el Pro- testantismo no es masque una palabra vaga, cuya única significación se reduce á negarla Religión verdadera, es muy á propósito para encubrir los perversos designios de los que solo se valen de ella para acabar con todo género de propiedad y des- quiciarlo todo con el xtnto fin de alzarse ellos due- ños del cotarro, «alvo siempre el derecho de ha- cerse después pedazos unos á otros. F.—Pero no todos los propagadores del Pro- testantismo abrigarán un fin tan perverso v hor- rible? P.—Seguramente que no; pues muchos solo son instrumentos ciegos, cuyo fin inmediato es únicamente su interés del momento, y otros son pura y simplemente unos necios y viciosos, que nada mas pretenden sino tener compañeros de sus vicios y desórdenes. Pero los cabezas, los quedan el impulso y movimiento, no llevan mas fin que el que le he dicho; y de esto no cabe duda, pues, lejos de ocultarlo, ellos mismos lo confie- san claramente, y altamente lo publican en sus libros y escritos. F.—Verdaderamente todo cuanto V. acaba de decirme es capaz de llenar de espanto, y no puedo pensaren ello sin erizárseme los cabellos. P.—Y razón de sobra tienes para ello. Guár- date, pues, de la peste del Protestantismo, sí, juntamente con tu alma, no quierrs perder todo cuanto amas en este mundo. IX. F.—¿Y qué le parece á V. que he de hacer puní guardarme de los propagadores del Protestan- tismo?1».—Huir iic filos como tic líente apesta- da. F.—Kslá muy bien; pero ¿cómo lo haré pura conocerlos? ¿nú; sabrá V. dar un medio para to- marlos bien la filiación? P.—Si, puedes conocerlos, por mucho que se disfracen para no ser conocidos por lo que son, pues ellos suben muy bien que si los pueblos los conocieran, quedaria perdido todo su negocio. I.os hay que hasta la echan de religiosos y devotos y tienen siempre palabras de miel en su boca, y hasta se dicen fervorosos católicos. Kstos hacen lo que el demonio, que de ángel de tinieblas que es, se transforma en ángel de luz, como dice el Apóstol, para seducir mas fácilmente á los incau- tos. Con todo hay señas para conocerlos \ liher- lai se de sus redes. F.— Vamos á ver cuáles son estas señales. I».—Sondiversas, según que los (autoresó pro- pagadores del Protestantismo son estrangoros ó americanos. Los estrangeros por lo general no son por ahora acá en América mas que algunos agentes de la propagunda inglesa, y en particular son escoceses, que son los mas fanáticos entre les protestantes de la Gran Bretaña. F.—GÓmo se arreglan estos propagandistas es- trangeros del Protestantismo para hacer su ne- gocio? P.—Suelen aparentar mucha religión y aun devoción, practican exteriormente con grande exactitud los ejercicios de su culto, y hacen gala ile llevar siempre consigo la Biblia, ó su libro de oraciones, según ellos le llaman: guardan la fies- ta del domingo con una superstición tan farisai- ca, que en ese dia ni aun encienden lumbre en su casa para guisar la comida; y donde tienen capi- llas para su culto, concurren á ellas con gran boato para hacerse notar de todos. Toman un aire de honradez y hombría de bien, que cual- quiera, al verlos, los tendría por impecables. I na vez preparado el terreno por estos medios, y después de haber dado una mirada para conocer á los que podrán atrapar en sus redes, se van pe- co á poco y con maña introduciendo en las fami- lias, en las reuniones públicas, y procuran tra- bar amistad con aquellos sujetos que juzgan mas á propasto para coadyuvar á sus miras. F.—Vaya, como no hagan mas que eso, poco fruto sacarán. P.— Enpera un poco, que no te he dicho nada todavía. Cuando estos propagandistas han sea- íado ya sus reales, y se creen bien acogidos porlas gentes, comienzan con tono grave y palabras melosas á compadecerse de los pobres Católicos, esclavos, como ellos dicen, del Papa y de los cu- ras, y víctimas de una porción de supersticiones. En seguida pasan á encomiar su religión, hacién- dose todos lenguas de la libertad que en ella go- zan, sin ninguno de esos embelecos de ayunos, abstinencias, confesiones y domas practicas im- pertinentes. A todo esto añaden mil alabanzas de lo florido que se halla el comercio allá en su tierra, de la prosperidad y bienestar que en ella gozan desde que sacudieron el yugo del Papa y de los curas. De esta manera logran que los tontos é ignorantes se queden con tanta boca abierta, y figurándose que, para nadaren oro y vivir como unos patriarcas, lo primero que lian de hacer es renegar de la religión católica. r.—¿Y por qué llama V. tontos é ignorantes á los que esto crean? P.—Porque se tragan como artículos de íé los cuentos de Jauja, que les cuentan unos charlatanes que quieren perderlos, y fiados en la apa rime i a. no penetran la sustancia de las cosas. F.—Sírvase V. esplicarse un poco mas. ¿Que. es eso de apariencia ? P.—La apariencia es esa cáseara da religiosi- dad, de libertad, de civilización, de progreso y de- más palabrotas, con que se dejan embaucar los incautos por gentes que son como eran los fari- seos, los cuales se mostraban muy rígidos en guardarel sábado, muycelosos de los ritos del cul- to judáico, muy puntuales en pagar los diezmos y primicias; pero que allá en sus adentros eran or- gullosos como Lucifer, avaros como Judas, rapa- ces, inmundos, obscenos, envidiosos, tales, en fin, que el Salvador no tuvo reparo en llamarlos raza de víboras y sepulcros boqueados. Pues estos son los tales propagandistas estrangeros, de que voy hablando: con capa de religión, y mostrándo- se como agentes del Protestantismo, en verdad no son mas que emisarios políticos que solo tratan de influir y dominar en los países donde tienden sus redes para hacerlos colonias de la Inglaterra. Y si no observ a bien cómo aprovechan el tiempo en todas las bullangas que hay en ciertas ciudades para inundarlas de contrabando. F.—Ya veo lo que llama V. la apariencia; ¿ y la sustancia qué quiere decir? p._Sustancia quiere decir aquello que, aparte las buenas palabras, es en realidad y verdad el Protestantismo de Inglaterra, tanto en lo que per- tenece A religión, como en lo relativo á moral, yá lo que se auuucia con los nombres pomposos de civilización, progreso, prosperidad material-, ote., etc. En lo tocante á religión el Protestantismo inglés es nn tal desabarajuste de ideas, que se cuentan por centenares las sectas nacidas de esta Babel, y es indecible el furor con que unasá otras se combalen: la misma iglesia oíieial, es decir, la sostenida por el Gobierno, y euyogefe es el Rey ó Reina, no sabe loque ha de creer, ni lo que no; los que en esta iglesia se llaman obispos no son sino viles mercenarios que engordan con los pin- gües sueldos que el Gobierno mismo les paga, ó los hace pagar con sus bayonetas; los beneficios eclesiásticos se adjudican en ¡ ública subasta al mejor postor, y todos los dias se ven anuncios en los periódicos ingleses, diciendo que tal beneficio produce mucha renta, que en el otro hay poco que trabajar, etc. etc. Los treinta y nueve artículos del Credo de esta llamada iglesia anglicana son tan elásticos, que cada cual los entiende como lo place, y aun los unos en oposición á otros, eso en cuanto á religión.—Kn cuanto á moral, el común de los Protestantes son gente dada á todos los desarreglos de la carne, al Imi- to, al homicidio, al suicidio; y para verlo, no hay mas que pasar los ojos por sus estadísticas. Ultimamente, por lo que respecta á la prosperi- dad material de la Inglaterra, si se esceptúan unos cuantos ricachos que se han hecho con un caudal fabuloso, la mayoría del pobre pueblo sufre una miseria tan espantosa, que para no perecer de hambre pasan sus vidas sepultados en las minas del carbón de piedra, ó en las fábricas detrás de una máquina, donde en pocos años mueren este- nuados por el excesivo trabajo y mal alimento, quepara muchos se reduce á papas y agua, estan- do bien contentos cuando pueden haberlas, En toda Inglaterra, pero particularmente en Irlanda, cada año mueren literalmente de hambre muchos miles de personas, y para evitar la muerte, no les queda mas recurso que emigrar á bandadas á los remotos países de América ó de la Oceania. Di- me ahora, ¿qué te parece de la prosperidad ma- terial de Inglaterra? F.—Efectivamente parece imposible. Pero ¿es- tá V. bien seguro dono exagerar nada? P.—En todo cuanto acabo de referirte, nada hay que no sean hechos públicos, notorios y que ha visto con sus propios ojos todo el que ha pasa- do algún tiempo en Inglaterra. Dios nos libre de semejante prosperidad, y se digne retornarnos la de nuestros padres cuando oran buenos católicos.— m — Y.—Ahora ya sabré lo que son los propagado- res extranjeros del Protestantismo, ¿que me dice V. de los americanos? P.—Que, gracias á Dios, no son muchos toda- vía, aunque son siempre los bastantes para turbar la paz de las conciencias y corromperalgunos des- graciados compatriotas nuestros. De estos pocos americanos propagadores del Protestantismo, unos son ignorantes, que, engañados por los pro- pagandistas extrangeros, se han creído como si fuera articulo de le, que América no puede ser un país rico, libre y prospero, mientras continúe si- endo católico, y que le bastaría hacerse protestan- te para convertirse en un paraíso. Otros son in- trigantes políticos, que con mas ó menos descaro propagan doctrinas protestantes, sin mas objeto que trastornar el orden público, y no dejar Go- bierno estable á fin de hacer ellos su pesca á rio revuelto, es decir á fin de medrar en riquezas, em - pleos y honores. F.—Y ¿con que señales podremos reconocer a estos propagandistas americanos? P. —No es difícil conocerlos. Generalmente ha- blando, todos ellos se hacen lenguas para ensalzar las prosperidades de que gozan los países protes- tantes, asi como tienen empeño en hacer creer que — 57 — lospaiseseatólicosestán todos muy atrasados. Ha- blan mucho de la independencia del hombre y sobre, todo, son grandes encomiadores tle la libertad de conciencia. Están siempre prontos á hablar mal del Papa, de los Obispos y de todos los sacerdotes, de- plorando continuamente con hipócrita compasión y como unos Jeremías los abusos de la iglesia y del partido clerical. Profesan y predican como má- xima de buen gobierno que los Obispos y clérigos DO son mas que unos empleados públicos como otros cualesquiera, y que no deben poseer ningu- na clase de bienes, sino cobrar su sueldo del Esta- do. Miran como una intrusión de la tiranía clerical el (píelos sacerdotes calól icos, especial- mente los Obispos tengan parte en la enseñanza y educación de la juventud. Todos ellosse declaran partidarios del regalismo y de las doctrinas rega- listas mas exageradas. F.—¿Que viene á ser esto de Regalismox doc- trinas regalistas1? P.—Este, hijo mió, es uno de los puntos mas delicados del derecho y que hizo caer la pluma de la mano á no pocos sabios, especialmente si se ba- ilan muy versados en la historia eclesiástica: es como el grito de alerta para los Príncipes tempo- rales y para la Santa Sede apostólica, y que tiene— ;;x — como absorbida la atención de los unos y de In otra, aunque por motivos muy diversos. La de aquellos para darle siempre mayores ensanches y latitud, y la de. la Santa Sede para moderarlos y reducir sus pretensiones á lo que exige el bien de ambas potestades y de los pueblos cristianos. En sil origen las regalías no fueron mas que ciertos derechos Reales, que se reservó el Estado en fa- vor del Krario público y del Rey como cabeza del Estado y su representan le. Este nombre fué des- conocido en la legislación romana y á los profe- sores de la lengua del Inicio por el horror hast.i el nombre de Rey, que las ideas republicanas hi- cieron concebir á los antiguos romanos desde In expulsión de los reyes y de la monarquía en tiem- po de Tarquinio, que denominaron con el nom - bre de Soberbio. Cuando fundado el nuevo im- perio de Occidente, pasó este de los francos á Jos germanos, empezaron estos derechos á llamarse Regalía iura, y con el tiempo Regalías entre no- sotros. Hasta aquí nada tiene que ver la Iglesia, y no te hubiera dicho de ello nada sino por en- terarte bien del abuso que de aqui toma su nom- bre. Adoptado este nombre, se amplió su significa- ción ú designar aquellos derechos y prerogativas - .iíl — que la Iglesia ha concedido á los principes y reyes católicos, como en compensación de los servicios que 1c han prestado, y en prueba de la íntima unión y concordia de ambas potestades supremas, las que para el bien de sus subordinados se comu- nican una á otra una parto de sus respectivos de- rechos, sin que por eso cada una deje de obrar con independencia en el circulo de sus atribuciones, por tener una y otra marcado su objeto y los me- dios análogos para conseguirle. Pero del modo que se entiende y viene practicándose mas ó me- nos desde tres ó cuatro siglos, especialmente de un siglo á esta parte, es una especie de conspira- ción permanente contraía Iglesia, que consiste en mermar y quitar enteramente ú la autoridad del Sumo Pon tí tice y de los Obispos que les cor- responden, como jefe supremo y universal de los Católicos que es el primero, en todo lo relativo al gobierno de la Iglesia, y los segundos en su dió- cesis. F.—Fundados motivos hay para tenerse como punto muy delicado, según lo que V. acaba decir- me, este de regalías. P.—Lo es tanto, que es menester proceder con toda circunspección en esta materia, para que ni se deprima el principado, ni se levante y ensalce— 00 mas de lo justo; procurando que, asi como la po- testad eclesiástica no puede pretender derecho al- guno á la partición del cetro sin introducirla con- fusión y anarquía; asi tampoco la potestad civil no puede levantar en la Iglesia otro trono ponti- ficio, ni arrebatar al Vicario de Jesucristo una de sus llaves sin formarla monstruosidad de un cuer- po con dos cabezas y crear una incalificable dyar- quia,y nose dariaal César loque es del César, por que ni le pertenece ni puede pertcnecerle; y se ar- rebataría á Dios lo que es de Dios. F.—Y ¿Por qué se ha venido en llamar llega - lismo á esa monstruosa usurpación de los dere- cho* de la Iglesia? P.—Para cubrir con un bello y autorizado nom- bre y que halaga á las potestades del siglo esa cons- piración que, para ahogar á la Iglesia, pretende atribuir á la autoridad de los Reyes, ó sea de los Gobiernos seculares, como derecho propio y ema- nación déla soberanía lo» derechos que solo cor- responden á la Iglesia, y que esta no les ha comu- nicado para que la encadenen, la hagan una escla- va, y por consiguiente la destruyan, sino para su bien y prosperidad. Los regalistas de pura raza qui- sieran que el Gobierno nombrase los Obispos sin dependencia del Papa, y los párrocos sin contar — m — ron los Obispos; que se disponga todo lo de la Igle- sia de Real orden; y que el Principe sea el único jefe de la jerarquía eclesiástica. Los pobrecitos son unos jansenistas sin poder sufrir que seles aplique este su propio nombre. En resumen; los regalistas quieren concentraren manos de los Go- biernos temporales toda la autoridad espiritual que Jesucristo confirió exclusivamente á los Após- toles y á sus sucesores en «'I Episcopado, bajo la suprema dependencia del Sumo-Pontifiee, prínci- pe délos Apóstoles. F.—Y ¿cómo se gobiernan los regalistas para hacer triunfar sus doctrinas? P.—Se valen de unasartes verdaderamente dia- bólicas. En los países gobernados por monarquías puras, hacen creerá los Reyes que las miras del Papa solo tienden á apoderarse de la autoridad Real, y que es menester estar siempre muy alerta contra las invasiones de la gente de corona, al tiempo que ellos están invadiendo todo el terreno de la disciplina eclesiástica. En los países regidos constitueionalmenle, hacen creer á los Parlamen- tos que en su calidad de soberanos y omnipotentes como los llaman, pueden hacer y deshacer loque se les antoje en lo relativo al gobierno temporal y espiritual de la Iglesia, de modo que ni H Papa, ni— (¡á — loa Obispos, ni los clérigos, deben tener mus au- toridad ni ejercer mas funciones que las que el Parlamento Ies otorgue, llevando su temeridad hasta el extremo de que ni aun en la confesión pue- dan decir ni hacer lo que juzguen según Dios, á menos de exponerse a ser encausados y arrastrar- se por las cárceles. Deotro modo, dicen, seria un Estado dentro del Estado, y un Soberano extran- jero (asi se atreven á denominar al padre co- mún de los Delesvendría á gobernarnos dentro de nuestra easa, y esoes insufrible. Asi es como losregalistas, adulandoá los Reyes y á los pueblos, inspirándoles deseoníiariza contra los ministros de la Religión, y particularmente contra el Vica- rio de Jesucristo, han logrado en muchas nacio- nes acabar con la santa libertad de la Iglesia, ba- luarte déla verdadera libertad de los pueblos, la cual quitada viene siempre detrás el despotismo mas atroz hasta el punto de que ni aun las bulas mismas del Pontífice en que se define dogmática- mente un punto de fé, se tienen por legales y váli- das como el Gobierno no las autorice con el pase régio. Esto seguramente lo fundarán en que Jesu- cristo mandó á sus Apóstoles que antes de predi- car 8U fé pidiesen á los Emperadores paganos de Roma el pase imperial para hacerlo. Ya com- prenderás que la indignación que ine hoce conce- bir tal procedimiento, tnc hace hablar de bro- ma. I". — Va lo lie comprendido, señor, porque lo- do el inundo sabe que los Apóstoles predicaron la le y gobernaron la Iglesia con plena independen- cia, y á pesar de (oda la rabia de sus perseguido - res y de las prohibiciones de los Gobiernos tem- porales. Pero por lo que V. me dice, sospecho que el lal Jieyali*nm viene á ser un protestantis- mo disfrazado. P.—Has dado en el blanco, Federico, como buen tirador. Entre el protestantismo manifies- to y el rcgalisn:o, como lo entienden comunmen- te hoy dia, no hay mas diferencia sino que el pri- mero niega redondamente la autoridad déla Igle- sia, y el segundo no la niega; pero se arregla de modo que la hace ineficaz y la imposibilita de ejercer sus atribuciones. I".—V ¿todos los regaliataa son ¡guatea? ¿todo* se proponen favorecer el Protestantismo? P.—.No diré que todos, porque muchos de ellos no conocen seguramente el peligro de sus doctri- nas, que creen muy inocentes; pero bien puedes asegurar que una gran parte son propagandistas del protestantismo, disfrazados con la careta de— 114 — defensores de los derecho» de ta corona, y de la na- ción, que, como le tengo dicho, los que realmente tiene, no son derechos, sino privilegios, como si ¡os Papas no fuesen los que han formado y defen - dido las naciones modernas, y los atalayas que desde hace mas de un siglo están avisándolas y mostrándoles el abismo á que las doctrinas pro- testantes las conducen. l .—Que debo hacer cuando tone con alguno de estos varios propagandistas del Protestantis- mo? P.—Reprenderlos con prudencia, mas no dis- putar con dios, porque son amigos de dispu- las; mirarlos con caridad y huir de su compañía la ii pronto como los conozcas, teláis (¡ala $ubver- nu est,qui huiusmodi est, como dice san Pablo, hablando de lodos los herejes: subiendo que los queson asi, todos están percertidos, y que tampoco sacarás nada con ellos. F.—Por qué quiere V. que huya de esta gente tan pronto como los conozca? P,—Porque, délo contrario, perderías tu tiem- po, como acabo de decirte, y á mas te espondrias áperder el alma. El empeño de estos corrupto- res es alicionarte á una religión que favorece los instintos mas depravados del coraron humano. que fomenta todas las pasiones mus desordenadas y que, por consiguiente, es muy á propósito para seducir y halagar al que nose previenecon tiem- po. Porque al fin, amigo, todos somos hombres inclinados por naturaleza á lo malo, y á poco que nos persuadamos de que podemos obrar mal sin peligro alguno, es indudable que lo haremos. Es- te es el fruto del Protestantismo; las artes de que se valen sus propagadores tantas y tales, que si se logra escapar de una, puédese muy bien no esca- par de otra. F.—Cuáles son estas artes? P.—Algunas quedan ya indicadas, y no es po- sible mencionártelas todas: pero te diré las prin- cipales. Todos esos propagandistas hacen cuan- to pueden por desacreditar á la Iglesia católica, designándola con los nombres de gente de cogulla, seidesde Roma, partido ultramontano, jesuitismo, superstición: todos se deshacen en ponderarlo que. ellos llaman ambición de los Papas, que en mil años, y en ciertas épocas, con todos los medio- no han adquirido ni un solo palmo de territorio mas del que ya poseían, dominio de les curas, etc. etc., y no cesan de tener á los sacerdotes por embaucadores y embusteros, diciendo que su mi- nisterio sagrado no es mas que un oficio para los 3— GG — grarsu conveniencia, y sino miradlos, dicen, co- mo están tan gorditos; caliúean de supersticiones las prácticas religiosas, y de idolatría el culto de la Santísima Virgen y de los Santos. F.—Efectivamente he oido muchas veces ese lenguaje en hoea de algunos; ¿qué mas? P.—Otra de las astucias que emplean, es no perdonar mentira ni calumnia, por groseras y bestiales que sean, contra la religión católica y sus ministros, pues como estos tales no tienen conciencia ni pudor, no hay picardía que no di- gan, ni infamia que no inventen, para hacer odiosos á los Papas, á los Obispos y demás sacer- dotes, especialmente á aquellos que por su celo ú otros motivos los creen mas. á propósito para deshacer sus ,planes. Si algún, pobre sacerdote comete alguna flaqueza, porque al fin es hombre, la exageran lauto como pueden, y aunque no sen masque un grano de arena, la pintan á lo menos como una montaña. Fingen creer que todas las faltas y abusos de los curas son aprobados y protegidos por la Iglesia; pero tienen muy buen cuidado en ocultar las censuras y penas que la misma Iglesia impone para reprimir y castigar los abusos. A cada instante los oirás decir que el Papa trafica y negocia con las indulgencias; que — 67 — los Curas venden la absolución de los pecados; «pie revelan las confesiones; que la Iglesia prohibe leerla palabra de Dios, etc., etc. En punto ú mentiras y calumnias no paran jamás: ¿se les des- cubre una mentira? ¿se les prueba una calumnia? Ellos no hacen caso, sino que vuelven á mentir y á calumniar con una desvergüenza inaudita. P.—Pero con lo que mas hacen el bu, es con la Inquisición; por supuesto, no con la Inquisición tal como ha sido, sino con una Inquisición que ellos inventan allá en sus cerebros varios para amedrentar á los tontos; pintándoles cuadros horribles de tormentos y suplicios, de curas carniceros, siempre prontos á devorar victimas (por supuesto inocentes) de sus furores; hablan de las hogueras con (pie quemaban las gentes, co- mo si no hubiese sido el suplicio á que los tribu- nales civiles condenaban á muchos criminales en aquel tiempo, y de tormentos de víctimas para hacerles confesar sus crímenes, como si no hu- biese sidocosa corriente en todos los tribunales de aquel tiempo, y no supieran todos los que no son ten ignorantes ó maliciosos como ellos, que la Inquisición fué la primera en aludirlos. Y aunque la tal Inquisición ya no existe en ninguna parte, ellos suponen que todavía la hay en todas— 68 — las naciones; y por aquello de á luengas tierras, titen(/as mentiras, refieren siempre las atrocidades inquisitoriales como acaecidas en países remotos. Mientras acumulan toda esta sarta de patrañas, se guardan muy bien de mencionarla verdadera y cruel inquisición que positivamente, se practica en varios países protestantes, donde se prende y se destierra á los Obispos y clérigos, y se les inju- ria con toda clase de insultos, y se les oprime con toda espede de vejaciones. Hará como «nos cua- tro ó seis años que un gran número de fanáticos intentaron renovaren Inglaterra las bárbaras iniquidades que durante tres siglos se lian estado cometiendo en aquel país contra los pobres C*ltó- beos, iniquidades, de las cuales la mas mínima excede sin comparación á todas Jas (pie hayan -podido cometer las pasionesde los hombres en los países católicos. F.—¡Qué desvergüenza la de los tales propa- gandistas! Pero á lo menos ¿no pararán en esto sus malas arles? I'.—¡Ab! •••• estamos sedo culos principios. Todav ía no te'he hablado de las biblias Corrom- pidas y falsificadas que reparten, haciendo decir á Moisés, á los Profeta y á Jesucristo lo que ja- más dijeron; ni tampoco te he dicho nada de los — 69 — libros, folletos y periódicos que propagan llenos de las folsedades mas impudentes contra la Iglesia v el Clero; ni de los clubs ó sociedades secretas que forman con los revoltosos de oficio para proteger todo trastorno y amedrentar á la gente honrada, ni de la habilidad infernal con que se insinúan pa- ra propagar sus doctrinas por medio de obras fi- losóficas, literarias, históricas • • • • hasta por me- dio de los diccionarios y obras con titulo de Vida de algún Santo. F.—¿También eso? P.—Ellos no pierden ripio, como suele decir- se. Toa de sus maniobras favoritas es escribir historias de pueblos y de reyes, amañadas para dar siempre razón á los herejes contra los Cató- licos, donde estos aparezcan como verdugos y criminales, y aquellos como víctimas santas del fanatismo. Dorando, por decirlo así, sus false- dades con una que otra verdad esparcida en tal cual página, dan salvoconducto al espíritu protes- tante que las anima todas. Preparada con estas historias la opinión déla gente frivola é igno- rante, lescuesta ya menos trabajo difundir princi- pios de perversión. Esta es la causa por que con mucha razón ha podido decir un escritor ilustre,— 70 — que «la historia, de un siglo ú esta parte, es una « conspiración permanente contra la verdad.» F.—Es decir que esa gente pervierte primero los entendimientos para corromper después las conciencias. P.—Asi es; por eso no tan solo se valen de los impresos que publican vendiéndolos á ínfimos precios, ó regalándolos, sino que también se inge- nian para colocar en las escuelas públicas á maes- tros hipócritas, los cuales, manifestándose al principio hombres de religión y sana moral, van luego derramando poco á poco en el ánimo de los niños inocentes sus máximas heréticas, ya con sus explicaciones, ya con los libros que les dan como premio de aplicación. Esto que hacen en las escuelas de primera educación, lo hacen luego en mayor escala en las universidades é institutos de enseñanza superior, colocando ó influyendo para que en ellos se coloquen maestros imbuidos en todos los errores protestantes. Te horro- rizarias, si te dijera lo (pie uno de estos, que yo sé en qué instituto se halló colocado años atrás, enseñaba á sus discípulos, y muy temible es que no fuese solo. F.—A lo menos con estas artes no lograrán corromper sino á la gente acomodada; ¿me sabría — 71 — V. decir si hacen algo pura corromper también á los pobres? P-—Sí, por cierto; los medios que usan con los pobres son crueles, pues prevaliéndose de la mi- seria en que se hallan tantos infelices reducidos á perecer de hambre, les ofrecen dinero para hacer- les apostatar. Con este inicuo medio han com- prado los Protestantes, y siguen todavía com- prando el alma y la conciencia de muchos desgra- ciados, en los países donde se les deja impune- mente consumar este tráfico, infinitamente mas horrible que el de los negros. Ellos saben muy bien que nunca faltan Judas dispuestos á vender á Jesucristo por treinta dineros, y de estos após- tatas se valen luego para reclutar mas gente en sus filas de perdición. F.—¡Jesús!!! ¡eso parece una conspiración •contra Dios y contra la sociedad humana! y unos 'hombres que asi obran ¿se atreverán á llamarse 'honrados? P.—Entre los ministros y propagadores del Protestantismo, no es la honradez el género que masabunda. Loshombres verdaderamente hon- rados del Protestantismo no compran almas ni falsifican Biblias • • • • Pero de esto ya te he dicho lo bastante.F.—¿Quiénes son los que se hacen protestantes? P.—Por lo que hasta ahora se ha visto en to- das partes, los pocos católicos que abrazan el Protestantismo, han sido la gente mas perdida y las basuras del Catolicismo. Entre estos han figurado en primer término algunos pocos clé- rigos y frailes apóstatas, verdaderos sacos de podredumbre y de vicios. F.—¿Dc veras? P.—Tan de veras, que hasta el dia de hoy los pocos que han dado el escándalo de semejante apostasia, eran ya de antes sefialados por su escandalosa conducta en los pueblos y diócesis á que pertenecían; eran la verdadera cruz de sus obispos y superiores, los cuales no sabían ya có- mo arreglarse para hacerlos entrar en orden. Todos ellos, después de haber escandalizado con sus palabras y procederes, han acabado con esca- parse en compañía de alguna mujer á lejanas tierras, ó cuando menos, si no la han llevado consigo, la han tomado después, pisando de este modo su voto de castidad perpetua, y luego cuando se les ha preguntado la razón de su apostasia, han tenido la desvergüenza incalificable de contestar que si se han separado déla Iglesia católica, ha sido obligados por la corrupción de Roma, y por las convicciones que habían formado con la lec- tura de la Biblia. Los protestantes sensatos se avergüenzan de la impudencia de tales apóstatas. F.—¿Por qué llama V. apostasia el hacerse protestante? P-—Porque hacerse protestante, no es mas ni menos que renegar de la religión cristiana; pues por mas que digan los que abandonan la Iglesia católica, que no solamente continúan siendo cristianos, sino cristianos mejores que los Cató- licos; la verdad es que nuda menos hacen sino abandonará Jesucristo y su Iglesia para profesar un Evangelio de nuevo cuño, un Evangelio sin pies ni cabeza, que no saben si es el de Lutero, ó el de Calvino, ó el de Zwinglio, ó el de cualquier otro embaucador semejante, pues cada uno de estos reformadores se ha arreglado allá para su uso particular un Evangelio, siendo la verdad en último resultado que no creen en su Evangelio, ni en el de los demás. F.—¿No habrá alguno que se haga protestante de buena fe? P.—Ni uno solo: hasta ahora no se ha visto ningún católico que haya apostatado sino para saciar alguna pasión innoble, que no le consentía la Iglesia católica. Ellos creen en el nuevo Evan-— 71 — gelio que abrazan, lo mismo que tú crees en el zancarrón de Mahoma F.—Y cómo consienten los Protestantes hon- rados que sean admitidos en su comunión após- tatas? P.—Por la esperanza de que el mal ejemplo de estos danzantes pueda seducir algunos buenos católicos, ó mejor porque no se atreven contra la corriente de los sectarios. Pero los mismos Protestantes condesan que mientras la gente mas ilustrada y virtuosa de ellos se viene todos los di- as con nosotros, en cambio ninguno de los nues- tros se pasa á sus filas, que no sea la hez de nues- tra comunión. Los mismos Protestantes confie- san que cuando el Pupa hace una limpia en el jar- din déla Iglesia,echa por encima de las tapiasen el campo de la herejía todas las malezas é inmun- dicias: los mismos Protestantes confiesan, que lodo lo que consiguen reelutar para sus banderas, es lo mas perdido y descamisado. F. ¿Y con todo eso los admiten? P.—¿Qué han de hacerlos pobres si no los ha- llan mejores? F. Dígame V., señor Cura, ¿por qué los que se hacen protestantes, dicen que obran conforme al progreso de las luces y á la ilustración del siglo, Á otras expresiones del mismo jaez? P-—Es muy sencillo: para engañar mejora los tontos y seducir ú la gente frivola y vano. Pe- ro figúrate tú qué progreso será el suyo cuando, léjos de decir nada nuevo, no hacen mas que re- petir mentiras y necedades rancias refutadas ya mil veces por los Católicos: como cuando asegu- ran que la confesión auricular, la misa y el culto de los Santos son cosas recientes en la Iglesia, no obstante habérseles ya probado mil veces que son tan antiguas como el Cristianismo; pero á ellos les parecen novedades dignas de un hombre de cha- pa, y queriéndola echar de eruditos y sabiondos, no ven todo lo ridiculo de su ignorancia. Cosa tanto mas rara; cuanto para convencerse de su tontería, bastábales mirar la multitud de protes- tantes, verdaderamente subios y estudiosos, que á cada instante se están convenciendo de la falta de razón y fundamento con que el Protestantismo enseña estas novedades, y los cuales acaban por convertirse al Catolicismo, persuadidos de que es la única religión verdadera de Jcsucisto. F.—Sabe V. que rae espanta el pensar lo que seria si el Protestantismo se entronizase en un pais?— 7G — P.—Y tienes muelia razón para espantarte; es- to seria un degüello perpetuo: la guerra civil inundaría de sangre las ciudades y las campiñas; se arruinarían de todo puntólas pocas casas de caridad y beneficencia que nos lian dejado las revoluciones; se convertirían en ruinas nuestros magníficos templos, y ningún hombre de bien tendría segura su vida ni su hacienda. Verda- deramente horroriza pensar lo que sucedería cuando se lee en las historias lo sucedido en igual caso en países en que la gente tiene menos calien- te la sangre, como son, por ejemplo, la Alema- nia, Inglaterra, Holanda y otras regiones del Nor- te, donde las guerras religiosas, movidas por los sectarios, fueron unas verdaderas carnicerías. Dios nos libre de semejantes horrores. XII. F.—¿Qué delito comete el católico que se hace protestante? P.—Comete tres delitos principales, y á cual mas graves: delito contra Dios, delito contra la Iglesia, delito contra la sociedad. F.—¿En qué consiste su delito contra Dios? P.—En loque consistió la rebeldía del mismo Lucifer, cuando, Heno de soberbia, quiso ser in- dependiente de Dios; pues no pretende otra cosa el católico que desprecia la autoridad de la Igle- sia, que Dios instituyó para enseñarle y dirigir su conciencia, para seguir su propio capricho, y se subleva para no creer ni obrar mas que lo que le acomoda. V.—Pues, señor Cura, á mí me parecía que e! católico que se hace protestante, tomando la Bi- blia como regla de íé, se atiene estrictamente á la palabra del mismo Dios. P.—Eso es lo que dicen los Protestantes; pero saben muy bien olios mismos cuando lo dicen, que mienten descaradamente. Y sino, dime. ¿cómo lian de tomar por regla de fé la Biblia, si ellos no saben cual es la verdadera Biblia, cuando hay tantas Biblias distintas, y aun contra- rias entre sí, cuantas son las sectas protestantes? Para que la Biblia pudiera ser su regla de fé, era preciso que no reconociesen como verdadera mas que una; que todos la entendiesen del mismo mo- do, y no qne cada cual de ellos quisiera fundar en su Biblia la primera necedad ó infamia que se les planta en la cabeza. A mas de que, Jesucristo no dijo: Leed la Biblia, sino que dijo: El que no oyere á la lylesia, sea tenido tomo ¿Ihnteo \j pti-— 78 — blicano, es decir, como pagano y herege: ni dijo á los Apóstoles: Id, enseñad ü leer la Biblia, sino; Id, enseñad á todas las gentes: predicad el Evan- gelio á toda criatura. El que creyere y fuere bau- tizado, será saico. F.—Perdone Y.: es muy contrario lo que yo he oido decir; Nuestro Señor, me aseguraron que dijo terminantemente: Investigad las Escritu- ras, y que en esto se fundan los Protestantes para tomar la Escritura como regla de fé, y por esto no se les caen de la boca aquellas palabras del Salvador. P.—Pues esto mismo prueba lo que te be di- cho, esto es, que los Protestantes no entienden jota en la Escritura, y que la loman, como suele decirse, por los cerros de ÍJbeda. V.—A ver ¿cómo es eso* P.—En primer lugar, cuando el Salvador dice aquellas palabras, es al hablar con los Doctores de la ley, para convencerlos con las profesias del Viejo Testamento de que él era el Mesías pi*omc- tido; no con los Cristianos para mandarles que tomen la Escritura como regla de fé. Jesucristo se referia, pues, aquí al Antiguo Testamento; y si valiese el sentido que los Protestantes quieren dar á aquellas palabras, tendríamos en todo caso que sok> el Antiguo Testamento, y no el Nuevo, ó sea el Evangelio, debería ser regla de fé cristiana; y esto es un desatino.—Ademas, Jesucristo no dice, in- tvstigad las Escrituras, como quien manda una cosa, como tú dirías á un soldado: traeme el fú- sil, ó, ponme la mesa; sino que lo dice como ha- ciéndoles un argumento: Investigad las Escritu- ras, esto es, vosotros que tanto registráis las Es- crituras, investigadlas, y en ellas veréis como yo soy el Mesias prometido; así lo entienden también, y lo confiesan los protestantes instruidos y leales; pues hasta leer el pasage donde están esas pala- bras para conocer claramente que Jesucristo no quiso en ellas mandar la lectura de la Bihlia. Pero en vano es que se les esplique el texto una y mil veces: los Protestantes hacen oídos de mer- cader, y siguen mintiendo y engañando á los po- bretes que en ellos fian.—Aun hay mas todavía: aunque la palabra aquella Investigad se entendie- se como un mandato, todavía los Protestantes irían equivocados, pues siempre resultaría que, ha hiendo Jesucristo fundado una Iglesia infalible para esplicar su doctrina, ningún particular es dueño de esplicaHa según le acomode; y que en todo caso el precepto del Salvador seria equiva- lente al de un soberano que mandase estudiar el— 80 — Código civil para que se observase, 110 para que cada cual io esplicase ú su antojo. F.—Tiene V. mucha razón; pero ello al cabo los Protestantes pretenden probar su doctrina con las sagradas Escrituras. P.—Tú k> has diclio; lo pretenden, pero ¿lo consiguen? no. Jxi pretenden á la manera que, como se lee en el Evangelio de San Juan (cap fU, v. 52), los escribas y fariseos pretendían probar á jNíeodenins que Jesucristo no era el Mesías, cuando le dijeron: Examina las Escrituras, y ha- llarás que de Galilea »o ha salido Profeta; en lo cual mentían, porque habían salido de Galilea no pocos profetas. Y aunque deba entenderse este pasage del Profeta por excelencia, esto es, del Mesías, aun así mentían; porque, si bien es ver- dad que, según los Profetas, babia de nacer en Belén, como efectivamente babia nacido Jesucris- to, también, según los Profetas, debía llamarse Nazareno, mimbre que debía venirle de IVazaret, ciudad de Galilea, en donde habitó Jesús después de su venida de Egipto. Pero, por lo visto, el mentir costaba tan poco á aquellos hipócritas de entonces, como á los Protestantes de hoy.—Tam- bién los Protestantes se valen de la Escritura á la manera que lo hizo el diablo para tentar á Jesu — 81 — cristo cuando con un testo de la Escritura, trun- cado y entendido á su modo, quiso persuadir al Salvador á que se arrojara desde el pináculo del templo, diciéndole que estaba escrito en la Biblia. Esto mismo han hecho los herejes de todos los tiempos, y los de ogaño no parece quieran dis- tinguirse de los de antaño. F.—Si los Protestontes no fundan su doctrina en la palabra de Dios, ¿en que la fundan? P.—En la palabra engañosa del hombre: los Luteranos creen á Lulero, los Calvinistas á Cal- vino, los Anglicanos al rey Enrique VIH ó ú la pa- pisa Isabel, y así de los demás herejes. Asi es como se complace Dios en castigar el orgullo de los que, mientras se resisten ú creer en la auto- ridad infalible y santa de la Iglesia, no tienen re- paro en creer á ciegas en la palabra de un fraile lujurioso, de un clérigo apóstata, de un rey diso- luto y de una muger deshonesta y monstruo de crueldad. F.—Ahora ya entiendo, señor Cura, como es- tos cometen gravísimo delito contra Dios. ¿En qué consiste el* que cometen contra la Iglesia? P.—En revelarse contra esta su madre, que los ha engendrado en la fé de Jesucristo, que los ha nutrido con sana doctrina y Sacramentos, que— 82 — ha tenido siempre para ellos entrañas de amor y de caridad. Hijos pérfidos é ingratos, descono- cen los beneficios de su buena madre, le mueven guerra cruel y despedazan su seno, y hasta cons- piran para arrancar de su regazo á las almas fie- les para abismarlas en vías de perdición. ¿No te parece este crimen bastante horroroso? F.—Sí, señor Cura; pero quizás ellos piensan conducir esas almas por camino mas seguro de salvación. P.—Lo que menos piensan es en eso, por mas que digan, y la razón es clara: dicen ellos que, en creyendo en Jesucristo, se pueden salvar las al- mas en cualquiera religión, y confiesan que los Católicos se salvan y gozan el paraíso. ¿Qué in- terés; pues, pueden tener en sacar á nadie de la Iglesia católica, fuera de la cual, como enseña la fé, no puede haber salvación? ¿Y qué diremos délos católicos que, sabiendo esto, se van con los Protestantes y dejan lo cierto por lo dudoso? Pe- ro aun cuando los Protestantes negasen, que no lo niegan, que los Católicos se salvan, ¿qué val- dría su palabra contra la del mismo Jesucristo, cuando dice que el que en vez de entrar en el re- dil por la puerta, entra por otra parte, es un la- drón y asesino que nada mas quiere sino matar — 83 — o perder á las ovejas, esto es, ú las almas, y que es un lobo carnicero, sediento desangre y de ra- piña? Y además ¿se ha visto alguien en alguna parte que de católico se haya convertido en pro- testante para hacerse mejor y mas santo? Hasta ahora de ninguno se cuenta en tres siglos de vi- da que lleva el Protestantismo; y por el contra- rio se cuenta de muchos, ó mejor dicho, de to- dos, que se han hecho protestantes para vivir sin regla ni ley, sin Jesucristo y sin Dios. Mira có- mo viven los apóstatas, y no tendrás necesidad de mas para conocer el fin que les (guiaba ul apostatar. No es, pues, el amor de las almas lo que haceá los Protestantes buscar prosélitos. F.—Me deja V. convencido; vamos última- mente á ver, ¿qué delito comete contra la socie- dad el que se hace protestante? P.—Delito mayor del que tú te figuras; pues que todos esos incrédulos ó ateos prácticos, cubiertos con el disfraz de protestantismo, no son masque agentes políticos para promover la anar- quía, el Comunismo y el Socialismo; y por consi- guiente, son enemigos natos de la sociedad y trai- dores á su patria. Dime tú, pues, ¿qué serán los que siguen las banderas de tales gentes, y si al— 81 — irse con ellos no cometen UH delito bien grave contra la sociedad? F.—Pues yo he oido decir que muchos de los Protestantes son hombres muy pacíficos, y hasta se ponen contra los católicos imprudentes, indis- cretos ó fanáticos que no saben vivir en paz. P.—Si: al principio se presentan muy mansos porque son muy pocos; pero luego que van creci- endo en número y se creen fuertes; de corderos • se convierten eti lobos, y aun en tigres. Pri- mero la emprenden con aquellos católicos, á quienes ellos califican de fanáticos y exagerados, porque se oponen á sus tramas, y eso es lo que di- cen no saber vivir en paz; después ya van forman- do cabalas y partidos, hasta quo llegan á dar al través con todas las instituciones vigentes. Tal es, en compendio, la fiel historia de todas las herejías que han prevalecido; jamás se ha hecho una revolución religiosa, que no haya sido segui- da de otra revolución política, F.—Pues, ¿cómo hay Gobiernos que protegen el Protestantismo? P.—O son el producto del mismo Protes- tantismo, y entonces la pregunta no viene al caso; ó son necios que no ven lo gangrena que admiten en el Estado, ó son traidores á su Dios y á su pa- — 85 — tria, instrumentos miserables de sociedades se- cretas, á cuyos manejos deben su elevación al po- der. F.—¡Ya! ya le entiendo á V., y lo creo. Pero bueno fuera tirar de la manta y descubrir el jue- go. P.—No te dejarán. Blasfemar de Dios, insul- tar á su Iglesia y á sus ministros, predicar prin- cipios disolventes de todo orden social, esto si te lo consentirán; pero¿descubrir las picardías de ellos?guárdate de intentarlo, porque te harán pa- sar plaza de exagerado y visionario, quizás de conspirador, y sin forma de proceso te mandarán á ultramar á averiguar la verdad del caso. F.—Ya comprendo; bástame que los conozca. P.—Tienes mucha razón: procura conocerlos, huye de ellos y perdónalos, que al cabo mas ne- cios son que malvados. F.—¿Pueden vivir tranquilos los que se pasan de la Iglesia católica al Protestantismo? P.—No; porque son apóstatas y renegados, es- to es, hombres que se rebelan contra Dios, que desechan la divina gracia y pierden toda la fé. No hay paz para los impíos, dice Dios mismo, y si algún impío hay en el mundo, ninguno lo es mas que el hereje, el apóstata y el renegado.— 80 — F.—Es decir, que estos tales viven con la con- ciencia perpetuamente agitada y llena de amargos •«mordimientos? P.—No hay duda; llevan un infierno en su corazón, y padecen tristezas y melancolías tales que no liay palabras para expresarlas. Siempre inquietos, tristes, turbulentos, en vano se aban- donan á todos los vicios para sacudir el peso que agobia su corazón. F.—Pues algunos he visto yo que bien alegres están, y buena vida se llevan. P.—En la apariencia, si; pero allá para sus adentros, no. Dados siempre á disipaciones y vi- cios, hacen lo que algunos infelices agoviados de deudas, que para no sentir penas se embriagan, los cuales tan luego como les pasa la borrachera, vuelven á las mismas penas de antes. Del pro- pio modo estos infelices apóstatas fingen estar alegres, huyen de la soledad, y andan siempre in- ventando distracciones, y buscando recreos para sufocar el atroz remordimiento que los punza, pe- ro por mas que hacen, no consiguen matar el gu- sano que los devora. Aveces los hay que son in- genuos y lo confiesan, como uno que yo conocí; pero no les devora menos por querer disimular- — 87 — lo. Te repito, que no te fies de las apariencias, pues no hay paz para los impíos. F.—Pero, ¿no dicen ellos que se han hecho protestantes por un profundo convencimiento y á fuerza de leer la Biblia? P.—El profundo convencimiento de estos que se hacen protestantes es el mismo que el de los cris- tianos que se hacen turcos. ¿Te parece á ti que los presidarios de Ceuta y Melilla, que se pasan al Mopo, tendrán mucha féen Mahoma? Pues la misma tienen los que de católicos se hacen pro- testantes. F.—Quizás V., señor Cura, se equiroca, pues al cabo V. no está dentro de ellos para ver sus in- tenciones. P.—Nada hay que manifieste con tanta seguri- dad las intenciones del corazón, como son los he- chos, y en hechos es en que yo me fundo. Me fundo en la pública confesión de algunos traido- res á su Dios, hecha por ellos mismos cuando aco- sados por sus remordimientos, al fin volvieron al gremio de la Iglesia católica. Muchos ha habido que, después de haberse alabado grandemente de su aposlasia, y de haber insultado con sus escritos y discursos ala Iglesia romana, vomitando contra ella todo género de injurias y de calumnias, han— 88 — acabado por no poder sufrir el desgarramiento interior de su corazón y la vergüenza que les roia el alma, y han abjurado los errores que babian abrazado contra la fé de su santa Madre. Pues bien: estos son los que en sus públicas retractacio- nes, han confesado los tormentos de conciencia que padecían mientras estuvieron en el Protes- tantismo, y se han retractado solemnemente de todos los insultos y falsedades que habian propa- lado contra la Iglesia y los Pontífices romanos. Estas retractaciones se han hecho públicas en to- dos los periódicos, y no puede menos de que tú hayas visto alguna. F.—Si, señor, alguna he visto: pero muy po- cas comparadas con el número de los apóstatas. P.—Es verdad; pero eso consiste en que, para declarar un hombre públicamente sus errores y faltas, se necesita cierto grado de heroísmo que no es común. Los apóstatas arrepentidos, que quieren reconciliarse con la Iglesia, encuentran á veces tales obstáculos, que, no pudiendo superar- los, continúan arrastrando, á pesar suyo, las ca- denas con que ellos mismos se han atado. F.—¿Cuales son estos obstáculos? P.—Son muchos y de muchas especies: en cuanto á los clérigos y frailes apóstatas, el princi- — 80 — pal y casi único obstáculo consiste en haberse ya ligado con alguna mujer, y haber tenido hijos, porque, como á todos estos, según ya te he dicho, no ha movido mas razón para apostatar que sus apetitos carnales, lo primero en que han pensado ai hacerse protestantes, ha sido en tomar mujer; y aunque ellos no quisieran hacerlo, les obliga- rían los Protestantes á hacerlo, con la mira de comprometerlos de modo que ya no puedan pensar en volver á atrás y reconciliarse con la Iglesia. Una vez comprometidos así y cargados con una mujer y con hijos, han de tener gran dificul- tad en abandonarlos, y figúrate cuán duro y cruel ha de ser para ellos separarse de su familia por mas que Jesucristo halla dicho: El que amareá su padre ó á su madre mas que á mi, no es digno de mi, y el que amare d su hijo ó hija con preferencia á mi, no es digno demi. Pero ¿qué fuerza han de tenerlas palabras del Salvador para estos malvados á pesar de que fastidian con su decir que continuamente las estudian y practican? F.—Verdaderamente es esto una terrible ten- tación, y muy difícil de vencerse. P.—El segundo obstáculo es el interés. Los apóstatas, en premio de su delito, suelen hallar entre los Protestantes una porción de medros, de— 90 — prolectores, de empleos, de gajes, etc., y conocen que todo van á perderlo si vuelven al Catolicis- mo, reduciéndose quizás á la miseria. Tú cono- ces la natural dificultad que hay para los hombres en resolverse á esta clase de sacrificios, y en re- cordar aquella gran sentencia de Jesucristo: ¿De qué le servirdal hombre conquistar el mundo ente- ro, si pierde su alma'? F.—Si, por desgracia; grande y muy grande es el obstáculo de los intereses humanos. Dígame Y. otro. P.—El tercer obstáculo es la gran repugnancia que naturalmente siente el amor propio cuando se trata de una retractación pública. A esta re- sistencia, que opone el orgullo á la gracia, se jun- ta el temor de las persecuciones de los Protestan- tes, si los arrepentidos se quedan entre ellos des- pués de abjurar, porque-su tan ponderada toleran- cia es solo de palabras, y la verdad es que son los mas iniolerantcs y mas'fanaticos de los hombres, ó la vergüenza mal entendida que han de pasar si van á vivir entre católicos. F.—Es verdad: familia, interés, amor propio, temor, vergüenza, son un terrible escuadrón de enemigos capaz de hacer temblar al mas esfor- zado. — 91 — P.—Son tules que, moralmenle hablando, ha- cen casi imposible la reconciliación de muchos y muchos apóstatas que. después de su delito, gi- men y padecen horriblemente en su interior, y quisieran volver al seno de su madre la Iglesia; pej*o que no tienen valor para romper las atadu- ras con que los ha encadenado el demonio. F.—Por lo que veo, lo mejor será no dejarse seducir, para no tener luego que arrepentirse en vano. P. —No solo es lo mejor, sino lo único que hay quehacer. En la apariencia, nada están fácil, tan cómodo y grato-como hacerse protestautes, pues jqae asi se logra creer lo que se quiere, y obrar como se cree; pero luego es ello: la concien- cia se levanta contra el perjuro, y lo atosiga y lo devora, como sucede con todo pecado grave des- pués de haberlo cometido. F. —Siendo tal como hemos visto la vida de los apóstatas, desearía saber cual será su muer- te. p.—Horrible: en aquel momento supremo, cu que losintereses de la tierra ya no son nada para el hombre; cuque, próximo á comparecer ante su Juez eterno, ve con claridad todos sus críme- nes, sus fallas y sus ciegas ilusiones, el católico— 92 — que ha apostatado está mirando la inmensidad del abismo de su traición, y muere agitado por ter- rores indecibles y despedazado por sus remordi- mientos. F.—De qué provienen esos terrores, esas in- quietudes y esos remordimientos en la mucrtc¿lel apóstata? P.—De muchas cosas: en primer lugar Dios, que es verdad infalible, los ha predicho muchas veces y con mucha claridad en sus sagradas es- crituras, y lo que Dios ha dicho, se ha de cum- plí": El deseo de los pecadores perecerá.—El co- razón endurecido lo pasara mal en los xiltimos de su vida.—La muerte de los impíos es pésima—Es cosa horrenda caer en las manos de Dios vivo. De estas y otras sentencias semejantes están llenos los Libros santos. F.—¿Y V. supone que los que se hacen protes- tantes son esos pecadores, esos corazones endu- recidos, esos impíos de que hablan los textos cita- dos de las Escrituras? P.—¿Y quién lo duda? ¿qué mayor pecado que hacer traición á la propia conciencia en materia tan grave como es abandonar la única religión verdadera para entregarse á los goces carnales, á un vil interés, á traficar con su alma, á seguirlos impulsos de un ciego orgullo? ¿Qué dureza de corazón mayor que la del que después de lleno de pecados, apóstata por desesperación, y después de apostatar, se resiste á todos los avisos de Dios, á todos los gritos de su conciencia, y deja que se le venga la muerte encima estando en semejante estado? ¿Qué mayor impiedad que odiar á la Iglesia, y hacerle guerra encarnizada, y tratar de robarle sus hijos íieles, para llenarla de pena con escándalos, con blasfemias y malas artes? ¿Qué mayor pecado, dureza é impiedad á un mismo tiempo, que odiar ú esta iglesia, esposa de Jesu- cristo, comprada por él á costa de tantos padeci- mientos, de tanta sangre y de tan afrentosa y cruel muerte? F.—Es verdad, es verdad. Y digame,: ¿poi- qué razones mas es tan horrorosa la muerte de los apóstatas? P.—Porqué á mas de los oráculos divinos que asi lo anuncian, todos los apóstatas tienen pre- sentimiento del horroroso fin que les aguarda, como que en el fondo de su alma conocen que Dios es su enemigo, y ven inaniíiesto en vida el castigo que les prepara cuando aparezcan en su tribunal. iNo sé si tú has presenciado jamás la— 9í — muerte de alguna do estos infelices; pero cree á los que la han visto. Cuando les llega su últi- ma hora, ó se llegan á poner como piedras sin dar ningún rumor de sí, ó mueren como perros rabiosos, entregados á todos los furores de la de- sesperación, sin que haya medio de inspirarles confianza en la divina misericordia. Sus ojos torvos y espantados, su rostro descompuesto, y las contorsiones horribles de todos sus miem- bros, son otras tantas señales de su final repro- bación. F.—Pero verdaderamente mueren asi como Yd. dice? P.—Por lo general, sí: su muerte no es mas que un infierno anticipado. Si alguna excep- ción hay de esta regla, os mas funesto aun el es- pectáculo que presentan. F.—Eso no lo entiendo: sírvase V. esplicarse. P.—Quiero decirte que los pocos apóstatas que al parecer mueren tranquilos, en realidad son mas desgraciados que los de que acabo de hablarte; pues estos al menos sienten y esperi- mentan la atrocidad del remordimiento, lo cual en cierto modo les abre camino para implorar la misericordia de Dios, y quizás snlvursc; mientras que los otros con su estúpida tranquilidad son como muertos, manifiestan que han perdido en- teramente la fé, que son incrédulos y ateos prác- ticos, que no tienen cuenta ninguna con la otra vida, no piensan para nada en Dios ni en la in- mortalidad del alma; y así es que estos mueren como bestias, es decir, lo mismo que han vivido: para ellos no hay remedio ni esperanza. F.—Por qué llama V. a estos talos incrédulos y ateos prácticos? P.—Porque en realidad lo son. Y si no, dí- me: ¿es posible que un cristiano se esté murien- do con tranquilidad cuando sabe que ha ofendido tan gravemente á Dios, y que al presentarse al tri- bunal eterno, ha de ser condenado por toda la eternidad? Esto no es posible sino en un ateo. Esto es de todo punto imposible: solo un ateo y un incrédulo absoluto, que nada creen, pueden costar así. "-F.—-Y hay ejemplos do algunos que á la hora do la muerte se arrepientan del pecado cometido al hacerse protestantes? P.—Sí; y esto ha sucedido, gracias á Dios, á todos los que no han endurecido enteramente su conciencia, y no han incurrido por su culpa en la— 90 — iinpcnitcnciu final. Cuando estos ven que el mundo se les desaparece, y que llega el instante supremo, entonces se les cae la venda de aquella profunda convicción que, decían, les había impul- sado á renegar de su fé; conocen el necio enga- ño en que habían consentido, imponen silencio á sus pasiones, hacen hablar á su razón, se acuer- dan de la iglesia que abandonaron, y tratan de reconciliarse con ella y con Dios. ¡Dichosos ellos, en quienes se obran estos triunfos de la di- vina misericordia! F.—Porqué, señor Cura, llama V. triunfo de la divina misericordia á la conversión de estos? P.—Porque las conversiones sinceras, que se obran en el trance de la muerte, son siempre un verdadero milagro, á causa del grande abuso que los culpables han hecho durante su vida délas gracias con que les invitaba Dios al arrepenti- miento y reparación de sus escándalos. Tam- bién lo son, porque en su última hora son no po- eos los que por los siempre justos y tremendos juicios de Dios buscan un sacerdote católico y no pueden hallarlo, porque, ó no llega á tiempo, ó le impiden que llegue á la cabecera del enfermo los protestantes que le rodean, como muchas ve- ces ha sucedido. Por último, estas conversiones á la hora de la muerte se llaman triunfos de la misericordia de Dios, porque con frecuencia la justicia divina castiga á los apóstatas con muerte tan repentina é impensada, que ni aun tiempo les deja para verla llegar. La sagrada Escritura ya lo dice: Nadie se rie de Dios, ó como vulgarmen- te decimos, con Dios no se juega. F.—¿Se condenan todos los Protestantes? P.—Se condenan todos los llamados proles* (untes formales, es decir, los que conocen que se hallan fuera de la única Iglesia verdadera, que es la católica, y la combaten, y la calumnian, y tra- tan de robarle sus hijos: todos estos se condenan sin duda alguna, pues artículo es de fé que futra de la Iglesia no hay salvación. Lo único que puede servir de escusa delante de Dios, es la ig- norancia invencible, que estos no tienen. F.—¿A qué llama V. ignorancia invencible? P.—A ese estado del alma en virtud del cual una persona vive de buena fé, segura de que pro» fesa la verdadera religión cristiana, porque la oye llamar asi. Por eso se dice que tienen ignoran- cia invencible los protestantes de buena fé, es decir, los que ninguna sospecha han concebido de la falsedad de su religión, ó mejor dicho secta. 7— 98 — F.—Cree V. que haya muelaus de esos protes- tantes de buena fe? P.—Dios solo, que es quien penetra el corazón humano, es quien puede saberlo. Pero, si en materia tan árdun es licito aventurar alguna con- jetura, yo diria que hay,sin duda muchos de es- tos protestantes de buena fé entre las gentes sen- cillas y sin letras, como labradores, artesanos s^ otros semejantes. Pero aun á estos mism os no les basta para salvarse el vivir con buena fé ó íg-~ noraneia invencible, sino que eu todo caso nece sitan conocer á lómenos los principales misterio de nuestra santa fé, y creerlos con esperanza y earidid, y con sincero pesar de los pecados que hubieren cometido. Y como nuda de esto sue- len tener los mas de los infelices pertenecientes á as varias sectas protestantes, de ahí la dificul- tad de que se salven, aun los mismos que viven con buena fé. A mas de que, como es difícil que on hayan cometido jamás algún pecado mortal, y su desventurada secta les persuade que basta po- ra su perdón creer que les está perdonado, así es qHe, no cuidando de hacer frutos dignos de peni- tencia, mueren en pecado mortal, y se condenan. Tristísima es, pues, la situación de los que tuvie — Oí) ron la desgracia de haber nacido y criarse en el Protestantismo. F.—Los que pasan de la Iglesia católica al Pro- testantismo pueden tener esta ignorancia inven- cible? P.—Ni por pienso: ¿cómo ha de tener ignoran- cia invencible con respecto a la Iglesia verdadera el que habiendo sido enseñado y criado por ella, la deja maliciosamente para vender su alma por un pedazo de pan, y traficar con ella, á fin de vi- vir como impío y desalmado? F—Pera de todos modos ¿no podría suceder que alguno se hiciese protestante por convicción pro- funda, que hubiese formado leyendo Ja Biblia, ó algún docto escrito de los Protestantes, ó últi- mamente, movido por cualquier fin honesto? P.—No, eso no puede suceder á un verdadero católico, el cual sabe por su fé que Dios ha esta- blecido á la Iglesia por maestra infalible de la verdad, y que por lo tanto, hacer traición á la Iglesia es dejar la verdad á ciencia cierta. Y co- mo contra la verdad no es posible tener verdade- ra convicción, sígnese de aquí que el apóstata ca- tólico no puede tener convicción ninguna, ni chica ni grande, ni profunda ni ligera, ni de nin- gún modo, ni por razón ninguna. Primera men-— 100 — te no por la íeclura de la Biblia, pues la Biblia, que es la palabra misma de Dios, verdad esen- cial, á nadie puede enseñar una verdad contra- ria á la que enseña la Iglesia; en todo caso el er- ror no seria de la Biblia, sino de quien se metie- ra á interpretarla sin entenderla, y sin autoridad para esplicarla. Además, no por la lectura de ningún docto escrito protestante, pues no hay cien- cia que valga contra la doctrina de la Iglesia, maestra suprema y fundamento de la verdad; y el que combata esta doctrina, es ignorante ó presuntuoso, ó ambas cosas ú un tiempo. Ulti- mamente, no por un fin honesto, porque el cató- lico que reniega de su fé, sabe positivamente que comete un gravísimo pecado y el mas feo de los delitos. F.—¿Eso quiere decir que el católico que se haga protestante no puede salvarse de manera alguna? P.—Solo una le queda, y es arrepentirse sin- ceramente de su apostasía, y abjurar sus errores. Fuera de este caso, es de fé que todo católico, que se hace protestante; se condena infaliblemente por toda una eternidad. F.—¿Dice V., señor Cura, que esto es de fé? P.—Sí, digo que es de fé, como que está cs- — 101 — presamente revelado así por Dios. Y si no, dí- me tú- ¿no es de fé que para el que por su culpa muere fuera de la Iglesia no hay salvación? Eso es indudable. ¿Y los apóstatas no mueren por su culpa fuera de la Iglesia? Indudable también, porque nadie los obligaba á apostatar. Luego es de fé que se condenan. Además, ¿no es de fé que se condena el que muere en pecado mortal? Y ¿quién muere mas en pecado mortal, como he- mos visto arriba, que los cismáticos y herejes vo- luntarios? Luego es de fé que se condenan. P.—Y no le parece á V. eso una máxima de in- tolerancia cruelísima y agena de la bondad de Dios? P.—No por cierto: léjos de ser una máxima de intolerancia, no es sino una verdad de fé en- teramente conforme á la razón. A no ser ateo, nadie negará que Dios no puede mirar con indi- ferencia el que se falte al respeto debido á su pa- labra, y por consiguiente al respeto debido á la única religión verdadera enseñada por él; ni pue- de tolerar una religión inventada por el capri- cho y soberbia de los hombres. De lo contra- rio, vendría Dios á ser protector de la mentira, y premiador de rebeldes, lo cual es tan absurdo, como blasfemo siquiera imaginarlo. La sagrada— 102 — Escritura habla muy claro en este punto: El que no creyere, será condenado.—El que no escuchare d la iglesia, sea tenido por fitnico y publicano.— El que os oye á vosotros, me oye á nú; el que os desprecia d vosotros, d mi me desprecia; y otros testos semejantes. F.—Veo que le sobra á V. la razón. Con to- do no puedo acabar de persuadirme de que todos los que se hacen protestantes eternamente se con- denen; pues al cabo su delito me parece no ser mas que el de tener «na opinión diversa de la de los Católicos. P.—Con esa palabra tratan de ocultar su ne- gra impiedad los incrédulos é insensatos que re- niegan destilé. Pero Dios hu dicho lo contra- rio, como acabas de ver. Qué te parece pues, ¿quién tendrá razón, ellos ó Dios? ¿Cambiará Dios sus decretos eternos porque los apóstatas se for- men la ilusión de pensar que no hay delito en .sus opiniones, para vivir asi sin remordimientos? ¿Dejarán por eso de ser sus opiniones verdaderas herejías, como negaciones que son de la fé, y er- rores perversos contra las verdades reveladas por Dios, y propuestas por la santa madre Iglesia? No hay remedio: ó ser católicos, como Dios man- da ó condenarse. ¿Por ventura necesita Dios pa- ra algo de estos renegados? ¿No lia condenado á muchos otros idólatras é Ínfleles? ¿Qué mas tie- nen ante Dios unos que otros? F.—No, no, perdone V., señor Cura, no pue- do pasar por eso, que sean iguales ante Dios los infieles paganos y los apóstatas; pues estos al ca- bo son cristianos y creen en Jesucristo como no- sotros, y adoran al mismo Padre como á Dios, in- vocándole todos los días cuando rezan el mismo Padre nuestro que los Católicos. ¿Cómo, pues, quiere medirlos Y. á todos por el mismo rasero? P.—No solamente les mido por el mismo rase- ro, sinoque digo que los apóstatas son incompara- blemente mas culpables que los paganos é infie- les, pues estos al fin y al cabo, comparados con los Cristianos, puede decirse que viven en las ti- nieblas de la ignorancia; pero los católicos após- tatas pecan por pura malicia, que es pecado de demonios, y con fines impíamente interesados. En vanóse llaman cristianos, y protestan creer en Jesucristo, pues no saben ni les importa un ar- dite de este Jesucristo en quien dicen que creen, al propio tiempo que están hollando su palabra, como un hijo que quisiera persuadir que es obe- diente á su padre al tiempo que está burlándose— 102 — Escritura habla muy claro en este punto: El que no creyere, será condenado.—El que no escuchare d la Iglesia, sea tenido por f ínico y publican».— El que os oye á vosotros, me oye d mi; el que os desprecia d vosotros, d mi me desprecia; y otros testos semejantes. F.—Veo que le sobra á V. la razón. Con to- do no puedo acabar de persuadirme de que todos los que se hacen protestantes eternamente se con- denen; pues al cabo su delito me parece no ser mas que el de tener una opinión diversa de la de los Católicos. P.—Con esa palabra tratan de ocultar su ne- gra impiedad los incrédulos é insensatos que re- niegan de su fé. Pero Dios bu dicho lo contra- rio, como acallas de ver. Que te parece pues, ¿quién tendrá razón, ellos ó Dios? ¿Cambiará Dios sus decretos eternos porque los apóstatas se for- men la ilusión de pensar que no hay delito eñ sus opiniones, para vivir asi sin remordimientos? ¿Dejarán por eso de ser sus opiniones verdaderas herejías, como negaciones que son de la fé, y er- rores perversos contra las verdades reveladas por Dios, y propuestas por la santa madre Iglesia? No hay remedio: ó ser católicos, como Dios man- da ó condenarse. ¿Por ventura necesita Dios pa- 1 — 105 — ra algo de estos renegados? ¿No ha condenado á muchos otros idólatras é ínfleles? ¿Qué mas tie- nen ante Dios nnos que otros? W.—No, no, perdone V., señor Cura, no pue- do pasar por eso, que sean iguales ante Dios los infieles paganos y los apóstatas; pues estos al ca- bo son cristianos y creen en Jesucristo como no- sotros, y adoran al mismo Padre como á Dios, in- vocándole todos los dias cuando rezan el mismo Padre nuestro que los Católicos. ¿Cómo, pues, quiere medirlos V. á todos por el mismo rasero? P.—No solamente les mido por el mismo rase- ro, sinoque digo que los apóstatas son incompara- blemente mas culpables que los paganos é infie- les, pues estos al fin y al cabo, comparados con los Cristianos, puede decirse que viven en las ti- nieblas de la ignorancia; pero los católicos após- tatas pecan por pura malicia, que es pecado de demonios, y con fines impíamente interesados. En vanóse llaman cristianos, y protestan creer en Jesucristo, pues no saben ni les importa un ar- dite de este Jesucristo en quien dicen que creen, al propio tiempo que están hollando su palabra, como un hijo que quisiera persuadir que es obe- diente á su padre al tiempo que está burlándose— 104 — de sus mandatos y añade el insulto á la desobe- diencia. Y lo mismo les pasa cuando llaman Pa- dre a Dios, pues nojtienen mas que una idea vaga de Dios, y no piensan en él para cosa ninguna; además que no puede tener a Dios por Padre, quien no tiene á la Iglesia por Madre. Y sobre todo, Jesucristo nos manda tener á estos tales como a infieles: luego no los tiene como a cris- tianos. F,—Pero, en fin. si un católico se hace protes- tantes por creerlo conveniente al bien de su pa- tria, ¿no me dirá V. que este no lleve un fin ho- nesto y plausible? P.—Aun suponiendo que el bien de la patria exigiese la apostasia (suposición absurda,) ¿habría razón para dar su alma al demonio y perder los bienes eternos por los intereses temporales? Ni ¿cómo concibes tú que un sentimiento tan noble como el amor patrio bien entendido pueda mover á nadie a crimen tan feo como el de la apostasia? No hay apóstata alguno que lo haya hecho por amor patrio: si alguno de ellos lo dice asi, es un hipócrita, que quiere cubrir con el manto del pa- triotismo las perversas intenciones que se ha lle- vado al renegar desufé. ¡Bueno estaria el pa- triotismo de los hijos de España, que ha luchado — 105 — ocho siglos por ser católica, que se hicieran pro- testante! ¡Qué patriotismo echar un gérmen de discordias sangrientas é implacables en España, y añadir á las muchas causas de disensión que ya tenemos la seguridad de una guerra de religión! ¿Qué bienes podría esperar nuestra patria de hombres traidores á su Dios? ¿qué pudieran tra- ernos estos malvados sino desgracias? F.—Tiene V. mil veces razón, Sr. Cura; pero todavía me queda un escrúpulo. El pecado de apostasia ¿no es lo mismo que cualquier otro pe- cado? P.—No, es muy diferente, y es enorme la dife- rencia que hay éntrela apostasia y los demás pe- cados, por graves que sean. Porque, aunque obran ciertamente mal los fieles cuando pecan, y tan mal que se esponen á condenarse, al fin y al cabo, conservando en su corazón la raíz de la fé, tienen por este solo hecho una prenda anticipada de la divina misericordia, y es seguro que, tan pronto como calme el hervor de las pasiones y entren un poco en reflexión dentro de sí mismos, su fé despertará en ellos el remordimiento, y su alma renacerá á la vida de la gracia, como los árboles que secados por el frío del invierno bro- tan hermosos y arrojan lozanos sus pimpollos al— 106 — sol de la primavera. Su fé los llevará á implo- rar el perdón de su Dios ofendido; su fé les hará buscar los sacramentos de Penitencia y Eucaris- ia, que purifican y fortalecen el alma; su fe será, por último, como una lámpara oculta, mas no apagada, en el fondo de su pecho, que alumbrará con todo su biillo á poco que se la descubra. Mas al apóstata ¿qué le queda? Una vez abandonada su fé, por el mismo hecho pierde todos los medios ordinarios de restituirse á la divina gracia, y ne- cesita nada menos que de un milagro cstraordi- nario y espcctalísimo de la misericordia de Dios para volver al camino de la eterna salvación. Ahora bien, hijo mió, estos milagros son siempre raros, y por eso son tan pocos los apóstatas que se arrepienten, pues la mayor parte de ellos mue- ren en la impenitencia final y se condenan para tiempre, XYI. F.—De todo cuanto V. me ha dicho me parece se saca en limpio qnc"s menester cuidar mucho de no dejarse prender en las redes del protestan- tismo. — 107 — P.—Y muy justamente lo socas. No solo de- bes guardarte del Protestantismo y de los que tra- nn de propagarle, sino que debes mirarlos con horror y abominación. F.—Qué quiere decir V. con eso? P.—Que solo al oir hablar de Protestantismo, debes llenarte de espanto, comoslt e hablasen de una tentativa de asesinato contra tu vida. F.—Nada menos que eso? P.—Si no lo haces así, eres perdido. F.—Espliquese V. P.—El Protestantismo y sus fautores son, en punto á religión y moral, lo que la peste y los apestados son á la salud; y del propio modo que ia peste, si no se toman grandes precauciones, se co- munica con la mayor facilidad, asi se inocula el Protestantismo por ser la religión mas cómoda del mundo; sin Credo, sin Mandamientos* sin Sa- cramentos, sin ayunos ni abstinencias, sin depen- dencia ninguna, sin necesidad de buenas obras para salvarse, en una palabra, una religión llana y abonada para favorecer todas las pasiones y mantener la corrupción nativa de nuestro cora- zón; veneno que se filtra sin sentirlo, y contra el cual no hay mas remedio que huir de él cuanto se. pueda— 108 — F.—Pues veo que los Protestantes muy bien nos dan libritos espirituales llenos de unción y de piedad. P.—Guárdate bien délos tales libritos de los Protestantes, porque son otras tantas impostu- ras. Bajo el barniz de piedad con que están es- critos, se ocultan los testos falsificados de la sa- grada Escritura, con los cuales nada mas intentan sino promover dudas sobre las verdades de la fó y sobre las prácticas cristianas, haciendo creer que ni unas ni otras han sido enseñadas en la Bi- blia; como si los Cristianos nada mas tuviesen que creer y practicar que lo que dice la Biblia, y nobubiese infinitas cosas enseñadas por Jesucristo que no las trae la Biblia, como la misma Biblia nos lo asegura. Coa su acostumbrada hipocre- sía exaltan la fó, como si bastase por sí sola para salvar, aunque no se acompañe de buenas obras. ¿Quieres una prueba de lo que te digo? pues mira como siempre que te den alguno de esos libros, lo primero que te encargan es, que no se los en- señes á ningún sacerdote. Es decir, que ellos mismos conocen que los tales libritos de devo- ción que te dan, son veneno puro, pues no quie- ren que los vean los naturales guardianes y guias de tu conciencia. — 109 — F.—¿Y qué he de hacer si me dan alguno de esos libritos? P.—No tomarlos si te los ofrecen, a menos que quieras hacer lo que unos españoles en Aviñon de Francia, para quema? los delante de los mismos que se los habían dado en una plaza pública; y si caen en tus manos, arrójalos al fuego sin abrir- los, ó entrégalos á tu párroco ó á tu confesor, que es lo que manda la Iglesia. F.—¿Debemos aborrecer al Protestantismo y a los Protestantes, ó sea á estos fautores del Pro- testantismo. P.—Al Protestantismo debes odiarlo con toda tu alma, aborrecerlo, abominarlo como el ma- yor délos males; debes, en fin, detestarlo tanto cuanto debes amar tu fé católica. Pero á las personas de los Protestantes ni puedes ni debes odiarlas, porque nos lo prohibe nuestra santa Re- ligión. Los Cristianos no podt-mos aborrecer á ningún hombre, porque á todos debemos mirar- los como á prójimos. Ese odio á las personas déjaselo allá á los Protestantes, los cuales prue- ban bien con sus dichos y hechos cuánto abor- recen á los Católicos. El católico no debe abor- recer en el herege al hereje mismo, sino su er- ror y su pecado. Mas esto no quita que estés— 110 — siempre bien prevenido contra los que intenten seducirte, y que procures no juntarte ni tener con ellos trato alguno, del propio modo que lo haces respecto de los ladrones y asesinos. F.—Con qué, señor Cura, esto quiere decir que aborrezca al error y ame á las personas de los que yerran: ¿no es asi? P.—Exactamente: eso es loque debes hacer, y asi obrarás al revés de los Protestantes, los cua- les miran con indiferencia ó con amor los erro- res, y aborrecen las personas. F.—¿Y si entre los Protestantes de quienes de- bo apartarme tengo amigos, compañeros, cor- responsales, criados? P.—No bay amistad ni familiaridad que val- gan, cuando se trata de Dios y de nuestra alma. En ese caso debes bacer lo que los antiguos cris- tianos cuando por necesidad tenian que vivir con los infieles, paganos ó idólatras; pues trataban con ellos lo menos que podían, y solo en lo que era absolutamente necesario, y eso cerrando los oidos á sus profanos y seductores discursos, y por último, consintiendo en ser escarnecidos y despedazados, antes que sucumbir á sus amena- zas y seducciones. — 111 — F.—¿Y no ltabrú falta de caridad en practicar lo que Y. me aconseja? P.—Al contrario, ¿no lias oido decir que la caridad bien ordenada empieza por si mismo? Caridad séVá, y muy grande, que sacrifiques en servicio de tu prójimo tu dinero, tu salud, tu vi- da, y, en algunos casos, aun tu misma bonra; pe- ro tu alma? esta no puedes sacrificársela nunca; y cabalmente tu alma es la que te espondriasá per- der, si no te apartabas de los que quisieran ha- certe apostatar. A mas de que, es muy posible que, obrando como te aconsejo con los enemigos de tu salvación, los haga tu misma conducta vol- ver en si. Esta es la verdad, y los que te dicen lo contrario, no saben qué es caridad, como ni tampoeo lo que es fé. F.—¿Y como es que no lo saben? P.—Sí, no lo saben; y sino respóndeme: ¿quién sabrá lo que es caridad, Jesucristo, ó esos desdi- chados que quieren perderte? Mira, pues, có- mo habla el divino Redentor en su Escritura de verdad: Si tu mano ó tu pié te escandalizaren, cór- tatelo y ¿chalo de ti; si tu ojo le escandalizare, sá- catelo y arrójalo de ti; es decir, si las personas mas queridas para ti, y tan unidas contigo como tu mano, tu pié ó tu ojo, son para ti tropiezo 6— 111 — perdición, de modo que por causa de ellas pue- das ponerte en riesgo de condenar tu alma, es- tás obligado á apartarte de ellas, á echarlas de tu lado, y á considerarlas como á tus mas crueles enemigos. F.—Esta muy bien; mas todavía me queda la duda de si podemos tratar con tanta dureza a nuestros prójimos. P. —El procurarla salvación de tu alma ¿es ó no el primero de tus deberes? Para este gran ün, ¿puede ó no servirte de tropiezo, cuando no de obstáculo, el trato con los infieles? Claro es- ta que si: luego no puedes ni debes perder tu al- ma por amor á otros. F.—Es verdad: esto me deja convencido. P.—Aun te diré mas: tú sabes que San Juan Evangelista es llamado por excelencia el Apóstol de la caridad; pues bien, oye loque este dice con respecto á los herejes: Si alguno se llegare á vo- sotros, y no profesare esta doctrina (la doctrina cristiana), no lo recibáis en vuestra casa, ni aun le dirijáis un saludo, pues solo el saludarle serd par- ticipar de sus malas obras. ¿Qué te parece? pues lo mismo enseñan los demás apóstoles en sus car- tas, y lo mismo practicaron los verdaderos cris- tianos siguiendo este consejo apostólico, como nos lo muestra la historia entera de la antigüedad sagrada. Avistándose cierto dia en Roma el he- reje Marcion con San Policarpo, discípulo de San Juan, preguntóle: ¿Me conoces?—Si, le respondió el santo anciano, te conozco por primogénito del diablo. F.—Basta, señor Rector; ahora ya sé como componérmelas. P.—Si, fija bien en tu memoria estas adverten- cias, y procura no olvidarlas nunca, profesando un horror sumo contra las máximas que para se- ducirle enseñan estos perversos, huyendo de ellos como de Satanás, y pidiendo siempre á Dios que aparte de tí á esos apóstatas, corruptores de la fé y de la moral. Aconséjate de tus confeso- res, procura vivir honesta y cristianamente, co- mo te enseñaron tus padres, procura olvidar todos los desatinos que habías oído, y que tanto turbaron tu paz interior, y Dios será contigo. Al obrar como te he enseñado, acuérdate que no has de hacerlo por odio á ninguna persona, sino para preservarte á ti mismo de todo mal. XVII. F.—¡Ah, señor Cura! permítamequ« le bese 8las manos. ¡Si supiera V. que alivio ha dado V. á mi alma! ¡qué nubes de dudas ha disipado en mi espirita la brillante luz de la doctrina que V. acaba de comunicarme! Mas para que esta se fije en mi corazón, y no me quede duda de ha- berlo bien comprendido todo, me ha de permi- tir V. hacer nn resumen de todo. P.—Enhorabuena; ya te escucho. F.—Me ha dicho V.» si mal no me acuerdo, lo siguiente: 1. Que el Protestantismo, en su origen, fué un acto de rebelión contra la Iglesia de Jesu- cristo. 2. Que esta rebelión fué urdida principalmen- te por tres apóstatas llenos de vicios y de toda es- pecie de perversidades. 3. Que el Protestantismo no es mas que un conjunto de desatinos y contradicciones, tanto en teoria, como en la práctica: que sus doctrinas se reducen á negar las verdaderas enseñanzas cris- tianas: que hay en ellas tanta variedad de pensa- mientos y creencias, cuantas son las cabezas de los Protestantes; y que proclaman dogmas horri- bles, tan repugnantes al respeto que se debe a Dios, como contrarios á la dignidad humana j & la moral. — 115 — é. Que* atas doctrinas no han sido abrazadas sino por hombres perversos, ni son propagadas y diseminadas sino por gente sin pudor ni con- ciencia. 5. Que el Protestantismo ha sido impuesto por fuerza y violentamente á los pueblos, al modo que lo fué el Coran por los turcos á los países que conquistaban. Que donde el Protestantismo no ha sido puesto por fuerza y violentamente, lo ha sido por medio de engaños, de falsedades y calumnias contra la Iglesia católica. (i. Que los Protestantes tienen siempre la to- lerancia en los labios y en sus escritos, pero que en su corazón no tienen mas que odio, y crueldad en sus obras; y que por eso en los países donde logran dominar emplean contra los pobres Cató-_ lieos todo género de tormentos, de injurias y ve- jaciones, mientras que, donde no han logrado ponerse encima, todo se les vuelve en pedir to- lerancia para sus errores y picardías. 7. Que los fautores y propagandistas del Pro- testantismo no son sino unos malvados corrupto- res é hipócritas, que nada mas se proponen sino coger en sus redes á la gente sencilla y sin espe- riencia, á los sujetos conocidos por su mala vida y costumbres, y mas particularmente á los po-— H(i — bres jóvenes, á fin de convertirlos en otros tantos desalmados, sin vergüenza y sin freno alguno. 8. Que el fin último délos propagandistas, al emplear estos indignos medios, no es otro sino arrancar la fé del corazón de los pueblos católi- cos, para convertirlos en rebeldes contra toda es- pecie de autoridad, y poder así apoderarse de ellos. Que á estos fautores y propagandistas se lesdá un ardite del Evangelio y de la Religión, pues ellos en nada creen, y lejos de querer el Evangelio, lo que quieren es encenagará los pue- blos en la irreligión, la apostasia, la licencia de- senfrenada, en el Comunismo y Socialismo, como la experiencia lo enseña todos los dias. 9. Me ha proporcionado V. indicios ciertos para descubrir y conocer á las varias especies que hay de propagandistas y diseminadores del Protestantismo, á fin de que pueda guardarme de ellos, y de las malas artes que emplean para insinuar su diabólica predicación. 10. Me ha demostrado V. con hechos cual es la gente perdida que en todas partes abraza el Protestantismo, asi como los males gravísimos que caerían sobre la triste España si llegara á dominar esta perversa raza de apóstatas. It. Me ha puesto también V. en claro el pe- — 117 — eado enorme que bajo todos aspectos comete el que se hace protestante, la angustiosa inquietud, la melancolía, y los crueles remordimientos que llenan la vida de los apóstatas, y la horrorosa muerte que después les espera. 12. Me ha probado V. también hasta la eviden- cia la condenación segura de estos desdichados, si Dios por un milagro de su gracia no nos ilu- mina antes de morir; y que apostatar y condenar- se para toda una eternidad es una misma cosa. 15. Por último, me ha hecho V. concebir un justísimo horror á este Protestantismo, á este mal llamado Evanjelio puro, á esta mal llamada Reforma. Ya sé, gracias á Dios y á V., la mul- titud de males, de oprobios y "de crímenes que trae consigo el abjurar la fé católica, y echarse en brazosde la herejía. En una palabra, ha di- sipado V. todas mis dudas sobre este punto, y quisiera que esta conversación la imprimiese V. para disipar las de otros. p.—Demos, Federico, infinitas gracias á Dios por el bálsamo que se ha dignado derramar sobre las llagas de tu corazón : yo también te las doy á ti por lo bien qüe has aprendido mis lecciones. Es posible que un día de buen humor las ponga por escrito, y las haga imprimir. Pero tú procura— US — no olvidarlas, y cou eso tendrás bastante para no dejarte engañar por esos necios é impíos propa- gandistas de ese nuevo cristianismo, que seria la muerte mas ignominiosa de nuestra España. Si alguien te dijere que en estas lecciones te he en- señado algo exajerado ó no verdadero, respón- dele con toda seguridad, que cuanto te llevo di- cho es menos todavía de lo que real y verdadera- mente pasa y ha pasado, hasla el punto denoha- her en todo lo dicho un hecho solo que no pueda ser plenamente justificado con pruebas y argu- mentos irrefragables. F.—A Dios, señor Cura, hasta otro dia que me hablará V. de la Iglesia católica. Fin. IX DICE. ftiALOuo—Entre un Párroco y Federico, sar- gento recientemente licenciado......... 3 Lección I.—Del nombre y del origen del pro- testantismo ........................ 5 Lección II.—Déla naturaleza del protestan- tismo.. ............................ 9 Lección H.—De las doctrinas del protestan- tismo. ,............................ \\ Lección IV.—De los autores y primitivos pro- pagadores del protestantismo.......... 20 Lección V.—De cómo se estableció el Pro- testantismo........................ 24 Lección TI.—De la tolerancia del Protestan- tismo ............................ 52 Lección VII.—De los actuales propagadores del Protestantismo.................. 58 Lección Mil.—Del fin que se proponen los propagadores del Protestantismo.........15 Lección IX.—De las señas que pueden dar á conocer á los fnulores y propagadores del Protestantismo.................. 49Lección X.—De las malas artes qne comun- mente emplean los propagandistas del Protestantismo.................... 64 Lección XI.—De los que abrazan el Protes- tantismo .......................... 72 Lección XII.—Del delito que cometen los que se hacen protestantes................ 76 Lección XIÜ.—Del remordimiento de con- ... ^¡v ciencia que necesariamente tienen los que de católicos se hacen protestantes...... 8o Lección XIV.—De la muerte de los apósta- tas .............................. 91 Lección XV.—De la segura condenación que espera á los apóstatas................ ül Lección XVI.—Del horror con que debe mi- T- . rarse al Protestantismo y á sus fautores • Lección XVII.—Resumen general........ I FIN DEL INDICE. 1 Ojo? 1*0^. (K ll. —3--^ PROY'ECTO ' ' + ' *'' •■ . Y.' ' * D£ LEY Di ELECCION PJLRA , EEPBESBNTANTES DELA CAMARA •IMITADOS D| LA-NACION. • v; ra I Abril 19 Ó» 1.85C. i_______------------