CARTA PASTORAL DEL ILUSTRÍSIMO SEÑOR DB 1). PELAGIO ANTONIO DE LAVASTIDA Y DAVALOS OBISPO DE PUEBLA DE LOS ÁNGELES DIRIGIDA A TODOS SUS DIOCESANOS Acompañada de la PROTESTA QUE HIZO CONTRA VARIOS ARTÍCULOS DE LA CONSTITUCION MEJICANA Bel 5 de Vetorcro de 18SO. PARIS ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICA DEL SEÑOR ADRIANO LE CLERE IMPRESORES DE SI SANTIDAD Y DEL ARZOBISPADO DE PARIS Rué Cassette, 29, cerca de San Sulpicio. 1857SÉPTIMA CARTA PASTORAL DIRIGIDA DESDE ROMA POR EL ILL'STRISIMO SEÑOR D" Don PELAGIO ANTONIO DE LAVASTIDA Y DAVALOS OBISPO DE Pt'EBI.A DE LOS kSKtíM A TODOS UVm DIOCESANOS CON MOTIVO BE LA PROTESTA QUE HIZO CONTRA VARIOS ARTÍCULOS DE LA CONSTITUCION MEJICANA SANCIONADA EN CINCO DE FEBRERO DE MIL OCHO CIENTOS CINCUENTA Y SIETE. Nos EL DOCTOR don Pelacio Antonio DE LAVASTIDA y DÁVALOS, POR LA GRACIA DE DlOS Y DE LA SaNTA SEDE apostólica orispo de la Puebla de los Ángeles, etc., etc.; A nuestro muy ilustre y venerable señor deán y ca- bildo, d todos los vicarios foráneos y curas, á todo nuestro clero secular y regular, y á todos nuestros dio- cesanos, salud y gracia en nuestro Señor Jesucristo. Venerables hermanos é hijos nuestros muy amados, En el mes próximo pasado hemos recibido y leido con detenimiento la constitución publicada en la capital de nuestra diócesis el dia 12 del último abril. El solo hecho de su promulgación está indicando que los que mandan en esa repúb ica quieren obligaros á cumplir con todos sus artículos; mas como entre estos hay algunos abso- lutamente contrarios á las verdades fundamentales de nuestra divina religión, nos hemos visto en el caso de reclamar por ellos al supremo gobierno, rogándole y conjurándole por lo mas sagrado que se valga de cuan- tos medios ordinarios ó estraordinarios estén á su al- cance basta que desaparezean del código fundamental tantos errores; y si por desgracia no lo hiciere por cual- quiera motivo, hemos concluido formulando las mas solemnes protestas y declaraciones contra los artículos indicados, para dejar asi salvos los derechos de la santa Iglesia y cumplir con nuestro deber de la manera que podemos y nos prescribe el apóstol san Pablo en la epís- tola segunda á Timoteo. No se nos oculta que el len- guaje de que hemos usado en nuestra esposicion y pro- testa es bien fuerle; pero no ha estado en nuestra mano el moderarlo mas. Obligados á manifestar fran- camente la verdad, era preciso presentarla con toda la fuerza que en si tiene, y que ciertamente no ha reci- bido de nosotros. Obispos de ese religioso pais, pastores de un pueblo católico por escelencia y padres de unos hijos engendrados por la gracia, y á quienes amamos tiernamente en nuestro Señor Jesucristo, seríamos ma- los administradores de la herencia que nos ha cabido en suerte, é infieles custodios del depósito que se nos ha confiado, si hubiéramos permanecido mudos ó usado de un lenguaje tímido y suplicatorio con esceso en tiempos de ruina para la sociedad, de guerra á la reli- gión, de persecución contra sus ministros, de odio á los verdaderos creyentes. Nuestra conciencia nos ha dicho que debíamos pagar una deuda á esa patria tan querida; que teníamos un deber que cumplir desde el lugar de nuestro destierro, en pro de la religión, de la Iglesia católica, de Méjico, y en especial de la diócesis de Puebla. Lo hemos pro- curado así en la representación y protesta de que osacompañamos copia para que forme parte de esta nues- tra séptima carta pastoral y os sirva de norma en vues- tra conducta, quedándonos con el sentimiento de no haber podido presentar la verdad loda culera y hasta en sus últimas consecuencias. Ciertamente para esto hubiera sido necesario escribir algunos volúmenes y reproducir en ellos muchísimos pasages de la Escritura sagrada, de testos de los santos Padres, de cánones de los concilios, de preciosos tratados de teología y derecho eclesiástico, de tantas obras apologéticas de la religión, en que están pulverizados los argumentos tan fastidio- samente repetidos por la pertinacia y el orgullo de los revolucionarios, que con el pretesto de plantar nuevos sistemas de política y de reformas, son verdaderamente enemigos jurados de la sociedad civil y de la Iglesia católica. Bien hubiéramos querido demostrar que no existe otra verdadera reforma que la que descansa en los principios salvadores de justicia, de orden y armonía que deben reinar en una sociedad para que esté bien constituida y perfectamente organizada; y que no es posible reconocer otro progreso positivo fuera de aquel que nace ó parte de las relaciones esenciales entre el Criador y la criatura; que admite un Dios con todos sus atributos y perfecciones infinitas, autor, conserva- dor y legislador de las sociedades, con una providencia dispensada al conjunto de todos los séres. y cuidadosa en particular de cada uno; que respeta como un dogma la inmortalidad del alma, y consiguientemente ama y teme la vida futura, las recompensas y penas eternas, como la única sanción suficiente á la ley natural, pro- tegiendo los intereses del culto, la religión verdadera, la Iglesia católica, fuera de la cual no hay salvación, es decir, no se consigue el último fin, que es el centro, el punto á donde debe dirigirse el verdadero progresista. Sin este fin, no puede ni aun concebirse la idea de pro- greso; y fuera de él, solamente puede haber retroceso y decadencia en el individuo, en la familia y en la so- ciedad. Bien hubiéramos querido demostrar á nuestros gobernantes que los únicos medios de hacer adelantar á esa nación consisten en afianzar las relaciones nece- sarias de los hombres entre sí; en inculcar y grabar bien en el corazón de todos la obligación de obedecer á las potestades legítimas y establecidas; en observar las prescripciones de la justicia distributiva; en respetar el derecho ageno; en conservar la gerarquia social, que muy bien se puede hermanar con la igualdad natural, así como el orden debe combinarse con la libertad; y hubiéramos querido terminar haciéndoles conocer que la única regla infalible y la única medida segura para saber apreciar los grados del progreso social es la ley divina natural y revelada. Bien hubiéramos querido probar hasta la evidencia que la verdadera dignidad del hombre ó del ciudadano está en las relaciones que tiene consigo mismo, en la distinción esencial de su alma y su cuerpo, en la dependencia de este y su sujeción á aquella como á sustancia mas noble, en conocer la di- ferencia también esencial entre el bien y el mal, cuyas ideas eslán grabadas en el fondo de la conciencia- er¡ n°s ser moralmente libre, responsable individualmente; en' deci resistirá las pasiones por deber; y en fin, que la néce» sent sidad en que está de anteponer la familia al individuo] acus h patria ó la sociedad á la familia, y Dios á todo sin pon< distinción, le abre el camino de la virtud y las puertas nosc de la inmortalidad, y lo puede conducir hasta el he- men roismo cristiano, único que admitimos como lcitimo en I; después de promulgado el Evangelio, y que sc°llama 'es 1 santidad. Mas ni el tiempo ni las circunstancias nos lo Por han permitido. Sin embargo, persuadidos de que solo' hem la verdad es capaz de desengañar á los espíritus aluci- que nados y de convertir á los ciegos que no quieren ver la para luz que se les presenta en todas partes y en todos los brir siglos, nos hemos esforzado en hacerla brillar con toda cia 1 su claridad, manifestando francamente cuanto nos ha que ocurrido. Si en algunos puntos hemos preferido las pa- gum labras de un político á las de un santo Padre, observad, desc hermanos carísimos, que las hemos acompañado con las otroi de algun obispo moderno (1), para que se vea : primero, idea: que solo la verdad puede producir tan feliz acuerdo; con segundo, que no es la diferencia de opiniones en poli- meje tica, ni de partidos á que somos completamente estra- una ños, la que nos hace pensar de esta manera, sino las de u creencias religiosas, de que están ó afectan estar muy H< distantes nuestros nuevos reformadores, y las que se a' g' hallan ligadas hoy con una unión la mas intima á las tituc cuestiones del dia; tercero, que no es el espíritu de pros preocupación, de sistema, ó de retroceso el que obra en posil nosotros, sino el de la actual y verdadera civilización, catól tan opuesto, en sentir de un moderno político que he- posil mos citado en nuestra protesta, al espíritu de rebelión 0, i que desgraciadamente domina contra los intereses cató- atril lieos en nuestros hombres públicos. comí Parecerá á algunos, ya propios, ya estraños, que apo- tica, camos el mérito y talentos de los hombres notables del Di país. A fe que no : imparciales y sinceros, los confesa- teñe rémos donde quiera que se hallen. Mos juzgarán otros nalei apasionados : es así en la realidad ; pero no en contra, otros sino en bien de los señores diputados. Si : nosotros los ¡nstr amamos y los compadecemos ; amamos á nuestro siglo núes y á nuestra patria; amamos á los hombres nuestros dero contemporáneos y nos duele en el alma de sus estravios. lo so Sj asi no fuera, ¿cómo hallaríamos en nuestro corazón sion el deseo de hacerles bien? ¿Cómo elevaríamos todos los esta días nuestros votos mas ardientes y sinceros por su lo qi conversión? Dios nos llamó con ellos á la vida, y nos ha h ha dado la gracia de consagrarnos al servicio de los al- ha c: tares en su obsequio; mas lamentamos sus errores, y jante por aquella misma, caridad y por nuestro propio deber, consi mu n cons( (I) Ademas ros .vienen como de molde estas palabras del obispo de Al- moría: ■ La incredulidad desconlla frecuénteme»le de nuestro magisterio Pao. iv, v. 19. (2) .tü iimolli., cap. ti, v. 3. irrec hern Igles Papa oráci los fi tos, ¡ bres, los a cristi mina les, s hay ; mora segu; pued i'acul pues! duce maní veerl que : no es pero que I el m hech aque cuan anexi en lo nacic son 3 es y ¡ den (por prem una i un o mero convi abusi Dios menc man la oti los qi herm los o Ponti la sol ponei ó po| asam alto, hay t contr empe i— 7 — iber peto, 0 el que ¡ícil 1 tes : la rio, i lo^ ran , pu- irc- ilcs er- m- ■ la ! 10 rse'. juc ion da, ca- los os- se K US. la ros os- tes ía- on y 1 la est ¡s- >a- je- g« °y 'a, án 911 ir- os la so '¡recusables de aquel precioso derecho. Mas recordad, hermanos ó hijos nuestros muy amados, qué cosa es la Iglesia, quién la representa, quiénes la defienden. El Papa, los obispos, que pueden, conforme á los divinos "ráculos y á los hechos apostólicos, reunirse y reunirá los fieles cuando lo juzguen conveniente, instruir á és- tos, animarlos á obedecer antes á Dios que á los hom- bres, enseñar á los infieles la verdadera doctrina, atraer- los al seno de la religión católica y sostenerlos en la fe cristiana, si llegan á abrazarla. ¿Qué mas? Pueden exa- minar la conducta y el modo de obrar de lodos los fie- les, sea cual fuere el ramo sobre que verse, porque no hay acto racional en el hombre que no sea moral ó in- moral, el primero digno de elogio y de premio, y el segundo de reprobación y de castigo. En consecuencia pueden declararlo asi, porque de lo contrario seria una facultad inútil, un derecho estéril, y dictar por su- puesto todas las medidas que sean de su resorte y con- ducentes á practicar lo primero y evitar lo segundo, á mantener el buen régimen de la sociedad santa y pro- veerla de lodos los recursos espirituales y temporales que son necesarios para sostener el reino de Dios, cpie no es de este mundo, ni de los rectores de este mundo; pero que existe en este mundo, y se gobierna por los que Dios ha separado del mundo, para elevarlos sobre el mundo y constituirlos jueces de todos los dichos y hechos de los mundanos. En fin, el Papa y los obispos, aquel cuanto á toda la congregación de los fieles, y éstos cuanto á sus diocesanos, pueden en lo espiritual y anexo á lo espiritual lodo lo que pueden en lo civil y en lo político los que presiden un pueblo, un reino, una nación, con la notable diferencia de que los primeros son y serán siempre llamados divinamente, y su poder es y será también divino; al paso que los segundos pue- den venir y de hecho vienen algunas veces al poder (por una permisión de Dios, cuyos juicios son incom- prensibles como inescrutables sus caminos,) á causa de una revuelta, de un trastorno social, de un crimen, de un origen ilegitimo y reprobado. El poder de los pri- meros se ha establecido para el bien, y jamás podrá convertirse en mal: el de los segundos es muchas veces abusivo, tiránico, y se conviene en un azote con que Dios castiga á los pueblos y las naciones por sus crí- menes mas abominables, y purifica á las almas que for- man la porción escogida de su Iglesia, reservando para la otra vida el descargar todo el rigor de su justicia en los que han sido la causa de tantas desventuras. T.il es, hermanos é hijos muy amados, el cetro que empuñamos los obispos, y á la cabeza de los obispos el Romano Pontifico, cetro que nadie nos puede arrebatar. Tal es la soberanía de que gozamos, y á la cual no puede sobre- ponerse la soberanía humana, llámese real, imperatoria ó popular, ya esté representada en un jefe ó en una asamblea. Tal es el poder que se nos ha dado de lo alto, y conservaremos siempre porque es nuestro, y no hay quien nos lo pueda quitar"; porque lo fué siempre, contra la voluntad y á despecho de los Césares y de los emperadores, antiguos opresores de la Iglesia; y por- que lo será mientras duren los siglos, sin que los nue- vos tiranos puedan desvirtuar en nada las infalibles promesas de su eterna duración. « Esc poder nuestro no se subdivide como las naciones, » ha dicho un sábio citado por Troncoso, « esa soberanía se estíende de un cabo al otro del mundo, y como la fuerza eléctrica corre incesantemente de un polo á otro polo; ese cetro ha sido siempre en el mundo el contrapeso de la soberanía hu- mana, el cetro de la conciencia, la soberanía del dogma, el poder de la verdad, principios esclusivamente propios de la Iglesia católica, elementos indispensables de ac- ción, que fueron depositados en sus manos para llevar á cabo su misión augusta y conducir los pueblos á sus altos destinos. » ¿ De qué medios se ha valido la Iglesia para ejercer tanta autoridad, libre, soberana, independiente y per- fectamente, conservarla sin diminución, y trasmitirla íntegra á las generaciones que nos han de suceder? Si reflexionamos, hermanos nuestros, en la respuesta de los apóstoles á la intimación que se les hizo para que no hablaran mas, ni enseñaran el nombre de Jesús, ob- servaremos con san Juan Crisóstomo (I) que resplande- cen en ella dos cosas : la sencillez de la paloma y la prudencia de la serpiente. Y ved aquí las dos armas, ó los dos medios de que la Iglesia se ha valido para des- empeñar su misión; y son los mismos que recomendó el Salvador á sus discípulos cuando les anunciaba los trabajos y las peí sediciones que se les esperaban, dicíén- doles : « Hé uhi que os mando como ovejas en medi>> de los lobos; sed sencillos como la paloma y prudentes como la serpiente. » liscuehad ahora, hijos nuestros muy amados, las palabras de aquel san'.o Padre : « Ha- biéndose sublevado muchas veces el pueblo de los ju- díos contra los apóstoles, y queriéndolos devorar, imi- tando éstos la sencillez de la paloma y respondiendo con modestia, se sobrepusieron á su cólera, extinguie- ron su furor y contuvieron su ímpetu diciéndoles : « Sí es justo obedeceros mas que á Dios, juzgadlo voso- » tros mismos! » Habéis visto la sencillez de la paloma ; ved ahora la prudencia de la serpiente : « No podemos >i dejar de hablar lo que hemos visto y pido. » Habían visto á Jesús y le habían oido : fueron testigos de su divinidad y discípulos de su doctrina : Jesús los mandó, como nos manda á nosotros, á predicar lo que habían visto y oido; y ellos, sencillos como la paloma, consli- tuyen á sus mismos enemigos jueces de su causa y les preguntan : ¿Será justo obedecer á los hombres antes que á Dios? Y sin esperar la respuesta, el fallo, porque era evidente, aun cuando solo se usara de la razón natural, añaden con intrepidez : « No podemos ménos de hablar lo que hemos visto y oido. » Como si dijeran : no podemos dejar la palabra, porque es el medio de convertir á todos los pueblos y la terrible arma de dos filos con que hemos de arrancar el árbol de la idolatría y plantar el del cristianismo ; y cual otro Jeremías hemos de destruir y edificar. No podemos dejar de pr< - (i) llom. 34 in Matih.dicar lo que hemos visto y oído, es decir, á Jesús; no podemos dejar de pronunciar este nomhre, porque tía sido dado al aofor de la vida y en su fé nosotros hace- mos tantos prodigios y restituimos integra la sanidad en presencia de todos; este es el otro medio que se nos hadado, es la otra arma eon que peleamos contra nues- tros enemigos, ó mejor dicho, es la virtud, es el poder con que nos hacemos invencibles; porque ante este Nombre se dohla toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos. Cuanto hemos dicho bastaría para probar el derecho independiente de la Iglesia en todos los paises y en todos los siglos, puesto que establecido por nuestro Señor Jesucristo y sostenido por los apóstoles, no solo con palabras, sino con hechos, y sellado con su propia sangre, debe reputarse como infalible, sin que haya ni pueda haber un gobierno capaz de alterarlo, ni des- truirlo. Mas para dar mayor luz, si es posible, á una verdad tan importante hoy día, que es como de primer orden, recordad, hermanos Varísimos, que en los tres primeros siglos de la Iglesia los papas y los obispos morim en medio de los tormentos mas agudos y crueles inventados por los tiranos y por los verdugos; pero nunca pospusieron ¡i sus comodidades ni á sus vidas el derecho de gobernar y administrar las cosas de la Igle- sia, entregándolo cobardemente á las potestades secu- lares. Asi también los simples heles y buenos cristianos jamás dejaron de cumplir sus deberes, y esto sin pedir licencia á los magistrados, y aun contra su voluntad expresada en las leyes civiles, que como injustas no merecían ser obedecidas. El hecho solo de su reunión todo lo abraza Ella era no sedo permitida, sino procu- rada por los pastores contra las prohibiciones de los emperadores, y consiguientemente declarada legítima aquella é ilícitas estas. El hecho no puede negarse : las catacumbas visitadas por todos ios viageros hablan muy alto y con una voz muy elocuente en presencia de los arcos triunfales y de los palacios de los Césares, cuyas ruinas se. conservan al parecer para dar testimonio del valor y de la fuerza con que contaban los primeros per- seguidores del nombre cristiano. El hecho es innegable, repelimos; seria necesario borrar las páginas mas bri- llantes, la historia de los primeros siglos, sus huellas indelebles de carnicería y de sufrimiento, de persecu- ción y de constancia, de muertes y de triunfos; pero así como el hacerlo no está en la mano del hombre, ni en el poder de ningún gobierno, asi tampoco se pueden alterar y mucho menos destruir los derechos adquiri- dos, los principios conquistados en una época que debía respetarse mas de lo que se invoca, y que lejos de fa- vorecer las pretensiones de los modernos filósofos con- tra los poderes de la Iglesia, abierta y solemnemente las condena. En aquellos siglos propia y verdadera- mente de oro, de prueba para la Iglesia, ya por los mártires que morían en su defensa , ya por la libertad de que gozaba en su administración y en sus derechos, los obispos no solo declaraban injustas las leyes civiles, no solo eximían á los fieles de la obligación de obede- cerlas, sino que positivamente las derogaban. Es muí sabido que según la legislación romana los padres te-, nian libertad para nombrar tutores y curadores á su* hijos en testamento; que tal nombramiento era un» carga pública, y que nadie podía eximirse de ella sino con causa legitima. Sin embargo, los Padres africano* reunidos en concilio, juzgaron conveniente manda! otra cosa respecto á los presbíteros, y prohibieron á I0S1 fieles el nombrarlos tutores y curadores, excomulgando á los que contraviniesen e»te decreto, como en efecto lo, fue Geminiode San Víctor por haber nombrado al pres- bítero Fortunato tutor de sus hi|<>s; y se mando que n« se ofreciera el santo sacrificio de la misa por el di' funto (1). Otros hechos podían citarse ; pero, repetímos, la simple reunión de los (leles es un hecho y de tal na turaleza que A. todos los comprende. Ese hecho subsistí y subsistirá siempre contra la voluntad de los tiranos," que cambian de nombre; pero (pie son de todas mane* ras los opresores de la Iglesia. Con todo hay una notable' diferencia entre ellos. Los primeros la persiguieron, no hay duda, pero jamás la esclavizaron; los segundos i título de protegerla intentan sob.-riternaria á su potes- tad : aquellos como enemigos declarados, se esforzaban en destruirla, pero jamás le dieron leyes para que se gobernara; estos á fuer de reformadores quieren legis- lar sobre el culto religioso y la disciplina de la lglesialj aquellos, en lin, la toleraron muchas veces, pero jamásj la intervinieron; éstos dicen que no la excluyen, y sin embargo á titulo de políticos ilustrados profesan doctri- nas incompatibles con sus principios, errores condena- dos por ella, y dan facultades ó conceden tales franqui- cias, que su nombre será un apodo, su profesión una infamia, sus derechos una burla, y su poder un insulto. Unos y otros convienen en los medios, destierros, pri- siones , persecución, guerra declarada á los pastores y á los verdaderos fieles; mas ni los legítimos pastores tu- vieron jamás tolerancia ni condescendencias con la po- testad temporal, ni los verdaderos cristianos dejaron de cumplir con sus obligaciones, haciendo lo que les man- daban los obispos. Unos y otros tullían continuamente delante de sus ojos estas palabras : « Estad sujetos á' lodo rey y potestad (2) ; » mas no olvidaban, como lo afectan hoy los que mandan, estas otras que restringen, la generalidad del precepto : « En aquellas cosas que agradan á Dios, en cuanto son ministros de liios y ven- gadores de los impios : prestadles el debido temor, la alcabala, el tributo, el honor y el censo. » Pero en ma- teria de dogma, moral y disciplina sin distinción, solo el Papa y los obispos mandaban y eran obedecidos; los fieles no escuchaban otra voz que la de los Prelados de la Iglesia ; y unos y otros obraban con tanta indepen- da de los reyes y emperadores, como si no existieran en el mundo. Esta independencia se extendía á todo, á la elección y ordenación de los obreros evangélicos, á la diversidad (1) Colee, de eoneilios por los PP. Láfcbe y Cossart, tom. lo, col. 711 (2) Constit. aposto!., lib. IV, cap. ¡ui.(le grados, distribución de oficios, administración de las cosas sagradas y aun de los bienes temporales. Los su- cesores de los apóstoles se juntaban cuando querían para atender á alguna necesidad de la Iglesia, para con- denar las heregias y á sus autores, para fijar el dia de la Pascua, decidir las causas de los obispos, y mil cues- tiones que, como llevo dicho, hoy se llamarían de dis- ciplina exlerna, palabra desconocida á la sinceridad y buena fé de los cristianos, tan enemigos de distinciones como fieles observantes de los preceptos episcopales, muy superiores á las leyes civiles y políticas (t). Se infiere de cuanto hemos dicho : Primero, que la Iglesia tiene una potestad libre, soberana é indepen- diente para todo lo que atañe á la religión, es decir, al dogma, moral y disciplina, sin distinción de interna ú externa. Segundo, que ese poder lo ejerce el Papa res- pecto á la congregación de todos los fieles, los obispos respecto á sus diocesanos, los párrocos respecto á sus feligreses, los simples sacerdotes respecto á sus peni- tentes; y todos y cada uno con la conveniente sobera- nía é independencia, según la misión que se le haya confiado, sin tener que dar cuenta de su ejercicio á los magistrados civiles; sino solo á Dios y á los que hagan sus veces y sean fieles intérpretes de su divina volun- tad. Tercero , que solo al Papa y á los obispos corres- ponde el calificar de justas ó injustas, morales ó inmo- rales las leyes civiles; y consiguientemente el declarar á sus respectivos subditos obligados, ó no, á obedecer- las, derecho que siempre han ejercido , y los fieles lo han respetado, como un punto meramente espiritual y del esclusivo dominio de la Iglesia. Cuarto, que lo h¡ni hecho en los tiempos primitivos sin contar con la auto- ridad temporal, contra su voluntad y aun derogando mis leyes. Quinto, que tal es la posesión en que ha estado en los tres primeros siglos sin que los papas, ni los obis- pos, hayan tenido ninguna contemplación con los em- peradores, ni los cristianos algún temor en desobedecer los edictos ó leyes civiles , cuya fuerza reputaban por nula, como que versaban sobre materia que no era de su competencia, y de consiguiente dados sin autoridad legitima. Tales son los principios católicos, tal es la norma que hemos recibido y el modelo que se nos presenta para imitarlo con la perfección posible. Los pastores y los fieles tenemos una regla segura, y consiste en que «todo lo que la Iglesia ha establecido, confirmado ó » aprobado es salud ; y que á ningún católico le es per- » mítido, ya no resistirlo ó contrariarlo, pero ni aun » censurarlo. » ¿ Y porqué ? « Porque la Iglesia no » puede autorizar el mal ó el error ni con su conducta, » ni por su enseñanza, pudiéndose juzgar muy bien del » valor moral de las cosas, tanto por su práctica como » por sus palabras. » Ahora bien; los mismos novado- res á cada paso nos citan los tiempos primitivos, y nos- otros los aceptamos como los mas propios para descu- brir en las palabras y en los hechos la pureza de la (I) Constit. apóstol., lil), II, c»l>- 'H- doctrina católica. A esta se opone , como es mani- fiesto, la ley de 27 de enero próximo pasado, lla- mada del registro civil, en que realmente se dan reglas para la administración de los sacramentos y se exigen ciertos requisitos para la ordenación de los presbíteros. Ella es contraria á la libertad de que usó nuestro Señor Jesucristo en la vocación é institución de los apóstoles y de todos los discípulos; ella es contraria ála misma libertad de que han usado en todo tiempo los obispos al conferir las órdenes sagradas, y los pres- bíteros y ministros al dispensar á los fieles la gracia sa- cramental. Sí el gobierno secular no puede escoger, ni admitir á la comunión cristiana á un simple fiel, ¿ cómo podrá elegir entre los fieles á los que se han de dedicar al servicio de los altares, á la predicación del Evangelio y á la administración de los sacramentos ? Seria preciso que estas materias fueran de su inspección, puramente ( ¡viles, y que no tuvieran relación con la eterna salud. Segundo ; es opuesta á la doctrina católica la ley expe- dida en 11 de abril último sobre obvenciones parroquia- les; porque es contraria á la libertad que ha gozado, goza y debe gozar la Iglesia en la provisión de congrua independiente, que por derecho divino, natural y posi- tivo corresponde á sus ministros. A la Iglesia, esto es, al romano Pontífice y á los obispos, toca el designar la congrua y la manera de percibirla, á los fieles el satis- facerla del modo que se haya mandado ; así como á la autoridad civil le pertenece el imponerlos tributos para llenar los cargos públicos y mantener á los que los des- empeñan. Ni nosotros nos debemos meter en la desig- nación de la cuota, recaudación y reparto de las con- tribuciones, ni el gobierno civil en las obvenciones par- roquiales, en los diezmos ni en otra renta puramente eclesiástica, sin el consentimiento del romano pontífice. Si lo hace, abusa de su poder, y ni adquiere el derecho que usurpa, ni la Iglesia lo pierde, sea cual fuere la violencia que se le haga. Tercero ; es contraria ála doc- trina católica la ley de 2a de junio de 18S6 que contra todo derecho autorizó á los inquilinos y á los denun- ciantes para adjudicarse la propiedad raiz, asi rustica como urbana de la Iglesia, y declaró incapaces á las corporaciones eclesiásticas de adquirir y administrar por sí bienes raices. Ella envuelve el principio de que tales corporaciones dependen del gobierno civil en su existencia y en su modo de ser y de subsistir, principio erróneo y aun impío, como lo hemos demostrado en otra vez (1), y á la verdad muy contrario á lo observado por la Iglesia, que ha tenido siempre la mas ámplia li- bertad para crear y suprimir corporaciones religiosas sin contar para nada con los poderes temporales, sino solo con la autoridad recibida de su divino Fundador, la cual basta para su subsistencia y su perfecto desar- rollo. Cuarto; son contrarios á la doctrina católica los decretos de intervención de nuestra diócesis dados en 31 de marzo del año próximo pasado, como que se oponen á la expedita, franca y general administración (1) Doccim., no 8 y sus nótasele la sexta pastoral.fie las cosas espirituales, de la cual han gozado todos nuestros predecesores, en virtud de la jurisdicción que recibieron desde el momento en que fueron institui- dos obispos, como lo hemos sido nosotros para el régi- men de esa diócesis. El poder secular no nos dió esa facultad; luego tampoco nos la puede quitar : no es suya; luego no puede modificarla : no le pertenece; luego tampoco le toca alterarla, ni venir á darnos reglas para su ejercicio. Si abusamos, solo á Dios tenemos que dar cuenta, y al Romano Pontífice, como á su vicario aquí en la tierra. Al gobierno civil, nunca, jamás, ni por un momento. El podrá desterrarnos, como lo ha hecho, abusando de la fuerza armada ; pero conseguir que obedezcamos sus decretos injustos y sacrilegos , nunca, jamás, ni por un momento, mientras Dios nos asista con su gracia. El poder secular hará violencia á nuestros artesanos para que rompan las puertas de las oficinas eclesiásticas, como lo ha hecho sin conseguir su objeto; podrá llevarse el tesoro de la Iglesia como en efecto se lo ha llevado; podrá perseguir á los que rehu- san servir de interventores de los bienes eclesiásticos, arrojar de las casas á los inquilinos que pagan con fi- delidad la renta á las comunidades religiosas y demás establecimientos píos como á sus únicos y legítimos due- ños, cometer por medio de los agentes de policía ó de personas advenedizas toda clase de tropelías, usurpa- ciones, atentados y arbitrariedades: pero hacer que nuestros diocesanos olviden sus deberes religiosos, cier- ren sus oídos á las instrucciones de sus pastores, sofo- quen los gritos de la conciencia, reconozcan las leyes, decretos, órdenes, circulares, etc., etc., con que el Es- tado ó los gobernantes civiles intentan avasallar la Igle- sia, y sujetarla á sus caprichos y tiránica voluntad, nunca lo conseguirán, jamás lo lograrán, ni por un mo- mento empuñarán el báculo pastoral para extraviar á las ovejas que dóciles permanecen' bajo la obediencia de sus legítimos pastores en el único redil, y que fieles están constantemente unidas al único pastor sobre la tierra, al primero entre todos, que es Pedro siempre vivo en la persona de su ilustre sucesor. El gobierno temporal podrá todo contra la Iglesia; pero nada podrá dentro de la Iglesia; y su mismo poder será siempre la prueba de su debilidad y de su impotencia. No hay que extrañarlo : ese poder de calumniar, de perseguir, de aprisionar y aun de dar muerte, es el mismo que tu- vieron los jueces que condenaron á Jesucristo; pero es muy distinto de aquel poder que infunde la fé y comu- nica la gracia. Este sobrevive á todas las vicisitudes, aquel termina con el sacrificio de la víctima : y (¡ cosa rara para los que no creen !) las mas veces se esteriliza como en castigo, hasta para obrar el bien fuera de la Iglesia, es decir, aun en la órbita de sus atribuciones. Parece que en la linea de lo bueno no debe quedar ves- tigio alguno de un poder abusivo, ni motivo de confu- sión entre lo que está instituido para el bien y lo que degenerado se convierte en un positivo n al. La his- toria sale garante de esta verdad ; y lo que pasa en esa infeliz república la confirma. ¿Qué ha hecho el go- bierno de Ayutla fuera de perseguir al clero, á la Igle- hon sia, á la religión, objetos tan amados de todos los bue- con nos mexicanos, dignos por cierto de mejores gobernar* sus tes ? Búsquese con imparcialidad, recórrase atentamente din la época de su duración, y preséntense con franqueza púl todas sus obras, todos sus frutos. Por nuestra parte, so- dej; lamente bailamos uno, que á todos los abraza, y es J leri será de funesta memoria : la constitución, cuyos artícU1 cas los todo lo desconciertan, y ¿porqué? porque mucho', ^en son contrarios á la doctrina de la Iglesia católica, J 1ue formados para otro pueblo diferente del nuestro y d< l)re todos los pueblos, para un pueblo imaginario. *'* Sí; son contrarios á la doctrina católica los artículo! 'as constitucionales que hemos citado al principio. El 3», quí ('e en el hecho de declarar libre la enseñanza y conceder ,lut á todos el derecho de enseñar sobre cualquiera mate ^esi ria, se lo usurpa á la Iglesia en los puntos dogmáticos; cris morales y de disciplina, negando por supuesto que ií 'lU€ tocan exclusivamente. Aquellas palabras : Docele omnel Par (/entes, « Enseñad á todas las naciones, » dirigidas por Je' 'la' sucristo solo á los apóstoles y sus sucesores, se aplica* o'01 hoy por nuestros diputados á todos los ciudadanos J ver estrangeros. « Enseñad, » les dicen, « cuanto os ocurr» con sobre el dogma, la moral y la disciplina de la lglesiat <1ue oponed doctrina á doctrina, » es decir, el error, la here- 'os gia á la verdad católica, las máximas de la corrupción * á las muy severas de la moral, la licencia, el desenfreno cst¡ al rigor de la disciplina eclesiástica. « Escribid, » les y e; añaden en el articulo C, « hablad, publicad vuestros 'a ' escritos y cuanto os venga á la imaginación sobre cual' aDt quiera materia; tenéis libertad para ello, y esta líber- csc' tad, no lo dudéis, es inviolable según el articulo 7o, ab- del soluta, fin restricción de ningún genero, no está sujeta ,ne' á inquisiciones judiciales ó administrativas, á censuras 'ler precias, ni á fianzas, ni á coartaciones de ninguna espe- tas eie. » Nuestro Señor Jesucristo dijo á los apóstoles '. 'a ' « Predicad el Evangelio á toda criatura; » y los consti- '^c' tuyentesdicen á todos los sectarios : « Predicad vuestros '° I sistemas de religión. » Aquel es, hermanos nuestros Pre muy amados, el Evangelio de la verdad, siempre anti- su gua y siempre nueva : estos son la grande obra de la te01 moderna civilización, ó lo que es lo mismo, del error., Par Al primero nada se le concede ; por fortuna de nada Ql" ■necesita, puesto que cuenta con la virtud omnipo- (Iue tente (I); á los segundos todo se les facilita, imprenta, Pre libertad, garantías, seguridad inviolable, y llegará el Pra dia en que sus obras de tinieblas se califiquen de servi- CSP dos importantes, hechos á la patria y á la humanidad, Ia 1 y se les decreten, conforme al articulo 12°, premios, á 'a . ., • mo: (1) No quiero decir que la Iglesia sea indiferente á los ataques que re- es 1 cibe de la autoridad temporal y á las muestras de su deferencia, de s« can respeto y de su protección. Aludo solo al poder con que cuenta para sobre- ra] vivir á las vicisitudes y á la ruina de todos los imperio*; aludo á la fucrzJ ■ ¡ de resistencia invencible que la asegura del triunfo sobre lodos sus ene- J migos y la propagación de su doctrina por lodo el universo. I'or lo demás pol ya se deja entender que la justicia le es muy grata, el respeto estimable elai y la fe de gran consuelo; al paso que la violencia le os amarga, el des- . q( precio ó el insulto doloroso, y la indiferencia 6 la biporresía profunda- * mente desoladoras. resa Igle* "mores ¡I toda clase de recompensas. Y esto, lo decimos s bue- con dolor, al puso que los obispos no pueden imprimir ernaiv sus* pastorales, según la circular de 6 de setiembre, ni imcntt dirigirlas á sus ovejas, ni los párrocos leerlas en el iquczi pulpito; y si unos y otros lo hacen, porque no pueden "te, so* dejar de hacerlo; los primeros son perseguidos y des- v es J Errados, y los segundos puestos en las cárceles públi- urtícU' cas y Pr¡vados de sus derechos y emolumentos. Nuestro niclioi, Señor Jesucristo, cuyo poder es absoluto y tan estenso ¡ca j que todo lo abraza, usó de taxativas que no han tenido , y'di presentes los señores diputados. Cuando envió á sus discípulos, y en ellos á sus sucesores, á enseñar á todas ticulos 'as "aciones, añadió : « Las cosas que os he mandado, » i», (|iit ''e nianera que nosotros mismos, el propio vicario de icedet nuestro Señor Jesucristo, no puede enseñar sino lo que mate- Jesucristo ha enseñado, no debe hacer sino lo queJesu- ticoSi cr¡sto ha practicado, ni debe mandar observar sino lo |ue 1< 'Iue Jesucristo ha mandado que se observe. Por esto y omnd Para est0 su divina Majestad, su Santo Espíritu, se Kir Je' hallará siempre con él hasta la consumación de los si- plica» olos> estará perpetuamente unido á la Iglesia como ásu nos J verdadera esposa, é inspirará al cuerpo de los obispos teurá con su cabeza, y á esta en lo particular, todo aquello lesia* 1"e deben enseñar, hacer y mandar en el discurso de herC. los siglos. I„.j0n El sapientísimo Fundador de la Iglesia ha prometido frenó estar con sus discípulos cuando se reúnan en su nombre, » les y este medio, el de asociación, tan eficaz para instituir 2stroS 'a buena doctrina y reformar á los fieles corrigiendo los cual' abusos, se concede en el articulo 9°, como un derecho iber- eselusivo, á los ministros de la mentira y á los secuaces °, ab- del error. Todos pueden asociarse ó reunirse pacípea- lujeta 'nenie con cualquier objeto lícito. Pero ¿ cuál no lo es ? Si sucas hemos de juzgar por las prohibiciones y trabas impues- espe- tas a los obispos, á los párrocos y á los simples fieles en iles *. la nueva legislación de Ayutla, la respuesta es clara y >nsti- 'acilde probarse. Oígase con horror ; « No es lícito todo stros '° perteneciente al clero, á la Iglesia, á la religión, siem- istros pre que sea decretado por el Papa, los obispos, ó con anti- su autoridad. » Como hemos asegurado, siguiendo la de la teoría constitucional es fácil probarlo. ¿ Qué se necesita rror., Para calificar algún acto de licito en semejante teoría ? nada Que sea conforme al espíritu de la constitución, por- íipo- 1ue ni el gobierno podrá hacer nada que no esté es- ;nta, preso en el código fundamental, ni los subditos podrán rá el practicar cosa alguna que no sea conforme á la letra y ervi- espíritu de la constitución. Mas qué ¿ hasta el dogma, dad, la mural y la disciplina de la Iglesia están subordinadas nfaj a las prescripciones constitucionales? Hermanos carísi- mos, si el articulo 123 ha añadido algo de nuevo, como uere- es indudable, y si sus palabras espresan lo que signífi- de s» can, podemos afirmar desde luego que el dogma, la mo- f°brzí ra' y 'a discil)lina de 'a Iglesia son en el nuevo sistema "Ze- "hjeto de las leyes civiles, materia del código social y Jema» político, y están por consiguiente subalternadas mis do- mable claraciones, reglas y preceptos á la autoridad temporal. anZ- * Cómo existe ésta en México? Repartida entre los pode- res federales, legislativo, ejecutivo y judicial. « A es- tos, » según dicho articulo 123 , « corresponde esclusi- vamente ejercer en materia de culto religioso y disci- plina externa la intervención que designen los leyes. » La palabra culto religioso, todo lo abraza, dogma, mo- ral y disciplina : el culto religioso es la religión, y ésta es aquel. Si se ha añadido disciplina externa, no es para restringir la intervención, sino para ampliarla y resolver muy de paso una gravísima cuestión agitada por dema< en los últimos tiempos, y que ha nacido de distinciones ignoradas en los siglos de fe, é inventadas por el espí- ritu de la novedad, muy opuesto á la constancia y per- petuidad de la doctrina católica. El adverbio eselusiva- mente podrá referirse al gobierno de los Estados , pero no hay en el artículo, ni ántes, ni después de él, cosa que lo indique, y seria necesaria una declaración for- mal para poder asegurar que con dicho adverbio se es- cluyen los otros poderes civiles y políticos de segundo orden, y no los de la Iglesia, que son de otro infinita- mente mas elevado. Hemos dicho que seria necesaria una declaración formal, porque habiéndose advertido en el articulo 117 que « las facultades que no estén es- presamente concedidas por la constitución á los funcio- narios federales se entiendan reservadas á los estados; » bastaba en nuestro juicio la simple enunciación del ar- ticulo 123, sin el adverbio], para que se entendieran escluidos de la intervención en el culto religioso y la disciplina externa los gobiernos departamentales. Esta reflexión es decisiva. Nó : es preciso ser francos; se trata de otros poderes de mas alta gerarquia, ó por lo menos la sospecha no es temeraria. La astucia con que se ha procedido en todo lo que se ha expresado acerca de la religión, y en todo lo que se ha callado, no menos que el espíritu y la letra de tantas leyes atentatoriasdr los derechos y facultades de la Iglesia, nos autorizan para creer que el articulo 123 prohibe á los poderes eclesiás- ticos tratar libremente del culto religioso, y que si lo hacen, sus procedimientos serán tachados de ilícitos, como contrarios al código fundamental. Si esto es así, y lo será mientras no se haga la acla- ración competente, ¿qué resta de la Iglesia de Jesucristo, hermanos carísimos'¿Dónde están su soberanía é inde- pendencia, la suprema autoridad de la Cabeza visible, del vicario de Jesucristo aquí en la tierra? ¿ Se respe- tará por el gobierno mexicano lo que Su Santidad de- crete sobre el culto religioso de esas Iglesia: ? ¿Qué ha sido de los obispos, de los obispos, decimos, puestos por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios que ad- quirió con su sftngre? ¿Se reputará por licito en el sis- tema constitucional lo que ellos decreten, cuando sea opuesto ó diverso de lo que manden los poderes federa- les acerca del culto religioso y si se quiere, también de la disciplina externa de la Iglesia ? ¿Qué decisiones prevalecerán ? ¿ Las del presidente ó las del Papa ? ¿ Las de los congresos ó las de los concilios? ¿ Las de los ma- gistrados ó las de los obispos? ¡Ah! bien podemos es- clamar con el obispo de Poitíers ; « O vosotros todos los que lleváis en vuestra frente la unción santa que forma los pontífices y los sacerdotes, los reyes y los profetas,sea cual fuere el pretexto de que se valgan para armarse contra vosotros, tranquilizaos: soloá causa del nnmlirc de Jesucristo sois un olijelo de odio; y el Señor que sabe discernir entre las concupiscencias accesorias y la pasión dominante, os dice como á Samuel : « No es á vosotros n á quienes se rechaza sino á mí, de miedo que reine » sobre ellos. » Todo se ha hecho, todos los derechos del hombre quedan en pié, ó mas bien el hombre es Dios, su razón es Cristo, y la nación es la Iglesia. « Bien » podemos esclamar con el obispo de Annecy : » ¡Oh, la revolución ha apreciado justamente el poder del yo, cuando dice : « Respecto á la religión, cree solo en ti ; » respecto á la política, obedécete á tí solo ! » Pero vol- vamos á la cuestión legal en que somos invencibles. ¿Quién ha dado á los poderes federales intervención en el culto religioso , sea en todo, sea en parte ? ¿ Cuándo fueron llamados ? ¿ Dónde fueron instituidos cabeza de la Iglesia? ¿ Cuáles son, en fin, los títulos de su misión 1 Yo no los encuentro ni en el Evangelio ni en ta histo- ria de diez y nueve siglos; y solamente hallo una lucha constante del poder temporal que ha querido meter la mano á fuer de protector y reformador de la Iglesia, en las cosas mas santas, y el poder espiritual que ha resis- tido en todos tiempos tal profanación y hecho los mayo- res esfuerzos y toda clase de sacrificios por conservar intacta la libertad, la soberanía, la independencia que ha recibido de su divino Autor para tratar todas las materias espirituales y pertenecientes al logro de su objeto, que es la eterna salvación de sus hijos. A esta, y no á los intereses temporales, ni á las co- modidades de la vida, atendemos, hermanos é hijos nuestros muy amados, cuando os exhortamos á que veáis como impíos, ateos, y consiguientemente injustos é inmorales los artículos de la constitución contra que hemos protestado; como inicuas, injustas é inmorales las leyes de intervención, desamortización y despojo de los bienes eclesiásticos; como irreligiosas y antieclesiás- ticas todas las órdenes, circulares, reglamentos y me- didas de cualquiera clase que tiendan á disminuir las prerogatívas y esencíones de los ministros de Dios, las facultades de los obispos, la suprema autoridad del sumo Pontífice y de la Santa Sede, los derechos de la glesía y de sus sagrados institutos; y en fin, á que tengáis tal legislación como indigna de ser jurada, obe- decida y respetada en cuanto toque á los intereses de Dios y de su Iglesia, de nuestra santa religión y de su celestial doctrina. Permaneced siempre firmemente adhe- ridos á vuestros párrocos, á vuestros obispos y al Gefe supremo de la Iglesia : tened presente que ésta enseña una sola fé, un solo bautismo y un solo Dios, ante cuyo tribunal hemos de comparecer todos, sábios é ignoran- tes, superiores y súbditos, los que gobiernan en lo po- lítico y religioso y los que obedecen , para dar cuenta de todas las acciones de nuestra vida y recibir el premio ó el castigo que hayamos merecido. Escuchad con la docilidad que hasta aquí á vuestros párrocos, con igual sumisión á vuestros pastores, con la misma veneraciol á nuestro santísimo Padre el Papa PIO NONO felizment' reinante : guardad en vuestro corazón sus palabras,! seguidlas en vuestra conducta. Apartaos de aquellos hombres de quienes se puede decir con el santo rey Da- vid : « Como las palahras de su boca no son mas qu< iniquidad y engaño, hacen como que no entienden la» verdades que se les dicen, porque están resueltos á iw querer obrar bien (I). » Obedeced, en fin, á los que mandan en el orden civil; mas solo en aquellas cosai que agradan á Dios, y en cuanto son ministros suyoí y vengadores de los impíos; pero en las cosas>contra- riasá la ley divina, á los preceptos de la Iglesia, obe- deced á vuestro pastor, que os dice con nuestro Señor Jesucristo • « No queráis temer á los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma : temed mas bien al que puede perder el cuerpo y el alma en el infierno (2).» Si, hijos nuestros muy amados ; ésta es la verdader» caridad, porque como dice el evangelista san Juan : « La caridad consiste en que procedamos según los man- damientos de Dios. Porque tal es el mandamiento que habéis recibido desde el principio, y según el cual debéis caminar; puesto que se han descubierto en el mundo muchos impostores que no confiesan que Jesu- cristo haya venido en carne verdadera : negar esto es ser un impostor y un Antecristo. Vosotros estad sobre aviso para no perder vuestros trabajos, sino que ántes bien recibáis cumplida recompensa. Todo aquel que no persevera en la doctrina de Cristo, sino que se aparta de ella, no tiene á Dios : el que persevera en ella esc tiene, ó posee dentro de sí, al Padre y al Hijo. Si viene alguno á vosotros y no trae esta doctrina, no le reci- báis en casa, ni le saludéis, porque quien le saluda comunica en cierto modo con sus acciones perversas (3). » Permitidnos, hermanos é hijos nuestros, concluir lo mismo que el Discípulo amado, porque asi espresamos muy bien nuestros deseos y nuestras esperanzas. « Aun- que tenia otras muchas cosas que escribiros, no he que- rido hacerlo por medio de. papel y tinta, porque espero veros muy pronto y hablaros boca á boca, para que vuestro qozo sea cumplido. » Entretanto, recibid con toda la efusión de nuestro corazón y con toda la vehe- mencia de nuestros votos por vuestra eterna salud, la copiosa bendición que os damos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Sanio. Roma, á 23 de julio de 1857. PELAGIO ANTONIO, Obispo de Puebla. (1) Ps. LUI, V. 3. (2) Matth: cap. x. v. 28. (3) F.pisl. 11, v. 6 y sigiiienlcs. El labh halle ñera obl'n tune mag de q lica, los ( gres y m; plim de li Ci caso elere omis de q socic com| cion, pren mas medí ce, á cons en si teng; pues gene men: respi verdi las l los a[1 IgUl :racio» iinenlí iras, J (iiellos ■ey Da- as qw en 14 s á no >s quf : cosaí suyq >ntra- , obe- Señor ;an el s bien )(2).» aderí uan : man- o que cual en el Jesn- ato es sobre inte? ie no iarta s ese íiene reci- luda 3). » ir lo unos iun- que- pero que con ehe- lud, del PROTESTA DEL ILUSTRÍSIMO SEÑOR D. D. PELAGIO ANTONIO DE LAVASTÍDA Y DAVALOS OBISPO DE PL'EBLA COSTRA ALGUNOS DE LOS ARTICULOS SAXC10XAD0S EX LA COXSTITICIOX DE LA REPUBLICA MEJICANA PUBLICADA EN SU DIÓCESIS EL 12 DE ABRIL DE 1857. Excelentísimo señoh, El augusto carácter, la sublime dignidad, y la invio- lable autoridad episcopal de que indignamente me hallo revestido, y cuyos deberes me unen de una ma- nera imprescindible con la santa Iglesia de Puebla, me obligan á dirigirme de nuevo (insta opportune el impor- tune), mediante el ministerio de V. E., al supremo magistrado de la república para convencerlo (argüe) de que no es posible á un Prelado de la Iglesia cató- lica, y ni aun al simple fiel, pasar por algunos artícu- los de la Constitución sancionada y jurada por el Con- greso constituyente el dia 5 de febrero próximo pasado, y mandada imprimir, circular y publicar para su cum- plimiento el 12 del mismo mes por el E. S. presidente de la república. Cierto es que, contra lo prescrito y observado en casos semejantes, no se ha exigido el juramento al clero y á las altas dignidades de la Iglesia; pero esta omisión, testimonio irrefragable de los vicios radicales de que adolece aquel código en sus relaciones con la sociedad santa, escogida, si bien nos ha librado de un compromiso momentáneo, no nos exime de la obliga- ción, y consiguiente responsabilidad, de reclamar al su- premo gobierno, como lo hacemos, conjurándole por lo mas sagrado (obsecra), para que se valga de cuantos medios ordinarios ó estraordinarios estén á su alean ce, á fin de que desaparezcan completamente del código constitucional los artículos 3o, 5o, 6o, 7o, 9°, 12», 13°, 27° en su segunda parte, 39° y 123° con todos los demás que tengan alguna relación con ellos, como el 36° por el su puesto que envuelve; el 72° en la atribución XXX, por su- generalidad; y el transitorio, que da por lícito el jura- mento de una constitución, que hablando con el debido respeto, ha sido expedida sin autoridad; trastorna los verdaderos principios del derecho constitutivo; desconoce las leyes fundamentales de la sociedad mejicana; y en los artículos citados abjura la verdadera religión, pro- tege todos los errores y absurdos, y contiene en sí, y da lugar á que se desarrolle en las leyes secundarias la per- secución mas atroz al catolicismo, á su culto y á sus mi- nistros. Duro es decirlo, sorprendente verlo en una na- ción tan católica como Méjico, doloroso tener que recla- marlo ; y será inesplicable la ceguedad y la obstinación del gobierno, si por desgracia persiste en el camino emprendido y da lugar á las mas solemnes protestas, que hago desde luego (increpa), por no ceder á lasjus- tísimas. y permítaseme decirlo, eminentemente patrió- ticas representaciones de los obispos mejicanos. El úl- timo de todos levanta su voz, no en medio de su pue- blo como lo quisiera, sino desde el lugar de su des- tierro, siempre con el objeto de apurar sus esfuerzos para separar al gobierno de su país de la carrera que hombres ilusos, ó mal aconsejados, le han hecho em- prender; y para advertir á sus fieles del veneno que se les presenta en obscuras, vagas y perversas frases, cuyo espíritu no es otro, que una guerra abierta á la reli- gión de nuestros padres y un odio encarnizado á sus ministros, sobre los que se quiere hacer pesar I» la miseria, 2° la infamia, 3° la apostasía, 4° el perjurio y 5° la muerte civil y la muerte religiosa. Ciertamente, S. E., he leído y releído el citado código, que se llama constitución, jurado por el E. S. presidente, por V. E. y todos los señores secretarios de Estado, publicado en la capital el 11 de marzo, man- dado jurar por todos los empleados civiles el 17 del mismo mes, y publicado en mi diócesis hasta el 12 de abril, para que obligue á todos su observancia. Estos hechos y estas demostraciones del poder público son sin duda muy respetables; y á la verdad que si no fueran de por medio los intereses de Dios y de su Iglesia y el buen nombre de la nación, y aun de su gobierno, ni como obispo, ni como ciudadano, articularía una sola palabra contra un código que debia ser venerado por todos si fuera propia y exactamente fundamental, ex- pedido con autoridad competente y misión legítima, y en armonía con las creencias, las opiniones y los inte- reses mas caros de los pueblos y aun con la verdaderacivilización intelectual y moral del mundo y del siglo en que vivimos. Pero estas cualidades, condiciones, ó re- quisitos esenciales á todas las leyes constitutivas, faltan precisamente á las que ha dado el famoso congreso del plan de Ayutla en sus sesiones de 1856 y parte de 1857. Me esplico con esta franqueza, S. E. y continuaré con ella, primero, porque la he usado siempre en to- das mis comunicaciones dirigidas al S. Gobierno, sin faltarle á los respetos debidos á la autoridad, que de nuevo protesto, si necesario fuere: segundo, porque S. E. el señor presidente y V. E. me han autorizado para ello, con el lenguaje pío y religioso de que se han va- lido en documentos oficiales : tercero, los mismos seño- res diputados en cierto modo me lo han permitido con sus procedimientos parlamentarios; y por último la na- ción toda en masa, que conforme á los principios del gobierno representativo que V. E. sabe mejor que yo, vale mas que sus representantes, así lo quiere, tal es su voluntad, y yo no puedo menos que sugetarme á ella, porque va muy de acuerdo con mi deber como obispo. Por otra parte, si todos son libres para espresar sus ideas de la manera que lo quieran, creo que ahora no se me negará esa facultad que tanto han reclamado los señores obispos y de que fueron privados en virtud de una circular de 6 de setiembre que no he visto, re- clamo ahora y contra la cual protesto, ya que no pude hacerlo en tiempo oportuno. Sí, S. E., parecerá estrauo mi lenguaje; pero ha llegado el momento en que todo disfraz en una oca- sión tan solemne seria un crimen : me juzgo obli- gado á presentar la realidad tal como es, ó como yo la comprendo, desnuda de todo ropaje; y creo que en ello|se interesa el honor del clero católico en el nuevo mundo, y del pueblo mejicano, cuyos intereses mas caros defiende el primero con una firmeza y una cons- tancia admirables y positivamente heroicas. Si mis pa- labras afectaren á las personas tengase presente que considero á estas en sus relaciones con las leyes constitu- cionales y que con toda franqueza yo debo calificar el código fundamental en sus relaciones con la Iglesia, cuyos derechos represento en general como obispo ca- tólico, y en particular como obispo de la diócesis de Puebla. Para no fatigar la atención del E. S. presidente y la de V. E. me reduciré á los puntos indicados. La Constitución ha sido expedida sin autoridad. En los Gobiernos representativos populares, no se reconoce otra fuente de poder que la voluntad del pueblo. Se convendrá fácilmente en que esta se manifiesta por pajabras y por hechos, es decir, ó por un consenti- miento espreso, ó por un consentimiento tácito. Al buscar el primero no me detendré en los vicios de que haya podido adolecer el plan de Ayutla, que cambió la faz de la república y el personal de su gobierno. Doy por consumado el hecho; y poco importa para mi ob- jeto convenir en que tal plan fué consentido ó admitido por la nación, al menos con su aquiescencia. Mas al mismo tiempo tengo por cierto que sus tendencias y el desarrollo que se le ha dado es antisocial. Ya no ha- blaré del profundo sentimiento con que todos los bufluta nos mejicanos vieron la esclusion del clero secular «civil las elecciones populares para el congreso constituyeníla m y con la cual se cambió la base proclamada por "la rec0m( volucion, que no dejó de la ley de convocatoria de 184lsus i á que debieron sujetarse las nuevas elecciones, nUcon que el nombre. Tampoco referiré otra vez la alarmsang que generalmente causó la ley, sobre administración íclerc justicia, y arreglo de los tribunales, en que el seWestá ministro Juárez con tres plumadas y otros artículos di bien rogó absolutamente el fuero eclesiástico, desconoció l»coml principios en que descansan las dos autoridades ecle ¿du siástica y civil, y trasformó la inmunidad del clero eldecr< un privilegio personal, renunciablc al arbitrio del indi30 d viduo hasta en las materias criminales. Baste recordaisado que desde los primeros magistrados hasta los último!año súbditos, desde los Obispos hasta los simples clérigo9tsin ii el disgusto fué general. Los primeros se quejaron di ficio! que para nada se contó con ellos en el arreglo de loínuid tribunales de justicia : la respuesta á su sentida quej»cntr, fué la destitución, la pérdida do sus empleos vitalicios!ocas; los súbditos ó simples legos manifestaron su sentif ¿£ acerca de la ley, con no haber hecho uso del derecho dad" que les otorgaba para recurrir á los jueces del fuero |ap0 común en sus demandas contra los clérigos; prescin- no h diendo mas bien de sus reclamaciones antes que dar el ai aquel escándalo, ó sujetando sus diferencias al prudente ¡e t0 arbitrio de los jueces eclesiásticos. Muchísimos ejemplos reso puedo citar. Los obispos reclamaron un desafuero tan in- cato tempestivo de la autoridad secular, sobre los límites de para la jurisdicción eclesiástica, alegando en favor del clero sus , toda clase de derechos, y protestando contra los ataques adoí de la ley civil en cuanto tocaban á la Iglesia, su juris- nuu dicción y supremas prerogativas. Con dolor se recor- y0 n dará siempre que el silencio, ó él insulto fué la res- tan puesta, examínense las comunicaciones del ministerio Los de aquella época, en especial, la que dirigió al muy di- nueí gno y muy respetable obispo de Michoacan. Los simples ¡os , clérigos, no solo se disgustaron sino que positivamente ¿qu se indignaron con el favor de la ley civil: y, cosa rara, .)ue| aun los que por sus costumbres estragadas, su debilí- ro^( dad, ó su miseria estaban sujetos á alguna privación, ^yu pena ó encarcelamiento hicieron las protestas mas es- najc pontáneas y mas solemnes de que jamas se acogerían á L: la protección de la ley civil. En fin, la nación toda, el (]erw pueblo se predispuso desde entonces contra el gobierno; ¡nj¡ y en un grado tal do suceptibilidad, que la menor ^ causa, el mas pequeño incidente lo precipitaba á la re- pag£ volucion, sin calcular los resultados, ni pararse en los Jj' medios. Su mira desde entonces era destruir al gobierno antes que continuara el camino que habia emprendido, proj y dictara nuevas medidas contra una clase que él ha qUe respetado siempre y aun venera, á pesar del empeño que es j. se ha tenido en desprestigiarla. ra¡c Es bien notorio lo que ha pasado en Puebla después q¿¡c de publicados los decretos de 31 de marzo que intervi- priv nieron los bienes eclesiásticos. Jamas se ha presen- aun tado una lucha mas abierta, mas tenaz y mas abso- „ cl— 15 — iis liuíhiia del pueblo contra las pretensiones del gobierno ular (civil que con vanos y fútiles pretestos ha querido meter uyenia mano en unos bienes que debió considerar siempre r la recomo inviolables y sagrados. De nada han servido todos le lSífeus esfuerzos; inútiles las victimas que ha sacrificado !S, m^-on el destierro, la muerte, la guerra fratricida mas alarDisangr¡el1tai y la persecución mas atroz y encarnizada al cion ¿clero y á todos sus adictos. La resistencia del pueblo I seiWestá en pié; y si momentáneamente ha triunfado el go- los díbierno, ella revive y se levanta de en medio de los es- jcio l"combros y continúa siempre -vigorosa é invencible. 5 ecle-¿Cuáles son, pues, los efectos producidos por aquellos ero «decretos, por sus reglamentos de 30 de mayo, de 20 y I indi3o de junj0i de 16 y 21 de agosto del año próximo pa- cordaisado, y trasformados de nuevo en 6 de febrero del iltimo¡año corriente? Las revoluciones se han sucedido casi :|"'o°'tsin interrupción, la guerra se ha sistematizado, los edi- °n ficios han caido desplomados, la población se ha dismi- de lof nuido, y el pueblo permanece firme y siempre dispuesto á qucji entrar en la lucha, tan luego como se le presente una ¡icios: ocasión favorable. sentir ¿Quien ha cambiado el carácter de ese pueblo, su dócil i- rechOdad y hasta su apatía ó indiferencia cuando se trata de lucro ia política, ó de otros proyectos estraños á la religión? Yo -sein- no hallo otra causa que el sentimiento de su piedad, y e dar ei amor á los ministros de Dios. Ha sido necesario que dente ie toquen la fibra mas delicada, por no decir, el único nplos resorte sensible que le queda, su adhesión proverbial al V 1J1" cato'lcisnloi puro y sin mezcla de ninguna otra secta, es de para qUe e| sf¡ naya p,.esentado en abierta oposición con clero sus gobernantes, quienes indudablemente lo hubieran iques adormecido ó impuéslole la constitución política, que ur's* hubieran querido, y la cual el hubiera aceptado como ¡cor- jó na hecho Con las anteriores, á pesar de haber sido res- tan poco acomodadas á su situación y á sus necesidades. er|° Los hechos no pueden negarse : la historia imparcial de » ai~ nuestro siglo y de nuestra patria, los refiere tal como ípies jos acaj,0 presentar y con colores aun mas vivos. ente ¿Qu¿ prueban? Una sola cosa, que la voluntad del ara, pUeb|0 mejicano no ha estado en armonía con el desar- .1 rollo que desde el principio se ha dado al plan de lon' Ayutla; que las tendencias de este son antinacio- es7 nales. jn * Las leyes, las circulares, los reglamentos y las provi- ' dencias gubernativas y económico-coactivas que se han ¡n ' indicado, sirvieron de buen preparativo para la ley de espoliacion publicada en 2b de junio del año próximo .L~ pasado. Cierto es que se ha querido paliar el verdadero os despojo de la Iglesia, con los modestos nombres de .. desamortización, adjudicación y reserva del derecho de " ' propiedad á las corporaciones eclesiásticas. El derecho na que se ha atacado en la ley y el derecho de propiedad, ^ue es la capacidad legal de adquirir y administrar bienes raices, es en fin la ley natural que se ha desconocido en u?s odio de la sociedad mas respetable y de la clase mas privilegiada en todos los países, en todos los tiempos, y aun entre los mismos gentiles. « Cuando en los siglos » cristianos, algún rey, emperador ó príncipe, se apo- sn- so- » deraba de los bienes del clero, su conducta,» dice M. Gaume, «era reputada de viólenla y vandálica. Nin- » gun despojador trató de suscitar tesis alguna para »justificar sus actos, negando al propietario despojado » su derecho á poseer. » Es cierto que se ha dejado al clero el derecho de percibir los réditosde sus capitales; pero bajo tales condiciones que puede reputarse como una burla, ó como un insulto. Se quiere que no rehuse la ley, que lisa y llanamente reconozca al nuevo dueño, que consienta en el precio fijado contra su voluntad y que otorgue los recibos en términos de absoluta con- formidad. Esta es una de tantas razones corno tengo para haber dicho al principio que se quiere hacer pe- sar sobre una clase lan respetable, Io la miseria, 2o la infamia y 3o la apostasia, porque á esto equivalen las insinuadas condiciones. Ellas suponen que por el mes- quino interés del rédito, el clero pasará por todo, hé aquí la infamia; hará traición á su conciencia, á la ley canónica, á la Iglesia, hé aqui la apostasia. Mas no, ja- mas lo conseguirán. Pero supongamos que fueran reales y positivos los insignificantes derechos que la ley ha dejado á las corporaciones eclesiásticas. ¿ De cuando acá los gajes que el conquistador concede á los esclavos, santifican el derecho de conquista y las bárbaras cruel- dades que aquel haya cometido en una guerra inhu- mana? ¿de cuando acá los miserables harapos que el salteador cambia por los ricos vestidos de su víctima, se consideran como un magnífico presente de su gene- rosidad ó como un brillante testimonio de su justifica- ción ? A tal ley, si es que merece ese augusto nombre, pueden aplicarse las mismas calificaciones, que mereció en 1847 la de 11 de enero, á aquel varón sabio y pru- dente, modelo de pastores, el antiguo obispo de M¡- choacan. ¿ Cuales son? inconstitucional, antieconúmica, inmoral é incendiaria, con otras tan significativas como exactas que yo podia agregar y no se ocultan á la pene- tración de V. E. Sí, en aquella ley se desconocieron todos los principios constitutivos y todas las reglas de la moral: sus resultados han sido la pobreza del erario y el trastorno de la sociedad. Por esto la voluntad na- cional la resistió, los prelados protestaron contra ella, los inquilinos de fincas eclesiásticas se agitaron profun- damente con los perjuicios que les ocasionó, á unos en sus intereses materiales, y á otros en los espirituales, que fueron sacrificados contra las voces de |a conciencia, cuyo resorte aun está vivo en la mayor parte de Jos mejicanos. ¿Qué diremos pues de la constitución en que se san- cionan todas esas leyes,reglamentos, circulares,etc.etc.? Vengamos á un hecho que indudablemente prueba la verdadera voluntad nacional. Se presenta en el proyecto constitucional el artículo 15 que solo autorizaba la tole- rancia religiosa. Al instante el clero se alarmó y los Obispos protestaron; los pueblos se sobrecogieron de horror, y á pesar de las restricciones puestas á la libertad de imprenta, dirigieron sus representaciones al conr greso : hasta las mujeres estrañas á la política, (ornaron parte; el gobierno, el supremo poder ejecutivo con sugabinete participó de los mismos sentimientos, hizo en cierto modo suyas las protestas y las representaciones, y dándoles la forma conveniente á su autoridad y á su carácter, manifestó su opinión al congreso por medio de uno de sus ministros mas caracterizados por su instruc- ción, manejo de negocios, y antiguos servicios hechos á la causa del partido liberal. ¿Y qué sucedió? Lasadas de sesiones, historia verídica parlamentaria, nos aseguraron que el art. lo del proyecto constitucional fué retirado. ¿Y porqué? Sin duda porque el congreso de represen- tantes, libres é inviolables creyó que no era posible la tolerancia en Méjico : que su época no habia llegado. Este es el hecho, ¿qué prueba? Una sola cosa: que la voluntad general de la nación mejicana ha sido y es que no se dé entrada á la tolerancia religiosa. Ahora bien la constitución tal como ha quedado, abre la puerta, ya no á la tolerancia religiosa en su significación mas estric- ta, sino á la mas absoluta, es decir al protestantismo que solo consiente las sectas que admiten la revelación ; al deísmo que no reconoce ninguna; al ateísmo que niega la existencia de un Dios, al indiferentismo para el qué nuestro Señor Jesucristo, Epicuro, Espinosa, Mahoma y Lutero, están en una misma categoría, nada valen, ó valen mucho; pero nada le importa, ni su mérito ni su negación. ¿Cómo pues el gobierno ha podido jurar y admitir y tolerar, y de hecho ha jurado, admitido y tolerado, el protestantismo, el deísmo, el ateísmo y el indiferentismo, cuando resistió el art. 15 que daba en- trada, no á todos sino á uno solo de estos errores al parecer? ¿Cómo los SS. diputados que al lin se conven- cieron, porque no puede creerse otra cosa en hombres libres é inviolables, de que la tolerancia religiosa no era posible en Méjico en el estado actual de la sociedad, resultan filiados al concluir su misión, entre los indife- rentistas, ateos, deístas y protestantes? Yo no lo sé. Parece una especie de encanto, un enigma; pero la fuerza de la lógica nos obliga á decir que, ó no han sa- bido lo que han hecho y lo que significan las palabras, ó que fué una estrategia parlamentaria, un engaño el haber retirado el art. 15 del proyecto constitucional, una burla hecha á la nación y á su gobierno que repre- sentaron contra tal artículo; al clero y á los Obispos que protestaron contra él, y hasta al mundo católico, que con Nuestro Santísimo Padre, descansaba en la idea de que la religión católica, apostólica, romana seguiría en Méjico, única y esclusivamente derramando su be- néfico indujo, y consolándola en medio de las desgracias que le han sobrevenido después de su independencia. Creo no es violento deducir de estos antecedentes que la constitución tal como ha quedado, ha sido espedida contra la voluntad nacional, ó lo que es lo mismo sin autoridad, sin misión legítima. Ellos recibirán mayor fuerza con lo que voy á decir en los puntos siguientes. La Constitución trastorna los principios del derecho constitutivo. La seguridad, la propiedad, la igualdad y la libertad son otros tantos principios del derecho cons- titutivo en toda sociedad bien organizada. La Iglesia, el clero contaban con estas garantías al comenzar sus se- siones el Congreso de 1836: y como son esenciales illa < inmutables descansaban tranquilos en que no serial en f impunemente atacadas; mas con sorpresa y escándall de i general se han visto completamente desconocidas ú olvi- ensc dadas en las leyes expedidas hasta aquí, y en el código crisl fundamental. La Iglesia contaba con que su doctrina cion seria esclusivamente enseñada, protegida por los podere! Prec públicos y amparada de tal manera, que jamas se daria 'o* ' entrada á las opiniones en materia de religión, ó mejol de 1; dicho á los errores. Sin embargo el artículo 3o de la con* 'a d stitucion dice La enseñanza es libre, el 6o garantiza U en manifestación de las ideas, asegurando que, no puedt del i ser objeto de ninguna inquisición judicial ó administra- 'os c Uva; el art. 7° declara inviolable la libertad de escribir junt y publicar escritos sobre cualquiera materia, y añade que prol ninguna ley, ni autoridad puede establecer la previa cen- que sura. Cierto estos artículos tienen algunas restriccio-t Cató nes; pero bien examinadas no salvan el dogma, la moral ¿( católica y la disciplina eclesiástica, que son el triple objeto 2o d de ta verdadera religión y de la verdadera Iglesia. Todo son es materia libre, y todos pueden propagar cualesquíer es ri errores de palabra ó por •escrito, en discursos, ó por bieri medio de la imprenta. No solo esto; nada falta, absolu- üsm tamenle nada para establecer la propaganda de todos hab los errores en la república mejicana. No hay un medio 1* P mas eficaz que el de las asociaciones; pues bien el ar- c' 1 ticulo 9o dice : A nadie se le puede coartar el derecho de red asociarse ó de reunirse pacíficamente con cualquiera sino objeto lícito. Y como según la constitución es lícito todo de c lo que en ella no se prohibe; y realmente no lo está el S0DI de unirse con objeto de religión, aunque sea la de Ma- a re homa, claro es que en virtud de tales artículos quedan se t admitidas todas las asociaciones, ó lo que es lo mismo, H m todas las sectas que combaten la verdad católica. Para nica que así no fuera, no había otro medio que reconocer la y ¿ religión católica, como única y esclusiva en la república desc mejeana, pues entonces se tendría por ilícita en la esos teoría constitucional cualquiera asociación que le fuera Ia c contraria; pero tal reconocimiento no existe, un pro- ni á fundo silencio se guarda acerca de este punto, impor- tutí tantísimo para un pueblo católico, y ni aun siquiera saci se consigna el hecho de que el catolicismo es hoy en ciar Méjico la única religión del pueblo y del gobierno. Bajo cele este aspecto, el código constitucional es peor, infinita- los mente peor, que el artículo 15 retirado del proyecto. En Y este se declaraba que la religión católica, apostólica, den romana, era esclusivamente la de la nación, y que el á ac gobierno la protegería con leyes sabias y prudentes; reír pero en el nuevo código, ni se reconoce el derecho, ni cíed se consigna el hecho; ninguna obligación se establece ecle de parte del gobierno, no se dice cual es la religión del ó lo pueblo, cual la del Estado; qué derechos conserva el mis catolicismo y cuales pueden ser sus esperanzas para lo se 1 de adelante. Un profundo silencio, repito, se guarda sobre pas todos est03 puntos interesantísimos para un pueblo ca- de 1 tólico, silencio que empezó á temerse desde que fué ciot retirado el art. 15 y vacio infinitamente mas perjudicial exii que la misma tolerancia, espresada claramente. ¿Qué ton:— 17 — ales í 'la quedado pues del principio constitutivo, la seguridad serian en favor de los católicos de Méjico, de la Iglesia, en fin, índal* de nuestra sacrosanla religión. ?Esta es toda verdad ú olvi- enseñada y toda verdad guardada. Nuestro Señor Jesu- eódigO cristo ha dicho á sus discípulos . Enseñad d todas las na- ctrina ciones, el que os oye me oye, el que os desprecia me des- iderej precia. Yo estaré con vosotros hasta la consumación de daria lus siglos. En estas tres palabras está todo el ministerio mejor de la enseñanza, de la custodia y de la infalibilidad de i con- 'a doctrina única y verdadera. ¿Cuales serán sus fueros iza lo en adelante? La heregia, que es la contradictoria puedt del dogma, está garantizada en Méjico y goza de todos istra- 'os derechos de la constitución. El error no puede existir cribit juntamente con la verdad ; y si él cuenta con toda la e que protección de las leyes constitucionales, es preciso inferir i cen- que nada resta de la seguridad en favor de la Iglesia iccio- católica, sus pastores y sus ovejas, noral ¿Quedará mejor garantida la propiedad? La ley de dijeto 2o de junio, y la segunda parte del art. 27 constitucional Todo son la mejor prueba de que el derecho de propiedad no quier es reputado por uno de los fundamentos de toda sociedad í por bien constituida. ¿Quién habia de creer que el socia- solu- üsmo habia hecho tantos progresos en Méjico, y que todos habia de empezar á producir sus efectos, destruyendo íedio la propiedad mas sagrada? ¿Quién podia esperar, ya no 1 ar- el que se negara á las corporaciones eclesiásticas el de- io de recho de adquirir bienes raices y administrarlos por sí, liera sino hasta la capacidad legal que tienen por solo el hecho todo de existir? Inútil parece repetir todo lo que se ha dicho tá el sobre la materia, pero un deber muy sagrado me obliga Ma- a referirme de nuevo á todo lo que espuse á V. E. cuando 2dan se trató de los decretos de intervención de mi diócesis, ¡mo, y muy particularmente á la respuesta que di á lacomu- Para nicacion de V. E. de 16 de abril del año próximo pasado, :r la y i mi protesta contra la ley de desamortización, escrita Jlica desde Vigo en 30 de julio del mismo año. Comparando n la esos documentos con los decretos de intervención, con uera la citada ley y el art. 27 de la constitución, se vé, que 3ro- ni á la Iglesia, ni al Clero favorece el principio consti- jor- tutivo de la propiedad, como inconciliable con el despojo iera sacrilego de los bienes ya adquiridos, y mas con la de- ¡ en claratoria de ser incapaces legalmente las corporaciones Bajo eclesiásticas para adquirir otros de nuevo y administrar- ita- los por sí. En Viniendo á la igualdad, ya prescindiría el clero del ica, derecho indisputable que tiene por sus antiguos servicios 0 el á aquella igualdad proporcional y geométrica que debe íes; reinar entre todas las clases y los individuos de la so- , ni ciedad, y bien se contentaría con que respecto á los lece eclesiásticos se guardara siquiera la igualdad aritmética, del ó lo que es lo mismo, que á todos se les midiera por la t el misma regla que se aplica á los demás. Lejos de eso, si 1 lo se habla de los derejhos políticos, del sufragio activo y bre pasivo lodos lo gozan, menos los clérigos : si se habla ca- de la guardia nacional y se reconocen las justas exep- fué ciones de imposibilidad, edad, incompatibilidad para nial eximir á los ciudadanos del servicio de las armas, no se )ué toman en consideración tratándose del clero. Solo en una cosa se guarda la mas rigurosa igualdad, á saber en los impuestos y cargas públicas. ¿Y la libertad que se ha hecho? Aquel poder, que cada cindadano goza en la sociedad de que es parte ¿dónde está? «Él se manifiesta en diversas eircunstan- » cias y se designa con diversos nombres, según la » espresion de monseñor Rendu, opispo de Annecy. Él » se llama libertad religiosa y se compone de la libertad » de conciencia, de la de culto y de la de proselitísmo : » él se llama libertad civil, y abraza la libertad de la » persona, la del domicilio y la de la propiedad: recibe » el nombre de libertad política y asegura á todo indi— » viduo, su concurso en la confección de las leyes y en la » doble vigilancia de la fortuna pública; se llama libertad » de enseñanza por la escritura ó por los libros, por la » palabra ó por el ejemplo; libertad administrativa en » la familia, en el común del pueblo, en la provincia » y en el Estado : en fin libertad de asociación que com- » prende las nacionalidades, la asociación de capitales » para las grandes empresas, de brazos para el trabajo, » de corazones y de conciencias para la oración, el ejer- » cicio de la caridad y aun para el placer.» ¿Se encuen- tran estas varias clases de libertad en la constitución tra- tándose del clero. ¿Regístrense sus artículos, examínense bien sus palabras, veáse su espíritu y cualquiera hombre imparcial confesará francamente que la verdadera li- bertad en sus varias ramificaciones ha desaparecido. Con razón he dicho que la constitución trastorna los principios del derecho constitutivo. Mas no se crea que al sacar esta consecuencia, la aplico solo al clero. Es indudable que mi principal objeto es su defensa; pero tengase presente que sus intereses son inseparables de los de la sociedad en que vive, ó mejor dicho, son los del mismo pueblo á que pertenece; pri- mero, porque tratándose de las garantías sociales no puede ser de otra manera, á todos tocan, y cuando se infringen con un individuo todos están amenazados; cuando se quebrantan respecto de una sociedad, comu- nidad ó familia, todas deben temer lo mismo; en fin cuando no se han guardado con la clase mas respetable, las demás ciertamente no tienen derecho para esperar el ser mejor tratadas. «Pásmome, decía Terámenes » cuando se refugió al pié de los altares porque Critias » lo condenó á muerte borrándolo del número de los » tres mil. Pásmome de que unos hombres sabios como » vosotros no veáis que es tan fácil borrar todos vuestros » nombres de la lista de los ciudadanos co:üo el mió.» Segundo, porque yo no puedo concebir el interés de un pueblo eminentemente católico, esclusivamente católico, como lo es el de Méjico, aun por confesión de sus mismos actuales gobernantes, separado del interés de la religión, del interés de la Iglesia, del interés del clero : él pueblo católico es la nación, y la nación es el mismo pueblo. Tercero, porque todos deben saber con el obispo de Poitiers, que : «Los altares sonja muralla del hogar do- » méstico..... y que es torpe y miserable el engaño de » los que se creen obligados solamente á proteger in- » tereses vulgares, » la justificación puede pedirse auná los mismos paganos: ellos juraban pelear por los templos y sus casas privadas pro aris et focis, sin duda porque los intereses divinos son los mas elevados que todos. Así es que con exactitud y me parece también con oportunidad puedo dirigir á todos los mejicanos y á los actuales gobernantes las mismas palabras de aquel obispo á su pueblo, después de la revolución mas desas- trosa que han visto los siglos en una de las naciones mas bellas de la Europa. «Si una vez mas tenéis la desgracia » de abandonar el cielo á los ultrajes de la impiedad, » esperando comprar á tal precio la tranquila posesión » de la tierra, obtendréis un desengaño en vuestra » esperanza culpable: si persistís en una conducta que » puede espresarse por estas palabras contra aras et » pro focis; si abris de par en par el santuario; si le » entregáis á merced de los impíos y de los sacrilegos, » bajad la cabeza delante del porvenir que os espera, » porque después que hayáis dejado á los bárbaros, que » invadan el templo y los altares, estad seguros de que » no se detendrán ante la santidad del umbral domés- » tico, y que irán á sentarse en vuestro propio hogar. » No os admiréis de ello; el hombre no tiene derecho » para ser tratado mejor que Dios.» Pasemos yá al ter- cer punto. La constitución desconoce las leyes fundamentales de la sociedad mejicana. Bien sé, que una es la constitución política de un país, y otra la constitución social. ¡Ojalá que siempre se hubieran tenido presentes sus diferen- cias ! ¡Ojalá que los congresos llamados á formar las constituciones políticas no hubieran confundido sus prin- cipios ú opiniones, con las leyes fundamentales de la sociedad. La primera, bien lo sé, abraza los principios que constituyen cada sociedad en particular. La segunda regla la manera como se ha de gobernar la sociedad una vez constituida. Está evidentemente demostrado que ninguna sociedad se constituye a priori, y que ningún poder humano basta para dar leyes fundamentales á la sociedad, ni para quitárselas una vez constituida; y que lo mas que puede hacer es escribir aquellas leyes, de- clarar por escrito ó por palabras las que se han formado natural ó insensiblemente por medio de la sujeción ú obediencia á los que gobiernan, de los hábitos, usos y costumbres que se han hecho en cierto modo inaltera- bles. Agravio haria á las luces de V. E. si me detuviera en esplanar estas verdades que se han hecho ya comunes entre los principiantes de derecho. Ahora bien, tratán- dose de Méjico ocupa un lugar muy distinguido entre sus leyes fundamentales la religión católica, apostólica, ro- mana. Para conocerlo y probarlo basta observar, pri- mero : que la raza blanca en Méjico, como toda la raza latina propende siempre ála unidad religiosa; segundo, que descendiendo aquella de la raza española es mas marcada esa propensión ; tercero , que la raza indígena desde la conquista se convirtió á la religión católica con docilidad, abjuró su antigua idolatría, y ni conoce ni ha podido conocer otra religión, ya por la escasez de sus facultades intelectuales, falta de conocimientos y de me- dios de comunicación para adquirir otras noticias, ya por el apego á sus antiguas tradiciones. No hay que du- darlo, la raza blanca y la raza indígena en Méjico bad sido y son católicas, y nada mas. Durante los tres siglos de la dominación española participaron de la unidad re- ligiosa que gozaba la metrópoli; se precavieron de los peligros que amenazaron á esta y con mas facilidad por la distancia y el ningún contacto con la Europa, princi- palmente con aquella parte que fué lamentablemente destrozada por el cisma y la herejía de Lulero : contaron siempre con los mismos medios de preservación y estu- vieron siempre sujetas á las mismas leyes 'prohibitivas, de toda mezcla religiosa, dictadas por los reyes españoles que se sucedieron en la corona de Castilla, desde los muy católicos Don Fernando y Doña Isabel hasta Car- los III. Fijo este período porque las leyes españolas dadas en ese tiempo abrazaban de lleno y mas directamente á Méjico que las anteriores á la conquista: aunque tam-^ bien estas se declararon vigentes para nosotros y todas lo han estado en su mayor parte después de nuestra emancipación política; y me detengo en Carlos III, « por- » que desde su reinado empezó á sembrarse en España, » como dice el célebre P. Magín Ferrer, la semilla de la » impiedad, destinada á prepararlo que se llama libertad » religiosa, ó lo que es lo mismo á destruir la ley fun- » damental conservada sin alteración alguna desde el » tiempo de Recaredo.» Pero después ¿qué sucedió?¿Dejó de ser la religión católica la única del pueblo mejicano antes de su indipendencia? El mismo escritor nos los dirá. «Desde entonces, esto es, desde el reinado de Car- » los III, hasta el dia, se han movido mil veces todos » los resortes de la malicia humana para hacer que los » españoles (bajo cuyo nombre se comprenden los mejica- » nos, cuando se trata de este punto), mirasen la cuestión i) religiosa como una cosa indiferente para el bien de la » sociedad ; mas el efecto ha sido siempre el horror y » la indignación que ha concebido en general el país- » [lo mismo Méjico) á la sola idea de que pudiese haber » unión política con españoles que no fuesen católicos, » apostólicos romanos. Esta consideración ha hecho que » los tiros á la ley fundamental, se dirigiesen con tino » hipócrita y seductor, halagando la codicia y atacando » la reputac'on, el honor, el respeto y la deferencia á » objetos que se ha querido gratuitamente presentarlos »' como postizos á la esencia de la religión. Este sistema » seductor no ha dejado de causar sus funestos efectos ; » pero siempre ha sido porque los españoles engañados, » (otro tanto puede decirse de los mejicanos), no han » creído vulnerada la religión de sus padres con tales » ataques.» Pasaje escrito con esactitud y criterio y muy acomodado á Méjico. Ciertamente el horror y la indi- gnación ha sido general en los mejicanos al oír el solo nombre de tolerancia, y á la sola idea de que pueda ha- ber unión con hombres que no son católicos, apostólicos, romanos. Es incontable el número de representaciones que dirigieron todos los pueblos en 1847 cuando se anunció por la primera vez el proyecto de tolerancia, y cuyo número se aumentó considerablemente el año próximo pasado al discutirse el art. lo, no obstante las rest se h un s teri; de 1; proi sien el d inte aun Mil últii en r enci «El » ca » ce » es » st » ni » el » E » m » sr, » ce » d(— 19 — ie du- restricciones impuestas á la libertad do imprenta como 3 jja„ se ha dicho. Y si algunas veces han sido engañados por sMoí lln s'steraa seductor y han convenido en algunas ma- ad re- terias 1ue sc nan presentado como postizas á la esencia le los Je la religión, por ejemplo la ae diezmos y en algunas (1 por prudencias que realmente han esclavizado á la Iglesia, rinci- siempre ha sido bajo el concepto de que no se atacaba tiente e' dogma, la moral y la disciplina eclesiástica, cuyos taron 'ntercses ú objetos procuraban con palabras respetar y estu- aun venerar los gobernantes en documentos oficiales, itivas. *''l ejemplos podia presentar en confirmación de este iioles u'l'mo aserto. Yo apenas he recibido una commicacion e jos en respuesta á (antas como he dirigido á V. E. y en ella Car- encuentro las siguientes, frases á la verdad muy notables; ladas "El E. S. Presidente jefe de un país eminentemente lente " católico y celoso como el que mas pueda serlo, del dc- tam-r * coro de la Iglesia, reconoce como católico la autoridad odas " exclusiva que tiene la Iglesia de Jesucristo para dictar :stra " sus disposiciones sobre el dogma, la moral y la admi- por, » nistracion de los Sacramentos.» «Jamas pretenderá aña, 8 c' & S. Presidente dar reglas para la predicación del iela 8 Evangelio, y sobre los demás asuntos exclusivos del rtad 8 ministerio sacerdotal: sabe hasta donde se eslienden fun- 8 sus facultades como jefe de la nación mejicana y re- e e( » conoce sobre estos puntos la independenciay soberanía Dejó 8 de la Iglesia.» Por esto he dicho al principio que ano S. E., el señor Presidente y V.E., me autorizaban con su los 'enguaje para combatir los artículos protestados. Pero lar- dejemos las palabras y sigamos con los hechos, cuyo idos lenguaje es siempre tan elocuente como intergiver- los sable- ka- Primero.— Aunque en el reinado de Carlos III sc em- jon pieza á trabajar por romper en España la unidad reli- e ia giosa, nadie negará que por la distancia de la metrópoli ,r y no se hicieron en Méjico sensibles los funestos efectos >aís- de aquellos trabajos, se mantuvo pues la colonia libre ber del contagio hasta la independencia proclamada en 1810 os, P°r Hidalgo y consumada en 1821 por D. Agústin de jue' Itúrbide. ino Segundo hecho. — Pero ¿que fué necesario para que ido Hidalgo se hiciera de algunos prosélitos? Invocar la re- a á , ligion, y simbolizarla en la Virgen de Guadalupe, objeto los de profunda y tierna veneración para todos los mejica- ma . nos Y cn especial para los indígenas. )S ¡ Tercero. — ¿Que fué necesario á Itúrbide para llevar 0S) á cabo la indi pendencia? Establecer como base principal an la religión, y simbolizarla en el pabellón tricolor. Solo les 'Jaj° es,a condición logró reunir á los mejicanos y deci- Uy dirlos á proclamar y conseguir la independencia. 1¡. Cuarto.— La religión católica, fué respetada durante ^Jq su imperio, y el arreglo dado á los asuntos eclesiásticos, |a_ por la primera junta de diocesanos bien lo confirma. 3S Cayó el imperio de Itúrbide, la misma religión como el e¡ arco-iris de paz después de la borrasca, se presenta cn se el art. 3o de la constitución federal, y Quinto. — El, se. repite casi sin discusión en todas ño las constituciones, él se invoca en casi todos los planes as revolucionarios, y vencidos y vencedores todos articu- lan aquel nombre mágico Religión de buena ó de mala fe; pero él suena espresando siempre la creencia uni- versal de los mejicanos. Su profesión es constante, sus festividades sin interrupción, sus obvaciones magníficas en circunstancias solemnes, como ta declaración dogmá- tica de la Concepción Inmaculada, en sucesos notables como la elección y la consagración de un Pontífice : casi no tiene otra vida el pueblo mejicano que la vida de la religión, todo lo subordina á ella, todo lo santi- fica, todo lo enaltece con el espíritu religioso. Quítese y es un cadáver, mézclese y es una confusión, excluyase y todo se acaba, persígase y la guerra se declara, no entre el poder espiritual y temporal solamente, sino también entre el pueblo y el gobierno. Estos hechos son innegables, así como lo es la consecuencia que de ellos saco; á saber, que la religión católica, apostólica, romana es una de las leyes fundamentales de la socie- dad mejicana, que no está al arbitrio del congreso, ni de algún poder humano el variar ó alterar y menos contra la voluntad nacional. Y no se diga que ni los reyes españoles y su inquisi- ción ni Hidalgo ó Itúrbide, ni el congreso de 1824 y los demás pudieron ligar la conciencia ajena y obligar aun á los cstrangeros á profesar la religión católica, apostó- lica romana, y por último que ni aun el mismo pue- blo puede pretenderlo por ser contrario al espíritu de la misma religión que no quiere se haga fuerza á nadie para que crea. Yo bien sé con el citado P. Ferrer que « ningún poder humano basta para estirpar la herejía y » mantener un pueblo en la unidad católica, si este no » tiene el sentido moral de su fe. » Inútiles fueron los esfuerzos de un Carlos V « con los de la Inquisición » para precaver á la Alemania del cisma de Lutero. » Vanos fueron los esfuerzos de un rey cristianisimo y » de la junta de fe para impedir que la Francia cediese » varias veces al impetuoso torrente de la herejía. En » aquella príncipes, universidades y pueblo estaban di- » vididos : en esta la religión se convirtió en un juego » de la mas negra política, y durante cuatro reinados, » cn un medio para satisfacer las miras de la ambi- » cion : en ambas naciones el pueblo estaba dividido : » en la primera arrastrado por el ejemplo de los gran- » des, en la segunda por el espíritu de la novedad. » Mas en España, en Méjico como digna hija, el pueblo, la masa de la nación es compacta, está obstinada y tenazmente adherida á su fe. « Y así como en otro » tiempo los reyes de España hubieran hecho pedazos » su cetro y su corona, en la fuerte espresion del autor » citado, y perdido la misma vida, antes que consentir » el mas leve menoscabo de la religión : » así hoy el pueblo mejicano, mejor querría perder su independen- cia, que la unidad religiosa y el vínculo que lo une con la Santa Sede. Sí, todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, sabios é ignorantes, liberales y conservadores; si, todos unanimamente quieren mantener la religión católica sin mezcla de ninguna otra. No hay exagera- ción en esto : al contrario muchísimo temo que mis pa- labras se queden muy atrás de la realidad. Sino, ¿por— 20- qué han renunciado sus deslinos tantos empicados civiles? ¿por qué muchísimos han sacrificado su bien- estar y el de sus familias; preferido la pérdida de una renta pingüe al juramento de la constitución, y no han vacilado entre la miseria y el perjurio? Su adhe- sión y fidelidad al Gobierno no pueden ponerse en duda ': sus creencias en política son bien conocidas. ¡Oh! sí, pero no lo son menos en punto á la religión. El testimonio que han dado de su fe es muy brillante, y acaso único en los fastos de las naciones católicas. Sí, no me cansare de repetirlo : La mayor parle de los em- pleados en Méjico han abandonado sus destinos, es de- cir, su hacienda, su carrera, sus esperanzas, el fruto de su vida, el consuelo de su vejez, el patrimonio de sus hijos. ¿Y porqué? por no jurar la Constitución. Mas ¿qué tiene esa constitución? No hay necesidad de que yo conteste, han respondido por mí los pueblos que han quemado los ojas de papel en que estaba escrita : los infelices que se han resistido á tocar las campanas el dia de su publicación; los principales vecinos de las ciudades populosas, que, encerrados en el recinto de sus casas, han llorado con sus inocentes familias la llegada de tan infausto dia, como una calamidad pública : y esa falta de adornos en nuestras casas y edificios públicos, y esa obscuridad con que están vestidos nuestros tem- plos el dia del juramento, y esa falta del pabellón na- cional, que ondea por los aires y se oslenta en nuestras torres al acercarse una solemnidad verdaderamente na- cional, y ese luto que reina en toda la vasta estension de la república, todo, todo habla mas alto que mis pa- labras, y hace comprender al mundo civilizado, que la funesta constitución del plan de Ayutla, es para todos .os mejicanos el fruto de la impiedad, el abrigo del protestantismo, el recinto del ateísmo y la espantosa proclamación del indiferentismo, que desmoraliza al in- dividuo, corrompe á la familia y da muerte á la sociedad. En fin ella es un monstruo que hoy asusta á los espec- tadores, al pueblo que con su admirable instinto pre- siente todos los males que le acarrearía, si milagrosa- mente viviera, y que mañana asustaría aun á los mis- mos autores de sus dias. Pero volvamos á nuestro discurso. Estos son los hechos que nadie puede negar en Méjico, es lo que allí ha pasado. Ahora bien , si tal es el sentido moral de la nación, cuya fuerza, cuyo po- der es irresistible, no hay duda, todos deben callar; pero especialmente los que invocan con tanto entu- siasmo la voluntad nacional y dicen ser la suprema ley. « Sobre la imposibilidad ó, como se llama, tiranía de obligar á los demás y aun á los mismos estrangeros á creer, debe advertirse que en Méjico lo mismo que en España jamas se ha obligado, ni se obliga á nadie á ser cristiano, sino únicamente á que en el esterior se porte de manera que no perturbe la paz social y que si no quiere conformarse se retire. Ser cristiano de corazón, ó no serlo está fuera del dominio del poder temporal : pero este, si puede admitir en su territorio al que no haga profesión esterna de la verdadera doctrina, puede por lo ménos impedir que cualquiera perturbe públicamente la fe religiosa. V esto, léjos de ser contra- rio al Evangelio, el divino Fundador lo ha establecido en estas palabras. « El que escandalizare á los que; » creen en mí, debe ser arrojado al profundo del mat! » con una muela de molino atada en el cuello. » Mas¡ claro todavía : á nadie se violenta en su conciencia con decirle que para gozar los derechos de mejicano debe respetar la religión del país : así como á nadie se escla- viza con someterlo á las otras leyes, dejandósele en libertad para irse sino lo quiere. Esta es la verdadera libertad social y política es decir la facultad que tient todo hombre para separarse de la sociedad cuando no quiere conformarse con las leyes que la rigen. Por lo demás téngase presente que jamas los católicos han sido tan intolerantes como los que predican tolerancia, y que desde Lutero, padre de esta hasta los últimos sectarios, han tenido por su máxima favorita « que los herejes deben ser reprimidos con el derecho de espa- da, jure gladii coercendos esse hmreticos, que el país' clásico de la libertad es el país clásico de la esclavitud y de la tiranía, y que los mismos demócratas son los mas temibles tiranos, en cuyas manos muere siempre la verdadera libertad, como ha dicho Monlalembert, á quien nadie tachará de retrógrada. Los resultados confirman en todas partes esta verdad., ¿Cómo? Bien podían haberlo comprendido los mismos autores de la constitución si con imparcialidad hubie- ran examinado el verdadero sentido nacional, lavolun-! tad de ese pueblo soberano de quien se titulan repre- sentantes. Pero quos Deus vult perderé prius dementa!. Sí, Sr. Exmo, « á los que Dios quiere perder primero les quita el juicio. » ¿Cómo? vuelvo á preguntar... ¿Y por-, qué no lo he de revelar, cuando estoy representando en ! favor de la religión y cuando mis palabras se han de dirigir á un pueblo que debo instruir, edificar y aun precaver para que no se deje alucinar ó engañar con medidas al parecer de poca importancia, pero que real- mente son de funestísimas trascendencias? ¿Qué ha su- cedido á los constituyentes? Un castigo visible de la so- berbia que quiso excluir y excluyó en efecto al clero del augusto santuario de las leyes, como si no fueran dignos de entrar en él los que todos los dias penetran en el Sancta Sanctorum y tratan los sublimes miste- rios; como si ellos no fueran los verdaderos padresdelos pueblos, los propagadores de la civilización en el nuevo mundo, y aun los defensores de esa misma libertad que tanto se reclama en los discursos como se olvida en las leyes. Faltó la luz de la sana doctrina y las tinieblas cubrieron el salón del congreso : faltó la religión, base de toda sociedad y fundamento de toda legislación ; se edificó sobre arena y el edificio no puede sostenerse; faltó la representación de la Iglesia y con ella el vínculo moral que santifica las relaciones sociales, consagra con el augusto sello las obras de los hombres y diviniza las instituciones de los pueblos. La constitución no puede durar, porque la palabra de un profeta es preciso que se cumpla. « Los que han sembrado viento recogerán tempestades.» Los señores diputados se han estrellado; los pah nan una parí blo, infli crac corr elloí der, solo infa que soci< critc se e subí pite miei puei Ah, torn poli! com M que está libei espr el n tud Dios rabí dom verd hab< la fe los ¡ grar forn mon Pap; se h I aque Tom tan t> bien misr lose » án » di f tan i de 1 sesei nega teon tado— 21 — los que solo querian progreso no pueden anclar un palmo mas adelante, sus mismos adictos los abando- nan. Ellos iban á constituir el país y lo han dejado en una vacilación temible; querian pacificarlo, y por todas partes han encendido la guerra; querian aliviar al pue- blo, y el pueblo se siente mas oprimido; librarlo de la influencia clerical y sobre él pesa la tiranía de la demo- cracia; ellos querian afianzar la libertad y lo único que corre riesgo, es la libertad. Sí, no hay que dudarlo, ellos han intentado deslruír la Iglesia, arruinar el po- der, aniquilar la propiedad. ¿Y para qué? Para que solo subsista la libertad. Mas la Iglesia se salvará con la infalible palabra de su Autor : el poder se salvará, por- que « es una necesidad de primer orden para todas las sociedades; puede cambiar de manos, ha dicho el es- critor últimamente citado, mas tarde ó temprano el se encuentra, jamas perece todo entero. » La propiedad subsistirá siempre; « ella puede cambiar de manos, re- pite el mismo escritor, pero no creo, ni en su anonada- miento, ni en su trasformacion. ¿Sabéis, añade, lo que puede perecer entre todos los pueblos? Es la libertad. Ah, si, ella perece y pasarán largos siglos ántcs de que |i torne á aparecer. Por mi parte concluye el profundo político, nada temo tanto en e! triunfo del radicalismo : como la pérdida de la libertad. Mas ¿de que libertad se trata? de aquella libertad, que ahora reclamo, Sr. Exmo., de aquella libertad que está con el espíritu de Dios : ubi Spiritus Dei ibi est ¡iberias; de aquella libertad definida y limitada que en la espresion del célebre orador francés, es un arma para ej mal, gracias á lo que queda de inteligencia y de vir- tud en el hombre redimido por la sangre de un Dios. Á pesar de los inconvenientes que le son insepa- rables como todas las cosas humanas, en todas partes donde ella ha reinado, ha aprovechado siempre á la verdad, es decir á la Iglesia. Creo poderlo afirmar por haberlo estudiado profunda y seriamente que tal ha sido la fe religiosa, política y social de la edad medía. Todos los grandes Papas, todos los grandes católicos de los grandes siglos han combatido por la libertad bajo la forma que entonces tenia. Todos pensaban como aquel monje contemporáneo de Carlomagno que escribía al > Papa : « La libertad no ha perecido porque la humildad se ha abatido libremente ; » y todos pueden repetir I aquella palabra de un obispo de Lisieux, amigo de santo Tomas de Cantorbery, « cuanto se quita á la libertad tanto pierde la fe, » porque la una y la otra invenci- blemente unidas tienen las mismas ganancias y las mismas pérdidas. Todos habrían dicho con Julio II á los ciudadanos de la república de S. Marín: « Tened buen » ánimo y acordaos que la libertad es lo mas útil y lomas » dulce del mundo. » Pero repito, Sr. Exmo., este bien f tan precioso se pierde indudablemente con el triunfo L de la democracia. Cuanto ha pasado en Europa de sesenta años á esta parte lo confirma, y negarlo sería negar un hecho que ha adquirido la certidumbre de un teorema de geometría. Los católicos lo han esperimen- lado en todas partes en los últimos años, en América lo mismo que en Europa. Es cierto que la transforma- ción no se hace repentinamente porque la democracia tiene dos formas exteriores, unas veces se personifica en un solo jefe, otras se gobierna por una asamblea soberana. Bajo esta última forma, las libertades civiles y políticas que antes hemos enumerado están amenazadas, á pesar de que son indispensables y la única salva- guardia de la virtud, de la dignidad y del honor. En el fondo la democracia es incompatible con la libertad; porque tiene por base la envidia, bajo el nombre de igualdad, mientras que la libertad por su naturaleza, protesta sin cesar contra el nivel tiránico y brutal de la igualdad. La democracia á trueque de mantenerse, con- dena á todos los que quieren vivir y obrar renunciando todo valor personal y prevaricador el culto servil del fan- tasma de la razón y de la virtud de las masas. Así es como destruye lógica y gradualmente no solo todas las tradi- ciones, todos los derechos antiguos y hereditarios, sino también toda indiferencia, toda dignidad y toda resis- tencia. Así reduce á polvo al genero humano, y como ha dicho Benjamín Constant, « cuando el huracán llega, el polvo se convierte en cieno. » Por esto donde quiera que triunfa la democracia, prepara y asegura el triunfo del poder absoluto, le hace necesario, solo en él encuen- tra un temperamento á sus pasiones, un remedio á sus faltas, y araba por personificarse en él, y confundirse con él. Todo pueblo que se cree soberano en nombre de la democracia paga con su libertad el rescate de su pre- tendida soberanía. El contrato puede no ser bueno pero es inevitable. « Sentencias todas del célebre académico francés en su opúsculo titulado De los Intereses cató- licos en el siglo xix, publicado en 1852. Para conocer la csactitud de los conceptos referidos y el acierto de un juez tan competente en la materia como el Sr. Montalembert, bastará por ahora detener- nos un poco en los triunfos de la democracia en Méjico. ¿Cuáles son ? Los artículos ya citados de la constitución en que se establece y organiza la propagación de todos los errores, se confunden todas las doctrinas y se des- conocen los fueros de que goza la verdad católica en los países como Méjico, ¡lustrados por la antorcha ines- tínguíble de la revelación. Las tinieblas del error, la confusión de las sectas, las continuas variaciones del protestantismo, se han querido sustituir á la clara luz de la verdad, á la sencillez de la religión, & la unidad de la fe. ¿Qué mas? la ley del desafuero que niega todo privilegio para fundar la perfecta igualdad con que to- dos han de ser juzgados por unos mismos jueces; el art. 13 constitucional que la confirma y añade siempre con el mismo objeto « que nadie puede gozar emolu- » montos que no sean una compensación de un servicio » público y estén fijados por la ley. » El 12 que destruye toda clase de prerogativas, y niega hasta el poder al pueblo soberano para establecerlas. El 27 que destruye el derecho originario de adquirir, para que las corpora- ciones eclesiásticas queden igualadas con los que tienen verdadera imposibilidad, física ó moral de adquirir y administrar por sí bienes raices. El 36 que obliga í to-dos á inscribirse en la guardia nacional. El 123 que después del silencio que se guarda sobre la religión del pueblo y la del Estado equipara la Iglesia á todas las instituciones humanas, y la sujeta en su culto y en su disciplina esterna á los poderes generales de la federa- ción : sustituyendo de este modo al Romano Pontífice el Presidente de la República, á los obispos los magis- trados de la suprema corte de justicia, y á los concilios los congresos que, conforme al art. 72, atribución XXX, podrán dictar todas las leyes necesarias y propias para hacer efectivas las facultades concedidas en la constitu- ción. De este modo se ha desconocido por los últimos constituyentes la misión divina del sacerdocio cristiano, el origen divino de la misma religión, la primera y acaso única ley fundamental de la sociedad mejicana, á saber, la verdadera religión, profesada siempre en aquel país, con el beneplácito del pueblo y de todas las clases y de todas las eminencias sociales. Los que tienen algún conocimiento de esa república, es decir, de sus hábitos, usos y costumbres; del grado de su cultura, de su pasado y de su actual modo de ser, convienen fácilmente en que este conjunto de leyes ó despropósitos, de artículos constitucionales ó errores capitales, de invenciones ó miserables utopías, no cua- dran con esc pueblo amante de los eclesiásticos, entu- siasta por las festividades religiosas, sumiso á la auto- ridad de sus Pastores, dócil á la voz de la conciencia, de la Iglesia y de la religión, y confiesan, francamente que la obra de los últimos diputados no puede subsis- tir, por ser contraria al carácter y creencias de los mejicanos, resistirlo su situación presente, ser opuesta á sus verdaderas necesidades y retardar los progresos de la moderna civilacion. Si ella aproxima á la barbarie á esa pobre sociedad, que no cuenta con otro elemento de orden fuera del principio católico, ni con otro apoyo de buen gobierno que el resorte moral, mantenido en su fuerza y vigor por el poder eclesiástico, único freno que contiene la guerra de castas y los ataques á la pro- piedad, amenazada de una manera temible é imponente, no por los indios, sino por hombres que medran á la sombra de las revoluciones y de los trastornos públi- cos. Por mi parte convencido de estas verdades, bien podia haber omitido entrar en algunos pormenores y aun el dirigirme al supremo magistrado, mediante el ministerio de V. E., pues creo firmemente que es una necesidad filosófica y social la desaparición de seme- jante código, y que jamas ningún poder humano bas- tará para cambiar repentinamente á ocho millones de habitantes y trastornarlos en sus antiguas creencias. Mas el deber de Pastor y el deseo de. que se abrevien los males que abruman á esa población digna de mejor suerte, me hacen detenerme tanto y empeñarme todo en acabar de persuadir al E. S. Presidente de que la constitución sancionada y publicada es verdaderamente impía. Abjura, 6 lo que. es lo mismo, reniega de la verdadera religión. Para que un gobierno, una constitución abju- ren la verdadera religión, no es necesario que lo decla- ren así en términos espresos y formales, basta que re-i conozcan ó admitan principios anticatólicos, errores condenados por la Iglesia. Tal cosa sucede con la cons- titución que nos ocupa. Primero : En ella muchísimo se habla de los derechos del hombre, nada se dice de loS¡ derechos de Dios. Segundo : Para sus autores no hay mas soberanía que la del pueblo, los verdaderos católi- cos sostienen que todo poder viene de Dios. Tercero : Dí hecho se niega la soberanía y la independencia de la Iglesia, y consiguientemente su unidad : porque esta no puede existir sin aquella. Cuarto : Mas todavía; se' sujeta realmente la Iglesia, la religión al Estado :de tal manera que ella por sí' nada puede en concepto de la constitución. No puede adquirir bienes raices y admi- nistrarlos por si : no puede gozar de emolumentos que no estén señalados por la ley, y que sean compensación de sus servicios, que quien sabe si merecerán la califica- ción de públicos. Aqui está destruida una de las princi- pales bases en que descansa el clero : « su indepen- diente subsistencia, y su derecho originario, divino, natural y positivo de que goza por solo el hecho de existir y que se ha reconocido y protegido por el dere- cho humano, por los gobiernos católicos y aun por mu- chos enemigos y perseguidores de la religión. No puede gozar de ninguna clase de prerogativas, de ninguna distinción en sus ministros, quienes á pesar de su digni- dad y carácter serán confundidos con los demás ciuda- danos. Sus delitos serán comunes, sus jueces los de to- dos, sus tribunales los de la nación, sus penas ¡guales, y hasta las faltas cometidas en la administración de los Sacramentos serán juzgadas, calificadas y sentenciadas por un juez lego en toda la estension de la palabra. Aqui se ha desconocido la vocación, la consagración, el carácter indeleble que separa á los ministros de Dios del común de los fieles ; se ha echado por tierra la je- rarquía eclesiástica y se ha degradado lo mas santo. Los obispos no podrán conferir las órdenes sagradas sino á los que tengan los requisitos establecidos por la autoridad civil (ley de 27 de enero del año corriente) ; no podrán exigir el cumplimiento de las promesas y votos hechos á Dios por los que hayan entrado en religión, consagrádose al servicio de los altares, ó ju- rado la fe conyugal. En fin no podrán declarar cuales son las verdades dogmáticas, las reglas de la moral y los preceptos de la disciplina, porque todo pertenece ó es el culto religioso en el que tendrán esclusivamente los poderes de la federación, la intervención que designen las leyes. ¿Qué queda de la Iglesia de Jesucristo? ¿Qué se hizo su autoridad? ¿Los obispos son puestos por Dios para regir y gobernar la Iglesia, ó son los poderes fe- derales de la nación? ¿El Romano Pontífice es la cabeza visible de la Iglesia, revestido del primado de honor y de jurisdicción para mantener la unidad de la fe, la incor- ruptibilidad de la moral, la fuerza de la disciplina, vi- cario de nuestro Señor Jesucristo y verdadero sucesor del príncipe de los Apóstoles, ó lo es, ese triple poder federal, ese monstruo de tres cabezas, armado con la soberanía popular, hijo casi siempre de la revolución,dominado casi siempre por las mas furibundas pasiones Y animado por el odio mas encarnizado á la Iglesia, á la religión y A sus ministros? ¡Cuántos errores condena- dos por la Iglesia, cuántos puntos opuestos á la profe- sión do la fe católica! Si la constitución llegara A po- nerse en ejecución, Sr. Exmo., en ese desgraciado país, todo sería el pueblo mejicano, pero jamas un pueblo Católico; todo tendría pero menos la religión católica; pertenecería á cualquiera otra sociedad, pero nunca á la Iglesia de Jesucristo. Su majestad ha dicho á todos los obispos en la persona de sus primeros discípulos : « Se me ha dado todo poder en los cielos y en la tierra. » ^ nosotros lo creemos; porque su palabra es infalible y reputamos como impío y ateo el dogma de la soberanía popular y el sistema constitucional donde aquel se pro- clama de una manera tan general y absoluta que excluye cualquiera otro poder público. El divino Maestro aña- dió : « Así como mi Padre me envió á mí, así os envío á vosotros. » Y nosotros nos gloriamos de que nuestra augusta misión tenga un origen tan sublime y revesti- dos con ella nos presentamos ante los pueblos que creen, ante los gobiernos que no creen : enseñamos á los primeros las verdades fundamentales de la religión y resistimos á los segundos sus arranques contra el poder espiritual, y sus usurpaciones de una autoridad que se les ha negado, de un reino que no les pertenece. Desde que han resonado en nuestro corazón aquellas palabras: « Id y enseñad todas las cosas que os he mandado » y « no penséis en lo que habéis de decir » nos cuidamos poco de nuestras respuestas y no hacemos otra cosa que repetir con la santa libertad de nuestro ministerio el non licet de Juan Bautista, el DOS ipsos judicale de los apóstoles, el si oportet melius obedire Deo quam homi- nibus de Pedro, el non possumus non loqui y tantos otros documentos como nos ha dejado el divino fundador, nos han trasmitido nuestros predecesores, nos ha conservado la historia de diez y nueve siglos, y nos repite de continuo la Iglesia nuestra Madre, que está siempre viva y asis- tida del Espíritu Santo para enseñarnos como Maestra soberana todo lo que hemos de creer, todo lo que hemos de enseñar, todo lo que hemos de hacer y todo lo que hemos de condenar, siguiendo la sencillez de su fe, la humildad de su sabiduría, la luz de sus ejemplos y la prudencia de sus juicios irresistibles é inapelables. Estos caerán inevitablemente, sobre los que han for- mado tal constitución y sobre todos aquellos que la guarden y la hagan guardar, aun cuando lo hayan pro- metido bajo el mas solemno juramento, porque este no puede ser vinculo de iniquidad. Yo no creo que la ma- licia y obstinación de los señores diputados y de to- dos sus secuaces sea tanta que dé lugar á una separa- ción absoluta, á un verdadero cisma de esa nación y de su gobierno relativamente á la Iglesia católica. Al con- trario, espero que volviendo todos sobre sus pasos re- conozcan los errores y estravíos con que han escanda- lizado: 1° á los buenos católicos de Méjico; 2o A sus vecinos; 3o á los católicos de todo el mundo y aun á los mismos impíos de la vieja Europa. El testimonio de mu- chos que han conocido al E. S. presidente, el de otros que conocen á V. E., y á los otros señores secretarios de Estado, el de muchísimos que han tenido amistad con algunos de los señores diputados, el mió que en la materia vale algo, y mas tratándose de algunos jóvenes que he educado, y cuyas firmas veo con dolor al pié de esa constitución, me afirman en mi esperanza. Sin duda engañados unos con astucia por los enemigos de la Iglesia que están dentro y fuera del país, acaso bien or- ganizados; sorprendidos otros con halagüeñas teorías por falta de capacidad ó de instrucción en estas materias, que á la verdad exigen cierta penetración para descu- brir algunos errores en toda su cstension, inesperiencia de muchosjóvenesqueen su mayor parte han compuesto el congreso y que ayer pasaban en n uestros colegios y aun en nuestra sociedad por buenos cristianos; compromisos de partido; falta de valor en algunos de edad madura y á quienes hemos visto recurrir á los sacramentos de la Iglesia en caso de enfermedad y en otras circunstancias solemnes de la vida invocar el nombrede Diosy confesar las verdades dogmáticas en documentos públicos y hasta en notas oficiales; aturdimiento que suelen producir las acaloradas discusiones de la tribuna, los aplausos de las galerías, la gritería de los periodistas, el deseo de brillar y no quedarse atrás en la carrera que malamente se llama de progreso; pues á la verdad ya todos estos er- rores están combatidos hasta el fastidio y aun reputa- dos como de mal gusto en la culta y escogida sociedad de Europa; todas estas eonsideracienes y'otras que omito me hacen creer que discutidos uno á uno los artículos constitucionales no se han visto en sus rela- ciones" y formando ese cuerpo de errores, que cierta- mente escede con mucho al mal estado que guarda nuestra sociedad. Es innegable que muchísimo se ha perdido de la antigua sencillez de los mejicanos y que con la introducción de malos libros, algunos se han pervertido; pero estos son nada en comparación de la parte pía y religiosa que hay y ha habido siempre en la nación. El mal nunca ha sido de tal tamaño que pudiera haber dado lugar á una corrupción tan grande como la que indica la constitución. Que unos pocos, poquísimos hombres perversos, bien conocidos, bien marcados en nuestras poblaciones y que son vistos con horror, ten- gan esas ideas impías é irreligiosas que supone el có- digo fundamental, nadie podrá negarlo; y yo lo con- fieso con profundo sentimiento de mi corazón, pero que la mayoría de la nación piense de esta manera, que la mayoría del mismo congreso de diputados participe de las convicciones que indican los artículos constitucio- nales, que ahora reclamo, nadie me lo persuadirá jamas. Ese grado de impiedad supone otra educación, otro modo de vivir, otras lecturas, otra sociedad, otras capa- cidades, otro carácter nacional, en fin, otro conjunto de bastarda civilización, si así puedo esplicarme, muy di- ferente del que hay en Méjico y que ciertamente no se ha podido aglomerar en el país, ni por las circunstan- cias de colonia, ni por los principios que presidieron á su emancipación política, ni por el estado de continuasconvulsiones y guerras civiles en que ha estado el país después de su independencia, y que lo han mantenido en una especie de niñez muy enfermiza, ó si se quiere inmoral, pero no irreligiosa. Si no me engaño hasta para los progresos de la impiedad se necesita de alguna paz y que ellos se hagan sordamente y sin sentirse, con la astucia del espíritu maligno y sin que la sociedad se aperciba de que sus fundamentos se van minando. Así pues, ni el tiempo, ni las circunstancias han bastado para producir aquellos resultados tan inesperados como funestos. Seria necesario que los efectos no fueran pro- porcionados á las causas; y que las singularidades del país en la política, en el orden social de que todos se maravillan, se hicieran estensivas al orden moral y aun al orden metafísico, cuyas leyes son inmutables y abso- lutas. Reílecciónesc que fué necesario para aquella re- volución desastrosa que presenció la Francia en la úl- tima decada del pasado siglo, para aquel trastorno tan completo del orden social, para aquella cadena de horrorosos sucesos, única en la historia de los imperios y de los tiranos. En Méjico se usará del mismo lenguaje si se quiere; pero no será sino por una esterior y mi- serable imitación. Ciertamente, víctimas de la revolu- ción ó dominados por una pasión ó frenesí nuestros últimos legisladores, han sancionado un código que no les pertenece y que no podrá acomodarse jamas á un pueblo como Méjico. La siguiente observación me con- firma en mi modo de pensar. — Si comparamos las re- formas que contiene la nueva legislación con las intro- ducidas en el Piamonte nos sorprenderemos de su identidad y no hallaremos otra diferencia que la de tiempo; pues mientras que en el Piamonte han corrido cinco años, en Méjico lodo se ha consumado, al menos teóricamente ó por escrito, casi en un año; no faltando para que la imitación sea completa, mas que dos cosas, una en el sentido de la revolución, y otra en el de una aparente reparación. ¿Cuál es la primera? La extinción de regulares que ya se vocifera como una cosa resuelta por el gobierno y hoy acaso decretada. ¿Cual es la se- gunda? El envío de un ministro plenipotenciario cerca de la Santa Sede que venga á denunciar oficialmente los hechos consumados, á procurar la legitimación de los derechos adquiridos, ó para valerme del lenguaje revolucionario, á afianzar los principios conquistados por el poder civil, tranquilizar asi al pueblo sencillo, á las conciencias agitadas y nimiamente escrupulosas, y probar que si en virtud de las circunstancias y por evi- tar mayores males se han dado ciertos pasos sin contar con la Silla apostólica, ahora se reconoce su autoridad, y se demanda su aprobación, como el único medio de evi- tar un cisma y la persecución al clero que indudable- mente se someterá á lo que se acuerde con el Santo Padre. Se sabe muy bien que el ministro ya está en ca- mino para llegar á ese arreglo. ¿Lo logrará? Seria pre- ciso resolverse á transigir con la revolución , cosa que jamas podrá hacer la Santa Sede, ó que el gobierno mejicano convencido intimamente deque no es posible continuar la obra comenzada, desista de todos los prin- cipios adoptados en la constitución, como absolutamente opuestos á las verdades primordiales de la religión, é hijos del espíritu revolucionario, que fatigado al pare- cer y desesperado de alcanzar nuevos triunfos en el an- tiguo mundo se ha refugiado en el nuevo al abrigo dej la sencillez de sus habitantes. Este es el único partido que puede tomar el E. S. presidente, y lo tomará sin duda, si á la hiz de buen criterio reflexiona, que Mé- jico no es el Piamonte, ni S. E. el rey de Cerdeña, y si no quiere hundir al país en los horrores de la anarquía civil y religiosa que produciría á la constitución si lle- gara á ponerse en planta. ¿ Y porqué ? Porque protege todos los errores t¡ absurdos. Basta sa- ber que la constitución es la obra del espíritu revolu- cionario para comprender que protege todos los errores y absurdos. ¿Pues qué cosa es la revolución? ¿Cuándo ha existido? ¿Dónde esta hoy? «La revolución no es » un fantasma, ha dicho M. Gaumc, y sin embargo es » la negación armada : nihilum armatum. Es el odio á » todo orden religioso y social que el hombre no haya » establecido, y en el que no sea rey y Dios al mismo » tiempo : es la proclamación de los derechos del hom- » bre contra los derechos de Dios : es la filosofía, la re- »ligion y la política de la rebelión : es el cstablecí- » miento del estado religioso y social sobre la voluntad » del hombre y no sobre la de Dios : en una palabra, es »la anarquía, puesto que es el entronizamiento del » hombre y el destronamiento de Dios. El nombre que » lleva es muy propio revolución, que quiere decir, » trastorno, porque pone arriba lo que según las leyes » eternas debe estar abajo, y abajo lo que debe estar » arriba. » Su existencia aunque puede ser contempo- ránea con la caída del hombre en sus primeros elemen- tos constitutivos, no lo es en su forma. Hace cuatro si- glos que se ha presentado en el mundo con diferentes armaduras. Hubo un tiempo en que ocupó las cabezas de los reyes y se sentó sobre sus tronos. Ella les inspiró la idea de hacerse Césares y también Papas. El blanco de sus trabajos en esa época fué destruir el pontificado y la monarquía. No pudo, ni podrá lograr jamas lo pri- mero porque descansa en la palabra infalible de nues- tro señor Jesucristo: Tu es Petrus el super hanc petram aidificabo Ecclesiam meam, el porlcB inferí non prcevale- bunl adversus eam. « Tu eres Pedro, y sobre esta pie- » dra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no » prevalecerán contra ella. » El es la roca inamovible donde vendrán á estrellarse las furiosas olas de la tem- pestad, ó á lamerla mansamente. La revolución debi- litó á la monarquía, haciendo vacilar los tronos y ma- tando á los reyes que fueron víctimas de su seducción y de sus engaños, ó mejor dicho, de la cólera de Dios que los castigó, dejando de ser Césares, porque tuvieron la osadía de querer ser Papas. Ella sabe acomodarse á to- das las condiciones, y con tal de lograr su objeto se hace aliada de la clase media durante el reinado de Luis XVI, y se empeña toda en destruir las notabili- dades para colocar á las medianías, también estas quie- ren hacerse Césares y convertirse en Papas. Sus estra- gos I altas Uvas y ha aliar publ 3¡giO: para ruin; gion jico, mos los ti neali nom Aqu tiene Oíg;l nía puel titu; tiem forn com sus cstal mod De I Dios hint los c instt cied, las 1 gun; c¡'on ni si hom ciso ó se exp\ Esta mod prii artíi bre cató Señi Igle: gaci por com virt des: sien dor vue tici;gos bien los revela la historia. La nobleza y las clases altas de la sociedad fueron combatidas en sus preroga- tivas, en sus derechos, en las plazas, y calles públicas y hasta en sus mismos hogares. Hoy finalmente intenta aliarse con el pueblo, se ha hecho verdaderamente re- publicana; y después de haber amenazado el orden re- ligioso y el social quiere destruir el orden doméstico Para proclamar la soberanía del individuo sobre lós ruinas de la familia, de la sociedad y de la reli- gión. ¿ Será estraño que la última constitución de Mé- jico, parlo legitimo de la revolución dcsarolle los mis- 'nos principios, sancione los mismos medios y tienda á 'os mismos fines? Sus palabras dirán si es exacta la ge- nealogía : la tomaremos otra vez en la mano. » En el nombre de Dios, y con la autoridad del pueblo mejicano.» Aquí, el pueblo es todo, Dios es nada : el pueblo tiene toda la autoridad, es omnipotente, luego es Dios. Oígase la prueba del antecedente.» Art. 39 : La sobera- nía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se ins- tituye para su beneficio. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar ó modificar la forma de su gobierno. » Su poder no está ocioso, lo comunica á sus representantes, y con él, ellos abren sus labios y todo lo destruyen; ellos escriben y todo lo establecen; ellos sancionan y lodo lo afirman á su modo. El pueblo es pues rey y dios al mismo tiempo. De los derechos del hombre se habla mucho; de los de Dios nada se dice. Ese pueblo rey y dios, de cuya vo- luntad son interpretes los señores diputados, reconoce los derechos del hombre y los declara base y alíjelo de las instituciones sociales: ha concluido la familia, la so- ciedad y la religión, que no tendrán otras garantías que las que les otorgue la presente constitución : son nin- gunas. El hombre nace libre y tiene derecho á la protec- ción de las leyes : la familia, la sociedad y la religión, ni son libres, ni tienen derecho alguno. No basta que el hombre sea libre de toda dependencia natural, es pre- ciso que lo sea cíe toda doctrina que se le haya ensenado ó se le quiera enseñar, y que él mismo sea libre para expresar, propagar, establecer é imponer su doctrina. Esta libertad es inviolable, nadie puede coartarla, ni modificarla, no tiene mas límites que el respeto ú la vida privada, d la moral y á la paz pública. En estos siete artículos se niega implícitamente la dependencia del hom- bre respecto de su Criador; la autoridad del ministerio católico que descansa en aquellas palabras de nuestro Señor Jesucristo, Docete omnes gentes; la autoridad de la Iglesia á quien se ha encomendado la custodia, propa- gación y establecimiento de la sana doctrina, inspirada por el espíritu de Dios, que estará con ella hasta la consumación de los siglos; la potestad de las llaves en virtud de la cual califica la buena y la mala doctrina, desata á los que propagan la primera, y liga á los que siembran ta segunda; arroja de su seno á los prevarica- dores, y recibe en él á los que, apartados de sus errores, vuelven á la senda de la verdad y al camino de la jus- ticia. En fin todos los derechos del hombre se recono- cen y se exageran ; de los de Dios, su religión, su Iglesia, nada se dice, y el silencio habla sin embargo mas alto que las palabras. No obstante esto, preciso es hacer al- gunas declaraciones; si el hombre es libre para todo, no lo es para sacrificar su libertad en las aras de la reli- gión ni del himeneo; el voto religioso, nada vale en concepto de la ley, y la indisolubilidad del matrimonio es un yugo muy pesado, é incompatible siempre con la libertad del hombre. Este es todo, Dios es nada, menos que nada. El respeto á la vida privada, á la moral y á la paz pública es el límite de la libertad de imprenta; mas el respeto á Dios, á la religión, al dogma, á su mo- ral, á su disciplina, á su público ministerio, de nada sirve : lodo es materia libre; cualquiera puede traspa- sarla, blasfemar de Dios, vituperar la religión, ridicu- lizar los dogmas, burlarse de los preceptos de la moral, injuriar la disciplina de la Iglesia y trastornar su minis- terio. Cada hombre por sí puede hacer esto y todo lo mas que le ocurra, pero tiene ademas facultad para reunirse pacificamente con cualquiera objeto licito, y lo son todos los que quedan referidos, puesto que en nada se oponen á la constitución. ¿Qué mas? Este pueblo, dios y rey al mismo tiempo, que todo lo puede, hablando en lo general y abstractamente; nada puede en lo par- ticular y en concreto; está encadenado : ¿ á quién ?á sus legítimos representantes que espresarán su voluntad; dirán lo que quiere y lo que no quiere; calificarán de eminentes los servicios prestados a la patria ó á la huma- nidad, y decretarán las recompensas en honor de los que los hayan prestado; mas no se vaya á creer que toda clase de recompensas, porque no obstante su so- beranía, jamas podrá haber títulos de nobleza, ni prer- rogativas, ni honores, ni leyes privativas, ni tribunales especiales, ni fueros, ni emolumentos que no sean com- pensación de un servicio público ó estén fijados por la ley. Aquí empieza á desaparecer la soberanía del pue- blo, y á sustituirse la de los diputados. Queda pues el pueblo esclavizado, sujeto á la opinión de sus represen- tantes. ¿Y cuál es? La opinión se manifiesta por pala- bras, estas como por ejemplo las de la constitución que estamos analizando, se hallan en alguna hoja de perió- dico, en algún diario del Piamonte, en alguna página del antiguó Monitor francés revolucionario : queda pues la soberanía del pueblo encadenada á la opinión de un periodista nacional, este la ha tomado de algún Pía- montes y acaso este se la halló al paso en algunas hojas del Diario revolucionario de 91. Compárense ahora todos los derechos, inmunidades, prerogativas y garan- tías del ciudadano, con todas las privaciones á que que- dan sujetas las personas y las corporaciones mas respe- tables de la sociedad. Ya dejo insinuado que por el art. Io, no puede la Iglesia establecer la previa censura de los libros y escritos que se publiquen, ni hacer según el art. 6o, ninguna inquisición judicial ó económica so- bre ellos, aun cuando ataquen el dogma, la moral y la disciplina de la Iglesia : que quedan suprimidas las inmunidades y prerogativas del clero conforme al art. 12°, abolido el fuero eclesiástico, y el derecho á susubsistencia independiente; pero debia negársele por los nuevos legisladores hasta la capacidad para adquirir en propiedad, ó administrar por sí bienes raices. Esta incapacidad, sea dicho de paso, abraza tanto al orden eclesiástico como al civil. ¿Sera estraño que mañana so haga ostensiva á las familias considerándolas como cor- poraciones? Sin querer encuentro un fundamento de esta deducción en el mismo lugar del código en que nos hallamos. Después del art. 27o que niega la capacidad á las corporaciones eclesiásticas y civiles para adquirir y administrar bienes raices, se prohiben por el siguiente los monopolios. Esta espresion bastante genérica ame- naza á los grandes propietarios; porque realmente la acumulación de riquezas es un monopolio, una verda- dera vinculación. Sí, el tránsito es lógico y natural: de hecho está destruida una de las bases fundamentales de la familia, con no reconocer como inviolable la propie- dad, hoy en el clero, mañana en los grandes propieta- rios. En pocas palabras : la revolución se ha aliado con el pueblo soberano para llevarnos al comunismo, que es la destrucción de toda propiedad y de todo poder, ó lo que es lo mismo, al radicalismo que está encargado de ejecutar todos los principios teórico-socialistas que amenazan á la sociedad con una ruina universal. El do- minio de la lógica es mas irresistible que el del pueblo soberano; y solo reconoce una cadena, el enlace del consiguiente con el antecedente. Veamos pues otra im- portante deducción. Está destruido el matrimonio con no reconocer su indisolubilidad ; luego está destruida la familia. Solo lo que es espresamente conforme á laconsti- tucion se tiene por lícito; luego la unión del matrimo- nio y consiguientemente de la familia, que no se sujete á las condiciones de las leyes civiles que vengan después de la constitución, carecerán de licitud constitucional. Nuestros discursos no van mas adelante que nuestros legisladores : la ley del registro civil, expedida en 27 de enero, sujeta la celebración del matrimonio á ciertas condiciones para que pueda producir los efectos civiles. En esta ley se separa la razón de contrato de la razón de sacramento, que siempre habían sido conside- radas como inseparablemente unidas para todo católico, y se admite el matrimonio temporal celebrado entre estrangeros conforme á las leyes de su país, ó lo que es lo mismo, se tiene por lícito y se garantiza el concubi- nato. Concretándonos á cuanto llevamos espuesto sobre este punto : la revolución ha pedido á los legisladores del plan de Ayutla la destrucción de todo orden religioso, y ellos se la han dado de la manera que han podido, en sus discursos, en sus periódicos, en su constitu- ción, valiéndose de la calumnia, de la detracción y hasta de las frases comunes de superstición, fanatismo, hipocresía con que se insulta, lo mas respetable, lo mas augusto y lo mas santo. Les ha pedido la sobe- ranía del pueblo, y ellos se la han dado, en el pueblo rey y dios al mismo tiempo; pero encadenándose á un congreso, este congreso á la opinión pública, al dicho de un periodista nacional ó advenedizo, ó es- trangero de remotos países, ó de un siglo que ya pasó. Les ha pedido la libertad ; y ellos le han concedido la licencia para hablar, escribir, blasfemar de Dios, vituperar su religión , ridiculizar sus dogmas , despre- ciar su moral, destruir el honor de las familias y rela- jar los vínculos que unen á la criatura con su cria- dor, al hombre con la sociedad, al individuo con la familia, al ciudadano con su patria, y al cristiano con su religión. Les ha pedido la igualdad; y ellos han destruido toda clase de prerogativas, han abolido todos los fueros , han echado por tierra todas las; eminencias sociales y las han reducido á polvo paraj levantarse ellos y aparecer siempre grandes. Les haj pedido la separación de la Iglesia con el Estado; y ellosj han confundido el poder espiritual y temporal, han! subordinado aquel á esle : han despojado á la Iglesia, la han hecho su tributaría ¿y para qué? para empo- brecer al Clero, envilecerlo, degradarlo, esclavizarlo f teniéndolo pendiente de sus caprichos en punto á sub' sistencias, demoralizailo; que es la suprema obra de! la revolución. En fin, ella quiere destruirlo todo par* rehacerlo todo; nada reconoce sino lo que ella hace,| y no quiere otro poder sino el suyo, para declarar después que la voluntad nacional es la suya : que nada subsiste, sino lo que ella deja en pié; y que mañanai desaparecerá, si asi le place. De esta manera ella co- loca bajo una misma linea el error y la verdad. Hace de ambas cosas objeto de igual indiferencia y aun de; común desprecio , y sustituye por este medio á la reli- gión revelada por Dios, la religión natural, inventada, interpretada y sancionada por el hombre. Pero ¿ cuál es ese modo? ¿Cuál es ese medio? ¿Cómo se concreta! la revolución? En una carta que se llama constitución y donde es abolida la constitución natural é histórica , que se fué formando y desarrollando durante muchos siglos al abrigo de las tradiciones, usos, costumbres y hábitos nacionales, para reemplazarla con la nueva, escrita de una plumada, que desconoce los derechos anteriores y todos los títulos recogidos por las clases de la sociedad en el largo trascurso de los siglos, y en virtud de servicios antiquísimos, y muy importantes hechos á la humanidad y reconocidos, no por los mo- .dernos filántropos, sino por los verdaderos jefes esta- blecidos por Dios en el gobierno de los pueblos. ¿ Para qué hemos de descender á pormenores? No acabaría- mos. — En vista de lo espuesto ¿quién dudará que la nueva constitución protege todos los errores? « Ella crea su religión y establece su Iglesia. Ella forma su Dios é instituye sus ministros. Como avergonzada de no tener un Dios, ella lo inventa á su modo y decreta su existencia en virtud de su absoluta soberanía; á imitación de los antiguos romanos, que creaban sus dioses por medio del decreto del senado y á propuesta de cualquiera de sus individuos. Ese Dios, ese ser supremo, nada tiene que ver con la sociedad, está ocioso, y ningún poder se le concede para gobernar la sociedad, ninguna influencia en las acciones de la vida. Es por consiguiente muy distinto del Dios verdadero; Cl nc noce Caen ni in del r ni la nios, sistei de la el de Patri en 01 Y lo sus trasli nuev la re lar: La n una ni ai y fue fund ritos modi que ( facul sus ¡ Seño aban niem sofos con i migo tac ta ella i muy inlcr tarla bate luz j dicio conti univ y á i socie come de t< rios fecta secul dad bian cion pash se ve segu com¡íaso. •dido )ioSi ;prc- rela- cria- >n la Liano ellos olidO' > las' para, ¡ ha ellos han csia, npo- rlo Jj sub- a de para lace, larar nada i ni.i i co- Hace n de reli- ada , cuál creta, icion rica, chos es y eva, ichos lases >s, y intes mo- esta- Para aria- le la Ella a su la de creta a; á sus lesta ¡ ser está ar la vida, lero; <¡1 no ha establecido ninguna religión positiva, no reco- noce mas que una universal en que todas las sectas caen y se confunden. No quiere templos, sacerdotes ni inciensos : no es el Dios de los cristianos , sino el del pensamiento; los ministros no son órganos suyos, ni las criaturas hechura de sus manos; no crió demo- nios, infiernos, ni penas elernas. Sin embargo en este sistema se establecen algunos dogmas, tales como el de la soberanía popular, el de la libertad de pensar, d de Ja razón soberana, el de la humanidad, el de la Patria y el de la naturaleza, que se convierten después en otras tantas diosas, que reciben todos los himnos Y los homenajes , en los dias clásicos consagrados á sus festividades. » Me baria interminable si quisiera trasladar aquí el apoteosis de tantas divinidades y el nuevo calendario de tantos dias festivos inventados por la revolución. — Para concluir volveremos á pregun- 'ar: ¿Q"é cosa es la religión, qué cosaos la Iglesia? La religión es una enseñanza, un culto, un sacerdocio, una reunión de creyentes que la ley no ha creado, que ni aun ha aceptado, que existe antes que ella, sin ella y fuera de ella. La Iglesia es una sociedad divinamente lundada por Jesucristo, cuyas leyes, dogmas, moral y ritos han precedido á la fundación de todos los Estados modernos. ¿Puede la ley humana alguna cosa sobre lo que es divino? ¿Ha dado Dios al congreso de 18u6 la facultad de reformar su obra ó de modificarla según sus gustos, cambios y caprichosas fantasías? Nuestro Señor Jesucristo, como infinitamente sabio, previo que abandonada su doctrina al juicio de los hombres, fácil- mente seria corrompida. No se contentó como los filó- sofos de la antigüedad y los demás sabios del mundo con escribirla y entregarla á sus secuaces ó á sus ene- migos, quiso defenderla, custodiarla y mantenerla in- tacta, librándola de las falsas interpretaciones : como ella era contraria á las inclinaciones del hombre estaba muy espuesla á ser corrompida por las pasiones, por el ínteres, por el amor propio: debía por lo mismo liber- tarla, no de la discusión, no de la guerra, no del com- bate que siempre admite y sostiene para que brille su luz y resplandezca su triunfo, sino del espíritu de se- dición que podía levantarse y se ha levantado en efecto contra ella en el trascurso de los siglos. Dirigida al universo entero, al género humano, á todos los tiempos y á todos los hombres, era preciso que instituyera una sociedad perpetua corno su fundador, incorruptible como la santidad, infalible como la verdad, revestida de todo poder y provista de todos los medios necesa- rios á su subsistencia soberana, independiente y per- fecta sin tener que mendigar nada de las potestades seculares. Lo hizo asi, estableciendo un centro de uni- dad que fué Pedro, cabeza de su Iglesia y á quien de- bían estar sujetos todos los miembros de la congrega- ción escogida. Entre estos unos eran activos y otros pasivos; unos docentes y otros enseñados. Los primeros se ven representados en los apóstoles y discípulos, los segundos en los simples fieles, bajo cuyo nombre se comprenden aun los que mandan, sean reyes, empera- dores, presidentes ó capitanes. A Pedro sucede el ro- mano pontífice, hé aquí la perpetuidad de la cabeza; á los apóstoles los obispos, hé aquí la perpetuidad del ministerio; á los setenta y dos discípulos los presbí- teros, hé aquí los coadjutores , los perpetuos colabo- radores de los Obispos en el ministerio de la palabra y en la administración de los sacramentos. Los fieles son todas las generaciones que le están prometidas al mismo Jesucristo, como la conquista de su vida, y como el triunfo de su muerte. Tal es la economía de la Iglesia, tal es su gerarquía, instituida por su autor que es Dios y por consiguiente ella es de institución di- vina. Mas no solo oslo; también es perpetua. «Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos. » Nin- guno había dicho esta espresion á sus sectarios: ningún Maestro á sus discípulos : ningún filósofo de la antigüe- dad la habia proferido, solo Jesucristo la ha dicho y solo su Majestad podia decirla, porque siendo Dios, solo él podía cumplirla. Según todos los vaticinios la Iglesia debía ser perpetua, y solo permaneciendo Jesucristo con ella podia gozar de tanta duración. Incorruptible como la santidad, se le ha dicho á Pedro : « Tu eres » Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las » puertas del infierno no prevalecerán contra ella; » es decir, la guerra, el combate sera empeñado; pero no temas, no dudes de tu triunfo ; el error hará los mayo- res esfuerzos para confundirte : no temas, la luz estará siempre contigo. La tierra toda estará cubierta de ti- nieblas; pero tu, sentado sobre las siete colinas, y yo sobre la cumbre del Monte Santo, seremos la ciudad eterna, vista por todas las generaciones y saludada en todos los siglos : hé aquí la visibilidad de la Iglesia. Tus oráculos serán infalibles, porque « yo rogaré al » Padre que os mande otro paráclito que este siempre » con vosotros y que os sugiera todas las cosas que os » he enseñado. » Hé aquí el fundamento de su infali- bilidad : « Se me ha dado todo poder en los cíelos y en » la tierra. » « Id y bautizad á todas las gentes en » el nombre del Padre , del Hijo y del Espíritu Santo, » enseñándoles á practicar todo lo que os he mandado; » porque así como mí Padre me ha enviado, así os » envió á vosotros. » Hé aquí el origen legitimo y divino de su misión sobre la tierra. « Todo lo que ata- » reís en la tierra será atado en el cielo, y lodo lo que » desalareis será desatado. » « Apacienta mis corde- » ros, apacienta mis ovejas. » « Las llaves del cielo te » han sido entregadas, abré y quedará abierto, ciérralo » y quedará cerrado. » Confirma á tus hermanos y » ellos quedarán confirmados. Recibid el Espíritu » Santo, y él os enseñará toda verdad, él estará con » vosotros hasta la consumación de los siglos. » Hé aquí la estension de su poder y de su duración. A la vista de estos documentos, ¿habrá quien dude qué Jesucristo esta en la Iglesia y la Iglesia en Jesucristo, que son inseparables de tal manera, que nadie puede llamarse ni ser verdaderamente cristiano, si no esta sujeto á la autoridad de la Iglesia, á su doctrina y á sus leyes? ¿Podrá racionalmente creerse alguno unidoá Jesucristo , amante de su doctrina, perfecto imitador de sus ejemplos, cuando está separado de la Iglesia? « El que os oye me oye, el que os escucha me escucha, el que os desprecia me desprecia, y quien esto hace debe tenerse por gentil y puhlicano. » ¿Puede darse una declaración mas terminante, una condenación mas espresa de todos aquellos que quieren conservar el nombre de cristianos, sin respetar, obsequiar y ejecutar los preceptos de la Iglesia; creyendo de buena ó mala fe, que bien puede seguirse á Jesucristo sin obedecer á la Iglesia? ¿Habrá quien se imagine capaz de salvarse rehusando los preceptos de la Iglesia, sacudiendo el yugo de su autoridad, abandonando sus reglas, y en- tregándose á los caprichos de su imaginación y á las inspiraciones del espíritu privado? ¿Podrá alguno per- suadirse que es indiferente estar en la religión católica ó en cualquiera otra secta? Reflcxiónese bien; la fe es el centro de todos los medios de salvación, la raiz de todas las virtudes; mas quien no escucha á la Iglesia ha perdido la fe, pues como dice el apóstol S. Pablo : Pides ex auditu, auditus autem per verbum Christi. Si el hombre no escucha, pues, á la Iglesia, le falta la fe; se rebela contra la palabra de Jesucristo; despreciando aquella, desprecia á Este, y debe ser contado entre los gentiles y publí- canos. No permanece en su doctrina y es indigno, como dice el Evangelista S. Juan, de ser saludado por los cristianos. No hay medio; quien no está con la Iglesia, está contra la Iglesia, quien no se sujeta á su autoridad se rebela contra ella. ¿Y porqué? Porque quien no es con Jesucristo, es contra Jesucristo, y la Iglesia es el mismo Christus in térra. La Constitución contiene en sí y da lugar á que se desarrolle en las leyes secundarias la persecución mas atroz al catolicismo, d su culto y á sus ministros. En cuanto llevo espuesto pululan por todas partes las prue- bas mas irresistibles de tan triste verdad. El clero, la Iglesia y la religión han sido el blanco á donde se han dirigido todos los tiros envenenados de la revolución de Áyutla, y de los que á consecuencia de su triunfo se han hecho dueños de la situación del país y dispo- nen caprichosamente de sus destinos. Parece que en lo político nada tenían que hacer los nuevos hombres públicos de Méjico : parece que en lo administrativo todo estaba perfectamente arreglado; que la hacienda pública, igual en sus entradas y salidas, se encontraba libre de toda amenaza financiera en el interior y este- rior; que todas las clases de la sociedad, perfectamente normadas á las reglas de sus deberes , nada tenían que desear en punto á reformas; y que estas todas debían pesar sobre el clero y sus intereses, sobre su ministerio y abusos, sobre sus creencias y fanatismo, en fin sobre su gobierno y su conducta pública, ministerial y aun privada. Sin freno los gobernantes de Ayutla han per- seguido á las personas sagradas y mas respetables. El destierro, las prisiones, el encarcelamiento, las perse- cuciones de todo género, han estado á la orden del dia, y desde los mas altos funcionarios hasta los últi- mos subalternos, todos con un poder absoluto, despó- tico y tiránico han dispuesto de la religión, de la Igle- sia y de sus ministros, como un señor puede disponer! desús sirvientes y de sus esclavos en la administra-1 cion de sus feudos. No hay exageración, Sr. Exmo., I las palabras se quedan muy atrás de los hechos, y cuanto ha pasado en toda la República no seria fácil referirlo en esta protesta, aun cuando se le diera mayor estension. El torrente de lágrimas que han derramado los buenos mejicanos por las atrocidades cometidas con i el clero, bien podia formar un caudaloso rio : maS| siempre insuficiente para borrar tantos crímenes per- petrados bajo la egida de lo que se llama ley y libertad. Todo ha sido gratuito, todo infundado, todo contra el espíritu nacional; pero nada ha bastado á saciar el odio y la cólera de los enemigos encarnizados del clero, de la Iglesia y la religión; se ha querido sistematizar una guerra á muerte contra estos objetos tan queridos. Los eclesiásticos han sido privados del voto activo y pasivo en las elecciones populares; de su fuero en los asuntos civiles; de sus jueces en los asuntos criminales; de sus derechos en la administración de los sacramentos ; de su libertad en la predicación del Evangelio; de su franca administración en el peculio sagrado; de sus leyes en el gobierno de la Iglesia; do su ejercicio libre el ministerio de las cosas sagradas. ¿Está ya saciado el encono de los revolucionarios? No : es preciso usar de otras armas. ¿Quiére el clero el sufragio uni- versal? Hien está; podrá darlo; pero se ha de inscri- bir en la guardia nacional. Recibirlo jamas. ¿Quiére gozar de emolumentos? Los gozará, si sus servicios pertenecen á la patria y á la humanidad (nombres que ó nada significan, ó nada abrazan perteneciente á la religión y á la piedad), y le serán decretados : ¿Por quién? ¿por la ley canónica? ¿por la auto- ridad de la Iglesia? ¡ Ah! no : por la ley civil, por la soberanía del congreso. ¿Quiére administrar los sa- cramentos? Los administrará; pero conforme, no al ritual Romano, sino á los reglamentos nacionales. ¿Quiére ejercitarse en la obediencia? La primera au- toridad política del lugar será su obispo , su tribunal de apelación el congreso ; la cabeza de la Iglesia el triple poder federal, al cual esclusivamente corresponde la intervención que designen las leyes en el culto reli- gioso y en la disciplina esterna..... Con razón , Sr. Exmo., decia yo al principio de esta larga y tal vez fastidiosa protesta que sobre el clero se quiere hacer pesar, 1" la miseria; 2o la infamia; 3o la apostasia; 4" el perjuro; y 5° la muerte civil y la muerte reli- giosa. ¿Se trata de derechos? es un miembro podrido de la sociedad que está muerto para su gobierno. ¿Se trata de obligaciones? todas las tiene y deben agravár- sele por sus abusos. ¿Son eclesiásticos? sí, pero para dar ejemplo de una ciega obediencia á las autoridades constituidas, aun cuando manden los mayores absur- dos, contrarios á las leyes divinas y humanas. ¿Son ciudadanos? ¿gozan de alguna garantía? Quien sabe, ellos son encarcelados, confundidos con los mayores — 29 — ■spó- onen stra- mo.; I 5, y fácil ivot iadOj ; t on i mas| per- j •tad. a el odio i, de una Los sivo utos sus ; de ! su sus ibre iado ciso jni- ¡cri- iére cios que e á os : ulo- r la sa- ) al des. au- inal i el nde eli- Sr. vez icer sia; eli- dido ¿Se ár- ara ides ur- Son ibe, >res criminales, desterrados, perseguidos, sentenciados á toda clase de penas, sin ser oidos, ni aun reconocidos; y todos disponen de sus personas, bienes y derechos con la misma y acaso mayor libertad que los señores disponen de sus esclavos y de las cosas que les perte- necen. ¿Y este es el siglo de las luces ó el de oscuran- tismo para Méjico? ¿el de la civilisacion ó el de la bar- barie? el de la libertad ó el de la tiranía? el de la paz ó el de la guerra mas encarnizada y cruel á la religión y sus ministros, á los particulares adictos al clero y aun al mismo pueblo, que defiende sus mas caros inte- reses y sus tradiciones mas queridas. Bastan estas indicaciones á un gobierno que está al corriente de los hechos, mas que un obispo, y un obispo desterrado, y á tan larga distancia del teatro en que aquellos se consuman; pero cuya magnitud, por las noticias que le llegan cada mes de nuevos é inau- ditos atentados, calcula con exactitud aproximada y siente con el dolor que experimenta un pastor que mira destrozado su rebaño. La historia, Sr. Exmo., no presenta en nuestra patria, otra época mas infortu- nada; y si el Exmo. Sr. presidente no quiere que su nombre pase maldecido por todos los buenos, lleno de horror y cubierto de ignominia á las generaciones que nos sigan, preciso es que, sobreponiéndose á todos los compromisos de su situación y á esa insignificante bandería de hombres perversos que se han apoderado de los puestos públicos, levante su voz y señale el hasta aquí que ponga termino á tantas desventuras. Si por un fatal destino no oyere nuestras quejas y justí- simas reclamaciones, y cerrando sus oidos á la voz de los pastores y los pueblos, continuare sosteniendo ese órden de cosas tan opuesto á la verdadera y sólida ilus- tración de nuestro siglo y que tan impropiamente se llama constitucional, hacemos desde luego y con toda la fuerza de que somos capaces las mas solemnes protestas. Io Contra los artículos 3o, 5o, 6o, 7o, 9% 12°, 13", 27° en su segunda parte, 39°, 123° y contra todos los demás que tengan alguna relación con ellos, como el 36° por el supuesto que envuelve, el 72° en atribución XXX por su generalidad y el transitorio que da por lícito el juramento de una constitución que hablando con el debido respeto : Io ha sido espedida sin autoridad legí- tima; 2° trastorna los principios del derecho constitu- tivo; 3o desconoce las leyes fundamentales de la socie- dad mejicana; 4° abjura ó reniega de la verdadera reli- gión ; b° protege todos los errores y absurdos; y 6° con- tiene en sí y da lugar á que se desarrolle en las leyes secundarias la persecución mas atroz, al catolicismo, su culto y sus ministros. 2° Contra todas las leyes, circulares, reglamentos y providencias de cualquiera clase dadas ántes ó que se dieren después, en cuanto sean ó fueren opuestas á los imprescriptibles derechos de la religión y sus sagrados institutos, á la inviolable soberanía é independencia de la Iglesia, á sus dogmas, moral y disciplina, y al decoro de sus pastores v ministros. 3° En especial contra la ley del registro civil, espe- dida en 27 de enero próximo pasado y la de 11 de abril último sobre obvenciones parroquiales. 4» Reproducimos en todas sus partes las protestas que hicimos contra la ley del desafuero; contra los decretos de intervention de los bienes eclesiásticos de nuestra diócesis, contra la ley de desamortización, y las estendemos á todos los reglamentos y disposiciones que se hayan publicado ó se publiquen después para su ejecución, especialmente protestamos contra la cir- cular de 6 de setiembre del año próximo pasado que quitó á los obispos la libertad de instruir á sus ovejas por medio de cartas pastorales. S° Y último : subscribimos todas las protestas que hayan hecho é hicieron en adelante los iluslrísimos Sres. obispos de la Iglesia mejicana, y todo lo que hagan en favor de los intereses católicos, cuya guarda y defensa nos están encomendadas. En consecuencia declaramos: Io Que en nuestra diócesis no se reconocerá otro po- der sobre el dogma, la moral y la disciplina que el de la santa Iglesia católica, apostólica, romana, y de su cabeza visible, el Vicario de N. S. Jesucristo; ni se obe- decerán otras leyes que las sancionadas hasta aquí, ó se sancionaren después por la autoridad de la Santa Sede ; quedando en consecuencia vigentes todas las que lo han estado hasta hoy, sin que en manera alguna invalidarse, ni modificarse puedan en todo ó en parte, por las prescripciones civiles, que tenemos y tendre- mos siempre por nulas, de ningún valor ni efecto, sea cual fuere la persona que las dé, y la causa ó pretesto con que las diere. 2° Que si por la fuerza se embarazare en nuestra dió- cesis el ejercicio de nuestra autoridad que legítimamente hemos delegado á nuestros gobernadores y vicarios fo- ráneos en s'i caso, y por el órden que nos pareció con- veniente establecer, tan luego como cese el imperio de la fuerza volverá inmediatamente y de la manera que se pueda el uso libre, franco y general de nuestra jurisdicción. 3° Que muy lejos de considerar á la Iglesia sujeta al Estado, por el contrario, los que gobiernan en el órden civil, están bajo la suprema autoridad de la Iglesia en las materias espirituales y anexas á las espirituales, le deben entera obediencia y están obligados á dispen- sarle su protección para que se cumpla lo que la Iglesia ordena : ellos son ademas objeto de las penas estable- cidas contra los que usurpan los bienes, derechos y su- premas prerogalivas de la santa Iglesia católica, apos- tólica, romana, y de su cabeza visible. 4° Que lejos de estar obligados nuestros subditos á cumplir con los artículos y leyes que hemos citado, ántes bien consideramos ilícita y reprobada su obser- vancia, y lo mismo el juramento que algunos hayan prestado á la constitución; y declaramos que ninguno de los que mandan ú obedezcan los artículos constitu- cionales tantas veces repelidos, ó las leyes que en su virtud fueren espedidas, podrá recibir los sacramentos, ni aun en el articulo de muerte, si ántes no se retractaTi — 30 de sus errores, y si no restituye en cuanto pueda todo lo usurpado. 5o y último. Si, lo que Dios no permita, algunos mu- rieren en su pertinacia y obstinación, no podrán gozar de los honores de la sepultura eclesiástica, ni ser enter- rados en lugar sagrado. Añado con bastante sentimiento que cuanto he dicho lo haré patente á mi pueblo, procurando instruirlo con sencillez en todos los puntos que contiene esta reclama- ción y protesta con que espero dará V. E. cuenta al E. S. Presidente, manifestando á S. E. ini respeto y debida consideración. Acepte V. E. el aprecio que me merece y mi particu- lar atención. Dios guarde á V. E. muchos años. Roma, junio 28 de 1857. PELAGIO ANTOiNIO, Obispo de Puebla. Exmo. Sr. Ministro de justicia, negocios eclesiásticos * é instrucción pública. Méjico. 22 A3? <óü^1 I ERRATAS. ¡'aginas 14. — 13. — 15. — 16. — 10. — 20. — 20. — 20. — 21. — 21. Columna I _ Linea 10. Dice : oíros artículos. — 17. — sistematizado. — 52. — en la ley y el derecho. — 17. — cierto estos. — 32. — empieza. — 43. — es lo (jue. — 50. — admitir. — 24. — retrograda. — 31. — gracias á lo que queda, ele, 22. — 1. 2. 14. 15. 16. 33. — 20. — 1 — 24. renunciando. y prevaricador el culto. y de la virtud. si ella. libre. se sancionaren. Debe decir: oíros laníos artículos — sistemado. — en la ley, es el derecho. — cierto es que estos. — se empezó. — esto es lo que. — no admitir. — retrogrado. — gracias á la caida del nombre; pero también es una pierza parad bien gracias á lo que queda, etc. — á la renuncia de — y al culto. — y la virtud. — si; ella. — libre en. — que se sancionaren