C01ID1RACI01S POLÍTICAS POR JOSÉ MÁRMOL. Imprenta Americana, calle Santa Clara num. 62. 1954.CONSIDERACIONES POLITICAS. Octubre 19 de 1854. Cuando en los primeros años del siglo XVII la In- glaterra se sacudia convulsiva entre los resabios de su vieja barbarie y el embrión de su civilización moderna; y Jacobo I se sentaba sobre un trono, cuyas gradas ha- bían sido salpicadas con la sangre de su madre, como su solio debia serlo mas tarde con la de su hijo, el primer ministro del monarca se presentó á la Cámara de los Comunes en demanda de un nuevo subsidio para sofocar, decia, las numerosas conspiraciones contra el Estado y hasta contra la vida del Rey. "Lo que pedís es pocoMilord, le dijo un diputado, pero asi mismo yo no os lo votaré. Pedid mucho mas y obtendréis mi voto. Pedid una gran suma para atender á las causas jenerales de los males en detal que sufre el reino, y la obtendréis; pero no molestéis todos los dias al Parlamento con peticiones relativas á resultados de las causas que descuidáis." Cuando la Convención Francesa, y con ella la Fran- cia entera, trémula á los impulsos de la fiebre revolucio- naria, buscaba el aplomo para la revolución, y á cada paso parecía resbalarse con ella sobre la sangre del suelo que pisaba, la Jironda habla por la boca de Vergniaud y dice : ¿ Sabéis por qué la revolución está en peligro y con ella los destinos de la Francia y del mundo ? Porque no tenéis valor para decir todo lo que queréis, ni talento para ejecutar todo lo que hay que hacer; y os ocupáis de nosotros porque no tenéis valor ni sabéis ocuparos de las causas filosóficas que embarazan la revolución. Y bien ¿no podremos decir lo mismo en Buenos Aires ? ¿ Qué significa ese rumor de armas que se per- cibe á lo lejos, que se siente agudo y vibrante como los primeros truenos de una tempestad tropical, y que viene á repercutir en todos los hombres de este pais desafortu- nado sobre cuya frente parece que el destino ha escrito que viva como el yerbazo, juguete de las mareas y las olas de una revolución que no tiene fin, porque nadie quiere acordarse de su principio ? ¿ Qué significan nue- vas guerras civiles, hoy que los partidos políticos han ca- ducado para la acción militante, que la tirania no tiene raices, y que el sentimiento de la paz domina en todos ? Significan que hay causas jeneratrices y profundas que abortan hoy y que abortarán mañana esos fenómenos de sangre que se presienten. ¿Y por qué no decirlo todo? Significan que en la República Arjentina hay un mal común, una causa latente sostenida por el abandono de los gobiernos arjentinos que, en complicidad acaso con las preocupaciones populares, han debido trabajar en estirparla, aun á pesar mismo de los pueblos. ¿ Y por qué no decir mas ? El mal político que terminó en Caseros, si bien era mas agudo y repugnante, era menos profundo y grave que el mal presente. La tiranía de Rosas, con todos sus crímenes y vicios, no asumía al fin otro carácter ante los ojos de las jenera- ciones y la historia que el de un mal transitorio sostenido por una ecsistencia individual, y cuyas consecuencias, mas ó menos largas y desgraciadas á la moral social, que- daban sujetas á la acción reparadora del nuevo órden de cosas que sucediera. Pero el mal presente se ahonda y echa raices, no en la índole y la naturaleza de gobiernos, no en la moral pública y privada susceptible de mejora mas ó menos lenta, ni en las pasiones rudas del populacho, potro que la civilización y la libertad le doman luego: sino que se ahonda y echa raices en las instituciones y en los destinos permanentes de la República; sirviéndose insensiblemen- te del interés privado y de las preocupaciones y atraso público para infiltrarse mas y relajar mas el organismo del cuerpo político y social. Y esto es infinitamente y * sin comparación mas serio y mas trascendental que lo otro. ¿ Qué y quienes han producido tal estado de cosas ?Mas que los hombres, los acontecimientos que se desbor- daron de una revolución incompleta. Todos y nadie. ¿ Pero alguien puede parar el progreso del mal ? Hay á quien responsabilizar por no hacerlo ? Sí; á los gobier- nos. A los gobiernos que, á pesar del pueblo, han debido trabajar por el pueblo; y que no se salvan de su respon- sabilidad con decir que se han hecho órgano de las ideas jenerales, porque hay algo mas que la opinión que debe ser consultada por los gobiernos; sino fuese así no ha- bría necesidad de gobiernos, y bastaría que la opinión fuese dirigiendo las cosas á su antojo. Ha pasado uno, y van corriendo dos años, en que des- pejóse del humo de la pólvora la atmósfera en que debia campear el pensamiento político de los gobernantes para resolver el mas grave problema que se ha presentado á la ecsistencia de esta patria que no hemos sabido respetar ni comprender siquiera, vástagos raquíticos de una jenera- cion que supo crearla y magnificarla. Y en dos años los gobiernos arjentinos han sido, mas bien que gobier- nos, comisiones municipales que han creído llenar hono- rablemente su misión con atender á necesidades secun- darias de la vida civil. Las carteras sobre que se trazaba en otro tiempo el mapa de los destinos futuros de todo el continente; donde se grababan como en bronce las miras políticas de una revolución que trastornaba el orden secular del mundo; donde la tinta se secaba con el calor de la mano que la derramaba, producido por el fuego del jenio y de la fé ; donde la intelijencia de hombres em- prendedores como su época, infatigables como ella, se- renos y grandes como ella, se desbordaba en raudal de ideas que herían y tajaban los mas difíciles proble- mas de la revolución, como el sable de nuestros granade- ros el fierro del fusil enemigo; donde la diplomacia daba también batallas y triunfaba mas allá de los mares, como nuestros ejércitos mas allá de los Andes; hoy, cuando un contrapaso de una revolución de medio siglo la perturba, la arranca de su huella, la arrebata su unidad, su bande- ra, su historia, y la amenaza en sus jeneraciones futuras, espuestas á recojer miembros mutilados de aquel hermo- so cuerpo de su patria, cuya figura radiante de esplendor y de vida podrán apenas divisarla en el horizonte del pasado, pero no tocarla y amarla como la tocaron y ama- ron sus abuelos; hoy que todo clama por la lejania del plomo que derrumba, y que ecsige la acción del pensa- miento que reconstruye, hoy que no tenemos de la pa- tria sino el pais, de la historia sino fragmentos, de la li- bertad sino ensayos parciales y fugitivos, y del porvenir sino sombras; hoy las carteras de los gobiernos arjenti- nos no sirven sino para que se borroneen sobre ellas al- gunos decretos de oficina, algunos reglamentos de dispo- siciones municipales que se desentierran de nuestro Ke- jistro Oficial. Y entretanto; la cuestión capital, la que ha de servir de base á la resolución de todas las otras en hacienda, en administración &a.; la cuestión de saber lo que somos hoy y lo que seremos mañana; la cuestión sobre que hace ya sus cálculos el estranjero, preparándose á recojer algo de los despojos de este remedo de la antigua Persia, de este bosquejo de la moderna Italia, no toca siquiera á la puertade los gabinetes arjentinos porque de ambos es arrojada por una política que se refunde en aquella idea de San- cho, que lo mejor es no meneallo. t Política sencilla sin duda, fácil, cómoda para sus ac- tores como es cómoda la siesta española 6 la pipa del tur- co ; pero con la cual si se pasa á la inmortalidad solo será en la lengua del epigrama. La política de abstención, si alguna vez puede ser útil es cuando los intereses que se discuten y combaten son intereses de otros. Pero en asuntos propios no hay- tai política de abstención; y si tal se ejecuta pasa á ser indiferentismo culpable, ó ineptitud. Y bajo ese sistema, es tan natural como lójico que se tomen las consecuencias por la causa jeneral que las produce. Y asi se vé por una parte al gobierno de las provin- cias confederadas desvelándose en improvisar planes y medidas que apuntalen el edificio sin cimientos de la es- pecie de nacionalidad que representa; y todas las dificul- tades que le rodean, creyéndolas derivadas de la resisten- cia de Buenos Aires, inspira ó permite la acumulación de algunos elementos de incendio en las fronteras, soñando que con quemar la casa vecina sostendrá la suya. Por otra parte el gobierno de Buenos Aires no halla otro medio que disponer sus fuerzas para castigar á los que osen pisar nuestros campos con las armas en la mano. Pero ¿cual será de todo esto la última consecuencia? Nueva sangre que no se infiltrará en la tierra, sino que quedará sobre ella para pedir mas sangre. Sistema gas- tado; medios vulgares que no dejan lugar sino á la re- producción de nuevos males. En nuestros pueblos, con nuestra raza, nada puede establecerse sobre las victorias civiles. Se vence, pero no se triunfe,. Rosas no triunfó del pueblo arjentino en diez y siete años de dominio ab- soluto. Ni siquiera la paz ha podido establecerse como consecuencia de la fortuna militar sobre los campos de la guerra civil, donde los partidos cantan y la patria llora. Es necesario que triunfemos hoy de los que vengan á provocarnos; es cierto, desgraciadamente cierto; porque no nos han dejado otro camino los que no han sabido precaver los nuevos episodios de sangre que nos ame- nazan. Pero ¿ y después de vencer ? Limpiad de nuevo las armas para volver á pelear el año que viene; porque la lanza mata los hombres pero no las causas que les esti- mulan á la lucha. Esa reunión de elementos dispersos que hoy nos amenaza no es otra cosa que consecuencia natural de un oríjen tan profundo como desatendido; no es otra cosa que la espresion franca y Cándida del sistema de irse á las ramas y descuidar el tronco, que se ha con- vertido en sistema dominante en los gobiernos de una y otra parte en la República. ¿De qué escuela histórica, de qué teoría, de qué ca- beza ha podido salir que una nación de hábitos y de tradiciones seculares, con historia, lengua, costumbres, preocupaciones, virtudes, vicios, glorias y desgracias indi- visibles ; con los caminos de la naturaleza no abiertos ni espíotados aun; que una nación así, cortada de repente por el ímpetu de acontecimientos parciales y fujitivos, pueda estacionarse en esa división, sin plan, sin trabajos— 10 — preparatorios, sin combinaciones ulteriores, sin hombres en acción para ello, sin nada hecho ni por hacer absoluta* mente, quedando cada pedazo entre si es ó no es nación independiente, entre si quiere ó no quiere serlo, entre si ha de dominar ó lo han de dominar, entre si transa ó no transa, y sin que esto haya de producir forzosa é irre- misiblemente dificultades administrativas y políticas, cho- ques de derechos, de intereses y de aspiraciones, y ódios, y contiendas, y reacciones que hoy se apagarán acá, y mañana aparecerán allá, mientras la causa jeneral ecsista? Y bajo esta especie de mistificación de nacionalida- des y soberanías ¿ dónde está entretanto para el esterior la antigua y orgullosa Bepiíblica Arjentina? ¿Qué in- fluencia ejerce su palabra, en el continente siquiera?— ¿Dónde se oye siquiera su palabra? ¿Dónde están sus derechos tan caramente conquistados? ¿Quien habla á nombre de ella? ¿Dónde está la verdadera responsabi- lidad nacional? ¿Dónde el centro de su poder y de su acción? ¿Con quien se habla? ¿Qué puerta se llama en esta casa para preguntar por la nación, por la soberanía, el derecho, el gobierno y la bandera de ella ? ¡ Y qué! ¿quién es el que tiene derecho á pretender que la nación abdique el trono hereditario de sus jene- raciones en favor de circunstancias que son grandes por- que los hombres son pequeños? ¿Quién lo tiene para arrojar la patria al descrédito en el esterior, como á su ruina en el interior? En 1852 el aislamiento parcial y provisorio de Bue- nos Aires, aconsejado por el que escribe estas palabras, era una teoría basada sobre los acontecimientos que aca- — 11 — baban de tener lugar, y sostenida por la resolución de las provincias en llevar adelante un sistema de cosas á que Buenos Aires resistía en su plenísimo derecho para resis- tirlo. En 1853 el aislamiento provisorio dejó de ser la teo- ría desairada de un escritor, y convirtióse en un hecho consumado, impuesto por la fuerza de los sucesos. Pero del mismo modo que hubo error en desechar aquella doctrina en 1852, lo ha habido, y lo hay todavía, en el modo de comprender la naturaleza y los fines del aislamiento. Esa condición anormal á que entraba la ecsistencia política de la provincia, traia aparejado un vasto progra- ma de trabajos activos que debia reconquistar el tiempo y la posición que se hubiesen perdido; y tácitamente im- ponía al gobierno la obligación de preparar el camino por donde se saliese con dignidad y con ventajas de una si- tuación de suyo embarazosa, y difícil de sostenerse mucho tiempo. Le imponía la obligación de estudiar y preparar los ánimos para algún sério y definitivo resultado. Po- dría un sistema no adoptarse por estar basado sobre erro- res trascendentales; pero á lo menos siempre sería un tra- bajo, un plan que pudiera servir á aconsejar otro distinto en el gobierno y á inspirar ideas en el cambio ilustrado de las opiniones; pues era precisamente para esto que se aconsejó el aislamiento de la provincia, y se aisló ella: para que pudiera elejir tranquila, libre de la presión do voluntades estrañas, lo que se armonizase con su derecho y con sus intereses, tanto en su interior, como en las rela- ciones que había de conservar con los demás miembros de— 12 — la Kepública. Pero no se aconsejó el aislamiento, ni se aisló la provincia, para quedarse como estaba, sin prepa- rar nada, sin intentar nada, sin elejir nada, sin decidir na- da. Esto seria como si un hombre se parase por precau- ción en la calle á dejar pasar un carro con los caballos desbocados, y después de pasar el carro se dejase estar parado sin querer marchar para atrás ni para adelante. La provincia aislada no se dió en su gobierno un administrador honrado de los caudales públicos solamen- te; á lo menos no tuvo semejante pensamiento, ni podia tenerlo, pues las virtudes negativas no bastan por sí solas para dirijir los pueblos á su destino; para esto se requie- re el auxilio de las virtudes creadoras. La provincia se elijió un gobierno y le entregó su confianza y su lealtad para que sacase un resultado cualquiera de los esfuerzos con que acababa de conquistar una situación donde cual- quier plan político, tendente á radicar su paz y sus de- rechos, pudiera trabajarse y desenvolverse con libertad y en gran terrena Una sed hirviente de paz y de prospe- ridad pública dominó el espíritu de todos; y todo acto colectivo que tendiese á solidificar en grande escala el órden y la paz futura, habría encontrado la coopera- ción jeneral; á lo menos después de los primeros meses de julio en que empezó á moderarse la escitacion ner- viosa de que se resienten loe pueblos después de sus conmociones políticas y de sus triunfos militares. Y, lo repito, aun cuando la opinión pública hubiese faltado al gobierno; el gobierno, consultando su misión y los inte- reses públicos que se le confiaban, debió trabajar por el pueblo aun contra la voluntad del pueblo, y aun espo- — 13 — niéndose las personas á perderse y á descender del pues- to. ¿ Qué importa que un hombre ó que diez hombres se pierdan ante la popularidad, si se pierden por con- vicciones vastas é intelijentes ? En eso no hay mancha, y solo las manchas hacen irrevocable la pérdida de los hombrea entre los pueblos democráticos. En 1852 el autor de estas palabras arrostró la opinión de todos sus compatriotas; la grita y el enojo público le acompaña- ron mas allá de los mares; y nueve meses después el mismo pueblo aceptaba las doctrinas que habia recha- zado, y con ellas al hombre sobre cuya cabeza habia descargado su censura severa. El gobierno debió hasta perderse, no me cansaré de repetirlo, antes que cargar con la responsabilidad de pro- longar una situación sin bases, sin miras, sin objeto ya, y que tarde ó temprano debia dar las consecuencias que hoy se presienten apenas, pero que mañana y después se irán sintiendo con mas estrépito, hasta que se cuadre y se defina la situación política. ¿ Se creia que convenia á la provincia elevarla de su aislamiento á la categoría de nación independiente? En- tonces era necesario haber comenzado hace tiempo una série de trabajos, de ensayos y de relaciones preparato- rias, sin las cuales jugaríamos á la nación como los niños juegan á la misa ó á las batallas, con altares de cartón y sables de palo.—Pero ninguno de esos trabajos se ha efectuado. ¿Se creia que era conveniente llevar la provincia á la paz y la unión con el resto de la república ? Enton- ces era necesario comenzar por el sistema de la tolerancia— 14 — política ; y con altura, y sin embozo, y sin temor de nadie, y con solo la autorización de los que podían darla, decir al Congreso ó al gobierno de las provincias confederadas: ahí están las condiciones con que entro á ser parte en el pacto nacional; dadme las vuestras, discutamos, zanje- mos y arreglemos.—Pero nada de esto se ha hecho tam- poco. ¿ Se creia conveniente que el medio bárbaro de las armas sirviese para resolver esta cuestión en que mas que fondo hay apariencias de dificultades? Entonces era necesario comenzar por levantar y organizar un ejér- cito propiamente tal; y armonizar y compactar las opi- niones encontradas dentro la misma provincia, para que la fuerza pudiese obrar con libertad y con vigor á cual- quiera hora.—Pero nada de esto se ha hecho tampoco. ¿ Qué es, pues, lo que se ha creído conveniente ? Es necesario presuponer creencias políticas en los gobiernos. ¿Cuales son las que han dominado en el nuestro ? El respeto á la justicia, el amor á la libertad, la pro- bidad administrativa, son virtudes cívicas, sentimientos morales muy honorables, pero que nada tienen que ver con las creencias políticas de un gobierno. Y en este sentido es que no puede esplicarse lo que se ha propues- to en la cuestión jeneral del pais; lo que ha creído ó cree conveniente para resolverla el gobierno de Buenos Aires. Eso es lo que nadie puede decir, lo que nadie puede en- tender, porque esas cosas se juzgan por actos; y ningún acto, ningún documento, ninguna palabra, ha podido in- dicar lo que el gobierno piensa, ni que el gobierno piensa — 15 — en la cuestión política. Y por una consecuencia natural de esta acción negativa, hay que deducir sin esfuerzo que el gobierno cree que lo mejor es no hacer nada en esa cuestión y dejar la provincia con su modo de ser actual, que por otra parte no deja de ser el peor de los modos posibles de este mundo, desde que nadie podrá decir qué modo de ser es este, ni qué se quiere, ni qué se espera; ni mucho menos adonde se vá, porque no se vá ni para atrás ni para adelante. Se dirá que el otro gobierno ha procedido y sigue procediendo lo mismo. Peór, diré yo. Pero de ahí no se deduce sino que la República Arjentina con dos gobier- nos no tiene ninguno que le tienda la mano para levan- tarla del abismo en que se está hundiendo. Eso que hoi se llama Confederación Arjentina, es también una confederación de desaciertos, que conspira contra la confianza pública, contra la paz y la prosperi- dad del pais. A la manera del mar, á que en el transcurso de los siglos las revoluciones del globo dan nuevos canales y nuevos antros donde desbordarse, mientras que sus aguas no contienen hoi una gota mas que el primer día de la creación, la República Arjentina no hace sino cambiar de centro de movimiento y de riqueza, sin aumentar ni pro- gresar por eso. Falta un sistema jeneral de cosas y la prosperidad ó el atraso se localizan á la casualidad. Corrientes, Santa Fé, Córdoba y Mendoza prosperan industrial y mercantilmente. Pero San Luis se muere de consunción; Santiago se va á su oríjen; Catamarca escarba la tierra para encontrar un pedazo de metal que— 16 — no halla en trabajos industriales y civilizadores; Salta se inclina al ansiatismo y se roza mas con Bolivia que con la Eepública Arjentina; Jujuí se enflaquece como sus cabras; Tucuman se estaciona; San Juan lucha por ser, y no lo dejan; y para el Entre Eios no ha habido toda- via 3 de Febrero, y el pobre vé como el Gastrónomo el banquete de la constitución; lo vé, abre tamaño ojo pero no llega á sus lábios ni un bocado. Pero no hay que pararse allí. Volved los ojos á Buenos Aires, y os diré lo mismo; he dicho mal; no soy yo quien lo dice, son las cosas. La capital reboza de vida, de movimiento, de comer- cio, de empresa, de lujo, de promesas brillantes y acalora- das de la imajinacion que vienen también en auxilio de las realidades. La tierra brota edificios como tocada por la vara de un májico. Todo en ella es chispeante, activo, rico, con no sé qué de prometedor y de risueño. Pero esperad; no os halaguéis; dejadme meter el escalpelo por esta epidermis lustrosa. No os halaguéis. Abrid el mapa de la provincia y contadme cuantas leguas de territorio poblado hemos perdido de dos años á esta parte; haced la cuenta en seguida, de los millones que importa la pérdida de la riqueza industrial que con- tenia ese territorio por donde la pampa se viene hacia nosotros en vez de ir nosotros hacia la pampa. Haced en seguida tablas de comparación de años anteriores con el presente, sobre el monto de nuestro ca- pital industrial en la campaña, y sobre la suma de brazos empleados antes y ahora en nuestra industria; comparad — 17 las cifras de esportacion, con las que representa la importa- ción estranjera; y después de todo esto paraos delante de los edificios que parecen levantados por la vara de un má- jico, y de todo el movimiento de la capital, y comprendereis su oríjen y sabréis que el progreso de esta es la traducción de la decadencia de la campaña; veréis que es la mano de la desconfianza pública la que retira de la industria los capitales para buscarles seguridad en el suelo de las ciudades. Sacad la vista fuera del pais en jeneral y hallareis á la inmigración en espectativa, á la especulación y al capital estranjero en espectativa también; y que no vendrán jamás mientras no vean resuelto el problema del mal estar político de toda la Eepública; mientras no vean resuelta, en una palabra, la cuestión entre Buenos Aires y el res- to de la nación. ¡ Cosa singular 1 Nada hai que pueda ser mas claro que todo esto, y nadie hai que quiera ocuparse en evitar el mal de todos y cada uno í ¿ Cómo pasarán á la historia estos gobiernos ? ¿ Có- mo se entenderá con ellos el que la escriba ? Felizmente es posible que crea que los protocólos de sus trabajos fue- ron robados de los archivos públicos por la malignidad de sus enemigos, y podrá decir cualquier cosa sin temor de ser desmentido. ¿ Pero acaso ya no es tiempo de emprender trabajos en el sentido que se ha indicado? Yo diré que sí; diré que es tiempo todavía, y que siempre será tiempo. Yo diré con Mr. Guizot, que: "Pues toda guerra termina por la paz, será tanto mas hábil un gobierno cuanto mas— 18 — prepare las cosas para la paz, y comience siempre por ella antes que por la guerra." Tres puntos de partida á un plan que tienda á defi- nir la situación presente se han indicado en este pequeño trabajo; y, para completarlo, voi á indicar lijeramente algunas ideas jenerales sobre cada uno de esos puntos. INDEPENDENCIA DE BUENOS AIRES. Nuestros mas ilustrados publicistas han dejado caer al papel dudas, argumentos ó negaciones sobre el derecho de Buenos Aires á separarse del resto de la nación ar- jentina y elevarse á la categoría de Estado independien- te, sin el consentimiento de las otras partes. Mas que injenio, ha habido conciencia y buena fé en aquellas dudas ó en aquellas negaciones; pues descen- diendo al terreno de la teoría abstracta del derecho, la cuestión tiene que abordar, junto con nuestro derecho público, los precedentes de la América y las atestaciones de la historia; y en ambas fuentes pueden beberse doc- trinas y ejemplos que sirvan para negar como para sos- tener aquel derecho. El pacto social, entre las diferentes fracciones de una sociedad, tiene condiciones que son anteriores, y se sobreponen á veces, á las condiciones del pacto político entre los diferentes cuerpos de un Estado. En 1525, después de la batalla de Pavia, Francis- co I cedia la Borgoña á Carlos V en el tratado de Ma- drid. Pero la Borgoña le contestó el derecho de anular- — 19 — le su pacto social, aun cuando sus lazos políticos con el reino de Francia hubiesen sido relajados anteriormente, y muchas veces. Los mas sabios jurisconsultos de la época negaron igualmente aquel derecho al monarca francés; y el tratado de Madrid quedó sin efecto. Este hecho al parecer contrario al caso presente, dá consecuencias, sinembargo, que se armonizan con él. Si el soberano no puede enajenar uno de sus Esta- dos, contra su voluntad, claro es que tampoco puede de- jarlo abandonado, dando sin él una nueva forma y una nueva existencia á la nación: y ese es el caso en que hoy podría ponerse Buenos Aires á respecto de las pro- vincias Confederadas si ellas quisieran elevarse á la ca- tegoría de nación independiente de Buenos Aires, y de las provincias á respecto de Buenos Aires si intentare otro tanto. Pero esto es, puesto el caso bajo el punto de vista del derecho natural de los pueblos de una misma asociación, y de su pacto público. Pero la historia antigua, como la historia moderna, tienen también un derecho práctico basado sobre un cú- mulo de hechos repetidos que dá otra resolución á este jénero de cuestiones. Un Estado rompe su pacto públi- co y sus compromisos políticos, ó su avasallaje, cuando tiene la voluntad de hacerlo, y los medios de conseguirlo. El oprimido para el conquistador, la colonia para la metrópoli, la provincia para el reino, el Estado para la Federación; todos tienen y reconocen vínculos mas ó menos estrechos; y sinembargo, todos los han roto cuan- do han tenido la voluntad y los medios: y esa es la es- cuela del derecho práctico de la historia.20 — Si un Estado que se arroja á la independencia tiene tanta ó mayor fuerza como aquel ó aquellos que intentan impedírselo, ya no hay cuestión entonces; los hechos vienen á resolver la duda del derecho. Pero todavía con esto no se ha conseguido nada. Hay otra cuestión previa á la independencia de un Estado. No basta tener el derecho y poseer la fuerza y la voluntad decidida de todos sus miembros, ó de la mayo- ría de ellos. Es necesario también tener la conveniencia. Y esta última cuestión do se resuelve ni por los principios del derecho, ni por los medios disponibles. Esta cuestión entra en el fuero de la estadística y de la política en sus mas vastas concepciones. Hagamos ahora aplicaciones. El derecho de Buenos Aires para ser independiente, puede ser luminosamente contestado, pero puede ser también luminosamente sostenido. Su fuerza para sostener su voluntad, si quisiera aquello, es, cuando menos, igual á la de aquellos que se empeñasen en impedírselo. Pero su conveniencia para tal paso estará en rela- ción directa con sus trabajos preparatorios á ese paso, el mas sério en la vida de un pueblo. El puede serle de grande conveniencia, ó de grande perjuicio, según el tiempo y el modo como se efectuare. La misma revolución de toda la América española habrá de ser sujetada á juicio por la historia, sobre su oportunidad, y sobre las formas políticas de que se vistió. — 21 — La división de la antigua Colombia; y la creación del Estado Oriental han de ser también puestas á juicio por la historia de estos paises, y por los hombres de es- tado del porvenir. Hace muchos años que puede verse clara la necesi- dad de que la República Arjentina sufra un cambio to- tal y se reconstruya; y que la independencia de Buenos Aires puede servir de base á una nueva organización de todos los Estados arjentinos sin perder un solo hombre ni una pulgada de terreno de la antigua república. Pero una obra asi requiere vastos y laboriosos tra- bajos, grande libertad de acción en los gobiernos, y la solidaridad de principios entre los hombres que se suce- dan en los destinos públicos, porque esta clase de revo- luciones sociales rara vez han sido la obra de un solo hombre, ó de una sola jeneracion. Sin pensar como Obbes sobre la unidad política, ni como Constant sobre los inconvenientes de la doctrina de aquel, puede decirse que la unidad política es la re- gla jeneral de la buena ecsistencia de los Estados; no siendo los sistemas contrarios sino escepciones de esa re- gla ; escepcion que en la República Arjentina no ha sido ni será nunca sino una condición de circunstancias. Aun despojado de sus anteriores ecsajeraciones, el federalismo será siempre impotente para obrar el bien en este pais. En lo que ha sido República no se ha ensallado to- áavia la unidad política sino bajo las formas groseras de la tiranía personal. Y la independencia de Buenos Ai- res, preparada de modo qtie sirviese á recojer gradual-— 22 — mente en su centro político los demás Estados arjentínos, podría ser el hecho mas alto de nuestra historia, y la piedra angular de nuestra futura grandeza. Pero romper la nacionalidad arjentina sin esas vas- tas vistas ulteriores, no seria sino un absurdo demás en el catálogo de los que ya contamos. Tenemos los medios de vivir independientes. Pero también los tiene San José de Flores. El último hombre como el último rincón del mun- do tienen en sí mismos sus elementos de conservación. Pero no se habla aquí de la conservación orgánica sim- plemente. Los elementos constituitivos de un Estado no se es- tudian en él únicamente, sino también en los Estado que lo rodean, y en sus relaciones históricas, políticas y co- merciales con el resto del mundo. Buenos Aires, avecindado de una parte con Estados inquietos y pequeños; de un mismo idioma, y de una misma industria; y de otra, con un Estado vasto y fuer- te que desborda su influencia gradualmente, no por un sistema de circunstancias sino por una política calculada para lo futuro; y con un territorio marítimo que sirve de camino á otros Estados que recien nacen, y sujetos por consiguiente á las eventualidades de la cuna política, no seria sino una empresa lanzada á los azares del destino, y siempre, y, cuando mas, débil y pobre en sus conse- cuencias, como habría sido lijero y presuntuoso el pen- samiento que le aconsejó tal necedad. Así un mismo hecho promete tan contrarios resul- tados según los medios que se empleen y las miras que — 23 — se propongan. Y si este fuera el medio que se emplease para sacar á Buenos Aires de la situación en que se halla, preciso seria confesar que se jugaba á su suerte, según los hombres que lo empleasen y las ideas que se pusiesen en práctica. TRANSACION con las provincias CONFEDERADAS. Supongo, que no necesito repetir ni enseñar, que ni aconsejo, ni abro opinión en los puntos de que estoi tra- tando: indico los caminos sin decir á nadie cual debe seguir, ni cual es el mejor en mi opinión. Hemos hablado ya de la independencia. Hablemos de la transacion. Sin efecto la ley de capitalización que dió el Con- greso Constituyente, la cuestión desaparece si es llevada al terreno constitucional. Entre la Constitución federal, y la Constitución fede- ral también de Buenos Aires, no hai puertas cerradas. De aquella, los artículos 17 y 107 no son, ni pue- den serlo, un embarazo constitucional para Buenos Aires, aun cuando lo son en la actualidad á su ínteres bien en- tendido. El artículo 9 tampoco hace cuestión á la Constitu- ción de Buenos Aires, aun cuando envuelve un gran problema económico á la suerte de este Estado. Pero tanto aquellos como este último son susceptibles de varia- ciones fundamentales, ó cuando menos, de reservas ó de aplazamientos.— 24 — No puede decirse sin el auxilio del sofisma y de la mala fé, que las dos Constituciones se separan y hacen inzanjable la cuestión: no hablo de la forma, hablo del fondo de las instituciones. La Constitución de Buenos Aires es la espresion mas fiel de la época en que se hizo: ella ha vaciado los principios de nuestro derecho público, de modo que pue- dan servir á todos los casos supervinientes de la cuestión actual. Sus artículos 1 y 61 todo lo preveen y facilitan. Juntad media docena de hombres de cada parte, de los primeros estadistas del pais; suponedles buena fé y buenos deseos, dadles las dos Constituciones, y veréis si les presentan grandes dificultades los artículos que se han citado. Sacad la cuestión del terreno constitucional donde no tiene fuerza; y ¿adonde queréis llevarla? ¿ Al terreno del amor propio? ¿Al de las descofianzas personales? Mas claro. ¿ Queréis llevarla á la presidencia del Je- neral Urquiza? Vamos allá, pues. ¿Qué diferencia hay entre el Jeneral Urquiza, Pre- sidente de la Confederación, y el Jeneral Urquiza Direc- tor Provisorio de la Confederación? Sustancialmente ninguna para el caso que nos ocupa, pues no son las in- vestiduras sino la persona la que hace obstáculo. ¿Y qué hizo Buenos Aires el 9 de Marzo de 1853, en el tratado de paz celebrado con los plenipotenciarios del Director? Reconocer hechos consumados, y establecer las reser- vas que creyó convenientes á sus derechos y á sus inte- reses. Si el jeneral Urquiza no hubiese negado su firma á ese tratado, Buenos Aires habría tenido que respe- tarlo. ¿Y qué dificultad ni qué desdoro cabe en hacer hoy lo que ayer se hizo? ¿Qué dificultad hay en reco- nocer hechos consumados y establecer reservas hasta que haya desaparecido constitucionalmente el obstáculo per- sonal ? Para el punto de las relaciones esteriores, el mas difícil, ¿ no hay una solución equitativa en el tratado de Marzo? ¿Porqué no buscar otra, aun mas equitativa si posible es, en una nueva negociación? No se aceptó un arreglo sobre ese punto ? por qué no aceptar otro sobre el mismo ? La cuestión de ejércitos y de aduanas ¿no puede ser arreglada de modo que Buenos Aires no dé sus armas ni mas plata que aquella con que deba contribuir á cier- tos negocios nacionales de que haga parte, hasta que cese el tiempo fijado á las reservas que se establecieren en estos puntos? Buenos Aires será menos fuerte porque dé apenas su asentimiento moral á un hecho consumado y que no puede destruir? ¿Flaqueará una sola de sus institucio- nes, perderá un grano de su poder con aquel acto ? Per- deremos nombres pero no cosas. No tendremos Ministe- terio de Relaciones Esteriores. ¿ Pero qué nos importa perder un nombre hueco ? Al fin y al postre no tene- mos relaciones esteriores con nadie, y se vota anual- mente medio millón de pesos para hacerle la corte al nombre. No tendremos el pomposo nombre de Estado. Pero 4— 26 — Buenos Aires aunque se llame aldea sienqjre será Buenos Aires. Se vé, pues, que aun en el terreno personal hay tér- minos de sobra para la transacion. Las resistencias que podrian oponerse de la parte contraria á los términos lijeramente aquí apuntados, no hay que hacerse grande ilusión sobre ellas. El Presi- dente Urquiza no está en la misma posición que el Direc- tor Urquiza. Algo han conquistado ya los pueblos arjentinos de dos años á esta parte; y los sucesos del papel moneda de la Confederación dicen mas de lo que han querido decir. Y si como hombre, en vez de una transacion racional quiere un triunfo de amor propio, como gobierno ni puede conseguirlo ni sobreponerse mu- cho á la opinión de los pueblos que dirije. Y es preciso contar, y contar con seguridad, que el sentimiento de todos los pueblos arjentinos hoy, es por la paz á todo trance. La revisión misma de la Constitución federal para que Buenos Aires hiciera parte en su debate, ni seria una cosa requerida esencialmente por la transacion, ni aunque lo fuese asumiria el carácter de imposible. Si la Constitución está jurada, la fuente de la sobe- ranía de que surjió no se ha estinguido. El voto de los pueblos puede ser consultado ; y uti nuevo Congreso Constituyente, con mandato solo de revisor de determina- dos artículos, puede ser fijado para un tiempo mas ó me- nos largo. Pero si aun todas las puertas se cerrasen á la tran- sacion que reanudase los vínculos arjentinos disueltos, — 27 — durante la presidencia del Jeneral Urquiza, todavía que- da otro camino que se abre á Ja diplomacia de los go- biernos para arribar á fijar con cierta precisión las posi- ciones respectivas de ambos miembros de la nación. llasta en los campos militares la tregua ó los ar- misticios se arreglan con condiciones recíprocamente convenientes. Negóciese entonces el statuo quo político por un tiempo determinado, y el alejamiento recíproco de todo elemento de guerra en las fronteras. Pacto que puede ser garantido hasta cierto punto por convenciones de comercio, de aduana, de posta, de navegación &a. que puedan servir de puente para abordar mas tarde la ne- gociación política. Y si se quiere mas garantia, se bus- ca entonces en la interposición de los gobiernos amigos que nos rodean. Ni el Brasil ni el Estado Oriental se negarían, por ejemplo, á semejante acto en que ellos mis- mos tienen conveniencia en cierto modo. Pero para emprender cualquiera de estos sistemas de transacion es necesario comenzar por medidas dulcifica - doras y de conciliación en los espíritus descontentos ó irritados. Y si es necesario una ó mas cscepciones en este caso, se determinan sin rebozo esas escepciones, y se deja de confundir los hombres con los partidos, las acciones con las opiniones. Se trabaja en sentido de ga- nar amigos; y no en sentido de hacerse de enemigos: se aplica la ley á las acciones punibles, y la tolerancia á las opiniones, gusten 6 no gusten, porque cada uno tiene el derecho de tener las que quiera.— 28 — LA GUERRA. He ahí el último camino de los indicados para sacar el pais de la posición en que se halla. Si no queda otro medio, adóptese la guerra. Pero para que la guerra dé los resultados que se deseen, es necesario............................... Dejemos á otros la triste misión de indicar medios que sirvan al derramamiento de la sangre arj entina; y cerremos este trabajo repitiendo que es necesario sacar al pais de la situación en que se encuentra; que es neoe- sario evitar funestísimas consecuencias que, mas hoi, mas mañana, han de tener lugar; que es necesario que el gobierno no circunscriba su misión á la acción adminis- trativa simplemente; que es necesario que cumpla su mandato político; que recuerde que la acción política es suya esclusivamente; que recuerde que hay dinero en las cajas públicas y que hay hombres en el pais; que recuerde, en fin, que en presencia de conflictos que se han visto venir, todo gobierno tiene la obligación de de- cir al pueblo: "He heeho tal ó tal cosa por evitarlos." El pueblo trabajó para tener el derecho de descan- sar ; dadle pues lo que se le debe en justicia: una si- tuación clara sobro que reposen su paz y sus derechos.