A CARTA 7)\ SOBRE LA SITUACION ACTUAL FELIX FRIAS BUENOS AIRES. ijupkenta del estado. n s s o.INTRODUCCION. Para encabezar el escrito importante del Señor Frias, que tenemos el gusto de publicar, y que él nos envia, con este objeto, creemos oportuno transcribir aquí los siguientes renglones que nos dirije en esta oca- sión. Nuestro amigo es un Patriota de buena fé ; dice in verdad á su país, aun cuando sea dura ; la dice, no para humillarlo, sino para encaminarlo al bien. Sus palabras son efecto del amor, no del odio. Nada mas tenemos que decir, sino que estas pá- ginas deben leerse y meditarse. L. D. 44Lejos de mí una ciega antipatía contra la juventud de mi país. Ella es acreedora á toda protección y á todo estímulo, pues el porvenir nuestro no será otra cosa que lo que ella lo ha- ga. Pero me considero autorizado y en el deber de darle los con- sejos de una experiencia, que hemos comprado bien cara, y que yo hubiera agradecido á los que me los hubieran dado diez años antes. Trece años de sufrimientos y de destierro, nos autori- zan por cierto, á los antiguos emigrados, para decir cual sea el valor real y no quimérico de los principios por que hemos pa- decido y que hoy triunfan en nuestro país. "La escuela del infortunio es la mas instructiva de todas; yo he asistido á sus leccionos y no quiero olvidarlas. En el año de l.-."38 ¿cuantos jóvenes apasionados no se creían capaces de ser emperadores ? Mucha agua fría ha caído después sobre esos juveniles ardores, y hoy sabemos que el que es capaz de ejercer el imperio sobre sí mismo no solo adquiere títulos á la estimación de los demás, sino qne está provisto de las aptitu- des, que reclama la patria de sus servidores. "Dios me libre ademas de confundir nunca con esa juventud bulliciosa y altanera, para la que el fuego y la luz son la mis- ma cosa, y que,por que siente con vehemencia, olvida que á los sentimientos apasionados del corazón, acompañan siempre en la mente las ilusiones engañadoras, no las convicciones reflexivas de la razón; líbreme Dios, digo, de confundirla con los jóvenes que consagran su tiempo al estudio y al trabajo, que se afanan á la vez por disipar las tinieblas de la intelijencia y calmar las Íiasiones del alma, que saben que la edad en que viven es la de a preparación, no la de las pretensiones, que sacan pura é in- tacta la conciencia de esos combates contra sí propios, y que mas tarde podrán decir de sí que son hombres, y honrarán á la Patria con sus virtudes y una sólida instrucción."\ 9 4. I II EL U DE MAYO DE 1832. La imaginación me trasporta en este dia al seno , de la Patria, Rotas sus pesadas cadenas, la veo cele- brar hoy con ardiente entusiasmo la reaparición de ese Sol de Mayo, por tanto tiempo eclipsado. Me pa- rece escuchar, á tres mil leguas de distancia, las pala- bras de júbilo que salen de todos los labios, los votos generosos por la prosperidad futura del pais, y las maldiciones contra el odioso tirano, que ha venido á expiar en el- centro de la civilización los crímenes inauditos con que la habia ultrajado. Por la primera vez, después de muchos años de fatales discordias, los Argentinos han podido abrazar- se hermanos ante el recuerdo de las glorias comunes, y la aspiración á una dicha igual para todos también El suelo de la Patria está abierto á todos sus hijos. Unidos en la misma fé, en la misma esperanza, en el mismo amor de la tierra en que nacieron, ese Sol que hoy los alumbra, los verá en adelante felices, y no se disipará como un sueño dorado la aurora de regenera- ción, que asoma sobre las aguas del Plata. ¡ Afortunados mil veces los que abren el pecho á las ilusiones seductoras del porvenir, sin que ninguna sombra oscurezca á sus ojos el cuadro alumbrado por el Sol de nuestros padres! ¡Afortunados los que pue- den borrar de su memoria el doloroso recuerdo de la pasada degradación, y de los males sin cuento que glni sus costumbres han sido purificadas por el Evanje- lio, que es el verdadero y el único código de la civili- zación. Ni por un dia puede suponerse un tirano en Inglaterra ó en los Estados-Unidos, países en donde reina la civilización cristiana. Y es menester tener el corage patriótico de conocerlo. El orgullo nos ha sido funesto, nos hemos creido capaces de toda liber- tad, porque algunos hombres nos lo dijeron ahora* cua- renta años; y hoy todavía hay quienes se imaginan que con Rosas ha desaparecido el único obstáculo para en- trar en el goce de todos los derechos democráticos y para realizar plenamente las instituciones republicanas. Rosas, ha dicho el General Urquiza, en un docu- mento que le honra, que le muestra digno de su victo- ria y que merece ser meditado, Rosas es el hijo de la ignorancia. Esa es una profunda verdad. Si ese ti- rano no hubiese hallado vicios que explotar en su pro- vecho, si hubiera tenido delante de sí hombres conoce- dores y defensores de su dignidad personal, si no hu- biera contado para subir á la dictadura con los triun- fos que conseguía en su favor la anarquía, no habria aparecido entre nosotros. Ha caido, pero la causa que lo produjo subsiste. El Sol de Mayo, que habrá inflamado los corazones de todos los Argentinos, no es un sol privilegiado que pueda disipar con sus rayos las tinieblas de la ignorancia. Rosas no solo representaba nuestro atraso, sino que lo ha fomentado. El ha realizado el progreso há- cia atrás; su poder embrutecía, estimulaba los malos instintos, era gran escuela de corrupción, de tal mane- ra que ha debido dejar al pais en peor estado que lo encontró. La tiranía no pesa impunemente sobre un pueblo por tanto tiempo. Los hombres se habian ha- bituado al mal, se hacían indiferentes al crímen,y poco celosos de su decoro, no estimaban en lo que valia el decoro de la patria. Ese momento de transición de la noche al dia, de la prisión á la libertad es muy grave, y sin la modera- ción estamos espuestos á comprometer y á perder los bienes mismos que acabamos de adquirir. Los que hacen una larga travesía faltos de agua, suelen abusar tanto de ella cuando la encuentran que caen muertos, porque sus órganos no estaban dispuestos á beber tan- to. El que ha vivido largos anos en una oscura maz- morra pierde la vista si sale repentina y no gradual- mente á la luz. El que ha sufrido una íarga enferme- dad pierde también la salud que recobró, si en vez de marchar lentamente se pone á correr. Bebamos pues con moderación esas aguas de la libertad, que son harto embriagadoras; marchemos len- tamente, no corramos. No clavemos los ojos por mu- cho tiempo en el Sol de Mayo, que en vez de alum- brarnos nos deslumhrará; tengamos por fin el valor de confesar que padecimos dilatada enfermedad, que nos hallamos en la hora de la convalecencia, y evitemos por Dios las recaídas. Hemos recobrado las mas esenciales libertades. No tenemos ya que pedir permiso á Rosas para vivir, ai para ser propietarios, ni para vestirnos tampoco. Esa moda de chalecos colorados, que tanto duró en este si- glo de mudanzas, ha pasado por ventura. No necesi-. tamos tener una conciencia para Dios y otra para Rosas. Nuestro amo está en los cielos y no en Pa- lermo, y los argentinos no harán en adelante el papel de coristas aduladores de un bandido, al que tenían que estar reconocidos cuando les hacia la gracia de no matarlos. Comparemos lo que fuiiros con lo que so- anos y sabremos Jo que perderemos con las recaídas. Todo lo que hemos ganado podremos conservarlo ei resguardamos el órden, todo lo perderemos si nos abandonamos á los excesos de la licencia. "La hu- manidad, ha dicho un sabio, es como un hombre ebrio á caballo; cuando se le endereza de un lado, cae del otro." Eso puede decirse, con sobrada razón por des- gracia, de esa porción de Ja humanidad que habita la América del Sud. j Quiera Dios que los argentinos, •que tienen fama de montar diestramente á caballo, se- pan mantener el equilibrio conveniente, y que no cai- gan del lado de la licencia después de haberse levan- tado del de la esclavitud í Y nuestro caballo de batalla debe ser el órden. Es- ta palabra es por cierto ménos poética que la libertad. t— lo — pt.ro los pueblos no se nutren de poesías, siuo de pro- sa. Prosaico es el trabajo constante, el comercio, la- agricultura, la navegación, los ferro-carriles y todos los hábitos honrados' de la vida doméstica y de la públi-, ca. Es ciertamente mas dramático un patíbulo y una ba-> talla, que la paz sosegada y modesta de un pueblo; pero, entiendo que esos dramas son buenos solo para Jeidos,y desgraciado mil vece» el pais que ofrece temas semejan-, tes á la ociosa imaginación del poeta! Ademas tenemos acopiados ya demasiados materiales á ese respecto, Si queremos dar pábulo á nuestros instintos entusias- tas, seamos virtuosos. La virtud ea la esencia de la poesia, es la poesia misma. Socorramos ?a indigenr cia, vistamos á nuestros gauchos desnudos, levante- mos templos en nuestras campañas, llamemos misio- neros para convertir á los indígenas, ofrezcamos asi- los á la vejez, curemos los enfermos, enseñemos á la^ infancia, demos de comer al hambriento, llevemos á nuestro suelo desierto al europeo que muere de mise-r ria, y las bendiciones del pueblo se elevarán hasta el cielo, para obtenernos los favores del único que puede hacernos comprender lo que valen los soles de Mayo para los Estados. Esa es la buena poesia, porque es la poesia en acción En cuanto á esa otra poesia de mal gusto de los que habiendo soportado toda esclavitud, se creen ca, paces hoy de toda libertad, de los ignorantes que quie- ren enseñar, de }qs viciosos que pretenden gobernar en vez de empezar la tarea por si mismos, de los ciegos que quieren guiarnos al abismo, soy su mas decidido adversario, y abrigo la profunda convicción, de que sus ilusiones temerarias pueden sernos fatales. tje dicho antes que hemos conseguido las libertar des esenciales; pues bien no las pomprometamos por las accesorias: y llamo tales entre nosotros á las libertar des políticas. Una libertad política es una libertad ñor la cual un ciudadano se considera autorizado á influir en los negocios públicos de su pais, á tomar parte en el gobierno de la sociedad. Es evidente que en países como aquellos, cuya mayoría está compuesta do ignorantes, es muy redur cida la porción de los hombres capaces de ejercer esa» libertades en el ínteres del mayor número, y que la mayor parte de los que las invocan lo hacen con mi- ras egoístas y puramente personales. No es mi opinión que esas libertades sean supri- midas, pero si que sean limitadas, y que sus límites sean fijados por las reglas invariables de la moral y de la justicia, esto es, del órden que es su espresion social. El General Urquiza, en la proclama del 17 de Marzo, se muestra preocupado, y con razón, de la mas importante de esas libertades, de la libertad de la pren- sa. En efecto, ella puede ser muy peligrosa, como muy útil, según las manos que la manejen. Ninguna ley puede permitir en una sociedad organizada y regular el dere- cho de decirlo todo ; desde que vive el hombre en so- ciedad, respeta ciertos preceptos y ciertas reglas, sin las que la sociedad ve trastornadas las condiciones vitales de su existencia. Un diario es una cátedra, á la que solo debe ser permitido subir al que tiene algo que en- señar á sus compatriotas. Convertirla en tribuna de gentes preocupadas é impuras que derramen su veneno en países harto inclinados á prestar sus oidós á las pa- siones indignas y bajas, es consentir que eí mal, el er- ror y el vicio, tengan profesores públicos, y maestros de corrupción que vendan sus doctrinas inmorales y perturbadoras de la paz de las conciencias, como de la paz de las sociedades. Preguntemonos desde luego : ¿quienes usan entre nosotros de esa libertad, y á quienes aprovecha; 6 lo que es lo mismo, quienes son los que escriben y quienes los que leen? Veremos que son bien pocos los que sa- ben escribir cosas dignas de ser leídas, y no muy con- siderable el número de los que saben leer. Es mav cierto que los escritores invocan á menudo el nombre del pueblo, pero no lo es menos que los ciegos no tie- nen autorización ninguna que dar á Tos que disputan sobre los colores. Los que no leen son ciegos, la ig- norancia es ciega en materias políticas. Esa libertad pues ejercida por los menos,es muy frecuentemente no- civa al órden, que es el tesoro de los mas. HablenI — 12 — en hora buena los que tienen nutrida su mente con doc- trinas sanas y ventajosas, enseñen, prodiguen el bien y aconséjenlo ; pero no por eso han de hablar todos en esa cátedra. Fácil me habría sido prever que esa preciosa li- bertad dejeneraria pronto en licencia después de la caí- da de Rosas; y he.esperado por lo mismo que el Go- bierno tendría la suficiente energía para refrenar inme- diatamente sus deplorables abusos. Confio en que se dictarán leyes inspiradas por los escclentes principios contenidos en la proclama á que antes aludo, dado que uo sea bastante eficaz la que hoy ha recobrado su vi- gor. Ya vemos que papeluchos miserables sirven de órgano á los mas innobles rencores, y tratan de sem- brar la desunión y la discordia, en los momentos mis- mos en que mas se necesita estrechar con lazos frater- nales á todos los Argentinos*. Oradores vulgares, pro- clamadores de café, se presentan ya á arrojar sobre sus compatriotas los groseros sarcasmos de la injuria y de la calumnia, como si fuera propio de hombres que tie- nen en sus venas la sangre de Belgrano y San Martin, cebarse en la desgracia de sus hermanos y lanzar so- bre ellos los tiros de odiosas venganzas. Los nombres y las cosas mas santas son las flores de la retórica que adornan sus epigramas de mal tono; y esas páginas vergonzosas, que no se tolerarían en una aldea de gen- tos honradas, empañan ya el crédito de nuestra rena- ciente libertad, violando no menos las reglas de la gra- mática, que las del buen sentido y las de la moral pú- blica. Toca á Jos gobiernos vigilar constantemente esa libertad do lá prensa, reprimir pronto y severamente sus escesos, en obsequio de esa como de las otras li- bertades políticas, cuyos abusos las dañan y las com- prometen, allanando el camino á la represión violenta cuando no se ha empleado oportunamente la legal. Asi como las Repúblicas de Sud América se eman- ciparon antes de estar maduras para el ejercicio de ins- tituciones superiores, como son las repúblicanas, de la misma manera los individuos se lanzan entre nosotros prematuramente á la escena política, y tratan las mas — 13 — delicadas y difíciles cuestiones de ostado, con la .sereni- dad con que las trataria Bcrryer, Thiors ó Cornienin. Ellos nada ignoran, lo saben todo ; á los quince años la fiebre mental se apodera do esos jóvenes imberbes, y aspiran nada menos que á juzgar y condenar legislado- res y ministros, cuando no pretenden serlo ellos mis- mos. Asi lo vemos en la Nueva Granada, presididos sus clubs perturbadores por insensatos mozuelos, llena de humo la cabeza y do viento el corazón, declaman- do como desaforados energúmenos en favor de la de- mocracia, de la que no comprenden palabra, y anun- ciando á la América toda una colosal regeneración. A los paises atravesados por esas grandes cordilleras do los Andes puede bien aplicarse la fábula del parto de los montes; y como son ollas vastas, es crecido el número de los seres ridículos que dan á luz. Chile ha tenido también sus reformadores infantiles, y en todas nues- tras repúblicas estamos amenazados por esa turba de malos estudiantes, que prefieren enseñar lo que no sa- ben á aprenderlo. En el interés do la Patria, en el interés de su quietud, en el interés de su civilización, yo mandaría á esos niños, chicos ó grandes á la escuela; yo los aleja- ría de esa posición espectable de la prensa, y cerraría en nombre de la ley y de la conveniencia pública unos labios, que no exhalan sino mezquinos sentimientos, y nada útil tienen que enseñar á sus lectores. La inteligencia de la cosa debe preceder al dere- cho sobre ella. El que no sabe pensar, que piense con libertad bien ó mal, en hora buena; pero que no pre- tenda imprimir y publicar las luchas de su espíritu, que lo pondrán en lucha con los intereses mas impor- tantes de la sociedad que no comprende. Nada mas conveniente en una sociedad nueva, sin conciencia ni hábitos verdaderamente religiosos, que los' escritores serios y no menos recomendables por la pureza de sus convicciones, que por la do sus miras patrióticas; pero nada mas funesto por otra parte que una prensa manejada por espíritus superficiales, irreflexivos, im- petuosos y propagadores de teorías no menos absur- das que corruptoras. Én el primer caso, la prensa es— 14 — una antorcha que alumbra, en el segundo una tea que quema. Esos malos periódicos, que han aparecido en Bue- nos Aires al lado de los periódicos graves, no valen ciertamente el papel que consumen; sin embargo la tinta que derraman basta para anarquizar, mas ó me- nos tarde, una sociedad tan inflamable como la nues- tra, y ya sabemos por la esperiencia propia que no hay gran distancia entre nosotros, entre las peleas de pluma y las del sable. Un puñado de demagogos será impotente sin duda en el momento actual, ante el odio vigoroso que debe excitar toda tentativa facciosa en un pais, que sabe bien cuan amargos y cuan sangrientos son los frutos de la anarquía; pero ¿quien nos asegura que mañana no encuentren el terreno mejor preparado, y que á fuerza de enconar y dividir los ánimos, no logren por otra parte despertar repugnancias contra esas misnr>s libertades políticas de que tan indignamente se abusa? Esa manera pueril de entender los derechos políti- cos en países que deben esperarlo todo de la acción de sus gobiernos, y que deben considerarlos, no como adversarios sino como gefes y guias, puede bien hacer renacer el fanatismo liberal que á tantos excesos nos ha precipitado en otras épocas, y el pueblo falto de direc- ción y de rumbo quedará como un bajel sin piloto á la merced de los vientos y de las tempestades. La gran causa de la América del Sud, y de la repú- blica argentina que está en ella, es la causa del orden. Esa causa necesita como todas para triunfar,de un gene- ral en gefe práctico y hábil. Rehabilitemos el principio de la autoridad; sin ella el orden perece, y ninguna li- bertad queda con vida donde el orden no existe. El or- den es la fuente única de todos los progresos, es la es- trella que nos guia en la ruta, y el fanal que alumbra el puerto. El que pretende navegar fuera de sus aguas encalla en el banco de la impotencia, cuando no del naufragio. Inclinémonos delante de la autoridad, que es el piloto que nos señala los escollos en que el orden puede perderse; inclinémonos no de rodillas y con frente ser- vil, pero s;i respetuosamente cual conviene á hombres verdaderamente libres. Formemos los buenos, los ar- gentinos honrados un baluarte contra las facciones en torno de nuestra autoridad, puesto que la autoridad está hoy representada entre nosotros por un general que ha roto las cadenas que tanto nos humillaban, y por un venerable anciano, lleno de probidad y de saber; por un anciano cuyas palabras sirvieron en otra época de texto al entusiasmo generoso de nuestros padres, rpie ha atravesado los tristes años de la tiranía, y sabe bien cuales son las condiciones, y cuales las virtu- des que reclama de todos sus hijos la patria cubierta no ha mucho, de heridas y de baldón. Muchas voces mas elocuentes que la mia habrán saludado en esto día á ese noble patriota; yo uno á ellas la inia desde Europa y le envío desde aquí mis votos y mis simpatías, seguro de que serán acogidas como las de un hombre que no está habituado á hacer uso del incensario de la adulación. En cuanto al general Urquiza, diré con entera franqueza que he trepidado en nombrarle en algún es- crito que he mandado á Buenos Aires después de la caida de Rosas, por dos motivos : el primero, porque no le conocía, y esperaba algún documento que reve- lara á los argentinos libertados por él sus designios, sus convicciones, su alma en una palabra; respecto al poder de bu brazo nos había ya dado una prueba bri- llante en el campo de Morón. El otro motivo era es- te : en la época calamitosa de Rosas, los argentinos se han habitúado por desgracia á tributar al que manda homenages, que es inútil calificar, puesto que á todos no conviene y que de todos exige la patria el olvido de lo pasado. Yo soy un amigo decidido de la buena auto- ridad; resuelto con todo igualmente á no hacerla ni la corte ni la guerra, como decía M. de Montalembert en Ja tribuna francesa el año pasado, no querría confundir mis palabras con las adulaciones vulgares. En cuanto á mis dudas,diré mas bien con toda inge- nuidad; en cuanto á mis temores, la proclama del 17 de Marzo los ha disipado todos. En esa proclama el ge- neral Urquiza nos aconseja á los argentinos estas tres— ](» — cosas: el olvido de Jo pasado, el perdón de las ofensas y el uso moderado de la libertad. Un general revestido de mas poder que el del tirano que puso en tierra, merece ciertamente ser escuchado con no menos gratitud que respeto al darnos semejantes consejos; y el tono modesto que respiran los renglones de ese documento ha llamado mi atención. ¿ Quien con mas derecho puedo decirnos el uso que debemos ha- cer de nuestra libertad, que aquel que nos la ha resti- tuido ? j Olvidar lo pasado ! Ay !.... Si no fuera la po- lítica la que nos impusiera ese deber, el pudor, la de- cencia, el respeto de nosotros mismos debiera recor- dárnoslo, l Existe algún argentino tan mal nacido que quisiera hacer alarde por las calles de las faltas, de los cstravios de su propia madre? Pues olvidar lo pasa- do, es olvidar, es cubrir con un denso velo los vicios y los crímenes de' Ja patria, que es nuestra madre común. ¿ De que hablaríamos? ¿De los degüellos? Pero pues- to que ese verbo seria conjugado por las recriminacio- nes mútuas en todas sus personas, ¿no vale mas no conjugarlo en ninguna? ¿flariamos la vergonzosa es- tadística de los crímenes de unos y otros, sumariamos y restaríamos para ver á quien le tocaba la ventaja? Pero veamos, por Dios, que sea que de un lado esté la menor y de otro la mayor cantidad, y aunque algún partido-no tuviera contra sí ningún cargo sangriento, al fin la suma total es la patria la que tendría que pa- garla, es la madre común. Olvidemos, si} á los mas puros es á los que toca ser mas generosos. Que cada uno arregle su cuenta con Dios y con su propia conciencia, vale mas que li- quidarlas á la luz del dia. Suspendamos si es necesa- rio el hacha de la justicia respecto de lo pasado; que la justicia empiece severa desde el 3 de Febrero. Yo no concibo que haya argentinos que pidan un poco mas de sangre. Basta ya, por Dios, basta de barba- rie; y puesto que hemos sido víctimas de grandes crí- menes, comprendamos que ha llegado para nosotros la época de las grandes virtudes, y si es preciso,de las virtudes magnánimas. — 17 — íA noble" general Lavalle, durante la guerra, cuaiíuo mas encendidas estaban las pasiones de la lucha civil, supo desatender los consejos de los que pedían represalias, y recibía en sus brazos y en su mesa á los vencidos. Suponed que el general Ur- quiza en los azares del combate hubiera sido prisio- nero, como el general Garzón, de aquel virtuoso soldado de Rio Bamba, y que las represalias hubieran sentado á ambos en el patíbulo, ¿Sabéis qué cabezas habrian caido entonces ?—¡ Las de los dos futuros libertadores de las repúblicas del Plata ! Dios no es ingrato; sabe pagar en buena moneda las virtudes humanas; y ya veis como pone su mano para rehabilitarlos y engrandecerlos, sobre aquellos á quienes perdona el odio de las venganzas. La cólera de Dios no se aplaca con sangre, y los restos de las mas ilustres víctimas de la tiranía no re- posarán en paz mas profunda, porque virtamos la de sus verdugos sobre la tierra que los cubre en su tumba. Puesto que somos cristianos, meditemos y prac- tiquemos estas profundas palabras de un gran escritor español: "El que se sintiere lastimado de la pasión "de la venganza contra su prójimo, que le ofendió, "piense que ese prójimo suyo, tal cual es, por vilísimo "que sea, es criatura de Dios, y no como el bruto sino "hijo que le costó su preciosísima sangre; y que por "amor de este común Señor es obligado á hacer todo "lo posible, y que si en el hombre que le ofendió no "hay razones para ser perdonado, que en Dios halla- "rá muchas para perdonar por él." Yo soy cristiano. Mi gratitud por la victoria de Morón no se detiene en el general Urquiza; remonta hasta Dios, pues es imposible que aparezca en los acontecimientos humanos mas visible la mano de la providencia de Dios, que lo ha estado en los que han producido tan grandioso resultado. Y la virtud sola es agradecimiento digno del dispensador de todos los favores. Olvidar pues lo pasado y perdonar á los caídos, es la única política que conviene á los que se precian de ser argentinos. Hartas ruinas hay que levantar, y 3— 18 — no son tan abundantes los brazos para que Íjjeino.s esa línea de separación entre unos y otros, y olvide- mos que nacimos hermanos y que los argentinos todos son criaturas de Dios. Confío en que el Sol de Mayo habrá influido saludablemente en nuestros ánimos y habrá pacificado la atmósfera moral en que vivimoí; y el voto mas íntimo que parte de mi alma en estedii, es en favor de la unión y de la concordia. En cuanto á los consejos del general Urquiz i éTl apoyo de la libertad moderada, ellos están de acuerdo con los principios que he profesado constantemente, y que me creo en el deber de propagar en mi pais, como lo he hecho en otros países vecinos. La liber- tad inmoderada en la situación nuestra y de la Amé- rica del Sud, es agente de inevitable anarquía, y la anar- quía no es infecunda, su hijo natural y legítimo es la tiranía. Así, combatir la licencia entre nosotros, es precavernos contra nuevos Rosas. Los intereses generales no reclaman la libertad inmoderada; lo que piden y necesitan es tranquilidad y seguridad, para el presente y el porvenir. Toda esa ac- tividad febril, esa agitación permanente, esa gritería de escritores sin fé ni ley, perjudican notablemente á los progresos materiales y morales del pais, y á su prosperidad real. Moderación y orden,debe ser nuestra divisa, nues- tro grito constante; y si tenemos la virtud de buscarlas al pié de la cruz, de donde salen los rayos de la verda- dera luz, las inspiraciones del patriotismo mas acen- drados y los grandes bienes para el individuo como para los Estados, entonces la libertad política empe- zará á levantarse también, la conciencia pública se ilustrará, los jóvenes se prepararán por el trabajo y la paciencia á valer lo que han valido Várela y todos esos argentinos distinguidos que honran al pais por sus talentos y las bellas prendas del alma. Entretanto, séame permitido brindar también des- de Paris por el general Urquiza y por el Dr. D. Vicen- te López; por la unión íntima y fraternal de los hom- bres de espada y de los de ciencia, por la armo- nía mas perfecta entre Jos habitantes de nuestras — ly — ciudades y los de las campañas, entre la provincia ae TJuenos Aires y todas las otras, y por la subordina- ción de todos á las leyes de la Justicia Divina. Los colores de nuestra bandera son los colores del cielo, y á él es preciso levantar la vista si queremos aprender á practica* la libertad en la tierra. Un brindis semejante en 1810 me habría costado sois años de destierro. En un decreto de la Junta de esa época, que por fortuna no está vijente, leo estas palablras— "Art. 1.° No se podrá brindar sino por la Patria, por sus derechos, por la gloria de nuestras armas, y por objetos jenerales concernientes á la felicidad pública. "Art. 10. Toda persona que brindase por algún individuo de la Jurvia será desterrado por seis años." Los que eso decretaban en Diciembre del año 10, no habian tocado como nosotros las consecuencias de la revolución que fundaban, no tenian nuestra espe- riencia. Nosotros, los hijos de esos hombres respeta- bles, y cuyos errores explica el tiempo y las necesida- des de su posición, nosotros sabemos que no solo no podemos prescindir de las reputaciones, sino que nos importa realzarlas, á fin de que ciertos nombres popu- lares sean el escudo y la garantía de los bienes socia- les que apetecemos. En las sociedades nuevas, como las nuestras, las reputaciones personales hieren mas vivamente los ojos del mayor número que los grandes principios; los hom- bres son poderosos, porque las instituciones no hallan ecos intelijentes en las costumbres. Brindar por esos individuos, cuyos hechos y cuya capacidad han encumbrado sus nombres, no es ofender á la Patria ni los principios liberales; es por el contra- rio tributar el homenaje debido á personas respetables y revestidas del crédito suficiente para hacer respeta- ble también la autoridad que ejercen. El tiempo y la civilización, si es que permitimos que empiece á desarrollarse, harán que un dia no haya entre nosotros hombres necesarios. Esa época no ha llegado aun, y sabemos, por desgracia, todo lo que ga-— 20 — liaríamos si la República Oriental no hubiera perdido al Jeneral Garzón, y la nuestra á Várela. Seamos, pues, respetuosos de nuestras reputacio- nes, si queremos ser gobernables; y sepamos en nues- tra admiración por nuestros padres distinguir los prin- cipios que merecen ser continuados, de los que no pue- den servinos, sino para incurrir en las faltas pasadas y en los mismos castigos. Asi fecundaremos la tradi- ción de Mayo, y resolveremos el difícil problema de hermanar en nuestro pais el orden con la libertad. En- tonces volverá el 25 de Mayo todos los años á visitar hijos de Dios, dignos de habitar aquella rejion encan- tadora bajo un cielo propicio á nuestros votos, y á nuestras esperanzas. Félix Frías. París, Mayo de 1852.