LOS JESUITAS «saa(Bin ruborizarnos que nos eia absu- luiamente desconocido este asunto, y aborrecíamos á los Je- suítas, >in fundamento, y sol., porque habíamos oido hablar muy mal de ello.; de suerte que también por nuestra parte ha sido condenada, ultrajada, diezmada, pero jamás juzgada, sin tener motivo alguno que robusteciera nuestra opinión, que no hubiéramos podido sostener, en ningún tiempo, porque nun- (1) Fn este defecto incurrí-, entre otros, el cardenal T.nis Lambrnschmí, obispo de Sabina, que escribió un» disertación polémica, titulada: De la Imiv- cuiaoa Cpucepcioi- i" ll.ru, |,ii<- ni la dedicatoria que uirigió al h mincntisi- nio y Reverendísimo CardfcdalSauliago Felrpe t-'ransorii, hablando di- lus moti- vos que le indujeron á formarVsc opúsculo,--dice: "\ be aquí porque habiendo ,,30 meditado ya hace tiempo, y llevado hoy á t< rminn, un trabajo teológico ,.sobre la Inmaculada Concepción de nuestra excelsa Iteina, he creído muy „oportui o dedicarlo á V. K., (pie profesa s bre el particular la misma doctrina ,,<|lie yo defiendo, y que por olí a parle se digno' mas de ii"n t'cr tici'uftnt é ,.'conipo"er!t>,.y; con:¡mulo que fin se, o darlo a luz." JVunca podremos de- plorar culi eficacia esa inania de los sabios, que nos parece só-periiosa. porque (a crec;m .s inieio>iniil, reconociendo en ella el objeto do ncullar la vcid>id( y dar iinpnrl ancia á un escrito, tíljií autor quiere demostrar que condescendió ron unas instancias que nunca existieron, y que solo formó el "-güilo. Pare- ce que lo mejor es, obrar siempre con franqueza, y explicar (pie ei origen de Una o mas producciones, no fui' piro sino el gusto que se tiene de cultivai ul in- genio, p de manifestar y transmitir la instrucción qiie se Ira adquirido; pero no & (le'címiplacer Ins intenciones de los amigos, que no siempre son lari exigen»- tes, y tan decididos prolccloris de las ciencias y de Ja justicia. Jiueno es tener moderación, mas no afectarla, sopeña de caer en ridiculo. Conocemos peí fec- tamenle la naturaleza de' esa» mentirillas é intrigas, los que apreciamos hacer ensayos de nuestra capacidad, y de procurarnos un nomine que adquiera esti- mación y elogios. Ks verdad que á veces somos invitados a escribir; pero enlre cien autores, uno lo será indudablemente, y ¡M» noventa y nueve resientes, C Ce- derán sin ilispiita á los impulsos de su coraron,, y á la ansia que los conduce ¿ buscar la inmortalidad y la admiración. Si todos los literatos esei ibiesen por compromiso, y por hacer una demu..iracion de amistad, esevidenlemente cierto que la HepúrTica de las letras no se halla-ia tan enriqu-cida como lo está hoy, y entonces careceríamos de los grandes descubrimientos con que se han peí fee- ciouado las ciencias, y mejorado nuestra condición. Ks preciso desengañarse: el placer que experimenta el hombre instruido en hacer ostentación de sus co- nocimientos, en manifestarlos, y en ejercitarse en ellos, es la iiiijci causa que guia -11 pluma y el deseo que tiene de liuscr y lijar ese fantasma tan si ductor que llamamos gloria, es el que lo interesa para empellarse en inqnolios traba- jos, y para arumeler empresas, que mueha ■ Veces le causan grandes pepas, y le Crian necesidades y sinsabores de que so arrepiente, prefiriendo mejor di prono- cerlas, cuando la experiencia le hace gustar su amargura. I-lenitivo de las cicn-r cias y de la literatura, es muy agradable; peio tambi.'n demasiado doro v pe- noso.- forma pa-iones indomables, y el hombre llega á Ser frecuentemente victi- ma suya. Nosotros, pues, tenemos esc mismo agrado, y sm cOJ^argo,. quero» mu» obrar eu ti con suma prudencia. ca la habríamos fundado, como que carecíamos de todos |o« documentos que hubieran fijado en nosotros un juicio ilustra- do, justo 6 imparcial. Oíamos hablar mal de estos ftéligVos'óS, y nos dejábamos arrastrar del furor de los ataques que les eran dirigidos, sin lomarnos siquiera el trabajo (|e leer una sola obra, que los defendiera ó combatios. : en suma, río po- díamos entrar en una comparación que nos sirviese dé palan- ca, digámoslo así. para inclinarnos en su favor ó en su con- tra; antes bien, éramos arrastrados del torbellino (|e |as ,lia9 desenfrenadas pasiones; y cu indo solíamos oír hablar bien de los Jesuítas, por parte de hombres que suponían instruidas en el asunto á aquellas personas Con quienes hablaban, sentíamos disgu-'o y hastio. En este estado'nos hallábamos ciertamente, cuando á fi- nes del año de 184-9, fuimos invitados por un sugeto respeta- ble para escribir un discurso sobie Jesuítas, en el cual su tra- tase de que su restablecimiento en nuestra Kepúbüca no pug- naba con la carta fundamental que la rige, y entonces fuimos instruidos di la ruidosa cuestión que se suscitó con este mo- tivo en el Estado de Querétaro. Deseando buscar la verdad, y fijar con acierto nuestra opinión, consultamos inmediatamen- te todos los materiales que desde luego habían sido puestos á nuestra disposición, y por eso emprendimos una tarea que era absolutamente nueva para nosotros. Comprendimos que era fácil, y entonces consideramos que era accequible, que la ju risprudencia contribuyera por su parte á aclarar la verdad y' la iuoeeneia de los Jesuítas, que jamás han sido una quimera. Concebimos nuestro plan sin pérdida de tiempo, y creimos que á primera vista estaba del todo explicado en el titulo que lleva este opúsculo de: Los Jekuitas y la Constitución, ó SEA COLECCION DE LOS FUNDAMENTOS LEGALES Q.l!E oBHAN ESI FaVOII DEL RESTA BLEClMHNTO DE LA COMPAÑIA DE JbsL'8 1 S la República Mexicana; p< ro que entrando en el análisis do la cuestión, debíamos establecer ciertas proposiciones que des- de luego demostrasen nuestras ideas en el desarrollo de étfaV; y por eso juzgamos oportuno probar los seis temas que hemos establecido y defendido, procurando substraer nuestro trabajo del influjo pernicioso de los partidos, porque somos indepen- dientes de todos y ríe cada uno de ellos afortunadamente. Grande ha sido sin duda alguna el esfuerzo que he- mos hecho para principiar, continuar y concluir el presenta escrito, porque repelimos, que como era nuevo este tratado para nosotros, tuvimos que estudiarlo, y hacer simultáncámeu-— IV- te uso dej caudal que adquiríamos; y ni aun contábamos con, el tiempo rigorosamente necesario para corregir lo que escri- bíamos; de suerte es que les lectores encontrarán muchas ve. ees una pésima redacción, que no hemos podido evitar, pues deseábamos publicar este folíelo oportunamente, para que el Congreso de la Union conociera el estado de la cuestión, cuan- do usara del derecho que le concede el artículo 22'de la ac- ta de reformas, para declarar nula toda ley de los estados que ataque la constitución ó las leyes generales, y para que ob- servase de qué manera puede sostenerse la constitucionalidad del decreto que expidió la legislatura del Estado de Querétn- rb, bajo el núm. 8 y que se promulgó en 18 de Diciembre de lb49, porque se han suscitado acaloradas controversias so- bre este punto. Hemos deseado vivamente dar á la cuestión todo el desarrollo de que es susceptible en nuestro concepto, y prevenir hasta la mas insignificante objeción que pudiera ha- cerse eu contta de ella, p'ará que un asunto tan delicado co- mo este, no se despachase en el Congreso con ligereza ó con precipitación, sino por el contrario, con la solidéz y circun.-pec- cion necesarias. Tenemos la grata confianza de haber .dicho líiucho acerca de cada proposición, y de haber expuesto los principales fundamentos en que descuma, aunque advertimos que todavía falta también mucho que decir; ptro si nos hu- biéramos extendido mas, evidentemente huluéiamos sido nota- dos de difusos, y entonces habría sido forzoso sin disputa es- cribir, no un discurso, sino una obra entera, á la cual hubié- ramos dado diverso plan, distintas combinaciones y diferente desenlace, y cualquiera convendrá con nosotros, en que era preciso en ese caso tener una instrucción mas copiosa y pro- funda de la historia de los Jesuítas; de consiguiente, preferi- mos mejor renunciar gran parte de los materiales en que abun- damos, y dejar que la discreción de los lectores supla á vece» el silencio que guardamos acerca de los puntos que solo in- dicamos, que no hacernos fastidiosos con una difusión siempre molesta, y quizá inútil hasta cierto punto. La publicación de este folleto debió haberse hecho á prin- cipios del presente año de 1850; pero no pudo realizarse nue»- tro propósito, porque, como ya hemos dicho, tuvimos necesidad de estudiar la materia, al mismo tiempo que formábamos nues- tro discurso; y aunque solo hubiéramos tenido este trabajo á nuestro cargo, era inconcuso, que necesitábamos ser morosos por conveniencia propia, atendiendo a que es menester meditar lo que se estudia, y principalmente lo que se escribe, si consul-tamos á la macicez y á la profundidad. Pero nuestras renVjtio* nes son de mayor peso, considerando, que nos hallamos rodea^ dos de multitud de ocupaciones preferentes á que nos debemos consagrar cata materia, con la cual hemos inriquecido nuestro repettorio liteiario, prop .rcionándole un grueso cuaüer^ np de cincuenta v cuatro pliegos manuscritos,' y si bien es cierta que no puede figurar semejante producción á l.do de las mu* chas el. cuentes apologías que existen acerca de los Jesuítas, también lo es que el presente discurso es como un corto home* nage que tributamos á.esa misma justicia de que hemos hablado antes. Tenemos derecho á exigir que s-e nos considere absolu- tamente imparciales con respecto al negocio de que tratamos, supuesto que como repetidas veces hemos indicad >, nos halla 1 B>os desoulosde toda afección hacia la Compañía de Jesús, porque únicamente la admiramos y amamos, en consideración á los grandes sei vicios que siempre prestó á la Iteligi m y al Es- tallo con la predicación, con el ejercicio nobilísimo del sácenlo-: ció, y con la educación que dió á la time-/, y á h juventud, y con todas las demás prácticas que observaba. Asi es q e al- leer el discurso que publicamos, no puede obtener otra califica^ cion que no sea sino la de que contiene la expresión de nüe>tra . profunda é íntima conviacion. y tte el de>ahogo de espii iius aiu-" ciliados y dominados por la fuerea de;«na creoncia preocupad».' No, m.I veces uu. Cualquiera que formara tal juicio, se equi- vocaría groseramente sin duda alguna. Nqsotros julo heraofi»querido destruir escrupulillos ó preocupaciones por und parte, y CPiitupclir por otra la maledicencia y la mordacidad. ¡Qué fw lice8 nps eoupiderairiamos, si torráramos saber, que nuestras iri. tenciones ¡rabian sido coronadas con un buen éxito! Entonces nqs Cariamos á nosotros mismos e¡. parabién mas cumplido, por- tju^ rabiatóos contribuido muy eficazmente á fijar la opinión de las augustas cámaras de la Union, é inclinado sinretíto é ilustra- da »nu»q,.ú «probar el decreto úúiii. 8 de la lcjíiálatura.del..Esj tado.de Querétaro, promulgado en 18 de Diciembre de 1S4!>, en el acto de Bujeiarse á,su.revisión. Soipos naturalmente desconfiados de nuestras produccio- nes,, y, degeanamos cieMamente tratar de un asunto con acierto, »U» despreciar la mas ligera circunstancia suya, que pudiera dar una completa idea del mismo. Quisiéramos, pues, ser suma* ipeote exactos, y hacer comprender nuestras ideas tan claran mente como las concebimos. Hecha esa explicación; no es ex- traño que digamos, que varias notas que andan esparcidas pot nuestro discurso, y que pueden reputarse como complemento dfi,[a,s pruebas, de los asertos que establecimos en el texto, Ha- Iflaján fqqrtemetlte la atención, es verdad, y se considerarán quizá como jneouexás con el asunto principal. Rogamos á ios lectores, que no sean ligeros, que examinen con d, tención y con, mucho cuidado tísas notas, y se. convencerán de . que en filias .hemos .hecho menudas .explicaciones, para, ayudar á la iujeiligeflcifc del íexto que suele ser breve; que entre el uno y jas,piral baj perfecta conexión; que su corroboran mútuán¡ei te; y-j.en.fio, que nada tienen que no sea senedlo y natural. No nos. excusa moa de hacer la anterior manifestación, poique la persona que «iqs invitó para escribir, nüestró opúsculo, nos ha BKrv'uh..de Jíliia en un asumo tan nuevo para «osmios, como lo es el présame, y Con ella Minos C'tnáu'liadn basta sobre mi mé- rito llltrAri>da su satisfacción, indi-1 cánd"iios solamente que habíamos incurrido en su concepto en lps defectos .que hemus apuntado, y por los cuales pudiéramos sqr censurados. l*ur muy respetable que sea para nosotros y con funda- mento la autoridad dé la persona que nos ocupa, sentimos vi- vamente diferir de su opinión en esta pai te; y así se lo hemos manifestado con la buena y franca amistad que nos profesamos, l'cró como quiera que muchos de los lectores, quisa formarán—w- Btr juicio semejante, es conveniente detenerse aquí un momento; para hacerles las explicaciones dé que se halla informada ya la persona que en id confidencia), nos hizo las objeciones a que nos MWt¡tfe«*3 VjüóuO 13" wJbehHii ooiI>ónsq bh gomum") ftop En la página 18 de nuestro discurso, consta la primera no^ ta, correspondiente al párrafo' que dice: MBI libro de Dios y el ,,ejemp!o de los misioneros hacian esos estupendos milagros (ha- dóla 'éc ios prwn'g¡"9Í*s resultados f.terzo3 de individuos' particulares, pero beneméritos, el pais adquiere sin co>to ni gra- vámen hombies útilísimos, ó quienes la Compañía Luncasteria-' na ha sabido Hacer grandes y felices, porque supo educarlos, pues en veintisiete afros que hace que existe la escuela denomi- nada Filantropía, solo ella ha proporcionado al pais de seis mil setecientos cincuenta, á ocho mil cien ciudadanos honrado's y civilizados [1J; siendo de advertir, que no cuenta actualmente con mas fondos que con seiscientos ochenta peso» men-alcs, quejes el total ingreso [2]. El objeto de la nota á que nos referimos, está ya expli- cado, y para dar una prueba robustísima de los principios que sentamos, nos propusimos hacer una descripción de la extruc- tura del gobierno de los estados pontificios, para que por iden- tidad de razón, pudiéramos convencer plenamente de la fuer- za de nue;tros argumentos, y para que no se impugnase la verdad de la doctrina contenida en el texto; intentando de- mostrar de una mam ra concluyeme, que la sencillez del go- bierno y el buen arreglo suyo, dari un impulso activo y efi- caz al despacho de todos los negocios, con el cual so perfec- cionan cuantos objetos pertenecen á la administración públi- ca, y lo qne decimos de esta, es rigorosamente aplicable á la ' ■ ■ , tt . - * ' (1) Este cálenlo, que no titubeamos en considerar exacto, se apoya en ló» datos qne nos ministra la memoria que leyó el Secretario <|(; |., Compañía Lan- eaitcriaiia, D. Juan Kepomuceno Govanles, en la solemne repartición de pre- mios, veriücada en el salón de actos del Colegio dc.Mineria. el dia 2'J de Di- derWbre «te 18%. Véáicli pSc. 5. (2) Ibi,jpág.9.— XI — particular, ciñéndonos al instituto do los Jesuítas. Por otra parle, en el lugar que ana'izamos actualmente, rectificamos uu principio que domina en el día, y cuyas trascendencias bou muy saludables. El principio á que aludimos, es el espíritu de asociación, porque, como se asienta en el .papel titulado: Dialogo entre i;n iiakbero y su marchante [[]; "conven- cido el sigl» presente de la nulidad en muchos casos del po- „der individual, para Uevar al cabo grandes, empresas, ha re- conocido mas que los anteriores la importancia de proteger „y fomentar el espíritu de asociación." En U nota que se menciona, advertimos que contiene un asunto dividido en do* paites: la primera, que habla del gobierno do Kurna, sirve co- mo de antecedente, para completar la prueba del aserto que establecemos en el texto; y la s"gunda, abraza la aplicación que hacemos de aquel, circunscribiéndolo á nuestro caso par- ticular. Creemos por tanto, que con la explicación, que ante- cede, cesara ó desaparecerá cualquiera qbjepioíi que pudiera hacerle a nuestro discurso por este lado. Juzgamos que la nota que obra en la página 53, no ne- cesita aclaraciones, convencidos de que ella es necesaria, pa- ra dar U na idea cabal de la celebro cuestjw . que se suscitó en el Kstado de Querétaro, en el año de 1849, con motivo del íesiab ecim.iento de la Sagrada Compañía de Jesús, y p0r eso nada decimos acerca de ella, pues consideramos que con- fiene uu documento, que hubiera quedado bien interpolado.en el texto, y habiéndolo suprimido, quizá habria quedado trun- ca la relación que hacemos en ese lugar. Las demás notas indudablemente son. necesarias en nues- tro concepto, y su necesidad es tan obvia y ciara, que por eso no exigen que nos deténganlos en ellas para persuadir da la oportunidad de su colocación, pues cualquiera lector al exa- minabas, echará de ver, que esta es indispensnble. Adema»* las que hemos analizado, son las únicas que han llamado la atención de la persona, de quien hemos hecho mención ipuy a menudo, y por lo mismo, solo nos falta, fiara concluir este prólogo, hablar eje la nota que se encuentra sentada en la pá- gina Efi ella procuramos^acer wa.^Reta deg.wipcion de la virtud fie la caridad, uniendo al mismo- tiempo e' ek>* cío que meic.ee, para que s,in;tepio,r di^djrti'Aftr ia «tencie» de los lectores eje! asunto principal de que,,so. trata e*í el test jo.,'pudiérauii^. justfficaf;.bce.veniei.¿ ;i — XI V—■ Dpclo: El Umveusal, y que obtuvo grandes-elogios, vdc un» nújebre pacta, ique el Jte.vereudo.Guillewno Pemvai -Ward.di- rigió al Sr Juan Lacaita en el mes .de Marzo de 18*8, «tn Ijre la e'spuUion de los Jesuítas oii¡! ,ti$|finob • 6ÍI ¡mii* <>v.q -,íioiiií»üt»ynq b-.J-.9uh an hJii . ewp «•«.oioiaoqoiq • aoh «rjJoaoii c pwp v .sido» vA sup noig.-nnJíni si aullan (a . bol y.) um »< riiioiil "on -s.iv o«ia In y nia otidfiliio»9l .ni -r.ii : ¡!¡.i'iq ,t o!'.:--»;»ñ> BiJsoun t¡ «ra!* v oviijgt» »np lühyJBrn tíojutl; i' tIlir ' •! * «'''Bkbi;« .ii i'.iiir¡yidinl uJnyincí ID UI rn «»' 9Uí' - '■■ jjlobfii;i:»bií(l>3 ,113 i jí;d í.!i>bl!BllÍmi¡I9 J i ly fey .oiaajr üJ<¡i »io i;«íyK|[ii j Bl ir.ii BI1 i í;I «0019391 ' i isa el aifpio.j ,odn-> aq obuaaa evii* íoó tojno¡(iii'3iJu mn eb yu|> «aildúq r.nnud al ioq 9iip »cm E9=¡ oh ¡.ypuus nioun sup .omiilü loq obuyinivbB ;¡aorn oüojmí! •.o!i;:!uü!ni l-jqaq nu ob obftá soaaájJ eoj a KoiOATaaTHoa ó .stzaii jhaIí KT»a ■ i) : :ici nvrtrtlc noo ,8U*; ,nii/.Tria mí) ao ■ aima-io-u A4 aot oa no ,0581 9b caá 3Jiusiiyiq lab eyiut-» lciio oí T-q v ,í..nHiat(i09B pop U-J h .-'.r ■<'■■". *ÓI iB¡lib«9b 04 *0hBl9iU8 ton ,«>iff'-ir;lyb ülip BtBtód 9b I oiJ?oufi ii-'ii'B yiip ííMjpnis aoi uno/.* ) ■ glubtii i:l i:) BOtiiBÍhioo oiijiir J. XIX.— 9 - na pasión, y esta convencido de que so degrada el-hombre, arrastrán- dose como la serpiente á los pies ele otro hombre, que trata justamente como esclavos á sus aduladores: n6, la Compañía de Jesús no practi- caría esos medios que reprueba» la razón y la decencia, sino quo se haria estimable por los beneficios que dispensaría al' pais con la edu. encion de la juventud, con la integridad de las costumbres, con el au- mento de la población, con las fuentes de la riqueza nacional que fo- mentaría, y con las mejoras matoriales que introduciría; y ahora pre- guntamos de paso, ¿el restablecimiento de una corporación tan útil seria coritra la constitución, cuando el espíritu de esta tiende á proteger la religión? Indudablemente que nó; pues entonces ¿cuál es el moti- vo porque se arguye de anti-constitucional ese acto de política? Ya lo hemos indicado; porque en México se estudia famosamente el arta de perpetuar el desórden y la anarquía, sin que las lecciones de lo pasado, sin que la triste experiencia de lo que nos ha sucedido en to- do el tiempo en que la República está caminando á su ruina, sean su- ficientes para que reflexionemos, y para que nos dediquemos siria- mente á salvarla. Es muy doloroso decir, que no se ha observado jamás la consti- tución en la parte que asegura una especial y muy recomendable pro- tección á la religión que profesamos: jamás, repetimos, nos hemos ocupado de este grave asunto, sino que parece quo lo vemos con un desprendimiento muy punible. Apreciaríamos quo nos convenciesen de error, porque esta ilustración nos haria notar, que la Iglesia y el Estado haoian florecido: al contrario, juzgamos que en todas épocas ee ha querido deprimir la religión, y á pesar de que conocemos que la Iglesia necesita también de correctivos, no hemos llegado á Jsaber que en el tiempo que la República es independiente, libre y soberana, se hayan tomado algunas medidas que tengan por objeto la celebración de un concilio: los esfuerzos de los legisladores y de todos los gobier- nos, se han limitado á arreglar los asuntos de política; y cuando el Soberano ha recordado que tiene derecho de intervenir en los nego- cios de la religión, solo ha ejercido sus facultades en exigir de la Igle- sia los buenos servicios que le ha prestado, para llevar al cabo sus designios políticos; pero nunca se ha interesado en la prosperidad de este importantísimo establecimiento; de manera que la Iglesia apare- ce corno extrangera en el pais. Sentados esos principios, es pues, evidente, que la nación necesita urgentemente de que, se arregle nn asunto de suyo tan importante, y creemos de buena fé, que el resta- blecimiento de la sagrada Compañía de Jesús en la República, seria el principio de una -verdadera regeneración política, pues cuando re. cordamos los servicios que ha prestado á las Américas, nuestro cora, zon se enternece, y así como la excelencia, la belleza de las criatu- ras, naturalmente lleva, á la religiosa y sublime contemplación de la» perfecciones del Criador, del mismo modo al estudiar, 6 bien al reno- var la memoria de los beneficios que la Compañía de Jesús ha hechc* — 10 — aan en nuestro hemisferio, nos vemos conducidos á tributarle un ho- menage de respeto y admiración. El estado en que se halla actualmente la moral pública, y sobre todo, la necesidad de establecer y proteger las misiones, son oíros do» puntos que reclaman imperiosamente el restablecimiento en cuestión, porque la historia que jamás puede desmentirse, atestigua de una ma- nera innegable, que los Jesuítas sacaron ópinms frutos de las misiones en que se empleaban. Nosotros podríamos inconcusamente hacer multiplicados extractos de la historia para comprobar esta verdad; pero ciertamente ellos no determinarían una ¡dea completa de este ne- gocio, y por tal motivo preferimos insertar en este lugar un curiosísi- mo artículo, que bajo el rubro de: "De las misiones en general, y „de las misiones del Paraguay en particular," corre impreso á la pá- gina 196 del periódico titulado; "El Católico," publicado en París «I año de 1842. Dice así el artículo: "Nada mas interesante ofrece la historia de las misiones, quo la» páginas consagradas! á las misiones de los Jesuilas en el Paraguay, en las que se manifiesta en toda su plenitud y en todo su esplendor el poder do la religión cristiana. Vese en ella un pueblo sin leyes, sin costumbres, sin culto, sin sociedad, que se reúne, se instruye, se disci- plina y se civiliza á la voz de unos pobres misioneros: vese allí el mundo hecho con el caos; un gobierno mas sabio que los de Solón y de Licurgo, formado con la cruz y el Evangelio." "El Paraguay es un pais inmenso, lleno de bosques y de dehesas, que empieza al pió de las Cordilleras, y se extiende por la América Meridional entre el Orinoco y el Rio de la Plata, entre el Perú y el JJrasil: recibe su nombre de un gran rio que le atraviesa. Paraguay. en la lengua de los salvages, significa el rio coronado, porque naco «m el lago Jarayés, que le sirve como de corona:>ántes de desembo- car en el rio de la Piala, este rio recibe las aguas del Paraná y del Uruguay. Selvas que encierran en su seno otras selvas antiquísimas, pantanos y llanuras enteramente inundadas en la estación de las llu- vias, montañas que elevan desiertos sobre desiertos, forman una parte de las regiones que riega el Paraguay, en la quo abundan toda especie de caza, igualmente que tigres y osos. Los bosques están liónos de abejas que forman una cera muy blarica, y una miel en extremo aro- mática. Encuéntranse allí pájaros de bellísimo plumage, y que pare- cen grandes flores coloradas y azules bajo la verdura de los árboles." "Los Indios que se hallaban en aquellas agrestes soledades, raza indolente, estúpida y feroz, mostraban en toda su fealdad al hombre primitivo degradado por su caida. Nada prueba mejor la degenera- ción de la naturaleza humana, que la pequenez de) salvage en la in- mensidad del desierto." "Las primeras empresas de los misioneros, se limitaron á simples «saimones. . Convertían de cuando en cuando á algunos Indios, pero no lograban formar tribus cristianas; el principal y casi el único fruto— 11 — que se recogía entóneos de aquellos piadosos trabajos, era bautizar á algunos niños moribundos. Retiraban de enmedio de los trabajo» a loe adultos que abrazaban la fé, y lo» excitaban á ir á habitar en la* tierras ocupadas por cristianos." "Hácia el año de 168Ü, los Padres de la Compañía de Jesús, cansados de obtener tan pocos resultados, escribieron á la corte de España, que el poco éxito de sus misiones dependía de la violencia de los españoles y del ódio que sus desafueros inspiraban por do quie- ra á IvjS naturales del país: aseguraron que removido este obstáculo, el cristianismo baria inmensos progresos en las partes mas desconoci- das de la América, y que podría reducirse todo el Paraguay al domi- nio del monarca de España y de las Indiai, sin gasto y casi sin efu- «ion de sangre." "La solicitud de los misioneros fué acogida favorablemente; de. üignóseles el espacio en que les era permitido trabajar en su proyec- tada obra, y se les dieron todos los poderes nacesarios. Alándose á los gobernadores de las provincias adyacentes, que por ningún pre- texto interrumpiesen en sus trabajos á los Apóstoles del Paraguay, y <]ue no dejasen penetrar á ningun español en el país que iban á cate- quizar, sino prévio el consentimiento expreso de los Padres. Estos, por su parte, prometieron pagar cierta capitación, en proporción del número de sus prosélitos, y someterlos al poder del rey católico. Ajus. tados estos convenios, embarcáronse los Jesuítas en el Rio de la Pla- ta, y entrando eu las aguas del Paraguay, se dispersaron por las selvas. "Las antiguas relaciones nos los representan con un breviario debajo del brazo izquierdo, con una gran cruz en la mano derecha, y sin mas provisiones que su confianza en Dios.* nos los pintan además, abriéndose paso por entre los bosques, caminando por tierras panta- nosas, donde les llegaba el agua hasta la cintura^trepando escarpados riscos, é internándose eu las cuevas y en los precipicios, a riesgo de hallar serpientes y otras alimañas, en vez de los hombres quu bus- caban. •'Muchos de ellos murieron de hambre y de cansancio; otros fue- ron sacrificados y devorados por los salvages. Al Pudre Lizardi se le encontró asaeteado en una roca: su cuerpo estaba medio devorado por las aves de rapiña, y su breviario estaba abierto junto á él en el oficio de los difuntos. Cuando un misionero encontraba los restes de alguno de sus compañeros, apresurábase á tributarle los honores fúne- bres, y lleno de un santo júbilo, entonaba un Te Deum solitario sobre la sepultura del mártir. "Semejantes escenas, renovadas á cada instante, pasmaban á las hordas bárbaras. Parábanse á veces al rededor del «tcerdote desco- nocido que les hablaba de Dios, y miraban el cielo que les enseñaba el apóstol; á veces huían de él como do un encantador, y se sentían dominadas por un invencible espanto: el religioso las seguia exteri-— H — eran anchas, y estaban tiradas á cordel. En el centro del pueblo ae hallaba la plaza pública, formada por la Iglesia, la casa de los padres, el arsenal, el granero común, la casa de refugio y el hospicio para lo* forasteros. Las Iglesias eran muy hermosas, y estaban muy adorna- das; cundros separados por festones de verdura, cubrían las paredes. Los días de fiesta se derramaban en la nave aguas olorosas, y el Sun- tuario estnba alfombrado de flores. "A esta poética y fiel pintura de los templos del Paraguay, es preciso añadir un cuadro de la devoción de los Indios. Oigamos a un testigo ocular referir como observaban aquellos pueblos la religión cristiana. •'Al rayar el dia toca la campana para llamar al pueblo á la Iglesia: un misionero recita la oración matinal, y dice en seguida la misa, después de lo cual cada uno se retira para atender á sus queha- ceres. A las ocho, todos los niños de méuos de doce años van á la Iglesia, donde, después del rezo de por la mañana, recitan de memoria y en alta voz el catecismo. Los niños colocados en el Santuaiio em- piezan, y las niñas desde la nave repiten lo que dicen aquellos; en se- guida oyen misa, luego dan la lección de catecismo, y después se van do dos en dos á sus escuelas. Es cosa que enternece, la modestia y la devoción de aquellas criaturas. Al anochecer se toca á oraciones, ríespuf s de lo cual se reza el rosario á dos coros: pocas personas se dispensen de este ejercicio, y los que, por razones poderosas no pue- den ir á la Iglesia, nunca dejan de rezarle en sus casas. "Les domingos y días ele fiesta se dicen tres mi/>as mayores, y en rada misa hay un seimon. Todos los juéves se bendice el Santísimo Sacramento, según el peimiso obtenido del Papa, y al ver la concur- rencia de los fieles que acuden á esta ceremonia, no parece sino que todos los juéves del año son otros tantos días festivos. Siempre que ce lleva el Viático á los enfermos, cierto número de individuos de Ja cofradía del Santísimo Sacramento deben acompañar á nuestro Señor con hachas encendidas. Su fé es tan viva, que la penitencia que mas Ies aflige cuando han cometido alguna falta, es verte privados de este honor. "El carácter de los Indios convertidos era en un todo conforme i la idea que d»n de él estos hábitos de dulce piedad. Los misione- ros habían establecido leyes penales, cuya mansedumbre debería ser un motivo de reflexión para los legisladores de Europa, y durante to- do el tiempo que duraron las Repúblicas del Paraguay, apenas se presentaron dos ó tres casos en que éstas leyes fueron aplicables en todo su rigor; el libro de Dios y el ejemplo de los misioneros hacían estos milagros entre unas hordas ántes tan feroces. Sus costumbres habían llegado á ser tan apacibles y puras, que el Obispo de Buenos Aires escribía á Felipe V, que no creía, que, en todas las aldeas in- dias, M cometiese jamás un solo pecado mortal. "Tal era ln sociedad que establecieron los Jesuítas en el Para-— 15 — ¡juay; ¡por tales obras los han calumniado atrozmente los filósofos del siglo XVIII! ¿Por qué han prevalecido esas calumnias? esees el secreto de la Providencia. Los Indios de las aldeas pagaban puntual, mente sus tributos: se unían á los ejércitos españoles en todas las guerras: eran subditos libres, pero fieles, y sin embargo en 1757 la corte de Madrid los entregó, como un rebaño de esclavos, á la corle de Portugal. No quisieron los Indios dejarse traspasar de mano á mano, y tomaron las armas, pero no tardaron en ser derrotados." Cualquiera que haya leído atentamente el articulo que acabamos de insertar, convendrá en que los Jesuítas hicieron fructificar sus tra- bajos, por medio de las misiones que emprendieron en el Paraguay, y que esos trabajos fructificaron en favor de la Iglesia y del Estado; de manera, que estos hombres son admirables, porque pueden ser consi- derados como edificantes y celosos ministros del ultar, como sabios le- gisladores, y como excelentes mandarines. Indudablemente, bajo una simple sotana, descubrimos á un hombre rico en ciencia de gobierno político y eclesiástico; rico en artes; rico en elementos abundantísi- mos de todas clases, para sembrar y cosechar en favor de las dos po- testades. De la Iglesia, porque stigun el testimonio respetable respe- tabilísimo del Obispo de Buenos Aires, en las aldeas indias jamás se cometía un pecado mortal. ¡Jamás!... ¡Ah! Si no fuera ese testi- monio producido por una persona tan respetable, y transmitido á otra de no menor categoría, pareceria increíble, inverosímil, hinchado. ¡Y podrémos siquiera penetrar el sentido de esas versiones!' ¿Podré, mos asentir en que en las poblaciones indias se encontraban indivi. dnos de ámbos sexos tan puros y tan santificados? Pues ello es cier- to, aunque nos parezca de difícil creencia. Pero ¿por qué se obtu- vieron esos resultados tan asombrosos? Ya lo hemos oído decir. Por- que el libro de Dios y el ejemplo de los misioneros, hacían estos mila- gros entre unas hordas ántes tan feroces. Y en efecto: la lectura del libro do Dios, es demasiado útil, porque frecuentemente se están re- pasando los deberes que tenemos para con el Supremo Hacedor, y los continuos sermones y explicaciones de los ministros del Señor, hacen que grabemos perfec'amente en nuestra memoria y en nuestro cora- zón lo que nos enseñan: la moral entónces prevalece y se mantiene intacta, y esta moral nos demuestra la necesidad en que nos hallamos de ser virtuosos. Supongamos por un momento que nos trasladamos al tiempo de los Jesuítas, y que vemos lo que hacían en aquella épo- ca. Parécenos que congregaban al pueblo en el templo, y quo en loa «ertnones que había, los Jesuítas procuraban tratar succesivamente da las virtudes que encierra nuestra n ligioti, para conducir al re. baño de Jesucristo a la perfección de la vida cristiana. Parécenoa, repetimos, que los Jesuítas hablaban á su auditorio acerca de una sola virtud, y que la inculcaban ta el ánimo de sus oyentes. Es claro entonces quo enseñando y haciendo practicar estas virtudes, lo» hom. bres que eran discípulos de esos beneméritos misioneros, llegarían á— 18 — ser humildes, caritativos, castos, honestos, pundonoroso^, sibios, fuer, tes, justos. íntegros, de buena fé, y de consiguiente que Dios bendecu ria aquellos lugares, porque los Indios eran perfectos cristianos, y ja- más desmayaban, porque tenian buenos maestros y habia la facilidad de que se éubriera la vacante que so advirtiese, por muerte 6 separa- ción de cualquiera de los Jesuítas. Estos fueron en extremo ingeniosos y sagaces, cuando para con- vertir á los Indios, ocurrieron al arbitrio de seducirlos por medio de la música, entonando cánticos de alabanzas á Dios Todopoderoso; do suerte, que advertimos que los Jesuítas aun enmedio de sus recreacio. nn?, estaban escudados, si nos es lícito decirlo así, con el espíritu de Dios, logrando por este medio reunir á !os bárbaros en sociedad. Aho- ra bien: preguntamos, si los Jesuítas, en vez de tenderlas esas inocen- tes redes, y ríe tocar la fibra mas delicada de los Indios, con la dulca armonía de la música, se hubieran hecho temibles, por ir escoltados por un ejército, y rodeados de un aparato formidable ó imponente, preguntamos otra vez, ¿hubieran los Jesuítas fructificado con tanto provech'. ? Respondemos que n6. Los .Indios hubieran mirado á lo* Jesuítas como a sus mas encarnizados enemigos, y jamás habrían go- zado de las dulzuras de la sociedad, porque los Jesuítas erraban en- tónces el camino, y se hacían indignos de las simpatías de los Indios. Pero como estos hombres Ron grandes en la extensión de la palabra, y reúne" la prudencia á la perspicacia, conocieron que la religión de Jesucristo jamás se introduce por la fuerza, y conquista el corazón de una manera dura é irritante. Conocieron, decimos, que el espíritu do esa religión no es perseguidor, sino perseguido: que no es aterrador sino convincente, y que no quiere sino el corazón y la voluntad do sus hijos: que por sí sola se hace amar, y que, en fin, cuanto» «on íus secuaces, advierten que sus armas no son los tormentos, la afrenta, la muerte; sino la persuasión y la bondad de su na- turaleza, que su yugo es suave, y los medios da que usa pata es- tablecerse, son la suavidad, la caridad con que trata á todos sus hi- jos, y' el espíritu de fraternidad con el que están estrechamente unidos todos los hombres. El l¡bro de Dios y el ejemplo de-los misioneros hacían esos es- tupendos milagros, y no es de difícil creencia, porque los libros sa- grados y los tratados de la moral, son precisamente los que forman el corazón de los hombres, y la .bondad de los subditos: es preciso, pues, que el libro de Dios y el ejemplo de los misioneros hubieran presen- tado á nuestra consideración los grandes resuliados quo alcanzaron, los Jesuítas, y qufl nos parecen fabulosos; pero los libros de Dios non están indicando frecuentemente, repetidos y multiplicados ejemplos de- que los hombres son lo que deben ser con el temor de Dios, y la his- toria de los Jesuítas nos lo comprueba d) una manera evidente ó in. dudable. Sabido es que los Judíos padecieron duras servidumbres, cuando se olvidaban de Dios; pero que tan luego como lo reconociau— 17 — y *e confesaban culpables, el Señar usaba de misericordia con ellos: "La familia de Jacob, dice el Doctor Iligual (1), que pasó á estable- cerse en Gessen, viéndose oprimida de ios Egipcios, y hecha escla- „ya de Pliaraon. gimió muchos años en aquel pais, lloró su desventu- rada suerte, y enmedio de sus trabajos clamó á Dios por su alivio y ..libertad; y el Señor, que con ojos de piedad se dignó mirar la tribu- „lacion que padecía su pueblo escogido, oyó sus repetidos clamores, y „para darles su consolación y libertad, hizo nacer a Moisés, á quien ..destinó la Providencia para manifestar una larga serie de prodigios, .,de misterios y de gracias, que empezaron á brillar desde su cuna." La historia de este pueblo privilegiado é ingrato, nos acredita, que inmediatamente que olvidaba el libro de Dios, 6 propiamente dicho, su santa ley, era abandonado á su triste suerte y entregado á la ser- vidumbre, perdiendo su nacionalidad; pero que'luego que se arrepen- tía y clamaba al Señor, luego que estudiaba el libro do Dios, era tra- tado misericordiosamente, porque sin remisión ha de cumplirse lo qu« el Señor ha dicho. Si ergo audieritis vocem meam, el cuslodieritis factura meum, erilis mihi in peculium de cundís populis: mea est enim etnnis ierra__l¿t ros erilis mihi in regnum sacerdotale, el gens sánela. (Exod. cap. 29 5 y (i ) "Pues si oyereis mi voz, y guardareis mi ,,pacto, seréis para mí una porción escogida entre todos los pueblos: ,,porque mía es t( da la tierra.—Y vosotros seréis para mí un reino sacerdotal, y una nación santa." Por lo mismo, luego que se hubie. ron santificado, se hicieron dignos los Judíos de recibir la ley de Dio»; pero tan luego como se contaminaron adorando un becerro de oro. oímos *sas terribles palabras del Señor: Dimitte me ut irascatur furor tutus contra eos, el dtleam ens,faciamque te in gentem mttgnam. ''Dé. „J»mé, que se enoje mi saña contra ellos, y que los deshaga, y te haré ..caudillo de un grande pueblo;'' sin embargo, en toda la historia de ese gran pueblo, encontramos siempre castigada severamente la in- gratitud que mostraba á Dios, y extraordinariamente recompensada su fidi litfad,. Othoniel, elegido de Dios para capitán, juez y salvador del pueblo de Dios, sacó á los Israelitas dé la esclavitud de Chús-an, rey de Mesopotnmia, bajo cuyo dominio vivieron oprimidos ocho años, ye;le fué el primer cautiverio que padeció el pueblo de Dios en la tierra de promisión por su pecado de idolatría. Othoniul'juzgó la» civiles disensiones, castigó los delitos y defenHió con las armas la li- bertad de los Israelitas, por espacio de cuarenta años -«-Olvidado el pueblo de lsrap| de sus desgracias pasadas y padecidas por sus des- órdenes, volvió á caer en la idolatría, y por ella en manos de Eglon, rey de los Moaortf^, á quien sirvieron de esclavos diez y ocho añoa: clamaron á Dios, y el Señor les dió p<>r juez y libertador 6. Aod.— Aod, varón esforzado, que usaba de la mano siniestra como de la de— (1) Emú historia cronológica del Pueblo Hebreo, de su Rebgion y Gohitt- do político, p. 15.— 19 — recha, quitó la vida al tirano rey Eglon, infundió terror y espanto á lou Moabitas, y puso en libertad al pueblo de Dios, á quien gobernó ochenta años —Samgar, labrador, que con su reja mató á seiscientos Philisteos, sucedió á Aod, y gobernó á los Israelitas algunos mese». —Mas insolente el pueblo de Israel con las dichas que lograba en su libertad, volvió tercera vez á caer en el desorden, y en manos de Ja- bin rey de Canaan, bajo cuyo dominio sufrió una dura y larga escla- vitud de veinto años; pero sus ruegos y su arrepentimiento, alcanzaron de Dios el consuelo, por medio de DébWa y de Barac.—En estos tiempos vivia Ruth, muger de Booz, de cuyo matrimonio nació Obed, padre do Isaí, ó Jesé, que fué padre de David.—Débbora, muger la mas sábia de Israel, profetiza, y favorecida de la gracia de Dios, go- bernó al pueblo de Israel, llamó á Baruc, a quien asoció en el mando, le encargó la expedición contra Jabín, derrotó Barac al ejército ene- migo, y sacó de la esclavitud á los Israelitas, á quienes Débbora y Barac gobernaron cuarenta años.—Cuarta vez se dejaron llevar de la idolatría los Israelitas, y hallaron también el castigo en una dura opre- sión en que les tuvieron los Madianitas siete años, hasta'que sus cla- mores movieron á lu. misericordia de Dios á darles por juez y capitán á Gedeon.—Gedeon, varón fuerte, escogido de Dios para hacer la guerra contra los Madianitas, en una noche, con solos trescientos hom- bres que componen su ejército, desbarató las tropas enemigas en nú. mero de ciento veinte mil combatientes, reportó una completa victo- riá, y pus i en libertad a los Israelitas, á quienes gobernó cuarenta años (1).—Quinta vez reincidió Israel en la idolatría, adoró á Baal y (1) Gedeon, varón fuerte como le llamamos en el texto, libertó á Tsrael de la dura opresión en que estaba sumergido, rn virtud y por medio de la eficacia con que clamo todo el pueblo al Señor, porque efectivamente nn nos debemos equivocar. Mientras que estemos dotados del santo temor de Dios, hemos de ser felices naturalmente, como lo fueron los Indios del Paraguay, todo el tiem- po que estuvieron sujetos al gobierno de los Jesuítas, y lo prueba la historia de Gécfeon, la cual es admirable, según la refieren los libros sagrados. Conforme á sn tenor cxpre«o, los hijos de Israel hicieron lo malo delante del Señor: el cual los enlregó en manos de Madian por siete anos, y fueron oprimidos por ellos en grande manera: se hicieron grutas y cavernas en los montes, y logare» miiy fuertes para resistir. Cuando los Israelitas habían sembrado, subían loj Madianitas y los A malecitas, y las otras naciones de Oriente; y plantando las tiendas cerca de ellos, lo talaban todo, cuando aun estaba en yerba, hasta la entrada de Gaza: y no dejaban á los Israelitas nada de lo que es necesario para la vida, ni ovejas, ni bueyes, ni asnos. Porque venían ellos con todos sus gana- dos y tiendas, y á manera de langostas lo cubrían todo con una multitud innu- merable de hombres y de camellos, desolando todo cuanto tocaban. Israel, pues, fué cu extremo humillado en presencia de Madian, jfpidió al Señor so- corro contra sus opresores. £1 Señor les envió un profeta, que les dijo: Haec dicit Dominas Deits Israiil. Ego vos feci conscendere de M¡;ipto. et tdaxi vos de domo servitutis,—Et libcrafi Je mana Aígiptiorum, et omnium inimi- eorum, qui afjltgebant vos: ejecique eos ad introilum vestrum, et iradidi vobi» ierram torum: Et dixi: ¡E40 Dominas Deus vester, nt timeati» deot Amorrluteorum, in quorum térra habitatis. Et noluistis audire vocem— 19 — Aitaroth, por cuyo deli'.o se vió hecho esclavo fie los Ammonitas y Philisteos, diez y ocho años, hasta quo arrepentidos arrojaron de sus casas todos los ídolos, clamaron á Dios misericordia, y el Señor lea dio por Juez á Jephté. Este, que fué sucesor do Jair, movió su ejér- cito contra los Ammonitas, los rindió, de>truyó y demolió sus ciu- dades: salió Israel con el triunfo, con la libertad y con la gloria, y solo Jephté halló la infelicidad en la victoria: habia prometido sa- crificar á Dios lo primero que hallase da su casa; fué su hija la que, noticiosa de la vuelta de su padre, salió á recibirle, y sirvió de víctima al cumplimiento de su voto: gobernó Jephió seis años. Sexta vez ca- meam (Lib. de los Jueces, cap. G. 8. 9 y 10.) Esto dice el Señor Piosr nos saco de F'fcipto? Mas ahora el Señor nos ha desamparado, y entregado en pedir de r>Uiitian.— \ miróle el Señor, y ilijole: Ve con esta tu fortaleza, y librarás j Israel del poder tic Madiah: sabe que yo soy el que te envío.—El respondió y dijo: : "ómo, te ruego me digas, Señor mío, podré yo librar á Israel? mira que mi familia es la ínfima (le Ma- nasscs, y jo el menor en la casa de mi padre.—Y «lijóle el Señor: Yo íérli con,» tigo: y derrotaras á Madian, como si /iicr.i un sof, hombro —Y él: Si lio halla- do gracia, replico, delante «le ti, «lame una senal «le que eres Ió él qi:e habla conmigo—Y no te retires de aquí, basta tanto que vuelva á ti, y traiga un sa- criltcio y le lo ofrezca Y a ¡uel respondió: Yo esperaré hasta que vuelva».— Entróse, pues; ( edeon, y coció un cabrito, y de un modio de harina hizo panes ázimos: y poniendo la caine en un canastillo, y echando en una olla el caldo de la carne, llevólo todo debajo de la encina, y se lo presento—Éijole el Angel del Senor: Toma la carne y los panes jzimo--, y ponió fobre aquella p edia, y derrama encima el e.ddo Gcdcou, pues, obedeció, y el Angel del Señor exten- dió enlónccs la punta del b/Culo, que tenia en la mano, loco la carne y los pa- nes ázimos; salió fuego de la piedra, consumió la carne y los panes aziroos, desapareciendo en seguida «I Angel del Señor de los ojos de Gedeon, quien exclamó- "Ay de mi. Señor Dios.- que he visto al Angel del Señor cara i cara." Y rl Señor le respondió: Paz sea contigo, no tenias, no morirá,?-— En consecuencia, Gedeon edita.-; allí un aliar al Senor, y llamólo la paz del Se- ñor, como se llama basta este dia. Y estando en Ephra, que pertenece á la fa- milia de Kzn, «lijóle el Señor aquella noche: Toma un f i o de tu padre y otro de siete años, y destruirás el altar de' Uaa¡, que es de. tu padre: y corta el bosque que está al contin uo del altar: ]f edific arás un altar al Sff'pl' Dios tuyo en lo alto (le tify piedra, tohre la que pusiste miles el tac i/icio: y to~ atará* el étifltítao toro, y lo ofrecerás en holocausto sobre un haz de la leña, que habr'ai cortado del bosque. Habiendo, pues. Gedeon lomado consigo diez He sus siervos, cuWpHfl las órdenes del Señor; pero por temor de la familia «le su padre, y de los hombres de aquella ciudad, no quiso hacerlo A: día, sino quo lo ejecutó todo de noche. LriegB iiota míe corresponde al Cap. 2.° Epoca 3.* tom. i." de su Compendio de Ja Historia moderna.— 27 — ,,deseo de mando y poder os natural en el hombre, nsí como el de ..aumentarlo después de adquirido." No abusaron ciertamente lo* Jesuitas del rico tesoro que tenian, y que manejaban sin temor de ser perturbados, pues la grande distancia que los separaba de un poder que les causase reculos, los ponia á cubierto, para que ellos hubieran aumentado su población, tu ejército, su extensión, su industria; y si la política únicamente hubiera guiado á los Jesuítas, hoy conoceríamos esa otra nación en las Américas. Pero entonces los Jesuítas de aque- llos tiempos, no «parecerían tan grandes á nuestros ojos, como hoy los consideramos. Los Jesuítas son incuestionablemente buenos ciuda- danos, y si estuvieran en el día en las fronteras de la República Me- xicana, nuestro gobierno veria fórmame colonias muy respetables que serian un baluarte para la nación, y un obstáculo fiara que pudieran realizatse las incursiones de los bárbaros, y las grandes invasiones que nos prepararán nuestros implacables enemigos. . Los Jesuítas hacen mucho bien: lo prueba la historia de las mi- siones del Paraguay: no solo convierten á los gentiles á la religión cristiana, sino que sus trabajos hacen que se establezcan considerables poblaciones, y que estas no se formen de diversas razas, sino que con. servan las que existen, y las fomentan extraordinariamente: el gobier- no de México debía fijar naturalmente la atención en este elemento de vida para la República, la cual necesita, como hemos dicho úntes, la restauración de la moral pública y el establecimiento y protección de las misiones, porque de ese modo, la felicidad comenzará alguna vez 4 ser un objeto de positiva realización,y los mexicanos principiarían entonces 4 disfrutar de los bienes que son anexos á la independencia y á Ja libertad, que hasta hoy han sido dos entes verdaderamente ficticios. Un aumento de población de 60,000 habitantes civilizados, seria sin duda alguna, un bien inexplicable para México, y ese bien fácilmente puede adquirirse, si el gobierno dá un fuerte impulso á las misiones, porque estas todo lo traen; es decir, el bien espiritual y el bien tem- poral. Las tribus bárbaras que hoy asoian á nuestros Estadus de la Federación, pudieran reducirse con la cruz y el Evangelio, y esta grandiosa obra, comotida á los Jesuítas, tendría su mas cumplido efec- to, pues estos misioneros poseen todas las cualidades que se necesitan para comenzar y concluir una empresa que honraría al país cierta- mente: no olvidemos que los Jesuítas que quisieron establecerse en el Paraguay, lógraron su objeto, porque instruidos del modo con que los Incas gobernaban su imperio y hacían sus conquistas, los tomaron por modelo en la ejecución de esle gran proyecto, y forma un parale- lo ingenioso entre unos y otros. Pero los Jesuítas eran mas sabios que Jos Emperadores del Perú: tenian una persuasión mas poderosa* que estos pretendidos descendientes del sol; y para persuadir no esta, han apoyado) con ejércitos como ellos. Una política la mas liberal, la administración mas imparcial de justicia, un desinterés personal, costumbres correspondientes á la doctrina que predicaban, y una doc.— 29 — frina apropiada al sistema que se propi.ninn, eran los medios de que se valian; y una pacirnciu la mas admirable era la única fuerza que triunfaba en todas sus empresas. Nuestras lectores se habrán persuadido ya de que cometida á los Jesuítas la árdua empresa de reducir á los Indios que existen en núes- tra época y en nuestra República, resultaría un gran bien para la na- ción, porque los Jesuítas tienen don de gobierno, y saben perfecta- mente acomodarse á las circunstancias y al carácter de los goberna- dos: por ejemplo, caminando los Jesuítas por el sistema que adoptaron en el Paraguay, lograban reducir á sociedad á los Indios, y gustando e^tos las ventajas de la sociedad escuchaban con fruto la palabra del Evangelio. Estos Doctrineros seguían desde aquellos tiempos esto principio sólido, que debieran imitar los misioneros del día. Enseñar á los salvages á ser hombres primero, enseñarles á ser religiosos des- pués, y concluir exhortándoles á que de su propia voluntad se some- tan á la soberanía de aquel piis. Con que incuestionablemente loa Jesuítas son políticos profundos, y saben obrar do manera, que su ciencia se convierta en beneficio de toda una sociedad. Pues bien: los Jesuítas debían estar continuamente robusteciendo la República, con frecuentes adquisiciones de habitantes, porque solo los Jesuítas tienen todo el tacto necesario para lograr que se dé cima á esa etti. presa. Y es preciso confesarlo: solamente los Jesuítas están instrui- dos en estas materias; debia, por tanto, el gobierno remover todo< los obstáculos que se presentan hasta hoy, para facilitar en la República el restablecimiento de la Compañía de Jesús, usando al efecto el Pre- sidente de la República, por medio de su ministerio respectivo, de la facultad que le concede la primera fracción dc¡l articulo 52 de la Constitución Federal. Según ese artículo; "Se tendrán como inicia- „tivaa de ley 6 de decreto: 1. ° Las proposiciones que el Presidente ,,de los Estados-Unidos mexicanos tuviere por convenientes ni bien ,;de la sociedad, y como tales las recomendare precisamente á la Cá- ,,rnara de Diputados." Y cometemos esa iniciativa al gobierno, por- que es sabido que este se halla bien instruido en las necesidades del país, en su opinión, en su voluntad; de manera, que el gobierno con- vencido délos grandes bienes que producen los Jesuítas en todo el mundo, y en nuestras Américas, y del que producirán á México espe. cialmente, bien pudiera promover ese beneficio en favor'de los mexi- canos. * Creemos que no será difícil ver restablecida en México la sagra- da Compañía de Jesús, porque cualquiera político previsor y sensato, conocerá las grandes ventajas que produciría. Cuando necesitamos pobhcion, industria, ciencias, artes, y cuando estamos suspirando in- cesantemente por todos los goces que conocemos, pero que no alcan- zamos, es necesario que los Jesuítas tomen parte en semejante em- presa. El gobierno, decimos, pudiera allanar el restablecimiento en cuestión, y proteger las misiones por medio de esos Doctrineros, que— 29 — despreciando los peligros que trae consigo el acceso á los bárbaros, consiguieran, con la paciencia y perseverancia, reducirlos á sociedad, civilizarlos, y hacerlos mexicanos. Y el gobierno, al obrar asi, haría dos grandes bienes á ln República: 1.°, libertar á los Estados que sufren sus incursiones de las penalidades que son consiguientes, relé» var al Erario de los enormes gastos que está precisado á hacer, para sostener á las tropas que les hacen la guerra y reprimen las incursio- nes; y 2. ° , aumentar la población y hacer mas poderosa á la Repú- blica, y mas respetable en el concepto de las demás naciones, princi- palmente en el de los Estados-Unidos de Norte América. Las mi- siones son provechosas, porque los Jesuítas han sabido trabajar en be- neficio de la Iglesia y del Estado, y hoy sabrían hacerlo en favor del gobierno mexicano, porque formarían poblaciones, repetimos, y seria mas dilicil el.acceso de nuestros enemigos. Los Jesuítas del día en nuestro pais serian lo que deben ser en política, pues "la política de „Ios Jesuítas de estos tiempos, si es que tienen alguna, dice el Reve- rendo Guillermo Percival Ward (1), es la de los gobiernos, bajo los ,,cuales se ha servido Dios ponerlos en los países donde residen. De ,(Consiguiente, son Republicanos en los Estados-Unidos de América, ,,en donde están muy apreciados; y leales subditos en la Gran Breta- ,,ña, en donde ellos respetan á la ley, y la ley los respeta á ellos. En. „ltalia habrían sido también subditos leales, bajo el nuevo órden da „cosas, como lo fueron bajo el antiguo. Después de aquel hermoso y „feliz dia ei> que fué otorgada la carta de sus libertades á este pais, ,,/quiénes fueron los primeros entre el clero Napolitano, para procla- „mar al pueblo sus nuevos derechos y deberes? Esos mismos Jesuí- tas calumniados. En sus Iglesias se predicó el primer sermón cons. „titucional de NápoUs; y con frecuencia he oido yo al virtuoso Padre „Capellone las mas bellas alusiones á la nueva situación del país, así „como las exhortaciones mas eficaces al pueblo, para que se mostra- re digno de sus nuevos y grandes privilegios." La experiencia ate>tigua que los Jesuítas son muy buenos ciuda- danos, y la historia nos ofrece mil pruebas de esta verdad; de suerte es que sí estos Religiosos se restablecieran en México, y se les enco- mendasen las misiones, indudablemente iniciarían á los bárbaros en las dulzuras de la vida social, y los someterían con la cruz y el Evan- gelio al poder de nuestro gobierno. Entónces los Jesuítas, reforzan- do diariamente sus colonias, propagarían en ellas las ciencias y las artes, siendo digno de notarse en ese caso, que quizá los confines de la República estarían mas civilizados que muchos de los Estados de la Federación, de mas nombradla. Esos bárbaros, que en el trans- curso de poco tiempo serian ciudadanos virtuosos y civilizados, cui- darían los primeros de sostener sus territorios y su nacionalidad; y el (1) Véase l.i cai ta rpic dirigió al Señor Joan LacaiU, en el de 1848, sobre la expulsión de fos Jesuítas de Ñapóles. mes de Marzo— 30 — gobierno habría por este medio provisto á la defensa de la República, protegiendo unas colonias que eran entónces dignan del pais á quien pertenecían. Muy fácilmente puedu llegarse al engrandecimiento del pais. Y lo diremos aun otra vez: es fácil lograr bu prosperidad, siem- pre que se aprovechen todos los medios notoriamente favorables para cumplir el intento, y entre esos medios, ¡ngenuamenté lo confesamos, los Jesuítas ocupan un lugar muy importante. |ia nación jamás sal- drá d». en abyección, sino en tanto que sea civilizada, así como mn- gun hombre es apreciado, careciendo de instrucción, de urbanidad. Una nación es despreciable, cuando no tiene una educación pública, una verdadera sana ilustración; aunque nos ruboricemos al decirlo, no dejarémos de confesar francamente, que la República en el día está sumamente1 «trazada en ciencias y artes, de manera que todos los vi. túpenos que sobre esta materia decimos de los españoles, es puntual- mente aplicable A los mexicanos. México independiente boy, no di- fiere absolutamente de la México, que era colonia de España; y á pesar de que estamos convencidos do cMa verdad, no hemos nuerido todavía ocuparnos seriamente de reparar ese mal, no obstante que te- nemos multitud da leyes que tratan de la educación pública. Él res- fablecimicnto de la Compañía de Jesús, vendría indudablemente á re— itie'diar el mal; porque los Kehgiosos de quienes hablamos, dedicados íí la educación déla niñez y de la juventud por mi mismo instituto, pueden gozar de una independencia provechosa para formar semejan- te educación, que encargada á las autoridades exclusivamente como prepía de sus obligaciones, no pueden atenderla con el esmero y efi. caria qne se necesitan, listamos convencidos de que si los Jesuítas fie encargaran de la educación de la niñez y de la juventud, bajo la inmediata vigilancia de las autoridades, el grado de ilustración en quo se hallaría el pais dentro de pocos años, seria admirable. Las autoridades ciertamente no pueden cuidar empeñosamente de la educación pública, porque sus atenciones no les permiten vigi- lar sobre esta importantísima materia; no obstante que hay muchas y muy buenas leyes, quo arreglan un ramo de suyo tan importante, y de que h'iy un furor en México por ilustrqrso, aun desde que la nación comenzaba á gozar de su independencia. "Por lo general, dice D. „Lorenzo de Zavala (1), se advierte algnn progreso en los adelantos „de la civilización, de lo que es un indicio seguro el número de perió-' „dicos que salían á luz después de cinco años do independencia, que „abraza el periodo de. que hablo en este tomo (es el primero)." 8i consultamos el patriotismo de las autoridades, notaremos que está bien declarado en favor de la educación, porque ¡-aben que es quizá el princípál elemento de vida para la República; pero aun no se ha tra- zado un btten plan de estudios, observando el cual, se recogieran los frutos que deseamos. Es necesario, pues, que los grandes proyectos s*uM )b tam l-i ta .1 !:..->".l nr.rit ioiW? li¡ üishib -,np Slípp rt •.-.•W (I) (1) Ensayo histórico de las Revoluciones de México, Cip. 21 tom. 1.»— ai — ■que hny sobro la educación, se abandonen, digámoslo así, en manos de corporaciones particulares, vigiladas continuamente por las auto- ridades ó por sus agente?; pero es también indispensable, que esas autoridades en la órbita de sus atribuciones, se hallen algo desemba- razadas para cuidar con escrupulosidad- du los objetos a que se desti- nan, pues la multitud de quehaceres que las abruma, las nulifica en su totalidad. Pura probar pimíamente esta verdad, no necesitamos mas que echar una ojeada muy rápida sobre lus facultades y obligaciones de las «utoridades, y veremos desde luego que es imposible que éstas desempeñen sus funciones, si no es multiplicando sus agentes en una proporción, que puede aparecer extraordinaria, y. que necesariamente exigen grandes gastos, gruesas cantidades de dinero para pagarles sus sueldo», que ascienden á sumas tan enormes, que causan un ver. dadero escándalo, y un positivo conflicto. Sin embargo, convenimos en que los agentes del poder, de las autoridades, son hasta cierto pun- tn necesarios, y el público no veria con desagrado, que se gastase el dinero en cubrir los t-ueldos da aquellos, si estos agentes supieran dea. empeñar sus funciones con provecho de la comunidad. Pero ya quo eotivenimos en la necesidad de que haya agentes de las autoridades, es preciso convenir igualmente < n que esos agentes deben obrar con diligencia, y simplificar la marcha del gobieri.o. En Rema, v. g. el Pan» forma su gobierno con el Consistorio y las Congregaciones (1); y (1) Vcascelcap. 1.° de la obra titulada: La Revolución de liorna — Historia del Poder temporal de Pió IX, desde su elevador! al trono hasta lu fttga de lio- rna, v convocación do la asamblea nacional en oO de Diciembre de 1818, escrita forrl Kxmo. ». Omdede Kabraipicr, I). José Muiiuz Maldonado, ffiiicn cIícr.- "Para apreciarlas grandes reformas introducidas por su sucesor [esto es, del $V. Gregorio XVlj, necesitamos nosotros reliar una ligcrisima ojeada sobre el «isterDa prjlitico y administrativo de los Kslados pontificios, y sobre la constitu- ción del gobierno eclesiástico que regia estos Estados, que muchos, lian creído «pie era un gobierno' absoluto del soberana Pontífice, pero que nosotros tenemos t»as bien por un gobierno oligárquico. "I I soberano Pontífice no gobernaba solo; los graves negocios de la cris- tiandad y del Estado se trataban en consistorio. Asi se llaman las reuniones de los cardenales; reuniones que le dividen en congregaciones. Para los nego- cios ordinarios de la Iglesia, el Papa no consulta mus que las congregaciones. La primera de estas congregaciones es el Santo O/icio; tenia por presiden- te al Papa mismo. í I Santo Oficio examinaba y {negaba todo lo relativo á la f\é, lo que portehHcc al dominio religioso F.| número de los cardenales llama- do» á las reuniones del Santo (!|¡rio, variaba según la iinpoi lam ia de las delibe- raciones. Muelios perlados y sabios teólogos de las diversas órdenes religiosas, .visti.m í esta» i-eonirnc-: ron el tílnlo de consultores •Taila rongvrgurion tiene sus consultores, prelados r> religioso!), un prefec- to cardenal» y un secretaria prelado; I os ennsnltoirs no tienen »oto delibera-' tivorWtto'CónSríMívp,cotilo lo denota sli propio nombie, preparan lo que debe decidirse en los jnieios, pero no jur.gMi. . . . • "Srgnn sus reglamentos, la congregación del Santo Oficio debe reunirse' fres rrres por semana: rl limes en el palacio del Santo Olirio, en la habitación del padre comisario general, j la minimi de este dia no se compone mas que Helos consultores: el miércoles en el comento de dominicos de la Minerva; y el juctos en el palacio del Papa.— 32 — de ese modo se dá á los negocios un impulso y una actividad tale», que pasma, al mismo tiempo que los subditos están satisfechos de so gobierno, á quien aman, porque les proporciona notorias ventajas y utilidades por el pronto despacho de sus asuntos, pues que la activi- dad es la >ida de los actos humanos, y la que entre otros elementos, mantiene y hace orecer la prosperidad de las naciones, al mismo tiem- po que recibe incremento el comercio y la sociedad en general, por- que U actividad, repetimos, hace que las resoluciones, las empresas, los proyectos se cumplan oportunamente, y de consiguiente, el mal se ■ .? nub ohnn'ji. jiilü ;i ¿ i i'i¡ ¡r. ^•niuisiii'i mifrftsMtiii "Kl Sanio Oficio tenia su prisión; y todo lo que pasa rn este tribunal per- manece en el mas profundo secreto. "La Congregación de los obispos y de los regulares, decide las diversas cuestiones de interés iiMlcri.il que pertenecen á los obispos y á las órdenes reli- giosas: las ventas, las adquisiciones, los contratos; juzga .también las causas cri- minales, y en otro tiempo extendía su jurisdicción sobre todos los obispos del catolicismo. "La Congregación llamada del Concilio, está encargada de la interpreta- ción délas disposiciones del concilio de Trento, en el que fe arre? lo última- mente toda la disciplina eclesiástica; concilio que cumen/.ado cu 1515, se pro- longo basta viendo en el espacio de 18 años ocupar el trono pontifical, á Paulo III, Julio III, Mím elo II, Paulo IV, y l'io IV. En esta congregación se trata todo lo relativo á los principios establecidos por aquella grande y última asamblea del cristianismo, y se trata también de todos los graves detalles de la administración religiosa. "l'na congregación compuesta de doce prelados, se llama el Concilieto, pequeño concibo, y está unida al concilio. "La Congregación de los Sanio» Hitos, está encargada de arreglar todo lo que pertenece al culto, á las ceremonias y á la beatificación y canonización de los dantos. "La Congregación de las indulgencias y reliquias, presenta al Pápalas peticiones de indiligencias, y decide sobre la identidad de los cuerpos que se encuentran de tiempo en tiempo en las catacumbas. ;,y Congregación del Indice (índex), tenia la misión de decidir sobre la ortodoxia ríe las obras impresas. Su secratario era siempre un fraile dominico, y sus doce consultores eran elegidos entre los religiosos o pifiarlos mas instrui- dos. El tribunal del Indice no motivaba nunca públicamente sus censuras, em- pero el cardenal prefecto daba algunas implicaciones ú los autores que se mani- festaban dtciles y propen.-os á la corrección. "La Congregación di; I'ropugunda Lude. El Colegio de este nombre, castísimo establecimiento fundado en Roma, es el centro de donde parten las misiones que lian de propagar el cristianismo por los diversos paises tic) mundo. "Las congregaciones instituidas para el ceremonial de la corte del Papa, para la corrección de los libros de las iglesias orientales, para la disciplina re- gular, para el examen de los candidatos al episcopado, inmunidad eclesiástica, re.¡deuda de los chispos, visita apostólica, tac. &c, no se reúnen sino cuando tienen negocios particulares de que ocuparse. "Cada congregación tiene sus sesiones en una sala del palacio del Papa. "Así, pues, el Papa forma su gobierno con el Consistorio jf las congrega- ciones. . „El Consistorio lo componen exclusivamente los cardenales, cuyo número en Jos primeros tiempos de la Iglesia fué indeterminado; pero que Sixto V. fijó 9. Tit. VI del decreto rlc 1b' de Agosto de 1813, que dice: ' formar ,,anualmente una memoria que comprenda el estado de la instrucción pública: ,,cl que advierta que tenga en el resto del mundo civilizado, según las relacio- „ncs que baya conservado, con explicación ríe cuales sean estas: los adelantos ,,que se puedan aprovechar, medios de verificarlo, y un juicio critico sobro las .,obras que sirvan para Ja enseñanza, y sobre las que puedan adoptarse. Eita ,,memoria se dirigirá ¿3 gobierno." Sin alterar absolutamente las leyes que existen hoy vigentes acerca ríe la educación, sino en la parte rpie lian aparecido impracticables. Ta junta directiva general de, estudios, pudiera aprovechar los trabajos y celo de los Jesuítas para nombrarlos sus agentes, y lograr dar un impulso a la edúeacíon, haciendo miembros de esa junta á algiuios Jcsuitas. Fl génio emprendedor de estos Ileligiosos es á propósito para las expediciones cicntiíicas de que habla la décima quinta de las atribuciones del articulo áque nos referimos, y de ese modo la república seria examinada, se gastarían los capitales destinados a esos viages con economía, y con la seguridad de que so invertirían en su* objetos: tendríamos entonces noticias muy interesantes: sa- bríamos apreciar las riquezas de nuestro suelo, y los mexicanos seriamos felices, porque la paz, la instrucción, las riquezas y los verdaderos goces de la vida so- cial, rpie tendríamos garantidos t> ríos, vendrían á suceder las continuas guer- ras que nos han destrozado cruelmente, á la ignorancia en que generalmente estamos sumergidos, á la miseria espantosa j qi)e estamos condenados, casi sin esperanz i de mejorar de condición. Va es tiempo de que. variemos el camino que hemos recorrido constantemente hasta aquí: ya es tiempo de que entremos en l is verdaderas y útiles reformas, que corrigen los vicios de nuestros estable-? cimientos y conservan sin embargo, lo bueno que tenemos. Kn una palabra, es menester despreciar esas continuas alteraciones rpie bajo el titulo pomposo de reformas, lodo lo han destruido, ya sea bueno, ya sea malo, convencién- donos la experiencia solamente de que en veintiocho años de independencia, nos hemos ocupado con asiduidad de perder un tiempo preciosísimo.—85 ,,Uiin6 4 algunos de los niños tanto en griego como en latin, especial- .,mente en e! primer idioma, y después me dijo que aquellos niños „erári capaces de dar lionra á cualquiera nula pública do Inglaterra. «Preguntaré ¿cual era la disciplina de aquellas escuelas? Castigo cor. „poral nunca. Sin embarco, yo me he hallado presente cuando estas „solas palabras: "Puro hijo mío," dichas en tono de cortéz recon. ,,vención, han sido suficientes para cubrir de dolor y confusión á un ,,niño, por alguna falta que habia cometido." Siguiendo la fuerza de nuestro pensamiento, nos vemos precisados á deeir, que el sistema, el método ó el órden que se imprima á la educación, dará excele'ntes frutos en favor de su duración, porque todas las cosas de este mundo, reconocidas como buenas, deben ser estables para el común beneficio, y para la prosperidal de un pais. Los Jesuítas tienen todas las do- tes necesarias para conseguir el objeto, supuesto que imitan perfecta- mente el carácter de la Iglesia, que es el de la perseverancia en to- dos e-us actos y en todos sus monumentos, y es claro que, conservan- do siempre intactas las bases que sostienen un edificio, este se man- tendrá siempre firme, aun cuando el gusto de la época ó la fuerza de los adelantamientos de la civilización, introduzcan en él ciertas mo- dificaciones que son necesarias, que lo embellecen mas y mas, y que son una prueba irrefragable de la perfección de las artes. Las continuas y extemporáneas variaciones que sufren los esta- blecimientos en cualquiera parte d<ú mundo, los hacen instables y pe- recederos, y si bien es cierto que no debe desearse que fio, conserven en una absoluta, inalterable inmutabilidad, también lo es que toda mu- tación es opuesta al espíritu de progreso, porque un gobierno, por ejemplo, que es versátil, y que no respeta aquellos establecimientos, cuya conservación lo honra, todo lo envuelve en el caos y en la con- fusión, y el pais que dirige, no es mas que el juguete de las mas ver- gonzosas pasiones, el objeto de la crítica y del menosprecio dé nacio- nales y extrangeres. El asunto concerniente á la educación, ha su- frido en México las frecuentes variaciones, que han experimentado todos nuestros establecimientos, de lo que necesariamente se origina que la ilustración del pais se haya resentido por un efecto de la natu- raleza misma de las cosas; de suerte es, que esa causa ha estado en contraste abierto con el ansia que generalmente se ha manifestado en favor de la civilización. Un rasgo, mejor dicho, una singularidad que advierten lodos por muy poco avisados que i-ean, ha marcado el carácter nacional; y esa singularidad está explicada con la tendencia que se descubre por todas partes, y en virtud de la cual, somos natu- ralmente inclinados á variar todo lo que se nos presenta á nuestra vista, con la mayor frecuencia, resultando de aquí, por una conse- cuencia legítima y forzosa, que tenemos propensión á desbaratar con la siniestra, lo que hemos edificado con la diestra; así es. que" nota- mos que en la República carecemos de una buena legislación que fije los procedimienlos de los jueces en materia civil v criminal, de ha- • 3— 36 — ciencia, de educación, de comercio, y en una palabra, de todo,aquello que la haría respetable entre todas las demás naciones; de manera, qué en el largo tiempo que llevamos ya de ser independientes, hemos ol- vidado aun los rastros de lo bueno que nos dejó el gobierno español, y que hemos relegado á un profundo desprecio, porque per significar el aborrecimiento que profesamos á las personas de nuestros antiguos dominadores, hemos querido también desechar como perniciosas en nuestro concepto, muchas de sus instituciones, cuya bondad debíamos apreciar y observar religiosamente en nuestro sistema democrático, aun cuando hubiesen tenido su origen de un gobierno monárquico, pues creemos que hay ciertos establecimientos en política, que con- viene adoptar y conservar siempre con el mayor cuidado, á pesar de que hayan sido obra de un sistema que se seguía en el tiempo de su creación, y que esté en pugna con el que se guarda en la época de su adopción. Ese es sin embargo, el carácter del pai»; carácter mons- truoso, y que se hermana perfectamente con otro vicio que lo distin- gue marcadamente, y es la manía que se advierte de no respetar las leyes, de infringirlas, ó de disimular su cumplimiento. En México, pues, se ha olvidado esta máxima de eterna verdad: Magis expedit Reipublicae firmas el permanentes habere leges, quám pretexta meliorum saepé matare. Fácilmente comprenderán nuestros lectores, que bien pudiéramos hacer una larga disertación sobre este punto, y que no faltaría abun- dante material para dar cima á nuestra empresa de un modo glorioso; sin embargo, prescindiremos ahora de ese negocio, y contrayéndonos á la educación, será conveniente insistir en que las variaciones que ha sufrido el importante ramo que nos ocupa, ha sido causa, á nues- tro modo de ver, de) escandaloso atrazo en que se encuentra, y por lo mismo, comparando este atrazo tan deplorable, con el empeño que en todos tiempos se ha notado en la República en favor de la civilización, 'observamos que el Presbítero D. Francisco Mendizabnl hablaba así al Congreso en el año de 1841(1): "Señor, dice, hace ya veinte años „que se está buscando con afán un sistema arreglado de educación, „con que se ifüstro debidamente la juventud mexicana; pero aquel sis- „tema n > ha podido aún establecerse con toda la generalidad que han ..querido los que se han hallado en diversos tiempos al frente de los ^negocios públicos. Permítaseme decir, aunque suene á presunción, „que yo soy quien ha encontrado esa piedra filosofal. Restablezca „el Soberano Congreso la Compañía de Jesús, protéjala con sus le- „yts, ampárela con su poder, y se debe asegurar: que después de for- „marse ella misma, formará con igual emptño nuestra recomendable „y preciosa juventud: le quitará de las manos los libros'abominables „de la incredulidad, y esos otros aun mas hediondos de una nefanda (1) Véase la elocuente exposición que dirigió al Soberano Congreso tn el año de 1841, pidiendo el restablecimiento de ios Jesuítas.— 37 — ..lascivia: la cimentará por delante en el santo temor de Dios, que e« „el verdadero principio de toda sabiduría, pero en seguida le comuni- ,,cará aquellas nociones útiles que sin oponerse á la Religión ni á la „buena moralidad, hacen las delicias del siglo, y el gusto mas placen- tero de la presente generación. Explicará á sus discípulos el siste- „ma republicano de que tiene buenos escritos, les enseñará la Consti- tución y Jurisprudencia del pais; porque nada de esto se opone á la „ley del Crucificado: los dejará bien instruidos en la gran ciencia del „cálcu!o, en los mas ocultos secretos de la naturaleza, y en los des- cubrimientos mas clásicos de la Astronomía moderna: los hará pasear „sin fatiga todos los mares y regiones del universo, les abrirá el gran „libro de los tiempos y de los sucesos del mundo, para que vean allí, „sin quedarle» duda, que nacen con la sencillez, crecen con la virtud, ,.y se destruyen con el vicio, los mas famosos imperios y república» „de la tierra, y dándoles conocimientos deleitables ni mismo tiempo «que sólido»; formando con toda macicez, pero con igual finura, sus «entendimientos, no se olvidará ni un instante de labrar sus corazo- „nes, criándolo» en buenas costumbres y en las prácticas de la pie- «dad, De esta manera saldrá cada uno de sus discípulos á servir el „destino, ó á ocuparse en el ejercicio que la suerte le señale. Irán „á los ministerios, á los Congresos, á los tribunales, á los ejércitos, 6 „nada mas que al seno du sus familias; pero á todas partes llevarán „aquel fondo de ciencia y de probidad en que se hallan tan bien nu- „truidos. Hijos de Dios y de la pátria, excelentes mexicanos, á la ,,par que buenos católicos, respetarán la ley humana juntamente con „la divina; y sirviendo á la Religión, se empeñarán en hacer la feli- «cidnd de su pais; no ya por temor ú otro respeto servil, sino por loí ,,nobles impulsos de su bien formada conciencia.—Por lo expuesto, «continúa, no quieio decir que hoy, en los colegios de la República, «esté abandonada la enseñanza: es notorio el celo de los Prelados «diocesanos y Rectores de los colegios por la instrucción pública; pe- »ro como por las difíciles circunstancias de los tiempos, no puede ha- ,,ber sino en las grandes ciudades casas de educaeion, ésta no es tan «general como seria de desear. La Compañía de Jesús llenaría los «huecos que deje la falta de colegios." Así se explicaba el Padre Mendizabal, de manera que nuestras ideas han convenido perfectamente con las de un hombre tan célebre como este; y aunque era Jesuíta, y consiguientemente aparezca par- cial su testimonio, la historia, que es un juez severo de las accionas de los hombres, ha dado un lugar muy distinguido á los Jesuítas; de manera que no habló el Padre Mendizabal, como hijo de la Compañía de Jesús, sino como; un historiador. Hemos dicho ya que hay un anhelo muy declarado en la República por la educación; hemos pro- ducido ejemplos de esta verdad, acogiéndonos al patrocinio de autori- dades intachables; pero también hemos probado que no existe esa educación en el pais, no obstante las buenas y sábias leyes que teñe-rnos. En suma, para evitar duelas y declarar nuestro pensamionto, tal cual es. debemos decir, que loa Jesuítas tienen todo el tacto que es menester, para sistemar la educación, y hacerla fructificar cuanto es necesario, y que de este tacto incuestionabbmente carecen los en- cargados de la educación pública Cn general. La experiencia contra ja cual no hay argumentos, nos lo acredita, "porque én la época lar- guísima que Nevamos de independencia, no hemos notado adelanta- mientos en los colegios, que hoyan llenado los deseos del público: ha habido, es verdad, sobresalientes Funciones literarias; notorios progre- sos en ta juventud, y el celo de los Rectores, de los catedráticos, y du toda clase de profesores, ha sido laudable; pero seguramente los alum- nos no han dado é1 fruto quo esperábamos, ó ya porque los maestros ho cuentan con los elementos necesarios, 6 ya porque*el sistema de educación quo tenemos, no encierra en sú seno el gérmen de los ade- lantamientos; por tales motivos, decimos, que solo los Jesuitas tienen el tacto necesario y no otros, para realizar ventajosamente la empresa, porque dedicados exclusivamente á la enseñanza dé la juventud, pue- den sistemarla ellos solos, porque deben sus observaciones á una prác- tica constante, y 4 la experiencia que siempre consultan, y nunca les miento, y de esta manera alcanzan un buen éxito que no todos legran. Es preciso desengañarse: la clase de educación quo se escoge, es la que indudablemente decido de los progresos nacionales, corno &e de- duce, en nuestro concento, de lo quo sobre esto dice D. José Maria Heredía. hablando del sistema de educación romana: "En tiempo de ,,la monarquía, asienta (1), y en los principios do la República, ca- racterizaba i. los romanos la severidad de sus costumbres virtuosas, „pero 'rígidas. La vida privada de los ciudadanos, que era fugal, „templada y laboriosa, Ínflala en su carácter público. La pátria po- testad daba á los padres de familia una autoridad soberana sobre to- „dos los miembros quo la componían, y esta potestad, tenida como de- „recho natural, jamás produjo abusas. Plutarco ha observado como „un defecto do las leyes romanas que no prescribían como las dé La- „cedeir>onia un ststéráa de'educación, Pero lo cierto es, que las cos- tumbres del pueblo sup'ian esta falta', y qué so poniá el mayor cui- ,;dado en f>rmar desde muy temprano la índole y el carácter de la ,,juventud. El excelente autor del diálogo De oratoribus, presenta una ,,pintura bellísima de la educación romana en los primeros tiempos de „la República, contrastada con la práctica rbéfhós virtuosa de los tiem- „pos más refinados. Las matronas romanas no abandonaban á sus ,(hijos á nodrizas mercenarias, y miraban como el mayor mérito do .$n.a muge'rel criarlos cuidadosamente, darles los primeros rtidt'men. „tos de educación, y consagrarse á las ocupaciones domésticas. Ade. (1) Vcasc su obra titulada: Lecciones de historia universal, I.ec. XXXV que contiene las consideraciones sobre las particulaiidades que señaiau el genio y carácter de las romanos« — 30 — >,má« del cuidado que se tenia de inspirar á los niños una moral vir- tuoso, parece que se atendía mucho á formar su lenguage, enseñán- doles á explicarse con corrección y pureza. Cicerón nos informa ,,de que los Gracos, hijos de Cornelia, se educaron non tam ingraemio, , quum in sermone malris: mas en las palabras que en él seno de su ma- ,dre. La urbanidad que caracterizaba á los ciudadanos romanos, se ..mostraba particularmente en sus palabra» y gesticulación.—Esto ,.cuidado con el lenguage de los niños, tenia otro origen. El ..talento de la elocuencia podía mas que ningún otro alzar al jóven ,.romano á los primeros puestos y dignidades. Por eso los esludios fo- .,.renses eran un ramo principal de la educación romana. Plutarco „nos dice que una de las diversiones de los niños en Roma, era de- „fender pleitos ante un tribunal que formaban, y acusar y defender ,4 ,,un reo con todas las fórmulas acostumbradas en un procedimiento ,judicial.—También se atendia á los ejercicios corporales, en cuanto .,podían producir agilidad y fuerza. Los jóvenes tenian diariamente ,,estos ejercicios en el campo de Marte, en presencia de sus mayo- res.—A los diez y siete años tomaban los jóvenes la toga viril, y „quedaban al cuidado del maestro de retórica, con quien asistían cons. „tantemente al foro ó á los tribunales; pues que un romano, para ser „un caballero cumplido, necesitaba ser buen orador. En los escritos _.,de Cicerón, Quiníilíano y Plinio el menor, vemos los esfuerzos qua ,,hacían para conseguir esta cualidad, y los mejores medios para ob. ,.tenerla." La clase de educación que se escoja, decide sin disputa de los adelantamientos nacionales, ó de sus atrazos: así lo hemos expuesto en el §. anterior, probando nuestro aserto con el ejemplo que hemos producido, pues según él, notamos que en Roma, cl padre y la madre, preparaban la educación de sus hijo3, por medios muy sábios y ade- cuados al intento, porque es preciso sentar por base, que los gefes de ¡as familias, deben desempeñar ecta obligación, para que sus hijos puedan formarle con la educación mas perfeccionada que reciban en los colegios públicos. En Roma, eran preparados de antemano todos los elementos mas indispensables para la formación y enseñanza de la niñez y de la juventud, como son: |a severidad de las costumbres, la vida privada de los ciudadanos, que ej-a frugal, templada y laboriosa, la patria potestad, las costumbres del pueblo que suplían la falta de un sistema de educación, el cuidado que se ponía en formar desdo muy temprano la índole y el carácter de la juventud, la diligencia con que procedían las matronas romanas para rriar á sus hijos por sí mismas, el mérito que las daban, siempre que criaban á nquellos cuidadora- mente, dándoles los primeros rudimentos de educación, y consagran. mos, llegarían á perfeccionarse en su carrera, y á su vez serian pro- fesores muy recomendables por su instrucción, pudiendo así enseñar con maestría á sus discípulo», y mantener á México en un alto y constante grado de culturn. Por último, suponemos, que los cien alum- nos que nos quedan del número que hemos fijado mas arriba, se dedi- can á las artes; pues también éstos serian magníficos artesanos, por- que los Jesuítas no Ies escaseaban cosa alguna que hubiesen menes- ter para perfeccionarse, y entónces es claro que nuestro pais no seria inferior en civilización á la culta Europa. Los Jesuítas son sin disputa los que solamente con sistema arre- glan la educación, y seriiin también los únicos que pudieran encar- garse de ella con positiva ventaja en nuestro pais, descargando de ese enorme peso á las autoridades, quienes se ven abrumadas con él, sin poder desempeñar las obligaciones que tienen impuestas con tal motivo. Entregadas á la dirección de los Jesuítas la niñéz y la ju- ventud, serian perfectamente educadas. Estos discípulos á su tiem- po irian, como dice el Padre Mendizabal, á los ministerio-, á los con- gresos, a los tribunales, á los ejércitos, 6 nada mas á sus casas; pero a todas partes llevarían aquel fondo, de ciencia y de probidad en que se hallarían tan bien nutridos. Nosotros hemos dicho casi al principio de este discurso, que real y efectivamente estamos interesados «n las mejoras materiales y morales de la República Mexicana, porque somos sus hijos, porque la amamos como una madre, y desearnos su bienestar. Bien consideramos que es muy débil nuestra voz, y que carecemos de misión ó de autoridad, para insinuar los proyectos que en nuestro concepto son adecuados para que nuestro pais progresara sólidamente; pero usamos en esto del derecho que como á mexicanos, nos concedo el artículo 31 de la acta constitutiva de la federación, para escribir, imprimir y publicar nuestras ideas políticas, sin necesi- dad de licencia, revisión ó aprobación anterior; derecho que está bien asegurado con la declaración que hace la tercera de las facultades exclusivas del Congreso general, consignada en él artículo 50 de la Constitución, que dice; "Proteger y arreglar la libertad política de ,*,imprenta, de modo que jamás se pueda suspender su ejercicio, y mu. „cho ménos abolirse en ninguno de los estados ni territorios de la fe- „deracion;" y en fin, que está ratificado en el artículo 27 de la acta de reformas; y usamos de esta libertad, porque como dice sábiamente Filangieri (1): «hay un derecho común á todo individuo de toda so- „ciedad; hay un derecho que no se puede ni perder ni renunciar, ni ..trasladar, porque depende de un deber que obliga á cada uno en cual. „quier sociedad; que existe mientras ésta exista, y del quo nadie pue. „de estar esento, sin estar excluido de la sociedad, 6 sin que ésta v«n. (1) Ciencia de la Legislación, P. 3.* del Lib. 4 o Cap. Lili.— 42 — „ga á destruirse. Este deber es el de contribuir, en ¡a purle que m-, ,,da uno pueda, al bien de la suciedad a que pertenece; y el derecho „que de esta obligación procede, es el do manifestar a la misma so- ,,ciedad las propias ideas que cree conducentes, 6 a disminuir los n»«. „les de isla, 6 á multiplicar sus bienes. La libertad de la imprenta ..está, pues, fundada por su naturaleza, sobre un derecho que no se ..puede ni peider ni enagenar, mientras que el hombre pertenece á una ..sociedad; que es superior y anterior á todas las leyes, porque depen- ,,de de aquella quo todas las abraza y las precede; que la violencia ,,destruye, pero que la razón y la justicia defienden, diciéndonoS do ,,acuerdo, que la legítima autondad de las leyes no puede tener mayor influencia sobre el ejercicio de este derecho, que la que tiene sobre „el ejercicio de todos los demás, y por consiguiente, que su sanción „no puede recaer sino sobre la persona de aquel que ha abusado dé ..ésto.» Si, pues, el derecho que consiste en la libertad de imprenta, no puede ni perderse, ni renunciarse, ni trasladarle en sentir de Filan, gicri, y si mientra» existimos en sociedad tenemos obligación de ma- nifestar i la misma srciedad las ideas quo creemos conducentes, ó á disminuir los males de ésla, ó á multiplicar sus bienes, nosotros enten- demos que con firmeza y franqueza debemos declarar, que en nuestro juicio, el restablecimiento de los Jesuítas en el pais es necesaria me- dida, aun cuando puramente se considere indispensable para la edu- cación pública, sin tener en cuenta los demás bienes que produciría, y se resuelva la cuestión en esto sentido. Lejos de que el restableci- miento de que hablamos sea anti-constitucional. defendemos tu cons. títucionalidad, porqués) aludimos puramente al Congreso de la Union, nos convencerémos de que los decretos que esta augusta asamblea acordase en favor de aquel, serian rigorosamente constitucionales, porque concretándonos únicamente á la educación, no podemos negar la primera de las declaraciones que contiene el artículo 50 de nuestro pacto fundamental, que dice, hablando de las facultades exclusivas del Congreso general; "Promover la ilustración, niegurando por tiempo ,,limitado derechos exclusivos á los autores, por sus respectivas obras; ..estableciendo colegios de marina, artillería 6 ingenieros; erigiendo „uno ó mas establecimientos en que se enseñeji las ciencias naturales, ,.y exactas, politicas y morales, nobles art-»s y lenguas, sin perjudicar „la libertad que tienen las legislatuias para el arreglo de la educación ..pública en bus respectivos estados." Tampoco seria» anti-consti- tucionales los decretos que diesen sobre eMe punto las legislaturas, porque según la anterior declaración, el Congreso general puede pro- mover la ilustración, sin perjudicar la libertad que tienen las legisla- turas para el arreglo de la'educación pública en sus respectivos estados. Ksto libertad inconcusamente dá un derecho muy amplio, para que las legislatura* de los estados obren sin restricción en e.-ta mate- ria, porque son éstos soberanos, en primer lugar, y en segundo, la-jmedidas que tomasen en este sentido, no serian opuestas á la consti- titucioiv porque una libertad bien entendida, no admite restricciones que la enerven, y la soberanía de lo? estados se menoscabaría, si no les fuera dado obrar con expedición en la órbita de las atribuciones que les competen, y quizá no marcharían casi nunca, si estuvieran amedrentados por la idea que les indicase procedían siempre anti- constitucionalmente. El Congreso no puede perjudicar la libertad que gozan las legislaturas para arreglar la educación pública en sus respectivos estados; pero si el Congreso de la Union pudiera alterar todas las leyes que acordaran las legislaturas, entonces violaría aun «1 principioVedcratívo, y mentiría la trigésima primera de las faculta, «les que determina en favor de aquel ese mis-mo aitículo 50 de la cons- titución, pues según él, el Congreso do la Union, tiene autoridad pu- ra "dictar todas las leyes y decretos que sean conducentes, para l|r>. ,,nar los objetos de que habla rl artículo 49, sm mezclarse en la adtni. „nistraci()ii interior de los estados. Y entre otras eo«as, dice es-e nr- ..tículo 49, contrayéndose al objeto de las leyes de que tratamos in- stes: 2.° Conservar la unión federal de los estados, y la paz y el ,,órden público en lo interior de la federación.—3.° Mantener la in- dependí-neja de los estados entre fí en lo res-pectivo a su g( bienio ,,interior, según la acta constitutiva y esta constitución." La educación es un asunto propio de la administración interior de los estados, y cualquiera que lo dude, sin disputa, es porque no sa. be cual es la estructura, digámoslo así, del sistema federal. Los es. tados pueden considerarse corno pequeñas naciones, que son miem- bros de un mismo cuerpo, y se rtunen entre sí er mo partes integran- tes que formnn un todo, y que de ese modo se hacen poderosos. "Pa. ,,ra unir las diversas ventajas que resultan del tamaño mayor ó menor „de las naciones, dice Tocqueville (1), se ha crendo el sistema fede- rativo." Así es, que debemos considerar en la federación, que cada uno de los estados reconoce para sí un poder absoluto é inmenso, que no desdice ni en un ápice del carácter de la soberanía. Consúlte- nlos únicamente nuestras leyes constitucionales, y ellas nos mostra- rán que la organización política de todo el territorio que llamamos República Mexicana, cuadra perfectamente con la idea rip soberanía. Con efecto, el articulo 20 de la acta constitutiva, y el 157 de la cons- titución federal, establecen, que el gobierno de cada estado se dividirá para su ejercicio en los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial; y nunca podrán reunirse dos ó mas de ellos en vna corporación ó perso. na, ni el legislativo depositarse, en un individuo. Compárense eslos i»r- tículo? que hemos referido, con los otros que hablan del poder supre- ma de la Union mexicana, y se palpará, que los artículos 0. ° de la acta constitutiva, y (i o ¿e |a constitución, contienen precisamente ——— (1) Véase s» obra titulada.- "De la Democracia en la America del Norte," Cap. 8. o tom. 1." P 307.— 44 — la misma división de poderes á que se contraen los textos que ántes hemos citado. Son, pues, independientes y soberanos los estados do la Union mexicana, para su administración interior, y la parte expo- sitiva de la acta de reformas solemnemente ha declarado, que el prin- cipio constitutivo de la unión federal, si ha podido ser contrariado por una fuerza superior, ni ha podido, ni puede ser alterado por una nueva constitución; y por tanto el Congreso general declaró y decretó en 18 de Mayo de 1847, entre ottas cosas: Que los estados que componen la unión mexicana, han recobrado la independencia y soberanía, que para su administración interior se reservaron en la constitución, seguramente porque los estados mexicanos, por un acto de su propia é individual so- beranía, y para consolidar su independencia, afamar su libertad, pro. vter á la defensa común, establecer la paz y procurar el bien, se confe- deraron en 1923, y constituyeron después en 1824 un sistema político de unión para su gobierno general, bajo la forma de República popular re- presentativa, y sobre la preexistente base de su natural y recíproca in- dependencia. El texto constitucional lo ha declarado así á la faz de todas las naciones; y por lo mismo, como consecuencia del principio de soberanía, los estados tienen diversas constituciones, distintas le. yes, diferentes costumbres, porque, es cierto lo que dijo el Congreso general constituyente, en el manifiesto que publicó el dia 4 de Octu- bre (le 1824, al dar la constitución federal á la República: "Solamen- te la tiranía calculada de los mandarines españoles, podía hacer go- bernar tan inmenso territorio por unas mismas leyes, á pesar de la «diferencia enorme de climas, de temperamentos y de su consiguiente ,,influencia. ¿Qué relaciones de conveniencia y uniformidad pueda „habcr entre el tostado suelo de Veracruz, y las heladas montañas del ,.Nuevo México? ¿Cómo pueden regir á los habitantes de la Califor- nia y la Sonora las mismas instituciones que á los de Yucatán y Ta- s.maulipas? La inocencia y candor de las poblaciones interiores; „¿qué necesidad tienen de tantas leyes criminales sobre delitos é in- trigas que no han conocido? Los tamaulipas y coahuileños reduci- rán sus códigos á cien artículos, mientras los mexicanos y jaliscien- ,,ses «e nivelarán á los pueblos grandes que se han avanzado en la car- „rera del órden social. He aquí las ventajas del sistema de federa- ,,cion. Darse cada pueblo á sí mismo leyes análogas á sus costum- bres, localidad y demás circunstancias: dedicarse sin trabas á la ..creación y mejoría de todos los ramos de prosperidad: dar á su in. „dustria todo el impulso de que sea susceptible, sin las dificultades .,que oponia el sistema colonial, ú otro cualquier gobierno, que hallán- dose á enormes distancias perdiera de vista los intereses de los go- bernados: proveer á sus necesidades en proporción á ius adelantos: „paner á la cabeza de su administración sugetos, que amantes del Mpais, tengan al mismo tiempo los conocimientos suficientes para des- empeñarla con acierto: crear los tribunales necesarios para el pronto ,castigo do los delincuentes, y la protección de la propiedad y s'egu-— 45-r „ridad de sus habitante*: terminar sus asuufo3 domésticos, sin salir de „lo« límites de su estado: en una palabra, entrar en el pleno goce de „loí derechos de hombres libres." Ya hemos explicado que los estados son independientes y sobo, ranos en la confederación mexicana, con arreglo á la constitución que la rige, y queda tan matemáticamente demostrada semejante verdad, que nadie la pondrá en duda. Y como según la doctrina que estable- ce M Domat (1), "entre los derechos del soberano, el primero es el „de la administración de la justicia, que debe ser el fundamento del „órden público, bien sea que él mismo la administre en las ocasiones „que se vea precisado á ésto, ó que haga la administren otros á quie- „nes encomiende este derecho; y esta administración comprende el „derecho de establecer las leyes y reglamentos necesarios para el bien „público, y de hacerlas observar y ejecutar, como también las otras le- „yes ya establecidas;" los estados, 6 sus legislaturas, que son su* re- presentantes legítimos, y que tienen obligación de conciencia, de ha- cerles todo el bien posible, pudieran acordar decretos sobre el resta- blecimiento de la Compañía de Jesús, sin temor de que se les objeta- se de inconstitucionilidad, siquiera para que estos Religiosos se en- cargasen de la educación de la niñez y de la juventud, supuesto que, como hemos probado, es un asunto propio de la administración inte- rior de los estados. Y éstos, al obrar de ese modo protegerían la reli- gión, como insinuamos al principio de este discurso, porque "este „n)Í9mo derecho de hacer observar las leyes, dice M. Domat (2), y „de mantener en el Estado el órden general para la administración de „la justicia, y el buen uso del poder soberano, da al Príncipe el dere- „cho de emplear su autoridad en hacer observar las leyes de la Igle- „sia, de las cuales debe ser el protector, el conservador y ti ejecutador, „para que con el auxilio de esta autoridad, reine la religión pobre to- „dos sus vasallos, y apoyando la policía temporal de la Iglesia, una y „otra mantengan el Estado en la tranquilidad que debe ser el efecto „de su unión." La larga experiencia de veintiocho años que contamos de indo- pendientes, nos hace conocer, que poseemos un gran bien, teniendo el pais su existencia propia. Conocimos la suma importancia de aquel, cuando la República sostuvo con los Estados Unidos la guurra cruel é injusta que la declararon. Pero la suerte caprichuda se empeñó en negarnos la victoria constantemente, haciéndonos casi palpar el res- tablecimiento de la servidumbre para los mexicanos, que pudimos ver- nos hechos presa de un yugo durísimo y abominable, ¿y qué sucedió entónces? Fácil es recordarlo, porque apenas hace dos años que se ajustó la paz con nuestros comunes enemigos. La falta do civiliza. (1) Véase su obra titulada: "Derecho público," Lib. tit. II. Sec: 2/ púm. 3. (2) Ibi, núm 4>— 46 — cipo, ocasionó casi (oda la debilidad que manifestó el pais: el pueblo no conoció fus derechos, ni sus deberes; el pueblo careció de patrio- tifmo en aquella época, y careció do este patriotismo, porque no es. taba ni es'íi civiüz'do. Al contrario, si hubiera estado educado, ai sus costumbres estuvieran formadas, nuestro pueblo babria hecho pro- .ligios de valor, y los americanos habrían pagado muy caro su osa- día; pero estaba entónces, como hoy está la nación, desmoralizada, y de consiguiente en su situación, era incompatible que poseyera virtu- des, principalmente la del patriotismo; Es verdad que la sanare de ¡os buenos y sensatos mexicanos, hervía en <¡u corazón; pero estos se hallaban privados de toda la influencia que necesitaban para sobrepon nersc á las dificultades de la época, y lograr al fin una victoria tanta» veces disputada, y otras tantas negada por la suerte impía que se obs- tinó en humillar censtantemente los heróicns esfuerzos de unos po- cos. No temarnos patriotismo, ni lo tenemos aun hoy, porque esa virtud, como todas las demás se cultivan, y se inculcan incesante, monto en el ánimo de los subditos. Mas es preciso convenir en que Y.íxi' o no puede conseguir estos nobles objetos, porque diremos aquí Jo que han declarado muchas veces otros escritores: porque las revo. lociones y la guerra intestina, todo lo han trastornado y desorganiza- do, y el pueblo ha perdido todas las virtudes que debía tener, y que sin disputa lo engrandecerían á sus pi¡»mos ojos, y á la faz do los de- más pueblos de la tierra. La República, pues, no tiene espíritu pii- blico, no tiene patriotismo, porque para poseer esta joya rica y pro- ciosa, era necesario que todos nuestros compatriotas en general, estu- vieran dotados de algunos conocimientos, que son indispensables, pa- ra nprociar los bienes que el hombre verdaderamente civilizado y li- bre, sabe defender y conservar, pues apetece la muerte mejor, que presenciar la pérdida de aquellos, prefiriendo esta muerte si es hon- rosa, á una existencia desacreditada. No obstante la severidad con que juzgamos eát« punto, y pro* cedemos en este lugar, nunca negaremos que 'nuestro pueblo fía sabi- do algunas veces cumplir, aunque imperfectamente, con sus deberes. Hablamos de los dias 14 de'Setiembre, y 8 de Noviembre de 1P47: el primero se contrae á tratar de la brillante resistencia con que fué re- cibido el Ejército de los Estados-Unidos de'Norte América; y el se- gunde, de la terrible impresión que causó en el pueblo mexicano la terrible ó infame pena de azotes, queso' ejacutó en la persona de Francisco Floréz. La resistencia con que fueron recibidos ¡os ame- ricanos, y cuya escaramuza costó á nuestros enemigos Id pérdida de 600 hombres, siempre hará honor á nueftra sociedad, porque diremos con el Lic. I). Francisco Suarez Iriarte (1) que se ocupa de hablar de un acontecimiento tan sensible para los moradores de esta Ciudad, (1) Vé*scla defensa que prnnnnrió .inte el gran jurado, el 21 de JJarxo de "1850, por la 'acusación que «ele hizo de los crimen»! d* «edición contri ,c( Go- bierno de Querétaro é infidencia contra la patria, p. 8.— 47 — "algunos do ellos, de la clase ménos notable do la sociedad, manifes- taron batiéndose con denodado valor en plazas, calles y azoteas, que „su corazón se sublevaba contra la ignominiosa violación dé la capí- „tal de la República." Por tanto, deberemos repetir con este indivi- duo.- "¡patriotismo noble y digno de veneración siempre que lo recor- demos; pero ineficáz por falta tados de la federación mexicana, que se hallen en iguales circunstancias. Sin embargo de que hemos juzgado con la circunspección que caracteriza á la justicia, la conducta oficial de los gobernadores del Estado de Querétaro, no desconocemos que tanto estos como todos los demás deben hallarse sumamente comprometidos, cuando una ley les mnnda que sancionen y publiquen las leyes y decretos que reproduz- can las legislaturas, no obstante las observaciones que hagan, tachán- dolos de anti-constitucio'nales. Su compromiso consiste en que esas legislaturas han de insistir en la realización de sus proyectos, y que con todo esto, la fracción 4. " del artículo 3S de la Constitución fe- deral, los amaga con una furibunda responsabilidad, si publican las leyes y decretos de las legislaturas de sus respectivos estados, y que la fraccien 3.B del artículo 161 de esa misma constitución, entre otras cosas, les impone la obligación de guardar y hacer guardar la consti- tución y leyes generales de la Union. Creemos que siempre incurri- rán los gobernadores en uno de estos dos defectos, 6 en una respon- sabilidad que proviene de que infringen las constituciones particula- res de sus estados, porque no sancionan y publican las leyes que re- producen las legislaturas, ó incurren también en esa propia responsa- bilidad, porque atacan los artículos 3S y 161 de la carta fundamental de la República. Y ¿que se seguirá de aquí achura mente? La repro- ducción indisputable de los escándnlos que recientemente ha dado el Estado de Querétaro. Por lo mismo, hemos indicado ya que es ne- cesario que el Congreso general corte semejantes abusos. Insistimos nuevamente en nuestra idea, porque creemos notar un gran vacío en— 73 — nuestra onstitucion, que no ha previsto esa circunstancia, no obstan- te que la vernos ocurrir con gran frecuencia, y penaamos que 6 se de- clara que los gobernadores tienen facultad para usar del veto absoluto en leyes que dictan las legislaturas, y que en su concepto son anti- constitucionales, aun cuando sean reproducidas, 6 se deroga la frac- ción 4. B del artículo 38 de la constitución. Este último extremo, seria un absurdo visiblemente, porque es muy peligroso sin duda el prjrito de variar á cada momento los principales fundamentos de nuestra existencia política, y en cuanto al otro, seria también perni- cioso, porque las legislaturas carecerían entónces del prestigio que deben tener, haciendo que se respeten sus determinaciones, por lo mismo que son subsistentes. Esto no puede conseguirse, si no están resguardadas con una garantía, que les asegure que «us decretos y le- yes pueden permanecer por medio de su formal reproducción. He aquí un pensamiento que puede ser útil, y digno de ocupar la atención y sabiduría de las augustas cámaras de la Union. Conciliar, pues, loa extremos, y buscar un arbitrio eficaz, para que los Congresos de los estados no puedan alterar la Constitución general, y al mismo tiempo hacer, que las determinaciones legales de estos, sean respetables por su subsistencia, siempre que sean buenas, cumple al Congreso de la Union. Nosotros nos alegrarémos de que encuentre ese arbitrio, y de que la Constitución de la República, quede tan intacta sin embargo co- mo debe quedar, para que la Nación, bien cimentada, pueda prosperar y ser dichosa. La Compañía de Jesús ha sido siempre el objeto de vivas y fuer- tes cuestiones que han sostenido constantemente sus amigos y enemi. gos, y ha sido también la triste víctima de la arbitrariedad mas espan- tosa. Los Jesuíta» en todos tiempos fueron calumniados, y arrojados de todas partes como criminales; pero sin formárseles causa, sin con- vencerlos de sus delitos, y sin permitirles que se defendieran, ha recaí- do sobre ellos una sentencia formidable. Los Soberanos y sus Mi. nistros, revistiéndose del poder que han tenido, y abusando de él ab- solutamente, han querido desplegar todo su vigor cintra la Compañía do Jesu?, porque se han alentado contra ella en virtud de que los Jesuítas han opuesto á esa tenáz persecución una docilidad tal, que puede califí. carBe de debilidad, ó sin valemos de una expresión tan ruin, que deter- mina ideas humillantes para la Compañía, convenimos en que los Jesuí- tas lejos de defenderse, manifestaron la mas completa abnegación cris, tiana de sí mismos. ¿Cómo, pues, podrán ser estos Religiosos unos per. versos, cuando siguen la máxima de cumplir con los deberes que les impone su Instituto, y cuando observan como regla invariable no de- fenderse ni aun en el caso de ser atacados? ¿Qué violencias, qué ul- trajes no han sufrido los Jesuítas en sus expulsiones por obedecer cié- gamente las leyes y órdenes de los Soberanos á quienes aman y res- petan? El político filósofo levanta enérgicamente la voz contra la arbitriariedad y el despotismo, siempre que la historia de los reyes pa.— 74 — sados presenta á su consideración y reprensión, hechos que condenan las leyes, la razón natural, y los miramientos que merecen los hombres constituidos en sociedad, para obligar indirectamente á los reyes con- temporáneos á que se abstengan de cometer esas acciones perniciosas; esto es, el político filósofo se propone el doble objeto de hacer quo el vicio sea aborrecido hasta en sus mas insignificantes menudencias, y que la virtud resplandezca perpetuamente, y sea amada con ternura. El político filósofo lanza con furor el mas terrible anatema sobre la cabeza de los Soberanos, de sus ministros y demás agentes, que han sacrificado á sus caprichos millares de víctimas. Se llena de una san- ta indignación contra aquellas infames 'y execrables costumbres que introdujeron los tiranos de condenar á muerte á sus víctimas en la obs- curidad de la noche, para encubrir mejor su venganza é infundir ter- Tor en el ánimo de sus desgraciados subditos, ó de mandar al patíbu- lo á multitud de hombres, sin formárseles causa, ó aunque se les haya formado, sin observar en ella las formalidades del derecho. Y ahora preguntamos nosotros, si esa propia razón natural y esa justicia que íiemos invocado ántes, y que en este momento volvemos á invocar, ¿podrá hacer disimulahle por lo ménos que el político filósofo, que el abogado honrado y filantrópico deje de levantar también fuertemente la voz en favor de los Jesuítas, y procediendo con la conciencia cier- ta de que fueron sentenciados á una pena muy dura, sin haber siquie- ra labido cual era el delito de que se les acusaba, para sufrir esa mis- ma pena, y salvar las apariencias? Pues un deber que nos liga estre- chamente en favorjde la humanidad afligida, es la que nos obliga hoy á decir, que mientras que los Jesuítas no sean convencidos de algún de- lito por medio de una causa que se Ies forme, y cuyas constancias acrediten legalmente, que son delincuentes, debemos reputarlos ino- centes. Lo son sin disputa, y nosotros vamos á probarlo brevemente. £1 rey Cárlos III, expidió en el Pardo una pragmática sanción, datada en 2 de Abril de 1767, por la cual mandó, que fueran trans- portados los Jesuítas de su monarquía ni estado eclesiástico, y ántes de promulgar aquella, el rey dió parte de su determinación al Sumo Pontífice, por medio de una carta escrita también en el Pardo, en 31 de Marzo de 1767, en la cual le dice; "Santísimo Padre: V. Santidad ,,sabe perfectamente, que la principal obligación de un Soberano, es „atender a la tranquilidad de sus estados, al honor de su corona, y á „la paz interior de sus vasallos. Para llenar esta obligación, me he visto en la urgente necesidad de expulsar prontamente de mis reinos „y posesiones, á todos los Jesuítas que en ellos se hallan establecidos, „y enviarlos al estado eclesiásticr, bajo la inmediata, sábia y sana dirección de V. Santidad, dignísimo padre y maestro de los fie- les (1)." Así se explicaba el rey de España, Cárlos III, y sus mis- il] Véase la colección de opúsculos sobre materias interesantes en las «r» (¡instancias del día, formada por D. Manuel del Campo, Opuse. £>." p. 37.,— 75 — mas palabras están indicando la ligereza con que se explicó y procedió. Sabido es que el destierro es una pena, que llaman los juristas corpo- ris aflictiva, "porque mortifican el cuerpo, dice Sala (I), ó le quitan la „l¡btrtad;" de consiguiente, cuando podamos fijar nuestras ideas ra esta materia, no hemos de dejar de sorprendernos, notando que los Je- suítas han sido cruelmente castigados por delitos que no han cometido. Si consultamos la significación de la palabra pena, adoptando la de- finición que de ella da la ley 1. a tit. 31. P, 7. 05, veremos desde lúe- go qus dice: Pena es emienda de pecho o escarmiento que es dado segund ley á algunos por los yerros que fizieron. Luego es claro y evidente, que no habiendo cometido algún yerro, alguna falta ó algún crimen, por el cual sus autores deban ser enmendados ó castigados, la ley no puede imponerles esa corrección, porque si seguimos consultándola, no podrémos menos que convenir, en que los judgadores deuen mucho catar, ante que den la pena a los acusados, e escodriñar muy acuciosa, mente el yerro, sobre que la mandan dar, de manera, que sea ante bien prouado, e catando, en que guisa fue fecho el yerro: ca si el yerro fue fecho a sabiendas, deue se escarmentar, assi como mandan las leyes deste libro. E si auiniere por culpa de aquel que lo fizo, deue rescebir menor escarmiento: e si fuere por ocasión, non deue rescebir ninguna, segund diximos en el título de los omezillos, e en los otros que fallamos en esta setena partida. Esta ley contenida en un código español, debió persuadir al Rey de España, que estaba introducida también como una garantía en favor de los Jesuítas, y al respetarla, habría atendido á la paz interior de éstos, que también eran sus vasallos. Por la ley que hemos citado, observamos que desde el año de 1203 ó 65, en que se formaron las siete partidas, ya se seguía substancialmente el principio que asienta que ningún hombre será juzgado sino por leyes dadas y tribunales establecidos antes del acto por el cual se le juzga. La historia de la expulsión de los Jesuítas, ya sea en España, ya sea en cualquiera otra parte del mundo, nos evidencia, que fueron vic- timas miserables del despotismo y de la arbitrariedad. Pero para con. denar, como es debido, una aberración semejante, una tropelía tal co- mo la que sufrieron los Jesuítas, basta examinar uno solo de los luga- re» de aquella, para fallar en común é individualmente á esos reyes, que olvidaron su deber, por cuyos hechos la posteridad los juzga des. favorablemente, porque su juicio es consecuencia de la justicia. En- tre otros muchos documentos que nos provee la historia, nos presenta la pragmática sanción que expidió Cárlos III, en el Pardo, á 2 de Abril de 1767. Ella contiene diez y nueve clausulas ó artículos. Dema. siado conocida es esa pragmática sanción, para que nos ocupemos de reproducirla íntegra en este lugar. Sin embargo, no podemos dejar de llamar la atención de nuestros lectores sobre el segundo capítulo de esta famosa ley. Dice así: "Igualmente dará á entender (el consejo {1] Ilustración del Derecho Real de España, lib. 2.° tit. XXX, niim. 11.— 76 — „rcal de quien hablad á los reverendos prelados diocesanos, ayunta. ,,miento», cabildos eclesiásticos y demás estamentos 6 cuerpos políticos „ expone en otra parte: "Si el placer y el dolor son los motores de los entes sensibles: si entre los motivos „que impelen los hombres aun á las mas sublimas operaciones fueron ,,destinados por el invisible Legislador el premio y la pena; de la no „exacta distribución de estas nacerá aquella contradicción (tanto mé. „nos observada, cuanto mas común) qua las penas castiguen los deli- ,,tos de que han sido causa. Si se destina una pena igual á dos deli- „tos, que ofenden desigualmente la sociedad, los hombres no encon- trarán un estorbo muy fuerte para cometer el mayor, cuando hullen „en él unida mayor ventaja (1)." Son, pues, incontrovertibles los fundamentos en que nos hemos apoyado para juzgar severamente en esta parte cuiiw en todos sus capítulos la pragmática sanción; y por los mismos aparece con la mayor claridad, que e3 muy monstruoso el acto, en virtud del cual el Rey quiso calificar como reos de lesa magestad á los vasallos que in- fringieran los artículos que mencionamos. Examínese, en compro- bación de esta verdad, la definición del delito de lesa magestad, y consúltense las determinaciones que han dado las leyes sobre él; no podrémos ménos que convenir en que Cárlos III obraba con una es. pecie de furor contra los Jesuítas; siendo muy notable por otra parte que dijera que á los particulares no incumbe juzgar ni interpretar ¡as órdenes del Soberano, porque basta la razón natural, para persuadirse de que esa regla hasta cierto punto es verdadera, pero bajo otro as- pecto tiene sus restricciones: las mismas leyes españolas, nos están indicando la equivocación en que incurrió el Rey, porque conceden á los vasallos que por medio de las corporaciones quo se han creado para impedir las reacciones, representen sumisamente contra-la in- justicia de una ley, y la obedezcan, pero no la cumplan. Así es co- mo debemos resolver esta cuestión, retrotrayéndonos al tiempo en quo se expidió la pragmática sanción que analizamos, supuesto que en- tóneos no existía la libertad de imprenta, quo es el conservador de las instituciones políticas, y el medio mas eficáz de contener á las autori- dades en el círculo de sus deberes. La ley 4. a tit. 9. ° Lib. 4. ° de la Novis. Recop., que habla de la libertad del Consejo para repre- sentar al Rey, y replicar á sus resoluciones lo conveniente y necesa- rio, dice entre otras cosas: "lie querido renovar esta órden, y encar- darle de nuevo, como lo hago, vigile y trabaje con toda la mayor (I) Ibi, Cap. 6." p. 25.-— 69 — i aplicación posible al cumplimiento de esta obligación; en inteligen. „cia de que mi voluntad es, que en adelante no solo me represente lo „que juzgare conveniente y necesario para su logro con entera liber- tad cristiana, sin detenerse en motivo alguno por respeto humano, „sino que también replique á mis resoluciones, siempre que juzgare, „por no haberlas tomado yo con entero conocimiento, contravienen á „cualquiara cosa que sea: protestando delante de Dios no ser mi «ánimo emplear la autoridad, que ha sido servido depositar en mí, si. „no para el fin que me la ha concedido; y que yo descárgo delante ,,de su Divina Magestad sobre mis Ministros todo lo que ejecutare en «contravención de lo que les acuerdo y repito por este decreto, no «pudiéndome toner por dichoso, si mis vasallos no lo fueren debajo ,.de mi Gobierno." Otra ley, que dio el mismo Cárlos III, y es la 12. " tit. 4. ° Lib. 3. ° de la Novis. Recop,, entiende que el Conse- jo podia suspender el cumplimiento de las leyes, pues solo le manda que en tal caso se lo exponga, con manifestación de los motivos que causasen la suspensión. Otra ley anterior, que es la 4.01 del título y libro que últimamente citamos, dice con estas terminantes palabras: "Muchas veces por importunidad d<; los que nos piden algunas cartas, «mandamos dar algunas cartas contra Derecho: y porque nuestra vo- ..luntad es, que la nuestra justicia florezca, y aquella no sea contrariada, ,,establecemos, que si en nuestras cartas mandáremos algunas cosas en «perjuicio de partes, que sean contra ley, 6 fuero 6 Derecho, que la ,,lal carta sea obedecida y no cumplida." En suma, si no queremos limitarnos á los ejemplos que hemos producido, sino que deseamos consultar todavía las demás leyes que hablan en este sentido, vere- mos, que á los particulares sí incumbe juzgar é interpretar las 6rde. nes del Soberano, aun cuando creyéramos erronéamente, que á su li. beralidad debramos semejante prerrogativa. Hemos sentado el principio de que Cárlos III, Rey de España cometió una monstruosidad calificando como reos de Jesa magestad á los infractores de los artículos que hemos citado ántes de la pragmá- tica sanción de 2'de Abril de 1767, y deseamos hacer notar semejan- te absurdo por medio del exámen de la naturaleza del delito que ori- gina la calificación, y de las prevenciones que establecen las leyes con este motivo. He aquí como define Escriche (I) el delito de que nos ocupamos. "El crimen de lesa magestad humana, asienta, es el atentado cometido contra el Soberano ó contra el Estado. Comete éste crimen: 1. ° sl que procura matar, herir ó prender al Rey, 6 bien deshonrarle haciéndole agravio con la reina su muger ó con su hija no casada; todo lo cual se extiende al príncipe heredero;—2. ° el que se pone de parte de los enemigos con obras, consejos ó avisos, para hacer daño al Rey 6 al reino—3- ° el que intenta de hecho ó (1) Véase su Diccionario razonado de legislación civil» penal, comercial y forense, articulo: Lesa magestad:— 00 — (le consejo que alguno (ierra 6 gente se alze 6 deje de obedecer al Rey:—4. 0 el que impidiere por obra ó consejo que otro Rey ee le someta, dándole parias ó tributos:—5. ° el que teniendo por el Rey alguna villa ó fortaleza, se alza con ella, 6 la dá á sus enemigos, ó la pierde per su culpa 6 engaño:—0, ° c-1 que teniendo ciudad, villa 6 castillo del Rey, no lo restituye pidiéndoselo, 6 lo pierde por no defenderlo hasta morir, por no abastecerlo de lo necesario, ó por no hacer cuanto dtbia para su defensa.—7. ° el que desampara al Rey en la batalla, se pasa á los enemigos, se retira del ejército sin su or. den antes del tiempo que debia servir, 6 descubre sus secretos á los enemigos:—8. ° el que suscita sedición ó levantamiento en el reine, haciendo juras ó cofradías de caballeros ó de villas contra el Rey con perjuicio de ésto 6 del reino:—*9. ° el que puebla castillo viejo del Rey, ó dá peña brava sin mandato de aquel, para hacerle deservicio 6 guerra ó daño al Kstado:—10. ° el que quebranta el seguro dado por el Rey á alguna persona, tierra ó lugar, matando, hiriendo 6 des- honrando:—11. ° el que mata 6 haee huir del reino los rehenes da- dos al Rey:—12. ° el que suelta al acusado de traición, 6 le proveo de lo necesario para que se vaya:—13. ° el quémala á algún ade. lantado mayor, consejero, caballero destinado á guardar la persona del Rey, ó juez de su cérte:—14. ° el adelantado ú otro oficial ma- yor que rebelde no deja el oficio ó fortalezas, ni quiere recibir al su- cesor que se le hu nombrado:—15. ° el que quiebra, hiere 6 derriba con malicia alguna estatua ó imágen del Rey puesta en algún lugar en honor suyo:—16. ° el que hace moneda falsa 6 falsifica los sellos del Rey." El que atentamente haya leido la definición del delito de leca magestad, y el que haya entendido medianamente los diversos modos con que se cometo, no dejara de sentirse atrojado para .descubrir cual fué la intención del Rey, de manera que pueda fácilmente explicar en qué cusos hizo comprender semejante delito, imputándolo á los que escribieran, declararan 6 conmovieran con pretexto de sus providen- cias en pro ni en contra de ellas: cualquiera, pues, convendrá en que hizo una calificación sumamente violenta; que por lo mismo es preci- pitada y mala. iNi se diga que temia una sublevación de sus estados, porque la oxpulsion de los Jesuítas, aunque umversalmente sentida, í-e ha hecho siempre de una manera pacífica, como lo atestigua la historia, y su restauración en todas épocas produjo una grande ale- gría, aunque es bien cierto, que los Jesuítas jamás han ocasionado que se derrame sangre en guerras crueles y destructoras. La expe. ricncia así lo ha demostrado constantemente; por lo cual, los sobera- nos deben persuadirse de que los Jesuítas no han atacado á los reyes, ni han conmovido los reinos; antes bien, prescindieron siempre del influjo poderoso que ejercieran con los pueblos, haciendo triunlar ej imperio do las leyea, por mas inicuas que eHas hayan sido. Confe- samos sencilla 6 ingenuamente ^nuestra ignorancia; poro repetimos— 01 — quo no podemos comprender cual es el delito de lesa magostad, que comelieraa los„indiv¡di>oB que contraviniesen á las órdenes del Sobe- rano en esta parte. Cuando mas convenimos en que al infringirlas, se cometería un delito común, que debia ser castigado por medio de las leyes restrictivas también comunes. Sería un absurdo cierta- mente calificar como crimen de lesa magesiad toda infracción qun su- frieran las órdenes ó leyes de los soberanos. Mas palpable se hace todavia la monstruosidad que estamos expli- cando, cuando recordamos las disposiciones de las leyes sobre estn materia, y las comparamos con la que nos ocupa, pues los delitos de lesa magostad humana, como refiere Escriche en el lugar que con- suliainos, sonde primero £ segundo órden: son de primer órden los que se cometen contra la persona del Soberano, ó contra el bien co- mún de la tierra, y se Human de traición: son de segundo^órden to- dos los demás. Los delitos de traición, á pesar do la diferencia de su gravedad, "se castigan indistintamente por las leyes de Partida con la pena capital, con la confiscación de todos los bienes desde el dia que se empezaron á cometer, y con la infamia perpetua de todos los hijos varones, que quedan inhábiles paia heredar y percibir mandas de parientes ó extraños, aunque las hijas podrán tomar hasta la cuar- la parte de los bienes de sus madres. Las penas de la traición al- canzan á los que diesen ayuda ó consejo.—En estos delitos puede el reo ser acusado aun después de su muerte, y se admiten como acusa- dores y teetigos los que no se tienen por fidedignos en otras causas de menor importancia. El que acoge en su casa al traidor sabiendo que lo era, y le tiene tres días en ella, debe entregarle teniéndole en su cafa; y ei no lo hace, pierde la mitad de sus bienes, aplicada por terceras partes al juez, acusador y fisco.—Si alguna persona que hu- biese tratado con otras de cometer alguna traición, la descubre yutes de hacerse juramento sobre tal convenio, es perdonado y aun premia- do; pero si la delata después de jurada y ántes de ejecutada, habrá el perdón, mas no el premio. Véase, pues, la injusticia con que procedió el Rey de España al hacer su declaración, y al decretar penas, con ocasión de un Institu- to, á quien la España debió en otro tiempo todo ni esplendor; estas penas •¡on muy duras, porque atacan á unos hombres inermes como los Jesuítas, pero ellas prueban la injusticia que sufrieron estos Reli- giosos, tan respetables por sus luces, sus talentos, y los importante; servicios que constantemente hicieron á la religión y al estado. El Itey, sin disputa, cebando su furor coutra los Jesuitas, qpnculcó to. dos los principios do la legislación española, é hirió de muerte las garantías individuales de los subditos, impidiéndole;* aun, quc sumi- samente represantaran condenando una injusinge, exigiendo una re- paración, y manifestando sus proyectos, qué podían influir muy di- cazmente en el engrandecimiento del reino, ("roemos, pues, que el mejor modo de explicar nuestra opinión ¡,cn este punto, es decir con— 92 — Escriche; "Estas son las disposiciones de las leyes con respecto al ,,crimen de lesa magestad; mus como no todos los modos de cometer. „le qua aquellas señalan, tienen el mismo grado de gravedad, pues „aunuue todos son dañosos al estado, no todos tienden inmediatamen- .,te á destruirle, los tribunales han de ser muy circunspectos así en la ,.calificación de tales delitos, como en el exámen de las pruebas, y „en la aplicación de las penas, debiendo acomodarse en cualquiera ,.caso á los tiempos y á los lugares. ¿Es posible que los que atentan ,,contra un juez ó consejero son reos de lesa magestad, como si aten- tasen contra el Soberano? Esta ley, tomada como otras muchas á ,,los Romanos, se debe á dos príncipes famosos en la historia por su „debilidad; dos príncipes esclavos en palacio, niños en el consejo, ex. „trangeros en el ejército; dos príncipes que no conservaron el impe- rio sino porque le daban todos los días, dejándose conducir por sus „ministros como el rebaño por los pastores, y por unos ministros que ,,conspiraron contra ellos, y llamaron los bárbaros al imperio, ha- biendo sido preciso violar su ley, y exponerse al crimen de lesa ma- gestad para castigarlos. También es obra de los emperadores ro- „manos la ley que declara reos de lesa magestad á los monederos ..falsos. Mas ¿no es esto confundir las ideas de las cosas? Dar el „nombre de lesa magestad á un crimen de diferente naturaleza, ¿no ,,es disminuir el horror del crimen de lesa magestad!" Otras muchas reflexiones pudiéramos hacer todavía, para demostrar la perversidad de la pragmática sanción, así como también su insubsistencia; pero juzgamos que ya está bien manifestada con la parte que de ella he- mos examinado. Hemos visto que las pasiones del Rey campearon en este famoso decreto; que el furor y no la justicia, quo el odio y no una conciencia sana, fueron los principales móviles de la real resolu- ción; que en virtud de .esos elementos, los Jesuítas en corporación y en particular, fueron perpetuamente desterrados de España con ín. justicia notoria, y con ignominia no merecida; que se prohibió á loa mismos aunque salieran de la órden, enseñar, predicar ni confesar en el reino; que ningún español podía, ora fuera eclesiástico regular, ora fuera secular, pedir carta de hermandad al general de la Compañía, ni á otro en su nombre, sopeña da ser tratado como reo de Estado, valiendo contra él las pruebas privilegiadas; que los que la tuvieran, deberían entregarla al Consejo, ó á los corregidores y justicias del reino, para que se la remitiesen y archivasen, sin usar de ella en ade- lante, no sirviéndoles de óbice haberla tenido en lo pasado, con tal do que cumplieran puntualmente con la entrega; y que las justicias man- tendrían, en fin, reservados los nombres de Así es que si el sobera- no debe excogitar y practicar los medios precisos, qüo dan por resul- tado el bienestar de la .sociedad sin desviarse de los que ésta misma ha consignado en su carta fundamental, los estados de la confedera- ción mexicana, repre-entados por sus legislaturas, como soberanos, tienen facultades de restablecer comunidades religiosas, siempre que en semejante restablecimiento se intereso la mejor suerte de la socie- dad á quien representan, sin apartarse ni un solo momento de lo que prescriben las leyes constitucionales, supuesto que el código que tie- ne esto carácter un nuestro país, dijo primero en el artículo 9. ° de la acta constitutiva, y luego en el 157 de la constitución federal, que: "H gobierno de cada estado eo dividirá para su ejercicio en los tres „poderes, legislativo, ejecutivo y judrciii!; y nunca podrán unirse „dos ó mas de ellos en una corporación ó persona, ni el legislativo ..depositarse en un solo individuo." Y esa misma constitución, dijo también en su artículo 171, y luego la nación lo ratificó substancial- mente en el 29 de la acta de reformas, que en ningún caso se podrán alterar los principios que establecen lu independencia de la nación, su firma de gobierno republicano representativo, popular, federal, y la di- visión, tanto de les poderes generales, como da los de los estados. Jja constitución del país declara la soberanía de los estados, y les concede ó por mejor decir, explica que tienen derecho de legislar, ol cual consiste en dar ó establecer leyes, menos en lo que corres- ponde á los puntos ó clausulas que contiene el artículo 162, por el que les está restringida aquella; pero en los demás pueden obrar li- bremente mandando, prohibiendo, permitiendo y castigando, pues es- t.is cuatro circunstancias son propiedad de la ley, que indica que su influencia es indefinida, ó'ilimitada la órbita cu que obra. El Sobe- rano, quo manda, prehibe, permite y fastiga, no puede tener una ca- pacidad limitada, de suerte, que todos los objetos que se encuentran bajo su inspección, se hallan sujetos á las abrogaciones, dispensacio- nes- interpretaciones ó mudanzas que les imprima el Soberano, porque versos sistemas de gobierno que han regido á la Nación, y 1°» cuerpos que han funcionado como órganos del Soberano. Supongamos que el decreto solo hu- biera permitido el establecimiento de la Congregación tic Misioneros, institui- da por San Vicente de Paul en los puntos litorafes de la República, ó en los paí- ses ocupados por salvases, y que sin embargo, cualquiera otro Estado de nu*s- tra confederación los hubiera llamado á su seno; ¿se habrían establecido, no obstante que el decreto no los permitía entonces como ahora los permite en toda la extensión de la República? Claro es que sí. Y 'por que? Porque con esta religión no ha habido todavía las antipatías que los mandarines tienen para con los Jesuítas; pero sin duda alguna los Estados tienen facultad para restablecer institutos religiosos suprimidos, y confesarán esta verdad los de- tractores, «liando las pasiones no ofusquen su razón, y dejen el corazón y el entendimiento en su ejercicio ordinario. (1) V¿asc la Cartilla Social ó breve instrucción sobre lo» derechos y obliga- ciones del hombre en la Sociedad civil, escrita por el Sr. Conde de la Cortina y de Castro, Cap. V.— 99 — esté persuadido de que así cumple su misión. Tal es la naturaleza do la soberanía, y cualquiera que pretenda desfigurarla, se equívoca, y confunde esas doctrinas que son tan claras y luminosas. Bajo este concepto, es incuestionable, que los estados pueden restablecer una religión, porque la facultad que es necesaria para alcanzar el fin pro- puesto, está contenida en el mandato ó permisión, que son dos de los elementos que constituyen la naturaleza de una ley. Los estados como soberanos, tienen también bajo este título que proteger la reli- gión quo han adoptado sus representados, ó la nación entera, repre- sentada en córtes, porque "el príncipe, dice Vattel, el director, a que „la nación ha confiado el cuidado del gobierno y el ejercicio del so- abaraño poder, está obligado á velar en la conservación de la religión „udoptada,'dt;l culto establecido por las leyes, y autorizado á reprimir , á cuanto» tratasen de destruirlos, ó perturbarlos; pero, para quo eso ,.deber sea desempeñado de un modo no menos justo que sábio, no ..perderá jamás de vista la cualidad que á ese desempeñe» le llama, y ,,la razón que se le impone. La religión es de una extrema impor- tancia para el bien y tranquilidad de la sociedad; y el príncipe está ,.obligado á velar en cuanto interese al Estado. ÍIo ahí toda su vo- „ea ejercicio, en lo general, y bajo su aspecto total, debe presentar públicamente un motor único, enyos agentes sean como naturales y sencillas emanaciones de un re- gulador central, formando combinaciones perfectamente acabadas, de manera que alimenten la conciencia de que el bien que producen, ha de ser duradero, y transmitirse de generación en geneiación; en una palabra, el gobierno que llamaremos general, ó sea la adrñiliistraciou política, considerada en su conjunto, necesita mostrarse como en Ingla- terra, en donde el gobierno "es una especie de lucha perpetua, y por ,,decirlo asi, armada, entre las varias clases de ciudad anos, por me- „dio do la acción y reacción de unas en otras, en que las clases ¡rife- ,,-riores tratan de arrancar á las mas altas sus privilegios, y estus los „defienden á todo poder.—De este choque continuo resulta la líber— ,tad pública, como la agitación de las aguas) produce su pureza. Es ,verdad que, á veces, un viento impetuoso pone a este mar en una »,,agttacion violenta; pero estas tormentas pasageras no baten mas• — 117 — „que manifestar la fuerza oculta de la masa enorme que ponen en ,,movimiento, presentando al mundo el magnífico expectáculo de su ..grandeza, y del órden inmudable á que está sujeta. A pesar de su ,.violencia, las olas no pasan de los limites señalados." (1). Así es como en la federación principalmente, debe obrarse, y de consiguien- te, no negar á los estados las facultades que les competen, porque esa negativa produce por precisión una alarma y ciertos celos entre las autoridades, que las distrae de su objeto, y el gobierno no presenta mas que el caos y la confusión. Por otra parte, es preciso* convenir, en que los estados no pueden abusar de su poder, si se procedo cons- titucionalmente, porque conforme á la fracción 9. a del artículo 161 de nuestra constitución, aquellos tienen obligación de remitir á las dos cámaras, y en sus recesos al consejo de gobierno, y también al supremo poder ejecutivo, c&pia autorizada de. sus constituciones, leyes y decretos, y es sabido que esta remisión tiene por objeto que sufran aquellos y estos un rigoroso examen para ^conservar intacto el sistema del go. bierno, sobre el cual ha de vigilar el Congreso de la Union, quion por el artículo 49 de la misma constitución debe "conservar la unión ,,federal de los estados, y la paz y el órden público en lo interior de ,,la federación, sosteniendo la igualdad proporcional de obligaciones „y derechos que los estados tienen ante la ley." Eae exámen es precisamente la traba saludable y salvadora de que hemos hablado para que sirva de valladar no solo a las reacciones, sino al despotis- mo y á la arbitrariedad y tiranía; pero aun esa facultad que competo al Congreso general para revisar los actos de los diversos estados de la federación, debe usarse con prudente economía, sin que por eso vaya á atacar las atribuciones que les tañe, para evitar convulsio- nes, y atender seriamente á la consolidación del gobierno. Consideramos siempre muy peligroso que los estados reciban fuertes y continuas impresiones que sacudan violentamente sus cons. tituciones y sus leyes, porque entonces se impide que se cimenten, so ramifique su gobierno y se robustezca. El ojo observador del sobe- rano general debe cuidar escrupulosamente de todos esos objetos, pues así es como coopera muy eficazmente á la felicidad particular de los subditos de cada estado, y al engrandecimiento y gloria del pais. "Un ,,príncipe, un soberano, sea quien fuere, que se debe enteramente 4 „la nación, dice Vattel (2), está sin duda obligado 4 extender la glo- „ria de ella, en cuanto le sea posible. Hemos visto que su deber es ,,trabajar en la perfección del estado y del pueblo que le está sometí. „do; así le hará merecer la buena reputación y la gloria Debe te- ,,ner siempre presente ese objeto en cuanto emprenda y en el uso que (1) Asi se explica Mr. Cottu, en su obra titulada: "Déla administración de la justicia criminal en la Inglaterra; y espíritu del sistema gubcrn»tivo in- glés," Cap. 6.° Derecho de gente», Lib. 1.° Cap. XV. $. 188.„de sil poder hiciere. Haga brillar la justicia, la moderación, la gran. „deza de alma en todas sus acciones; adquirirá para sí mismo y para „su pueblo un nombre respetable en el universo, y no ménos útil quo „glorioso." De buena fé creemos que se logrará esa gloria, siempre que la República muestre quo las autoridades se hermanan perfecta y cordialmonte, que una misma intención domina en todas ellas, la felicidad de los pueblos, y que empeñosamente se dedican á cumplir con la alta misión que los está encomendada. Preciso es que los ciudadados sean lo que deben ser, porque como asienta Vattel (l) "ja „tfiputacion de los individuos recae sobre la nación por un mudo do ,,hablar y de pencar igualmente común y natural. Atribúyeso en ge- :,neral una virtud ó vicio á un pueblo, cuando esa virtud ó ese vicio „sou cu ól muy frecuentes. Dicese que una nación 69 belicosa, si ,,produce un gran número de guerreros valientes; que es sábia, si en- „tre sus ciudadanos hay muebus sabios; que sobresale en las artes, si „ticue en su sérto muchos arii>tas hábiles; por el contrario, se la lia— ,,ma cobarde, perezosa, estúpida, si las personas de esto carácter son „en ella mas que en otra parte numerosas. Los ciudadanos obligados „a trabajar con todo su esfuerzo en el bien y utilidad de la pátria, no „8oIo se deben á sí mismos el cuidado de merecer una buena reputa- ción; débenla también á la nación en cuya gloria la suya tanto es ..capaz de influir. Bacon, Newton,*Descares, Leibnitz, Bernouilli, „han dado hom r á su patria, y la han servido útilmente con la glo- ria quo han adquirido. Los grandes ministros, los grande» genera- • „les, un Oxestiern, un Turena, un Malborougb, un Ruyter, sirven „doblemente á su pátria, con sus acciones y con su gloria. Por otra, „parte, un buen ciudadano tendrá un nuevo motivo de ab^tenerso do ,,toda acción vergonzosa, en el temor del deshonor que sobre su pá- „tr¡a pudiera redundar; y el príncipe no debe tolerar quo sus subditos „sq entreguen á vicios, capaces de difamar la nación, ó du empañar siquiera el lustre de su gloria: está autorizado á reprimir y castigar „los escándalos, que hacen ul estado un perjuicio real." ' Cuando los poderes guardan una perfecta armonía entre sí; cuan- do no tienen que temer continuas agitaciones, luchas y contradiccio- nes en el ejercicio de él; cuando tienen conciencia cierta de su tran- quilidad; y cuando, en fin. gozan de una paz inalterable, entónces es cuando pueden dedicarse eficazmente á realizar los grandes y asom- brosos proyectos que conciben ó se ponen á su deliberación, para pro- cuiar el engrandecimiento del pais que dirigen; entónces es cuando descargados del enorme peso de las revoluciones y choques (pie los agobian, y que forman una série no interrumpida de atenciones de la primera categoría, mientras existe", pueden hacer que bus esmeros desciendan á negocios secundarios por el orden en quo son colocados, y cuyas combinaciones requieren'tina aplicación continua; entonces (1) Ib¡,J.189.» — 119 — es cuando bajo la egide de la paz y de la calma, se realizan las felice» concepciones que llenan de asombro al universo; entónces es cuando hay verdadera gloria, y un seguro porvenir de felicidad para la pá- tria; y entónces, finalmente, es cuando se goza de buena reputación un el exterior, y el pais es digno do ocupar un elevado puesto entre las naciones de primera clase. Las ciencias y las artes, á su vez, in- fluyen de un modo pasmoso en esta grande obra; ellas traen las ri- quezas, los honores, las consideraciones, y aunque bajo este título contemplemos que los estados tienen derecho para proteger la reli- gión, debemos confesar de buena fé, que sus disposiciones en este sen- tido son válidas, son legalmente dictadas, y ningún poder extraño de- be oponerles contradicción alguna: por tanto, y apoyados en los in- controvertibles fundamentos que hemos expendido, aseguramos yá sin temor de incurrir en equivocaciones, que aunque se reconozca en los estados el derecho de restablecer religiones, no seria cnerdo sostener, que por el mismo hecho so les acordaba la facultad de extinguir las existentes; y que es facultad de los estados proteger la religión, quo sin embargo no pueden deprimir ni decretar su extinción. Lo que hemos sentado próximamente, nos conduce de una ma- nera natural y sencilla, á hablar do la cuarta proposición que esta- blecimos al principio de nuestro discurso; esto es, que restablecer una coiporaeion religiosa, es precisamente proteger esa religión, (la de Je- sucristo). Ya hemos dicho, que todas las proposiciones que hemos fijado, tienen entre sí una íntima conexión, y bajo esta inteligencia, nuestros lectores no extrañarán, que al tratar de una de ellas, nos re- firamos á todas, ó á las anteriores ó á las posteriores simultáneamen- te. En efecto, el restablecimiento de una corporación religiosa, im- porta sin disputa la protección debida con tanta justicia á la religión. Esta parte de nuestro discurso, nos parece tan obvia, que nos causa pena ocuparnos de ella; sin embargo, no podemos dispensamos de esta tarta, por mas que nos moleste, porque siempre conviene rectifi- car los principios mas claros é incuestionables, qué á veced suelen extraviar la malevolencia y la perversidad. Una religión, 6 lo que es lo mismo, una comunidad religiosa, como por ejemplo, la de la Compañía de Jesús, es una grande adquisición para la Iglesia á quien se protege por este medio, atendiendo á los inmensos é importantes servicios que siempre ha prestado en lo político y en lo espiritual. Si consultamos los antecedentes de los Jesuítas, cncontrarémos demos- trada por sí misma la verdad que hemos enunciado, y si queremos aun cotejar loa buenos oficios de los sacerdotes católicos con los de los sacerdotes protestantes, convendremos sin titubear un solo mo- mento en que el restablecimiento de una corporaciqn religiosa, im- porta una verdadera protección dispensada á la religión de Jesucris- to. Lo* sacerdotes católicos en efecto han sido siempre respetados por mis virtudes, por sus importantes servicios, y porque han llenado en todos tiempos sus augustas funciones con edificación y con inagni.— 120 — fieencia, en tal grado, que han sido la causa ocasional y también efi- ciente de que muchos, abjurando sus errores, y destruyendo las ilu- siones que se formaron, y con las cuales vivieron engañados, hayan abrazado el catolicismo de todo corazón y de buena fé, pues "nunca „ha tenido mas eficacia la intervención del cristianismo que en las ,,grandes calamidades; nunca se manifiesta mejor el celestial origen .,de la religión que enmedio de los desastres, cuando es pieciso con- solar, sostener, reparar. Cuando todos los ánimos están vencidos „por la violencia del mal, cuando todas las frentes se prosternan on „el polvo, cuando la esperanza y todos los consuelos humanos lian .,desaparecido, enlónces es cuando empieza la obra del ( ristianismo: ,,su palabra vuelve el aliento á los afligidos, y les hace alzar los ojos „al cielo, y su mano sostiene á las naciones trémulas mientras caini-, „nan por los fatales días de sus peregrinaciones. ¡Misión sublime que „la religión se ha atribuido siempre!" Este bello y sublime pasage, que hemos tomado del Periódico titulado "El Católico," sirve de in- troducción á un articulo que bajo el rubro de '-Las dos pestes," corre impreso á la página 409 del mismo, y contiene dos ejemplos que cota- prueban la proposición que hemos sentado. La suma importancia do ellos, nos hace insertar en este lugar el artículo á que nos referimos, jmfiriendo semejante tarea, con tal de no rebnjai su mérito, haciendo un extracto suyo trunco, que diria mal con la sublimidad del todo. l)¡ce, pues, el artículo: "En Agosto de 1720, declaróse en Marsella la peste de Oriente, llevada k aquellas playas el 26 de Mayo de aquel año por el capitán Chataud, recien llegado de Trípoli. Es imposible, á menos de leer la historia circunstanciada da aquella peste, figurarse por qué reunión de fatales circunstancias, por qué obsecacion de los magistrados, de los médicos, délos inspectores de salubridad pública, penetró el con- tagio en Marsella, se desarrolló lentamente, pero sin obstáculos, has- ta la hora, en fin, en que, como un torrente que rompe todos sus di- ques, se derramó sobre toda la ciudad, hiriendo á dos manos y por to- das partes como el Angel exterminador, y gritando al oido de los in-, sensatos que querían negar su presencia; "¡Eat« es vuestro último dial" "Cuanto había sido grande la seguridad en los primeros dias do la enfermedad, tan inaudito fué el terror cuando el número de las víc- timas no permitió ya desconocerle ni aun á los mas incrédulos: los magistrados y los vecinos del pueblo perdieron toda resolución, ape- nas contemplaron cara á cara la horrible realidad. Nadie vió mas que un medio de salvación, la fuga, y la mitad de la población recur- rió á él. Los ricos se apresuraron á reunir provisiones y á volverse á sus quintas situadas dentro del cordón sanitario que acababa de tra- zarse alrededor de Marsella: los pobres dejaron la ciudad en gran número, y se refugiaron en rocas, cavernas, y bajo tiendas levantadas á la ligera. Los marinos se embarcaron con sus familias, formando,— 121 — por decirlo asi, en el puerto y en la rada una ciudad flotante enme- dio de una ciudad inmóvil. ¡Vanas precauciones! La mayor parte de a<|uel!os desgraciados, habian llevado consigo el germen morial, y el contagio huia con ellos; pero no por eso era menos general la emi- gración, y los magistrados, los directores de los hospitales, los ins- pectores de salubridad, los consejeros del ayuntamiento, todos los em- pleados municipales, excepto los regidores, desaparecieron en breve. "Estaba entonces a la cabeza del clero marsellés uu hombre cu- yo apellido lecuerda on una sola palabra, la mayor nobleza,"el mayor valor, la mas acrisolada sublimidad en las virtudes que inspira la* re- ligión cristiana, y cuya historia no puede leerse sin lágrimas y estre- niecimiento: aquel prelado, aquel confesor, aquel apóstol, se llamaba. Belzunce. Era persona de ilustre cuna, de una grande elocuencia, de una sabiduría universal, pero la posteridad no recuerda mas que ■u caridad. El ilustrísimo Señor Belzunce era, hacia doce años, obisjo de Marselia. Apenas estalló el contagio, comprendió su posi- ción como San Cárlos Borromeo habia comprendido la suya, y salien- do de su palacio episcopal, con la frente serena y la sonrisa en los labios, fué derecho a la peste, y empezó contra la plaga enviada por el infierno una lucha terrible de que salió vencedor el enviado de Dios. A su voz, los canónigos de su cabildo, los curas y los vicarios de su diócesis, los religiosos de todas las comunidades, cuautos.sacer- dotes pabia en Marsella, comprendieron que Jes amenazaba el marti- rio, y volaron en busca de él: semejante conducta no necesita elo- gios; basta referirla. A todas horas del dia y de la noche, enfermos ya ó sanos todavia, aquellos dignos ministros del Dios que . bebió el cáliz del huerto de los Olivos, se repartieron los barrios mas infesta- dos de la ciudad, y semejantes á ángeles consoladores, aparecían jun- to á la cabecera de los enfermos con los auxilios del arte y los de la religión, porque muchos médicos y entre otros Jos que el regente ha- bia enviado, habian temblado al aspecto del contagio, y habian huido de Marsella. Animado por la caridad, la mad fecunda de las virtu- des evangélicas, el ilustrísimo Señor Belzunce parecia multiplicarse: en todas partes se le veia á la cabeza de su clero, y su título de obis- po no le servia mas que para reclamar una mayor parte de fatigas y de peligros. La mayor parte de los apestados, echados de todas par- tes, osiigados como fieras, se refugiaban en los puertos, en los paseos y en las calles: allí iba á asistirlos el Señor Belzunce: varios sacer. «lotes le seguían cargados de provisiones y de medicinas. A los en- fermos á quiénes tenia esperanza de salvar, prodigaba cuidados y con- suelos; á aquellos cuya vida parecía irremisiblemente amenazada, les enseñaba-el cielo y les administraba los sacramentos con sus trémulas manos. ¡Por do quiera le rodeaba la muerte! respirábala en el último suspiro de los enfermes á quienes auxiliaba, la tocaba vendando sus horribles llagas, y audaba sobre ella pisando sus vestidos apestados. ¡La muerte! á cada instante heria á alguno de los sacerdotes que fo.r.mabun su séquito: rondaba al rededor de él corno un lobo al rededor de su presa, y parecía que no le respetaba tanto tiempo mas que para gozar de su agonía. Salvóse sin embargo, pero ¿cual otra religión podrá nunca ofrecer tan magnánimos ejemplos, inspirar tan vulero - sos sacrificios? "En el mes de Setiembre fué cuando adquirió el contagio mas violencia: morían mil perdonas por dia. Las calles estaban atesta- das de cadáveres: habíase puesto en libertad á un gran número de prendarios para que se encargasen de enterrarlos, pero no bastaban, y la mortandad aumentaba á medida que se iba corrompiendo mas el aire. Presentaba entóneos Marsella un espectáculo que so halla ad- mirablemente pintado en una pastoral que escribió el ilu&triáimo Señor Belzunce para prescribir penitencias y oraciones: "Ay de nosotroB y de vosotros, carísimos hermanos mío», si todo lo que vemos y pasamos hace mucho tiempo no es toduvía capáz ile inspiraros cérias reflexiones! Una prodigiosa cantidad de familias se ha extinguido enteramente con el contagio: (I futo y las lágrimas han entrado en todas las casas: ya ha caído inmolado un infiniio nú- mero de víctimas á la justicia do un Dios irritado; ¡y nosotros, quo no somos acaso ménos culpables que aquellos de entre nuestros herma- nos sobre los cuales acaba de ejercer el Señor sus nras tremendas ven- ganzas, podríamos estar tranquilos, no temer nada por nosotros mis- mos, y no hacer todos nuestros esfuerzos para procurar con nudstra pronta penitencia, libertarnos de la espada del Angel exterminador! "¡De qué horrible expectáculo no hemos sido y somos aun los triste? testigos! Hemos visto todas las calles de esta gran ciudad atestadas á ámbos lados de muertos medio podridos, tan llenas de ro- pas, de muebles pestilentes tirados por las ventanas, que no sabíamos donde poner los pies. Hemos visto á una infinidad de enfermos ser un objeto de horror y de espanto aun para las personas á quienes la naturaleza debía inspirar hácia ellos los sentimientos mas tiernos y respetuosos, abandonados por sus parientes mas cercanos, arrojados inhumanamente de sus propias casas, tirados sin ningnn auxilio por las calles entre los muertos, cuya vista y hedor eran insoportables. jOh cuántas veces, en nuestro amargo dolor, hemos visto á aquellos moribundos tender hácia nosotros sus manos trémulas para nianifes. tar su júbilo de vernos una vez todavía ánte« de morir, y pedirnos en seguida con lágrimas, y con todos los sentimientos que la fé y la pe- nitencia mas perfecta pueden inspirar, nuestra bendición y la absolu- ción do sus pecados! ¡Cuántas veces también hemos tenido el dolor de ver espirar á algunos de ellos por falta de auxilios! "Hemos visto los cuerpos de algunos ricos del siglo, "envueltos en un simple lienzo, mezclados y confundidos con los de los mas po- bres y despreciables en apariencia, arrojados como ellos á viles enrre- tas, y llevados con ellos sin ninguna distinción á una sepultura profa. na, fuer» del recinto de nuestra» murallas. Marsella, esta ciudad tanI — 123 — fiorccicnto, tan soberbia, l;in poblada hace pocos meses; esfa ciudad lan querida, cuyas diferentes bellezas os gustaba hacer observar y -¡d- mirar á - los extrangeros, cuya magnificencia ponderabais con tanto orgullo; esía ciudad, cuyo comercio se extendía de un confín al otro del universo, adonde todas las naciones, aun lus mas bárbaras y re- motas, estaban representadas constantemente; Marsella se ve de re- pente abatida, privada de todo auxilio, abandonada de la mayor par- te de sus habitantes. Toda la Francia, toda ia Europa se precave de ellos: se han hecho odiosos al resto de los mortales. ¡Qué extra- ña mununzu! ¿Manifes'6 jamás el Señor su venganza de un modo mas terrible y señalado? "El día de todos los Santos, hizo el ilustrísimo Señor Belzunce erigir un altar fúnebre enmedio del Coso, y muy de mañana, habien- do salido de su ptilacio, descalzo, con un hacha encendida en la ma- lio, fué. en este atavio de suplicante, hasta el sitio donde queria im. plorar la misericordia celeste. Todas las campanas tocaban a muer- to: resonaba á lo lejos el sordo estampido dé los cañones; todo un pueblo pálido y desolado se había prosternado en el Coso y en todas jas calles desde donde se alcanzaba á ver el altar. Todos los ojos que podían llorar todavía estaban llenos de lágrimas, todos los peches estaban hinchados con los sollozos, todas las voces repetían las pala- bras del profeta: ¡Señor! ¿Señor.' ¡á tí cfomé desde el fondo del abis. mo! y en el altar del Coso, enlutado con negros paños, el padre espi. ritual de todos aquellos desgraciados celebraba el Santo Sacrificio, y ofrecia interiormente su vida por desarmar la cólera divina. "Tantas oraciones, tantas virtudes, tantas lágrimas aplacaron en efecto á la Providencia. El furor do la enfermedad disminuyó rápi- damente, pero cerca de un año t.irdó en desaparecer del todo de Mar- sella, donde hizo cincuenta mil víetimas. "Hace pocos años, una plaga, oriunda también del Oriente, des- plegó sus alas sobre París. El cólera morbo, ,rr.as terrible que la peste, pues que su causa es todavía un misterio y que todos los esfuer- zos del arte han sido vanos contra él; el cólera, rórñpiendq iodos las previsiones, desbaratando todos los cálculos, apareció de repente en esto gran Capital, en un tibio dia de primavera, bajo un cielo puro, enmedio de una atmósfera embalsamada por la vegetación naciente. En pocos dins fué inmenso el número de las víctimas: el luto entró en todas Ins familias: los hospitales se llenaron de enfermos: las ca- lles estaban atestadas de ataúdes. Entónces un prelado,que vivía en ]a obscuridad, escondido, casi proscrito, ignorado de todo el mundo, excepto de los pobres, salió de su retiro y se dirigió á las puertas del Hospital general. No se acordaba si había habido Bórremeos y Bel- zunces: seguía su ejemplo porque obedecía al grito de sus entrañas y a la voz de la religión. Entró en la sala de los enfermos, y es de advertir, que en aquella época todavía no se sabía si el cólera era un contagio ó una epidemia: acercóse al lecho de los Moribundos, los to-— 124 — Có con sus manos, y les dijo algunas de aquellas palabras dulces y consoladoras que desprenden de la vida y hacen esperar cii la muerte. Entre aquellos á quienes prodigaba sus desvelos evangélicos, muchos habían contribuido sin duda a echarle de su palacio, muchos habían pedido su cabeza con alaridos de caribes; pero él, si se acordaba de aquellos momentos de prueba, era para ser todavía mas afectuoso con los que lo habían causado tantas amarguras. ''Esperad," les decía, "esperad, lujos míos," y luego les mostraba la cruz donde tantos tor- mentos padeció el Salvador de los hombres. "Y lo mismo hizo todos los días, y en todos los hospitales, hasta el fin de la epidemia, y á cada una de sus visitas seguían nuevas y abundantes limosnas. Este venerable prelado era el ilustrísimo Se- ñor de Quelen, arzobispo de París, arrebatado por una temprana muer, te el último día del año 1839." Los consuelos que presia la religión católica, apostólica, romana, pueden ser apreciados haciendo una comparación, que sin embarco «s sumamente inferior á la cosa con que se compara- Los consuelos de que tratamos, son, pues, capaces de apreciarse con los auxilios quo proporciona una madre á sus hijos; mientras aquelk vive, estos pueden en cierto modo hasta descuidar de su propia existencia, con- fiados en quo los cuidados maternales suplen aquel desprecio, por me- dio de una activa ó imperturbable vigilancia. Somos ciertamente to- dos los hombres muy toscos, para poder averiguar el grado de los consuelos de que nos ocupamos, y los que concebimos las ideas aun- que no las producimos, experimentamos una sensación harto extraor- dinaria al considerarlos, pues solo advertimos en nosotros un enfria- miento general de miembros, comparable con el hielo, quo nos hace prosternar ante los adorables y secretos designios de la Providencia Divina, guiados irresistiblemente por una suma veneración hácia el S iprerno Hacedor, y con la convicción de lo que somos realmente. Tules son las causas por las cuales la religión cristiana obra tan bue- nos y tan saludable* efectos, por el ministerio de sus sacerdotes, y nuestra alma queda embelezada y en un completo extásis, cuando lie. ga á nuestra noticia algún hecho, que puedo reputarse, con toda natu- ralidad, comó la consecuencia legítima del heroísmo cristiano. Pió V, conocido bajo el nombre del cardenal Alejandrino antes de su exalta- ción al sólio pontificio, nos viene comprobando esta verdad. Ciñó la tiara el 7 de Enero de 15G0. Reunía S. S. las prendas de los mas ilus- tres papas, y no fué menor el genio que desplegó para sostener digna- mente el alto caigo que le habia confiado la Providencia, que su cari, dad y su virtud para llenar sus deberes do cristiano y de sucesor do San Pedro. Su humildad era admirable: muchas veces iba á los bar- rios mas retirados de Roma, á prodigar socorros á los pobres y á los enfermos. Un dia en que se' paró delante de un infeliz leproso que estaba tendido junto á un guardacantón, como ee usa en Italia, pasó un jóven caballero inglés, protestante de religión; á la vista del Sobe-— 12.", — raflo Pontífice, ocupado en vendar Jas llagas de uno de ios mas mise- rables de sus subditos. cayó do rdHillas aquel noble extrangero lleno de admiración, y tal fué la impresión que le produjo aquel expectácu- lo, que se convirtió al instante á la i'ó católica (I). Por el contrario, cualquiera otra relifion, que no tea la que reconoce á Jesucristo por fundador, no proporciona esos auxilios á que hacemos referencia, y de ellos daremos una breve prueba. Mr. WBliam Cobbett, en su Historia de la Ref.rma protestante en Inglaterra é Irlanda, Carta XI §. 326 y siguientes, ha dicho: "En los párrafos 50, 5t y 5¿ de la carta III, hemos visto que la Iglesia ca- tólica no ha sido jamás ni es tan exclusivamente espiritual, que reprue- be todo cuidado respectivo á los cuerpos: al contrario, una parte, y parle muy principal de sus preceptos, es excitar d obras de caridad, de una caridad que no es de una naturaleza tan sobrehumana y pura- mente espiritual que no se explique con actos exteriores, y no se muestre en las buenas obras hechas á los necesitados y é los enfermos; así es que una gran parte de sus diezmos, de las oblaciones y de sus rentas se empleaba en dar de comer al hambriento, en vestir al desnu. do, en hospedar á los extraiigeros, en socorrer á las viudas y á los huérfanos, en curar á los heridos y á los enfermos; en una palabra, uno de sus principales cuidados era que nadie, por baja que fuese su condición, sufriese ni padeciese por falta de auxilio' ó de asistencia: con este objeto entre otros varios, y á fin de que los sacerdotes tuvie- sen el menor número posible de cuidados propios capaces de separar- los del ejercicio de esta importante parte de su ministerio, prohibió á todos el matrimonio De aquí dimanó que mientras la Religión Cató- lica fué la religión ríe la nación, hubo en ella hospitalidad y caridad, y no se oyó jamás, ni por sueño el triste dictado de pobre. '•Pero cuando se adoptó la Religión protestante y con ella el ma- trimonio de los sacerdotcsjse vieron los pobres despojados del dere- cho que les daba su nacimiento, y obligados á vagabundear par? pro- porcionarse algún auxilio mendingando ó robando. Lutero y sus sec- tarios negaron enteramente la doctrina de que las buenas obras fuesen necesarias para la salvación, sostuvieron que la jé y sola lafé era ne- cesaria, y quitaron de su Biblia la Epístola de Santiago, porque reco- mendaba la caridad y las buenas obras, y le dieron el nombre de Epís. tola de paja. En muchísimas cosas eran tan diferentes las opiniones de los reformadores como las graduaciones de los colores del Iris; pe- ro todos convenían en que las buenas obras nó eran necesarias para salvarse, y en que á los Santos, según ellos tenian la modestia de lla- marse á sí mismos, no podia cerrarse la puerta del Cielo por ninguna clase de pecados, por numerosos y enormes que fuesen. ¿Y qué po- dia ser la caridad para gentes entre quienes el robo, el sacrilegio, el (1) Vcate el periódico titulado: "El Católico," artículo que corre bajo eí epígrafe de: Kk rasco de la vid* del Papa Pío V, i la pág. 323,— 120 — adulterio, el insesto y el perjurio eyin acciones tan habitúale?, como el dormir y despertar, y a quienes enseñaba su religión que ninguno de dichos crímenes», ni todos oüos reunidos eran obstáculo para la eterna felicidad. Entre ellos en afecto se miraba la caridad (que es una ventaja de solo la Religión Católica) como una cosa de costumbre y totalmente indiferente en sí. "En esto consiste que el espíritu do todos lo» establecimientos protestantes sea en realidad incompatible con la caridad;* pues aun- que algunos de ellos aun la conservan en el nombre, en ninguno ge practica verdaderamente. No así en los establecimientos católicos, en los que se confundían, digámoslo así, la caridad constante y eficaz á la í'é misma, y siempre eran inseparables. El Catecismo de Douay de que tanto abusan los ministro? protestantes dice: "que la caridad „es el primer fruto del Espíritu Santo, y que consiste en dar de co- „mer al hambriento y de beber al sediento, en vestir al desnudo, en „rescatar á los cautivos, en hospedar á los peregrinos, en visitar 4 los „onfermos y enterrar á los muertos." ¿Pero queréis, amigos mios, saber por qué nuestros rollizos ministros protestantes declaman con tanto furor contra tan perverso Catecismo? Declaman contra él, por. que está en la naturaleza del hombre amar estas doctrinas, "contra „las que jamás prevalecerán las puertas del infierno." Declaman por- que en ellas creyeron, y conforme á ellas obraron nuestros padres, y iJtimamente, porque á ellas debieron aquella interior inclinación á so. correr á sus prójimos que, gracias a Dios, aun no se ha extinguido en los corazones de sus descendientes. "Volvamos ahora á los párrafos 50, 51 y 52 arriba mencionados. En ellos hemos visto que la iglesia Católica hacia enteramente supér- tluas todas las leyes acerca.de los pobres, pero luego que esta Iglesia fué robada y destruida, luego que insaciables reformadores taquearon los conventos y las iglesias, y se apoderardh de aquellas vastas pro- piedades que pertenecían de derecho á las clases mas pobres, cuando, en fin, fueron en gran parte saqueadas las parroquias, y las rentas que aun les quedaron pasaron á manos de hombres casados, entóneos se hallaron los pobres (pues siempre los habrá en toda sociedad) desti- tuidos de todos los medios de existencia, y reducidos á pedir limosna ó á robar: en seguida vino nuestra buena reina Isabel, dió la última mano al saqueo do la Iglesia y de los pobres, y por una consecuencia necesaria, la Inglaterra, en otro tiempo tan feliz, tan libre y tan hos- pitalaria, se convirtió en una guarida de ladrones y de esclavos famé- licos. El protestante Strifie, á cuya autoridad se refiere llame un millón de veces, nos transcribe el siguiente extracto de una carta de un juez do paz 3o Somersetshire dirigida al Lord gefa de la justicia: ''Puedo decir sin exageración que los hombres capaces de servir que ,.andan esparcidos vagamundeando por acá y por allá, serian bastan- te*, si se lo» sujetase á una disciplina regular y severa, para dar una „batalla terrible ul enemigo mas poderoso de S. M., en lugar da que — 127 — ,,en ol estado en que en el dia se hallan, son una fuerza muy consi- derable a favor de nquel: además, la generación que cada dia vu na- „ciendo de éstos, manifiesta deber ser con el tiempo aun mas perver- sa que sus progenitores. No perdonan ni al rico ni al pobre, y se:» „rnucho 6 poco lo que ganen, todo les viene bien; sin embargo, la hor. „ca no nara con ellos ni con los demás." El mismo juez dice tam- bién: "Por mala administración de justicia quedan impunes uu sinnú- „mero de ladrones, pues los sencillos aldeanos y aldeanas, míe por lo ,.general en nada piensan mas que en la conservación do sus bienes, „no querrían por lodos los tesoros del mundo contribuir á la muerte do „un sido homb-e." El mismo historiador protestante nos dice: '-Míen- ,.tras la buena Isabel se quejaba amargamente do la falta de ejecución „de sus leyes, condenaba a muerte cac'a año á mas de quinientas per- v8onns, y aun no contenta con esto, amenazó a varios particulares „enviarlos á experimentar por sí mismos cómo debían ejecutarse sus „leyes penales. Muy pronto se vió que no dejaban de ser fundadas „8J9 quejas, pues pasados muy pocos días, se presentó una exposición ,,al Parlamento, denunciando á lo* magistrados mercenarios de aquel „t¡empo como gentes viles y despreciables, que por media docena de „pollos no reparaban en dispensar una docena da artículos de la ley ,,penal." Sin embargo, todos sus castigos no alcanzaron á remediar el mal: la vagancia, la holgazanería, la mendicidad y el robo llegaron i tuvieres mucho, da con abundan- cia: si tuvieres poco, aun lo poco procura darlo de buena gana.—Porque le ,,atesoras un grande premio, para el dia de la necesidad.—Por cuanto la limos- ,,na libra de todo pecado y de la muerte, y no permitirá que el alma vaya ¿ las ,,tinieblas.—La limosna servirá de gran confianza delante del Sumo Dios á to- llos los que la hacen." (Lib. Tobiac, Cap. IV. -j)y. 7 y siguientes, hasta el 12 inclusive). En otro lugar le dice: "Come tu pan con los hambrientos y me- nesterosos, y con tus vestidos cubre á los desnudos" (Ibi, y. 17). Per último, cierra este conjunto de consejos prudentes y saludables, ron estas palabrjs dig- nas de atención: ".\o temos, hijo mió; es verdad que pasamos una vida pobre, ,,raas tendremos muchos bienes, si temiéremos á Llios, y nos apartáremos deto- ,,do pecado, é hiciéremos el bien" (Ibi, y. 23). Cualquiera quesea zeloso de su salvación eterna, cualquiera que se aplique á hacer una vida santa, y se proponga atesorar méritos para presentarse al ter- rible tribunal del Señor; debe, en nuestro concepto, agradarle con el ejercicio de la nobilísima virtud á que nos contraemos, y hacerse propicia la Divinidad; no se olvide jamás, que dijo por medio de su Santísimo Hijo, según refieren los Evangelistas.- "Menaventnradhs los misericordiosos; porque ellos alcanzaran ,,misericordia," Buati' misericordus: qttotnam ipti miserieurdtani coiisequcn- tur, (S. Matb, Cap. V. ^. 7). Efectivamente: es muy racional creer, que los misericordiosos alcanzarán misericordia, porque ellos obraron bien, y Consola- ron al menesteroso, quien bendijo sus obras, y las presentó ni Señor, para darle las mas expresivas gracias, como que socorrió sus necesidades, y bendecir también al caritativo, quo sirvió de instrumento al Todopoderoso, poniendjkerf ejercicio su sabia Providencia, que provee á todo. Es preciso no desenteuÍÉ»- se jamás de que Dios ha de manifestarse como un juez severo, que viene átiW- ficar al reo sobre el mayor ó menor ejercicio de la caridad, y que por ultimo resultado, ha de condenar ál fuego eterno, al que no fué harto caritativo, y lle- var al cielo, al que practicó eminentemente esta brillantísima y excelsa virtud. Léans* las Santas Escrituras; recuérdese su contenido; medítese su espíritu en esta parte, y se verá, que nada es mas exacto que esta eterna y profunda ver- dad. Por lo demás, se habla con tanto elogio de semejante virlud, que no solo en los libros sagrados se hallun consignadas las merecidas alabanzas que se lo tributan, sino qué también se encomia en los libros profanos. En la obra titu- lada: "Eufemia, ó la mnger verdaderamente instruida," P. 3.* See. 2 * Cap. 19. t¡. 8, je dice con elegancia: "En segundo lugar, ¿uó es admirable y glorioso ,,adquirir por sus talentos, sus cuidados y su economía, no solo aquello de que ,,sc tiene necesidad para sí mismo, sino aun los medios»de hacer bien, de dis- ,,minuir la miseria y aumentar la felicidad humana? ¡Mira en rededor de ti,— 131 — de Jesucristo pone á nuestra disposición, un gran bien, q je consis. te en hacer desinteresados á los hombros, alejándolos de la ambi- ción v do la codicia. En este concepto, si los hombres, por me- dio de la caridad cristiana, desdeñan esa ambición y esa codicia, indudablemente ofrece tamaña virtud unas bases firmísimas para que pueda imprimirse en el comercio de la vida un arreglo tal, que ha. ga la felicidad de tudos, y para que la sociedad presente una imá- luja mia, y observa tantos de nuestros semejantes cómo están agobiados por la . pobreza. Tan triste expectáeulo te hará conocer la necesidad de la benefi- cencia. Hecuerda al mismo tiempo en tu corazón aquellos deliciosos afectos, .que son la mas grande recompensa «leí ejercicio de esta virtud: ¿dime si mi '|vale inlinito acostumbrarse desde la primera juventud á la economía, y á hus- mear los medios de adquirir legitima y honradamente para gozar lo mas que se ^pueda de estos deliciosos afectos?" Estudiando mas particular y cuidadosamente á ios moralistas, hemos lle- gado á tener una profunda convicción de que la caridad debe practicarse en todos tiempos y circunstancias, porque, como es sabido, no consiste solamente en la simple dación material de una cosa, sino que también se verifica en las acciones puramente intelectuales, ó mejor dicho, puramente espirituales. Por ejemplo, el amor de Dios es de esta naturaleza, r en esto también debemos reconocer la superioridad de la virtud de que hablamos, con respecto á las otras, pues el mayor grado de amor de Dios, es, por explicarnos así, el máxi- mum de la caridad. Ksta nos asegura la bienaventuranza eterna, como dijimos ántes: semejante virtud nos fué demostrada perfectamente por el Hombre Dios, en atención á que si no hubiera habido redención, indudablemente todos los hombres, manchados con la lepra del pecado, moriríamos, é infaliblemente nuestro destino sería el infierno sin remedio. La redención, pues, no solo es una prueba irrefragable da la aaisericordia divina, sino también un modelo de la caridad mas pura, mas ardiente, coa que Dios nos trató, y por eso con razón y con justicia, son tan recomendables los mártires, pues los crueles padeci- mientos, y los acerbos dolores que sufren, son el mas sincero testimonio del en- cendido amor en que se abrasan hacia Dios, y la prueba mas incontrovertible que pueden darle de que son sus mas fieles amigos; de manera, que la caridad consiste tanto en el cuidado que se tiene con respecto al cuerpo, como en el que se practica por lo que mira al alma. Todos saben precisamente cual es la relación que hace el catecismo de la doctrina cristiana de las obras de miseri- cordia, y en ellas se demuestra perfectamente el cuidado con que Dios procede para con sus criaturas, puesto que se sirve de las personas caritativas como de instrumentos para obrar sus misericordias.- en ellas, se evidencia lo que Jesu- cristo afirmó en §ocat palabras, diciendo; que tu Padre celestial proveía á las necesidades de todos, jr recomienda que se tenga fé en Diqs, atesorando so- lo tesoros en el cielo, pero no en la tierra, y concluye con este sublime man- damiento: "Buscad, pues,primeramente el reino de Dios, y su justicia.- y todas ,.estas cosas os serán añadidas," Quacrite ergó primiim regaum Dei, et jus- titiam ejus: et haec omnia adjicientur vobis (S. Math, Cap. VI, i- 33). Pero aun cuando no hubiera ni autoridades tan respetables como las que hemos citado, ni tampoco se hubieran producido los grandes ejemplos que que- dan consignados en esta nota, ¿no es cierto é indubitable que nuestro corazón no puede absolutamente resistir á los sentimientos de que se halla poseído? Dios ha inspirado en el corazón del hombre sensibilidad y ternura, cuyas dos cualidades se desarrollan en toda su extensión, cuando se oyen las relaciones de los pobres, y cuando en ellas se perciben buena í¿, necesidad grave, modes- tia, resignación con la voluntad de Dios, &c., (ste, &c. Porque nadie puede ver, en nuestro entender, con indiferencia y frialdad, á una persona entregada y— 132 — gen del paraíso, porque atacados los dos vicios que hemos apunta- do, fácilmente se conocerá que el imperio execrable de las pasiones, ha caducado. Y caducando ese infame imperio de las pasiones, ¿cuál es el refultado? La tranquilidad del ánimo precisamente. El hombre vive feliz en la sociedad, con tal de que la moral sea su norte, y siempre que ajustándose exactamente á sus preceptos, lo- á toda la miseria, que es el patrimonio de la naturaleza humana, sin condoler- le de un estado tan lamentable: nadie podrá sentir gratas impresiones, al ne- garse á si mismo el consuelo de aliviar los padecimientos de un individuo,, que no puede proporcionarse el alimento, porque le falta una pierna, que le deje ex- pedito el movimiento de todo el cuerpo: porque carece de una mano, que ayu- de á la otra á manejar el instrumento que le sirve para adquirir lo necesario. ¿Quién dejará morir á una persona de hambre, porque sus enfermedades, que ia han postrado en cama, no le permiten salir á la calle para trabajar? ¿Quién podrá oponerse al deseo natural que se desarrolla en su interior, de dar la ma- no á un cie^o, á un cojo, á un manco, á un tullido, para servirle de báculo é impedir que tropiece para que caiga? Al practicar la caridad, debemos recor- dar ciertamente las provechosas lecciones, que incoantemente nos dió Jesu- cristo, quien nos dejó enseñado, según refieren los Evangelistas, que por todos los lugares que transitaba ejercía la beneficencia, y socorría al menesleroso, co- mo entre otros muchos casos, se nos presenta el del paralítico, que hacia treinta y ocho años estaba enfermo, y cuando Jesús le preguntó: ¿Quieres ser sano;? "respondió el paciente: Señor, no tengo hombre que me nieta en la Piscina, ,,cuando el agua fuere revuelta; porque entretanto que yo voy, otro entra antes ,,queyo." Entonces Jesucristo le dice: "Levántate, toma tu lecho y anda." Erat autem quídam homo ibi triginta et octo annos habens ia ínfirmilate tua •"Hunc citm vidisset Jesús jacentem, et cognovisset quia iam multuni tempus haberct, dicit ci: Vis sanus fieri? Jiespondit ei languiaus: Domine, hominem non habeo, ut cúm túrbala fucrit aqua, mittat me in Piscinam: dum venio cnim ego, alius ante me descendit. Dicit ei Jesús: Surge, lolle grabatum tuum, et ambula (San Juan, Cap. V. y y. 6, 7 y 8). Y es de notar, que si Je- sucristo nos enseñó y demostré cuán buenas eran tocias las virtudes, también es cierto, que se singularizó hablando de la caridad, y la practicó, si nos es licito explicar así, con preferencia á las demás. Cuando el mancebo de que nos habla el Evangelista San Mateo, recibió de Jesucristo las instrucciones necesaria» pa- ra conseguir la vida eterna, supo que para llegar A la perfección, era menester, que vendiese cuanto tenia, y lo diese á los pobres; prometiéndole el Salvador, que tendría un tesoro en el cielo; de manera, que debe advertirse, que no le dijo: "para que consigas la perfección, sé casto, sé humilde, sé parco; no nia- les, no adulteres, no hurles, no digas falso testimonio, fkc., 8c., fcic, sino que ,,le mandó ser caritativo; de tal suerte, que le recomendó que poseyera todas ,,estas virtudes, pero que fuera caritativo por excelencia, para que llegára al ,.complemento de todas ellas." Y la prueba de esta verdad, es, qnc cuando el mancebo se fué triste, después de haber oido semejante resolución, Jesucris- to aseguró, que con dificultad entraría un rico en el reino de los cielos, agre- gando' que mas fácil cosa es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de los cielos. Et iterúm dico vobis: Facilius est cumelum perforamen aciis transiré, qu/im divitem intrare in regnum coelo- rum. (Ibi, 24). ¡Sublime virtud de la caridad! Con ella la humanidad vive, se nutre, se robustece, y nunca envejece. El mundo progresa: porque la caridades la consecuencia de la civilización: esta tiende siempre al engrande- cimiento y comodidad de loshombres, y la caridad, que no es mas que el cam- bio de mutuas prestaciones, destierra la miseria y consulta al bienestar de las fa- milias menesterosas.— 133 — gra sobreponerse, por convencimiento, á las malas inclinaciones de los afectos, que le combaten, y que son tan propios de la natura- leza de que está revestido. Dominando la moral en nuestros pro- cedimientos, las pasiones so destruyen completamente, ó por lo mé- nos se neutralizan, porque la lujuria, que es el monstruo que las preside, pierde su influencia naturalmente. Los principios que an- teceden, nos señalan como con el dedo, la diferencia que hay en- tre los sacerdotes católicos, y los sacerdotes protestantes, pues aque. líos están apoyados sobre una religión caritativa, llamémosla así, mientras que estos son sectarios de otra religión que substancial- mente condena la caridad. Encargados los sacerdotes católicos de enseñar la moral al pueblo, y de predicarle el Evangelio, le inculcan incesantemente es. ta virtud, y educan en ella á la juventud, de manera que perpe- túan todos los bienes que hemos indicado ligeramente en el párra- fo anterior, y hacen que constantemente esté renovándose un ma- nantial inagotable de felicidad, que hace amable la existencia, y deliciosos los goces que proporciona ésta, cuando se halla sosten i. da por la virtud, 6 mas propiamente dicho, por los preceptos de una ajustada moral. He aqui, pues, la obra de los Jesuítas, y he aquí también lo que demuestra el Cap. VI de una obra reciente, cuyo título es este: "Les Jésuites montrés á la France," publicada en Lyon, en el año de 1844. El Cap. VI, que referimos, habla de los diferentes prodigios, principalmente de caridad y de valor, que hicieron los Jesuítas, Veamos, pues, cuales son esos prodigios, pa- ra caliñcarlos, y hacer de ellos las alabanzas que merezcan en jus- ticia, y para decidir por estos medios si el restablecimiento de una corporación religiosa, como es la Compañía de Jesús, importa pre- cisamente la protección que debe dispensarse á la religión de Je- sucristo. "Ya el intrépido Ricci ha penetrado en la China; siendo ven- cedor de todos los obstáculos, y gozando de la confianza del em- perador, obtenía en favor de sus compañeros, inmensos privilegios, los cuales todos reconocían por objeto el progreso de la religión. Infatigable cuando se trataba de la gloria del Señor y del triunfo de la verdad, solo, en el fondo de la Asia, impugnaba á un mismo tiempo á los letrados de la China, confundía la calumnia en Eu- ropa, inotruia al emperador, y conservaba las iglesias nacientes. Verbiest, que sucedió al inmortal Schall, reformaba el calendario, y señalaba los fastos de un gran imperio. Su memoria trazada con la mano misma del emperador, obtenía, de los discípulos de C°n" fucio, reunidos á este efecto, una sentencia honrosa para el cristia- nismo. Llamados desde París, sus hermanos van á traer toda la urbanidad francesa á la córte de Pékin; marchan armados con el compás y el telescopio; y mientras que enmedio del movimiento de los astros, pronuncian el nombre y muestran la mano de aquel— 134 — que los hace girar sobre nuestras cabezas, Fontenelle recibe en ¡dio- ma tártaro, sus propias obras traducidas por el sábio Parennin. "Al este del Gran Imperio, en las islas del Japón, se renovaban los primeros combates y los primeros triunfos de la religión cristiana. Víctimas de una desconfianza injusta, y do una política cruel, los em- peradores, recordando los tiempos de Nerón y de Dumiciano, traiau á la memoria el horror de sus sangrientas proscripciones; pero los ge- nerosos neófitos, así el niño como el anciano, la virgen como el guerrero, seguían los misioneros al suplicio, confesaban á Dios enme- dio de los tormentos, y conseguían la palma de un ¡lustre mar- tirio. "En el otro hemisferio1 so obraban prodigios todavia mas sorpren- dentes: en el centro de la península mas opulenta, en las inmensas selvas que arrebatan a los rayos del sol las verdes riberas del Para- guay, se realizaban las ficciones mas asombrosas de la fábula, y queda- ban muy distantes do la verdad. Los acentos de Amphion y la lira de Orfeo, atraían los árboles, hacían mover las piedras y edificaban las ciudades; Solón y Licurgo, Pitágoras y Platón, resucitaban en es. tos espesos desiertos, y se admiraban de ver perfeccionada su legisla- ción por unos misioneros obscuros, y sus concepciones imaginarias reducidas 4 una admirablo práctica. "A la voz de Macetta y de Cataldino, el salvaje, olvidando su lige- reza, se detenia inmóvil á los pies del misionero; ya no pensaba en arrojarse ni en la profundidad do los bosques, ni en retirarse á la ci- ma del viejo árbol, en el cual frecuentemente, como un nido de águila, estaba suspendida su aerea morada. Teniendo en una mano un hu- milde breviario, y en la otra una gran cruz, los Jesuítas avanzaban atravesando los ríos, salvando los montañas, penetrando el espesor de los bosques, sin temer buscar á los hombres en las cuevas en que enormes serpientes acababan de devorar á alguno de sus hermanos, en los precipicios, en los cuales el salvago ingrato y cruel habia atra- vesado con sus flechas el corazón de un bienhechor generoso: si acer- taban á encontrar á alguno con sus despojos mortales, excavaban una sepultura, le couíiaban el depósito sagrado, y sobre la tumba misma cantaban un himno en honor del Santo nuevo. "Admirada con tanlos prodigios do^alor y de sacrificio, la horda salvage acudía por sí misma á colocarse al re ledor dul apóstol, lo es- cuchaba en silencio, y miraba como por la primera vez el cielo que le mostraba. Apoderada de repente de un temor religioso, se arroja- ba do nuevo en el horror do la soledad, á pesar de las súplicas del misionero que.se esforzaba para detenerla. Depositando entóneos su confianza en la cruz, la planta en la peña solitaria; después, transfor- mado en un hábil cazador, y poniéndose en emboscada, esperaba pa- cientemente su presa. Los salvages atraídos, corno por un imán se- creto, volvían pronto á contemplar el signo no conocido de su reden- ción; arrojándose enmedio de ellos, el misionero aprovechaba su sor- \— 135 — presa para hablarles de un Dios, y para indicarles las ventajas de la sociedad fundada sobre el cristianismo. "Muchas veces también animaban con sus cantos divinos los mu- dos desiertos; y estos árboles que jamás habian oido mas que la ins- piraeion de la brisa, el grito del caníbal, repitieron los cánticos san- tos de David y los transportes sublimes de Isaías. Embarcados en, una piragua, acompañados de algunos catecúmenos, los misioneros remontaban el Paraguay; y nuevas sirenas, cantaban las alabanzas del Señor, usando de acentos melodiosos y mágicos, á los cuales no podinn resistir los salvages, harto sensibles á la música: desde lo alto de las montañas, y desde ei fondo de las selvas, so precipitaban en tropel para gozar de esta celeste armonía; y pronto, fuera de sí mis-, mo», para hacer mas duradera su felicidad, seguían la barquilla en. cantada, bailando en el césped de la ribera, y nadando también á me. nudo en la onda tranquila del rio. "Medios tan poderosos, esfuerzos tan multiplicados, aumentaron pronto las conquistas. Formáronse villas pequeñas, que llamaron reducciones. Los misioneros, mas humanos aun que los europeos no eran crueles, ni habian querido formar cristianos, sino para hacer de ellos ciudadanos libres: un privilegio real, debido á mil luchas peno- sas, comprado con el precio de odios temibles, aseguraba la libertad á los nuevamente convertidos; no los reunieron sino para procurarles las dulzuras de una sociedad gobernada con leyes paternales, y no eu fuerza de los caprichos tiránicos de diversos señores. Entonces fué cuando se levantó en la tierra salvage el edificio de la mejor legisla, cion humana. Los pormenores nos llevarían muy lejos, haciéndonos salir de los límites que nos hemos propuesto; por tanto, la explicaré- mos en dos palabras: la niñóz fijaba particularmente las miradas do has misioneros; hacian de ella un estudio especial, y por el conoci- miento de los diversos caractéres que profundizaban, ponían á todos en el estado á que los llamaba su inclinación, ó en el que, encontran- do su aptitud menos obstáculos, conseguiría progresos mas satisfacto- rios; en el que su natural, experimentando ménos violencia, gus-taria una felicidad mas pura y mas completa. La República que había ideado Platón, existia enmedio de la antigua selva: todo era común, y no obstante cada uno distinguía lo que le pertenecía: toilo comenzaba, todo so hacía, todo terminaba al tañido de una campana misteriosa: no se conocía otra cosa que no fuera la religión, las leyes, la libertad, la felicidad. Una prosperidad tan sorprendente, no tardó en excitar el zelo do los bandidos que nsolaban el Nuevo Mundo. El Portugués, y sobre todo el ávido Español, so arrojaban, en épocas aproximadas unas á otras, sobre aquellos moradores pacíficos, pasaban á cuchillo los hombres y las mugeres, robaban los niños y las riquezas. Sus in- cursiones y estragos volvían á comenzar á cada instante. Se solici- tó, obtuvo y empleó el permiso de armarse; y pronto los Jesuíta?, que jamás habian visto ni campos, ni ejércitos, ni batallas, formaron Á— 136 — soldados aguerridos, intrépidos guerrero», héroes invencibles. El pri- mer combate fué una victoria en que brillaron sucesivamente el brío y la disciplina, el valor y la humanidad. Pero ¿qué importaban tan preciosas ventajas, comparadas con las que encontraba la religión en- tre semejantes hombres poco ántes tan embrutecidos y tan feroces, que no sabían ya lo que era un pecado mortal? ¡Oh! ¡Pluguiese á £)ios que estos hombres que supieron obrar tan admirables prodigios, fuesen los únicos señores del universo! ¿ Veríamos entónces que tan- tos desórdenes desgarraban á las familias, que malquistaban á los am¡. gos, y que degollaban á los enemigos? ¿Veríamos entónces que el fuerte oprimía al débil, que el rico devoraba al pobre, que el hijo ul. trajaba a su padre, que el impío blasfemaba contra el cielo, que el ateo despreciaba el infierno é invocaba la nada? ¿Veríamos entónces que los subditos se armaban contra los príncipes, que las naciones se aba- lanzaban unas contra otras, que los pueblos se degollaban unos con otros, que esta tierra de infelicidad se convertía en un vasto anfitea- tro, en una inmensa carnicería?.... ¡Cruel filosofía! tú, que apeteces tanta felicidad, y llegas á hacerla cesar, cuando podrás hacer jamás cosa alguna semejante, nada parecida! ¡Ah! ¡que perezcan tus de- signios, tu influencia, tu nombre! Contigo perecerán el orgullo y la ambición, la envidia y el ódio, la confusión y la anarquía, la desgra- cia y el abatimiento. Tu mano pérfida ha derribado un edificio le- vantado con tantos trabajos, tu guadaña ha destruido una mies ceba- da con la sangre de los mártires; el salvage anda errante todavía en la profundidad de los bosques, aunque es ménos desgraciado que el infeliz ciudadano de una República rebelada contra las órdenes de su Soberano. "Pero no era eso, sirio una parte del bien que obraron los Jesuí- tas: la Guiana, después, lugar del destierro mas horroroso, bajo la mas cruel de las proscripciones, era una mansión de deleite para los Lombardos y los Rametti; sus pantanos, cuya fetidéz debía causar la muerte de los desterrados de la Convención, jamás pudieron dismi- nuir el brio de los intrépidos misioneros. Pronto levantó un milagro de caridad un templo al Señor, y la tierra que debían manchar los pa- sos de Collot de Herbois, no dejaba de contemplar sus trabajos y su martirio perpetuo. "Mas hácia el Norte, en el Canadá, los misioneros Jesuítas unían en nuestra amistad pueblos inconstantes para la política, cuyo objeto único era ponderar nuestra debilidad y humillar nuestro poder. Colocando sua valerosos neófitos como un antemural para nuestras colonias, arrancaban á la Inglaterra la honrosa nota de ser sus ene- migos mas peligrosos, y nuestras columnas mas firmes. Privaciones, fatigas, peligros, nada les causaba pena para procurarnos amigos, para impedir ligas poderosas contra nuestras armas, para asegu- rarnos en todas partes felices sucesos, triunfos brillantes; mas ¿con qué ejemplos de valor no mezclaban estos servicios poli-—137 — ticos? y ¿cuántas veces no murieron mártires de su religión y de su pátria? "Su gloria literaria estaba distante de ceder á sus trofeos apos- tólicos; mientras que sus misioneros civilizaban la comarca lejana, sus sábios se hacían admirar en nuestra vieja Europa. Su orden aca- baba de nacer, y ya Lainéz y Salmerón iluminaban al mas ilustre de los concilios; habían hecho en él tan preciosa su presencia.para las discusiones, que ninguna conferencia se celebraba el diá en que la fiebre hacia permanecer á Lainéz en la cama. Inmediatamente des- pués el sábio Belarmino componía, contra los protestantes, esos volú- rnenes inmortales que fueren siempre el arcenal en el cual los teólo- gos católicos se cubrieron de aquellas armas poderosas que destruye- ron las heregías de la Alemania. Escritores no ínénos ilustres, en épocas mas ó menos aproximadas, brillaban con un sólido explendor: no pretenderémos ciertamente enumerar á todos en este lugar: sus nombres únicamente ocuparían numerosas páginas. Nos contentaré, mos, pues, con decir una palabra de aquellos que ilustraron una pá- tria demasiado ingrata, para echar á sus descendientes, y que acaban de ser desterrados de ella por segunda vez, en virtud de un nuevo ac- to de injusticia. '•Bourdaloue establecía nuestra elocuencia cristiana,jinstruia con autoridad pueblos y reyes, y nos dejaba en sus sermones modelos que imitar de raciocinio y solidez. La unción, el sentimiento de Chémi. nais le abrían los corazones, y le aseguraban entre los oradores cris- tianos, el mismo lugar que á Hacine entre los trágicos, Larue, des. pues de haber cantado á Luis XIV, en versos latinos que el gran Cor- neille no desdeñaba de traducir en versos franceses, nos consolaba de la pérdida de Bourdaloue, y hacia resonar con acentos que alimenta- ban algunas veces la alhagüeña ilusión de oir aun al padre de la ora- toria francesa; después, llorando la muerte prematura del duque y do la duquesa de Bourgogne, se colocaba al lado de Fléchier y de Bos- suet. Brumoy nos hacia familiar el teatro de los Griegos, y nos apro- piaba los despojos mas ricos de Atenas. Rapin, designado por su génio para realizar un plan trazado hacia diez y siete siglos, lo des- empeña en su poema intitulado: "des Jardins," con una superioridad que no hubiera negado el autor de las Geórgicas. Vaniere describía la elegante simplicidad de Virgilio; su Proedium nisticum hacia las delicias de la Europa, y aseguraba á su autor el honor de ser coloca- do á lado del cantor de Eneas, por los Alemanes é Ingleses. No con. tentó con llegar así por sí mismo á una elevación ian grande, facili- taba á la juventud los medios necesarios para ello, y recibía de sus manos su Diccionario poético. El espiritual Commére, rival de Ovi. dio, arrebataba la admiración por la metamórfosis de Luscinius, y por las imágenes infinitamente risueñas que sabia difundir en ella su pincel delicado. Daniel, rectificando á Mézeray, nos revelaba núes, tra verdadera historia, nos referia con método y claridad, la conver-— 139 — .«ion fie Clovis, las hazañas [de Carlo-magno, las cruzadas de Luis IX, las victorias y favores de Hcnriquc, dejando al padre Grili'et el cuidado de describir los combates de Luis XIII, y los prodigios de Luis el grande. Longueval descubría un talento único para la His- toria eclesiástica, estableciendo con arte inimitable la discusión mas profunda en la relación mas viva y mas rápida. Con su pluma, los objetos mas áridos se animaban de un precioso calor; los restos de los siglos se redimían de la destrucción de los tiempos, y se embelle- cían con mil encantos diversos. Su Historia de la Iglesia galicana lleva por todas partes la marca del génio, y en todas partes también es digna de la acogida que ha tenido del clero mas ilustrado y sábio. La brillante imaginación de d'Orleans derramaba á manos llenas el placer que producen el interés y la sorpresa, en la historia de una na- ción vecina y rival; su narración que marcha con la mitgestuosa ra- pidez do un rio inmenso, desarrollaba á nuestros ojos los sucesos que honran ó desacreditan esta isla fámosa. Su pincel igualmente fiero al trazar los proyectos de Eduardo, que terribles al referir Jas perse- cuciones de Henrique VIH, se mostraba mas rígido todavía ai hablar de la hipócrita tiranía de Cromwel. Remontándose después hasta las extremidades del Asia, escribía la vida de dos célebres conquista- dores; su pluma descansaba, en fin, dejando á todos los biógrafos cumplidos modelos en la vida de Gonzaga y de Kostka. Berrnycr animaba todas sus Historias con una vivacidad que no era igualada sino por la elegancia de su estilo, por la noble variedad de sus imá- genes, por la sólida sutileza de sus reflexiones. Los trabajos y colee- ciones de Le Comte, de Duhnlde,*do Charlevoix, nos instruían sobro las costumbres, usos y religión de la China y del Japón, del Paraguay y del Canadá, y vengaban ín religión y la verdad, justificando las mi- siones de las imputaciones de sus culpables detractores. Cu las vi- gilias de Cossart, de Harduiuo y de Labbe, se volvía á encontrar la historia de los Concilios; se oían las arengas del jóven Atanasio en Nicea, y con el primero de los concilios ecuménico?, se pronunciaba la solemne condenación del infame Arrio. En un campo no ménus útil, aunque ménos brillante, Jouvency y Porée se cubrían do una gloria inmortal. El primero, recordando la elocuencia de Cicerón, se colocaba en la gernrquía de nuestros clásicos,TJos descubría los se- cretos de Horacio, de Perseo y de Juvenal, y ménos aun por sus dis- cursos que por sus obras, nos dejaba el arte de aprender y de ense- ñar. El segundo, digno de su predecesor, á quien excedía en eleva- ción y fecundidad, se inmortalizaba tanto por medio de discursos la- tinos que igualmente admiraban sus compatriotas y los extrangeros, como por sus discípulos cuyos talentos sostuvieron largo tiempo nues- tra gloria literuria. Victoriosa de la mus impetuosa de las pasiones, su amabilidad triunfaba del ódio furioso de Voltaire, contenia *u ma- no desapiadada, siempre dispuesta á despedazar un cuadro que le re- cordaba una sociedad célebre, y arrancaba aJ autor do la Heuriadala— 139 — dedicación de la Merope francesa. Ncuville, destinado á ser el últi- ma orador sagrado de su compañía, renovaba, la memoria do todos los que le habían precedido, sin parecerse á ninguno; se admiraba oti sus sermones la inagotable fecundidad da Massillon, unida á la fuerza de Bourdaloue y á la profundidad de Bossuet. Guérin du Itocher, lle- vando la luz de la verdad á las espesas tinieblas de la fábula, descu- bria los hurtos y la imposturn del sacerdote egipcio; y restituyendo á nuestros libros santos los despojos que les habia quitado urra mano profana, vengaba la religión de los ataques insensatos de los impíos do su siglo. Finalmente, la pluma elocuente de Berthier conservaba el buen gusto;, y el escudo con que cubria el cristianismo, |e atraía el odio de la filosofía moderna, de la que fué el adversario mas terrible. Pero no acabaríamos si quisiésemos hablar circunstanciadamente do todos los prodigios que obró esta Orden célebre, de todos los hombres grandes que se formaron en su seno, de todos los beneficios que pro- digó á la tierra, de todos los expectáculos maravillosos con que sor- prendió el cielo. Nos limitaremos, pues, á echar una ojeada general sobre este inmenso cuadro; suplicamos al lector de buena fé, que nos siga aun en este bosquejo, y por imperfecto que sea, si lo lee con la imparcialidad del hombre que busca sinceramente la verdad, no te- meremos apelar á su justicia, y preguntarle con entera confianza: ¿tuvo nunca el género humano bienhechores tan generosos? ¿podia aquel demostrarles un reconocimiento bastante significativo? y, sobro todo, después de tantas maravillas, ¿piíedo explicarse bajo este aspee- to cómo ha podido emplearse una severidad frecuentemente deseo- nocida para los crímenes mas monstruosos?" Repetimos que el restablecimiento de una corporación religiosa, importa tanto como proteger la religión de Jesucristo, y la prueba de esia proposición, está contenida en los ejemplos que hemos producido. Ellos son ciertos, porque la verdad los ha dictado, y procurado con- servar con entera fidelidad. Todo lo que se dice de los Jesuítas, es maravilloso y positivo, y si la historia, que es el mejor depósito de los acontecimientos pasados, no hubiera tenido un diligente cuidado de expurgar do errores, de mentiras y confusiones todo lo relativo & la célebre órden que estableció San Ignacio de Loyola, parecerían fa- hulosas las proezas que la han honrado en todos tiempos. Los Je. suitas han sido siempre célebres bajo cualquiera aspecto que se con. sideren: han sido buenos cristianos y excelentes ciudadanos: como eclesiásticos, han sido la firme y robusta columna que sostiene la Iglesia católica: como miembros de una sociedad, saben desempeñar las obligaciones que los competen, y su pátria ha recogido el fruto muy pingüe, á la verdad, que produjeron los sacrificios que han hecho en su favor. Los Jesuítas han sido modelos de las virtudes cívicas y morales. Desengañémonos de una vez, y por mas que un espíritu pertinaz y obcecado en el error, quiera encubrir las sugestiones de la justicia, y enervar el fallo de la imparcialidad, nunca podrá cegar-— 140 — nos de tal manera, que queramos encontrar defectos en esta orden preciosísima, cuando solo tropezamos con circunstancias que llaman inertemente nuestra atención, y nos dejan absortos completamente. Dios quiso sin disputa hacer que la orden que fundó San Ignacio de Loyola, fuera privilegiada, derramando abundantísimamente sobre ella Jos tesoros de su gracia. Desde que los Jesuítas comenzaron á exis- tir, se crió una íntima conexión entre ellos y las ciencias, sin exclu- sión de las artes; y además, parece que la palabra Jesuíta, es sinó- nimo de las frases bien y maravilloso. Porque efectivamente, en esa corporación religiosa, hay un plantel de ilustración, acompañado de una calidad ilimitada: la elocuencia tiene un lugar muy distinguido: las ciencias encuentran en aquella fu asiento ordinario: las artes pro- gresan; y los beneficios abundan, no solo en favor de las familias par- ticulares, sino también en obsequio de las naciones que pueblan el universo. En suma, los Jesuítas forman una órden tal, que se dilata en la inmensidad de la tierra, del mismo modo que Dios se dilata en la inmensidad de los ciclos.... Pero ¿hasta dónde llegará nuestra ex- plicación? Los Jesuítas son extraordinariamente grandes, y no po- demos en lo absoluto demostrar el concepto que hemos formado acer- ca de ellos, de la manera que lo hemos concebido; sino limitarnos únicamente á admirar acerca de los misioneros lo que elegante y sa- pientísimamente dice Mr. Cresset en este hermoso soneto; Yo confieso haber visto hombres mortales Con visos de inmortales; Mas que sobradamente perseguidcs, Y menos, que bastante conocidos; Ue ánimo, y corazón incorruptibles, Como á sus propios males insensibles; Sacrificados á su pátria y reyes, Y á sus divinas leyes, Pródigos de su vida; y perfectos amigos, Que a sus mas fogosos enemigos Saben volver benévolos, propicios Bien por mal, por injurias beneficios, Hombres, en fin, demasiado estimados, Para que fuesen menos envidiados. Importa muchísimo, sin duda alguna, que una corporación reli- giosa tan interesante como es la de que tratamos, se restablezca, pa- ra consultar á la prosperidad común, supuesto que la experiencia nunca desmentida de algunos siglos, nos está demostrando con inal- terable constancia, que es eminentemente buena, y los excelentes frutos que siempre ha producido, y los efectos que ha surtido, no nos permiten poner en duda, ni por un solo momento, que su restableci- miento es precisamente la protección mas eficáz que pudiera dispen- sarte á la religión que profesa la nación mexicana. Así es que, por los undamentos que hemos expendido, no tendríamos embarazo en decir,— 141- que no solo con esa restablecimiento se lograría semejante protec- ción á la Iglesia, sino también, que aquella se extendería al Estado, porque los Jesuítas se consagran a la educación de la juventud en obsequio del país; y mientras mejor educada es esta juventud, tamo mas progresa una nación, por ser ilustrada, por tener grandes hom- bres en literatura, en las armas, en las artes, en el comercio, y en to- dos aquellos establecimientos que sirven para crear ó mantener la respetabilidad y el poder de las naciones, que se hacen maa fuertes, cuando todos sus individuos se unen perfectamente entre sí, y cons- piran al beneficio de la madre común, y cuando estén administrados por un gobierno sábio y enérgico. Evidentemente, por medio de la buena educación, se alcanzan tamaños bienes, y los Jesuítas, que se hallan bien penetrados de la importancia de esta verdad, se dedican con el mayor esmero á la educación de la juventud, haciendo de ella, como ántes hemos dicho, un estudio especial, de modo que por el co- nocimiento que adquieren de los diversos caractéres de sus educan- dos, los colocan en el estado á que los llama su inclinación, en el que su aptitud, encontrando ménos obstáculos, obtiene progresos mas sa- tisfactorios, en el que su natural, experimentando ménos violencia, disfruta de una felicidad mas pura y mas completa. Siendo todo es- to claro, exacto y positivo, preguntamos ¿si racionalmente podrá to- davía haber duda en que el restablecimiento de una corporación reli- giosa como es la Compañía de Jesús tanto quiere decir como la pro- tección mas eficáz dispensada á la religión de Jesucristo? Creemos que nó. Luego no nos equivocamos al asentar mas arriba, que una comunidad religiosa, como la Compañía de Jesús, es una grande adqui. sicion para la Iglesia, á quien se protege por este medio, atendiendo á los inmensos é importantes servicios que siempre ha prestado en lo poli- tico y en lo espiritual. Les servicios que han hecho á la moral como excelentes sacerdotes, nunca pueden apreciarse debidamente, si no es porque se experimentan, y se sienten muy á lo "vivo sus benéficos efectos, que modifican y perfeccionan las costumbres, sin dejarlas de- generar ni corromper, porque son los Jesuítas una fuente abundantí- sima que está continuamente vivificando con sus aguas cristalinas y puras el vasto campo que humedecen y fertilizan. Son hombres, que considerados bajo un aspecto entera y exclusivamente religioso, \iven conforme al Evangelio, del cual son fieles observantes, y que sabién. dolo aplicar á todas las circunstancias de la vida, logran cumplir con las obligaciones que todos tenemos contraidas para con Dios, y que producen el refinamiento de la ilustración como una consecuencia natural de la buena enseñanza y doctrina. Nada ciertamente hay tan dificultoso en este mundo, como es conducir el corazón del hombre, conbatido incesantemente por las pasiones, y por los alhagos de los objetos exteriores. La filosofía cristiana, con su austeridad y con su bella índole, con su templanza y con su prudencia, con su moderación y con su eficacia, sabe dirigir perfectamente ese mismo— 142 — orazon, sacando gran provecho de semejantes pasiones, porque ha- ciéndolas conocer en su verdadero punto de vista, y presentando ¡i uostra consideración toda su fealdad, toda su monstruosidad, toda su deformidad, nos conduce naturalmente á hacérnoslas detestables, caminando únicamente su aspecto feroz, y el veneno activo que en- cierran en su inmundo seno. ¡Cosa admirable! Esta operación se critica por un medio sumamente sencillo; se verifica, decimos, por na simple comparación er.tre el bien y el mal; entre la virtud y el vicio, ocurriendo á una profunda meditación de la una y del otro; de manera, que después de esta comparación, de este exámen, la liber. tad determina y fija la elección. He aquí, pues, la obra de los Jesui. a», y el fundamento que nos sirve de apoyo para reputarlos como ir:uy á propósito para hacer la felicidad de las poblaciones en que se hallan establecidos. Una corporación religiosa, cuya misión consiste en moralizar y ducar perfectamente á las grandes masas que furmnn la sociedad, que hace amar el bien y aborrecer el mal, que conduce á la perfec- ción en todos casos á los que dirige, incuestionablemente es una gran- de adquisición, que siempre debe estimarse y conservarse á todo tran. ce, mucho mas cuando esta corporación religiosa es pacífica, é imita perfectamente el espíiilu de la iglesia y de la religión, de las cuales «s una rama. Si se consulta la historia imparcialmente, y si se-bus- ca de buena fe y con toda diligencia la verdad, descuidándose de preo- cupaciones, y de una mala prevención, se logrará, que los Jesuítas an al fin tratados con justicia, declarando, que jamás desmintieron su carácter, sino antes bien, que siempre han sabido desempeñarlo y corresponder á él diligente y escrupulosamente. Por mes que la ma- levolencia y la perversidad 6'corrupción hayan querido doturpar infa- emente esta órden célebre y respetable, jamás será manchada ni de- , rirnída substancialinente, porque en todos tiempos se hacen un lugar la inocencia y la íhcorruptibilidad. Hagámos nn estudio profundo sobre los Jesuítas; propongámonos juzgarlos con toda la mayor severi- dad; busquémosles crímenes y maldades, y no encontraremos mas que hechos sublimes, asombrosos é inesperados, y nos constituirémos siem- pre en amantes, en admiradores suyos. Una corporación religiosa, como la que nos ocupa, que solo produce buenos hijos para la Iglesia y para el Estado, naturalmente es una grande, exquisita adquisición. El restablecimiento de una corporación religiosa, repetimos aún, cu- yo modelo es el Evangelio que quiere imitar, ó mejor dicho, conver- tir en substancia propia, y nutrir con ella á sus neófitos, es dispensar eficázmente la protección mas decidida á la religión que sostiene, de- fiende y propaga, perfeccionando su conocimiento en el ánimo de to- dos sus educandos. Los Jesuítas ciertamente enseñan las virtudes que han aprendí- o, y son unos) evangelios animados, por decirlo así, que se transmi- ten de ellos á los que enseñan, dándoles reglas de conducta quo de- I— 143 — bcn seguir, para cumplir la misión que todo hombre tiene sobre la tierra: en una palabra, los Jesuítas han sabido desempeñar con su ejemplo y con sus predicaciones, aquella sapientísima sentencia do Chateaubriand, que dice: La cruz es el estandarte de la civilización; Y de consiguiente, han podido adelantar en todas sus empresas, lle- vándose en ellas la superioridad y la admiración dp cuantos las han presenciado. Porque la cruz de Jesucristo es ciertamente ta. escuela mas perfecta que el hombre eminentemente civilizado debe cursar con preferencia a cualquiera otra, pues, como dice muy bien el Lic. D. Santiago Garcia Mazo (1), "la muerte de Cruz fué en los tiempos an- tiguos, un suplicio de la mayor ignominia. Maldito es de Dios el ,,hombre que muere colgado en un leño, se habia dicho mil y qUi. „nientos años antes que espirase en ella Jesucristo; mas después que, „este Divino Redentor la regó con su sangre y murió clavado en ella, „este objeto de la mayor ignominia pasó á ser el objeto de la mayor «veneración. Todo lo que el Hijo de Dios padeció en su vida mor- „tal, vino á consumarse en la Cruz; y la Cruz, bajo de este punto de „vista, nos representa todo cuanto padeció el Hijo de Dios por noso. ,,tros. ¡Cuán amable nos debe ser este sagrado árbol que sostuvo ,,pendiente de sus brazos el precio del mundo! Gloriémonos, cris- „tianos, en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo. Abrácenles, bese- „mos todos los dias de nuestra vida, y muchas veces al din, esta Cruz «adorable, que será aplicada á nuestros cárdenos labios en la hora do «nuestra míferte. Hagámonos acreedores por nuestio entrañable «amor á la Cruz, á que el soberano Juez, que espiró en ella, nos mi. «re como hijos de su Cruz, nos juzgue como redimidos en su Cruz, y „nos conceda por su Santísima Cruz la entrada en su eterna gloria." Recordemos, pues, que la Cruz presidió en todos los actos y conquis- tas do los Jesuítas, y advirtamos que este signo celestial, es el que nos recuerda, que somos cristianos, porque con elía refrescamos la memoria de que una Religión esencialmente santa y civilizadora, me. jora la condición del hombre, y le presta cuantos consuelos necesita, paTa hacer verdaderamente amable y deliciosa la existencia, sirvién- donos de una guia segura, para señalar nuestros procedimientos, y atemperarlo* á una rigorosa justicia, y á una moral, con la que bus- camos la felicidad, que nunca perdemos de vista, y que conseguimos indudablemente, apoyándonos en estas dos firmísimas bases, que en ningún tiempo pierden su centro de gravedad. Los Jesuítas han recorrido, frecuentado y puesto en ejercicio to. da la escala de las virtudes cristianas, convirtiendo estas en substan- cia propia, y estableciendo con ellas cierto género de vida, que pre- [1) En su obra titulada: "El Catecismo de la Doctrina Cristiana explicado; 6 explicaciones del Astctc, que convienen también al fiipalda," edic. de 18<18, pág. 8.— 144 — ente es la que debe observarse, si so quiere adquirir una sólida elicidad; de consiguiente, han mejorado la triste situación del hom- re, y perfeccionado las costumbres, haciendo saborear el gusto que roduce la ilustración; do manera que han establecido un modo de vi. vir tal, que la Religión y la política se hermanan perfectamente, im- primiendo en la vida laboriosa y civilizada de las sociedades, un can- dor, que hace conocer muy bien el estado floreciente de ellas mismas, in que haya mas que una libertad propiamente así llamada, sin mez- cla alguna de bienes y males, cuyo conjunto, cuya reunión en un mismo punto, seria notoriamente pernicioso. Es menester detenerse un momento en reflexionar, que la educación que dán los Jesuítas, es religioso-política, logrando sus buenos efectos la constancia y el es. mero con que se dedican á ella, consultando al adelantamiento simul- táneo de la Iglesia y del Estado, y por este medio van preparando poco á poco á los grandes hombres que algún dia dispondrán de la suerte de su pátria, y que serán su mas firme apoyo. Todo esto se practica con la Cruz, porque recordando lo que nos indica, nos con- duce á hacer una vida perfecta; moraliza, y nos excita al exacto cumplimiento de nuestras obligaciones, haciendo forzosamente virtuo. so al hombre, sin usar de medios violentos y repugnantes, con los cua- les se alcanza únicamente la exasperación y obcecación en los males, pero jamás el resultado que se busca. En el Capítulo VI de la obra moderna que hemos citado, y que queda copiado, tuvimos ocasión de conocer la razón con que su aator llamó sapientísima y propiamente prodigios de valor y de cari- dad, las hazañas con que se inmortalizaron los Jesuitas. La cruz es el pendón que presidió en sus grandes empresas, y ese madero sacro- santo, insignia evidente del triunfo de nuestra adorable Religión, echó los firmes cimientos de un edificio colosal que se construyó en la China y en la América, y que fué el trofeo mas apreciablc y ox- quisito que adquirieron el cristianismo y la civilización. La cruz, haciendo una pasmosa conquista de multitud de salvages, atraídos hácia ella por su dulce influencia, obró grandes portentos, y fijó im- portantes acontecimientos, cuyo exámen ha sido el constante estudio de los políticos, quienes ciertamente han admirado la rápida forma- cion de poblaciones bien respetables, que han hecho los Jesuitas, mientras la historia nos atestigua diariamente las dificultades y lenti. tud con que se han fundado las naciones. Los Jesuitas reunieron en sociedad á los salvages, por medio de la cruz y de la música; ensan- charon los límites de los dominios de sus soberanos: y como ántes indicamos, los misioneros no habían querido formar cristianos, sino para hacer de ellos ciudadanos libres, ni los reunieron sino para pro* curarles las dulzuras de una sociedad gobernada con leyes paternales, y no en fuerza de los caprichos tiránicos de diversos señores. Funda- ron, decimos, poblaciones muy considerables, sin desviarse de la buena té y de la suavidad, sin ocurrir á intrigas miserables y en extremo— ¡45 — mezquinas, con las cuales se ha aumentado grandemente ol poder de los pueblos. En corto tiempo, obraroyi los Jesuítas tan maravillosos fenómenos, apartando de sua proyectos toda traición, todo engaño, sin que por eso hubieran criado rencillas, é insultado á nación algu- na, en vez de quo la antigua y poderosa liorna, por ejemplo, tuvo ne- cesidad de apelar á medios inicuos para propagar el número de sus primitivos fundadores, pretextando celebrar juegos en honor de Nep- tuno Ecuestre, fijando dia para esta solemnidad, en la cual fueron ro- badas las mugeres por los jóvenes romanos, y conducidas á sus casas, dondo contrajeron matrimonio con ellas, btjo el pomposo aspecto de todas las ceremonias religiosas (1); con cuyo abominable crimen, pu- do Rómulo hacer subir el número de la primitiva población de Roma, á cuarenta y siete mil individuos. La cruz y sola la cruz, produjo tan excelentes frutos, y ella fué la que preparó el establecimiento do las llamadas reducciones, en las que florecieron las artes y las cien, cias, y se cultivó satisfactoriamente la literatura, dominando en esto hermoso vergel la Religión cristiana, como el mayor bien, y como el principal regulador de las acciones de los neófitos. Bastarian ciertamente las noticias ó documentos que preceden, para que la proposición que defendemos, á saber, que el restableci- miento de una corporación religiosa, como es la Compañía de Jesús, importa precisamente la protección que debe dispensarse á la religión de Jesucristo, quedara plenamente demostrada, de una maneru que no admitiese duda; pero quizá creerían los detractores, que habíamos agotado ya todos nuestros materiales. Estos, lejos de consumirse, abundan de un modo que nos proporciona un sobrante excesivo, del que sin embargo no podemos hacer uso, por no ser demasiado difusos. Si nuestro escrito fuere desgraciadamente impugnado, porque haya un espíritu que se obstine en desconocer la verdad, entónces pondrémoa en ejercicio, y publicaremos todos los documentos preciosísimos que poseemos. Mas no podemos dispensarnos de producir otros varios y pequeños datos en confirmación del principio que sostenemos, apar- tándonos de la indicación que hemos hecho, y por tanto, decimos, que "en la invasión del cólera morbo, Génova, Nápoles, Palermo, Roma y „otras ciudades de Europa, debieron maravillarte de la caridad de los ..Jesuítas, que dia y noche acudían á la asistencia y al socorro de loa „epidemiados. Entónces todos, aun los que ántes los veian de mal ojo, ..manifestaron comprender, que un cuerpo de hombres que exponen „su vida por la salvación espiritual y temporal de sus semejantes, po. „seen el espíritu de aquella caridad que enseñó Jesucristo, queriendo ,.que fuese el carácter declarado de S'Js discípulos. Al brillo de tal „luz, desapareció la falsa idea de egoísmo é hipocrecia, y se oyó es. ..clamar á las personas menos amantes de la Compañía: Los ad- (1) Véase el Compendio de la Historia Universal de Anquctil, tom, 2." pág. 36. I— 140 — ^mirarnos, pero no nos es posible imitarlos; y muchos del pue-- ,,l)Hi bajo reconvenían á loa que los habían denigrado. Tan „cierlo es, que la calamidad hace entrar en juicio." (i) Los mis- inos ejemplos de ardiente caridad y asombrosa intrepidéz, die- ron los Jesuítas en los Estados Unidos en la misma epidemia. "Los „protestante?, dice Cretineau-Joly (2), los presbiterianos, metodis- „tas y baptistas, kuakuros y unitarios, todos quedaron asombrados ,,de ver generalmente á los sacerdotes católicos (y mucho mtf á ,,los Jesuítas y á las hermanas de la caridad), ocurrir á cualquiera ,,hora del día ó de la noche a los apestados, no solamente á la ,,casa del rico, sino también y con la mayor frecuencia á la mas „pequeña y asquerosa choza del indigente y del negro." Todos estos pasages que ocurrieron seguramente en la primera aparición de tan horrible epidemia, comprueban la ificáz influencia que pro- duce el sacerdocio católico en las grandes calamidades con que el Señor visita á su pueblo, y el lenitivo con que ocurre hasta el grado de hacer gustosos los padecimientos con que lo aflige y atormenta; ho aquí la mano bienhechora que tiendo a sus hijos la roligion de Je- sucristo; mano que por un iuexcrutable arcano de la Divina Provi- dencia, es incesantemente conducida por el Jesuíta,1 cuya ingerencia activa ha sido muy interesante en nuestra misma Capital, para des. truir los males que nos aquejan, aun cuando no existe su instituto. Sí cu la primera aparición del cólera, los Jesuítas fueron los que prestaron tan importantes servicios á la causa de la.humanidad afligi- da, en el año de 1850, se han hecho acreedores en México á nuestra eterna y sincera gratitud, pues en la invasión que experimentó esta Ciudad, se vió un hijo de San Ignacio de Loyola, encargarse del la- zareto que so estableció en el Santuario de los Angeles, y ayudar con sus limosnas á la conservación del Hospital de San Pablo, et» dondo las Hermanas de la Caridad han sido un modelo de fortaleza, siendo atacadas tres de ellas del cólera morbo, del que fueron curadas en la casa matriz, pora donde se retiraron (3). Si queremos consultar mas la historia, refiriéndonos á. épocas pasadas, veremos quo en el año de 1800, cuando volvían de su destierro los Jesuítas españoles y varios americanos, asistieron en Cádiz á los epidemiados de la fiebre amari- Ha, y en este servicio sucumbieron quince padres, entre los cuales, dos eran mexicanos. La experiencia contra la cual no hay argumentos, nos está seña- lando como con la mano y de un modo irresistible, que no admite la menor duda, que los Jesuítas saben dominar y hacerse superiores á f1) Aleone ragíoni dell P. Pió Melia—Luca 1845. (2) Historia de la Compañía de Jcsus, tom. 6.° p%. 376.—París 1846. (3) Véase el núm. 27, tom. IV del impreso titulado: "Periódico oficial del Supremo Gobierno ile los Estados Unidos Mcxicános," correspondiente al dia 2 de Noviembre de 1850, en el cual consta el informe que produjo el Gobierno del Distrito federal, sobre el asunto de que habla el texto.— 147 — las circunstancias. No hay empresa qua acometan, que no los salida bien, porque son homares naturalmente emprendedores y constantes en sus provectos, porque son verdaderos apóstoles y ministros del So- ñor, se dedican exclusivamente al ejercicio de su ministerio, y atien- den cuidadosamente á los objetos mas interesantes, que mejoran lu con- dicion de una sociedad, haciéndola sólida é ilustre, y perpetuando su existencia. Ya hemos manifestado en la primera parte der nuestro discurso, que él libro do Dios y el ejemplo de los misioneros hacen tan estupendos milagros. En efecto, así lo comprueban todos los do. aumentos que hemos presentado a la consideración de nuestros lecto- res, y no debemos olvidar ni por un instante, que los Jesuítas han sa. bido sobreponerse siempre á sus inclinaciones, 4 sus sentimientos y á eu bienestar también. "Sabido es, dice Cretineau-Joly (1), que, en ,,diferentes ocasione?, ha corrido por Europa la voz de que existían „3ii las reducciones del Paraguay abundantes minas de oro, así como ,.igualmente que semejante rumor ha sido desmentido, ya por los mis. ,,'iios hechos, ya por el testimonio de los comisarios regios enviados 4 „aquellos lugares. La Rspaña sabia muy bien el valor de estos rumo- „res, cuando, en 1740, Gómez de Andrade, gobernador del Rio Janei. „ro, pnnsindo que los Jesuitas, al haber conseguido del gobierno es- ,,pañol que no entrasen extrangeros en las reducciones del Paraná, „llevaban la mira de ocultar á miradas indiscretas los manantiales ele „una quimérica fortuna; concibió el proyecto de un cambio entro las „dos coronas, y para obtener las siete reducciones del Uruguay pen- „só ceder á la España la hermosa colonia del Sacramento. Dió par. „te de todo á la corte de Lisboa, la que se apresuró á entrar an trato ,,con la de Madrid. El trueque era demasiado ventajoso á esta últi- „ma, para que dejase de aceptarle. El Portugal abandonaba un pais „fértil, que por su situación, abria y cerraba la navegación del rio ,,s agentes portugueses la faculiad ,,de explotar á su placer las fabulosas minas de oro, que los Jesuítas ,,beneficiaban de una manera tan discreta. La verdad y honor del .,Instituto se hallaban comprometidos en la cuestión; pero sus indivi- duos quisieron mejor secundar las miras de sus adversarios,que apo- carse en sus amigos. Entraron también en la funesta senda de las— 140 — ,.concesiones, que jamás ha salvado la menor coia, y qua ha perdido ,,en cambio mas do una justa causa, cubriéndola con un btr.iiz do des- „honor en sus últimos momentos. Los Jesuitas aturdidos con el eco „de los clamores <|ue so alzab in á su alrededor, creyeron ahogarlos (.transigiendo con los quo los lanzaban, y para no atraer una tempes- ta), quizá útil en aquellos momentos, se resignaron á hacer el papel „de involuntarios hecatombes ó de mártires por concesión, único ca- „mino que conduce á lu muerte sin honra ni provecho." Do está suerte, y por lo quo consta dol anterior documento que hemos copiado, aparecen los Jesuítas tales como son. Ellos tienen 1$ moa completa deferencia para con las autoridades, y las obedecen con una prontitud y una eficacia inconcebibles. Saben domar sus pasiones incuestionablemente, y este hábito, esta ciencia envuelve en sí toilos los tesoros do la mas sublima filosofía cristiana, por la cual los Jesuitas han consultado siempre á la abuegacion do sí propios. Pero la han consultado de tal manera, y han sabido contrarestar los ma. los movimientos, que al obrar, se nos presentan como si fueran guia- dos do la segura conciencia que infundo aqui llo mismo que practican, y que tiene todos los visos do una persuasión profunda ó íntima, la cual determina, generalmente hablando, las acciones del individuo, y el gusto y entusiasmo con que emprende este, su trabajo. Los Jcsui. tas obran en todos tiempos, y aun en los casos que les son perjudicia- les, de un modo tan sorprendente, quo ellos mismos so ofrecen a nues- tra consideración, como verdaderos cómplices de su ruina. Prescin- diremos sin embargo de ese carácter débil en esta parte, que no pue- de recomendarse absolutamente, si no es diciendo, que son conducidos por una santa abnegación, pues de ninguna otra suerte puede la bis. toria imparcial calificar exactamente semejante debilidad. Unica- mente confesaremos siempre con la ingenuidad y lealtad de los hom. brea honrados, que los Jesuitas, como ministros del Señor, como mi> sioneros, como maestros públicos, como ciudadanos privados, como sábios directores, y como obedientes súbditos, forman una órden céle- bre por mil títulos, útil bajo-todos aspectos, protectora de las artes y de las ciencias, y eminentemente caritativa y civilizadora He aquí ya en pocas palabras cómo queda probada la cuarta proposición que hemos defendido. Pasarnos ahora á tratar de la quinta, en la que nos empeñaremos para probar, que extinguiendo alguna de las corporaciones religiosas, privamos á la Iglesia de la protección que la debemos. Sentamos esta proposición, para que no se crea, que al hablar de los Jesuitas, y al defenderlos con una nrino robusta y armada, sin arrepentimos jamís do la energía con quo hemos procurado hacerlo, denigramos a las de- más religiones, como pudiera juzgarso ligeramente. Bien convencí- dos estamos de que la existencia de la Compañía de Jesús no es in- compatible con la existencia de las demás corporaciones religiosas. Al contrario, si ella fuese la única que se hallara establecida, su ais-■—150 — lamiento seria la mejor demostración matemática que 6e hiciera de que necesitaba imperiosamente de la concurrencia de las otras. De- seamos ser hombres sensatos y de un fondo sólido, y esta misma sen- satez nos hace preciar do que es segura la opinión que emitimos, la cual í'c contrae á que todas las religiones conocidas, tienen un objeto, una misión muy importante que llenar, y que afecta sin duda alguna y Erectamente á la conservación y desarrollo de las instituciones eclesiásticas, B¡n las cuales difícilmente la religión ejercería su in- fluencia y su poder. Si se recorre la historia de los servicios que han prestado las corporaciones religiosas, coníirmarémos nuestro jui- cio, y habremos fijado nuestro dictámen sobre bases indestructibles. Si comparamos estos servicios, con los lugares dificultosos y llenos de peligros en que se han verificado, nuestro interés en favor de tales corporaciones religiosas, crecerá de un modo portentoso, inspirándo- nos hácia ellas el mayor aprecio y respeto. Así es que cuando oímos la relación de los trabajos que pasan cuale-quiera religiosos, natural- mente nos conmovemos, y admiramos de que la religión en todos tiempos y lugares nos auxilie y nos salve. Comprueba la exactitud de este aserto, la siguiente narración, que tomamos del Capítulo XXiV, de la obra titulada: "La tierra SantT/' "Ya era tarde, dice, paru ,volver atrás (I): hubimos de manifestar ánimo, y pasar por el stgun- ,do campamento, sin que al principio nos sucediese nada, pues los ára. ,bes tocaron la mano de los betlemítas y la barba de Alí-Agá. Pero .apenas hubimos pasado la última tienda, cuando un beduino detuvo ,al borricuelo que llevaba las provisiones. Loj beilemitas le quisie. ,ron repeler, y él llamó en su auxilio á sus compañeros, los que de un brinco montaron en sus caballos, se armaron, y nos cercaron al ,instante. Alí lo pudo sosegar todo dándoles algún dinero, pues „aquellos árabes exigen un derecho de pasage, creyendo á la cuenta ,que el desierto es un camino real, bien que cada uno es amo en su ,c¡isa; pero esto no era mas que el principio de un lance mas serio.— .Una li gua mas allá bajando por la espalda de un monte, descubri- dos la punía de dos altas torres que snlian de un profundo valle, y ,.eran las del convento de San Sabá. Kstando ya cerca otrn cuadri. ,fíla do árabes emboscados en lo hondo de una rambla, se tiró á noso- ,,tr.05 dando terribles ahullidos, Al instante vimos volar las piedras, „relucir los puñales, y apuntar los fusiles. Alí se arrojó enmedio de (1) Hablando esta obra del Desierto y Convento de San Sabá, dice, que al volver de una de aquella? montañas, se encontraron los viagerns eon dos cam- pamentos de beduinos; el uno constaba de siete tiendas de pieles de ovejas ne- gras, formando una especie de cuadrilongo: y cí otro de unas doce tiendas co- locadas en circulo, y que allí cerca estaban pastando algunos camellos y yeguas; en seguida, comienza la relación que hemos insertado en el texto; pero nos creemos oblig ólos a hacer esta manifestación, para que no se crea que aquel se halla cortado, y para que aparezca bien redonda la oración, que de otra mane ra se presentaría trunca.— 151 — ».la pella, y todos fuimos corriendo en au favor: cogió al capitán de „lus beduinos de las barbas, le tiró á los pies de su caballo y le ame- ,,nazó acabaría con él si no contenia á los suyos. Entretanto un re- ,,lidioso griego asomado por lo alio de la torre, gritaba procurando ,.ponernos en paz. De este modo llegamos á la puerta del convento, „y los religiosos que estaban dentro, daban vuelta á la llave muy des. ,,pació, pies temían que intre el desórden robasen el convento. Can- ,,sado til genízaro da tal tardanza, se enfurecía contra los religiosos y ,,contra los árabes. En fin, sacó su sable, é iba á ecbar abajo la ca- ,.beza del capitán er dicho todo lo que os rigorosamente necesario para este efecto. Otras muchas ob- servaciones podríamos emitir en confirmación de la verdad que hemos sostenido; pero en cuanto hemos escrito hasta aquí, confesamos no haber olvidado que: El secretó de fastidiar es el de decirlo todo (1); teniendo también muy presente el precepto de Boileau, referido por Cretineau-Joly (*), que dice: El que no sabe limitarse, jamás supo escribir, y por eso dejamos á la discreción de los lectores lo demás que no he. mos enunciado, y que seguramente s< rviria como de difusión, porquo traspasaríamos \ü8 (imites que nos hemos señalado. Vamos, pues, á ocuparnos do la sexta y última proposición que fijamos al principio, atendiendo á las reflexiones que acabamos da hacer, para dar cima á nuestro escrito: la proposición de que traía, rémos dice, que; de los fundamentos que han resultado al tocar las cuestiones propuestas, no puede inferirse, que la facultad de restablecer la Compañía de Jesús, en los Estados, importa la de extinguir las reli- giones, Sin entrar en un análisis profundo de esto tema, aparece depilo luego la notoria falsedad que envuelve, porque, Mgtt'fi hemos manifestado en la proposición anterior, si solo existiera el estableci- miento de la Compañía de Jesús, inmediatamente resaltaría su impo- tencia á nuestra vista, y su aislamiento produciría muy distintos fru- tos de loa que nos prometemos, considerándola on perfecto acuerdo con las demá*, y esperitnentando que la co-ixistencia ríe todas, es provechosísima al desarrollo de la religión. Somos defensores de los Jesuítas; por convencimiento y por pistícii; pero bo estamos tan preocupados, que creamos, que solo ellos podrían dar cumplimiento a l;:3 funciones propias del ministerio sacerdotal, que son innumerables. Para extendor esta defensa, hemos leído muchas obras que hablan de la célebre Orden, que es el objeto de nuestras profundas meditaciones: y durante tamaño trabajo, confirmamos mas y mas la opinión que he- mos formado, porquo conocemos qno la capacidad del hombre es en extremo limitada, y que su atención no puede abrazar muchos obje- tos, sino concretarse á un corto número de ellos, si se quiere obtener (1) Ensayo Histórico «obre las libertades de la Iglesia Galicana, y de las otras del catolicismo, durante los dos últimos siglos, por Mr. Gregoire, antiguo obispo de Blois, toni. 1.° p. V. (2) Véase su folleto titulado: "Defensa de Clemente XIV, y Respuesta al \batc Giobcrti, ó sea complemento i la historia de la destrucción de los Jesui- tas," pag. 75.— 159 — un buen resultado do la misma, ['¡ira adquirir la prueba de la verdad que hemos anunciado, basta consultar la experiencin, y ella nos di. útilísimas lecciones.en este punto. En cualquiera materia que estu. diemos, se nos presenta de bulto necesariamente la corta comprensión del hombre, y ella nos demuestra con toda precisión, que este no pue- de abarcar todo Jo que exigen su ambición y tu orgullo. Nadie es capaz de poseer todas las ciencias conocidas hasta hoy; nadie es ca- paz, decimos, de ensanchar la naturaleza humana, como puede ensan. charse, por ejemplo, un cuerpo elástico: el temerario que en su loca soberbiu ha pretendido sobreponerle a su pequeñiz, ha encontrado el castigo en su pecado: queriendo remontarse 4 regiones impenetrables, se ha confundido y extraviado su razón, y si por desgracia ha sido' maestro que haya dirigido una escuela, si ha sido cabi za rie una sfc. ta, sus errores han cundido, produciendo consecuencias de una perju- dicial trascendencia, que ha echado raices, fomentando los trastornos, y destruyendo los principios mas sanos de la política y de la religión, que han minado los gobiernos, envolviendo á los países en horribles y desastrosas revolucioues. Si el hombre fuera susceptible de ser universal en todas la» co. «a**, seria sumamente perjudicial, porque considerando á todos dota, dos de esa cualidad, los unos harian contrapeso á los otros, y entón- ces nada podría eer estable, porque precisamente todo quedaría en- vuelto en el caos y en la obscuridad, Por el contrario, siendo limi. tados los hombres, como lo son, es claro que su misma limitación los estrecha á emprender un trabajo activo, á procurar vencer los obstá- culos. De ese modo, las sociedades han progresado admirablemente, ■manteniendo una correspondencia bien sostenida entre ellas mismas; de manera que so han cambiado mutuamente sus pensamientos, sus ideas, sus necenidades, los medios de cubrírselas, y los elementos que tienen para conservar su existencia y adelantar en el camino de la perfección, que consiste en adquirir su completa felicidad. El desti- na que la Divina Providencia, que la Suprema Sabiduría ha impreso ni hombre, de estar siempre viviendo en compañía de sus semejantes, es una nueva demostración de que este ser nunca puede hallarse solo, aislado, y careciendo de los recursos que naturalmente adquiere, en- contrándose rodeado de otros entes iguales á él, con cuyo consorcio hace d. líciosa su existencia. Pero esta delicia solo se logra, cuando la religión influye directa y enérgicamente en el ánimo de todos los hombres, de suerte que sea como el alma de la sociedad, cómo el con- linuo alimento de ella, que la robustezca mas y mas diariamente, y la presente llena do vigor y de lozania. En la anterior proposición, he- mos indicado ya, que ¡¿ religión se desvirtúa enteramente, sin el ne. cesario concurso de *us ministro»; r.ñaeieridu que el número de estos debe multiplicarse, porque así cumplirán con la alta misión que tie- nen sobre la tierra La incompatibilidad del restablecimiento de la Compañía de Je-— 160 — sus con la existencia de Ins demás regiones, eauna cosa repugnante, y evidentemente nula. Esa propia Compartía reconoce substancial- mento el mismo fin que las otras corporaciones religiosas, y si sostu. viéramos un aserto contrario al que liemos establecido, y qin estamos analizando, es claro que erraríamos, incurriendo en otra grave falta, como es la de que destruiríamos con la izquierda lo que hubiéramos fabricado con la derecha; es d icir, que si opináramos en favor do la incompatibilidad, nos contradiríamos, porque ántes defendimos, quo Ja extinción de cualquiera religión, importaría tanto como privar á la Iglesia de la protección que la debemos. Lo que deseamos inculcar en el ánimo de los lectores es, que existe una verdad demasiado des- conocida por desgracia, do parte de los acérrimos enemigos de los Je- loitas. Esa verdad a que nos contraemos, se reduce únicamente é. que no queremos hacer cumplida justicia á estos R«li«;ioso3, teniendo á la vista los testimonios mas auténticos de 9u extraordinario mérito, que nos están enseñando, que ellos se hin hecho célebres entre las demás religiones; aunque no obscurecen ni eclipsan el valor de los servicios que han prestado éstas á los hijos de la Iglesia. Por otra parte, jamás ha habido corporación religiosa, tan perseguida de con. tradiceiones como la Compañía de Jesu>, tan calumniada y tan befada como ella, y por lo mismo, no es extraño que sus. adversarios, apu. ran lo hista el extremo la exageración, quieran persuadir, que la fa- cultad de restablecer la Compañía de Jesús en los Estados, importa la de extinguir las religiones. Citando ha sonado la hora que anuncia la destrucción do un es. tablecimiento que se aborrece, ya sea porque es bueno, 6 ya por otros motivos, ó cuando el destino ha fijado definitivamente la ruina de cierta persona, entonces se apuran los recursos para consumar la obra, y no so perdona medio alguno para llegar al término suspirado. Entónces la pasión dominante y no la recta justicia, es la que decide de todos nuestros procedimientos; entónces descubrimos defectos in- tolerables y dignos de execración en el objeto amado, en el cual de ántes no notábamos otra cosa sino perfecciones 6 hermosura. Dotes- tamos hoy de todo corazón lo que ayer amábamos sinceramente y con el mayor entusiasmo: ayer dábamos la vida por una cosa que hoy nos desdeñamos de mirar, y apenas nos tomamos el trabajo de ocuparnos do aquello mismo que ayer creíamos que constituía la esencia do nuestro bienestar, y que era inseparable de nuestra existencia. Ama- mos una cosa y por esto hecho la disimulamos cualesquiera defectos por graves y groseros que sean, considerándolos como liberas imper- fecciones que admiten fácil reparación, 6 entramos á^discurrir con nosotros mismos, concluyendo en seguida, que ó no son ni siquiera imperfecciones, ó que de serlo, sirven como de adorno á quien reúne una manía, 6 una circunstancia do esta naturaleza, porque nunca so- mos imparcialcs, ni confesamos de buena fé las faltas que notamos ea el objeto á quien tributamos cordial adoración. Cuando Napoleón so—161 — hallaba en Erfurth, gozando de las representaciones leatraUs que se hacían diariamente eu aquel parage, Alejandro, emperador de Rusia, convenía en que: ■■ La amistad de un grande hombre es un beneficio de los Dioses (1), y apretando fuertemente la mano de Napoleón lo añadía: "Lo expe- rimentamos todos los días." Mas tarde debía rlecir aquel Emperador, que una vez desenvainad i la espada, no la volvería á envainar mientras quedase uno solo de los enemigos en terreno de sus dominios. Todo, nos manifiesta la inconstancia del hombre; todo nos demuestra, que su capacidad es limitada en extremo, y todo esto nos enseña, finalmente, que la misma fragilidad y pequenez., que son sus dotes principales, exigen imperiosamente el concurso de los demás. Así es, que lo que se dice del hombre considerado individualmente, es aplicable á las su- ciedades ó grandes corporaciones. La experiencia que tenemos afortunadamente acerca de cuanto observamos, nos acredita de una manera especial, que el gobierno de una gran comunidad, requiera varios agentes, que le sirvan de moto- res, y esta razón nos convencerá de la necesidad que sentimos de la existencia de diversas asociaciones que concurran á su vez al desar- rollo de ese mismo gobierno, para que pueda dársele todo el ensanche de que es susceptible; semejante consideración nos presta un nuevo npoyo, el cual n(,s obliga á conocer, que no es incompatible el resta- blecimiento de la Compañía de Jesús con la existencia de las demás religiones. Al contrario, creemos que aquel supone ésta necesaria- mente. Recordamos con tal motivo, que para llevar al cabo el ódio que profesan á la religión crisliana les que se declaran enemigos su- yos, han aventurado la especie de que ella se opone al adelantamien- to de nuestra inteligencia. Bien persuadidos estamos do que lejos de ser cierta esta aserción, la religión de Jesucristo supone, decimos, in- dispensablemente la ilustración, porque es la fuente misma de que se deriva la verdadera sabiduría. Cuando las pasiones so desatan contra ciertos objetos como un torrente impetuoso é incontenible, la calumnia, la mordacidad, y la malafé, son los campeones que se ponen enjuego y en un ejercicio sumamente activo, para consumar la destrucción de una obra, que se ha proyectado de antemano, entrando en una perfecta combinación, para llegar al fin que se intenta. ¿Se quiere hacer imposible el resta, blecimiento de la Compañía de Jesús en nuestra República? Pues es preciso hacerlo impracticable, sin oponerse á él directamente, con la mejor buena ló y con entera franqueza; antes bien, es menester impedir- lo de una manera que no lastime, ni que se haga sensible. Ciertamente se logra la intención con facilidad, siempre que los interesados so unen entre sí, coordinan sus ideas y dan el ataque de improviso, sin que se (1) L' amitie d' un grand homme est mi bifflrfait des Dieux. Véase la His- toria de Napoleón, por Mr. de Norvúis, ton». 2." Cap. IV. p. 56.— IG2 — as quo el movimiento de una sola mano, cuyo golpe t¡ea seguro, y se dé oportunamente. Empeñados los perversos en el abatimiento déla obra de Sun Ignacio de Loyola, afectan un zelo apa- rente en favor de lo? intereses «te aquellos á quienes no convendría la reaparición de esa Orden célubre, que pudiera herir ciertas susceptibi- lidades, y descubrir abusos y preocupaciones, cuya conservación es un positivo servicio para los que medran á la sombra del desórden, y es- peculan con la relajación general de costumbres. Enmedio de los gr»m!es males que afligen á una nación, y que favorecen los designios y planes de los que en ellos encuentran su bienestar, es natural que los mas poderosos levanten su voz, para sofocar los buenos deseos, y oponer una barrera impenetrable, para preparar los elementos mas precisos, que se crian con el objeto de mudar enteramente el aspecto dolorosísiaio de aquella. Es conveniente para muchos quo un error perjudicial, una intención depravada, cunda por tódas partes, y se corrompan todas las generaciones, aun desde ántes que existan, por- que así so arraigan en las mismas todos los elementos de desorganiza, cion y de desconcierto universal. Cansados los pueblos de vivir en- tregados al desorden y á la miseria en que naturalmente gimen, supues- to que los trastornadores de la sociedad y de los principios que la vi. gorizan y conservan los conducen á tan lamentable extremo, levantan la voz, claman para quo cese ¿u abyección, y se alarman con impa- ciencia, viendo que el remedio no se acerca, sino quo se aleja mas y mas todos los dias. Los pueblos son generalmente mal educarlos y vi- ciosos', poruue esa mala educación y esos vicios, favorecen lu ambi- ción, la codicia y las perversas inclinaciones de los mandnrines. Si estuvieran bien doctrinados, y carecieran de los defectos é imperfec- ciones que los hacen despreciables, reduciéndolos á una completa nu- lidad, entonces no hay duda en que los gobiernos se abstendrían do ciertos actos, que reconocen por base la imbecilidad de la muche- dumbre: entonces, decimos, no se les engañaría torpe é impunemen- te, y las masas no se moveri;in al contentillo de unos cuantos, que re- putan á los pueblos como unos autómatas, cuya votuntad explotan con. forme á sus intenciones, convirtiendola siempre en su beneficio par- ticular. Los Jesuítas, luego que fueran restablecidos, cumplirían induda- blemente con su misión, que llenarían como siempre, cou escrupulo- sidad y eficacia. Inmediatamente so aplicarían á ilustrará sus discí- pulos, cultivando sus talentos y potencias con la mayor actividad, y sin ser lentos en sus trabajos; de consiguiente, quizá despertarían así los zelos y rencillas, que no podrían conjurar violentamente: destruí- riun los errore.', aniquilarían las preocupaciones y harían entrar á sus educandos en un mundo nuevo. Instruidos perfectamente en sus obli. gaciones y deberes, sabrían ser buenos ciudadanos, fieles vasallos; peifo jamás permitirían ser ol jugutte del despotismo, de la arbitrarie- dad y do la tiranía. Los gobiernos serian verdaderamente benéficos— 16.T — v paternales, y temblarían de desviarse de h senda legal, por la cual debnn andar siempre, pues de lo contrario recibirían fuertes leccio- nes, estupendos sacudimientos, porque incuestionablemente sus indi- viduos pagarían bien caro su temeridad. Los pueblos, que no son sus- ceptible! de experimentar sensaciones que indicarían por sí solas el arado de su excelente educación, so dejan dominar fácilmente de las maquinaciones que fraguan los a santos mas grandes. Hubiéramos podido aun hacer mención de muchas órdenes religiosas, cuyos trabajos ins- pirados y dirigidos por el espíritu de sacrificio, han sido tan eminen- témeme útiles. Hubiéramos podido hacer notar los servicios que han prestado á la agricultura la órden de San Bernardo; á los prisioneros, á los cnagenados, los Hermanos de San Juan de- Dios; á las misiones, la órden de San Francisco, la de los I.azaristas y la de los Domini- cos; á la educación de las niñas, las señoras del Sagrado Corazón, &c... Bástame hemos dicho acercu de este punto, para que, en el espíritu de todos los qu« buscan sinceramente la verdad, no que le du. da alguna sobre la cuestión que nos hemos propuesto desde el princi- pio de esta obra; bastante hemos dicho acerca de esta materia, para probar, que las órdenes religiosas proporcionan á la sociedad, no la ignorancia, las tinieblas y la barbarie, sino las ciencias, las luces y la civiiiz teion. "La proposición quo ncabamos de enunciar, es de tal modo evi- dente, que allá, donde reina una verdadera libertad, las poblaciones diligentes y a tivas acogen amorosamente las órdenes religiosas. Pa- ra que ei suelo en qua vienen á. establecerse produzca con abundancia frutos do bendición y de vida, de ningún modo es necesario que los hombres dispensen una protección frecuentemente azarosa y cruel para la obra del Todopoderoso; basta que no se castigue por medio de leyes opresivas, con la proscripción y el destierro, á cualquiera que se atreva á creer, que agrada á Dios, siempre que, a cosía de los mayores sacrificios, se consagra fin restricción y sin mesura al servi- ció de la humanidad doliente, al consuelo de toda9 las desgracias, 6 á la educación de la juventud. También se nota quo en todas ocasio. Des rechazan los pueblos con desdén los sofismas que amontonan con- tra el ejercicio de la perfección evangélica los incrédulos del fciglo pasado Véase como la verdad, manifestándose en todas partes, pe- netra en las masas y triunfa de las preocupaciones con las que una fi- losofía mentirosa se complacía en cubrís al género humano. En va- no han declarado solemnemente algunos filósufos, que el interés 6 el placer debe ser la única rei>la de nuestras acciones, quu es imposible que el hombre resista las inclinaciones mas dulces do la naturaleza, y quo es uu absurdo exigirle que laa sacrifique. Sin discutir con es-— 165 — (os filósofos, sin dejarse deslumhrar con raciocinios que son superio- - res á la comprensión de lu multitud, y que ni aun procura compren- der; ios pueblos responden que el sacrificio de que se trata, ni es ab. snrdd? ni impusible, pues es eminentemente útil, y se realiza todos lo» dial También so nota el sumo respeto, los hoinenages que rodean por todas partes esas santas hijas de Vicente de Paul, esas vírgenes «m consideran como unas divinidades tutelareB lus Musulmanes da Esmiina y los salvages de América, que se hallan inducidos á ndo- rarlas; adviértase el reconocimiento de que están penetrados esos en. f.:rmos cuyos dulores calman; véase la alegría con que el pobre con. lia sus hijos á los Hermanos de las escuelas cristianas. Considérese a les habitantes del antiguo y nuevo mundo, á las naciones civiliza, das y a las hordas salvages, á los pueblos del Norte y del Medio dia, á los pueblos de Italia, Bélgica, é Irlanda, de la Nueva Granada, que llaman con todos sus votos, que acogen con delirio como apóstoles, como consoladores, como maestros de la juventud, esas ropas negra* que la América ha saludado siempre con tanto respeto y amor, los hu- mildes discípulos de San Ignacio, los Padres de la Compañía de Jesús. "Yo sé que el nombre de Jesuita despierta todavía, en nuestra Francia, el recuerdo de algunas prevenciones acreditadas largo tiem- po ha por pasiones ciegas, y aceptadas sin examen por una funesta credulidad. Quizá vos mismo, que leis esta obra, habéis cedido á la. tentación de seguir ejemplos peligrosos, y encontrado mas fácil adop- tar, sin reflexionar en ello, las opiniones que os habían impuesto los filósofos intolerantes. Pero ¿estáis bien seguro de que estas opinio- nes se apoyan en bases sólidas? Si, como me complazco en creer, conserváis en el fondo de vuestro corazón amor á la justijia y á la verdad; jah! por favor tomaos la molestia de profundizar la cuestión, de interrogar á la historia; é inmediatamente la vanidad, la incohe- rencia de las tachas contradictorias que ha dirigido el fanatismo filo- sófico á la Compañía de Jesús se os manifestarán de tal manera, que después de haberos mostrado quizá como uno de los mas celosos de- tractores de esta sociedad, os convertiréis á vuestro turno en uno de sus mas intrépidos defensores. "Permitidme que sujete á vuestra deliberación algunas reflexio- nes muy simples y muy fáciles de comprehender. "Sin duda alguna, no consideráis como enemigos de la civiliza- ción y de las luces á aquellos mismos que han ilustrado, que han ci- vilizado tantos pueblos diversos; á aquellos cuyas pacíficas conquis- tas sobre la ignorancia y la barbarie han sido tan alta, tan elocuente, mente celebradas por los Bacon, los Grocio, los Bossuet y los Fene- Ion. No podéis considerar como enemigos de la civilización y de las luces á un San Francisco Javier, á un Ricci, á un Claver; á los apóstoles de la China y del Japón; á los apóstoles de las islas de la Sonda, del Thibet, del Mogol, de la Tartaria, de la Cochinchina,de la Caroboya, del país de Malaca, de Siam, del Tonquin, de la Persia, de r I— 166 — la Siria; á los apóstoles del Brasil, del Marañon, del Chile, de la Nueva Granada, de México, do In California, de Guatemala, del Pa- raguay; á lo» apóstoles de los Hurones, de los Illinois, de los Algon- kins, cíe Nueva-Orlenns; á los apóstoles de Cayena, de !a GuáHalu. pe, do la JVlartiuica; á los hábiles maestros de quienes Grocio y F.nri. que IV decían, que aventajaban á los demás en ciencia y en virtud. No consideráis como enemigos del talento y del genio á los maestros que tuvieron por discípulos á Corneille, Bnssuet, Fléchier, Lsroche- foticault, Rousseau, Crébillon, Moliere, Montesquieu, BulTon, Gresset y Fontenelle. No consideráis como enemigos de las glorias de la pi- itia á aquellos cuyas lecciones han formado á los Con'jé, los Luxcm- bourg, les Villars, los Broglie, los Molé, los Lamoignon, los Belzuncer, Iqs Béguier, "Sin duda al¡>una, no consideráis como enemigos de las ciencias fínicas y matemáticas á los maestios de los Descartes, de los Cassini, de los Tuurnefort, á aquellos aun cuyas alabanzas han sido celebra- das por Leibnitz y por el astrónomo Lalande; á aquellos cuyes tra- bajos han sido tan frecuentemente citad1 s con honor por los Lagran- ge, los Laplace, los Delambre; á aquellos, que, en nuestros días aun, han tenido por admiradores y amigos á los Ampare, los Pulletier, los Freycinet, los Coriolis; á aquellos cuyos nombres se hallan á menudo rebordados en el Anuario del Registro de longitudes. "Sin duda alguna, que no imputáis á crimen Respecto de los Je- suítas e! descubrimiento de los aeronautas. No acusáis de mágico, ni do sortílego al Padre Lana, por haber encontrado en 1670 la teoría de los globos, ni al Padre Barthélemi de Gusmao, por haberse atre- vido, desde el año de 1720, á elevarse por los aires en Lisboa, á pre- sencia de toda la corte do Portugal. '•Sin duda alguna, no pretendéis, por ódio á la Compañía de Je- sús, arrebatar á la Francia la gloria de h:iber enseñado á la Inglater- ra la táctica naval; y mirar como si nunca hubiera existido el sabio tratado del Pudre L'hoste, este tratado que, bajo el título de Libio del Jesuíta, se había constituido un manual de la murina inglesa. "Sin duda alguna, no exigiréis que reimprimiéndose las obras do Laplace, se horren de su Mecáoica celeste ó de su Sistema del Mun- do los nombres de Gaubil y de Boscovich; no exigiréis que se des. tierren de los programas do la enseñanza pública, de los cunos del Colegio de Francia, déla Escuela politécnica, y de la Facultad do ciencias, ni la difracción de la luz descubierta por el Jesuíta Grimal- di, ni el teorema del Jesuíta Guldin, ni la ecuación de ese Kiccati, padro célebre de un hijo mas céltbro todavía, padre de este Jesuíta ingeniero y geómetra, á quien, á cvsta de los servicios que había pres. lado á la Italia, la República de Venecia decretó una medalla de oro. No exigís ciertamente que se prohiba á los médicos el usu de la quina, tan conocida bajo el título de polvos de los Jesuítas ni del cuarango quo nos halegado uno do los amigos y admiradores de la Compañía de Jesús.— 367 — "Sin duda alguna, que no imputáis como un crimen ni Instituto de Francia, que haya elogiado y aprobado muy recientemente los ira- bajos de los Padres de la Compañía de Jesús, sus admirables obras de arqueología, sus tratados del cálculo diferencial, sus observaciones astronómicas, y do que también haya acordado una medalln de oro á las monografías de los Padres Martin y Cahier. No imputáis como un crimen a la Academia de ciencias, ni á la Sociednd astronómica de Lóndres, que haya reputado digno al Padre de Vico do ser inscrito en la lista de sus corresponsales. No imputáis á crimen, que este Padre haya recibido de nuestros astrónomos, testimonios de aprecio y consideración, por haber observado el primero, en 1S35, el regreso del famoso cometa du Holley, ó por haber demostrado la posibilidad de llegar á observar en cualquiera estación los satélites do Saturno. '•.Sin duda alguna, no repuláis como intrigantes a aquellos cuyo móvil único es el espíritu do sacrificio, á aquellos, que no presentán- dose jamás en el mundo, se absiienen de cualquiera visita, cuyo obje. to fue ni procurarse una mera distracción, satisfacer una simple de. cencia; ni tampoco acusáis de que unan los intereses inmortales de la religión con los intereses pnsageres del siglo, aquellos que cada hora del dia conducen á la exclusiva contemplación de la eternidad. "Sin duda alguna, no acusáis de ambición y do avaricia, á aque- llos que, habiendo hecho los tres votos de pobreza, de castidad, do obediencia, se comprometen solemnemente á no aceptar jamás digni- dad alguna, aunque sea eclesiástica; á aquellos que ocurren al marti- lio con el mismo ardor con que otros buscan los honores y placeres. •'Sin iluda alguna, no atribuís á los Jesuítas una doctrina, que en la edad media, había ocupado los genios mas graves. Nada extraño halláis de que en el momento en que la 'egitimidad del tiranicidio en. ciertas circunstancias, se enseñaba públicumtnte en la Soborna y en las Universidades, y públicamente también era admitida por miembros del pailamento, algunos Jesuítas hubieran creido poder adoptar bajo me respecto, no la opinión impetuosa de ciertos autores extraños pa- ra la Compañía, sino la do Santo Tomás. Sobretodo, no acusáis de quo sean favorables á la doctrina del regicidio, estos Jesuítas cuyo general, desde el año de 1614, prohibió, bajo pena de excomunión, y en virtud do santa obediencia, á cualquiera miembro de la Compañía, que afirmara 6 explicara de alguna manera, aun la doctrina del tira, incidió en ciertas circunstancias, tal como Santo Tomás la habia ad. rnitido. "Sin duda alguna, os habéis revestido de una profunda indigna- ción, leyendo la historia del Padre Cuigr.ard, sometido muchas veces á crueles torturas que no han piolado mas que £U inocencia; deI Pa. dre Guignard, condenado á muerle y conducido al cadalso, como cómplice de un crimen cometido por un hombre quo no conocía. "Sin duda alguna, no acusáis á los Jesuítas de haber 3¡do enemi- gos de Enrique IV, cuando el mismo Enrique IV ba declarado ante — 168 — el parlamento, que siempre habla encontrado en tilos loa subditos mas adictos y los mas fieles amigos. "Sin duda alguna, no consideráis como enemiga de la rnzon y de la libertad natural <'el hombre, una Compañía que constantemente ha defendido sus derechos; que no ha sido victima de tantas pereecu. cione» sino por haber rechazado constantemente de la enseñanza ca- tólica las doctrinas deplorables de Lutero, de Calvino y de sus suce. sores; 6 por haberse atrevido a luchar en favor de la libertad natural del hombre, en el momento mismo en que los ataques dirigidos contra esta libertad por escritores célebres, se fortificaban con todo el presti- gio am'xo al nombre de Pascal. '•Pero por otra parte, tampoco consideráis como propia para al- terar la fé cristiana, como propia para trastornar la autoridad de la Iglesia y de la Silla Apostólica, una Sociedad que no tiene otra regla de fé que la doctrina misma de la Iglesia; una Sociedad que se gloría de seguir siempre y en todas partes est i bella máxima de San Agus- tín: In necessariis imitas; in dubiis libertas, in ómnibus charitas; una Sociedad, cuya excelencia (pium inslitutum) ha proclamado la Iglesia universal, reunida en el concilio de Trento; una Sociedad que Beni- to XIV, Fenolon y Bossuet han encarecido como llamada pur la Pro- videncia Divina á llevar por todo lugar la luz del Evangelio, como suscitada por Dios, en los tiempos difíciles, para consuelo de la Igle- sia católica, y. para triunfo de la verdad; una Sociedad á quien el cuerpo de los obispos ha dofeudido constantemente siempre que se la ha querido proscribir; una Sociedad, que han aprobado, alabado y confirmado veinte Papas, que jamás ha querido condenar á aquel mismo á quien un siglo impío había arrancado el acto que la supri- mía; una Sociedad restablecida por el Santo Pontífice que bendijo nos veces el suelo francés, y quien, enmedio de los padecimientos de su largo destierro, descansó con el pensamiento de dar gloria á Uios por medio de una brillante reparación, creyendo que no podía dejar á la Iglesia un monumento mas auténtico de su viva solicitud, ni á los siglos venideros una prenda mas segura de salud y de esperanza. ••Indudablemente, convencido, por testimonios tan respetables, do la piedad, de la santidad de tan excelentes Padres, sentís que el autor inmortal de los Pensamientos sobre la religión, haya acogido muy li- geramente las prevenciones áo «us amigos. Indudablemente, admi- rando su raro talento, sentís que haya anticipado hechos que no sos- tienen un examen de ellos; y que haya atribuido á la Compañía de Je- sús, proposiciones que no reconocen á los Jesuítas por autoru»-; estáis muy distante de querer considerar como una historia séna la novela de las Provinciales. •'Pero lo que os parecerá sobretodo incomprensible, es, que en presencia de Ins solemnes declaraciones de los obispos, de los papas y de los concilios, ciertos miembros del parlamento se hayan atrevido á condenar á los Jesuítas, sin oirlos; á condenarlos aun como notoria-— 169 — mente culpables de haber enseñado en todo lifmpo con perseverancia, y con aprobación de sus superiores y generales, "la simonía, |¡\ blasfe. „m¡a, el sacrilegio, e! maleficio, la astrología, la irreligión, la idola- tría, la superstición, la impudicicia, el perjurio, el falso testimonio, ,,las prevaricaciones de los jueces, el robo, el parricidio, el hornici. ,,dio, el regicidio;.... de haber favorecido el arrianismo, el socianis- ,,mo, el sabelinnismo, el nestorianísmo;.... do haber favorecido tam- ,.bien a los luteranos, calvinistas y otros novadores de] siglo XVI;..... „de haber reproducido la heregía de WicleiT; de haber renovado los „errores de Tichonio, de Pelagio, de los scmi-pelagianos, de Casio, „de Fausto, de los Marselleses;.... de haber favorecido la impiedad „de los deístas;.... finalmente, de haber enseñado una doctrina ín. „juriosa (ara los Sao tos Padres, los apóstoles, Abraluun." "Indudablemente, no podéis considerar como enemigo de la sana moral un instituto que fué tan caro para San Francisco de Sales y San Vicente de Paul; un instituto que ha producido doctores, predicadores tan eminentes por su virtud, su ciencia y su santidad, como los Lai- nez, los Suarez, los GritTet y.los Bourdaloue. Indudablemente, no apro- báis los furores de una Pompadour, de esa nueva ílerodinda, que re- clamaba con instancia la condenación del justo, porque otro Juan Bau. tista se habftl atrevido á decir Non licel; deesa muger, que, apoyándo- se en la fé de Pascal habia creído poder encontrar en la célebre Com- pañía, casuistas complacientes; y que se admiraba de que un Jesuíta tuviera la insolencia de no sancionar, como perfectamente conforme á la mas pura moral del Evangelio, Io*que los grandes filósofos de la época se guardaban bien de censurar. "indudablemente, atribuís la condenación en masa de I09 Jesuí- tas, decretada en 1762 por el parlamento de Pari?, a las causas tan poco honrosas que han indicado Voltaíre y Daletnbert. Sin duda al- guna os> parece que el decreto del parlamento merecé la deshonra que lo imprimía Lally-Tollendal, cuando llamaba "un asunto de partido y ,,no de justicia; un triunfo orgulloso y vengativo de la autoridad judicial „sobre la autoridad eclesiástica, y aun también sobre la autoridad real; „una persecución bárbara; el acto mas tiránico y mas arbitrario que ,,pudiera ejercerse; un acco del cual habia resultado generalmente el „desórden que acarrea una grande iniquidad." "Sin duda alguna, os lamentáis de que estos ministros y estos magistrados hubieran protegido el espíritu de partido hasia el grado de ambicionar el triste honor de hacerse cómplices de una favorita. "Indudablemente, felicitáis á los miembros del parlamento do Ais, quo tuvieron valor para declarar que no condenarían la inocen- cia; felicitáis al presidente de Kguilles, que tuvo la gloria de ser él mismo víctima de la persecución; que para escapar de la muerte, se víó forzado á expatriarse, porque había dado el ejemplo de una firme- za animida, purque no habia querido colocarse en el número de los prevaricadores.— 170 — "Sin duda alguna, no acusáis como impostor al fundador de los premios di virtud; y Mr. de Monlhyon no os partee que lia perdido el derecho que tiene á la reputación de quo goza, porque después de tra- barse eucorrado, durante un invierno, en la torre del palacio, para es- tudiar allí con cuidado las constancias del proceso de 17(i ¿, ha decla- rado que encontró en él muchos actos de pasión y ni uno solo de ins- trucción. Pero si el decreto de 1762 es un decreto injusto; si los Jesuítas no (nseüan ni el parricidio, ni el homicidio, ni el suicidio, ni el regi- cidio; si no son ni aniauos, ni socinianos, ni sabeüanos, ni neítouu- nos, ni pelngianos, ni stmi-pelagianos, ni luteranos, ni calvinistas; si no son culpables de haber cometido irreverencia con lus santos l'u- dres, ni con los apóstoles, ni aun con Abralium; si no son convencidos de otra cosa que de haber trabajado para la mayor gloria de Dios; da haber amado á los hombres con el objeto deagrudar á Dios, y do ha- berse sacrificado por olios con alegría; de haber ambicionado las pal. mas del martirio, de haber llevado las luces del Evangelio y el estan- darte de la civilización á los pueblos mas salvages; de baber presiado por sus trabajos eminentes servicios á la religión, á la filosofía, ú la Ijtcratura, a las ciencias y á las artes; finalmente, de haber .sido con- siderados siempic como los muestres mas á propósito para formar de una vez el espíritu y el corazón de los alumnos que les estaban con- fiados; os suplico, pues, me digáis qué prevenciones hostiles ó incom- prensibles pudieran suscitarse aun contra la Compañía de Jesús? ¿Por qué no so hace justicia á*Ios Jesuítas como á otros? ¿Por ven. tura los estimaríamos niénos que nuestros vecinos, y serian mas ul- trajados por una nación culta que por los salvages del Paraguay?" El resumen que hemos hecho, siguiendo fielmente las ideas del Barón Agustín Cauchy, de los servicios que han prestado los Jesuítas en todas materias al género humano, cultivando siempre con iutatiga. ble constancia, las ciencias y la educación pública, demuestra incues- tionablemente la proposición que antes hemos sentado; esto es, que el voto de los pueblos, llama las órdenes religiosas, consultando al inte, rés, de. hs ciencias y de la civilización. Y claramente se percibe, quo habiendo obtenido semejante demostración, hemos advenido sin din. cuitad, y sin esfuerzo, la coherencia, la armenia, la compatibilidad que hay entre la existencia du la Compañía de Jesús, y la existencia de las demás religiones. Luego evidentemente se deduce de aquí con la mayor rectitud, que la facultad de restablecer la Compañía de Jesús en los Estados, no importa la de extinguir las religionts. Un mismo pensamiento, un mismo objeto, un fin idéntico en lo extrínseco, y ab- solutamente igual en lo intrínseco, dominan á todas la* corporacio. nos religiosas, y á la Componía de Jesu»-, que son el establecimiento é inalterable conservación de la religión de Jesucristo por todo el mundo. Así es que, por mas que se dispute, y que se quiera hacer do lo blanco negro, inconcusamente es do notarse que la ineompatibi-lidud que hemos impugnado, es insubsistente y no procede en este ca- so. Soria evidente é innegable, sietnpro que se hiciera una investiga- cion de la supuesta incompatibilidad entro sectas diferentes, entro dis- tintas religiones. Pcir ejemplo, entre el cristianismo y el protestan, tismo, no pudiera existir ninguna escuela religiosa que cuadrase per- íecta ni imperfectamente con otra escuela católica, porque ambas per- tenecorinn á dos géneros diversos que pugnaban entre sí; de consi- guiente, es claro que el desarrollo del catolicismo impedia entóneos el del protestantismo, y al contrario; pero eu la religión de Jesucristo no sucede lo mismo, porque formando la Compañía de Jesús y las de. más comunidades una misma rama, un solo cuerpo, no existo contra- dicción entre ellas, siooque reinan unos propios principios, unos mismos medios, y un fin que ledas buscan, y encuentran sin dificultad, aun- que los caminos sean diferentes, y aun cuando se obtenga aquel por un aspecto que no háyair.os previsto. Si los detractores de la Compañía de Jcíijs no obran con preocu. pación, si no tienen la loca ambición de que triunfen sus ideas, cono- ciendo qua son caprichos, que su orgullo no permite ni confesar ni abjurar; entónces valorizarán la solidez de las reflexione» que ante, ceden, y advertiián igualmente, que cupo en suerte á aquella hacerse singular entre las corporaciones religiosas, que hasta el dia hemos al. entizado; pero que no por eso merece que se le dé la importancia do que se considere capaz de existir ella sola, sin necesitar del concurso de las demás, porque cualquiera que así opinar», manifestaría en e,-e caso sin disputa que carecía de sentido común, ó del tacto tan nece- sario para manejar un mgocio con acierto. Vulgarmente se dice, que todo extremo es vicioso; de consiguiente, lo seria indudablemente sostener, que la Compañía de Jesús llenaba lodos los vacíos que de- jaban las demás religiones, así como también lo es asegurar, quo el restablecimiento de aquella, ts incompatible con la existencia de es- tas. Es menester no extender ámplianjpnle una proposición, de ma- nera que se haga imposible, ni limitarla tanto, que sea irrealizable, ó que se considere absurda, por cualquiera aspecto que se examine: es tnenester, decimos, fijarla perfectamente, para hacerla inteligible, y para conocerla á primera vista, ó á costa de poco trabajo- Piro todo se explica; es decir, quo se comprende muy bien, que la exaltación de pasiones, ó una imaginación acalorada, es ta que alimenta la idea de que la facultad de restablecer la Compañía de Jesús en los Estados importa la de extinguir las religiones. Nosotros hemos examinado esta proposición, como han visto los lectores, con el prisma de la im- parcialidad y de la justicia, y creemos haber fijado ya la verdad, que empeñosamente hemos buscado en todo este discurso. Majares plu. loas que la nuestra, podrán extender los raciocinios que anteceden, ó darlos un curáoter do novedad tal, quo deleite y oonvenza mas; po. dran seguir nuestras huellas, ó desviarse de ella.", y probar la preposi- ción scu.tt.da, do una manera que asombro, y satisfaga dudas ó cscrú-— 172 — pulos que hayan quedado tcdavia. Nosotros juzgamos, que nuestro objeto está cumplido, y que hemos terminado ya la defensa de la Com- pañía de Jesús, quo nos propusimos escribir. Indignados al saber có- mo sí han desaludo contra ella leoguus mordaces y malignas, las cua- les indican claramente, que los qué las mueven ignoran e) asunto que tratan, hemos sido impelidos por una fuerza irresistible, que se apoya en la verdad y en la justicia, á entrar en la defensa de la Compañía do Jesús, aunque no nos ha guiado miramiento alguno inten sado. Agenos absolutamente de intenciones depravadas, y gloriAndonos do no pertenecer ú partido alguno actualmente, ni de haber pertenecido ántes a cualquiera de ellos, hemos querido tendor una mano protecto- ru al débil y al menesteroso. No hemos conocid > á la Compañía de J - mas que por sus hechos heroicos y admirables, por la lectura do las obras inmortales que la eternizan, y por el testimonio de todo9 cuantos la han conocido, y hacen honrosa memoria de ella. Si exis- tiera, quizá seriamos los primeros en juzgada con severidad, y entftn. ees no haríamos mención de la misma, mas que para corregirla, pero no para elogiarla. Seriamos los primeros, decimos, que tal vez des- deñaríamos comunicarnos con los Padres del Instituto, para permane. cer siempre extraños á su influencia, conservando de e-¡e modo nues- tra imparcialidad. Los respetaríamos, nos alegraríamos de que exis- tiesen en nuestra sociedad, admiraríamos sus obras, nos felicitaríamos de los adelantamientos que con ellos hiciera la educación de la juven. tud, aplaudiríamos su ilustración, nos agradaría la restauración de la buena moral, nos complacería, en fin, ver mejorada la situación del país con sus esfuerzos, con sus vigilias y con sus afanes; pero nos alejaríamos del trato rie e