CARTA AL SOBIlE ¿A VERDADERA CONSPIRACION DEL MOJIKJiTU. , DEDÍCASE t LOS SKI S. PERIODISTAS DE LA REPUBLICA V DEMAS ESCRITURES UUE MIC OCUPAN DI COMBATIR EL RESTABLECIMIENTO DE LOS JESUITAS, PARTICULARMENTE AL AUTOR DE LAS >íEXICO. • meso por J. M. Lara, calle de la Palma num. 4. 1841. ILa presente carta está traducida del francés, y lomada do las que con el propio titulo dirigió á esc pueblo el año de 1827 Mr. Ilosset; y atendiendo á la identidad de circunstancias en que hoy se halla esta misma cuestión enlre nosotros, nos hemos tomado la libertad de acomodarla al nuestro, con algunas ligeras variaciones y notas, que nos han parecido convenientes. Advertimos esto, porque no queremos ador- liarnos como el grajo con las plumas de las valientes águilas, que en la ilustrad;! Francia se ocupan en defender y vindicar el honor y buen nombre de la Compa- ñía de Jesús.—Im EE.Tous les gens de bien no sont paa cncorc les amis des jésuites; mais tous les adversai- res do l'ordre public sont leurs ennemis, et lien n'cst plus glorieux pour eux. *Yo todos los hombres de bien son amigos de los jesuítas; pero sí son sus enemigos lodos los que lo son del úrden publico, y nada les es mas glorioso.—Enrique de Eonald. UEBLO mexicano, nación grande y generosa, no menos que sensible y justa! Dos acusaciones contrarias llaman hoy vuestra aten- ción: segmi unos, se forjan por todas partes las cadenas de vuestra es- clavitud; según otros, nosotros tocamos en nuevas revoluciones. Se nos muestra por una parte conspirando á la sombra de los altares, ba- jo el protesto del restablecimiento de los jesuítas, en ta destrucción de las lüicrtades públicas; y por otra, la facción liberal se señala en esta lid, fomentando con una osadía que toca en sacrilegio, el retorno de la anarquía y de las calamidades, que no han dejado de succederse por veinte años, inundando do sangre cada vez mas á. nuestra triste patria. ¿Qué debe pensarse de estas dos acusaciones diametralmente opuestas; ¿Debemos temer el despotismo y aristocracia, que se atribu- yen á la Compañía; ó los estragos y demás tristes consecuencias de la revolución? Estas cuestiones merecen sin duda ser examinadas; y es su exámen, mexicanos, el que vamos á emprender. Ocúpense en liorabuena los encarnizados enemigos de este orden religioso de haci- nar cuantas calumnias, falsedades é injurias han llovido sobre él desde su nacimiento: y sus adictos en refutarlos sólida y victoriosamente; nosotros entre tanto separándonos con cuidado de funestas preocupa- ciones, solo buscaremos la verdad; razonaremos sobre hechos incontes- tables; y dejaremos á los hombres sensatos, religiosos é instruidos, sa- car las consecuencias, que naturalmente deben deducirse, discurriendo de buena fé, y separándose del reprobado espíritu de partido. Los jesuítas fueron constantemente el espanto y terror de los nova- dores, de los sectarios y de todos los revolucionarios, que desde su es- tablecimiento han aparecido en el mundo. Nacidos, por decirlo así, con la llamada reforma, ellos detuvieron sus funestos progresos; inva- riablemente adheridos á la santa Sede; ellos defendieron con valor sus augustas prfcrogatiVas. Sabios maestros de la juventud, ellos prepara- ron y formaron para la sociedad una inmensa multitud de ciudadanos virtuosos y de subditos fieles. El atractivo de sus modales, las gracias de su lenguage, la amabili- dad de sus virtudes, sus grandes talentos y un espíritu bien regulado de corporación, concillaron á este órden célebre la justa veneración del universo. Mientras ellos producían el bello siglo de Luis XIV, sus mi- sioneros cultivaban la América (1), y llevábanla civilización europea á los bordes del Orinoco y á las vastas regiones del A^ia. Cuando los (1) Los jesuíta?, ha dicho un escritor, son los mismos en tudas partes. Esto es uná verdad que comprueba la historia de todas las provincias de la Compañía; y si la francesa hizo tantos servicios á su nación, la mexicana no Je fue" inferior cu beneficio nuestro. Hablen, si no, los magníficos colegios en que se educaba mies- tro juventud, la instrucción que difundieron, los socorros que prestaron en las pestes, lumbres y calamidades públicas, las misiones con que conservaban la moral de los pueblos, la.... mas todo esto lo hicieron en Francia; en nuestro país civ i- ¡i/.'tron además a la Taraumara, Sinaloa, Sonora, el Nayarit, y antigua Cahfor. nia, cuyas misiones no fueron inferiores ¡í las de la China, Canadá, Paraguay y Mu. rañon, que merecieron los elogios de un Buffon, de un Itallcr, de un Múralo, ri, de un Montesquieii, de un Ulloa, á quienes ningunos tacharán de fanáticos, de crédulos y preocupados.hombres perversos osaron proclamar las dcsoladoras doctrinas de la filosofía moderna, estos valerosos campeones se presentaron sobre la brecha, y defendieron en presencia do la Europa el urden social que se minaba por todas partes. Ostigados por tan nobles adversarios, abatidos por el esplendor de su incomparable celebridad (1), los filósofos temblaron de rabia, y ju- raron por todas las potencias infernales, la destrucción de esta inmortal falange. Los novadores comprendieron, que sin la ruina de esta ilus- tre corporación, jamas podrían alcanzar el objeto de sus detestables complots; y fieles á los infames consejos del feroz Calvino, intentaron por medio de las calumnias la pérdida do los jesuítas. Ellos resucita- ron antiguas acusaciones mil veces refutadas; atribuyeron íi todo el cuerpo la doctrina de algunos individuos; prodigaron las adoraciones á ministros orgullosos, de quo se burlaban en sus conciliábulos; introdu- jeron á los iniciados en sus máximas, en medio de las cortes, y por .sus intrigas poblaron de sus discípulos el santuario do la justicia y de las leyes; embriagaron con pérfidas adulaciones á los grandes; lison- jearon á la multitud exagerando sus derechos; en fin, estos malvados desencadenaron todas las pasiones, y bien pronto la voz de la verdad se halló sofocada por las vociferaciones de la Europa arrebatada de delirio. En vano el clero levantó el grito en defensa de los acusados, el poder resistió por algún tiempo, é inútilmente el Papa permaneció in- alterable. Los novadores no decayeron de ánimo, antes redoblaron su furor y destreza: los libros impíos aumentaron diariamente el nú- mero de sus partidarios, el fanatismo se apoderó pronto de todas las imaginaciones ardientes; multitud de hombres de bien, estraños aun al idioma de las revoluciones, se dejaron dominar por una furibunda se*c- ta; se dio crédito á la justicia de la acusación, ó al menos la inocen- cia de los jesuítas se hizo problemática. La masa de los hombres .sin carácter, de esos individuos sin opinión, que yo llamaría los hombre* de la medianía, esta masa tan numerosa en todos los paí- ses de la tierra, no podía creer en una inocencia, que condenaban im- ponentes y multiplicadas voces. Ellos tomaron en consecuencia, co- (1) Dígalo la severa crítica c[uc hicieron de la Enciclopedia, hasta descubrir ra ella dos mil errores literarios, en las famosas memorias do Trcvoux.mo sucede siempre, el lenguage del ódió y de la pasión por el de la justicia y de la verdad. En una palabra, los príncipes se dejaron sor prender, los parlamentos pronunciaron la fatal sentencia, y el mismo Papa por un acto de condescendencia, que estimó justo en vista de las reiteradas instancias, y aun amenazas de los gabinetes, consumó la destrucción de esta venerable sociedad. Pero los jesuítas, gritan los hombres de la medianía, han alborota- do el mundo; de tres siglos acá su nombre se halla en todas las quere- llas; ellos han tenido por enemigos á todos los reyes déla Europa; han sido muchas veces perseguidos y proscritos; es necesario, pues, que no estuviesen excentos del todo de tachas reprensibles. No se puede negar que ellos han tomado parte en todas las cuestio- nes teológicas. Cuando los luteranos y calvinistas han trastornado la tierra, los jesuítas se han levantado en masa para combatir ú estos atre- vidos novadores; cuando los jansenistas han venido á desolar el cris- tianismo con su doctrina feroz y desnaturalizada, los jesuítas han sal. tado á la arena; y cuando los filósofos han parecido, brindando en me- dio de las naciones la copa de la mentira c incredulidad, los jesuítas, como atletas infatigables, han corrido á, nuevos combates, y su brío ha difundido el espanto en el campo de estos pretendidos amigos de la humanidad. Ellos han tomado parte en todas las cuestiones teológicas, es cierto; pero ¿era para atacar y destruir la verdad, ó para defenderla? Ellos han combatido valientemente y con frecuencia, pero siempre por el interés de la religión y la bondad de las costumbres; en esto solo lian cumplido su deber. No son, pues, los jesuítas los que han innovado; al contrario, ellos han reducido á polvo todas las innovaciones: que se noi muestre la heregía que ellos han formado, el cisma que han intro- ducido, los ataques que han dado á la antigua creencia. Los jesuítas sin duda han combatido frecuentemente, mas siempre en favor de la buena causa; por tal motivo la impiedad los teme y arroja terribles ru- gidos á la sola idea de su resurrección (1). (I; Traslado á lo que pasa actualmente en México. Apiñas se promovió el res- tablecimiento de la Compañía, cuando se lian enfurecido liombrcB bien conocidos. A falta de razones lian ocurrido á resucitar antiguas rencillas, y para corromper la opj. nion lian recordado lo ocurrido en Puebla hace doscientos años cutre su obispo 1>,— 7 — Mas los parlamentos los han condenado, los gobiernos los lian pros- crito, el mismo Papa ha pronunciado su disolución; es necesario por tamo que ellos fuesen culpables. Los parlamentos los lian condenado, es cierto; pero ¿fué esta con- denación conforme 4 los principios de la justicia y de la equidad' ¿Mas la pasión no tuvo lugar en estos formidables decretos? ¿La ma- gistratura francesa procedió con unanimidad? ¿La causa de los opri- midos no contó numerosos defensores en todos los parlamentos? ¿En muchos la mayoría no fué solamente de algunos votos; en otras no es- tuvo por los perseguidos; no resistió con todo su poder prestando un homenage solemne á su inocencia? Por otra parte, ¿los que pronun- ciaron la sentencia no excedieron evidentemente la órbita de sus atri- buciones? ¿Estos jueces proscriptores no eran los unos declara- dos impíos; los otros, tenaces jansenistas; estos, hombres cohechados; aquellos, seducidos, engañados, cstraviados; y á quienes la correspon- dencia de los filósofos, publicada después, Ies probó haber obrado co- mo altos ejecutores de la filosofía, y que han expiado su error con a- margas lágrimas, profundo arrepentimiento, y aun algunos con lina heroica muerte? Nada debe admirar que una mayoría compuesta de tales jueces haya suprimido una corporación que les era tan temible. Siendo conocidos enemigos de los jesuítas, ¿debieron fallar como jue- ces? ¿Los liberales consentirían en parecer ante un tribunal compues- to de magistrados que mirasen como sus implacables enemigos? Y si forzados á presentarse á este Areópago, fuesen condenados sin ser oí- Juan de Palafox y los jesuítas. No es mi ánimo vindicar il estos de una acusación de que en la actualidad se ocupan sus defensores; pero permítaseme esta sencilla re- flexión. Si los testimonios, según se dice, deben tener en este asunto la mayor au- toridad, tqoí juicio debemos formar del que se nos ha presen! udo! Los santos todus que lian existido desde el siglo XVI a la fecha, como Pío V, Ciarlos Horromeo, Fran- cisco de Sales, Tomás de Villanueva, Felipe Neri, Teresa de Jesús, Magdalena de Pazis, &c., &.C., &.C., han alabado el instituto de la Compañía, han amado á sus hijos como á sus mejores amigos, han solicitado sus aumentos, deseado su estabilidad y pro- pagación |>or todo el mundo: las mismas intenciones han sido las de los mayores bom- bres, así eclesiásticos como seculares, en virtudes, letras,política y representación,qui han figurado en el mundo durante todo este largo tiempo. A vista de tantos tcsti. monios, ¡qué debemos pensar del que condena lo que todos alaban, mira como ene. migos ¿ los que todos tienen en su corazón, y solicita acabar con ¡o que todos anhe. tan se perpetúe y eternice?— 8 — dos, ¿no dirían, con razón, quo semejante sentencia era el cúmulo do la iniquidad? Y sobre todo si se les proscribiese, imputándoles con- tra toda verosimilitud contradictorias opiniones, ¿no se quejarían con justicia de la prevaricación de sus jueces (1)? No se puede argumentar sobre el decreto de los parlamentos, por- que la mayoría de los que juzgaron se jactaba públicamente de su odio ú los jesuítas (2), profesaba en gran parte las doctrinas del error ó de la impiedad, y por consiguiente se constituyó juez y parte en su pro- pia causa. Ademas, no se trata aquí de saber si los jesuítas fueron condenados, sino si- lo fueron con justicia; ahora bien, los motivos de su proscrip- ción nada tienen de preciso: la sentencia no descansa sino sobre alega- ciones vagas y contradictorias. Se citan las obras de algunos jesuítas refutadas por otros del mismo cuerpo; se aislan los pasnges de un libro inocente en sí mismo; se renuevan acusaciones que nadie ha justifica- do; se apoyan sobre vanos rumores, desmentidos por Io»j autores con- temporáneos mas verídicos; no se escucha á algún testigo; no se exa- mina algún hecho; testos truncados ó alterados, mentiras, calumnias: véanse los títulos perentorios que han servido de base á unos decreto?, á que no se tiene vergüenza de apelar en el dia. El decreto del parlamento do París es sobre todo marcado con todas las señales de una ciega pasión: se pinta á los jesuítas como profesan- (1) Una pregunta, señores liLcralet mexicanos. Si cuando Fe trató do declarar í los primeros gofos de la independencia héroes de la patria, de colocar sus nombres en el santuario de las leyes, de honrar sus cenizas depositándolas tn un lugar di¡r- no y decoroso, hubiera habido tn imprudente, que para oponerse á tan debidas re- compensas, hubiese reproducido ti informe apasionado que dió el consulado, las can. sas formadas por los Batalleros, lo que sobre su condueta escribieron los Canceladas y otros periodistas, ¿no hubierais reprobado tan irregulares procedimientos? Y sí lo que so dijo de los caudillos del año de 10 se hubiese reprochado al Sr. Iturbidc, que consume! su obra, ¿no habría sido el cstremo de la injusticia, 16 último del ridí- culo? Pues aquí pasa lo mismo, sin otra diferencia sino que lo» jesuítas fueron mas inocentes, sus acusadores y juccea mas inicuos 6 inconsecuentes. (2) I