REPRESENTAUlUix Qwe los ciudadanos Oajaqueños que suscriben e< dirigen al congreso nacional Mexicano, por a» conducto del Ecsmo. Sr. Presidente de la Re- l'o pública, á efecto de que no se destruya la cons- da titucion del año de 1824, haciendo variación y°\ de la forma de goburno\ ni aun se reforme si" H no por las vias legales. ^ ^ j s« ve con lo» ra „Toda revolución política tiene intermi- tencias, y cada vez que se detiene se empe- ñan en proclamar que está terminada; si es- to es frecuentemente un error, siempre es un honroso deseo: mas la paz solo se conso- lida, cuando la ley fundamental ha declara" ag I do, prometido y determinado todas las ga- rantías individuales, porque bastaría, que esa misma ley fuera fielmente obedecida, y ta literalmente observada para imposibilitar sa del todo la renovación de las turbulencias." o- [ M. Duunon. su -i- Ecsmo. Sor. •l^os ciudadanos Oajaqueños que suscriben, lo hacen muy res- petuosamente, á la vez que se dirigen al primer magistrado de la "^pública. Mas que su interés particular, es el de la patria, quien pone ja pluma Pll Sllg manos pat a espresár sus deseos y emitir sus °piniones. Porque ¿cómo pudieran ser unos fríos espectadores la precursiou de una borrasca? ¿Cómo pudieran guardar uncontra los impulsos y convencimientos de su conciencia política? ¿Cómo pudieran manifestarse aquisientes, cuando ven que sus de- rechos y sus fortunas están amagadas por la mas terrible de todas las plagas. Sí, Señor: sin lisongearnos de tener una vista tan penetrante co- mo la de aquellos hombres consumados en el arte complicado y difícil de la política, presentimos un porvenir infausto. Resulta- do necesario de un cambio fundado en opiniones equivocadas, ó de una reforma intentada por vias desconocidas en la legislación. Lo primero inevitablemente ha de causar la muerte de la socie- dad, y lo segundo ha de prolongar los males que hace tantos años que la aquejan. Es una doctrina harto trillada; pero á la par cierta: que el cuer- po moral lo mismo que el físico adolece de enfermedades, y que el término de ellas se predise por los síntomas que so observan. Fijemos, pues, la atención sobre la sociedad mexicana, y cierto es que este paso nos dará por resuUado que si no presenta ya la faz hipocrática, le falta muy poco para entrar en perfecta agonia. Su hacienda que es el principio vital, en absoluta nulidad, por no decir que en bancarrota. La desconfianza generalmente dise- minada por toda la superficie. Los partidos ma9 ecsaltadrrs que lo que jamás se vieran, el uno como agente, y el otro presentándo- le una terrible fuerza de inercia, en un sueño... .que no es el de la vida. Las leyes desvirtuadas hasta el estremo do que solo pueden servirle de comodín á las pasiones. Los giros tan parali- zados como es consiguiente en todos los paisa» en que se suscitan temores ficticios ó reales sobre la seguridad. La agricultura en decadencia, entre otras cansas, por que se le quitan pus brazos productores. El comercio presentando uo campo de batalla entre contrabandistas y agiotistas, que no dejan lugar al hombre de bien para sus especulaciones. En fia para de- cirló todo, pugnando las luces contra las tinieblas. Especie de guerra que si bien el vulgo la mira como puramente ideal, á los ojos filosóficos se presenta con un aspecto verdaderamente espantoso. Llenas están las páginas de la historia, de horrores y de sangra- Siglos enteros se camina por entre cadáveres de traidores y de leales; de víctimas y de verdugos; de inocentes y de crimínale?; mas este es efecto preciso y necesario de esa especie de lucha porque ella afecta á los hombres hasta lo mas interno do su ser»-; sihilid id. Hay en lo político una especie de creencia cuyos ar- tículos son tan obligatorios, como los religiosos. Es, pues,consi-guíenle y que no pueden ser atacados con impunidad sin que se alarme la moral, y produzca efectos reactivos Tal debe suceder en caso de destruir el código fundamental, único que ha tenido la nación mexicana desde que ecsiste. Pues que entre la barbarie y la esclavitud, nunca tuvo leyes propias. Es verdad que se reciente de algunas imperfecciones, ¿pero cual de las creaturas se encuentra escenta? ¿Quién de los que nacie- ron es perfecto? ¿Qué obra salió de las manos de los hombres, que no fuera tan frágil como sus mismos autores? Mas de aquí no se infiere que se deba adoptar el medio de la destrucción, mayormente si los defectos son como unos lunares en un hermoso rostro. ¿Sería, pues, cordura cortar la cabeza de una dama por quitarle una berpuga? A*í, pues, la caria fundamen- tal no puede variarse en sus elementos constitutivos, poique sus accesorios sean heterogéneos. Semejante lógica, sería á todas lu- ces la mas absurda. Una constitución que declara la independencia nacional, que fi- ja los límites del poder: que señala la forma de gobierno: que ase- gura las propiedades: que garantízala libertad: que respeta los de- rechos del hombre, y del ciudadano: que protege la ilustración: que no persigue á la memoria postuma de los hombres con la in- famia, y últimamente que consagra como principio la igualdad ante la ley, y el premio y la opción solamente al mérito y á la vir- tud: es eminentemente buena en su substancia. No debe, pues, variarse sin que los pueblos necesariamente se alarmen resentidos de la pérdida de un bien. Lo que parece que en tal caso aconseja la prudencia, es solamente que se reforme aquella parte que se considere incoherente, pero sin separarse del órden legal y reglamentario, porque este no es una fórmula vana, sino un ante mural de la subsistencia de sus elementos. Es la es- cala por donde se puede subir á cojer la ñ uta, sin tumbar el ár- bol que la produce. Pero fijándonos en el célebre problema que hoy se agita sobre si uno de los principios de la carta, cual es el de la federación, es nocivo á la felicidad pública y origen de las desgracias que. lejos de proporcionar felicidades á la patria, la ha sumergido en un gol- fo de males y retrogradacion: nos atrevemos á resolverlo por el estremo negativo. Antes, pues, creemos que la inoservancia ha causado las ocsilaciones do que somos presa. Creemos igualmente que una desgraciada equivocación de ideas ha hecho atribuir á la constitución, males qup ecsisten en otra fuen- te muy diversa. Se le inculpa del crimen de ser la creadora de|>m>~----------,-----------...i. Ufin UIIIUIUU i oniu toda nación infante, en donde los intereses arraigados pugnan por precisión con los nuevamente producidos, sea cual fuere la for- ma que sustituye á la que deja de ecsistir. Se cree que la federación separó en facciones á una sociedad que estaba unida, pero tampoco es esto esacto. La nación me* xicana estaba subyugada, que es cosa muy diversa. No tenia li- bertad, no tenia leyes propias; para decirlo todo, no era nación. Su ecsistencia en la carta geográfica del globo, importaba una cuarta parre; mas en el mapa político era no mas que un punto impercepii- ble, una miserable colonia, una propiedad de un continente, que presentaba el estraño fenómeno de ser menor que el contenido. Asi, pues, esa separación que se le inculpa fué saludable porque le dió ecsistencia, le dio libertadle infundió principios filosófic os de orgullo nacional, le abrió el camino para que biciera mas rá- pida la administración de justicia, en fin, para que formara un to- do homogéneo y compacto, por medio de vínculos indisolubles con el centro y los diversos co-estados. Si esta separación, pues, tuvo algún defecto según nuestro po- bre y humilde juicio, solo podrá consistir en la mala divicion del territorio. Razón porque quedando débiles los sóbennos fede- rados, ni han podido sostener sus derechos, ni hacer valer y respe- tar su supremacía, y algunos, acaso, ni acudir á sus precisos gas- tos. Pero esto, repetimos, que no es defecto de la federación, si- no de uno de los artículos de la carta que merece reforma. Se dice también que es muy dispendioso, y que por lo mismo carece de la virtud de la economía, tan recomendable para la pros- peridad nacional. Nosotros entendemos que no es así, á no ser que se quiera que los empleados en los diversos ramos de la ad- ministración, se monten sobre la base que servia de norma al go- bierno de España, que casi en pública almoneda vendía los des- tinos, aun los que no disfrutaban de sueldo como los de justicia, ó que se hayan de suprimir aun los mas necesarios para la felici- dad pública. Otra de las objeciones contra el sistema federal es que no hay en los estados las luces suficientes para llenar los diversos empleos que precisamente se requieren para hacer caminar á la delicada máquina federal; pero, señor, seamos justos, ese no es un defecto del sistema, sino de nuestras divisiones intestinas. En la triste alternativa de ser la mitad de los ciudadanos vencidos y la otra vencedores, ¿cómo ha de haber niíuvro bastante si cada uno á la vez se circunscribe á su pequeña área? Lo misino sucederá si elgobierno se centraliza, y quedan excomulgados los federalistas. Esto prueba, pues, que el remedio está en otra parte, á la vez 1u ¿El gobierno general que los dirije y protege, única y csclu- s,vauiente ha podido sacarlos del estado de nulidad á que se n>i- Ia" reducidos? Respondan las Californias, el Nuevo-México &c. '-Ucgo no debemos atribuir los males públicos á la federación ni P°r consiguiente variar la forma de gobierno, que es el primer Pinto que nos propusimos probar. Pasamos pues al segundo, aunque procuraremos hacerlo de un ^do sucinto, conteniendo á nuestras débiles plumas, (pie quiste- t!Xti sin embargo estenderse tanto, como fuera preciso para for- un curso completo de derecho público; pero pues no es esto j |.° a nuestra insuficiencia, y pues seria molestar demacrado la picada atención de la suprema autoridad'á quien nos dirijimos, Ulnos á entrar en materia del modo mas preciso. L Una ley no puede llamarse ta', ni inucbo menos ser obligatoria, \! 110 es que su procedencia sea de autoridad legítima, y que en mí Lunación se bailan observado estrictamente todos (os principé 9. rja °,Ue carezca de estos elementos, está espuerta á que se repita de , íl 'o que ya se ha dicho de algunos, á saber: que su considera-» f,011 debe 9er igual ft la que emanára de una persona privada. r_"8 espuesta será esta teoría cuando su aplicación se haga á la rta constitucional, porque si el pacto no es enteramente pino; S(í encuentra en él. fraude, cierto es que de derecho queda di- kí?'la y 1"° catla frac«oq, y a,,n catla M»d».vW«JO» sin derechos ni r'»«afiiones, ! «Qué nuiles no se siguen de volver las sociedades al estado na- Pr*í en donde ecsisten partidos poderosos, que pugnan por su 1,lti'i destrucción? Aun en tiempo de calma, sería seguramente •rp°jar un dado funesto marcado únicamente con azares. El úl- ^ resultado es que la autoridad debe ser legítima, y ademas ^ conformarse estrictamente á las fórmulas salvadoras. F*»tQ no lo puedf según nuestro juicio hacer el actual congre- P razón á que su misión está limitada á lo constitucional, puesque las juntas electorales, tampoco tuvieron otra nc oiverso oí' den, y de consiguiente el apoderado por todo derecho, no pudo ampliar ni restringir facultades de que carecía, sino substituir las que legalmente había recibido de su poderdante. Pero dando por supuesto que tenga esas prerogativas,no c; cordura que siendo la creencia pública problemáticas, se siembrí ahora un vastago venenoso, que á su tiempo jermine lautas deS"j gracias cuantas en otro tiempo salieron de la caja de Pandora. Peio se quiere hacer valer que muchas naciones europeas no* han dado ya la norma, no solo de reformar sino de fabricar nuC vas constituciones, de la misma manera que hoy se intenta. Se' asi en hora buena, pero nosotros decimos, que el ejemplo no sieifl' pre prueba el derecho, sino regularmente el abuso y que vista I' medalla por el reverso, se hallará que esas mismas naciones ha' <> isado por un camino ensangrentado, para cotiformarse al fin col a triste paz que les dieran las bayonetas á costa del sacrificio tl¡ sus derechos. Pero aun hay otra dificultad. Todas las constituciones debe' necesariamente emanar de un cuerpo legislativo puramente pop" lar en su origen, ¿cómo pues puede tomar parte en esta, una de 1;1 cámaras, siendo de naturaleza eterogénea porque asi lo requerí1 solo para los congresos constitucionales la concatenación de la ea' ta de 1824? Luego no puede el actual congreso constutir ni aun t( formar, sino solo lo que se halle iniciado, con arreglo á los decr£ tos precsistentes. En fin, seria nunca acabar si dieramos rienda suelta ánuestf pensamientos. Así es que con lo dicho basta para interesar V. E. á efecto de que apoyando nuestros votos, se sirva elevar!' al conocimiento del congreso mexicano para que este les dé 1 valor que su sabiduría entienda que merecen. Por nuestra parte, volvemos á protestar con sinceridad, (]•' deseamos cordialmente el bien, que temémos los males, <]' <á amamos la paz como al, cimiento de la prosperidad general y p' ^ vaila, que nuestros errores, si acaso nos equivocamos no procedí *- de un corazón corrompido, sino mas bien de la ignorancia, y ( C1 fin, que tenemos la honra de ser mexicanos, y que esta circunsta1 4 oia n<>s hace hablar en la ocasión, pues somos general ó indi* «A dualmente interesados en el bien procomunal. *¿ Esperamos que recibiendo V.\ E. con benevolencia esta esp0' ^ cion para que ni se cambie la forma de gobierno, ni se reforme. '° constitución sino por las vias legales, teniendo al mismo los (f ^ suscriben la honra de presentar á V. E. los respetos y conside' Mciónos doHi-las al primer magistrado de la república.—Ojaca Agosto 23 de 1835.—Exmo. Sr.—Tiburcio Cañas.—Gregorio José de León.—Joaquín Guerrero.—José Santiago Hernández.—José Lucas Al MOgabar.—Benito Juaraz.—Marcos Pérez.—Francisco Banuet.— Manuel María Toro.—José María Muñoz..—José Cristóbal Bolaños. José María León.—Angel Alvarez.—Juan Vasconselos.—José Domin- go JSuftez.—José Antonio Silva.—Manuel José Zabaleta.—Lucas Vi- Uafaña.—Nicolás Ortiz.—José María Barroso.—Manuel Silva.— Hinon Castillo.—'Juan Manuel Leyba.—José Damacio Salgado.—Jo- sé López Patino.—Nicolás María Rojas.—Luis Orosco.—Manuel O rosco.—Nicolís Panto ja.—José Antonio Santaella.—Manuel de Jo- s>ts Zabaleta.—Tomás Rincón.—Manuel González.—Julián Barsalo- 0re—Manuel Joaquín Várela y Sánchez.—Simón Márquez.—An- drés María Castañeda.—José Victoriano JYuñez.—Julián González.— Juan Nepomuceno Yarza.—José Inés Sandoval—Longinos Ramos.— P nncisco Morales.—Rafael María Pérez.—Antonio Herrera.—Mar- celino Escobar.—Manuel María Ogarrio.—Paulino Canceco.—Felicia- no Cordero.—Ignacio Aguilar.—José Flores Mota.—José María Fi- lio.—Nicolás Castellanos.—Juan Oledo.—José María Valdéz.—Joa- °uin Coto.—José Ignacio Romero.—Francisco Perafan.—Camilo Manuel Fragoso.—Francisco de Paula Heredia.—Gerardo Bonequi.— &**í Rifiel Toro.—Joaquín Romero.—Florentino Muñientes.—Pedro ¿irnenesde Reyes.—Pedro Mijía de León.—Manuel Martínez.—José ■ft España.—Anacleto Sedeño.— Patricio Pérez.—José Domingo Zo- Hipólito Fuentesilla.—Domingo Martínez.—José M. Moreno.—■ Juan Ignacio Nuñez.—Luis Várela.—José Quebedo.—Luis Valente Nuñez.— José M. Payarla.—José Francisco Xavier López.—Pedro González.—Pantaüon MarkL—Luis Ramires Orosio.—Luis Vázquez d? la Peña —Juan de la Cruz Santiago.— Esiquio Lorrosa.—Guillermo Ybañ'Z.—Gumecindo Barroso.—Nicolás Guerrero.— Francisco Duran Ignacio María 0>doño.—Francisco Salazar.—José Manuel Romero.— Ornado Gandarillas.—Marcos Loprz. Por impedimento del señor padrp, .Manuel Fernandez de Várela.—Juan Nepomuceno Banuet. '—Dionicio Suares.— Vicente Castellanos.—Manuel José León.—Angel Calvo,—Manuel María Lisbarta.—José María Ramirez.—Braulio Pirales.—Pablo Pérez.—Sixto María Castañeda.—Mateo Guzmau.— José María Reyes.—Manuel Coico.—José Miguel González.—Fran- cisco Hernández.—Simón Sánchez.—José Lara.—Rubecindo Salga- do—-Manuel Zuftiga.—Pedro Ramirez.—Atanacio Sánchez.—Clisan- to Pérez.— Pedro Contreras.—Manuel González.—Sdverio Ortiz.— Afanado Rueda. ^XlCO: 1835. Impreso por Francisco C. y Torres en las Escalerillas núm. 13.