<;.Hc —J-7,- iC ' CARTA PARTICULAR DE UN CIUDADANO DE PUEBLA. A OTRO DS ESTA CAPITAL. M000000H Puebla Marzo 24 de 1835. M ~LT JLi buen amigo y señor: veo por los papeles públi- cos que en el palacio del gobierno, en los periódicos y en las tertulias de esa capital se habla mucho en pro y en contra de restricciones al comercio estrangero: sé con grande satisfacción que ya todos están firmes en el prin- cipio de que el algodón es un ramo sin igual en nuestro pais, y que la maquinaria moderna es el mejor medio pa- ra hacerlo productivo, cosa que V. sabe que algún tiem- po era una blasfemia para muchos de nuestros compa- triotas, aun de aquellos que por otros aspectos son ilus- trados, y una vez que ya no hay quien se presente en la palestra defendiendo sistemas rancios, parece que debe- mos llenarnos de satisfacción pura todos los que hemos trabajado en favor de estas proficuas ideas. Ahora creo que la cuestión es, si desde luego se han de prohibir los artefactos gordos de algodón ó no; sé que en las cámaras está propuesta la prohibición de la hila- za: para mí la primera proposición fué algún tiempo un problema que jamas me hubiera atrevido voluntariamen- te á decidir poniéndome en un estremo: mis cortos escri- tos me parece que dan bastante conocimiento de mi opi- nión: en lo que aquellos dicen me ratifico. Comprometi- do ahora por las circunstancias á hablar, haré mis ob- servaciones apoyado en la esperiencia de lo pasado y lo2 presente en México, y en todos los países que conocemos por civilizados: no estoy por el sistema de restricciones, pero sí creo que no es contra las reglas de una prudente economía el reservar esclusivamente para sí algunos ra- mos de la industria; pues sin embargo de cuanto escri' ben los economistas lapsos, vemos que esta práctica es la que gobierna en los pueblos mas cultos, y que bajo estos principios merecen el nombre de grandes; y últimamen- te, que nuestro pueblo fué menos infeliz, por este sistema, bajo un gobierno duro, que lo es hoy en la plenitud de su libertad, por haber salido de aquella senda. Con respecto á si ha de ser primero la hilaza y no los lienzos, ó si todo junto, seria de opinión que ó todo ó nada, si tan solo se atendiera á evitar contrariedad de intereses eiri re indivi- duos de una misma familia; mas como lo que ahora se decrete debe traer algún dia graves consecuencias, debo hacer este sacrificio á mis conciudadanos con las siguien- tes observaciones. Si se prohibe la hilaza sola, las fábricas de nuevo orden se reproducirán con la prontitud que se requiere, y las mugeres que hoy se ocupan en hilar, vivirán conso- ladas, así como se fomentará mucho la agricultura de al- godones, y con esto ganará también nuestro comercio de lo interior, que depende principalmente de que las pro- ducciones territoriales de nuestros diferentes climas, y las manufacturas de ellos, tengan un cambio activo. Por esta providencia podrá resultar que los telares estableci- dos, antiguos y modernos, puedan hallarse de pronto es- casos de hilos que tejer, y nada mas; pero los lienzos gordos de algodón no podrían subir quedando espedita la entrada de mantas; de que resulta, que si únicamente se atiende á fomentar telares en el pais, no debe prohihirse la hilaza estrangera, antes por el contrario, haria mejor efecto para fomentar los telares cuanto mas se facilitase su introducción, y si se quiere únicamente establecer mi- les de telares en corto tiempo, lo mejor seria prohibir lias .mantas, y dejar absolutamente libre la hilaza: pero....$ ¿qué seria de nuestros cosecheros de algodón? ¿qué sería de nuestras hilanderas antiguas y facricantes modernos? ¿qué de nuestros consumidores? Mas no lo he dicho to- do: ¿qué suerte tendrían estos miles de telares el dia que Ja habituados y decididos, para sus operaciones, á reci- bir el filamento estrangero, algunas de las principales na- ciones que proveyeran de este renglón, por causas acci- dentales, ó meditadas de política ó de conveniencia, sus- pendiesen ó recargasen con graves derechos las remesas de hilaza? ¿No podrían la Inglaterra y los Estados-Uni- dos combinados, destruir en algunos meses toda la robus- tez artística del ramo de algodones de México? ¿Y V. se persuade, amigo mió, que unos pueblos tan distantes de nosotros, tan sujetos á los vaivenes que sufre á cada rato aquel gran grupo de naciones, tan ilustrados, y que velan tanto sobre sus intereses, dejarían algún dia de ha- cernos sufrir este golpe? Pues si esto se cree, parece que no será temerario deducir, que el querer establecer en México la industria fabril del ramo de algodones, sin dar mucha preferencia á los hilados sobre los tejidos, es co- mo querer sembrar el trigo y reducirlo á harina en los campos de Falencia, y amasar el pan en México: ó ase- gurar el buen arraigo y vejetacion de una planta prefi- riendo la estaca á la raiz. Muy ridículo y perjudicialí- simo seria (como es) el que del Támesis y Delavare sa- liesen los barcos cargados de algodón hilado para los te- lares mexicanos; cultivado y manufacturado con lucro de hombres estraiíos; cuando en México hav redundan- cia de él, de mejor calidad, hombres que lo sepan culti- var y manufacturar, y una grandísima necesidad de dar ocupación provechosa y honesta á los hombres para que México pueda llamarse dignamente nación civilizada. ¡Demasiado marcados estamos con el sello del feudalismo, no obstante todos nuestros talentos, gran terreno y cons- titución política liberal! Otras razones de política y conveniencia publica. El objeto de fomentar la industria en México no puede4 ser otro que el de reformar las costumbres del pueblo, proporcionándole ocupación útil y honesta, que hoy no tiene; es decir útil, productiva: ¿pero qué jornales se podrán proporcionar á un individuo que trabaje en esas fabricas, mientras la hilaza no tenga mas precio que el de hasta aquí? Es bien sabido que la moneda de plata entre nosotros tiene menos valor estimativo que en los países ultramarinos, y que por esta razón un jornalero en ellos puede adquirir mas objetos de mantención, cor modidad, é ilustración con cinco reales, que un jornale- ro mexicano con la misma cantidad; luego si las fábricas modernas se ponen bajo el mismo pié de economía jor- nalera que las estrangeras, para poderse conservar, nun- ca podrán Señar el objeto de favorecer los adelantos de las buenas costumbres: es necesario subir los jornales. Los que pudieran hallarse animados para estable- cer fábricas de hilar (empresas tan fatigosas como ar- riesgadas), y los que ya las hayan establecido, deben te- mer mucho de ese coloso bastardo de telares del pais provistos de hilazas estrangeras, porque á proporción que vaya creciendo el número de aquellos, bajo el pre- testo honesto de poder trabajar con mayor economía pa- ra dar las manufacturas mas baratas, sostendrán y con- seguirán con su influjo, y el de los introductores de la hi- laza, el que se minoren, quien sabe hasta donde, las alca- balas sobre aquella, y entonces ¿qué será de las fábricas modernas de hilar del pais, y de cuanto de ellas depende? Y ¿qué será de la dignidad del gobierno y de la nación, el dia que convencido (como creo lo está) de que el hi- lar el algodón del pais, es la clave de toda la industria de México, quiera coartar mas, ó prohibir la entrada de la hilaza estrangera como el medio para fomentar nuestros hilados? Seme podrá decir, que el seguir entrando como has- ta aquí la hilaza estrangera, no es -un obstáculo para el establecimiento «de fábricas de hilar; porque siendo las mismas máquinas, proporcionan igual economía á la que5 allá dan, y que bajo este supuesto, solo se arruinarían Jas hilanderas que son insignificantes, y de ninguna mane- ra nuestras fábricas de hilados, la agricultura de algodo- nes y el comercio de lo interior: podría darse por pruebas esa misma facilidad de producir buen algodón nuestro terreno, nuestra buena disposición para su manufactura, la mayor proximidad que tendrá con nuestras fábricas, y el recargo de dereqbos y gastos que tiene la estran- gera. Yo respondo sostenido por la esperienci a propia. Es verdad que las máquinas son Jas mismas que ellos usan, pero mientras aquí no se construyan (traídas de afuera), tienen costos duplos que aquellas, por los fletes maríti- mos, comisiones, seguros y enorme flete de carros, que por ahora no se puede evitar, porque el peso ó volumen de algunas piezas las hace incómodas para conducirlas en ínulas: los maestros que por mucho tiempo deben ser estrangeros, ganan tres ó cuatro tantos que en sus paises, aunacuando acá, abusando de nuestra situación, cumplen generalmente menos: la reparación de piezas que se inu- tilizan á cada rato, ahora nos es muy costosa (algunas veces impracticable), por los mayores sueldos de los maes- tros, carestía del fierro y falta de máquinas de construc- ción: el trabajo de nuestros operarios, no obstante su buena disposición natural, de presente no puede ser ni tan largo, ni tan bueno, porque es imposible al común de los hombres saltar el orden natural de las cosas, que solo dá la perfección después del cultivo y el tiempo: también es aquí mas caro el aceite de olivo, que se gasta en can- tidad; así como otras cosas menores, que reunidas for- man grande suma. Los algodones en rama tienen también en el dia un duplo ó mas valor que el que gastan en las fábricas inglesas ó americanas del Norte, nueve pesos vale la arroba de algodón despepitado en la capital de la república cuando en aquellos paises solo cuesta de tres á cuatro: esta desigualdad tan sensible co- mo bochornosa para nosotros, proviene de que .nuestra6 agricultura de algodones, declinó infinito desde que con^ sentimos en un amplio comercio con los estrangeros porque desde luego faltaron los consumos del nacional. A once reales cuesta actualmente la arroba de algodón con pepita en Tlacotalpan ó Alvarado, es decir, á cua- tro pesos un real sin pepita, cuando algún tiempo que los algodones nacionales se consumian mucho, sobraba en la época de cosecha esta materia por el precio de cuatro ó seis reales sin limpiar, y á este mismo se verá desde el año próximo, si desde luego se lleva á efecto la pro- hibición de hilaza, único toque de movimiento activo que esperan los cosecheros de ambas costas para estender sus siembras de algodón cuanto sea cumplido y aun so- brado al consumo de nuestras fábricas. Es de la mayor atención para calcular los productos y costos- de nuestras manufacturas, el asentar al cargo de ellas, el mucho tiempo que por los-multiplicados dias festivos y sus re- sultas se pierde? en todo el cual se suspende la producción de un establecimiento manufacturero, con perjuicio del propietario, de la riqueza pública y de la baratura de las manufacturas, y corren en contra los honorarios de los empleados desueldo continuo, y los réditos de los capita- les: los gastos improductivos del propietario quedan en este intervalo sin reparación. No es poco atendible el renglón que en estas casas se conoce con el nombre de desperdicios, miéntras que nuestros operarios no adquie- ran mas destreza, y no haya fabricas de papel adonde destinar estos relieves; la pérdida de ellos puede calcu- larse en quince ó veinte por ciento, sobre el peso del al- godón que se ponga en manufactura. Estas son las principales rémoras que desde su na- cimiento entorpecen la marcha de las nuevas fábricas de hilados, y la reproducción violenta de ellas que tanto se necesita; y aunque algún dia debemos ver desaparecer estos estorbos, por algún tiempo, los resultados que rin- dan nuestras fábricas de hilados han de ser muy desi- guales y muy inferiores al que dan las estrangeras, en7 •cuyos paises todo se halla arreglado, porque en ellos, por su antigüedad política, abundan los maestros en el ar- te de hacer felices á los pueblos, y se vela incesantemen- te porque nada obstruya los manantiales de la felicidad pública. En mi concepto las fábricas de hilados de al- godón en México deben ser cuidadas por ahora, con el esmero que una planta tiorna, preciosa y delicada, pre- servándola de todo .accidente, aun de aquellos influjos or- dinarios, pero fuertes, de la atmósfera, pues*ellas consti- tuyen el tronco arraigado de toda nuestra industria ma- nufacturera, mercantil y agrícola, porque dan aliento al cultivo de algodones, proporcionan fletes al arriero, hila- za al tejedor, y objetos y ocasión de un comercio activo y lucrativo á los comerciantes de nuestros diferentes cli- mas. ... ¡Alerta, amigo mió! ¡Ahora es el tiempo de ha- cer este interesante cultivo, no despreciar las teorías es- critas, tener á la vista las ideas liberales; pero alerta, no dejarse fascinar de ideas encantadoras, despreciando por ellas las prácticas propias yagenas, pasadas y presentes. Están vds. en el caso de levantar el grande edificio de la prosperidad nacional: para olio no es necesario dar pro- vechos al estraño con perjuicio propio, ni meternos bajo su yugo, cuando en casa tenemos materiales muy sólidos, y fragmentos preciosos, que hábilmente retocados vol- verán á lucir! Una razón de justicia en favor de los empresarios actuales de hilados y tejidos de algodón. El hombre por la naturaleza nace libre, y en la plenitud de los derechos que esta da: ingerido en una sociedad civil, renuncia en favor de ella una gran parte de sus prerrogativas natu- rales; pero al mismo tiempo adquiere otras de diferente especie que le concede la sociedad: la ley señala y garan- tiza los derechos civiles: los beneficios de la ley es una propiedad del ciudadano. El artículo 112 de la constitución mexicana, en su parte 3.*. no .permite al presidente de la república ocu- par la propiedad de ningún .ciudadano y turbarle en la8 posesión, uso y aprovechamiento de ella, y en caso de to.» ruarla, por interesar así al bien público, debe ser con pre- via aprobación del senado, é indemnizando á la parte in- teresada. Por la ley de 22 de mayo de 1829 fué decre- tada la prohibición de todas las manufacturas gordas es- trangeras de algodón. Por la de 6 de Abril del año de 830 se prorrogó el cumplimiento de esta ley hasta el dia 1.° de enero de 831, y posteriormente por la de 16 de octubre de 830 se amplió esta prórroga hasta reunir el fondo de un millón de pesos, destinado esclusivamente para fondos del banco nacional de avio, y con el interesante objeto de atender al fomento de la industria. Esta suma indu- dablemente ya se ha colectado en fas aduanas, sin que sea culpa de los empresarios el que la mayor parte de ella no haya entrado en el fondo del banco. Los empresarios de las actuales fabricas de algodón han apurado y empe- ñado sus fortunas, y apurado su sufrimiento, para llevar adelante los establecimientos, confiados, como deben es- tarlo, de que la palabra de la nación no ha de dejar de- ser cumplida, ni los derechos de ciudadanos de que ellos gozan ultrajados. Según ío espuesto, parece inconcuso que la representación nacional debe hacer que se lleve á efecto el cumplimiento de la ley sobre prohibición, pa- ra no incurir en un acto injusto y poco decoroso al honor mexicano; y en caso de que al bien público convenga ha- cer lo contrario, debe dar una compensación equitativa á dichos empresarios. Con prohibirlo todo, todo se re- media. Me repito de V. muy atento amigo y S. S. Q. B. S. JVL —S.y C. MEXICO: 1835. IMPRENTA I)E SANTIAGO PEREZ, Calle de Tiburcio núm. 14.