DIALOGO ENTRE DOS POLITICOS SOBRE LA MAYORIA DE LOS Q.ÜE HOY EJERCEN SU PROFESION W SOTA €1WBA2). MEXICO: IiiPBESTA de Calvan, a cargo de Mariano Abevalo, calle de Cadena numero 2.— (S.) I Jiamon. orno te vá, hijo miol •Manuel. No he tenido novedad. Venia pensando que en medio del baturrillo de cosas políticas y morales que notamos en este siglo, unas muy buenas y otras muy malas: en medio del trastorno en que se hallan hoy todas las cabezas, viendo por una parte á los pobres viejos que arrugan la frente y se que- dan atónitos al hacer comparaciones entre las costumbres de hoy y las de su juventud; por otra á los de edad media, que si se hubiesen de juzgar por su prespectiva, al verlos en las calles de esta populosa ciudad tan acicalados, tan erguido el cuello y la corbata que lo rodea, tan graves y mesurados en su andar, tan finos en sus maneras, en sus ofrecimientos, en su filantropía, en la rectitud de sus conceptos, creería uno que se hallaba entre los mismísimos discípulos de Catón: en medio, digo, de esta situación eterogenea de amargo, de dul- ce, de desabrido, de pueril y razonable, igual en todo á aquel periodo arriesgado y terrible que tú sabes que corre un pue- blo nuevo entre su soltura política y la consolidación de sus costumbres; ha venido á ocuparnos hoy una cuestión bien estraíía....... R. Creeria que nunca acababas con tal eesordio. ¿ Qué diablo de cuestión es esa ? •M. La de la mayor parte de los médicos estrangeros que se ha soltado cobrando á todo el mundo gruesas sumas de dine- ro por poco trabajo. Dias hace que había oido esta especie, y acaba de confirmarse en un corrillo de personas, para mí de todo crédito. Han citado varios hechos...... R. Lo que yo estraño es, que teniendo tú tanto mundo, y que cuando apenas cuentas treinta y cuatro años, te has vuelto calvo de pensar sobre las tracalillas de los hombres, sea para tí estraña una cuestión que está en el órden de los aconteci- mientos mundanos. Si considerases que este pais está sedien- to de todas las costumbres de mar en fuera, las cuales recibe *sin ecsaraen, sin consideración alguna á la razón clásica de si son ó nó adaptables á su educación y á su carácter: si fijases la atención en que un enjambre de hombres de todos los climas, cuando se prepara á venir al emporio de México, al país por esencia del oro y de la plata, viene atestado de la idea de.que somos todos unos inmensos ignorantes blasonando de instruc- ción en todas materias; y que ellos solos, saliendo de las nacio- nes en que las ciencias y las artes han llegado á su apogéo, son los únicos oráculos que debemos oir y crer: si observases que cuando tales hombres llegan á nuestras playas, por desgracia suma encuentran en gran parte confirmadas estas ideas, y que sobre todo ven ese afán de la clase que estudia en los libros franceses de política, de morirse de afección por ellos, de aga- sajarlos, de imitarlos, y si son hombres iniciados en alguna profesión ó facultad científica, á solo dos palabras dichas en el método analítico del siglo, nuestros paisanos ya los califican de iguales á Harvée, á Newton, á Buffon, á Leibnitz, á Lo- ke, á J. Bentham etc. etc.: si fijases también la atención en cuanta es la influencia que ejerce sobre la muchedumbre ton- ta, y las cabezas frivolas la razón de ser nativos de los países que han producido tan ilustres hombres: si observases, digo.... M. Cállate, cállate, porque has dicho una multitud de cosas que necesitan ecsamen detenido. Has sentado una por- ción de principios que tienen mil escepciones. Vamos á la cuestión. Después si nos queda tiempo analizaremos tus pro- posiciones. R. Pues di, habla, que me gusta oírte. M. Sabes que mi alma se irrita contra todo lo que no está puesto en razón. Sabes que soy filósofo, que soy partidario de la igualdad y que me he alistado en las banderas de la de- mocracia: que el pobre y el rico son iguales ante mis ojos: que solo se diferencian por sus cualidades; y que á los sedien- tos de oro y de dignidades los miro como avechuchos misera- bles que solo se afanan por no confundirse con la plebe en vida, cuando al morir todos hacen las mismas contorsiones, y ocupan igual espacio de tierra. Pero vivimos en sociedad, y puesto que nuestra desgracia ó nuestra fortuna, nos obliga á guardar inviolable el derecho terrible de propiedad, estoy siempre interesado en que á cada uno se le dé lo que es suyo. Por ejemplo, un espíritu frivolo, de poco dinero, y criado á la moda, se alegraría que á las grandes fortunas de México se les quitase una gran parte de las riquezas que con tenacidadguardan, por medio de actos semi políticos y repetidos; y que los artistas, los médicos, los embaucadores de todo órdcn, les cobrasen ciento por lo que vale uno. Yo pienso con mas ra- cionalidad. Si un médico va á casa de un pobre, celebro en mi corazón que ningún estipendio reciba; y si toma el pulso á uno que tiene dinero, está bien que le cobre su trabajo. Pero ¿ cual es la medida de este trabajo f..„ ¿ Has de creer que un doctorcillo con anteojos, que es señal en el dia de cien- cia infusa, por solo cuatro horas que ha estado sin hacer na- da en una casa rica, ha tenido el valor de cobrar un ciento de pesos ] ¿ Y que habiéndose el gefe de ella resistido á en- tregarlos, se ha presentado y demandádolo en juicio1? R. Ha hecho muy bien, si así ha creido que se le habian de pagar. Está eso conforme con los principios que después he- mos de analizar. M. Pues en efecto, resultó del juicio que fué acreedor á ellos. Voy á contarte la historia, con la mas nimia esactitud, porque he tratado de imponerme á fondo para no hablar de memoria. Como tú sabes que yo, alguna muy rara vez, suelo enviar mis borrones á la prensa, puede suceder que ahora me dé esa mania común, y primero quisiera una descarga de palos sobre mis costillas, que algún lector me afease con la negra nota de embustero. Una niña recien casada, hija de la casa, hácia el mes de octubre último hubo de parir por pri- mera vez. La casa, por sentado, tenia su médico de cabece- ra, hombre de la escuela del doctor Broussais, sistemático de ella, de pasiones fuertes, y que cuando no está irritado no deja de ser imparcial en sus juicios. La madre de la ñifla, acongojada al ver que el parto de su hija se dilataba un poco mas de lo ordinario, preguntó á su médico antiguo, que co- mo era natural se hallaba presente, ¿si nó seria oportuno mandar llamar á un otro médico óádos, para que se le asocia- sen si habia riesgo 1 Convino en la proposición deseoso del acierto. Una persona de afecto é interés para la casa salió á buscarlos, y á poco rato vinieron en efecto. Mas al subir el médico demandante de los cien pesos la escalera de la casa, ya la niña habia parido con felicidad. Está hoy buena y sana y su niño también. Hasta pasada una hora no entró á ver á la parida. Quedaba pendiente la salida de las secundinas, cuyo retardo, según los iniciados en el arte, no se hace temible aunque la paciente tarde en arrojarlas algunas horas, con tal que este retardo no vaya acompañado de otros síntomas demal agüero. Dicen esto, yo no soy médico; parece que el buen principio es dejar obrar á la naturaleza. El parto se verificó á las dos y cuarto de la tarde. Las secundinas salie- ron á las cinco. Nuestro doctor, como era regular, se que- dó á comer. A las seis bajaba la escalera para irse, y un dependiente de la casa le presentó media onza de oro. La rcusó. Volvió á la noche: tomó el pulso á la parida que se- guía su curso natural: se fué, y para nada mas volvió á la ca- sa. A pocos dias pasó una cuenta cobrando cien pesos. ¡ Co- sa estraña!.... A propósito, hijo mió, ¿no te parece manera nueva, introducida desde que vestimos y comemos á ¡a fran- cesa, que los médicos pasen cuentas?.... Nada tendría de par- ticular, si tales cuentas estuviesen fundadas en razón. Pero este comportamiento, poco delicado en una profesión toda de humanidad, tiene por base la razón secreta de cobrar lo que se quiere, á roso y belloso, sin aguardar á que tal vez ande poco generoso el enfermo rico, si nada se le pide. R. Sigue, sigue por tu vida. Déjate de Comentarios. M. El gefe de la casa, cuyo amor propio, según estoy enten- dido, no deja de herirse cuando se le ecsige una cosa poco de- licada, tenia ya su opinión un algo prevenida en contra de es- tas modernas cuentas. Sabia que no era la centésima vez que en México se habían pagado, comunmente por no entrar á disputa, ni la décima en que su eccesivo monto ha originado litigio, ni la primera en que su fibra se habia irritado y v'isto- se su buena fe burlada en el particular de cobros de médicos estrangeros. Respondió al doctorcillo de los anteojos, que no se hallaba en disposición de pagar tal suma: que la ecsigen- cia no descansaba sobre fundamento alguno racional: que re- pugnaba esto á las costumbres del país; en una palabra, que no encontraba razón para pagarle cien pesos por solo haber estado en su casa cuatro horas, sin haber hecho ninguna ope- ración.- Razones del ecsigente; pero ¿quien pone freno á rol trabajo1? Yo cobro á una casa rica. No saben aquí palabra. En Francia, la gente de posibles, paga á un médico á manos llenas, porque no lo consideran como á un barbero, con cu- yo carácter nos quieren ver aquí, sino como un caballero, un amigo, un hombre científico, como un literato, en fin, lleno de consideraciones y circunstancias—. Pues, señor mió, res- pondió el ecsigido: vd. tiene que amoldarse á la práctica del país en que vive, porque seria una solicitud temeraria que una docena de hombres estrangeros á él, saliesen triunfantesen la peregrina idea de dar leyes á siete millones de habitan- tes. Le esplicó lo que es un cuasi contrato, que en último re- sultado era lo que debia guiarlos en la materia: que un enfer- mo desde su cama, no podia previamente entrar al ajuste de cuanto habia de dar á un médico por la visita, con espe- cialidad cuando no se trataba de hacer ninguna operación es- traordinaria, sino que le pagaba después con arreglo á la costumbre: que en M. xico, esa pr etica estaba reducida á que si la casa era mediana en sus proporciones, por cada visita pagaba al médico un peso, y si era de conocidas posibilidades un par de pesos: que no habiendo hecho ninguna operación, prudentemente se habia computado el tiempo perdido; y supo- niendo que en cuatro horas hubiese vd. señor doctor, podido hacer cuatro, ocho, doce, diez y seis, y hasta veinte visitas, importaría la cuestión, tirando por copas, cuarenta pesos.— Pero nuestro maestro de Hipócrates se aferró, por fin, en que no habla de bajar su estipendio de cinco onzas No se trataba ya, mi querido Ramón, de cuarenta y cinco ó cincuenta pe- sos mas ó menos, sino de alimentar la justicia, y si se quiere el amor propio de una cabeza que tenia á su favor todas las razones, empezando á dar ejemplo al mundo de resistencia á este moderno descaro. Estos mismos argumentos se espiantaron en el juicio, y no pudiendo avenirse las partes, convinieron en que dos pe- ritos fallasen en el asunto. Debes suponer que el instinto ma- quinal de las afecciones llevó á nuestro doetorcillo á nom- brar por su parte á otro médico estrangero, y la casa de- mandada, por la suya, á uno del país. Has de saber también que el perito del doctor fue justamente el médico citado de ca- becera, que en esta ocasión no pudo menos de haber fallado en la rectitud de sus principios, poique dicen malas lenguas, que el demandante actual, á su vez le habia servido igualmente de perito en el año próesimo pasado, para cobrar otra mo- derna cuenta á la casa del finado Mr. Portefai.... ti.. Y de consiguiente eh el mundano ord«n, necesario era que á su turno el perito de que se trata dictaminase en su fa- vor, porque ya sabes la disposición del hombre en servir con reciprocidad cuando se trata de bolsillo ageno. Es probable ademas que la defensa de la causa común tuviese una bue- na parte en su juicio, porque, hijo mió, el interés de los nié ■ dicos estrangeros no puede menos de ser aucsiliarse recípro- camente en la ecsaccion de esas cuentas modernas.M. Dicen también que este perito estaba algo resentido cou la casa demandarla, porque no se hubo mostrado tan gene- rosa como él creia en el pago de las últimas cuentas que la pasó. Afirman unos, que por este mismo parto que nos ocu- pa, aquella le dió una talega de pesos, aunque otros dicen que solo quinientos, y yo me atengo á esta última suma, por- que lo he oido de boca que debe saberlo. R. Y en tal caso tiene razón para quejarse. Si el doctor de los anteojos cobraba cien pesos por solo estar de visita cua- tro horas ¿cuanto deberia cobrar el otro, que supongo segui- ría el curso del parto has el restablecimiento de la parida1? M. Es muy cierto, porque he oido también que ese médico de cabecera se quedó voluntariamente ocho noches á dormir en la casa después del parto, aunque todas las personas de ella afirman que no hubo absolutamente necesidad de tal ecsigencia. Confiesan sin embargo que le están agradecidas, porque en tal comportamiento manifestó el interés que toma- ba por la parida, aunque añaden que no se quedó á dormir Ja primera noche en que se mostraron los síntomas del par- to, que justamente era en la que hacia mas falta, y la única en que se le rogó que lo hiciese, pues en todas las siguientes fue á dormir porque quiso. Raciocinando bajo la base de que solo le dieron quinientos pesos, había la causa secreta de ma- nifestar en el juicio con su dictamen (por via de argumento indirecto) que tal recompensa era muy poca, puesto que el doctor de los anteojos cobraba ciento por solo cuatro horas. La razón se presentaba sencilla. Por regla de proporción, importando las ocho noches cuarenta y ocho horas, á razón de seis en cada una, y suponiendo en los ocho primeros días seguidos al parto, que de dia perdiese en cada uno dos horas con la parida; todo lo que da un total de sesenta y cuatro horas: si es que por horas se habia de cobrar, claro es que al médico de cabecra le tocaba percibir la suma cortita de un mil y seiscientos pesos..... Nada tenia de estraño, di- cen también, que hubiese mostrádose en el parto tan ecsi- gente este perito, porque la casa demandada en meses atrás le habia prestado con generosidad dos mil pesos, á cuenta de los que no se abonaron los quinientos en cuestión, sino que todavía los debe, según me ha informado un miserable ave- chucho que en la casa lleva toda esta clase de cuentas. R. ¡ Válgame Dios! Parece que está invertido el orden de los sucesos morales por todas partes. Seguramente que vio.'gun facultativo, hablando en casos comunes, podia haberse nombrado mas apropósitc para perito, porque dcbia estar ins- truido á fondo del trabajo del doctor su compañero. M. Se pensó en recusarlo, pero no pareció prudente á la casa agriar mas este estado de cosas. El médico del país opinó: que una cosa era que el doctor de los anteojillos hubiese sido llamado como mero consultor, en cuyo caso estaba bastan- temente pagado con dos ó tres onzas de oro, tratándose de una casa de posibilidades; y otra que él y el médico de ca- becera se hubiesen convenido en partir entre sí la responsa- bilidad del ecsito de las secundinas: que sobre cual de estos dos conceptos habia tenido lugar, solo pbdria decirlo el mé- dico de la casa, el cual, como tú debes suponer por las razo- nes espuestas, informó á su concolega en favor absolutamente del estremo que le pareció acreedor á mas crecido estipendio. R. No deja de ser bien abstracta y metafísica esa división pro- puesta por nuestro paisano médico; porque un consultor siempre es responsable moralmente al bueno ó mal ecsito de su dictamen. Si las secundinas no hubiesen salido bien, tanto riesgo corria la opinión del consultante con que por esas ca- lles de Dios se digese que habia ido á la casa como consultor ocular, ó como persona asociada al facultativo de cabecera.