PROFECIA POLITICA Del sabio Dr. D. Servando Teresa de Mier, diputado por Nuevo León, con respecto á la federación mejica- na, ó sea, Discurso que el dia 13 de Diciembre de 1823 pronunció sobre el articulo 5 déla acta cons- titutiva (1). SEÑOR (2). adíe creo que podrá dudar de mí patriotismo.. Son conocidos mis escritos en favor de ]a independencia y libertad de la América; son pú- blicos mis largos padecimientos, y llevo las cicatrices en mi cuerpo. Otros podrán alegar servicios á la patria iguales á los míos; pero mayores nin- guno, á lo ménos en su género. Y con todo, nada he pretendido, nada he pedido, nada me han dado. Y después de 60 años ¿qué tengo que es- perar sino el sepulcro? Me asiste pues un derecho, para que cuando voy á hablar de lo que debe decidir la suerte de mi patria, se me crea desin- teresado é imparcial. Puedo errar en mis opiniones, este es el patrimonio del hombre; pero se me haria suma injusticia en sospechar de la pureza y rectitud de mis intenciones. ¿Y se podrá dudar de mi republicanismo? Casi no salia á luz algún papel durante el régimen imperial, en que no se me reprochase el delito de re- publicano y de corifeo de los republicanos. No seria mucho avanzar si dijese, que seis mil ejemplares esparcidos en la nación de mi Memoria polí- tico-instructiva dirigida desde Filadelfia á los gefes independientes de [1] «Se reeimprime este sabio y solidísimo discurso, para que se vea que las predicciones del ilustre padre Mier no fueron infundadas; á mas, puede ser- vir de guia á nuestros futuros legisladores, y sobre todo, leerse por muchos que sin duda no lo han visto, por que hubo empeño en desacreditarlo y supri- mirlo cuando se publicó, tratando á su autor de loco. El Editor. [2] Antes de comenzar dijo: Voy ó impugnar el articulo 5.o, ó de repúbli- ca federada en el sentido del 6 que la propone compuesta de estados sobera- nos é independientes. Y así es indispensable que me rose con este; la que advierto para que no se me llame al órden. Cuando se trata de discutir sin pasión los asuntos mas importantes de la patria, sujetarse nimiamente á "dualidades, seria dejar el fin por los medios.2 Anahuac, genera!izaron«en é! la idea de la república que hasta el otro dia se confundid con ia lieregía y la impiedad Y apenas fué lícito pronun- ciar el nombro de república, cuando yo me adelante á establecerla federa, da en una de las bases del proyecto de constitución mandado circular por el congreso anterior. Permítaseme notar aquí, que aunque algunas provincias se han vanaglo- riado de habernos obligaio á dar este paso y publicar la convocatoria, están engañadas. Apenas derribado el tirano se reinstaló el congreso, cuan- do yo co. voqué á mi casa una numerosa reunión de diputados, y les pro- puse, que declarando la forma de gobierno republicano, como ya se ha- bían adelantado á pedirla varios diputados en proposiciones formales, y dejando en torno del gobierno para que lo dirigiese un senado provi- sional de la flor de los liberales, los demás nos retirásemos convocan- do un nuevo congreso. Todos recibieron mi proposición con entusiasmo y querían hacerla a otro dia en el congreso. Varios diputados hay en vuestro seno de los que concurrieron y pueden servirme de testigos. Pero las circunstancias de entonces eran tan críticas para el gobierno, que algunos de sus miembros temblaron de verse privados un momento de las luces, el apoyo y prestigio de la representación nacional. Por este motivo fué que resolvimos trabajar inmediatamente un proyecto de bases constitucionales, el cual diese testimonio á la nación, que si hasta entonces nos habíamos resistido á dar una constitución, aunque Iturbide nos la exigía, fué por no consolidar su trono; pero luego que logramos libertarnos y libertar á la nación del tirano, nos habíamos de. dicado á cumplir el encargo de constituirla. Una comisión de mis ami- gos nombrada por mí, que después ratificó el congreso, trabajó en mi casa dentro de diez y ocho dias el proyecto de bases, que no llegó á discutirse, porque de las provincias comenzaron á gritar que carecíamos de facultades para constituir á la nación. Dígase lo que se quiera, en aquel proyecto hay mucha sabiduría y sensatez, y ojalá que la nación no lo eche ménos algún dia. . Se nos ha censurado de que proponíamos un gobierno federal en el nombre, y central en la realidad. Ya he oido hacer la misma crítica del proyecto constitucional de la nueva comisión. Pero ¿qué no hay mas que un modo de federarse? Hay federación en Alemania, la hay en Suiza, la hubo en Holanda, la hay en los Estados-Unidos de Amé- rica; en cada parte ha sido ó es diferente, y aun puede haberla de otras varias maneras. Cuál sea la que á nosotros convenga, lutc opus, hic la- bor est. Sobre este objeto va á girar mi discurso. La antigua comisión opinaba, y yo creo todavía, que la federación á los principios debe ser muy compacta, por ser asi mas análoga á nuestra educación y cos- tumbres, y mas oportuna para la guerra que nos amaga; hasta que pasadas estas circunstancias en que necesitamos mucha unión, y progresando en la carrera de la libertad, podamos sin peligro ir soltando las andade. ras de nuestra infancia política hasta llegar al colmo de la perfección social, que tanto nos ha arrebatado la atención en los Estados-Unidos. La prosperidad de esta república vecina ha sido y está siendo el dis. parador de nuestras Américas, por que no se ha ponderado bastante la inmensa -distancia que media entre ellos y nosotros. Ellos eran ya estados separados, é independientes unos de otros, y se federaron para3 unirse contra la opresión de Inglaterra; federarnos nosotros estando unidos, es dividirnos, y atraernos los males que ellos procuraron re- mediar con esa federación. Ellos habían vivido bajo una constitución, que con solo suprimir el nombre de rey, es la de una república; noso- tros encorvados 300 años bajo el yugo de un monarca absoluto, apenas acertamos á dar paso sin tropiezo en el estadio desconocido de la li- bertad. Somos como niños á quienes poco ha se han quitado las fajas, ó como esclavos que acabamos de largar cadenas inveteradas. Aquel era un pueblo nuevo, homogéneo, industrioso, laborioso, ilustrado y lleno de virtudes sociales, como educado por una nación libre; noso- tros somos un pueblo viejo, heterogéneo, sin industria, enemigo del tra- bajo y queriendo vivir de empleos como los españoles, tan ignorante en la masa general como nuestros padres, y carcomido de los vicios anexos á la esclavitud de tres centurias. Aquel es un pueblo pesado, sesudo, tenaz; nosotros una nación de veletas, si se me permite esta espresion, tan vivos como el azogue y tan móviles como él. Aquellos estados forman á la orilla del mar una faja litoral, y cada una tiene los puer- tos necesarios á su comercio; entre nosotros solo en algunas provincias hay algunos puertos ó fondeaderos, y la naturaleza misma, por decirlo así, nos ha centralizado. ¡Qué me canso en estar indicando á V. soberanía la diferencia enor- me de situación y circunstancias que ha habido y hay entre nosotros y ellos, para deducir de ahí que no nos puede convenir su misma federación, si ya nos lo tiene demostrado la esperiencia en Vene- zuela y Colombia! Deslumhrados como nuestras provincias con la federación próspera de los Estados-Unidos, la imitaron á la letra, y se perdieron. Arroyos de sangre han corrido diez años para medio recobrarse y erguirse, dejando tendidos en la arena casi todos sus Babios y casi toda su población blanca. Buenos-aires siguió su ejem- plo; y miéntras estaba envuelto en el torbellino de su alboroto in- terior, fruto de la federación, el rey del Brasil se apoderó impune- mente de la mayor y mejor parte de la república. ¿Serán perdidos para nosotros todos estos sucesos? ¿No escarmentarémos sobre la cabeza de nuestros hermanos del Sur, hasta que truene el rayo sobre la nuestra, cuando ya no tenga remedio ó nos sea costosísimo? Ellos escarmentados se han centralizado: ¿nosotros nos arrojarémos sin te- mor al piélago de sus desgracias, y los imitarémos en su error en vez de imitarlos en su arrepentimiento? Querer desde el primer en- sayo de la libertad remontar hasta la cima de la perfección social, es la locura de un niño, que intentase hacerse hombre perfecto en un dia. Nos agotaremos en el esfuerzo, sucumbiremos bajo una carga desigual á nuestras fuerzas. Yo no se adular, ni temo ofender, por. que la culpa no es nuestra sino de los españoles; pero es cierto, que en las mas de las provincias apénas hay hombres aptos para enviar al congreso general; ¡y quieren tenerlos para congresos provinciales, poderes ejecutivos y judiciales, ayuntamientos &c. &c! No alcanzan las provincias á pagar sus diputados al congreso central, ¡y quieren echarse á cuestas todo el tren y el peso enorme de los empleados de uua soberanía! ¿Y qué hemos de hacer, se me responderá, si así lo quieren, así4 lo pifien1? Decirles lo que Jesucristo á los hijos ambiciosos del Ze- bedeo: no sabéis lo que pedis: nescitis quid pelatii. Los pueblos nos llama.i sus padres, tratémoslos como á niños que piden lo que n<» les conviene: nescitis quid petatis „Se necesita valor, dice un sabio político, para negar a un pueblo entero; pero es necesario á veces con- trariar su voluntad para servirlo mejor. Toca á sus representantes ilus- tnirlo y dirigirlo sobre sus intereses, ó ser responsables de su debi- lidad. " Al pueblo se le ha de conducir, no obedecer. Sus diputados no 'somos mandaderos, que hemos venido aquí á tanta costa y de tan largas distancias para presentar el billete de nuestros amos. Para tan bajo encargo sobraban lacayos en las provincias, ó procuradores en Mé- xico. Si los pueblos han escogido hombres de estudios é integridad pa- ra enviarlos á deliberar en un congreso general sobre sus mas caros intereses, es para que acopiando luces en la reunión de tantos sabio.-, decidamos lo que mejor les convenga; no para que sigamos servilmen- te los cortos alcances de los provincianos circunscriptos en sus terri- torios. Venimos al congreso general para ponernos como sobre una ata- laya, desde ionde, columbrando el conjunto de la nación, podamos pro- veer con mayor discernimiento ii su bien universal". Somos sus arbitros y compromisarios, no sus mandaderos. La soberanía reside esencialmente en la nación, y no pudiendo ella en masa elegir sus diputados, se distri, huye la elección por las provincias; pero una vez verificada, ya no son los electos, diputados precisamente de tal ó tal provincia, sino de toda la nación. Este es un axioma reconocido de cuantos publicistas han tra- tado del sistema representativo. De otra suerte el diputado de Gua- dalajara no pudiera legislar en Méjico, ni el de Méjico determinar so- bre los negocios de Veracruz. Si pues todos y cada uno de los di- putados lo somos de toda la nación, ¿cómo puede una fracción suya limitar los poderes de un diputado general? Es un absurdo, por no decir una usurpación de la soberanía de la nación. Yo he oido atónito aquí á algunos señores de Oajaca y Jalisco, decir que no son dueños de votar como les sugiere su convicción y con- ciencia; que teniendo limitados sus poderes, no son plenipotenciarios 6 representantes de la soberanía de sus provincias. En verdad, noso- tros los hemos recibido aquí como diputados, porque la elección es quien les dió el poder, y se los dió para toda la nación; el papel que abusivamente1 se llama poder, no es mas que una constancia de su le- gítima elección; así como la ordenación es quien da á los presbíteros la facultad de confesar; lo que.se llama licencias no es mas que un tes- timonio de su aptitud para ejercer la facultad que tienen por su carácter. Aquí de Dios. Es una regla sabida del derecho, que toda condición ab- surda ó contradictoria ó ilegal que se ponga en cualquier poder, contrato &c, ó lo anula é irrita, ó se debe considerar como no puesta. Es así «pie yo he probado, que la restricción puesta por una provincia en los po- deres de un diputado de toda la nación es absurda. Es así que es .con- tradictoria, porque implica congreso constituyente con bases ya consti- tuidas cualesquiera que sean, como la de república federada se determina y a en esos poderes limitados. Es así que es ilegal, porque en el decreto •de "Convocatoria está prohibida toda restricción. Luego, ó los poderes que la traen son nulos, y los que han venido con ellos deben salir luegoS i , del congreso, ó debe considerarse como no puesta, y esos diputadas que- dan en plena libertad para sufragar como los demás sin ligámen alguno. Yo no alcanzo que respuesta sólida se pueda dar á este argumento. Pero volviendo á nuestro asunto: ¡es cierto que la nación quiere re- púplica federada y en los términos que.intenta dársenos por el artículo o í Yo no quisiera ofender á nadie; pero me parece que algunos inteligentes en las capitales, previendo que por lo mismo han de recaer en ellos los mandos y los empleos de sus provincias, son los que quieran esa fe- deración y lian hecho decir a los pueblos que la quieren. Algunos sres. diputados se han empeñado en probar qile las provincias qukren república federada; pero ninguno ha probado ni probará jamas, que quieran tal especie de federación anglo-americana, y mas que angloame- ricana. ¿Cómo han de querer los pueblos lo que no conocen'! nihilvo- lilum qtiin praecognitum. Llámense cien hombres, no digo de los cam- pos, ni de los pueblos donde apenas hay quien sepa leer, ni que existen siquiera en el mundo anglo-americanos, de Méjico mismo, de esas galerías háganse bajar cien hombres, pregúnteseles que casta de animal es república federada, y doy mi pescuezo si no responden trein- ta mil desatinos. ¡Y esa C3 la pretendida voluntad general con que se nos quiere comulgar como niñoí! Esa voluntad general numérica, es un sofisma, un mero sofisma, un sofisma que se puede decir re- probado por Dios cuando dice en las escrituras: „no sigas á la turba para obrar el mal, ni descanses en el dictámen de la multitud para apartarte del sendero de la verdad." Ne sequaris turbara ad faciendum malum, nec in judicio plumorum acquiescas senteniiae, ut u vero devies. Esa voluntad general es la que alegaba en su favor Iturbide, y podia fundarla en todos los medios comunes de establecerla, Víctores, fiestas, aclamaciones, juramentos, felicitaciones de todas las corporaciones de la nación, que se competían á tributarle homenages é inciensos, llamán- dole libertador, héroe, ángel tutelar, columna de la religión, el único hombre digno de' ocupar el trono del Anahuác. A fe mía, que no dudaba ser esta la voluntad general uno de los mas fogosos defensores de la federación que se pretende, cuando pidió aquí la coronación de Iturbide. ¿Y era esa la voluntad general? Señor, no era la voluntad leca! única que debe atenderse. Tal es la que emiten los representantes le- gítimos del pueblo, sus arbitros, sus compromisarios, deJiberando en plena y entera libertad; como aquella es la voluntad y creencia de los fieles que pronuncian los obispos y presbíteros sus representantes en un concilio ó congreso libre y general de la Iglesia, de la cual se ha tomado el sistema representativo desconocido de los antiguos. El pue- blo siempre ha sido víctima de la seducción de los demagógos (1) tur- bulentos; y así su voluntad numérica es un fanal muy obscuro, una brújula muy incierta. Lo que ciertamente quiere el pueblo es su bien- estar: en esto no cabe equivocación; pero la habria muy grande y per- niciosa si se quisise, para establecerle ese bienestar, seguir por norma la voluntad de hombres groseros é ignorantes, cual es la masa gene- f 1] Demagógos significa cabecillas ó gefes de partido popular. Z6 V/l del pueblo, incapaces de entrar en las discusiones déla política, de la economía y del derecho público. Con razón pues el anterior congreso después de una larga y madura discusión mandó que se die- sen á los diputados los poderes para constituir á la nación según ellos entendiesen ser la voluntad general. Esa voluntad general numérica de los pueblos, esa degrada- ción de sus representantes hasta mandaderos y órganos materiales, ese estado natural de la nación, y tantas otras iguales sarandajas con que nos están machucando las cabezas los pobres políticos de las provincias, no son sino los principios ya rancios, carcomidos y detesta, dos, con que los Jacobinos perdieron la Francia, han perdido la Euro- pa, y cuantas partes de nuestra América han abrazado sus principios. Principios, si se quiere, metafisicamente verdaderos; pero inaplicables en la práctica, porque consideran al hombre en abstrácto, y tal hom- bre no existe en la sociedad. Yo también fui jacobino, y consta en mis dos Carlas de un americano al español en Londres, porque en Es- paña no sabíamos mas que lo que habíamos aprendido en los libros revolucionarios de la Francia. Yo la vi 28 años en una convulsión per- petua, veia sumergidos en la misma á cuantos pueblos adoptaban sus principios; pero como me parecían la evidencia misma, trabajaba en buscar otras causas á quienes atribuir tanta desunión, tanta inquietud y tantos males. Fui al cabo á Inglaterra, la cual permanecía tranqui- la en medio de la Europa alborotada como un navio encantado en medio de una borrasca general. Procuré averiguar la causa de este fe- nómeno, estudió en aquella vieja escuela tle política práctica, lei sus Burkes, sus Paleys, sus Bentham y otros muchos autores; oí á sus sa- bios, y quedé desengañado de que el daño provenia de los principios jacobinos. Estos son la caja de Pandora donde están encerradas los' niales del universo. Y retrocedí espantado cantando la palinodia, co- mo ya lo había hecho en su tomo 6.° mi célebre amigo el español Blanco Whitc. Si solo se tratase insurgir á los pueblos contra sus gobernantes, no hay medio mas á propósito que dichos principios, porque lisonjean el or- gullo y vanidad natural del'hombre, brindándole con un cetro que le han arrebatado manos estrañas. Desde que uno lée los primeros capítulos del pacto social de Rousseau, se irrita contra todo gobierno como con- tra una usurpación de sus derechos; salta, atropella y rompe todas las barreras, todas las leyes, todas las instituciones sociales establecidas para contener sus pasiones, como otras tantas trabas indignas de su soberanía. Pero como cada uno de la multitud ambiciona su pedazo, y ella en la so- ciedad es indivisible, ellos son los que se dividen y despedazan, se roban, se jaquean, se matan, hasta que sobre ellos cansados ó desolados, sé levanta un déspota coronado, ó un demagógo hábil, y los enfrena con un cetro, no metafisico, sino de hierro verdadero; paradero último de la ambición de los pueblos y de sus divisiones intestinas. Ha habido, hay, y yo conozco algunos demagógos de buena fé, que seducidos ellos mismos por la brillantez de los principios y la be- lleza de las teorías jacobinas, se imaginan que dado el primer impul- so al pueblo, serán dueños de contenerlo, ó el pueblo se contendrá como ellos mismos en una raya razonable. Pero la esperiencia ha/ V demostrado que una vez puestos los principios, las pasiones sacan las consecuencias; y los mismos conductores del pueblo que rehusan acom- pañarlo en el esceso de sus estravios, cargados de nombres oprobiosos como desertores y apóstatas del liberalismo y la buena causa, son los primeros que perecen ahogados entre las, tumultuosas olas de un pue- blo desbordado. ¡Cuántos grandes, sabios y escelentes hombres espira- ron en la guillotina levantanda por el pueblo francés después de ha- ber sido sus gefes y sus ídolos! ¿Qué pues concluiremos de todo esto? se me dirá. ¿Quiere vd. qne nos constituyamos en una república central? Nó. Yo siempre he estado por la federación; pero una federación razonable y moderada, una fe. deracion conveniente á nuestra poca ilustración y á las circunstancias de una guerra inmininte que debe hallarnos muy unidos. Yo siempre he opinado por un medio entre la confederación laxa de los Estados-Uni- dos, cuyos defectos han patentizado muchos escritores, y qne allá mis- mo tiene müchos antagonistas, pues el pueblo está dividido entre fede- ralistas y demócratas: un medio, digo, entre la federación laxa de los Estados-Unidos y la concentración peligrosa de Colombia y del Perú': un medio, en que dejando á las provincias las facultades muy precisas para proveer á las necesidades de su interior y promover su prosperi- dad, no se destruya la unidad, ahora mas que nunca indispensable para hacemos respetables y temibles a la santa alianza, ni se enerve la acción del gobierno, que ahora mas que nunca debe ser enérgica pa- ra hacer obrar simultanea y próntamente todas las fuerzas y recur- sos de la nación. Medio lutissimus ibis. Este es mi voto y mi testamento político. Dirán los séñores de la comisión, porque ya alguno me lo lia dicho, que ese medio que yo opino es el mismo que sus señorías han pro- curado hallar; pero con licencia de su talento, luces y sana intención, de que no dudo, me parece que no lo han encontrado todavía. Han condescendido demasiado con los principios anárquicos de los jacobi- nos, la pretendida voluntad general numérica ó quimérica de las pro- vincias, y la ambición de sus deinagógos. Han convertido en liga de potencias la federación de nuestras provincias. Dése á cada una esa soberanía parcial, y por lo mismo ridicula, que se propone en el ar- tículo 6, y ellas se la tomarán muy deveras. Cogido el cetro en la* manos, ellas sabrán de diestro á diestro burlarse de las trabas con que en otros artículos se pretende volvérsela ilusoria. Sanciónese el principio, que ellas sacarán las consecuencias, y la primera que ya dedujo espresamente Querétaro, será no obedecer de V. Sob. y del gobierno sino lo que les tenga cuenta. Zacatecas ii stalando su con- greso constituyente, ya prohibió se le llamase provincial. Jalisco pu- blicó unas instrucciones para sus diputados que eludían la convocato- ria, y contra lo que en este se mandó, tres provincias limitaron á los suyos los poderes, y estamos casi seguros de que la de Yucatán será tan obediente. Son notorios los excesos á que se han propasado las provincias desde que se figuraron soberanas. ¿Que será cuando las autorice el congreso general! ¡Ah! ni en este nos hallaríamos, si no se les hubiera aparecido un ejército. No hay que espantarse, me dicen, es una cuestión de nombre. Tari'8 reducida queda por otros artículos la soberanía de los estados que vie- ne á ser nominal. Sin entrar en lo profundo de la cuastion que e« propia del artículo 0, y demostrar que residiendo la soberanía esencial, mente en la nación, no puede convenir á cada una de las provincias que está ya. determinado la componen: yo convengo en que todo pais que no se basta á sí mismo para repeler toda agresión csterior, es un so- beranuclo ridículo y de comedia. Pero el pueblo se atiene á los nombre?, y la idea que el nuestro tiene del nombre de soberanía, es la de un poder supremo y absoluto porque no ha conocido otra al- guna. Con eso basta para que loa demagogos lo embrollen, lo ir- '¡ten á cualquiera decreto que no les acomode del gobierno central, y lo induzcan á la insubordinación, desobediencia, el cisma y la anarquía. Si no es ese el objeto, ¿para qué tantos fieros y amenazas si no les concedemos esa soberanía nominal, de suerte que Jalisco hasta no obtenerla se ha negado á prestarnos auxilios para la defensa común en el riesgo que nos circunda? Aquí hay misterio: laiet anguis, cávete. Bien espreso está en el mismo artículo 6, se me dirá, que esa soberanía de las provincias es solo respectiva á su interior. En ese sentido tam- bién un padre de familia se puede llamar soberano en su casa. ¿Y qué diriamos si alguno de ellos se nos viniese braveando porque no espidiésemos un decreto que sancionase esa soberanía nominal respectiva á su familia/ Lalel avguis, cavel, iterum dico cávete. Eso del interior tiene una signifi- cación tan vaga como inmensa, y sobrarán intérpretes voluntarios, que ampliando el recinto de los congresos provinciales según sus intereses, embaracen á cada paso y confundan al gopierno central. Ya esta pro- vincia cree de su resorte interior establecer aduanas marítimas, y nombrar sus empleados; aquella se apodera de los caudales de la minería ó del es- tanco del tabaco, y aun de los fondos de las misiones de Californias: una levanta regimientos para oponerlos á los del Supremo Poder Ejecutivo, otras dos reducen en sus planes todo el gran quehacer de este y del con- greso general á tratar con las potencias estrangeras y sus embajadores. Muchas gracias. No nos dejemos alucinar, Señor: acuérdese V. Sob. que los nombres son todo para el pueblo, y que el de Francia con el nom- bre de soberano, todo lo arruinó, lo saqueó, lo asesinó, lo arrasó. Nó, nó. Yo estoy por el proyecto de bases del antiguo congreso. Allí se da al pueblo la federación que pide si la pide; pero organizada de la manera ménos dañosa, de la manera mas adecuada, como antes dije ya, á las circunstancias de nuestra poca ilustración, y de la guerra que pende sobre nuestras cabezas, y exige para nuestra defensa la mas estrecha unión. Allí también se establecen congresos provinciales aunque no soberanos; pero con atribuciones suficientes para promover su prosperidad interior, evitar la arbitrariedad del gobierno en la pro- visión de los empleos, y contener los abusos de los empleados. En esos congresos irian aprendiendo las provincias la táctica de las asambleas y el paso de marcha en el camino de la libertad, hasta que progresando en ella, cesando el peligro actual y reconocida nuestra independencia, la nación revisase su constitución, y guiada por la esperiencia, fuese ampliando las facultades de los congresos provinciales, hasta llegar sin tropiezo al colmo de la perfección social. Pasar de repente de- un cstreino al otro sin ensayar bien el medio, es un absurdo, undelirio, es determinar en una palabra, que nos rompamos las cabeza?. Protesto ante los eielos y la tierra que nos perdemos si no se su- prime el ariículo de las soberanías parciales. Actum esl de república. Señor, por Dios, ya que queremos imitar los Estados-Unidos en la federación, imitémoslos en la cordura eon que suprimieron el artí- culo de estados soberanos en su segunda constitución. Señor, á mi no me infunden miedo los tiranos. Tan tirano puede, ser el pueblo como un monarca; y mucho mas violento, precipitado y sanguinario como lo fué el de Francia en su revolución, y se es. perimenta en cada tumulto; y si yo no temí hacer frente á Iturbide, a pesar de las crHeles bartolinas en que me sepultó y de la muerte con que me amenazaba, también sabré resistir a un pueblo indócil que intente dictar á los padres de la patria como oráculos sus/aprichos am- biciosos, y se niegue á estar en la línea demarcada por el bien y utilidad general. Non civium ardor prava juventum., Nec vulliis instantis üranni Mente me quatent solida. [1] Habrá guerra civil, se me objetará, si no concedemos á las pro- vincias lo que suena que que quieren ¿Y que no hay esa guerra ya'' ¡Sedilione, dolis, el seeler, atque libídine, et ira, [2] IUiacos intra muros peccatur et extra. Habrá guerra civil ¿y tardará en haberla si sancionamos esa fe- deración, ó mas bien liga y alianza de soberanos independientes? Si como dice el proverbio, dos gatos en un saco son imcompatibles, ¿habrá larga paz entre tanto soberanillo, cuyos intereses por la conti- güidad han de cruzarse y chocarse necesariamente! ¿Es acaso ménos ambicioso un pueblo soberano qué un soberano particular? Dí- galo el pueblo romano, cuya ambición no paró hasta conquistar el mundo. A esto se agrega la suma desigualdad de nuestros pretendi- dos principados. Una provincia tiene millón y medio, otras 60 mil habitantes: unas medio millón, otras poco mas de tres mil, como Te- jas; y va se sabe que el peje grande siempre se ha tragado al chi- co. Si intentamos igualar sus territorios, por donde deberiamos comen- zar caso de esa federación; ya tenemos la guerra civil; porque ningu- na provincia grande sufrirá que se le cercene sn terreno. Testigos los cañones de Guadalajara contra Zapotlan, y sus quejas sobre Coli- ma; aunque según sus principios, tanto derecho tienen estos partidos para separarse de su anterior capital, como Jalisco para haberse cons. tituido independiente de bu antigua metrópoli. -Provincias pequeñas, aunque no en ambición, también rehusan unirse á otras grandes. Aquí se ha leído la representación de Tlaxcala contra su unión á Puebla. Consta en las instrucciones de varios diputados que otras provincias pequeñas tampoco quieren unirse á otras iguales para formar un es. tado; sea por la ambición de los capataces de cada una, ó sea por an- tiguas rivalidades localss. De cualquiera manera todo arderá en chis' [1] Horat. [2] Idem*10 mes, envidias y divisiones, y habrémos menester un ejército que ande de Pilatos á Ileródes para apaciguar las diferencias de las provincias, hasta que el mismo ejército nos devore según costumbre, y su general se nos convierta en emperador, ó á rio revuelto nos pesque un rey de la santa alianza. Et erit novissimus error peior prime. Importa que esa alianza, santa por antífrasis, nos halle constituidos: si no, somos perdidos. Mejor y mas pronto lo serémos, digo yo, si nos haya constituidos de la manera que se intenta. Lo que importa es que nos halle unidos, y por lo mismo mas fuertes: virtus unila fortior; pero esa federación va a desunirnos, y abismarnos en un archipiélago ¡le discordias. Del modo que se intenta constituirnos ¿no lo estaban Venezuela, Cartagena y Cundinamarca? Pues entonces fué precisamen- te, cuando á pesar de tener á su cabeza nn general tan grande como Miranda, por las rémoras naturales á tal federación (aunque hayan intervenido otras causas secundarias) un quídam Monteverde con un puño de soldados destruyó con un paseo militar la república de Vene- zuela, y poco después Morillo que solo habia sido un sargento de marina, hizo lo mismo con las repúblicas de Cartagena y Santa Fe. De la misma manera que se intenta constituirnos, lo intentaron las pro- vincias de Buenos-Aires, sin sacar otro fruto en muchos años que in- cesantes guerras civiles, y miéntras se batian por sus partículas de so- beranía, el rey de Portugal estehdió la garra sin contradicción sobre Montivedeo, y el inmenso, territorio de la izquierda del rio de la Plata. Observan viajeros juiciosos que tampoco los Estados-Unidos podrían sostenerse contra una potencia central que los atacase en su continente, porque toda federación es débil por su naturaleza, y por eso no han podido adelantar un paso por la parte limítrofe del Canadá dominado por la Iglaterra. Lejos pues de garantirnos la federación propuesta contra la santa alianza, servirá para mejor asegurarle la presa. Divide, mí imperes. Cuando al concluir el Dr. Becerra su sabio y juicioso voto, se le oyó decir, que no estábamos aun en sazón de constituirnos, y debia dejarse este negocio gravísimo para cuando estuviese mas ilustrada la nación y reconocida nuestra independencia; vi á varios sonreír de com. pasión, como que hubiese proferido un desbarro. Y sin embargo nada dijo de estraño. Efectivamente los Estados-Unidos no se constituye, ron hasta concluida la guerra con la Gran Bretaña, y reconocida su independencia por ella, Francia y España. ¿Y con qué se rigieron miéntras? Con las máximas heredadas de sus padres; y aun la constitu- ción que después dieron, no es mas que una colección de ellas. ¿Dónde está escrita la constitución de Inglaterra? En ninguna parte. Cuatro ó cinco artículos fundamentales como la ley de fuibeas corpus, componen su constitución. Aquella nación sensata no gusta de prin- cipios generales ni máximas abstractas, porque son impertinentes para el gobierno del pueblo, y solo sirven para calentar las cabezas y pre- cipitarlo á conclusiones erróneas. Es propio del genio cómico de loa franceses fabricar constituciones dispuestas como comedias por escenas, que de nada les han servido. En treinta años de revolución, formaron casi otras tantas constituciones, y todas no fueron mas que el almana- que de aquel año. Lo mismo sucedió con las varias que se dieron á11 Venezuela y Colombia. ¿Y por qué? Porque aun no estaban en es- taúo Je constituirse, sino de ilustrarse y batirse contra el enemigo es- terior como lo estamos nosotros. Y mientras ¿con qué nos gobernaremos? Con lo mismo que hasta aquí, con la constitución española, las leyes que sobran en nuestros códigos no derogados, los decretos de las cortos españolas hasta el año de 20, y los del congreso que ha ido é irá modificando todo esto con. forme al sistema actual y á nuestras circunstancias. Lo único que nos falta es un decreto de V. Sob. al Supremo poder Ejecutivo, para que haga observar todo eso. Si está amenazando disolución al estado, es porque tenemos con la falta de tal decreto paralizado al gobierno. JVo, no es la falta de constitución y leyes lo que se trae entre manos con tanta agitación, es el empeño de arrancarnos el decreto de las sobera. nías parciales para hacer después en las provincias cuanto se antoje á sus demagogos. Quieren los enemigos del órden que consagremos el prin> cipio para desarrollar las consecuencias que ocultan en sus corazones, embrollar con el nombre al pueblo, y conducirlo á la disencion, al caos, á la anarquía, al enfado y á la detestación del sistema republicano, á la monarquía, a los Borbones ó Iturbide. Hay algo de esto en el mi- tote á que han provocado al inocente pueblo de algunas provincias. Yo tiemblo cuando miro, que en aqeullas donde mas arde el fuego, es. lán á la cabeza del gobierno de los negocios los iturbidistas mas fo. gosos y declarados. No quiero esplicarme mas: al buen entendedor .pocas palabras. Guardémonos, señor, de condescender á cada grito que resuene en las provincias equivocadas, porque las echaremos á perder como un ni. ño mimado cuyos antojos no tienen término. Guardémonos de que «rean que nos intimidan sus amenazas, porque cada día crecerá el atre- vimiento, y se multiplicarán los charlatanes. Guardáos decia Cayo Clau- dio al senado romano, de acceder á lo que pide el pueblo miéntras se mantenga armado sobre ei monte Aventino, porque cada dia formará una nueva empresa hasta arruinar la autoridad del senado y destruir la república. A la letra se cumplió la profecía. ¡Firmeza, padres de la patria! Deliberad en una calma prudente según el consejo de Augusto, festina lenté: dictad impávidos la cons. titucion, que en Dios y en vuestra conciencia creáis convenir mejor al bien universal de la nación, y dejad al gobierno el cuidado de hacerla obedecer. El no cesa de protestar, que tiene las fuerzas y medios suficientes para obligar al cumplimiento de cuanto V. Sob. decrete, sea lo que fuere, si lo ^autoriza para emplearlos. También Washington levantó la espada para hacer á la provincia de Maryland obedecer la segunda constitución. Si vis pacem, para bellum. No hay mejor ingrediente para la docilidad-: si vis pacem, para bellum. Y no tendremos mucho que hacer, porque no son nuestros pueblos por su naturaleza dócilísimos los que resisten las providencias, sino algunos demagogos ó militares ambiciosos, que no pudiondo figurar en la metrópoli, han ido á engañar las provincias para alborotarlas y tomar su voz para hacerse espectables, y medrar en sus propios in. teroses Si vis pacem, para bellum. Cuatro son las provincias disidentes, y si quieren separarse, que13 •se- separen, poco mal y chico pleito. También los padres abandonan hijos obstinados, hasta que desengañados, vuelven representando el papel del hijo pródigo. Yo no dudo que al cabo venga á suceder oon esas provincias lo que á las de Venezuela y Santa Fé. También allá metieron mucho ruido para constituirse en estados soberanos, y después do desgracias incalculables, enviando al congreso general de Cúcuta sus diputados para darse una nueva constitución que los librase de tantos males, les dieron poderes amplísimos, escepto, dicen, para hacer muchos gobiernitos. Tan escarmentados habian quedado de sus soberanías parciales. Lo cierto es, que el sanguinario Mora- les, ese caribe inhumano, esa bestia fiera, está embarcándose con sus tropas en la Habana, y es probable que sea contra Méjico; pues aunque Puerto-cabello reducido a los últimos estremos pide auxilio, aquel gefe capituló en Maracaybo, y debe estar juramentado para no volver á pelear en Costafirme. Lo cierto es, que el duque de An- gulema ha pronunciado, que sojuzgada España, la Francia espedido- nará contra la América, y ya se sabe que Méjico es la niña codiciada. Veremos entonces si Jalisco, que nos ha negado sus auxilios, aun. que se ha aprovechado de los caudales del gobierno de Méjico, pue- de perdido este, salvar su partícula de soberanía metafísica. Concluyo, señor, suplicando á V. Sob. se penetre de las circuns- tancias en que nos hallamos. Necesitamos unión, y la federación tiende 4 la división; necesitamos fuerza, y toda federación es débil por su nrturaleza; necesitamos dar la mayor energía al gobierno, y la federación multiplica los obstáculos para hacer cooperar pron- ta y simultáneamente Jos recursos de la nación. En toda repúbli- ca cuando ha amenazado un peligro próximo y grave, se ha crea- do un dictador, para que reunidos los poderes en su mano, la acción sea una, mas pronta, mas firme, mas enérgica y decisiva. ¡Noso- tros estando con el coloso de la santa-alianza encima, haremos pre- cisamente lo contrario, dividiéndonos en tantas pequeñas soberanías! Quae tanta insania, civesl Señor, si tales soberanías se adoptan, si se aprueba el proyecto del acta constitutiva en su totalidad, desde ahora labo mis manos dicien- do como el presidente de Judea, cuando un pueblo tumultuante le pidió la muerte de nuestro Salvador, sin saber lo que se hacia: limocens ego sutil á sanguinejusti huius: vos videritis. Protestaré que no he tenido parte en los males que van á llover sobre los pueblos del Anáhuac. Los han seducido para que pidan lo que no saben ni en- tienden, y preveo la división, las emulaciones, el desórden, la ruina y el trastorno de nuestra tierra hasta sus cimientos. Nesdesunt ñi- que intellexerunt, intmebris ambulant, movebuntur omniu fundamenta ter- rae. ¡Dios mió salva á mi patria! Pater, ignosce ülü, quia nesciunt quid faciunt» MEJICO: IMPRESO POR AGUSTIN CONTRERAS EN LA OFICINA DE SANTIAGO PEREJS. Calle de Tiburcio N.° 14. 1834,