Je yarlerai, du moins, avec la liberté D\ un wldat qui $ait mal, farder la verité. HACINE.terminar una revolución maravillosa en sus principios y conse- cuencias, una revolución que dio al espíritu público una tendencia des- conocida hácia la perfectibilidad social, me abstuve de dirigir la pala- bra á mis conciudadanos porque habiendo sido testigos de los hechos y sufrido los ataques de una tiranía insoportable por sus maneras des- deñosas, y por la avilantez del que pretendió alzarse sobre el puehlo, pudiera creerse que aspiraba á recomendar mi conducta en tan difíci- les tiempos, 6 á ventilar la justicia de un sacudimiento necesario para salvar á la pátria, para salvarla de la ignominia. No es estraño que habiendo chocado intereses esencialmente opuestos, la discusión continué después del desenlace, y que al restablecerse el óVden constitucional se hagan todavía esfuerzos para mantenernos en la incertidumbre, y ob- tener en represalia de tantos triunfos que ha ganado la libertad, el ominoso de desunir á los que no pudieron vencer. Asi que las acrimi- naciones y las calumnias se han dirigido á mancillar el honor de los mexicanos, para quienes la mas bella y la mas solida recompensa es la gratitud pública, fundada en servicios importantes y desinteresados. Co- nociendo que la pugna mas violenta es la de las ambiciones subalter- nas, se ha deprimido el mérito de unos, se ha ponderado el de otros, se introdujeron desconfianzas de amigos con amigos, y nada omitieron para hacer el mal los que en nuestra república han adquirido la funes- ta celebridad de la intriga y del enredo. Aun han avanzado mas: ellos saben que la nación mexicana estima en todo su precio el sistema de gobierno que adoptó y lo suponen en peligro para inquietarla, argu- yendo intenciones pérfidas en los secuaces mas pronunciados de la in- dependencia, de la libertad y de la federación. No es un fenómeno en política el que se preste fácil ascenso á los anuncios de las calamidades sociales, porque cuando las naciones se adhieren fuertemente á un ob- jeto, el deseo mismo de conservarlo engendra ó dá lugar á temores qui- méricos. Al tocar este punto omito las pruebas que saltan á los ojos, y me referiré solamente á los abusos de la preciosa libertad de la pren- sa, encomendada, al parecer, de perpetuar los errores, los delirios escan- dalosos, y las pasiones del tiempo. ¿Como pues me he de escusar de contribuir á que la paz se afirme sobre bases eternas, á que la con- fianza renazca por un sentimiento unánime y simultáneo, á que los par- tidos cesen de perseguirse por equivocación y crueldad, á que la unión no vuelva á turbarse en el seno de una familia grande y generosa? Yo no puedo callar cuando todos mis amigos quieren que hable, cuando se me ecsige á nombre de la pátria, en cuyo servicio jamás vacilo, cuando mis reflecsiones y mis consejos pueden consumar la obra gloriosa de los valientes que acaudillé el 18 de marzo de 1821, el 2 de diciembre de4. 1822, el 5 de junio de 1823 y el 12 de setiembre de 1828. Mi fe'po- lítica no ha variado, ella ha sido consecuente en todas épocas. Como jamás he pertenecido al número de los que consideran in- diferentemente los males de la sociedad, d que rehusan obsequiarla con detrimento de sus fortunas ó riesgo de sus vidas, mi nombre se encon- trará siempre al lado de los bienehechores de la pátria. Yo los admiré y he procurado imitarlos. La satisfacción que producen los hechos me acompaña. Permítaseme esta espresion que no debe equivocarse con la del orgullo, porque no son en mi concepto agrandes los servicios que se miden por el tamaño de los deberes de un ciudadano. Al acercarse el tiempo de las elecciones para la primera magis- tratura de la república, se desenvolvieron los planes que á fin de apo- derarse del supremo mando habia concebido el artero y mañoso secre-, tario del despacho de la guerra. Colocando á la simulación en el lu- gar del mérito de que se hallaba tan distante el general Pedraza, se- dujo á muchos ciudadanos incautos en cuyos oidos hacia sonar el eco de una adhesión hipócrita y constante á la ley. Diestro en preparar los elementos de la discordia, fomentaba hoy un partido, mañana otro, para que en medio de la división conservase siempre poder su mano de fier- ro. Hombres de todas opiniones fueron burlados en las confianzas que depositaron en el pecho de un hombre al que solamente faltó genio y Valor para que se le comparase con Sila. No hay un partido que no. reclame á Pedraza el sacrificio de alguna víctima, y ni una sola fami- lia mexicana hubiera dejado de vestir luto si el destino hubiera favo- recido los designios que no acabó de revelar el enemigo profundo de la libertad. La revolución de Otumba le presentó una feliz ocasión, si no es que la habia preparado con astucia de antemano, de deshacerse y de apartar muy lejos á uno de los ciudadanos mas ilustres y á otros que tuvieron la desgracia de adherirse á un plan que contrariaba las ideas reinantes y estaba en consecuencia destituido de popularidad. Bajo de este aspecto el infortunio del general Bravo fué resultado de una trama Urdida con destreza, y cuyos hilos todos estuvieron acaso en las manos del ministro de la guerra, según nos ha descubierto el tiempo, que es el amigo mejor de la verdad. Allanado el camino por esta parte, los tiros se dirigieron al de- nodado general Vicente Guerrero, comprometiendo todas las pasiones, todos los intereses y todos los partidos para que á su vez impidiesen la recompensa que los pueblos espontáneamente destinaban al que ha sido y es tan amado de ellos. Se pusieron en movimiento los recursos ina- gotables de la detracción, se rasgó el velo de la desencia y del pudor; la calumnia decendió á investigar las acciones de que el hombre solo responde á Dios y á su conciencia. ¿Y todo para qué? Para manchar un nombre que es el ornamento de la historia mexicana, para que se olvidasen ó disminuyesen sus servicios, para poder marchar sin tropiezo hasta el asiento supremo del poder. Desde que Pedraza regresó de España para disfrutar de los be- neficios de una libertad que nada le costó, se. dedicaba al estudia de5. nuestras disenciones domésticas, creyendo hallar amigos entre los des- contentos, cualquiera que fuese el motivo de su disgusto. En las últi- mas circunstancias logró atraer á su favor á los partidarios dispersos del general Bravo, y á quienes calificó sin duda de insignificantes cuan- do no quiso comprenderlos en la proscripción que hizo pesar sobre los corifeos. Hubo otros hombres y entre ellos muchos de buena fe, que fastidiados por las comunes demasías de los partidos, aspiraban á la con- secución de un orden mas estable de cosas, y se persuadieron que'Pe- draza, á quien se pintaba como rígido observador de las leyes, podría restablecer su necesario imperio. Apenas se encontró con estos apoyos, se precipitó con una imprudencia que si escitó la indignación universal no por esto dejó de ser objeto de la sátira y de la mofa, contra los que se rehusaban á obsequiar con sus sufragios y á rendir sus adoracio- nes al ídolo. Dada la señal de ataque se procuró la separación de todos los destinos de influencia, de los ciudadanos mas incorruptibles, y se ju- ró su estefminio. Simultáneamente fueron acusados los gobernadores Sal- gado, Romero, Cumplido, Tornel y otros, entre los que fui sacrificado como primera víctima, preparándose para después un golpe ruidoso que castigase la dignidad que conservaba en su puesto el Sr. Zavala. El resultado de las elecciones de setiembre difundió el pesar y el desconsuelo por toda la ostensión de la república, y dejó entrever la ne- cesidad de apelar al derecho peligroso de insurrección para ahogar en su cuna á la tiranía que acababa de nacer con la estatura de los gi- gantes. Para perseguirme, y para que se anulasen los sufragios con que me honraba el dócil y valiente pueblo veracruzano, se conspiró contra mi ecsistencia, dándome jueces que podían pertenecer á la lista de mis verdugos, y estuve ya en el caso de preferir la muerte del soldado á la del patíbulo que deja en pos de sí alguna vergüenza, aunque los cas- tigados sean inocentes. Por aquel tiempo era general el alarma sobre el peligro de nues- tras instituciones, y los que veían los sucesos con ojo previsor llegaron á temer que la independencia de la nación se perdiese en último re- sultado, porque nuestros enemigos esteriores se aprovechan con oportu- nidad del descontento del pueblo, y porque la división es precursora in- defectible de la esclavitud. Ajada y vilipendiada la soberanía de los es- tados en las personas de sus gobernadores; reducidos otros á una baja y servil dependencia del ejecutivo general, no se dudaba ya que el ob- jeto aunque disimulado era el de destruir un sistema que abunda en garantías para los pueblos, impide los progresos de la tiranía, y vuelve insignificantes y aun ridículos á los déspotas. El acto mas augusto de una república que es el de las elecciones, se convirtió en Oajaca en acto de horror y sangre. En todas partes se empleó la fuerza armada, particularmente en las capitales de los estados, para inclinar ó forzar á sus legislaturas á que sufragasen en favor del general Pedíaza. Fores- te recurso de iniquidad y de perfidia, la independencia de los estados quedó reducida á meras apariencias, y sus congresos eran tan libres en el dia 1? del último setiembre, como el senado de Tiberio, ó como el poder legislativo del imperio de Napoleón, mudo por ley del estado,6. Una perspectiva tan ingrata habia afligido los ánimos de una gran par- te de los soldados á quienes era deudora la nación de su ecsistencia, y desenvainaron conmigo la espada para hacer triunfar la libertad o morir con ella. Los valientes que me acompañaron desde Jalapa y se pronunciaron en la fortaleza de S. Carlos de Perote, pueden comparar- se por su bizarría, denuedo y constancia, á los trescientos griegos cuya memoria gloriosa nos ha conservado un bello epitafio de Simonides. Esta campaña se repetirá entre nuestros decendientes como uno de los prodigios que solamente puede obrar la opinión, y cuando el honor es todo de los mexicanos que me siguieron, y que tantas veces arrostra- ron la muerte, no he querido que una modestia afectada me prive del dulce placer de unir mi voto al de la gratitud pública. Entre las dificultades con que procuró rodearnos y desalentarnos el pretendiente, ninguna pesó mas sobre nosotros que la ley de 17 de setiembre, arrancada de legisladores inespertos, aunque muy respetables por su augusta misión. No desistimos, sin embargo, del noble proposito de sacudir el moderno yugo, porque al declarársenos fuera de la ley, imi- tando hasta en esto el régimen del terror en los dias mas funestos de la Francia, se destruyó la constitución, al menos para nosotros, y con- forme á los comunes y mas conocidos principios sociales, cesan los de- beres desde el punto en que han sido destruidos los derechos. Este memorable decreto con el que el despotismo se quitó la máscara, disminuyó considerablemente el número de sus partidarios, y si Pedraza se gozó de su espedicion con la iracundia de Calígula, fué porque Dios ciega primero al hombre que quiere perder. En todas di- recciones pululaban agentes de la opresión, que no respetaron ni al san- tuario augusto de las leyes, reduciendo á prisión á varios representan- tes de los estados, entre los que algunos llevaron largo tiempo grillos so- bre sus pies. Estas son verdades que nadie ignora; pueden citarse los hechos y las personas; pueden referirse los actos mas minuciosos de la tiranía. El triunfo de la opinión sobre las maquinaciones y empresas del general Podraza, es un testimonio irrecusable de que habíamos lle- gado á dias tan tristes como los que trazó el profundo historiador ro- mano. A unos ciudadanos se perseguia, se corrompía á otros. Me escuso de entrar en los pormenores de los cuatro meses á que la historia consagrará una de sus primeras páginas, porque la lu- cha al fin, al fin fué lucha de hermanos, y no pretendo escitar resen» timientos que no cupieron jamás en mi pecho, porque los errores no son delitos, y porque la patria puede esperar mucho todavía de los que pe- learon contra mí por obediencia al gobierno. En las guerras de nación á nación fácilmente se conoce por parte de cual está la justicia: en las disenciones domésticas es mas fácil equivocarse, y que míos y otros contendientes procedan con la mejor intención. Conservaba aun las posiciones que habia escogido en la capital del estado de Oajaca adonde llegué después de una marcha rápida en que habia allanado una cadena de desfiladeros, cuando en México hizo estallar el despecho de los patriotas una revolución tan imponen- te que causó la fuga del que habia provocado sobre su pátria toda clase7. de males y desórdenes. Cambióse desde este punto la escena, y por un sacudimiento verdaderamente eléctrico en todos los puntos de la repúbli- ca, se adhirieron al grito de Perote, favoreciendo la nación por tercera vez las empresas que he capitaneado, estimulado esclusivamente del irre- vocable deseo de no consentir tiranos para ella. No ha pasado desde entonces un dia en que no reciba testimo- nios desinteresados de aprecio, no tanto por el suceso próspero de mi* armas, sino porque las he mandado Callar al tiempo en que se resta- bleció la libertad y la ley. No han querido mis camaradas presentarse con el fiero aspecto de conquistadores, y aurique la nación de cuya vo- luntad soberana reciben su poder y sanción las leyes, no habia dejado duda del beneplácito y aun entusiasmo con que protegió nuestros de- signios, nos resignamos á recibir amnistía de hechos que jamás concep- tuamos comprendidos en el catálogo de los delitos políticos. Los aman, tes verdaderos de la nación respetan á la ley en todas sus acepcio- nes, y corno sin leyes nó puede ecsistir organizada una sociedad, pro- curan que se restablezca su prestigio cuando se ha perdido por des- gracia de los tiempos, y no se detienen para conseguirlo* ni en el ta- maño ni el número de los sacrificios. Estas verdades importantes han sido desconocidas ó disimuladas por los que no se avienen á cambios políticos, ó por los que se dejan arrastrar de las ideas de un optimismo, tan impracticable como perni- cioso. Obsequiados los deseos de la nación, colocado en la silla presiden- cial el inmortal Guerrero, no falta otra cosa sino que todos los me- xicanos depongan sus resentimientos y se unan para espresar un voto unánime y sincero, y que su objeto sea el bien de la cara patria. De todas las "calumnias que de cuando en cuando se vierten con las intensiones mas depravadas contra mi honor, y para empaliar la gloria de mis pequeños servicios* ninguna me hiere mas que la de su- ponerme pretensiones, ó partidario de lo que se llama centralismo. Fui de los primeros que con Jas armas en la mano proclamé federación ó muerte, y no me he arepentido de haber cooperado á destruir los recur- sos y las esperanzas de los tiranuelos que pudieran levantarse. Hemos visto que á merced de las instituciones adoptadas* el espíritu publicóse ha desenvuelto con imponderable energía en todos los estados, y que su condición, tanto moral como política, mejora rápidamente á los ojos de los que meditan sobre el progreso de las sociedades. Un retroceso nos perdería. Yo sostendré hasta morir la constitución jurada. Los pueblos saben que ni una sola vez he vuelto la espalda á los peligros. La confianza que inspira el patriotismo jamás desmentido del presidente de la república, la necesidad de obede ;eT á un gobierno para que no reinen el caos y la confusión, la idea do que la anarquía sis- temada es una verdadera calamidad publica, todo nos pone en el caso de cooperar eficazmente á que no padezca el prestigio del ejecutivo. Yo no recomiendo la obediencia ciega de Pekín ó Constantinopla: la discusión y la oposición también, moderada y justa, favorecen á la libertad y á las leyes. Deseo que ninguno se deje prevenir por enemigos astutos, y que el análisis y la meditación preceda siempre á nuestros juicios.8. Al cabo de tantas agitaciones es necesario no alterar á la pa- tria los días de su descanso. La confianza desaparece cuando se pre- sentan anuncios de nuevas tempestades. ¿Y qué haremos, qué" valdremos sin la confianza pública? La riqueza se dettruye, el comercio se arruina, la nación recibe heridas venenosas é incurables. Yo pronuncio mi voto á favor de la tranquilidad y del ó rden; me seguirán los buenos, me se- guirán los patriotas verdaderos. Si la espresion de mis motivos y de mis sentimientos coopera á la vuelta, tantas veces suspirada, de la dulce paz, este es mi premio y este mi apoteosis. La espada que hirió á la tirania, está pronta, yo lo juro, á de- fender los derechos del pueblo, el reposo de los ciudadanos, el orden, la unión y las leyes. Veracruz mayo 16 de 1829. Antonio López de Santa Ama.