LA PLÁTICA DE LOS PERROS EN DEFENSA DE LOS VINATEROS, CAFETEROS T FONDEROS. DIÁLOGO. Scipion y Berganza, Paseándome ta otra noche por la Viña, en pos de una ánima en pena, oí un murmullo de perros en una casucha arruinada; pero en- tre la gerigonza perruna escuché palabras ar- ticuladas. Acerquéme muy quedo, logré en* trar á la casería sin ser visto de un par de perros que eran los habladores. Apliqué el oido, y supe que se llamaban Scipion y Berganza: entonces no me hizo fuerza que se explicarán en mi idioma, porque ya he leí- do sus habladurías en las novelas de Cervan- tes. Decía, pues, muy enojado. Scipion. ¿Has visto picardía como la de ese escritor mamarrachero, Juan de la Enci- na, que nos ha deserrajado en estos días un maldito papel, titulado: parabienes de los per- ros al señor gobernador? Berg. Si: he leído el papel y se conoce que el autor nos quiere mucho, y se aleara de que nos veamos libres de los serenos* Scip. Mal haya el autor, su amor, su ge- nealogía y tu tontera. ¡Que nos ha de que-3 rer, salvaje! que nos maten á todos, eso quie- re. ¿No ves la ironía ó la irronia, como di- cen las viejas, conque se esplica en contra nuestra, y levantándonos mil testimonio-? jA que no se acordó el bribón al tiempo de su invectiva de que el perro es el ejemplo del desinterés, de la fidelidad y la amistad? ¿co- mo no tuvo presente que en nuestra raza con- tamos perros generosos, humildes, valientes, castos, heles, honrados y santos (i)? Se escandaliza mucho el hipocritón de Juan de la Encina de que hagamos nuestra diligencia de procrear en las ral es, plazas, y templos, como si hiciéramos algo conu-a los derechos naturales, como si hubiéramos leido el tempnal y eterno^ como si nos obligara su religión, como si fuéramos escrupulosas, ó co- mo si él fuera mas desamorado de las h< ru- bras de su secso.... ¡Picar i lio! £1 sabe bien - h - ? , - ----- - (2) El lector se acordará de que bubo un ferro llamado Gana ton, á quien su orno qui- zo tanto, que después de su muerte lo en- terró en un famoso sepulcro de piedra y co- locó un epitafio que decía: aquí yace Gana- Ion. Con el decurso del tiempo, otras gene* raciones que no sabían el vrigen de aquel sepulcro, dieron en creer que Ganalon bMa sido algún mártir, y s ra- sos los d .liemes se hallan sin poder minutar ú sus enfermos estos ligeros ausiiios- Así es que por ío dicho, me parece la pruviden-cía ineficaz, nada liberal y perjudicial^ mu- chas veces., , M.,,tt Berg. Yo soy de tu opinión, y aun aña- diría que la providencia es odiosa y gravo- sa al erario. Es pdiosa por las razones di- chas, y gravosa al erario nacional, jorque evitando el consumo, disminuye notablemente las alcabalas, cuya disminucicn cede én per- juicio del erario. Scip Asi es: yo deseara que el señor Mo- linos advirtiera que sí el objeto es evitar la embriaguez y sus resultados, podría esto ve- rificarse mejor y con ventajas del erario, gra- vando el chinguirito, y castigando severamen- te á los ebrios que sé encontrasen escanda- lizan Jo con pa abras ú obras. Fundo mi opi- nión en el siguiente cálculo. Ordinariamente las gentes decentes no se embriagan, y me- nos en público, porque su educación, empleos y vis biiidad los contiene, y sí algnno incur- re alguna vez en tal debilidad, se ataranta con aguardiente francés ó español, y no cun chinguirito. Al contrario: la gente de la ple- be, entre la que se cuentan los borrachos, es la mas pobre y la devota del de caña, co- rno que les dan mutho por medio} puesl car- gúese de mas alcabala esta bebida, y así los vinateros les cercenarán la ración, y no se embriagarán tan fací mente. Asimi>mo: al borracho que se encon- trare tirado en la ca!le, 6 escandalizando, castigúese sin lemedio, y de e&te modo el era-! 8 rio se aumentará, los pobres tratantes en f¡. cores no se arruinarán ni se espondrán a !as- tár unas multas formidables de cincuenta ó cien pesos: los enfermos no carecerán á su vez del ausiüo del pulque y otros licores: los ciu- dadanos en general usarán como siempre este desahogo moderadamente en los cafés, Tondas, y visitas: Tos ¿bríos serán castigados: los gen- darmes menos aborrecidos, y el señor Moli- nos mas apreciado por ta prudente variación de su orden. Berg. Yo secundo eh todo tu opinión, y aun me acuerdo de que un conde de Revi» Uagigedo, jamás dictó providencias tan fuer* tes contra los vinateros, y en su tiempo se mantuvo en México como nunca, el órden y la tranquilidad. Scip. Pero dime: ¿por qué estos guardas tienen la culpa de la persecución que nos amaga? Berg. Porque el Encina sino fuera por hablar de ellos, quizá no nos hubiera saca* do á danzar. Scip. Duerme sin cuidado que es tarde, y yo te velaré el sueño, y tú á mí después. Berg. Dices bien. Durmámos. En esto se echaron á dormir, y yo me retiré á escribir su conversación. México octubre 24 de 1826. El Pensádor. MEXICO: 1826, Oficina de la testamentaría de Ontiveros