Por !a premura del tiempo fia sido ihdispensra»
ble poner estas erratas en lugar de otra corrección, n,e-

Pág. 2- lim 4 dice quee<te, Ieá*se que ere estef id.
iin. 16 clara por sí misma,, léase claro por sí mismo $
pág. 3 lim 8 dice virtudes,, léase verdades, lin.. 34 de id»
dice que favorece, leásé que los favorece f pág» 6 Iin.. 4
dice rápidamente, leáse separadamente j id.. Iin- licuan-
do, leáse como coando; id. Iin. 25 dice despejadosy Ieá«»
se despojados, Iin».id. 3^ dice deseando^ leáse desean*A5

NECESIDAD

DE UNA BUENA
Y PRONTA LEGISLACION.

-Aunque es verdad que en nuestra feliz Amé-
rica hay cordilleras de plata y oro, y que en cual-
quiera parte de ellas que se busquen estos pre-
ciosos metales, allí se encuentran con abundan-
cia, trabajándose solo donde la extracción es fá-
cil, y donde el metal deja algún logro; también
lo es, que esto se hace á fuerza de manos, y que
las tínicas que se dedican á estas operaciones
son las del pais, esto es, las de los indios, cas-
tas, y españoles. Mas si estos brazos se consu-
men, todo se pierde. Y aunque exista alguna
gente, ella necesita de alimentarse y vestirse, y
por consiguiente es absolutamente necesaria la
abundancia de los frutos, y la facilidad de un
comercio activo y arreglado.

Como la plata aunque en sí nada signi-
fique, es no obstante signo de todo- si no cir-
cula en el reino, y se extrae luego que sale,
faltará toda la alma que hace mover y vivifi-
ca el cuerpo de la sociedad. Cualquiera de es-
tos tres ramos, minas, labranza y comercio que
se destruya, d deteriore, lleva tras de sus rui-
nas á los demás: y hallar un medio, para quelas minas se trabajen de un modo conveniente:
que el comercio se arregle, siendo útil á todos
los que lo hacen: que la plata salga del reino
sin aniquilarlo, que la labranza se promueva, que
en todos estos ramos se distribuya la gente que
habita estas posesiones con orden y proporción»
es el líltimo primor de la política, difícil de
efectuar; pero absolutamente necesario en los.
principios y progresos de nuestra feliz regene-
ración.

Algunos opinan que se conseguirá este
gran bien, haciendo una exacta exposición y
aplicación de las buenas leyes del reino, ya
manifestando sus razones y fin; ya ilustrándo-
las con otras disposiciones anteriores; ya aclaran-
do sus prácticas; ya explicando las palabras que
lo necesiten; ya extendiendo, o limitando sus
decisiones, porque asi lo pida su mente, d por
los inconvenientes que en algunos casos tiene su
literal observancia; y ya por último exornándo-
las con los ejemplares, que según ellas se han
decidido, d con las cédulas modernas que las
templan d aclaran.

Mas este arbitrio no bastaría á remediar
el daño, por los inconvenientes que traen siem-
pre los comentarios. Tampoco se lograria el finr
si quisiésemos hacer una nueva recopilación con
las cédulas posteriores, quitando las derogadas.
Voy á demostrar estas dos proposiciones. Todos
convienen en los defectos é insuficiencia, asi
del derecho Romano, como de lús demás que-
después de él, se han formado las naciones*
Prescindiendo de algunos principios particulares
que han  concurrido,   los principales á quie--—

—

lies lo atribuyen, son las compilaciones y los
comentarios. Lo cierto es, que unas leyes hechas
por diversos hombres, en diferentes tiempos, con
distintas pasiones é intereses, no pueden tener
un mismo fin, ni una propia alma; y por un
efecto necesario, su colección no formará un
cuerpo uniforme y arreglado. Es de notar que
una nación tan sabia y política, como la Ro-
mana, no pensase en formar un cuerpo de de-
recho cierto; esto es, dispuesto en forma de
sistema, que contuviese todos los fundamentos
de la Jurisprudencia y que con un orden natu-
ral y conveniente explicase los principios gene-
rales y dedujese las consecuencias. Lo que ve-
mos es, que hicieron todos lo contrario.

Sus primeras leyes fueron las decisiones
arbitrarias de los reyes, escogidas por Papirio.
Expelidos los reyes enviaron á mendigar leyes
á otros pueblos; y la cortedad de las doce ta-
blas que recogieron, dio lugar á las interpreta-
ciones de los prudentes, á las decisiones del Se-
nado, que se llamaban propiamente leyes; i los
edictos ediliceos, á los plesvicitos, y á los edic-
tos pretorios. Esta confusión de decisiones, fué
notada por Cicerón, quien conoció bien la ne-
cesidad de un derecho uniforme y arreglado.

A Julio Cesar, y á Augusto, no se les
escondieron estos defectos. El primero prohibió
las respuestas de los jurisconsultos, á fin de que
no se aumentase la confusión; y hubiera refor-
mado el derecho, si la muerte violenta que su-
frió, no hubiera frustrado este y otros de sus
grandes pensamientos, El segundo quizo mante-
ner al Senado la sombra de autoridad en la pú-

•blicacion de las leyes, y volvió la facultad de
responder, no á todos los jurisconsultos, sino a
los que preocupados por sus intereres, respon-
derían siempre, conforme á sus designios. Lo
mismo ejecutaron sus sucesores.

De las leyes promulgadas en nombre del
Senado, de los edictos de los emperadores, y
de las respuestas de los jurisconsultos, se formo
una selva de decisiones. De las segundas hicie-
ron sus colecciones Hermogenes y Gregorio.

Adriano creyó remediar en algo este de-
so'rden, juntando en su edicto perpetuo las de-
cisiones que le parecieron mas justas, generales
y arregladas. Pero esta colección hecha por el
jurisconsulto Salvio Juliano, y sacada de los edic-
tos de los Pretores, tenia los mismos defectos
que las antecedentes» y dejaba en su fuerza las
demás leyes.

Sobre el edicto perpetuo comenzaron los
primeros comentarios, que hicieron los juriscon*
sultos Pompinio, Caíitrato, Paulo, Ulpiano, y
Cayo. Cada uno amplio, explico, y limito el
edicto perpetuo á su fantasía, y se formo otra
multitud de opiniones.

Teodosio el Joven racopild todas las de-
cisiones de los emperadores cristianos, con el
mismo desorden que sus antecesores. Dio fuer-
za de ley á las decisiones de algunos de los
jurisconsultos, mandando que en primer lugar
prevaleciesen las de Papimano, y en su falta las
de la mayor parte: ¡que confusión para buscar,
y  contarlas opiniones!

Justiniano conoció bien el daño que re-
sultaba de esta multitud de decisiones; pero des-pues de un sumo trabajo y aplicación, no logró
»nas que hacer nuevas colecciones. De los códi-
gos Gregoriano, Hermogeniano, y Teodosiano,
compuso el que publicd, y al que añadid sus
Novelas.

De los doscientos volúmenes que reco-
nocieron Triboniano y sus compañeros, hizo otra
recopilación en los digestos y Pandectas. Pres-
cindo ahora de los defectos, y errores de que
unos acusan a estas colecciones, y á sus autores
y de que muchos los vindican. Lo innegable
que hace á mi proposito es, que ninguno de
estos cuerpos forma un derecho general y or-
denado; asi por ser pareceres de diferentes
hombres, como por ser todas, o las mas de-
cisiones de casos particulares. Es cierto que
estos libros contienen un grande tesoro de Ju-
risprudencia y todos los principios de la na-
turaleza y la razón; pero ninguno puede llamar-
se sistema entero de derecho.

Los posteriores emperadores del Oriente
hicieron á porfía muchas compilaciones, que
aunque contenían los mismos defecros que las
antecedentes, prueban la insuficiencia de las de
Justiniano. No es del caso hacer memoria de
ellas, porque las primeras son las que hoy se
estiman y reputan como el verdadero derecho
romano. Tampoco referiré el desprecio en que
las tuvieron los godos , longobardos, norman-
dos y otras naciones, hasta llegar á prohibir
con pena de muerte, servirse de el'as; y solo
me contraeré á tratar de su principal defecto,
que consiste, para mí objeto, en los comenta-
rios que se hicieron de las referidas compila-
ciones. 26.

Después de  largos tieupos  que estaban-
destarrajas del Occidente las leyes romanas, se
co'nenzd al principio del siglo   12   á exp'icar
los digestos en Bolonia. De las escuelas pasa-
ron á ios tribunales y se hizo general su estu-
dio en toda Europa, Su inteligencia pareció' difí-
cil y dudosa, como en  efecto lo era; y para
ilustrarla en vez de leyes claras,  se formaron
comentarios obscuros. Bulgario, Bogerio, Azon
y todos los de su tiempo continuaron la ex-
plicación.  En el siglo 14   siguieron el mismo
método, Baldo,   Bartolo,  Jason   y  los demás
contemporáneos. Todos estos en vez de aclarar,
y explicar sencillamente Jos derechos, llenaron
sus obras de sutilezas y de opiniones metafísi-
cas. Los   pareceres diferentes formaron distin-
tos partidos. Hicieron sectas, como  las de los
filósofos;  y  todo  el  empeño   era  refutar al
contrario. ¡ Raro   modo   de  explicar  las leyes
que desiden de la  fortuna   y   de  la  vida de
los hombres! En  el siglo 16  parecieron otros
mas sabios y prudentes como  ALiato, Otoma-
no, Ct jacio, Fabro, Antonio Agustino, y otros
varíes.

La España siguió el mismo destino, que
los demás reinos de la Europa Prescindid de
las leyes godas, contrarias enteramente á las
rr manas, y de «u última colección del dere-
cho remano. También prescindid del fuero
viejo de Castilla y de otros menos extensos,
que dieron los revés á ciudades particulares,
después de la restauración de la mismj Es-
paña, que ya no se observan. El Rey JD.
Alonso el sabio formo el fuero real y  íjs le-yes de partida. En uno y otro, es opinión
común, que tuvieron gran parte Azon y sus.
djscjpulqs í "-ra es una obra grande y mucho
mayor p;«ra aquel tiempo; peí o ni es sistemá-
tica, ni universal, y toda se compone de ex-
tractos de leyes civiles y canónicas y opinio-
nes de comentadores. Los defectos que pade-
ce se procuraron enmendar en las de Toro,
y demás posteriores, que están hoy compiladas
en ti cuerpo de las recopiladas de Castilla,
antiguo y novísimo. De modo que no hay
nación que tenga cuerpo de derecho mas ex-
tenso y complicado; á pesar de su constitución
nuevamente formada, en que por ahora se han
dejado en su antigua observancia, las leyes ci-
viles, criminales, de comercio, y orras, á excep-
ción de las que expresamente han derogado las
Cortes.

De todo lo dicho, se deduce, que la
nueva compilación de leyes que pudiera hacer
se aqui, contando con dichos códigos y con el
de Indias, no es medio suficiente para arreglar
nuestro decrecho nacional, público y particular
porque á semejante obra le faltüria- la unidad
de designio, de intención, y de fin, asi como
el método de principios generales y deducción
á materia singulares; y porque se compondría
de decisiones hechas en distintos tiempos, y
circunstancias y en casos particulares; y también
por la dificultad de buscar en diferentes volú-
menes á que dicha obra debia referirse, lo que
pudiera y debiera tenerse en uno solo.

Los defectos de los comentarios se redu-
cen, á que debiendo   ser las  leyes decisiones

í8.

constantes, claras, é incontestables, los comenta*
dor¿s hacen di cada palabra una cuestión: so*
bre a verdad rcus patente exitan una dispu-
ta y añaden limitaciones á cada cláusula; de
rifado qje poniendo tantas ampliaciones, limita-
ciones y sublimitaciones á la regla general, ca-
si la estingjen, d la hacen servir, para un caso
raro, en que pueda tener uso: de que resulta
que las opiniones de los comentadores, dan me-
dios para defender cualquiera causa, aun contra
el sentido natural de las leyes.

Es pues, necesario pensar seriamente en
una legislación nueva en la mayor parte y
toda contraída á nuestro pais. Ella debe com-
ponerse de reglas fundamentales, qu; determi-
nen la manera, con que debe ejercitarse la au-
toridad pública, esa autoridad soberana, que or-
dena los negocios comunes; que prescribe á
cada uno la conducta que debe observar, con
objeto al bien público, y que tiene los medios
de hacerse obedecer. Quiero decir, que debe
hacerse una Constitución que decida de la per-
fección del estado y de su aptitud, para llenar
los fines de la sociedad: y que sea la mas
conveniente á sus circunstancias, como que de-
b¿ contener los fundamentos de su conserva-
ción, de su. salud, de su perfección y de su
felicidad.

Para ello es necesario, que conozcamos
nuestros verdaderos intereses y los de nuestra
nación. Es preciso que adquiramos una justa
idea de su estado, para tomar las providen-
cias correspondientes: que conozcamos los demé-
ritos, que ha teuido bajo un gobierno opresor,omiso y descuidado; y los progresos que $ue-
de hacer en su estado de libertad, é indepen-
dencia, y lo que tiene de bueno, y de
defectuoso, para conservar lo uno y corregir
lo otro. Es también necesario no caminar á
ciegas; y no adaptar indistintamente medios,
que no sean conformes y análogos á nuestra
actual situación; discerniendo siempre las leyes,
los reglamentos, y las prácticas que puedan
adoptarse útilmente de la nueva legislación es-
pañola; y teniendo en todo caso de nuestro
carácter, genio y situación, un profundo y ca-
bal conocimiento.

Es también preciso, que se tenga una
idea exacta de la población de cada provincia;
de la inclinación, genio, carácter y costumbres
de sus habitantes; del modo en que se ocu-
pan los hombres y mugeres de todo el reino;
de su manera de vivir y vestirse; de su dis-
posición, d repugnancia á la industria; de los
frutos propios de cada territorio; del modo de
perfeccionar y aumentar los que se extraen
para la Europa; de las fábricas que hay, y
de las que faltan; de los géneros en que se
trabaja; de la clase de gentes que se surten
con ellos, y del precio á que se vende cada
especie.

Asimismo debemos instruirnos de cuan-
to mire al comercio actual, y al que puede
y debe establecerse en lo interior y exterior;
del estado de la policía; de su arreglo y per-
fección en todo el reino; de la situación,
clima y extensión de las provincias; de la na-
turaleza de sus terrenos; y sus produccionesjó:

mas principales'; de los ríos, riachuelos, la-
gunas, montes, bosques, y de cuanto conduz-
ca para tener una idea cabal del país y de
sus cualidades y circunstancias.

Con esta instrucion y procurando adqui-
rir los demás conocimientos que ella supone,
se harán unas buenas leyes fundamentales; y
después se descenderá á hacer las civiles, que
son aquellas, que reglan los derechos, y con-
ducta de los particulares entre sí. Hechas es-
tas con sabiduría y de una manera convenien-
te á los pueblos y á todas sus necesidades
piíblicas y privadas, en que estos se encuen-
tran hoy, deberán determinarse y anunciarse
con presicion y caridad, para que permanez-
can establecidas y no puedan iludirse, ni en-
gendrar discencion alguna; de modo que así
los que las pongan en ejecución, como los
que las obedezcan, conozcan igualmente sus
deberes.

Descontenta la América con la legisla-
ción y administración pública, que antes tenia
ha podido y puede muy bien, como sobe-
rana reformarlas, estableciendo las que mas le
acomoden* En ello conviene la nación toda,
y está de acuerdo en ejecutarlo. Al efecto
debe procederse á las elecciones de los repre-
sentantes en el modo y términos que prescri-
ba la Junta suprema Gubernativa, o según el
sistema que mejor convenga, sin faltarse al
carácter de popularidad, con que deben distin-
guirse.

Este es el gran negocio que tenemos
entre manos; y el acierto con que se maneje,II.

será el precursor de nuestra felicidad. Si los
diputados que se nombren, fueren hombres
sabios, políticos, justos, prudentes y amantes de
la patria, la legislación que ellos formen, será
en lo posible lo mejor y mas conveniente i
la sociedad, que componemos.

México y noviembre 2 de 18.21.

El amigo de todos*

MÉXICO: 1S21,
En ta imprenta Imperial, de D. Alejandre Valdes»