CUATRO CARTAS QUE EN DESAHOGO DE SU AMOR A LA CONSTITUCION Y A LOS AMERICANOS, OPí^DIDOS EN EL CUADERNO QUE A PRINCIPIOS £>E ESTE -AÑO DE 820 FU.'JLiCO EL M, R, P. PROVIN- CIAL FRAY MANUEL AGUSTIN GUTIERREZ, ESCRIBIÓ EL Br. CANDIDO ALESNA, CIÚDADAlíO EN QUERETARO. Was á luz movido de aquel propio afecte, Don Josef Maria Fernandez de Herrera^ Regidor constitucional de la misma Ciudad, MEJICO 1820. IMPRENTA DE ONTIVEROS.No seriamente 5 muy por encima, deben notarse sus. tonterías* Don Tomis Marte Fa± $7*3 CARTA PRIMERA, i siempre amado amigo: respondo á su favorecida 9ue condujo mi ahijado, diciendo, que vd. lo ha errado ^edio á medio; no por el deseo de salir de una duda, €n que estima comprometida su conciencia, sino por el c*toino que ha tomado para conseguirlo. Sí, amigo mió, Vd, yerra ciertamente en persuadirse que un pobre clé- r'go, sin carrera de pulpito ni cátedra, ni mas campa- rlas que el grado de bachiller en artes, le diga ( y de Un modo tal que tranquilice su espíritu ) si la Constitución Política de la Monarquía es infernal, como dice el M. R. Pé, fr. Manuel Gutiérrez (que es lector jubilado, y de mas a mas provincial de San Francisco) y en tal caso como deba portarse en la estación presente, que se ha jurado ya en ese pueblo, donde todos la han recibido bien, y consiguiente tendrá vd. tantos enemigos como vecinos, s* no manifiesta en todas ocasiones la misma adhesión que eUos á la ley constitucional. Ilepito, querido mió, que esta empresa, tal como bebiera desempeñarse, es superior á mis fuerzas; y que si no me unieran con vd. tan estrechos vínculos, como aque- llos con que nos ligó la juventud, y ha sabido respetar la Vejez, yo saldría del empeño, persuadiéndole á vd. consul- tase con alguno de los muchos varones doctos que hay en es- ta ciudad. Pero en el supuesto referido, y en el de que vd. exige le diga mi modo de pensar, con la franqueza y sinceridad con que nos tratamos hace mas de treinta años, diréle en efecto, lisa y llanamente mi opinión,, sin empe- ñarme en manifestar los fundamentos; sino en cuanto baste Para llenar los deseos de vd. y mi obligación de complacerle. 4 Desde que repartió el R. P. provincial en esta ciudad, gratis (y á un á personas, que como yo, jamas le habían dado los buenos dias) el papel en que llama ¡ti* fernal la Constitución, lo sentí acá á mi solas, por moti-* vos que entonces no podían publicarse; y por la pintu- ra tan denigrativa y atrozmente injuriosa, que á pretexto de la insurrección, hace de los americanos en la página 37 y parte de la 38 r pero apenas se propagó aquí la noticia, de haber jurado nuestro católico Monarca esa misma Constitución, y á proporción que se fué realizando y que comenzó ya á hablarse y á obrarse de conformi- dad, tuve otro motivo mas de sentimiento, y fue el ver que ciertas gentes, al parecer sensatas, se singularizaban en el público, 03/endo con desagrado las noticias que han excitado el pí::ccr universal de ambas Espurias; manifes- tándolo con una ú otra expresión, y tal vez con hechos ú omisiones, tal ¿orno la de las PR. monjas de este con- vento de Santa Clara. El día que se juró aquí ía Constitución en la plaza mayor, ni repicaron, ni pusieron un mechero, siendo am- bas cosas un precepto público, que absolutamente no po- dían ignorar; y que aunque así fuese, pudieran haber sa- bido preguntando, como preguntan aun de otras cosas me- nos ruidosas é importantes: pero 16 cierto es, que dieron este escándalo político ; £él vulgo; y no vulgo (cualquie- ra que haya sido el mGfivo) lo atribuye á que como su prelado ha dicho que la Constitución es infernal^ ó no quisie- ron que un rayo les tirase la torre (con todo y estar el cía teu clara, y sereno^ ó lo que es mas cierto, pensaron agra- dar mucho á su provincial, manifestando quell'a apatía inci- vil, sin reparo 2I desaire de la sociedad en que viven, y al desacato á las órdenes del ge fe" que preside en ella. Y si así obraron, ó' por mejor decir, si así deja- ron de obrar tan públicamente ¿cómo habrán quedado las coa-ciencias de aquellas benditas mugeres? ¿Qué pensarán de nuestro católico Fernando; qué de su eminentísimo tio,el piadoso Cardenal Borbon; qué de tantos, tan sabios y piadosos varones quej compusieron el soberano Congreso de Córtes y qué, en fin de toda la Nación entera, es decir, de esta y la antigua España? [Cuantas dudas, cuantas p.n- ciedades, cuantos escrúpulos no ocurrirán á cada instante á fuellas pobres religiosas, siempre que oigan ó vean hacer algo conforme á los principios constitucionales! Mas lo peor es, amigo, que no solo ellas son la víctima de aquel fatal prestigio: centenares de hombres ha- brá (ojala que no fuese mas que un cálculo) que de un jui- cio menos sólido que el de vd. duden, y duden mas fu- nestamente de la Constitución, que han visto llamar infer- nal, tan importuna, como públicamente: y he aqui (como dice el R. P. Gutiérrez) la semilla ó germen venenoso, de k desconfianza del pueblo para con el gobierno, que le manda )utút y observar una ley infernal', principio fecun- do de innumerables males*, que no podrán arrancarse de rc¡iz, ni evitarse su propagación, sino excavando muy pro- fundamente y llenando de estiércol la tierra corrompida á que debieron su perverso origen. Este es el daño á mi entender, mas grave que debe temerse del papel del R. Gutiérrez, y que llama naturalmente toda la atención de nuestro zeloso gobierno; pero no quiero meter la hoz en mies agena, ni excitar en vd. unos escrúpulos, cuando solo pretendo destruir otros. Sí, amigo mió, deponga vd, todo cuidado; nues- tra Constitución, esa carta sagrada de nuestra libertad y nuestros derechos, no ha sido, es ni será nunca acreedo- ra al horrible tratamiento de infernal. Léala vd. con el catecismo que le acompaño, por si no conserva los qu» le envié en 813; y acaso no necesitará de examinar mis reflexiones. Vea vd. como empieza invocando á Dios Todo- poderoso, confesando el misterio de la Trinidad, que nos reveló Jesucristo, y reconociendo á aquel supremo ser por tutor y supremo legislador de la sociedad. Dos renglones s0los son estos, que bien meditados contienen, si yo no me6 engaño, casi todos los misterios y dogmas de la católica ortodoxa religión. Vea vd. como el artículo 12 sanciona que esta misma religión, única verdadera, es y será perpetuamente U de la Nación Española, ofreciendo protegerla por leyes sa- bias, y prohibiendo de contado el ejercicio de cualquiera otra» Vea vd. á los artículos 47, 71 y 86 que mandan celebrar Misa de Espíritu Santo: en los 117, 173 y 212 la formula del juramento que deben hacer el Rey, el Príncipe y los Diputados, poniendo la mano sobre los Sari" tos Evangelios, de defender y conservar la Religión Católi* ca, Apostólica, Romana, sin permitir otra alguna en el Rei- no. Y qué 1 unos hombres que reconocen en los Santos Evangelios, el depósito de la suprema verdad porque juran, y que los presentan á la fiz ¿el mundo como la prenda mas augusta y sagrada, como el garante mas fiel de su obligación y su promesa: una promesa tan solem- ne de defender y conservar nuestra religión santa, y una ley, en fin, que manda tales cosas, ¿serán por ventura, y podrán llamarse infernales, sin hacerles Ja mas atroz de las injurias? Mas ya veo que el R. P. Gutiérrez (y otros mas ó menos reverendos) están de malas con el artículo 3, pa- reciendoles que es, por donde menos, un crimen de lesa magestad: que se le ha hecho un violento despojo á nues- tro señor Rey, y que este artículo es doctrina condenada en las obras de Rosseau y otros autores, que yo por fortuna no he visto. Por consiguiente, tampoco puedo subscri- bir á sus opiniones; pero acá inter nos le diré á vd, los fundamentos que me asisten, para creer que el artículo constitucional es una verdad pura y neta, limpia del pol- vo y de la paja, con que t^l vez la habrán afeado Ros- seau, y algunos de sus compatriotas. La Soberanía reside esencialmente en la Nación: digo que es cierto. Yo no sé, ni el R. Gutiérrez creo que sa- brá, cosa en contrario (con toda y su profunda erudición*B las Santas Escrituras, Padres y Concilios.) Yo ro sé, *epito, que los hombres de que se forman las diferen- tes naciones del mundo, hayan tenido otro principio que Adán y Eva. Entiendo también que los hijos de estos, sus nietos y demás posteridad en cuanto hombres eran igua- ks, y nadia tenia derecha de constituirse por sí solo Rey y soberano de todos los demás. Adán, según alean- -o, na hizo testamento en que vinculase los derechos de Patria, potestad universal en favor de algunos de sus hi- jos, para que de él naciese una casta de reyes que lo fuese de toda su posteridad; pues si así hubiera sido, esta dis- tinguida familia se habría conservado cuidadosamente en -lguna parte, y allá hubieran ocurrido las naciones á es- coger su rey, cuando adoptaron el sistema monárquico, y habrían ilo en sus interregnos evitando tautas guerras co- *no ha habido en todas por la sucesión á la corona. Se- rian parientes todos los monarcas entre sí como deriva- dos de aquella única soberana familia, y todos de mancomún Carian la guerra á la* naciones, que no han elegido el gobierno monárquico; pues creo que no verían con indife- rencia parientes que debiendo ser reyes no lo fuesen, con una transgresión tan escandalosa de la voluntad pos- trimera, ó testamento del venerable Adán. Pero no hay nada de esto, amigo mió, ni menos *»e persuado que por alguna ó algunas de sus clausulas dejase aquel buen viejo la soberanía de cada nación en particular, á ninguna de las familias que la han obtenido; porque á poco mas ó menos de hojear las historias, veremos como se han sucedido unas generaciones á otras en la posesión de los cetros conocidos. ¿Pero qué digo genera- ciones? individuos sin número, ni relación de parentezco, tan sido y son hoy todavía soberanos legítimos de muchos pueblos; sin que, si vd. se los pregunta, aleguen en su fa- vor tan antiguo derecho, sino nada mas que el conveni- *Uento y la voluntad general de la Nación en que dominan. La misma España es un testigo de esta verdad in-negable, y para que vd. se persuada, no tiene mas que leer el compendio de su historia, escrito por el P. Du- chesne, y traducido por el P. Isla. Allí verá. vd. com*> España, siendo en su principio libre é independiente (se- gún lo es hoy por el artículo segundo de la Constitu- ción) fue dominada de los Cartagineses, luego de los Ro- manos y después de los Godos. Sí, amigo, estos valientes bárbaros entraron en España a punta de lama, pero después la Nación los reconoció por sus reyes, así como succesivamente lo fue haciendo de otros Príncipes fran- ceses de la casa de Austria y de la de Borbon, sin que todos fuesen heredándose por derecho de primogenitur4í pues siendo en su principio electiva la cc.vbna, después la fueron haciendo hereditaria ai^unoj reyes, y no con- tradiciendolo la Nación, llegó por fin s» estala xerse la succesion hereditaria, como mas por menor verá vd, en el citado compendio histórico. El Romano Pontífice es Soberano legítimo de cier- ta parte de la Italia y ¿e ¿tí lo$ *íe una conmoci°" popular: (art. yo) que no vayan s£Í seS Cludadanos con armas, para asegurar mas la quietud y á( SUridad de los concurrentes; (art. 5-6) y que esta junta ¡tu' rroquial se disuelva inmediatamente de hecha la elección, ^es cualquiera otro acto será nulo; (art. 57.) porque sien- 0 \ . la nías numerosa y compuesta de las clases mas eterogé- tj^s del pueblo, no fuesen á emprender alguna cosa perturva- tj * de la tranquilidad pública. Así discurro yo, pero sin apos- fr1' a que esto movió aquellas sapientísimas deliberaciones, k Del mismo modo diré á vd. lo que pienso sobre (| tís artículos, que acaso habrán puesto de mal humor al Cej Gutiérrez, por tocar al Rey de quien se muestra tan °s°« Et 122. dice, que entrará S, M. sin guardia á12 las Córtes: pero esto no es para hacerle violencia alguna* ni para faltarle al respeto debido; pues las Córtes mis- mas han declarado que su persona es sagrada é inviola- ble: (art. 168:) sino porque tal vez con aquel aparato no se intimide, ó sobrecoja el espíritu de algún diputado (qug no todos poseerán en igual grado la virtud de la forta- leza ) y padezca la libertad absoluta con que deben pro* ducirse. Tal á mi entender es el espíritu de este artículo y de los 124, 1«5* y 28; pues vemos que por el 126. $e establece que las cesiones de las Córtes sean públicas ; es- to es, que todo el mundo pueda oir y entender lo q^e allí se trata: cuya circunstancia aleja toda sospecha que pudiera concebirse de la clandestinidad de las conferencias» Y así como se cuida en esta ley de poner a cubierto del miedo y del terror á los Diputados, también se le priv* de la esperanza del cohecho y del soborno, por los artículo5 129 y 130 que explica muy bien el catecismo político. En los capítulos 7 hasta 11 que hablan de las fe" cultades de las Córtes, de la formación, sanción y promul' gacion de las leyes, de la diputación permanente de Cóf* tes y de las extraordinarias, no hallo absolutamemte cosí que haya motivado el terrible anatema del R. P. Provifl" cial. Que las Córtes hayan declarado serles privativas la$ facultades que expresa el citado capítulo 7, me parece qüf está muy en regla ; pues representando aquel cuerpo á ^ Nación entera (art, 27.) y residiendo en ella la Soberanía de manera que por lo mismo á ella sola toca establecer s^ leyes fundamentales [art» 2. y 3.) ¿quién podrá quejad de que el cuerpo representativo de la Nación, 6 la Nací0'' misma, se reserva para sí exclusivamente el ejercicio & unas funciones tan augustas, y que tanto pueden influir ^ el bien ó en el mal de la Nación Por el contrario, é& debe estar agradecidísima de que el soberano Congreso $ quiso fiar á las manos ni á los talentos de un hom^ solo, el timón del Estado, que es como yo concibo facultades.Sigue el título 4. que habla de la inviolabilidad del Rey y de su autoridad, de la sucesión á la corona, de la menor edad del Rey y la Regencia, &c. &c. To- do esto lejos de ser infernal, me parece muy santo y muy bueno. Las restricciones de la autoridad real, miran al bien de la Nación, que como dije arriba, no ha querido fiar su suerte, es en casos tan aventurados y peligrosos á la vo*- hntad de un hombre solo. Tampoco degradan ni envile- cen la dignidad del Rey; por que no lo asimilan, confun- den, ni equivocan con algún otro ciudadano particular, que es ea lo que consiste la preeminencia de quien es Gefe ó cabeza de otros hombres; y sobre todo, son como ex- plica el catecismo político (en la lección 2. pág. 8*} las condiciones del ejercicio, del poder que todos juntos tienen y de- positan en él, para vivir con mejor orden y dirección. Lo pro- pio se puede decir de todo lo restante del título: condi- ciones ó modos con que debe ejercer el Rey la autori- dad que le concede la Nación; pero condiciones y modos no torpes, no imposibles, no indecorosos , sino racionales, prudentes y conformes á las bases obre que se ha cimen- lado el hermoso edificio del gobierno. El título s trata de los Tribunales y de la admi- nistración de justicia en lo civil y criminal; y si no es en la terminación de esta última voz, que es consonante de infernal, no sé en que otra cosa se le parezca el título á tan infame apodo. El que ningún español pueda ser juz- gado en ninguna causa civil, ni criminal, por personas nombradas á este fin (que se llamaban comisionados) sino por el Tribunal competente, señalado antes por la ley, como manda el artículo 247, es uno de los mas grandes bienes que nos ha traído la Constitución; no solo por el motivo que expresa el citado catecismo (en la lección 13.) sino porque estas comisiones solían recaer también en per- sonas ineptas para la judicatura, y siempre resultaba per- j idicado el ciudadano: lo que no es de esperar de los jueces propietarios, ya por el conocimiento antecedente d*su instrucción y providad, ya por que obrando por sí mismos, sobre ellos solos viene á recaer toda la responsa- bilidad de lo mal hecho. »Ningún español podrá ser preso (dice el artícu- lo 287) sin que proceda información sumaria del hecho »por el que merezca, según la ley, ser castigado con pe- t>na corporal." ¡Gracias te sean dadas, unión justificada de sabios, que así cuidas de la libertad individual de los ciu- dadanos! Si amigo, por solo este artículo merecería lla- marse nuestra Constitución no infernal, sino celestial, pues con él debe haber acabado aquel tremendo abuso que ha- cían los jueces de su autoridad y de la cárcel. ¿Cuantos artesanos no regaron esta mansión de horror con sus lá- grimas, por tres ó cuatro pesos que debían, mientras que sus mugeres é hijas tenian tal vez que prostituirse ó quedar- se desnudas y muertas de hambre por juntar aquella can- tidad; y cuantas veces tenían ya pagadas, que detenerse por los catorce reales de las costas, ó al menos, cinco que tocan á los alguaciles? ¿Cuantas se ponía preso al hijo, porque su pa- dre habia delinquido, ó no delinquido, y se ausentaba, ó al contrario? ¿Cuantas á la muger en igual caso, hasta que su marido pareciera? ¿Y cuantas ¡Dios mío! cuantas el infeliz casado, al volver de una ausencia/hasta que la pérfida esposa daba á luz el fruto de su crimen? ¡Ah! Ilablad, vosotros, que aun vivís, testigos de esta verdad inf.usta y degradante de la humanidad, si la rabia y la desesperación no os ha secado para siempre la lengua! Son no menos benéficos otros muchos artículos sub- secuentes, como el i'<>y-) en cuya virtud, ya no se verán: los infelices reos sepultados en vida. En esta cárcel de Querétaro habia una bartolina llamada de la agua, porque su inmediación á la pila hacia brotara este fluido por to- do el sueb y aun las paredes: otra que nombraban del : vd. dirá porque seria: y si una ley que destierra semejantes calamidades, podrá nunca llamarse infernal* EI„artículo 303 hace honor inmortal á las Córtes, • como le hará en adelante á la Nación entera. La bárbara ley del tormento, y los mas bárbaros é inhumanos modos de apli- carlo, habia estado siempre en uso entre nosotros, sin que- rernos persuadir de la demostración de su inutilidad que encierran estas pocas palabras de un antiguo y sabio es- pañol: Mentietur in tormentis qui dolorem pati potest: men~ tietur qui non potest: según las refiere el Sr. Lardizaval, aunque yo no hallo, sino otras {equivalentes en el mismo Quintiliano libro 5. de sus instituciones . oratorias, ca- pítulo 4. En fin los artículos 304, $ y 6, son si no me en- gaño, los establecimientos mas conformes á la equidad, á la justicia y á la ilustración que adornaban al sábio Con- greso de las Córtes. Por que en efecto, amigo, que por el delito del padre queden los hijos expuestos á pedir li- mosna ó á robar, á merced de la confiscación de bienes, •V mas inminentemente si se ven marcados con la infa- mia, y degradados de la clase á que pertenecían ¿no es Verdad que se resiste á las ideas que la misma natura- leza nos inspira de la equidad y la justicia ? \ Pagar inocentes por culpados, justos por pecadores:::! Vaya: si tal mandase la Constitución, podria llamarla infernal el P. Gutiérrez; pero pues establece lo contrario, es pre- ciso decir que este tratamiento la injuria atrozmente. En el título 5. me parece que tampoco hay sino motivos de alabanza, especialmente al señalar las atribu- ciones de los Ayuntamientos constitucionales. Como los in- dividuos de que se componen han de ser vecinos y resi- dentes en el Pueblo (artíc. 317.) se supone naturalmente por lo que el R, Gutiérrez llama infernal á la Constitu- ción. La libertad política de imprenta, que concede el ar- tículo 371. no es tan absoluta ni tan peligrosa á nuestra santa religión, como algunos piensan, pues pende de las : restricciones y responsabilidad que establezcan las leyes. Es' tas, auuque no las he visto, quedaron hechas por las pa- sadas Cortes, y ponen los diques que no deberán traspa- sar los escritores. Por lo mismo no hay que temer nada acerca de la religión, ni otros objetos que las enunciadas leyes hacen respetar, como las de Jas doce tablas decía de otra cosa: nec dígito tetigere fas est. De este modo quisieron las Córtes generales y ex- traordinarias que mirásemos la Constitución, á lo menos du- rante los ocho años primeros, después de puesta en prácti- ca en todas sus partes, pues hasta entonces, según el ar- tículo 375", no se puede proponer alteración ni reforma de ninguno de sus artículos. Así era conveniente á una ley fundamental del Estado; cuando vemos que los cimien- tos de un edificio, no se trastornan luego de hechos, sino j hasta que el tiempo y la experiencia hace advertir que necesita variación. Por último, reflexione vd. un instante conmigo: La Constitución desde su nacimiento, ha sido el objeto del amor, del deseo y del entusiasmo del pueblo español, por que aunque algunós han pensado de ella de otro modo, estos han sido en comparación de los demás. Ahora, acuer*dése vd. de que mas sabe el loco en su casa, que el cner- do en la agenai y suponiendo que los españoles residentes en Europa, no son locos sino cuerdos, prudentes, sabios, religiosos y amantísimos de su Rey y de su Patria, de- duzca vd. que aj* haber muerto algunos, al exponer su Vida otros muchos por la Constitución, y al abrazar to- dos, todos, este sagrado código, es preciso confesar que cuantos en este suelo opinan y dicen lo contrario, ó son Unas ignorantes sin excusa, ó unos vanos sin comparación, si no es que lo sean todo junto. Respetemos, pues, querido mió, la Constitución; Por que no es, ni ha sido, ni puede ser nunca infernal, Duélase de que el R. P. Gutiérrez la trate así, y del chasco que vá á llevar con los ejemplares de su papel 9«ue remitió á Éspaña, sin preveer lo que allá estaba su- cediendo. Deponga vd. todo escrúpulo: alégrese como sus paisanos; grite que viva la Constitución-, y satisfecho de.mi buen deseo de servirlo, vea en que otra cosa puede com- placerle su afectísimo amigo y capellán q. b. s. m. zz Cándido Alesna, P. D. Al cerrar esta me han traído la adjunta có- pia del Real Decreto de 26 de Marzo de este año: lea- la vd. para que se conforte en las ideas que acaso le ha- brán inspirado mis cartas. ¿Qué dirá de él el R. P. Gu tierrez:::? CARTA TERCERA. Mi buen amigo: me alegro sincéramente de cue mis anteriores cartas hayan restituido, según me dice en la süya, la paz y la tranquilidad á su espíritu: esto es lo único que me propuse y lo que me llena de satisfacción; no porque crea que están como á vd. se las ha pintado la amistad; sino por que esta misma me hace apreciar mucho, el reposo de vd. consecuente á su lectura. Por eso, y por vindicar la Constitución, las escribí con el pla- cer que en ésta, créalo vd., me falta; pues de buena ga- 3i% na quisiera que vd. no me comprometiese á hablar un* sola palabra sobre la pág. 37 del papel del R. Gutier- rez, que por indiscreción recordé á vd. al principio de mi primera carta. Sí, amigo mió, indiscreto fui, porque un adag10 dice que las injurias han de ser bien calladas 6 bien ven- gadas; y pues esto último lo prohibe nuestra santa reli- gión, yo debia haberme callado, y no tocar á vd. un* especie que hoy me pone en la necesidad de hablar de ella. Por tanto diré á vd., no todo lo que correspondía) por que esto fuera faltar al precepto evangélico, sino i únicamente lo que baste para cumplir el que me imponen la amistad y el reconocimiento acia vd. En efecto, son injurias ^y las mas atroces qne j esperé pudiesen hacerse nunca a los Americanos) las ex- presiones que estampó el R. P. Provincial Franciscano en la citada pág. 37. Que es casi interminable la momencU" 1 tura de los vicios mas comunes y públicos de estas provin- cias. No se puede ya decir nada mas ofensivo de núes- j tros paisanos; pero crea vd. que el R. Gutiérrez se ha excedido. En todas las partes habitadas del globo, hay. ociosidad, divagación, intemperancia, desvergüenza, desnudez y robo, con otros vicios públicos. Ni el P. Provincial ni na- die lo ignora; mas si su paternidad se cree con todas las nociones necesarias, y la estadística civil y moral de to- das las naciones para' graduar que son mayores en la Ame- rica, yo carezco notoriamente de aquel gran caudal de noticias y conocimientos para entrar en una comparación 13 mns odiosa que puede promoverse entre hombres naci- dos en diversos climas, y católicos de profesión. Pero pue$ nadie sabe, presume, ni imagina siquiera, que el P. Gu- tiérrez posea aquel fondo de instrucción, es menester con- venir en que la referida tempestad, es parto de una nu- be negra, impregnada de principios que no quiso anali- ! zar, y en que ¡ojalá! se haya resuelto enteramente, para no sufrir otra descarga»*9 Pregunta el R. Gutiérrez en la citada pág. 37 con *°no magistral y decisivo iqué ciudadanos, qué nación, qué sociedad de provecho, se podrá esperar jamás de tal clase de ^faientesnü Aun se desdeñó de llamarnos hombres::: Ya se Vej como que en su opinión no somos mas que animales, ^ brutos de dos pies y sin plumas::: No se exalte vd., ami- 80, que si el R. Gutiérrez nos hubiera igualado con las ! Cansas palomas, ó mas bien, con las tímidas y medró- os liebres, lo acierta; pues sabe por experiencia que mas °os parecemos á estos animalitos, y por eso nos insulta c°n tanta confianza. Para responder á la pregunta de su paternidad era Menester que me prestara su animosidad, y que yo lo retri- buyese con el sufrimiento y moderación de mis paisanos; toas siendo uno y otro imposible (y con perdón del con- sejo que daba D. Quijote á Sancho para que no formase Comparaciones, por ser todas odiosas.) Yo no mas le pre- guntaría á su paternidad ¿si los subditos ó compañeros •de Rómulo, de Hugo Capeto, y aun los del mismo Ataúl- fo, eran mas virtuosos, mas ilustrados, y sobre todo mas dóciles, que lo son hoy estos vivientes, estos gallos desplu- mados, en una palabra los Americanos? Y si de aquellos se pudieron hacer ciudadanos dignos de tal nombre, na- ciones respetables en todos tiempos, y sociedades envidia- das del resto de la humanidad, ¿porqué desespera su pa- ternidad de que jamás, nunca, en todos los siglos, pue- dan ser los Americanos sociedad, nación ó ciudadanos de provecho? ¿Qué? ¿Ni Dios mismo podrá hacer tal mila- gro? ¿No estará al alcance de nuestro Supremo Gobierno (de la sabiduría y de la política de la Península Española) el poder transformarnos en hombres^ y bajo de este aspecto dictarnos y hacer que obedezcamos leyes y estatutos ca- paces de nacernos unos ciudadanos de provecho? ¡Ah que- rido mió! Perdone vd. y perdone el Provincial este ada- gio: cuando la perra es brava, hasta los de su casa muer-de: por degradarnos, por envilecernos, no perdonó el Gutiérrez, ni aun á sus mismos compatriotas. Que los rebeldes son indecentísimos: es verdad; l°s hay que dan asco. Que son criminales, sanguinarios, ir**0 ligiosos, sacrilegos, también es cierto; pero estos vicios no los tienen por americanos, sino por vulgo sedicioso y amo- tinado, sin orden ni concierto. Por lo mismo ésta no & una propiedad en cuarto modo (como dicen los lógicos) de los insurgentes de América, sino común á todos l°s hombres que rompiendo el freno de la obediencia al g0"" bierno, se ponen en manos de su consejo, y conspiran contra los obedientes y leales. Véanse las historias ¿e todas las naciones: y si se quiere ahorrar trabajo, recuér- dese lo acaecido en otras partes hasta nuestros dias, y $c hallará que en toda iusurreccion ha habido indecencia crímenes, irreligiosidades, sacrilegios, &c. &c: y para acre* ditarlo no cito á los muertos, sino á los que viven desde ta revolución de la ilustrada Francia, y han oido lo qUe pasa mas allá de los mares. Asi que, bien pudieran de- cirle los americanos al P. Gutiérrez con Horacio: Hotfi* sum, et nihil humanum á me alienum puto: somos hombres flacos y miserables como todos, y cuando las pasiones nos hacen olvidar aun de nosotros mismos, somos tan capaces de ejecutar todas las maldades posibles, como los demás hijos de Adán. Es verdad que no irían por la verdad á Roma» como suele decirse, pues ya el R. Provincial les niega semejante entroncamiento, diciendo que aunque se censur* á los que nos conceptúan, por de diferente especie que la htí" mana, su paternidad nos ha meditado, visto y revisto, y ^ parecemos de especie adulterina, como encartados ó mez- ciados con lobos, tigres y panteras, de los que Tía llegado á temer sean afines::: Perdóneme vd. que no siga copiando tan inauditas injurias::: se me contraen los dedos y no puedo mover la pluma. Y no piense vd. que lo dice solo de los insur*-gentes, sino por todos los nacidos en este infeliz suelo, por que habla de los vivientes que pudieran (ó no) ser 'indadanos, formar nación ó sociedad, lo que no puede atri- buirse á solos los rebeldes, sino á todos los americanos, ^abla de la censura á los que han dicho de los criollos, toucho antes de la insurrección, mas de lo que refiere el Sr- Solorzano en el libro 2o de su Política, capitulo 30. Léalo vd. y note lo que dice el autor al número 6. los que mas se extreman en decir y publicar esto, son aigunos Religiosos que pasan de España::: y al número 16. "No tengo por justo ni conveniente que se dé crédito »en general á esta mala opinión de criollos, contra la cual "da graves y fundadas quejas Fr. Juan Zapata, que mu "rió Obispo de Goatemala, diciendo: ¡a siniestra intención »que han tenido y tienen los que la esparcen:* Baste, pues, con esto para la quietud y tranquilidad de vd., no hay ^ena intención en el R. P. Gutiérrez, ni tuvo necesi- dad de acometernos tan pública y desaforadamente. A Dios, amigo, en recompensa de mi obedeci- miento, exijo de vd. no me vuelva á tocar en su vida k materia de esta carta; porque aunque (como dice Que- vedo) La verdad adelgaza mas no quiebra; pero hay otro refrán y es mas probado, que todo quiebra por lo mas delgado. Tampoco me pregunte vd. que quiere decir esto; Pues se comprehende bajo la prohibición que se toma la confianza de hacerle su siempre amigo. ~ Cándido Alesna, CARTA CUARTA. Amigo y dueño mió: ¡Albricias! Pero no han de ser de ellas mismas::: Si vd. espera un poco, me ahorra el trabajo (que no me pesa) de haber escrito mis dos pri- meras cartas; pue? ya el R. Gutiérrez en persona, ha ab- «uelto, si no la misma, muy parecida duda á la que *d. tenia.Escuche vd.: un Queretano con el nombre de *\ Escrupuloso, consultó por la estafeta á su paternidad st debia obedecer á un Rey, que no solo ha jurado una cost infernal, sino que manda se publique por todos sus dominio*'' y el P. Provincial le responde lo que vd. verá en 1* copia que le acompaño. Léala vd. mientras yo tomo W polvo, advirtiendo que está sacada con la misma orto* .grafía que la original, si echare de menos la de la Acá* demia Española. iQué le parece á vd. amigo? ¿No queda ya rtM satisfecho y tranquilo su espíritu con esta leyenda, que con cuanto le dije, y dejé de decirle en mis citadas carta*- Yo para que no me lo pregunte, le diré francamente 1° que me parece de la del R. Gutiérrez. Comienza su paternidad diciendo que la recibid por desgracia, y yo no sé en que pueda consistir ésta» por que el tal Escrupuloso (á quien no conozco) no 1* falta al respeto, ni le dice cosa alguna que pueda ofender* le. Su consulta creo fue prudentemente hecha al propio Provincial, pues una vez que su paternidad habia califí* cado tan públicamente de infernal á la Constitución, ¿quien mejor que él mismo podia decir, si era ó no, de obede" cerse al Rey que mandaba observarla? Asi es, como e* consultante debia esperar la satisfacción y el consuelo que deseaba, no el sinsabor con que le brinda el P. Gutiei" rez en su respuesta, Y no solo le brinda, sino que & lo hace beber, diciendole que su escrúpulo mas es efect° de su ignorancia crasa, 6 afectada con sintonías mortA" les' de malicia. Así corresponde este Religioso, hijo del hu* mildísiroo Francisco, los comedimientos y atenciones de Ia carta del Escrupuloso. Dice que »> debiera estar ya recogido en un Ia' »zareto, ó mejor en un vaso de materia y consistencia Ia »mas dura, y herméticamente sellado, y sumido quinie0" »>tos estado* dentro de la tierra, á la parte de allende «del cimatario, para evitar asi la propagación de los cot"23 "rompidísimos miasmas que ya se lian exhalado en solo "Un papel, á distancia de mas de diez leguas, del acar- nerado centro de su procedencia." Todo ésto creólo mas cion y publicación. Luego la voluntad del Rey es su- perior á las Santas Escrituras, Tradiciones, Concilios i Santos Padres; pues hace bueno y obligatorio lo que p°r aquellos depósitos del dogma, de la verdad, de la sabi- duría, de la pureza de costumbres, y sobre todo de nues- tra santa fe, era tan esencialmente malo, como denotan el adjetivo infernal y el verbo desinfernar. También es consecuencia bien hilada, de la cual se pueden deducir todavía muchas, tan escandalosas, tan contrarias á esas mismas Escrituras, Concilios,.sabios ca* tólicos y buenos cristianos, que se espantaría el P. Pr0' vincial, si yo siquiera le apuntase media docena de ellas* Pero no omitiría decirla, si se ofreciera, que con esta doctrina desmiente el nombre de verdadero español que se pone antes de la firma: pues jamás por jamas esta Nación católica (que lo ha sido y será perpetuamente) por mas que se haya distinguido en amar á sus Reyes» ha pensado en sobreponer su voluntad á los oráculos de la fiel y verdadera creencia.. No, amigo mió, esta escan- dalosa lisonja estaba reservada para nuestros dias: peí"0 la fortuna es que Fernando VII. el católico carece de la loca vanidad de Alejandro, y no ha de creer á lo* que le digan que es Dios. Si yo poseyera el humor jocoso que afecta de cuando en cuando el R. Gutiérrez, y tuviera amistad y confian»* en su paternidad le habia de aconsejar cuando lo viese* que" ya no dijera misas, sacara bulas, ni hiciera sufragio algu" no por las benditas animas del purgatorio; sino que ocuf" riese por un Real Decreto para .expurgatoriarlas, supues- to que su virtud es tanta que alcanza hasta desinferntfi -con todo y que de esto último estábamos en la inteligencia de que nidia est redemptio: y que en lugar de indulgen' gencias y absoluciones para la hora de su muerte, le pid* al Sr. D.Fernando VII. otro Real Decreto en premio del ejemplar de su papel que le remitió con broches de oroj pues aquello debe ser preferible á una mitra.2¿ Añade sil paternidad que el desinfemamiento pende de que S. M. lo haya hecho libre y espontáneamente, ó sin violencia externa, cerno lo supone; pero yo sospecho que no, mas lo supone ó permite, sin fiar de la palabra de un Carde- nal Arzobispo, Infante de las Españas, y demás Señores de • la Junta provisional, que nos aseguran dos veces en su mani- fiesto de de Marzo del presente año, que nuestro gran • Fernando espontáneamente ha adoptado y jurado la Constitu- ción. Y fundo mi congetura, en que según me han asegurado, el P. Provincial en las letras patentes que expidió para que s e jurase dicha Constitución, ha variado la fórmula prescripta por las Córtes, como debe constar en los libros respectivos de todos los Conventos de su Provincia, y los testimonios que es- tos remitirán al Superior Gobierno. Quien*sabe como se com- pondrá esto con el Real Decreto de 26 de Marzo de que mandé á vd. cópia. Continúa el R* P. Provincial su carta, con que por es- • tar de prisa no demuestra hasta la evidencia y con casi infinitos fundamentos, sus anteriores proposiciones, pero la distinción de serviles y liberales (que no le preguntó el Escrupuloso) le me- reció no ya aquel antuvión de citas, que el asunto de la duda (única consulta) sino que muy despacio le llenase mas de diez renglones de citas individuales, de S. Pablo á los Romanos, a los de Efeso, á los Colosenses, &c. No sé lo que dirá de es- to el Escrupuloso: yo lo gradúo de impertinente, por tres ra- aones: la primera, por que no se le preguntó eso á su paterni- dad, y es canere extra chorumi la segunda, por que para el ge- nuino sentido de aquellas voces, no se necesita de leer tanto, y si vd. me apura ni aun el diccionario, pues á primera vista se conoce que liberal es amante de la libertad, y servil es ser-vil: y la tercera, por que en Real Decreto de 26 de Ene- ro de 816, manda S. M. que hasta las voces de liberales y ser- viles desaparezcan del uso común. Concluye el R. Provincial su carta dándole Varios consejos al Escrupuloso', y yo quiero acabar esta con uno solo, tomado de la boca del mismo Jesucristo en la Cruz: perdone 426 vd., perdone ei Escrupuloso» y todos los Americanos como y* lo nago, al M. R. P. Provincial Fr. Manuel Agustín Gutiér- rez, por que no sabe lo que ha hecho. El tiempo se lo acredi- tará; y entre tanto, sea vd. tan feliz como le apetece su afee* tísimo.~Cándido sílesfía¿zzQ\ieréta,ro á 1$ de Junio de 1830. P. D. Acabo en este instante de recibir por el correo de Méjico, el impreso adjunto que (sin fecba) dirige El Rey a los habitantes de ultramar» Vea vd. hay, mi amigo, la expre- sión mastierna y patética de los sentimientos de un Monar- ca, nunca mas digno que al firmarlo, de que le fabriquemos un trono con nuestros mismos corazones. Yo me conmoví al empezar su lectura, y roe fui enterneciendo hasta verter muy dulces lágrimas: mis sollozos se hicieron escuchar de la fami- lia, que me rodeó asustada. Sosegaos, les dije: oid la voz de nuestro buen Padre::: ¡Qué tierno espectáculo:::! ¡Qué grupo tan digno de que lo hubiese visto el mismo Fernando:::! Bese vd., querido amigo, mil ocasiones ese papel divino: transmí- talo á su posteridad; y vd. que está mas cerca .- del R. P. Gutiérrez remítale una copia. Ella sola combate sus papeles, y dice mas que todas mis cartas; y si su paternidad ó algún otro, no experimentare las propias emociones que yo, diré con un buen español, que es por que hay bronces mas duros fue ¡os mismos bronces, VALE.