EL AMANTE DE LA CONSTITUCION. DISCURSO SEGUNDO. E rn los dias venturosos en que la juffJcia reinaba sobre la tierra eran las leyes á un tiempo mismo egide y verdugo de los mortales, gozaban estos de la libertad verdadera, sus reyes se hicieron temibles á sus enemigos y el recíproco aiiiur entre los pueblos y el principe eran la mejor garan- tía de la prosperidad del estado. Mas los vicios hicieron desaparecer la libertad, la justicia y la ley. La ambición se apoderé del corazón de los hombres, y cuando esta horren- da pasión llega á dominarles, la ¡guerra sangrienta esparce Por todas partes la desolación y la muerte, las artes se des- didan, se abandonan las ciencias, la razón se depraba y la toisma religión es invadida en su trono. Nosotros que fie- mos gemido bajo el robusto poder del ídolo consagrado ^ tsrá terrible furia durante una serie dilatada de años, dignos ya de mejor'Fortuna hemos logrado destruir para siem- pre la bárbara tiranía, y elevados sobre las ruinas del coló* 8¿1 servilismo inspiramos en Hn el aire puro de la libertad, ^nejantes al águila sobeibia que huyendo al grosero am- biente del bajo suelo corre á buscar sobre lis mas remonta • das nubes el aire tenue que la vivifica. Somos felices ya y Somos libres porque nos hemos constituido esclavos, pero es. cUvos de un código augusto en cuya observancia se funda nuestra amada libeitad; pero esta no estará consolidada has- ta que la justicia venga á coronar nuestros trabajos. Veo con dolor que por una mal entendida piedad estamos espuestos £ perder nuestra independencia, y qae tan lejos de castigar á los traidores que hicieron comercio de la libertad espa- ñola, se dá margen á que hagan alarde de su iniquidad y á que se persuadan que no se pesaran los delitos en ia ba* lanza de Ástrea. La justicia, Fernandoí es el presagio de '* estabilidad de las naciones, Üonds no hay justicia uo hay2 unión, ni respeto, ni fuerza. Salvar al perverso es labrar su propia ruina, pero salvarle en tan apuradas circunstancias es esponerse á que se verifique el pronóstico del célebre poete que cantó: Salva y perecerás, y la alta gloria contigo llevaras de que la patria por tu gran compasión llore cautiva, que esta calamidad nos amenaza si vaga en libertad un traidor solo. Salva y perecerás, porque la salud del opresor de la pa- tria está en razón inversa de la salud del estado. Los trai- dores deben sufrir el castigo que la ley ordena so pena de echar en rostro al gobierno su tibieza, su intolerancia y::::: lo he de decir, su injusticia. El deja? impune al delincuen- te hasta la instalación del soberano Congreso á pretexto de que la Nación á quien representa es quien debe juzgarle, sobre ser un absurdo imperdonable con que se elude la jus- ticia, está en oposición con la justa observancia del sagrado libro. \ Cómo podrá mañana jjstificarse el Rey ante las Cor- tes cuando le culpen de haberse desentendido de dar cum- pümiento á la segunda atribución que le señalan en el artícu- lo 171 de la gran carta en que le mandan cuidar \de que en todo el reino se administre pronta y cumplidamente la justi- cial i Es necesario qtra cosa para aplicar la ley al reo mas que justificarle el defjto * Pues si esto está hecho ya ¿ que mano oculta hay entre nosotros que detiene el brazo de /j justicia ? ¿ Qué mano oculta impide castigar con ejemplar cas- tigo á los traidores que firmaron su crimen seis años harc No es de la atribución de las Cortes juzgar á los reos si no de los jueces nombrados para este fin. Las Córtes han cometido la potestad de aplicar las leyes en {as causas cri- minales y civiles a los tribunales exclusivamente según el ar- tículo 242 de nuestro cudigo, y en el siguiente declaran que las Córtes no podran tjercer en ningún caso las funciones judiciales ni avocar causas pendientes En ningún caso: coa que es inútil retrasar por mus tiempo la ejecución del castigo. Ademas de que aun en ei supuesto de que al tribunal de Cor*tes y no á otro corresponda juzgar á los diputados traido- res deben estos ser conducidos, no á monasterios ó paludos sino á fortalezas ó á casas de seguridad, donde les custo- dien ciudadanos de conocida probidad y adiccíoo al ré'rri tic >e ni el mismo sucesor dei tro» °o se substraiga déla observancia dfe las leyes. Si el gran ^'ou'o á¿ Guzman vió con ojos serebos la muerte de su ni» ( fue porque se acordó de que h-bia nacido antes pati !• cto que pai:e. Si Junio Bruto, siendo cónsul de Koma, po¡* lt'i'gó ti amor paterno al de la república haciendo azotar y ^goilar en su presencia á sus dos* hijos convencidos de trai- J"°n, cump¡ió la voluntad de la patria que lo ordenó, y es *° primero. Las buenas obris son, Fernando, el mejor test i» lT,ooío de la r; cta intención. De nada sirve, propalar Cons- titución si no ve ubsenM Si al ciudadano se presentan pur una paite manifiestos liberales, justos decretéis, y reglas cons* t'tucionalesj pero al mismo tiempo no siente los efectos de es>a liberalidad, de esa justicia y de esa Constitución; ¿ por S'Jé r»o ha de quedar aurorizado para dudar de la adiccion 1 n decantada al régimen constitucional ? ¿ De qué su ve que amor pátrio inspire al buen ciudadano desplegar "sus idea» ti antrópicas en beneficio de sus semejantes^ si aunque se aproe* tan verba Iment* no se ponen en ejecución? ? Qué importa Q/»e los públicos escritores pongan de manifiesto les abu- sos y lus vicios, si aquellos continúan, y estos se tole-6 r.n? D«íJe el día feliz de la restauración de nuestra ^' gusta crta no han cesado los buenos de levantar el g^t0 |Cy acunando la justicia y la observancia déla Constitución» los periodistas y muchos celosos por la púb ica utilidad, lia° 9ut fiada <í |a pluma máximas de salud que han sido muy ap-^' $Qft didas, pero no adoptadas, de suerte que han sido lo mí$fl,° cer escribirlas que no escribirlas. Pero el buen español, el ci^ ^ dada no que quiere ser libre oyendo la voz de su debt t eí jjj incansable eñ la predicación de la verdad, y solo publicó' fe- rióla con constancia desempeña su obligación y de otra ma' it,Cg ñera no. Asi es que á pesar de la iuditerencia con que se e$ D mira la opinión de los constitucionales, no cesaré de rec¡<1' lQ ^ mar el cumplimiento de la íey. Cuando la justicia no ej¿f/ ^ -ce su imperio cual es necesario, el pueblo sospecha y hac¿ ^ bien en sospech ;r de la conducta de los que toman á su [car* go la administración de ella. Mientras ei pueb'o vea impuo^ L los delitos del traidor Elio, mientras la sangre de los trní' ^* dores no sacie la justa venganza del pueblo ofendido, raien* {¡Us; tras continué paralizada la causa fulminada contra los ase |)Q sinos de nuestros dignos hermanos de Cádiz debe suponef ^ el pueblo que hpy un hombre enemigo, que proteje la tiraní** c0t) v contra todo el torrente de la Nación heroica. De esta fa'* j ta de justicia y de la existencia de esta mano oculta, ufl* de tres rosas se infiere necesariamente, ó se piensa ampa' 1qs ^ indulto que no está en sus manos conceder. Pero yo espero de la vigilancia de los magistrados que no darán lugar á qu£ el monarca se vea precisado á recordarles que es de su obli' L. gacion el que se administre prqnia y cumplidamente ^ajuS'^^ titias y si asi no lo hicieren no se quien pueda afirmar que el r pueblo no se acordara per segunda vez de que en él resida fc^ la soberanía Nosotros somos generosos en demasía, y esta generosidad, Ueva con igo el exterminio de nuestro imperio* 1 K:sta rnal en tendida piedad, Jejos dé enfermarse con las má' p^j ximts evangélicas, t >tá en coniradiccipn con el espíritu de 1» morai cristiana. La caridad que tiene por obieíg eludir lajUS' .___,____ ^aü' ^laj no es hija del amor i los hombres, y por consiguiente ico j cs caridad verdadera. Para que esta sea eenroroie k lis joflí e^es eternas no debe traspasar los límites de la justicia, que 1)3° 0S ^a Dase fundamental de una república bien ordenada. Los latf' j e buscan contra la ley que les condenan el escudo de U ley, 'ÜS 1lue no dejaran piedra que no muevan para def* qU¿ kyl. ^d 'ev fundamental del Estado, y siempre ¿Htnturáa á bli' *i?n u¿ de la pauta, y á la seguridad del Rey, Pero ¿^ue uS' 1(¡s ^u<; temer un principe constitucional que está en medio» 2 el w !\ hijos? ¿Quien será el osado que se atreva á provocar ;id« fo.?:<íla ^ un Rey, siendo Rey de Españoles, y marchan- iSCJgfeg-renre de la carta constitucional? ¿Que fuerzas serán rio* |iujnt,rs oponerse á tuda una Nación que quiere ser libre? pá* hh.?U*¿ra 9ue 'ntente interrompti nuestra marcha ccostitu- sWtá. s menester que entienda piimero la gran ¿t&teocta juS' ^ ^ bafcattar por capricho de un monarca, a combitúruna Nación entera por la libertad de la patria. Cuando 1°' príncipes por resentimientos personales quieren lavar su afrcfl' ta con la sangre de sus pueblos, el soldado vá á la batat" desanimado y violento; mas cuando el ciudadano pelea en ^ propia defensa corre entusiasmado á la lid, precedido sierrfj?*' de la victoria. Todas las fuerzas de Europa no bastaron á ui»lf los eslabones de las rotas cadenas de la esclavitud cuando nación francesa proclamó su libertad. Nosotios seremos •! bres como los frauetses lo fueron, y el sistema mcrurqui^ consolidara para siempre la libertad que ellos no supieron con' servar Mientras te anime, Fernando, el espíritu constitución haremos ver á las potencias del mundo que al poderoso btW del Rey de España es fuerza respetarle como á invencib e Loi mejores baluartes de las naciones son los pechos d¿ los n3' cionalesj con semejantes muros no seremos torpes esclava en una Iberia Filipina, sino ciudadanos libres en la Espa^1 constitucional. Aleja de tu trono los hipócritas lisonjeros, / cérquenle solo varones íntegros y sabios que permanezcan |0' mobles en las varias vicisitudes de la fortuna, y á quieti^ no atufe el perfume que exhala el trono. Üo quiera que e$tí la verdad, alia es menester buscarla, que un hombre Vtraz tí" palacio es un don raro del cielo, y el mayor tesoro que p^' de encontrar un monarca, Mientras estos circunden el sów florecerá la agricultura, prosperará el comercio, adelantar^ las ctencias, y regida la patria por una sabia Constitución, $ Españoles seiáa saludados señores del uuiverso, i Reimpresa en Cádiz y por su oririwt en Méjico eií la rmpreff^ de D, Mariano Üntiveros, año de 1820.