INDEPENDENCIA. K AMARGOS FRUTOS QUE PRODUCE ESTE ARBOL. v--^-f E< sta voz que tanto alhaga la imaginación de aquellos hom- bres febles que no tienen previsión de lo futuro, ni han he- cho un formal estudio de la historia del genero humano llena de ejemplares harto costosos que prueban que el hombre ea común ó en individuo debe ser dependiente si quiere ser fe- liz sobre la tierra. Esta voz seductora, vuelvo á decir, se ha- ce tamo lugar en la imaginación de hombres inconsiderados ó falaces,; que la preconizan como el mayor favor déla fortuna el colocar un estado fuera de la dependencia de otro, sin aten- der que el misino esiado ai irigirse independente labra en las misuus autoridades que elige unas nuevas cadenas que deben su- jetarlo al ordeu, si acaso aquellas nuevas autoridades como no enseñadas á mandar iguales, y por esto mal obedecidas por ¡a insolencia de los subditos, no tratan de sostenerse á costa de ejecuciones rigorosas que comunmente vienen á declinar eo tira- nía, asesinatos y opresión. De esta infernal poliiica resulta que la masa general del Estado, para libertarse de los tiranos si.i con- cepto que la oprimen, muda de mandantes por el camino de la vio- lencia, hasta que viene á caer bajo la esclavitud de un solo hombre atrevido y mañoso que supo hacerse dueño de la fuer- za armada, con cuyo auxilio se hizo temer de la comunidad después de haber sacriíicado á la seguridad de su dominación á cuantos hombres creyó capaces de disputarle el mando. No * hay nación sobre la tierra que no ofrezca ejemplos de esta verdai: los reinos, las repúblicas mas bien sentadas se han Sujetado á estas terribles variaciones y sacudimientos por el de- 83ii iadü prurito de mejorar de suene con un gobierno imagi- nado y casero, sin atender al axiom:;, demasiado cierto, de que *o hay peor cuña que ta átí mismo pulo. En los terriioiios de pequeña extensión, es menos delin- cuente ej ridículo deseo de independencia, sin embargo de . que Siempre aa Estado independiente pequeño, viene al fin á ser pre-si de la ambición de otro mis grande su vecino. Toda la mul- titud de estados y repdbWeifl de la grande y pequeña Grecia, después de aniajfilfrse" entre sí con continuas guerras cayeron Dijo el poder ríe Roma: esta república soberbia y ambiciosa pe- redó ea Jatio Cesar: el grande imperio erigido por este, se vol- vió á dividir en machos reinos i (dependentes, y las dos Gre- cia» cayeron bajo el poder otomano, de modo que hace mu- chos siglos que aquella región ¡lustrada mas que ninguna de la tierra pereció con un eterno eclipse bajo el yugo de la media luna. Sin embargo de estas terribles lecciones que ofrece la his- toria de los hombres, todavía se busca en el mundo indepen- dencia, co no si ésta trajera' consigo la humana felicidad. As- pirar á ella un territorio muy extendido y dilatado, es una io'fp"é solicitud que debe producir la disolución de toda la par- te reunida. Esta terrible disolución la designó con demasiada claridad la astuta pluma del sofista Juan Jacobo Rouseau. Este impio en su Pacta social enseña que en tratándose de libertad' c independencia, una provincia no debe sujetarse á otra, ni una ciudad á otra ciudad: cada una debe ser independiente y eri- girse autoridades á su arbitrio; porque no encuentra razón para que un pueblo grande reconozca superioridad á otro cuando to- dos tienen en sí libertad c igualdad de derechos para hacerse sociedad sin depeudeucia agena, cuya dependencia tiene siempre el caráncer de humillación. Véase aqai co no aquel sofista tira á destruir lis sociedades, contra la gran máxima de Virtus 'imita fortior engalanando su pésima opinión con- las falaces voces de libertad é igualdad. Contra esta perversa opinión milita la máxima referida de que la virtud uuida es fuerte, y miliia también la razón de que si u n provincia no debe estar sujeta á otra, ni una ciudad a otra eijJad, el mismo aislamiento en que se coloquen las de- ja en t il debilidad que la que menos mu\i v proporción tenga liara sostenerse, debe al fin sucumbir ó so jet use á la mas'fuer- te'y miñosa y de este modo lo que desmembro aquella desatina- da' y bárbira opinión de Rouseau, debe volver por medio de una guerra desastrosa'á reunirse bijo u.ia d.:ra ley que se lla- me invasión por la parte menos poderos:.; tun lo que se da al través con la decantada libertad c igualdad que fue causa de la desmembración. Este es el espantoso cuadro que presenta la historia dé las naciones. En estas vicisitudes del capricho humano, unas ruc-j joraron de suerte; pero las mas empeoraron: casi toda la Afrie* y casi toda la Asia, coa la Grecia europea, cayeron en esta de-gradación hasta el extremo (se dice) de sufrir el mas bárbaro despotismo, y vivir contentos sus moradores en la triste condi- ción de esclavos, siendo sus vidas é intereses cemo propiedad del auio que ios domina. Tantas cuantas veces la Europa ilustrada ha atentado contra estas naciones que llama esclavas y barbara?, «tras tantas ha quedado desairada y ventida su ilustrada poten eia, porque ellas sin embargo de su para nosotros imaginaria «sclavitud, han sabido por las armas rechazar vigorosamente toda invasión de la fuerza europea, t.l cielo jamás autoriza la ambición que se apoya sobre la injusticia, y si alguna vez la apadrina, suele ser, ó porque acaso reclaman castigos á su justi- cia los execrables delitos de la nación invadida, ó porque quiere mejorar su suerte con darle un gobierno utas reglado que el que tiene. (*) En el suplemento del Noticioso de. México numero 733 •c ha dicho que el Ser Supremo, como autor soberano del uni- verso está obligado á mantener en él el orden que estableció. Los hombres podrán sobre la tierra turbar este orden; pero debe temerse que semejantes turbaciones produzcan mayores des- gracias que aquellas imaginarias que se trataban evitar con una» medidas poco conformes á la voluntad divina. El Señor siempre está dispuesto á dar favor á la parte en que halla menos malda- des, y asi, los sucesos humanos no se miden ni medirán jamas por la pjlítica humana sino por las disposiciones dtl Altísimo ganadas con la preciosa moneda de la viirud. Por esta fiel ba- lanza regla su justicia los sucesos. Fatigúense pues los políticos y publicistas cuanto quie- ran en dictar mejoras al género liumano; pero ti.tiendan que siempre que sus ideas no estén conformes con la divina ley y Í3S sagradas máximas del evangelio, ellas lejos de producir el bien que se proponen, solo acumularán mayores desgracias á U misma humanidad que se quiere hacer feliz. El hombre nació, no para serlo en la carrera del tieaipo, sino en el pais de la cttrni.lad. La tierra será siempre para el hombre un almacén <]ue lo provea á su pesar de miserias y cuidados: los placeres