LA BALANZA DE ASTREA Prevenciones políticas que hace d sus compatrio- tas el Representante por Querétaro en la Excma. Diputación Provincial de México. ■ i Tempore pacis, magis qüam belli^ "Republicae viget autoritas, ut jus habeat decernendi, quod ad tuen- dam civitatis tranquilitatem censuerit conducere. Ex apopht. Eras, de Repub. j i i.-1 ooá -i> ¿íí> te i lo i c i 3 j 20 n en *f* o sí***!-? y ^ *«** * t En las dulzuras de la paz, mas bien que en los hor- rores de la guerra toma fuerza la autoridad de la República para establecer con solidez cuanto sea conducente á conservar la tranquilidad de los ciu- dadanos. C^ueretános: cuando vuestros votos patrióticos me han colocado en uno de ios honrosos asientos de la Excma. Diputación Provincial de la gran México, Para promover vuestra prosperidad política á la par üe sus ilustres individuos, me habéis encomendadodesde luego una empresa árdua y difícil, superior á .bus débiles fuerzas. Pero ¿qué puede arredrarme, si considero que nada tiene el hombre que no Jo haya recibido de aquel principio increado de sabiduría y de bondad que he implorado en los primeros momen- tos de mi representación? Yo en su seno adorable he depositado vuestra suerte con toda la pureza de sentimientos que sabe inspirar el amor al suelo que me vió nacer, y por cuya felicidad daré cuanto me sea mas precioso. Nada ciertamente podrá debilitar es- te empeño que me habéis confiado, pero que al mismo tiempo exige de vosotros una obediencia pronta y eficaz á la ley Constitucional, cuyo órgano respeta- ble es csfaExcma. Diputación unida á su benemérito Mas para conducir esta misma obediencia por los verdaderos caminos de la felicidad social, . con la parsimonia y prudencia que exije la grandeza de su fin que muy pocos conocen, es necesario lle- var en la mano la Balanza de Astrea para pesar los "bienes y los males que acompañan á todos los esta- blecimientos humanos. Es necesario estár prevenidos de los riesgos que nos aguardan antes de llegar al templo de nuestra libertad verdadera, siempre suje- ta á las leyes de la misma libertad que la distinguen de la licencia y del desenfreno. Estas ¡deas se con' funden muchas, veces.en las grandes revoluciones qu¿ no son animadas por el espíritu de lenidad y de justi- cia, y nosotros como herederos del carácter español . que nos distingue de otras naciones menos felices eí iguales empresas políticas, debemos, como he dicho* llevar en la mano la Balanza de Astrea para nive'I lar nuestra Conducta con la ley de unión, de frater- nidad y de beneficencia. Debemos caminar con fren- te serena por las sendas constitucionales, arrostran- do á todos los obstáculos que nos puedan embarazar, y que voy á preveniros para facilitar vuestra glo- riosa marcha con la dignidad que nos ha de llevar á la mas firme posesión de nuestra libertad política. Evitad, pues, ante todas cosas el dar oído á los que pretendan persuadiros en la obscuridad de su hipocresía, que las sendas de nuestra Constitución no solo son erradas y que conducen al mal, sino que además están proscriptas por la religión que profe- samos como opuestas á sus máximas reveladas. No es asi ciudadanos, porque el pacto social que sirve de base á nuestra Constitución, es tan antiguo como el mundo desde que en él florecieron las sociedades establecidas en las gerarquias de la naturaleza. Su origen consiste en la desigualdad natural de sus in- dividuos para igualarlos á la ley de la comunidad, y sujetar los deberes particulares al espíritu común de este cuerpo moral con la beneficencia recíproca. La historia de los tiempos, la conducta del antiguo pueblo de Dios, y los maestros de la ley y de la doctrina evangélica nos lo han enseñado así, ape- sar del empeño con que unos sofistas supersticiosos é idólatras de sí mismos han procurado confundir estas verdades [ i ]. Ellos nos han hecho inclinar la rodilla ante un ídolo execrable, haciendo que los in- ciensos de la adoración se tributen de barro á barro, y que el santo nombre del Dios de Israel solo ha- ya servido para ocultar tanto sacrilegio. No, ciu- dadanos; tiempo es ya de que recobremos nuestra * $1primitiva dignidad. Volvamos ya á Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es del Cesar. Tributemos á Dios los sacrificios puros de nuestra dependen- cia eterna, como destellos inmortales de su divini- dad, y cumplámos al mismo tiempo con los pactos sociales que el mismo ha consagrado como legisla* dor eterno sin otro vínculo que la justicia y la fe^ licidad de estos seres divinos [2]. Si: sér divino es el hombre, criado para la gracia y la inmortali- dad, y nunca para la opresión y la esclavitud de las pasiones propias y agenas. Destinado para glo- rificar el nombre de su criador en la risueña luz de su existencia, y no para maldecir los dias de una vi- da desastrosa y abominada bajo el yugo de sus pro- pios hermanos. ¡ Justicia eterna! Cese ya el impe- rio del pecado y de la abominación, y brille entre nosotros la aurora de la gracia y de la caridad uni- versal. Haz que tus luces soberanas penetren hasta el ángulo mas reservado del entendimiento humano, y que no haya entre los españoles de ambos mundos un solo individuo que deje de conspirar á la confe- deración sancionada en el seno de la unión, de la fraternidad y de la beneficencia. Haz que todos co- nozcamos los derechos de la humanidad sin confun- dirlos con los del interés particular y el engrandeci- miento del orgullo y la ambición. Desgraciados aquellos que á pretexto de sostener los derechos inviolables de la divinidad, y defender las pre- rogativas de la Iglesia santa contra la cual jamás prevalecerán las puertas del infierno, no hacen mas que encender la tea de la discordia para abismarnos en los espantosos males de la anarquía. Estos, y los Ique se desviven por trastornar el orden de la socie- dad para engrandecerse en el desorden y vivir de nuestra sustancia como funestos vampiros, son dig- nos ciertamente del anátema universal de todos los hombres; pero aun debemos probar nosotros hasta donde alcanza el sufrimiento de la generosidad apo- yado en la moderación, mientras no llegue el tér- mino de invocar los terribles furores del Dios de las venganzas para castigar tantos y tan inveterados ul- trajes á su justicia eterna. Mas cuando esa malignidad funesta no pre- tendiera impedir los pasos de nuestra libertad civil, porque encuentre entre nosotros una constante uni-: forrr.idad de principios para resistir sus persuasiones; tenemos sin embargo que pesar en Ja Balanza de As- trea otro género de bienes y de males, que puestos en contradicción, ncs inducen sordamente á la ruina, pretendiendo dar mas actividad á nuestra carrera constitucional que Ja que pide la prudencia en todo nuevo establecimiento» Porque en efecto, ciudadanos, aun las virtu- des mismas tienen su límite en la práctica en el cual es necesario contener los deseos del bien, ci- mentándolos en la moderación que es el único ma- nantial de la riqueza, de Ja prosperidad y de los jú- bilos patrióticos entre individuos de una misma na- ción. Asi es que muchos claman por el cumplimien- to exacto y ejecutivo de nuestra Constitución en to- y cada una de sus partes, sin considerar que to- do nuevo establecimiento es tardío en las trasforma- C|ones. Ellos aman justamente la ley que tanto bien es proporciona, y ansian por unos goces que espe-6 raban mucho há en las opresiones de Egipto; pero ¿ se ha visto acaso qne en el orden físico ó en el moral se empiece por los fines, sin procurar y faci- litar antes los medios ? ¿ Podrá ser sólido un edificio nuevo, si se construye sobre cimientos antiguos de ma- teriales poco firmes y que estaban desmoronándose? Esto sería un error que nos abismaría en un caos inson- dable, y si tratáramos de guiarnos por él en nuestra si- tuación política, examinada en toda su extensión con ojos ímparciales, ¡ desgraciada sociedad, libertad mal- hadada, muy distante de la ley que nos lleva á nuestra propia conservación! Si se tratara de establecer puramente las ba- ses generales de nuestra Constitución que conformes con el derecho natural y de gentes, son comunes á toda sociedad, entiendo que no seria difícil, como no lo ha sido entre nosotros la adopción de sus princi- pios} pero como la práctica dista muchísimo de la teoría en razón de las diferencias morales de los individuos, y su anterior situación política diferen- te también por sus circunstancias topográficas, usos y carácter genial; la prudencia exije que los prác- ticos ó encargados.de la ejecución de aquella ley primitiva la acomoden con prudencia y madurez al carácter y necesidades de los subditos, sin perder de vista el objeto liberal que la ha dictado. Porque, es innegable, que la salud del pueblo es la primera ley de las sociedades, anterior á las constituciones mejor meditadas y mas antigua que las sociedades mismas. No tiene principio esta ley, ni tampoco tendrá fin porque es de la misma naturaleza, y la naturaleza es Dios, causa de todas las causas, f 3 Ique nos inspira nuestra propia conservación junto con la prudencia y la razón para que examinemos el bien y no nos engañemos con el mal que se nos presente con apariencias de bien. Una Constitución contraria á las habitudes antiguas de una sociedad aun suponiéndola naciente, reducida y uniforme en sus costumbres y opiniones; todavía me parece que seria necesario el tiempo por lo menos para amol- dar los ánimos á la nueva ley de la comunidad. Esta es una verdad que palpamos en ei recinto de la Península, donde ha sido necesario ilustrar para constituir, y se ilustra y trabaja aun asiduamente, . para practicar lo constituido, porque no todos los ' ánimos se acomodaron tan de improsivo al nuevo sistema, sea por sus intereses encontrados ó por sus opiniones divergentes, como se manifestó en los seis años intermedios de su gloriosa regeneración. En efecto toda ley en razón de ley, no solo prescribe . reglas de conducta, si que también reprime deseos y sujeta pasiones individuales, porque cada hombre es un mundo abreviado, como decia un filósofo; su- jeto á la diversa combinación de sus elementos y giros climatéricos. Y si se me concede esta -verdad, no se como pueda justificarse el delirio de querer que en una Monarquía tan vasta como la Española que acaba de sancionar una integridad de unión po- lítica con estos reinos, constituyendo una gran fami- lia de hombres libres, sujetos antes á la férula del despotismo; pueda acomodarse tan de. improviso á . las maneras secundarias del nuevo sistema de inversión . contraria al antiguo. En dos mundos topográficamen- te separados, aunque por otra parte enlazados con el8 vínculo de la sangre, de la religión y del carácter na- cional, deben considerarse ciertas diferencias en las costumbres y los usos, que aunque no puedan alterar en un ápice los axiomas constituidos comunes á todos los pueblos, exijen por lo menos, las correspondientes diferencias en el modo, en la organización del go- bierno, y en el giro que deba dárseles conforme con nuestras diferentes necesidades [3]. Mucho mas , cuando estas se aumentaron en razón de las distan- cias que nos separaban del manantial de la justicia, ó del solio de nuestros Reyes, que nada veían, sino lo que estaba al antojo ó la codicia de los áulicos y sus corresponsales. Pero cayeron los prestigios funes- tos, alumbró la luz de la sabiduría, desaparecieron las sombras de la esclavitud y de la ignorancia, habló la naturaleza y estrechamos nuestra fraternidad, ¿qué nos resta ? Combinar nuestros intereses comunes y arre- glar los especiales: he aqui la obra de la justicia asen- tada ya en las bases de la Constitución; pero es ne- cesario convenir en que sus giros, para ser justos y acertados, deben ser el efecto de la meditación que se procura ya en el cuerpo legislativo á donde aguardan á nuestros representantes, y debe ser obra del tiempo que supone una esperanza tranquila y sufri- da, cual la de una tripulación que surca las ondas del anchuroso mar, sujetándose á las incomodidades y privaciones de un viaje trabajoso, alentado con la seguridad inviolable de que llegando al puerto de.su derrotero, solo ha de ser para gozar el fruto de sus afanes, sin que nadie pueda disputárselo. Sí, amados conciudadanos: seamos mas cau- tos y prudentes en la marcha de nuestra libertad po-9 lítica y hagamos alto cuando se nos presente el mas mínimo precipicio, para vadearlo con acierto, porque en las críticas circunstancias en que se dictó y adop- tamos los españoles de ambos mundos, esa guia ce- lestial de nuestra Constitución, no pudimos preveer los secretos obstáculos, ni el tiempo y ulteriores su- cesos, pudieron dar lugar á tan vastas atenciones. Aguardémos con serenidad la organización de nues- tro Gobierno Constitucional en las atribuciones ex- clusivas y legítimas de Jos Gefes políticos, milita- res y judiciales: en el arreglo de provincias, parti- dos y pueblos para sus legales representaciones, au toridades, y diputaciones gubernativas, y procure- mos examinar con las instaladas en la premura de nuestra situación, la geografía, las necesidades, los vicios y habitudes contraidas en el sistema anterior, la ilustración y preocupaciones, y la capacidad res- pectiva de los pueblos para los objetos de comer- cio, industria y producciones naturales, y entonces podrémos dar á nuestro nuevo sistema toda la am- pliación de que es susceptible bajo los principios segu- ros de un gobierno municipal acomodado á nuestras costumbres y circunstancias de unión con la madre pátria, y de economía política proporcionada á nues- tras mutuas relaciones. Cuando asi trabajemos todos, y no nos entretengamos en declamaciones estériles y tal vez perjudiciales, iremos aplicando con mas ex- tensión aquellos benéficos axiomas de beneficencia y libertad que hemos jurado á la faz del universo, y 9l'e ni el fuego ni la espada serán capaces ya de Arrancar de nuestras almas. No escuchemos, pues, el grito imprevisivo de 2IO algunos que claman por la abolición intempestiva de estancos, y otros impuestos sin haberse antes sustitui- do los recursos para la subsistencia del Estado que pre- viene la Constitución, porque sin erario no hay go- bierno, y sin gobierno nada tenemos que esperar. El arreglo de las contribuciones directas, y los proyectos para establecer fondos de propios y arbitrios en los Ayuntamientos que han de fomentar la prosperidad de las poblaciones grandes y pequeñas, y han de pro- porcionar el franco giro de la administración de jus- ticia en los juzgados de primera instancia con letra- dos de ciencia y providad, no es obra del momento. Otros quieren el muy pronto arreglo de las comandancias militares que tanto han gravitado so- bre los pueblos con el enorme peso de las contri- buciones de guerra y las exacciones arbitrarias á que ha dado lugar el desorden de la guerra civil, que hemos sufrido; sin considerar que esto depende de la organización de la milicia nacional local que de- be responder de la tranquilidad interior y exterior de los pueblos, encomendándose á los ciudadanos que precisamente estén en el ejercicio de sus dere- chos, y sin nota alguna que los haya suspendido ó hecho perder con arreglo á los artículos 24 y 25 de nuestra Constitución, porque no han de manejar otras armas que las del honor, de la justicia y de la paz, y nunca las de la venalidad, del extermi- nio y de la opresión que han cubierto de horrores nuestro hemisferio, y ya es visto que la instalación de estos cuerpos, que serán la gloria de Ja patria, tampoco es obra de un dia atendidas las circunstan- cias de penuria y carácter de los pueblos. III Otros se desviven por la, ejecutiva cesación de hostilidades para con Jas cortas reuniones que han quedado de nuestros hermanos disidentes; pero no atienden á que son muy raros Jos Luaces cuya beneficencia y virtudes públicas experimentáis voso- tros en esa ciudad de paz, y son muy pocos los "Orrantias, Castros, Llanos, Águirres y Linares, que "á ejemplo del inmortal Apodaca, llaman con el ra- mo de oliva á nuestros errantes conciudadanos pa- ra forzarlos, por decirlo así, á admitir su sanciona- da libertad y reunirse á su verdadera pátria que es lo que han buscado en el estrépito de las armas, ex- puestos al funesto choque de muchos egoístas fasci- nados que entre ellos mismos prefirieron el robo y la venganza al patriotismo virtuoso de los que obran por razón y por principios, siendo este mal común á uno y otro partido, cuyas reliquias permanecen aún. Porque no hay duda conciudadanos; ni noso- tros, ni nuestros hermanos de Europa, hemos teni- do pátria, cuando el egoísmo maléfico nos habia su- mergido en un caos de abominaciones y de vengan- zas; pero con qué júbilo tan enérgico podemos de- cir que la tenemos ya unos y otros, cuando esta deliciosa confianza ha inundado nuestras almas con las dulzuras celestiales que rebosan en el ósculo de Pa? con que nos hemos unido olvidando nuestros recíprocos males. «Porque en verdad el primer efecto del espí- r'tu de apatía que produce la esclavitud es, como ^•ee un sabio español [4], la aniquilación de las fuerzas morales del hombre, el concentramiento de todas sus facultades á los objetos de interés indivi- *12 dual y la separación absoluta del resto de los ciu- dadanos, y de los negocios públicos, así también el primer efecto del espíritu de libertad que inspiran los gobiernos liberales, es la reunión de todas las volun- tades hacia los objetos de utilidad común y del bien de la pátria. El hombre sacrifica entonces con gus- to su tiempo, sus tareas, sus intereses, su vida mis- ma por la salud de sus conciudadanos. El sentimien- to íntimo de que cuantos sacrificios haga cederán en bien y gloria de su posteridad, hace que se reúnan todas las pasiones dulces y fuertes del corazón hu- mano para producir las virtudes y el heroísmo.tc ¿Y podrémos cimentar nosotros este cúmu- lo de gloria reservado solo á la moderación y á las luces en la divergencia de opiniones y en los furo- res de la discordia? Bien sea que nuestros brazos se armen contra los usurpadores de nuestra libertad y que se proclame el anatema publico contra los in- fractores de la ley; pero cuando la razón y la jus- ticia enlazan mutuamente nuestros intereses en una sociedad de héroes que en ambos hemisferios han manifestado cuanto se puede sacrificar por conser- var la /ibertad, y buscar una pátria que ha de ser ya el teatro de las virtudes mas sublimes, ¿ du- darémos en arrojar los puñales muy lejos de noso- tros para consagrarnos á las pacíficas meditaciones de la ley que nos ha de hacer felices, é ilustrar h práctica de nuestra oNediencia fraternal)? ¡ A.h! No permita el cielo que volvamos á ver en nuestros paí- ses las horriMcs escenas de Guanajuafo, las Cruces, Calderón y Valladolid, ni que tornemos já ser testigos de las catástrofes lastimosas de Saravia y de Morelos»Jamás olvidemos que la historia de las batallas y de los sitios no es otra cosa que la triste cronología de las lo- curas y de las desgracias de los hombres; y que la his- toria de las constituciones de los estados es la época deliciosa de su felicidad y su sabiduría. Esta no ne- cesita de fuerza armada, sino de libertad, de unión, y de obediencia pronta á la ley que asegura la sa- iud de los pueblos, y que estrecha sus relaciones de paz y de amistad. Los hijos de Israel, dice la Es- critura, se juntaron todos para pelear contra los de Rubén y de Gad, mas habiéndoles enviado antes diez Embajadores para oir sus razones: los de Rubén y de Gad dieron satisfacción, y todo el pueblo de Is- ; raei se pacificó. (Jos. c. 22. t. 11.) ¿Y qué embajada mas solemne para con nuestros disidentes ciudadanos i que esa ley de libertad común y ese testimonio eter- l no de la confederación universal que unirá para siem- pre ios vínculos sociales de Rubén, de Gad y de Is- Jael? i Pero nosotros, nos dicen, tememos ser enga- i nados: una larga série de sucesos nos ha hecho co- nocer que se promete y no se cumple, y que el r despotismo no hace mas que variar de formas espe- ciosas para oprimir á su salvo: se dictan leyes de be- neficencia, se promulgan; pero no se cumplen, ó sí :s se cumplen se olvidan pronto, 6 se quebrantan im- 1 punemente. Ee aqui el idioma de la desconfianza que o ciertamente indujo la impolítica de los gobernantes i- de esta América en los primeros momentos que se 5, nos ofreció la carta de libertad, abolida por fin en >s el aciago año de 814. ¿Pero acaso padecieron me- s. nos nuestros hermanos de Europa que también ha-i4 bian derramado su sangre por asegurar el imperio de ese paladión divino? Una misma ha sido nues- tra suerte, ciudadanos, y uno mismo debe ser hoy el interés en sostener nuestra unión y libertad. Esos prestigios han desaparecido ya cuando el inmortal, ei incomparable Fernando vir. se ha sujetado á la ley con juramento eterno, y ha ratificado el pacto so- cial con los españoles de ambos mundos. »Ka- da os ha producido vuestra antigua escisión, nos di- ce en su proclama, sino lágrimas y dolor, desenga- ños y amargura, turbulencias, enconos, partidos en- carnizados, hambres, incendios, devastación y hor- rores inauditos: el indicar solamente vuestras des- gracias bastará para espantar á las generaciones fu- turas. ¿Pues qué esperáis? Oid la tierna voz de vues- tro E.ey y Padre. Cese el inquieto y receloso cui- dado que os agita, y cese el encono con las circuns- tancias que lo produjeron dando lugar á los senti- mientos tiernos y generosos.....con las armas en Ja mano no se terminan y arreglan las quejas de in- dividuos de una propia familia; depongámoslas pa- ra evitar la desesperación y el riesgo de oprimirse y aborrecerse. La Nación entera tiene este voto, y me facilitará todos los medios de triunfar sin vio- lencia de los obstáculos que se han interpuesto du- rante las calamidades públicas. Hemos adoptado un sistema mas ámplio en sus principios y conforme con el que habéis manifestado vosotros mismos......Las Cortes cuyo nombre solo es un dulce recuerdo de sucesos portentosos para todos Jos españoles, van á juntarse: vuestros hermanos de la Península espe- ran ansiosos con los brazos abiertos á los que ven-i5 gan enviados por vosotros para conferenciar con ellos como iguales suyos, sobre el remedio que necesitan los males de la pátria, y los vuestros particular- mente......¡Qué de bienes, qué de felicidades, pro- ducirá esta deseada unión! El comercio, la agricul- tura, la industria, las ciencias y las artes pondrán su mas brillante asiento en ese pais afortunado que no sin razón se considera el mayor prodigio de la naturaleza; y al abrigo de una paz inalterable, fru- to precioso de la concordia, que pide incesantemen- te la justicia y aconseja la política de un Gobier- no constitucional común para todos, que ya no pue- de ser injusto ni arbitrario, os elevareis al mas al- to grado de prosperidad que han conocido los hom- bres. cc ¿Puede darse acaso garantía mas terminan- te de nuestra felicidad política, cuyos giros se en- comiendan á nuestros propios conatos para cimen- tarla por medio de nuestros representantes? No, ciu- dadanos, nada tenemos ya que dudar} trabajémos, Pues, para cimentar el bien de una pátria tan feliz 7 dejar á nuestra posteridad un patrimonio dicho- so que aliente sus virtudes patrióticas. No abando- nemos nuestra suerte al capricho de la ignorancia y del error. Obedezcámos á Jas autoridades constitui- das iluminando al mismo tiempo los pasos magestuo- s°s de su atribución para cerrar Ja brecha á la licen- Cla y á la arbitrariedad. Sea la libertad de imprenta el freno de ese monstruo desolador} pero al mismo tiempo *0rrnemos la opinión pública con los principios de unión y de beneficencia que ha de ser el alma de las vir- tudes sociales y la base de nuestra riqueza y pros-i6 peridad. Formar un partido único nacional, cimen- tado en la moderación de las costumbres, con el tra- bajo y Ja ilustración, en la subordinación á la ley con el candor y la confianza, y en el sacrificio de los intereses personales por el bien general debe ser el objeto de los escrirores ilustrados. n Ciudadanos: el puente está viejo, decia Mi- rabeau á los legisladores franceses, y es preciso ha- cer otro nuevo; pero antes de construirlo no der- ribemos el antiguo, si nó ¿ por donde pasaremos en- tre tanto?" Esta sabia máxima debe ser el ñor- te de los escritores, para moderar la impaciencia de los que todo lo quieren de un golpe. El respetable cuerpo en que vuestra confian- za me ha colocado, con los sabios y virtuosos pa- triotas representantes de otras provincias unidos al Gefe superior que representa al mas amado de Jos Reyes, no lleva ni puede llevar otro espíritu que el de la beneficencia y prosperidad nacional, que imperiosamente exijen nuestras circunstancias políticas; pero advierto que necesita otras luces y recursos, que no se pueden hallar en las declamaciones ni en lo5 partidos de interés y de opinión. Una sola mirada que he podido extender sobre el estado de nuestra* necesidades locales, me ha presentado un cuadre terrible que hubiera arredrado á otro corazón me' nos decidido que el mió á sacrificarse por el bieí de sus hermanos, y que seguramente seria mas' es- pantoso si no hubiera trabajado tanto nuestro ExcmO' señor Presidente, con su vasta práctica en asunto-' de gobierno [5]. Mis cortas luces solo podrán Jk var alguna fuerza, unidas á la de estos sabios ilu*tres que acreditan la mas acertada elección de sus conciudadanos; pero me temo que no han de ser has- y tantes para reponer por sí solas, las enormes ruinas le que ha causado á nuestra patria la funesta guerra tv civil que nos abismaba ya, y menos para hacer per- cibir tan pronto como se quiere los frutos del sis- i- tema benéfico que hemos abrazado con tanta satis- i- facción, si los sabios economistas no retribuyen á r- la patria las luces que les exije en unos momentos i- tan críticos. [6]. t' Trabajémos, pues, conciudadanos, y curemos le ante todas cosas las profundas heridas que recibió nuestra patria en la época de sus desgracias, derra- n- mando sobre ellas el bálsamo de nuestros pacíficos a- sudores. No lo aguardémos todo del Gobierno sin al auxiliarle con nuestras luces y virtudes, como lo í» . .'v) ' >WI b luo» gttoü n ¿BftsJlt « nb y nd no 3i8 NOTAS. (t) El sr. Martínez Marina, canónigo de S. Isidro de Madrid en su obra sublime de la teoría de las Cortes, reúne cuantas luces pueden desearse sobre el particular. La socie- dad civí!, dice al folio xxvi de su prólogo, es efecto de un convenio, estriva en un contrato del mismo modo que la so- ciedad conyugal y la sociedad doméstica.....no omitiré, aña- de, el testimonio de un grande hombre, y cuya autoridad á nadie puede ser sospechosa, la del príncipe de los teólo- gos escolásticos Santo Tomás de Aquino, el cual en la edad media, época mas remota de la del nacimiento de la nueva filosofía, y como quinientos anos antes que el ciudadano de Ginebra publicase su celebre obra, establece el contrato so- cial como el fundamento de la sociedad política. Lib. i. c. 6. de regimine Principian. (2 ) » El mismo Dios y criador de los hombres, con- tinúa el sr. Marina, habiendo determinado formar un puc blo, un gobierno político, y una república, la primera que hubo en el mundo, y por ventura el modelo de todas las demás, puso por cimiento y base de su Constitución, el contrato so- cial. S. Pablo dice: que habiendo Moysés hecho leer en pre- sencia del pueblo el libro comprehensivo de las condiciones de alianza, cogió una porción de sangre de becerro y de ca-" brito mezclada con agua, en la que mojó un hhopo, rociÁ con él el volumen y dijo al pueblo: este es"el signo de alian' za que habéis hecho con Dios. El solemne pacto hecho en ¿ desierto entre el supremo y soberano Sér y los Israelita*' muestra el aprecio que la misma divinidad hacía del liorn' bre y de su libertad." Hasta aqui el sr. Marina; pero dC be notarse muy particularmente, que si la soberanía, ó 1" que es lo mismo, la facultad de establecer la forma de lo* gobiernos y dictar las leyes que han de dirigir la conductí moral y política de Jos hombres, reside en la nación ó si- ci" putados en Cortes. m (5) Algunos atribuirán á adulación esta aserción ingé- 0 nua que puedo demostrar cen hechos palpables. aí¡ (6) La corrupción de tcstunbres y la pobreza son los rm dos monstruos que tenemos quecembatir ermo inevitables con- le/ secuencias de tcáa revolución cerno la que hemos sufndo. lí El primero se combate con las armas de la religión que pe- lo* «erran hasfa les mas íi.t n os secretos del corazón humano ct> que no pueden, ocultarse á la justicia eterna; y á sus sagra- so' dos ministros j;eremece esta lucha. El segundo se rendirá pol con nuestro* paiánuos trabajes, cea la economía, y con la J20 proscripción del lujo devorador, sustituyendo en su lugar el amor á !a patria que sabe sobreponerse á todos los intereses particulares, y á todas las pasiones bajas, y solo se alimenta de la virtud, del honor, de la fraternidad y de la beaefi» cencía. Algunos creen neciamente que nuestros hermanos de Europa son mas •felices que nosotros en esta parte, y que la Constitución derrama ya sus benéficos raudales por todos los extremos de la Península, y que solo nosotros somos los desgraciados porque no percibimos prontamente tan preciosos bienes que exclusivamente dependen del tiempo sin que nadie en la tierra sea capaz de violentarlo. Los que quie- ran desengañarse para no sembrar equivocaciones perjudicia- les cotejen el estado de la América con el de la Península, diestramente pintado por el citado sr. Marina en los párra- fos 3 hasta el 7. del c. 13 tom. 1. de su obra indicada, pág. 112. ADVERTENCIA. Aunque estas prevenciones políticas se han dirigido en particular á los Queretános, su objeto habla con todos los habitantes de América. í tu to as se pr su te m lit su ve sei MEXICO: 1820. En ¡a oficina de I). Juan Bautista de Jlrizpe. ho se Ve: 1