CARTA AL QENERAL D. Antonio Quiroga, dirigida por D. Gregorio ¡IJgelles, vindi- cándose de las calumnias con que D. Nicolás Santiago Rotalde h zahiere en su Manifiesto. Mi General: Reposaba lleno de satisfacción con la idea de que V. S. estaba cerciorado por ciudadanos beneméritos, y que gozan de su confianza, de la conducta patriótica que observé en Cádiz la célebre noche del 34 de Enero del pre- sente año : mas célebre por las novelas á que ha dado lu- gar , que por la utilidad que produjo en beneficio . de la Patria el acontecimiento verificado en ella. Contento con la aprobación del caudillo de los restauradores de la libertad española, no aspiraba á que mis designios y hechos por la misma causa tuviesen la publicidad de la imprenta, cuan- do el Manifiesto del Coronel D. Nicolás Santiago Rotalde, con apariencias de informar á V. S., vino á turbar mi tran- quilidad 1 y a' obligarme á ser historiador de mí mismo. Pues- to en este 'estrecho , en que jamas temí que ningún hom- bre fuera osado á colocarme, referiré con sencillez y ver- dad la parte que tuve en los sucesos de la célebre noche enunciada, protestando que solo la necesidad de rebatir las imputaciones calumniosas del Sr. Rotalde contra mi repu- tación me mueve á llamar la atención de V. S. y del Pú- blico ácia mi persona, la cual ¿como podia ser bien vis* ta de aquí en adelante si dejaba pasar impunes las infa* mes notas de cobarde y defraudador?El primer ultrage que el Sr. Roíalde me hace es lla- marme á secas D. Federico Duelles, sin dignarse de nom- brarme con el grado de mi clise, el cual le consta muy bien con motivo de los procesos formados en Barcelona á causa de las miras patrióticas del General Lacy. Tampoco ignora la antigüedad de mis servicios, Ja calidad nada vul- gar de ellos , y las muchas heridas recibidas en defensa de la Nación con que está señalado mi cuerpo. Algunos años antes que le hubiese pjdido pasar por la imaginación entrar en la carrera militar, ya habia estado yo de guarnición en esta Plaza con el batallón de Gerona en que servia. No puedo jactarme ciertamente de haber empezado á mi- litar con el grado de capitán ; pero puedo hacer alarde honro- so de haber dado principio á mis servicios por las tres cla- ses que abren la puerta á los honores de la noble profe- sión de las armas. Fui simple soldado, lo fui distinguido, y últimamente, viendo mis padres mi empeñada resolución en seguir la carrera de las armas , dispusieron que sirvie- se condecorado con los cordones de cadete, quedando con el sentimiento de que siendo hijo único , y con aptitud de go- zar tranquilamente de sobradas conveniencias , me espusie- se á las fatigas y riesgos de la vida que abrazaba coa tanto ardor. Por modesto que sea un hombre (y yo me tengo pot tal) la memoria de ciertos méritos contraidos induce una tal elevación de ánimo, que difícilmente se humilla á que- rer reconocer por superior á otro que no le iguale, si no le escede en merecimientos. A veces estos están disminuí* dos por la calumnia, y otras veces exagerados por la preo- cupación de los ignorantes ó parciales. Sea como fuere de la aplicación que de esta máxima se pueda hacer á las pren- das que adornen ó- defectos que desluzcan Ja persona del Sr. Kotalde, confieso sinceramente que de ningún modo quería asociarme con él para la operación del famoso 34, por mas esfuerzos que para vencer mi repugnancia hácia el alférea da navio D. Olegario Cueto. Me asistían motivos poderoso» para bo ceder , teniendo presente los sinsabores que el Sr. RotaJde padeció en Barcelona á costa de alguna sangre por la nota con que era mirado de poco afecto á los designios generosos con que el General Lacy y tantos valientes com- pañeros suyos meditaron la salvación de la Patria. Sin em- bargo de estas amargas consideraciones, cuyo fundamento no pude apurar en aquella sazón á causa de hallarme preso en la ciudadela de Barcelona, y á pesar de no tener for- mado el mas alto concepto de los talentos del Sr. Rotalde para dirigir y llevar á cabo una conspiración tan importan- te , la amistad de Cueto y los deseos de contribuir al bien de la Nación hicieron que diese mi palabra de avistarme con dicho señor. De la conferencia que tuve no saqué laa mejores consecuencias para prometerme un feJiz éxito; y por tanto quise separarme de una asociación, cuyo gefe iba á precipitarnos. Solo Cueto y el ayudante del General Riego D. Joaquín Perec, á quien tenia en mi casa el día que regresó á la Isla, me impelieron á confiar en que el pian tendría el buen resultado que apetecíamos, atendido el gran concepto y alto predominio que el Sr. Rotalde nos maní-' festaba tener en todo el pueblo de Cádiz. Consideré tam- bién que en fuerza de tantas prevenciones y de lo delicado de la materia obraría con madurez , circunspección y sigi- lo ; y que si en el acto de poner mano á la egecucion de la grande empresa ocurría algún incidente contrario á lo que habíamos previsto, se aconsejaría al punto con al- guno de nosotros para variar el plan según las circunstan- cias y las fuerzas disponibles. El ansia de conseguir con cualquier instrumento la Jiberdad de Cádiz me cegaba, te-; niendo tantas premisas del malogro de la empresa, pues en las reuniones de varios sugetos que hubo sobre ella, noté en Jas que yo asistí, que ¡as conversaciones se reducían á muchos proyectos, y finalizaban sin concluir nada, á pesar de Ja continua peroración drl Sr. Rotalde, que siendo el que proponía y resolvía, debió haber procurado que se es- tableciese en virtud de sus arengas algún acuerdo formal;■ N por cuyo motive «aliamos Cueto y yo a* poco incomoda* dos de tales juntas. Como son pocos los panegíricos en que los elogiado- res no luzcan su habilidad con detrimento de la reputación de algunos para realcar mas las prendas de su héroe, el Señor D. Nicolás Santiago Rotalde que tomó á su cargo dis- pensar coronas cívicas á ciertos sugetos que poco ó nin- gún mérito contrageron , fue i buscar el contraste en No- boa, que justamente merece la execración pública, y en mí» que por mas que omita mi grado y desfigure mi apellido, sunca seré reputado sino por un celoso y arrojado servidor de la Patria. Los cargos que me hace son dos ; pero de tan- ta entidad, que si fueran ciertos, no merecía ni alternar con mis compañeros de armas, ni vivir mas en sociedad con españoles. Me imputa ea su Manifiesto que ofrecí 500 hom- bres. Es indudable que conté, y así se lo referí en los mismos términos, con este número de gente para egecutar una revolución proyectada y dirigida por mí con mucha an- telación á la ruidosa del 24. D. Olegario Cueto que estaba en el secreto de mi designio, tiene hablado á V. S. acer- ca de él, y me remito á su narración. Por lo que hace i mi oferta, 80 españoles solamente fueron los que me obli- gué á presentar la noche del levantamiento que trazaba el Sr. Rotalde. Habiéndose dilatado su egecucion, hice presente á Cueto y i D. José María Gutierres de la Huerta que la gente se habia enfriado con la demora , y que solo conta- ba con unos 40, no bastando mis excitaciones, ni los gas- tos de mi bolsillo y del de otros, para mantenerlos á todos fir- mes en el propósito de ayudar á la salvación de la Patria. Catalanes eran por la mayor parte mis parciales , y nin- guno estrangero. Sepa D. N. Santiago Rotalde que he hecho gran parte de mis estudios, y los mejores, que son los do matemáticas, en Francia. Como á ellas agregué nociones de economía política, y bastante afición á la Historia, ad- quirí sobrados conocimientos para no incurrir en la necia fealdad de .proponer á ninguno que no fuese .español se .men- tíase en asuntos que directamente no le pertenecían. ¿Que entusiasmo habia de prometerme de unos estrangeros en la árdua empresa de aventurarlos por establecer, restaurar, 6 consolidar los cimientos de la felicidad de otra nación ? Los mercenarios no tienen patria. Para volver por el honor de ésta se requiere un punto tan subido de ardor por la fe- licidad del suelo nativo, que á veces los mismos naciona- les , como vivan á espensas de la opresión, no sienten ni una centella de aquel incendio divino que inflama á los que no tienen mas interés que el bien que les toca en la pros- peridad general. Efectivamente 40 españoles asistieron por mi parte á la revolución del 24. De los constantes hasta el fin hubo alguno que se distinguió por su valor ; ninguno fue inferior ai mejor de otras partidas , y algunos sellaron con su sangre la firmeza de su resolución. D. Francisco Beroés recibió en el pecho dos culatazos de fusil por un soldado del regi- miento de la Lealtad , al retirarme del rastrillo de Puerr fa de Tierra haciendo fuego con seis hombres ¡en frente de los Pavellones de S. Roque. De resultas de los golpe» murió Bornes, joven fino y acomodado, -del comercio de Bar- celona ; y por consiguiente que se me agregó por amor á ]a Patria, y no por interés pecuniario. A mi lado fue he-r rido de un balazo Francisco Fernandez, el cual falleció después. Otro patriota, de quien corren voces de que ere panadero, fue herido mortalmente cerca de mi. Cuarenta hombres , repito, presenté con varias adicio- nes de gente de la misma clase. Ademas : jóvenes de la es- fera mas distinguida y de un brio admirable, se me jun- taron en fe de mi buena reputación, prefiriéndome, siendo forastero , al Sr. Rotalde , que es natural de Cádiz. Mns de los 40 hombres tuve á mi disposición y obra- ron bajo mis órdenes aquella noche. El benemérito ciu- dadano D. Ramón Bujan de Castro me presentó 50 con- trabandistas, que eran los mismos que en grupos bien or- denados por mí, y no por el J5r. Rotalde., se hallaban des-de las 7 de Iá noche en la plazuela de la Cruz de la Verdad. Entregué diez onza^í d« oro al gefe de ellos Isi- doro Aldaiturriaga, conocido por el Vizcaíno, en presencia de dicho Castro y del regidor D. José Diez Imbrechts, deducidas de las doce que recibí de mano de D. Nicolás Santiago á la caida de la tarde de dicho día 24 en la puer- ta del Mar. Estos contrabandistas , cuya colocación y buen ór- den se atribuye el Sr. Rotalde , quizá porque en el po- co tiempo que presenció el fuego observó que de ellos no asistieron doce, venian armados de trabucos y escopetas. No to- dos. Unos cinco ó seis, entre los muchos que carecían, de armas, entraron en el Parque á proveerse de ellas al mis- mo tiempo que los soldados de Soria se apoderaron de dos caííoncitos. Las armas que los contrabandistas tomaron fue- ron unos malos y mohosos sables. i Ya he dicho á V. Si que Jos grupos bien ordenados que se apropió el Sr. Rotalde , no debieron á este su presen- tación. Ahora añado que también por mi buena fama se ve- rificó la presentación de nuevos cooperadores. D. Félix Lema, ciudadano digno del aprecio de la Nación , me ofreció di- cho dia 30 hombres, á los que me consta gratificó bien de su bolsillo. No se quedaron sin obrar y sin padecer, como Jo testifica la cicatriz de un bayonetazo dado en el pecho 3 D. N. R wnirez , uno de ellos. De suerte que no puedo comprehender con qué arte el Sr. D. Nicolás se ostenta al Pú- blico como enganchador de contrabandistas, cuando si algunos de estos estuvieron próximos á seguirlo, desistieron en vista de que 110 los gratificaba : lo que infiero del aviso que dos veces me trajo D. Manuel de la Vega, diciéndome que una porción de contrabandistas que esperaban en la plaza de S. Antonio para to- mar parte activa en la empresa, se detenia porque no se Jes gratificaba. Yo le respondí que sentía mucho no hallar- me con medios de incitarlos i obrar en compañía de mi gene- re, para la cual solo habia recibido el dinero del Sr. Ro- talde, y 20 onzas en oro del Sr. Diez Imbrechts, y to- davía no podia valuar á cuanto ascenderían los gastos con / la gente que había, convocada por mf y en mi nombre. A este propósito me ocurre deshacer la equivocación que D. Edmundo Shelly padeció en su cuenta por lo respecti- vo á la partida que supone me entregó. El Sr. Rotalde, des- pués de haberme dado las doce onzas , me previno fuese á casa de Shelly por el dinero restante. Lo verifiqué. No que- riendo yo recibir el dinero que Shelly me daba en plata, lo entregó á mi vista á D. Manuel del Castillo para la ca- ballería , y me embió á casa del Sr. Diez Imbrechts, de quien recibí las 20 onzas referidas. De estas entregué doce al capataz de cuadrilla Jaime Gros: dos se repartieron en monedas de dos y cuatro duros a' ios paisanos que se ha- llaban en las tabernas inmediatas, cuyo cambio para pagar la bebida me hizo, á las 7 i de la noche, la dueña del ca- fé de la Victoria. Benito Calvet, que se halió de mi órden con 8 hombres en la calle de la Botica, y acudió con ellos al llegar la tropa de Soria á los paveliones, recibió de mí en el acto dos onzas de oro para repartir á su .^ente. Des- pués de frustrado el golpe, y verificada la dispersión de los patriotas , entregué otras dos onzas á dos de eilos par ra que las repartiesen entre sus compañeros en premio del valor y constancia que habían tenido. Las cuatro on- zas que me restaron , fui á restituirlas á un sugeto a' quien por su modestia no nombro; pero que es bien conocido de V. S. y de los demás gefes del Egército Nacional por los muchos sacrificios pecuniarios que ha hecho en beneficio de la Patria , á cuya libertad ha contribuido tanto como ha- ber facilitado el primer golpe. Esta es la verdadera entra- da y salida del dinero que se puso á mi disposición , y la cuenta producida por los SS. Pórcel , y ShelJy está equi- vocada en las dos partidas que me cargan , y debe refor- marse. Tengo demostrado á V. S. que presenté la gente que ofrecí al coronel Rotalde , y que fui exacto en la distri- bución del dinero que se destinó para gratificarla. Ahora voy á probar que fui el primero que me aventuré á la egecu- cion de la empresa , y el último que me retiré de ella, ha-» ciendo al paso un servicio dé bastante entidad. I). Nicolás Santiago me había encargado en la ma- ñana del 24 que me apoderase del Parque al repique ge- neral de campanas , que debia sonar á las 8 de la noche. Le di palabra de tomarlo. Mas quedé libre de este, encar- go cerca de anochecer en el acto de entregarme el dinero, recomendándome solo que tuviese lista mi gente i las Ani- mas en las inmediaciones de los pavellones de Artillería. Así lo cumplí. Sin embargo s» arroja á decir en su Manifies- to que pocos minutos antes de las 8 se encamine* al Par- que , y no me halló" en él. Si estaba distraído con la con- fusión de ideas que vagaban por su cabeza, meditando la fuga en caso de un revés, otros que tenían la mente mas despejada me vieron y me hablaron , y lo tienen bien presen- te en la actualidad. ¿No se acuerda el Sr. Rotalde que á la misma hora que él cita, Jlegó á la plazuela de la Cruz de Ja Verdad, donde me bailó con mi gente, y lo acom- pañé hasta la puerta de los pavellones de Artillería cuan- do él subió por las llaves del Parque? ¿Se le ha borra- do de la memoria que cuando bajó volví á acompañarlo coa una porción de mis paisanos hasta la puerta del Parque? Tes- tigos da ello fueron D. José María Gutiérrez de la Huer- ta y D. Javier Rodríguez de León , á quienes en aquel mismo sitio informé del inmediato rompimiento de Ja revo» lucion que se iba á verificar , mientras cinco ó seis de mis paisanos tomaban sables. O. Blas White en compañía de D. Pedro de Donesteves y D. José María Cisneros s« ba- ilaba en frente del Parque esperando la reunión de Jas fuer- cas combinadas, y me vió desde el principio. Tocaron retreta las cajas. Viniendo todos los destinados á puerta de Tierra en on moderado silencio, rompimos en las voces tic viva la Constitución, viva la libertad al pisar la plaza de San Antonio. Tengo la fortuna de que el Sr. Rotalde confiese que me vió en el camino ; y pues omite un hecho importan- te que egecuté á la puerta del Coliseo, sin duda porque con la prisa que llevaba no estaba para observar, lo re* feriré aquí. Como la mayor parte de los paisanos , ó no ve- nían armados, ó lo estaban mal, nos ocurrió apoderarnos de los fusiles de la guardia de la Comedia. D. Bias White fue el primero que se abalanzó al centinela, y se puso á forcejear con él para desarmarlo: acuden soldados á defen- der su compañero, concurren patriotas en ayuda del valien- te White. Viendo yo aquella lucha, corro con mi sable , y decido la cuestión, facilitando el desarme del centinela , y en seguida los patriotas se repartieron los fusiles de aquel pues- to. Compare V. S. dos pedreros sin municiones, y cinco ó seis sables mohosos, proporcionados por el Sr. Rotalde, con unos veinte ó mas fusiles adquiridos con tanta resolución, y colegirá que si el plan de la revolución fue absurdo, los instrumentos preparados para la egecucion eran del todo inúti- les. Efectivamente estos fusiles sirvieron para hacer fuego, y- los pedreros no sirvieron mas que de embarazo , y no lle- gó la ocasión de hacer uso de los sables. Es notable que al pasar por la plazuela de la Cruz de la Verdad no ocurriese al Sr. Rotalde prender al ge- neral Villavicencio , cuya operación hubiera sido muy fá- cil, y muy ventajosa para impedir que se tomasen disposicio- nes contra la libertad , las cuales el dicho general puso en práctica al instante que respiró del ahogo que creyó le amena- zaba. Si en esta parte el Sr. Rotalde anduvo distraído, en estrañar que el pueblo, en vez de unírsenos, huyese y se encerrase en sus casas , descubre su ignorancia en conocer lo que es pueblo. Personas desarmadas y desprevenidas, sin noticia ni indicios del plan, ¿que debieron hacer sino des- pejar el camino para facilitar Ja empresa á Jos que eran convocados á ella? Los curiosos que se nos agregaron sin mas armas que su buen celo, no podían servir sino de confu- sión é inspirar cobardía á la vista del peligro , porque ha- ciendo uno punta á correr, poco á poco armados y'desar- mados , tímidos y valientes siguen el egemplo de la fuga. Muy libre y muy valiente fue el pueblo romano ; y sin embargo vió sacrificar sin vengarlos á los tribunos que mas\ I.O adoraba: y es de advertir que dentro de Roma no había en- tonces cohortes ni legiones , cuyas armas infundiesen terror al pueblo. Dice el Sr. Rotalde que poco antes de llegar á puer- ta de Tierra desaparecí', y no me vió mas; pero es cons- tante que con los paisanos que tenia á mi mando seguí en la columna desde la plazuela de la Cruz de la Verdad has- ta el rastrillo de puerta de Tierra , donde estuvieron á mi lado los ciudadanos D. Miguel Garicochea, D. José Ma- ría Gutiérrez de la Huerta, D. Blas Wbite, y otros jó- venes distinguidos , á quienes no conozco por sus apelii- ¡ dos. Es verdad que muchos paisanos de menos obligaciones que estos se fueron quedando atrás en el camino, á pesar de mis esfuerzos para contenerlos, ayudándome en ellos Ga- ricochea , y en las exortaciones con que les representába- mos el bien de la Patria, que Íbamos á conseguir con pron- to y feliz suceso. % Empezó el fuego; y i los primeros tiros se llegó á roí el Sr. coronel D. Nicolás Santiago Rotalde, y tocán- dome una muñeca, me dijo: aguántese V. aquí mientras voy á dar órdenes. Y pronunciado esto, desapareció mas veloz; que un ciervo acosado. El fuego apenas duró quince minu- tos, del que se dirigió gran parte sobre mi gente, ya des- de las ventanas de los cuarteles de S. Roque, ya sosteni- do por una guerrilla que salió fuera del rastrillo del cuar- tel. La guerrilla se esparció, tiroteándonos por todos lados, y al instante se le agregaron «oldados de los mismos de Soria, con cuyo apoyo contaban los patriotas. Estos, vien- do la traición , y oyendo los desentonados gritos de viva el Rey de aquellos desleales, se desanimaron y empezaron á dispersarse. Yo tuve el honor de ser el último á reti- rarme con cinco de mi partida* De los sucesos posteriore* ocasionados por esta mal tra- zada conspiración, nada diria, pues son tan notorios, si el Sr. Rotalde no se jactara de que la noticia de ella des- pertó el espíritu de los españoles. Tan lejos estuvo de ser r t asi, que no pocos se intimidaron , recelosos de que sus inten- tos tuviesen las funestas resaltas de Cádiz. El despotismo se acrecentó con ferocidad espantosa, manifestada en prisio- nes , destierros y malos tratamientos, no satisfecho con la sangre derramada alevemente y con los robos hechos aque- lla noche por las calles, preparando con este ensayo las atro- cidades del lamentable dia 10 de Marzo : los patriotas cuer- dos calificaron de asonada pueril , alboroto , tumulto , ó se- dición el ruido del 24 de Enero , por lo mal dispuesta que estuvo la conmoción. De forma que el despotismo se avi- vó, y el patriotismo de muchos cayó en desmajo. Ni pudieron ser otras las consecuencias, mirado en sí el caso. ¡ Valiente in- vención romancesca se necesita para asegurar que dependie- ron de él los acontecimientos de Galicia y de otras pro- vincias ! Gracias á la confianza que inspiraba la po- sición inespugnable del Egército Nacional en el misino sitio donde se estrelló todo el poder de Napoleón, y al consuelo que infundía la columna volante del general Riego, proclamando la Constitución , y peleando heroicamen- te por los pueblos de Andalucía ; que si no, mil conspira- ciones urdidas como la del 24 de Enero en Ca'diz no hu- bieran producido mas efecto que apagar el patriotismo mas ardiente. Si yo fuera á censurar todos los cuentos y novelas con que el Sr. Rotalde ameniza su Manifiesto para cautivar la pobre gente con lo maravilloso , no acabaría el análisis en muchos pliegos de papel, y vendría á pintarlo como un caballero de la Mesa Redonda, en cuyo concepto debe ser tenido en tanto que no presente mas pruebas que las que alega , incluyendo el perro alano, la cueva arenosa , el sa- cristán , el marinero valenciano, y las tigeras mojosas con que se trasquiló los vigotes. Se conoce que tiene bien es- tudiadas las novelas de Arnaud , y los dramas sentimentales mas lastimeros , y que aprendió perfectamente á poner en salvo su persona. Para las dos conspiraciones de su inven- ción de que babia en su Manifiesto , escogió los días enque estaba de gefe. La primera se le malogró por un in> cidente fatal : nada menos qfle presentarse un ayudante de plaza á citar al cuartel de Santa Elena, para verse con el te- niente de Rey, a' varios individuos del batallón de Soria, cuya única fuerza guarnecía 'entonces á Cádiz. ¿Que le im- pidió arrestar al ayudante y hacer salir el hatailon , y par? tir con él á la empresa que meditaba? Dice que no de- sistió de su proyecto ; pero que la noche fue lóbrega y ter- rible. En cuanto á la.lobreguez, no tenemos noticia de que la noche del 5 de Enero se apagasen repentinamente todas las luces de las farolas de las calles. En cuanto á„ la terribilidad, es constante que no solo no hubo terremoto; pero ni uracan siquiera, puesto que á ser tan malo el tiem- po no se hubieran evadido del castiilo de S. Sebastian los que aquella noche lograron embarcados tan felizmente su li«- bertad. Si al poner en práctica la noohe del a4 su gran pro? yecto vió que le faltaban los principales instrumentos para egecutarlo ; ¿por qué no varió de plan, y no adoptó el que espone al fin de su Manifiesto, que me parece tan acer* tado? Me responderá que entonces no Je ocurrió semejante idea, y que habiendo después oido que algunos críticos lo substituyeron al suyo, se lo apropió como cosa común de todos, pues andaba en bocas de tantos. No le quiero pasar la gran satisfacción con que dice que se encargó de la prisión del general Campana, por ma6 difícil. Un hombre que lo conocía tan perfectamente y sabia herir la fibra de su vanidad^ no podia tener por difícil el lance para sí. Efectivamente le faltó tiempo á Campana pa- ra salir del pavellon de Santa Elena con el ayudante de plaza Duran. ¿ Y qne hizo en suma el gran conocedor, y heridor de vibras de presunción? io que un perro ventor: esto es, levantar la caza para que buenos tiradores la ma- ten. ¿Y quienes fueron, los otros campeones encargados de prender al vil Gabarri , comandante de los ladrones y ase- sinos Guias , al coronel de América y á los ayudantitos Cam- pana y Córdova, y á Ballesteros? A' fe que dieron buen cumplimiento á su obligación. \A lo menos serán amigos del Sr. Rotalde , pues no los ha sacado á Ja vergüenza que> merecen. Me hace el honor de confesar que la noche del 2