IX SUPREMA JUNTA GUBERNATIVA DE ESPAÑA E INDIAS 4 JuA NACION ESPAÑOLA. A ESPAÑOLES: 0*^*0 ^'^"7 \jK Junta Suprema Gubernativa, depositaría inte- rina de la autoridad suprema, ha dedicado los pri- meros momentos que han seguido á su formación i las medidas urgentes que su instituto y las circunstancia* le prescribían, Pero desde el instante de su instalación creyó que una de sus primeras obligaciones era la de dirigirse á vosotros, hablaros con la dignidad que cor- responde á una nación grande y generosa , enteraros de vuestra situación, y establecer de un modo franco y noble aquellas relaciones de confianza reciproca, que ion las bases de toda administración justa y prudente. Sin ellas ni los gobernantes pueden cumplir con el alto ministerio de que están encargados, ni la utilidad de los gobernados puede conseguirse. Una tiranía de veinte años, ejercida por tas manos mas ineptas que jamas se conocieron, había puesto á nuestra patria en la orilla del precipicio. El opresor de la Europa vió ya llegado el momento de arrojarse sobre una presa que tanto tiempo ha codiciaba, y de añadit él floren mas brillante y rico á su ensangrentada coro- na. Todo al parecer halagaba su esperanza: la Nación desunida de su gobierno por odio y por desprecio: la familia Real dividida, el suspirado heredero al trono acusado, calumniado, y si posible fuera, envilecido: la fuerza pública dispersa y desorganizada: apurados los recursos: las tropas francesas introducidas ya en el reyno, y apoderadas de las plazas fuertes de la fronte-2. ra: en fin sesenta mil hombres prontos á entrar en| capital para desde allí dar la ley a toda la Monar. quia. tín este memento critico fue qua-ndo sacudiendo de repente el letargo en que yacíais, precipitasteis 2 favorito de la cumbre del poder que usurpaba, y visteis en el trono al Principe que idolatrabais. Una alevosía la mas abominable que se conoce en los fastos de-la perversidad humana , os privó de vuestro inocente Rey; y el atentado de Bayona y la tiranía francesa se anun- ciaron á España con los cañonazos del dos de Mayo en Madrid , y con la sangre y la muerte de sus inocente» y esforzados moradores: digno y horrible presagio de la «unte que Napoleón nos preparaba. Desde aquel memorable día, vendida á los enemi- gos la autoridad suprema que nuestro engañado Rey habia dexado al frente del Estado» oprimidas las «je- mas , y ocupada la silla del imperio: los franceses cre- yeron que nada podia resistirles, y se dilataron it oriente y mediodía para afirmar su dominación, y dis- frutar de su perfidia. ¡Temerarios! No vieron que ul- trajando asi y escarneciendo al pueblo mas pundono- roso de la tierra, buscaban su perdición inevitable. Lts provincias de España indignadas, con un movimiento súbito y solemne se abaron contra los agresores, y ju- raron perecer primero que someterse á tan ignominio- sa tiranía. La Europa atónita oyó casi al mismo tiem- po el agravió y la venganza; y una Nación, que pocot meses artes apenas tenia en ella la representación de Potencia, se hizo de repente el objeto del interés, y de la admiración del universo. El caso es único en los anales de nuestra historia, imprevisto en nuestras leyes« y casi ageno de nuestras costumbres. Era preciso dar una dirección á la fueria publica, que correspondiese i la voluntad y á los sa- crificios del pueblo; y esta necesidad creó las Juntas Suprema* en las provincias, que reasumieron en sí toJa la autoridad , para alejar el peligro repeliendo a! ene* migo, y pfa conservar la tranquilidad interior. Qua* )es hayan sido sus esfuerzos, qual el desempeño del encargo que les confirió el pueblo, y qual el recono- cimiento que la Nación les debe, lo dicen los campos' áe batalla cubiertos de cadáveres franceses , sus in- ¡gnias militares, que sirven de trofeos en nuestros templos, la vida y la independencia conservadas á la mayor parte de los Magistrados del Reyno , y los plausos de tantos millares de almas que les deben su ibertad y su venganza. Mas luego que la capital se vió libre de enemigos, la comunicación de las provincias fue restablecida, • autoridad dividida en Cantos puntos quantas eran as Juntas provinciales, debía reunirse en un centro esde donde obrase con toda la actividad y fuerza ne~ ¡carias. Tal fue el voto de la opinión publica , y tal 1 partido que al instante adoptaron las provincias.' us Juntas respectivas nombraron Diputados que con* rriesen á formar este centro de autoridad; y en menor iempo que el que habia gastado el maquiavelismo fran- es en destruir nuestro antiguo Gobierno, se vió apa- ecer uno nuevo, mucho mas temible para él, en la unta Central que os habla ahora. Esta concurrencia de las voluntades hácia el bien, «te desprendimiento general con que las Provincias an confiado á otras manos su autoridad y poderío , ha 'do, Españoles, vuestra mayor hazaña , vuestra mejor ictaria. La edad presente , que os contempla , y la otteridad á quien serviréis de admiración y de estu» *o, encontrarán en esta obra ta prueba mas convín- ote de vuestra moderación y prudencia Ya los ene- ros señalaban el momento de nuestra ruina; ya veíanlas brechas que ivan á hacer en nosotros tas agitación* de la discordia civil; ya se gozaban creyendo que detu. rudas las Provincias por la ambición, alguna iria á bus. car su protección y su auxilio para hacerse superior*; las demás; quando establecido y reconocido pacifica y generalmente un poder central a sus ojos v ven al carro del Estado rodar sobre un exe solo , y despeñarse coi mas ímpetu y pujanza á arrollar de una vez todas lai pretensiones, todas las esperanzas de su iniquidad. Instalada la Junta, volvió al instante su animo ¿| consideración y graduación de sus intenciones» Arrojar al enemigo mas allá de los Pirineos; obligarle á que nos restituya la persona auguita de nuestro Rey y |« de su Hermano y Tío, reconociendo nuestra libertad i independencia, son los primeros objetos de que la Jun. ta se cree encargada por la Nación. Mucho halló hecha «n esta parte antes de su establecimiento: el entusiai- mo publico encendido; exercitos formados casi de nuevo; victorias importantes conseguidas; los enemi- gos arrojados á las fronteras; su opinión militar dt¡> truida y los lauros que adornaban la frente de esoi vencedores de Europa trasladados a nuestros guer- reros. Esto se había hecho ya , y era quanto podía espe- rarse del impulso del primer momento ; mas habiendo conseguido todo lo que debían producir la impetuosi- dad y el valor , es fuerza aplicar al camino que nci resta todos los medios de la prudencia y de la constan- cia ; porque es preciso decirlo y repetirlo muchas ve- ces : este camino es arduo y dilatado ; y la empresa 1 que aspiramos debe , Españoles, poner en movimiento todo vuestro entusiasmo y todas vuestras virtudes. Os convencereis de ello quando deis una vuelta con el pensamiento á la situación interior y exterior deln cosas públicas al tiempo en que la Junta empezó á e*ei; Cer rus funciones. Nuestros exercitos , Uenos de ardor j iníioso» de marchar á la vi&oria , pero desnudos y des- rovistos de todo: mas allá tos restos de las tropa» fan¡,. cesas esperando refuerzos en las orillas del Ébro , d<-vas- ¿ando la Castilla superior , la Rioji, las provincias Vas- congadas ¿ocupando á Pámp'óna y Barcelona con tus for- talezas; dueños del castillo de San Peinando, y seño- reando a casi toda Navarra y Cataluña : el déspota de la Francia, agitándose sobre su trono, fanatizando con ion posturas groseras á los esclavos que íe obedecen , tratan- do de adormecer á los* otros estados para descarga* obre nosotros solos el enorme peso dé sus fuerzas mi- litares : las Potencias del Continente ; en fjn oprimi- os ó insultadas'por la Francia , esperando con ansia el éxito de esta primera lucha ; deseando', si , decla- rarle contra el enemigo universal de todas ( pero pro- cediendo con la tímida circunspección que les aconse- "nsus desgracias pasadas. $s evidente que el único asilo cjue les queda para cpn- #rvar su independencia es una. conjuración general: Confederación que se verificará al fin, porque el ínteres «persuade, y la necesidad la prescribe. {Qui} es ya el Estado que puc la tener relaciones de confianza con X,a- oleoi ? eQjái el que dé eré Jito a su» palabras y á su* prp- e>as ? vez de ser jetos de compasión y desprecio, como lo hemos sido ta ahora, vamos á ser la envidia y la admiración del ndo. El clima hermoso que gozamos, el fértil suelo nde vivimos, la posición geográfica que tenemos, riquezas que nos prodiga la naturaleza, y el ca- er ncble y generoso de que nos dotó , no serán es perdidos en manos de un pueb'o envilecido y lavo, Ya el nombre español es pronunciado con res- o en Europa; ya sus pueblos, atropellados por los neeses, miran colgada su esperanza de nuestra for* >: hasta los mismos esclavos del tirano , gimiendo o su yugo intolerable , hacen votos por nosotros: *mos constancia , y recogeremos los frutos que v» 'oducirnos la victoria. Los uitrag;s de la reigion sachos; vuestro Mo iarca , ó restituido 4 su trono, '"gado; las leyes tunaría .mi rales de la Monarquíata re»t«uradai; consagrada de un modo solemne y tante la libertad civil ; las fuentes de la prosperi pública corriendo espontáneamente y derramando nes sin obstáculo alguno; las relaciones con nueit Colonias estrechadas mas fraternalmente , y por con guíente mas útiles; en fin la actividad, la jndust los talento» y las virtudes estimulados y recompcn ¿os: á tal grado de esplendor y fortuna elevare nuestro país , si correspondemos á las magnificas ( cunstancias que nos rodean. Estas son las miras , este el plan que la Junta se propuesto desde el momento de su instalación p cumplir con tos dos objetos primarias y esenciales su instituto. Encargados sus individuos de una auto dad tan grande, y responsables de unas esperanzas lisonjeras, no desconocen las dificultades que han vencer para realizarlas, ni la enormidad del peso i] tienen sobre s'i, ni los peligros á que están expaei Pero se creerán pagados de sus fatigas, y de la co gracion que han hecho de sus personas en obsequio la Patria, si logran seguir inspirando á los Espa' aquella confianza , sin la qual no se consigue el' público, y que la Junta se atreve á decir merece la rectitud de sus principios y ta pureza de sus ¡n Clones. Aran juez 26 de Octubre de 1808. Por acuerdo de la misma Junta Suprema en 10 de Noviembre Martin de Garay, Vocal Secretario general* EL EX-JESUITA OPRIMIDO. MEMORIA (IUE PRESENTA A S. M. LA JUNTA DE CORTES EL EX-JESUI TA F. x. M. c\f~i a ' ^jry \ < PALMA JEN LA OFICINA DE BRUSJ AtfO I8l2. ♦