— 64 — ton oscuro, á cuyo lado jadeaba vijilante un perro blanco azorado de encontrarse en aquel sitio nuevo para áL Concluido el sacrificio, levantóse la del manto y habló con una de las monjas por la ventanilla de la reja que dá al prebisterio, y de allí se encaminó al locutorio, cuya puerta interior se abrió, y se cerró luego con ruido tras ella, como bí rechinasen los goznes enmohecidos de un sepulcro. María cumplia el juramento espresado tantas veces por ella con estas palabras: ó diob ó él ! NOTICIA mi'' ; SOBRE LA PERSONA Y ESCRITOS &. D. AVELINO DIAZ. POR t'NO I>E SUS DISCIPULOS. BUENOS AIREIS. Imprenta de La Revista.—ltivoJuvitt, ttóNOTICIA SOBRE LA PERSONA Y ESCRITOS DE1, S». D. AVELINO DIAZ,y saugmx, Catedbatico de Ciencias Físico-Matemáticas en el Depar- tamento DE EsTUD.OS PREPARATORIOS DE LA UniVEBSIDAD de Buenos Antas, Miembro de la Sociedad de Ciencia» I''isico-.Matematicas de esta Cuidad, de la Comisión Topográfica, Presidente del Departamento Topográ- fico y Estadístico nombrado por decreto de 8 de Mayo I8;i0,- Diputado a varias legislaturas be la Provincia *tu. «fea. "Le temps <¡ui effacc tanl tTaulret tioms, perpetúe, ait cmitmire, el an toare nanx cense d'itn noiwel ivlat le iiom de ven hoinmcs rares qid xemblent ttvoir rivéle de nouveax rexsorts dan* Vinteli- ffence, et domie des Houvellcs for lante para el fin que nos hemos pro- puesto al trazarle. Queremos despertar la memoria del Sr. Diaz con el objeto de que el poder de su nombre venga en nuestra ayuda para, realizar el pensa- miento de restablecer en gran escala el estudio de las Ciencias Matemáticas y naturales en Buenos Aires, y para so- licitar de quien corresponda la reimpre- sión de los tratados elementales que es- cribió aquel distinguido profesor de la Universidad—(*) La honra y el provecho del país están interesados en la realización de estos propósitos, los cuales no pueden enIV nuestro concepto ponerse bajo patroci- nio mas eficaz que el que les presta nues- tro sabio y virtuoso compatriota D. Ave- lino Diaz. Su estatua, que por decreto del gobierno se labra en este momento para ornar con ella el frontis del edificio de la Universidad Bonaerense, serta mas que un trofeo de nuestra cultura, una ironía y un reproché, si las ciencias á que se consagró aquel malogrado ta- lento, permaneciesen sin culto y sin sacerdotes en aquel mismo estableci- miento. (*) ]1 est des gloireo trop élevée», trop splendides, pour qu'elles pouisseot rester dnos le doninine dee dioses privéee. Aux gouvei nements revieut le soin de les préserver de l'in- difference ou de l'oubli; de les offrir saos cesse aux regards>, de les ¿puncher par mille canaux, de les fui re concurir, enfiii, au bien général. {Informe de la Comisión de las Cámaras de Diputados de Francia en 1842, 'encar- gada de dictaminar acerca de la impresión dt tas obras de Laplace por cuenta del /¡V tado). ^.—^ mrrrrr» c~» yrgT»"rrTr rTa-Trrrinr ¡nr anr nr mr •»-»-»-■ D. AVELINO DIAZ. {Noticias sobre su persona y escritos.) 1). Avelino Diaz y Salgado, hermano menor de D. Matías Patrón y de D. Ra- món Diaz, ciudadanos estimables y abo- gados de nota en el foro de Buenos Aires, nació en esta ciudad por los años de 1800. Llamado por una vocación especial al estudio de las matemáticas, comenzó á asistir desde la edad de diez y seis años á la Academia del Estado, fundada por el cuerpo consular, oyendo en ella las lecciones del sabio Lanz, del sargento mayor Herrera y de D. Felipe Sen i llosa. En el año 1821, ya estuvo D. Avelino en estado de oponerse á la cá- tedra de matemáticas en el concursopúblico que se abrió el 21 de febrero, -para cerrarse veinte dias después de esta fecha. Esta cátedra obtenida por el esclusivo influjo de la superioridad de Diaz sobre los demás candidatos, estuvo muchos años bajo su dirección con apro- vechamiento de sus numerosos discípu- los, de quienes supo hacerse respetar y amar. La superioridad del joven catedrático se habia desarrollado bajo la influencia de algunas inteligencias notables, atraí- das hácia nosotros por el estado de la España de entonces y por las esperan- zas que hacian concebir á los amigos de la libertad los principios proclamados en las provincias Unidas del Rio de la Plata. D. Angel Monasterio,matemático de renombre, cuyos servicios á la causa de nuestra independencia ho pueden ol- vidarse, se habia establecidoxen el pais desde 1812. D. José Lanz, no menos céjebre y bien conocido por sus tratados sobre máquinas, permaneció también algunos años entre nosotros ocupado de la enseñanza de varios ramos de su cien- cia. U. Felipe Senillosa, sucesor de 1). Pedro Antonio Cerviño en la escuela del Consulado, habia puesto á la moda los buenos estudios matemáticos y des- pertado la inclinación al estudio general de las ciencias de aplicación. I). Avelino, discípulo de Lanz y de Senillosa, trajo á sí, por la tendencia natural de su espíritu, todas las ideas y doctrinas que los sabios mencionados habían derramado en la esfera de sus relaciones. El era en nuestro pais uno de sus primeros matemáticos y gozaba de la reputación de tal. A este título, la sociedad de ciencias físico-matemáticas, dió lugar en su seno al Sr. Diaz, asociándole inmediatamen- te á sus trabajos activos. En la sesión del 8 de mayo de 1823, el Sr. Senillosa, leyó una memoria esplicativa de los principios que le habian guiado al trazar el programa de un curso de geometría que presentaba al exámen de la misma sociedad. D. Avelino Diaz y D. Vicen- te López, fueron los elegidos para ese exámen, con obligación de estender por escrito el juicio que formasen sobre él trabajo del Sr. Senillosa, como lo hi-cierou en poco tiempo y tle una manera satisfactoria. Ei informe de los señores Diaz y Ló- pez es favorable y lisongero para el au- tor del "Programa," y fundan detenida- mente y con razonamientos claros su asentimiento á la idea dominante en ese escrito, aunque en algunos puntos se aparten de ella. Los autores del infor- me, consideran al "Programa,*' ante to- do, conio el molde en el cual se deberían vaciar en adelante todas las obras ele- mentales que se escribiesen en el pais para difundirlas ciencias. "Lagenera- ción de las ideas" sin adopción esclusiva del análisis ó de la síntesis, es la divisa de los llamados á juzgar la obra de Se- nillosa. "Este curso, dicen, presenta un gran modelo, que si se generaliza en los demás, la educación pública del pais habrá llegado á perfeccionarse dentro de poco; esto es, conseguiremos que los alumnos salgan de las aulas con sus fa- cultades tan bien desenvueltas, que no solo estarán á su alcance los conoci- mientos ya adquiridos por los sabios, sino que también se pondrán en estado — í) — de descubrir y adelantar las ciencias. Esto se conseguirá desde que todos los cursos tengan el mismo orden que este ó se le aproximen. Las demás ciencias se harán tan fáciles como van á serlo las matemáticas, desde que el autor, princi- piando por las ideas mas simples y mas al alcance de los alumnos, ha consegui- do enseñar á llevarlos hasta las últimas verdades y operaciones, haciendo que • caminen de una verdad conocida á otra que inmediatamente se le sigue, sin in- terrumpir jamas esa graduación insen- sible." Los sistemas didácticos, y las cuestio- nes de método daban mucho que pensar por entonces álas personas q ue se halla- ban al frente de la educación costeada por el Estado, en razón de u«a necesidad obligatoria creada por la hábil previ- sión del gobierno. Un decreto de fecha 6 de marzo de 1823, disponia que todos los profesores de la Universidad prepa- rasen sus trabajos dictados en este esta- blecimiento, á ñn de que sus lecciones fuesen impresas oportunamente para co- modidad de los discípulos y regularidad— 10 — del estudio. Estas lecciones ó cursos debían constar de dos partes: Contraí- da espresamente la primera al testo de la doctrina ó ciencia de cada asignatu- ra, y la segunda á la "redacción, con criterio y precisión de la historia de la respectiva facultad, desde su origen co- nocido." El joven profesor de matemáticas elementales, cuidadoso de su buen nom- bre, y empeñado en el aprovechamiento de sus alumnos, miraba la tarea do es- cribir la obra que le correspondía, desde un punto de vista alto y general. Decía- le su buena razón, que la ciencia, tal cual hasta allí se enseñaba tenia mucho de oscuro y recargado y que tiempo era ya de dar un fin común á la instrucción, de manera que al aplicarse un discípulo á un ramo cualquiera de conocimientos, sacase de su estudio no solo nociones es- peciales, sino un desenvolvimiento ma- yor de poder en sus facultades intelec- tuales y nuevos instrumentos de indaga- ción para perseguir la verdad en cual- quier región del saber. El plan de Senillosa adoptado de llc- — II — no por su discípulo y generalizado mas por este, dio por resultado en gran par- te el curso de ciencias físico-matemáti- cas que honra la memoria de 1). Avelino Diaz. Senillosa se habia inspirado conoci- damente en Condillac y en Suzanne. El primero de estos dos últimos habia dicho en su obra titulada Lengua de los cálculos: "por lo general se aprende mal aquello que no se ha sencido la ne- cesidad de aprender." El segundo, es- plicando su método en la obra que tituló: Maniere (tétudier les mathématiques, estableció que se debia tratar la ciencia uniendo unas ideas á otras del modo mas sencillo y natural posible, de manera que no se diera un paso que no provi- niere del anterior inmediato, tendiendo á eslabonar todas las verdades para que formasen al ñn un solo todo. Estos principios fueron la guia de D. # Avelino en la redacción de su curso del que solo hay impreso:Lecciones elemen- tales de aritmética (1); Lecciones ele- (I) lüipiuso un Iriií, l-fflpiginon «lu 4*mentales de álgebra (1), y Elementos de geometría. Estos tratados y otros varios, como el de geografía metemáticay el de física, á que se refiere en la pág. ni de la Aritmética constituían el curso com- Eleto de ciencias físico-matemáticas en el departamento de estudios preparatorios. Al frente de estas lecciones se lee el siguiente epígrafe: "La observación y el cálculo son los dos medios dados al hom- bre para conocer la naturaleza," espe- cie de corolario deducido de las siguien- tes palabras escritas por Mr. Playfer en ios suplementos á la Enciclopedia bri- británica: "Las matemáticas puras han sido siempre uno de los principales ins- trumentos empleados por los modernos en el adelantamiento de las ciencias na- turales: el otro es la esperiencia." D. Avelino entró, pues, con mano se- gura en la tarea de la redacción de su curso. Unos cuantos principios bien claros, estampados y firmes en su inte- • ligencia, debian conducirle de lección en lección, desde las nociones mas ru- dimentales de la ciencia hasta los pro- (I) Impreso en 1854. en 4 f , 140 págiiin». ' ■-') Impreso en 1630. — Vi — Momas mas arduos. Hacer sentir la ne- cesidad de absolver- una duda así que otra inmediatamente anterior y correla- tiva quedase aclarada; desarrollar las ideas con la lógica de la propia genera- ción de ellas, tales eran los jalones in- telectuales que al mismo tiempo que se- ñalaban al autor un camino sin estorbos, le daban, como una creación espontánea, el plan armonioso de su trabajo. Al leer la primera página de la arit- mética de Diaz, ya se advierte algo de luminoso que impresiona, de natural que atrae, de sencillo que alienta al estudio. La idea de la unidad,con que comienza, no puede ser espresada ni con mas ele- gancia ni con mayor laconismo. Si di- vidimos ó consideramos dividido, dice, un todo en partes iguales, llamamos unidad á cada una de estas partes.... Una vez que ha dado á conocer este pun- to de partida de la ciencia de los núme- ros, comienza á mostrar cómo es que se forman estos por la simple adición de una unidad á otra, formando grupos á que es preciso dar nombre y signo re- presentativo. De esta necesidad hace na-— 14 — eer otra que es la de dividirla numera- ción en liahhula y escrita. Si á cada número, continua, se hubiera querido dar un nombre particular, jamas se aca- baría de (Jar nombre á los números. Dis- curriendo de un modo análogo, demues- tra que si los números se representasen con palabras, las espresiones resultarían demasiado largas y serian impropias para la prontitud que requieren lascom- binaciones del cálculo, de donde dedu- ce que los hombres, en vista de estas di- ficultades, se hallaron en la necesidad de resolver estos dos problemas: "1 ? Hallar un método por el cual, con cierto número de palabras, se pueda dar nombre á un número propuesto por grande que sea. "2 * Hallar un método por el cual, con cierto número de caractéres, se pueda espresar un número dado por grande que sea." Este es el método de esposicion que guarda en todas sus lecciones el Sr. Díaz, enteramente de acuerdo con los principios fundamentales del sistema de la «reiteración de las ideas. La primera parte de su Aritmética trata de la composición y descomposi- ción de los números en general: y la se- gunda, de las combinaciones de las ope- raciones de composición y descomposi- ción. Las operaciones de composición son para él todas las que conducen á au- mentar la cantidad, desde laadicion has- ta la elevación á potencias; y las de des- composición, aquellas que desempeñan la función contraria y comienzan por la sustracion y acaban con la estraccion de raices. Se advierte, pues, á primera vista que Diaz se separa del orden ge- neral que guardan los tratados comunes de aritmética, en los cuales- se sucede inmediatamente la resta á la suma, la división á la multiplicación: orden iló- gico que no se funda sino en la ru- tina. No se crea que por dominar un siste- ma rígido y al parecer artificioso en es- te tratado de aritmética, se ha descuida- do en él la parte práctica. En la 2 f3 sec- ción de la 2 f3 parte, se contrae su autor á aplicar las operaciones aprendidas á los usos mas frecuentas fie la, sociedad,— I<¡ — y muestra como se verifica el cálculo de los números denominados, de los deci- males, y las operaciones de aligación, de compañía, de reducción de medidas, de descuenfo, de interés etc. Y sin embar- go, aunque esta aritmética abraza las materias del cálculo numérico no pasa de 130 páginas en 4 P de tipo abultado. Al fin de cada parte lia puesto el autor un cuadro sinóptico que sirve de índice metódico de las materias contenidas en el curso. El joven que se acostumbre á desenvolver sus ideas según este siste- ma sinóptico, adquirirá gran facilidad para colocar con método en su cabeza los conocimientos que adquiera. El tránsito del estudio de la aritméti- ca al del álgebra, escabroso y oscuro por lo general para la comprensión de los estudiantes, se verifica en el curso de nuestro joven profesorde una manera in- geniosa y tan clara como lo permite la materia. Una parte de las dificultades se encuentra ya vencida por la familia- ridad que el discípulo ha contraído con los signos y con las ecuaciones numéri- cas. Pero no basta esto. Según el mé- — 17 — todo de Diaz, es preciso que aquel sienta la necesidad de proporcionarse nuevos procederes de cálculo mas generales que los de la aritmética. Para esto, coloca al discípulo en el caso de resolver algu- nas problemas que consisten en hallar la espresion de la diferencia, producto ó cociente de varias cantidades espresa- das por la suma diferencia ó producto de otras. Pero como entre las cantidades que entran en estos problemas se hallan algunas de valor indeterminado ó desco- nocido, es indispensable para hallar el valor de estas incógnitas buscar proce- deres independientes de los valores nu- méricos. A mas, aun cuando pudiera en- contrarse el valor de una cantidad des- conocida por medio de operaciones nu- méricas, él resultado seria tal que re- fundiría en sí los elementos del proble- ma, sin dejar la traza del camino que condujo al resultado definitivo. De es- tas consideraciones deduce el autor la necesidad de resolver esta cuestión: ha- llar unas cifras que no teniendo valor determinado no puedan refundirse unas en otras á fin de establecer las reacias de 3 )— ÍS- Iu composición y descomposición de las? cantidades de la manera mas abstracta- Este es el objeto del álgebra. El tratado de álgebra de D. Avelino Diaz, está redactado en la misma forma, y bajo el mismo método de su aritmética; pero solo se estiende hasta la resolución de las ecuaciones de segundo grado y una sola incógnita. En la página 117 se halla un pequeño apéndice con el título de "Aplicaciones del álgebra á la reso- lución de algunas cuestiones numéri- cas." Este tratado secundario tiene por objeto el enseñar á vencer la gran difi- cultad práctica del cálculo, que consiste én saber plantear un problema. Esta dificultad, según D. Avelino, solo puede vencerse con la resolución de una serie de problemas gradualmente dificultosos, "hasta llegar á adquirir cierto espíritu analítico y la facilidad de traducir las cuestiones, del lenguage vulgar en que vienen propuestas, á la escritura algé- brica en que deben resolverse." Esto, si no nos engañamos, es bello y lumi- noso. El señor Diaz se introduce á la ense- — 19 — Fianza de la Geometría apartando como un estorbo las nociones que acerca de la extensión han pretendido dar los me- tafíisicos. Recurriendo al testimonio de los sentidos y á las impresiones que en ellos causa la materia, establece que la extensión es aquella propiedad en virtud de la cual los cuerpos son susceptibles de ser recorridos por la vista ó por el tacto. Los límites de los cuerpos son sus superficies; el espacio encerrado por es- tas determinan su volumen, y las super- ficies al encontrarse entre sí forman las líneas, asi como los contactos de estas constituyen los puntos. Y como las for- mas de los cuerpos varían á medida que varía también la naturaleza de sus su- perficies, los grandores y posiciones respectivos de estas, deduce Diaz, que siéndola Geometría la ciencia de la ex- tensión, puede reducirse toda ella á re- solver este gran problema: "Averiguar las relaciones que unen entre sí á todos los cuerposen cuanto á sus formas, á sus mutuos grandores y á sus posiciones respectivas." Asi queda naturalmente trazada la— m — — 2\ — distribución de las materias que abraza su tratado de geometría, en el cual co- mienza por estudiar la "estension limita- da por superficies planas." Siéndolas lí- neas el límite de estas, se ocupa de con- siderarlas, primero con respecto á su grandor y luego con respecto á su jiosi- cion y grandor, ya tomadas en el papel, ya sobre el terreno, mezclando asi de un modo natural la teoría con lo que se llama comunmente la "geometría prác- tica." Esta parte está bien atendida por el autor, pues da, de paso, á conocer, con suficiente detención los instrumentos geodésicos mas sencillos, sus usos y sus aplicaciones sobre la superficie de la tierra, como también la teoría de la es- cala de Vernier para la mensura esacta de los ángulos. Al tratar de las líneas con respecto á su grandor y posición, es fácil conce- bir que el autor se ocupa de los ángulos, de los triángulos y de los polígonos en general, dejando lo que dice relación con el cálculo de las superficies para la sección en que trata de los "planos con respecto :í su posición v grandor/11 Los planos, considerados con respec- to á su posición y grandor, y tomados de modo que formen ángulos entre sí, llegan á limitar espacio ó á formar lo que el autor llama con propiedad cuerpos ter- minados por planos, que son los polie- dros. Pasa luego á la nomenclatura in- dividual de estos, estudia sus propieda- des, y termina por el cálculo de los vo- lúmenes, que es la parte práctica de esta sección de la geometría. Tal es en resumen el contenido y la testura del curso elemental de matemá- ticas del Sr. Díaz, que se comenzó á dictar por primera vez en la universidad de Buenos Aires el dia 1 ? de marzo de 1824. Hoy se encuentra agotada la edi- ción que se hizo de él y solo á esta cir- cunstancia puede atribuirse el qu< no se siga actualmente por los profesores de aquel establecimiento público. El mé- todo de Diaz, como creemos haberlo hecho sentir, es un poderoso auxiliar pa- ra la disciplina de los estudios en gene- ral y un verdadero tratado de lógica práctica, comprobándose con él de una manera palpable la exactitud del axio- ima, de que un buen sistema en la ense- ñanza de las matemáticas es la mejor preparación para el estudio de las cien- cias morales. La fama de D. Avelino Díaz, como matemático, es una de las mas mereci- das: y no trepidamos en asegurar, que si hubiese tenido otro teatro y vida mas larga, habría figurado entre los prime- ros geómetras del mundo. Ahi están sus obras elementales para confirmar nuestra aseveración. Cuando redactó su curso, permítase- nos inculcar en esto, no entró á tientas en la tarea, sino guiado con seguridad por meditaciones y estudios anteriores. Sus lecciones son la solución del proble- ma que él habia planteado ante su espí- ritu, para toda obradidáctica elemental, y es el siguiente, espresado con sus pro- pias palabras: "Encontrar un método se- guroqueenel mas corto tiempo nos con- duzca al mayor número de conoci- mientos." Para encontrar este método que mues- tra el gran precio quedaba al tiempo de que dispone la juventud estudiosa, no se — & — habia contentadocon seguir á ciegas: las opiniones de su maestro Senillosa. Ha- bíase dado cuenta exacta délos diferen- tes métodos empleados por los autores mas acreditados, y sobre las cualidades que debe reunir una obra elemental. Diaz consideraba el estudio de las matemáticas mucho mas útil como mer dio para cultivar la razón, que como conjunto de teorías aplicables á las ne- cesidades de la vida y de la sociedad. Criticaba á aquellos maestros que fati- gan la memoria del discípulo con por- menores minuciosos desatendiendo el encadenamiento natural de las ideas. Pensaba como Montaigne, y creia qu1 il vaut mieux forger Fesprit que le meu- bler. Estudiando la ciencia de los méto- dos, desde que aparecieron los primeros maestros de las antiguas "Escuelas cen- trales" de Francia se decidió al fin por aquel que trata desugetar la enseñanza de las ciencias al orden de la sucesión natural de las ideas, y se hizo, como lo hemos visto, apasionado adepto de Mr. de Suzanne. A la obra de este cuyo tí- tulo hemos ya mencionado, llamabaDíaz, el "código de la enseñanza de las matemáticas." Estas ideas están consignadas por él con lucidez y admirable laconismo, en el informe que dio ni gobierno en el año 1823, acerca del mérito de unas leccio- nes de matemáticas publicadas en Lima el año próximamente anterior por el Dr. D. Gregorio Paredes. Este informe que se publicó por primera y única vez en el t. 2 P n P 14 de la Abeja Argentina, es un escrito notable que comienza poruña ojeada rápida sobre los varios métodos que han empleado los autores en la en- señanza de las matemáticas y sobre las cualidades que deberia reunir una obra elemental. Según este bosquejo prelimi- nar, todos los métodos seguidos en la enseñanza de las matemáticas pueden reducirse á tres clases. A la primera pertenecen aquellas obras que siguen el procedimiento ya dado á conocer de M. de Suzanne. A la segunda pertenecen las que según el método de los invento- res, llevan por objeto el daráconocer los principios de la ciencia al mismo tiempo que el origen y espíritu do sus procederes. Las obras de Francoeur, Lacroix,Biot &c.se deben clasificar, se- gún Diaz, en esta segunda clase. A la tercera pertenecen aquellos tratados, cuyos autores se proponen enseñar los principios de la ciencia, sin cuidarse de lo mas interesante, que consiste en el cultivo del entendimiento para dispo- nerle á la investigación de la verdad. Advierte D. Avelino que á esta tercera categoría pertenece "por desgracia," el mayor número de las obras de matemá- ticas. Cualquiera que sea el plan de una obra, añade, debe reunir exactitud, sen- cillez, fecundidad,} elegancia,cualidades que se reasumen en la exactitud y la brevedad. Fijados estos principios, pasa Diaz á aplicarlos en el examen de la obra que sometía á su juicio el superior gobierno, desempeñándose en esta par- te de su informe con tanto acierto como se descubre en lo que acabamos de dar á conocer del mismo trabajo. Es muy probable que Diaz haya de- jado otros escritos que no han llegado á nuestro conocimiento. Su aplicación se contraía á varios ramos dcr saber, y en— « sus últimos tiempos comenzaba ú aficio- narse á la parte amena de la literatura, á la que habia profesado una especie de desden durante su primera juventud. Varias veces le habíamos oido juicios errados acerca de la influencia de la poesía sobre el hombre y sobre la socie- dad, y tal vez se nos perdonará por esta razón el eme demos publicidad á la si- guiente anécdota. En una mañana calorosa de las va- caciones del 1er. año que estudiábamos con él, nos encontrábamos felices con la posesión de dos objetos:—un racimo de uvas comprado en los puestos del Mer- cado y un ejemplar magnífico del poe- ma de L'imagiriation, muy bien encua- dernado, adquirido en la librería de Mr. Liecerf con el ahorro de dos meses de nuestro escaso sueldo de Delineador en el Departamento topográfico. En una de las grandes mesas de esta oficina gozábamos, grano tras grano y alejandrino tras alejandrino, de aquellas dos adquisiciones, cuando sentimos los pasos inesperados de una persona. Las uvas desaparecieron bajo dos pliegos de papel marquilla; pero apenna nos aper- cibimos de que estábamos en la presen- cia del Sr. 1). Avelino tratamos de ha- cer lo misino con los dos volúmenes.— A pesar de esta precaución, el excelente maestro preguntándonos qué leíamos tan temprano y apoderándose al mismo tiempo del cuerpo del delito, nos mani- festó desagrado porque perdíamos el tiempo en hojear poesías. Nuestra ver- güenza y sentimiento por aquella recon- vención, fué grande y casi nos creimos responsables~.de un delito; pero como el censor era por lo común tan indulgen- te, pudimos serenarnos y llamarle la atención á uno de los cantos de aquel poema en el cual se desenvuelven los principios que guian en el estudio de las facultades intelectuales, conforme á la doctrina de la sensación, que es la de Condilluc, y probablemente la mas co- nocida de Diaz como de todos los hom- bres estudiosos de aquella época. D. Avelino leyó como un cuarto de hora en el lugar que le habíamos indica- do y nos pidió prestado el libro, con gran satisfacción nuestra, por otra fiarte.— 38 — El matemático quedó desde entcnces algo convertido, pues nos consta que hallándose de paseo á las orillas del Rio Negro en el Estado Oriental, encargaba á su casa que entre su equipage no olvi- dasen de colocar su ejemplar de Delillc que se habia proporcionado para su bi- blioteca después de devolvernos el nues- tro. Un gran personage de nuestro siglo ha vulgarizado la ¡dea de que no hay hombre indispensable en este mundo. Esta máxima que derrama cierto con- suelo egoísta en la sociedad que experi- menta la pérdida de algún ciudadano eminente, tiene á veces sus excepciones, porque no siempre es pródiga la natura- leza de las calidades especiales que dis- tinguen á determinadas y escasas perso- nalidades. Hay un lado por el cual la desapari- ción temprana de Diaz fué una desven- tura sin compensación hasta ahora. Era entre nuestros hombres el llamado para ser cabeza y centro directivo de la educación según las tendencias de la época moderna. — m — Aun cuando los cabellos de su her- mosa cabeza hubiesen llegado á tomar el color de la nieve, su corazón no se ha- bría enfriado en el amor á la juventud, ni su carácter hubiese perdido jamas aquella amabilidad séria que despertaba en los discípulos esa simpatía que im- pone atención y facilita el aprovecha- miento.—Ajeno á toda rutina, entrega- do al estudio de la naturaleza por me- dio de la observación y del cálculo, pro- fundo y respetuoso admirador de las le- yes divinas que gobiernan al mundo en el órden material y moral, poseía el sen- timiento de lo verdadero, de lo bello y de lo bueno, en grado eminente. Amalgamados en él estos principios con la fé heredada que nunca discutió, era un filósofo verdadero que si bien se habia dado cuenta exacta de todos los fenómenos que enseña la metafísica, no participaba ni de los resabios del esco- lasticismo, ni del espíritu fanático reac- cionario que distinguió á nuestra escuela por los años de 1822. Maciel, Chorroarin, Achega, Saenz, todos cuatro dignísimos sacerdotes á— 30 — quienes tanto deben lus letras y lu ense- ñanza pública, no pudieron nunca pres- cindir de su* antecedentes. Por grande que fuesen sus talentos, por aplicados que fuesen siempre á se- guir el movimiento de las ideas en el progreso de los tiempos, unos se encon- traban atados á las consideraciones de su estado y otros á las formas y á las disciplinas escolares que habian trillado hasta doctorarse en sagrada teología. Todos ellos eran ágenos á las ciencias de observación, al cálculo, incapaces de manejar un instrumento de física ó de geodesia; y naturalmente bajo su in- fluencia no podian menos que desarro- llarse mas de lo necesario los estudios puramente eruditos en los cuales se bus- caba la verdad por medio de aparatos lógicos artificiales, pagando considera- ble tributo á la vanidad y á la ostenta- ción que envilecen á la verdadera cien- cia. Díaz estaba llamado á dar una direc- ción mas acertada á las inclinaciones juveniles en el cultivo de la inteligencia. Avadado de hombres como D. Diearo - Alcorta, vaciados en un molde idéntico al suyo, habría dado tal rumbo á los es píritus y tal dignidad á las funciones do centes que nos hubiesen levantado á una altura notable en el plan y en los frutos de la instrucción superior. La moralización de la sociedad por medio de la difusión de las luces era uno de sus pensamientos favoritos Demócrata porque era. bueno é ilus- trado, no perdió de vista la mejora del habitante del rancho. En una de sus conversaciones intere- santes le hemos oido desarrollar con la claridad natural de su juicio un pensa- miento, fecundo, á nuestro entender, en excelentes resultados. Los colegios de internos, decía esa vez, son mas urgentemente necesarios en la campaña que en la capital. Alli donde los ejemplos del hogar son atrasados por el lado de los hábitos, de las ideas y de las buenas propensiones so- ciales, es indispensable colocar al maes- tro moral é inteligente en lugar del pa- dre, á fin de que el joven modificado en el seno de la familia que el Estado for-— :tó — upe dentro del colegio, lleve ;il techo de su familia verdadera la influencia irre- sistible de lo bueno y de lo culto. Este pensamiento, añadía, tiene desde luego una objeción que es preciso combatir. La idea de colegio y la de bóvedas y paredones son correlativas en las cabe- zas; pero el edificio de las casas de edu- cación en la campaña deberían ser ran- chos grandes, cubiertos con paja como son las habitaciones en que nacieron y se crearon los alumnos para quienes se destinasen. No hay duda, pues, de que el Sr. 1). Avelino era el hombre llamado por su vocación y sus luces para manejar entre nosotros la llave de la educación en ge- neral, llave de dos vueltas que puede abrir para la sociedad la puerta del ver- dadero progreso ó la del mus lamentable atraso. Este hombre que caminaba en edad á par del siglo, seria hoy un anciano vene- rable aun no vencido por el peso de los años, y los hijos y nietos de sus primeros discípulos le formarían una corte de honra y de res|>eto digna de contetnplar- — 33 — se, si la Providencia, en sus combina- ciones que escapan al algebra del mate- mático, no hubiese dispuesto de otro modo. Mientras el pincel no nos dota de un retrato de Díaz para colocarle al lado del de su colega y amigo el Dr. Alcorta, en el salón de nuestra Universidad, en- sayaremos trazar uno con la palabra sin mas auxilio que nuestros recuerdos, fie- les á pesar del mucho tiempo transcur- rido desde la desaparición del original. Si nadie considera en nuestros dias á la iconografía como una ciencia fútil, si no faltan talentos escogidos que ha- gan serios estudios sobre ella, como ob- serva M. Arago en la biografía de Carnot, nos será permitido decir que D. Avelino Díaz era de poca estatura, de formas delicadas y bien proporcionado de cuerpo. Cuidaba mucho del aseo de su vestido y persona y era sumamente culto en los modales y el lenguage. Su cabeza sobresalía por su mucho desen- volvimiento en proporción á los demás miembros; sin embargo, no tenia protu- berancia que le afease su frente agía-— 34 — dablemente despejada: bu cabello era castaño con reflejos de rubio. Las ce- jas delgadas y casi juntas, formaban so- bre sus ojos azulados curvas perfectas que casi se tocaban en la raiz de la na- riz, que era perfilada y recta. Su boca era pequeña con hoyos en los estreñios, recogida hacía el centro. Su barba era regular, el cuello delgado pero no muy largo. Su semblante era por lo común, alegre y afable; sonreía con frecuencia pero rara vez reía. Cuando miraba fijándose con atención en alguna cosa, contraía los ojos, y entonces tomaba su mirada tal fuerza que cousaba la ilusión de creérsele capaz de penetrar al través de los objetos opacos. Perdónesenos estos pormenores que pudieran parecer triviales. La memoria se convierte en dagnerreotipo cuando traemos á ella la imagen de los seres queridos. Díaz era de una complexión débil y de un desarrollo intelectual en desequi- librio con sus fuerzas físicas. Su alma, si pesar de ser la de un matemático, gastó temprano los resortes de su cuerpo. Ya — m — en el año de 1829 estaba su salud bas- tante comprometida, y se vió obligado á trasladarse á las márgenes del Rio Ne- gro, en el Estado Oriental, con el objeto de detener la afección pulmonar que le llevó al fin al sepulcro. Su fallecimiento tuvo lugar en las cer- canías de Chascomus (estancia de las Muías) el dial ? de junio del año 1834- Con este motivo se vió cuánta era la estimación que hacían sus discípulos y el público en general, del jóven profe- sor de matemáticas, que honraba al país con su talento y exelentes prendas mo- rales. Asi que llegó á Buenos Aires la fatal noticia, se empeñaron los discípu- los y amigos del ilustre difunto para que se trasladase su cadáver á esta ciudad para tributarle las honras debidas, y á las 4 de la tarde del 30 de aquel mismo mes se reunió una numerosa y escogida comitiva en la iglesia de la parroquia de Monserrat en que estaba avencindada la familia del Sr. Díaz. En el pórtico de dicha iglesia se hallaba colocada la mo- desta caja fúnebre la eual fué tomada abrazo por los señores López, Senillo-— 3G — sa, Arenales, Ibañez, Mossotti y Mon- tesdeoca. Seguían inmediatamente cer- ca del féretro los dolientes, el cura de la parroquia, los empleados del Depar- tamento Topográfico y los catedráticos de la"Universidad. Mas de doscientas y tantas personas notables dispuestas de dos en dos siguieron el convoy por am- bas veredas de las calles. De cuadra en cuadra se relevaban los que cargaban el cadáver, el cual se depositó en la misma sepultura donde yacían los restos de los mencionados hermanos mayores de D. Avelino. Concluida la parte religiosa de aquel acto, tomaron alternativamen- te la palabra D. José Arenales, D. Fe- lipe Senillosa y el Dr. D. Vicente Ló- pez. El primero, manifestó en breves palabras el dolor que había causado en su ánimo la prematura pérdida de su condiscípulo y amigo; recordó las vir- tudes y talentos que habían adornado la meritoria carrera del lamentado compa- triota, y pidió al Sr. Senillosa, que como maestro, y justo apreciador del mérito de Díaz, lo hiciera patente en aquel lu- gar. El antiguo profesor de matemáti- — 37 — cas dijo entonces: "Aquí yace nuestro común amigo D. Avelino Díaz. El fué mi primer discípulo en el estudio de las ciencias esactas; después mi segundo y sucesor en la enseñanza, y posterior- mente ha sido también mi compañero y sucesor en la dirección de los trabajos del departamento Topográfico. Yo de- bo aquí hacer la confesión ingenua que en todos estos destinos, D. A velino Díaz sobresalió siempre en aplicación y co- nocimientos, y que su conducta y buena moral pueden servir de modelo para la juventud-.Estoy penetrado del mas vivo sentimiento por su pérdida." Des- pués de un momento de recogimiento, el S. Dr. D. Vicente López con voz alta y conmovida arrancó lágrimas á la si- lenciosa concurrencia con una elocuen- te alocución que por fortuna se ha con- servado y es la siguiente: "Hemos cum- plido, señores, con un triste y amistoso deber: hemos acompañado hasta el se- pulcro de sus dignos hermanos, los res- tos del joven virtuoso, del joven científi- co D. Avelino Diaz. Ah! qué he dicho! Qué suceso he proferido! El joven vir-— 38 — tiloso, el joven científico D. Avelino Díaz yn no existe entre nosotros! O do- lor, ó desconsuelo! y tanto mas grande, cuánto mas se contemplan las circuns- tancias. El había nacido con las mas felices disposiciones para llegar á ser una existencia moral sobresaliente, una existencia de aquellas que, comparadas con las masas, son como los astros que alumbran al mundo. Nacido con estas disposiciones, encontró en su misma ca- sa nobles modelos y en la patria una nueva dirección y enseñanza que las hicieron fructificar desde muy tempra- no. Pronto se halló él mismo en estado de presidir la enseñanza físico-matemá- tica, y nos hizo ver en sus lecciones un espíritu vasto y penetrante, iluminado con los últimos métodos del siglo, capaz de llegar al límite de cuanto hoy se sa- be en dichas ciencias y aun de pasar adelante, que es la prerogativa de los genios. Pero, cuando mas nos compla- cíamos con el espectáculo de sus virtudes y de su saber, y con la esperanza de los productos que debia recibir la patria de estos dos «lementos tan felizmente com- — 39 — binados en su persona, entonces ha sido cuando la muerte lo ha arrebatado de entre nosotros y lo ha reducido á estos mudos despojos. Ya no verán mas nues- tros ojos su semblante de paz, ya su voz apacible no sonará mas en nuestros oí- dos, ni gozaremos mas de aquellas con- versaciones que elevaban nuestros es- píritus y mejoraban nuestros cora- zones. Ah! qué motivo mas digno de arrancar nuestras lágrimas! Sí, compa- ñeros de mi dolor, derramémoslas sobre su sepulcro. Cada lágrima que derra- memos, como se ha dicho en igual oca- sión, es una ofrenda que hacemos á la virtud y á las ciencias,y un efecto verda- dero de nuestro patriotismo. "Mas, una reflexión ocurre ámi espí- ritu que cambia repentinamente mis sentimientos. La alma no está com- prendida en estos tristes despojos; su alma es inmortal, y siendo tan pura y meritoria no ha hecho otra cosa que ve- rificar temprano su regreso al seno in- finito del criador. Asi Mercurio suele aparecer sobre el horizonte oscuro para mostrarnos su belleza y brillantez, y sin— 10 — llegar jamás á culminaren el meridiano, vuelve á bajar y se pierde en la luz in- mensa del sol. Sí, Avelino! nuestro an- tiguo amigo y compañero! Tú aparecis- te sin duda entre nosotros con tan dignas calidades para volverte cargado de nuestro amor y admiración al destino que correspondía á las virtudes de tu espíritu, un destino eterno y feliz. Candidus insuetum m'ratur limen Olymp\% Sub pedtbusque videt nubes et sidera.... "Adornemos, pues, tu sepulcro con rosas y siemprevivas, y mientras existan tus discípulos, y mientras haya amantes de la gloria literaria de Buenos Aires, serás honrado, serás nombrado y alaba- do como un digno modelo. Semper honos nomenque tuum, ¿and es que mane - buntr Lahora, la serenidad del cielo, la cons- ternación de los oyentes, contribuyeron á dar solemnidad y eco á este elocuente adiós. La luz que iluminaba aquella es- cena, era la de los últimos rayos del sol que se escondía tras la diafana atmós- fera de ujtaJiermosa tarde de invierno. FIN. f