4¿ JUSTO RECLAMO DE LA AMÉRICA Á LAS CORTES DE LA NACION. lEil principal objeto de la libertad de impren- ta en un gobierno libre y benéfico como el nues- tro se reduce á indagar el concepto de los ciu- dadanos con respecto á las leyes á que se han de sujetar. Todos debemos manifestar nuestras ideas políticas con aquel decoro y moderación que exije la alta magestad de las leyes, y contrayen- donos á la situación política de estas Américas, á las circunstancias del clima, y al variado carác- ter de sus habitantes en las vastas provincias de su extensión, veo un objeto que imperiosamente exije una particular consideración de los legisla- dores, para amoldar los ánimos en proporción de las diferencias legales con las diferencias expuestas. No es este un principio desconocido en la luminosa política de las Cortes de Madrid don- de han colocado su trono la sabiduría, la bene- ficencia, y la humanidad. Ya se han asentado en las discusiones de la primcia legislatura los prin- cipios que preparan la felicidad de la Amé.ica con respecto á sus diferencias locales. Asi es que, se ha dicho en una sesión que las providencias2 legales que se temen respecto de la América, na se lleven al alto carácter de la sanción real mien- tras no lleguen nuestros Representantes, y que si alguna ley general para toda la Monarquía exijiere sus diferencias con respecto á las Améii- cas, pueda reclamarla su Diputación. ¡Que campo tan amplio se abre aquí a mi alma para presentar á los sabios un objeto digno de su discusión con respecto á nuestros países! Yo no osaré jamas presentar ideas decisi- vas, por que ni mis luces, ni roí situación pue- den conducirme á tal empeño. Hablen los sabios,, discuta la Nación, digamos todos nuestro dicta- men, llagamos presentes nuestras necesidades co- munes, examinemos todos los objetos que nos pue- dan conducir á su remedio, y hallarémos que las. principales desgracias de nuestra patria, no han consistido en otra cosa que, en ta falta de edu- cación, que ha alborotado la corrupción de las costumbres, y ia miseria universal de nuestra es- clavitud. ¿Y cual será el remedio «mudos conciu- dadanos? ¿Cual será en la tierra el asilo de tan- tas desgracias? Ah! yo veo á nuestra frente un grupo respetable de campeones de la religión, cu- yo instituto es enseñar teórica y prácticamente las virtudes cristianas y políticas, cuyo dulce ma- nantial se obstruyó en otro tiempo desgraciado con el esfuerzo del filosolismo que tanto trastor- nó los primeros abanzes. de la libertad francesa- Estos compeones sabios de la ilustración universal se presentaron en otro tiempo como de- lincuentes á la ilustración misma; ¡pero qué di- ferencia d; situaciones políticas aun suponiendo; ciertas las acusaciones!..,., tiranía...» usurpación.,,,..1 orgullo.....ultramóntanismo.... procelítismo.... ¡Gran Dios! estas fueron las ideas con que se pretendió amancillar la conducta de los órganos de tu sa- biduría.; Pei'° desaparecieron los prestigios: ya no reina en la Monarquía Española otra cosa que la ley, nadie podrá ya usurpar los derechos de la humanidad, cesaron para siempre las desconfian- zas contra las autoridades, los reyes no pueden ser ya déspotas, son unas divinidades de bene- ficencia, pueden hacer cuanto bien esté á su al- cance, y nunca ser autores del mal de sus pue- blos, y si las primeras autoridades de una Mo- narquía tan vasta, se han puesto á este nivel sa- crosanto ¿podrá temerse ya, lo que antes se ha temido de unos ciudadanos religiosos? Sabios del Congreso, ciudadanos, ya habréis penetrado que hablo de los Jesuítas. Todas las provincias de Nueva España de- bieron á estos en sus principios su ilustración; y toda la Monarquía les és deudora de los adelan- tamientos que hicieron en las fundaciones de pue- blos, misiones, y descubrimientos que no se hu- bieran logrado de otro modo sin cuantiosos gas- tos y sin una guerra desoladora. Multitud de gentiles reducidos en las provincias de Sonora, Sinaloa, y Californias por los Jesuítas, han dado paso franco á la Monarquía Española para ex- tender su dominación al término de decir y ha- cer contar que es la mayor del Universo. La mis- ma Monarquía es deudora á los Jesuítas del mas puro y mas sincero interés en el adelantamiento de las ciencias y de las artes: muchos españo- les fueron sabios bajo su dirección y enseñanza, y de la misma recibieron doctrinas para ser ciu-4 dadanos útiles, buenos padres de familia, y ca- tólicos verdaderos, Este agradecimiento, sentado en los co- razones da todos los habitantes de la Nueva Es- paña los hace no mirar con indiferencia que el augusto Congrego de las Cortes h¿ya decretada otra segunda extinción de los Jesuítas, á la voz que confiaba en que su resolución sería la de per- petuarlos; y los obliga á pretender que esta pro- videncia se suspenda hasta que llegados nuestros Diputados se les oiga nuestra voluntad y las ra- zones de conveniencia y de justicia en que se funda, para que rebocándose condescienda con nuestras solicitudes. No se diga que, es irrebo- cable; por que en contra, se alega cuando no sea la causa de perjuicio enorme, la de nulidad, pues estamos en el caso de discutir con madu- rez este artículo tan interesante á la educación universal, en concurrencia plena de nuestros Re- presentantes. La provincia de Sonora hace cincuenta y cinco años que está privada de la administra- ción espiritual de mano de los Jesuítas, y, ni los ancianos que los conocieron, ni los jóvenes que han tenido una oscura relación de íus virtudes, pueden hacer sin lágrimas una memoria de cuan- to les debieron los unos, y de cuanto están pri- vados los otros, desde que se les arrancó de aque- llas distantisimas tierras. Los Jesuítas en dicha Provincia y en las de Sinaloa, Californias, y las demás internas eran el asilo de aquellos indios, miserables: su trato dulce y caritativo, nadie lo ha substituido, y lo desean. Esperaban que nues- tro Congreso benéfico* liberal, e ilustrado adap-5 táría entre sus francas medidas la de resolver que la Compañía de Jesús fuese una de las que debían conservar su Noviciado, para que se en- cargase de la enseñanza en esta América; ¡pero cual es su sobresalto al observar que es la pri- mera que se extingue! ¿Por que? ¿Acaso los Je- suítas entorpecen el curso rápido de la Consti- tución? ¿Acaso sus máximas corrompen el dogma, ó alteran en algún modo nuestra religión cató- lica? ¿Acaso su conducta pública y privada, en América, pone en peligro la tranquilidad de la Monarquiai' Ah! no busque efugios la [ingratitud: si en la pasada extinción se consintió libremen- te que se les ofendiera con tantos infamatorios libelos á que se dedicaron muchos aduladores de- testables y otros escritores pagados, no se fun- den ahora nuestras religiosas é ilustradas Cortes en esos principios para destruir una compañía tan útil, tan necesaria, y tan conveniente en to- da la Monarquía Española. Repásen en lugar de aquellos abominables escritos, las historias en que constan la infini- dad de Jesuítas sacrificados per los barbaros en las misiones: los trabajos que padecieron por cum- plir las obligacionos á que se constituyeron los reyes cuando se o posesionaron de esta América: el zelo con que propagaron la religión: el em- peñoso afán con que procuraron ilustrarnos: la dulzura con que hacian desterrar el horror que habían causado las bayonetas y el cañón. Re- conozcan si Ja Compañia de JESUS se ha se- paiado con el discurso del tiempo en la parte mas pequeña de su instituto. Obsérvese si todos y cada uno de los Jesuítas falta en algo de aque-6 líos principios que forman el todo cabal de un hombre de bien. Tráiganse á la vista los innu- merables escritos de ciencias, de artes, de polí- tica, de historia, y de todas cuantas materias es- tán sujetas al conocimiento humano; y dígase por fia ¿si unos hombres de este proceder son acree- dores á una correspondencia tan agena de la ca- ridad, de la franqueza, y de los religiosos sen- timientos españoles? Sea enhorabuena que la an- tigua España ya no los necesite, que su existen- cia allá se califique gravosa; en la Nueva nun- ca lo será, y serán siempre necesarios. Todos y cada uno de estos habitantes los amamos con ter- nura, y protestamos que jamas les faltará entre nosotros un asilo: de aqui es, nuestra decidida intención de implorar la protección de la ley: de aquí, que esperemos fundadisimamente en que el Congreso la varíe á vista de nuestras fervo- rosas súplicas y de lo que en favor de este ob- jeto representen nuestros Diputados; y de aquí, el qiia desde ahora impetremos de las Excmás. Diputaciones Provinciales, del Excmó. Sr. Gefe Político Superior, y de les Illmós Señores Dio- cesanos, que suspendan toda execucion en la ma- teria, hasta que' reciban nuevas providencias con vista dejas alegaciones de nuestros representantes. A esto nos obliga la gratitud á nuestros bienhechores: nuestra propia conveniencia espiri- tual y temporal; y el interés de que ellos mis- mos sean el fundamento que haga perpetuar nues- tra Constitución. Provincias todas de la nueva Es- paña que habéis carecido de la Compañía de JE- bUS por mas de medio siglo, decid ¿si esta opi- nión es la vuestra? Capitales de México, de Pue-7 b!a, y de Nueva Vizcaya, únicas que legráis la felicidad de poseer en vuestro seno aunque en corto númíro á estos infatigables y útilísimos ministros ¿decid si sois testigos ele su beneficen- cia, de su caridad, de su celo apostólico, y de su exemplarisiroa conducta? Colegios de San Ilde- fonso en México, y del Espíritu Santo en Pué- bla, decid ¿si vuestros maestres os enseñan otras máximas, si os conducen por otros camines que los justos de vuestra ilustración? Ah! yo sé muy bien que vuestros votos son conformes con el mió, por que me los habéis comunicado,- y ojala que yo tuviese la elocuencia necesaria para explicarme en esta materia con la energía que ella merece; pero soy ignorante por desgracia: si aprendí á es- cribir, y á expresarme del modo que se vé, lo debí á los afanes de mis padres en la provincia de Sonora, donde, en aquel tiempo era muy rara la enseñanza, por que faltaren ios benéficos Je- suítas. Mis propios padres me inclinaron á que los amase y conservase en mi gratitud los beneficios que hicieron á toda la citada Provincia, llegando, entre otros muchos exemplos, hasta uncirse con los bueyes para manifestar su humildad, y ense- ñar á los indios á arar la tierra. Estos sentimientos me mueven á tributará la memoria de los Jesuítas un rasgo de la grati- tud de mis compatriotas que no los separan de la suya, aunque discurran muchos siglos; y por que no se crea (no en esta América, que de ello estoy muy seguro) que este reclamo ha sido suge- rido por los Jesuítas, juro delante de Dios y de los hombres, que tan lejos, están de esta idea, que sabiendo por alguno de mis amigos, que yo pea-8 sabadar este paso, me han escrito una carta muy humilde y encarecida para que lo suspenda, (•) manifestándome que ellos deben de justicia obe- decer y resignarse con la voluntad de Dios. Oh! ¡quien supiera elogiar estos procedimientos según su tamaño! ¡Quien pudiera infundir en los cora- zones de todos los Señores Diputados que forman el augusto Congreso de Cortes, el conocimiento del mérito de los Jesuítas, de su utilidad, y de las ventajas que producen en Nueva España! México 28 de Octubre de 1820. Juan Miguel Riesgo. (*) Puedo mostrarla original á quien guste verla. Oficina de D. Alexandro Valdés.